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ISSN: 0212-5862
Revista de Historia Moderna, nº 26. Alicante, 2008 - ISSN: 0212-5862, 384 págs.
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volumen pueden reproducirse ni transmitirse sin el permiso expreso de la institución
editora.
REVISTA DE HISTORIA MODERNA
(Asociada a la Fundación Española de Historia Moderna)
REVISTA DE HISTORIA MODERNA
Nº 26
ANALES DE LA UNIVERSIDAD DE ALICANTE
(Revista fundada por Antonio Mestre Sanchis)
ISSN: 0212-5862
CONSEJO ASESOR
Gérard DUFOUR. Universidad Aix-en-Provence
Teófanes EGIDO. Universidad de Valladolid
Pablo FERNÁNDEZ ALBALADEJO. Univ. Autónoma de Madrid
Manuel FERNÁNDEZ ÁLVAREZ. Real Academia de Historia
Francisco Javier GUILLAMÓN ÁLVAREZ, Universidad de Murcia
Enrique MARTÍNEZ RUIZ. Univ. Complutense de Madrid
Carlos MARTÍNEZ SHAW. Univ. Nacional de Educación a Distancia
Pere MOLAS RIBALTA. Universidad de Barcelona
Joseph PÉREZ. Univ. Bordeaux III
Bernard VINCENT. CNRS
CONSEJO DE REDACCIÓN
Director: Enrique GIMÉNEZ LÓPEZ
Secretario: Jesús PRADELLS NADAL
Vocales: Armando ALBEROLA ROMÁ
Francisco ARANDA PÉREZ
David BERNABÉ GIL
María José BONO GUARDIOLA
Marta DÍEZ SÁNCHEZ
Inmaculada FERNÁNDEZ DE ARRILLAGA
Francisco FERNÁNDEZ IZQUIERDO
María del Carmen IRLES VICENTE
Mario MARTÍNEZ GOMIS
Cayetano MAS GALVAÑ
Primitivo PLA ALBEROLA
Juan RICO JIMÉNEZ
Emilio SOLER PASCUAL
SECRETARIADO DE PUBLICACIONES
UNIVERSIDAD DE ALICANTE
Preimpresión e impresión:
UNIVERSIDAD DE ALICANTE
ALICANTE, 2008
La Revista de Historia Moderna dedicará el monográfico
correspondiente al año 2009 al tema «Los moriscos cuatro-
cientos años después», coordinado por el Dr. Primitivo J. Pla
Alberola.
JAVIER VERGARA
El proceso de expropiación de la biblioteca de los jesuitas en
Pamplona (1767-1774) ......................................................................... 325
* Este trabajo ha sido realizado en el marco del Proyecto de Investigación HUM2007-63505, financiado por
el Ministerio de Educación y Ciencia
1. LALINDE ABADÍA, Jesús: La Gobernación General en la Corona de Aragón, Madrid-Zaragoza, 1962.
Como máxima autoridad en el territorio que tenía asignado, era función esencial
del Gobernador el ejercicio de la alta jurisdicción en nombre del Rey. Ello compor-
taba, en primer lugar, impartir la justicia con equidad, sin dejarse intimidar por los
poderosos, con imparcialidad, sin favoritismos a parientes o deudos, y con la necesaria
perseverancia. En el terreno estrictamente judicial, el sistema de la Gobernación se
configura esencialmente como un tribunal de segunda instancia para causas proceden-
tes de los tribunales municipales –en temas matrimoniales, contractuales, pequeños
delitos, etc– y, por consiguiente, como antesala de la Real Audiencia. Pero también se
le reconocen amplias competencias en primera instancia, pudiendo asumir o intervenir
directamente en multitud de asuntos relativos a prostitución y amancebamiento, nobles
y caballeros, señoríos de jurisdicción alfonsina, municipios de realengo, entre otros.
Como supremos responsables del mantenimiento del orden público y de la paz
social, compete a los Gobernadores la persecución de bandoleros, malhechores y delin-
cuentes; han de garantizar el cumplimiento de las pragmáticas y órdenes reales, que
pueden llegarle directamente del Consejo de Aragón o a través del Virrey; y defender
los derechos y regalías de la Corona –en combinación con el Bayle General– frente a
cualquier otra instancia de poder, como son los señores de vasallos, los municipios y la
Iglesia. Corresponde al Gobernador el mando militar y la defensa de su distrito; y entre
sus obligaciones figura, asimismo, la de recorrer el territorio, visitar los municipios de
realengo y, en definitiva, hacer acto de presencia allí donde sea necesario para la salva-
guarda de la jurisdicción real. Sus amplias competencias, en cuyo análisis no vamos a
entrar aquí –pero que ya fueron objeto de atención para juristas como Arnau Joan, en el
siglo XIV; Pedro Belluga, en el XV; Lorenzo Matheu y Sanz, en el XVII; y, más recien-
temente, Jesús Lalinde2– no permanecieron, empero, fosilizadas; y, en algunas de las
vertientes que conformaban la autoridad conferida, no estuvieron exentas de disputas,
al convertirse fácilmente en ámbitos de confluencia competitivos con otras instancias
concurrentes, entre las que destacaba la institución municipal.
Mencionados a grandes rasgos los asuntos fundamentales que competían a la
Gobernación y dejando para otra ocasión un más atento seguimiento de la práctica del
poder desarrollado por los integrantes de ese sistema institucional en Orihuela y de
la naturaleza y significado de los roces que podían suscitar sus actuaciones, interesa
detenerse en los criterios por los que se rigió la provisión de aquéllos, como elemento
esencial para aspirar a una más completa caracterización. El papel de los oficiales de
la Gobernación en su conjunto debió alcanzar, en efecto, la suficiente relevancia como
para que en su reclutamiento se barajaran razones y argumentos no exentos de elevada
significación política y social; e incluso cultural, en el sentido con que últimamente
se viene considerando esta vertiente de las manifestaciones del poder, que se refleja
especialmente en la utilización del lenguaje y de determinadas formas discursivas. De
2. Además de ibídem, que contiene las referencias oportunas a los juristas mencionados, una útil guía de las
disposiciones forales sobre la jurisdicción del Gobernador, en TARAÇONA, Pere Hieroni: Institucions dels
furs y privilegis del Regne de Valencia, Imp. por Pere de Guete, Valencia, 1580 (ed. facsímil, Librerias
Paris-Valencia, Valencia), pp. 29-36.
3. HESPANHA Antonio Manuel: «La economía de la gracia», en La gracia del derecho. Economía de la cultu-
ra en la Edad Moderna, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1993; DE DIOS, Salustiano: Gracia,
merced y patronazgo real. La Cámara de Castilla entre 1474-1530, Madrid, 1993; CÁRCELES DE GEA,
Beatriz: «La ‘justicia distributiva’ en el siglo XVII (Aproximación político-constituciona)», Chronica
Nova, nº 14, Granada, 1984-85, pp. 93-122.
4. La presente investigación se basa esencialmente en la documentación del Consejo de Aragón (Secretaría
de Valencia) custodiada en el ACA, que arranca de la última década del siglo XVI. De ahí que, por el
momento, solo haya sido posible alcanzar el necesario nivel de sistematización para el siglo XVII. Las
escasas referencias a la centuria precedente, obtenidas a partir de otras fuentes, se harán con las debidas
precauciones y, generalmente, como puntual elemento de comparación con los rasgos que aparecen en el
periodo que es objeto de especial atención.
5. VILAR RAMÍREZ, Juan Bautista: Orihuela, una ciudad valenciana en la España Moderna, Caja de Ahorros
de Alicante y Murcia, Murcia, 1981, III, pp. 723-736; SALVADOR ESTEBAN, Emilia: «La Gobernación
valenciana durante la Edad Moderna. Cuestiones en torno a su singular estructura territorial», Studia
Historica et Philologica in honorem M. Batllori, Roma, 1984, III, pp. 443-455; ALBEROLA ROMÀ,
Armando: «La organización político-administrativa durante la época moderna», en MESTRE SANCHÍS,
Antonio (dir.): Historia de la provincia de Alicante. IV. Edad Moderna, Edic. Mediterráneo, Murcia, 1985,
pp. 213-238; BERNABÉ GIL, David: «Alicante en la monarquía hispánica», en Historia de la ciudad de
Con una demarcación territorial no demasiado extensa –unos 2.900 Km2–, pero
densamente poblada –en torno a los 45.000 habitantes a principios del siglo XVII–,
la Gobernación de Orihuela contaba asimismo con un Lugarteniente del Portantveus
en la misma capital, cuya jurisdicción se extendía por el mismo territorio, y con un
Subrogado del Portantveus, con sede en Alicante, que la ejercía en nombre del primero
en el término general de esta ciudad portuaria. Dos asesores juristas, con sedes respec-
tivas en Orihuela y en Alicante, aportaban el elemento técnico y completaban la oficia-
lía. La ya mencionada pequeñez territorial de la Gobernación sureña, en comparación
con la otra existente en el Reino de Valencia –con sede en la misma capital–, apenas
se dejaba traslucir, sin embargo, en la relevancia otorgada a su titular, cuyo rango le
situaba inmediatamente por debajo del Virrey y casi a la par con el otro Portantveus,
del que, en cualquier caso, se consideraba totalmente independiente. Mas allá de su
exacta ubicación en la jerarquía de mando, la lejanía respecto de la sede virreinal y
su condición fronteriza, respecto de Castilla, dotaban al oficio en cuestión de unas
connotaciones especiales, en lo referente a las capacidades exigidas para imponer la
autoridad, que le hacían poco idóneo para jóvenes inexpertos o de espíritus flojos, con-
descendientes, pusilánimes o indecisos; sobre todo, en circunstancias –tan frecuentes–
de bandosidades y alteraciones de la paz social.
Para los oficiales regios, una de las principales cualidades a valorar era la capa-
cidad para mantener el orden público. Así, con motivo de la vacante producida en la
titularidad el oficio en 1656, el Virrey se dirigía al Consejo de Aragón para que no
demorase la elección del sucesor, señalando «la importancia de esta provisión con nue-
vos motivos que obligan a no diferirlo, cuando se experimenta multiplicidad de delitos
y desórdenes en Alicante y Orihuela, siendo así que entre otros a un mismo tiempo
me refieren cinco arcabuçaços en diferentes partes de aquella Gobernación y los tres
de ellos con homicidios, en que está empeçada a incluir parte de la nobleça, y puede
estarlo toda con gran inconveniente del sosiego publico»6. Este estado de inquietud,
aunque posiblemente agravado por la interinidad de la máxima autoridad territorial,
sobrepasaba lo meramente coyuntural o excepcional.
Al cabo de unos meses, la situación que encontró el recién nombrado asesor jurí-
dico de la Gobernación no era muy diferente, pues según relató después, al dejar el
cargo por jubilación, «quando vine a ella la hallé tan inquieta que en dando las prime-
ras oraciones no había quien se atreviese a abrir las puertas de su casa y ya con tales
principios de unos desdichados bandos»7. Mas los esfuerzos realizados por los oficiales
regios para restaurar la paz social no debieron dar los frutos esperados, pues en 1663
era el Virrey quien, nuevamente urgiendo la provisión del cargo de Gobernador, señala-
Alicante. Edad Moderna, Comisión V Centenario de la ciudad de Alicante, Alicante, 1990, vol. III, pp.
151-160; y, del mismo, «Oficiales de la Gobernación General y oligarquía municipal en Orihuela durante
el siglo XVII», en FERNÁNDEZ ALBALADEJO, Pablo (ed.): Monarquía, Imperio y Pueblos en la España
Moderna, C.A.M.-Universidad de Alicante, A.E.H.M., Alicante, 1997, pp. 569-582.
6. ACA: CA, leg. 740, exp. 31/2, informe del Virrey, de 28 de diciembre de 1657.
7. ACA: CA, leg. 750, exp. 2/3, memorial del Dr. Hilario Palmir, de 14 de septiembre de 1660.
ba al Vicecanciller del Consejo de Aragón las cualidades que debían adornar al elegido
y las razones para ello: «la necesidad grande de que este oficio convendría se diese
a persona con autoridad y brío por lo que el estado de las cosas de Orihuela lo pedía
respecto de lo poco que obra la justicia y convenía adelantar la buena administración
de ella»8. En 1676, en fin, un juez de la Audiencia ensalzaba la labor llevada a cabo por
el último titular del oficio, teniendo en cuenta «que por ser raya del Reyno es el abrigo
de los delinquentes y todo genero de gente, asi facinerosos como ladroncillos….y por
adolecer aquella tierra mas que otras del vicio de los amancebamientos»9
Por parte de los dos grandes municipios donde el Gobernador desempeñaba sus
funciones se valoraba especialmente su capacidad para hacer valer la jurisdicción real
y sus dotes de mando en el terreno militar. En 1645, las ciudades de Orihuela y de
Alicante no ocultaron su firme desacuerdo con el reciente nombramiento efectuado en
favor de D. Gerardo Ferrer. Mención aparte de las razones profundas que le llevaron
a expresar su disconformidad, el consistorio oriolano solicitaba para hacerse cargo de
la Gobernación «persona en quien concurran todas las partes de un buen ministro, por
distar aquella ciudad de la de Valencia treinta leguas, y en una necessidad prompta no
tener de quien tomar consejo, y haver en ella dos ciudades y muchas villas, con un
marquesado, quatro condados, con tres baronias, y quinze leguas de mar que guardar,
donde muy ordinariamente suelen acudir los moros y enemigos de la santa fe». Y no
muy distinta era la posición alicantina al respecto, pues también se indicaba «que sien-
do dicha ciudad y gran parte de la governacion frontera del enemigo y ocurrir de ordi-
nario en su puerto las Reales armadas de V. Magd. requiere persona de mucha edad,
capacidad, y experiencia en las armas»10.
Encontrar la persona adecuada para regir el oficio con rectitud y eficacia no era
tarea fácil, y el grado de acierto dependía de la combinación de una variada serie de
elementos que intervenían en la elección. Al igual que ocurría con otros altos cargos
de la administración territorial, la provisión de éste correspondía a Su Magestad, que
solía asesorarse para ello con el Consejo de Aragón. El grado de participación de esta
importante pieza del sistema polisinodial en la administración de la justicia distributiva
no siempre se materializaba, sin embargo, del mismo modo; y en el caso concreto que
nos ocupa –la elección del Portanveus de Orihuela– es posible distinguir tres etapas
diferenciadas.
En la primera de ellas, que alcanzaría hasta bien entrado el siglo XVII, los nom-
bramientos de Portantveus se habrían realizado sin duración temporal prefijada, a
beneplácito real, que equivalía prácticamente hasta su jubilación por edad, impedimen-
to físico para ejercer, renuncia, o bien hasta nueva promoción a otra plaza de mayor
rango. En esta modalidad de nombramientos con carácter temporalmente indefinido
8. ACA: CA, leg. 759, exp. 7/2, el Virrey al Vicecanciller del Consejo de Aragón, en 28 de agosto de 1663.
9. AHN: Consejos, leg. 18.465, Informe de D. Jaime Madroño sobre las acusaciones contra D. Miguel
Fenollet, en Valencia, a 21 de abril de 1676.
10. ACA: CA, leg. 889, exp. 151/1-6, memoriales de las ciudades de Alicante y de Orihuela, anteriores al
17 de octubre de 1645.
habría que incluir seguramente todos los efectuados a lo largo del siglo XVI. Así, D.
Pedro Maça de Lizana y Carroz permaneció en el cargo desde que fuera nombrado
en 1521, en plena revuelta agermanada, hasta su fallecimiento, ocurrido 25 años más
tarde11. En cambio, su sucesor, D. Ximén Pérez Pertusa, estuvo poco tiempo en el
mismo12, pues en 1548 dio comienzo el mandato de D. Guillem de Rocafull, que ejer-
ció hasta finales de 1552, cuando fue relevado del oficio para ocuparse del gobierno
militar de la plaza de Menorca13. Más amplio fue el periodo correspondiente a D. Juan
de Moncayo, pues se extendió entre 1553 y 156614; y el de D. Enrique de Palafox, que
ejerció entre 1566 y 158115. Siguieron a éste otros dos breves mandatos, cuales fueron
los de D. Juan Quintana, entre 1581 y158616, y de D. Ximén Pérez de Calatayud, que
ocupó la plaza solo dos años, hasta 158817. D. Alvaro Vique y Manrique, sin embargo,
sirvió en la misma durante 19 años, hasta que en 1607 se le admitió la renuncia para
poder atender los pleitos y la administración del mayorazgo que acababa de heredar
tras la defunción de su hermano D. Pedro18. Con D. Juan Ferrer y Calatayud, que le
sucedió en el oficio por otros 19 años, hasta su fallecimiento, en 1626, se produce la
transición a un nuevo régimen.
Carácter interino tuvo en la práctica, durante esta etapa, únicamente D. Nuño del
Aguila. Su designación se produjo a finales de 1552, para cubrir la vacante dejada por
Rocafull, pero en el privilegio de nombramiento se preveía una duración más amplia,
pues se especificaba «ad tempus trium annorum tantum modo a die datis presentis inde
11. De 1521 son las primeras referencias que conozco en que figura ya como Gobernador de Orihuela. Cfr.
ESCOLANO, Gaspar: Década Primera de la Historia de la Ciudad y Reino de Valencia, Valencia, 1611
(ed. facsímil de Librerias Paris-Valencia, Valencia) p. 692 y ss., donde se relatan sus múltiples actuacio-
nes en defensa del bando realista durante la revuelta; y CARRASCO RODRIGUEZ, Antonio: la ciudad de
Orihuela y el pleito del Obispado en la Edad Moderna, Tesis doctoral, Universidad de Alicante, 2001, p.
52 (existe publicación digital). En 1546 aun continuaba ejerciendo el oficio, hasta que el 21 de octubre de
ese año su hermano D. Juan menciona en carta a la ciudad de Orihuela su reciente fallecimiento. AMO:
Contestador de 1546, ff. 13, 244.
12. Refiere su presencia en 1547, BELLOT, Pedro: Anales de Orihuela (ss. XIV-XVI), ed. de TORRES FONTES,
Juan, Murcia, 1954, t. II, p. 88; si bien la lista que ofrece no es del todo fiable. No obstante, hay clara
constancia de que ejercía en dicho año, en AMO: Lib. Nº 2.031, f. 528v.
13. ESCOLANO, Gaspar: Op. cit. pp. 533-534, donde se afirma que accedió a la plaza de Orihuela en 1548 y
se detallan algunas actuaciones militares protagonizadas posteriormente en Menorca y en Mallorca, de
la que llegó ser nombrado Virrey. Las referencias a su cese en Orihuela y nuevo destino en Menorca, en
AMO: Contestador de 1553, ff. 212.213v, 215-215v.
14. AMO: Contestador de 1553, ff. 215-215v, privilegio de nombramiento, de 3 de mayo de 1553. En 1565
Moncayo todavía seguía al frente de la Gobernación, pero no así en 1567, en que figura ya su sucesor, D.
Enrique de Palafox. AMO: Contestador de 1565, ff. 79-81, 621; Contestador de 1567, ff. 118, 119. Mi
desconocimiento de referencias documentales correspondientes a 1566 impide precisar más.
15. Para la primera fecha, vid. nota anterior; para la segunda, AMO: Contestador de 1582, f. 328.
16. Para la primera fecha, vid. nota anterior; para la segunda, AMO: Contestador de 1586, f. 285.
17. Para ambas fechas, vid. notas 16 y 18, respectivamente.
18. ACA: CA, leg. 651, exp. 32, consulta del Consejo de Aragón, de 17 de diciembre de 1588; leg. 866, exp.
28/3, terna del Virrey, de 26 de noviembre de 1607.
19. AMO: Contestador de 1553, ff. 212-213v, privilegio de nombramiento, de 26 de diciembre de 1552.
20. Ibídem, ff. 158-158v, 203-205, 211v, 224-225, cartas de la ciudad de Orihuela a sus síndicos y abogados
en Valencia, y en la corte, y al Príncipe Felipe, entre el 21 de marzo y el 5 de mayo de 1553. D. Nuño trató
de tomar posesión el 29 de abril, en la iglesia catedral oriolana, ante las autoridades municipales, que
interpusieron dissentiment. El 3 de mayo fue despachado el nuevo privilegio a favor de Moncayo, pero
aun transcurrieron algunos días hasta que el nuevo nombramiento fue conocido en la ciudad.
21. ACA: CA, leg. 889, exp. 151/3-6, memoriales de las ciudades de Alicante y Orihuela, anteriores a 17 de
octubre de 1645.
22. ACA: CA, leg. 736, exp. 17/1-19, documentos varios sobre la provisión de la plaza de Gobernador de
Orihuela, desde febrero hasta septiembre de 1656.
23. He tratado de estas cuestiones más extensamente, en «Oficiales de la Gobernación…», art. cit. donde
podrán encontrarse las referencias oportunas.
24. ACA: CA, leg. 718, exp. 72/12, informe del Virrey y de la Real Audiencia sobre un memorial de 18
peticiones de Orihuela, de 5 de junio de 1640.
25. ACA: CA, leg. 633, exp. 2/5, consulta del Consejo de Aragón, de 27 de junio de 1613, y respuesta de
Su Magestad.
26. ACA: CA, leg. 876, exp. 62; memorial de D. Luis Ferrer de Proxita, visto en el Consejo de Aragón el
21 de abril de 1632.
27. AMO: Contestador de 1656, ff. 254-254v, carta de D. Luis Ferrer a los jurados de Orihuela, en Alicante,
a 17 de enero de 1656.
28. Ibídem, f. 255, carta de Dª Ana Ferrer a los jurados de Orihuela, en Alicante, a 17 de enero de 1656.
29. ACA: CA, leg. 736, exp. 17/13, carta de los jurados de Orihuela al Consejo de Aragón, de 22 de enero
de 1656.
30. ACA: CA, leg. 889, exp. 151/6, memorial de la ciudad de Orihuela, de 1645.
31. ACA: CA, leg. 736, exp. 17/1-18. En carta fechada en Valencia el 1 de febrero de 1656 el Virrey remitía
al Consejo la terna solicitada, señalando que «de los dos primeros remito a V.M. inclusos los memoriales
que me dieron».
32. ACA: CA, leg. 759, exp. 7/7, consulta del Consejo de Aragón, de 5 de julio de 1664. Pese a ello, en su
voto particular uno de los regentes insistía en incluirlo, al considerar que iría en beneficio de su honra
(exp. 7/11, consulta del Consejo, de 15 de julio de 1664).
su propia terna, que era tenida en cuenta para el cómputo global. La terna resultante
del consenso mayoritario de los consejeros solía ser definitiva, a no ser que, antes de
que el Monarca procediera al nombramiento del elegido, llegaran a la corte nuevas
informaciones de relieve que hicieran aconsejable rectificar y presentar una lista dis-
tinta. La confluencia de todos estos elementos determinó que, a veces, fueran varias las
ternas que se barajaron; e incluso las que llegaron a «subir» en consulta al Soberano.
Así, para cubrir la vacante dejada en 1657 por D. Luis Ferrer de Aragón y Apiano, lle-
garon a confeccionarse cinco ternas distintas, además de la del Virrey; y en 1664, para
encontrar sucesor a D. Diego Sanz de la Llosa, fueron siete las listas manejadas, pues
tres miembros del Consejo tenían parientes entre los candidatos, algunos rectificaron
sus primeras propuestas, y cuando finalmente se hizo elección, el designado renunció
y hubo que reiniciar el proceso de consultas. Además de este tipo de renuncias, las dis-
crepancias de los consejeros acerca de la idoneidad de los diversos candidatos junto a
la incidencia del patronazgo y de las relaciones clientelares y familiares contribuyeron
a mantener a veces bloqueada la provisión del oficio durante varios meses. Así ocurrió
en 1656, pues desde la confección de la primera terna virreinal –el uno de febrero–
hasta que se formalizó la consulta definitiva del Consejo –el 28 de septiembre– trans-
currieron ocho meses33.
Tras las sucesivas rectificaciones, que afectaban no sólo al orden de los candida-
tos, sino a su propia identidad, no siempre resultaba elegido el noble que encabezaba la
lista procedente de Valencia. De hecho, solo en la mitad de los casos conocidos –cinco
sobre diez, sin contar las reelecciones– se respetó íntegramente el criterio del Virrey,
al hacer suya el Consejo –o la mayor parte de sus miembros– la primera posición de
la terna remitida desde la capital del reino levantino: Se trató de las candidaturas de
D. Juan Ferrer y Calatayud, en 160734; Juan Cascant y García de Lasa, en 165635; D.
Pedro Boil de Arenós, en 167536; seguramente D. Josep de Borja Llansol, en 169237;
y D. Vicente Falcó y Blanes, en 170038. Tan elevada frecuencia en la modificación de
las propuestas virreinales por parte del Consejo39 difícilmente podía suscitar el aplauso
de sus emisores, que, en algunas ocasiones, no ocultaron su malestar, al entender que
33. ACA: CA, leg. 736, exp. 17/1-19, terna del Virrey, y consulta del Consejo de Aragón, de las fechas
referidas.
34. ACA: CA, leg. 866, exp. 28/3, terna del Virrey, de 26 de octubre de 1607.
35. ACA: CA, leg. 736, exp. 17/1, consulta del Consejo de Aragón, de 29 de julio de 1656. Pero esta consulta
no llegaría a ser la definitiva, pues al poco tiempo el propio Virrey rectificó e indujo a ello también al
Consejo.
36. ACA: CA, leg. 787, exp. 99, terna del Virrey, de 27 de agosto de 1675 y consulta del Consejo de Aragón,
de 4 de septiembre del mismo año.
37. Así se deduce de ACA: CA, leg. 857, exp. 70/1, borrador de consulta del Consejo de Aragón, de agosto
de 1700.
38. Ibídem, exp. 70/4-5, terna del Virrey, de 10 de agosto de 1700 y consulta del Consejo de Aragón, de 18
del mismo mes y año.
39. Las ternas virreinales fueron modificadas, en lo que se refiere a la primera posición, al menos en 1657,
1664, 1671, 1673 y 1678.
ese desprecio iba en detrimento de su autoridad. En 1657 así lo hizo saber el Duque
de Montalto cuando, tras desmentir las objeciones puestas en contra de su candidato,
manifestaba «la conveniencia del servicio de V. Md. que los súbditos vean con appro-
vacion las ternas y el concepto del Virrey, porque a los que servimos en estos puestos
no nos respectan mas de quanto nos ven favorecidos y aprovados»40.
A diferencia del –relativamente escaso– grado de correlación existente entre las
ternas virreinales y las del Consejo, las propuestas definitivas elevadas al monarca por
este órgano sinodial sí solían resultar eficaces, pues solamente en dos ocasiones se
designó a un pretendiente cuyo nombre no había llegado siquiera a figurar en ninguna
terna –D. Luis Ferrer Aragón de Apiano, en 165641; y D. Francisco Guerau Y Ciurana,
en 167942–, mientras que, en otra ocasión, se alteró el orden, al designar la reina Dª
Mariana al segundo de la lista –el Marqués de la Casta, en 166443.
Mas no siempre fue dura la pugna por hacerse un hueco en las ternas en una posi-
ción privilegiada. Ante las expectativas abiertas cuando se producía o se aproximaba
una vacante, interesaba difundir cuanto antes la noticia para propiciar una abundante
concurrencia de aspirantes, pues a mayor competencia más oportunidades habría de
hallar la persona idónea. Y es que la preocupación por no suscitar la necesaria ape-
tencia hacia el cargo entre los sectores de la nobleza mejor preparados no estaba del
todo injustificada. Por un lado, algunos potenciales candidatos estimaban que su corta
remuneración económica difícilmente compensaba la dedicación y las condiciones
en que tenían que desarrollar su labor. Por otro, la corta duración del mandato tam-
poco actuaba precisamente como factor de atracción. Naturalmente, el problema no
era hallar el mínimo de candidatos requerido para elaborar una terna –siempre habría
alguien dispuesto a ofrecerse–, sino la calidad de los potenciales aspirantes. Tras varias
décadas en que la sucesión hereditaria excluyó la formación de ternas, cuando en 1656
se retomó el procedimiento tradicional el Virrey de turno no ocultó su escepticismo
respecto a la posibilidad de encontrar un candidato idóneo, pues «ha avido pocos con-
currentes, porque no le hace tan apetecible la disposicion de Cortes que le constituie
triennal»44.
La apreciación del Virrey habría de resultar, no obstante, manifiestamente erró-
nea, pues fueron once, al menos, los candidatos que se barajaron en Madrid para la
ocasión. Y al año siguiente, al vacar nuevamente el oficio por inmediata promoción
del elegido, aun se añadirían otros tres aspirantes más. Tan elevado número de concu-
rrentes no era fácil que volviera a alcanzarse ya en lo sucesivo, pues aunque en 1664
hay constancia de la presencia de una docena de candidatos, fue más habitual que
40. ACA: CA, leg. 740, exp. 31/1, terna del Virrey, de 28 de octubre de 1657.
41. ACA: CA, leg. 736, exp. 17/1, consulta del Consejo de Aragón, de 29 de julio de 1656.
42. ACA; CA, leg. 798, exp. 66/2, consulta del Consejo de Aragón, de 5 de diciembre de 1678.
43. ACA: CA, leg. 759, exp. 7/11, consulta del Consejo de Aragón, de 15 de julio de 1664.
44. ACA: CA, leg. 736, exp. 17/1, terna del Virrey, de 1 de febrero de 1656.
45. El carácter probablemente incompleto de los nombres que constituyen nuestro universo aconseja no
entrar en cálculos estadísticos precisos. El cociente obtenido de dividir el número de concurrencias por
el de veces en que se proveyó el oficio resultaría engañoso, además, por la inexistencia de candidaturas
algunos años en que se optó por la reelección.
46. Vid. APENDICE, Tabla 2.
47. No llegaron a ser incluidos en ninguna terna, pese a haberse ofrecido para ello: D. Juan de Castellví
Villanova, D. Pedro Giner, D. Gaspar de Proxita, D. Luis Maza de Lizana y D. Enrique Escorcia y
Ladrón, en 1656/57; D. Pedro Sanz, D. Francisco Artés y Muñoz y Dr Hilarión Palmir, en 1663/64; D.
Jerónimo Vallterra Blanes y Brizuela, en 1700. (Los memoriales correspondientes, en ACA: CA, leg.
736, exp. 17/6, exp. 17/8-10, exp. 17/11-13; leg. 664, exp. 18/1; leg. 736, exp. 17/15; leg. 759, exp. 7/16,
exp. 7/18, exp. 7/5; leg. 857, exp. 70/3, respectivamente). Sí consiguieron formar parte de alguna terna
los pretendientes D. Luis Blasco, en 1606; Juan Cascant García de Lassa y D. Guillem Carroz en 1656/57
y D. Francisco Pérez de los Cobos, en 1664 (los memoriales correspondientes, en ACA: CA, leg. 866,
exp. 28/1-2, leg. 736, exp. 17/7, exp. 17/8-9; leg. 759, exp. 7/14, respectivamente).
48. Vid. GANDOULPHE, Pascal: Au service du Roi. Institutions de gouvernement et officiers dans le Royaume
de Valence, 1556-1624, Montpellier, 2006.
49. ACA: CA, leg. 651, exp. 32, consulta del Consejo de Aragón, de 17 de diciembre de 1588.
50. ACA: CA, leg. 759, exp. 7/11, consultas del Consejo de Aragón, de 20 de junio y de 15 de julio de
1664.
51. ACA: CA, leg. 784, exp. 19, memorial de D. Francisco Valls y Castelví, de 30 de mayo de 1673.
52. ACA: CA, leg. 798, exp. 66/1, memorial de D. Juan de Cardona, de 29 de noviembre de 1678. Cardona
volvió a ser nombrado en 1685, hallándose en la corte, y al año siguiente tomó posesión de la plaza D.
Jaime Borrás (AMO: Lib. Nº. 2.033, ff. 250-251v, 185-185v.
53. ACA: CA, leg. 790, exp. 10/5, memorial de la ciudad de Alicante, de 22 de mayo de 1667.
54. ACA: CA, leg. 874, exp. 95, memorial de Don Luis Ferrer de Proxita, sin fecha.
55. HESPANHA, Antonio Manuel: «La economía de la gracia», art. cit.
56. ACA: CA, leg. 701, exp. 48/5, 82/1; leg. 866, exp. 88/2, memoriales de D. Alvaro Vique y Manrrique, de
4 de octubre y 6 de noviembre de 1607 y sin fecha.
57. ACA: CA, leg. 701, exp. 82/2, informe del Virrey, de 6 de noviembre de 1607.
58. ACA: CA, leg. 790, exp. 10/3, memorial de la ciudad de Orihuela, de 21 de mayo de 1667. Los de la
ciudad de Alicante, de 22 de mayo y 27 de junio del mismo año, en exp. 10/4-5.
59. Ibídem, exp. 10/3-9, documentos varios sobre el tema, entre mayo de 1667 y febrero de 1668.
60. ACA: CA, leg. 790, exp. 10/1-20. El expediente es bastante completo, pues incluye copias de las reso-
luciones del consell alicantino, cartas del Virrey y de la Reina y consultas del Consejo de Aragón sobre
el tema.
61. ACA: CA, leg. 784, exp. 33, consulta del Consejo de Aragón, de 30 de mayo de 1673.
ocupa portarse con el lustre que le pertenece sin gastar mucho de su patrimonio para
sustentarse decorosamente, y ponderado este inconveniente puede ser que en adelante
excusen el pedirle sujetos de la graduación del Varon y que descaesca de su antiguo
esplendor, porque….haviendo de ser las asistencias de este ministro en país donde
muy de ordinario acuden personas de superior gerarquia no es desente que escuse todo
el necesario para la representación del puesto». La solución, sin embargo, no podía
encontrarse en las exhaustas arcas municipales, ya que se trataba de un oficial real,
y puesto que, según estimaban ambas ciudades, «la Real acienda en esta recepta esta
hoy mejorada y puede acudir a todos sus cargos, sea de Su Real servicio augmentar el
sueldo competentemente al Varon de Boil y Borriol y a los demás Portantvezes que le
sucederán». Pero la petición habría de chocar una vez más con el rechazo de la Corona,
que nuevamente expresó su negativa a asumir cualquier contribución suplementaria:
«No esta la Recepta en estado de poderle añadir nuevas cargas» 62.
Ni siquiera la comprobación documental de los elevados gastos en que solían
incurrir estos servidores regios llegó a mover el ánimo del monarca. En 1686, D.
Francisco Guerau y Ciurana presentaba una relación pormenorizada de dietas que se le
debían y pagos realizados de su propio bolsillo –no incluídos en su salario– entre junio
de 1684 y septiembre de 1685, cuyo reintegro reclamaba a la Corona, que puede servir
de muestra para conocer algunos de esos gastos a que ordinariamente solían hacer fren-
te los Gobernadores. A través de un total de 40 partidas contables, pudo certificar ser
acreedor a las arcas reales por un montante de 4.080 reales valencianos63.
Durante toda la centuria, el salario ordinario del Gobernador no habría de experi-
mentar variaciones; pero algunos de los que ejercieron el cargo a finales de la misma
pudieron completar sus ingresos con remuneraciones procedentes de la administración
de rentas reales. Así, en 1693 se hizo merced a D. Josep de Borja Llansol, conjun-
tamente con la titularidad de la Gobernación y las 600 libras de retribución corres-
pondiente, del empleo de «Administrador de los derechos Reales de V.Mgd. en dicha
ciudad de Alicante y de las Salinas de la Mata y Orihuela, con el sueldo de trescientos
escudos al mes»64.
Pese a las escasas posibilidades de medro que, en el terreno económico, ofrecía
el cargo –restando atractivo a su desempeño–, la insuficiencia retributiva difícilmente
llegó a convertirse, no obstante, en un elemento disuasorio para algunos nobles con
voluntad y dotes de mando y con aspiraciones de promoción personal o familiar a
través del servicio regio. De hecho, la mayor parte de los que aceptaron el empleo
–incluído D. Jaime Borrás, quien en 1686, al serle notificada extraoficialmente su
designación por el Virrey, «ha respondido con la atención correspondiente a sus obli-
62. ACA: CA, leg. 790, exp. 10/21, memoriales de las ciudades de Orihuela y de Alicante, de 8 y 3 de mayo,
respectivamente, y consulta del Consejo de Aragón, de 18 de mayo de 1676.
63. ACA: CA, leg. 826, exp. 43/1-13, memoriales y presentaciones de cuentas de D. Francisco Guerau y
Ciurana e informes de la Junta Patrimonial de Alicante, de octubre de 1686.
64. ACA: CA, leg. 672, exp. 35/3, consulta del Consejo de Aragón, de febrero de 1696.
65. ACA: CA, leg. 825, exp. 1/1, informe del Virrey, de 25 de junio de 1686.
66. AHN: Consejos, leg. 18.461, Informe de D. Jaime Madroño sobre las acusaciones contra D. Miguel
Fenollet, en Valencia, a 21 de abril de 1676.
67. ACA: CA, leg. 750, exp. 2/1, memorial de la ciudad de Orihuela, de 17 de agosto de 1660.
68. Ibídem, exp. 2/10, memorial de la ciudad de Alicante, de 17 de octubre de 1660.
ción», debida en parte a los desfavorables informes que había vertido D. Diego sobre el
letrado. Proseguía el Virrey haciendo ver «que en el auto de Corte no hay prohibición
de que V. Magd. prorrogue los Governadores», para acabar recomendando la práctica
de la reelección para quienes lo hubieran merecido como forma de atraer candidatos,
«pues no son sobrado relevantes los sujetos que salen a la pretensión deste Gobierno,
y viendo que no es trienal de precisso, podrá ser se alienten otros en que tenga mayor
conveniencia el servicio de V. Magd., que por el trienio solo no se alientan a dejar sus
casas»69.
Una vez sentado el precedente –pues D. Diego Sans de la Llosa fue, efectivamen-
te, prorrogado en el cargo, sin necesidad de terna, al hacer suyo el Consejo el infor-
me del Virrey70–, los demás Gobernadores tampoco tuvieron muchas dificultades para
continuar ejerciendo durante un segundo trienio; mientras que la posibilidad de llegar
a un tercero fue implícitamente descartada ya en 1664, al cumplir D. Diego su segundo
mandato consecutivo71.
Ante la eventualidad de una posible reelección, las ciudades solían tomar la ini-
ciativa, dando su parecer sobre la conveniencia de continuar con esta práctica. Mas no
siempre los apoyos fueron unánimes. En mayo de 1667, Orihuela y Alicante coinci-
dieron en solicitar prórroga para el mandato del Marqués de la Casta, al tiempo que
–como ya se da dicho– un incremento de su retribución, con el resultado anteriormen-
te mencionado. No obstante, de haberse producido esta situación cuatro años atrás,
las posiciones quizás no habrían estado tan definidas, pues en marzo de 1663 el con-
sell de la ciudad de Orihuela había determinado que cualquier petición de prórroga
para el Gobernador debía contar en adelante con la aprobación expresa de ese órgano
asambleario, ya que «esta costando muchos desvelos que el oficio sea trienal y no
perpetuo»72. Esta genérica decisión no parece que llegara a ponerse en práctica, sin
embargo, cuando cuatro años más tarde se presentó la ocasión, al expirar el primer
trienio del Marqués de la Casta73.
La resolución adoptada por el consell oriolano en 1663 tuvo su paralelismo en otra
parecida, pero de contenido aun más radical, aprobada por el órgano asambleario de la
ciudad vecina ocho años más tarde. Así, en sesión celebrada el 24 de mayo de 1671, el
consell de Alicante decidió, además de retirar la ayuda de costa que venía otorgando
al titular del oficio –a partir de la próxima vacante–, «que en observancia del acte de
cort del any 1645 que dispon que lo Governador desta Governacio sia trienal….que
este Illustre Consell ni los Magnifichs Justicia y Jurats ni altre en nom de la present
Ciutat no puxen escriure ni escriguen per a que es continue Governador algu que ara
y despres succehiran per mes temps que el que dispon dit acte de cort….y que finit lo
primer trieni de qualsevol Governador escriguen y supliquen a Sa Magd. com a qui
convinga que se observe dit acte de cort y no es continue en altre trieni si que es fasa
nova provisio en diferent subjecte»74.
Las iniciativas conciliares emprendidas en Orihuela y Alicante en torno a la cues-
tión de las prórrogas en el mandato de los Gobernadores expresaban seguramente la
recuperación del protagonismo asumido por estos órganos asamblearios y representa-
ban un toque de atención a la excesiva independencia con que actuaba el órgano ejecu-
tivo del consistorio, integrado por el justicia y los jurados. Pero más que la tendencia
de éstos a contemporizar con los poderes externos al municipio, e incluso de buscar
su aplauso, era la apropiación de los resultados de esa práctica política desarrollada
por el ejecutivo local –esto es, los beneficios personales que podía reportar a quienes
ocupaban transitoriamente aquellas magistraturas–, lo que molestaba a la oligarquía
que formaba parte del consell. Al ser todos los cargos consistoriales –incluidos los
40 escaños del consell, en una y otra ciudad– de renovación anual y extraídos por
sorteo de una base de reclutamiento común y restringida, no había diferencias sus-
tanciales entre quienes ocupaban los oficios directivos y los miembros del consell. La
oligarquías municipales no constituían, empero, bloques totalmente homogéneos, de
modo que podían aparecer fisuras que solían reflejarse en la frecuente disparidad de
criterios expresados en algunos debates del consell. Por consiguiente, las resoluciones
contrarias a la prorrogación de los mandatos de los Gobernadores, aunque contaron en
ambos casos con la unanimidad de los respectivos consells, no tenían por qué ser nece-
sariamente definitivas. Así se explica que, nuevamente en 1682, la ciudad de Orihuela
se dirigiera al Consejo de Aragón proponiendo la reelección de D. Francisco Guerau
73. La retirada, por parte de Orihuela, de la propuesta de aumento de sueldo, en caso de que tuviera que ser a
sus expensas, expresada en 6 de agosto de 1667, difícilmente puede considerarse indicio de la aplicación
de aquella resolución consiliar. ACA: CA, leg. 790, exp. 10/8, memorial de la ciudad de Orihuela, de 6
de agosto de 1667.
74. ACA: CA, leg 790, exp. 10/19, copia del acta de la sesión del consell de la ciudad de Alicante, de 24 de
mayo de 1671.
75. ACA: CA, leg. 814, exp. 35/1, consulta del Consejo de Aragón, de 26 de mayo de 1682. No obstante, en
este caso hay constancia de que se solicitó –y se elaboró– terna al Virrey y al Consejo
76. TARAÇONA, Pere Hieroni: Institucions dels furs y privilegis del Regne de Valencia, Imp. por Pere de
Guete, Valencia, 1580 (ed. facsímil, Librerias Paris-Valencia, Valencia), p. 29.
77. Vid. supra, nota 20.
78. En realidad, solo he podido detectar los casos de Juan Cascant García de Lasa, pretendiente en 1656 y
en 1658; y de Juan Pertusa, en este último año y en 1664, pues en la candidatura de 1671 figura ya con
el don.
que fue entre la nobleza propiamente dicha, con privilegio para usar el tratamiento de
don, donde se reclutó la totalidad de los Portantveus de Orihuela79.
Y muy pocos de esos nobles añadieron a esta condición la posesión de título
específico, pues aunque a lo largo del siglo XVII se fue prodigando este tipo de con-
cesiones entre la nobleza valenciana80, solo se detecta un conde –el de Almenara, en la
persona de D. Luis Ferrer y de su hijo D. Juan – y un marqués –el de la Casta– entre
los agraciados con el oficio –ya que el tratamiento de barón solo denota en Valencia
rango jurisdiccional de mero y mixto imperio–; mientras que otros dos titulados – El
Conde de Ana y el Conde de Casal– solo llegaron a figurar en las ternas virreinales o
del Consejo de Aragón. Si a ello se añade la total ausencia de los sectores más encum-
brados, como era el caso de los Duques –por otra parte, muy escasos en Valencia– la
base social de reclutamiento de los Portantveus se correspondería, aproximadamente,
con los sectores intermedios o, como mucho, medio-altos del estamento.
Pese a la unánime condición nobiliaria de que gozaban, ha de anotarse, por otro
lado, la relativamente escasa presencia de señores de vasallos entre los Portantveus de
Orihuela, que contrasta con la enorme extensión que llegó a tener el régimen señorial
en todo el Reino81. Incluídos los dos titulados mencionados –el Conde de Almenara
y el Marqués de la Casta–, a los que hay que añadir D. Pedro Boil, baron de Borriol,
seguramente no pasaron de la media docena los poseedores de dominios jurisdicciona-
les, del total de 23 individuos que ejercieron el cargo82. La condición señorial no fue,
por tanto, uno de los méritos decisivos en la provisión del oficio. Y tampoco estuvo
demasiado extendida entre esos 38 candidatos frustrados que he podido identificar,
pues solo seis de ellos adujeron ser señores de vasallos –D. Felipe Boil, Sr. de Manises;
D. José de Calatayud y Pallás, Sr. de Agres; D. Francisco Artés y Muñoz, Sr. de Ayodar
y de la Tenencia de Villamur; Juan Pertusa, Sr. de Vinalesa; además de los Condes de
Anna y de Casal–; a los que hay que añadir otros dos primogénitos que, seguramente,
acabarían heredando los dominios jurisdiccionales paternos: D. Guillem Carroz, del
Conde de Cirat, y D. Gaspar de Proxita, del Conde de Almenara. La incidencia de las
jurisdicciones señoriales entre los activos patrimoniales de los Portantveus de Orihuela
no parece superar la media aplicable al grupo nobiliario valenciano, en general; y quizá
79. Sobre las diversas categorías en el seno del estamento militar, vid. MADRAMANY Y CALATAYUD, Mariano:
Tratado de la Nobleza de Aragon y Valencia comparada con la de Castilla, Imp. Por Josep y Tomas de
Orga, Valencia, 1788 (ed. Facsímil, ed. Paris-Valencia, Valencia, 1985), pássim.
80. Vid. PASTOR FLUIXÀ, Jaume: «Nobles i cavallers al País Valencià», Saitabi, XLIII, Valencia, 1993, pp.
13-54.
81. Sobre esta cuestión, GIL OLCINA, Antonio: La propiedad señorial en tierras valencianas, Del Cenia al
Segura, Valencia, 1979; CASEY, James: El Regne de València al segle XVII, Curial, Barcelona, 1979,
pp. 119 y ss.; ARDIT LUCAS, Manuel: Els homes i la terra al Pais Valencià, Curial, Barcelona, 1993, vol.
I, pp. 79-105.
82. En realidad, solo tengo constancia indirecta –pues no solían intitularse como tales– de la posible con-
dición señorial de D. Pedro Maza de Lizana Carroz, que lo era de Mogente (ESCOLANO, Gaspar: Op.
cit., p. 653), de D. Juan Quintana, Sr. de Enova; y de D. Alvaro Vique y Manrique, Sr. de la baronía de
Laurín (BELLOT, Pedro: Op. cit. II, p. 88).
llegó a tener alguna relación con el perfil ideal buscado por la Corona para los ocupan-
tes de la plaza. Así, cuanto menos implicaciones directas en la salvaguardia de los inte-
reses jurisdiccionales de los señores tuvieran estos altos oficiales, más fácil y efectiva
podía resultar la defensa de las posiciones regias en la administración del territorio de
la Gobernación, que tenían expresamente encomendada.
Entre las cualidades honoríficas que adornaban la figura y el rango de esta noble-
za de servicio, la posesión de un hábito militar, aunque elemento digno de encomio,
tampoco parece que llegara a alcanzar una consideración determinante. La información
disponible al respecto quizá no sea lo completa que sería deseable, pero no deja de ser
significativo que frente a los diez caballeros de hábito –6 de la Orden de Montesa y 4
de la de Santiago– contabilizados entre los otros 38 candidatos83, sólo haya constancia
de seis entre los 23 titulares de la Gobernación: D. Juan Quintana, D. Alvaro Vique y
Manrique, D. Luis Ferrer y Calatayud, D. Gerardo Ferrer y Proxita, D. Jaime Antonio
Borrás y D. Josep de Borja Llansol. La concentración cronológica de la mayor parte
de estos caballeros de Ordenes –titulares y candidatos de la plaza de Gobernador– en
el siglo XVII es claro indicio, por otra parte, de la creciente aspiración a la obtención
de este privilegio honorífico por parte de la nobleza hispana, en general, que no podía
dejar de afectar a los sectores concretos de los que se nutría el oficio de Portantveus
de Orihuela84. Su posesión fue, efectivamente, mérito exhibido con frecuencia por los
candidatos a esta plaza en los memoriales explicativos de sus curricula; y, al elevar la
consideración social del pretendiente, pudo granjearles algún beneficio suplementario.
Pero, en general, no parece que llegara a convertirse en requisito decisivo que determi-
nara su elección para el desempeño del oficio.
Frente a la condición señorial y a la posesión de hábito de órdenes, la experiencia
en el campo militar, en cambio, sí pareció obrar efectos más favorables; sobre todo, si
había conducido a la consecución de un puesto de mando de tropa de mediana relevan-
cia. Conocedores de la importancia de la vertiente castrense del oficio de Portantveus,
la mayor parte de los candidatos que aspiraron a ejercerlo contaban con experiencia
previa en alguno de los diversos frentes bélicos que, a lo largo del periodo considerado,
estuvieron al alcance del estamento. Contrariamente, aquéllos que no podían exhibir
una mínima dedicación militar tuvieron mayores dificultades para hacer valer su can-
didatura.
Los amplios servicios prestados al Emperador en el terreno militar por D. Guillem
de Rocafull fueron decisivos en su designación para la plaza de Orihuela, según refie-
83. Eran caballeros de la Orden de Montesa: D. Luis Blasco, D. Guillem Carroz, D. Enrique Escorcia y
Ladrón, D. Francisco Despuig, D. Antonio Carroz y D. Jerónimo Vallterra. De la Orden de Santiago:
Juan Cascant García de Lasa, D. Pedro Giner, D. Francisco Artés y D. Francisco Pérez de los Cobos. Para
las referencias documentales, vid. supra, nota 45.
84. La ausencia de información disponible sobre posibles candidatos a la plaza oriolana para el siglo XVI
obliga a rebajar la aparente contundencia de esta afirmación. Vid. un planteamiento general, en POSTIGO
CASTELLANOS, Elena: Honor y privilegio en la Corona de Castilla. El Consejo de las Órdenes y los
Caballeros de Hábito en el siglo XVII, Valladolid, 1988.
Durante las décadas de 1670 y 1680, de menor intensidad bélica en los tradicio-
nales ámbitos de operaciones, se reducen las noticias sobre esta vertiente militar de los
nobles que pretendieron el oficio de Portanveus de Orihuela, e incluso de los que llega-
ron a obtenerlo. Pero difícilmente puede ser indicio de una posible relegación de esta
faceta de su perfil. Un real decreto de 1677 estableció precisamente la preferencia de
los militares en las consultas del Consejo de Aragón para la provisión de las plazas de
gobierno en general92. Y, en el caso que nos ocupa, destaca la larga trayectoria militar
de D. Josep de Borja Llansol, quien ya en 1671 pretendiera la plaza, con sólidos argu-
mentos castrenses. Los méritos entonces aducidos resultaron insuficientes, no obstan-
te, para el fin que perseguía; pero fueron bastante mejorados cuando 22 años más tarde,
volviera a intentarlo; obteniendo en esta ocasión el premio que entonces se le negó.
Llegado el momento de solicitar prorrogación en el oficio por otro trienio, el anciano
Portantveus exponía en 1696 «que ha cinquenta y tres años que sirve continuadamente
a V.M; los nueve primeros de Page de Guion del Señor Rey Dn. Phelipe Quarto (que
esta en el Cielo) y los quarenta y quatro siguientes en Guerra viva por Mar y Tierra;
de Capitan de Cavallos Corazas en el Estado de Milan; de Reformado en Estremadura,
en el Regimiento de la Guardia, y en Cataluña, en la Armada Real, de Maestre de
Campo de un tercio de Infanteria Española, de Governador de Menorca y Lerida, y
últimamente de Sargento General de Batalla y Governador de Barcelona; de donde fue
V.M. servido mandarle pasar a los Goviernos de Orihuela y Alicante…con el carácter
de Maestre de Campo General»93. Las guerras con Francia y, más concretamente, en
este contexto, el destructivo bombardeo a que fue sometida la ciudad de Alicante en
1693, aconsejaban valorar la experiencia y capacidad militar de los Portantveus sobre
cualquier otra consideración. Y razones de este tipo también estuvieron presentes al
doblar la centuria.
Así, para cubrir la vacante producida en 1700 por fallecimiento de D. Josep de
Borja Llansol, al menos dos de los tres integrantes de la terna remitida por el Virrey
contaban con acreditada experiencia militar. Al tercero de la lista, D. Sebastián Pertusa,
le avalaba especialmente el «que ha servido a V.M. once años que ha sido Capitan de
Infantería vivo y reformado en los ejércitos de Cataluña y Milan y en todo lo que se ha
ofrecido en el Reyno de Valencia». Finalmente, habría de resultar elegido D. Vicente
Falcó y Blanes, al coincidir la valoración del Consejo –y de Su Magestad– con la pro-
puesta virreinal, que le había situado encabezando la lista. En la consulta correspon-
diente, el Consejo estimó oportuno recordar que no era la primera vez que D. Vicente
concurría al oficio, pues ya el anterior Virrey le había colocado en segundo lugar en la
terna de 1692, por «haver servido algún tiempo en el exercito de Cataluña y ser muy
inteligente en la fortificación»94.
92. Vid. GIL PUJOL, Xavier: «La proyección extrarregional de la clase dirigente aragonesa en el siglo XVII»,
en VV.AA.: Historia social de la administración española. Estudios sobre los siglos XVI y XVII, CSIC,
Barcelona, 1980, p. 41.
93. ACA: CA, leg. 672, exp. 30/2, memorial de D. Josep de Borja Llansol, de 16 de enero de 1696.
94. ACA: CA, leg. 857, exp. 70/1, consulta del Consejo de Aragón, de 19 de agosto de 1700.
95. ACA: CA, leg. 651, consulta del Consejo de Aragón, de 17 de diciembre de 1588; leg. 701, exp. 48/5,
memorial de D. Alvaro Vique y Manrique, de 4 de octubre de 1607; leg. 868, exp. 88/2, memorial de D.
Alvaro Vique y Manrique, de octubre de 1607.
96. ACA: CA, leg. 777, exp. 21/1-3, consulta del Consejo de Aragón, de 27 de mayo de 1671
97. ACA: CA, leg. 736, exp. 17/7, memorial de D. Juan Cascante García de Laza, de 1656; leg. 740, exp.
31/1-3, consulta del Consejo de Aragón, de 30 de enero de 1658; leg. 664, exp. 18, consulta del Consejo
de Aragón, de 7 de febrero de 1658
98. ACA: CA, leg. 857, exp. 70/1, consulta del Consejo de Aragón, de 19 de agosto de 1700.
99. Ibídem.
100. ACA: CA, leg. 672, exp. 35/1-8, memorial de D. Josep de Borja Llansol y consulta del Consejo de
Aragón, de marzo de 1696.
de Santa Pola con toda satisfacción»101. Avalaban su candidatura otros méritos propios
y de sus antepasados102; pero todo ello resultó insuficiente para conseguir la plaza, «por
tener la hazienda de su mujer en Orihuela, ser su ascendencia y su Padre estrangero de
Valencia….y por la aplicacion a algunas negociaciones, que es de tan gran reparo en
los distritos que se gobiernan»103.
Tampoco al alicantino D. Pedro Sanz le faltaban sólidos argumentos para optar al
cargo en la misma vacante de 1663 –o al menos así llegó a considerarlo el interesado–,
entre los cuales destacaba los servicios realizados durante dos años como Subrogado
del Portantveus, otros dos como teniente del Bayle General y, de forma interina, en la
administración de las salinas de la Mata, además de los protagonizados en las mili-
cias y otros varios desempeñados por sus antecesores104. Su candidatura, sin embargo,
fue completamente ignorada, no solamente por el Virrey, sino también por todos los
regentes del Consejo, ya que no llegó a figurar en ninguna terna, general ni particular.
Al tener que competir con pretendientes de más acrisoladas virtudes, su condición de
alicantino difícilmente podía llegar a favorecerle.
Su paisano, D. Francisco Martínez de Vera, tuvo asimismo ocasión de compro-
barlo unos cuantos años más tarde, cuando en 1678 figuró como candidato; esta vez,
encabezando la terna del Consejo, frente a la propuesta por el Virrey. El resumen de
las razones que aconsejaban su designación para el oficio hace pensar en su probable
condición –pasada o presente– de Subrogado, pues en el borrador de la preceptiva
consulta se valoraba expresamente «la habilidad del sujeto….pues por su mano se han
pacificado los bandos mas sangrientos y numerosos que ha habido en aquellas comar-
cas». A tenor de una serie de consideraciones, entre las que se destacaba la holgada
posición económica de D. Francisco, «que es requisito muy preciso para este empleo,
pues vale muy poco y esta expuesto a muchos gastos», el Consejo le juzgaba como
«el mas a propósito que en la coyuntura presente puede haber para esta ocupación…..
sin que le parezca que puede obstarle el ser natural de Alicante». Sin embargo, debió
ser precisamente esta última apreciación la que determinó que la designación recayera
finalmente sobre el segundo de la lista: D. Juan de Cardona105.
Quedaba así de manifiesto la preferencia de la Corona por el personal foráneo, a
la hora de proveer la plaza de Portantveus de Orihuela. Aunque esta circunstancia no
llegó a funcionar como requisito indispensable, la práctica demuestra la conveniencia
del desarraigo, como elemento a valorar en los altos oficiales jurisdiccionales de la
101. ACA: CA, leg 759, exp. 7/10, consulta del Consejo de Aragón, de 13 de mayo de 1664.
102. Ibídem, exp. 7/15-17, memoriales de D. Francisco Perez de los Cobos, de 1664 y 1663.
103. Ibídem, exp. 7/11, consulta del Consejo de Aragón, de 15 de julio de 1664.
104. Ibídem, exp. 7/16, memorial de D. Pedro Sanz, de 1663.
105. ACA: CA, leg. 797, exp. 33/1-4, borrador y consulta del Consejo de Aragón, de 8 de septiembre de
1678, y terna del Virrey, de 27 de septiembre de 1678. La referencia, en el segundo documento mencio-
nado, a la conveniencia de «dar los motivos por que no se conforma el Consejo con la terna del Virrey»
sugiere un posible error en las fechas. Como ya se ha dicho, D. Juan de Cardona se excusó y la plaza
recayó en D, Francisco Guerau y Ciurana.
Corona, para garantizar una mayor eficacia en la acción de gobierno. Para acrecentar la
autoridad y la independencia de los gobernantes resultaba esencial el debilitamiento de
los vínculos que pudieran atarles con los gobernados; y el mejor modo de propiciar esta
situación era acudiendo a servidores alejados de intereses locales. La provisión de los
oficios de Lugarteniente y de Subrogado de la Gobernación no se regía, en cambio, por
estos principios, pues su concreta incardinación en el sistema administrativo exigía un
perfil algo distinto; pero sí parece evidente en el caso del Portantveus, como supremo
representante de la jurisdicción regia en el territorio106.
Nobles empleados en el servicio regio que aspiraron, sin éxito, a la plaza que se
viene considerando fueron, asimismo, el propio asesor de la Gobernación, Dr. Hilarión
Palmir, en 1663, tras serle comunicada su jubilación como jurista107; y, en 1678, el
Conde de Anna y D. Luis Pallás y Vallebrera, en ambos casos con varios años de
experiencia como receptores de la Baylía de Valencia108. Otros, como el Lugarteniente
General de la Orden de Montesa, D. Juan Ferrer, sí llegó a obtener la plaza en 1607,
inaugurando el periodo de sucesión en el mismo para dicho linaje.
Pero, más allá de los méritos contraídos en el ejercicio de oficios de la administra-
ción real, también la fidelidad a la Corona y, sobre todo, la actitud o el comportamiento
personal mostrados en momentos de especial significación política, fueron elementos
altamente valorados. Así ocurrió con D. Ximén Pérez Pertusa, cuya activa participación
durante el movimiento agermanado en el bando realista debió tener alguna influencia
en su designación posterior para ejercer la plaza de Orihuela109.
En consulta fechada el 29 de septiembre de 1656, el Consejo, siguiendo las suge-
rencias del Virrey, desestimó la candidatura de D. Luis Mercader para la tercera posi-
ción de la terna, e introdujo en su lugar a D. Diego Sanz de la Llosa «por ser cavallero
de buenas prendas que ha servido en Cataluña y en los Estamentos y servicios que se
han hecho a Su Magd. en el Reyno ha prozedido con satisfacción». Como a todo ello se
añadía su condición de «hijo y nieto de ministros que también sirvieron a Su Magd. en
plazas de judicatura de la real Audiencia de Valencia», D. Diego acabaría haciéndose
finalmente con la titularidad de la Gobernación110. Su elección no llegaría a materia-
lizarse en este preciso momento, puesto que Felipe IV optó, inopinadamente, por un
pretendiente que no figuraba en ninguna terna –D. Luis Ferrer Aragón y Apiano–; pero
sí un año más tarde, cuando se produjo nueva vacante, y a pesar de que D. Diego no
106. Para el caso del Lugarteniente vid. BERNABÉ GIL, David: «Oficiales de la Gobernación….», Op. cit,
espec. pp. 575-577
107. ACA: CA, leg. 759, exp. 7/5, memorial del Dr. Hilario Palmir, de 1663.
108. ACA: CA, leg. 797, exp. 33/4, borrador de consulta del Consejo de Aragón, de 1678; exp. 33/2, terna
del Virrey, de 27 de septiembre de 1678.
109. Refiere esa actuación, precisamente en la batalla de Orihuela, ESCOLANO, Gaspar: Op, cit., pp. 693 y
ss.
110. ACA: CA; leg. 736, exp. 17/19, consulta del Consejo de Aragón, de 29 de septiembre de 1656.
llegó a pasar de la tercera posición en ninguna de las varias ternas que se confecciona-
ron para esta nueva ocasión111.
Conscientes del valor otorgado a una actitud contemporizadora con la Corona en
sus relaciones con los estamentos, algunos candidatos no olvidaron incluir este mérito
en la exposición de sus curricula. Así lo hizo D. Guillem Carroz, cuando en sendos
memoriales de 1656 y de 1657 añadía a la larga lista de servicios realizados, su leal y
ejemplar intervención mostrada «en las Cortes que V. Magd. fue servido celebrar en el
año 1645, procurando se efectuase el real servicio»112. Perteneciente a un linaje de larga
tradición en diferentes oficios de la administración regia, D. Guillem llegó a encabezar
dos ternas consecutivas propuestas por el Virrey el l de febrero de 1656 y el 28 de octu-
bre de 1657; pero el Consejo estimó conveniente excluirle finalmente –en consulta de
7 de febrero de 1658– al habérsele imputado un homicidio, cometido –al parecer– de
forma «casual y sin premeditación alguna»113.
Menos posibilidades de resultar elegido tuvo el generoso Juan Pertusa cuando
presentó por primera vez su candidatura en 1664. Pero, a la hora de exponer los méri-
tos –seguramente escasos– que le avalaban, no podía dejar al margen sus actuaciones
como síndico del estamento real. Aunque el Virrey lo colocó en tercer lugar de la terna,
destacaba del pretendiente, además de haber ejercido oficios municipales en Valencia,
como justicia criminal y jurado, que «en las ocasiones de estamentos siendo sindico a
obrado con fineza»114. A Pertusa le tocó lidiar con candidatos de mayor enjundia, pero
su posición en la terna fue mejorada por el voto particular de algunos consejeros115; y
en 1671 su nombre volvió a figurar nuevamente en las propuestas al efecto116
En sentido contrario, la más mínima sospecha sobre el comportamiento pertur-
bador del candidato en el seno del estamento militar o la evidencia de haber incurri-
do en notoria desafección ante las demandas regias expresadas en cortes del Reino
podían resultar definitivas para su exclusión. Para la provisión del oficio en 1658 el
Consejo rechazó al barón de Manises, D. Felipe Boil –hijo de quien fuera Gobernador
de Valencia, D. Bernardo Boil– «aunque le propuso en las consultas antecedentes en
segundo lugar, por haver reconocido después que en las relaciones que hizo el Virrey
de los sujetos que procedieron con desatención en las materias del estamento militar
fue uno de ellos Don Phelipe Boil»117. Contaba entonces el barón de Manises con 38
años de edad; y es posible que con el transcurso del tiempo fuera cambiando su acti-
tud, pues en la vacante producida seis años más tarde, contó con el decidido apoyo del
111. ACA: CA; leg. 664, exp. 31/1, consulta del Consejo de Aragón, de 7 de febrero de 1658.
112. ACA: CA; leg. 736, exp. 17/7, memoriales varios de D. Guillem Carroz, de octubre de 1656; leg. 664,
exp. 18/2, memorial de D. Guillem Carroz, de 1657.
113. ACA: CA; leg. 664, exp. 31/1, consulta del Consejo de Aragón, de 7 de febrero de 1658.
114. ACA: CA; leg. 759, exp. 7/10, terna del Virrey, de 13 de marzo de 1664.
115. Ibídem, exp. 7/9-10, consultas del Consejo de Aragón, de 7 de mayo y 10 de junio de 1664.
116. ACA: CA, leg. 777, exp. 21/2– 4, terna del Virrey, de 31 de marzo de 1671, y consulta del Consejo de
Aragón, de 27 de mayo de 1671.
117. ACA: CA, leg. 664, exp. 31/1, consulta del Consejo de Aragón, de 7 de febrero de 1658.
nuevo Virrey y del Monarca –además de una parte del Consejo de Aragón–, hasta el
punto de resultar elegido para el cargo. Solo que, ahora, D. Felipe se excusó, alegando
motivos de salud118.
Pertenecían los Boil a un linaje «de mucha sangre«119 y «de los de mayor calidad
de aquel Reyno»120; pero no todos sus miembros destacaron siempre como leales servi-
dores de la Corona o de sus altos representantes, contrariamente a lo que se afirmaba en
una anotación anónima –posiblemente del Vicecanciller del Consejo de Aragón– que
acompañaba a una consulta de 1664. La indicación se refería ahora a la idoneidad de D.
Pedro Boil, barón de Borriol, para encabezar la terna de la Gobernación oriolana, aun-
que venía propuesto en segundo lugar por el Virrey. En el Consejo cundía la sospecha
de que tampoco este miembro del linaje aceptaría el oficio, en caso de resultar elegido;
pero también había algunas reticencias en su contra por otro motivo. Según se afirmaba
en otra anotación a la mencionada consulta «en algunas ocasiones del servicio de V.
Magd. que se han offrecido en aquel Reyno no ha mostrado ser sus dictamenes muy
conformes a sus obligaciones y particularmente en el enquentro que tuvo el [Virrey]
Marques de Camarasa el dia del Corpus del año 1661con los jurados [de la ciudad de
Valencia] sobre la forma de acompañarle, en que fomento Don Pedro las quexas de
la ciudad, procurando que las asistiesen los estamentos»121. Para la mayor parte de
los consejeros, sin embargo, la posición del barón de Borriol durante el altercado no
constituía indicio suficiente de desafección, pues «en una o otra ocasión puede errar el
entendimiento»; por consiguiente «el decir que es enemigo del servicio de V.Mgd. es
de gran reparo en hombre que tiene de las primeras calidades del Reyno, que toda su
casa ha dado tantas muestras de su lealtad»122. Ante esta división de criterios, Felipe
IV decidió aplazar la provisión del oficio hasta conocer el informe escrito del anterior
Virrey, el Marqués de Camarasa, «acerca del proceder de Don Pedro Boil en las mate-
rias del servicio de Su Magd.»123. Y, a juzgar por la resolución final del caso, el relato
de Camarasa debió resultar determinante, pues la designación recayó finalmente en el
Marqués de la Casta, cuya candidatura había contado con el apoyo decisivo del actual
Virrey, el Marqués de San Román124.
La exclusión de D. Pedro mostraba la importancia de la fidelidad inquebranta-
ble como elemento a valorar por la Corona a la hora de decidir en quien depositar su
confianza para desarrollar con garantías las funciones gubernativas. Pero, al igual que
había ocurrido con el barón de Manises, el de Borriol también habría de tener tiempo
y ocasión para disipar cualquier duda sobre su leal posición y mostrar la improceden-
118. ACA: CA, leg. 759, exp. 7/10-11, terna del Virrey, de 13 de marzo de 1664; consulta del Consejo de
Aragón, de 15 de julio de 1664.
119. ACA: CA, leg. 736, 17/2, consulta del Consejo de Aragón, de 29 de julio de 1656.
120. ACA: CA, Leg 664, 31/1, consulta del Consejo de Aragón, de 7 de febrero de 1658.
121. ACA: CA, Leg 759, 7/12, anexo a consulta del Consejo de Aragón, de 15 de julio de 1664.
122. ACA: CA, leg. 759, 7/13, anexo a consulta del Consejo de Aragón, de 15 de julio de 1664.
123. ACA: CA, leg. 759, 7/14, respuestas a la consulta del Consejo de Aragón, de 18 y 24 de julio de 1664.
124. ACA: CA, leg. 759, 7/11, consulta del Consejo de Aragón, de 15 de julio de 1664.
cia de esas sospechas que, de algún modo, podían contribuir a manchar una tradición
familiar de servicio. Para recoger los frutos de esa actitud aun tendría que esperar, sin
embargo, algún tiempo; concretamente, hasta la vacante producida en 1675 nuevamen-
te en la Gobernación de Orihuela. Fue entonces cuando, al encabezar la terna virreinal
«por su gran calidad y canas, virtud y entereza, y todas buenas partes y por lo que el y
todos los suios han servido a V.Mgd.», el Consejo no tuvo inconveniente en respaldar
la candidatura de D. Pedro; ni él, en aceptar su nombramiento125.
El servicio a la Corona, realizado con una lealtad sin fisuras a través de las múl-
tiples facetas en que podía expresarse aquella voluntad, bien en el ejército, bien en el
desempeño de cargos, pero también en actitudes y comportamientos solidarios con sus
aspiraciones políticas, operaba como un activo que sobrepasaba el ámbito de lo indivi-
dual, para convertirse en una especie de patrimonio familiar. Tan importante como el
mérito personal podía llegar a ser, si aun no se había tenido oportunidad de cultivarlo
con la suficiente amplitud o intensidad, el que se había ido acumulando, generación
tras generación, en un mismo linaje. Los servicios de los antepasados cobraban así
una dimensión casi equiparable a los propios, al tiempo que éstos mismos podían ser
aprovechados por generaciones futuras; e incluso los realizados por todo tipo de fami-
liares.
Aunque para el siglo XVI no disponemos de memoriales de pretendientes, la
proximidad del padre y del hermano de D. Juan Quintana –D. Pedro, en ambos casos–
a las reales personas de Carlos V y de Felipe II no debió ser ajena a su nombramiento
para la plaza de Orihuela en 1581126. Como tampoco podía pasar desapercibida la larga
tradición de los Vique en el real servicio, a través de la ocupación de la Baylía General
de Orihuela desde mediados del siglo XVI –por ejemplo–, para sustentar la gracia
otorgada a D. Alvaro en 1588.
En 1606, el pretendiente D. Luis Blasco completó su hoja de servicios perso-
nales con referencias a destacados antepasados que mostraron su lealtad en «cosas
memorables contra los comuneros», a un tío que fue Dean en Valencia e Inquisidor en
Barcelona y a un hermano que murió en el asalto de Ostende127. Medio siglo más tarde
D. Guillem Carroz tampoco olvidó mencionar «los servicios continuados de Padre,
tio y Aguelos assi en el officio de Bayle General como en otros de que consta a V.
Magd.»128. Y, este mismo año, D. Diego Sanz de la Llosa detallaba los cargos ocupa-
dos por su abuelo D. Ramón –«34 años continuos en los oficios de Assesor del Bayle
General, Abogado Patrimonial del Consejo Criminal y del Civil y los 20 y mas de
Lugarteniente de Thesorero General de V.Magd. en aquel Reyno»– y por su padre D.
Baltasar –además de 26 años en los dos primeros oficios anteriores, «de Assesor de la
125. ACA: CA, leg. 787, 99, terna del Virrey, de 27 de agosto de 1675; y consulta del Consejo de Aragón,
de 4 de noviembre de 1675.
126. ESCOLANO, Gaspar: Op. cit., pp. 522-524.
127. ACA: CA, leg. 866, exp. 28/1, memorial de D. Luis Blasco, de 30 de agosto de 1606.
128. ACA: CA, leg. 736, exp. 17/8, memorial de D. Guillem Carroz, de 1656.
129. ACA: CA, leg. 736, exp. 17/16, memorial de D. Diego Sanz de la Llosa, de 1656.
130. ACA: CA, leg. 736, exp. 17/88, memorial de D. Pedro Xiner, de 1656
131. ACA: CA, leg. 759, exp. 7/16, memorial de D. Pedro Sanz, de 1663.
132. ACA: CA, leg. 759, exp. 7/17, memorial de D. Francisco Pérez de los Cobos, de 1663.
133. ACA: CA, leg. 857, exp. 70/3, Memorial de D. Jerónimo Vallterra Blanes y Brisuela, de 1700.
caso para encabezarlas, y sin que pueda asegurarse que existieran memoriales de los
interesados con las correspondientes alegaciones de méritos134. Los dos últimos eran
descendientes directos de regentes del Consejo de Aragón, mientras que Blanes era
hijo del Lugarteniente del Tesorero General; pero por diversas circunstancias no obtu-
vieron la Gobernación oriolana, debiéndose conformar quizás alguno de ellos con otros
empleos en el real servicio.
Independientemente de que llegara a resultar finalmente uno de los elementos
determinantes en la elección, la continua referencia a estos antecedentes familiares
por parte de los pretendientes pone de manifiesto la importancia que se otorgaba a la
sangre como vía de transmisión y conservación de los méritos contraídos por el linaje.
La vinculación familiar con otros oficiales regios que habían servido de forma satis-
factoria constituía, además, un aval de fidelidad e incluso de cierta capacidad para el
desempeño del cargo, que incrementaba las posibilidades de resultar elegido.
El discurso enaltecedor del parentesco, que legitimaba y favorecía la formación
de amplias redes familiares y clientelares en la administración regia –y no sólo en
ella–, tenía, sin embargo, su necesario contrapunto en la doctrina defensora de la ecua-
nimidad, contraria al nepotismo. En aplicación de este principio, los miembros del
Consejo no podían votar las ternas en que figurase algún pariente propio hasta el cuar-
to grado, sino que –como se ha dicho más arriba– debían presentar su propia terna y
abandonar momentáneamente el recinto donde se iba a proceder a la votación general.
Esta situación ha podido ser documentada en nueve ocasiones –distribuidas en cinco
años: 1656, 1657, 1664, 1671 y 1678– y, sobre todo cuando afectaba a más de un
consejero, propiciaba la formación de muchas ternas, pues cada propuesta particular
solía ampliar el número de candidatos135. Los nuevos nombres introducidos por los
votos particulares, además, podían inducir a la realización de sucesivas votaciones
en las que, a su vez, podían excluirse consejeros con relación de parentesco. El pro-
cedimiento seguido posibilitaba, por tanto, que cualquier consejero, aunque estuviera
impedido para la votación general, forzase la exclusión de otros colegas mediante la
táctica de incluir en su terna particular candidatos con relaciones de parentesco entre
aquéllos. En definitiva, el juego de las componendas no impedía que pudiera encabezar
la terna un candidato con relaciones familiares en el Consejo. Pero esta circunstancia
solo se produjo, de los cuatro años mencionados, en 1664, cuando resultó elegido el
Marqués de la Casta, pariente del consejero de capa y espada, el Conde de Albatera.
Por lo demás, el número de candidatos que optaron al oficio con las miras puestas en
el posible apoyo que pudieran obtener de un consejero familiar –incluidos los que
concurrieron involuntariamente o sin haber manifestado expresamente su intención de
134. ACA: CA, leg. 777, exp. 21/4, terna del Virrey, de 31 de marzo de 1671; leg. 787, exp. 99, terna del
Virrey, de 27 de agosto de 1675; leg. 857, terna del Virrey y consulta del Consejo de Aragón, de agosto
de 1700.
135. ACA: CA, leg. 736, exp. 17; leg. 664, exp. 31/1-2; leg. 740, exp. 31/1-3; leg. 759, exp. 7/7-11; leg. 777,
exp. 21/2; leg. 797, exp. 33/1.
hacerlo– alcanzó la cifra de nueve, para un total de 52; lo que representa una escasa
proporción del 18%136.
Finalmente, entre los méritos destacables de los candidatos también solía hacerse
expresa alusión, por parte de quienes tenían que valorar sus aptitudes, a una serie de
cualidades y virtudes que adornaban su personalidad. Las referencias a estas capa-
cidades individuales podían ensalzar aspectos peculiares del carácter psicológico de
los candidatos; pero lo más habitual consistía en recurrir a una serie de epítetos, en
su mayor parte perfectamente codificados –y, por tal motivo, un tanto manidos por el
uso reiterado–, para dar cuenta de su idoneidad. El «buen juicio», la «prudencia», la
«mucha calidad», el «buen celo», las «buenas prendas», la «experiencia», la «capaci-
dad», las «buenas partes», las «canas», la «entereza», el «talento», la «aplicación», la
«buena conducta», eran virtudes que, agrupadas en combinaciones de varios elementos,
aparecen con frecuencia en las valoraciones justificativas de las ternas propuestas.
En la designación para ejercer el oficio intervenía, por consiguiente, una serie
de elementos que, en general, era suficientemente conocida, tanto por los potenciales
aspirantes como por los sectores de la administración implicados en el proceso selecti-
vo. Y en ese conglomerado de variables a considerar, era el diverso peso específico de
cada una, de incierta ponderación, lo que facilitaba la concurrencia de candidatos. La
naturaleza aparentemente discrecional pero sólo hasta cierto punto impredecible de la
decisión final –reservada al Monarca– no impedía, sin embargo, que, de forma tácita,
el lenguaje y los elementos discursivos manejados por unos y otros se orientaran no
solamente a la conformación de una determinada concepción sobre el sentido profundo
de esta específica modalidad de administración de la gracia, sino también al estableci-
miento de una cierta jerarquía entre los condicionantes por los que ésta había de regir-
se. El lugar que ocupaba en esa implícita ordenación interna cada uno de los méritos
esgrimidos podía traducir una gradación de los criterios operativos en cada coyuntura
o etapa histórica y, de ese modo, reflejar aspectos relevantes del sistema de valores
vigente; pero no alcanzó el grado de rigidez necesario para hacer de la designación
final un acto de significado perfectamente previsible. Tan importante como conocer
la personalidad de los agraciados en los nombramientos es, por tanto, atender a los
procesos previos para tratar de reconstruir, en la medida de lo posible, los caminos que
condujeron hasta aquellas decisiones; y, de ese modo, encontrarles un sentido.
136. Mantenían relaciones de parentesco con algún miembro del Consejo de Aragón los siguientes can-
didatos: D. Juan de Castellví, con el Vicecanciller, en 1656; D. Guillém y D. Antonio Carroz, con el
Conde de Albatera, en 1656 y en 1657; D. Pedro Sanz, con el regente D. Antonio Ferrer, en 1664; el
Marqués de la Casta, con el Conde de Albatera, en 1664; D. Felipe Boil, con el Vicecanciller, en 1664;
Juan Pertusa, con el regente D. Antonio Ferrer, en 1671; D. Josep de Blanes, con el Vicecanciller, en
1671; el Conde de Anna, con el regente D. Antonio de Calatayud, en 1678. Referencias documentales
en nota anterior.
Tabla 1
Titulares del oficio de Portantveus de Gobernador General de Orihuela
Titular Años
D. Pedro Maza de Lizana y Carroz 1521-1546
D. Ximen Pérez Pertusa 1546-1548
D. Guillem de Rocafull 1548-1553
D. Nuño del Aguila 1553
D. Juan de Moncayo 1553-1566
D. Enrique de Palafox 1566-1581
D. Juan Quintana 1581-1586
D. Ximen Pérez Calatayud 1586-1588
D. Alvaro Vique y Manrique 1588-1607
D. Juan Ferrer y Calatayud 1607-1626
D. Luis Ferrer y Proxita 1626-1645
D. Gerardo Ferrer y Proxita 1645-1656
D. Luis Ferrer Aragón y Apiano 1656-1657
D. Diego Sanz de la Llosa 1658-1664
El Marqués de la Casta 1664-1671
D. Francisco de Calatayud 1671-1673
D. Miguel de Fenollet 1673-1675
D. Pedro Boil y Borriol 1675-1678
D. Francisco Guerau Ciurana 1679-1685
D. Juan de Cardona 1685-1686
D. Jaime Antonio Borrás 1686-1692
D. José de Borja Llansol 1693-1700
D. Vicente Falcó y Blanes 1700-1706
NOTA: En una publicación anterior («Oficiales de la Gobernación General y oligarquía municipal en Orihuela
durante el siglo XVII», en FERNÁNDEZ ALBALADEJO, Pablo (ed.): Monarquía, Imperio y Pueblos en la
España Moderna, C.A.M.-Universidad de Alicante, A.E.H.M., Alicante, 1997, p. 580) incluí ya un listado
de Gobernadores como «ANEXO I. TITULARES DEL OFICIO DE PORTANTVEUS DE GOBERNADOR
GENERAL DE ORIHUELA (datos provisionales)», en el que señalaba «el carácter de provisionalidad» que
afectaba a un buen número de datos cronológicos, expresamente marcados con signos de interrogación. La
TABLA que ahora se ofrece invalida, por tanto, aquella otra, a la que sustituye de manera definitiva.
Tabla 2
Candidatos al oficio de Portantveus de Gobernador de Orihuela
(a partir de 1588)
Año Candidatos Observaciones
1588 D. Alonso Zanoguera Elegido y renuncia
D. Alvaro Vique y Manrique Elegido
1606 D. Juan Ferrer y Calatayud Elegido
D. Francisco Crespí de Valldaura
D. Luis Blasco
D. Francisco Milán de Aragón
D. Baltasar Ladrón
D. Francisco de Borja
D. Felipe Borriol
1656 D. Luis Ferrer Aragón de Apiano Elegido y promocionado al año
siguiente
D. Guillem Carroz
D. Juan de Castellví Villanova
D. Antonio Carroz
Juan Cascant García de Lasa
D. Felipe Boil
D. Luis Mercader
D. Diego Sanz de la LLosa
D. Pedro Giner
D. Gaspar de Proxita
D. Enrique Escorcia y Ladrón
1657/8 D. Diego Sanz de la Llosa Elegido
Candidato el año anterior
D. Guillem Carroz Candidato el año anterior
Juan Cascant García de Lasa Candidato el año anterior
D. Felipe Boil Candidato el año anterior
D. Luis Mercader Candidato el año anterior
D. Juan de Castellvi Villanova Candidato el año anterior
D. Pedro Boil de Arenós
D. Luis Maza de Lizana
Juan Pertusa
1661 D. Diego Sanz de la Llosa Reelegido
1664 D. Felipe Boil Elegido y renuncia
Candidato en 1656 y 1657
El Marqués de la Casta Elegido
D. Pedro Boil de Arenós Candidato en 1657
Juan Pertusa Candidato en 1657
D. Francisco Pérez de los Cobos
D. Francisco Ferrer Calatayud
D. José de Calatayud y Pallás
D. Pedro Sanz
D. Francisco Artes y Muñoz
D. Francisco Despuig
Dr. Hilarión Palmir
D. Luis Pallás
1667 El Marqués de la Casta Reelegido
1671 D. Francisco de Calatayud y Villarrasa Elegido
D. Juan Pertusa Candidato en 1657 y 1664
D. Josep de Blanes
D. Josep de Borja y Llansol
1673 D. Francisco Valls y Castellví Elegido y renuncia
D. Miguel Fenollet Elegido
D. Antonio Carroz
D. Vicente Figuerola
1675 D. Pedro de Boil y Arenós Elegido
Candidato en 1657
El Conde de Ana
D. Francisco de Villacampa
1678 D. Juan de Cardona Elegido y renuncia
D. Francisco Guerau y Ciurana Elegido
D. Luis Pallás y Vallebrera Candidato en 1664
D. Francisco Artes y Muñoz Candidato en 1664
D. Vicente Figuerola y Vives Candidato en 1673
El Conde de Ana Candidato en 1675
D. Jaime Borrás
D. Francisco Martínez de Vera
1682 D. Francisco Guerau y Ciurana Reelegido
El Conde de Casal
D. Antonio Boil
1686 D. Jaime Antonio Borrás Elegido
Candidato en 1678
1689 D. Jaime Antonio Borrás Reelegido
D. Ventura Ferrer
1693 D. Josep de Borja y Llansol Elegido
Candidato en 1671
D. Vicente Falcó y Blanes
D. Andrés Monserrate
1697 D. Josep de Borja y Llansol Reelegido
1700 D. Vicente Falcó y Blanes Candidato en 1693
D. Andrés Monserrate Crespí de Valldaura Candidato en 1693
D. Sebastián Pertusa
D. Jerónimo Vallterra Blanes y Bizuela
Nombres en negrita: candidatos que resultaron elegidos
Nombres en cursiva: candidatos que ya lo habían sido anteriormente en alguna ocasión
APENDICE DOCUMENTAL
I
Señor. Aviendo suplicado a V. Magd. Fuese de su real servicio hacerme merzed
atento a mi vejez y poca salud de darme gobierno para dexar mi cargo de governador
de origuela no fue servido V. Magd. dello mandándome proseguir mis servicios en
dicho cargo obedesi a V. Magd. Y e servido en el después aca tres años con los quales
ha veinte que sirvo dicho oficio y en el de governador de Xativa servi otros tres y
cinco de paje de Su Magd. questa en el cielo y diez y seys le servi de soldado alférez y
capitan hallándome en las jornadas que en mis papeles an visto los del Consejo de V.
Magd. Y en los dichos tres años últimos que he servido en mi gobierno prendiendo y
justiciando muchos delinquentes he hecho muy gran servicio a dios y a V. Magd. ase-
gurando aquella parte de Reyno que llego a estar muy perdida y en esto he acabado de
consumir la poca hacienda que me quedaba de mi patrimonio y e perdido mi salud de
suerte que no puedo acudir a las obligaciones de mi cargo y mas con los trabajos que
me an sobrevenido por la muerte de don Pedro mi ermano cuyo sucesor soy y asi ternia
cargada mi conciencia si por mi ubiese falta en aquel gobierno atento a esto suplico a
V. Magd. con la umilda que puedo sea del real servicio de V. Magd. hazerme merze
de darme su grata licencia para dexar mi cargo y en consideracion de mis servicios
aquí referidos a V. Magd. de quarenta y quatro años los quales suceden a todos los de
mis antecesores y también que dexo ya a don diego mi hijo mayorazgo en servicio de
V. Magd. en Napoles que seguira mis pasos y los de sus pasados suplico a V. Magd.
atento a todo lo dicho me haga las merzedes que en mis memoriales pido a V. Magd.
mostrando publica satisfacion de mis servicios para que yo me retire a mi casa con la
reputación y galardón que merezen los gastos y trabajos que fuera della he sustentado
sirviendo a V. Magd. y si no he servido conforme lo he deseado y procurado suplico
umilmente a V. Magd. supla lo quen esto puedo haver faltado la real clemencia y gran-
deza de V. Magd. pues he servido con celo de onrrado caballero. Guarde nuestro Señor
la Real y católica persona de V. Magd. como la christiandad a menester. De Valencia a
4 de otubre año 1607. Don Alvaro Vique y Manrrique (rubrica).
(ACA: CA, Leg. 701, exp. 48/1)
II
Señor: Don Alvaro Vique dice que ha servido a V. Magd. quarenta y quatro años
los cinco de paje a la Catholica del Rey Don Phelippe que esta en el cielo padre de
V. Magd. y dos diez y seis de soldado Alferez y Capitan, hallandosse en jornadas y
occassiones ymportantissimas como se veen por los papeles que de ellas ha mostrado
y tres años de Governador de Jatiba y veinte de Origuela que ahora exerce, y en todos
con la satisfacion que ha sido notoria los quales dichos servicios por haverlos hecho
fuera de su casa le han sido de grandissima costa y quiebra de salud, por lo que se teme
de no poder acudir como hasta aquí a las obligaciones de su officio y al presente que
por fallecimiento de Don Pedro Vique su hermano le vino el mayorazgo de su casa con
lo qual se le han recrescido tantos pleitos que si no es cargando su conciencia no los
puede dejar de defender por ser sobre hacienda de sus hijos. Por todo lo qual supplica
a V. Magd. muy humilmente sea de su Real servicio mandarle dar grata licencia para
dejar el dicho cargo de gobernador de Origuela, y que en recompensa del y galardón
de dichos servicios se le haga merced del officio de Credenciero de la dicha Ciudad
de Origuela para si y sus descendientes, que le pueda servir por substituto que sea de
confianza, el qual dicho officio vale ducientos y veinte ducados pocos mas o menos y
vaca por muerte de Gaspar Remiro de Espejo.
Ansi mesmo el dicho Don Alvaro Vique ha que tiene el havito de Santiago treinta
y un años, y diez y seis la encomienda de Fradel, que vale quatro mil Reales Supplica a
V. Magd, se sirva de mejorarsela y hacerle merced de alguna pension sobre el obispado
de Mallorca para Don Alvaro Vique su hijo, con que pueda proseguir sus estudios, y en
el interim que V. Magd. es servido de mandarlo hacer esta merced que supplica mande
se le pague en su casa el sueldo de su cargo, que es seiscientos escudos como se ha
hecho con otros mostrando con esto la satisfacion de sus servicios y poder retirarse con
la reputación y nombre de perpetuo criado de V. Magd.
(ACA: CA, Leg. 866, Exp. 88/2)
remediar eficazmente estos daños, y suplica el Virrey que se tome breve resolución
antes que de todo punto se pierda la quietud de aquel distrito.
Aunque el Consejo por la satisfacion que tiene del proceder de Juan Cascant
Garcia de Lasa caballero de la Orden de Santiago y Lugarteniente deste Gobierno le
consulto en primer lugar en las dos consultas antecedentes, deja de proponerle ahora,
por lo que escribe el Virrey en las dos ultimas cartas referidas de los homicidios que
han sucedido en aquella Governacion, en que dize esta incluida la Nobleza con quien
tiene tantos vínculos de sangre el dicho Juan Cascant. Y asi propone el Consejo
En primer lugar a Don Diego Sanz de la Llosa caballero de muy buena intención
y partes, y que ha servido a V. Magd. en Cathaluña particularmente en las occassiones
del socorro de Tarragona y sitio de Tortosa, y que en los estamentos y servicio que ha
hecho el Reyno de Valencia ha procedido siempre con mucha satisfacion y se halla
con la calidad de hijo y nieto de ministros de V. Magd. que sirvieron en las Plazas de
aquella real Audiencia con toda aprobación.
En segundo a Don Juan Pertusa cuyo es el lugar de Vinalesa cavallero de mucha
calidad y de conocidas prendas, de buen juicio y zelo del servicio de V. Magd. y que
dara muy buena cuenta deste empleo.
En tercero a Don Antonio Carroz capitán de cavallos de una de las compañías de
la costa de aquel Reyno, que viene propuesto en el mismo lugar por el Virrey.
El Consejo excluye para esta provission a Don Guillem Carroz que viene en pri-
mer lugar por el Virrey, por la muerte que se le imputo. A Don Juan de Castelvi por no
tenerle por a propósito para este empleo. Y a Don Phelipe Boyl Varon de Manises (aun-
que le propuso en las consultas antecedentes en segundo lugar) por haver reconozido
después que en las relaciones que hizo el Virrey de los sujetos que procedieron con
desatención en las materias del estamento militar fue uno de ellos Don Phelipe Boyl.
El Conde de Albatera se salió del Consejo antes de tratarse de la proposición por
ser Pariente de Don Guillem Carroz y de Don Antonio Carroz que vienen propuestos
por el Virrey, haviendo propuesto antes. En primer lugar a Juan Cascant Garcia de Lasa
por lo que del va referido en las consultas antecedentes.
En segundo a Don Phelipe Boyl Varon de Manises hijo de Don Bernardo Boyl
Governador que fue de valencia caballero de buena capacidad y de los de mayor cali-
dad de aquel Reyno.
En tercero a Don Pedro Boyl de Arenos Varon de Boyl y Borriol caballero de
mucha calidad y de muy buenas partes, hallase en esta Corte haviendo venido a dar el
parabién a V. Magd. en nombre de aquel Reyno del felicisimo nacimiento del Principe
nuestro señor.
Don Vicente Pimentel y Moscoso se conforma con el Consejo en los que van
propuestos, y excluye a Don Pedro Boyl por ser el sugeto mas opuesto que ay en las
materias del servicio de V. Magd. que se tratan en el estamento militar de Valencia
como ha representado el Virrey en varias ocasiones. V. Magd. mandara nombrar el que
fuere servido. Madrid a 7 de Febrero 1658.
C. de Robres, Don P. Villacpa., Marta Rs. D. Pascal Aragon, R, D. Vicn. Moscoso,
Dn. Joseph de Pueyo, R. [firmas]
(ACA: CA, Leg. 664, exp. 31/1)
1. Este trabajo forma parte de las investigaciones que lleva a cabo el Grupo Consolidado de Investigación
Blancas, reconocido por el Gobierno de Aragón.
2. Sobre los diversos ámbitos de relación –intervencionista o no– entre el poder real y los concejos de la
Corona de Aragón se hace imprescindible el trabajo de síntesis de David Bernabé Gil. BERNABÉ GIL,
D. «Ámbitos de relación entre el poder real y los municipios de la Corona de Aragón durante la época
foral moderna», Estudis, nº 32 (2006), pp. 49-72. No podemos olvidar el puntual trabajo de TORRAS
I RIBÉ, J.M. «La desnaturalización del procedimiento insaculatorio en los municipios aragoneses bajo
los Austrias», Studia Historica. Historia Moderna, 15 (1996), pp. 243-258. Este estudio también está
publicado en ActasXV Congreso de Historia de la Corona de Aragón, tomo I, vol 2º, Zaragoza, 1996,
pp. 399-414. La interpretación de Torras tuvo respuesta en el trabajo de JARQUE MARTÍNEZ, E. y SALAS
AUSÉNS, J.A. «Monarquía, comisarios insaculadores y oligarquías municipales en el Aragón de la segunda
mitad del siglo XVII», Revista de Historia Moderna. Anales de la Universidad de Alicante, nº 19 (2001),
pp. 239-268.
3. Recordatorio de José Martínez Millán, quien ha hablado del tema en varias publicaciones. MARTÍNEZ
MILLÁN, J. «Las investigaciones sobre patronazgo y clientelismo en la administración de la Monarquía
Hispana durante la Edad Moderna», Studia Historica. Historia Moderna, 15 (1996), p. 94.
4. CASTELLANO, J.L. «La movilidad social. Y lo contrario», GÓMEZ GONZÁLEZ, I. y LÓPEZ-GUADALUPE
MUÑOZ, M.L. (Eds.), La movilidad social en la España del Antiguo Régimen, Granada, Comares, 2007,
p. 10.
5. Estamos plenamente convencidos de que los oficiales que participaban en las comisiones de insaculación
eran nombrados por el monarca para «recompensarles por sus servicios políticos o incluso pecuniarios»
–como apuntan E. Jarque y J.A. Salas en Monarquía..., op.cit., p. 247–, lo que no descarta que los titula-
res pudiesen prestar en ese momento unos servicios políticos parecidos a los ejecutados anteriormente.
Debemos tener en cuenta que tanto los «servicios» como sus respectivos «pagos» podían jugar con actua-
ciones «pasadas», «presentes» o «futuras».
6. COLÁS LATORRE, G. «Bartolomé Leonardo de Argensola y la rebelión aragonesa de 1591», en LEONARDO
DE ARGENSOLA, B. Alteraciones populares de Zaragoza. Año 1591, Zaragoza, Institución «Fernando el
Católico», 1995, pp. 71-72.
cia trataba de mantener el orden –función que los fueros aragoneses reservaban a la
Monarquía– con unas reglas que podían entrar en confrontación con los propios fueros
y con las normativas locales. Todo esto sin olvidar en ningún momento que los lugares
de señorío –donde no tenía competencias dicho justicia– podían servir de verdade-
ros «paraísos» de delincuentes, lo que restaba importancia al oficio creado para ejer-
cer una puntual jurisdicción criminal. En estas circunstancias era lógico que el cargo
despertase en sus inicios pocas simpatías entre los montañeses. Los concejos estaban
expectantes porque podían ver recortadas sus jurisdicciones y la pequeña nobleza (los
Abarca, Latrás, Bardají, Mur, Aragüés,...) –que utilizaba los actos de bandolerismo y
contrabando para mejorar sus exiguos ingresos– porque veía peligrar una fuente de sus
ingresos. La realidad demostró, en los primeros años de funcionamiento, que el cargo
era temible para los intereses de la pequeña nobleza altoaragonesa, ya que habían sido
apresados algunos de sus miembros. Ante esta situación, la pequeña nobleza en vez de
esforzarse por conseguir la desaparición del cargo pasó a intentar controlarlo –como
luego veremos– por temor a ser detenidos y por el poder que tenía, en nombre del rey,
de ordenar ahorcamientos, condenar a galeras,...13.
El sustento de los justicias de las montañas estaba asegurado con los 12.000 suel-
dos jaqueses que cobraban anualmente, pagados por cuatrimestre de las Generalidades
de Aragón14. También retribuía el General a los veinte soldados que tenía asignados
dicha magistratura, quienes tenían una paga mensual de «cuatro ducados de a once
reales» cada uno y el cabo de la escuadra cobraba otros tres ducados más15. Sin embar-
go, cuando la institución empezó a andar, el Consejo de Aragón reconoció que el salario
del justicia era corto. El primer justicia don Jerónimo [Fernández] de Heredia no tardó
en expresar su malestar –cuando informó que había vendido parte de su hacienda para
cumplir con el cargo– y solicitó al rey que le entregara a perpetuidad los alcaidados de
Ruesta y Candaljub (Candanchú), que valían 1.250 reales, a los que había que sumar
otros 400 derivados del arrendamiento de los derechos del castillo de Candanchú16.
Don Jerónimo logró ambos alcaidados. Desconocemos las particularidades del alcai-
dado de Ruesta. Por el contrario, tenemos noticias del de Candanchú17, ya que sabemos
13. DESPORTES BIELSA, P. «El Justicia de las Montañas», Serrablo, nº 108 (1998), p. 23. Entre 1585 y
1594 fueron detenidos Miguel de Latrás, señor de San Vicente; Barbalisa; Felipe de Bardají, señor de
Villanova; Bernard de Lana, lacayo de Lupercio Latrás; Marco de Allué, que había participado en las
alteraciones de Zaragoza ayudando al justicia de Aragón; y seis bandoleros.
14. SAVALL, P. y PENÉN, S. Fueros... op.cit. tomo I, p. 422. Dos ejemplos de ello, en A(rchivo) H(istórico
de) P(rotocolos de) Z(aragoza). Juan Escartín, 1591, ff. 237v-238r. A(rchivo) H(istórico) Pr(ovincial de)
H(uesca). Pedro Santapau, 1629, 1-IX, ff. 644v-645r.
15. SAVALL, P. y PENÉN, S. Fueros..., op.cit., tomo I, p. 422.
16. DESPORTES BIELSA, P. «El Justicia de las Montañas», op.cit., pp. 23-24, nota 10.
17. El castillo de Candanchú era a mediados del siglo XVI una «posesión del monarca, el cual lo cedía a
un vasallo que lo regía a cambio de un salario y unos beneficios, con la obligación de devolverlo en el
momento que el monarca lo considerara oportuno». DESPORTES BIELSA, P. «Actividad fronteriza en
el Pirineo aragonés: el castillo de Candanchú a mediados del siglo XVI», Serrablo, nº 104 (1997), pp.
29-30.
que un sucesor de don Jerónimo controló los ingresos inherentes al cargo de alcaide de
dicho castillo –amén de que también cumplía la mayoría de los requisitos personales
que se habían exigido hasta ese momento a los alcaides–18, consistentes en un salario
anual y en los ingresos que reportaba el derecho de la «rota»19 (era un impuesto espe-
cial que gravaba a toda persona –con mercancías o sin ellas– que pasaba por el puerto
de Somport tras la eliminación de la nieve que impedía el tránsito de personas y anima-
les durante el periodo invernal)20.
El justicia de las montañas de Aragón –cuyo distintivo o insignia era un bastón o
vara, a imagen y semejanza de la que llevaban otros justicias de los concejos aragone-
ses21– se debía ayudar de varios lugartenientes –uno como mínimo en cada valle que
gobernaba22– y de un jurista como asesor23. Sabemos que el justicia de las montañas
lo era de Jaca, Berdún, Bielsa, Biescas, los valles de Basa y Serrablo, el valle de Tena,
el valle de Aragüés del Puerto, San Esteban de Litera, Boltaña, Adahuesca, el valle
de Aísa, el valle de Hecho, Salvatierra, Gistau... También era alcaide de los castillos
18. Debían ser hidalgos, «personas recelosas y cuidadoras», de la localidad de Canfranc, personas acau-
daladas, que estuviesen bien «emparentados» para reunir gente contra cualquier invasión bearnesa,...
DESPORTES BIELSA, P. «Actividad fronteriza...», op.cit., pp. 30-31 y Serrablo, nº 105 (1997), pp. 21-24.
19. A mediados del siglo XVI el salario anual rondaba los 56 escudos y los ingresos por el derecho de la
«rota» podían llegar a los 100 ducados anuales. DESPORTES BIELSA, P. «Actividad fronteriza...», nº 105
(1997), op.cit. p. 21.
20. Tenemos constancia documental y bibliográfica de que el derecho de «rota» –hermanado al derecho de
«porta», con filiación con el arreglo de los caminos– fue arrendado por el caballero don Jerónimo Pérez
de Sayas, justicia de las montañas de Aragón. Así, el 19 de noviembre de 1656 Pérez de Sayas rescindió
el contrato vigente en ese momento por impago del arrendatario y acordó uno nuevo con Jaime de Fonz,
vecino de Canfranc, por un periodo de 10 años y un precio de 200 sueldos jaqueses anuales. AHPrH.
Vicencio Santapau, 1656, 19-XI, ff. 1050r-1052r. ÁLVAREZ, M. «Apuntes históricos sobre el municipio
de Canfranc», Pirineos, nº. 23 (1952), pp. 62-66. BOYA Y SAURA. L. El archivo de Canfranc. Inventario
y documentos, Huesca, Imprenta Martínez, 1972, pp. 15-19.
21. SAVALL, P. y PENÉN, S. Fueros..., op.cit., tomo I, p. 422.
22. Tenemos noticias de los lugartenientes del valle de Tena gracias al trabajo de GÓMEZ DE VALENZUELA,
M. La vida en el valle de Tena en el siglo XVII, Huesca-Sallent de Gállego, Instituto de Estudios
Altoaragoneses-Ayuntamiento de Sallent de Gállego, 2005, p. 58. También tenemos constancia del
nombramiento de lugarteniente que se hizo el 5 de abril de 1612 en el valle de Gistau. AHPrH. Pedro
Santapau, 1612, 5-IV, ff. 221r-221v.
23. Sabemos que en 1620 el asesor era el oscense doctor micer Juan de Olcina. En 1655 dicho cargo era
ocupado por el también oscense doctor José Esporrín. GÓMEZ DE VALENZUELA, M. Estatutos y Actos
Municipales de Jaca y sus montañas (1417-1698), Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 2000,
p. 433. B(iblioteca) N(acional de) M(adrid). Ms. 8382, ff. 188v-189v. PÉREZ COLLADOS, J.M. Una
aproximación histórica al concepto jurídico de nacionalidad. La integración del Reino de Aragón en
la monarquía hispánica, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1993, p. 258, nota 711. Por otra
parte, el 20 de mayo de 1645 el ciudadano barbastrense y jurista micer Domingo Caverni fue nombrado
asesor del justicia de las montañas en la zona de Barbastro –el nombramiento del virrey don Bernardino
Fernández de Velasco llevaba fecha de 24 de febrero de 1645–, sustituyendo al doctor José Andrés de
Buesa. AHPrH. Vicencio Santapau, 1645, 20-V, ff. 334v y ss.
de Candanchú y Ruesta24. Esto significa que dicho justicia tenía jurisdicción en una
amplia extensión territorial de la zona pirenaica y prepirenaica que llegaba hasta muy
cerca de Huesca, ciudad que quedaba fuera de su ámbito de actuación, al igual que la
ciudad de Barbastro y las villas de Sos, Uncastillo, Sádaba, Ejea de los Caballeros,
Tauste y Tamarite de Litera. Tal como hemos adelantado, tampoco tenía jurisdicción
en ninguno de los lugares de señorío que había dentro de los límites del distrito que
acabamos de señalar25.
De acuerdo con las funciones que tenía este oficio, debemos preguntarnos por la
ubicación de la sede donde ejercía el cometido de juzgar a los detenidos. Todo apunta
a que las causas se tramitaban en las poblaciones donde se iniciaban los procesos. En
la misma línea de actuación, los individuos detenidos y encarcelados eran retenidos en
las cárceles públicas de las localidades donde eran prendidos26. Esto no descarta que
la sede oficial de la magistratura pudiese estar en la ciudad de Huesca. Una referencia
documental indirecta nos sitúa la casa del justicia de las montañas de Aragón enfren-
te de una vivienda que llevó al matrimonio don Diego Vincencio de Vidania27. Esta
información se puede completar con el dato de que en 1664 dos soldados al servicio
de esta magistratura residían en Huesca cuando decidieron testar28. Además, el justicia
don Jerónimo Pérez de Sayas y sus sucesores aparecen citados en varios documentos
privados como domiciliados en la ciudad de Huesca29.
Otro asunto que tampoco está resuelto es el de las personas que ocuparon el citado
cargo real. El primer justicia de Jaca y de las montañas de Aragón fue don Jerónimo
Fernández de Heredia, quien fue nombrado por privilegio real de 3 de agosto de 158630
y estuvo en el oficio hasta que el 30 de agosto de 1601 juró el cargo de gobernador de
24. Desconocemos por qué se dejaba la opción de ejercer el oficio de justicia o alcaide en los valles pire-
naicos citados. También se abría la posibilidad de desempeñar el oficio de justicia o baile en la villa de
Adahuesca. A(rchivo) H(istórico) Pr(ovincial de) Z(aragoza). Fondo Argillo, caja 2187/1-15.
25. SAVALL, P. y PENÉN, S. Fueros..., op.cit., tomo I, p. 423.
26. SAVALL, P. y PENÉN, S. Fueros..., op.cit., tomo I, p. 422.
27. AHPZ. José Sánchez del Castellar, 1672, 16-I, ff. 197v-220v.
28. AHPrH. Pedro Silverio Fenés de Ruesta, 1664, 2-IV, ff. 260v-262r; 1664, 16-IV, ff. 263r-265r. El 19 de
agosto de 1668 el portero real de dicha magistratura era Jerónimo Rivares. AHPrH, Papeles de justicia,
caja 1198/21, f. 1v.
29. El 9 de septiembre de 1618 don Jerónimo dio un poder a don Toribio Remírez de Ateca, caballero de
Calatayud, para que este último pudiese arrendar y entregar contracartas en Calatayud. AHPrZ. Fondo
Argillo, caja 2147/43 (leg. 42/43).
30. Una de sus actuaciones fue la sentencia arbitral que dictó el 11 de junio de 1589, donde ponía orden a las
diferencias entre las cofradías de Santiago y San Pedro de Sallent de Gállego. También fijó sus puestos
y conducta en el concejo de dicha población. GÓMEZ DE VALENZUELA, M. Diplomatario tensino (1315-
1700), Zaragoza, Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, 2006, pp. 335 y 339-344.
Aragón31 –que logró por privilegio real dado en Valladolid el 20 de agosto de 160132–.
Mientras esto ocurría, don Jerónimo Fernández de Heredia y micer Juan Miguel de
Olcina y Arbués fueron comisarios reales para llevar a cabo en 1594 las ordinaciones
de la villa de Loarre y sus aldeas33. Antes del nombramiento como gobernador, Su
Majestad, en una orden dada en Madrid el 30 de octubre de 1599, había establecido
que el sucesor de don Jerónimo Fernández de Heredia como justicia de Jaca y de las
montañas de Aragón fuese su hijo Juan, quien también debía recibir los alcaidados que
tenía su padre34.
No tuvo efecto la citada provisión porque el nuevo justicia fue don Jerónimo
Pérez de Sayas, yerno de don Jerónimo Fernández de Heredia, quien fue nombrado por
el rey justicia de la villa de Berdún el 26 de julio de 160235. Parece ser que Sayas tuvo
31. Como gobernador siguió encargándose de la persecución de los delincuentes, además de ejercer otras
funciones de menor calado. Sustituía a don Juan de Gurrea, quien ocupó el cargo desde 1554 hasta 1590
–con su coadjutor Alonso Celdrán desde agosto de 1587– y a don Ramón Cerdán –quien desempeñó el
oficio desde 1590 hasta 1601, cuando acaeció su muerte–. COLÁS, G. y SALAS, J.A., Aragón en el siglo
XVI..., op.cit., pp. 370 y 396.
32. GASCÓN PÉREZ, J. La rebelión aragonesa de 1591, Tesis Doctoral, Universidad de Zaragoza, 2000, t. II,
pp. 1302-1304 [Hay ed. electrón. Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 2001].
La muerte de don Jerónimo –que en ocasiones es citado como don Jerónimo de Heredia– propició que
en San Lorenzo de El Escorial el 10 de abril de 1608 el rey nombrase a su hijo el caballero mesnadero
don Juan [Fernández] de Heredia como regente del oficio de gobernador de Aragón. El 16 de junio
de 1608 se dio licencia a don Juan para que hiciese «dejación» del hábito de la orden de caballería de
Santiago –había recibido el hábito en la Catedral de Huesca el 19 de octubre de 1593–, conforme a los
fueros aragoneses, mientras durase su cargo de gobernador de Aragón. Años más tarde, «teniendo en
consideración los servicios prestados» por don Juan Fernández de Heredia, el rey hizo merced el 4 de
febrero de 1627 de que el sucesor del cargo de regente del oficio de la General Gobernación de Aragón
fuese su hijo el caballero mesnadero del hábito de Santiago don Pedro Pablo Fernández de Heredia y
Zapata, quien se convirtió en el VI conde de Aranda y por ello aparece también citado en la documen-
tación como Pedro Pablo Ximénez de Urrea Fernández de Heredia y Zapata. Éste, cumpliendo con la
normativa, tuvo que dejar temporalmente el hábito de Santiago para ser gobernador y cuando accedió
al título de conde de Aranda –tras la muerte sin sucesión en 1654 del V conde de Aranda don Antonio
Ximénez de Urrea y por sentencia de la Real Audiencia de Aragón de 20 de noviembre de 1656– tuvo
que renunciar al cargo de gobernador. La dimisión fue firmada en Madrid el 21 de marzo de 1661. El
nuevo gobernador en 1661-1662 fue don Francisco Luis de Gurrea. En junio de 1662 el rey debió de
nombrar a Don Pedro Jerónimo de Urriés como nuevo regente de la Gobernación en Aragón, quien debió
de permanecer en el cargo hasta que murió en 1696. LALINDE ABADÍA, J. La Gobernación General en
la Corona de Aragón, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1963, pp. 271-272, 277-278 y 534-
535. MORENO MEYERHOFF, P. «Genealogía y patrtimonio de la Casa de Aranda», El Conde de Aranda,
Zaragoza, Gobierno de Aragón-Diputación de Zaragoza-iberCaja, 1998, p. 44.
33. Estas ordinaciones fueron impresas en Zaragoza en 1681 por los herederos de Pedro Lanaja Lamarca.
GÓMEZ URIEL, M. Bibliotecas antigua y nueva de escritores aragoneses de Latassa, aumentas y refun-
didas en forma de diccionario bibliográfico-biográfico, Zaragoza, Calisto Ariño, 1884-1886, tomo II,
p. 423.
34. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2187/37 (leg. 79/37).
35. En esa misma fecha fue nombrado justicia o alcaide de los valles de Basa y Serrablo, del valle de Ansó,
del valle de Gistau y justicia o baile de Adahuesca. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2187/33-36 (leg. 79/33-
36); caja 2108/8 (leg. 8/8).
como adjunto a su cuñado don Juan Fernández de Heredia, hasta que en los primeros
meses de 1607 el Consejo de Aragón entendió que don Juan podía sustituir a Sayas36.
Poco tiempo estuvo don Juan Fernández de Heredia en el cargo de justicia de Jaca y de
las montañas de Aragón, ya que, como hemos anticipado en una nota, fue nombrado
gobernador de Aragón por provisión real de 10 de abril de 1608, tras la muerte de su
padre37. Este último nombramiento facilitó la vuelta de don Jerónimo Pérez de Sayas
al oficio de justicia que había ejercido hasta ese momento su cuñado, aunque resulta
complicado entender por qué pasaron tres años hasta que fue nombrado por privilegio
real dado en Aranjuez el 7 de mayo de 161138. Seguramente, la explicación debamos
buscarla en que desde febrero de 1607 en una consulta del Consejo de Aragón se pro-
ponían a los siguientes candidatos para el cargo de justicia: Jerónimo Pérez de Sayas,
Jerónimo Campi (hijo del regente Campi), Justo de Torres (yerno del baile general),
Juan de Latrás (señor de Latrás), Juan Baguer, Francisco Pérez de Oliván (gobernador
de la Acequia Imperial), Francisco Abarca (señor de Gavín) y su hijo Francisco39
Estos iniciales cambios en los regidores que ocuparon la magistratura dieron paso
a un periodo de estabilidad, ya que tras el nombramiento de don Jerónimo Pérez de
Sayas en 1611 no se sucedieron importantes novedades hasta 1633. El 27 de noviembre
de 1633 el monarca nombró por adjunto y futuro sucesor de don Jerónimo en el oficio
de justicia de las montañas de Aragón y en los alcaidados a su hijo Valero. Este último,
40. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2187/17-19 (leg. 79/17-19). Tengamos en cuenta que como oficial real esta-
ba obligado a jurar el cargo «conforme a Fuero» ante Su Majestad o sus representantes y ante el justicia
de Aragón o sus lugartenientes. SAVALL, P. y PENÉN, S. Fueros..., op.cit., tomo I, p. 421.
41. Las ordinaciones de Bolea fueron aprobadas por Su Majestad en Madrid el 29 de junio de 1634 y ratifi-
cadas en el concejo general de la villa el 28 de diciembre de 1635. AHPrH. Orencio Sanclemente, 1639,
14-XI, f. 110r. JARQUE MARTÍNEZ, E. y SALAS AUSÉNS, J.A. «Monarquía, comisarios,...», op.cit., p.
266.
42. Don Valero Pérez de Sayas y Heredia, el 26 de diciembre de 1638, atendiendo a una propuesta del
monarca, preguntó en varias poblaciones altoaragonesas (Alcalá del Obispo, Fañanás, Argavieso, Albero
Alto, Piracés, Arguis, Belsué, Panzano, Nocito, Torralba, Tardienta, Barbués, Novallas, Vicién y Albero
Bajo) si había personas que podían servir en la guerra. AHPrH. Vicencio Santapau, 1639 (1638, 26-XII),
ff. 4r-21r.
43. Por dicho privilegio José de Sayas y Heredia se convirtió en justicia de Berdún, Bielsa, Biescas, valle
de Tena, villa de San Esteban de Litera, villa de Boltaña, Salvatierra, Gistau,... Fue designado, justicia
o alcaide de los valles de Basa y Serrablo, del valle de Aragüés del Puerto, del valle de Aísa y del valle
de Hecho. También fue nombrado como justicia o baile de la villa de Adahuesca y como responsable
de los alcaidados de los castillos de Candanchú y Ruesta. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2187/1-15 (leg.
79/1-15).
44. Manuel Gómez de Valenzuela cita a dos justicias diferentes con el nombre de Jerónimo Pérez de Sayas,
cuando en realidad es la misma persona. Sitúa a Jerónimo Pérez de Sayas (II) en el periodo 1639-1657 y
a don Valero Pérez de Sayas en los años 1637-1639. GÓMEZ DE VALENZUELA, M. La vida en el valle de
Tena en el siglo XVII..., op.cit., p. 57.
45. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2187/16 (leg. 79/16).
46. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2147/61 (leg. 42/61).
47. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2169/11 (leg. 67/11).
en las Cortes de 1645-1646– una magistratura que había tenido vida durante cerca de
un siglo.
Esta relación de justicias de las montañas de Aragón nos está indicando que
durante los años en que se mantuvo esta magistratura siempre estuvo en manos de una
misma familia, lo que nos muestra muchas similitudes con la patrimonialización del
cargo de justicia de Aragón48, durante largo tiempo en manos de los Lanuza. El que
ambos oficios fuesen de nombramiento real y que apareciesen como defensores de los
fueros aragoneses nos ponen en guardia sobre las conductas de sus titulares, ya que
éstos podían jugar a «nadar y guardar la ropa» en cuanto que debían hacer compatibles
la defensa de los «intereses aragoneses» recogidos en los fueros de Aragón y, como
«estómagos agradecidos» de quien los había nombrado –recordemos que cobraban
de los recursos económicos aragoneses–, debían atender los mandatos de la realeza,
que podían ser coincidentes o no con los citados «intereses aragoneses». Además, el
justicia de las montañas de Aragón debía rechazar las particularidades que ofrecían los
estatutos locales de desaforamiento, con lo que entramos en el territorio de una posible
y significativa contradicción política. Otra cosa es que consideremos «inconstituciona-
les» los desafueros, porque eliminaban las garantías procesales. Si esto ocurre, debe-
mos empezar a pensar en la Monarquía como una defensora más de las «libertades»
aragonesas. Por otra parte, falta mucho por concretar en respuesta a la pregunta sobre
a quién «servía» verdaderamente el justicia de Aragón.
***
El personaje clave en el oficio de justicia de las montañas de Aragón fue don
Jerónimo [Fernández] de Heredia y [Palomar]49. Estamos hablando de la primera per-
48. Esta tendencia a la patrimonialización también existía en el oficio de gobernador de Aragón –de nom-
bramiento real–.
49. Era hijo del segundo matrimonio de don Juan [Díez de Aux] Fernández de Heredia con doña Juana
Palomar. Don Juan, quien fue señor de Cetina y Sisamón, estuvo casado en primeras nupcias con doña
Jerónima de Liñán. Los padres y los abuelos de don Juan fueron don Juan Díez de Aux Fernández de
Heredia y doña Aldonza Hurtado de Mendoza, señora de Sisamón, y don Luis Díez de Aux y doña
Violante Fernández de Heredia, respectivamente. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2164/7 (leg. 62/7).
Gracias a la capitulación matrimonial –de fecha desconocida– de don Juan [Díez de Aux] Fernández
de Heredia con doña Jerónima de Liñan –hija de don Miguel de Liñán, señor de Cetina y Contamina,
y de la difunta doña Catalina de Granada, que se habían casado el 10 de marzo de 1509 en Molina de
Aragón–, podemos interpretar mejor el acceso de esta familia a los dominios señoriales. El contrayente
aportó –por donación de su madre– los 2.000 florines de oro que tenía de dote sobre el lugar de Sisamón,
el dominio señorial de Sisamón con su jurisdicción civil y criminal y las cañadas y heredades del lugar de
Iruecha (aldea de la villa castellana de Medinaceli). Doña Jerónima llevó al matrimonio 44.000 sueldos
en dinero contado. El aporte de don Juan estaba sujeto a que no podía venderlo ni empeñarlo,... y lo debía
disponer en el hijo mayor del matrimonio o, en su defecto, en la hija mayor. AHPrZ. Fondo Argillo, caja
2164/14 (leg. 62/14).
Una información posterior nos indica que el dominio señorial de Sisamón pasó a un hijo de este matri-
monio, llamado Juan, el 18 de septiembre de 1578. Poco tiempo debió de disfrutar del señalado dominio,
ya que parece que murió en Cetina el 4 de mayo de 1585. A su vez, el donante lo había recibido de su
sona que ocupó el puesto y luego propició que su hijo Juan y su yerno y paisano don
Jerónimo Pérez de Sayas se convirtiesen en sus sucesores. Esta terna se vio favorecida
–como ya hemos anticipado– porque en 1601 don Jerónimo Fernández de Heredia fue
designado gobernador de Aragón y abrió otra puerta –con el permiso de la Monarquía–
a la familia dentro de la administración, lo que facilitó que su hijo y posteriormente
su nieto Pedro Pablo siguiesen sus pasos y liberasen el oficio de justicia de las monta-
ñas para quien era, respectivamente, yerno, cuñado y tío político suyo. Así pues, esta
información nos permite recordar que los cargos de gobernador y justicia de las mon-
tañas quedaron bajo la órbita de los [Fernández de] Heredia durante buena parte del
siglo XVII. Solamente la obligada renuncia en 1661 del gobernador don Pedro Pablo
Fernández de Heredia, hijo y nieto de gobernadores, privó a la familia de perpetuarse
más tiempo en el cargo50. Más puntual fue el abandono del cargo de justicia de las
montañas, ya que se había establecido una fecha de caducidad y su hora final llegó en
1672, cuando se produjo el óbito del que iba a ser el último ocupante.
El caballero mesnadero don Jerónimo Fernández de Heredia accedió a los oficios
de justicia de las montañas y de gobernador porque cumplía los requisitos básicos de
ser una persona natural y vecina de Aragón. Además, su condición de caballero mesna-
dero facilitó el nombramiento como regente de la General Gobernación de Aragón, algo
que no sucedía con los infanzones –obligados a armarse caballeros para poder jurar el
cargo–, con los caballeros de hábito –que debían abandonar tal condición mientras per-
maneciesen en el cargo– y con los miembros de la nobleza titulada –inhabilitados para
el desempeño del oficio–. Precisamente, como ya lo hemos señalado en una nota, estos
dos últimos supuestos los sufrió el nieto de don Jerónimo para poder ser gobernador y
para abandonar el cargo tras convertise en conde de Aranda. Esto sin olvidarnos de que
don Juan –el segundo gobernador de la familia– también hizo «dejación» del hábito
militar para ejercer el cargo.
Lógicamente, además de cumplir con los requisitos expuestos, los Fernández de
Heredia y sus nuevos parientes los Pérez de Sayas aparecen en la escena política como
fieles servidores de la Monarquía, algo que les reportaba los consabidos beneficios de
ocupar puestos de nombramiento real y otras mercedes.
También queremos plantear que la estrategia familiar que diseñó y puso en prác-
tica don Jerónimo Fernández de Heredia le permitió configurar un grupo de poder fun-
dado en unas cuidadas relaciones familiares y apoyadas en un significativo paisanaje
padre el 18 de febrero de 1557. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2164/27 (leg. 62/27); 2164/19 (leg. 62/19);
caja 2164/10 (leg. 62/10).
50. Con la renuncia del conde de Aranda Pedro Pablo se rompía una pequeña patrimonialización del oficio
de gobernador de Aragón, en manos de los [Fernández de] Heredia durante tres generaciones. Por ello,
no entendemos que Guillermo Redondo Veintemillas y Alberto Montaner Frutos puedan hablar de «la
definitiva patrimonialización del cargo en el siglo XVII». REDONDO VEINTEMILLAS, G. y MONTANER
FRUTOS, A. «De re sigillographica aragonensia: el sello del gobernador de Aragón Francisco de Gurrea
(1531-1554)», Anales de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, nº 8, vol. 2 (2004),
pp. 727-731.
51. Firmaron las capitulaciones matrimoniales en Calatayud el 25 de septiembre de 1611. Los sucesivos
herederos de este matrimonio fueron el conde de Aranda don Pedro Pablo Fernández de Heredia y Zapata
–casado en 1638 con doña María Josefa Oriola [olim de Vera]–, don Dionisio [Fernández] de Heredia
–casado con doña Juana de Rocaful y Rocabertí– y doña Antonia [Fernández] de Heredia –casada con
don Guillén, conde de Perelada–. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2101/12 (leg. 1/12).
52. El 8 de mayo de 1591 los hermanos Juan, Jerónimo y Violante eran menores de catorce años. AHPZ,
Juan Escartín, 1591, 8-V, ff. 216v-218r. Tenemos constancia de que el 7 de octubre de 1624 don Jerónimo
[Fernández] de Heredia era canónigo en la citada iglesia zaragozana. AHPrH. Pedro Santapau, 1624,
7-X, ff. 492r-497r.
53. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2164/7 (leg. 62/7).
54. En la capitulación matrimonial realizada el 1 de marzo de 1579 intervino por parte de don Jerónimo su
hermano paterno don Juan Fernández de Heredia y Liñán, señor de Sisamón, Cetina y Contamina –casa-
do con doña María de Andrade– y dos sobrinos de doña Ángela, llamados Miguel de Heredia y Hernando
de Rueda, ya que sus padres –don Hernando de Rueda y doña Magdalena de Pasamonte, domiciliados
en Calatayud– habían fallecido. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2119/20 (leg. 18/45); caja 2148/38 (leg.
43/38).
55. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2148/39 (leg. 43/39).
sa. Doña Ángela tenía viudedad foral en todos los bienes de don Jerónimo y en 1.500
sueldos de renta anual de los que llevó al matrimonio su marido.
El matrimonio de don Jerónimo y doña Ángela se rompió por el óbito de esta
última en Huesca el 23 de octubre de 159056, cuando su marido era justicia de Jaca
y de las montañas de Aragón. Doña Ángela, tres días antes de este fatal desenlace,
estando enferma en la cama, escrituró las últimas voluntades –sin poder firmar por
estar impedida–57.
Los poco más de once años de convivencia de don Jerónimo y doña Ángela deja-
ron unos descendientes directos que posteriormente llegaron a encumbrar a la familia.
Además, la muerte de doña Ángela con hijos vivos propició que los nada despreciables
bienes que aportó al matrimonio pasasen a engrosar el menguado patrimonio que había
llevado el esposo.
La juventud de los hijos nacidos en el matrimonio no justifica completamente el
que, antes de pasar un año desde el óbito de doña Ángela de Rueda, su esposo viudo
contrajese nuevas nupcias. Así, el 3 de julio de 1591, con licencia del vicario gene-
ral, fueron desposados por palabras de presente, en la casa zaragozana de doña María
Pérez de Nueros, el caballero don Jerónimo Fernández de Heredia y doña Petronila de
Nueros –hija del infanzón Diego de Nueros y doña María Pérez de Arnal–. Los testigos
fueron el abogado fiscal micer Jerónimo Pérez de Nueros y don Francisco de Altarriba
y Alagón, señor de Huerto58. Desconocemos cuándo recibieron las bendiciones nupcia-
les. Por el contrario, sabemos que la capitulación matrimonial la firmaron en Zaragoza
el 18 de mayo de 159159, estando el contrayente residiendo en la villa de Sisamón60.
56. AHPrH. Martín Arascués, 1590, 23-X, f. 160r. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2148/18 (leg. 43/18).
57. AHPrH. Martín Arascués, 1590, 20-X, f. 160r (1r-2r). AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2148/15, 18 y 24 (leg.
43/15, 18 y 24). Doña Ángela en su testamento establecía lo siguiente: su cuerpo debía ser sepultado
en el lugar que le pareciese a su esposo. Daba una herencia legítima de 10 sueldos en bienes muebles y
10 sueldos en bienes inmuebles a cada uno de sus tres hijos vivos. Al convento de monjas bernardas de
Trasobares –donde la testadora estuvo algunos años– le daba un albarán de 400 ó 500 escudos. Dejaba
40.000 sueldos a cada uno de sus hijos Jerónimo y Violante, con la condición de que, si morían sin hijos
legítimos, el dinero debía ir a parar al heredero universal dispuesto por la testadora. Si Violante era monja
–algo que no ocurrió– solamente debía recibir 1.000 escudos durante su vida, suma que una vez muerta
debía volver a su hermano Jerónimo. Su marido tenía viudedad en la hacienda hasta que se casase su hijo
Juan Fernández de Heredia y Rueda, el heredero universal. Nombró como tutores, curadores y ejecutores
testamentarios a su marido, a su sobrino Miguel de Heredia y a fray Miguel Andrés Terrer. Las cláusulas
debieron de propiciar que don Jerónimo Fernández de Heredia tuviese que participar en una sentencia
arbitral con sus hijos AHPZ. Juan Escartín, 1591, 10-V, ff. 222r-251r.
58. A(rchivo) D(iocesano de) Z(aragoza), Quinque libri de la provincia de la Seo de Zaragoza, tomo 2º., f.
604.
59. AHPZ. Juan Escartín, 1591, 18-V, ff. 277r-297r. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2119/22 (leg. 18/47).
60. AHPZ. Juan Escartín, 1591, 9-VII, ff. 448v-449v. El caballero don Diego [Fernández] de Heredia, a los
pocos meses de esta actuación, participó con don Francisco Abarca, señor de Gavín, en la defensa del
paso de Santa Elena en el Pirineo contra la invasión bearnesa. Ambos fueron apresados el 9 de febrero de
1592 y fueron conducidos al castillo de Lourdes en Bearne. LEONARDO DE ARGENSOLA, L. Información
de los sucesos..., op.cit., p. 152.
Su estancia en Sisamón debía de estar relacionada con que en esos días don Jerónimo
y su hermano don Diego [Fernández] de Heredia, caballero de la orden de San Juan de
Jerusalén, como tutores y curadores de su sobrino don Juan Fernández de Heredia [y
Andrade] y Liñán, menor de 14 años, señor de Cetina, Sisamón y Contamina, estaban
procediendo al nombramiento de justicias de los distintos lugares del señorío.
Don Jerónimo aportó al matrimonio los siguientes bienes: unas casas en Sisamón,
unas casas en la parroquia de San Andrés de Calatayud, otras casas en la parroquia
de San Andrés de Calatayud, la partida de las Cañadas en los términos del lugar de
Urriecha (Castilla) –confrontaba con Sisamón–, 4.284 sueldos de pensión con 60.000
sueldos de propiedad que había cargado sobre las personas y bienes de los marqueses
de Almazán, dos censos sobre los lugares de Argal y Mochales, un censal de 1.500
sueldos de pensión con 50.000 sueldos de propiedad que fue vendido por don Juan
Fernández Liñán de Heredia –señor de Cetina y Sisamón–, un censal de 1.000 suel-
dos de pensión con 20.000 sueldos de propiedad –cargado sobre los lugares de Híjar,
Belchite, La Puebla de Albortón, Almonacid de la Cuba, Lécera, Urrea de Gaén y La
Puebla de Híjar–, 60.000 sueldos que el señor de las villas de Cetina y Sisamón recono-
ció tener en comanda del contrayente, 200 ducados de renta anual sobre las rentas de la
tesorería general del Reino de Nápoles que recibió de merced de Su Majestad, 16.000
sueldos que le debía el rey por un servicio y 54.000 sueldos en diversos bienes muebles
y caballos. Doña Petronila llevó al matrimonio, por donación de su madre –y usando
el poder dado por su difunto marido–, lo siguiente: 5.000 sueldos de renta con 100.000
sueldos de propiedad en varios censales (cargados sobre Nonaspe, Épila, Rueda, Urrea
de Jalón, Almonacid de la Sierra, Rodén, Murillo de Gállego, Cetina, Ariza y sus tie-
rras), 4.000 sueldos de dinero contado –incluidas las pensiones de los censales– para el
día que oyesen misa nupcial y todos los otros bienes que le pudiesen pertenecer61.
En este enlace, más que en el patrimonio que aportó la contrayente, debemos fijar-
nos en su significado social. El caballero Fernández de Heredia se estaba casando con
la nieta del abogado fiscal de la familia bilbilitana de los Nueros y estaba emparentan-
61. Se estableció que doña Petronila no podía disponer de los 100.000 sueldos de la dote nada más que en
hijos suyos o descendientes de ellos legítimos y de legítimo matrimonio. Muriendo sin hijos, dicha suma
debía ser para su madre doña María Pérez de Arnal y sucesivamente en Diego de Nueros –hermano de la
contrayente– y sus sucesores. En este vínculo se daba poder a doña Petronila para que puediese disponer
de dicha dote hasta 10.000 sueldos jaqueses.
Don Jerónimo aseguraba a su futura esposa la citada dote de 100.000 sueldos y un excrex y aumento
de dote de 33.333 sueldos y cuatro dineros, con la obligación de que dispusiese dicho excrex en hijos
del matrimonio y, si moría sin hijos, pudiese disponer 10.000 sueldos en quien quisiera y el resto del
dinero fuese para los herederos de don Jerónimo Fernández de Heredia. Tuvo validez la cláusula que
establecía que las joyas y vestidos de doña Petronila debían ser para su hija. Don Jerónimo Fernández
de Heredia debía vincular para sus hijos la suma de 90.000 sueldos jaqueses, para repartirlos según le
pareciese. Si Petronila sobrevivía a su marido, debía tener una viudedad foral de 7.000 sueldos de renta
anual en los bienes de su marido. Si sobrevivía don Jerónimo a su esposa, debía tener viudedad en los
90.000 sueldos.
65. El privilegio real que reconocía a Juan Miguel Pérez de Sayas como caballero fue otorgado en Binéfar
el 9 de diciembre de 1585. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2163/2 (leg. 61/2). Juan Miguel era hermano de
Alonso Pérez de Sayas, canónigo de la iglesia colegial de Santa María de Calatayud, y de Juana Pérez
de Sayas, casada con García Remírez. El canónigo murió el 9 de octubre de 1585, habiendo testado unos
años antes y habiendo nombrado heredero a Juan Miguel. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2147/57 (leg.
42/57).
66. Doña Agustina, natural del lugar de Villarroya de la Sierra, ya había fenecido el 3 de junio de 1580. Hizo
testamento –que sirvió de últimas voluntades– en Calatayud el 13 de septiembre de 1579. AHPrZ. Fondo
Argillo, caja 2131/18 (leg. 28/25).
67. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2119/21, (leg. 18/34). AHPr.H. Pedro Santapau, 1627, 22-VII, f. 346v; 1627,
5-VIII, ff. 382r-383r. Juan Miguel Pérez de Sayas, tras la muerte de Agustina, su primera esposa, se casó
en segundas nupcias con doña Inés de Granada, firmando la capitulación matrimonial el 1 de septiembre
de 1582. Desconocemos el momento puntual del fallecimiento de Juan Miguel y solamente sabemos que
el óbito ya se había producido el 22 de julio de 1627. Firmó sus últimas voluntades el 11 de julio de 1618
ante el notario bilbilitano Juan Miguel Tris.
El caballero Juan Miguel Pérez de Sayas, domiciliado en Calatayud, pidió en su testamento que su
cuerpo muerto fuese sepultado en la iglesia de San Francisco de Calatayud, en su capilla, a la entrada
de la sacristía. Nombró heredero universal a su hijo don Jerónimo Pérez de Sayas y dejó una herencia
legítima de 5 sueldos jaqueses en bienes muebles y 5 sueldos jaqueses en bienes inmuebles. Los ejecu-
tores testamentarios eran su cuñado García Remírez de Ateca, su sobrino don Toribio Remírez de Ateca,
ambos domiciliados en Ateca, y su hijo Jerónimo Pérez de Sayas. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2148/20
(leg. 43/20).
Doña Inés de Granada y Heredia, domiciliada como su marido en Calatayud, murió el 14 de mayo de
1608 en la vivienda que tenía el matrimonio en la parroquia bilbilitana de Santa María. Doña Inés había
testado el 27 de septiembre de 1605 ante el notario de Calatayud Diego de la Cal. AHPrZ. Fondo Argillo,
caja 2147/11 (leg. 42/11).
Jerónimo Pérez de Sayas aportó los bienes que fueron de su difunta madre Agustina de
Vera y que le pertenecían como heredero.
Doña Violante Fernández de Heredia llevó, y su hermano don Juan Fernández
de Heredia –como heredero universal que era de los bienes que fueron de su madre,
la difunta Ángela de Rueda– le dió, los 40.000 sueldos que le dejó la madre de ambos
(en un censal de 500 sueldos de pensión anual y 11.000 de propiedad sobre el lugar de
Villarroya, 415 sueldos y 8 dineros de pensión con 8.313 de propiedad sobre el lugar
de Utebo, 200 sueldos de pensión con 4.000 sueldos de propiedad sobre los terratenien-
tes de la Vega de Meli en Calatayud, 175 sueldos de pensión con 3.500 de propiedad
sobre el Concejo de Alarba y 13.187 sueldos para llegar a la citada suma). También
aportó y su padre le dió 30.000 sueldos jaqueses –cargados en censales sobre el lugar
de Cetina–, 10.000 sueldos como donación propter nuptias –que se los pagaría dentro
de los cinco años siguientes al otorgamiento de la capitulación matrimonial– y 20.000
sueldos jaqueses en las pensiones de sus censales. Doña Violante llevó al matrimonio
las joyas que le daba doña Inés de Granada y los bienes que pertenecieron a los difun-
tos Francisco Granada y don Miguel Granada, padre y hermano de Inés, situados en
Paracuellos de Jiloca, con la obligación de pagar 43.000 sueldos a Juan Miguel Pérez
de Sayas68.
El matrimonio Pérez de Sayas-Fernández de Heredia se rompió, tras veintisiete
años de convivencia, con la muerte de doña Violante el 22 de marzo de 1625. El óbito
se testificó notarialmente estando el cadáver en unas casas de su marido, situadas en
la calle de los Caballeros, en la parroquia de la Seo de Huesca69, ciudad donde residía
habitualmente la unidad familiar.
Antes de la ruptura matrimonial por el óbito de doña Violante, los cónyuges pro-
crearon dos hijos vivos, llamados Valero y Francisca70. Esta última estuvo casada en
primeras nupcias con don Juan de Bardaxíolim Muñoz de Gamboa, matrimonio que fue
68. Juan Miguel Pérez de Sayas y don Jerónimo Pérez de Sayas aseguraban a doña Violante Fernández de
Heredia los censales y los 23.187 sueldos como bienes suyos dotales. Don Jerónimo aseguraba a su
futura mujer un excrex y aumento de dote de 40.000 sueldos jaqueses, con la obligación de disponer de
dicha suma en hijos del matrimonio y, si no los hubiere, solamente podía disponer de 20.000 sueldos
y los restantes debían volver a don Jerónimo Pérez de Sayas. Si sobrevivía doña Violante con hijos,
debía disponer de 6.000 sueldos para comprar las alhajas y muebles que le pareciere. La disolución del
matrimonio quedando viva doña Violante le permitía a ésta sacar todos sus vestidos, joyas y arreos. Doña
Violante no estaba obligada a contribuir en deudas algunas que hubiere con la disolución del matrimonio
y tenía derecho, si se quedaba viuda, a la viudedad foral sobre los bienes y hacienda de los dichos Juan
Miguel Pérez de Sayas y don Jerónimo Pérez de Sayas en la suma y cantidad de 30 cahíces de trigo,
8.000 sueldos de renta anual y habitación en un cuarto de las casas principales de Juan Miguel Pérez de
Sayas –situadas en la plaza Múñez de Calatayud– o 500 sueldos de renta anual mientras éste y su esposa
viviesen. Ni doña Violante ni los suyos, tenían derecho a los trescientos mil sueldos que se reservaba
Juan Miguel Pérez de Sayas. AHPZ. Diego Fecet, 1598, 28-V, ff. 673v-708r. AHPrZ. Fondo Argillo, caja
2148/31 (leg. 43/31); caja 2106/29 (leg. 6/2).
69. AHPrH. Pedro Santapau, 1625, 22-III, f. 201r.
70. Si hacemos caso a una copia de datos del siglo XVIII, en la iglesia parroquial de San Andrés de Calatayud
el día 2 de febrero de 1600 fueron bautizados los hermanos don Juan Miguel Pérez de Sayas y don
Jerónimo Valero Pérez de Sayas, actuando como padrinos Gaspar de Sayas y doña María Zapata y Juan
Pérez Ferrer y doña Isabel de Sayas, respectivamente. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2119/29 (leg. 18/29).
71. La capitulación matrimonial de 23 de diciembre de 1626 fue escriturada ante el notario zaragozano
Francisco Morel y está en paradero desconocido. Dos años antes, más concretamente el 21 de junio de
1624, doña Francisca [Pérez] de Sayas y Heredia, siendo doncella y habitando en Huesca, nombró pro-
curador a su padre. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2107/3 (leg. 7/3).
72. AHPrH. Pedro Santapau, 1627, 5-VIII, f. 383r. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2175/2 (leg. 70/2). AHPZ.
Miguel Juan Montaner, 1635, 10-III, ff. 518r-530r.
73. AHPZ. Juan Jerónimo Navarro, 1634, 18-XI, ff. 3791-3807.
74. Este caballero, diputado del Reino de Aragón, en las Cortes de Zaragoza de 1645-1646 obtuvo el hábi-
to de la orden de Santiago para su hijo José Nicolás de Balmaseda y de Oro «en compensación a los
servicios prestados a la Corona». SANZ CAMAÑES, P. «Del Reino a la Corte. Oligarquías y élites de
poder en las Cortes de Aragón a mediados del siglo XVII», Revista de Historia Moderna. Anales de la
Universidad de Alicante, nº. 19 (2001), p. 228.
75. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2175/2 (leg. 70/2). AHPZ. Miguel Juan Montaner, 1635, 10-III, ff. 518r-
530r.
76. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2175/43 (leg. 70/43). caja 2136/12 (leg. 33/64); caja 2119/14 (leg. 18/14);
caja 2112/1 (leg. 12/1). AHPZ. Juan Lorenzo Escartín, 1631, 24-X, ff. 984v-988v; Pedro Sánchez del
Castellar, 1631, 24-X, ff. 1098r-1115v.
tua que le daba su padre para cuando se celebrase la ceremonia nupcial77. Doña Luisa
aportó varios bienes inmuebles en Zaragoza, la renta de diversos censales y alguna
puntual donación78. Llevó joyas y vestidos por valor de 1.500 libras jaquesas. También
contribuyó con los 1.000 escudos que tenía en la Tabla de Depósitos de Zaragoza, los
60.000 sueldos que le daba su abuela Isabel de Bordalba para cuando finalizasen sus
días y los 150 escudos que le cedía su padre79.
Fruto de la unión carnal de don Valero y doña Luisa nació un varón que fue bau-
tizado en la Seo de Zaragoza el 23 de mayo de 1635 con el nombre de don Jusepe
Francisco Antonio Pérez de Sayas y de Sora80. También procrearon una hija llamada
Teresa, de la que desconocemos la fecha de su nacimiento.
Trece años y un mes vivieron juntos don Valero y doña Luisa de Sora, ya que
el 26 de noviembre de 1644 se produjo el óbito del cabeza de familia en sus casas
zaragozanas de la calle y parroquia de Santa Engracia81. Antes de que llegase tan fatal
desenlace, el padre del difunto debió de pedir la intercesión de santa Orosia para salvar
a su hijo de la muerte. Así lo interpretamos cuando el 24 de junio de 1644 el notario real
Agustín Pérez –en nombre de don Jerónimo Pérez de Sayas, padre de Valero– entregó
a la iglesia parroquial de Yebra de Basa «un plato de lámpara, con todas sus cadenas
y colgaduras de plata, puesto y esculpido en él un escudo de sus armas», para honrar
a santa Orosia, y que debía ser colgado en el altar mayor de dicha iglesia enfrente del
nicho donde estaba guardada la reliquia y cabeza de la santa82. El caballero don Valero
77. Esta renta estaba compuesta por 9.000 sueldos del salario de justicia de don Jerónimo Pérez de Sayas y
los 1.000 sueldos restantes de los bienes del donante.
78. El patrimonio que llevó la contrayente fue el siguiente: unas casas y huerto en la población de San Mateo
de Gállego. Las propiedades urbanas y rústicas en Zaragoza que especificamos a continuación: unas
casas en la parroquia de la Magdalena, otras casas en la parroquia de San Andrés, dos portales de casas
en la parroquia de San Miguel, dos casas en la parroquia de San Felipe, una casa y horno de cocer pan
en la plaza del Estudio Mayor, una huerta en Ranillas, una viña en el plano de las Fuentes, una viña en
Miralbueno, un olivar en la Adula del Martes y un olivar en la Romareda. Las rentas de los siguientes
censales: 1.000 sueldos pagaderos por el Concejo de Huesca, 500 sueldos, 2.000 sueldos sobre Maella,
500 sueldos sobre Urrea de Gaén, Híjar y la Puebla de Híjar, 2.000 sueldos sobre Agüero, 1.050 sueldos
sobre el estado de Fuentes, 500 sueldos sobre el marquesado de Camarasa, 1.000 sueldos sobre Erla, 500
sueldos sobre Épila, 1.000 sueldos sobre Bárboles y 2.000 sueldos sobre Pedrola.
79. Se pactó que doña Luisa o los suyos, en caso de disolución del matrimonio, podían recuperar los bienes
aportados al matrimonio. Las joyas y vestidos debían ser para el sobreviviente. Si sobrevivía doña Luisa
podía tomar el coche con mulas o caballos, si los hubiese, una cama y una colgadura de tapicería. Don
Jerónimo Pérez de Sayas aseguraba a doña Luisa 500 libras jaquesas que podía gozar de viudedad. Los
futuros cónyuges tenían viudedad en los bienes del otro.
80. ADZ. Quinque libri de la parroquia de la Seo de Zaragoza, libro de bautizados, tomo 3º., p. 302. AHPrZ.
Fondo Argillo, caja 2119/11 (leg. 18/11).
81. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2175/51 (leg. 70/51); caja 2135/43 (leg 33/63). AHPZ. Francisco Abiego,
1644, 26-XI, ff. 2604r-2606r.
82. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2147/24 (leg. 42/24).
83. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2175/51 (leg. 70/51); caja 2135/43 (leg. 33/63). AHPZ. Francisco Abiego,
1644, 26-XI, ff. 2606r– 2608v y ss.
84. Dejaba como tutores y ejecutores testamentarios a su mujer, a su padre don Jerónimo Pérez de Sayas,
a su primo don Pedro Pablo [Fernández de Heredia y] Zapata, gobernador de Aragón, al doctor Juan
Antonio Costas, lugarteniente del justicia de Aragón, don Jerónimo del Castillo, a doña Antonia de Sora,
su cuñada, y a don Diego Arbas.
85. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2134/7 (leg. 31/7). De ello tenemos constancia puntual en 1654. AHPrH.
Vicencio Santapau, 1654, 7-III, ff. 186v-188r.
86. Del que también disfrutó su nieto José. Así figuraba el 6 de mayo de 1662, cuando nombró procurador
suyo a don Pedro Pablo Fernández de Heredia Zapata Ximénez y Urrea, conde de Aranda, domiciliado
en Zaragoza. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2119/2 (leg. 18/8).
87. Juan Liñán y de Vera no tuvo descendencia de su matrimonio con doña María Ximénez de Embún. Juan,
en sus relaciones extramatrimoniales, procreó una hija natural llamada Agustina de Vera. Esta última
se casó con Juan de Baraiz y puso un significativo punto de partida a la rama materna del prócer don
Vincencio Juan de Lastanosa. GÓMEZ ZORRAQUINO, J.I. Todo empezó bien. La familia del prócer
Vincencio Juan de Lastanosa (siglos XVI-XVII), Zaragoza, Diputación de Zaragoza, 2004, pp. 78-91.
88. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2130/23 (leg. 28/47).
89. AHPrH. Vicencio Santapau, 1657, 7-V, ff. 384v y 387r. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2148/21 (leg. 43/21);
caja 2135/44 (leg. 33/62). Actuó como testigo del óbito don Francisco de Lacabra, canónigo de la Seo
de Huesca.
90. AHPrH. Vicencio Santapau, 1657, 5-V, f. 385r. (1r-10r). AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2148/21 (leg.
43/21); caja 2135/44 (leg. 33/62)
91. La elección de esta sepultura estaba justificada porque el 2 de noviembre de 1641 don Pedro Pablo
Fernández de Heredia, gobernador de Aragón, como señor de la capilla bajo la advocación de Nuestra
Señora de la Concepción –realizada por los ejecutores y albaceas testamentarios de la difunta doña
Petronila de Nueros, gobernadora viuda del difunto don Jerónimo [Fernández] de Heredia– en la iglesia
del convento de Nuestra Señora del Carmen, admitió que en la sepultura que había en dicha capilla
pudiesen enterrarse don Jerónimo Pérez de Sayas y los suyos. AHPrH. Vicencio Santapau, 1641, 2-XI,
f. 968v.
92. También quería que se celebrasen 1.650 misas en las iglesias oscenses y 200 misas en las iglesias de
Calatayud.
93. A las instituciones oscenses les donaba las siguientes sumas: 1.000 sueldos a los padres capuchinos,
600 sueldos a las madres capuchinas, 500 sueldos a las madres carmelitas descalzas y 2.000 sueldos
al Hopital de Nuestra Señora de la Esperanza. También entregaba 2.000 sueldos al Hopital de Nuestra
Señora de Gracia de Zaragoza y 2.000 sueldos a la cofradía de la Misericordia de Calatayud.
Zapata (sic), conde de Aranda, gobernador de Aragón, sobrino del testador, lo «digere
y declarare»94.
Tras la muerte de don Jerónimo, su nieto don José Pérez de Sayas y Sora, quien
fue el último justicia de las montañas de Aragón, ejerció el cargo hasta que vio truncada
su vida terrenal a los treinta y siete años en sus casas de Huesca el 18 de octubre de
1672, y sin dejar testimonio de sus últimas voluntades95. Debió de morir sin tener des-
cendencia directa96. Esta muerte supuso también el final de una magistratura que había
cumplido unas finalidades muy específicas durante cerca de un siglo.
La ausencia de sucesores de don José propició que la familia Pérez de Sayas
quedase representada por su hermana doña Teresa Pérez de Sayas y Sora, quien casó
con don Bartolomé Pérez de Nueros en 166297 y, gracias a ello, mantuvo encumbrada
a la estirpe en la sociedad aragonesa. Lógicamente, también debemos pensar que don
Bartolomé tuvo acceso a los favores reales gracias a que utilizó la «carta de presenta-
ción» de los méritos de sus antepasados y los de su esposa.
El infanzón doctor Bartolomé Pérez de Nueros –hijo de Jacinto Pérez de Nueros
y Jacinta Navarro, hermano del infanzón Miguel José y de Jacinto, prior de la iglesia
parroquial de San Lorenzo de Huesca (1644-1654)98 y canónigo de la iglesia del Santo
Sepulcro de Calatayud–99 estudió en las universidades de Zaragoza y Salamanca. El
19 de junio de 1643 consta que fue paje del gran maestre de la orden de San Juan en
Malta100. Ejerció la abogacía en Zaragoza entre 1658 y 1665, siendo también zalme-
dina de la ciudad durante un año. En 1660 fue designado lugarteniente del justicia de
Aragón. El 24 de diciembre de 1660 fue nombrado del Consejo de Su Majestad en
la sala de lo Criminal y, posteriormente, el 24 de junio de 1677, en la sala de lo Civil
de la Real Audiencia aragonesa. Fue comisario insaculador en la villa de Ejea de los
Caballeros (1666) y en la ciudad de Teruel (1674). Por privilegio real firmado en el
Buen Retiro el 15 de junio de 1690 se convirtió en asesor del gobernador de Aragón,
cargo que juró el 27 de junio de dicho año ante el justicia de Aragón y el 29 de dicho
94. Nombraba como ejecutores testamentarios al conde de Aranda, a don Francisco Rodrigo, abad de
Montearagón, a don Francisco Lacabra Gómez y Mendoza, canónigo de la Catedral de Huesca, a don
Martín de Sanjuán y Latrás y a don Jaime Juan Biota. También establecía que su heredero universal
pudiese cancelar una comanda de 40.000 libras jaquesas cuando tuviese 25 años cumplidos.
95. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2169/11 (leg. 67/11).
96. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2130/4 (leg. 28/4); caja 2106/33 (leg. 6/20).
97. Los capítulos matrimoniales los firmaron el 10 de julio de 1662. AHPZ. Juan Gil Calvete, 1662, 10-VII,
ff. 949v-996v; Juan Francisco Ibáñez de Aoiz, 1662, 10-VII, ff. 518v-621r. AHPrZ. Fondo Argillo, caja
2136/7 (leg. 33/61).
98. Jacinto se presentó el 4 de marzo de 1644 al priorato, vacante por el óbito de Bartolomé de Castro, último
beneficiado. Renunció al cargo el 27 de agosto de 1654, sustituyéndole José Paulino Lastanosa, quien
accedió al puesto el 26 de enero de 1655. A(rchivo) D(iocesano de) H(uesca). Procesos 3.1.285/7 (3239)
y 3.1.648/11 (7815).
99. Este canónigo fue doctor en Cánones y síndico en las Cortes de Aragón de 1677-1678. GÓMEZ URIEL,
M. Bibliotecas antigua y nueva..., op.cit., tomo II, p. 537.
100. De ello daba cuenta el gran maestre en una carta. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2169/35 (leg. 67/35).
mes ante el virrey101. En 1694, ocupando dicho cargo, solicitó sin éxito la plaza de
regente del Consejo Supremo de la Corona de Aragón, vacante por la muerte de don
Martín Francisco Climente102. En 1700 también pidió, sin lograrlo, el ser nombrado
justicia de Aragón, cargo que estaba libre por el óbito de don Pedro Valero Díaz103.
Este servicio de más de treinta y cinco años en la administración de justicia lo
completó don Bartolomé –según sus palabras– con los treinta años que ocupó el oficio
de auditor general de la gente de guerra y presidios de Aragón104. También fue el encar-
gado del asiento de árboles del Pirineo y visitador del Real Patrimonio en Aragón105.
Buena parte de la vida profesional de don Bartolomé no se puede entender sin
analizar su vida privada. Estamos seguros de que el apellido Pérez de Nueros –muy
arraigado en la magistratura y en la vida pública aragonesa en general– vio reforzado
su papel social con su casamiento con doña Teresa Pérez de Sayas –nieta, hija y her-
mana de tres justicias de las montañas de Aragón–, con quien se desposó el 9 de julio
de 1662 en la parroquia zaragozana de la Magdalena ante don Jacinto Pérez de Nueros,
canónigo del Santo Sepulcro de Calatayud, hermano del contrayente106.
Don Bartolomé, en las capitulaciones matrimoniales con doña Teresa, firmadas
el 10 de julio de 1662, aportó propiedades inmobiliarias en diversas poblaciones de
la Comunidad de Calatayud. Así, en Ibdes tenía los siguientes bienes: las casas prin-
cipales con bodega, corrales y una huerta contigua de cuatro hanegas, tres portales de
casas y un heredamiento de setenta hanegas. En Munébrega tenía nueve viñas, ocho
yugadas de tierra y cuarenta libras jaquesas en diversos treudos sobre las heredades.
En Belmonte poseía una casa con corrales, tres bodegas de vino, un huerto de tres
hanegas, cincuenta hanegas de huerta, veinte yugadas en el monte de la población,
un cerrado de ocho hanegas y dos viñas. En Calatayud disponía de unas casas en la
plaza de Jorgal, otras casas y mesón, una era, una pieza de regadío de dos hanegas y
otra pieza de la misma extensión. En Saviñán tenía un olivar. Don Bartolomé también
llevó al matrimonio 2.166 sueldos jaqueses de renta con 31.000 sueldos de propiedad
en tres censales cargados sobre el Concejo de Alagón, los concejos de Pedrola, Luna y
101. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2148/6 (leg. 43/6) y 2148/28 (leg. 43/28), caja 2143/23 (leg. 38/23). En ese
momento el gobernador de Aragón era don Pedro Jerónimo de Urriés.
102. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2167/19 (leg. 66/19), caja 2121/7 (leg. 19/17).
103. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2167/20 (leg. 66/20).
104. Relataba que prestó sus servicios en las jornadas siguientes: en 1661 en Alagón, en 1662 en Grañén,
en 1664 en Graus, en 1669 salió a recibir a don Juan y lo sirvió desde Cataluña hasta Castilla, en 1675
fue a pedir servicio (a Huesca, Barbastro y otras ciudades), en 1677 salió a la frontera castellana para
acompañar a Su Majestad hasta Zaragoza, en 1684 ajustó las diferencias de Castelserás y Alcañiz, en
1688 estuvo en la frontera valenciana con Aragón, y en 1691 consiguió un donativo de la ciudad y
comunidad de Calatayud.
105. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2167/19 y 20 y caja 2121/7. De su papel de visitador del Real Patrimonio
hay constancia por un despacho real de 29 de julio de 1690. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2130/11 (leg.
28/69).
106. ADZ. Quinque libri de la parroquia de la Magdalena de Zaragoza, libro de desposados, tomo 3º., f. 503r.
Don Jacinto fue autorizado por el vicario de dicha parroquia.
107. Parte de dicha suma monetaria la sufragaba con las 110 libras jaquesas de la renta de la canonjía que
tenía en la Catedral de Huesca.
108. Diez años después de la firma de los capítulos matrimoniales, más concretamente el 3 de noviembre de
1672, don Bartolomé Pérez de Nueros reconoció haber recibido de don Francisco de Lacabra, canónigo
de la Catedral de Huesca –como ejecutor testamentario de don Jerónimo Pérez de Sayas– diversas pie-
zas de plata. AHPrH. Vicencio Santapau, 1672, 3-XI, ff. 566r-568r.
109. Los capítulos matrimoniales se completaron, entre otros, con los siguientes acuerdos: don Bartolomé
aseguraba a su futura esposa un excrex y aumento de dote de 3.000 libras jaquesas, con la obligación
de que la beneficiaria dispusiese dicha cantidad en hijos del matrimonio. Si don Bartolomé llegaba a
gozar de las 6.000 libras ofrecidas por doña Luisa de Sora, el excrex y aumento de dote debía ascender
a 4.000 libras jaquesas. También se acordó que los bienes adquiridos a título lucrativo pertenecían al
adquiriente. A la hora de disolverse el matrimonio, las joyas y vestidos eran para el sobreviviente, quien
también tenía derecho de viudedad en los bienes muebles y sitios del premoriente. Un capítulo impor-
tante son los acuerdos que recogían la posibilidad –que se cumplió– de que doña Teresa se beneficiase
del patrimonio de su único hermano don José [Pérez] de Sayas.
110. Se le bautizó con los nombres de Josefa Lamberta Antonia Fausta María Teresa Jacinta Luisa. ADZ.
Quinque libri de la parroquia de la Magdalena de Zaragoza, libro de bautismos, tomo 4º., f. 4v.
111. ADZ. Quinque libri de la parroquia de la Magdalena de Zaragoza, libro de desposados, tomo 4º., f. 92r.
La capitulación matrimonial fue hecha el mismo día ante el notario zaragozano Francisco Salanova.
Doña María Francisca testó el 17 de diciembre de 1701 ante el notario zaragozano Martín Ostabad.
112. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2147/56 (leg. 42/56). En el testamento reconocía su devoción hacia los
santos José, Bartolomé y Teresa. Este parroquiano de la iglesia zaragozana de la Magdalena deseaba
que su cuerpo muerto fuese enterrado en Calatayud, en la capilla del Santísimo Crucifijo del convento
de San Pedro Mártir de la orden de Santo Domingo, donde estaba el enterratorio de la familia. Solicitaba
la celebración de 1.500 misas por su alma y la fundación de un aniversario perpetuo en la citada iglesia
que no fue la última vez y sus deseos perdieron validez legal. Además, el documento,
firmado por el testador, no sabemos si fue registrado notarialmente.
Cuando el matrimonio estaba cerca de cumplir cuarenta años de convivencia, el
doctor don Bartolomé falleció en su vivienda de la calle Mayor de Zaragoza el 30 ó 31
de octubre de 1701113. Las últimas voluntades del difunto fueron escrituradas conjun-
tamente con las de su esposa doña Teresa Pérez de Sayas el 28 de octubre de 1701114.
En dicho documento se acordó lo siguiente: don Bartolomé deseaba que su cuerpo
muerto fuese enterrado en el convento de San Pedro Mártir de Calatayud, de la orden
de Santo Domingo, en la capilla del Santo Cristo, donde estaban sepultados sus padres
y abuelos. Por su parte, doña Teresa quería descansar tras su vida terrenal en la capilla
de San Juan Bautista del monasterio de Santa Engracia de Zaragoza, propiedad de sus
abuelos maternos115. Dejaban una herencia legítima de 10 sueldos jaqueses de bienes
y 10 sueldos de bienes inmuebles a cada uno de sus tres hijos, a su nieta Teresa Rosa
y a quien le pudiese corresponder. Puntualmente daban a su hija Josefa Lamberta 200
onzas de plata y 150 libras jaquesas de renta anual durante su vida natural si no tenía
hijos –pagaderas por el heredero universal, la mitad en dinero y la otra mitad en trigo–.
Nombraban heredero universal a su hijo don Jacinto, con la condición de que debía dis-
poner de la herencia en uno de sus dos hijos varones, «en aquel que quissiere elegir»,
y perpetuamente se debía nombrar a un sucesor varón, siendo llamadas las mujeres a la
sucesión solamente cuando no hubiese varones. Para los desheredados, los testadores
dejaban 6.000 libras jaquesas116.
de la Magdalena y otro aniversario en el convento bilbilitano donde quería ser enterrado. Señalaba «el
grande y recíproco amor» que tenía el testador s su hermano Jacinto e indicaba a su esposa como «queri-
da y amada muger». También enumeraba que don Agustín y don Cristóbal de Lacabra y Pérez de Nueros
–hijos de don Francisco de Lacabra y Dara y de su hija María Francisca– y doña Teresa Rosa Pérez de
Nueros –hija de su hijo Jacinto– eran sus nietos en ese momento. Instituía como heredero universal a su
hijo don Jacinto Pérez de Nueros.
113. ADZ. Quinque libri de la parroquia de la Magdalena de Zaragoza, libro de difuntos, tomo 4º., f. 187r. En
este libro consta que el óbito se produjo el día 30. AHPZ. José Pérez de Oviedo, 1701, 31-X, ff. 889v-
891v. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2135/18 (leg. 33/54).
114. AHPZ. José Pérez de Oviedo, 1701, 28-X, ff. 893r-905r. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2135/18 (leg.
33/54).
115. Solicitaban la celebración de 2.000 misas por el alma de cada uno de los testadores, respectivamente. En
la misma línea, se debía celebrar una misa rezada cada día durante el primer año después de sus respec-
tivos óbitos. Por cada uno de los testadores se debían fundar dos aniversarios cantados perpetuamente,
celebraderos el día que correspondía a la conmemoración de la muerte (don Bartolomé instituía uno
en la iglesia parroquial de la Magdalena de Zaragoza y el otro en el convento de San Pedro Mártir de
Calatayud. Por su parte, doña Teresa los fundaba en la citada iglesia de la Magdalena y en el convento
zaragozano de Santa Engracia). Dejaban 350 reales de limosnas a los hospitales zaragozanos de Nuestra
Señora de Gracia, Nuestra Señora de la Misericordia y de Niños y Niñas Huérfanos.
116. Nombraban como ejecutores testamentarios a doña Juana de Rocafull, condesa de Aranda y marquesa
de La Vilueña, a su sobrino don José de Contamina, a su sobrino don Juan Miguel Pérez de Nueros y
Femat, a sus hijos, a su sobrino don Antonio Pérez de Nueros y Abarca, a don Francisco Lacabra y Dara,
al doctor Jaime Roc y a fray Jacinto Santarromana.
Una vez que murió el doctor don Bartolomé Pérez de Nueros, el testigo familiar
lo recogió su hijo el infanzón don Jacinto Pérez de Nueros y Pérez de Sayas, quien
desde hacía tiempo había tomado innumerables responsabilidades. Tengamos en cuen-
ta que don Jacinto había firmado los capítulos matrimoniales con su pariente lejana la
bilbilitana doña Teresa Francisca Pérez de Nueros –hija del infanzón don Juan Miguel
Pérez de Nueros y Femat y doña Isabel Caxol–117 el 19 de marzo de 1688118, y el
mismo día se casaron en la iglesia parroquial de la Magdalena de Zaragoza119. Don
Jacinto aportó al matrimonio diversos bienes inmuebles en las poblaciones de Terrer
y Calatayud y varios treudos de trigo empeñados en 1.045 libras jaquesas –con carta
de gracia reservada a don Baltasar Pérez de Nueros y Pueyo–. También los bienes de
sus padres (la mitad del lugar de Pomer, las haciendas en Calatayud, Paracuellos de
Jiloca, El Frasno, Ibdes y Saviñán), quienes se reservaban mientras viviesen el usu-
fructo sobre dichos bienes y que el sobreviviente pudiese disponer libremente de 3.000
libras jaquesas. El contrayente también aportaba dos pensiones eclesiásticas de 200 y
110 libras jaquesas de renta anual, pagaderas por el obispo de Albarracín y el arzobis-
pado de Zaragoza, respectivamente120. Doña Teresa Francisca Pérez de Nueros llevó
al matrimonio los siguientes bienes: 1.200 libras jaquesas de contado, varias fincas
en Calatayud y Cadrete, 20.600 sueldos jaqueses de propiedad y 1.030 sueldos de
renta en tres censales sobre el condado de Aranda, 1.000 escudos de un censal sobre el
monasterio zaragozano de Santa Fe y 2.000 escudos del excrex y aumento de dote que
le dio el padre a la madre de la contrayente cuando se casaron. Don Jacinto Pérez de
Nueros firmaba y aseguraba a su futura esposa un excrex y aumento de dote de 2.000
libras jaquesas, con la condición de que dispusiese dicha cantidad monetaria en hijos
del matrimonio.
117. Sus abuelos maternos eran don Juan Jaime Pérez de Nueros y la viuda doña Sabina Femat y Aznárez
–esposa del difunto jurista doctor Juan Francisco de Falces y Lasarte–, quienes habían contraído matri-
monio eclesiástico el 7 de febrero de 1646. Su tía carnal, llamada Sabina Pérez de Nueros, hermana de
su padre, se casó en 1668 con don Nicolás de Olcina, miembro de una destacada familia de juristas.
Cuando Juan Jaime otorgó testamento en Calatayud el 18 de abril de 1653 instituyó como heredero
universal a su hijo don Juan Miguel, y su hija Sabina solamente tenía derecho a una dote de 5.000 libras
jaquesas a la hora de contraer nupcias, como así ocurrió. GÓMEZ ZORRAQUINO, J.I. «La endogamia
profesional en la magistratura en Aragón (siglo XVII)», en prensa. AHPr.Z. Fondo Argillo, leg. 24/1.
El caballero oscense don Juan Miguel Pérez de Nueros y Femat escribió varios trabajos históri-
cos –según Dormer–, tales como Escolios a la segunda parte de Patronado de Calatayud, de Miguel
Martínez del Villar; la Historia de la ciudad de Calatayud; y continuó con el índice de los Anales
de Zurita, trabajado por don Gaspar Ibáñez de Mendoza, marqués de Mondéjar. GÓMEZ URIEL, M.
Bibliotecas..., op.cit., tomo II, p. 537.
118. AHPZ. Braulio Villanueva, 1688, 19-III, ff. 607r-650v. AHPrZ. Fondo Argillo, caja 2136/9 (leg.
33/97).
119. ADZ. Quinque libri de la parroquia de la Magdalena de Zaragoza, libro de desposados, tomo 4º., f.
92v.
120. Recibía estas pensiones por una gracia especial del papa Inocencio XI, de fecha 14 de febrero de 1688.
AHPrZ. Fondo Argillo, legajo 58/39.
ofreció Ignacio del Corral el 24 de febrero de 1708 –a instancia de don Jacinto Pérez de
Nueros–, quien actuaba como procurador de la Real Chancillería de Zaragoza y secre-
tario de los papeles y procesos llevados a cabo por el Tribunal de Secuestros durante la
dominación del archiduque Carlos, el acusado don Jacinto fue juzgado con la propues-
ta de ser condenado a la pena ordinaria de «muerte de cuchillo», sus bienes confiscados
y privado de todas las mercedes, honores, preeminencias y dignidades124.
Esta situación la superó el caballero hijodalgo don Jacinto porque se había apun-
tado al bando triunfador en la guerra de Sucesión y, además, fue compensado con el
nombramiento de diputado perpetuo del Reino de Aragón125. Don Jacinto formó parte
desde el 14 de diciembre de 1707 del primer ayuntamiento borbónico de la ciudad de
Zaragoza como regidor por el estado de hidalgos y ciudadanos126, nombramiento real
que era consecuencia de la fidelidad que había mostrado a la causa borbónica127. En este
cargo municipal debió de estar nuestro protagonista hasta 1714128. De esta forma –en
el contexto de nuestro análisis– nuevamente emergía la figura de un Pérez de Nueros
cerca de la Monarquía, aunque en este caso la dinastía que reinaba era la borbónica.
Así pues, el casamiento de doña Teresa Pérez de Sayas y Sora con don Bartolomé
Pérez de Nueros, la unión de don Jerónimo Pérez de Sayas con doña Violante Fernández
de Heredia y Rueda, el enlace de don Juan Fernández de Heredia con doña Ana Luisa
Zapata y Urrea y otros matrimonios ya citados nos están mostrando la configuración
de un pequeño grupo de poder. Dicho grupo estaba muy cerca de la Monarquía y, por
tal motivo, sus miembros se beneficiaban, entre otras cuestiones, de los más diversos
oficios públicos de designación real. Se da la circunstancia –que no era casual– de que
los componentes del grupo eran paisanos originarios de diversas poblaciones de la
Comunidad de Calatayud –con alguna raíz en las poblaciones limítrofes de Castilla– y
utilizaban esta relación y otras como el parentesco, la amistad,... para cerrar filas y
ejercer todo su poder de influencia. Buena parte de las raíces de esta situación, posi-
blemente, debamos buscarlas en los comportamientos favorables a la Monarquía que
tuvieron sus antepasados en los sucesos de la rebelión aragonesa de 1591 y en otros
acontecimientos políticos anteriores y posteriores129. De igual forma, como ya hemos
analizado, la conexión de don Jacinto Pérez de Nueros con Felipe V partió del puntual
apoyo que prestó este infanzón al monarca borbón en la guerra de Sucesión.
No queremos terminar este trabajo sin plantear que las coincidencias que encon-
tramos entre el justicia de las montañas de Aragón y el justicia de Aragón nos permiten
pensar que el «mito» del justicia de Aragón necesita una profunda revisión. Entramos
en este territorio «vedado» porque ambos cargos eran de nombramiento real y estaban
patrimonializados por familias –desde 1439 hasta 1591 el de justicia de Aragón– y por
personas de clara filiación monárquica. A la vez, las dos magistraturas debían hacer
respetar el ordenamiento foral aragonés, debían asegurar la autonomía de las jurisdic-
ciones municipales y debían velar por la inviolabilidad de los derechos de los aragone-
ses libres, algo que se nos antoja imposible de conciliar. Esto, sin olvidar que la institu-
ción del Justicia de Aragón era el principal sostén del modelo de libertades aragonesas.
Por ello, hay que revisar la historia política que se ha hecho a partir de las narraciones
de los cronistas y de una serie de tópicos que no han sido contrastados130.
Aunque sin profundizar en el asunto –porque sería necesario conocer la práctica
del ejercicio del poder de los justicias citados131–, no es aventurado pensar que ese
difícil equilibrio de intereses (los de la realeza, los regnícolas, los locales y los perso-
nales) se rompía a favor de los poderosos (la Monarquía, la alta nobleza y las élites
sociales). Entre otras cuestiones, no debemos olvidar que la jurisdicción señorial tenía
su propia vida sin interferencias externas. Tampoco debemos perder de vista que dichas
élites sociales surtían de efectivos a los tribunales que debían aplicar las normas. Qué
decir del poder del monarca y sus representantes cuando controlaban el acceso a los
principales cargos, las más diversas prerrogativas y todo lo relacionado con el ascenso
social. Por todo ello, cualquier análisis sobre la justicia –en singular o plural– y sus
representantes debe considerar el territorio del día a día y la excepcionalidad. Todo lo
demás es hacer proselitismo.
1556-1607). Se dio la circunstancia de que don Manuel Zapata tuvo una participación muy directa para
ayudar a la Monarquía en su intento de capturar a Antonio Pérez cuando entró en Aragón.
130. Recientemente, sin entrar a valorar puntualmente las distintas interpretaciones y repartiendo parabie-
nes, Jesús Morales Arrizabalaga ha resaltado –entre otras cuestiones– el significado del mito político
de los Fueros de Sobrarbe, el papel de ideólogo-agitador del cronista Jerónimo de Blancas en su obra
Comentarios de las cosas de Aragón, algunos errores y tópicos sobre la institución del Justicia Mayor
(sic) y la historia política de Aragón tras «las actuaciones de 1591 y las reformas de 1592»,... MORALES
ARRIZABALAGA, J. Fueros y Libertades del Reino de Aragón. De su formación medieval a la crisis
preconstitucional (1076-1800), Zaragoza, Rolde de Estudios Aragoneses, 2007, pp. 64-97.
131. Hasta el momento no hemos localizado fondos documentales de los procesos llevados a cabo por el jus-
ticia de las montañas de Aragón. Además, creemos que, por las especiales circunstancias en que actuaba
dicho magistrado, va a resultar complicado tener acceso a la citada documentación.
1. En realidad eran dos asambleas diferentes que se reunían a veces por separado: el Capítulo compuesto por
los jurados y el justicia, donde existía, más algunos otros oficiales de gobierno, y el Consejo compuesto
por los consejeros.
2. Para Barbastro, SALAS AUSENS, José Antonio: La población en Barbastro en los siglos XVI y XVII.
Zaragoza, 1981, p. 278.
Este Concejo limitado estaba constituido por los jurados más algún otro oficial
de gobierno3 con la asistencia del secretario para redactar las actas. La presencia del
justicia no se constata en todas las localidades (por ejemplo está presente en Jaca, pero
no en Albarracín) debido a que sus atribuciones eran más judiciales que de gobierno.
Ilustrativo de la múltiple casuistica que existía sobre el gobierno local en época
foral, es la aparición de otro tipo específico de asambleas en algunas localidades. Tal
era el caso de Ejea de los Caballeros, donde se cita un denominado Consejo de Treinta
y tres que se reunía cuando la mayoría de los jurados y el justicia lo solicitaban; estaba
compuesto por el Capítulo de ese año y el del año anterior más 21 consejeros. Entre
sus funciones estaba aprobar los gastos extraordinarios, siempre que no supusiera la
carga de censos o menoscabo de los Propios, ya que en este caso la decisión competía
al Consejo general de todos los vecinos; también se encargaba de votar la entrada de
nuevos insaculados para proponer al virrey4.
De hecho, la introducción del sistema de insaculación debe entenderse como un
nuevo paso hacia la conformación de una élite de poder cada vez más restringida y con
mayor grado de endogamia.
Hasta el momento no tenemos estudios completos que nos permitan conocer el
instante de la aparición del sistema insaculatorio en todo el reino de Aragón y sus cir-
cunstancias5, pero a principios del siglo XVII parece que ya estaba introducido en la
mayoría de las poblaciones de cierta entidad6. Un documento similar al utilizado por
Torras i Ribé, nos permite conocer que, cuando se produjo la desaparición del sistema
foral, abarcaba a la práctica totalidad de municipios de realengo de más de 400 veci-
nos7. Existía en todas las ciudades del Reino (Zaragoza, Huesca, Calatayud, Tarazona,
Teruel, Albarracín, Barbastro, Daroca, Jaca, Borja y Alcañiz), en las Cinco Villas (Ejea,
Sos, Tauste, Sádaba y Uncastillo), en la capital del condado de Ribagorza, en villas de
cierta importancia (Magallón, Fraga, Canfranc, Tamarite de Litera, Almudébar, Bolea,
3. En Jaca el procurador de veinticuatro (A.M. Jaca, Caja 859, Deliberaciones del Consejo de la Ciudad de
Jaca del año 1707); y en Albarracín el mayordomo (A.M. Albarracín, Sig. 160, Libro de Concejos año
de 1700 hasta 1707).
4. MORENO ALMARCEGUI, Antonio. Ejea de los Caballeros en la transición de los siglos XVII y XVIII (1684-
1745). Zaragoza, 1983, p. 171. En el mismo sentido se sitúa la reunión de la llamada «Veintena» en
Zaragoza que juzgaba los desagravios contra la ciudad, vid. REDONDO VEINTEMILLAS, Guillermo: «Cargos
municipales y participación artesana en el Concejo zaragozano, 1584-1706», Estudios del Departamento
de Historia Moderna, (Zaragoza, 1976), p. 172.
5. Tan sólo lo conocemos para algunas ciudades: Zaragoza en 1442, Barbastro en 1454, Alcañiz en 1479,
Calatayud en 1481 y Cariñena en 1492, vid. TORRAS I RIBÉ, Josep Maria: Els municipis catalans de
l’Antic Règim (1453-1808). Barcelona, 1983, p. 345; y TORRAS I RIBÉ: «El procedimiento insaculatorio en
los municipios de los reinos de la Corona de Aragón, entre la renovación institucional y el sometimiento a la
monarquía (1427-1717)», en Jerónimo Zurita. Su época y su escuela, (Zaragoza, 1986), p. 103.
6. Torras i Ribé cita un listado de treinta y cinco localidades que disfrutaban de este sistema en 1604, TORRAS
I RIBÉ, Josep Maria: «La desnaturalización del procedimiento insaculatorio en los municipios aragoneses
bajo los Austrias», Studia Historica, 15 (Salamanca, 1996), p. 249.
7. A.H.N., Consejos, leg. 18.064, Relación de los lugares con insaculaciones, 1704.
8. Sobre la participación de los gremios en el municipio foral vid. REDONDO VEINTEMILLAS, Guillermo:
«Cargos municipales y participación artesana...», op. cit. passim.
9. ASSO, Ignacio de: Historia de la Economía Política de Aragón. Zaragoza, Reedición de 1983, op. cit. p.
28.
10. Mil escudos para la de justicia y jurados primero y segundo, y 300 para el resto de los jurados, vid.
MORENO ALMARCEGUI: Ejea de los Caballeros..., op. cit. ps. 172-175. También en Barbastro se especifi-
caba: 1.200 libras en bienes muebles y raíces en la ciudad para justicia o prior de jurados, 800 para jurado
segundo, 600 para jurado tercero y 400 para jurado cuarto, aunque en este caso sólo la mitad en bienes
raíces, vid. SALAS AUSENS: La población en Barbastro..., op. cit. ps. 276-277.
11. Las ordenanzas de Borja eran bien explícitas al establecer el tipo de oficios que quedaban relegados del
gobierno local: «se entienda pelayres, cañamiceros, sogueros, calceteros, sastres, zapateros, zurradores,
herreros, cerrajeros, tejedores, obreros, carpinteros, y otros semejantes» (A.H.N., Consejos, leg. 18.078,
Testimonio de las Ordenanzas de 1701, nº 9). En Zaragoza esta exclusión se remonta a mediados del siglo
XVI cuando las ordenanzas de 1561 descartaban para los oficios municipales a los que hubieran tenido
botiga abierta de mercadería o trato u oficio mecánico, aunque se les permitió el acceso a una bolsa de
consejeros específica, pero no a los cargos de jurado, almutasaf o mayordomo, REDONDO VEINTEMILLAS:
«Cargos municipales y participación artesana...», op. cit. p. 178.
12. GUEMBE RUIZ, Ana Mª: El reino de Aragón según los registros de la llamada «Real Cámara» durante
Carlos II de Austria. Zaragoza, 1984, p. 192.
13. Ordinaciones reales de la Comunidad de Calatayud, 1637. Ed. facsímil del Centro de Estudios
Bilbilitanos, 1982, op. cit. ps. 30-31.
14. REDONDO VEINTEMILLAS, Guillermo: «Felipe I de Aragón», en CANELLAS LÓPEZ, Ángel: Aragón en
su historia. Zaragoza, 1980, p. 257. Sobre el proceso de oligarquización de las ciudades mediterrá-
neas desde fines de la Edad Media al siglo XVII vid. AMELANG, James: «L’oligarquia ciutadana a la
Barcelona moderna: una aproximació comparativa». Recerques, (Barcelona, 1983), ps. 7-25.
15. A.M. Ejea, Acuerdos, 4 de marzo de 1696.
16. A.H.N., Consejos, leg. 18.078, Testimonio del Libro de Justiciado de la Ciudad de Borja, f. 119.
17. En algunas localidades se cita la entrada de la baja nobleza ya durante el siglo XVI y principios del
XVII como en Alcañiz, donde las Ordenanzas de 1615 establecían su ingreso haciendo referencia a una
presencia en época anterior (A.H.N., Consejos, leg. 18.068, Testimonio del escribano de las Ordenanzas
establecidas por el Dr. D. Agustín Pilares del Consejo de S.M. y comisario para la insaculación de ofi-
cios de 1615). En Barbastro la entrada de la baja nobleza se produjo en el último cuarto del siglo XVII
como consecuencia de un acuerdo entre los ciudadanos y los infanzones para que éstos, a cambio de la
entrada en el consistorio, pagasen contribuciones municipales, XULVE, G.: Ordinaciones reales de la
ciudad de Barbastro hechas por...», Zaragoza, 1676, ps. 15-16.
18. En la capital del Reino les estaba vedado el acceso debido a la especial situación de la clase de ciudadanos
de ella, asimilados a la baja nobleza, pero aún así los nobles no dejaron de intentar acceder al gobierno
municipal como se constata en la petición de reforma de las bolsas de oficios presentada en las Cortes de
1626: «Que se suplique a su Majestad que la bolsa primera de jurados de Zaragoza se dé a los nobles de
este Reino y la segunda para los nobles y caballeros y la tercera y la cuarta que quede reservada para los
ciudadanos, y la quinta para los labradores y oficiales», citado en REDONDO VEINTEMILLAS, Guillermo:
«La censura política de los Austrias en Aragón (Una aportación al conocimiento de la selección de cargos
concejiles y del control municipal en Aragón durante el siglo XVII)», Cuadernos de Zaragoza, nº 27
(Zaragoza, 1978), p. 16.
perjuicio de sus infanzonías, con tal que contribuyan como los demás, y que no se puedan
hacer ordinaciones para no admitirlos19».
La irrupción de la baja nobleza, ya que la alta nobleza permaneció al margen del
municipio, no se hizo sin la queja de los grupos que hasta ese momento lo controla-
ban. Las referencias son abundantes. En la comunidad de Daroca, el síndico Matías
González envió una representación al rey en 1684, en nombre de la comunidad, sobre
los inconvenientes que ofrecía la concesión del privilegio solicitado por los hidalgos de
dicha comunidad y la de Calatayud «de que les admitiesen en los oficios de gobierno
haciendo los Concejos mixtos», pero el rey se limitó a decretar que se tomaría en con-
sideración, cosa que posteriormente no ocurrió20.
No se conformó la baja nobleza con acceder al gobierno local sino que, casi desde
ese mismo momento, pretendió excluir de los puestos más destacados al resto de los
miembros de la sociedad. Sin embargo, la participación de todos los grupos sociales,
exceptuados los empleados en oficios «viles y mecánicos» como veremos, era al menos
en teoría posible sin que fuese necesaria la nobleza personal o de sangre para acceder
al gobierno local21. Un ejemplo del intento de controlar los cargos municipales más
importantes por parte de la nobleza local nos lo muestra el conflicto planteado a partir
de 1689 en Teruel cuando dos juristas (Félix Civera y Pedro Escobar) solicitaron ascen-
der de la bolsa segunda a la primera que tenía reservados los principales cargos22.
La demanda se fundamentaba en su condición de doctores en ambos derechos
y su larga trayectoria como insaculados en la bolsa segunda (Civera más de 30 años
y Escobar 28) de la que habían sido extraídos para varios empleos. De hecho, aun-
que el virrey (Manuel de Contamina) se había mostrado dos años antes contrario a su
imbursación, el parecer de los «caballeros de la primera clase» insaculados en la bolsa
primera, los informes positivos del «Consejo de veintiuno» (donde tenían mayoría los
miembros de las bolsas inferiores) y del ministro insaculador (más el cambio de opi-
nión del virrey), inclinaron al Consejo de Aragón a pedir su insaculación por acuerdo
de 26 de abril de 1689.
Este acuerdo fue aceptado por Carlos II cuatro días más tarde «teniendo en con-
sideración a las buenas partes, méritos y servicios» que concurrían en ambos. Los
«ciudadanos de la primera bolsa» no tardaron en presentar un memorial contrario a
19. SAVALL Y DRONDA, Pascual: Fueros, observancias y actos de Corte del Reino de Aragón. Zaragoza,
1991, vol. II, ps. 417-418. Este proceso fue similar en el resto de la Corona de Aragón, iniciándose en
Cataluña a fines del XVII y en Valencia, si bien sólo en la capital, a partir de 1652, vid. DOMÍNGUEZ
ORTIZ, Antonio: Las clases privilegiadas en la España del Antiguo Régimen. Madrid, 1973, p. 133.
20. CAMPILLO, Toribio del: Documentos históricos de Daroca y su Comunidad. Zaragoza, 1915, p. 288.
21. Referencias de ello tenemos en la documentación del siglo XVIII cuando la discusión sobre la negativa
al acceso a otros grupos se plantee: por ejemplo en Jaca hacia 1740 se argumentaba que las ordenanzas
forales no restringían los cargos municipales a los hidalgos e infanzones como señalaba expresamente la
ordenanza 132. A.H.N., Consejos, leg. 18.086, Regimiento de Jaca conferidos a Casamayor y Lacasa,
1740.
22. A.H.N., Consejos, leg. 18.064.
23. Curiosamente unían a los motivos de dichos desórdenes el clima de la localidad: «a que ayudaría no
poco el natural clima del país, que con menos causa que en otros vendrán a las manos y sería la mayor
desgracia», Ibidem, Memorial de los ciudadanos de la primera bolsa de Teruel, 1689.
comprobando que en «los Tribunales y Senados vemos llenos de Ministros que por sus
méritos se anteponen a los hijos de Príncipes24».
Tras la elaboración de distintos informes y comprobaciones, el virrey se manifestó
partidario del ascenso de estos dos doctores a la primera bolsa teniendo en cuenta el
origen familiar de ambos, su empleo de letrados, que les daba la categoría de hidalgos
en vida, y la inexistencia de la ordenanza que reservaba la primera bolsa a los miem-
bros de la Cofradía de Caballeros de Teruel25. A pesar de su victoria legal, los citados
doctores no llegaron a entrar en la bolsa primera por la oposición de quienes ya eran
miembros de ella, aunque desconocemos que argucias utilizaron. Pero cinco años más
tarde de la sentencia del virrey volvieron los miembros de la mencionada Cofradía,
ante la insaculación general que se avecinaba, a reiterar la recogida de los despachos de
insaculación de Civera y Escobar que no habían tenido efecto práctico y estaba deteni-
da su ejecución por el ayuntamiento turolense. Aunque sobre Civera volvían a insistir
en el hecho de que no pertenecía a la clase de hidalgos, sobre Escobar añadían un dato
nuevo de relevancia: su falta de riqueza. Según las ordenanzas municipales para entrar
en la primera bolsa era necesario disfrutar de una hacienda valorada al menos en 1.500
escudos. En este momento, el Consejo de Aragón se mostró partidario de demorar la
entrada en la bolsa primera de estos sujetos y defender la exclusividad de la nobleza
de sangre para lo que instaba al virrey y a los regentes de la Audiencia a que la nueva
insaculación se hiciera atendiendo a este criterio26.
Sin embargo, Civera (Escobar había fallecido durante la tramitación del asun-
to) prosiguió en su intento y logró en 1701 la opinión favorable de los consejeros de
Teruel, cuya asamblea (el Consejo de Veintiuno) no controlaba la nobleza. Por ello,
finalmente el Consejo concedió la insaculación en la bolsa primera al doctor Civera
(acordado en 21 de abril de 1701) que a partir de entonces siguió una carrera política
local ascendente27.
Aunque este proceso de dominio de la pequeña nobleza local parece la norma
general, tiene sus excepciones. En algunos municipios el mayor peso de la burguesía
pudo mantener en cierto modo el control de los cargos de gobierno. Es el caso de
Alcañiz, donde sus ordenanzas establecían de manera expresa que en la bolsa primera
el número de burgueses debía ser duplicado al de hidalgos28, sin tener prerrogativas de
24. Ibidem, Memorial impreso del Dr. D. Pedro de Escobar, 1689. La defensa de Civera fue menos funda-
mentada, basándose en su origen familiar (hijo de labradores honrados con su familia enlazada con la
ilustre infanzonía de los Bernabés), pero sin presentar documentos que lo avalasen.
25. Ibidem, El Virrey a 7 de febrero de 1690.
26. Ibidem, Madrid a 14 de mayo de 1695.
27. Ya en 1702 participó en las Cortes de Aragón como representante de Teruel al ser jurado en cap, y en
1708 pasó a formar parte del primer ayuntamiento borbónico, aunque falleció ese mismo año.
28. Ordinación 4ª: «Que en Bolsa de jurado en cap sea mayor el número de los Burgueses». A.H.N., Consejos,
leg. 18.068, Testimonio del escribano de las Ordenanzas establecidas por el Dr. D. Agustín Pilares del
Consejo de S.M. y comisario para la insaculación de oficios de 1615.
índole honorífica como el asiento y sin poder servir el empleo de síndico en Cortes por
el brazo de universidades ya que disfrutaban del suyo propio.
29. A.H.N., Consejos, leg. 17.984, Los corregimientos que por ahora parece se pueden poner en el reino de
Aragón.
30. Santayana decía que esta proporción no la ordenaba ninguna ley, pero sí la costumbre en Castilla, vid.
SANTAYANA BUSTILLO, Lorenzo de: Gobierno político de los pueblos de España. Madrid, 1979, p. 13.
31. También tuvo lugar la distinción de oficios en el ayuntamiento de Fraga, pero su funcionamiento era distinto
con empleos trienales, pero, además, en la práctica no siempre se cumplía.
respondía tal término. Podía aludir a la nobleza titulada, que fue la que ocupó estos
cargos en Zaragoza, pero la realidad social del Reino no permitía que este hecho se
generalizase en otras localidades, donde apenas si existía. Además, en la capital ya
constaba cierta tradición en la asimilación entre la baja nobleza y los ciudadanos, que
tenían idénticas prerrogativas para acceder a los cargos municipales. Por tanto, en las
regidurías zaragozanas reservadas a los «ciudadanos honrados y principales», en pala-
bras de Eusa, se ubicaron ambos grupos sociales.
En segundo lugar, la tradicional división en las Cortes dentro del estamento nobi-
liario (nobles titulados y asimilados frente a baja nobleza, en brazos separados) pudo
suscitar que en las regidurías nobiliarias no entraran a formar parte los hidalgos. En
apoyo de esta tesis estaría lo sucedido en el reino de Valencia y en Cataluña (cuyas
Cortes no conocían dicha división), donde las plazas de nobles fueron ocupadas tanto
por la alta como por la baja nobleza32.
Así, la falta de un número suficiente de miembros de la alta nobleza en el resto de
localidades pudo propiciar el abandono de esta primera idea de división de las regidu-
rías. Sin embargo, el criterio no se cumplió en todas ellas, reiterándose de este modo
cuanto de improvisación tuvo la reforma municipal aragonesa.
En Fraga la separación se llevó a cabo, pero no se siguió el planteamiento men-
cionado anteriormente para Zaragoza. En este caso, se realizó entre plazas nobiliarias,
siendo incluidos en ellas incluso aquellos que sólo disfrutaban de la categoría de exen-
tos en razón de su empleo o titulación universitaria (militares y doctores en derecho y
medicina), y del estado llano.
Estas incongruencias dieron lugar a diversos conflictos sociales a lo largo de la
centuria. La alta nobleza aragonesa residente fuera de la capital vio con desagrado
tener que ocupar el mismo tipo de regidurías que el resto de grupos sociales. Por su
parte, los hidalgos zaragozanos se consideraban agraviados respecto a los del resto de
ciudades del Reino, pues nunca podían acceder a la presidencia del ayuntamiento.
Al no establecerse el sistema de mitad de oficios entre nobles y estado general,
las oligarquías locales buscaron todo tipo de razonamientos para dar exclusividad a los
nobles33. La más frecuente se basaba en el mantenimiento de un monopolio iniciado
desde la Nueva Planta34. Aunque no era del todo cierto que los nombramientos de 1708
32. IRLES VICENTE, Mª Carmen: El régimen municipal valenciano en el siglo XVIII. Estudio institucional.
Alicante, 1995, ps. 134-135; TORRAS: Els municipis catalans..., p. 192.
33. En ocasiones se intentó buscar una excusa para dar legitimidad jurídica a la exclusión del estado llano:
en 1736 el ayuntamiento jacetano argumentaba que la condición nobiliaria era necesaria por ser de voto
en Cortes, pero la Cámara siguió considerando que no había distinción de oficios (A.H.N., Consejos, leg.
18.086, Regimiento de Jaca conferidos a Casamayor y a Lacasa, 1740). En 1719 fue la propia Audiencia
la que razonaba la exclusividad de los nobles por el hecho de ser empleos vitalicios (A.H.N., Consejos,
leg. 18.092, La Audiencia a 16 de febrero de 1719).
34. El concejo bilbilitano exponía en 1783 a Carlos III: «Que desde el establecimiento del nuevo Gobierno
en que se nombraron Regidores a las Personas de más distinguida nobleza, no ha habido en dicha Ciudad
Regidor alguno, que no haya sido Infanzón Hijodalgo por naturaleza». A.H.N., Consejos, leg. 18.080, La
Ciudad y Regimiento de Calatayud, Reino de Aragón, 2 de noviembre de 1783.
39. A.H.N., Consejos, leg. 18.092, Don Miguel Argenao, Procurador Síndico de la villa de Tauste, 1741. La
Audiencia apoyó la propuesta, pero no fue amparada por la Cámara hasta 1765.
40. CLAVERO, Bartolomé: «Derecho y privilegio», en Materiales, nº 4, 1977, ps. 19-32.
41. DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Política fiscal y cambio social en la España del siglo XVII. Madrid, 1984,
especialmente los capítulos I: «La fiscalidad como factor de disolución estamental», y II: «Fiscalidad y
aristrocracia».
42. MARAVALL, José Antº: Poder, honor y elites en el siglo XVII. Madrid, 1979, ps. 11 y ss.
43. MADRAMANY I CALATAYUD, Mariano: Tratado de la nobleza de la Corona de Aragón, especialmente del
Reino de Valencia, comparada con la de Castilla. Valencia, 1788, ps. III-IV: «cuando llegué a tratar de
los Ciudadanos casi se me cayó la pluma de la mano, por el temor que me infundieron las dificultades,
y el peligro de errar en tan grave asunto». Un análisis de la obra de este tratadista, con referencias a la
asimilación del término ciudadanos a la burguesía comercial y mercantil en PÉREZ GARCÍA, Pablo: «Los
ciudadanos de Valencia. Estatuto jurídico y jerarquía social de un grupo privilegiado: memoriales y tra-
tados de los siglos XVI, XVII y XVIII», Estudis, nº 15 (Valencia, 1989), ps. 145-188.
44. Este grupo ha sido estudiado profusamente por JARQUE MARTÍNEZ, Encarna: Zaragoza en la monarquía
de los Austrias: la política de los ciudadanos honrados (1540-1650). Institución Fernando el Católico,
2007.
45. No tenían cabida dentro de la cofradía de infanzones de San Jorge, vid. SAVALL Y DRONDA, Pascual:
Fueros, observancias y actos de Corte del Reino de Aragón. Zaragoza, 1991, I, p. 306.
46. Concretamente en las de Valencia, Alicante y Játiva, vid. GIMENO SANFELIU, Mª Jesús: «La oligarquía
urbana de Castellón en el siglo XVIII», Estudis, 13 (Valencia, 1987), p. 244.
47. «fue extinguida, y quedaron abolidos sus privilegios juntamente con los fueros en que estribaban». Op.
cit., p. 277.
48. A.H.N., Consejos, leg. 18.086, Regimiento de Jaca conferidos a Casamayor y Lacasa, 1740.
49. En una fecha tan tardía como 1793, a Benito Monzón se le negaba la condición de ciudadano ya que el
empleo ejercido había sido el de diputado del común, que no se consideraba de gobierno: «no habiendo
tenido el nominado Benito otro ni más empleo de República que el de Diputado del Común que fue en
esta Ciudad y el haberse convidado por la misma a una función pública, cuyo hecho no podía constituirle
en la clase de ciudadano». A.H.N., Consejos, leg. 18.090, Para que D. Benito Monzón sirva un oficio de
Regidor de la Ciudad de Tarazona en el Reino de Aragón, como teniente de Dª Ana Joaquina Gil, según
aquí se expresa, 1793.
50. A.H.N., Consejos, leg. 18.095, Información hecha a pedimento de Don Juan Gómez Zalón, Ciudadano
de esta Ciudad de Albarracín, 1730.
mentos socialmente más destacados de ella intentaran acaparar dichos cargos. Por ello,
no era suficiente la diferenciación jurídica para controlar el poder local. De hecho exis-
tieron varios intentos de crear una división interna, basada en otros fundamentos.
Durante los primeros años del sistema de provisión instaurado con las reformas
de 1707, fue frecuente que en los informes de la Audiencia, corregidores y concejos
se mostrara una distinción entre primera y segunda nobleza, sin que el primer término
supusiera la posesión de un título nobiliario. Sin embargo, nunca se explicitó clara-
mente el significado de dichas expresiones. Sólo el análisis biográfico de los sujetos
así catalogados nos puede acercar a entenderlas.
Por una parte, se encuadraba dentro de la segunda nobleza a los que disfrutaban de
ciertos privilegios nobiliarios como consecuencia de su profesión o a los descendientes
de éstos51; también a quienes habían ocupado cargos municipales antes del cambio
institucional, o procedían de familias que los habían tenido, pero no eran estrictamente
hidalgos52.
Sin embargo, en ocasiones, en esta categoría de segunda nobleza fueron inclui-
dos personajes que realmente podían acreditar una nobleza contrastada de sangre y
naturaleza. Así, aunque Diego Corella era doctor y profesor, su padre era un conocido
hidalgo que se había trasladado, desde su localidad natal de Lanzuela (en el partido
de Tarazona), donde se había ocupado de la administración de las rentas del obispado
de dicha ciudad, a Calatayud53. También pertenecía a la segunda nobleza el bilbilita-
no Miguel Antonio Franco de Villalba, natural del lugar de Belmonte, y sobrino del
que fue alcalde del crimen y oidor de la Audiencia de Aragón, a pesar de que en los
informes se decía que era «hidalgo siendo la familia de los Francos en la Ciudad de
Calatayud muy antigua, y distinguida54».
Por tanto, aparte de consideraciones de tipo jurídico, se estaban introduciendo
otras de tipo social, como el origen geográfico del sujeto, y económico, pues algunos
de los señalados dentro de la segunda nobleza carecían de propiedades que les identi-
ficaran con el grupo oligárquico55. Sin embargo, los órganos centrales de gobierno no
aceptaron este tipo de discriminaciones, pues no sólo no se ajustaban al derecho, sino
51. En Calatayud, donde fue más frecuente esta diferenciación, se expresaba sobre Antonio Cebrián (hijo
del que había sido secretario del ayuntamiento durante veinte años en época foral), Diego Corella (doc-
tor y profesor de Jurisprudencia), Pedro Pablo Marqués (notario), y Juan Miguel Moreno de Hinojosa
(médico). En Borja este apelativo recayó sobre el abogado Juan Longas y en Benabarre sobre otro doctor,
Medardo Viu.
52. En este caso era usual el término «hidalgo de la clase de ciudadanos», como Antonio García Zárate, en
Calatayud, y Miguel Bauluz Trist, en Borja.
53. A.H.N., Consejos, leg. 18.079, El Conde de Bureta con el informe reservado que se le pidió, 5 de junio
de 1716.
54. Ibidem, La Audiencia a 24 de agosto de 1734.
55. Sobre el mencionado Diego Corella denotaba la Audiencia que «su Patrimonio no es pingüe, aunque
bastante para la calidad de ciudadano», lo cual desvirtuaba el verdadero sentido del término ciudadano,
pues su padre era reconocido como hidalgo. A.H.N., Consejos, leg. 17.079, La Audiencia a 21 de sep-
tiembre de 1747.
que podían ser aprovechadas por los grupos de poder para, aleatoriamente, vincular
las regidurías a su favor, advertidos de las dificultades existentes para reconocer la
hidalguía.
Enterada la Cámara de la mención de esta distinción entre primera y segunda
nobleza, corroborada por la Audiencia, reclamó aclaraciones a la misma56. La Cámara,
en realidad, manifestó no comprender el fundamento de tales denominaciones, pues
eran desconocidas en Castilla; creía que se referían a la diferenciación entre titulados y
no titulados, pero sugería que, si esto era así, se utilizaran los términos noble, caballero
hidalgo, ciudadano o plebeyo. La contestación de la Audiencia, basada en un informe
del concejo de Calatayud, disipaba todo tipo de dudas sobre qué entendía la oligarquía
como primera nobleza: «la diferencia de clases con que se explican a la antigüedad de
las familias y representación en que al presente se hallan constituidas, no pudiendo
asegurar quienes de los pretendientes son hidalgos57».
Utilizando el término noble en todas sus acepciones y categorías, su predominio
fue abrumador sobre las regidurías aragonesas desde 1707 hasta 1808. La entrada de
sujetos que no podían acreditar alguna de las cualidades nobiliarias mencionadas ante-
riormente, y que por tanto pertenecían al estado llano, fue prácticamente testimonial:
tan sólo nueve, de los cuales cuatro pertenecían a una sola localidad, Sádaba58. Su
acceso se produjo en circunstancias especiales dentro de la dinámica de la provisión de
empleos: mediante la cesión de un familiar tras un matrimonio socialmente desigual
(Juan Baselga, en quien cedió el cargo su suegro), como sustitutos (Diego Navarro
Gómez, que ocupó interinamente la plaza de Marcial Lázaro en Borja), por efecto de la
compra del oficio (José Jaime Ramírez en Huesca, aunque fue posteriormente tantea-
do); y también a causa de la falta de suficientes candidatos de nobleza reconocida en
pequeñas localidades, tal y como sucedió con los cuatro casos de la villa de Sádaba59.
Semejantes circunstancias aparecieron en el ingreso de Juan Manuel Arellano en
Borja en 1771. Miembro del estado llano, poseía un patrimonio relativamente decente,
sobre todo superior al de otro de los candidatos (Joaquín Usse), exento en razón de su
condición de abogado de los Reales Consejos y de origen forastero. Tampoco el otro
pretendiente (Manuel Sanz Martínez) podía obtener fácilmente la plaza, ya que, aun-
que hijo de regidor, era claramente menor de edad, al tener sólo catorce años. Todavía
fue más sencillo el acceso del darocense José Domingo Benedit en 1716, pues aprove-
chó el escaso interés que en esta localidad mostró la baja nobleza durante los primeros
años, pues fue el único solicitante.
el rey pretendió confirmar a los nombrados previamente por el príncipe Tserclaes para
el ayuntamiento de Alcañiz, se encontraba entre ellos Antonio Latorre, marqués de
Santa Coloma, que, sin embargo, ya había renunciado al cargo en 1712. También había
designado el citado Capitán General de Aragón al barón de Pueyo (Jaime Ram de Viu y
Valls), cuyo título fue confirmado por Felipe V en dicho año. Sin embargo, igualmente
se excusó, ya que la mayor parte de su hacienda se encontraba en Valencia «donde le
precisa la asistencia la mayor parte del año y también en la misma Ciudad de Valencia
en la prosecución de unos pleitos de sus mayorazgos en aquella Audiencia». Aunque,
en principio, por consejo del conde de Gerena, la Cámara se negó a aceptar la renuncia
y tan sólo se le indicó que dejase de asistir cuando sus legítimas ocupaciones se lo
impidiesen, lo cierto es que su plaza fue cubierta unos meses más tarde65.
Otro ejemplo lo constituye el citado conde de San Clemente. A pesar de la nomi-
nación para el consistorio turiazonense, su residencia habitual radicaba en la capital del
Reino, donde también había sido incluido por el conde de Gerena entre los candidatos
para su primer concejo borbónico66, encontrándose incluso en 1714 como ministro del
Real Erario. En realidad, su única conexión con Tarazona partía del hecho de haber
creado en ella un regimiento de infantería para la defensa de la frontera occidental de
Aragón. Por ello, en 1723 el resto de regidores enviaron un informe haciendo patente
que las excusas que el citado conde argüía, su enfermedad, para no concurrir a las
reuniones y demás labores del empleo no eran ciertas. Las diferencias respecto a la
causa del absentismo no eran un asunto menor: si era por su enfermedad podría man-
tener el empleo, pero si se demostraba su falta de arraigo en la localidad podría ser
obligado a renunciar a él. El corregidor ratificó la certeza de la falta de salud, aunque
hacía también especial mención a la circunstancia de su domicilio zaragozano. A pesar
de todo, se mantuvo en el cargo hasta su muerte en 172967.
Así, a excepción de Zaragoza, la presencia de la nobleza titulada fue prácticamente
testimonial: tan sólo 24 sujetos de los más de 800 regidores que ocuparon plaza en las
principales localidades aragonesas eran miembros de la alta nobleza. Además, quince
de ellos se localizan en dos ciudades: Alcañiz con diez y Teruel con cinco. En la prime-
ra, su relativo alto número está motivado por la dinámica interna de la patrimonializa-
ción de las cargos del gobierno local, pues la mitad de estos regidores pertenecían a la
misma familia (los Latorre). En realidad se trataba de segundones de la familia, ya que
tan sólo Juan de Latorre dispuso del título familiar de marqués de Santa Coloma, por lo
68. Los Latorre como parientes de los marqueses de Santa Coloma, Fermín Ram de Viu como hijo segun-
dogénito de la baronesa de Pueyo y Manuel Ulzurrun de Asanza como sucesor al marquesado de Tosos.
Sólo Juan José de Ayerbe lo era por privilegio, aunque desconocemos desde que momento.
69. En la capital del Reino sólo tenían enlace con nobles titulados Manuel Latorre Pellicer, hijo del mar-
qués de Santa Coloma, y María José Marín Gurrea, que lo era del conde de Bureta, y Rafael Rodríguez
Salabert, primogénito del marqués de Valdeolmos, que ocupó la plaza paterna antes de la muerte de
éste.
70. A.H.N., Consejos, leg. 18.095, Memorial de D. Antonio Dara, 1728.
71. A.H.N., Consejos, leg. 18.097, Memorial de Joaquín Ignacio Escala, Zaragoza a 3 de julio de 1804.
vilegio72, sobre todo es significativa la relación de los otros con el comercio. Serdania
era hijo de un emigrante catalán (por ello su apellido se transformó en Cerdaña a finales
de siglo) que había prosperado con los asientos de tropas desde 1709, llegando a anti-
cipar 9.000 doblones a Patiño durante el asedio a Barcelona. Esta buena situación eco-
nómica le permitió comprar en 1747 la regiduría de su sobrina Joaquina Valdés Asín,
para solventar las deudas de ésta, aunque a su muerte se lo cedió perpetuamente73. Años
más tarde, en 1800, otro miembro de dicha familia, Mariano Cerdaña Pascali, también
fue nombrado regidor de Zaragoza en la clase de nobles.
El caso de Jacinto Lloret supone aún más un ejemplo de ascenso social gracias
a su cuantioso patrimonio. Su fortuna parece tener origen en el comercio lanero si
atendemos a las referencias que sobre él mostraba la Audiencia en 1798 con ocasión de
su candidatura a una de las vacantes de la capital: «por su basto comercio de lanas ha
sido de 8 años a esta parte el vasallo que ha contribuido más al Real erario por razón
de derechos Reales74». Estas ganancias le facultaron para convertirse en un poderoso
hacendado: en 1806 el quinto propietario de Zaragoza, teniendo sólo por encima de él
a tres instituciones eclesiásticas y una viuda forastera (Dª Margarita San Martín)75. Esta
posición económica le hizo necesario en el ayuntamiento, pues en 1794 fue elegido
diputado del común, anticipando importantes caudales para el abasto en momentos tan
difíciles.
Dentro ya específicamente de la alta nobleza que poseía un título, un rasgo se
constata como determinante en su perfil: no pertenecían, generalmente, a las familias
de mayor abolengo. Así se verifica por su reciente inclusión en dicho grupo, siendo en
varios casos, además, concedida dicha merced al propio regidor, antes o durante el ejer-
cicio de su cargo. Tan sólo el barón de Escriche, Juan José Muñoz, podía aducir cierta
antigüedad ya que dicho título había sido dispensado en el siglo XIV por el rey Alfonso
IV de Aragón, aunque había necesitado diferentes confirmaciones hasta la última otor-
gada por Felipe V en la persona de Dionisio Sánchez-Muñoz76. Aparte de éste, los más
antiguos procedían del reinado de Carlos II, sobre todo a consecuencia de los hechos
acaecidos a raíz de la revuelta nobiliaria de 167677. El mencionado marquesado de
72. Recordemos que era sobrino y yerno del conocido jurista Diego Franco de Villalba, que tan decidida
labor tuvo durante la transformación del derecho foral al castellano.
73. Es de destacar que por las mismas fechas de la compra del citado oficio su padre pretendió la adquisición
de otra regiduría de la capital, aunque la orden de venta de cargos en la Corona de Aragón ya había sido
revocada hacía tiempo. Ofrecía a cambio 12.050 libras catalanas por el valor de unas casas de su propie-
dad que se habían demolido en Barcelona para la construcción de la Ciudadela.
74. A.H.N., Consejos, leg. 18.097, La Audiencia a 8 de febrero de 1798.
75. PEIRÓ ARROYO, Antonio: Regadío, transformaciones económicas y capitalismo: la tierra en Zaragoza,
1766-1849. Zaragoza, 1988, p. 45.
76. ATIENZA, Julio de: Nobiliario Español. Diccionario heráldico de apellidos españoles y de títulos nobi-
liarios. Madrid, 1948, p. 1.467.
77. Es necesario un estudio más profundo del comportamiento de los grupos sociales aragoneses durante la
misma, aunque el gran número de títulos nobiliarios concedidos a aragoneses tras la muerte de Don Juan
José de Austria podría deberse a un intento de crear un grupo nobiliario afecto a la Corona, frente a la
Santa Coloma había sido dispensado en 1684 al noble aragonés Sebastián Latorre y
Borrás78; el de Bellestar en 1690 al que fue regidor decano de Huesca79; mientras a
Antonio de Naya se le confirió el título de barón de Alcalá en febrero de 1700, el cual
fue heredado posteriormente por otro de los regidores oscenses80.
De la primera época de Felipe V procedía el del marqués de Tosos81, uno de cuyos
poseedores fue regidor de Daroca antes de pasar al ayuntamiento de Zaragoza, donde
ya se habían establecido su padre y su abuelo. En el mismo año de 1703, quizá como
consecuencia de la celebración de las Cortes del año anterior, también le fue concedido
el de marqués de Eguaras a un antecesor del regidor de Tarazona Dionisio Eguaras y
Pasquier82.
El resto habían logrado tal distinción nobiliaria en su persona cuando ya eran
regidores. Un repaso al perfil de estos sujetos nos puede acercar a delimitar la hete-
rogeneidad de la procedencia de esta nobleza titulada, poco diferenciada del resto del
estamento nobiliario. En Alcañiz, Joaquín Gregorio de Pedro obtuvo el título de barón
de Salillas en 177983. Pertenecía a una de las familias de mayor tradición oligárquica
en el municipio, pues su padre y abuelo habían sido consecutivamente regidores de la
ciudad desde los tiempos de los primeros nombramientos del príncipe Tserclaes. En la
misma población, pero con posterioridad a su entrada en el consistorio, también Carlos
III otorgó el de barón de Barcaló a Juan Melchor de Cascajares, caballero de la orden
de San Juan. En Tarazona, el único agraciado durante su cargo fue Juan Gil Rada,
doctor en derecho y abogado del Real Acuerdo, que obtuvo en 1789 el título de barón
de San Vicente Ferrer, en recompensa a sus servicios en las Cortes de dicho año, pues
había ocupado unas de las secretarías84.
Durante el reinado de Carlos IV, tres regidores turolenses alcanzaron este alto
honor nobiliario. En 1792, el también doctor Joaquín Arascot, que era en esos momen-
tos el decano del ayuntamiento, a pesar de que disfrutaba de una cédula de preeminen-
vieja aristocracia que se había manifestado profundamente díscola en dichos acontecimientos. Parte del
tema ha sido tratado por SAMANIEGO MARTÍ, Mª del Carmen: Aragón y la Monarquía en el reinado de
Carlos II: Relaciones políticas e institucionales, Tesis doctoral inédita, Universidad de Zaragoza, 1993.
78. ATIENZA: Nobiliario..., op. cit. p. 1.633.
79. ATIENZA: Nobiliario..., op. cit. ps. 1.386-1.387.
80. ATIENZA: Nobiliario..., op. cit. p. 1.353.
81. Le fue concedido a Juan Ulzurrun de Asanza en 1703, ATIENZA: Nobiliario..., op. cit. p. 1.678.
82. ATIENZA: Nobiliario..., op. cit. p. 1.464. En este sujeto también recayó el condado de San Clemente, que
tenía una antigüedad muy superior pues había sido creado en 1640. Ibidem, p. 1.623.
83. ATIENZA: Nobiliario..., op. cit. p. 1.618. A pesar de la concesión, el despacho no fue efectivo hasta 1804,
cuando ya había muerto, aunque ello no le impidió utilizar el título con anterioridad a dicha fecha.
84. «en Cortes en la de Madrid en el año de 1789 en el Sorteo general que se hizo de sus empleos entre los
Diputados de las mismas ocupó una de las dos secretarías el expresado D. Juan Gil, y en atención a sus
muchos méritos y circunstancias le hizo su Majestad la gracia de título de Barón para sí, sus hijos, y
descendientes». A.H.N., Consejos, leg. 18.091, Informe de la Audiencia, 9 de septiembre de 1791.
cias para no acudir a sus reuniones por su falta de salud85, consiguió el de barón de Val
de Ciervos. Dos años más tarde, otro letrado (Baltasar Oñate Durán), que ejercía como
corregidor de Jaén, obtuvo del rey el título de barón de Oñate86. El tercero, Pedro Dolz
de Espejo y Pomar, además de hijo de regidor, no sólo tenía suficientes méritos fami-
liares (varios ascendientes habían servido al rey Carlos III en Nápoles y tres de sus her-
manos habían sido condecorados con la Cruz de San Juan tras su paso por el ejército),
sino también propios: el rey ya le había conferido con anterioridad la administración
de las minas del collado de la Plata (junto a Teruel) y más tarde la superintendencia de
la Real Mina de Azogues. Todo ello debió valerle la concesión del título de conde de la
Florida y su entrada en la orden de Carlos III87.
A pesar de que el número de miembros de la alta nobleza era escaso en el conjunto
de ciudades aragonesas, a lo largo del siglo XVIII existió, como ya indicamos, un reco-
nocido desinterés de las tareas del gobierno local. Por ello, cuando no existía una cierta
tradición familiar, lo más frecuente es que la solicitud de entrada en los consistorios no
partiera del propio sujeto sino que fuera propuesto por otros, fundamentalmente por la
Audiencia. Al efectuarse el nombramiento, éste era aceptado en cierta manera forzado
por la obediencia debida a la Corona.
El caso más notorio lo constituye el del barón de Alcalá en Huesca. Aunque ya
había tenido cierta vinculación con el consistorio, ejerciendo como síndico en el bie-
nio 1781-1782, nunca decidió presentar su solicitud a una regiduría. Pero en 1787 fue
sugerido por la Audiencia como uno de los que mejor podían evitar las discrepancias
dentro del concejo sobre la condición social de los candidatos. La propuesta no pros-
peró, pero al año siguiente fueron el corregidor y los regidores los que mencionaron
su nombre entre los posibles sucesores a la vacante producida por renuncia de Antonio
Aguirre. El interés de estas diversas instancias de poder quedaba claramente reflejado
en la opinión manifestada por la Audiencia: «porque vería aquel pueblo que volvían a
radicarse en las casas de primer rango estos oficios, y los agraciados siguiendo los hon-
rados procederes de sus mayores aplicarían todo su celo en beneficio del mismo88».
En anteriores ocasiones no había resultado elegido, pero en 1790 (cuando había
iniciado un segundo bienio como síndico), ante la radicalización de la postura del
ayuntamiento oscense contra la mayoría de los pretendientes, la Cámara decidió nom-
brarle. Al no haberse mostrado como solicitante, se cursó una carta-orden para que
aceptara el cargo y sacara los correspondientes despachos. El no admitir la regiduría
podía significar un desaire al rey, que lo requería para dicho puesto, como el mismo
recordaba: «teniendo presente que la obligación y el verdadero carácter de un fiel vasa-
85. «por resolución a consulta de la Cámara de 13 de marzo próximo se ha servido conceder a D. Joaquín
Arascot, regidor decano del citado Ayuntamiento, cédula de Preeminencias», A.H.N., Consejos, leg.
18.093, Título de Regidor de la Ciudad de Teruel en el Reino de Aragón a favor de D. Francisco Íñigo de
Íñigo, en lugar y por fallecimiento de D. Miguel Alreu, como aquí se expresa, noviembre 1793.
86. ATIENZA: Nobiliario..., op. cit. 1.029.
87. ATIENZA: Nobiliario..., op. cit. p. 1.474.
88. A.H.N., Consejos, leg. 18.085, La Audiencia a 8 de octubre de 1787.
89. A.H.N., Consejos, leg. 18.084, D. Carlos Orus, marqués de Bellestar a S.M., 1737.
90. A.M. Huesca, Caja 10 (2), Catastro Huesca, 1738.
91. ATIENZA: Nobiliario..., op. cit. ps. 1.386-1.387.
92. A.H.N., Consejos, leg. 18.095, Memoria de los que parecen más a propósito, en el estado presente de las
cosas, para poder ser Regidores de la Ciudad de Zaragoza, s.d.
93. Los que aparecían en la nómina del conde de Gerena y no fueron nombrados eran el marqués de Aitona,
el conde de Berbedel, el marqués de Cabrega, el conde de San Clemente (que fue más tarde regidor de
Tarazona), el marqués de Ariza, el conde de Peralada, el duque de Híjar y Pedro Cebrián, hijo del conde
de Fuenclara.
94. ATIENZA: Nobiliario..., op. cit. p. 1.390.
dad, la pretensión del conde de Gerena se hallaba bastante alejada de las posibilidades
reales de que estos individuos ocuparan una regiduría, pues en la mayoría de los casos
no residían en la capital. Tan sólo el conde de Peralada y el hijo del conde de Fuenclara
poseían propiedades en la ciudad95.
Por contra, entre los elegidos pocos pertenecían a casas nobiliarias anteriores a
Carlos II: únicamente las del conde de Atarés y la del barón de Letosa96. Aparte de
los procedentes del reinado del último de los Austrias (el marqués de Campo-Real,
el conde de Guara y el conde de Bureta), un buen número habían sido otorgados por
Felipe V, que se rodeaba así de una nobleza que no sólo se había mostrado fiel, sino que
además le debía su ascenso en la jerarquía social. El marqués de Villasegura provenía
de una familia de letrados, pues su padre, Antonio Blanco Abarca, había sido consejero
de la Audiencia de Aragón desde 1670, promocionando a oidor en 1676, y ocupando
el cargo de regente en 169097. Por su parte, el marqués de Tosos ya había manifestado
su adhesión a la Corona desde el final del reinado de Carlos II, cuando en 1699 el rey
le concedió el puesto de capitán de las guardias del reino de Aragón para uno de sus
hijos98.
El intento de atraer a la alta nobleza al ayuntamiento de Zaragoza también comen-
zó a resultar fallido casi desde sus inicios. De los ocho nombrados en 1707, tan sólo
cuatro tuvieron sucesores más o menos inmediatos: el marqués de Villasegura con su
hijo al cederle el cargo; el barón de Letosa también por un hijo mediante el mismo
sistema; el conde de Bureta igualmente por un hijo, aunque no el primogénito, con
similar procedimiento.
Fue el marqués de Tosos quien más continuidad tuvo en el concejo zaragozano.
Al primer nombrado de este título le fue otorgado permiso en 1719 para renunciar el
empleo en su hijo, pero cuando en 1725 intentó recoger el despacho parece que su
padre había cambiado de parecer pues «aún se hallaba con fuerzas [y] no quiso separar-
se del Real servicio99», por lo cual tuvo que repetir su instancia en 1729. No conocemos
si hizo efectiva la retirada del despacho, pero lo cierto es que nunca tomó posesión100.
A su muerte, su hijo, y sucesor del título, pretendió cubrir la vacante que su padre no
había ocupado realmente. Sin embargo, su corta edad, dieciocho años, y su residencia
en Daroca provocaron que no fuera aceptado. En 1747 logró una plaza supernumeraria
sin salario, que se transformó en numeraria al año siguiente, sucediéndole su hijo pri-
95. BLASCO MARTÍNEZ y MAISO GONZÁLEZ: Las estructuras de Zaragoza en el primer tercio del siglo XVIII.
Zaragoza, 1984, ps. 185-186.
96. Ambos concedidos por Felipe IV, el primero en 1625 y el segundo en 1627. ATIENZA: Nobiliario..., op.
cit. ps. 1.375 y 1.518.
97. A.G.S., Guerra Moderna, leg. 1.899, Servicios de Don Antonio Blanco y Abarca.
98. GUEMBE RUIZ, Ana Mª: El reino de Aragón según los registros de la llamada «Real Cámara» durante
Carlos II de Austria. Zaragoza, 1984, vol. II, p. 67.
99. A.H.N., Consejos, leg. 18.095, Memorial de D. José Ulzurrun de Asanza Marzo, Daroca a 6 de junio de
1729.
100. Ibidem, La Audiencia a 20 de agosto de 1737.
mogénito a su muerte en 1788. Éste fue el último de los marqueses de Tosos en el con-
sistorio de Zaragoza, aunque no llegó a acabar sus días como regidor ya que en 1797
hizo dejación del cargo, alegando una larga lista de inconvenientes: la enfermedad de
su madre, la necesidad de cuidar de su hacienda y la de ésta, el mantenimiento de sus
numerosos hijos y su débil salud101.
A lo largo del siglo, las sucesivas vacantes reservadas a la alta nobleza en la
capital del reino tuvieron un progresivo deterioro en la categoría social de los sujetos
que las ocuparon. Pocos fueron los que poseyendo un título nobiliario se decidieron
a presentarse como candidatos. A los ya mencionados como integrantes del primer
ayuntamiento borbónico sólo se unieron a lo largo del siglo otros siete regidores. El
conde de Torresecas (también marqués de la Compuesta) fue el único con cierta conti-
nuidad, excepción hecha de aquellos que obtuvieron su regiduría por juro de heredad.
El primero de dicha familia fue Alonso de Villalpando Cortés, sobrino del Secretario
de Gracia y Justicia (de quien heredó su segundo título). En 1745 le sucedió su hijo y
heredero, José Villalpando Ric, que falleció tan sólo tres años más tarde. Aunque su
hermano compareció como solicitante, la complicada situación del ayuntamiento, con
numerosas plazas futuras y en poder de supernumerarios, provocó que se nombrara a
uno de estos últimos. Hasta 1783 no vuelve a aparecer otro propietario del mencionado
título, pero tuvo que ser tras la insistencia de la Cámara, ya que él no había ambicio-
nado tal puesto102.
En este grupo de regidores titulados, posteriores a la primera planta, destaca nue-
vamente la escasa antigüedad de sus casas y su relación familiar con destacados letra-
dos103. Francisco Íñiguez de Yanguas, marqués de Villafranca de Ebro, procedía de una
estirpe de larga tradición en los tribunales aragoneses (él mismo era doctor y miembro
de la Real Academia Jurídico-Práctica de Zaragoza). Su padre había sido alcalde del
crimen de la Audiencia de Aragón, su abuelo paterno fue también abogado y doctor, y
el materno oidor decano de la misma Audiencia, mientras que su hermano era el presi-
dente de la citada Academia.
A pesar de sus buenos enlaces, tampoco Pedro Urriés, marqués de Ayerbe y de
Lierta, podía exhibir una dilatada historia dentro de este grupo. El título había sido
concedido en 1750, él era el tercer poseedor del mismo, aunque entre sus ascendientes
se contaban José de Urriés, presidente de la Audiencia foral y último gobernador del
Reino de Aragón, que estuvo preso en Barcelona durante la Guerra de Sucesión.
Por último, el del barón de Torre de Arias le fue despachado a Joaquín Cistúe
pocos meses antes de su traspaso desde una plaza de regidores hidalgos, que ejercía
desde 1783, a otra de nobles en 1790. Estaba emparentado con la alta nobleza, pues era
primo del barón de la Menglana, pero también con letrados de cierto lustre: su primo
José Cistúe era fiscal del Consejo de Indias.
El resto de plazas, sin embargo, fueron ocupadas por simples nobles de Aragón,
de diversa procedencia e incluso por hidalgos ante la falta de miembros de la más ele-
vada jerarquía nobiliaria que quisieran hacer frente a las responsabilidades del gobier-
no municipal.
Ya en fecha tan temprana como 1709 se produjo la transferencia de José Terrer
de Valenzuela desde su plaza de regidores hidalgos a una de las de la primera nobleza,
aunque ello parece que estuvo motivado por un error en la consideración de su adscrip-
ción social, lo cual nos recuerda las dificultades para conocer este extremo durante el
siglo XVIII104.
La venta de oficios de la Corona de Aragón en 1739 dio una nueva oportunidad
para el acceso de la alta nobleza que carecía de un título nobiliario. De esta forma con-
siguieron su regiduría Antonio Dara y Sebastián Castillo Jordán, este último un cate-
drático de la universidad zaragozana, más tarde ministro de la Audiencia de Valencia,
que además estaba emparentado por matrimonio con la familia Navarro Lezáun, pro-
pietarios de una tienda de especiería en la capital. El tercero que adquirió una vacante
del estado de la alta nobleza fue Miguel Franco Fernández de Moros, yerno y sobrino
del conocido jurista aragonés Diego Franco de Villalba (que en realidad fue quien
compró el cargo). Nuevamente se observa una insistente relación con el mundo de las
letras, paso previo hacia el ascenso social.
Si bien las necesidades de la Corona permitieron la disminución en la categoría de
los sujetos que ocupaban estos puestos del ayuntamiento zaragozano, el criterio gene-
ral había sido el de mantener la condición titulada de sus ocupantes. Así, unos años
antes (en 1737), tras la muerte del marqués de Tosos sólo se presentó un candidato de
dicho rango, su hijo y heredero. Los otros tres eran los militares Miguel Manrique de
Luna y Miguel López Fernández Heredia, y Juan Zamora, descendiente de una familia
del gobierno foral zaragozano y con diversos servicios a la Monarquía105. Ante esta
104. «Por cuanto atendiendo a que Don José Terrer de Valenzuela es del Estado, que en ese Reino de Aragón,
llaman de Nobles; y que, cuando por sus méritos, y fidelidad, se le nombró por Regidor de esa Ciudad,
se padeció la equivocación de ponerle en el número de Hijosdalgo Infanzones: He resuelto, por Decreto
sellado de mi Real mano de 31 de Diciembre próximo pasado, mandar que se deshaga esta equivoca-
ción, y se le ponga en el número de los Regidores Nobles». ESCUDER, Juan Francisco: Recopilación
de todas las Cédulas y Órdenes Reales que desde el año 1708 se han dirigido a la ciudad de Zaragoza
para el nuevo establecimiento de su gobierno por la majestad del el rey nuestro señor D. Phelipe V.
Zaragoza, 1730, fs. 47-48, orden 4ª.
105. Era hijo de Adrián Zamora Pérez Manrique, jurado en cap en 1697 y zalmedina en 1703. Su abuelo
había sido justicia mayor de Aragón, consejero de Santa Clara de Nápoles en 1655 y regente de Cerdeña
en 1672, aunque no fue a servir la plaza. Su bisabuelo, capitán de infantería, ejerció como comisario
general de Aragón y su tercer abuelo ocupó los puestos de asesor ordinario del justicia de Tarazona, del
condado de Ribagorza y en el Consejo de Aragón, además de en la Gobernación General; más tarde
desempeñó el de regente del Consejo de Aragón hasta 1622 y Justicia Mayor desde dicho año hasta
1632 en que murió. Entre sus ascendientes se contaban también Dionisio Pérez Manrique que fue oidor
de la Audiencia de Lima, alcalde de Corte, presidente en las Charcas de Quito, gobernador perpetuo y
situación, la Audiencia, por propia iniciativa, decidió incluir en su informe una larga
lista de miembros de la nobleza titulada para que fueran tenidos en cuenta: los condes
de Guara y de Sobradiel, los marqueses de Lazán, de Bárboles, de Ariño, de Villalba,
de Campo-Real, de Villafranca de Ebro, de Cañizares y de Lierta. La Cámara llegó a
elaborar la preceptiva terna al rey (colocando en primer lugar al de Cañizares –espe-
cialmente recomendado por el Capitán General por su condición añadida de militar106–,
en segundo al de Campo-Real y en tercero al de Guara). Pero la dejadez de Felipe V
respecto al gobierno en estos años dejó la consulta sin resolver, provocando que más
tarde fuera ocupada la plaza por uno de los compradores de regidurías.
En la década de 1780 esta decadencia de las plazas de nobles llegó a su culmi-
nación, pues ya ningún titulado, ni tampoco los denominados nobles de Aragón, las
apetecían. El momento era además especialmente delicado para la hacienda local, que
se había ido deteriorando paulatinamente. En este ambiente, y en pleno apogeo de la
Ilustración aragonesa, se va a producir un nuevo intento, que partirá de algunos de los
representantes de la misma, de integrar a lo más cualificado del estamento nobiliario
en el gobierno de la capital del Reino.
Hacia 1782 se habían acumulado cinco vacantes en el ayuntamiento de Zaragoza,
dos de ellas de nobles, pero a estas últimas no se había presentado ningún componente
de la alta nobleza. Lo habían hecho, en cambio, Manuel Esmir, militar con diversos
antecedentes familiares en el gobierno foral de la ciudad y del Reino107, el hidalgo
Joaquín Cistúe y Ramón Amat Mauleón, otro hidalgo emparentado con el barón de
Lalinde (contador del ejército y principado de Cataluña).
La cuestión hacendística y la provisión de plazas no estaban desconectadas entre
sí, como hacía ver la Audiencia en su informe de 3 de agosto de 1782. Exponía que
la ciudad se hallaba «destituida, por sus muchos empeños, de fondos y aun de crédito
para poder subvenir a las necesidades y urgencias del Público», no encontrando postor
para la mayoría de los abastos. A su juicio, si se realizaba un «nuevo establecimien-
to» en las regidurías con «sujetos del primer orden del Pueblo» se podía «esperar el
remedio de los males y descuidos que experimenta y padece de su gobierno político y
capitán del Nuevo Reino de Granada y presidente de Santa Fe; Martín Zamora, capitán de infantería
en la Guerra de Cataluña; Manuel Zamora, Gran Bayle de Caspe y capitán de infantería del Tercio
de Aragón, que sirvió en las Guerras de Sicilia; y Francisco Zamora, teniente gobernador del Gozo.
Además, su hermano, caballero de la orden de San Juan, era capitán comandante del regimiento de
Borbón. A.H.N., Consejos, leg. 18.095, Regimiento de Zaragoza vacante por fallecimiento del Marqués
de Tosos, 1737.
106. «por ser el pretendiente militar debo añadir a la noticia de la Cámara, que no sólo es cierto cuanto
expone en el memorial sino que de la resulta de la herida que tuvo en la expedición de Ceuta quedó
algo maltratada su salud por lo que lo solicita este empleo de descanso, al cual le considero muy capaz
por sus buenas prendas». A.H.N., Consejos, leg. 18.095, El Gobernador Capitán General, Zaragoza a
22 de febrero de 1729.
107. Su bisabuelo había sido canciller de la Audiencia de Aragón y su tercer abuelo ministro del campo y
zalmedina de Zaragoza. Además era por línea materna sobrino de Lorenzo Altarriba y nieto de Martín
de Altarriba, ambos regidores del estado de hidalgos.
108. A.H.N., Consejos, leg. 18.097, Cinco oficios de regidor vacantes en aquel Ayuntamiento y provistos en
los sujetos siguientes..., 1783.
«contándose en su número [los pretendientes] quien pretende sólo por haber perdido su
casa, abandonando la azada, y echándose a Caballero; por haberse hecho poderoso con una
regatonería indigna, cual es la de comprar frutos del País por mayor para revenderlos por
menor en el mismo Pueblo, o la de comprar mercaderías extranjeras para revenderlas en el
País en perjuicio de las fábricas de él».
En su opinión, el ayuntamiento debería estar compuesto por los «patricios y dignos
nobles» que se hubieran dedicado al productivo bienestar de su ciudad «comprándole
sus sobrantes para acarrearle con ellos la riqueza de los extranjeros [y] producido ésta
por medio de fábricas [y] alimentando a sus Paisanos con los jornales de su industria».
Se denota, por consiguiente, un evidente apoyo a los grupos que estaban colaborando
con el abasto de la capital del Reino, a través de la Junta de Caridad, e intentando una
mejora de la industria aragonesa desde la Real Sociedad Económica Aragonesa de
Amigos del País109. Por ello instaba que se solicitasen informes de esta última institu-
ción «que es el cuerpo que más perfectamente conoce el mérito de sus compatriotas».
La idea de incluir en las vacantes de hidalgos a la primera nobleza no tuvo eco
en la Cámara, y mucho menos un «nuevo establecimiento» del concejo zaragozano,
que podía crear un conflicto de imprevisibles consecuencias. Pero, al menos, se for-
maron sendas ternas para las plazas de la alta nobleza en las que iban situados en los
primeros lugares miembros de la más alta jerarquía de ella (los titulados), aunque no
habían solicitado el cargo, resultando elegidos el propio marqués de Ayerbe y el conde
de Torrescas110. Los posteriores conflictos habidos entre estos dos personajes, el ayun-
tamiento y el Real Acuerdo, demuestran la existencia de una importante controversia
dentro del estamento nobiliario, sin duda por su heterogeneidad a finales de siglo111.
La pérdida de interés del grupo más distinguido del orden nobiliario no disminuyó
a partir de este debate, sino que, por contra, se acrecentó. En 1798 a las vacantes del
marqués de Tosos y del conde de Torresecas sólo se presentaron tres nobles de Aragón
(Mariano Cerdaña, Manuel Latorre y Jacinto Lloret), siendo el resto de pretendientes
hidalgos, varios de ellos ya miembros del consistorio como regidores sustitutos: el
doctor Andrés Marín, el bachiller y militar Simón Bernabé de Roa (sustituto del noble
Antonio María Salabert), el secretario jubilado de la Comandancia de la plaza de Orán
Joaquín Forcada, el capitán retirado Francisco Arno (sustituto de Manuela Ros) y el
hidalgo Francisco Vicente Ferrer Torrellas112.
109. FORNIÉS CASALS, José Francisco: La Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País en el
periodo de la Ilustración (1776-1808): sus relaciones con el artesanado y la industria. Madrid, 1978.,
op. cit. passim.
110. En una iba en segundo lugar el conde de Sobradiel y en la otra el marqués de Ariño.
111. En 1789 presentó el marqués de Eyerbe una propuesta, respaldada por el conde de Torresecas, para
presidir el consistorio pues había sido elevado a la categoría de Grande de España. En 1793 provocaron
otro conflicto sobre la formación de la milicia local, en tiempos de la Guerra de la Convención, que a
punto estuvo de acabar con la expulsión del marqués de Ayerbe y que obligó al conde de Torresecas a
renunciar a su cargo de regidor.
112. A.H.N., Consejos, leg. 18.097, Lista de pretendientes al oficio de Regidor de la Ciudad de Zaragoza,
s. d.
4. CONCLUSIONES
Hemos observado como el proceso de oligarquización en España, al menos en lo
que al reino de Aragón se refiere, se nos manifiesta como un proceso de larga duración
que, en realidad, nace desde el mismo momento de la formación del poder local. En
realidad viene unido estrechamente a él. La complejidad de las estructuras de poder
provocaron el interés de los elementos más destacados de la sociedad.
113. A.H.N., Consejos, leg. 18.097, Dos oficios de Regidor en la Clase de Nobles vacantes por fallecimiento
de Dª Ángela Marín y Gurrea y del Marqués de Ayerbe, 1801.
114. A.H.N., Consejos, leg. 18.097, Título de Regidor de la Ciudad de Zaragoza en la clase de Hijosdalgo
a favor de D. Mariano Vidania en lugar y por renuncia de D. Jacinto Lloret, 25-9-1802. La razón de
que se haga mención a la clase de hidalgos en el despacho procede del hecho de que estos sujetos no
ocupaban su puesto tras los regidores nobles, sino el último lugar de los hidalgos, que era su verdadera
condición.
* Este trabajo se incluye en el proyecto HUM2004-00537, titulado «Absolutismo y mercado. La política del
Estado, siglos XVII-XVIII» y financiado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología.
1. ALBEROLA, Armando, «Aproximación a la reciente historiografía española», Jerónimo Zurita, 71, (1997),
pp. 7-18 y FERNÁNDEZ CLEMENTE, Eloy, «La historia económica de España en los últimos veinte años
(1975-1995). Crónica de una escisión anunciada», Jerónimo Zurita, 71, (1997), pp. 59-94.
2. Para el área mediterránea, destacan los estudios sobre el abasto de París y Roma en la Edad Moderna de
MEUVRET, Jean, Etudes d´Histoire économique, Paris, 1971; KAPLAN, Steven L. Les ventres de Paris.
Pouvoir et approvisionnement dans la France d´Ancien Régime, Paris, 1988 y MARTINAT, Monica, «Le
marché des céréales à Rome au XVII siècle», Histoire and Mesure, X-3/4, (1995), pp. 313-338.
3. BENNASSAR, Bartolomé, Valladolid en el siglo de Oro. Una ciudad de Castilla y su entorno agrario
en el siglo XVI, Valladolid, 1989; CHACÓN, Francisco, Murcia en la centuria del Quinientos, Murcia,
1979; CREMADES, Carmen María, Alimentación y consumo en la ciudad de Murcia durante el siglo
con un claro predominio de los núcleos portuarios sobre los enclaves del interior. Con
todo, la evidente marginación de núcleos modestos de carácter más agrario ha impe-
dido contrastar sus objetivos y desempeños con los de los grandes centros urbanos.
Como ilustra a la perfección el trabajo de Castro4, idéntica descompensación entraña el
tratamiento privilegiado concedido a ciertos períodos históricos (reinados de los Reyes
Católicos, Felipe II, Fernando VI y Carlos III), donde una documentación abundante o
accesible indicaba una clara expansión del control público sobre el mercado de grano.
Más difícil de precisar, el reajuste de esta intervención pública durante el siglo XVII ha
sido orillado pese a sus evidentes consecuencias económicas y sociales en el proceso
de transformación de un sistema feudal a otro de signo capitalista. Obstáculo añadido,
la insuficiente vinculación de los procesos económicos analizados con los cambios
políticos, sociales y culturales que tenían lugar en el ámbito local durante este amplio
período ha restado con mucha frecuencia profundidad y nitidez a las investigaciones
realizadas.
Desfavorecida por el escaso tratamiento de la hacienda municipal durante la Edad
Moderna dentro de la Historiografía española5, ante esta aproximación fragmentada, la
gestión municipal de los pósitos durante el Antiguo Régimen y su incidencia sobre el
mercado de grano ha carecido de valoraciones precisas. Al tiempo, no se han pondera-
do lo suficiente los cambiantes intereses de las elites locales que controlaban los conce-
jos ni el desarrollo de procesos de consenso y conflicto en torno al mercado público de
grano con otras instituciones y grupos sociales que condicionaban la eficacia del con-
trol público. Estas deficiencias han consolidado una visión estática de la intervención
municipal y el mercado preindustrial que ocluye sus serias transformaciones sociales
y económicas en la Edad Moderna, así como sus nexos con las acaecidas en la Época
Contemporánea.
XVIII (1701-1766), Murcia, 1984; MARCOS MARTIN, Alberto, Economía, sociedad y pobreza en Castilla:
Palencia, 1500-1814, Palencia, 1985 (2 vols); RINGROSE, David R. Madrid y la economía española,
1560-1850, Madrid, 1980; CASTRO, Concepción de, El pan de Madrid. El abasto de las ciudades espa-
ñolas del Antiguo Régimen, Madrid,1987; GUTIÉRREZ ALONSO, Adriano, Estudio sobre la decadencia
de Castilla. La ciudad de Valladolid en el siglo XVII, Valladolid, 1989; BERNABÉ, David, Hacienda y
mercado urbano en la Orihuela foral moderna, Alicante, 1989; MARTÍNEZ RUIZ, José Ignacio, Finanzas
municipales y crédito público en la España Moderna. La hacienda de la ciudad de Sevilla, 1528-1768,
Sevilla, 1992 y «El mercado internacional de cereales y harina y el abastecimiento de la periferia española
en el siglo XVIII: Cádiz, entre la regulación y el mercado», Investigaciones de Historia Económica, 1,
(2005), pp. 45-79; AGÜERO, María Teresa, «Evolución del pósito alicantino durante el reinado de Carlos
III (1759-1788)»: los conflictos en torno al pan», Revista de Historia Moderna, 16, (1997), pp. 331-352;
SOLA, Carlos, Abasto de pan y política alimentaria en Pamplona (siglos XVI-XX), Pamplona, 2001 y
BERNARDOS, José Ubaldo, Trigo castellano y abasto madrileño. Los arrieros y comerciantes segovianos
en la Edad Moderna, Salamanca, 2003.
4. CASTRO, Concepción de, El pan…, pp. 47-113.
5. PASSOLA, Antonio, La historiografía sobre el municipio en la España Moderna, Lleida, 1997, pp. 139-
152 y GUTIÉRREZ ALONSO, A. «Ciudades y monarquía. Las finanzas de los municipios castellanos en
los siglos XVI y XVII», en RIBOT, Luis y DE ROSA, Luigi. (eds.), Ciudad y mundo urbano en la Época
Moderna, Madrid, 1997, pp. 187-211.
EL SIGLO XVI
De forma fehaciente, Aragón conoció durante el siglo XVI un auge económico y
demográfico que introdujo cambios sustanciales en la producción y comercialización
agraria. En primer lugar, tuvo lugar una fuerte expansión demográfica y urbana6, fruto
no sólo del crecimiento natural sino de la presencia de fuertes flujos migratorios pro-
cedentes del Suroeste de Francia desde mediados del siglo XVI hasta alcanzar su cenit
entre 1580 y 1635. En segundo término, distintos factores económicos promovieron
los intercambios comerciales: la mejora de las comunicaciones, la consolidación de
una burguesía nativa mercantil7, el desarrollo de los mercados y las ferias (destacan
las celebradas en Huesca, Barbastro, Daroca y Sariñena8) así como la mayor estabili-
dad monetaria tras adoptarse en 1519 y 1528 la ley y peso de Castilla en las piezas de
plata y oro acuñadas en Aragón,9 que facilitó el uso de las monedas castellanas en las
transacciones. En respuesta a la creciente demanda de alimentos, no sólo se generaron
nuevas roturaciones en búsqueda de un crecimiento extensivo de la producción, sino
se aumentaron y mejoraron los sistemas de regadío en un claro afán por incrementar la
6. SALAS, José Antonio, «La inmigración francesa en Aragón en la Edad Moderna», Estudios, 85-86, (1985),
pp. 51-77 y «La evolución demográfica aragonesa en los siglos XVI y XVII», en NADAL, Jordi, (ed.), La
evolución demográfica bajo los Austrias, Alicante, 1991, pp. 169-179.
7. GÓMEZ ZORRAQUINO, José Ignacio, La burguesía mercantil en el Aragón de los siglos XVI y XVII,
Zaragoza, 1987.
8. SAN VICENTE, Ángel, Instrumentos para una historia social y económica del trabajo en Zaragoza durante
los siglos XV al XVIII, Zaragoza, 1988, vol.I, pp. 306, 391-392.
9. BELTRÁN, Pío, Obras Completas, Zaragoza, 1972, vol. II, pp. 448-456 y MATEU, F. «El sistema moneta-
rio en Aragón. Síntesis histórica», en La moneda aragonesa, Zaragoza, 1983, pp. 113-115.
10. COLAS, Gregorio, «Las transformaciones de la superficie agraria aragonesa en el siglo XVI: los regadíos.
Aproximación a su estudio», en Congreso de historia rural (siglos XV-XIX), Madrid, 1984, pp. 523-
534.
11. LATORRE, José Manuel, «La producción agraria en el obispado de Huesca (siglos XVI-XVII)», Jerónimo
Zurita, 59-60, (1991), pp. 131-132, 145; PEIRÓ, Antonio, Especialización olivarera y crecimiento econó-
mico. Caspe en el siglo XVIII, Caspe, 2000, pp. 14-26 y MATEOS José Antonio, Auge y decadencia de un
municipio aragonés: el concejo de Daroca en los siglos XVI y XVII, Daroca, 1997, pp. 342.
12. GRACIA, Daniel, La ganadería zaragozana durante el siglo XVI: la cofradía de San Simón o San Judas
o Casa de Ganaderos de Zaragoza, Zaragoza, 1998, (memoria de licenciatura inédita).
13. GIRALT, Enric, «En torno al precio del trigo en Barcelona en el siglo XVI», Hispania, 70, (1958), pp.
38-58; PALOP, José Miguel, Hambre y lucha antifeudal. Las crisis de subsistencias en Valencia (siglo
XVIII), Madrid, 1977, pp. 5-35; GIMÉNEZ, Enrique Alicante en el siglo XVIII. Economía de una ciu-
dad portuaria en el Antiguo Régimen, Valencia, 1981, pp. 299-306; FERRERO, Remedios, «Impuestos
municipales sobre los cereales en la Valencia del Quinientos», Estudis, 12, (1986), pp. 55-70 y AGÜERO,
María Teresa, «Evolución…». Este diseño del suministro de grano es seguido por las grandes ciudades
portuarias castellanas volcadas al Atlántico como Cádiz y Sevilla según MARTÍNEZ RUIZ, José Ignacio,
Finanzas…, pp. 178-180 y «El mercado internacional…».
14. MARIN, Brigitte y VIRLOUVET, Catherine (dirs), Nourrir les cités de Méditerranée, Paris, 2003.
15. CASTRO, Concepción de, El pan…, pp. 69-85.
16. COLAS, Gregorio y SALAS, José Antonio, Aragón en el siglo XVI, Zaragoza, 1982, pp. 26.
17. SAN VICENTE, Ángel, Colección de Fuentes de Derecho municipal del Bajo Renacimiento, Zaragoza,
1970, pp. 292-293, 299, 307, 403, 534, 543-545, 608; SALAS, José Antonio, La población de Barbastro
en los siglos XVI y XVII, Zaragoza, 1981, pp. 99; LÓPEZ CORREAS, Pedro J. La villa de Epila en el siglo
XVI: vida y costumbres, Épila, 1991, pp. 70-72, GÓMEZ DE VALENZUELA, Manuel, Documentos del valle
de Tena (siglo XVI), Zaragoza, 1992, pp. 61-63, 259-66; PEIRÓ, Antonio, «Feudalismo, organización
campesina y pósitos en Aragón» en VII Congreso de Historia Agraria, 1993, (trabajo mimeografiado);
URZAY, José Ángel, SANGÜESA, Antonio e IBARRA, Isabel, Calatayud a finales del siglo XVI y princi-
pios del XVII (1570-1610). La configuración de una sociedad barroca. Calatayud, 2001, pp. 137-141;
LATORRE, José Manuel (coord.), Estudios históricos sobre la Comunidad de Albarracín, Tramacastilla,
2003, vol.I, pp. 187 y vol II, pp. 242, 277; MEDRANO, Javier, Puertomingalvo en el siglo XV, Teruel,
2006, pp. 272-275 y MATEOS José Antonio, Auge…, pp. 279-284, «Municipio y mercado en el Aragón
moderno: el abasto de trigo en Zaragoza (siglos XVI y XVII)», Espacio, Tiempo y Forma, IV, 15, (2002),
pp. 37-39 y «Municipio y mercado en el Aragón moderno: la Cámara del Trigo de Albarracín (1650-
1710)», Teruel, 90/ 2, (2003-2005), pp. 63 y «Economía y poder local en el valle del Matarraña (siglos
XVI y XVII)», en Historia de la Comarca del Matarraña. Edad Moderna, (en prensa).
18. POSTAN, M.M y HABAKKUK, H.J. (eds.), Historia económica de Europa, Madrid, 1967, vol.III, pp.
507-547.
19. VRIES, Jean de, La economía de Europa en un período de crisis, 1600-1750, Madrid, 1987, pp. 181-
185.
20. AYMARD, Maurice, «Autoconsommation et marchés: Chayanov, Labrousse ou Le Roy Ladurie ?»,
Annales, Economies, Societés, Civilisations, 38/6, (1983), pp. 1392-410.
21. SALAS, José Antonio, La población…, pp. 105-106, MATEOS, José Antonio, Auge…, pp. 267-273 y
«Economía…».
22. Este proceso no excluye el estallido de tensiones políticas y sociales en Aragón durante el siglo XVI, tal
y como se demuestra en COLAS, Gregorio, y SALAS, José Antonio, Aragón….
23. COLAS, Gregorio, «Las transformaciones…» y MATEOS, José Antonio, «The making of a new landscape:
town councils and water in the kingdom of Aragon during the sixteenth century», Rural History, 9, 2,
(1998), pp. 123-139.
24. SALAS, José Antonio «Las haciendas concejiles aragonesas en los siglos XVI y XVII. De la euforia a la
quiebra», en Poder político e instituciones en la España Moderna, Alicante, 1992, pp. 31-38 y MATEOS,
José Antonio, «Propios, arbitrios y comunales: la hacienda municipal en el reino de Aragón durante los
siglos XVI y XVII», Revista de Historia Económica, XXI, 1, (2003), pp. 63-66.
25. Como mejores síntesis, GÓMEZ ZORRAQUINO, José Ignacio, «Ni señores, ni campesinos/artesanos. El
gobierno de los ciudadanos en Aragón», en ARANDA, Francisco José (coord.), Burgueses o ciudadanos
en la España Moderna, Cuenca, 2003, pp. 357-395 y «Del concejo foral al ayuntamiento borbónico. La
mudanza en el poder municipal (siglos XVI-XVII)» en El municipio en Aragón. 25 siglos de Historia,
Zaragoza, 2004, pp. 99-135. Como estudios concretos de las elites municipales, SALAS, José Antonio,
La población…, pp. 275-84, 296-304; JARQUE, Encarna, «La oligarquía urbana de Zaragoza en los
siglos XVI y XVII. Estudio comparativo con Barcelona», Jerónimo Zurita, 69-70, (1994), pp. 147-167;
MATEOS, José Antonio, Auge…, pp. 81-102; URZAY, José Ángel, SANGÜESA, Antonio, e IBARRA, Isabel,
Calatayud…, pp. 87-109 y GÓMEZ ZORRAQUINO, José Ignacio, «La ciudad de Huesca y su gobierno
municipal. Aportación al estudio de las elites urbanas en el siglo XVI», en Actas del XVII Congreso de
Historia de la Corona de Aragón, Barcelona, 2003, vol.III, pp. 365-373.
26. Sobre la implantación del método insaculatorio en Aragón, FALCÓN, María Isabel, «Origen y desarrollo
del municipio medieval en el reino de Aragón», Estudis Balearics, 31, (1988), pp. 73-91.Su rápida difu-
sión por la Corona de Aragón derivó de su aceptación por las elites para regular el acceso al poder local
y relegar las luchas de bandos que alteraban el orden y permitían la intervención nobiliaria desde la Baja
Edad Media, como las descritas para el reino aragonés en SARASA, Esteban, Sociedad y conflictos socia-
les en Aragón, siglos XIII-XV, Madrid, 1981. El grado de intervención en el nombramiento de cargos
municipales que permitía la insaculación al monarca en la Corona ha generado una seria controversia,
recogida en JARQUE, E. y SALAS, José Antonio, «El poder municipal aragonés en tiempos de Felipe II»
en MARTÍNEZ RUIZ, Enrique (ed.), Madrid, Felipe II y las ciudades de la Monarquía, Madrid, 2000,
tomo I, pp. 199-215.
27. Así se evidencia en SALAS, José Antonio, La población…, pp. 276-281; MATEOS, José Antonio,
Auge…, pp. 94; URZAY, José Ángel, SANGÜESA, Antonio, e IBARRA, Isabel, Calatayud…p. 88; GÓMEZ
ZORRAQUINO, José Ignacio «La ciudad…», pp. 373-380, «Ni señores…», pp. 367-370 y «Del concejo
foral…», pp. 119-127; LATORRE, José Manuel, Estudios…, vol. II, pp. 288, 296, 335, 368-369.
28. Como ejemplos, véase SAN VICENTE, Ángel, Colección…pp. 85-89, 133-138, 188-191, 280-285, 478-
485 y GÓMEZ DE VALENZUELA, Manuel, Documentos… pp. 218-224.
29. Este consenso refleja los intereses comunes entre grupos sociales y sus expectativas de progreso al
cerrarse acuerdo descritos por GAUTHIER, David, La moral por acuerdo, Barcelona, 1994 y POLANYI,
Karl, La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo, México, 1992.
pósito un claro reparto de los administradores entre los estratos sociales implicados,
a semejanza de lo que ocurría en los organismos destinados a proveer a los núcleos
habitados de un suministro regular de agua potable30. Elegido por insaculación y bajo
la supervisión de jurados y contables, el cambrero o gestor del pósito se vinculó en las
principales ciudades –Zaragoza, Huesca, Barbastro, Calatayud– a ciudadanos e infan-
zones, con predominio de los mercaderes31. Su designación en núcleos con un mayor
carácter agrario y sentimiento comunal la gestión del pósito se hallaba más repartida32.
En la villa de señorío de Alcañiz rigió en la segunda mitad del siglo XVI un sistema
mixto: la compra de grano era confiada a un cambrero elegido entre artesanos y labra-
dores solventes y la gestión del dinero a un administrador y varios consejeros desig-
nados entre la elite municipal. En la ciudad de Daroca, un artesano o labrador ejercía
de cambrero o administrador del pósito asistido por cuatro diputados elegidos a partes
iguales entre la oligarquía y los dos estratos pecheros representados en el concejo:
dos ciudadanos, un artesano y un labrador. En la modesta ciudad de Albarracín, las
Ordenanzas de 1567 y 1580 disponían que el precio de venta del trigo en el pósito fuese
fijado por los cuatro regidores y doce consejeros municipales, elegidos mitad por mitad
entre los ciudadanos y los sectores populares.
Con una clara intención de proteger al consumidor y cimentar la demanda interna,
el surgimiento de las cámaras modifica el control del concejo sobre los intercambios
de grano. La intervención habitual en este mercado se hallaba limitada en la época
medieval a regular los sistemas de pesos y medidas, la molienda o la panificación. La
injerencia más directa en el mercado era ocasional y reservada a las épocas de carestía,
tras constatarse la existencia de serias alzas de precios en el Almudí33. Las compras
de cereal, costosas y difíciles, eran acompañadas de diversas medidas para asegurar
el abasto: ayudas o préstamos a particulares que aportasen grano al mercado público,
prohibiciones de extraer trigo de la localidad, requisas, tasaciones y multas contra los
revendedores. Estas disposiciones tenían un efecto limitado al proliferar el acapara-
miento y la especulación.
4000
3500
3000
2500
2000
1500
1000
500
0
1518 1533 1548 1563 1578 1593 1608 1623 1638 1653 1668 1683 1698
D aroca Barbastro
Fuentes: SALAS, José Antonio, La población..., p. 348 y MATEOS, José Antonio Auge.., pp. 487-489.
34. GÓMEZ DE VALENZUELA, Manuel, Documentos…pp. 259-266; SALAS, José Antonio, La población…p.
99; MATEOS, José Antonio, Auge… pp. 274-279, 490 y «Municipio y mercado en el Aragón moderno: el
abasto de trigo…» pp. 52-55; URZAY, José Ángel., SANGÜESA, Antonio, e IBARRA, Isabel, Calatayud…
pp. 139-140. Pese a su utilidad para dar salida a las existencias de trigo, los pósitos sólo asumían el abasto
de las panaderías como su función principal en las principales ciudades de Aragón (Zaragoza, Huesca,
Calatayud), mientras que en los restantes núcleos solían compaginar esta actividad con la venta de trigo
a particulares para su cocción en hornos.
en los hornos35. Con la salida de los excedentes asegurada por la creciente demanda
de grano y el control de las panaderías, los pósitos aprovecharon el consenso social en
torno al mercado y el aumento de la producción de cereal en el Quinientos36 para poten-
ciar sus ventas, con especial vigor en las ciudades –véase el gráfico 1–, hasta culminar
a fines de la centuria37.
Desarrollada en el entorno inmediato, la consecución del grano era confiada por
los cambreros a delegados38. Si bien la participación de grupos acomodados como
abastecedores era notable, la mayor regularidad y volumen de la demanda generados
por la política municipal permitían la participación de sectores sociales más amplios
–pequeños labradores, artesanos, trajineros– y facilitaban su incorporación al mercado.
Conforme crecieron las compras de los pósitos desde mediados del siglo XVI, los gran-
des comerciantes de Zaragoza ganaron importancia como proveedores de las ciuda-
des39. Estos controlaban el mercado de grano al haber arrendado a la Iglesia y nobleza
la percepción de diezmos y derechos señoriales. Sus compras de trigo adelantado como
préstamo al fiado sobre la futura cosecha constituyeron una práctica corriente, sobre
todo desde fines de siglo XVI al crecer el endeudamiento campesino. Tras obtener el
grano y almacenarlo en silos cercanos a los núcleos de producción, estos comerciantes
esperaban el alza de precios en los meses previos a la siega para ofertarlo en el merca-
do. Sus prácticas especulativas en años de escasez llevaron al concejo de Zaragoza a
obtener en 1578 un breve papal contra los acaparadores de grano y a decretar en 1576-
77, 1592-93, 1595, 1606, 1614, 1630 y 1651 el Privilegio de los Veinte para forzarles
a entregar sus existencias mediante la actuación de un tribunal de excepción privativo
de esta ciudad; pero su integración en la oligarquía dirigente les valió un trato benigno
en estos casos. Presionados por su endeudamiento, incluso ciertos pósitos recurrieron
a adquirir trigo adelantado desde fines del siglo XVI y en la primera mitad del siglo
35. PALLARUELO, Severino, Los molinos del Alto Aragón, Huesca, 1994, pp. 132-137; MATEOS, José Antonio,
Auge… pp. 274-279 y «Municipio y mercado en el Aragón moderno: el abasto de trigo…» p. 56.
36. LATORRE, José Manuel, «La producción agraria en el obispado…» pp. 131-132 y DIARTE, Pascual, La
Comunidad de Daroca. Plenitud y crisis (1500-1837), Daroca, 1993, pp. 143-144.
37. SAN VICENTE, Ángel, Colección…, pp. 543; SALAS, José Antonio, La población…pp. 95-101; MATEOS,
José Antonio, Auge… p. 48; «Municipio y mercado en el Aragón moderno: el abasto de trigo…» pp.
50-52 y «Municipio y mercado en el Aragón moderno: la Cámara de Trigo…», pp. 60-61; URZAY, José
Ángel., SANGÜESA, Antonio, e IBARRA, Isabel, Calatayud…pp. 139-140. Para este proceso en Castilla,
BENNASSAR, Bartolomé, Valladolid…pp. 65-70, CHACÓN, Francisco, Murcia..., pp. 364-365 y MARTINEZ
RUIZ, José Ignacio. Finanzas… pp. 178-180.
38. SALAS, José Antonio, La población…pp. 97-102; INGLADA, Jesús, «El intervencionismo municipal ante
las crisis de subsistencias y epidémicas del siglo XVII, según las cartas misivas de la ciudad de Huesca»
Argensola, 97, (1984), pp. 62-73; MATEOS, José Antonio, Auge… pp. 279-299; OTERO, Félix, La Vila de
Fraga al segle XVII, Calaceite, 1994, vol. I, pp. 34-36, 146.
39. GÓMEZ ZORRAQUINO, José Ignacio, La burguesía mercantil…pp. 59-64; MATEOS, José Antonio, Auge…
pp. 289-292 y «Municipio y mercado en el Aragón moderno: el abasto de trigo…» pp. 41-43. Sobre el
importante papel desempeñado por los comerciantes en el abasto de las ciudades castellanas, BENNASSAR,
Bartolomé, Valladolid… pp. 65-70; RINGROSE, David R. Madrid…pp. 178-180 y MARTINEZ RUIZ, José
Ignacio, Finanzas… pp. 179-180.
200
150
100
50
0
1500 1515 1530 1545 1560 1575 1590 1605 1620 1635 1650 1665 1680 1695
Fuentes: Sobre Barbastro, SALAS, José Antonio, La población..,.pp. 101, 348 y «La incidencia social y coste
económico de la peste de 1531 en Barbastro», Estudios, 80, (1983), pp. 36-37; Para Daroca, MATEOS, José
Antonio, Auge.., pp. 494-497. Para Fraga, OTERO, Félix, La Vila…, vol.1, p. 144 y BERENGUER, Antonio,
«Un ejemplo para el estudio de los libros de cofradías de oficios: la cofradía de San Joseph de Fraga»,
Argensola, 107, (1993), p. 245. Para Zaragoza, Archivo Municipal de Zaragoza, Actas Municipales, 1513-
1697, Bastardelos, 1550-1706, Libros de contratos (795) y Cajas 479-482, 492, 495, 7765 y 7887.
Nota: el cahíz de Zaragoza equivale a 140 kilogramos ó 179,36 litros y comprende ocho fanegas.
XVII a sus vecinos labradores en aras de reducir los costes de adquisición y lograr una
gestión más rentable40.
El progresivo aumento de las existencias resultante de expandir las adquisiciones
entrañaba graves riesgos. Las mayores pérdidas venían ocasionadas al comprar el pósi-
to grano a altos precios en períodos de escasez y descender su valor de forma brusca
tras la siega: si el precio de venta no bajaba lo suficiente, panaderos y particulares se
abastecían por su cuenta41. Aunque se pretendió evitar su adquisición en momentos de
muy fuerte demanda mediante el aumento de las reservas, el temor de las autoridades
públicas a carecer de grano para afrontar carestías que podían prolongarse varios años
animaba a practicar nuevas compras. Esta gestión provocaba que las pérdidas sólo
pudieran compensarse a muy largo plazo y con grandes dificultades, pese al creciente
volumen de cereal suministrado, al ser los beneficios escasos por situarse el precio de
venta del trigo a la población muy próximo al de su adquisición por el pósito42. Esta
contención se guardaba en el trigo entregado a panaderos ya que su precio de venta
fijaba el peso del pan vendido a la población a determinado precio: en años normales,
la administración de Zaragoza cargaba a mediados del siglo XVI sólo un sueldo por
cahíz.
Con estas premisas impuestas por su gestión, las oscilaciones de los precios del
grano en el mercado resultaban fundamentales para la subsistencia financiera de los
pósitos. Su evolución durante los siglos XVI y XVII en Aragón ha sido expuesta en el
gráfico 2 mediante las mejores series disponibles, relativas a los núcleos de Zaragoza,
Daroca, Barbastro y Fraga. Su análisis demuestra que el sistema de abastos municipal
se vio sostenido en las décadas centrales del siglo XVI por el espaciamiento de los años
de escasez y a una estable progresión de los precios a cuyo mantenimiento cooperaba
la actuación de los pósitos sobre el mercado43. Generadas de forma probable por la
aparición de rendimientos decrecientes en las cosechas, las serias carestías (1570-72,
1576-80, 1584-85, 1591-94) acaecidas en las tres últimas décadas del siglo provoca-
ron oscilaciones muy bruscas de precios en el mercado de grano que desajustaron el
mecanismo de abasto. El impacto de súbitos aumentos de los precios en estos años,
favorecido por su condición de territorio interior y la competencia de los pósitos, vino
agravado por la compra de grandes cantidades de trigo y la renuncia a todo beneficio.
Las existencias debían venderse al año siguiente a un precio muy inferior al de su
adquisición y se produjeron serias pérdidas. Si ya los concejos solían contratar censales
en años de carestía para comprar grano durante el siglo XVI, el abasto en estas décadas
exigió un recurso más constante al crédito. Esta gestión resultó demasiado gravosa
para unas haciendas municipales cada vez más endeudadas y terminó imponiendo una
administración más rentable en el siglo XVII.
EL SIGLO XVII
Frente a la panorámica trazada para el siglo XVI, la centuria siguiente se halla
presidida en Aragón por un perceptible declive económico. Si ya a fines del siglo XVI
se perciben claros síntomas de estancamiento, propiciados por el carácter extensivo del
crecimiento agrícola que provocó el agotamiento de las tierras cultivadas y la aparición
42. MATEOS, José Antonio, Auge…, pp. 289-291 y «Municipio y mercado en el Aragón moderno: el abasto
de trigo…», pp. 53 y A(rchivo) M(unicipal de) Z(aragoza), Act(as) Mun(icipales), 1523, 7 de diciembre,
1525, fol.208v-211r, 220r-224r, 1549, 16 y 21 de octubre, 1561, 19 de marzo.
43. La política de abastos municipal podría contribuir en ciertos territorios a la moderada revolución de
los precios en España entre 1550 y 1625 expuesta en MARTIN ACEÑA, Pablo, «Los precios en Europa
durante los siglos XVI y XVII: estudio comparativo», Revista de Historia Económica, X, 3, (1992), pp.
368-370.
44. SALAS, José Antonio, «La evolución demográfica…». Los efectos de la expulsión de los moriscos sobre
la hacienda señorial en Aragón, en ABADIA, Alejandro, La enajenación de rentas señoriales en el reino
de Aragón, Zaragoza, 1998, pp. 303-449.
45. REDONDO, Guillermo, Las corporaciones de artesanos de Zaragoza en el siglo XVII, Zaragoza, 1982
y PEIRÓ, Antonio, «Comercio de trigo y desindustrialización: las relaciones económicas entre Aragón y
Cataluña» en Las relaciones económicas entre Aragón y Cataluña (siglos XVIII-XX), Huesca, 1990. pp.
41-51.
46. GÓMEZ ZORRAQUINO, José Ignacio, La burguesía mercantil… y Zaragoza y el capital comercial. La
burguesía mercantil en el Aragón de la segunda mitad del siglo XVII, Zaragoza, 1987.
47. MATEOS, José Antonio, «Ideario mercantilista y reformas monetarias en Aragón (1674-1702)», Cuadernos
aragoneses de economía, 16, 1, (2006), pp. 261-279.
48. Sobre la fiscalidad real desplegada en Aragón en el siglo XVII, SOLANO, Enrique, Poder monárquico y
estado pactista (1626-1652). Los aragoneses ante la Unión de Armas, Zaragoza, 1987 y SANZ, Porfirio,
Política, hacienda y milicia en el Aragón de los últimos Austrias entre 1640 y 1680, Zaragoza, 1997.
49. MORENO, Antonio, «Población y producción agrícola en el Norte aragonés (1598-1820)», en Congreso
de historia rural…, pp. 490 y LATORRE, José Manuel, «La producción agraria en el obispado…», pp.
131-146 y «La producción agraria en el sur de Aragón (1660-1827)», Historia Agraria, 41, (2007), pp.
10-21.
50. MATEOS, José Antonio, Auge…, pp. 347, 358 y PEIRÓ, Antonio, Especialización…, pp. 14-33.
51. MATEOS, José Antonio, Auge…, pp. 423-424 y «Municipio y mercado en el Aragón moderno: la Cámara
del Trigo…», pp. 184-185 y CEAMANOS, Roberto y MATEOS, José Antonio, Calanda en la Edad Moderna
y Contemporánea, Teruel, 2005, pp. 99-101.
52. GÓMEZ ZORRAQUINO, José Ignacio, Zaragoza… pp. 85-86, 161-62.
53. REDONDO, Guillermo, «Las relaciones comerciales Aragón-Francia en la Edad Moderna: datos para
su estudio en el siglo XVII», Estudios, 85-86, (1985), pp. 123-154; PEIRÓ, Antonio, «Comercio…» y
TORRAS, Jaume, «La economía aragonesa en la transición al capitalismo. Un ensayo», en Tres estudios
de Historia económica de Aragón, Zaragoza, 1982, pp. 9-32 y «Relaciones económicas entre Aragón y
Cataluña antes del ferrocarril», en Las relaciones…, pp. 17-31.
54. REDONDO, Guillermo «Las relaciones…» y CASEY, James, El reino de Valencia en el siglo XVII, Madrid,
1983, pp. 81-103.
55. VILAR, Pierre, Cataluña en la España Moderna, Barcelona, 1978, vol.1, pp. 430-452.
56. Archivo de la Corona de Aragón, Consejo de Aragón, legajos 57-60.
57. PEIRÓ, Antonio, «Comercio de trigo…» pp. 40-42.
mitad del siglo XVI se agravó en la centuria siguiente hasta volver insuficiente el per-
petuo recurso a contraer créditos. El endeudamiento municipal forzó a elevar la presión
fiscal y a enajenar bienes de propios y comunales, con frecuencia en provecho de las
elites locales de ciudadanos e infanzones58. Al tiempo que la propiedad de la deuda
censal fue transferida por estos grupos sociales al clero mediante ventas o donaciones,
los concejos firmaron desde fines del siglo XVI concordias con sus acreedores para
demorar pagos o reducir la tasa de interés y poder afrontar sus deudas59. Su revisión
confirió la gestión de las haciendas a «conservadores» designados por los censalistas
tras garantizar éstos a los concejos mantener su administración política y judicial, los
propios y comunales.
Efecto añadido, el endeudamiento municipal resintió la gestión de los pósitos. En
primer lugar, la mayor presión fiscal aplicada por la monarquía en 1628-52 (servicio
de 1626, guerra de secesión catalana) obligó a muchos concejos a recurrir al pago en
especie, en especial en trigo y otros cereales, amén de aceite y lana60. Favorecida por
la demanda de trigo y cebada por parte del ejército castellano estacionado en Cataluña
tras la guerra de secesión, esta práctica fue habitual en contribuciones y donativos
durante toda la segunda mitad del siglo XVII61. En segundo término, los pósitos presta-
ron con frecuencia dinero a la caja central del concejo para paliar su déficit y sufragar
su deuda censal62. Estas transferencias sólo demoraron la quiebra municipal; pero res-
tringieron la actuación de los pósitos en detrimento de su control del mercado públi-
co e impusieron una gestión más rentable que perjudicó al consumidor y retrajo una
demanda ya castigada por el declive demográfico y económico. Unida a una mayor
presión fiscal municipal, que afectó en especial a los alimentos básicos, estas medidas
redujeron el apoyo de amplios sectores sociales a la intervención municipal y alejaron
las transacciones del mercado público. Cada vez más vinculada a la posesión de tie-
rras o la adquisición de títulos de infanzonía63, la oligarquía local mostró un creciente
desinterés por sustentar la demanda interna de grano al preferir su venta con destino a
Cataluña y Valencia, con especial fuerza durante la segunda mitad de la centuria. La
caída de los precios del grano –véase el gráfico 2– gestada desde mediados del siglo
XVII sancionó este proceso económico al barrer los obstáculos impuestos por la nor-
58. SALAS, José Antonio, «De la euforia…», pp. 28, 31, 39, 49-50; MATEOS, José Antonio, «Propios…»,
pp. 57-61.
59. Sobre el tema, MATEOS, José Antonio, «Propios…», pp. 68-72.
60. SOLANO, Enrique Poder monárquico…pp. 54-56.
61. SANZ, Porfirio, Política, hacienda…
62. SALAS, José Antonio, La población…, pp. 82-85; OLIVO, Jorge del, «La evolución de la hacienda muni-
cipal de Calatayud durante el siglo XVII», Jerónimo Zurita, 76-77, (2002), pp. 228 y MATEOS, José
Antonio, Auge…, pp. 183-186, 293-299, 457-458; «Municipio y mercado en el Aragón moderno: el
abasto de trigo…», pp. 44-45 «Municipio y mercado en el Aragón moderno: la Cámara del Trigo…»,
pp. 82-84.
63. SALAS, José Antonio, La población…pp. 275-284, 296-304; JARQUE, Encarna, «La oligarquía urba-
na…», pp. 147-167; MATEOS, José Antonio, Auge…, pp. 81-102; GÓMEZ ZORRAQUINO, José Ignacio,
«Ni señores…» y «Del concejo foral…» pp. 119-127.
25000
20000
15000
10000
5000
0
1631 1636 1641 1646 1651 1656 1661 1666 1671 1676 1681 1686 1691 1696
VENTAS EXISTENCIAS
Fuentes: MATEOS, José Antonio, «Municipio y mercado en el Aragón moderno: el abasto de trigo…», pp.
46, 48.
ros. Sujeto a ritmos diferentes según los lugares70, este proceso resultó más lento en
Zaragoza debido a la mayor demanda de grano y menor capacidad de abasto de sus
habitantes. Ante las grandes crisis frumentarias padecidas en 1605-06, 1614-15, 1630-
31 y 1651-52, los concejos aumentaron las compras de grano y renunciaron a todo
beneficio en su venta; pero desde mediados de siglo consolidaron la reducción de sus
existencias comenzada en sus inicios.
La contracción de la demanda interna de grano por el declive demográfico y el
aumento de su productividad al centrarse su cultivo en las tierras más fértiles provo-
caron en la segunda mitad de siglo un nítido descenso de los precios –véase el gráfico
2– y, junto con la menor incidencia de carestías, facilitaron una mayor remodelación de
la gestión de los pósitos. Los concejos redujeron más las existencias almacenadas hasta
un volumen adecuado para intervenir en el mercado local con un menor grado de apoyo
social y poder apelar a una compulsión limitada sobre la población. Muchos pósitos
restringieron o abandonaron la venta a particulares y ofertaron menos grano a las pana-
70. SALAS, José Antonio, La población…pp. 101, 348; OTERO, Félix, La Vila…, vol. I, pp. 144, 147; MATEOS,
José Antonio, Auge…, pp. 487-493, «Municipio y mercado en el Aragón moderno: el abasto de trigo…»,
pp. 44-52 y «Municipio y mercado en el Aragón moderno: la Cámara del Trigo…», pp. 65-67.
4000
3500
3000
2500
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1516 1531 1546 1561 1576 1591 1606 1621 1636 1651 1666 1681 169 6
71. SALAS, José Antonio, La población…pp. 101, 348; OTERO, Félix, La Vila… vol. I, pp. 144, 147; MATEOS,
José Antonio, Auge…, pp. 487-493, «Municipio y mercado en el Aragón moderno: el abasto de trigo…»,
pp. 45-49 y «Municipio y mercado en el Aragón moderno: la Cámara del Trigo…», pp. 65-67, 76-78.
72. OTERO, Félix, La Vila…vol.I, pp. 144, 147; MATEOS, José Antonio, «Municipio y mercado en el Aragón
moderno: la Cámara del Trigo…» pp. 68-70, Auge…, pp. 293-295 y AMZ, Cajas 492, 495 y 8142.
público de granos se alzase de nuevo como la principal referencia, con mayor claridad
desde mediados de la centuria73. Al tiempo, el descenso de las existencias de grano
–véase los gráficos 3 y 4– y el encarecimiento de las ventas limitó la actuación de los
pósitos en el mercado, redujo su capacidad de respuesta frente a bruscas alteraciones
de precios y restó confianza a los vecinos en su intervención.
El menor aporte de grano realizado por el pósito y su mayor coste indujo a los
panaderos a comprar trigo en mayor cantidad por su cuenta para sus panaderías e inclu-
so a cocer pan en las casas de sus clientes74. Forzados a aceptar un menor control del
mercado que favorecía la especulación y perjudicaba a la calidad del pan, los concejos
se resarcieron al aumentar los gravámenes del trigo vendido a las panaderías. Como
en las principales ciudades europeas75, horneros y panaderos ganaron iniciativa en el
mercado de grano, bien por medio de comisionados que adquirían grano en el entorno
o por la oferta de trigo o harina por mercaderes y arrieros. Este avance de la esfera pri-
vada en el mercado de grano se tradujo en la agudización de los privilegios disfrutados
por particulares e instituciones, como revela la solicitud de concesiones de hornos y
panaderías al monarca, en especial bajo el reinado de Felipe IV (1621-65)76. Al restrin-
gir el control público, el desorden provocado por estos privilegios en el mercado del
pan de la capital alcanzó proporciones tan graves que forzó al concejo a moderarlos o
abolirlos77.
Ante su menor control, los concejos permitieron a particulares desarrollar ciertas
iniciativas sobre el mercado de grano bajo su supervisión78. Zaragoza arrendó el abasto
a todas las panaderías de la ciudad en 1659-69 y 1683-89 y permitió a sus habitantes
en el último cuarto de siglo vender trigo y cebada en sus casas y graneros a un precio
algo inferior al del Almudí. Con especial nitidez desde mediados del siglo XVII, el
descenso de actividad de los pósitos aumentó el interés de los concejos por regular la
actividad del Almudí –Fraga, Barbastro– y por crear o gestionar –Daroca, Albarracín–
corretajes sobre las transacciones efectuadas en este espacio. Junto a nuevos ingresos,
su control les confería prerrogativas y capacidad de intervención en los intercambios.
Zaragoza intentó incluso en 1670 gestionar los derechos establecidos sobre el Almudí,
73. MATEOS, José Antonio, Auge…, pp. 292-297, «Municipio y mercado en el Aragón moderno: el abasto
de trigo…», pp. 48-49 y «Municipio y mercado en el Aragón moderno: la Cámara del Trigo…», pp.
87-88.
74. MATEOS, José Antonio, Auge…, pp. 276-279 y «Municipio y mercado en el Aragón moderno: el abasto
de trigo…», pp. 56-58.
75. Sobre París, MEUVRET, Jean, Etudes…, pp. 209-215 y KAPLAN, Steven L. Les ventres...pp. 141-149.
Para Madrid, véase RINGROSE, David R. Madrid…, pp. 178-180 y BERNARDOS, José Ubaldo, Trigo
castellano…pp. 67-87.
76. Archivo de la Corona de Aragón, Consejo de Aragón, legajos 75 y 180.
77. MATEOS, José Antonio, «Municipio y mercado en el Aragón moderno: el abasto de trigo…», pp. 56,
61-62.
78. OTERO, Félix, La Vila… vol. I, pp. 35-36; SALAS, José Antonio, La población…pp. 97, 102-103; MATEOS,
José Antonio, Auge…, pp. 297, «Municipio y mercado en el Aragón moderno: el abasto de trigo…», pp.
49 y «Municipio y mercado en el Aragón moderno: la Cámara del Trigo…», pp. 87-88.
regalía desde la Edad Media, a cambio de sufragar una suma anual a la hacienda real.
Fracasado su intento, optó por su arriendo temporal para vender su usufructo a parti-
culares79.
Las nuevas circunstancias económicas y la reorientación de los pósitos acarrearon
medidas adicionales, ligadas con frecuencia a la necesidad de renovar el trigo almace-
nado. Las malas cosechas de fines del siglo XVI y principios del XVII ya promovieron
ventas de trigo al fiado a vecinos o prestamos para su devolución tras la llegada de
la cosecha80. Si bien los pósitos alternaron ambos recursos en la primera mitad del
Seiscientos, el descenso de la demanda de grano desde mediados de siglo aumentó
su intensidad. La distribución de trigo en meses previos a la siega se convirtió en la
actividad principal de ciertos pósitos81. Daroca repartía con carácter forzoso un mínimo
de cuatrocientos cahíces anuales entre sus vecinos pecheros hasta optar por la venta
al fiado a fines del siglo XVII al crecer la población. A la inversa, con toda probabi-
lidad para reducir gastos, Albarracín sustituyó desde 1690-92 las ventas de trigo por
su reparto. Otros concejos sitos en villas y ciudades –Fraga, Huesca y Barbastro– o
pequeños lugares –Langa, Baraguas– ofrecían en sus cámaras de trigo durante el otoño
a sus vecinos labradores la venta de grano al fiado o su préstamo y devolución en espe-
cie para facilitar la sementera82. Tarea ocasional desde sus precedentes en la Baja Edad
Media83, la necesidad de muchos labradores llevó a los pósitos a asumir mayores fun-
ciones crediticias durante las últimas décadas del siglo XVII. Ventas al fiado, repartos
y préstamos de grano incluían el cargo de un canon modesto en concepto de gestión,
ocasionaron frecuentes problemas de percepción hasta el punto de imponer el uso de
cobradores y una cierta selección de los beneficiarios de la ayuda municipal en función
de su nivel económico y status social.
79. SALAS, José Antonio, «La hacienda real aragonesa en la segunda mitad del siglo XVII», en FORTEA, José
Ignacio y CREMADES, Carmen María (eds.), Política y hacienda en el Antiguo Régimen, Murcia, 1993,
pp. 492.
80. SAN VICENTE, Ángel, Colección…, pp. 534-535; OTERO, Félix, La Vila…vol. I, pp. 39; MATEOS, José
Antonio, Auge…, pp. 292-297, «Municipio y mercado en el Aragón moderno: el abasto de trigo…», pp.
48-49 y «Municipio y mercado en el Aragón moderno: la Cámara del Trigo…», pp. 64.
81. MATEOS, José Antonio, Auge…, pp. 297-299 y «Municipio y mercado en el Aragón moderno: la Cámara
del Trigo…», pp. 71. Estos repartos de trigo menudearon en pósitos emplazados en otros territorios de las
Coronas de Castilla y Aragón. Como ejemplos, BERNABÉ, David, Hacienda…pp. 260-269, GUTIÉRREZ
ALONSO, Adriano, Estudio…pp. 245-246 y MARCOS MARTIN, Alberto, Economía…vol.I, pp. 478.
82. SALAS, José Antonio, La población…pp. 107-108, 185-186, 192-193; INGLADA, J. «Los Montes de
Piedad de Huesca: instituciones de crédito para los labradores necesitados. Análisis de su actuación en
1652 y 1683-1684», Argensola, 95, (1983), pp. 5-15; OTERO, Félix, La Vila…vol. I, pp. 36-37; GÓMEZ
DE VALENZUELA, Manuel Estatutos y Actos Municipales de Jaca y sus Montañas (1417-1698), Zaragoza,
2000, pp. 483-484.
83. Como ejemplo, tras la mala cosecha de 1477, diversos concejos aragoneses prestaron a sus vecinos labra-
dores grano almacenado en los silos municipales, en ocasiones tras haberlo requisado entre la población.
Véase MATEOS, José Antonio, «Sobre tasas…», pp. 205 y MEDRANO, Javier, Puertomingalvo…, pp.
272.
3. EL SIGLO XVIII
Durante el siglo XVIII, Aragón consolidó cambios estructurales ya gestados por
la reestructuración económica vivida en la centuria anterior. Proceso facilitado por
la supresión de las aduanas con Castilla, Valencia y Cataluña decretada en 1717 por
la nueva dinastía borbónica, afianzó su condición de zona receptora de manufacturas
foráneas y productora de materias primas, exportadas en especial hacia Cataluña y
Valencia87. Unida a cierta recuperación del mercado interior vinculada al crecimiento
demográfico88, esta extroversión creciente posibilitó una perceptible expansión agraria
durante el Setecientos como evidencia no sólo la extensión de cultivos sino de los
regadíos –con la ampliación del Canal Imperial de Aragón entre 1766 y 1790 como
su obra más emblemática89– para aumentar la productividad y asegurar un acceso más
84. PEIRÓ, Antonio, «Feudalismo…», GÓMEZ DE VALENZUELA, Manuel, Estatutos…pp. 296-300, 331-332
y GÓMEZ ZORRAQUINO, José Ignacio, «Los montes de piedad y el crédito rural en el Alto Aragón en el
siglo XVII», X Simposio de Historia Económica, Barcelona, 2005, (trabajo mimeografiado).
85. INGLADA, Jesús, «Los Montes de Piedad…», pp. 5-15.
86. SALAS, José Antonio, La población…pp. 107-108, 184-194.
87. TORRAS, Jaume, «La economía…» y «Relaciones económicas» y PEIRÓ, A. «Comercio…».
88. PÉREZ SARRIÓN, Guillermo, Aragón en el Setecientos, Lleida, 1999, pp. 46-56.
89. PÉREZ SARRIÓN, Guillermo, Agua, agricultura y sociedad. El Canal Imperial de Aragón (1766-1808),
Zaragoza, 1984.
con un módico beneficio, pero el libre amasijo no fue suprimido hasta abril de 1720,
cuando un decreto real restituyó al pósito de Zaragoza su control sobre la venta de pan
tras limitar su margen de ganancia. Erigido en importante precedente, esta reforma
temporal impulsó las actividades de comerciantes y panaderos en el abasto local, tóni-
ca mantenida durante toda la centuria.
Unido a medidas como el establecimiento de tasas sobre el trigo, requisas de
existencias o prohibiciones de extraer grano, retomadas a nivel local al surgir carestías
ocasionales en la primera mitad de la centuria101, este fuerte control del mercado dicta-
do por la guerra perduró en ciertas nuevas atribuciones de las autoridades municipales
borbónicas, como demuestra la regulación del precio de venta de trigo y cebada en el
Almudí de Zaragoza por parte del corregidor durante el reinado de Felipe V, si bien
su incidencia real parece decrecer con el tiempo102. Atenuado desde 1720, este control
estatal se recrudeció a mediados de siglo XVIII al introducirse durante el reinado de
Fernando VI leyes destinadas a favorecer el tránsito de cereal en el interior de España
que culminaron con el decreto de libre comercio de granos en 1765, ya bajo Carlos
III103. La supervisión del Estado mostró especial celo en Zaragoza a través de la Real
Audiencia de Aragón, que informaba al Consejo de Castilla sobre la gestión del pósi-
to104. Toda la remodelación de la gestión de este pósito durante la segunda mitad del
siglo XVIII fue renegociada así entre el municipio de Zaragoza y el Consejo de Castilla
a través de la Real Audiencia hasta 1808. Mantenido bajo administración francesa al
ser ocupada la ciudad durante la guerra de Independencia (1808-14), la rápida adop-
ción de la doctrina liberal por el concejo tras su cese determinó su extinción: propuesta
por el municipio en mayo de 1815 la libertad de abastos de grano y otros comestibles,
fue aprobada en septiembre de 1817 y la regulación del mercado realizada por el pósito
durante toda la Edad Moderna llegó a su fin105.
De acuerdo con las líneas trazadas ya en la segunda mitad del siglo XVII, como se
ha demostrado ya para otro importante mercado regional interior de grano en España
como el de Castilla y León106, los pósitos gestionaron un escaso porcentaje del trigo
101. Por su importancia estratégica, estos recursos fueron frecuentes en Zaragoza. Véase AMZ, Act. Mun.,
1711, 6 de marzo, 1715, 1 de enero. Sobre su extensión a otros núcleos aragoneses, RUJULA, Pedro y
LAFOZ, Herminio, Historia de Borja: la formación histórica de una ciudad, Borja, 1995, pp. 180-181.
102. AMZ, Act. Mun., 1711, 23 de julio, 1715, 30 de julio y 15 de septiembre, 1721, 28 de abril, 1735, 22
de agosto, 1743, 3 de agosto.
103. Para una relación de esta normativa, véase CASTRO, Concepción de, El pan…, pp. 116.
104. En A(rchivo) H(istórico) N(acional), sección Consejos, libros 3855-3884, se recoge la contabilidad del
pósito de Zaragoza para 1740-51, remitida por el municipio al Consejo de Castilla para su examen.
105. AMZ, Caja 73. La libertad de abastos se proclamó en Zaragoza con retraso frente a otras ciudades espa-
ñolas: Madrid la adoptó en 1805 y Cádiz en 1806. Véase BERNARDOS, José Ubaldo, «Libertad e inter-
vención en el abastecimiento de trigo a Madrid», en MARIN, Brigitte y VIRLOUVET, Catherine (dirs),
Nourrir les cités…, pp. 381 y MARTINEZ RUIZ, José Ignacio, «El mercado internacional…», pp. 70.
106. LLOPIS, Enrique y JÉREZ, Miguel, «El mercado de trigo en Castilla y León, 1691-1788: arbitraje espa-
cial e intervención», Historia Agraria, 25, (2001), pp. 53-54; RINGROSE, David R., Madrid…, pp. 136-
140, 178-179, 237-240; BERNARDOS, José Ubaldo, Trigo castellano…pp. 62-64, 111-123.
120
100
80
60
40
20
0
1700 1706 1712 1718 1724 1730 1736 1742 1748 1754 1760 1766 1772 1778 1784 1790 1796 1802 1808
Fuentes: Archivo Municipal de Zaragoza, Bastardelos, 1700-1706, Actas Municipales, 1706-1808 y Cajas
462, 465-472, Archivo de la Diputación Provincial de Zaragoza, Contabilidad y Libros de Acuerdos de la
Casa de Misericordia, 1701-1786, Archivo Histórico Nacional de Madrid, Sección Consejos, libros 3855-
3884 y CASAMAYOR, Faustino Años políticos e históricos. De las cosas particulares sucedidas en la ciudad
de Zaragoza, en Biblioteca Universitaria de Zaragoza, Manuscritos 106-142.
78, la presión de los censalistas consiguió obtener el completo control de los pósitos107;
pero sus líneas de gestión no se alteraron demasiado.
Esta escasa capacidad de regular el mercado local por parte de los pósitos cobró
una mayor importancia durante el siglo XVIII conforme aumentó la demanda de grano
procedente de Valencia y en especial de Cataluña, ante la creciente integración del
comercio interregional. Tras finalizar la guerra de Sucesión y derogarse en 1717 las
aduanas interiores108 en las Coronas de Castilla y Aragón, la expansión económica y
demográfica de Cataluña aumentó las exportaciones de cereal y carne aragoneses, así
como de su lana y aceite en la segunda mitad de siglo, sobre todo hacia Barcelona109.
Jerónimo de Uztáriz constató ya en 1724 el incremento y mayor complementariedad
de los intercambios interregionales al observar que la escasez de grano y ganado en
Cataluña se suplía con importaciones de Aragón y Castilla110, compras compensadas
con los mayores beneficios generados por las ventas de productos textiles por catala-
nes en el interior peninsular. Si los mercaderes catalanes se instalaron en Aragón ya
en la primera mitad del siglo XVIII, su asunción de las principales transacciones del
reino a partir de 1770 en sustitución de comerciantes franceses y navarros reforzó este
proceso111. Favorecidas por la navegabilidad del río Ebro, acrecentada desde 1789 por
la apertura del Canal Imperial, la comercialización de granos y otras materias primas
resultó un fructífero negocio para las compañías comerciales catalanas asentadas en
Aragón en la segunda mitad de la centuria.
Las consecuencias de esta creciente extroversión económica sobre el abasto local
resultaron evidentes a mediados del siglo XVIII al elevar el crecimiento demográfico
la demanda interna y externa de grano –véase la evolución de su precio en el Gráfico
5– y constatarse la escasa capacidad de retención de su producción agrícola por parte
del campesino. Tanto los grandes comerciantes de granos, que arrendaban diezmos y
derechos señoriales como los pequeños mercaderes, que prestaban dinero a los campe-
sinos y se cobraban en trigo tras la llegada de la cosecha, almacenaban el grano adqui-
rido a la espera bien de su alza de precio previa a la cosecha o su rentable exportación
a Valencia o Cataluña a la vez que privaban a los labradores de excedentes para su
112. PÉREZ SARRIÓN, Guillermo, Aragón…pp. 220-229. Con todo, los mismos pósitos prestaban en ocasio-
nes dinero a los labradores a cambio de entregar trigo al precio medio del Almudí tras la cosecha para
asegurarse un abasto más rentable. Véase el ejemplo de Zaragoza en AMZ, Caja 471, 1803, 6 de julio.
113. ANES, Gonzalo, «Los pósitos en la España del siglo XVIII» en Economía e ilustración en la España
del siglo XVIII, Barcelona, 1969, pp. 71-94; CASTRO, Concepción de, El pan…, pp. 108-113; GIMÉNEZ,
Enrique y MARTÍNEZ GOMIS, Mario, «La revitalización de los pósitos a mediados del siglo XVIII»,
en FORTEA, José Ignacio y CREMADES, Carmen María (eds.), Política:.., pp. 298-299. Muestra de este
estímulo estatal, Borja creó en 1739 un pósito para prestar simiente a sus vecinos labradores. Véase
RUJULA, Pedro y LAFOZ, Herminio, Historia… p. 181.
114. Entre las zonas que sufrían carencias de pósitos en Aragón a mediados del siglo XVIII destacaban las
Cinco Villas, la ribera del Jalón, los Monegros, Belchite, la Litera y la Hoya de Huesca según ANZANO,
Tomás, Discursos sobre los medios que pueden facilitar la restauración de Aragón, Zaragoza, 1768,
p. 105.
115. PÉREZ SARRIÓN, Guillermo, Aragón…pp. 231-232. Un informe de la Real Audiencia en 1767 remitido
al Consejo de Castilla aducía que los pósitos y Montes de Piedad no fructificaban en Aragón por la falta
de financiación municipal. Véase AHPZ, Real Acuerdo, 1767, 13 de noviembre, fol.337r-347r.
116. PEIRÓ, Antonio, «Feudalismo…».
117. AMZ, Acuerdos de la Junta de Dirección de Propios, 1747, 27 de octubre, 10 de diciembre, Act. Mun.,
1752, 22 de septiembre, 5 de octubre y Cajas 479 y 462.
al fiado a un precio razonable, una vez recaudados los diezmos y rentas señoriales118.
Ante su precariedad financiera, al igual que sucede en otras ciudades españolas119, el
concejo de Zaragoza aceptó en ocasiones (1766-67, 1778-81) las propuestas de arren-
dar el pósito realizadas por comerciantes de grano o administradores de grandes casas
nobiliarias. Ante la escasa capacidad de maniobra del pósito al padecerse carestías,
algunos de los mayores comerciantes aragoneses –como Martín Zapater y Juan Martín
de Goicoechea– con fuertes intereses en el mercado de grano se ofrecieron en 1789 y
1802 a realizar las adquisiciones necesarias de trigo importado de ultramar en Cataluña
y trasladarlo por el río Ebro hasta Zaragoza120.
Más condicionada que en siglos anteriores por su extrema debilidad financiera, la
gestión del pósito venía determinada por el precio de venta de su grano frente al situa-
do en el Almudí121. Si la administración decidía obtener un beneficio modesto de los
bajos precios del trigo comprado tras la cosecha, horneros y panaderos extraían trigo
en grandes cantidades. Si era inferior su precio al del Almudí, como sucedía en años de
carestía, ambos revendían parte de sus adquisiciones en detrimento del abasto local. Si
el pósito encarecía el trigo por encima del valor del Almudí, con frecuencia para recu-
perar el dinero invertido en su compra, horneros y panaderos se abastecían en exclusiva
en el mercado. Los concejos disponían entonces el registro de sus casas e inventario de
su grano para repartir los excedentes del pósito e imponer penas a los infractores, que
podían incluir la prohibición de amasar pan122. Norma común en la economía preindus-
trial, el peso del pan se reducía conforme aumentaba el precio oficial del trigo, que el
municipio quería vincular a su venta en el pósito para negociar su monto con horneros
y panaderos. Esta relación afectaba también al pan elaborado con trigo adquirido de
forma fraudulenta o aún legal en el mercado: así los horneros y panaderos agremiados
podían abastecerse en el Almudí de Zaragoza después de mediodía, tras dar prioridad al
abasto por parte de los vecinos y las amasadoras y horneros no integrados en el gremio
que vendían su pan en plazas públicas.
Al reinstaurar el pósito de Zaragoza en 1720, el Estado introdujo el principio de
un beneficio moderado, que corroboraría en la concordia entre concejo y censalistas
ratificada en 1741 al reiterar la necesidad de administrar el pósito «a coste y costas»123
–para sufragar los gastos de compras y gestión– sin generar ganancias al cabo del año.
Pese a estas indicaciones, la debilidad de la hacienda municipal marcó otro rumbo a su
gestión. Si bien moderaba su beneficio ante carestías, el pósito de Zaragoza mantuvo
entre 1720 y 1750 un nivel notable de ganancias en la venta de trigo durante los años
normales. La adquisición del grano por el gremio de horneros y panaderos se veía
reforzada al permitir el concejo de Zaragoza la actividad marginal de amasadoras y
amasadores no agremiados. Ante sus carencias de grano y caudal, que obligaban a
comprar a crédito o pedir préstamos de dinero a corto plazo al 4 ó 5% de interés124, el
pósito fue perdiendo capacidad de regular el mercado al actuar como un mero inter-
mediario entre los propietarios y comerciantes a quienes adquiría trigo al fiado y los
horneros a quienes se lo vendía125.
Al igual que sucedía en el resto de Aragón, conforme crecían los precios con
la demanda de la población en la ciudad a mediados del siglo XVIII, la gestión del
pósito de Zaragoza afectó en mayor medida al consumo urbano y suscitó mayores
críticas de otras instituciones públicas. Así, la Real Audiencia de Aragón afirmaba en
noviembre de 1750 que «no es pósito con fondo cierto, como los de Castilla, sólo es
un tráfico de la provisión de tiendas de pan público»126. Tras considerar que permitía
la especulación de horneros y panaderos para elevar sus beneficios en detrimento del
consumidor, la Real Audiencia solicitó al Consejo de Castilla ya bajo Fernando VI
–1750, 1752, 1755– el cese en Zaragoza del control municipal sobre la venta de pan y
la imposición de la libertad de amasar: en principio reclamada como reinstauración de
la orden real dictada en 1707, desde 1765 lo fue en estricta aplicación de la ley de libre
comercio de granos proclamada ese año. Sus continuas críticas a la gestión municipal
ante el Consejo de Castilla en los años sucesivos, que provocaron que éste concediese
la administración temporal del pósito a la Junta de censalistas en 1760-64, agudizaron
un desencuentro institucional sobre el abasto de grano en la ciudad que exacerbó los
efectos de la crisis de subsistencias desatada en 1766.
Con indican las ventas de trigo por el pósito de Zaragoza en el siglo XVIII –véase
el gráfico 6–, la proclamación del libre comercio de grano en 1765 demuestra haber
limitado la intervención municipal en el mercado aragonés al restringir su actividad,
justo cuando crecía la exportación de cereal hacia Cataluña y Valencia. En Zaragoza,
este efecto se fue reforzado por la introducción del libre amasijo al estallar el motín del
pan en abril de 1766, que obligó a las autoridades a derogar el abasto obligado de hor-
124. AMZ, Act. Mun., 1725, 20 de septiembre. Esta práctica se generalizó en los pósitos en la España
del siglo XVIII. Para fines de la centuria, los casos de Madrid y Cádiz en BERNARDOS, José Ubaldo,
«Libertad e intervención…», pp. 380 y MARTINEZ RUIZ, José Ignacio, «El mercado internacional…»,
pp. 67-68.
125. AMZ, Cajas 462-467 y 495.
126. ADPZ, Intendencia, manuscrito 792, fol.43r-54v, 66r-86v y AMZ, Act. Mun., 1752, 22 de septiembre,
5 de octubre.
neros y panaderos en el pósito127. Acabado el tumulto, las normas de gestión del pósito
decretadas por el Consejo de Castilla a través de la Real Audiencia fijaron que éste
debía limitarse a adquirir tras la siega unos 6.000 cahíces de trigo que suministraría a
la población «a coste y a costas» en los meses previos a la siega con el fin de contener
el alza de precios usual en este período. Este entendimiento fue fruto de una negocia-
ción con horneros y panaderos que abarcaba no sólo el precio de venta de grano, sino
la capacidad de maniobra que el concejo permitiría a la actividad creciente de personas
no integradas en el gremio para cocer y vender pan en la ciudad128. Su actuación fue
utilizada con frecuencia por el concejo para forzar a los horneros a comprar grano
en el pósito, pese a su resistencia en nombre del libre comercio. Modelo de gestión
defendido por la Real Audiencia de Aragón en Zaragoza con especial vigor hasta 1780,
su aplicación acarreaba riesgos de contraer pérdidas si se realizaba un abasto eficiente
de la población e impedía generar beneficios con que ampliar los exiguos fondos del
pósito, como evidencia la renuncia de la Junta de censalistas en 1778 a seguir adminis-
trando este organismo.
25000
20000
15000
10000
5000
0
1720 1728 1736 1744 1752 1760 1768 1776 1784 1792 1800 1808
Fuentes: Archivo Municipal de Zaragoza, Cajas 462, 465-472 y Archivo Histórico Nacional de Madrid,
Sección Consejos, libros 3855-3884.
127. Sobre este motín, BARAS, Fernando y MONTERO, Francisco José «Crisis de subsistencias y conflic-
tividad social en Zaragoza: el motín de 1766», Estudios de historia social, 36-37, (1986), pp. 523-546.
128. AMZ, Cajas 463-466. Sobre el tema, MATEOS, José Antonio, «Conflicto político…», pp. 448-451.
Con motivo de estos problemas, las décadas finales del siglo XVIII contemplaron
en Zaragoza intentos de introducir una gestión del pósito más flexible y eficiente. Tras
retomar el concejo el control del pósito en 1778, confiado a una Junta de graneros,
la carestía de 1780 dio ocasión al intendente-corregidor Diego Navarro Gómez para
ampliar su actividad e implantar en 1781 un nuevo modelo de gestión, que adecuaba
el precio de venta del trigo al del Almudí129. Con este sistema, horneros y panaderos
tenían menos facilidades para especular con el trigo del pósito: el pósito ya no reducía
el precio de venta por debajo del vigente en el Almudí en los meses previos a la siega,
estrategia que hasta ahora no sólo eliminaba los beneficios del pósito, sino que expan-
día las compras de los panaderos para su reventa en detrimento del abasto urbano. Al
preservar sus ganancias, el pósito logró ampliar su liquidez y eliminar la dependencia
de los préstamos a corto plazo, fijados a fines del siglo XVIII entre un 4,5% y un 6%.
Con todo, esta reforma contó con sus detractores al entender que el pósito perjudicaba
al consumidor al encarecer su acceso al grano para lograr mayores beneficios. Tras
apelar a la legislación sobre libre comercio, el alcalde Gabriel Moreno consiguió clau-
surar el pósito y reinstaurar el libre amasijo de los horneros a principios de 1788. Con
todo, la fuerte carestía desatada tras la cosecha de 1789 forzó a reabrir el pósito para
abastecer de grano a la población.
Repuesta la gestión «a coste y costas» en 1789, el intendente Diego Navarro
intentó en 1793 reimplantar la venta a precio del Almudí; pero la oposición de los
delegados de estratos humildes (síndico personero, procurador general, diputados del
común) logró suspender el sistema y dedicar sus beneficios a vender trigo a precio
inferior al del mercado. Por fin, con el apoyo de la Real Audiencia, el nuevo intendente
Blas Ramirez solicitó al Consejo de Castilla en junio de 1802 que el pósito vendiese
el grano a precio del Almudí. Esta medida se fundamentó en la necesidad de dotar de
fondos propios al pósito, destinados tanto a evitar contraer préstamos a corto plazo con
un interés de un 4,5% ó 6%130 como a construir sus propios hornos y eliminar así la
presión de los horneros sobre el mercado. Con el precedente de la cédula real que dictó
en noviembre de 1801 que el abasto de las panaderías de Madrid se rigiese por el precio
del grano en el mercado, el Consejo de Castilla aprobó esta gestión para el pósito de
Zaragoza en agosto de 1802. Pese a esta cesión, los objetivos inmediatos del pósito se
vieron retrasados por las serias carestías de grano sufridas en 1802-1805. Así, si bien la
Junta de graneros designó en febrero de 1808 una comisión encargada de crear hornos
municipales para frenar el fraude de los horneros, el proyecto se calificó de prematuro
ante las carencias de dinero131.
La ampliación de la actividad del pósito de Zaragoza a fines del siglo XVIII requi-
rió tanto mantener la sujeción del abasto de los horneros en los silos municipales como
129. AMZ, Caja 467, 1781, 9 de julio, 1788, 10 de enero, Caja 469, 1793, 14 de mayo, Caja 471, 1802, 28
de marzo, 5 de junio, 14 de agosto y Caja 473, 1808, 10 de febrero.
130. Como ejemplos, AMZ, Caja 471, 1802, 25 de octubre, 10 de noviembre, 1803, 5 de enero, Caja 472,
1804, 21 de noviembre y Caja 473, 1807, 18 de septiembre.
131. AMZ, Caja 469 y 471 y Act. Mun., 1789, 1802 y 1805.
CONCLUSIONES
Como conclusiones, la regulación municipal sobre el mercado de grano aragonés
experimentó una clara evolución durante la Edad Moderna. La consolidación de los
pósitos durante el siglo XVI fue posible no sólo gracias al auge municipal sino al fuerte
consenso social desatado en torno al mercado de grano y al interés de las elites locales
en apoyar mediante su regulación un sistema de crecimiento económico introvertido.
Al intervenir de forma más constante en el mercado, los concejos no sólo mejoraron el
abasto de la población, sino que intentaron contener la inflación de precios, potenciar
la demanda e incentivar la producción agraria y el comercio dentro del reino para gene-
rar una mayor integración voluntaria de amplios sectores sociales en el mercado públi-
co. Con estos fines, los pósitos aumentaron sus compras y ventas de grano y asumieron
pérdidas para aminorar las alzas de precios en años de escasez. Pese a la contratación
de censales para paliar el déficit municipal, el incremento de sus existencias dotó a los
pósitos de una gran fragilidad frente a las oscilaciones de precios, cuyas bruscas alte-
raciones a fines del siglo XVI les acarrearon serias pérdidas e impusieron remodelar la
gestión de los pósitos.
La paulatina afirmación de un modelo económico más extrovertido durante el
siglo XVII potenció esta reforma de los pósitos al orientar los intereses de las elites
locales a la exportación de grano y otras materias primas hacia Cataluña y Valencia
en vez de sustentar la demanda interna. Desde principios de la centuria, sin descuidar
las más serias carestías, los pósitos introdujeron una gestión más rentable al reducir
las existencias de grano en sus silos y gravar más su venta, medidas consagrada en la
segunda mitad de la centuria al descender los precios del grano junto con la demanda
interna. Facilitada por el cierre de las elites locales en el concejo y la menor participa-
ción de los grupos más humildes, la contracción de la política de abastos perjudicó al
consumidor y generó una ruptura del consenso social sobre el mercado que se tradujo
en protestas, litigios y fraudes que implicaron a gran parte de la población, incluidos
los estamentos privilegiados. La pérdida de control sobre el mercado de grano resul-
tante forzó a los concejos a intentar suprimir privilegios privados abusivos y permitir
iniciativas particulares en pro de una mayor eficiencia que no salvaron por completo
el deterioro del abasto público. Pese a favorecer la fundación de Montes de Piedad
dedicados a prestar simiente a labradores, la debilidad financiera concejil y la remisión
del problema a vínculos privados limitaron esta actividad pública en beneficio de la
capacidad de detracción de los grupos más poderosos, quienes consolidaron un proceso
de integración forzada del campesino en el mercado a través de su endeudamiento que
se prolongó durante toda la Edad Moderna.
Las líneas esenciales trazadas en el siglo XVII se mantuvieron durante la centuria
siguiente al perpetuarse la debilidad financiera municipal y crecer la extroversión de
la economía aragonesa, cada vez más orientada a la exportación de materias primas.
Mermadas sus existencias por las requisas e impuestos durante la Guerra de Sucesión
y condicionada su gestión por la injerencia de Juntas de censalistas, los pósitos man-
tuvieron una intervención moderada en el mercado que planteó problemas de abasto
al crecer la demanda interna y externa de grano a mediados del siglo XVIII. La mayor
intervención estatal, orientada durante la centuria a moderar los beneficios de los pósi-
tos para favorecer el abasto, se recrudeció en este período al intentar favorecer el libre
tránsito de grano hasta culminar con la proclamación del decreto de libre comercio
en 1765. Como demuestra el caso de Zaragoza, su aplicación redujo la actividad de
los pósitos sin gestarse un abasto satisfactorio al combinarse criterios inadecuados de
intervención en el mercado con la misma preservación del monopolio sobre la venta de
pan por los concejos para tratar de salvar su debilidad financiera. Al devolver el Estado
a las elites locales desde 1790 una mayor capacidad de regular el mercado de grano
ante la presencia de serias carestías, los pósitos extremaron su endémica dependencia
respecto a grandes comerciantes y nobles en perjuicio del libre comercio y en beneficio
de la especulación en los mercados. Los intentos realizados en Zaragoza de adoptar
criterios más flexibles de gestión a fines del siglo XVIII resultaron tardíos e insuficien-
tes para mejorar el abasto, motivo que facilitó el derrumbe del sistema al emerger las
revoluciones liberales.
1. INTRODUCCIÓN
El periodo que se aborda en este trabajo estuvo caracterizado a nivel económico
por la transición del feudalismo al capitalismo. En la historiografía, y en las ciencias
sociales en general, hasta hace dos décadas la visión que de esta época se tenía tendía
a marcar sus deficiencias y la ruptura que supuso en esta inercia depresiva los procesos
de modernización y de industrialización. Conceptos a veces muy ambiguos, que suelen
ir acompañados uno de otro y que quieren escenificar unos momentos de cambio, rup-
tura y transformación de la realidad social, económica, política y cultural de la socie-
dad. Wrigley ya enfatizó los problemas de definición de ambos términos, sobre todo en
el caso de modernización1. A esta palabra se le atribuyen –con asiduidad– un conjunto
de cambios y profundas transformaciones en la sociedad. Pero su composición, peso,
tamaño y la lista concreta de cambios asociados suele variar. Muy coligado con la idea
de modernización suele ir otro concepto como es el de la racionalidad. En compara-
ción con las sociedades tradicionales –preindustriales– la utilidad se maximiza en las
sociedades modernas –industriales y postindustriales2–. Lo cierto es que hasta hace
poco, el crecimiento económico de este periodo clave se había explicado siempre con
* Este trabajo forma parte del Proyecto de Investigación «Sociedad, familias y grupos sociales. Redes y
estrategias de reproducción socio-cultural en Castilla durante el Antiguo Régimen (siglos XV-XIX)»,
financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia (HUM2006-09559).
1. WRIGLEY, E. A.: «The process of modernization and the Industrial Revolution in England», en Journal of
Interdisciplinary History, vol. 3, nº 2, 1972, pág. 228.
2. SPENGLER, J.J.: «Mercantilist and Physiocratic Growth Theory», in HOSELITZ: Theories of Economic
Growth, 1961, págs. 3-64.
3. GRAFTS, N.F.: British economy growth during the Industrial Revolution, Oxford, 1985; WRIGLEY, E. A.:
Continuidad, cambio y azar, Barcelona, Editorial Crítica, 1993.
4. BERG, M,: «Mercados, comercio y manufactura europea», en BERG, M (Ed.): Mercados y manufacturas
en Europa, Barcelona, Editorial Crítica, 1995, pág. 15.
5. Sólo como muestra citamos las siguientes obras que reflejan la inquietud en los estudios sobre estas for-
mas económicas en transición: KRIEDTE, P.: Feudalismo tardío y capital mercantil. Líneas maestras de
la historia económica europea desde el siglo XVI hasta finales del siglo XVIII, Barcelona, Crítica, 1982;
DUPLESSIS, R. S.: Transiciones al capitalismo en Europa durante la Edad Moderna. Zaragoza, Prensas
Universitarias de Zaragoza, 2001; BRENNER, R.: «Estructura de clases agraria y desarrollo económico en
la Europa preindustrial»; en ASTON T. H. y PHILPIN, C. H. E. (Eds.): El debate Brenner. Barcelona, Crítica,
1988, págs. 21-81; BRENNER, R.: «Auges y declives de la servidumbre en Europa durante la Edad Media
y la Edad Moderna». Hispania, LVI, 192, 1996, págs. 173-201.
6. YUN CASALILLA, B.: «Mercado del cereal y burguesía en Castilla, 1750-1868. Sobre el papel de la agricul-
tura en el crecimiento económico regional», en YUN CASALILLA, B. (Coord.): Estudios sobre capitalismo
agrario, crédito e industria en Castilla (siglos XIX y XX), Salamanca, 1991, pág. 72.
7. Salvando las distancias, un caso muy parecido a Belfast en el siglo XVII. Esta población experimentó
un crecimiento importante, en paralelo al desarrollo mercantil, y a la consolidación de una burguesía
comercial que adquirió ciertas cotas importantes de poder: AGNEW, J.: Belfast merchant families in the
Seventeenth century, Four Court Press, 1996.
8. YUN CASALILLA, B.: Sobre la transición al capitalismo en Castilla. Economía y sociedad en Tierra de
Campos (1500-1830), Valladolid, Junta de Castilla y León, 1987, pág. 524.
9. BERG, M,: «Mercados, comercio y manufactura europea…» op. cit. pág. 38.
10. Ciertamente un comportamiento similar al que Miguel Ángel MELÓN JIMÉNEZ (Los orígenes del capital
comercial y financiero en Extremadura: Compañías de Comercio, comerciantes y banqueros de Cáceres
(1773-1836), Badajoz, 1992) ha establecido para las familias burguesas de Cáceres en el último cuarto
del siglo XVIII y primer tercio del siglo XIX.
11. ANGULO MORALES, A.: Del éxito en los negocios al fracaso del consulado. La formación de la burguesía
mercantil de Vitoria (1670-1840), Bilbao, Universidad del País Vasco, 2000, pág. 231.
12. Sobre esto ya insistía CASEY, J. y VINCENT, B.: «Casa y familia en la Granada del Antiguo Régimen», en
CASEY, J et. at.: La familia en la España Mediterránea (siglos XVI-XIX), Barcelona, 1987, pág. 209
13. MULDREW, C.: The economy of obligation. The Culture of Credit and social relations in Early Modern
England, Mac Millan Press, 1998.
14. BERNADOS SANZ, J. U.: Trigo castellano y abasto madrileño. Los arrieros y comerciantes segovianos
en la Edad Moderna, Salamanca, Junta de Castilla y León, 2003, pág. 69. Sobre esta cuestión también:
GARCÍA ESPUCHE, A.: Un siglo decisivo. Barcelona y Cataluña, 1550-1640, Madrid, Alianza, 1998.
15. Esta escritura también ha sido bastante utilizada por MELÓN JIMÉNEZ, M. A.: Los orígenes del capital
comercial y financiero… op. cit.
16. En Vitoria, por ejemplo, son las transacciones de lana y de hierro las que más se efectuaban por la
burguesía comercial de esta ciudad: ANGULO MORALES, A.: Del éxito en los negocios al fracaso del
consulado… op. cit.
17. El crédito y la obligación son conceptos muy íntimamente unidos. La carencia de dinero líquido, y las
necesidades en momentos dados de esto, obliga a la formalización de estas escrituras. Algo que tuvo
mucho que ver con la proliferación de pleitos por la no devolución del dinero. Craig MULDREW (The
economy of obligation… op. cit. pág. 4) así lo atestigua en el caso inglés: «when the litigation had
reached its height and the concept of credit became pervasive in much discoverse, to the early eighteenth
century. It was in this economic crucible that the maintenance of the social ethic of credit as trust became
so important».
18. Sobre el mercado de la lana, Miguel Ángel MELÓN JIMÉNEZ (Los orígenes del capital comercial y finan-
ciero… op. cit. pág. 28) centra gran parte de su estudio sobre el comercio y comerciantes de Cáceres. Éste
fue dominado primero por compañías comerciales provenientes de Sevilla y del extranjero, pero pronto
estas compañías fueron sustituidas por otras cacereñas, que comenzaron a capitalizarlo y controlarlo.
OTRAS
SUMINISTRO
RECAUDACION
DEUDAS
300
250
200
150
100
50
0
GANADO
DINERO
TEXTIL
GRANOS
CASA
VINO
COMESTIBLES
RENTA
TIERRA
ESPECIAS
ARRENDAMIENTO
TRANSPORTE
OTROS
peso relativo que tienen el vino, comestibles y especias, de un 10% entre ellas. El resto
representan un número más pequeño.
No obstante, si se observa el gráfico referido al valor de estas escrituras puede
apreciarse un cambio significativo en el peso específico de los productos protagonistas
de las transacciones. El comercio del ganado sigue teniendo un importante peso, que
llega casi al millón de reales. Pero ahora sólo supone algo más del 30% del valor de
los reconocimientos de deuda. Los bienes textiles y el comercio de granos19 son los que
reflejan una mayor subida en porcentajes en relación valor-número de escrituras. Sin
duda, fue el mercado del trigo uno de los que más se benefició de la mayor integra-
ción mercantil de la segunda mitad del siglo XVIII. A este respecto, Enrique Llopis y
Sonia Sotoca señalan los vínculos estrechos que ya existían entre Murcia, Castilla-La
Mancha y Castilla y León, y de éstos con Valencia y Andalucía20. Algo que propició la
extensión del cultivo de cereales en la villa. Así, en los libros del pósito de la población
de Albacete se aprecian constantemente las continuas entradas de trigo y granos entre
el mundo rural circundante, comarcas conquenses, el puerto de Alicante y poblaciones
murcianas21.
El auge del comercio lanero francés22 y los contactos mercantiles franceses con
Valencia influyeron, quizás, en la mayor importancia del valor de estas escrituras refe-
rentes a textiles. La lana y el azafrán fueron dos de los más importantes productos que
se exportaban. Por el contrario, se produjo una gran importación de vestidos, telas y
19. BERNARDOS SANZ, J. U.: Trigo castellano y abasto madrileño… op. cit. pág. 14; señala en el caso de
los arrieros y comerciantes de las localidades segovianas de Sangarcía y Etreros, cómo consiguieron una
importante acumulación de capital, inusual en el medio rural castellano, gracias a ese comercio de granos
y la legislación librecambista de 1765:
20. LLOPIS ANGELÁN, E. y SOTOCA, S.: «Antes, bastante antes: la primera fase de la integración del mercado
español del trigo», en Historia Agraria, nº 36, 2005, pág. 235.
21. Los libros del pósito del siglo XVIII pueden consultarse en el Archivo Histórico Provincial de Albacete,
y su referencias es la siguiente: AHPA Secc. Municipios, leg. 448 y 449.
22. PRADOS DE LA ESCOSURA, L.:«Comercio exterior y cambio económico en España (1742-1849)», en
FONTANA, J. (Ed.): La economía española al final del Antiguo Régimen. III. Comercio y colonias,
Madrid, 1982, págs. 173-249.
1000000
900000
800000
700000
600000
500000
400000
300000
200000
100000
0
GANADO
TEXTIL
GRANOS
DINERO
INMUEBLES
TIERRA
ESPECIAS
COMESTIBLES
VINO
ARREND.
RENTAS
TRANSPORTE
OTROS
tejidos de carácter lujoso, algunos de ellos extranjeros que llegaron a través de Valencia,
Murcia y Cataluña. El comercio de comestibles y vino tuvo un peso similar en su valor
con respecto al número de escrituras. Eran, como en el caso que expone Bartolomé Yun
para la Tierra de Campos, productos de consumo local o de lugares próximos23.
En el gráfico 5 puede verse el promedio del dinero de los reconocimientos de
deudas. El incremento del dinero en las transacciones es bastante importante. Mientras
que tras 1780 hay años que alcanzan más de 15.000 reales de media por deuda, e
incluso 30.000, los años anteriores tienen una media ciertamente baja. Es evidente que
ese incremento no sólo se debió al crecimiento económico de la villa, sino también al
establecimiento en la misma de importantes comerciantes foráneos24. Pero también
–cómo no– de los mayores y más intensos contactos mercantiles de la incipiente bur-
guesía albacetense con compañías de comercio valencianas, murcianas, madrileñas,
alicantinas y francesas. Éstas las colocaban en unas redes comerciales bien distintas a
las que estaban presentes en los dos primeros tercios del siglo XVIII. La ausencia de
intercambios con compañías de comercio, y el escaso radio de los intercambios en esos
primero 60-70 años del siglo son significativos al respecto.
23. YUN CASALILLA, B.: Sobre la transición al capitalismo… op. cit. pág 534.
24. Algo parecido a lo que Miguel Ángel MELÓN JIMÉNEZ (Los orígenes del capital comercial y finan-
ciero… op. cit. pág. 28) ha constatado para Cáceres. El primer impulso importante del comercio estaba
dominado por comerciantes y compañías comerciales foráneas. Hasta el último cuarto del siglo no se
consolidó una burguesía comercial oriunda de esa población.
25000,0
20000,0
15000,0
10000,0
5000,0
0,0
1680
1700
1720
1740
1760
1780
1782
1784
1786
1788
1790
1792
1794
1796
1798
1800
1807
1811
1815
1817
1819
1821
1823
Como indica Alberto Angulo25 para el caso vitoriano, los vínculos generados por
el mercado no se limitaban a dar cierta homogeneidad al grupo social burgués que en
esos momentos se estaba consolidando, en este caso en la villa de Albacete. Además,
este proceso ayudó a la aparición sistemática de redes de relación con otros grupos. En
la mitad del siglo XVIII los comerciantes más importantes de esta población fueron
Ignacio Suárez, Antonio Santos Cuesta y Miguel Sierra. Éstos actuaron de una forma
muy individual y sin una importante integración social entre ellos. En el último cuarto
del siglo pasó algo diferente. Las familias que en ese momento empezaron a controlar
el comercio, las familias Serna, Parras, Torres, Herráez y Gómez, tuvieron una mayor
cohesión social. Además, esto coexistió con la llegada de comerciantes foráneos, como
Pedro Crespo, Bernardo Mulleras, Esteban Frigola, Audal y su hijo José Sabater. Se
reforzaron los lazos y vinculaciones entre los comerciantes que partían de un compo-
nente claramente económico. Por supuesto. Pero todo esto alcanzó un carácter más
amplio y complejo. Un matiz que podíamos considerar como plenamente social26.
Evidentemente esto enriqueció el comercio de la villa, y nutrió el crecimiento econó-
mico de un componente que no tuvo en la centuria del Quinientos.
25. Del éxito en los negocios al fracaso… op. cit. pág. 271.
26. Ibidem, pág. 272.
miento. Este intento –truncado por la Guerra de Sucesión pero retomado más tarde– dio
sus frutos ya al final de este periodo, poniendo los cimientos del importante desarrollo
económico y comercial de esta villa en la segunda mitad del siglo XVIII. Los años de
la Guerra de Sucesión fueron más duros en la comarca de La Mancha que en el sur del
Reino de Murcia. Según Guy Leumenier y María Teresa Pérez Picazo27 este periodo
fue de reapertura de la economía murciana al mercado. Un «despertar económico» que
tuvo que esperar unas décadas en la comarca manchega.
Si se observa la tabla siguiente se puede comprobar cómo fue el ganado y los
créditos en dinero los que dominaron las transacciones, muy por encima de otros bie-
nes o productos. Hay que esperar a que se produzca la expansión demográfica para
comprobar el mayor desarrollo mercantil y de consumo28. Los bienes textiles ocuparon
una posición muy rezagada y los granos y especias apenas tienen presencia en estos
momentos.
Aunque seguía teniendo primacía la mula en el ganado de tiro, todavía existía una
mayor diversificación en estas compra-ventas de ganado. Muestra de esta situación
es la obligación que en 1680 hace Don Diego Cortés Alfaro, vecino de la aldea del
Salobral, y en la que se declara deudor de Pedro de Orea por 403 reales. Esta cantidad
era el resto de 750 por la compra de un rocín de pelo castaño29. También es el caso –en
la misma fecha– de la que realiza Juan López Nieta, vecino de la villa de Peñas de San
Pedro, que debe 572 reales a Bartolomé Cañavate por la compra de un potro de pelo
castaño de 4 años de edad30.
Un asunto muy interesante es ver cómo en las compra-ventas que en ese momento
se reflejan en estos reconocimientos de deuda, tienen un peso importante como ven-
dedores los personajes de la élite social y los miembros de la Iglesia. Es el caso, por
ejemplo, de la escritura de obligación que en 1690 realizó Miguel Verdejo, vecino de
Jorquera, en la que declara deber 525 reales a Don Antonio Aparicio, presbítero de la
villa de Albacete31. Esta deuda era por un par de bueyes de pelo castaño de 4 años de
edad. También es significativa la obligación que realizaron conjuntamente Francisco
Nieva y Andrés Villora, ambos de Albacete, en 1710 por una deuda de 837 reales. Ésta
provenía de la compra de 21 arrobas de lana negra castellana a Don Juan Fernández
Cortes, hidalgo también procedente de la villa de Albacete32.
27. PÉREZ PICAZO, Mª T. y LEMEUNIER, G.: El proceso de modernización de la región murciana (siglos XVI-
XIX), Murcia, 1984, pág. 148.
28. A partir de entonces encontraremos un desarrollo del consumo y del mercado similiar al que MULDREW,
C.: The economy of obligation… op. cit. pág. 16 ha estudiado en Inglaterra desde la mitad del siglo XVI
hasta la mitad del siglo XVII sobre el proceso de crecimiento demográfico, de producción y de mercado.
29. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3279 «Obligación de Diego Cortés Alfaro», fols 173-173v.
30. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3279 «Obligación de Juan López Nieta», fols. 215-215v.
31. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1004 «Obligación de Miguel Verdejo», fols. 147-147v.
32. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1014 «Obligación de Francisco Nieva», fols. 57-57v.
33. No tenemos una opinión tan catastrofista como apunta RINGROSE, D.: «In the early seventeenth century
this integration [intercambios comerciales y redes mercantiles] of local and long-distance economies
broke down, and regional isolation was intensified»: Madrid and the Spanish economy, 1560-1850,
London, University of California Press, 1983, pág. 164.
34. Sobre la orientación económica de las élites albacetenses vid: MOLINA PUCHE, S.: Familia, poder y
territorio. Las élites locales del corregimeinto de Chinchilla-Villena en el siglo XVII, Tesis Doctoral,
Murcia, 2005.
35. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1014 «Obligación de Clemente Roldán», fols 12-12v.
El ganado lanar y caprino tienen una menor presencia entre las obligaciones
encontradas en las que los deudores son foráneos. Sólo podemos reseñar la obligación
de Pedro Espinosa y Francisco Villaescusa en 1690, el primero vecino de Mahora y
el segundo de La Gineta36. En ésta declaran deber al obispado de Cartagena 7.380
reales por la compra de 447 cabezas de ganado lanar y caprino realizada en las Tercias
Decimales de la villa de Albacete.
El resto de bienes, como en el conjunto de las obligaciones de este periodo, son
minoritarios. Destaca el papel de redistribuidor de productos alimenticios a las pobla-
ciones rurales. Es el caso de la obligación en 1710 de Miguel Gómez Valera37, vecino
de Madrigueras. En ella reconoce deber a Pedro de Orea 750 reales por la compra de
una partida de tocino, al parecer para la tienda que éste tiene en esa población. También
en el caso del vino. Así, Francisco Encina, vecino de Chinchilla, hace una compra en
1.680 de 50 arrobas de vino tinto por el precio de 602 reales a Juan Cano Picazo, pro-
curador de causas de la villa de Albacete38.
Algo diferente es la naturaleza de los acreedores foráneos que aparecen en la
muestra que se ha realizado. Esto apunta a una diferente tendencia en la que los com-
pradores –en general– son los vecinos de Albacete, y tienen transacciones con lugares
más alejados39. Ya entonces comenzó a aparecer esta diferente forma de actuación en la
que también cambian los productos protagonistas en estas transacciones.
Interesante es el caso de los carreteros oriundos de Yecla que traían en 1680 cargas
de papel del puerto de Alicante. En su paso por la villa de Albacete con la intención de
comerciar con ese bien, se obligaban a pagar la renta que por ello se gravaba. Así, los
hermanos Cosme y Miguel Azorín reconocían deber a Don Pedro Bonilla Malo, vecino
de Madrid, y Administrador de la Renta de papel, 2.770 reales que les correspondía por
6 carros que traían de la ciudad portuaria alicantina40. Esto demuestra la vitalidad del
camino que unía estas villas interiores con el Mediterráneo ya en tempranas fechas. Si
bien es verdad que todavía no comenzó a funcionar como en años posteriores, también
lo es que era una vía fundamental de comercio.
En conclusión, este periodo de finales del siglo XVII y primer tercio del siglo
XVIII fue un momento en el que se iba superando el periodo de crisis de mediados de
la centuria del Seiscientos. Los intercambios comerciales eran pocos y de muy corto
recorrido. Pero no por ello nulos. Gran parte de todas las obligaciones estaban prota-
gonizadas por algún personaje foráneo de la villa propiamente dicha. El círculo del
mercado en esos momentos era bastante reducido: las aldeas, lugares y heredamientos
del alrededor. Las villas de la provincia, y algunas de Cuenca próximas, como Sisante,
la propia Cuenca o Quintanar del Rey. Hay que recordar que la inmigración que tenía
36. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1004 «Obligación de Pedro Espinosa», fols. 84-84v.
37. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1014 «Obligación de Miguel Gómez Valera», fols. 2-2v.
38. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3279 «Obligación de Francisco Encina», fols. 61-61v.
39. Lo que todavía pone más en tela de juicio ese aislacionismo que David RINGROSE (Madrid and the
Spanish… op. cit. pág. 165) apunta para el interior castellano a partir en el siglo XVII.
40. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3279 «Obligación de Cosme Azorín», fols. 306-306v.
41. En comparación con esta situación, Alberto ANGULO MORALES (Del éxito en los negocios al fracaso…
op. cit. pág. 91) señala que los comerciantes que se asentaron en Vitoria a mediados y finales del siglo
XVII no lo hicieron con ninguna casa mercantil formada. Habría que esperar a más adelante para el desa-
rrollo más amplio de estos sectores bajo formas organizativas y relacionales más complejas.
42. AHPA Secc. Protocolos leg. 3297 «Obligación de José García Malo Molina».
43. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3297 «Escritura de convenio y obligación de José García Malo Molina».
44. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3297 «Obligación de José García Malo Molina».
45. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3293 «Obligación de Juan Torres», fols. 142-143v.
46. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3293 «Obligación de Francisco García», fols. 107-107v.
47. Como señala Michel ZYLBERBERG («Un centre financier «péripherique»: Madrid dans la seconde moitié
du XVIIIe siècle», en Revue Historique, 546, pág. 288) en el caso madrileño de la segunda mitad del
siglo XVIII, es raro el comerciante que perteneciera a los Cinco Gremios Mayores que no hubiera rea-
lizado la usura.
48. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1026 «Obligación de Francisco Zafrilla», fols. 231-231v.
éste le suministró49. Pero fue el trigo el mayor protagonista de las transacciones por el
comercio de granos. Así, Miguel Monteagudo, labrador y carretero se obligaba a pagar
34 fanegas y 8 celemines de trigo que sacó del pósito público en 176050. Hay que tener
en cuenta que a mediados de la década de 1760 fue cuado se promulgó la Pragmática
de Libre Comercio que alteró el marco –como señala José Ubaldos51– en el que se des-
envolvía la política de abastecimiento y el mercado interior.
Sin embargo, el ganado seguía siendo el principal objeto de estas transacciones.
Seguía la dualidad entre el ganado de tiro –ahora ya sí completamente dominado por
la mula– y el ganado lanar y caprino. Mientras que el primero era consecuencia de una
transacción entre dos particulares, el segundo solía derivar de las ventas que se hacían
en las Tercias Decimales. Ejemplo de esto último es la compra de este tipo de ganado
que realizó Jorge García en 1740. Éste declaró deber a Don Francisco Alfaro Munera
4.432 reales por 277 cabezas de ganado lanar y caprino. En cuanto al caso primero, al
del ganado de tiro, la transacción que firmó José Moreno a través de una escritura de
obligación es ejemplo de ello. En este documento, éste decía deber a Pascual Vergara,
vecino de Jorquera, la cantidad de 1.450 reales por una mula que éste le vendió52.
49. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1029 «Obligación de Juan de Abia», fols. 144-144v.
50. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1024 «Obligación de Miguel Monteagudo», 16/05/1760.
51. Trigo castellano y abasto madrileño… op. cit. pág. 165.
52. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1029 «Obligación de José Moreno», fols. 96-96v.
53. Este comercio está en correspondencia con el auge que NAVARRO MIRALLES, J. L. «Contactos comercia-
les entre el litoral catalán –costas, norte del corregimiento de Tarragona y corregimiento de Villafranca
del Penedés– y Puertos de Andalucía (1799-1808)», Actas del I Congreso de Historia de Andalucía.
Andalucía Moderna (siglo XVIII). Tomo II, Córdoba, 1978; otorga a los contactos comerciales catalanes
con los puertos andaluces de ese momento, y que se corresponde con un impulso comercial del último
tercio del siglo XVIII:
54. AGNEW, J.: Belfast merchant families… op. cit indica para el caso de Belfast que el rápido crecimiento y
prosperidad de este puerto comercial es reflejo del crecimiento de la comunidad mercantil.
55. LEMEUNIER, G. y PÉREZ PICAZO, Mª T.: El proceso de modernización de la región murciana… op. cit.
pág. 193.
una base más sólida y con una posición mucho más central en la economía del país. En
estos momentos se reforzó su papel de cruce de caminos entre Madrid y la periferia.
Pero también –no hay que olvidar– las familias que se consolidaron con este creci-
miento lo hicieron de forma muy distinta57.
Si se observan los tipos de reconocimientos de deuda que en este trascendental
momento se realizan, las diferencias son notables. El ganado sigue siendo el motivo
principal de las obligaciones, pero ahora muy seguido por los bienes textiles58 y por el
comercio de granos. El mercado crediticio queda bastante reducido y los comestibles,
las especias y el vino ahora lo superan ampliamente en conjunto. El resto, como con-
secuencia de la amplia muestra que se ha elaborado de este momento, refleja una gran
variedad de transacciones. Muestra de esa variedad es la obligación que en 1791 firma
José Millé, comerciante de origen valenciano, pero asentado en la villa de Albacete,
en la que dice deber 30.000 reales al Ayuntamiento de la villa de San Clemente para
recaudar la entrada a una corrida de toros que se celebraría en dicha villa59.
El ganado seguía siendo el bien más prolífico en estas transacciones, aumentado
quizás por el establecimiento de la feria en Albacete, que prodigó la presencia de tra-
tantes de la zona manchega para la venta de este bien a las poblaciones de alrededor. De
hecho, Quintanar del Rey seguía siendo un origen muy habitual de los vendedores de
ganado, al igual que Casas Ibáñez o Jorquera. Pero también, cómo no, entre los propios
labradores y tratantes de la villa. Es el caso de la obligación que protagoniza Francisco
Sarrión, carretero, en 1792. Así, éste declara que Andres Carrasco, mesonero, le vendió
dos mulas por la cantidad de 4.000 reales60. Y también siguió realizándose asiduamente
la venta de ganado lanar y caprino a través de los bienes que salían en venta en las
Tercias Decimales. Muestra de esta situación es la obligación que en 1782 protagonizó
Manuel Luján, vecino de La Herrera, por la compra de 140 cabezas de ganado lanar y
caprino61.
57. Un ejemplo algo parecido es Santander, donde se desarrolló una burguesía mercantil como consecuencia
del impulso económico y demográfico de esta ciudad entre 1750-1850 diferentes a la del siglo XVI:
MARURI VILLANUEVA, R.: «Vestir el cuerpo, vestir la casa. El consumo de textiles en la burguesía mer-
cantil de Santandr, 1750-1850», en TORRAS I ELÍAS, J. y YUN, B.: Consumo, condiciones de vida y comer-
cialización. Cataluña y Castilla, ss. XVII-XIX, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1995, pág. 160.
58. Lidia TORRA («Pautas de consumo textil en la Cataluña del siglo XVIII. Una visión a partir de los inven-
tarios post-mortem», en TORRAS I ELÍAS, J. y YUN, B.: Consumo, condiciones de vida y comercializa-
ción. Cataluña y Castilla, ss. XVII-XIX, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1995, pág. 96) indica en su
estudio de las pautas de consumo en Cataluña cómo el número medio de piezas de ropa se incrementó en
la segunda mitad del siglo XVIII con respecto a la primera, sobre todo en las localidades más urbaniza-
das, y con un mayor crecimiento como Mataró.
59. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1032 «Obligación de José Millé», fol. 13v.
60. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1035 «Obligación de Francisco Carrión», fols. 37-37v.
61. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3314 «Obligación de Manuel Luján», fols. 80-80v.
Especial relevancia hay que otorgar a las transacciones de bienes textiles, sobre
todo por su alto valor62 y por su significación comercial, al menos en este periodo.
Muchas veces con el nombre genérico de «vestidos, telas y otros géneros de merca-
duría», pero en otras ocasiones con denominaciones más específicas, estas escrituras
reflejan las más hondas relaciones comerciales de los mercaderes albacetenses y las
complejas redes mercantiles donde se asentaron. Un ejemplo de esto es la escritura que
firmó Pedro Juran, comerciante albacetense, creemos que de origen catalán, por unos
géneros textiles en 1785. Éste declaraba deber a José Soler Fos, comerciante valencia-
no, 5.097 reales, resto de una compra de géneros textiles que el mercader albacetense
ha adquirido de la lonja de José Soler. Para esto expone los vales de compra donde se
enumeran los géneros adquiridos: «un vale de 16 varas de terciopelo liso, otro vale
por distintos géneros de ropa, 85 varas de cinta negra ancha de raso, 12 pañuelos de
4 fajas, 19 pañuelos de 4 fajas y 9 más»63. Algo que muestra –en concordancia con lo
explicado por Máximo García Fernández64– cómo la propiedad de un número cada vez
mayor de piezas textiles, de mayor calidad y variedad en las familias más privilegiadas
del sector mercantil, fue uno de los factores de transformación del mercado.
Muchas escrituras se han encontrado de este tipo, sobre todo con comerciantes
valencianos, muchos de ellos de origen francés, y con compañías de comercio. Pero
el mercado de textiles tiene también mucha variedad65. La obligación de José Cuesta,
tejedor, sobre la compra en 1789 de 650 pieles es un buen ejemplo. Éste dice en la
escritura que debe a José Torres y Diego Serna, ambos comerciantes, y que controlaban
el abasto de carne y las pieles de cordero que se desechaban de la carnicería, la cantidad
de 13.325 reales66.
También existen escrituras que reflejan la venta de los bienes textiles traí-
dos desde la periferia mediterránea, que se distribuyeron desde la villa de Albacete
hacia otros lugares más lejanos de esta carretera. Es el caso de la deuda que Ramón
Antonio Fuente, vecino de Villanueva de los Infantes en Ciudad Real, dice tener con la
Compañía de comercio albacetense de Don José Sabater y su padre Audal en 1807. La
deuda asciende a 2.832 reales y se corresponde con distintas ropas que Antonio Fuente
adquirió del vecino albacetense67. La compañía de comercio formada por los Sabater
62. El aumento del valor de los textiles ya ha sido también comprobado por ROCHE en París: La culture des
apparences. Une histoire du vêtement XVII-XVIII siècle, Fayard, 1989, pág. 110.
63. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1031 «Obligación de Pedro Juran», fols. 19-19v.
64. GARCÍA FERNÁNDEZ, M.: «Los bienes dotales en la ciudad de Valladolid, 1700-1850. El ajuar doméstico
y la evolución del consumo y la demanda», en TORRAS, J. y YUN CASALILLA, B.: Consumo, condiciones
de vida y comercialización… pág. 140.
65. Según Lidia TORRA («Pautas de consumo textil en la Cataluña del siglo XVIII…» op. cit. pág. 89) la
expansión de la demanda de textiles en el siglo XVIII debe situarse en el contexto del importante creci-
miento demográfico y la coyuntura económica marcada por la expansión de la industria manufacturera
y las actividades mercantiles.
66. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1031 «Obligación de José Cuesta», fols. 95-95v.
67. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1039 «Poder de José Sabater», fols. 44-44v.
tenía en su tienda ropas de algodón traídas de Cataluña, por lo que probablemente fue
ésta la causa de la deuda.
El comercio con Valencia, Alicante y Murcia se complementaba con el que se
realizaba con Madrid. De las noticias que se tienen a través de estas escrituras parece
que el negocio de textiles con la capital madrileña es sobre todo con paños y tejidos de
lana y seda68. Así, Don Pedro Crespo, mercader de Albacete y el comerciante Antonio
Baldos –también afincado en Albacete– firmaron una escritura de obligación en 1789.
En ésta declaran deber a los Señores Torre y Teja de la Compañía de Paños de Madrid,
la cantidad de 18.000 reales por distintos géneros que de su lonja han adquirido69.
El comercio de granos, que ya se estaba perfilando en los años anteriores, ahora
adquirió más relevancia. En 1818 existe una importante deuda del comerciante albace-
tense Mariano González Mayor, que adquirió a principios del siglo XIX una gran can-
tidad de granos para comerciar, pero que no pudo satisfacer a causa de que perdió gran
parte. Así, firmó una escritura en ese año de 1818 en el que se obligaba a pagar 55.000
reales, en cinco plazos de 11.000 cada uno, a Don Mariano Melgosa, Administrador del
Crédito Público70. También en esa fecha existe una escritura que refleja una importante
compra de trigo por un tratante de la villa. Esta vez Lucas Parras, importante tratante,
con amplias relaciones de parentesco con la cúpula comercial de la villa. Éste realiza
una compra de trigo a un comerciante murciano. Así, en la escritura declara deber a
Don José Sala Can la cantidad de 15.000 reales procedentes de una porción importante
de trigo71.
Lo más habitual era la compra de granos de carreteros y labradores de la villa y de
comerciantes propiamente dedicados a eso, como Francisco Herráez Gascón, a través
de las Tercias, o entre los labradores, los carreteros y comerciantes. De esta forma Juan
de Abia y Antonio López, alpargateros ambos, hacen una compra de una porción de
granos y algunos comestibles a dos comerciantes albacetenses en 1788. Éstos declaran
deber a Francisco Herráez Gascón y Antonio de Tevar, tratantes de granos, la cantidad
de 6.691 reales por 43 fanegas y un celemín de trigo candeal, 20 fanegas y 8 celemines
de cebada, 8 libras y media de miel, 56 arrobas de bajocas y 53 fanegas y media de gui-
jas72. Al igual que indica Miguel Ángel Melón para Cáceres73, los años finales del siglo
XVIII y el primer tercio del siglo XIX, coincidiendo con el asentamiento y despegue
de la burguesía agraria, tiene lugar una racionalización de las actividades comerciales.
68. En todo caso, a la importación de tejidos de seda de Valencia se contrarrestaba una exportación de lana
en bruto. Sobre la exportación de lana desde Valencia vid: FRANCH BENAVENT, R.: «Los comerciantes
valencianos y el negocio de exportación de la lana en el siglo XVIII», en GONZÁLEZ ENCISO, A.: El
negocio de la lana en España (1650-1830), 2001, págs. 201-234.
69. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3316 «Obligación de Pedro Crespo», fols. 19-19v.
70. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3318 «Obligación de Mariano González», fols. 214-216v.
71. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3318 «Obligación de Lucas Parras», fols. 152-152v.
72. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1031 «Obligación de Juan de Abia», fols. 1-1v.
73. Los orígenes del capital comercial y financiero en Extremadura… op. cit. pág. 53.
74. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3315 «Obligación de Miguel Sierra Molina», fols. 71-71v.
75. Sobre los bienes lujosos, el consumo de éstos como un modo de producción y circulación, así como su
importancia en el mercado y las posibilidades de cambio que generan: FINE, B. y LEOPOLD, E.: The world
of consumpltion, London, 1993.
76. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3318 «Obligación de Juan Herráez», fols. 159-160.
77. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1034 «Obligación de Francisco Gómez», fols. 42-42v.
78. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1035 «Obligación de Juan Molina», fols. 51-51v.
declara deber a Alonso Pascual la cantidad de 688 reales por 17 arrobas de bacalao de
primera clase79.
Las especias de azafrán, cacao, canela y azúcar fueron también abundantes entre
las transacciones de la villa80, la mayoría entre comerciantes. Uno de estos productos
para la exportación –el azafrán– y el resto en el caso de la importación. El suministro
a las confiterías, pero también como un producto habitual en las tiendas, hacían del
cacao, la canela y el azúcar –mayoritariamente traídos de Caracas a través de Valencia
y Cádiz– un producto básico de comercio. Ya indicó Paloma Fernández, en su trabajo
sobre los negocios mercantiles y las redes de parentesco en Cádiz, que el comercio
colonial era un importante generador de fortunas81. Ejemplo de las múltiples compras
de este bien es la transacción que queda reflejada en la obligación que firma Juan
Zacarias Torres, comerciante albacetense. Éste dice deber la cantidad de 6.000 reales
en 1818 por la compra de una partida de cacao y azúcar a Don Salvador Pérez, comer-
ciante valenciano de la localidad de Monovar82. Estos comerciantes que compraban
en Valencia y Cádiz distribuían estos productos a tenderos y a la población en gene-
ral. Así, Pedro Juran, importante comerciante albacetense, vendió una porción de este
bien a Simón García. Este último, maestro carpintero, dice deber al primero en 1781
la cantidad de 1.078 reales por: «89 libras de cacao de Caracas de buena calidad»83.
También este producto solía importarse del puerto de Cartagena, aunque con menos
asiduidad. Ejemplo de esto es la compra que hace el comerciante albacetense Pascual
Pérez. Éste dice deber en 1817 a los Señores Fernández de la Compañía de Comercio
de Cartagena, la cantidad de 38.446 reales por una partida de cacao, canela y azúcar84.
El azafrán seguía siendo pieza primordial del comercio de la villa. La mayoría de
comerciantes importante albacetenses lo tenían como un bien básico de su mercadeo,
y en algunos casos el principal de exportación. Antonio Santos Cuesta, por ejemplo,
siguió firmando escrituras en los años 80´ del Setecientos por la compra de este bien
a labradores de Albacete o de otras localidades de alrededor. Después distribuía éste
hacia Valencia, de donde traía las telas lujosas que después vendía en su tienda y lonja.
Así, en el año de 1781, este comerciante protagoniza una de las escrituras de obliga-
ción. Éste dice deber a Juan Hernández, labrador, la cantidad de 26.852 reales por 223
libras y 8 onzas de azafrán tostado de buena calidad que éste le ha suministrado85.
79. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1031 «Obligación de Juan Candelas», fols. 31-32.
80. En el caso de Gran Bretaña (PRICE, J.: «What did merchants do? Reflections on British overseas trade,
1660-1790», en Journal of Economic history, 49, 1989, pág. 269) hay que señalar la importancia que
tuvo la reexportación de productos exóticos en el importante crecimiento del comercio en el siglo XVIII
e incluso antes.
81. FERNANDEZ PEREZ, P.: El rostro familiar de la metrópoli. Redes de parentesco y lazos mercantiles en
Cádiz, 1700-1812, Madrid, Siglo XXI, 1997, pág. 13.
82. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3318 «Obligación de Juan Zacarías Torres», fols. 330-331v.
83. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3313 «Obligación de Simón García», fols. 14-14v.
84. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1040 «Obligación de Pascual Pérez», fols. 81-81v.
85. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3313 «Obligación de Antonio Santos Cuesta», fols. 41-41v.
Para acabar con el tema de los alimentos y especias, hay que reseñar la importan-
cia que siguió teniendo el vino en las transacciones, y también las bajocas, tanto verdes
como blancas. Estas últimas eran suministradas desde Albacete a poblaciones cercanas
como La Gineta por importantes comerciantes y también por tratantes al por menor. En
el caso primero, Sebastián Rivera, vecino de La Gineta, dice deber en 1781 al comer-
ciante José Beltrán 336 reales por 25 libras de bajocas86. En cuanto al vino, la importan-
te producción de este bien hacía que abundara la compra en las Tercias Decimales de
mosto para su elaboración, o bien para la fabricación de aguardiente. Pero también la
compra de vino foráneo que estaba –en general– dado a monopolio a una persona. Algo
que se comprueba en el caso de la obligación que realiza Martín Garrido, pequeño tra-
tante, por la compra de vino tinto al regidor de Madrigueras Don José Paños por 600
reales en 178887. Aunque lo habitual es la compra de mosto en las Tercias Decimales.
En ellas participaban muchos comerciantes que, en varias ocasiones de manera con-
junta, hacían una importante compra para después venderla en la población, o en otras
localidades. Es el caso de la obligación que firman en conjunto Francisco Herráez
Gascón, su sobrino Juan Herráez, y el primo de este último, Francisco Gómez. Éstos
declaran deber al obispado de Cartagena en 1799 a través de las Tercias, la cantidad
de 9.861 reales por la compra de 1.445 arrobas de vino de calidad y 142 arrobas de
calidad inferior88.
En cuanto al resto de bienes que aparecen en las obligaciones, sólo parece impor-
tante reseñar los bienes inmuebles y la tierra. Éstos aparecen con más asiduidad en las
propias compra-ventas que se firman en protocolos. Son aproximadamente el 95% de
estas escrituras. Pero también aparecen en las obligaciones cuando no se ha satisfecho
el precio, cuando se aplaza el pago, o cuando se adeuda todavía una parte numeraria
de la compra. En 1781 Francisco Ruescas, carretero, hace una compra de una casa a
José Ruiz, por la que le deja a deber 1.333 reales89. Ejemplo de la tierra es la compra de
Juan Martínez Andújar. Éste compra a los comerciantes Don Pedro Crespo y Don José
Baldos90 –como fideicomisarios del también comerciante Don José Beltrán, fallecido–
un viñedo por el precio de 2.400 reales91.
La naturaleza de los deudores de escrituras de obligación en Albacete sigue un
patrón muy común a anteriores periodos. Eso sí, incrementado su número por la gran
cantidad de escrituras que se han tratado en esta época. En primer lugar aparecen
personajes de los heredamientos y aldeas próximas a la villa para el abastecimiento.
86. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3313 «Obligación de Sebastián Rivera», fols. 20-20v.
87. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3316 «Obligación de Martín Garrido», fols. 163-163v.
88. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1033 «Obligación de Francisco Herráez Gascón», fols. 115-115v.
89. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3313 «Obligación de Francisco Ruescas», fols. 231-231v.
90. Como indica AGNEW, J.: Belfast merchant families…op. cit. pág. 47; la posesión de tierra confería sta-
tus, y quienes la adquirían en importantes cantidades eran contados automáticamente entre la gentry,
aunque como muy bien indica, sus «status exacto» era determinado por sus ancestros, y las afiliaciones
familiares.
91. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3316 «Obligación de Juan Martínez Andújar», fols. 145-145v.
En segundo lugar hay que señalar la presencia cada vez más acusada del tránsito de
personas de las localidades de la provincia, en busca de bienes y servicios difíciles
de encontrar en las suyas92. Y finalmente algunos individuos de un radio más amplio
(localidades murcianas, conquenses, alicantinas o valencianas), que adquirían en la
población bienes que el constante transcurrir de arrieros y carreteros de vecinas loca-
lidades traían.
En primer lugar, los heradamientos93. Los principales productos que compraban
eran dos: ganado y granos, especialmente trigo. En cuanto a lo primero, es bastante
lógico. La necesidad de fuerza de tiro en las cada vez más extensivas tierras de culti-
vo, obligaban a acudir a la población albacetense en busca de este bien. Un bien que
muy fácilmente podían adquirir en periodo de feria, donde llegaban cientos de mulas,
asnos y bueyes. Así, Antonio Portero, labrador en el heredamiento de Molina, dice
deber a Don Joaquín Peralta, tratante de ganado de Quintanar del Rey, 1.550 reales por
la compra de una mula castellana94. Esta compra, realizada en el año de 1784, fue en
la significativa fecha del 9 de septiembre, en plena feria de Albacete. En cuanto a los
granos, gran parte de las compras las solían realizar a través de las Tercias Decimales.
Muchos de los labradores de las heradamientos de Albacete –nos atreveríamos a decir
que la mayoría– complementaban sus trabajos como labradores con el ejercicio de
carreteros en diferentes momentos del año. El amplio número de galeras que en los
heradamientos se reflejaron en los dos recuentos estadísticos de 1660 y de mediados
del siglo XVIII así lo demuestra. De esta forma, en 1788 los labradores Gaspar Moreno
y Francisco Miranda –del heredamiento de Casa Castillo– y José Miranda Menor –hijo
del último y morador en el heredamiento de Malpelo– hacen una compra de granos en
las Tercias Decimales. Los tres juntos afirman deber a la Iglesia Parroquial de Albacete
la cantidad de 2.898 reales por: «15 fanegas de trigo y geja, 6 de cebada y dos y media
de cebada de inferior calidad que han recibido»95.
Sobre el resto de poblaciones de la provincia, el ganado también sigue ocupando
un papel primordial en las compra-ventas. Tobarra, Chinchilla, Peñas de San Pedro. La
Gineta. Un largo número de tratantes y labradores de esas villas venían con asiduidad
a la población albacetense en busca de ganado, sobre todo de tiro. En 1786, por ejem-
plo, Diego Cañete, vecino de Tobarra, declara deber a Don Agustín Peralta, tratante de
ganado de Quintanar del Rey, la cantidad de 2.000 reales por una mula castellana96.
92. Hay que recordar el papel destacado de los centros urbanos como centros de consumo y de difusión de
las nuevas pautas de consumo textil: BORSAY, P.: The English urban Renaissance. Culture and Society in
the provincial town, 1660-1770, Oxford, 1989.
93. Tanto Jan DE VRIES (La urbanización en Europa, 1500-1800… op. cit.); como Paul BAIROCH (Cities
and economic development, Londres, 1988), ponen énfasis en la necesidad de estudiar las funciones
comerciales y financieras de las zonas urbanas, y entre éstas, ver las estrechas relaciones con la zona
circundante, en pos de apreciar las redes urbanas y comerciales de mejor modo.
94. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3314 «Obligación de Antonio Portero», fols. 99-99v.
95. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1031 «Obligación de Gaspar Moreno», fols. 97-97v.
96. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3315 «Obligación de Diego Cañete», fols. 238-238v.
También el caso de Benito Rodríguez en 1785, vecino de Chinchilla, que compra una
mula cerril por 3.240 reales a Don Basilio Ochando, también tratante de ganado, pero
esta vez de la población de Casas Ibáñez97.
El ganado es el principal producto de venta para las poblaciones de alrededor,
pero también fueron otros productos los que se redistribuyeron a estas localidades. Así,
en 1815 Pedro Córcoles, vecino de Peñas de San Pedro, decía deber al comerciante
albacetense Antonio Tevar la cantidad importante de 64.000 reales98. Ésta provenía de
una compañía que hicieron ambos para el abastecimiento de carne de la villa de Peñas
de San Pedro en 1810-1811, en el que Antonio Tevar le suministraba dicho bien de
consumo. Esta cantidad, que no pudo satisfacer en vida, la tuvo que dejar adeudar a
su viuda en su testamento. En 1822 Antonio Briz Vinuesa, comerciante albacetense, es
protagonista en una escritura junto con un vecino de La Roda. José Antonio Alarcón,
vecino de esa localidad manchega, se obligaba a pagar al comerciante de Albacete
todos los años los géneros de cáñamo y bacalao que éste le suministra para su tienda.
A cambio, el tendero rodense le daría a Antonio Briz la mitad de los beneficios que
alcance con la venta de dichos géneros99.
También algunos bienes textiles se redistribuían a esas poblaciones cercanas.
Ejemplo de esto es la escritura que en 1785 realizan conjuntamente los hermanos
Francisco y Miguel Martinez Sanz, ambos vecinos de La Gineta. Éstos se obligan
a pagar a Ana Gómez, viuda de Pablo Herráez, y María de Moya, viuda de Asensio
Gómez, la cantidad de 1726 reales por 525 libras de cáñamo espadado de la mejor
calidad100. Se refleja pues esa posición de distribución de bienes de consumo que esta-
ba adquiriendo la población albacetense en la comarca de La Mancha, como ya se ha
comentado someramente a lo largo de este capítulo101.
Sobre el resto de poblaciones de donde proceden los deudores foráneos en estas
escrituras, cabe hablar de cierta disparidad. Existen obligaciones, como la que firma-
ron Diego Serna y José Torres en 1789, que reflejan unas amplias redes comerciales.
Así, Francisco Pla, un comerciante catalán vecino de Vie, se obligaba a pagar a dichos
comerciantes albacetenses por toda la carne de cordero y las pieles que éstos le iban a
suministrar en día de San Juan del año de 1790102. Quizás es importante el hecho de que
Don Audal Sabater, como ya se ha indicado comerciante catalán afincado en Albacete
97. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3314 «Obligación de Antonio Portero», fols. 115-115v.
98. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1040 «Obligación de Pedro Córcoles», fols. 20-21v.
99. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1041 «Obligación de José Antonio Alarcón», fols. 84-85.
100. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1031 «Obligación de Migue Martínez Sanz», fols. 160-160v.
101. José Manuel BARTOLOMÉ BARTOLOMÉ («El consumo de textiles en León (1700-1860)», en Revista de
Historia Moderna, 2003, nº 21, pág. 488) también ha comprobado algo similar en el caso de La Bañeza
y Astorga para su entorno rural. Éste indica como conclusiones parecidas pueden sacarse del estudio
de para la Inglaterra del siglo XVIII: MCKANDRICK «The Consumer Revolution of Eighteenth-Century
England», en The birth of a a consumer society. The commercialization of Eighteenth-Century England,
Londres, 1982.
102. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3316 «Obligación de Francisco Pla», fols. 59-60.
y con una compañía de comercio, firmó como fiador de Francisco Pla. Este hecho
reafirma lo que ya se ha venido comentando. Los comerciantes que vinieron de fuera
–sobre todo catalanes y valencianos– para establecerse en la villa, visto la vitalidad
comercial de la misma al final del siglo XVIII, ayudaron a que los tratantes y mercade-
res de ésta se insertaran en redes comerciales más vastas e importantes103.
Por otro lado, y como en los anteriores periodos, los reconocimientos de deuda
que tienen como acreedores a personajes foráneos ofrecen un radio de contactos mer-
cantiles ampliamente diferente. Ahora, quizás, muy mediatizado por los tipos de tran-
sacciones que en ellas se dan. Así, por ejemplo, la gran presencia de Casas Ibáñez y
sobre todo Quintanar del Rey se debe a la venta de ganado. En ellas los hermanos Don
Joaquín y Don Agustín Peralta por parte de la villa de Quintanar suman una importan-
te cifra104, mientras que por parte de Casas Ibáñez es Don Basilio Ochando el mayor
beneficiado. Por otro lado, Cartagena está presente en un número tan amplio de escri-
turas por las Tercias Decimales, donde la mayoría de las ventas iban a parar a las arcas
del obispado. Pero también están presentes muchas transacciones con compañías de
comercio de esa localidad portuaria. Con Murcia ocurre algo muy parecido. Las deu-
das por distintas rentas, entre las que está implicado algún individuo de la élite mur-
ciana es causa de su importante presencia, a la que hay que sumar los contactos con
comerciantes de la capital murciana. La presencia de Roma se debe al cardenal Celaya,
cuyas rentas están presentes en las Tercias Decimales105. Este personaje, que vivió toda
su vida en Roma, obtuvo este beneficio por parte de su padre, de origen murciano y
compañero del Cardenal Belluga106. El caso de Madrid, Valencia y Alicante es comple-
tamente diferente, pues casi todas las escrituras en las que aparecen estas localidades,
están protagonizadas por comerciantes y compañías de comercio de esas poblaciones.
Refleja un tráfico comercial mucho más amplio y de mucha más importancia donde se
fue consolidando la incipiente burguesía comercial albacetense.
Poco se puede decir más del tráfico del ganado en la población albacetense en
relación con las poblaciones de Quintanar del Rey y Casas Ibáñez. Sólo comentar que
103. Según Jaume TORRAS («Redes comerciales y auge textil en la España del siglo XVIII», en BERG, M.:
Mercados y manufacturas… op.cit. pág. 112) en la España del siglo XVIII era muy notorio la actividad
de las «diásporas mercantiles»o redes comerciales integradas por mercaderes extranjeros o foráneos:
«. Sobre el concepto de «diásporas comerciales» este autor hace referencia al trabajo: CURTIN, P. D.:
Cross-cultural trade in World History, Cambridge, 1984, págs. 2-3.
104. Es curioso la gran cantidad de escrituras que entre ambos firman. La confianza de gran parte de los
compradores en estos personajes, muy activos al menos durante la década de 1780, lleva a replantearse
los mecanismos del mercado como simple oferta y demanda en esos momentos. Sin duda, la reputación,
el crédito personal y las relaciones tienen un peso trascendental en las transacciones: MULDREW, C.:
«Interpreting the market: the ethics of credit and community relation in early modern England», en
Social History, 18, 1993, págs. 163-183.
105. Sobre las rentas eclesiásticas vid: REY CASTELAO, O.: «Las crisis de las rentas eclesiásticas en España:
el ejemplo del Voto de Santiago», en Cuadernos de Investigación Histórica, n1 11, 1987, págs. 53-88
106. Sobre éste, vid: IRIGOYEN LÓPEZ, A.: Una Diócesis, un Obispo, un Clero: Luis Belluga, Prelado de
Cartagena, Murcia, Real Academia Alfonso X El Sabio, 2005.
107. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3314 «Obligación de Juan López Godoy», fols. 113-113v.
108. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3314 «Obligación de Antonio Portero», fols. 111-111v.
109. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1033 «Obligación de Juan Gómez», fols. 63-63v.
110. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1032 «Obligación de Antonio López-Tello», fols. 82-83.
111. Ya estudió Miguel Ángel MELÓN JIMÉNEZ («Algunas consideraciones en torno a la crisis de la tran-
shumancia en Castilla», en Studia Historica, 1990, págs. 61-89) los mecanismos por los cuales los
comerciantes de lana se fueron haciendo con hatos de ganado lanar cada vez mayores. Los dos procesos
–adquisición de ganado lanar y comercio lanero– se haya íntimamente unidos:
112. «Obligación de Francisco Gómez Menor» AHPA Secc. Protocolos, leg. 1032, fols. 86-87v.
113. Ya se ha indicado la trascendencia que pudo suponer la presencia de comerciantes catalanes en muchas
villas y ciudades castellanas y las redes mercantiles donde se insertaron. En el caso albacetense, esta-
ba en el centro de la carretera que unía Barcelona con Madrid si se quería pasar por Valencia, una
plaza comercial en alza en esos momentos. También el paso cada vez mayor de comerciantes catalanes
hacia Andalucía al abrirse el monopolio americano propició esto. Sobre los contactos comerciales entre
Cataluña y los puertos andaluces: NAVARRO MIRALLES, L. J.: «Contactos comerciales entre el litoral
catalán –costas, norte del corregimiento…» op. cit.; vid también en el caso murciano: PÉREZ PICAZO,
M. T. y LEMEUNIER, G.: «Comercio y comerciantes catalanes en la crisis del Antiguo Régimen murcia-
no», Primer Congrés d´Història Moderna de Catalunya, Barcelona, vol. 1, 1984 págs. 747-755.
comercio con esta plaza mercantil fue importante en algunos mercaderes locales. Así
en 1819 Pascual Pérez, comerciante albacetense, firma una escritura de obligación
con un comerciante gaditano. En ella, el vecino de Albacete dice deber la cantidad de
20000 reales a Don Narciso Arbe por distintos géneros textiles y de especiería que le
compró en su lonja gaditana.
Es con estas plazas comerciales cuando se aprecia nítidamente los contactos con
compañías de comercio. Es curiosa la aparición de comerciantes franceses afincados en
Valencia y con una compañía comercial en estas escrituras. Quizás la importante pre-
sencia de caldereros franceses en Albacete, como los maestros Revel y Juan Vázquez
Vasión, ayudan a esto. Lo cierto, con todo, es que es abundante su aparición, ya desde
la década de 1780. Así, el propio Pascual Pérez protagoniza una de ellas en 1782. Este
comerciante dice deber a los señores José Pelussier y Antonio Galvien la cantidad de
593 pesos, 12 sueldos y 9 dineros –aproximadamente unos 2.500 reales– por distintos
géneros textiles que el mercader albacetense ha adquirido114.
Ejemplo también de los contactos con compañías de comercio es la obligación
que firma Antonio Santos Cuesta en 1786. Éste dice deber 5.106 reales a Don Antonio
Ramos y su Compañía de Comercio de Alicante por distintos géneros textiles que el
mercader alicantino le suministró115. Con respecto a Madrid, la escritura que firma
Pedro Juran en 1784 es también un buen ejemplo. Este comerciante albacetense dice
deber a Francisco Umaran y su Compañía de Comercio la cantidad de 13.477 reales
por distintos géneros de ropa de lana y lienzos116.
En cuanto al comercio con otras plazas mercantiles de carácter internacional,
creemos que éste tuvo que darse con relativa frecuencia por varios motivos. Uno de
ellos es la importante presencia en los intercambios comerciales de mercaderes fran-
ceses afincados en Valencia. Este hecho, más el asentamiento de caldereros oriundos
de Francia en la villa hace pensar unas relaciones bastante pronunciadas con el país
vecino. Es más, hay multitud de escrituras que hacen referencia a la presencia de estos
comerciantes franceses de forma continuada en la población albacetense. Así, Don
Juan Ricord, comerciante francés residente en Valencia y que tenía una compañía de
comercio, firma una escritura de poder en Albacete en 1795117. En la misma da el poder
a su esposa e hijo para que sigan con sus negocios en Valencia, pues ha sido «extra-
ñado» temporalmente del Reino de Valencia y ha decidido residir en Albacete. Los
negocios mercantiles que fluían a través de la villa, y los cada vez más intensos con-
tactos comerciales con Valencia en las dos últimas décadas del siglo XVIII, ayudan a
comprender esta decisión. Sin duda, para el comerciante francés ésta fue la plaza mejor
situada para poder seguir vigilando sus negocios en la no tan alejada ciudad, y seguir
con otros desde otro lugar, también de muy vital importancia mercantil. Además, éste
114. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1030 «Obligación de Pascual Pérez», fols. 191.
115. AHPA Secc. Protocolos, leg. 3315 «Obligación de Antonio Santos Cuesta», fols. 35-36.
116. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1030 «Obligación de Pedro Juran», fols. 151-152v.
117. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1036 «Poder de Juan Ricord», 27/07/1795.
no vino solo. Don José Pelussier, bastante conocido por los comerciantes albacetenses,
da un poder a su esposa y a cu cuñado118 –hijo del anterior comerciante reseñado– para
que lleven sus negocios en Valencia mientras éste reside en Albacete por los mismos
motivos119. De igual cariz es el poder que otorga el mismo día el también comerciante
francés Don Claudio Bodoy Lavat120. Lo cierto es que la presencia de estos hombres de
grandes negocios mercantiles se hace sentir en todos los ámbitos de la vida social alba-
cetense, igual que lo hizo en un caso bastante parecido como la ciudad de Santander121
en el ámbito costero o Caravaca de la Cruz122 en un enclave interior.
De los negocios con el extranjero algo sabemos por la escritura de emancipación
que hizo Don Ignacio Suárez, comerciante albacetense, a su hijo como requisito previo
para acceder a la regiduría perpetua en la villa. Tras declarar los bienes que disponía en
su tienda –seda, paños, lienzos, especias y múltiples vales de compra– dice dejar a su
hijo los contactos que disponía en las plazas comerciales con las que él tenía encuen-
tros mercantiles. Éstas eran Cádiz (por el comercio de especias como cacao, azúcar o
canela provenientes de Caracas), Alicante, Murcia y Valencia (en el que trataba con
seda e intercambiaba un bien tan preciado como el azafrán), y Bilbao, Vizcaya y el
extranjero (en el que comerciaba con lana y traía paños elaborados franceses y de la
zona de los Países Bajos, pues éste era también uno de sus productos de mercadeo)123.
Sin embargo, escasas son las escrituras que se han encontrado en el que uno de
los implicados sea comerciante residente en el extranjero. Se pueden resaltar dos, que
son sumamente significativas. En una de ellas Gines Lario Mayor que, como ya se
indicó en el impuesto sobre tiendas y criados, poseía una tienda de Listonería, polvora
y plomos. Éste declara deber 2.400 reales a Don Juan Domingo Prodeider, comerciante
alemán que residía temporalmente en Valencia. Esta deuda, firmada en 1792, era por
118. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1036 «Poder de Don José Pelussier», 27/07/1795.
119. Son interesantes, a este respecto, las sugerencias de Sara PENNELL («Consumption and consumerism
in Early Modern England», en The Historical Journal, vol. 42, nº 2, 1999, pág. 563) acerca de los estu-
dios sobre el consumo. En ellas dice cómo hay también que adentrarse en la organización doméstica,
en los estándares de vida y la construcción de experiencias de la vida material. La reconstrucción de
experiencias de vida, como la de este comerciante francés, y otros, puede ayudar a conocer las pautas
de consumo en una localidad como Albacete a través de las redes en las que pudo introducir éste a otros
mercaderes albacetenses.
120. «Poder de Don Claudio Bodoy Lavat» AHPA Secc. Protocolos, leg. 1036, 27/07/1795.
121. MARURI VILLANUEVA, R.: «Vestir el cuerpo, vestir la casa. El consumo…» op. cit. pág. 161.
122. En el trabajo: PELLEGRIN ABELLÁN, J. A.: Las élites de poder en Caravaca en la segunda mitad delsiglo
XVIII. Patrimonio, poder político y actitudes ante la muerte,Tesis Doctoral inédita, Murcia, Universidad
de Murcia, 1999; se aprecia perfectamente el papel de comerciantes extranjeros y su relevancia social;
también vid: PÉREZ PICAZO, Mª T.: «El comercio murciano de la Segunda Mitad del siglo XVIII», en
La economía de la Ilustración, Cuadernos del Seminario Floridablanca, nº 2, Murcia, Universidad
de Murcia, 1988; PÉREZ PICAZO, Mª T.: Caravaca de la Cruz 1755, Madrid, Colección Alcabala del
Viento, 1993.
123. AHPA, Secc. Protocolos, leg. 1032 «Escritura de cesión de Don Ignacio Suárez», 22/12/1790.
una partida de «géneros de su comercio»124, por lo que suponemos que estaría relacio-
nado con el hierro o la metalurgia. También existe una escritura que declara una deuda
procedente del comercio con un mercader de París. En ella Felipe Risueño, comer-
ciante albacetense, junto con su yerno Antonio Molas Bordo, comerciante y vecino
de Murcia, declaran deber 14.000 reales a Don Luis Jorge Champenois por distintos
género de comercio en 1801125.
6. CONCLUSIÓN
Con todo lo descrito en este trabajo puede afirmarse que los años finales del
Antiguo Régimen fueron de especial trascendencia para la villa de Albacete. Y no sólo
a nivel económico, sino también a nivel político y social. En este periodo se experi-
mentaron algunas transformaciones económicas en la villa que se vieron reflejadas
en su estructura social y en las redes clientelares126. Se produjo una lenta, pero conti-
nua, renovación de las oligarquías locales, al mismo tiempo que se iba transforman-
do la orientación económica de la población. En una localidad de un carácter agrario
bastante importante, los grandes propietarios siguieron teniendo un fuerte peso en las
decisiones políticas y en la estructura socio-económica. Éste es un hecho indudable.
Pero también lo es que la formación de un grupo social –heterogéneo, sí– pero de gran
fuerza, irrumpió en las redes clientelares y de poder. El poderío económico ya no sólo
dependía de las fanegas de tierra que se poseían, los hatos de ganado lanar, la cantidad
de viñedos, azafrán y otros terrenos. Los contactos mercantiles, el peso del tráfico
financiero y las redes de comercio de lujosos productos traídos de lejos, pusieron a un
nuevo grupo social en la órbita del poder.
Crecimiento comercial, incremento demográfico, desarrollo urbano y formación
y consolidación de un grupo burgués mercantil fue paralelo, complementario y recí-
proco127. La transición hacia el sistema capitalista ponía sus bases en Albacete desde el
comercio y los movimientos financieros, muy ligados ambos a la producción agraria.
Al igual que en el caso de la seda murciana en el siglo XVII donde los comerciantes
de esta ciudad tuvieron una situación propicia para desarrollarse como grupo social
–como burguesía comercial128– los mercaderes albacetenses hicieron lo propio con el
124. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1032 «Obligación de Gines Lario Mayor», fol. 1-1v.
125. AHPA Secc. Protocolos, leg. 1036 «Obligación Felipe Risueño», 03/11/1801.
126. En el caso de Santander, Ramón MARURI VILLANUEVA («Vestir el cuerpo, vestir la casa. El consumo…»
op. cit. pág. 173) dice que las transformaciones que se contemplaban en esa ciudad en 1830 desde 1750
eran importantes. Entre los factores que impulsaron la población estaba el crecimiento demográfico, el
proceso de urbanización, los cambios en la estructura socio-ocupacional, muy vinculados al crecimien-
to numérico de la propia burguesía mercantil:
127. Ya apuntó WRIGLEY (Historia y población. Introducción a la demografía histórica, Barcelona, Crítica,
1994pág. 108) sobre lo intrincado de las relaciones entre demografía y estructura social y económica de
la población, tanto en su funcionamiento, como en los procesos de cambio.
128. MIRALLES MARTINEZ, P.: La sociedad de la seda: comercio, manufactura y relaciones sociales en
Murcia durante el siglo XVII, Murcia, Universidad de Murcia, 2002.
138. Estamos, entonces, de acuerdo con la opinión que HOBSBAWM, E.: La Era de la Revolución, 1789-1848,
Barcelona, Editorial Crítica, 1997, pág. 20; dice en su obra sobre la era de las revoluciones. Según este
autor, en el periodo entre 1780 y 1790, las ciudades de tipo provinciano (como podemos considerar
la villa de Albacete a finales del siglo XVIII) tiene como clase mediana a los traficantes de cereales y
ganado, los transformadores de los productos agrícolas, los abogados y los notarios, así como los mer-
caderes que adquirían y revendían los productos de mujeres manufactureras.
139. ROMANELLI (Borghesia, büegertum, bourgeosie. Itinarari europei di un consetto», en KOCKA, J.:
Borghesie europee dell´Ottocento, Venecia, 1989, pág. 70) ya señaló que el carácter relacional y no
objetivo del concepto de burguesía implica su varabilidad de usos y también la dificultad de defini-
ción.
140. CRUZ, J.: Los notables de Madrid… op. cit. pág. 13.
141. NADAL J.: El fracaso de la Revolución Industrial en España, 1814-1913, Barcelona, Ariel, 1975.
142. Todo ello emana según Jesús CRUZ (Los notables de Madrid… op. cit. pág. 13) de los trabajos presenta-
dos para el homenaje a Artola, publicados en tres volúmenes: VVAA: Antiguo Régimen y Liberalismo.
Homenaje a Miguel Artola, 3 vols, Madrid, Alianza, 1994-1995.
143. Así es por ejemplo como Alberto MARCOS MARTÍN «Historia y desarrollo: el mito historiográfico
de la burguesía», en ENCISO RECIO, L. M.: La burguesía española en la Edad Moderna, Valladolid,
Universidad de Valladolid, 1996.) cree que se ha impuesto un mito historiográfico de la burguesía que
se ha creado a partir de la premisa de que este grupo social es el principal artífice del cambio social,
político y económico que se vivió desde 1750 a 1850 por una supuesta incompatibilidad con el sistema
del Antiguo Régimen.
144. Cuestión debatida en relación a la crisis de la aristocracia por YUN CASALILLA, B.: «¿Traición de la
burguesía Vs. Crisis de la aristocracia? Por una revisión de la historia social y de la cultura de la Europa
del Antiguo Régimen», en SANZ AYÁN, C. y GARCÍA GARCÍA, B. J.: Banca, crédito y capital. La
Monarquía Hispánica y los antiguos Países Bajos (1505-1700), Madrid, Fundación Carlos Amberes,
2006, págs. 512-531.
145. BRAUDEL, F.: El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la Época de Felipe II, Madrid, 1976.
146. YUN CASALILLA, B.: La transición al capitalismo en Castilla… op. cit. pág. 599.
147. La teoría de la protoindustrialización la desarrollaron en un principio JONES («Agricutural origins of
industry», en Past and Present, 40, 1968); Franklin MENDELS («Proto-industrialization: the first phase
of the industrialization process», en Journal of Economic History, 32, 1972); y MEDICK, SCHLUMBOHM
y KRIEDTE (Industrialización antes de la industrialización, Barcelona, Crítica, 1986).
148. MORENO FERNÁNDEZ, J. R.: «La articulación y desarticulación de regiones económicas…» op. cit.
pág. 247.
149. La innovación en la industria lanera, pero sobre todo en la algodonera, así como la fabricación de papel,
pusieron a la región catalana como una de las mejores preparadas para acometer la industrialización del
siglo XIX, gracias a los carriles de la innovación: BENAULT, J. Mª y SÁNCHEZ, A.: «El legado industrial
del Antiguo Régimen», en El legado económico del Antiguo Régimen, Barcelona, Editorial Crítica,
2004, págs. 187-228.
150. TORRAS, J.: «Redes comerciales y auge textil…» op. cit. pág. 132.
151. MARCOS MARTÍN, A.: España en los siglos XVI, XVII y XVIII. Economía y sociedad, Barcelona, Crítica,
2000, pág. 695.
152. La transición al capitalismo en Castilla… op. cit. pág. 602.
1. Para ver la importancia del puente de Logroño en las rutas y comunicaciones del periodo y sus consecuen-
cias en la evolución de la capital riojana, vid.: ZAMORA MENDOZA, J.:»El puente de piedra sobre el Ebro».
Berceo, 1950, Núm. 14, y ÁLVAREZ CLAVIJO M. T.:»Aproximación a la evolución urbanística de la ciudad
de Logroño (La Rioja): de la Edad Media al siglo XVIII». Berceo, 2001, Núm. 141.
2. Incluía el señorío de Vizcaya, casi integro, la totalidad de Álava y el arciprestazgo de Léniz en Guipúzcoa,
vid SAINZ RIPA, E.: Sedes episcopales de La Rioja Siglos XVI –XVII, Vol. III. Logroño: 1996, Obispado
de Calahorra y La Calzada-Logroño.
3. Ibíd.: Arciprestazgos de Yanguas y San Pedro Manrique.
4. Los pleitos a que dió lugar la residencia se encuentran básicamente agrupados en la signatura 3585 del
Archivo Catedralicio y Diocesano de Calahorra (en adelante ACDC). También se encuentran referencias
a los mismos en las colecciones de correspondencia de los obispos con el cabildo, legajos 2191, 2211,
2401, 2537, 2575, 2655, 2688, 2784, 2802, 2817, 2904, 2939, 3078, 3445, 3480, 3717, 4126 y 4162, y
en los libros de actas capitulares, todas del ACDC. Una sucinta evolución del tema de la residencia de
los obispos de Calahorra se encuentra muy bien tratado en: MATEOS GIL, A. J.: «El palacio episcopal de
Calahorra». Berceo, 138, 2000.
5. En el siglo XVII se inician gestiones para la erección de una residencia acorde a la dignidad de su pre-
latura. Un primer intento se documenta en una carta del obispo Piñeiro de fecha 21/4/1644 en la cual
se agradece el ofrecimiento de la casa del Chantre y de una huerta del arcediano de Berberíego para la
construcción, ACDC 2655/7. El palacio finalmente se construye, junto a la Catedral en los terrenos de las
casas donadas o adquiridas a dignidades del cabildo y que, a pesar de todo, no logró su propósito de fijar
el domicilio del prelado en la ciudad calagurritana.
6. Un estudio muy amplio y en profundidad, que abarca el estudio de los mecanismos político-económicos
de una diócesis similar en tamaño en el periodo estudiado es el de QUINTANA ANDRÉS, P. C.: «A Dios
rogando, y con el mazo dando: fe, poder y jerarquía en la Iglesia canaria: (el Cabildo de la Catedral de
Canarias entre 1483-1820)» Las Palmas de Gran Canaria: 2003, Ediciones del Cabildo de Gran Canaria.
13. ACDC, libro de actas capitulares 1526-1529. Cabildo y obispo se reparten las parroquias en términos
más o menos de equivalencia.
14. SAINZ RIPA, E., (op. cit.), Pág. 58, referido a mediados del s. XVI.
15. Vid. BARRIO GOZALO, M.: «El sistema beneficial en la España del siglo XVIII. Pervivencias y cambios».
Cuadernos Dieciochistas, Nº 2, 2001. El autor da una cifra de 4372 beneficios a la diócesis calagurritana.
Este trabajo es una aproximación amplia y muy interesante a las características y tipología del sistema
beneficial moderno en España.
16. ACDC: 27/409/40.
17. Las causas criminales vistas ante los tribunales de la Iglesia comprendían los delitos cometidos por y
contra clérigos, en recintos religiosos y algunos delitos perseguidos de oficio por los fiscales del obispa-
do como los amancebamientos y/o las relaciones extramatrimoniales.
18. ACDC: 2939/35.
19. Carta del obispo Esparza al deán y cabildo de 16 de Febrero de 1672, ACDC, signatura 2939/17.
20. Vid. SAMANIEGO MARTÍ, C.: El servicio de milicias en el siglo XVII: Un privilegio de exención en
Logroño, Calahorra y Alfaro. Actas del Segundo Coloquio sobre Historia de La Rioja. Logroño, 1986,
Vol. 2, 1986, Págs. 225-236.
21. Año 1644: AHMC (Archivo Histórico Municipal de Calahorra): 458002, serie 2.1.5.2; 1655: AHMC,
signatura 458003, serie 2.1.5.2;1667: AHMC, signatura 458005, serie 2.1.5.2; 1668: AHMC, signatura
458007, serie 2.1.5.2.
una emergente oligarquía municipal22 articulada en torno a unas pocas familias calagu-
rritanas. Esto constituye un proceso paulatino en el que intervienen diversos factores.
Ya desde tiempos bajo-medievales la organización institucional de las ciudades
riojanas difiere de la habitual en las ciudades del resto de la corona de Castilla, siendo
más próxima a la forma de organización de los municipios vascongados. En ambos
casos existe una elección anual de los oficios municipales que se diferencia de la pose-
sión vitalicia, e incluso hereditaria, de los cargos municipales en Castilla23. La figura
central del sistema eran los regidores, elegidos anualmente a mitades entre los repre-
sentantes de los hidalgos y los de los hombres buenos. Sus competencias eran la admi-
nistración de propios y rentas, abastos, regulación de precios y salarios, obras públicas,
tareas asistenciales, el control de la recaudación de impuestos y la elección de los
oficios municipales. Las elecciones de los cargos y oficios municipales se celebraban
cada uno de enero en la sala capitular de la SIC, lo que irá explicado más adelante.
Sin embargo, a partir de Felipe II se extiende a Calahorra la práctica de la venta
de oficios por parte de la corona con lo que, a principios del siglo XVII, había 14
regimientos perpetuos en la ciudad. En 1603, la ciudad procede al consumo de los regi-
mientos mediante un pago al rey de 14.000 ducados, para lo que tuvo que endeudarse
fuertemente y comprometer su situación financiera durante largo tiempo24. Gracias a
esto la ciudad pudo retornar a su costumbre de elección anual de los oficios municipa-
les. A pesar de ello, y olvidando los privilegios emitidos por la corona, Felipe IV vuelve
a vender regimientos de Calahorra a partir de 1629, incluyendo también los cargos de
alguacil mayor y el de escribano mayor, con el lógico disgusto de los ciudadanos quie-
nes se quejaban de las arbitrariedades y comportamiento de los regidores perpetuos
respecto de los asuntos de la ciudad y de las mayores cargas sufridas por el resto de
ciudadanos por culpa de aquellos. Estos sucesos desembocan en los motines y tumultos
de 1648 y en un nuevo consumo de los regimientos perpetuos de la ciudad para lo que
solicitaron el auxilio del cabildo de la SIC y de las parroquiales, quienes contribuyeron
con 4000 ducados25 destinados al consumo de cuatro regimientos.
Los salarios cobrados por los regidores calagurritanos, inferiores a los ocho duca-
dos al año, difícilmente justificarían los desembolsos practicados en la compra de los
mismos. Las compensaciones vendrían por el prestigio obtenido por el desempeño de
estos cargos y muy probablemente por las posibilidades de enriquecimiento que depa-
raran las oportunidades de negocio surgidos al calor del desempeño del poder munici-
pal. Así las acusaciones contra la gestión del pósito, sobre la calidad y la procedencia
22. Para consultar la estructura, composición, competencias, instituciones e historia del poder municipal
calagurritano, vid. GARCÍA CALONGE, M.: El poder municipal de Calahorra en el siglo XVII. Aspectos
institucionales. Calahorra: 1998, Amigos de la Historia de Calahorra.
23. Vid. DIAGO HERNANDO, H.: El concejo de Calahorra durante el reinado de los Reyes Católicos, aspectos
de su organización institucional. Berceo, 144. Logroño, 2003.
24. GARCÍA CALONGE, M. (op. cit.), Págs. 55-66, la autora cuenta detalladamente la evolución de la venta de
los regimientos perpetuos y sus consecuencias para la ciudad.
25. ACDC: libro de Actas capitulares 131, 2 de Enero de 1652.
que en tiempos tales, si se continúan las quexas, pueden obligar al Consejo a tomar
diferente resolución…»26
El 2 de mayo de 1644 en carta dirigida al obispo27, en contestación a la epístola
anterior, el deán responde a las quejas de la ciudad referidas «Ahora nuevo se quexan
de que aún duran los excesos, por que, con esta ocasión, muchos vecinos, por el deudo
o amistad que tienen con los prebendados, cometen fraudes contra la hacienda de su
magestad, llevando carne de la carnicería de la Iglesia y dexando de llevar la de la
ciudad, con que el medio que se tenía por efectivo para satisfacer a su magestad la
cantidad que se le resta debiendo de los millones, dexa de serlo cessando el gasto de la
carnicería de la ciudad.» El cabildo niega las denuncias de la ciudad de una forma muy
eficaz. En primer lugar afirma que la contabilidad de la carnicería es clara y sus libros,
que registran todas las operaciones, no permiten el fraude. No obstante lo anterior, al
conocer las quejas de la ciudad, la mesa capitular ha dado instrucciones a sus mayor-
domos para que no se toleren excesos «so pena de grandes penas». Por último ofrecen
argumentos para explicar la bajada del consumo de la carnicería de la ciudad: «…estas
quiebras de las alcabalas y millones, otras caussas tienen que decir muy diferentes.
Una de ellas es notoria la pobreza de la mayor parte de los vecinos de la ciudad, de
que V. Ilma. es buen testigo, pues la ha tocado con las manos al tiempo que ha estado
en ella, acudiendo a remediarla. Desta mayor parte de los vecinos es certísimo que
tendrán a buena suerte el tener con que comprar pan, sin hechar de menos la carne
de la carnicería. Otras caussas que señalan destas quiebras que miran al modo del
gobierno de la ciudad, ni a nosotros nos toca el averiguarlas, porque la experiencia
nos ha enseñado que los eclesiásticos no somos bien oídos en queriendo censurar el
modo de gobierno de los seglares della, ni deseamos saber del dicho gobierno, sino
del de la Ntra. Iglesia, solo queríamos que nos dexasen ni acordarse de nosotros y no
podemos conseguirlo».
A vuelta de carta28 el obispo Piñeiro, agradece al deán y cabildo sus razones, que
atiende y comunica que da traslado de ellas al consejo. La carnicería permaneció abier-
ta hasta bien entrado el siglo XIX.
Otro de los litigios que enfrentaron periódicamente a las autoridades civiles y ecle-
siásticas de Calahorra es el relativo al privilegio inmemorial que tenían los capitulares
de importar libremente géneros del reino de Navarra. Esta antigua prerrogativa, que
arranca de tiempos anteriores a la unión política de los territorios de la diócesis, tenía
como propósito el facilitar a los sacerdotes calagurritanos el consumo de mercancías
navarras con la excepción del cacao, azúcar y chocolate. Esto obviamente no agradaba
a los oficiales reales y arrendadores de los derechos de portazgo lo que se sustanció en
diversos pleitos litigados en contradictorio entre el fiscal del reino y el deán y cabildo
de la catedral. No obstante se logró ver confirmado el privilegio en diversas ocasiones:
en los trueques de los seglares pero no que, si ellos an menester la plata y quieren dar
por el premio todo lo que quisiesen, no lo puedan dar, no hallándola menos y asi vues-
tras mercedes podrán tomar toda la que quisiesen y ubiesen menester, al precio que la
hallaren, sin por ello incurrir en pena ni censura alguna, pues quando claramente lo
prohibiera, de muy buena gana lo dispensaría con vuestras mercedes, por lo mucho
que les estimo y cuyas vidas deseo guarde Dios muchos años, como puede. Logroño y
Junio 22 de 1633. Gonzalo, obispo de Calahorra y la Calzada». Como poco, resulta
curiosa la forma de acatar las órdenes reales, promulgando censuras en su obediencia,
para, inmediatamente, convertirlas en papel mojado mediante una misiva que disculpa
su cumplimiento con unos criterios tan amplios que, dada la importancia financiera de
las operaciones que realizaban los clérigos, difícilmente dejarían de tener su repercu-
sión en el tipo de cambio general, para el que no cabrían compartimientos estancos.
Evidencian las letras del Sr. Obispo la sutileza, cintura y brillantez política que resultan
tan características de la forma de actuar de la Iglesia Católica.
Sin embargo, la dinámica de las relaciones entre municipio e iglesia no llega
a hacer crisis, atemperada por el elemento tan característico, como decíamos, de la
España de los austrias: el pactismo y el recurso a la negociación. Reforzado, además,
por las sugerencias en tal sentido que llegaban en forma de epístola episcopal. Como
muestra, valga la carta que en agosto de 1650 dirige el obispo Juan Joaniz de Echalar
al deán y cabildo de la SIC:«Ya tiene experiencia V. S. de mi aborrecimiento a pleytos y
lo mucho que amo la paz, y así, cuando supe el que se había comenzado entre V. S. y la
ciudad, lo sentí mucho, que, aunque este pleyto no es de mucha consideración, temo no
resulten de otros que lo sean y ocasión de enemistades y disgustos encendiendo algún
fuego que luego no sea fácil de atajar y, pues ahora se puede ocurrir a este inconve-
niente será mejor que después, quando, aunque se quiera, no sea posible. Siempre ha
conservado V. S. con la ciudad mucha paz y no es razón faltar a ella ahora y para que
esta se conserve, sería bueno el tratar de alguna composición y que, para ella, nom-
brase V. S. comisarios que la tratasen, que yo sé que la ciudad no quiere pleytos con
V. S. a quien suplico trate de componer este negocio»33. Más clara no puede estar la
intención del obispo Joaniz de intentar evitar en lo posible los conflictos abiertos con
las autoridades civiles. Dos años más tarde, en enero de 1652, vuelve a escribir en tér-
minos parecidos: «Mucho me pesa que los enconos y pleytos de esa ciudad y el estado
eclesiástico della pasen tan adelante sin haber bastado mi autoridad a componerlos,
y que los regidores menosprecien las censuras eclesiásticas, tan en daño de su alma,
deben ser mal aconsejados, pues de cristianos solo esa causa podemos presumir. Dios
quiera que reconozcan no tienen razón para que aya paz cuia falta me llega muy al
alma; y el nuevo pleyto que V. S. tienen sobre el pasto de su ganado. Enbío esas dos
cartas con deseo de que surtan efecto y enviará la de don Antonio de Riaño a tener con
el algún conozimiento, y, en todo lo que yo valiere me tendrá V. S. muy a su servicio,
CAPELLANÍAS
Las capellanías de misas surgen a finales del medievo como un ingenioso meca-
nismo financiero para lograr acortar la estancia de las ánimas de sus fundadores en el
purgatorio36. Consistían en la imposición de un capital en instrumentos financieros o
37. Para ampliar el concepto, contenido y significado de las fundaciones capellanícias existe una amplia
producción historiográfica, señalamos los siguientes trabajos por su interés: CASTRO PEREZ, C., CALVO
CRUZ, M. y GRANADO SUAREZ, S: «Las capellanías en los siglos XVII-XVIII a través del estudio de su
escritura de fundación» en Anuario de Historia de la Iglesia, XVI; PRO RUIZ, J: «Las capellanías: fami-
lia, iglesia y propiedad en el Antiguo Régimen», en Hispania Sacra, año 41; VON WOBESER HOEPNER,
G: «La función social y económica de las capellanías de misas en la Nueva España en el siglo XVIII.»,
Revista Estudios de Historia Novohispana, vol. XVI.
38. Para ordenaciones a titulo de patrimonio ver, por ejemplo, GOLMAYO, P. B. Instituciones de Derecho
Canónico. Madrid: Librería de Gabriel Sánchez, 1896. Capitulo XXX, epígrafe 378. «La excepción del
concilio de Letrán dio ocasión a que se introdujese el patrimonio como título para recibir las órdenes
sagradas, porque los obispos continuaron ordenando sin beneficio y sin incurrir tampoco en la sanción
penal, toda vez que los ordenados tuviesen bienes con que sostenerse. Como esto proporcionaba venta-
jas a los ordenados y a la Iglesia, lo que principió por un abuso llegó a ser un acto legal después que las
decretales lo admitieron como verdadero título de ordenación. Esta facultad ilimitada de ordenar a los
que tuviesen bienes patrimoniales, traía también sus inconvenientes si llegaba a ser excesivo el número
de los ordenados, o no se adscribían a una iglesia para ejercer en ella su ministerio. Para atender a
estos dos extremos mandó el concilio de Trento que los obispos no pudieran ordenar a título de patri-
monio, si no lo exigiese la necesidad o comodidad de las iglesias, y que nadie se ordenase en adelante
sin adscribirse a aquélla por cuya necesidad o utilidad había sido ordenado. Para que no degenere en
abuso este título extraordinario de ordenación, ha de preceder la formación de un expediente en el cual
conste la necesidad o utilidad de la iglesia, y la erección del patrimonio conforme al espíritu de los
cánones; y por lo que hace a España, con arreglo a los concordatos y disposiciones particulares. (…)
El espíritu de los cánones en cuanto al título de ordenación ha sido siempre que los clérigos tuviesen la
renta necesaria perpetuamente para su congrua sustentación, a fin de evitar en ellos la mendicidad, o
que se dedicasen a oficios indecorosos. La congrua sustentación iba unida al principio a la ordenación
y adscripción a una iglesia; después a la colación de un beneficio. El patrimonio, por consiguiente, ha
de tener, conforme a esta doctrina, las cualidades siguientes: 1.ª, el carácter de perpetuidad; 2.ª, ha de
ser poseído pacíficamente; 3.ª, ha de consistir en bienes determinados, inmuebles o raíces; 4.ª, no ha
de poder enajenarse, a no ser que hubiese obtenido algún beneficio, o de otra manera cierta, a juicio
del obispo, pudiera atender a su subsistencia; 5.ª y última, no ha de haber en su erección perjuicio de
tercero, lo cual sucedería si el padre, por ejemplo, desatendiese a sus hijos privándoles de su legítima
para formar a uno de ellos el título de ordenación.»
39. HARRIS, M.: Antropología cultural. Madrid: 1997, Alianza editorial. El autor hizo frecuente el uso,
dentro de las ciencias sociales, de los términos emic y etic, tomados de fonología y fonética, respecti-
vamente. Harris sostiene que existen elementos de una sociedad que no se perciben a simple vista, pero
condicionan decisivamente la vida de la misma, aunque los afectados no sean conscientes de ello, Harris
las explica recurriendo a la causalidad infraestructural o etic. Las justificaciones que los propios afecta-
dos dan son lo fenoménico, lo que el observador puede ver, es decir lo emic. Marvin Harris es creador de
la estrategia de investigación conocida como materialismo cultural. Su trabajo explica la formación de
instituciones sociales combinando las teorías de Thomas Malthus sobre la influencia del crecimiento de
la población con las de Karl Marx acerca del efecto de los medios de producción.
40. Dado el caso de que un heredero del fundador quedase, por ejemplo, sujeto a un procedimiento concur-
sal, los bienes de la capellanía quedarían exentos e íntegros para beneficiar a la siguiente generación de
familiares.
41. Vid.: HERNÁNDEZ ESCAYOLA, M.C.: De tributo de la Iglesia a negocio para mercaderes: el arrenda-
miento de las rentas episcopales en la diócesis de Pamplona (siglo XVII).Pamplona: 2000, EUNSA. Éste
trabajo ilustra muy bien el entramado económico y social que surge a través del arrendamiento de las
rentas de la Iglesia. También resulta muy interesante por la proximidad geográfica y similitudes con la
sede calagurritana.
42. ACDC 2261b/2. Los datos están tomados de un presupuesto de rentas y pagos fechado en 1648.
Responden solo al concepto expresado de rentas arrendadas. A esto habría que sumar los cobros gestio-
nados directamente o los que se percibían como renta fija en grano: por ejemplo, el mismo documento
adjudica a Álava 1.928 fanegas de trigo y 1.192 de cebada. En cualquier caso excedería del propósito del
presente trabajo hacer un estudio sobre las rentas del obispado en el periodo. La intención es solamente
ilustrativa respecto de las oportunidades de negocio existentes en la gestión de las rentas diocesanas.
Otro capitulo lo sería el arrendamiento de los bienes raíces propios o gestionados por
la Iglesia. En el caso de la SIC de Calahorra, estos comprenderían los anejos a beneficios
y canonjías, los afectos a aniversarios, los de las capellanías de cuyo patronazgo gozase,
los afectos a obras pías y a cofradías, los de titularidad de las tres mesas de la SIC, la
comunal, la de aniversarios y la de la fábrica. Ésta última, aunque sin duda la más pobre
de ellas, gozaba de un patrimonio considerable en bienes raíces, tal y como se detalla:
Por último citamos el desempeño de los cargos que existen en los templos, los más
interesantes de los cuales son las mayordomías. En 16/III/1683, Juan Gómez Carrero,
miembro de la ilustre familia de regidores de la ciudad y mayordomo de la mesa comu-
nal de la SIC, es «alcanzado» en las cuentas que se le toman en nada menos que en
46.205 reales y 13 maravedís44. El mayordomo se allana, ofreciendo los intereses de
un año, y debiendo presentar como fiadores seglares a Pedro García de Jalón y a Juan
Cordon Palacios. La abultada cifra en este caso hubo de ser devuelta, pero aún así es
indicativa de las magnitudes manejadas por las mesas capitulares y del interés que
avivaban en las familias calagurritanas.
Damos por establecido, por tanto, el atractivo que pudo despertar en dichos grupos
la accesión a los puestos relevantes en los cabildos y mesas capitulares. Además, como
conocemos ya por lo ejemplos descritos arriba que sí que existe dicha penetración, sólo
queda establecer la estrategia mediante la cual pudieron llevarla a cabo.
En principio, los cargos en la Iglesia no estuvieron nunca en venta45. Es posi-
ble la presentación laical a determinados beneficios, como en determinados señoríos
jurisdiccionales, el derecho de presentación de los reyes a los beneficios mayores o
mediante la constitución de los llamados beneficios laicos, con reserva del derecho de
presentación a los fundadores o a sus descendientes. La forma más sencilla de obte-
ner dicho derecho de presentación y con él ingreso de los familiares no destinados al
matrimonio, es mediante la constitución de capellanías perpetuas colativas, ya que,
como veíamos, éstas se convierten en un verdadero beneficio eclesiástico con la con-
versión de su capital en bienes espirituales y la colación por el ordinario del lugar. La
reserva del patronazgo de los mismos permitiría la preservación de la gestión de los
bienes raíces por familiares y el derecho de presentación garantizaba la elección de los
capellanes.
El origen del presente trabajo es una investigación en marcha sobre las capellanías
en el contexto de La Rioja moderna. Durante la misma y al estudiar las fundaciones en
Calahorra, se destacaron una serie de notas características que la hacían desviarse de
los casos estudiados en otras poblaciones riojanas. En éstas, el origen social predomi-
nante son labradores ricos, mientras que en la sede episcopal se manifiesta la presencia
de un núcleo proporcionalmente importante de regidores y familiares de estos, entre
los fundadores y cargos de fundaciones calagurritanas, con una frecuencia de una serie
de apellidos, relacionados entre si en las distintas capellanías. Éste fenómeno se pro-
duce tanto por la constitución de nuevas capellanías como por la penetración en las
renovaciones de capellanías preexistentes.
Asimismo se detecta un peso relativo algo mayor de los instrumentos financieros,
primordialmente representados por censos, sobre los índices del resto de las poblaciones,
constituidos fundamentalmente sobre bienes raíces, si bien este fenómeno puede expli-
carse en la incidencia de un contexto urbano sobre los medios de acumulación de capital.
Al situar un contexto temporal debemos señalar al siglo XVII y a la primera déca-
da del siglo XVIII. Antes, no se producen las desviaciones señaladas y, después de esa
fecha no se registra ninguna nueva fundación en Calahorra.
En el Archivo Catedralicio y Diocesano de Calahorra se conserva documentación
sobre 65 fundaciones entre los años 1412, la primera con constancia documental, y
1710, fecha de la última. Las mismas estan repartidas entre la Catedral (37) y las parro-
quiales de Santiago y San Andrés46 (28). De las que consta fehacientemente su fecha de
fundación, la mayor parte se corresponden a los siglos XVI (21 fundaciones) y XVII
(26), correspondiendo tres al XV y tres al XVIII. Del resto no consta en la documen-
tación la fecha pero indiciariamente se puede concluir que también debieron fundarse
en los siglos XVI y XVII, que serían, por tanto, los de mayor abundancia y frecuencia
de estas instituciones.
En cuanto a las formas y métodos de fundación podemos apuntar que la mayoría de
articulan mediante fundación testamentaria y que la práctica totalidad establece criterios
de parentesco con el fundador47 para la provisión de sus cargos de patrono y capellán.
46. Como en los tiempos modernos ambas parroquias estaban unidas en un cabildo común, resulta difícil
asegurar la pertenencia a una u otra de cada una, –ya que a veces se indicaba que estaban instituidas en
las parroquiales–. Lo más probable es que fueran más o menos similares en número.
47. Normalmente con preferencia de la descendencia masculina frente a la femenina e incluso excluyendo
esta, como el caso de la fundada por Francisco de Leyva en 1650, que excluye la rama materna en la
provisión de capellanes y de patronos, ADCD signaturas 27/3/1 y 27/3/11.
de carácter oligárquico en todos los ámbitos de poder, estatal y local, ampliamente des-
crito por la historiografía. Aquí se apunta a una posible penetración de dichos grupos
también en la Iglesia.
Asimismo debemos señalar que no solamente es valida la estrategia mediante la
fundación de capellanías ex novo, también se puede logar idénticos resultados, usur-
pando los cargos de una ya existente48 o modificando sus características, como hace
Andrés Gómez Carrero como patrón de la capellanía de Catalina García Fayo49, con-
virtiéndola en colativa, esto es, en un vehiculo adecuado para procurar la ordenación a
su titulo de capellanes.
Éstos, gracias al beneficio eclesiástico, obtenido de tal forma, se colocaban en
la situación de optar a desarrollar una carrera eclesiástica que les llevara a obtener y
acumular beneficios e ingresos y a ocupar resortes de poder en la Iglesia. Éste es el
caso, por ejemplo de Manuel de Paniagua, a quien el beneficio de que gozaba en San
Andrés más las tres capellanías de que era titular le debieron garantizar una más que
adecuada sustentación.
En cualquier caso, la lectura de los expedientes de provisión de capellanes permite
en algunos casos ver, mediante las colaciones sucesivas los estados en que se encontra-
ban los capellanes el acceder y al vacar, por muerte o renuncia, a sus capellanías.
48. Este puede ser el caso de la capellanía fundada por Juan Bautista López Collado, Nº 15 del anexo 1. Los
provisores al nombrar a un miembro de los Gualite se sienten obligados a justificar su decisión por haber
otros parientes con mejor derecho.
49. Anexo 1 capellanía nº 2.
CONCLUSIONES
En el periodo tratado coexisten en Calahorra dos núcleos de poder político. Estos
dos núcleos no se encuentran equilibrados, sino que la catedral tiene un mayor peso
debido a la extensión territorial de la diócesis y la mayor importancia de los intereses
gestionados por la misma. El alejamiento de los obispos con su residencia habitual
en Logroño, colocaba sin embargo, a la mesa capitular calagurritana en una situación
peculiar en la que tampoco resultaba sencillo el imponerse al cabildo municipal. Por
otra parte la residencia de los corregidores, también en Logroño, facilitaría una cierta
autonomía a los regidores ciudadanos.
Obviamente, ambos ámbitos no dejaron de relacionarse, influirse y enfrentarse
durante el periodo. Con un universo poblacional reducido en torno a las mil familias y
a los cuatro mil habitantes se produce una lógica penetración de algunas familias en los
resortes de poder de ambas instituciones. Estas familias, para acceder tenían que poseer
determinados recursos, tanto económicos como de tiempo, para dedicarlos a alcanzar
las posiciones privilegiadas en ambos ejes. La historiografía ha señalado ampliamente
la utilización del mecanismo de la compra de oficios como el utilizado profusamente
por las élites del siglo XVII como forma de acceder a posiciones de poder político y
rentabilizarlo con las posibilidades que los mismos abrían.
La investigación realizada apunta como uno de los mecanismos utilizados por
las clases privilegiadas calagurritanas fue la fundación y/o usurpación de capellanías
perpetuas colativas.
51. El autor del presente trabajo tiene publicado un trabajo sobre esta fundación: ARROYO VOZMEDIANO, J.
L.: «Fundaciones Testamentarias de Damiana López de Murillas. Las capellanías de los Castañares y los
Oñates a través de su instrumento de fundación» Kalakorikos, 12. 2007. Págs. 383-393.
Nº 3. Hernán Pérez54
Capellanía en Santiago. En el expediente consta el extravío del documento de
fundación «por el largísimo tiempo que passó después de su fundación». Referencias a
su fundación por testamento que no se conserva. Se remite a los libros de Santiago para
establecer que al goce de la misma están llamados la familia de los Gualites.
En 1669 muere Antonio Gualite de Bovadilla, cura y beneficiado de la SIC,
vacando la capellanía. Éste había sustituido la vacante por renuncia de Juan Gualite,
beneficiado, condotricio mayor y abad de San Andrés.
Francisco Ruiz y Gualite opta a la capellanía y obtiene la colación en 2/III/1669.
cada un año». El apellido Echauz es uno de los habituales en los oficios municipa-
les, teniendo numerosos representantes siendo el más importante Jerónimo de Echauz
quien compro de Felipe IV la preeminencia en su oficio de regidor y llego incluso a
nombrar teniente a su hijo Martin de Echauz.
76. Ibíd.: 27/196/22, folios 15-17. Escritura de fundación de capellanía efectuada por los cabezaleros de doña
Damiana López de Murillas, sus sobrinos don Joseph de Oñate y Murillas y don Manuel de Castañares.
por muerte del dicho don Joseph y señor doctor don Pedro de Oñate y Murillas, pri-
mero y segundo llamado, o por renuncia y dejación que della hiciere, o por otra cual-
quiera causa, nombran por sucesoras de dicha capellanía a doña Josepha de Oñate y
Murillas, religiosa novicia en el conbento de San Agustín de la ciudad de Logroño y a
doña Manuela de Oñate y Murillas, para que partan sus réditos y rentas desta dicha
capellanía, llebando la dicha doña Josepha las dos partes y la dicha doña Manuela la
tercera parte, cumpliendo cada una de las susodichas con hacer decir y celebrar las
misas a lo que recivieren.
Y si faltase cualquiera de las dichas doña Josepha y doña Manuela de Oñate, en
lugar de la que faltare, entre a gozar la rrenta que aquella gozare de dicha capellanía
doña Águeda de Oñate y Murillas, soltera, por los días de su vida y cumpla con las
misas y cargas de la dicha capellanía en la forma rreferida. Y después de los días de
las susodichas nombran inmediatamente para el goze de dicha capellanía a los hijos
de don Manuel de Oñate y Murillas, y sus descendientes por baronía, de manera que
el que descendiere de barón sea preferido al que descendiere de hembra aunque el que
descendiere de barón sea más remotto. Y acabada esa línea nombran, y llaman al gozo
de dicha capellanía a los hixos y descendientes de lexitimonio de doña Ana María de
Oñate y Murillas, muger legítima de don Emeterio de Arinzana y Pereda, y por quanto
don Andrés de Arinzana Oñate y Murillas, hixo lexitimo de los susodichos se halla
manco de un brazo y ymposibilitado para recivir las ordenes, mobidos de la piedad y
que tenga algún socorro para mantenerse, le dispensaron en que pueda gozar la dicha
capellanía, en llegando el casso de su turno, todo el tiempo que conserbare la soltería
y luego, al punto que passe al estado del matrimonio, baque la dicha capellanía, y
passe a los siguientes llamados.
Y acabada la dicha descendencia de los hixos y descendientes de la dicha doña
Ana María de Oñate y Murillas, nombran por sucesores de dicha capellanía a los hijos
y descendientes de la dicha doña Manuela y, después, a los de dicha doña Águeda.
Y acabadas las dichas descendencias, nombran por sucesores en dicha capella-
nía a Don Chrisanto Joseph García de Jalón y Murillas, hijo lexítimo de don Joseph
García de Jalón y de doña Theresa de Oñate y Murillas, ya difunta, y sus hijos y
descendientes y a todos los demás descendientes de los dichos don Pedro de Oñate y
doña Ana María López de Murilla, padres lexítimos del dicho don Joseph de Oñate y
Murillas, otorgante».
de febrero de 15151; y una se unió a la figura del deán. Todas las prebendas eran gracias
reales y de real provisión, según las disposiciones emanadas del Patronato Real conce-
dido por la bula de Inocencio VIII a los Reyes Católicos el 13 de diciembre de 1486.
Antes de ésta, y según el Estatuto de 1483, las canonjías y raciones eran proveídas
conjuntamente entre el prelado y el Cabildo, siendo todas las dignidades confirmadas
por el obispo, salvo el cargo de deán cuya elección recaía en el Cabildo pleno y se
cubría tras la aprobación del Papa2. El acceso a la plaza de prebendado suponía, según
la real cédula de 25 de mayo de 1560, la limpieza de sangre del nominado, además de
pretender tuvieran todos los aspirantes el grado universitario de maestro o licenciado
en Teología, doctor o licenciado en cánones, aunque dicho requisito fue rebajado a los
grados menores en las islas al carecerse de candidatos criollos idóneos3. Esta normati-
va no impidió la toma de algunas prebendas por capitulares con edades inferiores a los
dieciocho años de rigor, caso del prior Bartolomé Cairasco o el canónigo Cano en el
siglo XVI, no gozando éstos de ciertas preeminencias por la poca autoridad que tienen
los de semejante edad4. Las mencionadas disposiciones no evitaron que las plazas se
convirtieran en un elemento de disputas entre aspirantes, fueran el pago a la fidelidad
de los diversos clanes familiares o políticos o conformaran parte de posibles compen-
saciones otorgadas por el monarca, transformándose la concesión de una prebenda en
el Cabildo más en una cuestión política que eclesiástica. Ejemplo de estas prácticas
fue la petición efectuada al rey por el Duque de Medina-Sidonia a favor del doctor
Juan Pérez Tejera para la concesión de una ración en 1631 en el Capítulo canario o en
1639 el mismo fin guió una misiva del Duque del Infantado en beneficio del doctor
Bartolomé Agustín Tejera.
Ante los reiterados incumplimientos de las normas de idoneidad establecidas, se
aprobó una real cédula el 17 de noviembre de 1670 la cual creó una comisión formada
por el obispo o su provisor, el oidor de mayor rango de la Real Audiencia de Canarias
y el inquisidor más antiguo encargada de examinar y aprobar los grados, títulos y
servicios de los optantes y las valías de sus padres, calidades y letras. Los concur-
santes foráneos se examinarían en la Corte, si eran vecinos de ella, y el resto por los
prelados de las diócesis donde residieran5. Los aspirantes a las canonjías de magistral
o doctoral, además de poseer el grado mayor, debían adjuntar, como mínimo, el grado
eclesiástico presbiterial. La presión del grupo de poder, pese a las citadas carencias del
1. VIERA Y CLAVIJO, J. de: Noticias de la Historia General de las Islas Canarias, Santa Cruz de Tenerife,
1978.
2. Archivo Histórico Nacional. Consejos Suprimidos. Legajo: 16.241.
3. En 1562 el Cabildo solicitaba al monarca se anulen y rreboquen por las caussas y rrazones que para ello
tenemos, las quales esprese y alegue y espeçialmente por ser contra la ereçión desta dicha yglesia. Pedían
se recibieran los prebendados sin ser letrados, alegando que así lo hace la metropolitana de Sevilla, véase
Archivo Histórico Provincial de Las Palmas. Protocolos notariales. Legajo: 768. Fols. 68 r.-69 r. Fecha:
6-3-1562.
4. A.H.N. Consejos Suprimidos. Legajo 16.241.
5. A.H.P.L.P. Real Audiencia. Tomo VIII Reales Cédulas para Canarias. Fols. 97 r.-98 v.
clero regional, deseoso del control de la institución y situar en ella a los segundones de
las principales familias, propició una dispensa aprobada por Carlos I en la real cédula
de 5 de diciembre de 1533 donde se explícita que los benefficios della (Canarias) sean
patrimoniales y se den y provean a los naturales dellas, para que tengan con que soste-
ner6, exigiendo al beneficiado residencia sin ausentarse más de 60 días y, si sucedía tal
hecho, siempre la ausencia fuera tras la oportuna licencia. A esta real cédula se añade
otra de 19 de febrero de 1534 donde se ampliaba la primera a las vacantes del Cabildo
Catedral. La última disposición facilitó el acceso a la institución a una parte de los
segundones del grupo de poder local, integrados por miembros de la terratenencia y de
la protoburguesía, permitiéndoles controlar una sustancial parte de las rentas genera-
das en la región. El triunfo de las tesis del fomento del clero isleño fue alcanzado
gracias al impuso del citado grupo con un progresivo y evidente peso político-econó-
mico dentro de las instituciones del Archipiélago. Éstos apoyaban sus demandas en
la bonanza socioeconómica y en la posición geoestratégica de la región, facilitándole
dicha situación establecer un verdadero pacto con la monarquía al beneficiarse de una
serie de prerrogativas fiscales, económicas, etc. La ubicación de la región dentro del
organigrama comercial y de comunicaciones con América era vital para el funciona-
miento de la economía castellana, lo cual influyó en el poder central para llevar a cabo
una política de prudencia a la hora de tratar los asuntos del Archipiélago, sobre todo
por el temor a posibles ataques de potencias extranjeras que llevaran a su pérdida. La
cautela llevó a imponer a lo largo de la Modernidad un pacto tácito de la Corona con
el grupo de poder regional basado en el compromiso de la oligarquía de mantener el
statu quo y, a cambio, el poder central salvaguardar los intereses socioeconómicos de
los poderosos locales a través de normativas específicas para evitar cargas económicas
adicionales –papel sellado, millones, alcabalas, navegación con América– o mediante
la permisividad de ciertas actividades generadoras de cuantiosos beneficios (contra-
bando, impago de rentas). La oposición y quejas de los sucesivos obispos a la creciente
implantación de la patrimonialidad de las prebendas del Cabildo sólo fueron atendidas
parcialmente ante la presión de las instituciones insulares, especialmente ejercida por
los ayuntamientos de cada isla, para imponer sus candidatos, la mayoría miembros o
emparentados con la elite local.
La extracción social de los capitulares varió durante la Modernidad, pues si en el
siglo XVI el 26,9% eran hijos de regidores y el 34,6% hermanos de ediles, su número se
estabiliza en el XVII cuando sólo el 35% tiene a padre o hermano/s ejerciendo el cargo
de regidor, aunque la densidad de los lazos de sangre entre los capitulares implicaban la
multiplicación de las relaciones familiares con casi todos los ediles. En el Seiscientos
el grupo de prebendados cuyos progenitores eran abogados, grandes propietarios agrí-
colas o medianos labradores enriquecidos por el comercio del grano y vino, alcanzó ya
el 18% del total. En la siguiente centuria los miembros del Cabildo con parientes rele-
vantes en los ayuntamientos insulares disminuye hasta el 15,4%, imponiéndose ahora,
sobre todo desde la segunda mitad de la centuria, los prebendados nacidos en el seno de
familias de comerciantes –5,4%–, labradores ricos o propietarios cuya prosperidad está
unida a la agricultura –27,2%–, además de un amplio porcentaje –hasta el 15,4%– de
capitulares procedentes de familias de medianos propietarios urbanos y profesionales
liberales (escribanos, abogados). Entre 1801 y 1819 el peso de los hijos de regidores
quedó reducido al mínimo, 4,3%, mientras los procedentes de comerciantes, abogados
o propietarios agrícolas aglutinan el resto del porcentaje7. Quizá un dato significativo
sea el parentesco de los prebendados entre sí, con porcentaje en todos los casos muy
elevados desde el siglo XVI, pues ya entonces se acercaba al 13%. En el Seiscientos el
23% de los capitulares estaban unidos, como mínimo, por parentesco a otro prebendado,
alcanzando en la siguiente centuria el 39,4%, para disminuir hasta el 17,3% en el XIX.
Casi todos los capitulares son miembros segundones de sus familias que, salvo excep-
ciones por agotamiento de la rama familiar o muerte de hermanos mayores, poseen
una cantidad de bienes heredados muy limitada, sobre todo a partir de finales del siglo
XVI cuando se genera un salto cualitativo en el proceso vinculativo. Al unísono, en el
Cabildo no era posible la sucesión indefinida de una familia, tal como acontece en otras
instituciones, al tener la posible retención de la prebenda un mecanismo diferenciado.
La situación fue soslayaba con su captación dentro de un grupo familiar amplio, donde
lo importante no era en sí la prebenda sino la influencia generada por ella en manos de
un pariente. Dichos linajes y parentelas fueron los verdaderos mentores de cada una de
las plazas, siendo sólo reemplazados cuando otras familias de su isla o de fuera de ella,
por su entidad socioeconómica, lograban desplazarlos del poder o las primeras familias
beneficiadas dirigían sus estrategias hacia otros puestos y rentas que le proporcionaran
más riquezas, ostentación y control social.
Si en el siglo XVI la relación entre regidores y prebendados es directa, es decir,
se registran al unísono la presencia de regidores y capitulares de las mismas familias
en ambas instituciones, ésta, tras la perpetuación de los oficios de regiduría, no es
correlativa sino que el proceso adopta la mencionada captación por linaje, parentela
o clientela. A partir de esos momentos se alternaron en los cargos de capitulares las
familias y sus diversas ramas en función de la capacidad socioeconómica de cada una
de ella o del papel a desempeñar en la estrategia general marcada por la parentela para
adquirir un statu de mayor relevancia social.
El control de las prebendas facilitó mantenerlas acaparadas endogámicamente por
una oligárquica, pues las relaciones de sangre y económicas de los eclesiásticos con
otros miembros de instituciones seglares, especialmente los ayuntamientos, asegura-
ban una estrategia común, muchas veces dictada desde estas últimas instituciones. La
endogamia extensa política-económica se sostuvo con gran armonía hasta la segunda
7. En el siglo XVII los regidores madrileños procedían en un 11,3% de padres nobles, elevándose el porcen-
taje en la siguiente centuria al 17,9%. Los hijos de los comerciantes representaban el 6% y el 4,3% respec-
tivamente, mientras aquéllos que sus padres se dedicaban a servir a la administración del Estado eran del
47,7% en el Seiscientos y el 41,9% en el XVIII, véase HERNÁNDEZ, M.: A la sombra de la Corona. Poder
y oligarquía urbana (Madrid, 1606-1808), Madrid, 1995.
mitad del siglo XVIII, cuando los intereses contrapuestos de los grupos de poder insu-
lares y los propios cambios sociales crearon una grave fractura interna en el seno del
Cabildo Catedral. En otros casos las influencias de los regidores sobre casi todos los
miembros del Cabildo y en la Corte, el dinero distribuido entre los electores de los
nuevos capitulares –mientras la familia fuera más rica o pudiera obtener más avales se
podría alcanzar mayor número de miembros y rango dentro del Cabildo o fuera de él–,
la mencionada compensación desde la Corte por servicios prestados, las influencias
políticas y religiosas como las recibidas, por ejemplo, por los hermanos Bencomo –el
hermano de ambos prebendados fue profesor de latín del joven Fernando VII y luego
su confesor– o el racionero Porlier –su pariente y protector fue don Antonio Porlier,
primer Marqués de Bajamar y Gobernador del Supremo Consejo de Indias–, deter-
minaron que la mayoría de los puestos en el Cabildo en todo momento estuvieran en
manos de estos clanes y linajes, independientemente de la valía de una parte de dichos
eclesiásticos para desempeñar cargos pastorales o burocráticos, aunque ésta no fue una
peculiaridad exclusiva del Cabildo canario8.
8. CÁNOVAS BOTIA, A.: Auge y decadencia de una institución eclesial. El Cabildo Catedral de Murcia en
el siglo XVIII. Iglesia y Sociedad, Murcia, 1994. VÁZQUEZ, R.: Córdoba y su cabildo catedralicio en la
modernidad, Córdoba, 1987.
9. A.H.N.: Consejos Suprimidos. Legajos: 15.195 y 15.199.
las fábricas parroquiales y los curas beneficiados10. El Cabildo era el único adminis-
trador de todas las rentas decimales del Obispado, distribuyéndose la masa monetaria
y granos percibidos por la Mesa Capitular, tras las correspondientes deducciones por
sueldos y gastos cotidianos, entre sus partícipes.
La mayoría de las rentas de los diezmos eran distribuidas en dinero –salvo el azú-
car de La Palma y diversas partidas de grano destinadas al abastecimiento de las casas
de los prebendados– al venderse los productos proporcionando, sobre todo los cerea-
les, importantes ganancias. Los cereales – en especial el trigo–, el vino y el azúcar –ésta
última fundamental en el Quinientos– fueron los bienes de mayor rentabilidad en el
momento de su venta para la Mesa Capitular, a los que se añadieron desde mediados del
Seiscientos el maíz o millo y la papa. El fructífero trasvase de cereales y ganados desde
las islas con excedentes –Fuerteventura, Lanzarote– hacia las de demanda –Tenerife,
La Palma– posibilitó unas cuantiosas ganancias y convertir al Cabildo Catedral en la
institución con mejor infraestructura comercial de la región, siendo él mismo el máxi-
mo comerciante de ella. Ratificaba su posición las múltiples transacciones periódicas
realizadas con comerciantes locales y foráneos, su amplio número de servidores en
este ramo de la recaudación –hacedores, tazmieros, contadores–, el importante aparato
de gestión o la red de almacenamiento de productos como los cereales –cillas–, que
indican como la institución transcendió sus meros aspectos religiosos y sociopolíticos
para erigirse en centro preeminente de redistribución de capitales.
Junto a las percepciones obtenidas de los diezmos, el Cabildo Catedral repartió
entre sus miembros otras cantidades que fueron distribuidas según la participación de
éstos en las ceremonias cotidianas y extraordinarias celebradas por la institución. La
necesidad de premiar a los prebendados asistentes a las celebraciones de la Catedral
llevó a crear las distribuciones cotidianas desde 1483. La disposición regulaba una
compensación económica a los capitulares con asistencia a los diversos actos, intentan-
do mitigar las reiteradas ausencias. Las distribuciones cotidianas se repartían entre las
prebendas presentes en ese acto con una cuantía diaria para cada uno de los asistentes
de 80 maravedís, mientras en la ceremonia de maitines se repartían 144 maravedís dia-
rios entre las prebendas presentes. En la Navidad los maitines, laudes, primeras misas,
etc., suponían unos ingresos medios de 100.000 maravedís, duplicándose las rentas
de las distribuciones cotidianas en las fiestas de Cuaresma, Semana Santa, Corpus
Christi con su infraoctava, los dos primeros días de la Pascua de Resurrección y los
días de fiesta de primera clase11. Las misas celebradas en la Catedral también tenían
unas rentas a percibir prefijadas. La celebración cantada por el capitular hebdomada-
rio le reportaba 384 maravedís, totalizando al final de su semana 3.840, ganando la
dignidad un 33% más que el resto de capitulares. Las procesiones anuales celebradas
10. Archivo del Cabildo Catedral de la Diócesis de Canarias. Actas del Cabildo. Tomos X y XII. Acuerdos
de 28-6-1607 y 5-2-1618.
11. A.H.N. Consejos Suprimidos. Legajo: 16.241.
por el Cabildo fuera de la Catedral y las tres de las rogaciones de mayo repartían 2.000
maravedís cada una.
Las distribuciones cotidianas y rentas de diezmos se conformaban como la gruesa
de cada prebenda, entregándoseles a los propietarios tras deducirles todo tipo de gastos
generados por su percepción y gestión a cargo de hacedores y contadores del Cabildo.
La gruesa se recibía en dos períodos: en junio, por San Juan, y después de la Navidad.
Los citados estatutos de 1497 obligaban a fijar en la Contaduría del Cabildo una lista
con las cantidades en metálico, azúcar y cereales, estos últimos ganados sólo desde el
uno de enero a ocho de septiembre, distribuidos por prebenda para evitar suspicacias
y equivocaciones. La gestión y reparto de los capitales entre los prebendados detraían
anualmente de la masa común unos 200.000 maravedís12. La Mesa Capitular reser-
vaba una cantidad del común destinado a la llamada bolsa de pleitos, creada el 11 de
agosto de 1654 con el equivalente de los frutos de una ración. La vigencia de la bolsa
se mantuvo hasta 1656, realizándose desde esta fecha una derrama entre las rentas de
los capitulares para el abono de cualquier desembolso en litigios, recursos u otro tema
de índole colectivo. A finales del Seiscientos, la considerable conflictividad registrada
entre el Cabildo y otras instituciones obligó a reanudarla el 7 de julio de 1691, pasando
a conformarse sus rentas por la cuantía de una canonjía hasta el año 1775, cuando, por
acuerdo de 11 de diciembre de 1776, volvió a recibir la renta de una ración. La canti-
dad común la destinaba el Cabildo al abono de abogados, realización de memoriales,
pago de desplazamientos a la Corte de miembros del Capítulo, etc., que conllevaran la
defensa de los privilegios, preeminencias, jurisdicción económica y recursos de la insti-
tución13. Además de los diezmos y distribuciones, el Cabildo obtenía notables ingresos,
sin equivalencia con los anteriores, de los réditos obtenidos del alquiler o venta a censo
de sus bienes urbanos y rurales, de los réditos de los préstamos consignativos o, de
menor cuantía, de la venta de las partidas de nieve de sus pozos. La gestión de la Mesa
Capitular se complementaba con la administración múltiples censos perpetuos y man-
das pías de eclesiásticos y seglares establecidas a favor de la Fábrica Catedral.
Las cantidades percibidas a lo largo de los años por cada capitular y de éste con
respecto a los demás no fueron homogéneas ya que su cuantía dependía de variados
factores como el momento de la toma de la prebenda, los incobros de años anteriores,
las detracciones de las cantidades adeudas por el prebendado al Cabildo, los atrasos
vencidos, etc. Diversas partidas, sobre todo la orchilla, fueron concedidas tras quince
o veinte años de realizados los remates, mientras otras cantidades adeudadas por hace-
dores o quiebras de diezmos se englobaban dentro de los recudimientos y atrasos14. En
el volumen de renta distribuida entre los miembros de la Mesa Capitular eran determi-
nantes otros factores como: el número de capitulares con derecho a percepción, pues a
mayor concurrencia menor cuantía; el número de partícipes en cada renta; el porcentaje
del capital invertido en la administración y gestión; el volumen de renta destinada a liti-
gios; la coyuntura económica regional en ese período; el valor alcanzado por las rentas
y de los productos diezmados en los remates; las fluctuaciones de la moneda, tanto por
sus carencias como por los fraudes; los procesos inflacionarios; las cantidades e impo-
siciones demandas por la Corona; los acontecimientos internos y externos, caso de las
sucesivas guerras con Inglaterra, la independencia del Portugal o los reiterados ataques
piráticos contra las islas; la falta de formación de gran parte del personal destinado a la
recogida y recaudación de diezmos; la incapacidad física, mental e intelectual, además
de la gran impericia de un alto porcentaje de prebendados para estar al frente de los
hacinamientos; la propia movilidad, absentismo, dejación de funciones o senectud de
un notable porcentaje de miembros del Cabildo en casi todo el período estudiado; etc.
En el cuadro adjunto se hace relación de las rentas percibidas por cada una de las
canonjías en el período comprendido entre 1595-1819, es decir, se ha usado la media
de ingresos repartidos de cada partida entre los canónigos, aunque la cifra es orientati-
va pues, como se ha mencionado con anterioridad, la suma final de los ingresos de cada
canónigo era dispar, sobre todo, según su participación en las funciones celebradas por
el Cabildo. Por lo tanto, las cuantías aquí aportadas corresponderían a un canónigo
que, como la mayoría de los estudiados, cumplía de forma habitual con las tareas enco-
mendadas al Cabildo. A las cantidades adjuntas les faltan las rentas percibidas por el
centeno y la avena, bastante irrelevantes la mayoría de los años; el azúcar generado en
La Palma con el que se hacía un reparto regular entre los prebendados en especie; y las
partidas de sal de Lanzarote y Gran Canaria, cobradas en especie. La serie de ingresos
de trigo y cebada entre 1595 y 1819 no está completa para toda la región, con notable
carencias para el período de final del siglo XVII, y la ausencia de los datos de varios
años en algunas islas, sobre todo de Fuerteventura y Lanzarote, mientras en otros las
crisis incidieron en la falta de cosechas y, por tanto, en la carencia de su aportación
entre los partícipes en la Mesa Capitular. Los cereales se registran en la cartilla de los
capitulares en especie, aunque éste –sobre todo los tomados fuera de Gran Canaria–
podían quedar en manos de los hacedores para su venta en los lugares de recogida o
destinarlos hacia los de demanda, por tanto, en varias ocasiones el volumen de cereales
se traduce en una cuantía de maravedís por prebenda que, en gran parte, corresponde a
la totalidad del grano traspasado. Es decir, durante unas épocas las cifras de cereales en
especie pueden disminuir porque sólo se posee su valor en numerario para una o todas
las islas, por haberse vendido antes del reparto general en la Mesa Capitular.
Volumen de renta en dinero y granos (trigo y cebada blanca) percibida por cada
prebenda entre 1595-1819 (en maravedís y celemines)
Años Total* % Trigo % Cebada %+
blanca
1595/1604 3.449.742 103,4 15.530 89,8 4.972 31,1
1605/1614 2.598.728 77,9 9.055 52,3 3.276 20,4
1615/1624 3.391.793 101,7 16.754 96,8 6.824 42,6
1625/1634 2.532.502 75,9 18.636 107,7 7.086 44,3
1635/1644 2.453.959 73,5 22.327 124,5 12.858 71,7
1645/1654 2.127.765 63,8 10.492 60,6 6.496 37,5
1655/1664 2.793.106 83,7 8.563 47,7 7.186 40,0
1665/1674 2.681.081 80,3 10.914 60,9 8.331 48,1
1675/1684 2.664.012 79,8 11.851 68,5 9.524 59,5
1685/1694 2.181.027 65,3 14.958 83,4 12.136 75,9
1695/1704 2.218.721 66,5 7.351 41,0 5.931 37,0
1705/1714 2.837.929 85,0 17.746 99,0 15.514 97,0
1715/1724 2.147.391 64,3 23.012 128,4 18.018 112,7
1725/1734 1.903.967 57,0 25.736 148,8 25.086 156,9
1735/1744 2.258.420 67,7 27.024 150,7 28.051 175,4
1745/1754 2.617.357 78,4 22.941 128,0 26.468 165,5
1755/1764 2.748.017 82,3 21.934 122,3 27.674 173,1
1765/1774 3.271.110 98,0 17.600 98,2 22.969 143,6
1775/1784 4.670.911 140,0 23.304 134,7 32.042 200,4
1785/1794 5.757.852 172,6 21.219 122,7 25.334 158,4
1795/1804 7.637.227 229,0 17.816 99,4 24.446 152,9
1805/1814 8.763.500 262,7 15.635 87,2 21.494 134,4
1815/1819 3.884.536 116,4 6.060 35,0 6.710 41,9
Medias decenales entre 1595-1814: Maravedís: 3.335.027 Trigo: 17.291. Cebada: 15.987.
En las rentas de cereales faltan completos los años de 1610, 1611, 1612, 1694, 1695, 1696 y 1697. En algu-
nas islas no se tiene información para algunos años ni de maravedís ni de cereales.
* Diezmos, trigo vendido, azúcar y sal más el valor de las rentas eclesiásticas como las percepciones por
procesiones, etc. Se añaden las obtenidas a través de las ventas de orchillas, los residuos, ingresos de prés-
tamos, etc.
+
Porcentaje entre lo percibido en ese año y la media global.
tado en el Archipiélago desde mediados del Seiscientos favoreció una fuerte demanda
interna, sobre todo desde las islas exportadoras de vino, a lo que se añadió el elevado
volumen de las exportaciones de vino hacia Europa y América, con una progresiva ten-
dencia al alza de precios en el mercado de destino. Durante el Seiscientos se generó un
sostenido aumento de las rentas de los capitulares, sólo interrumpida por varias quie-
bras y faltas de remates del diezmos, en especial las correspondientes a la renta del vino
en diversas jurisdicciones diezmeras de Tenerife, achacables a la falta de demanda, los
efectos del desastroso intento de fundar un monopolio comercial en 1666, la crónica
carencia de circulante y los desajustes generados por la reforma monetaria de 1686. En
estos últimos años la situación alcanzó tintes dramáticos por la escasez de numerario,
debiendo intervenir la Corona tras la reiteradas quejas de las instituciones regionales,
sobre todo del Ayuntamiento de Tenerife y el Cabildo Catedral, para la eliminación de
la moneda falsa y la introducción de la suficiente cantidad de numerario de plata en el
circuito regional que permitieran las mínimas transacciones. Al tal carencia se unió la
masiva saca clandestina de moneda; la cada vez más profunda crisis del sistema pro-
ductivo tradicional; las transformaciones internas de la formación social; el incremento
de la presión sobre los pequeños y medianos propietarios, que perdían progresivamente
su capacidad y control sobre los medios productivos; la creciente amortización de la
tierra; o las citadas crisis climáticas, generan a fines del siglo XVII y comienzos del
XVIII un marco productivo que en la formación social del Archipiélago produce una
gran complejidad.
A partir del citado periodo hay un evidente estancamiento de las percepciones
monetarias, aunque no así de las obtenidas de las partidas de cereales, que, lentamen-
te, crecieron en detrimento de las rentas devengadas por la vid. El incremento de la
superficie dedicada al cultivo frumentario en la región en sustitución de las viñas y el
aumento de la demanda media, tanto por el auge demográfico como por la capacidad
de gasto alcanzada por la elite, condujo a una intensificación de productos panifica-
bles, lo cual incidió positivamente en la renta de los prebendados. Ésta experimenta
durante la mencionada etapa un progresivo desarrollo sólo frenado a partir de 1745,
con momentos de inflexión negativa en los citados períodos de crisis y en 1730-1734,
a causa de la recesión regional y al dantesco episodio volcánico experimentado en la
isla de Lanzarote. En la fase se registran crisis de amplia repercusión general y el inicio
de una tendencia descendiente en los haberes medios de los capitulares que, aún, crisis
como la de 1701-1703 no habían logrado frenar del todo pues, incluso los ingresos
se revalorizaron entre 1710-1715, contando el Cabildo en dicho quinquenio con casi
todos sus miembros a la hora de repartirse sus rentas. Las razones de esta inflexión son
múltiples aunque todas arrancan de la recesión socioeconómica en la que se encontra-
ba el Archipiélago en ese momento por la escasez de cosechas debido a las reiteradas
sequías; la sucesiva quiebra de los diezmos del vino en Tenerife o la ausencia durante
varios años de otros como los generados en Fuerteventura y Lanzarote (1721, 1723,
1730, 1733, 1745); la carencia de unos hacedores bien formados en la administración
y en contabilidad ante la complejidad de sus cometidos y rentas; la incapacidad por
desconocimiento o su apego a la tradición del Cabildo para replantear el modelo de
mencionados para las islas15. La caída productiva de varias comarcas en la región fue
palpable en las fase recesiva de 1770-1772 o en los primeros años de inicio del siglo
XIX, reflejándose en la pauperización del campesinado y de los grupos urbanos, ade-
más de generarse en esta última época un elevado número de conflictos sociales, sin
parangón con la fase anterior, en torno a la propiedad de la tierra, el agua y el poder
político efectivo. Los mencionados acontecimientos mediatizaron y se vieron influidos
por un proceso inflacionario cada vez más agudizado, alcanzado su máxima manifesta-
ción en las dos primeras décadas del Ochocientos, cuando la capacidad productiva en
las islas se estanca, las exportaciones se reducen, la crispación política regional aumen-
ta y el deterioro de las instituciones tradicionales, empezando por la propia monarquía,
entran en una grave crisis que aún se acelera más tras los acontecimientos de 1808.
Al unísono, la organización interna del Cabildo y su estructura administrativa se vio
sometida a considerables transformaciones. La pérdida adquisitiva de las rentas de los
capitulares sumió a la institución en una crisis de considerables dimensiones, ya que la
retracción de ingresos iba en detrimento de su poder al disminuir su peso económico
–mediatizado por el creciente control de la Corona y del grupo de poder regional–,
perder su influencia política –al no figurar entre sus miembros aquéllos que antaño
procedían de los principales patricios insulares– y se diluía su ascendencia social –no
podían efectuar las aportaciones cotidianas para obras de caridad– al politizarse cada
vez más cada acción pública de la institución. El ritmo de gastos de los prebendados
disminuyó drásticamente y las posibilidades de acumular extensos patrimonios como
en etapas pretéritas no fueron ya posibles. Los nuevos contratiempos no impidieron a
los capitulares seguir disfrutando de cuantiosas rentas frente a resto del clero secular
insular. Junto a estas causas económicas generales, la pérdida de ingresos de los capi-
tulares tuvieron otras razones económicas y políticas de amplia repercusión como las
transformaciones legislativas adoptadas en el último tramo del reinado de Carlos IV
y la entrada de las fuerzas napoleónicas en la Península; el considerable número de
donativos al rey y las cargas impositivas situadas sobre cada prebenda; la crispación
social y confrontación interna del grupo de poder regional; las desavenencias en el
seno del Cabildo Catedral por asuntos como la universidad, la división del Obispado,
la creación de nuevas parroquias; el peso de los intereses económicos de algunos gru-
pos; o la pérdida de autoridad espiritual, social y política, no sólo con respecto a otras
instituciones, sino también ante el propio pueblo.
Las contribuciones realizadas por el Cabildo Catedral al monarca fueron cuantio-
sas, no difiriendo la normativa de la registrada en la Península aunque algunas de ellas
no llegaron a aplicarse en Canarias o se hizo tardíamente. Las rentas entregadas a la
Corona salían del común de la Mesa Capitular, salvo la media annata, afectando sobre
15. LABROUSSE, E.: Fluctuaciones económicas e Historia Social. Madrid. 1980. CIPOLLA, C. et Alii: Historia
económica de Europa, Madrid, 1981. ANES, G.: Las crisis agrarias en la España Moderna. Madrid.
1970. GARCÍA SANZ, A.: Desarrollo y crisis del Antiguo Régimen en Castilla La Vieja, Madrid, 1977.
YUN CASALILLA, B.: Sobre la transición al capitalismo de Castilla. Economía y sociedad en Tierra de
Campos (1500-1830), Salamanca, 1987.
todo a los racioneros y capellanes reales, aquéllos con menor participación porcentual
en las distribuciones. Estas contribuciones fueron especialmente gravosas desde la lle-
gada de los Borbones al poder, pues primaron las necesidades del Estado y de dotación
de las reformas necesitadas de financiación, descansando parte de su estrategia en la
aportación de la iglesia. Uno de los primeros ingresos eclesiásticos a controlar los
diezmos, de los que ya desde el 18 de julio de 1579 tomó el Real Erario una parte
de las primicias de los novales durante un trienio, aunque, como era costumbre con
este tipo de rentas extraordinarias, la temporalidad se convirtió en perpetua mediante
la bula de 13 de julio de 1749 que, a su vez, inspiró la otorgada por Pío VII el 31 de
octubre de 1816 donde se concedía al monarca las rentas obtenidas de nuevos riegos
y roturaciones de tierras incultas16. El 4 de febrero de 1792 se dictó una real cédula de
institución del pago de la mesada eclesiástica, gracia concedida con antelación por
bula de 20 de mayo de 1791. La contribución se imponía sobre las rentas generadas en
los obispados, sobre los ingresos de los prebendados y de los beneficiados de patrona-
to regio, siendo la cantidad detraída el equivalente a la percibida por el tiempo de un
mes de cada año. El citado tributo fue alcanzado por primera vez con carácter extraor-
dinario, 15 años, por Felipe IV, siendo renovada quiquenalmente la gracia desde 1644
hasta el breve de 16 de junio de 1778, cuya principal cláusula reconocía ésta a favor
de Carlos III durante todo su mandato. Esta última no parece que fuera aplicada en
Canarias hasta 1792, aunque sí las contribuciones extraordinarias otorgadas durante la
última década del Setecientos por el papa Pío VI. El sumo pontífice concedía el 25 de
junio de 1794 la imposición de 7 millones de reales anuales sobre el estado eclesiásti-
cos hasta la entera extinción de los vales reales. A ella sumó otra disposición de 7 de
enero de 1795, base de la real orden de 7 de marzo, dando a Carlos IV la posibilidad
de recibir del estado eclesiástico un total de 36 millones de reales de una sola vez. En
ella se permitía a la Hacienda Real la posibilidad de tomar los frutos de las vacantes
no episcopales para la extinción de la deuda pública, lo que repercutió en la falta de
prebendados al continuar vacas artificialmente muchas sillas capitulares durante años
con considerable perjuicio para el Cabildo canario ante su crónico déficit de preben-
dados. El citado papa volvió a otorgar nuevas contribuciones favorables a los fondos
de la exhausta Corona española cuando le permitió por bula de 7 de julio de 1799 una
percepción especial de 36 millones de reales de una vez sobre el estado eclesiástico y
otros 30 sobre el clero americano, aplicándose en Canarias el primero de los donativos.
A los citados se sumó el 3 de octubre de 1800 otro breve papal donde se concedía un
noveno decimal sobre los diezmos, con exención de las rentas destinadas a los benefi-
cios y a las fábricas eclesiásticas17. La llegada al trono de Fernando VII y sus iniciativas
por restablecer la monarquía absoluta se vieron premiadas por una nueva contribución
16. V.V.A.A. La España Moderna, Madrid, 1995. FONTANA, J.: La Hacienda en la historia de España,
Madrid, 1980. ATIENZA, A.: Propiedad, explotación y rentas: El clero regular zaragozano en el siglo
XVIII, Zaragoza, 1988. ANES, G.: La España del Antiguo Régimen. Los Borbones, Madrid, 1979.
V.V.A.A.: Estado, Hacienda y Sociedad en la Historia de España, Valladolid, 1989.
17. Archivo Diocesano de Las Palmas. Libro de Reales Cédulas.
22. GUERRERO, A.: Familia y vida cotidiana de una elite de poder: Los regidores madrileños en tiempos
de Felipe II, Madrid, 1993. AMELANG, J.: La formación de una clase dirigente. Barcelona 1490-1714.
Barcelona. 1986. BURGOS, F.: Los lazos del poder. Obligaciones y parentesco en una elite local castella-
na en los siglos XVI y XVII, Valladolid. 1994.
23. TARTARI, M. (Ed.): La terra e il fuoco. I riti funebri tra coservazione e distruzione, Turín, 1996.
ALEXANDRE-BIDON, D.: La mort au moyen âge. XIIIe-XVIe siècle, París, 1998. CAROCCI, S.:Tivoli nel
basso medioevo. Societá cittadina e economia agraria, Roma, 1988. V.V.A.A.: La ciudad y el mundo
urbano en la Historia de Galicia, Santiago, 1988. V.V.A.A.: La mort et l`au-delá en France méridionale
(XIIe-XVe siécle), París, 1998.
minados momentos o los cargos desempeñados, ya fueran éstos del Cabildo Catedral
o en otras instituciones.
No sólo se ocupaban los prebendados de las rentas de las Mesa Capitular y de la
Fábrica Catedral, tal como se ha apuntado, sino a ello sumaban su participación activa
en organismos como en el Tribunal de la Santa Cruzada, el Santo Oficio y al frente de
otras instituciones, caso de mayordomía de ermitas o conventos, mampostores en el
Hospital de San Lázaro, etc. Los oficios más demandados, fuera de los habituales del
Cabildo Catedral, eran los del Santo Oficio y los del Tribunal de la Santa Cruzada, al
permitir en algunos períodos a los capitulares sumar a las rentas percibidas del Cabildo
otra cantidad de parecida entidad24. Los oficios desempeñados en la Inquisición por
los capitulares fueron los de más elevada categoría y remuneración (fiscal, inquisidor)
y los de mayor relevancia social. Mediante esta vía, los ingresos de los prebendados
con funciones en el Santo Oficio aumentaban al elevarse su salario, según los datos de
1730, desde los 594.000 maravedís anuales para los inquisidores hasta los 186.840 de
los notarios. El Tribunal de la Santa Cruzada, formado en la diócesis por tres jueces
subdelegados, entre ellos el canónigo doctoral, con jurisdicción y personal propios,
recibían una porción de las rentas de mostrencos y abintestatos, además de un salario
por desempeñar sus oficios. Los prebendados, tras mandato real, ejercieron largo tiem-
po los tres cargos de jueces subdelegados del Tribunal de la Santa Cruzada, encargán-
dose de la gestión de las rentas reales.
24. MARTÍNEZ MILLÁN, J.: «La Hacienda del Tribunal de la Inquisición de Canarias 1550-1608», en V
Coloquio de Historia Canario Americana, Madrid, 1986, tomo II. LERA GARCÍA, R.: «La canonjía del
Santo Oficio en la Catedral de Las Palmas», en VIII C.H.C.A, Madrid, 1991, tomo II, p.p. 805-816.
26. SUÁREZ GRIMÓN, V.: La propiedad, vinculada y eclesiástica en Gran Canaria en la crisis del Antiguo
Régimen, Madrid, 1987. GUERRERO, A.: Op. cit. CÁNOVAS, A.: Op. cit. QUINTANA ANDRÉS, P.: Desarrollo
económico y propiedad urbana. Población, mercado y distribución social en Gran Canaria durante el
siglo XVII, Madrid, 1999.
del conjunto de propiedades siendo uno de los pocos registros los bienes del canónigo
Domingo Verdugo que en 1800 poseía un patrimonio inmueble equivalente a 1.228.299
maravedís, es decir, el 46,6% del total del valor de sus bienes, sumándose a ello otros
856.933 en dinero contante, un 32,5% de su legado. El resto de la tasación de propieda-
des se distribuía en 132.090 maravedís del valor de sus joyas, el 5,0%; 179.945 valían
sus muebles y otros bienes, el 6,8% del total; y 234.530, 8,9%, en frutos obtenidos de
rentas de bienes inmuebles.
A su vez, el prebendado se convertía en un referente para su familia, parientes y
allegados, al ser un verdadero polo redistribuidor de la riqueza percibida a través de
sus rentas eclesiásticas, agrarias o urbanas. Al no contar la mayoría de ellos con des-
cendientes directos –entre los testadores seis eran viudos con hijos y cuatro confesaba
en su lecho de muerte tenerlos naturales– sus familiares –hermanas/os, sobrinas/os,
padres– eran los mayores beneficiados de los legados postmorten, pero también de
muchas dádivas percibidas en vida de los capitulares. En más de una ocasión el preben-
dado se convertía en el sostenedor y benefactor de hermanas viudas o profesas, sobri-
nas y sobrinos en edad de casarse, estudiar o entrar en un convento, mediante el abono
de parte o la totalidad de las dotes, la entrega vitalicia de pensiones a las enclaustradas
o fundaban capellanías en beneficio de hermanos, sobrinos o criados.
La imposibilidad de transmisión directa, salvo reconocimientos de hijos bas-
tardos, concebidos con barraganas, o legales por los prebendados que, tras enviudar,
habían entrado en el sacerdocio, limitó la distribución de los recursos de los capitulares
al entorno familiar, donde, mediante una sencilla estrategia, quedaba anulado cual-
quier fraccionamiento patrimonial. Así, al evitarse la dispersión, los recursos podían
trasmitirse a los parientes a través de dotes o mediante las asignaciones hereditarias.
Los capitulares asumieron en gran parte el papel de reafirmar socioeconómicamente
el poder familiar, al ser piezas claves para sus parientes más cercanos, ya que a través
de sus dotes y legados coadyuvaban a una parte de las mujeres de su parentela a casar
o entrar a monjas, y con el núcleo de su patrimonio permitía cimentar o dar mayor
esplendor a su familia mediante la creación o aportación de bienes a vínculos, mayo-
razgos, patronatos o capellanías. A su vez, el prebendado facilitaba a los segundones
de la familia cursar carreras eclesiásticas apoyadas en patronatos y capellanías disfru-
tadas o fundadas por el capitular, posibilitando que sus sobrinos o familiares pudieran,
a la larga, alcanzar un puesto en el Cabildo Catedral capaz de proporcionar iguales o
superiores beneficios económicos e influencias a su parentela. El pago de la dote de
sobrinas, primas o hermanas evitaba la sangría de las rentas de los familiares seglares
–lo mismo que a los segundones que se acogían a la carrera eclesiástica al recibir ya de
los prebendados una congrua y, en muchos casos, libros, vestidos y la propia vivienda
del benefactor– y convertían al capitular en un redistribuidor de riquezas y en uno de
los principales valedores del crecimiento económico familiar, al salvaguardar a sus
parientes seglares de las cuantiosas pérdidas generadas por las dotaciones, pago de
estudios o mantenimiento de enfermos. La estrategia familiar creada se muestra en
este caso como el más importante recurso para mantener y aumentar los patrimonios,
siendo destacable como la mayor parte de los varones célibes renunciaban a su parte
27. La soltería, la limitación de los recursos o la jerarquización para acceder a ellos se localizan en otros sec-
tores, véase GOODY, J.: La evolución de la familia y el matrimonio en Europa, Barcelona, 1986. GOODY,
J.-THIRSK. J.-THOMPSON, E.P. (Eds.): Family and intheritance, rural society in Western Europe. 1200-
1800, Cambridge, 1976. CHACÓN, F.-HERNÁNDEZ, J.: Poder, familia y consanguinidad en la España del
Antiguo Régimen, Barcelona, 1992.
28. Esta situación se generó en todos los cabildos peninsulares o la Curia romana, véase MACKENNY, R.:
La Europa del siglo XVI. Expansión y conflicto, Madrid, 1996. LUTZ, H.: Reforma y Contrarreforma,
Madrid, 1992. ARANDA, J.(Ed.): Sociedad y élites eclesiásticas en la España Moderna, Cuenca, 2000.
JIMÉNEZ, M.: L`eglesia catalana sota la monarquía dels Borbons. La Catedral de Girona en el segle
XVIII, Barcelona, 1999. MORGADO, A.: Ser clérigo en la España del Antiguo Régimen, Cádiz, 2000.
cuatro sobrinas–, mientras los primos/as figuran en el 2,3% de los testamentos. Los
padres y madres de los prebendados se convierten también en herederos, los primeros
en el 2,3% del total y las segundas en 6,2%, además de corresponder en dos testamen-
tos las herencias a tías carnales, en un caso a una abuela y en otro a la madrastra del
capitular. En siete testamentos son beneficiados por iguales partes sobrinos y hermanos
de los difuntos; en dos ayudantes directos de éstos, quizá ambos fueran familiares en
algún grado de los capitulares; en el 7,0% dejan heredera de sus bienes a su propia
alma, como usufructuaria de las mandas establecidas en las últimas voluntades, aunque
el capitular en este último caso, de forma genérica, repartió previamente todos sus bie-
nes entre sus allegados, dejando sólo las cantidades precisas para poder llevar a cabo
sus legados espirituales. Fue frecuente que varios prebendados optantes por esta singu-
laridad en sus memorias tuvieran con anterioridad embargados sus patrimonios o estu-
vieran muy cargados de deudas para poder disponer libremente de ellos. Los hijos de
los prebendados, fueran naturales o engendrados antes de enviudar, heredaron el 1,9%
de las ocasiones, mientras que tres niños recogidos en la Casa Cuna fueron agraciados
con los bienes de su protector para su mantenimiento y estudio. Un sector de capitula-
res legó sus bienes a instituciones religiosas, benéficas o a mandas pías fundadas con
anterioridad (hospitales, ermitas). Además de los familiares directos, todos los preben-
dados favorecieron a criados, amigos, colaboradores, vecinos o parientes en diversos
grados, en función de su trato, servicio y relaciones establecidas con el testador.
CONCLUSIONES
A lo largo del Antiguo Régimen el grupo de prebendados integrante del Cabildo
Catedral de la diócesis de Canarias se mostró como uno de los sectores del poder con
mayores privilegios de la región, aunque también como una de las instituciones más
mediatizadas en sus estrategias y decisiones. El volumen de rentas administradas, su
preponderancia ideológica, la capacidad intelectual de parte de sus miembros, la acu-
mulación individual de capitales o la gran influencia de la entidad en altas instancias
del Estado se vieron desdibujadas ante la fuerte presión sociopolítica ejercida sobre sus
miembros por el grupo de poder regional y por la propia monarquía. Así, los prebenda-
dos estuvieron determinados en muchas de sus resoluciones por los sectores poderosos
que les habían impulsado a ascender dentro del escalafón eclesiástico y por el propio
monarca, interesado en mantener sine die el orden y fidelidad de la región y adqui-
rir cierta fluidez en la percepción de rentas tan importantes como las tomadas como
partícipe de los diezmos. El poder de convocatoria y de ascendencia ideológica sobre
el clero regional se fue desarticulando desde casi la fundación de la institución, cuando
el Cabildo optó manifiestamente por una estrategia de elitización que, incluso, intentó
marginal en la participación de sus decisiones a un sector de sus miembros, caso de los
racioneros. Esta actitud entre los propios miembros del Cabildo les llevó a crear una
rígida estructura interna donde las diferencias económicas, sociales y de prestigio esta-
ban determinadas por el puesto ocupado por cada uno de sus miembros en el escalafón
tecido con los de otras entidades locales como los ayuntamientos, pero, en cambio, las
luchas por el poder interno fueron tan cerradas y continuas como en el seno de las ins-
tituciones seglares, según se desprende de las polémicas registradas entre los diversos
sectores de eclesiásticos por salvaguardar cada parcela de poder individual y colectivo
frente a otras familias, parentelas o clanes.
3. VASSBERG, David: La venta de tierras baldías. El comunitarismo agrario y la corona de Castilla durante
el siglo XVI, Madrid, p. 33 y ss.
4. AYERBE IRIBAR, María Rosa: «La Unión o Mancomunidad de Enirio y Aralar. Un caso modélico de
montes comunales intervenidos por el Servicio Forestal de la Diputación de Gipuzkoa», Boletín de la Real
Sociedad Bascongada de Amigos del País (BRSBAP), LXI, 2005-1, p. 6.
Está claro que con el paso del tiempo, lo que fue una graciosa merced pasó a
ostentar título de propiedad –sobre todo tras la firma y confirmación de concordias y
convenios, por tanto, a partir de los siglos XIV, XV y XVI–. A pesar de ello, seguimos
pensando, como ya lo hemos manifestado en otras ocasiones, que, en la práctica, la
titularidad última de los montes –atendiendo precisamente al hecho de que las villas
se habían fundado en realengo–, si se prefiere por razón de jurisdicción, bien público,
razón de Estado o de cualquier otra fórmula, o al menos la decisión última sobre el
destino de los montes, era de la Corona, que así lo conceptuará y reclamará en nume-
rosas ocasiones, lo que explica su actuación con respecto, por ejemplo, a los montes de
Marina durante toda la Edad Moderna12.
Como bien nos demuestra Salustiano de Dios13, los juristas castellanos de finales
del siglo XV y mediados del siglo XVII manejaban una gran cantidad de tópicos jurí-
dicos, en torno a la adquisición, enajenación y, en fin, la propiedad sobre los comuna-
les. Los titubeos de los autores y las divergencias entre ellos eran consecuencia de la
versátil realidad de su tiempo, tan alejada de los orígenes, y de la necesidad de atender
y aunar numerosos y variados intereses. En cuanto a la adquisición, consideran que de
derecho nada corresponde a las ciudades a no ser que se le conceda por ley, costumbre
o disposición de los hombres, por lo que han de probar su título, pues en principio todos
los campos y tierras del reino de Castilla se presume que son del rey. Así mismo hacen
hincapié en la libre asignación y destino a concejos, villas y fortaleza de términos y tie-
rras por parte del rey, a quien correspondían por derecho de conquista, ya que los liberó
de manos de los enemigos, de tal modo que en sus representaciones doctrinales otorgan
12. ARAGÓN RUANO, Álvaro: El bosque guipuzcoano…op. cit., pp. 47-48. La propia Lourdes Soria Sesé
nos presenta un caso que, en nuestra modesta opinión, es lo suficientemente equívoco como para no ser
tan rotundo y maximalista en las afirmaciones que se vierten sobre a quién corresponde el dominio y la
propiedad. La autora describe la actuación real al crear en el siglo XVI la Legua Acotada, pese a encon-
trase en términos propiedad de Eugui. Asegura que su alcance se recorta, pues el aprovechamiento no va
a ser privativo del dueño de las herrerías, sino que corresponde a su naturaleza de terreno de propiedad
concejil «acotado», de modo que los pueblos propietarios podrán disfrutarlo para su abastecimiento y
uso propio (SORIA SESÉ, Lourde: «Bienes comunales…op. cit., pp. 126-127). Varias son las cuestiones
que llaman poderosamente la atención. Primero, a pesar de la propiedad de Eugui, el rey tiene la potestad
de crear un espacio acotado. Segundo, los tribunales vedan el aprovechamiento a ambas partes. Tercero,
todas las partes reclaman la propiedad de los montes; lo cual demuestra que muy claro no debía estar,
porque todos albergaban esperanzas de que les fuera confirmada a su favor. Cuarto, no se pone en cues-
tión la venta realizada por el rey al dueño de las herrerías; como en el caso de otras comunidades, por
ejemplo, las Parzonerías guipuzcoanas, a pesar de la venta, el rey y el comprador estaban obligados a
respetar el derecho al uso de los habitantes de esos territorios. Lo mismo ocurrirá por ejemplo en el caso
de las enajenaciones realizadas desde el siglo XVIII sobre terrenos comunales, cuyos nuevos propietarios
deberán respetar los derechos ganaderos de paso de los vecinos. No nos parece, por tanto, que sea tan
clara la propiedad de los concejos. Una de las principales alegaciones de los concejos para demostrar
su propiedad sobre los comunales era la de la posesión inmemorial, cuando sabemos que, al menos en
el caso guipuzcoano, su adjudicación tomará cuerpo legal a partir de la concesión de cartas-puebla por
parte, precisamente, de los monarcas.
13. DE DIOS, Salustiano: «Doctrina jurídica castellana sobre adquisición y enajenación de los bienes de las
ciudades (1480-1640)», DE DIOS, Salustiano (Dir.): Op. cit., pp. 15-79.
los juristas suma importancia a la concesión y destinación regia de los términos conce-
jiles, al momento anterior y posterior a la misma, y sus consecuencias; principio, como
se ha mencionado, derivado de la potestad del rey para dividir términos, provincias y
villas, por ostentar la jurisdicción, protección y defensa. Las posiciones de los juristas
varían de forma ostensible: unas más favorables a las ciudades y sus vecinos y otras al
rey. En la mayoría de los casos se admite que la propiedad y el dominio corresponden
a las ciudades, siendo del rey la jurisdicción, aunque curiosamente sólo en el caso de
los bienes comunes y de propios, pues los baldíos se adjudican a la propiedad del rey.
Pero no todos son de la misma opinión. Así Bartolomé de Humada, quien incurre en
ostensibles contradicciones, sostiene que tanto en los bienes comunes en uso y utilidad
como en los propios del concejo el dominio directo corresponde al rey y el útil a las
ciudades. Recuerda que fue el rey quien concedió los límites de las ciudades y quien
asignó y donó las tierras que le pertenecían por la guerra, o, con un sentido más amplio,
que la ciudad o castro nada corporal tenía diputado de derecho a no ser cuanto por ley,
costumbre o disposición de los hombres le fuese designado.
En cuanto a la enajenación, existían también una gran cantidad de elementos con-
tradictorios. Los más prorregios sostuvieron que el monarca tenía el dominio sobre
todo el territorio del reino, de manera que con causa podía proceder a la venta y enaje-
nación de todas las tierras de las ciudades y, por supuesto, de los baldíos. Fue unánime
la opinión en torno a la necesidad de la licencia regia para la enajenación de los bienes
de uso común, pero más controvertida en el caso de los propios, aunque se coincidía
en su conveniencia. Luis Velázquez de Avendaño llegó a poner en cuestión que las
ciudades tuvieran dominio sobre sus bienes, incluso el útil, tanto sobre los de uso
común como sobre los propios, y que por tanto dispusiesen de sus rentas libremente,
puesto que adjudicaba el dominio al rey. Por su parte, Fernández de Otero, ante los
debates de la doctrina ius commune, establece que si el litigio versa acerca del dominio
y propiedad del pasto público, como atañe al monarca, verdadero señor del territorio,
es imprescindible la licencia, mientras que si no es sobre el dominio y la propiedad,
perjudicando únicamente a los vecinos y habitantes, no es necesaria la licencia.
En suma, es ésta una cuestión pantanosa y poco clara, pero que no sorprende
teniendo en cuenta la lógica de funcionamiento de la época, que respondía a una per-
fecta lógica aristotélica y dialéctica, y que desde un punto de vista actual y presentista
pueden resultar aparentemente contradictorias y jamás unívocas. ¿Hasta dónde llegaba
el bien común y público?. Llegado el momento de enajenación, ¿qué era considerado
comunal, propio o baldío, cuando, como ya se ha insinuado, quienes tomaban la deci-
sión eran el monarca o las oligarquías locales, más pendientes de sus propios intereses
que de los del común?
A pesar de las coincidencias entre los diferentes modelos de comunidades de
montes, existen importantes diferencias. Los montes comunes, montes proindiviso,
y montes francos son montes comunales cuya propiedad y, en consecuencia, aprove-
chamiento es compartido entre distintas corporaciones, es decir, cuya propiedad no
es exclusiva de un sólo municipio, sino que se halla proindivisa o pertenece a varios
pueblos. En este caso, si bien la participación es proporcional, generalmente en función
14. GARAYO URRUELA, José María: «Las comunidades de montes de Álava», Narria: estudios de artes y
costumbres populares, nº 53-54 (Álava), p. 13.
15. MARTÍNEZ DÍEZ, Gonzalo, MARTÍNEZ DÍEZ, Emiliano, MARTÍNEZ LLORENTE, Félix: Colección de docu-
mentos medievales... (1200-1369)…op. cit., p. 21.
16. Ibidem, p. 76.
concedía un territorio limítrofe con Azcoitia, Azpeitia y Vergara «con todas sus tierras
e pastos e prados e fuentes e exidos e aguas corrientes e non corrientes e con todos los
otros derechos que han e les pertenece en cualquier manera…»17.
A medida que se fueron creando nuevas entidades en el territorio de otras ya
constituidas o dentro de entidades más globales –como los valles– comenzaron a surgir
los problemas. Esto ocurrirá a fines del siglo XIII, como dejan entrever los casos de
Mondragón en 1280 y Segura en 1290. Concretamente, en 1280 Alfonso X concedió
a los moradores de Mondragón el usufructo de los montes, pastos y ríos del realengo
del valle de Léniz, que algunos hidalgos del mencionado valle trataban de impedir:
«Seppades que los mios pobladores del mio conçeio de Mondragón, se me enbiaron
querellar que los fijosdalgo del termino de Leniz razonauan muchos logares en ter-
mino de Leniz por suyos, asi en los rios commo en los montes e en los pastos e en los
yssidos e en los otros logares que razonauan por sus heredamientos,…»18. En todos
los casos, la Corona intercede a favor de las nuevas villas y sus habitantes, para que
«se sieruan de los mis montes e de los pastos e de las aguas e de los exidos e de los
caminos, guardando los mis derechos que yo deuo auer»19.
Ello demuestra que la concepción geográfica que se tenía antes de la fundación de
las villas era la que venía definida por los valles y era esa misma la que se aplicaba en
lo referente al disfrute de los montes; es decir, probablemente antes del siglo XIII, los
montes de cada valle únicamente podían ser aprovechados por sus habitantes, perma-
neciendo vedados a los del resto de valles20. Bajo esta premisa se entiende la concesión
a Guetaria en el año 1270 de un privilegio por el cual sus vecinos podían cortar en
los montes de Guipúzcoa toda la madera necesaria para hacer casas y navíos, puesto
que «…dicen que non ge lo dexais cortar en los montes…»21, o los fueros de ferrerías
a los ferrones de Oyarzun e Irún-Iranzu en 1328, de Marquina de Suso en 1335 y su
ampliación a la Merindad de Guipúzcoa en 133822. Por ello, cuando se instalan las
villas, el resto de habitantes de los valles –principalmente hidalgos– ven lesionados
sus derechos de uso y aprovechamiento, y pretenden seguir ejerciéndolos, provocando
la fricción que se traduce en una serie de supuestas usurpaciones y pleitos, que con el
tiempo obligarán a la firma de concordias y confirmaciones de derechos.
17. MARTÍNEZ DÍEZ, Gonzalo, MARTÍNEZ DÍEZ, Emiliano, MARTÍNEZ LLORENTE, Félix: Colección de
documentos medievales de las villas guipuzcoanas (1370-1397), San Sebastián, Diputación Foral de
Guipúzcoa, 1996, p. 187.
18. Idem: Colección de documentos medievales… (1200-1369)…op. cit., pp. 49-50.
19. Ibidem, p. 63.
20. ORELLA UNZUE, José Luis: Op. cit., p. 3; Sobre la formación de Guipúzcoa como entidad político-
administrativa véase BARRENA OSORO, Elena: La formación de Guipúzcoa. Transformaciones en la
organización social de un territorio cantábrico durante la época altomedieval, San Sebastián, 1989,
pp. 157-178.
21. MARTÍNEZ DÍEZ, Gonzalo, MARTÍNEZ DÍEZ, Emiliano, MARTÍNEZ LLORENTE, Félix: Colección de docu-
mentos medievales… (1200-1369)…op. cit., p. 46.
22. Ibidem, pp. 156-158, 188-190, 202-204.
23. DÍAZ DE DURANA, José Ramón: «Aproximación a las bases materiales del poder de los Parientes
Mayores guipuzcoanos en el mundo rural: hombres, seles, molinos y patronatos», DÍAZ DE DURANA,
José Ramón (Ed.): La lucha de bandos en el País Vasco: de los Parientes Mayores a la Hidalguía
Universal. Guipúzcoa, de los bandos a la Provincia (siglos XIV a XVI), Bilbao, pp. 258-259; LEMA
PUEYO, José Angel, FERNÁNDEZ DE LARREA, Jon Andoni, GARCÍA FERNÁNDEZ, Ernesto, MUNITA
LOINAZ, José Antonio, DÍAZ DE DURANA, José Ramón: Los señores de la guerra y de la tierra: nuevos
textos para el estudio de los Parientes Mayores guipuzcoanos (1265-1548), Donostia, 2000, pp. 53-54.
24. Para las otras dos consultar ARAGÓN RUANO, Álvaro: «La importancia de los montes comunales en el
desarrollo de la sociedad urbana vasca en el tránsito del medievo a la modernidad (siglos XV y XVI)»,
BRSBAP, LIX, 2003-1, pp. 76-81.
25. MARTÍNEZ DÍEZ, Gonzalo, MARTÍNEZ DÍEZ, Emiliano, MARTÍNEZ LLORENTE, Félix: Colección de
Documentos… (1200-1369)…op. cit., pp. 247-248.
26. GOGEASCOECHEA, Arantza: «Los montes proindivisos en Vizcaya», Lurralde, 22 (1999), pp. 299-322.
27. CRESPO RICO, Miguel Angel, CRUZ MUNDET, José Ramón: Colección documental del archivo municipal
de Rentaría, Tomo I, Donostia, 1991, pp. 93-100.
28. Archivo Municipal de Rentería (A.M.R.), B, 1, 2 / 7.
29. A.M.R., B, 1, 2 / 12.
30. Al respecto véase ARAGÓN RUANO, Álvaro: «La importancia de los montes comunales…op. cit., pp.
65-69.
31. MARTÍNEZ DÍEZ, Gonzalo, MARTÍNEZ DÍEZ, Emiliano, MARTÍNEZ LLORENTE, Félix: Colección de docu-
mentos medievales… (1200-1369)…op. cit., pp. 254-255.
32. Ibidem, pp. 256-257.
33. MARTÍNEZ DÍEZ, Gonzalo, MARTÍNEZ DÍEZ, Emiliano, MARTÍNEZ LLORENTE, Félix: Colección de docu-
mentos medievales… (1370-1397)…op. cit., pp. 233-234.
34. Ibidem, pp. 193-196, 234-236 y 309-310.
Las cuotas que se reparten suelen corresponder a la venta de madera, pero también
al arrendamiento de los derechos de pasturaje35.
El conflicto entre las aldeas y sus villas se prolongó más de tres siglos, por lo que
algunos límites, parzonerías, montes comunes y montes proindiviso no se acabaron de
establecer hasta los siglos XVII y XVIII. Es de gran interés el caso de Amasa que había
sido avecindada junto a Irura por Tolosa en 138536, manteniendo «…sus terminos, pas-
tos, aguas, e eruados e montes e seles e todas las otras sus heredades syn enbargo
e mala voz del dicho conçeio de Tolosa nin de su voz.». En 1435, a causa del pago
de repartimientos, las aldeas de Berástegui, Elduayen, Belaunza, Leaburu, Gaztelu,
Lizarza, Oreja, Amasa, Irura, Anoeta, Hernialde, Cizúrquil, Aduna y Alquiza se opu-
sieron a Tolosa, exigiendo la vuelta a su independencia jurisdiccional inicial. Ambas
partes llegaron a un acuerdo a través de una escritura de composiciones, por la que las
aldeas admitían su obligación de contribuir en los pechos establecidos por Tolosa, aun-
que éstos debían aprobarse con la presencia de los jurados de las vecindades.
Durante el siglo XVI las quejas de Amasa y otras aldeas de Tolosa continuaron.
En 1553 Amasa, Lizarza y otras aldeas se quejaron de que Tolosa les había hecho pagar
por segunda vez la foguera provincial. Ante la noticia de que, por las grandes necesida-
des del rey, éste había dado orden para que se pudiesen dividir las jurisdicciones de las
villas, es decir, que las aldeas se pudiesen convertir en villas con separación de término
y jurisdicción por una suma de dinero, las Juntas Generales de Ordicia de 1565 man-
daron dar capítulo de que en caso de que alguna aldea pidiese la exención se le negara
en nombre de la Provincia –en estos momentos Irún y Legazpia ya la demandaban–.
En 1575 Cizúrquil, Albistur, Berástegui, Andoain, Amasa y demás consortes fueron
agraviados por la Juntas, que dispusieron que los escribanos del número no hiciesen
escrituras ni autos judiciales fuera de Tolosa. En las Juntas Generales de Guetaria de
1598 se votó sobre si la Provincia debía acudir a los pleitos a favor de las villas y cos-
tearlos; venció la postura favorable a que la Provincia fuese parte, pero sin costear los
gastos. En 1600 se establecieron pleitos entre las villas y sus aldeas, por negarse éstas a
ir a las cabezas de jurisdicción a las honras reales, alzamiento de pendón y alardes; las
villas pidieron a la Provincia que siguiese estos pleitos en su favor.
35. GOGEASCOECHEA, Arantza: Op. cit., p. 312; LEMA PUEYO, José Angel, FERNÁNDEZ DE LARREA, Jon
Andoni, GARCÍA FERNÁNDEZ, Ernesto, MUNITA LOINAZ, José Antonio, DÍAZ DE DURANA, José Ramón:
Los señores de la guerra…op. cit., pp. 229-232: «…que por la pastura de las dichas yerbas e ganados
e montes d’esta carta en adelante para de cada anno de Sant Martin de nobienbre primero que viene
sieteçientos maravedis de moneda vieja castellana…que paguen por cada anno los dichos de Beraztegui
a los dichos d’Elduayen para cada anno dozientos e treinta e tres maravedis e terçia de la dicha mone-
da…Otrosi, lo que Dios no quiera, el dicho busto e acto de bacas se obiese a desfazer e derramar en
alguna manera…que los dichos de Beraztegui e Elduayen puedan arrendar e arrenden sus pastos, agoas
e bados a quien e quales quisieren e por preçio e quantia o quantias que se abenieren para los tienpos
que se abenieren e que el dicho (preçio) e contia sean las dos partes para los dichos de Beraztegui e la
terçera parte para los d’Elduayen.».
36. MARTÍNEZ DÍEZ, Gonzalo, MARTÍNEZ DÍEZ, Emiliano, MARTÍNEZ LLORENTE, Félix: Colección de
Documentos Medievales… (1370-1397)…op. cit., pp. 242-243.
En el trasfondo del enfrentamiento entre las villas y sus aldeas estaba la gran
desigualdad participativa en el poder, derivada del procedimiento de regulación de
votos de tipo fogueral. Durante todo el siglo XVI hubo repetidos intentos para cam-
biar el voto fogueral por el voto personal, y el sistema de tandas de la Audiencia del
Corregidor, aunque finalmente no se consiguió. Esta problemática se trasladó al siglo
XVII y se convirtió en un movimiento de exenciones, que comenzó al convertirse el
Valle de Legazpia en entidad privilegiada dotada de mero y mixto imperio y separarse
de la jurisdicción de Segura en 1609. Este acontecimiento sirvió de acicate a las aldeas
pertenecientes a las jurisdicciones de Tolosa, Segura, Ordicia y Vergara. Pero estos
cambios no se hubiesen producido de no contar con el apoyo del monarca, interesado
en llenar sus maltrechas arcas, y de la mayoría de la Provincia.
La pésima situación por la que atravesaba la Hacienda Real castellana, tras la
quiebra de 1607, favoreció la tramitación de las demandas de exención jurisdiccional
directamente a través del Consejo de Hacienda. El triunfo de las aspiraciones de las
aldeas de Tolosa, Segura y Ordicia se produjo así mismo por el apoyo de la mayoría de
las entidades que integraban la corporación provincial, encabezadas por San Sebastián,
Azpeitia y Azcoitia, quienes pretendían reorganizar en su favor la estructura y parti-
cipación en el gobierno provincial. Finalmente, a las Juntas Generales de Elgóibar,
celebradas en mayo de 1615, acudió Hernando Suárez, dando posesión de jurisdicción
a las aldeas: Cegama, Berástegui, Andoain, Ataun, Idiazábal, Amézqueta, Albistur,
Abalcisqueta, Amasa, Beasain, Orendain, Zaldivia, Ormaíztegui, Cizúrquil, Astigarreta,
Mutiloa, Cerain, Icazteguieta, Ichasondo, Alcega, Alzo, Elduayen, Legorreta y Gainza.
A cambio de la exención, cada nueva villa debía pagar 25 ducados por cada vecino. Los
representantes de las nuevas villas debían visitar sus términos y amojonarlos con vara
de justicia, y luego elegir alcalde ordinario, teniente y demás oficios, así mismo debían
recibir de las villas a las que habían pertenecido todos los pleitos, papeles y padrones
referentes a sus lugares, pudiendo ejercer justicia.
La Provincia de Guipúzcoa, a través de un memorial, justificó las exenciones:
1. En esos lugares estaban los solares y casas de los hidalgos primeros pobladores de
la provincia, que poblaron las villas.
2. Los lugares se sometieron por su voluntad a las villas, desde hace 300 años, por
defenderse de los bandos de los Parientes Mayores. En dicha sumisión hicieron
capitulaciones y condiciones, reservando para sí sus parroquias, términos, propios,
regidores, fieles y síndicos.
3. Con el paso del tiempo, las tres villas comenzaron a vejarles y molestarles tra-
tándoles con desigualdad, sin guardar las condiciones con las que se sometieron,
surgiendo un perpetuo litigio.
4. Aunque en muchas ocasiones intentaron eximirse no lo consiguieron. Lo consi-
guieron finalmente por Cédula Real, para mayor paz y quietud.
7. A las nuevas villas se les dio posesión de jurisdicción ordinaria.
11. En las Juntas de Deva de diciembre de 1615 se admitieron finalmente las exencio-
nes.
Amasa pagó 1.331.250 maravedís para obtener la exención, cifra que costearon
sus 132 vecinos tomando el dinero a censo. Muchas de las nuevas aldeas procedieron a
la venta de terrenos concejiles baldíos a particulares, a fin de costear los gastos genera-
dos por el pago de la exención. Andoain procedió a censar sus bienes propios y rentas,
a imponer sisa sobre los mantenimientos y a vender 33.511 pies de manzanos de monte
concejil, y en Cizúrquil se impusieron varios censos a sus 40 caserías y se vendieron
42 porciones de monte compradas por 33 personas37.
37. ARAGÓN RUANO, Álvaro: «Amasa-Villabona en la Edad Moderna», Historia de Amasa-Villabona, 2003,
pp. 175-214; TRUCHUELO, Susana: La representación de las corporaciones locales guipuzcoanas en el
entramado político provincial (siglos XVI-XVII), Donostia, 1997, pp. 183-232; AYERBE IRIBAR, María
Rosa: «Andoain, de tierra a villazgo (1379-1615). Un caso modélico de preautonomía municipal en
Gipuzkoa», Leyçaur, nº 0 (1996); Archivo Municipal de Fuenterrabía (A.M.F.), E, 2, I, 10; Archivo
General de Guipúzcoa (A.G.G.-G.A.O.), JD IM 1/12/18; A.G.G.-G.A.O., JD IM 1/18/14 y 16.
38. Véase ARAGÓN RUANO, Álvaro: La casa «Torrea» de Iturriotz. Historia y Patrimonio cultural, Oiartzun,
2003, pp. 169-170.
zonas más llanas y cercanas al rio Urola, como demuestra el caso de la venta de una tie-
rra castañal, robledal y heredad a Juan de Echeuerria, el de Liçeraçu, junto a su heredad
y al «…rio publico e real que desciende del Valle de Legazpia para Azcoitia a teniente
a la presa de nuestros molinos (concejiles) e de Juan de Sasieta e por partes de arriba
a por limites el camino publico e real que ba e pasa por la otra ladera a nuestro egido
conçegill…», lo cual es lógico si tenemos en cuenta que ya para entonces se había pro-
ducido la bajada de la población desde el entorno de la iglesia de la Antigua a la llanura
del Urola y la ocupación de las riberas y tierras de Eizaga, donde se ubica actualmente
el núcleo urbano39. Como en el caso de Oyarzun, parece que aquí también la expansión
se fue realizando en anillos concéntricos, en un movimiento centrífugo, desde el núcleo
urbano hacia los límites con otras localidades.
Este mismo fenómeno expansivo, obligó a los concejos de las respectivas demar-
caciones municipales, por un lado, a delimitar sus propios territorios, y, por otro, a bus-
car acuerdos con las poblaciones circunvecinas para poder disfrutar de sus territorios
más inaccesibles y no verse lesionados por las usurpaciones de otros, pero al mismo
tiempo para tener derechos de uso y aprovechamiento que, en principio, no les corres-
pondían y pertenecían a sus vecinos, con lo que pudieron dar cabida a un número cada
vez mayor de vecinos y moradores; fórmula sin la cual, no lo hubiesen podido llevar
a efecto, ante la exigüidad de montes concejiles con los que contaban algunos lugares.
Por supuesto, el concepto de exigüidad o cortedad de medios es relativo y proporcional
al potencial demográfico e industrial de cada una de las villas y lugares guipuzcoanos;
potencial que también puede tener variaciones cronológicas, no sólo geográficas.
39. Archivo Histórico de Protocolos de Gipuzkoa (A.H.P.G.), 1 / 3949, fols. 1 rº-39 vº.
40. Ibidem, p. 51.
41. MARTÍNEZ DÍEZ, Gonzalo, MARTÍNEZ DÍEZ, Emiliano, MARTÍNEZ LLORENTE, Félix: Colección de
Documentos Medievales… (1200-1369)…op. cit., pp. 142-144. Conviene recordar las palabras de José
Antonio Munita Loinaz: «En lo referente a los límites territoriales originalmente otorgados al concejo
de Oyarzun, la problemática se oscurece aún más a falta de testimonios paralelos y sólo podemos man-
tener como razonable hipótesis que se tratara de la cuenca natural formada por el río Oyarzun, desde su
nacimiento en la frontera navarra hasta la desembocadura del mismo curso fluvial, lo que en 1328, fun-
dada ya «Villanueva de Oiarzo», todavía se conocía como el «puerto de Oyarçun» distinguiéndolo del
«Pasaje»…si identificamos «Belfa» con el castillo de Beloaga, hipótesis verosimil aunque no definitiva,
estaríamos haciendo pasar el límite meridional de Fuenterrabía por la divisoria natural de aguas entre
el Bidasoa y el río Oyarzun, lo que significa a su vez que en 1203 Alfonso VIII respetó la demarcación
del dicho valle, no adjudicándolo a Fuenterrabía.» (MUNITA LOINAZ, José Antonio: «El original más
antiguo del Archivo Municipal de Rentaría: el privilegio rodado de Fernando III al concejo de Oyarzun
(20.marzo.1237)», Bilduma, 2 (1998), pp. 94 y 98).
42. TENA GARCÍA, María Soledad: La sociedad urbana en la Guipúzcoa costera medieval: San Sebastián,
Rentería y Fuenterrabía (1200-1500), Donostia, 1997, p. 269.
43. ARENZANA, Txema: «Errenteria a través de sus mugas», Bilduma, 15 (2001), pp. 14 y 118.
leña, por los seles y heredades particulares que había en medio. En sentencia de revis-
ta y en Real Ejecutoria del 7 de agosto de 1508 se añade a la primera sentencia que
puedan transportar leña a cuestas o en acémilas en la cantidad requerida, a condición
de que no hagan carbón ni corten ni saquen más de lo que necesiten44. Los conflictos
entre Oyarzun y Rentería, en torno al derecho de suegurra continuarán durante todo el
siglo XVI –e incluso se volverán a reproducir durante el siglo XVIII–. En 1574 y 1591,
reunidas ambas partes en el habitual punto del caserío Arizmendi, ante la indefinición
de los límites –debido a que los mojones se movían de lugar–, y los problemas que de
ello se derivaban, se estableció una concordia de pastos y se llevó a cabo un rol de las
70 casas que debían y podían disfrutar de la leña para uso doméstico, respectivamen-
te45.
Los montes francos del Urumea también eran montes comunes y disfrutados
proindiviso. Como su propio nombre indica hubo un tiempo en que era francos, esto
es, el disfrute de sus recursos era franco, libre, gratuito y prácticamente ilimitado; pero
esto acabó cambiando. Su constitución data del 2 de agosto de 1379, cuando Hernani y
San Sebastián, de común acuerdo establecen que «abemos fecho e facemos vezindad e
vnidad en vno…». Por dicho convenio se regula que cada una de las partes conserve y
«…finquen en salbo todos los terminos, montes e heredat segund los han e tienen mojo-
nados…», se establece la comunidad de pastos, siendo el pasto libre de día y de noche,
así mismo se permite el libre corte de madera, pero bajo la condición de que se aprove-
che en San Sebastián y Hernani, se protegen los árboles llamados cruzados, adecuados
para la construcción naval, y se prohibe su corte para la fabricación de carbón46.
En 1411 la Catedral de Pamplona firmó una concordia con San Sebastián y
Hernani sobre la propiedad de los 22 seles que tenía en dichos montes, concediendo
el usufructo de los mismos a las mencionadas villas. Coincidiendo con el proceso de
expansión demográfica del siglo XV y, con él, el de la industria siderúrgica, la explo-
tación y la disputa en torno a los recursos forestales irán en aumento. Ello produjo el
enfrentamiento entre los intereses de los mencionados concejos y los dueños de ferre-
rías del Urumea. Para acabar con las diferencias suscitadas, el 8 de mayo de 1461 se
reunieron representantes de las villas, las cofradías de mareantes de Santa Catalina y
la de San Nicolás, y los dueños de ferrerías que, entre otras cosas, fijaron la correspon-
dencia entre las villas, a razón de 6 para San Sebastián y 4 para Hernani. En 1516 los
22 seles de la Catedral de Pamplona fueron cedidos, en régimen de censo enfiteútico,
a cambio de un canon anual, quedando la jurisdicción y propiedad de los seles proindi-
viso y sus productos repartidos en la mencionada proporción de 6 y 4. En 1534 Urnieta
comienza a reclamar su participación en los aprovechamientos del Urumea, y tras una
serie de inestables acuerdos con Hernani y San Sebastián, finalmente en 1671 se llega
a la definitiva división de los Montes Francos del Urumea, quedando divididos los
montes en 9 partes, 4 para San Sebastián, 3 para Hernani y 2 para Urnieta47. Las partes
se reunían anualmente en el paraje de Oriamendi (más tarde escenario de la famosa
batalla, durante la Primera Guerra Carlista), para ocuparse de la gestión conjunta de los
montes, llevar la contabilidad, dar licencias de corte y repartir el producto de montes en
la ya mencionada proporción, ya en 1683 y 169548.
Existen además una serie de ejemplos especiales en los cuales los miembros de
las parzonerías o comunidades no son entidades municipales, sino particulares o enti-
dades más pequeñas, caso de la Comunidad de los montes «learberros», en Sorabilla,
los montes de las anteiglesias de Udala y Garagarza, y los «montes de hidalgos», dis-
frutados por hacendados y, posteriormente, por no hacendados, en Mondragón. En
casos excepcionales, los concejos podían firmar convenios con algunos particulares de
otras jurisdicciones vecinas, que tenían sus viviendas y bienes cercanos a sus montes,
para que tuviesen los mismos derechos de pasto y aprovechamiento que el resto de
habitantes de la villa. Así ocurría en los montes de Otabarza en Zumaya, donde tras la
concordia firmada el 16 de septiembre de 1427, se reconocía a ciertos moradores de
Sayaz los mismos derechos que a los vecinos de Zumaya, en el pasto del ganado, apro-
vechamiento de bellota y madera49. En cuanto a las Comunidades de vecinos, caso de
la de Zubieta, los montes comunales eran tratados como montes de la jurisdicción de
la Comunidad, mientras que las heredades de una casa, parcelas agrícolas, castañales o
manzanales, se consideraban jurisdicción de la misma50.
47. BANUS Y AGUIRRE, José Luis: «El límite meridional de San Sebastián. La villa de Hernani y los montes
francos de la Urumea», BRSBAP, 1971, pp. 50-58.
48. Archivo Municipal de Hernani, C, 5, II, 2.
49. ARAGÓN RUANO, Álvaro: El bosque guipuzcoano…op. cit., pp. 50-52.
50. GONZÁLEZ DIOS, Estíbaliz: «Las «comunidades de vecinos» de la jurisdicción de San Sebastián, de su
organización en la época moderna a su persistencia en la contemporánea. El caso de la comunidad de
Zubieta», Boletín de Estudios Históricos de San Sebastián, 38 (2004), p. 680.
51. Archivo Municipal de Villafranca de Ordicia (A.M.Or.), Unión de Aralar y Enirio, Lib. 1, exp. 1.
58. URZAINQUI, Asunción: La comunidades…op. cit., pp. 38-39; Idem: «Los montes públicos guipuzcoa-
nos», Lurralde, 10 (1987), pp. 175-184.
59. UGARTE, Félix María: «Los seles en el Valle de Oñate», BRSBAP, XXXII, 3-4 (1976), pp. 447-510.
de realengo, lo que equivale a decir, que son tierras de nadie y de todos. De hecho, los
vecinos de Oñate acostumbraron hasta finales del siglo XV a pastar con su ganado en
estos montes, a tener sus chabolas y albergaderos y a extraer leña y madera «…para
los torneros, asteros y otros oficiales, para hacer taradores, escudillas, é astas é otras
cosas…». Para acabar con los conflictos entre la Parzonería y el Condado de Oñati, una
serie de jueces árbitros elegidos por las tres partes (Salvatierra, Segura y Oñati) esta-
blecieron una sentencia arbitraria el 16 de noviembre de 1479, por la que se permitía
a los vecinos de Oñati disfrutar de las hierbas, pasto y aguas, pero de «sol a sol», sin
poder hacer cabañas o albergaderos, y cortar leña y madera para abastecer a sus oficios,
pero sin reciprocidad por parte del Condado; es decir, no se contemplan los mismos
derechos de los vecinos de la Parzonería en los montes de Oñati60.
Las relaciones entre la Parzonería de Álava y Guipúzcoa y el valle de la Burunda
en torno a los montes mencionados serán muy conflictivas, a causa de la indefinición
de las fronteras, y traducidas en robos de ganado y actos de bandolerismo. El acuerdo
definitivo se produjo en 1516, posiblemente por el buen clima reinante entre ambas
partes desde la conquista por parte de Castilla del reino de Navarra en 1512. Burunda
y la Parzonería (la comunidad alavesa y guipuzcoana acuden cada una de forma indi-
vidual) aceptan someterse al arbitrio de varios jueces. La sentencia dada por dichos
jueces árbitros el 23 de junio, creaba la Parzonería de la Concordia, fijando de forma
definitiva los límites y el aprovechamiento de dichos montes. Únicamente serán comu-
nes el aprovechamiento de hierbas, pasto y aguas, para todo tipo de ganado, excepto
para el porcino, mientras que en el resto el aprovechamiento corresponderá a cada parte
de forma individual. En el caso de las hierbas y aguas, el aprovechamiento será de «sol
a sol», es decir, los ganados deberán volver a sus propios términos al anochecer61.
No obstante, será a partir del siglo XVI cuando se vaya conformando la Comunidad
de montes, esto es, una entidad con sus estructuras, lugar de reunión y su personal
de vigilancia. Serán Segura y Salvatierra las que ostenten la jurisdicción sobre esos
montes durante el siglo XVI. Desde 1616, también Cegama, Cerain e Idiazábal –cuan-
do consigan desgajarse de Segura y obtener su propio villazgo–, compartirán dicha
jurisdicción con las dos grandes villas. Ello será posible tras superar la conflictividad
con las comunidades vecinas y tras definir claramente el territorio que pertenece a la
Parzonería. Las villas se reunían para gestionar los montes, como copropietarios de
los mismos. El producto de montes se dividía, correspondiendo la mitad del valor a
la Parzonería de Álava (la mitad para Salvatierra y la otra mitad entre San Millán y
Asparrena) y la otra mitad a la de Guipúzcoa (la mitad para Segura y la otra mitad entre
Cegama, Cerain e Idiazábal)62.
60. ARAGÓN RUANO, Álvaro: «Gestión, uso y aprovechamiento…op. cit., pp. 86 y A. Parz., A, 5, 1, 2.
61. Ibidem, pp. 85-86.
62. ARAGÓN RUANO, Álvaro: El bosque guipuzcoano…op. cit., pp. 51.
CONCLUSIONES
La formación de comunidades de montes se produjo en un momento y circuns-
tancias concretas. La mayor parte de las comunidades iniciaron su andadura en el siglo
XV, momento de clara expansión demográfica y productiva, que coincidió con la nece-
sidad por parte de las entidades municipales de consolidar y definir su territorio, en un
intento por blindar sus recursos naturales frente a la rapacidad, usurpación y ansias de
entidades circunvecinas y particulares, y como consecuencia de su propio crecimiento
administrativo y burocrático. Los mencionados procesos provocaron asimismo cam-
bios en el modelo de hábitat y de ocupación del territorio, cuya expansión venía –y
seguirá desarrollándose de igual modo en los siglos posteriores63, lo cual provocará
la formación de nuevas comunidades y el amojonamiento de los límites, como les
sucedió a Fuenterrabía y Oyarzun en 1750 o a Oñate, Escoriaza y Arechavaleta en
175964– aplicándose sobre el terreno siguiendo un esquema centrífugo, ganando pau-
latinamente altura.
En este sentido, creemos poder aseverar que la formación de comunidades y la
consecuente delimitación de los límites juridiccionales suponen el punto final de un
proceso de consolidación y definición de una serie colectividades de hábitat, territoria-
les, jurisdiccionales y políticas –aunque en algunos casos se prolongará en el tiempo
hasta el siglo XVII y XVIII– que comenzaron su andadura, al menos documental, en
los valles del siglo XI, y que dieron lugar al conjunto de lugares y repúblicas, ciudades,
villas, alcaldías mayores, universidades y aldeas que conformaron durante la Edad
Moderna la Provincia de Guipúzcoa.
La formación de comunidades de montes es una consecuencia de ese proceso,
derivada de las necesidades cada más amplias de unas instituciones como las munici-
pales que, al calor del amparo regio, se fueron consolidando y fortaleciendo desde el
siglo XII. Por supuesto, no fue ni mucho menos el último episodio de un fenómeno que
aún en la actualidad se sigue produciendo, con episodios como el de la Población de
Igueldo, antigua universidad, adscrita a San Sebastián.
Con todo, la formalización de convenios y concordias, que dieron lugar a la for-
mación de comunidades de montes, sirvieron desde el momento de su firma como
punto de referencia y marco legal de convivencia para los vecinos y moradores de los
territorios que compartían frontera. La existencia de un marco legal, sin embargo, no
significa que su articulado se respetase y cumpliese al pie de la letra. En realidad, la
63. En el caso concreto de Irún, si hasta 1766 la mayor parte de los caseríos se situaban en llano y vega, a
partir de la misma fecha cada vez son más numerosos los caseríos de nueva edificación en ladera, colina
o monte, sobre todo en el período entre 1791 y 1845. De hecho, de los 207 caseríos mencionados para
1766 sólo 2 superan los 200 metros de altura, mientras que de los 109 de nueva fabricación entre 1791
y 1845 ya son 12 los que superan los mencionados 200 metros de altura, y muchos de ellos se sitúan
ahora en el barrio de Bidasoa, geográficamente más alejado del núcleo de población (URRUTIKOETXEA
LIZARRAGA, José: «En una mesa y compañía». Caserío y familia campesina en la crisis de la «sociedad
tradicional». Irún, 1766-1845, San Sebastián, 1992, pp. 291-298).
64. ARAGÓN RUANO, Álvaro: El bosque guipuzcoano…op. cit., p. 51.
1. SALVADOR ESTEBAN, E., «El tráfico marítimo Barcelona-Valencia durante los siglos XVI y XVII. Su
significado en el conjunto del comercio importador valenciano» Pedralbes, Revista d’Història Moderna,
nº 10, Barcelona, 1990, p. 19.
manifiesto por medio de cuatro tesis doctorales publicadas3, un amplio número de tesis
de licenciatura inéditas y diversos artículos y comunicaciones a congresos certifican
su trascendencia.
La primera parte de este sencillo inventario nos proporciona asuntos de sumo
interés relacionados con la cantidad total de embarcaciones, sus fluctuaciones anuales,
su género, así como los patrones que los comandaban y los puertos que visitaron, en su
trayectoria, antes de llegar al nuestro.
En cuanto al número de embarcaciones de procedencia alicantina que fondearon a
la playa del Grao de Valencia en el espacio temporal que estamos analizando, podemos
señalar que alcanza la suma total de 415 buques, lo que supone un promedio anual que
supera los 31 unidades (exactamente 31,9), con oscilaciones que van desde aquellos
años en que se asientan 11 y 13 recepciones4, hasta los 47 del año 1650.
Ahora bien, para comprender la verdadera magnitud del tráfico portuario de
Alicante hacia Valencia, conviene establecer la relación entre este comercio particular
con el general que afecta al Grao de Valencia en el mismo período. A lo largo de nuestra
investigación se contabilizó un total de 6493 embarcaciones, con una media que no
supera las 500 anuales.
Así pues, la primera comparación se establece entre las 415 naves llegadas desde
Alicante en este período con el mencionado total de 6493 barcos, lo que supone un 6,4
por 100 del total. Si se opta por el montante anual, el porcentaje es similar, ya que de
Alicante llegó un promedio anual de 31 naves y, en general, llegaron unas 500 embar-
caciones cada año al puerto de Valencia.
Estos resultados varían sensiblemente si la comparación la realizamos exclusiva-
mente en el ámbito del litoral meridional del Reino de Valencia, un área sembrada de
puertos, cuya actividad comercial jugó un papel destacado en el abastecimiento de la
ciudad del Turia; así lo atestiguan las 2076 naves oriundas de esta zona (representando
el 31,9% del computo total) procedentes de 24 puertos; Alicante ocupa el segundo lugar
por detrás de Denia con 436 y un 21% del total de unidades procedentes de esta super-
ficie; seguido de lejos por Jávea con 267 (12,8%), Calpe con 259 (12,5%), Villajoyosa
con 165 (7,9%), Altea con 115 (5,5%) y la Mata con 101 (4,8%); el resto de dársenas
no supera en ningún momento el centenar. El fondeadero de Alicante junto con la
nómina de puertos mencionados anteriormente, tienen un comportamiento expedidor
diferente al del resto de muelles situados entre Valencia y la punta de la Torre de la
Horadada. A mayor abundamiento, Alicante mantiene mayor similitud exportadora con
Denia, Jávea y Calpe, ya que estas villas quedaron excluidas del paréntesis comercial
que sufrió el resto de puertos de aquella zona, en los años 1634, 1635 y 1641, donde la
3. Las citaremos por orden cronológico: CASTILLO PINTADO, A., Tráfico marítimo de importación en Valencia
a comienzos del siglo XVII, Madrid, 1967; SALVADOR ESTEBAN, E., La economía valenciana en el siglo
XVI (Comercio de importación), Valencia, 1973; GUIRAL-HADZIIOSSIF, J., Valencia puerto mediterráneo
de importación (1410-1525), Valencia, 1989 y BLANES ANDRÉS, R., El puerto de Valencia: encrucijada
de rutas, productos y mercaderes, Biblioteca Valenciana, Valencia, 2003.
4. Años 1642 y 1638 respectivamente.
tónica general fue la ausencia, en la playa del Grao, de buques oriundos de esta área.
Dentro del grupo de los cuatro puertos mencionados, Alicante es el único que no sufre
la crisis tan aguda que afligió al resto de dársenas, experimentando un comportamiento
diferente al aumentar, en los años críticos, el número de embarcaciones. Afirmación
que podemos observar en el cuadro realizado a tal efecto.
1626 1627 1629 1634 1635 1636 1637 1638 1641 1642 1645 1649 1650 TOTAL
Denia 35 45 40 16 7 48 49 26 13 41 42 46 28 436
Jávea 21 21 19 3 1 43 36 20 3 16 18 51 15 267
Calpe 10 33 15 1 28 19 36 3 38 19 27 29 259
Altea 7 7 19 15 7 2 8 12 19 19 115
Villajoyosa 12 11 30 8 14 3 1 13 27 24 22 165
Alicante 39 26 29 38 41 36 31 13 21 11 46 37 47 415
La Mata 1 4 3 4 7 13 6 20 16 27 101
5. Recordemos que el 7 de mayo de 1642, […], el marqués de Leganés recibe en Valencia las primeras noticias
de la existencia de una poderosa armada francesa de aproximadamente 25 navíos (dirigida por el arzobispo
de Burdeos) que se encuentra en algún punto de las costas catalanas. […] Escuadra que se enfrento en 14
de mayo de 1642 en aguas de Peñíscola a la armada española de Dunquerque, comandada por los almirantes
Joos Petersen y Salvador Rodríguez, semanas más tarde bombardeará Vinaroz; el 9 de junio de 1945 quemará
varias embarcaciones, cargados de grano, en la playa del Grao de Valencia, cañoneando el baluarte situado en
dicho punto. Antes que se produzca el enfrentamiento naval en la costa de Peñíscola otra flota francesa de
36 navíos se encuentra en las inmediaciones de Alicante, creando más zozobra entre los estrategas espa-
ñoles. Sin duda la presencia de las flotas francesas en la costa valenciana redujo considerablemente las
exportaciones alicantinas hacia Valencia. HERNÁNDEZ RUANO, J., «David contra Goliat: La batalla naval
de Peñíscola en formación de Hilera de frente (14 de mayo de 1642)», IX Jornades d’Estudi del Maestrat,
Peñíscola,octubre 2004, Boletín nº 72, Julio-Diciembre de 2004, pp. 45-54.
Años 1626 1627 1629 1634 1635 1636 1637 1638 1641 1642 1645 1649 1650 Total
Embarcaciones 39 26 29 38 43 36 31 13 21 11 45 37 47 415
Porcentajes 9,3 6,2 7 9,1 10,3 8,7 7,5 3,2 5 2,7 10,8 8,9 11,3
50 45
47
45 43
39 38
40 36 37
35 31
30 28
26
25 21
20
15 13
11
10
5
0
26
27
29
34
35
36
37
38
41
42
45
49
50
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o-
o-
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Añ
Añ
Aunque el perfil detallado, es lo suficiente explícito, no podemos sustraernos a
realizar algún comentario; al examinarlo detenidamente la primera información que se
nos facilita es la existencia de cinco fases diferenciadas; así tres de ellas superan con
claridad la media anual, si bien mantiene sus propias peculiaridades; las dos restantes
marcan el periodo más bajo, dibujando dos cubetas distintas entre si. El inicio de este
periodo arranca con una etapa alcista (1626) donde se supera con creces la media anual
(+ 8), logrando las 39 unidades (con el 9,3% del total). Por el contrario los años 1627
y 1629 se caracterizarán por un descenso suave (5 y 3 puntos por debajo del índice
regulador); dando paso a una nuevo espacio temporal comprendido entre 1634 y 1637,
que se significará por un segundo ascenso en el número de embarcaciones, destacando
1635 por ser el año donde se alcanza la máxima presencia de naves alicantinas (43
unidades) en el puerto playa de Valencia. Ciclo al que le seguirá la etapa más modesta
en las exportaciones en términos globales, 1638-1642, destacando el último año de
esta fase por alcanzarse el extremo más pobre de todo el lapso temporal que estamos
abordando, con 11 buques y un porcentaje que no logra el 3% del total. Cerraremos
este análisis con los efectos obtenidos en los años 1645, 1649 y 1650, donde se obtie-
nen los resultados más espectaculares, al superar al resto de períodos (exceptuando el
año 1649) con los exponentes más elevados, al conseguirse 45 y 47 unidades en los
extremos temporales de esta etapa y sobrepasando la media anual en 14 y 16 navíos
respectivamente, lo que porcentualmente se traduce en un 11 y un 11,3% del resultado
global.
Hasta aquí hemos trabajado exclusivamente con un valor tan arriesgado como
el número de embarcaciones. Ahora bien, este antecedente conseguirá su auténtica
dimensión cuando hayamos sondeado el cargamento que cada unidad descargó en la
playa valenciana. Pero en tanto no poseamos dicha información, un sucinto acerca-
miento a la temática que estamos abordando nos la puede facilitar las características
de los cargueros.
Por lo que concierne al prototipo de buques, nueve son las variantes registradas
como se puede observar en el cuadro que adjuntamos.
Naturaleza de las embarcaciones
Años
Instrumento Tipo Total %
1626
1627
1629
1634
1635
1636
1637
1638
1641
1642
1645
1649
1650
Propulsión*
Saetia 1 2 1 1 1 6 1,5
Naves
97,6 %
Jabeque 2 1 3 0,7
Cuadrada- 2,4 %
Galeón 1 1 0,2
Mixta
Total 39 26 28 38 43 36 31 13 21 11 45 37 47 415
% 9,3 6,2 7 9,1 10,3 8,7 7,5 3,2 5 2,7 10,8 8,9 11,3
* La división tipología de las embarcaciones está basada en la clasificación adoptada a principios del siglo
XVII por el italiano Pantero Pantera (capitán de las galeras pontificias). La base diferenciadora se establece
a partir de los diferentes métodos de propulsión utilizados en los buques. De acuerda con ella se pueden
distinguir tres grupos: el primero, de velas triangulares o latinas; el segundo, utiliza el remo fundamen-
talmente, y, la vela, triangular como subsidiaria de este y el tercero está formado por aquellas naves que
emplean la vela cuadrada y triangular al mismo tiempo.
6. Gracias a la minuciosidad de los escribanos que fiscalizaron los productos desembarcados en la playa-
puerto del Grao, podemos diferenciar los productos procedentes de Alicante, de los artículos transportados
desde el puerto de partida o de los adquiridos en la travesía.
7. Del listado de puertos que hemos arrancado de las fuentes, nos ha sido imposible identificar el lugar exacto
de los siguientes: Artimu, Sarra y Famelo o Samelo.
continuación es Hamburgo (de donde zarparon dos naves). Del archipiélago británico
llegaron 27 buques, de los cuales 4 proceden de Plymonth, el único puerto que se
puntualiza; del resto solo se anota que proceden de Inglaterra o Irlanda. El recorrido
establecido nos llevará hasta las costas lusitanas, de donde hemos podido rescatar las
dársenas de Faro (con 8 unidades), Lagos (con 6), Lisboa (con 4), y Setúbal (con 1).
Cerrando este periplo los puertos de la Castilla Atlántica: Cádiz (4 navíos), Sevilla (2)
y el Puerto de Santa María y Conil con una. Por último tenemos que destacar las 7
embarcaciones transoceánicas oriundas de Terranova.
El Mediterráneo occidental acogerá el resto de puertos de donde partieron navíos
que realizaron alguna visita al puerto alicantino antes de llegar a Valencia; destacando,
de entre todos, las dársenas situadas en la Castilla Mediterránea: Cartagena, Motril,
Málaga, Almería, las islas Chafarinas y Mazarrón. El norte de África estará represen-
tado por 13 embarcaciones procedentes de Orán y Tetuán. La península italiana apor-
tará 4 embarcaciones (2 de Liorna y una de Nápoles y Barletta respectivamente). Del
área franco-catalana-rosellonesa hemos rescatado 3 barcas (naturales de Saint-Malo,
Barcelona y Tarragona). Terminaremos este capítulo con 12 unidades procedentes de
La Mata (11) y Denia (1).
En cuanto a los patrones que dirigían estas embarcaciones, algunas conclusiones
podemos extraer de la documentación consultada; al ocasionarse diversas repeticiones
de nombres a título individual. De entre todos los nombres exhumados destacaremos
a Jaume García quien, a bordo de su barca, fondeó en el Grao de Valencia en cua-
renta y seis ocasiones durante el periodo que estamos abordando, efectuando en el
90% la ruta directa Alicante-Valencia; por lo que respecta a los artículos transportados,
estos fueron de diferente naturaleza: pescado, cereales, sal, frutos secos, minerales y
pequeñas cantidades de papel. En segundo lugar podemos destacar, a Francés García,
posible familiar del anterior por la coincidencia en el apellido (aunque somos cons-
cientes de que el patronímico García se repite con frecuencia, en los expedientes de la
época), también podemos encontrar coincidencias en los artículos que trasladan, donde
se mantienen las semejanzas; otro dato que les une es la tipología de la embarcación
que utilizan, la barca, y por la periodicidad de sus viajes (aunque en el caso de Francés
García se reduzca a la mitad). Otros potenciales parientes que ejercieron de patrones
junto a los anteriores fueron Feliciano, Joseph y Pere Juan.
La saga de los García deja paso a los Font (Antoni, Francés y Maciá) que a bordo
de sus naves transportarán importantes cantidades de pescado y cereal. También pode-
mos rescatar aquellos personajes como Francés Barceló, Antoni Bernat, Antoni Blasco,
Juan Jordá, Francés Parecha o Antoni Oliver, quienes guiaron sus respectivas naves en
diferentes ocasiones hasta la dársena valenciana, donde desembarcaron desde géneros
de primera necesidad (pescado y cereales) a materias primas (para la elaboración de
telas), minerales (acero, plomo o hierro) y productos manufacturados (libros, espejos,
papel o muebles). Junto a los patrones listados podemos destacar a Agustí Ventura,
Grau Benrich, Jaume y Francés Catarla, Esteve Morillo o Batiste Paya que en cua-
tro u ocho ocasiones, individualmente, transportaron géneros en sus diversas fases de
transformación. Esta nómina se podría completar con decenas de marinos diferentes
que llegan hasta la ciudad del Turia al timón de sus respectivos buques. La carencia
de argumentos secundarios en torno a estos personajes, nos imposibilita conocer su
origen, información que nos ayudaría a relacionarlos, indagando los posibles lazos de
parentesco que les unía o la simple casualidad de sus apellidos. Pero lo que sí podemos
analizar a través de los libros del Peatge de Mar, es que la gestión de estos individuos
no se restringía a dirigir su buque hasta su destino, sino que armonizaban este cometido
con una intervención directa en la propia actividad mercantil, como se desprende de la
presencia de numerosas partidas de mercaderías de su propiedad8.
Los productos exportados desde el puerto alicantino son de índole muy diversa,
por lo que su estudio requiere de grupos homogéneos. Así, dentro de la multiplicidad
de mercancías (superan el centenar de artículos diferentes) desembarcadas en la playa
valenciana, subrayaremos en primer lugar los productos alimenticios de procedencia
vegetal y animal. Los frutos secos (almendras y castañas peladas y con corteza, pasas,
dátiles, avellanas y nueces) que llegan al Grao en cantidades destacadas; géneros bas-
tante habituales en el conjunto de los buques provenientes de la costa meridional del
Reino. En proporciones menores y según la estación, encontramos: higos, dátiles (en
algunas partidas se detalla que proceden de Berbería) y prunas (en ocasiones se espe-
cifica que son para escaldar, posiblemente para confitura). Las leguminosas también
forman parte de los cargazones por medio de remesas de algarrobas (durante el periodo
temporal que estamos abordando se exportaron 2.502 @), garbanzos y, como anécdota,
cabe reseñar la llegada de pequeñas cantidades de altramuces.
Los cereales, tan importantes en las importaciones valencianas, tienen una presen-
cia destacada en las exportaciones alicantinas, fundamentalmente el trigo y la cebada,
los verdaderos protagonistas de entre las gramíneas panificables; el resto sólo tiene una
presencia testimonial (avena, mijo, alpiste o panizo). Ahora bien, por la importancia
que adquiere el trigo en la economía municipal de la ciudad de Valencia9, que desvía
importantes partidas de dinero para asegurarse el suministro anual de grano; adquirien-
do y almacenando las necesidades estimadas según la población del momento10, y por
la dependencia, casi obsesiva, del abastecimiento marino11 para satisfacer de pan las
mesas de los valencianos y, asimismo, debido a otros factores marcados por la carestía
cerealícola secular valenciana, conviene profundizar en el desarrollo comercial de esta
mercancía. Al analizar globalmente los resultados obtenidos en la documentación del
Peatge de Mar para las importaciones de trigo entre 1626-1650, encumbran la zona sur
del Reino hasta el cuarto lugar de los mercados suministradores12 de trigo con 38.792
cahíces (el 10,9% del total)13 con destino a la ciudad del Turia. De los puertos situados
en el espacio comprendido entre Valencia y Pilar de la Horadada el mayor exportador
de grano fue Alicante con un total de 15.212 cahíces lo que supone el 39,2% del total;
seguido de lejos por Denia y Villajoyosa con 4.872 (12,5%) y 4.391 (11,3%) cahíces
respectivamente.
Sin duda el puerto alicantino acapara más de una cuarta parte de todo el trigo
embarcado en los puertos del litoral acotado, pero veamos qué fluctuaciones expende-
doras se originaron en las remesas enviadas desde Alicante; balance anual que hemos
representado en el siguiente cuadro:
10000 9626
8000
Cahíces
6000
4000
2559
2000 862
177 656
275 218 108 380
0 351
Año Año Año Año Año Año Año Año Año Año Año Año Año
1626 1627 1629 1634 1635 1636 1637 1638 1641 1642 1645 1649 1650
Los datos del gráfico nos permiten observar que, durante los años 1626, 1627 y
1629, los envíos alicantinos de grano hacia Valencia no sufrieron variaciones signi-
ficativas al contabilizarse, para cada año señalado, las cantidades de 177, 275 y 218
cahíces respectivamente, volumen suministrador que se concentro en los cuatro últi-
mos meses del año, espacio temporal que podemos relacionar con la finalización de
las labores de recogida, trillado y almacenamiento del grano junto con su consumo. El
binomio 1634-1635 nos depara la primera de las dos cubetas depresivas que hemos
observado a lo largo del cuarto de siglo que estamos estudiando. Este foso suministra-
12. Las tres primeras zonas de mayor a menores cantidades expedidas son: La Italia Insular y Peninsular
con 162.607 cahíces, el Norte del Reino (desde la frontera catalana hasta Valencia) con 49.564 cahíces
y Cataluña-Rosellón con 40.285. Datos extraidos de BLANES ANDRÉS, R., El puerto de Valencia:
encrucijada de rutas, productos y mercaderes, Biblioteca Valenciana, Valencia, 2003, p. 128.
13. Ibidem, p. 136.
dor será sustituido por un nuevo trienio: 1636, 37 y 38, que se iniciará con un volumen
exportador muy significativo, si lo comparamos con el periodo anterior, al obtenerse
862 cahíces; el año 1637 marcará el inicio de un descenso progresivo al desembarcarse
en el puerto valenciano 656 y 108 cahíces. Caída que nos abrirá las puertas de la segun-
da y última depresión, la de 1641. Finalizaremos este repaso del aprovisionamiento
marino con dos ciclos bien diferenciadas; una primera fase, que podemos calificar
de modesta, 1642-1645, donde las embarcaciones procedentes de Alicante trasladarán
hasta Valencia 380 y 351 cahíces y una segunda, 1649-1650, en que se superan, con
creces, todos los cargazones anteriores al anotarse 2.559 y 9.626 cahíces Exportaciones
que se centraron en los primeros y últimos meses de los años señalados.
Este comercio marítimo pudo llevarse a cabo gracias a los hombres e institu-
ciones que desde Alicante y Valencia fueron capaces de crear vínculos mercantiles,
teniendo el trigo como embajador en ambos puertos. La dársena alicantina suministrará
grano, por medio de exportadores como Palavesino que durante los dos últimos años
de nuestro trabajo satisfará los pedidos de Escanio Sobregondi, Tomás Pere Calvillo,
Juan Gabriel Gómez, Torregrosa o El Conde de Parcent. Por su parte Gaspar Sanz se
vinculará, durante 1636, con Miguel Juan Peris, la Ciudad de Valencia, el Convento de
la Trinidad y en ocasiones, él mismo, desempeñará el papel de remitente y destinatario.
Les siguen Pere Roca y Escanio Sobregondi, expedidores y receptores que se autoabas-
tecen ambos dos de cereal en 1650. Un caso digno de mención es la pareja formada
por Juan Portillo y Francés Remoy que en una sola partida expedirán 5697 cahíces,
sin lugar a dudas, la más importante de los años acotados. Otros mercaderes, que esta-
rían englobados en un estadio inferior, por sus fugaces apariciones, fueron la familia
Pascual (Alexandre, Francés y Miguel), Juan Gabriel Gómez o Vicente Arques.
Entre los destinatarios de los pedidos nos encontraremos al aludido Escanio
Sobregondi, quien contactará, ampliando y completando sus adquisiciones, con
Mositeli, Vicente Arques y el Conde de Ana. Pere Rafel (natural de Valencia y curtidor
y vendedor de mantas) adquirirá grano por medio de Asensio Giner y Antonio Togores.
El Conde de Elda lo encontraremos con Alexandre Pascual, Barberá y Miguel Peris.
Juan Gabriel Gómez con Paulín y Palavesio. Finalizaremos con la Ciudad de Valencia
que negocia con Gabriel y Gaspar Sanz. Un dato que llama la atención es el número de
instituciones, religiosas y laicas, así como de dignidades nobiliarias, incluido el Rey,
que intervienen en este mundo tan particular.
Un segundo cereal de características análogas al trigo fue la cebada. Si bien siem-
pre ha estado asociado al forraje de los animales, el hombre con frecuencia lo ha inclui-
do como parte de su dieta diaria; en efecto al lado del trigo, los otros cereales eran pan
cotidiano en las mesas mediterráneas; sobre todo, la cebada y el mijo14. Este consumo
no se ajustaba al área del Mar Interior, pues durante prolongados períodos el régimen
nutritivo de los pobres se basaba en granos de diversa naturaleza. En la Europa del
Norte prevalecía el centeno, en Inglaterra el principal cultivo cerealícola era el de la
cebada, empleada tanto para la fabricación de cerveza como para el pan15. En Francia,
Italia y España, el trigo se combinaba frecuentemente con diferentes granos (cebada,
arroz, avena o el pan de castañas elaborado en Córcega). Harrison nos recuerda que en la
Inglaterra de 1577, era frecuente que por todo el campo el pan se hace con el grano que
da la tierra; no obstante, la nobleza se abastece comúnmente del trigo suficiente para
la propia mesa, mientras los de su casa y los vecinos pobres se ven obligados a conten-
tarse con centeno o cebada, y muchos además, en épocas de escasez, con pan hecho de
judías guisantes o avena, o todo junto y con algunas bellotas mezcladas16. James Casey
nos recuerda que los valencianos fabricaban un pan, a principios del siglo XVII, con
trigo de buena calidad mezclado con cebada y arroz17. Los testimonios precedentes nos
llevan a especular que la cebada era un cereal utilizado frecuentemente en la mesa de los
valencianos, especialmente en épocas de crisis de subsistencia donde escaseaba el trigo
tenía que ser sustituido por grano de diferente calidad, pero igual de nutritivo.
Las importaciones valencianas de este árido, entre 1626-1650, se centraron en
seis espacios del Mediterráneo occidental: el sur y norte del Reino de Valencia, la
Italia insular y peninsular, Cataluña-Rosellón, archipiélago Balear y el norte de África.
Alcanzándose un volumen total de 23.697 cahíces18. De todas las áreas señaladas el
primer lugar lo ocupa la zona meridional del Reino, exportando 10.650,5 cahíces, lo
que supone el 46,2% del total. El puerto más importante en estas transacciones, no cabe
duda que es Alicante al facturar 7.116 cahíces; distribución anual que hemos plasmado
en el siguiente gráfico:
1500
Cahíces
1000 1033
901 870
789,5
500 531
435
60,5 32 117
0
45
41
42
49
50
29
34
35
36
37
38
26
27
16
16
16
16
16
16
16
16
16
16
16
16
16
ño
ño
ño
ño
ño
ño
ño
ño
ño
ño
ño
ño
ño
A
A
A
A
A
19. En la documentación consultada aparece escrito indistintamente como «Llacer del Mar o «Llacer del
Mor».
8000
6000
4000
2000
0
Año Año Año Año Año Año Año Año Año Año Año Año Año
1626 1627 1629 1634 1635 1636 1637 1638 1641 1642 1645 1649 1650
Cebada 790 60,5 531 1033 435 32 117 901 870 2347
T rigo 177 275 218 862 656 108 380 351 2559 9626
20. Enrique Jiménez López, nos recuerda que: El comercio de la pesca salada era uno de los fundamentos
económicos del Alicante del setecientos. GIMÉNEZ LÓPEZ, E., Alicante en el siglo XVIII. Economía de
una ciudad portuaria en el antiguo régimen, Institució Alfons el Magnànim, Diputació de València,
Valencia, 1981, p. 367.
21. CASTILLO, A., Tráfico marítimo y comercio..., p. 119.
22. ZUCCHITELLO, M., Homes, vaixells i mercaderies de Tossa al Grau de València (1459-1703), Blanes,
1991. p. 189.
23. Los peces de río en general no llegan a suponer un 20% de todo el pescado fresco y no alcanzan
apenas un 7% del total... Los pescados de río ocupaban una posición muy secundaria en el consu-
mo. BERNARDOS SANZ, J. U., «El abastecimiento y consumo de pescado en Madrid durante el Antiguo
Régimen», Madrid, 1998., p. 12.
24. La Casa Real tenía su propio sistema de suministro, que servía para obtener una gran variedad de
especies. Los menús de vigilia eran muy variados, como muestra por ejemplo la gran variedad que se
condimentan para la cena de víspera de Nochebuena de 1695, donde incluyen truchas en escabeche,
ostras, besugo, merluza y hasta tortugas y ranas. SIMÓN PALMAR, M. C., «La alimentación en el alcázar
de Madrid y sus circunstancias», Madrid, 1982, Instituto de Estudios Madrileños, p.33.
25. ZUCCHITELLO, M., Homes, vaixells i mercaderies..., p. 189.
26. GIMÉNEZ LÓPEZ, E., Alicante en el siglo XVIII. Economía de una ciudad portuaria…, p. 367.
su naturaleza concentrada era incluso el negocio más grande por caloría. Entre 1590 y
1640 constituían un cuarto del mercado, después este porcentaje creció hasta aproxi-
madamente un 40%27.
Las transacciones de bacalao fueron una constante a lo largo de la Edad Moderna
y su mercado fue muy disputado por ingleses y bretones, especialmente, y en menor
medida por irlandeses. Pensamos que la presencia de embarcaciones y marineros del
Océano en el comercio entre Terranova y Alicante fue algo totalmente corriente en el
período que nos ocupa28.
El hábitat natural de esta especie se sitúa en las frías aguas del Atlántico septen-
trional, en el mar del Norte y en el Báltico. Las importaciones de abadejo fueron una
constante a lo largo del Seiscientos, procedente en su mayor parte de los bancos de
Terranova. Su pesca tenía lugar durante los períodos de invierno (coincidiendo con el
desove) y en verano (cuando emigran buscando su alimento).
Un importante número de puertos del Atlántico intervinieron en las empresas que
anualmente partían hacia los lejanos bancos, y gran parte de ellos se sustentaba de los
beneficios que se extraían de estas expediciones, movilizando la industria y el capital
de amplias zonas, incluso del interior de sus costas.29
Las naves solían zarpar hacia los bancos del septentrión entre los meses de febrero
y abril, las más rápidas solían iniciar el regreso hacia junio (para especular con los altos
precios de principio de campaña), pero el grueso de la expedición no lo hacía hasta
finales del verano o principio del otoño. Por la distancia a atravesar y los inconvenien-
tes de la travesía, la mayoría de los pesqueros de Terranova no comenzaban a llegar a
nuestro puerto hasta principios de noviembre, los primeros, y los últimos lo hacían en
la primera quincena del mes de febrero. Llenaban rápidamente las bodegas, la mayor
de las veces de lana, y regresaban a sus puertos de origen con el tiempo justo para
preparar la siguiente campaña.
El total de adquisiciones, remitidas hasta nuestra playa desde las diversas zonas
que nos han proporcionado los manuscritos del Peatge, las hemos recogido en los
cuadros adjuntos:
27. LING, R., Movimientos a largo plazo en el comercio de Valencia, Alicante y el oeste del Mediterráneo...,
p. 225.
28. […], ya en 1578 se registran llegadas de salazón inglés a puerto con destino al interior peninsular
[…] Las pesquerías de Terranova, explotadas desde los inicios del XVI […] se habían convertido en el
principal proveedor de bacalaoa España desde los primeros años del siglo XVII. GIMÉNEZ LÓPEZ, E.,
Alicante en el siglo XVIII. Economía de una ciudad portuaria…, p. 367.
29. TROCME, E. y DELAFOSSE, M.: Le commerce rochelais de la fin du XVI siècle au debut du XVII, París,
1952, p. 122.
a) Área Atlántica @
Terranova 73152
Inglaterra e Irlanda 34058
Francia Atlántica 5237
Portugal 820
Castilla Atlántica 8
Total 112455
Como podemos observar las exportaciones procedentes de los puertos del sur del
reino son las más destacadas de los dos espacios marítimos concretados en el cuadro.
De entre todo el encadenamiento de dársenas situadas en litoral meridional, resalta la
de Alicante al monopolizar más de la mitad de las expediciones portadoras de bacalao,
concretamente 51.546 @ lo que supone el 53,3%, con destino a la ciudad del Turia.
Las cantidades anuales manufacturadas desde el puerto alicantino dibujan una
gráfica irregular, donde podemos observar cómo se intercalan periodos alcistas con
caídas significativas, así como intervalos donde la balanza exportadora es nula:
2000
1500 1458
133
0
Año Año Año Año Año Año Año Año Año Año Año Año Año
1626 1627 1629 1634 1635 1636 1637 1638 1641 1642 1645 1649 1650
30. El peix blau, el més abundant i el més econòmic, era consumit intensament, fresc o salat. Es un peix esta-
cional. Les sardines i les anxoves, aplegades en bancs compactes s’atansen cap a la costa la primavera-
estiu. Els verats formen bancs pelàgics, sobretot a l’abril, i també el setembre-octubre. Aquests sóns els
moments favorables per a pescades abundants. ZUCCHITELLO, M., El comerç marítim de Tossa a través
del port barceloní (1357-1553), Quaderns d’Estudis Tossencs, nº 2, Barcelona, 1994, p. 105.
31. Entre los diversos oficios que se ejercían en la playa del Grao, estaba el de contador de sardinas, que
ayudaba al escribano a llevar un control sobre dicho pescado. En referencia a dicho oficio podemos leer
el nombramiento aprobado por los Jurados de la ciudad el 24 de abril de 1636:...Attes que per mort de Vct
Ramos qui tenia una plaça de contador de sardines vaca Per ço elegeixen y nomenen a Bertomeu Gratell
en dita plaça de contador de sardines ab los per casos y emoluments a dita plaça...
Jacinto Sadorni verguer ell huy haver posat en possessio a Bertomeu Gratell en la dita plaça de conta-
dor de sardines fent lo contar sardines en señal de la verdadera real possessio adaquell donada de dita
plaça de contador de sardines. A.M.V., M.C., 1635-1636, A-162, f. 716 r. y 717 a.
Otro ejemplo nos lo proporcionan las mismas fuentes el 20 de febrero de 1638: Los señor Jurats
Racionals y Vicent Sanz Boil ciutada sindich de la ciutat de Valencia excepte los señor Jurats Gaspar
Juan Catala generos y Melchior Cerdan ciutada absents del present acte a justats en la sala daurada.
Attes que al present vaquen moltes plaçes de contadors de sardines. Per ço elegeixen y nomenen a
Joseph Monço guardia de la plaça de les sadines en contador de sardines ab los percaços y emoluments
a dita plaça de contador de sardines. A.M.V., M.C., 1637-1638, A-164, f. 542.
32. Hemos tratado de reducir a una sola unidad los diferentes pesos, medidas, etc..., dejándolos reducidos a
sólo dos magnitudes: arrobas @ y unidades U.
Aunque las cantidades son de por sí lo bastante expresivas, merecen cierta expli-
cación. Puede sorprender en principio, la dimensión que alcanzaron las remesas de
sardina procedente del resto del Reino, zona donde esta variedad de pesca era limitada.
La propia documentación desvela la duda, al señalar que estos envíos con destino a
nuestra ciudad eran a su vez reexportaciones procedentes de espacios más distantes.
Algunas partidas originarias de Alicante y Denia procedían a su vez de puertos bre-
tones, ingleses e irlandeses. Centrándonos en el espacio meridional del Reino y más
concretamente en el puerto alicantino, las cifras obtenidas son muy significativas; así
Alicante entre 1626-1650 comercializará 5.581.001 unidades (lo que supone el 60%
de la sardina expedida desde dársenas emplazadas en litoral austral) y 13.773 @ (lo
que se traduce en un 25,6%), cantidades significativas que nos sugieren la importancia
de estas transacciones. Pero quiénes hacen posible este activo y lucrativo negocio,
lo primero que llama la atención, es la falta de continuidad, en el tiempo, de estos
* BLANES ANDRÉS, R., El puerto de Valencia: encrucijada de..., pp. 147 y 148.
individuos y la rapidez que ocupan su lugar nuevos personajes que a su vez desapa-
recen dejando paso a otros nuevos. De esta renovación continúa, podemos rescatar a
Jacinto Miquel que centrará sus apariciones en el mes de diciembre de 1627, enviando
1.511.401 unidades a Llacer del Mar. Antoni Morelles protagonizará diversas expedi-
ciones en enero de 1635 destinadas a diferentes mercaderes valencianos (Pere y Gaspar
Valles, nominados con anterioridad, Joseph Coll, Juan Gisbert, Bertomeu Anteume y
Frances Reus). Nicolas Nico lo encontraremos en 1649 y 1650 abasteciendo a la pareja
Manuel Botaso y Frances Rato. Por último, no podemos dejar de referirnos a dos perso-
najes que los localizaremos en la compra-venta de las otras dos especies reinas de este
trasegar marítimo; Jaume Salvador que hará las funciones de remitente y destinatario
durante el bienio 1635-36 y Jaume Talagero presente en la segunda mitad de los años
veinte, despachando género para Llacer del Mar.
El índice de receptores valencianos está encabezado, de nuevo, por Llacer Del
Mar o Del Mor que se encadenará con diversos vendedores afincados en Alicante, entre
los que se encuentran, no sólo los ya citados con antelación, sino otros como Tomás
Toledo, Ricardo Onzell y Felip Peris. En menor volumen de transacciones le siguen
Pedro Albuxeres, Batiste Almansa y Vicente Salvador.
Esta trilogía de especies comerciales de pescado la clausuraremos con el atún, pez
común al Atlántico y al Mediterráneo y que se reproduce en este último mar. Según la
variedad (rojo o blanco), la puesta la suele hacer en primavera cerca de las costas de
Cerdeña, Sicilia y Túnez o en el litoral español. Pescado desde la más remota antigüe-
dad con destino al consumo fresco, en salazón o en conserva, es una de las variedades
más abundantes en aguas valencianas, especialmente en la parte meridional del Reino.
Aprovechando las migraciones genéticas del atún, que se aproxima a la costa en los
inicios del verano, se realizaban las capturas y una vez salado se comercializaba.
Agosto y septiembre eran, […], los meses en que el tráfico de embarcaciones atuneras
era mayor33.
En el litoral alicantino existían en la época almadrabas destinadas a su captura
y preparación, de las cuales la Corona obtenía también sus beneficios fiscales. En las
tierras del marquesado de Denia existieron pesquerías cuyo funcionamiento fue regu-
lado en 1602 y 1603 por sendos privilegios del valido duque de Lerma34. Pesquerías
que funcionan durante la época que estamos analizando, tenemos múltiples referencias
en la documentación manejada, especialmente, la almadraba de Denia, de la que se
importan pequeñas partidas en 1629.
El mercado esencial para el abastecimiento de atún a Valencia fue el ribera Sur del
Reino (Denia, Gandia o Alicante), el litoral insular y peninsular italiano (dentro de éste
brillaron con luz propia, por el volumen exportado, las islas de Cerdeña y Sicilia).
Otros grandes mercados atuneros en estos años fueron la Castilla Atlántica (con
las almadrabas gaditanas) y Portugal (especialmente los puertos situados al sur y centro
del litoral lusitano, como Faro, Lagos, Lisboa o Setúbal) como podemos comprobar en
el siguiente parrilla:
a) Área Mediterránea: @
Sur del Reino 12270,5
Italia Insular-Peninsular 5158,5
Cataluña-Rosellón 2413
Archipiélago Balear 1424
Castilla Mediterránea 991
Norte del Reino 236
Norte de África 166
Malta 37
Total 22696
6000
5110
4000 4300
3287
2000 1354
1472
189 260 20 8
0 10
26 27 29 34 35 36 37 38 41 42 45 49 50
16 16 16 16 16 16 16 16 16 16 16 16 16
ño ño ño ño ño ño ño ño ño ño ño ño ño
A A A A A A A A A A A A A
35. De todos los asientos donde figuraban las cantidades de becerros exportados resalta el fechado el diez de
noviembre de 1635 donde Don Julio Escorsa envía 3384 animales destinados a Batiste Almansa.
Los metales y los minerales tendrán una presencia destacada, marcada por los
acontecimientos políticos que tuvieron lugar a lo lago del cuarto de siglo que estamos
analizando. Recordemos que eran un género registrado como mercancía de guerra (muy
especialmente la trilogía formada por el plomo, el estaño y el cobre) sobre ellos se aba-
tía la prohibición de salida de los centros exportadores cuando el horizonte político se
nublaba36. El Reino de Valencia, a partir de 1635 y hasta finalizar la primera mitad del
Seiscientos, se encontró inmerso dentro del área de influencia de algunos de los acon-
tecimientos bélicos más determinantes del reinado de Felipe IV. El hierro, el acero, el
estaño, la pirita y el plomo, en su ciclo más primario, tienen una presencia desigual
en algunos de los años investigados.37 Estos artículos tendrán diferente consideración
en las exportaciones alicantinas, pudiéndolos dividir en dos grupos bien diferenciados,
el hierro (común, en barrita y grueso), el cobre, el estaño y el mercurio los incluiremos
en el conjunto de metales con poco peso específico dentro de los navíos procedentes
del puerto alicantino. Por el contrario, el acero y el plomo tendrán un apartado desta-
cado en las ventas destinadas a la dársena valenciana. El acero, aunque no poseemos
los datos necesarios, pensamos que es el objeto de una serie de transacciones llevadas
a cabo mediante reexportaciones procedentes del litoral inglés e italiano. El volumen
de este producto, comercializado desde Alicante casi alcanza las 10.000 @ (9.963 @)
distribuidas de forma desigual a lo largo del proceso, como podemos comprobar en la
gráfica que presentamos a continuación:
27
29
34
35
36
37
38
41
42
45
49
50
16
16
16
16
16
16
16
16
16
16
16
16
16
ño
ño
ño
ño
ño
ño
ño
ño
ño
ño
ño
ño
ño
A
La lectura del trazo obtenido nos lleva a apreciar una fase que supera con creces
las mil @ (los años iniciales, a excepción de 1627, en que no se detecta ningún envió,
y 1649), siendo su extremos 1629 y 1635. Por el contrario, los años centrales, son los
que registran un debilitamiento más acentuado, al no superar la barrera del millar de @
(manifestándose el año 1636 como el más exiguo y 1650 como el techo de esta etapa).
De los mercaderes, en origen, vinculados con este género descuellan Bertomeu Isula
6000 6093
5682
5000 4395
4389
4000
@
3000
2795
2000
1483
1000 1194
858 697
381
0
26
27
29
34
35
36
37
38
41
42
45
49
50
16
16
16
16
16
16
16
16
16
16
16
16
16
ño
ño
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ño
ño
ño
ño
ño
ño
ño
A
38. Para saber más sobre estos mercaderes consultar la comunicación de BLANES ANDRÉS, R., «Mercaderes
italianos en las importaciones marítimas valencianas en el segundo cuarto del Seiscientos (1626-1650)»,
Actas del 1r Coloquio Internacional sobre Los Extranjeros en la España Moderna, M. B. VILLAR GARCÍA
y P. PEZZI CRISTÓBAL (Eds.), Tomo I, Málaga, 2003, pp. 217-227.
nará con Tomás Guelda durante el intervalo establecido por los meses de noviembre y
diciembre de 1627-29 y 1634-35. Por último nos referiremos a Guillermo Trevill que
centrará todas sus facturaciones en abril de 1645, siendo recepcionadas por Miquel
Gil. Los perceptores valencianos más descollantes los podemos reducir a dos, Tomás
Guelda que recibirá mineral a lo largo de todo el periodo estudiado a través de Juan
Andrea, Jaume Talagero, Diego Escorsa, Jaime Miquel Andreu. Llacer Del Mar, que
se encadenará con Melchor Mora y Melchior Miquel durante los dos primeros años y
el último de nuestro trabajo.
Como se puede comprobar, tanto en las remisiones de acero como de plomo, sur-
gen numerosas preguntas que necesitarían de un estudio más exhaustivo para poderlas
contestar, análisis que sobrepasaría el objetivo que nos hemos marcado. No obstante
las posibles respuestas las podemos encontrar en los acontecimientos bélicos que se
están desarrollando en territorio catalano-rosellonés, siendo Valencia la proveedora no
sólo de hombres y dinero, sino de almacén estratégico de donde guarnecer a las tropas
de Felipe IV de todos los productos necesarios para una contienda.
Este apartado lo completaremos con los productos transformados que llegaron
regularmente a la ciudad del Turia, como agujas de cabeza, quincallería, crisoles, cucha-
ras, eslabones, espalmadores, alambre (de hierro, de púas o en barra), clavos, latón,
hojalata, paellas, llaves, círculos, candelabros de estaño, campanas y azufre y salitre
(componentes básicos en la elaboración de la pólvora). Las armas guardan una estrecha
relación con los metales y, al igual que ellos, sufrieron crisis exportadoras según el
periodo. No obstante hemos podido contabilizar armas blancas (astas de lanzas, pomos
de espadas, puñales, espadas y hojas de espada y picas), de fuego (arcabuces, cañones
de escopeta sin montar, mosquetes y pistolas) y 208 barriles de pólvora (remitida por el
Gobernador de Alicante al virrey de Valencia el 30 de septiembre de 1642).
Las mercaderías catalogadas dentro de las actividades intelectuales y artísticas
forman capítulos de enorme interés. La literatura se halla representada por envíos de
libros (manuscritos e impresos), sin especificarse su naturaleza, aunque podemos espe-
cular que algunos serían de tipo religioso; al ser remitidos de una orden monástica a
otra, el prior (o priora) de esta, o a un fraile o monja concreto. La nómina la podemos
completar con importantes cantidades de papel (blanco, de Francia, del Piamonte, de
escribir, de estraza, de marca major y de marca major moreno). Las obras de arte están
presente por medio de cuadros (en ningún caso se especifica la temática pictórica),
retablos, gargantillas y pendientes. Cerraremos este apartado con artículos de tipo reli-
gioso como rosarios, estampas y medallas.
Bajo la denominación de «drogas y afines» hemos englobado diferentes produc-
tos; uno de los problemas que nos ha suscitado es la clasificación de las diferentes
mercaderías que nos han ido suministrando los manuscritos. Las dificultades son con-
secuencia de la diversa utilización de algunas de ellas, ya que no sólo eran usadas en
la farmacopea de la época, sino que en ocasiones servían como aditivo a un dulce, se
utilizaba en la confitura, en la industria textil como materia tintorera, en la elaboración
de perfumes, etc. Aunque hemos tratado de agruparlas por su aplicación más usual,
somos conscientes de lo difícil de su ubicación.
La barrilla fue una de las mercancías fundamentales del comercio exportador ali-
cantino durante el siglo XVIII39, aunque el volumen expedido a Valencia, durante el
segundo cuarto del Seiscientos, fue muy pobre y poco significativo en el montante
global de las importaciones valencianas. Este producto químico estará acompañado del
alcanfor, aguarrás y barniz.
El grupo medicamentoso agrupa una amplia lista de artículos como: matafaluga,
comino, coloquínta, solimán trementina, tártaro, mirabolano, oropimente, sen o arsé-
nico. Las materias tintóreas también tienen su representación por medios del almagre,
azulete, palo brasil, gala fina y fustete
Los demás productos presentan un carácter esporádico, el tabaco, la cerámica,
espejos, goma arábiga, incienso en polvo, plumas para escribir, yesca, jabón, piedras
de sastre para marcar o cera.
Daremos por concluido este capítulo con las mercaderías de origen foráneo, que
reexporta Alicante con destino a Valencia, la procedencia de estos géneros no deja
lugar dudas, al incluirse junto al nombre del producto el lugar de donde se ha expe-
dido. Así, podemos evidenciar que vienen pipas de Venecia; papel del Piamonte y de
Francia; taburetes y sillas de Moscovia, mesas de Flandes, hojas de espada de Milán,
dátiles de Berbería; cristales de Venecia, tabaco de Brasil; palo brasil de Santa Marta;
alguno de estos artículos se registran de forma ocasional.
Somos conscientes que en este artículo no hemos podido abarcar toda la informa-
ción que aporta la documentación investigada, obligándonos a restringir el análisis a
unos aspectos determinados, que nos han introducido en lo que debieron ser las rela-
ciones exportadoras entre Alicante y Valencia en el periodo comprendido entre 1626-
1650. Lazos comerciales fluidos, donde la dársena alicantina juega el papel de gran
almacén portuario, establecimiento donde recibe y distribuye géneros de muy diversa
índole, por medio de un nutrido colectivo de dinámicos mercaderes que se interesarán,
en ocasiones, por tramitar y vender artículos heterogéneos, así hemos podido com-
probar que un mismo personaje se compromete en la facturación de pescado, de trigo
o de otros productos de naturaleza diferente. Un universo en continua efervescencia;
sólo adormecido ante los acontecimientos bélicos del momento, que asfixiaron transi-
toriamente las relaciones entre dos ciudades hermanadas por un mar, el Mediterráneo,
embajador entre Alicante y Valencia.
1. INTRODUCCIÓN
En la primavera de 1767 Carlos III decretó la expulsión de los jesuitas de todos
sus dominios de la península y ultramar. No se trataba solamente de la extirpación del
reino del conjunto de religiosos a los que tanto temía después de los motines sucedi-
dos durante el año anterior, entre los que adquirió una especial relevancia el sucedido
en la capital (conocido como motín de Esquilache) pero que se repitió en diferentes
provincias, si bien con una naturaleza distinta. El monarca situó en un mismo plano
destierro y ocupación de temporalidades, es decir, el embargo de todas sus propiedades
muebles e inmuebles y sus rentas eclesiásticas. De esta manera, el desalojo del país de
los hijos de San Ignacio adquiría una dimensión económica que se sumaba a las razo-
nes políticas esgrimidas por los máximos defensores de la medida. Al mismo tiempo,
se trataba de una acción política regalista, es decir, el rey actuaba como soberano que
no reconocía superior en lo temporal y que, por tanto, tenía el derecho exclusivo para
decidir en todos los aspectos de la monarquía, independientemente de la opinión de la
Santa Sede2.
En un primer momento, el conjunto de propiedades que poseyeron los jesuitas se
presumía cuantioso. Pedro Rodríguez Campomanes3 era muy claro en su Dictamen fis-
1. La realización del presente trabajo ha sido posible gracias a la concesión de una beca de investigación FPU
entregada por el Ministerio de Educación y Ciencia bajo la referencia AP-2004-4990.
2. GIMÉNEZ LÓPEZ, Enrique: «La expulsión o el fin de los privilegios» en La Compañía de Jesús en España:
otra mirada, Joaquín Morales Ferrer y Agustín Galán García (eds.), Madrid, 2007, pp. 93-106.
3. Pedro Rodríguez de Campomanes (1723-1802) fue licenciado en derecho, censor de la Academia de la
Historia en 1753, asesor general de correos en 1755 y fiscal del Consejo de Castilla en 1762. Recibió el
título de Conde de Campomanes en 1780. Se convirtió en el Presidente del Consejo de Castilla en 1786 y
en Presidente de las Cortes en 1789. Para obtener más datos sobre su biografía ver CASTRO, Concepción
cal señalando diferentes formas utilizadas por la Compañía de Jesús para enriquecerse.
De esta manera aludía a la exención de diezmos, a determinados privilegios logrados
de los Papas, a la acumulación de grandes cantidades de bienes conseguidos en los
últimos años del reinado de Felipe II… El fiscal acusaba a los jesuitas de enviar a
Roma enormes sumas extraídas de España e Indias, e iba más allá cuando indicaba que
«el decantado celo de las misiones se esmera más en acumular los bienes temporales
que en inspirar en los pueblos la fidelidad y la religión»4. Igualmente, señalaba que la
Compañía de Jesús
«por acumular incesantemente riquezas degenera en las costumbres opuestas a su pro-
fesión, absorbe la sustancia de los pueblos, reduciéndolos a la esclavitud y enajenándolos
de los soberanos legítimos, apoderándose, finalmente, a grandes pasos, de la soberanía
misma»5.
No debemos olvidar que todavía era reciente la derrota en el Consejo Real del
proyecto desamortizador de los fiscales Francisco Carrasco y el propio Campomanes.
El fiscal del Consejo de Hacienda, Francisco Carrasco, había solicitado en una repre-
sentación fechada en 1 de junio de 1764, la promulgación de una ley que limitase la
adquisición de bienes inmuebles por parte de las manos muertas, es decir, por parte
de la Iglesia, debido a los perjuicios derivados de su exención del pago de impuestos.
No pretendía con ello mermar el patrimonio eclesiástico, ya que la medida afectaría a
bienes que todavía no habían sido adquiridos por esta institución. Campomanes apoyó
la postura de Carrasco y en 1765 publicó su Tratado de la regalía de amortización, una
ampliación de la iniciativa presentada por este último. El proyecto, votado en junio de
1766, fue derrotado y suscitó una amplia oposición por parte del clero, la nunciatura
y la Santa Sede6. La expulsión de los jesuitas de España representaba una oportunidad
única de revancha tras el fracaso del plan desamortizador y un ensayo de ampliación
del mercado de bienes inmuebles mediante la venta en subasta pública de las propieda-
des de la Compañía de Jesús7.
Una vez comenzado el proceso de extrañamiento y embargo de bienes, sorpren-
dió la pobreza de ciertos colegios, contrariamente a lo que se pensaba en un principio,
de: Campomanes. Estado y reformismo, Madrid, 1996 y VALLEJO GARCÍA-HEVIA, José María: La monar-
quía y un ministro, Campomanes, Madrid, 1997.
4. RODRÍGUEZ DE CAMPOMANES, Pedro, Dictamen fiscal de la expulsión de los jesuitas de España (1766-
1767). Edición, Introducción y notas de Jorge Cejudo y Teófanes Egido, Madrid, 1977, pág. 118.
5. Íbidem, pág. 138.
6. TOMÁS Y VALIENTE, Francisco: El marco político de la desamortización en España, Barcelona, 1977.
7. YUN CASALILLA, Bartolomé, «La venta de los bienes de las temporalidades de la Compañía de Jesús. Una
visión general y el caso de Valladolid (1767-1808)» en Desamortización y hacienda pública, Tomo I, pp.
293-316 y ALBEROLA ROMÁ, Armando y GIMÉNEZ LÓPEZ, Enrique: «Las temporalidades de la Compañía
de Jesús en Alicante» Anales de la Universidad de Alicante. Historia Moderna, 2 (1982), pp. 167-210.
pues las rentas de algunos de ellos, estando en un estado bastante apurado, ni siquiera
alcanzaban para cubrir los gastos del camino8.
Se acordó la reunión del conjunto de capitales procedentes del embargo y admi-
nistración de los bienes que pertenecieron a los jesuitas en la Depositaría general, una
institución que se creaba en virtud de la Real Cédula de 2 de mayo de 17679. El patri-
monio incautado se utilizaría para hacer frente a los cuantiosos gastos ocasionados
con el proceso de expulsión y a la satisfacción de una pensión vitalicia anual que se
concedió a los regulares, pues a pesar de haber sido expulsados, continuaban siendo
considerados como súbditos de Carlos III.
Con el pago de esta pensión se pretendía evitar cualquier tipo de reproche econó-
mico por parte del Pontífice a la hora de recibir a los más de 5.000 regulares que se le
enviaban desde los dominios de Carlos III. Igualmente, serviría como un eficaz método
de control de los jesuitas en el exilio. En ocasiones se les amenazaba con la pérdida de
estos ingresos si actuaban en contra de los intereses españoles, aunque se podía dar el
caso contrario, es decir, estimular a los miembros de la orden, doblando o triplicando
las cantidades establecidas, en el supuesto de que realizasen labores beneficiosas a los
intereses hispanos10.
En el momento de la ocupación de los colegios era necesaria la realización de un
inventario que contuviese la totalidad de sus propiedades, prestando especial atención
al cobro de las rentas y al pago de las cargas que llevasen adjuntas. Al principio sólo
se debían vender aquellos bienes perecederos que pudiesen perderse. No obstante, en
1769, es decir, dos años después de la expulsión, se decidió sacar a la venta, median-
te el método de la subasta pública, el resto de las pertenencias ocupadas, debido al
deterioro que estaban experimentando y con la prohibición expresa de que «jamás
pudiesen pasar á manos muertas»; con ello se pretendía que cayesen en manos de
seglares contribuyentes y fuesen sometidas al pago de impuestos. Entre las posesiones
de los regulares se establecieron algunas excepciones, pues los edificios materiales de
las iglesias y capillas, sus ornamentos y vasos sagrados, viviendas, aulas y casas de
estudio, no se pusieron en venta. Estos bienes quedaban reservados para el culto y la
mayor conveniencia pública después de pasar el examen del Consejo Extraordinario, el
8. ISLA, José Francisco de: Historia de la Expulsión de los jesuitas. Memorial de las cuatro Provincias de
España de la Compañía de Jesús desterradas del Reino a S.M. el Rey D. Carlos III, estudio introductorio
y notas de Enrique Giménez López, Instituto de Cultura «Juan Gil-Albert», Diputación provincial de
Alicante, 1999.
9. «Real Cedula, sobre crear Depositaria General para el resguardo y manejo de los caudales de los Jesuitas
de España, é Indias, despues de su estrañamiento» en la Coleccion general de las providencias hasta
aqui tomadas por el gobierno sobre el estrañamiento y ocupacion de temporalidades de los regulares de
la Compañia, que existian en los dominios de S.M. de España, Indias, e Islas Filipinas á consecuencia
del Real Decreto de 27 de febrero, y Pragmática-Sancion de 2 de abril de este año, Madrid, 1767, Parte
primera, XIX, pp. 51-62.
10. FERNÁNDEZ ARRILLAGA, Inmaculada: «El exilio de los jesuitas Andaluces» en La Compañía de Jesús
en España: otra mirada, Joaquín Morales Ferrer y Agustín Galán García (eds.), Madrid, 2007, pp. 107-
128.
tribunal más elevado en el proceso del destierro de los jesuitas. El Consejo era el encar-
gado de elaborar consultas al monarca, mostrando su parecer y después de haber oído
a los comisionados, obispos y fiscal, para que el soberano determinase las aplicaciones
más convenientes a este tipo de pertenencias.
Estas propiedades serían aplicadas para aulas y habitaciones de maestros, pensión
para estudiantes, traslado de universidades, convictorios, estudios generales, semina-
rios de nobles, niñas educandas, establecimientos de asistencia social…11 En cuanto a
las alhajas y ornamentos sobrantes, se establecieron tres clases, distribuyendo los de
primera clase entre las parroquias más necesitadas y procediendo a la venta de los de
segunda y tercera clase.
El hecho de que el Consejo Extraordinario y el monarca, después de una cui-
dadosa reflexión, decidiesen los mejores destinos que se podrían dar a los edificios
que poseyeron los jesuitas y que habían quedado excluidos del proceso de venta, no
garantizaba su cumplimiento, especialmente cuando era necesaria la participación eco-
nómica de algunos particulares que saldrían beneficiados. La falta de fondos fue una
constante, así como recurrentes fueron los intentos de los interesados por conseguir
que las temporalidades financiasen la totalidad de los gastos.
El problema, como se ha apuntado, es que las temporalidades eran finitas y esta-
ban lejos de la idea que primeramente se tenía de ellas; no se debe olvidar que debían
emplearse principalmente en la financiación de los gastos ocasionados con el proceso
de extrañamiento y el pago de las pensiones vitalicias asignadas.
A pesar de todo, fueron muchos los que pretendieron obtener leña del árbol caído,
por lo que la aplicación de estos edificios no siempre fue fácil, siendo numerosas las
peticiones y súplicas de distintos colectivos o individuos particulares para beneficiarse
de las posesiones que pertenecieron a los jesuitas. Permítasenos exponer como ejemplo
el caso de Barcelona.
11. EGIDO, Teófanes: «La expulsión de los jesuitas de España» en Historia de la Iglesia en España, dirigida
por Ricardo García-Villoslada, Madrid, 1979.
12. En las matrículas de aquel año se hallaban contenidos 14.883 feligreses; en AHN. Clero-Jesuitas, Leg.
161, exp. 1.
13. Josep Climent i Avinent, nació el 11 de marzo de 1706 en Castellón de la Plana. Se licenció en Filosofía
y consiguió el grado de doctor en Sagrada Teología (1727). En 1728 se convirtió en repetidor o ayudante
de cátedra, alcanzando una pavordía o beneficio mixto al año siguiente. Fue nombrado obispo electo de
Barcelona el día 21 de julio de 1766. Tuvo un papel pacificador en la revuelta de los quintos (primavera
de 1773) y al interceder contra algunos diputados que resultaron culpables se le abrió un expediente que
llevó al Consejo de Castilla y al monarca a optar por su traslado a la diócesis de Málaga. No obstante,
Climent optó por la renuncia al cargo en 1775, siendo sucedido por Gabino Valladares. Climent falleció
en su ciudad natal el 28 de noviembre de 1781. En TORT MITJANS, Francesc: El obispo de Barcelona
Josep Climent i Avinent, Barcelona, 1978.
14. AHN, Clero-jesuitas, Leg. 161. José Climent a José Moñino, 22 de agosto de 1767.
15. Ambrosio de Funes Villalpando Abarca de Bolea, Conde de Ricla (1719-1780). Entre 1767 y 1772
fue Capitán General de Navarra y Cataluña. En febrero de 1772 fue nombrado secretario de Estado y
del Despacho Universal de la Guerra. En CADALSO, José: «Estudios Autobiográficos y epistolarios»,
Edición de N. Glendinning y N. Harrison. Londres: Támesis, 1979. Pág. 191.
16. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 80, Copia de la Real Cédula para la aplicación y destino del colegio de
Belén.
17. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 885, Consejo Extraordinario de 22 de marzo de 1769.
Tres años después, en 1772, el Consejo realizó varias providencias para que la
Junta Municipal de Barcelona informase al prelado de las pías memorias y fundaciones
que habían sido concedidas para la dotación de la nueva iglesia, con sus rentas corres-
pondientes. Igualmente le instaba para que hiciese concluir la casa que debía tener la
nueva parroquia para uso del párroco, debiendo satisfacer su coste de los productos y
rentas de temporalidades18.
En 1779 todavía no se había establecido la nueva parroquia, por lo que la iglesia
de Belén se encontraba cerrada, con los perjuicios que ello conllevaba. Por ese motivo,
el día 9 de abril, el rector y los catedráticos del seminario conciliar solicitaban el uso
y el cumplimiento de las pías memorias fundadas en ella, mientras no se producía la
erección de la nueva parroquia, con la facultad de que sus limosnas sirviesen de dota-
ción para los catedráticos del mismo19. Esta solicitud sería aceptada al año siguiente20.
El tiempo pasaba y, en 1786, seguía sin verificarse la erección de la nueva parro-
quia, permaneciendo la iglesia de Belén cerrada y sin uso21. El entonces obispo de
Barcelona, Gabino Valladares22, indicaba la necesidad de tener abierta dicha iglesia
para evitar los daños que la falta de ventilación podría ocasionar al edificio, a las ropas
y a sus ornamentos23. Con la intención de remediar esta situación solicitaba su uso para
la celebración de los aniversarios y misas fundadas en ella, alegando la conveniencia
del restablecimiento del culto para consuelo de los fieles y para la propia conservación
de la edificación. La Real Resolución de 11 de septiembre de 1787 mandaba el cum-
plimiento de la aplicación de la iglesia de Belén, quedando a la libre disposición del
obispo para que la destinase a nueva parroquia24.
Sin embargo, no será hasta 1795 cuando se apruebe la erección de la espera-
da nueva parroquia y la verificación del nuevo curato con las rentas sobrantes de
misiones25. Ante esta situación, el rector y los catedráticos del seminario conciliar de
Barcelona, buscando un aumento de su salario, solicitaron que no se innovase lo man-
18. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 80, Comunicación a Tomás del Mello, 27 de junio de 1772.
19. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, Gabino Valladares a Juan Antonio Archimbaud, 26 de febrero de 1785.
20. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 80, Representación del fiscal de 21 de febrero de 1780.
21. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 80, Representación de Alejandro de Arroyo de Rojas, 18 de octubre de
1786.
22. Gabino Valladares Mesía, nació en Aracena, provincia de Huelva, el 25 de octubre de 1725, siendo
elegido obispo de Barcelona el 11 de septiembre de 1775 y consagrado el 29 de octubre del mismo
año en la iglesia de los dominicos de Santo Tomás de Toledo, por el arzobispo Francisco Antonio
Lorenzana Butrón. Falleció el 13 de febrero de 1794. En GUITARTE IZQUIERDO, Vidal: Episcopologio
español (1700-1867), Ayuntamiento de Castellón de la Plana, 1992, p. 92; citado en ASTORGANO ABAJO,
Antonio: «Encuentro del Padre Arévalo con el inquisidor jansenista Nicolás Rodríguez Laso, en la Italia
de 1788» en El Humanismo extremeño. Estudios presentados a las Segundas Jornadas organizadas por
la Real Academia de Extremadura en Fregenal de la Sierra en 1997, Trujillo, 1998, pp. 381-401, nota a
pie de página núm. 50.
23. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 80, Gabino Valladares al Conde de Floridablanca, 19 de julio de 1786.
24. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, Representación de Eugenio de Llaguno, 5 de enero de 1796.
25. Capital que ascendía a 17.718 libras, 15 sueldos y 11 dineros. En Íbidem.
dado en la Real Cédula de 21 de agosto de 1769, según la cual, las memorias y obras
pías fundadas en la iglesia de Belén y las rentas de la congregación de estudiantes
bajo la invocación de la Anunciación, se aplicarían para aumentar la dotación de los
catedráticos del seminario tridentino26. El rey resolvería que, sin perjuicio de llevar a
efecto la erección de la iglesia del colegio de Belén en parroquia, se atendiese en lo que
fuese posible al rector y catedráticos. Para ello sería necesario formar una relación de
las memorias y obras pías fundadas en dicha iglesia y, una vez hecho, destinar las que
fuesen legítimas para que las cumpliesen el rector y maestros del seminario, de manera
que les sirviesen como aumento de la dotación que recibían27.
26. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, Representación de Eugenio de Llaguno, 27 de febrero de 1796.
27. Íbidem.
28. Bernardo O’connor Phaly (1696-1780), natural de Irlanda, fue Comandante en el Regimiento de infan-
tería de Irlanda desde 1724, Teniente Coronel desde 1741, caballero de la Orden de Santiago desde
1739 y comendador de Bedmar y Albánchez en dicha orden desde 1743 por sus méritos en la campaña
de Italia; corregidor de Tortosa en 1755, gobernador militar de Pamplona en 1760, Teniente general en
dicho año, corregidor de Lérida en 1761, corregidor de Barcelona entre 1761 y 1772, Capitán General
interino de Cataluña en 1772, Capitán General de Castilla la Vieja en 1772, Capitán General de la costa
de Granada en 1774, Conde de Ophalia desde 1776 y consejero del Consejo de Guerra entre 1779 y 1780.
Agradecemos estos datos al profesor Enrique Giménez López.
29. La concesión tuvo lugar el día 4 de abril de 1771. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 80, Testimonio del notario
Félix Veguer y Avellá de 24 de abril de 1784 y AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, Escritura de cesión de la
fábrica material del colegio de Belén, 4 de abril de 1771.
ria del patronato del seminario tridentino. Los ornamentos y vasos sagrados no serían
distribuidos por el momento, quedando a disposición del prelado para la realización
del reparto correspondiente. Igualmente quedaba a disposición del obispo la biblioteca
del colegio30.
Una vez establecido en el colegio que perteneció a los jesuitas, el seminario tri-
dentino debía ocuparse de los estudios de teología, filosofía y gramática, mientras que
el colegio de Cordelles se encargaría de las cátedras de latinidad y matemáticas para
la instrucción de seculares. Las memorias u obras pías que habían sido fundadas en el
colegio e iglesia de Belén, al igual que los efectos pertenecientes a la congregación de
estudiantes, que debía cesar31, se destinarían para aumentar la dotación de los maes-
tros del seminario tridentino32. La congregación de seglares de Nuestra Señora de la
Natividad, que había sido fundada con anterioridad en el colegio, podría subsistir desa-
rrollando sus actividades de asistencia a los enfermos pobres de los hospitales, pero
para ello debería pasar a sala primera de gobierno, donde se le proporcionarían nuevas
constituciones y estatutos.
Precisamente, dicha congregación realizó una representación al Consejo, con
fecha de 17 de julio de 1767, en la que indicaba que después de la ocupación de tem-
poralidades se habían embargado también sus ornamentos, efectos, libros, rentas y
emolumentos, con lo que se vio impedida para continuar sus actividades33. Igualmente
indicaba poseer un oratorio propio e independiente de la fábrica del colegio y dominio
de los jesuitas, establecido por el Baile General en 1672, que también había sido ocupa-
do, produciéndose el embargo de los ornamentos y alhajas que fueron proporcionados
por los miembros de dicha congregación. Por todo ello solicitaba permiso para conti-
nuar sus ejercicios en el referido oratorio y la devolución de sus ornamentos, papeles,
rentas y demás emolumentos propios34.
Ante la ausencia de noticias, se realizó una nueva súplica ante el rey, esta vez con
fecha de 15 de abril de 1784, en la que se insistía en el carácter secular de la congre-
gación y se indicaba que únicamente intervenía un jesuita en lo tocante a las funciones
espirituales, pero que dicho papel podría ocuparlo cualquier otra persona eclesiástica
secular o regular. De la misma manera, la concurrencia en el colegio de los expulsos
era voluntaria y casual, pudiendo trasladarse a otro paraje y cesar la asistencia espiri-
tual de los jesuitas. Asimismo, se señalaba que los ejercicios de la congregación habían
30. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, El conde del Asalto a José Payo Sanz, 10 de febrero de 1774.
31. La Real Cédula expedida en 14 de agosto de 1768 declaró por extinguidas todas las congregaciones o
hermandades que hubiese establecidas en los colegios con el objeto de cortar cualquier recelo de fana-
tismo.
32. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 80, José Moñino al Consejo, 5 de agosto de 1771.
33. Sus ejercicios espirituales, la asistencia a los pobres enfermos de las cárceles reales, la limosna de las
seis gallinas que suministraba diariamente al hospital general para la olla y caldo, y los alimentos a siete
mujeres que tenía recogidas con la obligación de asistir y cuidar de los enfermos de dicho hospital.
34. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, Súplica de la congregación de la Natividad de María Santísima de 17
de julio de 1767.
35. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, Solicitud de la Congregación de Nuestra Señora de la Natividad de 15
de abril de 1784.
36. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, Payo Sanz al obispo de Barcelona, 23 de abril de 1785.
37. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, Miguel Gómez a José Moñino, 22 de agosto de 1767.
38. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, José Climent a José Moñino, 19 de septiembre de 1767.
39. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, El conde de Ricla a José Moñino, 18 de septiembre de 1767.
marginado como una posible amenaza y fácil comparsa en cualquier tipo de motín, se
pretendió llevar a cabo la remodelación de la beneficencia madrileña para acabar con la
mendicidad, convirtiéndose la capital en un modelo a seguir para otras ciudades. Sería
preciso limpiar las calles de vagos y mendigos y clasificarlos en dos grandes grupos:
vagos útiles (que podrían ser enviados al ejército) y mendigos. Este último grupo sería
enviado a hospicios en los que se les enseñaría un oficio y se convertirían en artesanos
o trabajadores capaces de mantenerse y de educar a sus hijos.40
El Ayuntamiento de Barcelona coincidía con la necesidad de la recogida de los
pobres y señalaba que, a pesar de que con anterioridad se había puesto en práctica la
reclusión de todo género de gentes bajas en el hospital y hospicio de misericordia, con
el tiempo disminuyeron las limosnas de los que contribuían a su manutención, por lo
que se hizo preciso la reducción de su número. Además, el consistorio iba más allá al
proponer un proyecto general consistente en el establecimiento de casas de recogi-
miento en cada diócesis bajo el nombre de hospital u hospicio de misericordia41.
El fiscal Manuel Sisternes y Feliu42 compartía esta misma opinión al considerar
que se podría obtener provecho de unos individuos que en el día eran inútiles y perju-
diciales al Estado, al aplicarlos al trabajo o, simplemente, una vez recogidos, hacerles
seguir un método de vida arreglado a las obligaciones de cristiano sin servir de mal
ejemplo43.
A pesar de todo, el proyecto presentaba grandes dificultades debido a la falta de
caudales y arbitrios y a la carencia de una casa en la que recogerlos, pues el hospital
de Nuestra Señora de Misericordia contenía cerca de mil pobres y no era capaz de
mayor número pues dormían «a tres y a cuatro por cama». Sin embargo, en opinión de
Manuel Sisternes, se podría contemplar la ampliación del edificio al unirle dos casas
que tenía contiguas44.
Por todo ello, el Consejo determinó en su dictamen que el espacio dejado por el
seminario conciliar debía quedar a beneficio de las temporalidades para que se pudiera
destinar «a ampliacion de Hospicio o lo que mas combenga».
40. CASTRO, Concepción de: Campomanes. Estado y reformismo ilustrado, Madrid, 1996, pp. 198-201.
41. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 885, Consejo Extraordinario de 22 marzo de 1769.
42. Manuel Sisternes i Feliu (1728-1788), fue fiscal del crimen de la Real Audiencia de Cataluña entre
1766 y 1779. Con posterioridad se trasladó a Madrid donde se le nombró Alcalde de Casa y Corte. Más
tarde recibió el título de Fiscal del Supremo Consejo y Cámara de Castilla y se convirtió en hombre de
confianza del rey Carlos III.
43. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 885, Consejo Extraordinario de 22 marzo de 1769.
44. Íbidem.
estudios. Éste fue el caso del obispo barcelonés José Climent, que en el dictamen que
envió al Consejo Extraordinario indicando el mejor uso que se podía dar a las tempo-
ralidades de la ciudad, mostraba su preocupación por la enseñanza, haciendo hincapié
en la necesidad de solucionar la decadencia de las letras que padecía la diócesis. Por
ello, solicitaba el establecimiento de estudios que fuesen de utilidad para el seminario
tridentino y para el colegio de Cordelles y la creación de sendas capillas u oratorios
privados en los que llevar a cabo los actos espirituales de los colegiales. Recalcaba la
necesidad de llenar el vacío dejado por los jesuitas en la enseñanza, pues de lo contrario
sería todavía mayor el estancamiento de las ciencias, debido a que, a pesar del nombra-
miento de maestros de gramática, doctrina cristiana y primeras letras, las materias de
teología, filosofía y matemáticas se encontraban sin profesores. A ello habría que aña-
dir la circunstancia de que a la celebración de tres concursos de curatos para ocuparse
de la teología dogmática y moral se habían presentado opositores que no alcanzaban el
nivel deseado, por lo que se hacía necesario recurrir a religiosos45.
Igualmente se mostró preocupado por la enseñanza el obispo Gabino Valladares,
que en 1776 realizó una súplica para que aquéllos que estudiaban en el seminario
conciliar la filosofía y la teología escolástica pudiesen graduarse allí, en universidades
aprobadas o, al menos, en la universidad de Cervera, pues la Real Cédula de 11 de
marzo de 1771 produjo un considerable atraso en los estudios al impedir el paso de
estos cursos para graduarse en las universidades46.
45. AHN. Clero-Jesuitas. Leg. 161, José Climent a José Moñino. Barcelona, 19 de septiembre de 1767.
46. AHN. Clero-Jesuitas, Leg. 161, Súplica de Gabino Valladares de 31 de enero de 1776.
47. Francisco González de Bassecourt era conde del Asalto, marqués de González, de Grigny, de Borghetto
y de Ceballos, comendador de Mirabel en la orden de Santiago, Teniente General de los Reales Ejércitos,
Sargento Mayor, Inspector y Comandante del regimiento de guardias de infantería española, Gobernador
militar y político de Barcelona y su distrito y comisionado de las temporalidades ocupadas a los jesuitas
en Barcelona. Sustituyó al conde de Ricla como Capitán General de Cataluña cuando éste fue nombrado
Secretario de Guerra (1773-1789). Para una mayor información sobre este personaje ver MERCADER,
Joan: Els capitans generals, Barcelona, 1963, pp. 41, 104 y 109.
48. El acto de posesión se hizo de la siguiente manera:«teniendo en sus manos las llaves de las dichas Casas
y Colegio (por haverselas entregado el Ilustre Señor Conde del Asalto, Gobernador Politico, y Militar de
esta Ciudad) ha habierto las Puertas principales de las referidas Casas, y ha entrado en ellas, y quedan-
do solo dentro de aquellas, ha cerrado las dichas Puertas, y saliendo despues de ellas, ha buelto a cerrar
las mismas y se ha llevado las llaves de ellas: Todo lo que ha echo en senyal de dicha posesión». AHN,
Clero-Jesuitas, Leg. 161, Acto de posesión del colegio de Cordelles por parte de Francisco Antonio de
Copons de Cordelles i Vilallonga, 28 de mayo de 1774.
49. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 80, Oficio dirigido al Obispo de Barcelona de 12 de julio de 1787.
50. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 80, Oficio dirigido al Obispo de Barcelona de 26 de julio de 1788.
51. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, Comunicación de Lorenzo Buxeda de 12 de noviembre de 1788.
52. Artículo III. Declaro, que en la ocupacion de temporalidades de la Compañia se comprenden sus bienes
y efectos, asi muebles, como raíces, ó rentas Eclesiásticas, que legitimamente posean en el Reyno; sin
perjuicio de sus cargas, mente de los Fundadores, y alimentos vitalicios de los Individuos, que serán de
cien pesos, durante su vida, á los Sacerdotes; y noventa á los Legos, pagaderos de la masa general, que
se forme de los bienes de la Compañia.
53. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, La Dirección General de Temporalidades a Francisco Antonio de
Copons Cordelles i Vilallonga, 7 de febrero de 1789.
54. La Academia de Ciencias Naturales y Artes de Barcelona se originó en el entorno de la clase de matemá-
ticas que el jesuita Tomàs Cerdà profesaba en el colegio de Cordelles, comenzando bajo la denominación
de «Conferencia físico-matemática-experimental» y siendo su director Francesc Subirás y su secretario
perpetuo Joan Antoni Desvalls, quien se convertiría con posterioridad en marqués de Llupià y sería el
auténtico alma de la institución. En 1765 fue oficialmente erigida Real Academia bajo la providencia
del Capitán General marqués de la Mina. La Academia se encontraba dividida en diferentes secciones
entre las que destacaban las siguientes: algebra y geometría, hidrostática y meteorología, electricidad y
magnetismo, botánica, química y agricultura. En MERCADER, Joan, Els capitans generals, Barcelona,
1963, pp. 146-147.
55. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, El barón de la Linde al Conde de Floridablanca, 8 de abril de 1786.
56. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, Relación y tanteo del coste para trasladar la Academia de Ciencias
Naturales y Artes de Barcelona, 7 de abril de 1786.
57. Establecida en 40 reales de vellón.
58. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, El barón de la Linde al Conde de Floridablanca, 8 de abril de 1786.
59. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, El barón de la Linde a Juan Antonio Archimbaud y Solano, 9 de noviem-
bre de 1786.
60. En un principio, la escritura de establecimiento indicaba que en caso de extinguirse la Academia o
mudarse a otro paraje, debía restituirse dicha casa y huerto a la Real Hacienda. Pronto la Real Dirección
de Temporalidades solicitaba la enmienda del error, pues el Rey había ordenado la separación de los fon-
dos de temporalidades de los de la Real Hacienda y, como el edificio y huerto cedido a la Academia era
de las temporalidades, a ésta correspondían los 40 reales de entrada y los dos de censo anual. Igualmente,
en caso de extinción o traslado, la casa y el huerto debían restituirse íntegramente a las temporalidades y
no a la Real Hacienda. Sin embargo, en una carta dirigida a Jerónimo Girón en 1790 se indica no constar
que se haya producido la enmienda del error.
61. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, El barón de la Linde al Conde de Floridablanca, 8 de abril de 1786.
67. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 80, Comunicación a Juan de Peñuelas de 20 de septiembre de 1771.
68. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 885, Consejo Extraordinario de 8 de junio de 1775.
69. Íbidem.
70. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, Representación de José Ruiz de Castañeda de 21 de agosto de 1781.
71. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, Representación de 17 de junio de 1782.
72. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, Gabino Valladares a Juan Antonio Archimbaud¸ 26 de febrero de 1785.
73. «Real Provision de Su Magestad, y Señores del Consejo, en el Extraordinario, para que los Comisionados
en la ocupacion de Temporalidades de los Regulares de la extinguida Compañía de España, Indias, é Islas
Filipinas procedan á la separacion de Ornamentos, Vasos Sagrados, y Alhajas de oro y plata, encontradas
en las Iglesias que fueron de dichos Regulares, dirigiendo listas, y otras cosas» en Coleccion general de
las providencias… Parte cuarta, XXXV, pp. 64-70.
74. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, Gabino Valladares a Juan Antonio Archimbaud¸ 26 de febrero de 1785.
75. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, José Miró y Pérez a Campomanes, 13 de julio de 1782.
diendo al reparto de las alhajas de primera clase y la venta de las de segunda y tercera
clase, poniendo su producto en arcas reales76.
Más adelante, se dio la orden de remitir a la corte las alhajas de oro y plata que
estuviesen depositadas en el Real Monte Pío de Barcelona, a fin de darles su correspon-
diente destino. Atendiendo a esta situación, el obispo de Barcelona, Gabino Valladares,
escribía a Juan Antonio Archimbaud en 26 de febrero de 1785, solicitando la suspen-
sión de dicha orden. Alegaba para ello las órdenes reales que mandaban la distribución
y venta de las alhajas en las respectivas diócesis, añadiendo que sería muy doloroso su
reparto entre iglesias menos acreedoras y necesitadas, siendo quizás desconocidas de
los fieles que hicieron donaciones gratuitas o limosnas para su fabricación77.
Igualmente, el prelado justificaba la situación por la cual no se había dado el
destino correspondiente a las alhajas indicando lo siguiente: el Consejo Extraordinario
había aplicado la iglesia de Belén para la erección de una nueva parroquia distinta de
la de Nuestra Señora del Pino, pero cuando dicho obispo accedió a la diócesis en 1775,
todavía no se había llevado a efecto, por lo que, dispuesto a cumplirla, formalizó el
expediente necesario. Sin embargo, cuando se iba a dar la providencia de erección de
la nueva parroquia, se comprobó la inexistencia de fondos para la necesaria dotación
del cura y demás ministros que debían servirla. El obispo hizo presente la situación al
Consejo en 20 de agosto de 1777, proponiendo algunos fondos78 que no merecieron
la aprobación del Supremo Tribunal, por lo que dicha erección quedó suspensa. De
esta manera, al estar suspendido el destino de la iglesia lo estuvo también el de la dis-
tribución de alhajas, pues debería realizarse una vez provista decentemente la nueva
parroquia. En cuanto a las alhajas de segunda y tercera clase, no se había procedido
a su venta por haber surgido algunas dudas acerca de las que eran vendibles y las
que debían reservarse para ser repartidas. La Junta Municipal consideraba aceptable la
venta de los adornos de reliquias y diferentes imágenes, al contrario que el obispo, que
opinaba que deberían reservarse para los repartos79.
Archimbaud le contestaría en marzo de ese año, ordenando la realización de una
lista que incluyese el conjunto de los vasos sagrados y las alhajas de oro y plata que
deberían repartirse entre las parroquias pobres de la diócesis, para proceder a ello una
vez aprobado por dicha Real Dirección. En cuanto a las alhajas de oro y plata cuya
venta se encontraba dudosa, el obispo debería dar orden para la averiguación de su
valor intrínseco según la ley de la plata u oro. Posteriormente lo debería comunicar a la
Dirección para que se providenciase lo más conveniente80.
En 10 de febrero de 1783 se nombró al platero Joaquín Quadras para que pesase y
tasase las alhajas de oro y plata que pertenecieron a los jesuitas, y cuya venta se hallaba
76. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, José Payo Sanz al Conde del Asalto, 24 de mayo de 1783.
77. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, Gabino Valladares a Juan Antonio Archimbaud, 26 de febrero de 1785.
78. Su antecesor, José Climent, expuso la posibilidad de aplicar a dicho destino algunas rentas de las que dejó
doña María de Camporells para la realización de obras pías.
79. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, Gabino Valladares a Juan Antonio Archimbaud, 26 de febrero de 1785.
80. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, Archimbaud a Gabino Valladares, 12 de marzo de 1785.
81. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, Gabino Valladares a Archimbaud, 15 de junio de 1785.
82. Entre las iglesias que debían recibir parte de estas alhajas se encontraban las de Nuestra Señora del Pino,
San Jaime, San Miguel, San Cucufate, la del hospital de misericordia, la del Real Hospicio, la capilla del
seminario conciliar, la de San Julián del Arbos, la de Santa María de Villarrodosa y la de San Andrés de
Alfar, en AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, Estado de las alhajas que se hallaron en la iglesia del colegio
de Belén, 14 de abril de 1785.
83. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, Andrés de Ciria a Archimbaud, 7 de septiembre de 1785.
84. Alejandro de Arroyo de Rozas, originario de Cantabria, ingresó en el ejército como cadete en 1728, parti-
cipando en la conquista de Orán en 1732 y en las dos últimas expediciones italianas. Ascendió a brigadier
en 1774 y a mariscal de campo en 1779. Obtuvo el gobierno militar de la ciudadela de Barcelona en 1781
y el militar y político de Lleida en 1783. Pasó al gobierno militar y político de Barcelona en agosto de
1785, convirtiéndose en corregidor de Barcelona el 27 de septiembre de 1785. Se retiró en 1789. En GAY
ESCODA, Josep Maria: El corregidor a Catalunya, Madrid, 1997, pp. 570-571 y 601-602.
85. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, Alejandro de Arroyo de Rozas a Archimbaud, 7 de diciembre de 1785.
que es lo que quedó líquido, una vez pagado el coste preciso que se causó con motivo
de la venta86.
4. CONCLUSIONES
Cuantiosos fueron los intereses económicos que traía aparejada la marcha de los
jesuitas. Con el conjunto de sus pertenencias se pretendía sufragar el monto de los gas-
tos del proceso de su expatriación, pero a la vez, se trataba de una oportunidad única
para acceder a un conjunto valioso de propiedades que habían estado fuera del mercado
hasta ese momento. Las mejores de sus posesiones urbanas, exentas de los procesos de
subasta, se destinaron para ser aplicadas con la mayor utilidad pública posible. Así, en
la ciudad de Barcelona, el colegio que poseyeron los expulsos se destinó para el trasla-
do del seminario conciliar. Igualmente, del destierro de los seguidores de San Ignacio
se benefició la Academia de Ciencias Naturales, con su traslado al recinto del que fue
colegio de Belén. La casa de ejercicios de los regulares se aplicó para el recogimiento
de las «mujeres perdidas» de la ciudad y, finalmente, se proyectó la erección de una
nueva parroquia en la iglesia que perteneció a los miembros de la orden ignaciana.
Si bien las intenciones seguidas en el proceso de aplicación de las temporalida-
des siempre fueron piadosas y trataron de mejorar algunos aspectos públicos que así
lo requerían, como hemos visto, no siempre se llegaron a materializar o lo hicieron
tarde. En uno u otro caso, el denominador común fue el mismo, la falta de fondos con
los que hacer frente a los gastos necesarios para la adaptación de los edificios a su
nuevo destino. En el caso barcelonés quedaba patente en la imposibilidad de trasladar
la cárcel de la galera al terreno que ocupó la casa de ejercicios de los jesuitas, y la no
utilización de ese mismo lugar como ensanche para el Hospital General. Además, el
principal inconveniente para la construcción del hospicio que debía construirse en el
terreno que dejaba vacante el seminario conciliar con su traslación, era, igualmente,
la falta de fondos. En el caso de la iglesia que perteneció al colegio de Belén, no fue
hasta 1795, es decir, 26 años después de la Real Cédula para su aplicación, cuando se
aprobó la erección de una nueva parroquia en su lugar, pues fue en ese momento cuan-
do se destinaron los fondos suficientes para hacer frente a los gastos de la obra. Este
retraso conllevó la demora en el reparto de las alhajas sobrantes, ya que hasta que no
estuviesen concluidos los trabajos no se podría determinar el excedente de ornamen-
tos, debido a que antes de proceder a su distribución, la nueva parroquia debía quedar
provista con toda decencia.
No dejan de llamar la atención las equivocaciones acontecidas en el proceso de
embargo de bienes. Los casos más claros son el de la ocupación de las propiedades
pertenecientes a la congregación de seglares de Nuestra Señora de la Natividad y el
del intento de aplicación del Seminario de nobles de Santiago de Cordelles. En ambos
casos, el Consejo Extraordinario reconoció los errores cometidos y dictaminó la resti-
tución de las posesiones a sus legítimos dueños.
86. AHN, Clero-Jesuitas, Leg. 161, Alejandro de Arroyo de Rozas a Archimbaud, 8 de marzo de 1786.
JAVIER VERGARA
U.N.E.D.
cen a cada jesuita, juntándolos en uno o más lugares, y encargándose de las llaves el Juez
de la Comisión»1.
Estaba claro desde el principio que los papeles y libros constituían para los Aranda
y un largo etcétera de ilustrados antijesuitas una obsesión de base irrenunciable. En
ellos pensaban encontrar algunas de las claves ocultas que justificasen no sólo su opo-
sición a la Compañía sino incluso su misma expulsión. Por eso no es extraño que el
fiscal Campomanes incitara con cierta ansiedad a que se recogieran «legajos separa-
dos, sin omitir papel alguno por inútil y despreciable que parezca; pues todos se deben
recoger y ordenar con el mayor cuidado»2. El responsable de ejecutar inicialmente
esa tarea debía ser un comisionado, nombrado al efecto por el Presidente del Consejo
—entiéndase Aranda—. Su labor consistiría en impulsar y coordinar no sólo el inven-
tario de libros y manuscritos, sino todos los bienes, efectos y propiedades jesuíticas
con vistas a su posterior reutilización. En esa tarea se podría contar con el Procurador
de cada colegio, al que se le retrasaría por dos meses su expulsión, situándole en la
indecente e ingrata humillación de colaborar obligatoriamente en la expropiación de
sus propias temporalidades3.
Para que esta tarea fuese eficaz la Corona planteó una segunda fase de legislación
concreta y específica. Etapa que estuvo jalonada por cuatro disposiciones llamadas
a regular uno de los procesos de expropiación de libros más importantes de la his-
toria de este país. La primera disposición al respecto, que sirvió de base a todas las
demás, fue una Real Cédula, fechada el 22 de abril de 1767, sólo 20 días después de la
Pragmática Sanción de extrañamiento. Su mentor, Campomanes, proponía «un método
individual de formalizar el Índice, y reconocimiento de Libros y Papeles de las Casas
de la Compañía, por requerir reglas especiales para que se ejecutase con uniformidad
en todas ellas, y con el debido método, distinción y claridad»4. El método trascendió
con creces sus objetivos expropiatorios y se convirtió en un referente temprano de la
normalización descriptiva de los libros españoles, amén de ser un modelo reconocido
de biblioteconomía internacional. Las colecciones bibliográficas expropiadas por la
Revolución francesa siguieron en buena parte los criterios de catalogación prescritos
por Campomanes5.
La Instrucción constaba de 24 puntos, orientados a regular dos grandes objetivos:
conformar un sistema de información bibliográfica uniforme y preservar los fondos
para un destino que inicialmente se presentaba indefinido. Al primero de los aspectos
se dedicaron los cinco primeros puntos. En el primero se mandaba expresamente ela-
borar dos tipos de inventarios: uno perteneciente a material manuscrito, otro a material
impreso, «expresando el tamaño de marca mayor, folio, cuarto u octavo». Los puntos
II y III fijaban que el inventario de impresos recogiera el apellido del autor, el nombre
propio entre paréntesis, el título, el lugar y el año de edición. El punto IV, que se refería
al modo de inventariar los papeles manuscritos, prescribía que se recogiese «los dos
primeros renglones con que comienza la obra y los dos últimos con que finaliza, y el
número de folios de que consta». Dentro de estos documentos debían incluirse los
«Códices membranáceos, en letra gótica, o monacal antigua (...) expresando al efecto
si se hallan escritos en vitela» (Punto V).
La segunda parte, de carácter más indefinido, se sustanciaba sobremanera en los
puntos VIII, XIV, XVI y XIX. Por el primero, se prescribía que, amén del catálogo
general, se hiciese un inventario particular de cada uno de los aposentos y estancias de
la casa, donde a buen seguro habría tantos o más libros que en la biblioteca general. El
punto XVI recomendaba que fuese hecho por libreros hábiles de la ciudad, que añadi-
rían una tasación aproximada de cada libro, y por «algún literato inteligente» que debía
velar por la correcta y exacta ortografía de los índices. El punto XIX hacía referencia a
las librerías existentes en los colegios. Se trataba de una figura, ubicada habitualmente
en las «Porterías» colegiales, con un fin claro y específico: la venta y distribución de
obras, esencialmente jesuíticas, pensadas para cubrir las necesidades pastorales, misio-
nales y académicas de los colegios. Tal era su importancia que se prescribió que se
hiciera un «inventario, con expresión de los ejemplares en papel, o encuadernados, que
se encontraren, y el precio a que se vendía cada tomo, o juego, para darles salida, como
caudal y efectos de la misma Casa». Finalmente, le punto XXIV sugiere la posibilidad
de agregar todos estos libros a las bibliotecas universitarias.
A esta primera disposición, pensada sobre todo para los libros y papeles impresos,
siguió una segunda de ocho puntos, firmada el 29 de julio de 1767, y orientada a pre-
servar todo lo concerniente a papeles manuscritos. En ella se perfilaban tres aspectos
que a la Corona interesaba salvaguardar: los papeles relativos a las haciendas, diez-
mos, cuentas y caudales de cada casa; los papeles que trataban de asuntos políticos,
satíricos y de las expulsiones de Francia y Portugal; y finalmente todo lo concerniente
a la correspondencia privada, a las cartas de Generales y a la mantenida con obispos6.
Material que, en atención a una circular enviada a los comisionados, el 2 de mayo de
1769, debía remitirse al Colegio Imperial para su estudio y clasificación7. La Corona
pretendía encontrar aquí las razones últimas que le faltaban para justificar pública y
socialmente la expulsión. Una medida que, a pesar del calado y trascendencia que con-
llevaba, debía estar exenta de toda crítica o sátira social. A los responsables les iba en
ello no sólo la confiscación de bienes sino incluso la propia vida8.
Una tercera circular, aparentemente de menor entidad, fue una disposición fir-
mada por Carlos III el 17 de diciembre de 1770 para decidir el destino definitivo de
los fondos jesuíticos. Un tema que desde el principio había generado dudas y proble-
mas. Para unos, las universidades y seminarios debían ser las receptoras de los libros
jesuíticos; para otros, su venta parecía el destino adecuado. Ventura Figueroa, colector
general interino de expolios y vacantes, zanjó el asunto fijando un Reglamento que
prescribía que los fondos jesuíticos no fuesen vendidos sino entregados a los prelados
y sucesores para el aprovechamiento público de sus diocesanos. Acuerdo que, el 4 de
enero de 1771, se remitía al conde de Aranda, Presidente del Consejo, para que proce-
diera a su rápida ejecución9.
No iban, sin embargo, a suceder los acontecimientos tal como estaba previsto. El
propio Aranda retrasó su ejecución de manera consciente, achacando al Reglamento de
Ventura Figueroa una manifiesta generalidad, especialmente en lo que se refería a la no
distinción entre papeles impresos y manuscritos. Cuestión importante para los mento-
res de la expulsión, pues muchos documentos, especialmente papeles manuscritos y de
disciplina interna de los expulsos, trascendían el interés bibliográfico para enmarcarse
en intereses ideológicos y políticos que interesaban a la Corona. La situación era de tal
calado que Aranda, por boca de Campomanes, pidió expresamente, el 27 de agosto de
1771, que de la documentación a entregar a los diocesanos se excluyese expresamente
todo lo relativo a papeles manuscritos y de disciplina exterior e interior —tal como
prescribía la circular de 2 de mayo del 69—. El 29 de octubre de 1771 Carlos III daba
el visto bueno a dicha petición y el 5 de febrero de 1772 mandaba que se hiciera una
Real Provisión, que fue definitivamente firmada el 2 de mayo de 177210.
Esta cuarta disposición, que cerraba el cupo carolino sobre el destino último de
los libros y bibliotecas jesuíticas, era en realidad el reglamento de Ventura Figueroa
con pequeñas adiciones. Entre sus puntos importantes sobresalen la decisión de no
entregar a los diocesanos las bibliotecas de los colegios de Loyola y Villagarcía de
Campos, que debían reservarse para constituir dos seminarios de misiones. Lo mismo
se pedía para los colegios ubicados en ciudades donde había universidad de nueva
creación. Sus fondos se destinarían a enriquecer las bibliotecas de las nuevas univer-
sidades. También se acordó no entregar a los prelados las bibliotecas del colegio de
Toledo y las de los dos colegios de Palma de Mallorca. Sus fondos se reservarían para
el futuro seminario tridentino toledano y para la antigua universidad de la Isla, que
aunque no era de nueva creación era de sumo interés mantenerla por ser la única de
la Isla. El resto podría reservarse a los palacios episcopales para uso público de los
diocesanos. La Real Provisión termina haciendo a los comisionados dos advertencias:
primero la absoluta necesidad de que los papeles manuscritos y los referidos a la disci-
plina interior y exterior se remitiesen definitivamente al Archivo de San Isidro el Real
de Madrid, quedando a disposición del Director de los Estudios Reales, de sus biblio-
a) Obras venales
La catalogación e inventario de libros venales del colegio pamplonés la puso en
marcha, el 26 de mayo de 1767, José Contreras, regente que fue del Consejo Real
de Navarra y primer Juez Comisionado en la ocupación de temporalidades. Ese día,
atendiendo a las prescripciones del punto XIX de la Real Cédula de 22 de abril de
1767 —que prescribía la catalogación de obras venales existentes en las porterías de
los colegios—, y sobre todo movido por la carta circular de 30 de abril de 1767, que
incitaba a los comisionados a informar sobre los bienes que habían quedado en las
casas de los expulsos12, encargaba a Benito Coscuyuela, mercader e impresor de libros
de Pamplona, realizar, con la inspección y ayuda del P. Francisco Belza, regente de
estudios del convento de San Agustín de Pamplona, el índice y tasación de los libros
venales del colegio pamplonés13.
La tarea no resultaba baladí en el marco contextual de un colegio como el de
Pamplona. Un colegio que si bien no poseía imprenta propia sí desplegaba una acti-
vidad extraordinaria relacionada con la producción, edición, venta y distribución de
libros. Dos hechos explicaban sobremanera esa situación: por un lado, la importante
red comercial de impresores y libreros que había en Navarra14, red que desde el primer
hasta nuestros días. Pamplona, Imprenta provincial. PÉREZ GOYENA, A. Ensayo de bibliografía navarra:
desde la creación de la imprenta en Pamplona hasta el año 1910. Pamplona, Institución Príncipe de
Viana., 1947-1964. Institución Príncipe de Viana, (1974) La imprenta en Navarra. Pamplona, Diputación
Foral e Navarra.
15. A.H.N. Clero, jesuitas, libro 175. Libro de gasto del Colegio de la Compañía de Jesús de Pamplona.
Años 1617 a 1629.
16. Biblioteca de la Real Academia de la Historia (B.R.A.H.) 11-10-3/28. Cuentas inútiles a un criado. P.
Reigadas. Legajo 3, Nº 7. fol. 25.
17. Ibidem, 26 r.
18. Ibidem. 29 r.
La suma de todos estos libros suponía un total de 2211 volúmenes, con un precio
estimado que superaba los 4550 maravedíes. Buena parte de esos libros se vendió y el
resto se incorporó a la biblioteca común. Cifras a las que habría que añadir 1133 volú-
menes que no fueron tasados por Benito Coscuyuela y sí enviados al Colegio Imperial
de Madrid, el 5 de febrero de 1769. Los libros en cuestión fueron los siguientes:
- 125 tomos en folio de la Historia del Corazón de Jesús
- 76 tomos en 8º de la Historia del Corazón de Jesús
- 22 docenas de novenas a San francisco Javier
- 4 tomos en folio de las Doctrinas
- 43 tomos en 4º De compras y ventas
- 100 tomos en 8º de la Historia del Corazón de Jesús
- 29 tomos en 8º de la Historia del cielo empíreo
- 19 tomos en 8º del Corazón de Jesús, de Peñalosa
- 20 tomos en 8º, Devociones (Vascuence), P. Mendiburu
- 239 tomos en 16º, Devociones (Vascuence), P. Mendiburu
- 456 reglas en 12º, Congregación del Corazón de Jesús 19.
b) Inventario de manuscritos
Paralelamente al inventario de libros venales hubo de procederse a inventariar los
libros, papeles y documentos depositados en los aposentos y librería del colegio. Fue
su responsable el Juez de Temporalidades, José Contreras, quien en una carta enviada
al conde de Aranda, el 5 de agosto de 1767, comentaba que, una vez terminado el
inventario de casas, censos, tierras, etc. procedió, de acuerdo con la disposición de
Campomanes, de 22 de abril de 1767, a inventariar los libros y papeles manuscritos del
colegio de los expulsos. La labor la llevaron a cabo los ya citados Benito Coscuyuela,
mercader de libros, y el P. Francisco Belza, prefecto de estudios del Convento de San
Agustín de Pamplona y coordinador e inspector de todo el proceso. Contreras termi-
naba su carta diciendo que Coscuyuela invirtió en su trabajo desde el 4 de mayo hasta
el 28 de julio. Fueron en total 86 jornadas laborales, remuneradas a 4 reales por día
trabajado, montando un total de 344 reales, según libranza general despachada el 19 de
enero de 1768 por José Lanciego, nuevo Juez Comisionado20.
El librero Coscuyuela hizo su labor con celo. Procedió en primer lugar a inven-
tariar los papeles manuscritos que halló en la librería común y en los aposentos. Para
realizar su labor contó con dos prescripciones legales: la real cédula de Campomanes,
citada anteriormente, y la Circular del Consejo Extraordinario de 29 de julio de 1767,
que prescribía expresamente inventariar todo lo que concernía a tres temas: rentas,
diezmos y propiedades; correspondencia manuscrita con Roma y obispos; y, finalmen-
te, papeles que trataban de asuntos políticos, satíricos y de las expulsiones de Francia
y Portugal. Como se sabe, en ello no había sólo intereses económicos. La Corona hizo
de los manuscritos un icono del esoterismo jesuítico, pensando encontrar en ellos la
justificación última de la expulsión.
A tal grado llegó su obsesión que incluso ningún particular debía conservar
manuscrito alguno relacionado con la Compañía. Significativa fue al respecto la acti-
tud servicial del reiterado juez Contreras que, en atención a una orden del Conde de
Aranda, de 11 de abril de 1767, puso varios edictos en Pamplona, Tafalla y resto
de cabezas de Merindad, conminando a «personas tenedoras en confianza o de otra
suerte de caudales o material impreso o manuscrito de la Compañía a manifestarlo,
pena de confiscación de bienes y el ejemplar castigo que corresponde si por los
libros o papeles se descubre su ocultación». Prescripción que además era «exten-
siva a terceras personas que tuvieren noticia que alguien tuviera pertenencias de la
Compañía» 21.
El edicto era de un rigor extremo, causaba temor sólo leerlo, aun así no tuvo los
efectos prácticos que Madrid esperaba. En Navarra sus frutos se limitaron a siete cartas
manuscritas de jesuitas que fueron entregadas por los particulares a las autoridades
correspondientes. El juez Contreras las remitía a Madrid, «en un cañón de hoja de lata,
rotulado a V. Excia», el 20 de junio de 1767. Correspondían a: «el Duque de Granada,
¿Qué contenían los 190 legajos inventariados por Coscuyuela? Fuera del inventa-
rio económico podría decirse que de especial relevancia para la Corona nada de nada.
Contenían sobre todo papeles relativos a la administración colegial ordinaria, a los
libros de cuentas, propiedades, censos, sermones, resúmenes de obras literarias, de
historia, de teología y de moral, y un sin fin de correspondencia legal y privada. En un
afán de síntesis puede verse su temática en el cuadro siguiente:
¿Qué pasó con los 190 legajos? ¿Dónde se encuentran actualmente? Son pregun-
tas cuyas respuestas están llenas de vicisitudes que comienzan con la ya citada Real
Orden de 2 de mayo de 1769, que prescribía la remisión de todo material manuscrito
al Colegio Imperial de Madrid. Ahí, el también conocido a partir de entonces como
Archivo de Temporalidades, permaneció bajo poder estatal hasta 1815, año en que, tras
ser restablecida la Compañía por Fernando VII, fue entregado bajo inventario firmado
en 1816 a la entonces creada Junta de Restablecimiento. Con la segunda disolución
de la Orden, acaecida el 14 de agosto de 1820, la Compañía volvió a perder el con-
trol de sus archivos, si bien pudo recuperarlos a partir de su restablecimiento el 1 de
octubre de 1823. En 1834, la Compañía fue de nuevo disuelta y sus archivos, todavía
concentrados en los locales de los Reales Estudios de San Isidro, comenzaron un largo
y penoso peregrinaje de dispersión, perdida y deterioro. Ese año, una cantidad impor-
tante de material pasó a las dependencias de los ministerios de Hacienda y de Gracia
y Justicia.
c) Inventario de libros
La otra gran labor de Benito Coscuyuela, con la inspección del P. Francisco Belza,
se centró en el inventario y catalogación de los libros impresos del colegio pamplonés.
Material de todo punto importante que constituía uno de los iconos pedagógicos más
importantes de la Compañía de Jesús y al que el gobierno carolino nunca quiso renun-
ciar. Los libros expropiados estaban llamados a ser complemento documental de las
universidades y seminarios de nueva creación, cuando no cimiento y base de futuras
bibliotecas públicas.
«Haya librería, si se puede, general en los colegios» prescribía el artículo 372
de las Constituciones de la Compañía, y el artículo 33 de la Ratio studiorum obligaba
con gravedad y contundencia a la asignación inexcusable de fondos para mantener y
aumentar la biblioteca. Obligaciones graves en las que descansaba buena parte de la
23. Cfr. MATEOS, F.: «El secuestro de papeles jesuíticos en el siglo XVIII, su concentración en Madrid, vici-
situdes y estado actual», en introducción a GUGLIERI NAVARRO, A. (1967) Documentos de la Compañía
de Jesús en el Archivo Histórico Nacional. (pp. VII-LXXXII). Madrid, Razón y Fe.
24. B.R.A.H., Jesuitas, 9/7212.
25. GUGLIERI NAVARRO, A., op. cit. pp. 211-218.
formación y puesta al día de los profesores y a las que el colegio pamplonés respondió
con largueza y generosidad. En 1611, los 510 reales anuales que redituaban de un censo
de 500 ducados, hechos a favor del colegio por don Juan Moreal, se asignaban en favor
de la biblioteca. Censo que se mantenía vivo en tiempos de la expulsión26.
Aunque no era ésta la vía más importante de acrecentar las bibliotecas jesuíticas
sino las donaciones. En 1641 el Ldo. Hurtado de la Puente, al comunicar a su amigo
Rodrigo Caro la muerte del escritor Bernardo Alderete, apostillaba que los jesuitas
«eran los herederos comunes de todos los libros y estudios de España»27. Con indepen-
dencia del sentido hiperbólico de la frase, lo cierto es que las donaciones, bien como
regalos o herencias, fueron bastante habituales. En un recorrido por los fondos jesuí-
ticos, conservados en el Seminario Conciliar de Pamplona, puede verse una Políglota
antuerpense donde se recoge una nota manuscrita en la que se lee: «Este libro con
otros tres cuerpos de Biblia dio de limosna a este Colegio de la Compañía de Jesús de
Pamplona el Sr. Eguía, enfermero de la Catedral de esta ciudad, y con condición que
no se puedan vender y llevar». Otra herencia importante, a tenor de los varios ex libris
que se encuentran de su benefactor, fue la del arcediano de la Tabla, Sr. Ibero. En libros
como: Malleus Maleficarum, Lugduni, 1595; Patrum Opus Ioannis Eremita o Tertia
Pars totius Summae... puede leerse que son donaciones del Sr. Ibero. Otros donantes
que pueden citarse por tener varias donaciones son: el P. Gualbes, el canónigo Alcoz, el
Licenciado Cruzate, Antonio Caparroso, el vicario de Eguaras, el P. Iñigo de Lodosa, el
P. Alonso de Lobera y un largo etcétera que sería difícil de completar, pero que en cual-
quier caso pone de manifiesto que fueron las donaciones una de las vías más comunes
—y quizá la más importante— de allegar fondos a las bibliotecas jesuíticas.
El resultado de todo esto fue unos fondos cercanos a los 6000 volúmenes: alrede-
dor de 3000 pertenecían a la biblioteca común y el resto estaba diseminado por las dis-
tintas estancias y aposentos del colegio. Circunstancia que, en función del punto VIII
de la real cédula de 22 de abril de 1767, obligó a realizar dos inventarios: el topográfico
o de aposentos y el general o de librería común.
El inventario topográfico constituye todo un modelo de bibliografía histórica.
Permite conocer con precisión qué obras disponían los moradores del colegio para su
uso y lectura. Su ficha bibliográfica incluía —siguiendo a Campomanes—: apellido,
nombre entre paréntesis, título, número de tomos, su tamaño, lugar de edición y la tasa
del librero por reales de 36 maravedíes navarros. En los siguientes ejemplos se presenta
una muestra de la labor realizada por Coscuyuela:
dentro de ellas por orden alfabético. Criterio que respetó Coscuyuela con exquisita
escrupulosidad y que permite en buena medida reproducir el catálogo bibliográfico tal
como lo tenían los jesuitas pamploneses en tiempos de la expulsión.
El resultado de su trabajo concluyó el 28 de julio de 1767, arrojando un montan-
te de 2371 registros. El material quedó depositado «en el propio sitio que se hallaba
antes de la expulsión»28, es decir en la llamada librería común, en espera de un destino
definitivo. Se almacenó conjuntamente con los libros de los aposentos en 299 cajones.
Todo ello suponía una cifra que superaba los 6000 volúmenes. Cantidad relativamen-
te importantes para un colegio medio —como era el la Anunciada— que no poseía
imprenta y que había hecho de sus fondos bibliográficos uno de sus íconos más repre-
sentativos.
En el siguiente cuadro se ofrece una muestra de la labor llevada a cabo por
Coscuyuela con los fondos de la llamada librería común.
obispado. ¿Qué pasó en ese tiempo? Inicialmente los fondos pamploneses no podían
destinarse ni a universidad de nueva creación ni a seminario conciliar, pues al principio
la diócesis no contaba ni con una ni otra institución. Por lo tanto su destino natural era
su venta para allegar fondos a la causa de la expropiación. No sabemos si esto afectó
poco o mucho a los libros pamploneses. El caso es que la venta de libros jesuíticos se
paralizó a nivel nacional por una Real Orden, de 2 de mayo de 1769, que prescribía
suspender la venta de libros de las casas de los regulares expulsos, «cuidando la Junta
Municipal de que no se extravíen libros, que se mantengan en buena custodia y en
parajes que no sean húmedos, ni expuestos a corrupción, para disponer de ellos a favor
de Universidades y Casas de Estudios según lo que resultare de las aplicaciones de los
colegios»29.
Hasta aquí una primera etapa. Posteriormente, el 17 de diciembre de 1770, el
Reglamento, diseñado por Manuel Ventura de Figueroa, colector general interino de
expolios y vacantes, establecía que las librerías de los jesuitas expulsos se entregaran a
los prelados para uso público de sus diocesanos. La medida fue comunicada al obispo
de Pamplona, Irigoyen y Dutari, el 17 de febrero de 177130. Pero las reclamaciones pos-
teriores, hechas —como ya apuntamos— por Aranda y Campomanes al Reglamento
de Ventura Figueroa, intentando dirigir los fondos a las universidades y evitar que los
papeles manuscritos pasaran a los prelados, retrasaron su ejecución hasta la aprobación
definitiva de la Real Provisión de 2 de mayo de 1772. Ésta prescribía con toda claridad
que los papeles manuscritos se trasladasen a Madrid y las bibliotecas se entregaran con
la máxima celeridad a las universidades de nueva creación y a los prelados para uso
público de sus diocesanos. En el ínterin, había que velar por la conservación los libros y
a tal efecto, el 1 de agosto de 1771, los Señores del Consejo dieron una Real Provisión
en la que se prescribía que «las librerías que no estén ya destinadas (...) conviene se
limpien y conserven con especial diligencia mientras se va acordando su destino (...)
en inteligencia de que las Juntas Municipales respectivas serán responsables del daño
que resulte por su omisión»31.
La tercera etapa comienza precisamente el 20 de mayo de 1772, fecha en que
la Junta Municipal de Temporalidades pamplonesa acusó recibo de la citada Real
Provisión de 2 de mayo de ese mismo año sobre entrega de bibliotecas. Tres días des-
pués se iniciaban los trámites formándose una comisión mixta Junta de Temporalidades
y Diócesis. Estaba compuesta por José Javier de Gainza, en representación de la Junta
Municipal de Temporalidades; Juan Miguel de Echenique, vicario general, en repre-
sentación del obispo; y el administrador general de las temporalidades. El 4 de junio
acordaron que las gestiones se iniciasen el 10 de junio, a las tres de la tarde, en el anti-
guo colegio de la Anunciada. Siendo Benito Coscuyuela, en atención a sus anteriores
servicios, quien de nuevo se responsabilizaría de inventariar la entrega definitiva al
El trabajo de Coscuyuela tuvo dos partes. En una primera se computaron los libros
que pertenecía a la antigua librería común del colegio y que estaban depositados en
dicha sala. Se almacenaron en 153 cajones que contenían 1524 títulos. La segunda
fase se centró en computar los libros que estaban depositados «en la capilla, aposentos,
tránsitos, cajones y líneas». Su resultado supuso 2533 ediciones, que unidas a las 1524
anteriores arroja un total de 4057 títulos. Guarismos muy parecidos al global de regis-
tros computados en los inventarios de 1767.
La cuarta fase de este largo proceso se inicia precisamente con la conclusión, el
29 de julio de 1772, del nuevo inventario de Benito Coscuyuela y sus dificultades para
ser entregado al obispado. Un proceso que exigía el visto bueno de la Junta Central
de Temporalidades y éste asombrosamente no se firmó hasta el 5 de marzo del año
siguiente. La disposición prescribía expresamente:
«Que las Librerías existentes en todas las casas, colegios y residencias que fueron
de los Regulares de la Compañía, aplicadas según la Real Provisión de dos de Mayo del
mismo año, se conduzcan a las casas o parajes que señalen los diocesanos, y agraciados,
por cuenta de los frutos y rentas de Temporalidades» 33.
Incomprensiblemente la orden no se comunicó en tiempo y forma debido a la Junta
de Temporalidades de Pamplona, por lo que difícilmente pudo ejecutarse la entrega.
Don Gonzalo Muñoz de Torres, miembro de la Junta Provincial de Temporalidades
y regente del Consejo Real, encargado de hacerlo, retrasó la comunicación sin que
32. Archivo Diocesano de Pamplona [en adelante A.D.P.]. Caja 277, Nº 4. Parte final.
33. A.H.N., Clero, Jesuitas, legajo 822
se sepan los motivos. A tal grado llegó el retraso que, el 12 de junio de 1773, desde
Madrid se solicitaban razones del mismo. La Junta Municipal, desconocedora del tema,
hizo averiguaciones, pero no se enteró hasta el 25 de junio. En esa fecha el Sr. Muñoz
de Torres, con motivo de su jubilación, entregaba al obispo Irigoyen la carta de 5 de
marzo, ratificando el visto bueno de la entrega34.
Conocidas estas circunstancias por la Junta Municipal, ésta comunicó a Madrid,
el tres de julio, los motivos del retraso, comprometiéndose inmediatamente a arbitrar
con urgencia las medidas pertinentes35. Asombrosamente las promesas de inmediatez
volvieron a dilatarse en el tiempo, concretamente hasta el 9 de agosto de 1774, fecha
en que la Junta firmaba un auto por el que nombraba a don Manuel Galdeano repre-
sentante municipal para efectuar la entrega de las librerías jesuíticas al obispo baztanés
Irigoyen y Dutari. Éste, enterado del acuerdo, nombró por representante episcopal a su
mayordomo Miguel de Aldereguía. Y ambos acordaron efectuar la entrega, como así
ocurrió, el 14 de agosto de 1774, según consta en el recibo de entrega de recepción de
libros, firmado por Ramón Goñi, capellán del obispo Irigoyen36.
cativo se encuentra en la obra intitulada: Colla... Patrum Opus Ioannis Eremitae, qui
et Cassianus dicitur… Lugduni, 1542. En ella puede leerse la siguiente advertencia:
«Este libro y los que se encuentran con este título de los jesuitas de Pamplona se des-
cubrieron en su colegio de esta ciudad, tabicados, y se dieron a cestas a varios sujetos,
año de 1810. Y uno de ellos me los alargó, y los usó, siempre dispuesto a restituir a
quien pertenezca. Habitando los franceses dicho Colegio (ahora Seminario Episcopal)
se descubrieron, y los mismos albañiles los dieron a quien querían recibirlos. Y los de
las librerías de otros religiosos se emplearon en cartuchos»39.
39. PEREZ GOYENA, Antonio: «La biblioteca del antiguo colegio de jesuitas de Pamplona», La Avalancha,
1929, Nº 35, p. 69.
1. Las cédulas de niños expósitos que dejan clara la ilegitimidad no son muy elevadas, pero sí suficientes
para aducir este motivo como uno de los que propiciaron su abandono «mi padre es estudiante y mi madre
una perdida» (26-6-1711); «es hijo de buena madre, el padres no se sabe quien es» (10-10-1741); «su
madre es no muy buena y su padre peor, porque ofendieron al Redentor» (1-10-1758). En diciembre de
1737, dejan a una niña con la siguiente anotación «oriéntenla bien, por el amor de Dios, que su padre no
la quiere». Es difícil buscar la causa del pesar que esta mujer refleja en la cédula. ¿Es una hija ilegítima?,
¿no la quieren por ser una niña?; ¿tienen ya demasiados hijos? Libros de Registro de Entradas del Arca
de Misericordia.
2. «Me recogerán mis padres cuando se casen» (21-10-1727); «Cuando mis padres se casen vendrán a por
mí» (5-12-1746). Libros de Registro de Entradas del Arca de Misericordia.
3. La cédula de una niña que depositaron en el torno, el 18 de agosto de 1701, nos da a entender que procede
de una familia acomodada. La abandonaron por ser ilegítima y para que esta circunstancia no pesara sobre
el honor de la familia. Libros de Registro de Entradas del Arca de Misericordia.
4. Respecto a las causas del abandono, vid. FERNÁNDEZ UGARTE, María, Expósitos en Salamanca a comien-
zos del siglo XVIII, Diputación de Salamanca, Salamanca, 1988, p. 86.
5. ÁLVAREZ SANTALÓ, León Carlos, Marginación social y mentalidad en Andalucía Occidental. Expósitos
en Sevilla (1613-1910), Junta de Andalucía, Sevilla, 1980, p. 44.
6. Vid. FERNÁNDEZ UGARTE, María, Expósitos en Salamanca… pp. 29-42.
7. Esta cifra en Asturias, en la segunda mitad del siglo XVIII, fue el 5,6%. ANSON CALVO, María del
Carmen, «Niños ilegítimos y niños expósitos en las Asturias del siglo XVIII», Actas del III Congreso de
la A.D.E.H., Braga, 1991.
GASTOS
Niños Personal Manu- Infra- Inver- Repara- Ayudas Deudas TOTAL
facturas estructura siones ciones del a la Casa pleitos
edificio Cuna
de Pon-
ferrada
1760-64 81,4 1,2 0 15,9 0 1,4 0 0 100
1765-69 61,6 2,5 0 18,4 17,1 0,5 0 0 100
1770-74 40,4 3,3 2,1 22,4 11,5 20,3 0 0 100
1775-79 42,5 2,6 15,7 14,8 2,1 14,2 8,1 0 100
1781-85 56,9 11,9 4 13,5 0,2 6,5 7 0 100
1786-88 54,3 5,2 5,3 15,8 1,6 5,7 0 12,1 100
1790-92 42,3 7,7 7,4 15,5 0 0 0 27,2 100
TOTAL 49,9 5,6 7,3 15,9 3,1 8,5 3,6 6 100
Fuente: Libros de Cuentas del Arca de Misericordia
8. Estas prebendas fueron incorporadas a la casa de misericordia en 1634. Tras la reforma llevada a cabo
por el Papa Urbano VIII quedaban vacantes, en el Cabildo leonés, trece prebendas y media, de las cuales
dos fueron incorporadas a la casa de niños expósitos. VILLACORTA RODRÍGUEZ, Tomás, El Cabildo de la
Catedral de León. Estudio Histórico-Jurídico, siglos XII-XIX, Archivo Histórico Diocesano, León, 1974,
p. 5.
9. Los derechos de posesión se refieren al dinero que debían de pagar las altas dignidades catedralicias
cuando pasaban a ocupar un cargo.
10. A.H.D.L. Lib. 218. «Arbitrio del maravedí en azumbre de vino que se vende al por menor en esta provin-
cia, concedido por Su Majestad desde el año 1772 hasta el 75 inclusive…». Un impuesto similla, y con la
misma finalidad, fue concedido en Valladolid, en 1757. Vid. EGIDO, Teofanes, «Aportación al estudio de
la demografía española: los niños expósitos de Valladolid (siglos XVI-XVII)», en Actas de las I Jornadas
de Metodología Aplicada a las Ciencias Históricas. Vol. III, Santiago, 1973, 335-340, p. 340
1703
1706
1709
1712
1715
1718
1721
1724
1727
1730
1733
1736
1739
1742
1745
1748
1751
1754
1757
1760
1763
1766
1769
1772
1775
1778
1781
1784
1787
1790
Fuente: Libros de Registro de Entradas del Arca de Misericordia
15. Para realizar este cálculo hemos seguido un método similar al empleado para Granada por DE LA FUENTE
GALÁN, María del Prado. Marginación y pobreza en la Granada de la segunda mitad del siglo XVIII. Los
niños expósitos, Universidad de Granada, Granada, 2000, p. 176 y ss.
16. San Martín, Santa Ana, El Mercado, San Juan de Regla, Santa Marina la Real y Palat de Rey.
17. DE LA FUENTE GALÁN, María del Prado. Marginación y pobreza en la Granada…. p. 181.
años de la centuria18, la pregunta que surge es: ¿cuál es la razón que puede explicar
un descenso tan importante de exposiciones en la segunda mitad?. La respuesta más
lógica nos induce a considerar que la información que registra la fuente está distor-
sionando aquella realidad. Durante la primera mitad de siglo, los datos de la Obra Pía
esconden un número significativo de niños que no eran naturales de la ciudad. Al no
existir el arbitrio del vino la institución no tenía obligación alguna con los pequeños
abandonados en el ámbito rural. En consecuencia, muchos de ellos serían transporta-
dos a León, por sus padres u otras personas, y depositados sin ningún signo distintivo
que les identificara como foráneos19. Cuando el arca comenzó a recaudar el impuesto,
los progenitores ya no tenían que recurrir a esa relativa clandestinidad20, podían dejar-
los en su localidad de origen o en otra próxima, puesto que sabían que sus hijos iban
a ser conducidos y admitidos en la Obra Pía. Otro dato que viene a corroborarnos este
razonamiento es que, exceptuando los diez primeros años de la serie que arrojan una
media de 64 abandonos, en el resto de los decenios, hasta que comienzan a identificarse
los forasteros, ésta supera holgadamente los 70, llegando incluso a los 90 anuales. Esta
tendencia cambia significativamente en el momento en que el comienzan a registrar-
se niños del área rural. La ciudad de León en 1752 tenía 5.556 habitantes, y ese año
entraron en la casa de expósitos 96 niños. Por su parte, la Cazalla de mediados del XIX
contaba con casi 800 habitantes más y abandonaba unos 65 pequeños por año. En esa
localidad andaluza, después de cruzar las tasas brutas de natalidad con los abandonos,
resultaría que los padres habrían renunciado a casi un tercio de los nacidos21. En León
esa misma cifra ascendería al 47,6%22. Pues bien, si Álvarez Santaló juzga el compor-
tamiento sevillano como inverosímil e inviable, y sólo justificable por el ingreso de
niños forasteros, menos creíbles serían todavía las cifras leonesas.
Retomando el análisis sobre el volumen de asistencias en la Obra Pía podemos
dividirla en tres partes. La primera abarcaría desde 1700 hasta 1739. La media de
18. RUBIO PÉREZ, Laureano Manuel, León, 1751. Según las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada,
Tabapress, Madrid, 1993, p. 61.
19. A continuación ponemos una serie de ejemplos que nos ayudan a justificar este razonamiento: El 25 de
noviembre de 1739, fue abandonada en el arca una niña que salió a criar a Manzaneda de Torio. En esa
localidad la recogió un vecino de Campohermoso en nombre de sus padres. Asimismo, el 10 de julio
de 1742, se presentaba en la Obra Pía un vecino de Santa Colomba a recoger una niña que había sido
expuesta en la ciudad y de la cual dijo ser pariente. El 29 de mayo de 1762, se depositó un niño en el torno
en cuya cédula ponía: «se ha de dar a criar hacia la Robla o la Pola, por estar su padre inclinado hacia ese
país». ¿No estarían esas localidades próximas a su pueblo de origen, o incluso, no procedería de alguna
de ellas?. Libro Registro de Entradas del Arca de Misericordia.
20. Clandestinidad relativa y puntual, ya que no sería precisamente la discreción la que rodeaba al mundo
de la exposición. Vid. MARCOS MARTÍN, Alberto, «Infancia y ciclo vital: el problema de la exposición
en España durante la Edad Moderna» en De esclavos a señores, Universidad de Valladolid, Valladolid,
1992, 43-68, p. 59.
21. ÁLVAREZ SANTALÓ, León Carlos, Marginación social y mentalidad en Andalucía… p. 78.
22. Este resultado se ha calculado sobre una tasa de natalidad del 36,3‰. Vid. PÉREZ GARCÍA, José Manuel,
«Demografía leonesa en el Antiguo Régimen (1500-1850)», en RUBIO PÉREZ, Laureano Manuel, (Cood.):
Historia de León, Vol. III. Universidad de León, León, p. 198.
ingresos del periodo fue de 73,5 niños –unos 19 puntos por debajo de la media global–,
de éstos, 73,1 eran de la ciudad y solamente el 0,4 de la provincia, por lo que la curva
la describen las exposiciones, oficialmente, de la ciudad. Sólo hubo cuatro años que
superaron el promedio de la serie: 1723, 1735, 1736 y 1738. De forma genérica, los
valores tienden al alza, surcados por periodos de estabilidad, recesos y momentos en
que el ritmo de ingresos aumentó notablemente. Las mayores convexidades se reflejan
entre 1711-1714, en 1723 y 1735-36.
Una segunda etapa, comprendería de 1740 a 1769. La media del periodo es de
100,1 ingresos (79,6 de la ciudad y 20,5 el resto). Las entradas del 76,7 de los años se
colocaron por encima de la media de la serie. Estas tres décadas vienen marcadas por el
descenso de los ingresos de niños oficialmente considerados de la ciudad, adquiriendo
cada vez mayor representatividad los procedentes de la provincia: su presencia osciló
entre el 7,3%, de 1740-49, y el 33,2%, de 1760-69. El segundo rasgo definitorio del
ciclo procede del apreciable incremento porcentual de los depósitos, o acogimientos
temporales, en los que se entremezclan niños legítimos con ilegítimos (Gráfico nº 3).
De todos modos, las exposiciones continúan dominando el panorama, ya que represen-
taban entre el 89,8 y el 97% las asistencias. En cuanto a los asilos temporales, comen-
zaron siendo muy esporádicos y hasta la década de los cuarenta la media no pasó de 1
niño por año, pero a partir de este momento comenzó a generalizarse el fenómeno: de
una media de 3, entre 1740-49; pasamos a 2,4, de entre 1750 a 1759; y ya a 10,7, en la
década de los sesenta.
La última fase se iría de 1770 a 1791. En ella se inserta la década que registró los
mayores volúmenes de entrada, 1700-177923, que no de exposiciones, ya que mientras
la media de éstas se situó en 93,7, la de los albergados pasó a ser de 42,5. Excepto los
años 1782, 1784 y 1787, en que las entradas estuvieron por debajo de la media secular,
los demás la superan holgadamente. Todas estas circunstancias dieron como resultado
el que en esta etapa se alcanzaran los 116,4 ingresos/año (55,7 de la ciudad y 60,7 del
campo). Así mismo, los niños acogidos llegan a representar entre el 15,9% y el 31,2%
de las entradas. En contrapartida, y lógicamente, las exposiciones decaen, oscilando
entre el 68,8% y el 84,1%. Por lo tanto, en este momento pasan a dibujar el movimien-
to de la curva los niños acogidos y los forasteros. Estos últimos, que como ya hemos
dicho comenzaron a declararse tímidamente en la década de los cuarenta, ahora pasan
a representar casi el 50% de los ingresos24.
La directriz secular se presta a ciertas precisiones. Si separamos los niños en
función de su lugar, oficial, de procedencia, León o provincia, se comprueba como
a partir de la década de los cincuenta se marca un punto de inflexión. La evolución
en la ciudad es a la baja mientras que en el campo es al alza. Ascenso propiciado por
23. En la Casa de Expósitos de Ponferrada, que comenzó a funcionar en 1775, se alcanzó uno de los mayores
volúmenes de ingresos entre 1776 y 1783. LÓPEZ CANEDA, Ramón, Expósitos e ilegítimos en Valedoras
y el Bierzo (1700-1825), Instituto de Estudios Valdeorrenses, Valedoras, 2003, p. 75.
24. En el global de la serie representan el 23,1%. Si los cálculos los realizamos sólo a partir de 1740, enton-
ces la cifra pasa a ser del 35%, y restringiéndolos a 1770-1791, el 47,9%.
25. MARCOS MARTÍN, Alberto, «Infancia y ciclo vital: el problema de la exposición …, p. 65-66. Este autor
nos pone varios ejemplos de Hospicios en los que el desahogo económico de la institución, por la con-
cesión de un determinado impuesto u otros motivos, supuso a partir de entonces una entrada masiva de
niños.
26. Son muchas las cuestiones que influyeron a la hora de que los padres tomaran una decisión de este tipo,
como por ejemplo, la escasa valoración de la infancia. Vid. FERNÁNDEZ UGARTE, María, «Los margina-
dos familiares. Los expósitos: el modelo de Salamanca» en MONTOJO MONTOJO, Vicente (ed.), Linaje,
familia y marginación en España (ss. XIII-XIX), Universidad de Murcia, Murcia, 1992, p. 132
27. En esos años, en La Bañeza se incrementó el número de exposiciones derivadas de las dificultades
económicas de la población. PÉREZ, Laureano Manuel, La Bañeza y su tierra, 1650-1850, Universidad
de León, León, 1987, p. 163; por su parte, PÉREZ GARCÍA, José Manuel, establece una relación entre
crisis de subsistencia, ilegitimidad y, por extensión, abandonos. «La mortalidad infantil en la Galicia
del siglo XIX. El ejemplo de los expósitos del Hospital de los Reyes Católicos de Santiago», Estudios
Compostelanos, 4, 1976, 171-1197, p. 178.
28. RUBIO PÉREZ, Laureano M., León 1751…, p. 60
29. El 11 de mayo de 1764, la ciudad de León pedía al cabildo catedralicio «traer a la milagrosa imagen
de Nuestra Señora del Camino en rogativa, con motivo de la gran falta de agua que se padece». A.C.L.
Libro de Actas.
30. En Salamanca, la relación entre abandonos y crisis económicas fue muy estrecha, pero no hubo un
acoplamiento perfecto. FERNÁNDEZ UGARTE, María, «Los marginados familiares. Los expósitos…p.
133. En Granada, durante las crisis económica de 1630-40, las exposiciones aumentaban a medida que
160
140
120
100
80
60
40
20
0
1700
1703
1706
1709
1712
1715
1718
1721
1724
1727
1730
1733
1736
1739
1742
1745
1748
1751
1754
1757
1760
1763
1766
1769
1772
1775
1778
1781
1784
1787
1790
Bautismos Ingresos de la ciudad Indice exposiciones
económica, aumentó hasta los 77,834. Tal incremento de exposiciones podemos, con
un cierto retraso35, encuadrarlo con la crisis de subsistencia que, a nivel nacional, se
desarrolló entre 1708 y 171036. De hecho, si nos basamos en los niños que tienen ano-
tada la edad en la cédula, comprobamos que durante este quinquenio es cuando entran
más criaturas que superan el año37. Son aquellas que habían nacido en una coyuntura
marcada por las dificultades económicas: sus padres, apegados a una esperanza, los
criaron hasta que la realidad de las cosechas, que no acababan se estabilizarse, les
obligó a desprenderse de ellos.
Tampoco esa coincidencia entre malas cosechas y exposición se produjo en el bie-
nio 1767-6838. En el primero de esos años el número de ingresados descendió notable-
mente respecto a los del primer quinquenio de la década. Se pasó de más del centenar
de exposiciones, entre 1760 y 1765, a 93, en 1766 y 86 en 1767. Al año siguiente, en
que de nuevo la cosecha fue calamitosa, ingresaron 95 niños. Las verdaderas conse-
cuencias de esos difíciles años se manifestaron en 1769, momento en que, otra vez, los
abandonos pasan del centenar.
En el mundo de las exposiciones, al lado de los factores económicos actuarían
otros de carácter demográfico. El gran número de abandonados y acogidos de la segun-
da mitad del siglo XVIII39 sería consecuencia del incremento de población que tuvo
lugar en la provincia de León, después de la década de los cincuenta40, así como del
34. Este comportamiento leonés es similar al de Úbeda. TARIFA FERNÁNDEZ, Adela, Pobreza y asistencia
social en la España moderna: la Cofradía de San José y Niños expósitos de Úbeda (siglos XVI-XVIII),
I.E.G., Jaén, 1994. pp. 111-112.
35. También en Oviedo el incremento de ingresos se producía con un cierto retraso temporal respecto a las
crisis. ANSON CALVO, María del Carmen, «Niños ilegítimos y niños expósitos en las Asturias….
36. EIRAS ROEL, Antonio, La población de Galicia. 1700-1860, Fundación Caixa Galicia, Santiago, 1996,
p. 88. BARREIRO MALLÓN, Baudilio, La Jurisdicción de Xallas en el siglo XVIII: población, sociedad y
economía, Universidad de Santiago, Santiago 1973, p. 225.
37. En la casa cuna Sevillana, durante los años económicamente complicados, aumentaban los ingresos de
niños «mayorcitos». ÁLVAREZ SANTALÓ, León Carlos, Marginación social y mentalidad en Andalucía…
p. 87.
38. RUBIO PÉREZ Laureano M., «Tierra y agricultura, estructuras, distribución y usos del espacio producti-
vo», en RUBIO PÉREZ, Laureano M. (coor), Historia de León, Universidad de León, León, 1999, p. 336.
39. A factores demográficos achacan el aumento de exposiciones en Canarias en la segunda mitad del siglo
XVIII. LOBO CABRERA, Manuel, LÓPEZ CANEDA, Ramón y TORRES SANTANA, Elena, La «otra» pobla-
ción: expósitos, ilegítimos, esclavos. (Las Palmas de Gran Canaria. Siglo XVIII), Universidad de Las
Palmas, Las Palmas, 1993, p. 37. También en Asturias tuvo lugar un aumento de ingresos en la segunda
mitad del siglo XVIII. ANSON CALVO, María del Carmen, «Niños ilegítimos y niños expósitos en las
Asturias…. ÁLVAREZ SANTALÓ, León Carlos, Marginación social y mentalidad en Andalucía… p. 48,
Considera que existe una proporcionalidad entre abandono de niños y tamaño de la población.
40. PÉREZ GARCÍA, José Manuel, «Demografía leonesa en el Antiguo Régimen… p. 197.
41. RUBIO PÉREZ Laureano M., La Bañeza y su tierra… p. 289. BARTOLOMÉ BARTOLOMÉ, Juan Manuel,
Vino y viticultores en el Bierzo, Universidad de León, León, 1996, p 289.
42. PÉREZ ÁLVAREZ, María José, La Montaña Noroocidental leonesa en la Edad Moderna, Universidad de
León, León, 1996, p. 280.
43. MARCOS MARTÍN, Alberto, España en los siglos XVI, XVII y XVIII. Economía y sociedad, Critica,
Barcelona, 2000, p. 585
44. Muy buenas fueron las cosechas de 1774 y 1777. RUBIO PÉREZ, Laureano M., Producción agraria en la
zona norte castellano-leonesa …. p. 50
45. Hemos encontrado 13 casos de niños que recoge la casa porque iban con sus familias «de puerta en puer-
ta». 1 caso en 1768; 1, en 1769; 3, en 1770; 2, en 1772; 1, en 1773; y 5, en 1774.
46. «Por hallarme con muchos niños y pocas amas». Libros de Registro de Entradas del Arca de
Misericordia.
1710-19
1720-29
1730-39
1740-49
1750-59
1760-69
1770-79
1780-89
1990-91
Expósitos Depositados
Fuente: Libros de Registro de Entradas del Arca de Misericordia
47. Hemos seguido el esquema plenamente justificado ya en otros trabajos. DE LA FUENTE GALÁN, María
del Prado, Marginación y pobreza en la Granada…. y FERNÁNDEZ UGARTE, María, Expósitos en
Salamanca… p. 75.
mundo rural y urbano, con mayores oscilaciones en el primero (Gráfico nº 4). La menor
cifra de abandonos tenía lugar en el invierno, concretamente en el mes de diciembre.
Dos pueden ser las circunstancias que provocarían ese descenso de ingresos: por un
lado, la proximidad temporal a la cosecha y, por otro, la caída de los nacimientos con-
secuencia del retraimiento de las concepciones en la Cuaresma48.
Tratando al mundo rural de forma individualizada, podríamos establecer una rela-
ción entre ingresos y climatología. El descenso verificado en invierno podría derivar
de la dureza del clima leonés y la dificultad para trasladar a los niños hasta el centro
urbano; todo lo contrario ocurriría durante la primavera o el verano. En la primavera
es cuando se registra la mayor intensidad de abandonos. En el mes de marzo arranca
una fase alcista que culmina en mayo-junio49: aún faltaban unos meses para recoger la
cosecha, eran, por lo tanto momentos difíciles e incluso dramáticos, para los que vivían
directamente del campo y no mucho más benignos para los que dependían indirecta-
mente de él. Por otro lado, a esta institución llegaban numerosos niños procedentes de
la montaña. Precisamente en esa zona los niveles más altos de concepciones correspon-
den a los inicios del verano, cuando regresaban los pastores. Asimismo, no debemos
48. RUBIO PÉREZ, Laureano M., La Bañeza y su tierra… p. 173. BARTOLOMÉ BARTOLOMÉ, Juan Manuel,
Vino y viticultores… p. 289; PÉREZ ÁLVAREZ, María José, La montaña Noroocidental leonesa… p. 289.
49. Este patrón es idéntico al asturiano, máximos de marzo a mayo y mínimos en diciembre y agosto. ANSÓN
CALVO, María del Carmen, «Niños ilegítimos y niños expósitos en las Asturias... Se repite también en
otros centros asistenciales, como Ponferrada o Santiago; e incluso guarda relación con los nacimientos
ilegítimos de La Bañeza. BLANCO VILLEGAS, María José y Otros, «Exposición y muerte de los niños
acogidos en la Casa Cuna de Ponferrada entre 1850-1932 (León, España)», Revista De Demografía
Histórica, XX, II, 2002, 163-184, p. 173. PÉREZ GARCÍA, José Manuel, «La mortalidad infantil en la
Galicia del siglo XIX….pp.196-197. RUBIO PÉREZ, Laureano M., La Bañeza y su tierra… p. 166
olvidar el marco en que fueron concebidos esos niños, que coinciden con los meses de
mayor intensidad festiva en la provincia50 y con unas despensas que se estaban cargan-
do. La confluencia de tan favorables circunstancias evitaría pensar a los futuros padres
en las posibles consecuencias. Pero, quizás, en el máximo estacional de la ciudad,
también debamos tener en cuenta el tránsito de asturianos, gallegos51 y demás trabaja-
dores temporeros, que se dirigían a la siega en Tierra de Campos. Estas gentes podían
aprovechar el paso por los centros urbanos para abandonar a sus hijos, posiblemente
víctimas de las circunstancias económicas.
En un nivel intermedio aparecen el verano y el otoño, meses en los que no suele
haber dificultades económicas. Los abandonos de los recién nacidos en el otoño se
correspondían con las concepciones invernales, muy elevadas en algunas zonas de
León52, como consecuencia del receso laboral. Por otro lado, en agosto, concretamen-
te, es cuando tenía lugar el mínimo de ingresos ante la bonanza económica –la cosecha
estaba recogida o a punto de entrar en la despensa– y el descenso de nacimientos. Los
alumbramientos del verano se corresponden con las concepciones de los meses de
otoño, las cuales, en aquellas comarcas donde se cultivaba el viñedo, se resienten en
octubre y noviembre, meses de gran actividad laboral53.
50. DE LA FUENTE GALÁN, María del Prado, Marginación y pobreza en la Granada….p. 96. CAVA LÓPEZ.
Gema, Infancia y sociedad en la Alta Extremadura durante el Antiguo Régimen, Institución Cultural El
Brocense, Cáceres, 2000, p. 104.
51. Posiblemente, desde 1775 los ingresos de niños gallegos hubieran descendido, ya que en esa fecha se
creó la Casa de Expósitos de Ponferrada, y sus padres, al tener que atravesar tierras bercianas antes de
llegar a León, posiblemente los dejarían allí. LÓPEZ CANEDO, Ramón, Expósitos e ilegítimos… p. 121
52. PÉREZ ÁLVAREZ, María José, La montaña Noroocidental leonesa … p. 289.
53. BARTOLOMÉ BARTOLOMÉ, Juan Manuel, Vino y viticultores… p. 287.
54. La mortalidad en este colectivo podía ser tres veces superior, e incluso más, que en otros grupos sociales.
PÉREZ MOREDA, Vicente, Las crisis de mortalidad en la España interior (XVI-XIX), Siglo XXI, Madrid,
1980, p. 455.
55. En una cédula de 1740, dejaron anotado: «que Dios te haga más feliz en el morir que te hizo en el
nacer….». Libros de Registro de Entradas del Arca de Misericordia.
56. En 1704, anotan que en la casa había tres amas para cuidar a los niños que regresan de las crianzas y «a
los que echan mientras se busca ama». Libros de Registro de Entradas del Arca de Misericordia.
90%
80%
70%
60%
50%
40%
30%
20%
10%
0%
1700-09
1710-19
1720-29
1730-39
1740-49
1750-59
1760-69
1770-79
1780-89
1790-91
Salen Perdidos Recogidos Adoptados Fallecidos
57. Se trata de una cifra muy optimista si la comparamos con Pamplona, donde entre 1791 y 1795 falle-
cieron el 99,2% de los ingresados; la de Sevilla, el 84,5%, en el siglo XIX; o la de Madrid, el 90%, en
los primeros años del siglo XIX. VALVERDE LAMSFUS, Lola, Entre el deshonor y la miseria. Infancia
abandonada en Guipúzcoa y Navarra. Siglos XVIII y XIX. Universidad del País Vasco, Bilbao, 1994. p.
203. ÁLVAREZ SANTALÓ, León Carlos, Marginación social y mentalidad en Andalucía Occidental. ….
SHERWOOD, Joan, «El niño expósito, cifras de mortalidad en una inclusa del siglo XVIII», Anales del
Instituto de Estudios Madrileños, 1981, 18, pp. 299-312.
58. Estas oscilaciones son muy frecuentes. Por ejemplo, en Madrid, la cifra global de mortalidad fue de
83,63%, y, en cambio, la obtenida en el primer quinquenio del siglo XIX, fue de 61,30%. ZARAGOZA
RUBIRA, José R. «Aproximación al estudio de los hospicios españoles en la primera mitad del siglo
XIX», Medicina Española, LII, 1964, pp. 85-92.; Para Salamanca vid. FERNÁNDEZ UGARTE, María,
Expósitos en Salamanca… p. 121
25
20
15
26,7
26,6
21,7
20,9
20,1
19,8
10
18,6
18,1
16,2
13,1
5
0
1700-10
1710-19
1720-29
1730-39
1740-49
1750-59
1760-69
1770-79
1780-89
1790-91
Fuente: Libros de Registro de Entradas del Arca de Misericordia
–entre 13,1 y 18,6 (Gráfico nº 6)–, no se constata una gran mortandad dentro de la obra
–se movió entre el 24,2% y el 46,6% (Tabla nº 3)–. De este modo, la mayoría de los
óbitos tuvieron lugar durante las crianzas, siendo la etapa más crítica la primera salida:
entre el 45,7 y el 69,6% de los niños fallecieron durante ese ciclo. A pesar de ser muy
aparatosas las cifras que se desprenden de las crianzas, no las consideraríamos excesi-
vamente alarmantes, si no fuera por la mortandad añadida que se producía en el Arca.
Hemos de tener en cuenta que las defunciones infantiles de los criados por sus familias,
dependiendo de las fechas y lugares, no estuvieron muy alejadas de éstas59. De todas
formas, con ello no queremos eximir la picaresca a la que podía prestarse la situación
de criar niños a cambio de dinero. Quizás casos como el de una mujer de Fresno del
Camino, detectado a tiempo, fueran más frecuentes de lo que refleja la documentación.
El 15 de mayo de 1777, se anota que cuando esa nutriz iba a marchar con una niña para
criar los responsables del Arca descubrieron que no tenía leche, de no haber cumplido
éstos con su obligación, la niña hubiera salido de la Obra y la nodriza intentaría tenerla
viva el mayor tiempo posible para poder cobrar60, pero con un alimentación tan perni-
ciosa que no le aseguraría esa fuente de ingresos durante mucho tiempo.
Por otro lado, en esos cuarenta años es donde se concentran la mayoría de las
adopciones, con una media de 21,6 por año. Se trata de niños que una vez acabado el
59. Vid. PÉREZ MOREDA, Vicente, Las crisis de mortalidad en la España interior… p. 146 y ss.. Para La
Bañeza, RUBIO PÉREZ Laureano Manuel, La Bañeza y su tierra… p. 175.
60. DE LA FUENTE GALÁN, María del Prado, Marginación y pobreza en la Granada…. p. 214. «El niño
de la Casa-Cuna es para el ama un instrumento con el que puede ganar dinero, un negocio, aunque sea
mísero».
8,2
7,5
6,8
8
4,3
3,9
3,9
3,9
3,9
3,8
3,7
4
0
1700-10
1710-19
1720-29
1730-39
1740-49
1750-59
1760-69
1770-79
1780-89
1790-91
Fuente: Libros de Registro de Entradas del Arca de Misericordia.
periodo externo, el mismo día de regreso o pocos días después, son entregados a una
familia. Estos pequeños accedían a la adopción en torno a los 4 años, edad fijada por
la institución, durante estas fechas, como final de la crianza externa (Gráfico nº 7). A
partir de entonces les perdemos la pista, pero resulta bastante factible que la mayoría
de ellos falleciesen en su nuevo hogar, teniendo en cuenta la vulnerabilidad de estos
pequeños a tan tierna edad. De hecho, la totalidad de los niños que no encontraron
familia de acogida y que, por tanto, se vieron obligados a regresar al Arca, falleció61.
La media de óbitos de este tipo, durante esta fase, fue de 3,4 por año.
En estos años el porcentaje de niños de los que desconocemos su destino, oscila
entre el 5,5, de 1720-29, y el 9,6, de 1710-19. De éstos, el 55,8%, se nos extravían
durante las crianzas y los demás en la Casa de Expósitos –algunos de ellos no tenemos
constancia de que lleguen a salir a criar (14,4%) y al resto perdemos su pista al regre-
so del periodo externo, bien finalizado (23,6%) o sin llegar a completarlo (6,2%)–.
Es muy complicado dar una explicación del por qué se produce esa falta de noticias,
cuando el control parecía ser muy exhaustivo. Podría deberse a la muerte, el rescate o
adopciones. Quizás en el caso de los niños que finalizan con éxito la crianza el destino
hemos de buscarlo en las calles de León, donde la Obra, al carecer de recursos, los
abandonaba, a los siete años, a pedir limosna62.
Una segunda etapa iría de 1740 a 1769. La media de ingresos es de 100,1 niños/
año, lo que supone un incremento del 30% respecto a la etapa anterior. En esa media,
como hemos visto, tuvieron mucho que ver los niños llegados de fuera de la ciudad.
Durante estos decenios los porcentajes globales de mortalidad con respecto a las entra-
das se mueven entre el 80,4% de 1760-1769 y el 89,5% de 1750-1759, es decir, a
unos niveles significativamente superiores a los de la anterior etapa. Se tardaba más en
61. El que se apunte en la partida la causa de muerte es excepcional. Sólo en dos casos sabemos que fue el
tifus el causante del óbito.
62. VILLACORTA RODRÍGUEZ, Tomás, El Cabildo de la Catedral de León….. p. 450.
63. Se confirma en León lo apuntado por Sherwood para Madrid. «La esperanza de supervivencia para el
niño era salir del hospital lo antes posible con una nodriza». SHERWOOD, Joan, «El niño expósito, cifras
de mortalidad.. p. 309. En la misma línea está ARNAU ALEMANY, Lliberada y SERNA ROS, Pedro, «La
mortalidad de los niños expósitos en el Hospital General de Valencia», en BERNABEU MESTRE, Josep
(coor.), El papel de la mortalidad en la evolución de la población valenciana, Diputación de Alicante,
Alicante, 1991, p. 169.
dos temporalmente por padres que no pueden costear la crianza de su hijo. La llegada
de estos nuevos inquilinos es cada vez más importante y adquiere entidad en la serie,
como también sucede con su posterior rescate familiar. La media de recuperaciones
anuales, que habían sido en las etapas precedentes de 2,1 y 2,7 respectivamente, pasa
a 12,5 en este momento64. La década en que más niños se depositaron fue la de 1770-
79, y, de éstos, el 13,9% volvió con sus familiares. En los dos decenios posteriores
también entraron temporalmente muchos niños en la Casa de Expósitos, sin embargo,
los efectos de una mortandad más cruel hizo descender a un 8,6% y un 4,8%, respec-
tivamente, los rescates. Por otro lado, el nivel de las adopciones continuó decreciendo
–4,5 por año– debido, tanto a las dificultades económicas de la provincia65, como a la
prolongación de las crianzas externas hasta los 8 años o incluso más. Posiblemente el
incremento temporal de esas estancias sea la causa principal de los altos porcentajes de
perdidas –entre el 9,6 y 12%–. No sería descabellado pensar que aquellos lactantes que
alcanzaron la adolescencia en el hogar de alquiler, se pudieran haber independizado de
la institución e incorporado al mercado laboral. Sin embargo, el hecho de que el 84,3%
de las pérdidas se produzcan durante la crianza, y que los protagonistas de más de la
mitad de éstas sean hijos de padres identificados, nos inclina a darle mayor peso a la
posibilidad de un rescate familiar.
Los últimos veintidós años analizados tienen en común con el ciclo anterior la
prolongación de la estancia interna, debido a la masificación de incorporaciones. Tal
demora en las salidas generó importantes mortandades, aunque sin llegar a los nive-
les de 1740-1769. Por el contrario, parece que la mortandad fue más benigna durante
los primeros cuarenta años de la serie, pero quizá, si cruzamos todas las variables,
el resultado nos conduzcan a tomar con mucha precaución esos índices de aparente
supervivencia. Hasta 1739, los niños que habían superado la dura etapa de espera y las
crianzas, se desligaban del arca en torno a los cuatro años. En el segundo periodo, al
registrarse una elevada mortandad interna, las posibilidades de alcanzar otros destinos
prácticamente desaparecían. Pero en los últimos años, al ser la estancia externa más
larga, tuvimos la oportunidad de seguir la evolución de los niños durante más tiempo,
y comprobamos como después de los cuatro años seguían muriendo. Por lo tanto, esos
bajos índices de mortandad que refleja la serie en sus comienzos no parecen reales,
sino que son consecuencia de que los óbitos de los niños desligados de la obra dejan
de ser competencia de ésta.
64. Es un comportamiento distinto al de Granada, donde ingresos y rescates se mueven con porcentajes
inversas. DE LA FUENTE GALÁN, María del Prado, Marginación y pobreza en la Granada…. p. 225.
65. Durante los años finales de la década de los sesenta y, con más intensidad, durante la de los setenta,
constatamos un hecho que no hemos encontrado anteriormente ni se volverá a repetir: el Arca se vio
obligada a recoger a varios niños que habían sido entregados en adopción porque sus nuevas familias no
podían mantenerlos.
66. Este porcentaje es casi similar al de Salamanca entre 1794 y 1825 (31,87%) y ligeramente más bajo que
el granadino (37,06%). TORRUBIA BALAGUE, Eulalia, Marginación y pobreza. Expósitos en Salamanca
… p. 149; L. DE LA FUENTE GALÁN, María del Prado, Marginación y pobreza en la Granada…. p. 231.
Si contrastamos los fallecidos en el primer mes de vida, con los que murieron antes de cumplir el año, el
resultado inicial es más benigno que el gallego pero, como veremos, esta circunstancia no es indicativa
de un mayor índice de supervivencia. PÉREZ GARCÍA, J. M. «La mortalidad infantil en la Galicia del
siglo XIX…. p. 187.
67. Se trata de un porcentaje mayor a los obtenidos en Granada y Sevilla, donde en el siglo XVIII, sólo el
12,2% y el 20%, respectivamente, sobrevivían hasta los 6 meses. DE LA FUENTE GALÁN, María del
Prado. Marginación y pobreza en la Granada…. p. 231. ÁLVAREZ SANTALÓ, León Carlos, Marginación
social y mentalidad en Andalucía Occidental… p. 172.
68. En León, la muerte es menos prematura que en Asturias, donde sólo el 19,8%, superó el año. ANSÓN
CALVO, M. C., «Niños ilegítimos y niños expósitos en las Asturias…
Tabla nº 4. Evolución por etapas de la edad de fallecimiento de los niños del Arca
de Misericordia de la ciudad de León (1700-1791)
1700-1739 1740-69 1770-1791 TOTAL
Edad Nº % Nº % Nº % Nº %
-1 mes 365 26,7 971 38,3 550 32,0 1.886 33,5
+1 a 2 181 13,2 482 19,0 282 16,4 945 16,8
meses
+2 a 3 143 10,4 251 9,9 163 9,5 557 9,9
meses
+3 a 6 199 14,5 210 8,3 190 11,0 599 10,7
meses
+6 a 12 139 10,2 121 4,8 125 7,3 385 6,8
meses
+1 a 2 años 123 9,0 129 5,1 129 7,5 381 6,8
+2 a 3 años 70 5,1 63 2,5 64 3,7 197 3,5
+3 a 4 años 58 4,2 46 1,8 24 1,4 128 2,3
+4 a 5 años 69 5,0 156 6,2 32 1,9 257 4,6
+5 a 6 años 15 1,1 49 1,9 20 1,2 84 1,5
+6 años 7 0,5 55 2,2 141 8,2 203 3,6
1.369 100 2.533 100 1.720 100 5.622 100
Fuente: Libros de Registro de Entradas del Arca de Misericordia
En la fase de 1700 a 1739, el 26,7% de los niños fallecían antes de los treinta días
y el 13,2% en el mes siguiente, de tal forma que el 75% ya habían fallecido antes del
año. A partir de ese tramo, los porcentajes comienzan, lógicamente, a descender para
invertir la tendencia entre los 4 y 5 años. Es el momento en que regresan al Arca los
niños que habían completado su crianza y que no resisten un nuevo proceso de inmu-
nización.
De 1740 a 1769, la mortalidad en la base continúa siendo muy elevada. En esas
décadas aumentaron mucho los ingresos y los niños debían de permanecer en al Obra
Pía, a la espera de ama, más días que en la etapa anterior. Continuamos viendo como
en los cuatro años hay una pequeña oscilación, marcada por el regreso al Arca de los
niños criados fuera, a partir de ese tramo de edad los porcentajes que aparecen son
ligeramente más altos que en el caso anterior. Lo que se debe, por un lado, a que en este
periodo las adopciones fueron más bajas; pero también hemos de tener en cuenta que
los niños que habían ingresado en 1768 y 1769 se beneficiaron del impuesto del vino,
por lo que su crianza externa se prolongó.
En el último periodo desciende ligeramente la mortalidad en la base, volvían a
salir antes a criar. Entre los 2 y 6 años, apenas existen diferencias con los porcentajes
ya vistos. En cambio, a partir de los seis años encontramos unas cifras elevadas que
nos podrían conducir a pensar una mayor expectativa de vida. Pero no olvidemos que
en esa etapa los niños regresaban más tarde de las crianzas, de ahí los porcentajes de
óbitos más elevados a partir de los seis años.
69. Los tres primeros meses en que fueron más altos los índices de mortandad –septiembre, agosto y octubre–,
coinciden con Salamanca. No así el cuarto, que en León tenía lugar en febrero. TORRUBIA BALAGUE,
Eulalia, Marginación y pobreza. Expósitos en Salamanca (1794-1825), Diputación de Salamanca,
Salamanca, 2004, p. 151. El máximo de agosto-octubre, también coincide con Asturias, así como el míni-
mo de abril. ANSÓN CALVO, María del Carmen, «Niños ilegítimos y niños expósitos en las Asturias…;
También en Madrid, entre 1700 y 1740, los meses más letales eran los de finales de verano y otoño cuan-
do los niños eran víctimas de enfermedades como la malaria, la gastroenteritis, etc. SHERWOOD, Joan, «El
niño expósito, cifras de mortalidad… p. 309. Una mortalidad diferente la encontramos, por ejemplo, en
Valencia, donde los máximos se concentran de abril a julio. ARNAU ALEMANY, Lliberada y SERNA ROS,
Pedro, «La mortalidad de los niños expósitos.. p. 163.
70. ARNAU ALEMANY, Lliberada y SERNA ROS, Pedro, «La mortalidad de los niños expósitos.. p. 168-9. En
Valencia los meses de máxima ocupación del hospicio y también de mortandad, fueron los de verano,
debido a la mayor tardanza en la búsqueda de nodriza.
160
140
120
100
80
60
40
20
0
Enero
Febrero
Marzo
Abril
Mayo
Junio
Julio
Agosto
Septiembre
Octubre
Noviembre
Diciembre
Fuente: Libros de Registro de Entradas del Arca de Misericordia
Gráfico nº 10. Media de días que permanecen en le Obra Pía antes de salir a
criar en función del mes de ingreso (1700-1791)
g ( )
40
35
30
25
20
15
10
5
0
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12
Fuente: Libros de Registro de Entradas del Arca de Misericordia
nados entre sí. Corresponden a los meses más fríos del año, lo que unido a las preca-
rias condiciones de vida de las criaturas custodiadas en los establecimientos leoneses,
provocaría esa subida de la mortalidad. Este panorama más o menos uniforme se ve
bruscamente alterado en enero. Tal comportamiento es consecuencia del retraimiento
de las entradas durante ese mes y el precedente. Frente a estas etapas críticas, los míni-
mos coinciden con la benignidad de la primavera y el despertar de la afluencia de las
nodrizas a las casas.
Acabar señalando que las causas que llevaron a los progenitores al abandono de
niños fueron muy variadas: la ilegitimidad y el honor familiar, la miseria, la orfandad,
etc. Valorar en que medida tuvieron más peso unas que otras es muy difícil71. Las
cédulas, cuando lo reflejan, no nos ayudan mucho a esclarecer el por qué del aban-
dono. La mayor parte son muy ambiguas, otras incompletas, sin olvidar la impunidad
que da el anonimato para anotar la versión que consideraban más podía conmover a la
Institución.
Los ingresos de niños en el Arca de Misericordia de la ciudad de León fueron
aumentando a lo largo del siglo XVIII, sobre todo en la segunda mitad. Esas entradas,
al igual que demostraron otros trabajos, describen una curva que tiene cierta vincula-
ción, que no una superposición perfecta, con las crisis de subsistencia y los avances-
retrocesos demográficos.
Los niños eran abandonados a lo largo de todo el año, pero sobre todo en prima-
vera, cuando las despensas habían bajado a los mínimos anuales, y estaban condena-
dos a morir. Precisamente en esta circunstancia se apoya gran parte del desarrollo del
presenta trabajo. Los porcentajes de mortalidad que obtenemos en algunos momentos,
respecto al total de los ingresados, pueden resultar optimistas, pero de ninguna manera
reales, al estar condicionados por todos aquellos niños que, de una forma u otra, salen
del ámbito de competencias de la Institución. Por el contrario, si prescindimos de los
«liberados», el porcentaje de niños que falleció en la Casa de Expósitos de León es tan
elevado, incluso más, que el constatado en otros trabajos. A ese nefasto futuro hemos
de añadir la brevedad del periplo vital. Ese fracaso, que no se puede relativizar de nin-
guna forma, quizá fuera para los niños el alivio de los padecimientos terrenos (hambre,
enfermedad, falta de cuidados…).
Aragón, creado en las Cortes de Monzón de 1585 para dar respuesta al bandolerismo,
lo desempeñó un magistrado natural y domiciliado en Aragón, con carácter vitalicio
y hereditario. Dicho magistrado tenía competencias en jurisdicción criminal en una
amplia zona del Pirineo aragonés, donde quedaban excluidos los lugares de señorío.
El final de este oficio real –según lo establecido en las Cortes de 1645-1646– llegó en
1672 con el óbito de don José Pérez de Sayas, miembro de una estirpe que tuvo a don
Jerónimo Fernández de Heredia como primer justicia y, posteriormente, como gober-
nador de Aragón.
Palabras clave: Aragón, justicia de las montañas, oficio real, jurisdicción criminal,
patrimonialización.
rectoras mantuvo este modelo de gestión. La creciente intervención estatal fue incapaz
de dotar de mayor eficiencia a los pósitos durante las últimas décadas del Antiguo
Régimen.
Palabras clave: elites locales, gestión pública, pósitos, Aragón, Edad Moderna.
aragonese Pyrenees, prestigious places were excluded. The end of this royal post
–according to the courts of 1645-1646– arrived in 1672 with the gift death José Pérez
de Sayas, member of a stock that had Jerónimo Fernández de Heredia as the first justice
and, later as the governor of Aragón.
Key words: Aragón, justice of mountains, royal post, criminal jurisdiction, patri-
monialisation.
Key words: local elites, public management, communal granaries, Aragon, early
modern period.
Among the functions adhering to the institution by the Crown was found the collec-
tion and administration of the contributions of the ecclesiastical tithe, besides other of
smaller importance to the incomes obtained of these, they prebendary added numerous
incomes obtained of the dedication to the service of the cathedral or their participation
as active court members like the Holy Position or of the Saint Crusade. Their position,
economic capacity and influences on the local, region or national authorities were fun-
damental factors to understand the strategy followed by some of the main families of
the regional group power to obtain a prebends in the City Hall Cathedral. The people
with rights to vote in the ecclesiastical community did not only become economic
benefactors of their relatives, but also they were obliged to favour the institutions that
prompted their candidacy as prebendary before the monarch or were centers of power
of their kinkolks.
Key words: City may Cathedral, prebendary, group of power, kinkolks, rent.
als, fish and minerals (very relevants to this trade), not forgetting the men envolved in
this comercial Exchange. All of which is seen not only from the sender´s pointof view
but also from the receiver´s. The commom backdrop being the Mediterranean sea.
Key words: Exchange, Maritime trade, Products, Merchants.
hand, those who had been sent to the countryside, where they appeared. Finally, a third
group more and more representative: the temporary or permanent refugees who could
not be raised by their parents and had been left there waiting for the improvement of
the economical or social circumstances of their families.
This work deals with the children who were abandoned from 1700 to 1791, the
year before the Leonese Orphanage was set up. Research subjects are the number of
admissions, their different rhythms and the mortality. With this purpose, the study has
been divided into as many phases as different changes we can distinguish.
Key words: León, abandoned children, foundlings, mortality.