Arte y Fe (Gianfranco Ravasi)
Arte y Fe (Gianfranco Ravasi)
Arte y Fe (Gianfranco Ravasi)
Es con profunda emoción que tomo la palabra en este Auditorio Diego Torres para
expresar mi viva gratitud al Honorable Consejo Académico que ha querido cooptarme
entre los miembros del Claustro Académico de esta universidad, haciéndome así
partícipe de su vida, de su búsqueda, de su actividad cultural. Dirijo mi saludo y mi
agradecimiento también…
Entre los nombres famosos de los jesuitas que dieron vida a este diálogo quiero
ahora evocar dos figuras emblemáticas, ligadas a dos diversas disciplinas artísticas. Me
refiero sobre todo al arquitecto Giovanni Andrea Bianchi. Él provenía de mi misma tierra
de origen, habiendo nacido en Campione d’Italia, que actualmente es un enclave italiano
en territorio suizo, y que se encuentra en la misma provincia de Como donde yo nací y
donde transcurro cada año el periodo de pausa en mi servicio a la Santa Sede. Él vivió y
trabajó durante mucho tiempo en Buenos Aires, hasta su muerte en 1740, y hasta
transformó su nombre en Andrés Blanqui. De su obra en Córdoba el mejor testigo es su
espléndida catedral.
En ámbito religioso, el regreso a la conciencia y al amor por el arte es, por lo tanto,
un recorrido de espiritualidad y de cultura, es incluso un viático para la ética y la
dignidad de la persona, si es verdad cuanto declaraba Platón en el Filebo: él,
efectivamente, estaba convencido que «la potencia del Bien está refugiada en la
naturaleza de lo Bello». Se debe, por ello, recomponer el divorcio que en el siglo pasado
se consumó entre arte y fe. El arte ha tomado el rumbo de la ciudad secular, archivando
los temas religiosos, se ha consagrado a ejercicios estilísticos cada vez más elaborados y
provocadores, cerrándose en el círculo de la autorreferencialidad y las modas y
exigencias de mercado. La Iglesia se orientó a la fría copia de los moldes, estilos y
géneros de épocas precedentes o se ha adaptado a la baja calidad de los nuevos barrios
urbanos, elaborando modestas e incluso feas arquitecturas clásicas.
Frente a las lecciones de los grandes artistas y creyentes del pasado, como Blanqui
y Zipoli, es necesario retejer este vínculo entre arte y fe. Eso es lo que quisimos hacer
llevando por primera vez la Santa Sede con su pabellón a esa tribuna internacional que
es la Bienal de Arte de Venecia. En efecto, aunque se haya abusado de ella hasta
convertirla en un estereotipo, sigue siendo siempre verdadera la afirmación
aparentemente paradójica de Dostoevskij: «La humanidad puede vivir sin la ciencia,
puede vivir sin el pan, pero sólo sin la belleza no podría vivir más, porque no habría nada
más qué hacer en el mundo. Todo el secreto está aquí, toda la historia está aquí».