Revista Solar 1
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el barro pensativo
Ensayos
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8 Cf. Althusser, Louis. La revolución teórica de Marx. México: Siglo XXI, 1968.
Idem. Para leer El Capital. México: Siglo XXI, 1969. Jolif, J. «Marxismo y
Humanismo», en Concilium, n.º 86, pp. 424-428.
9 Marxismo del siglo XX. Barcelona: Ed. Fontanella, 1970, pp. 9-10.
1 0 Cf. Domenach, J. M. «La repulsa de los humanismos en la cultura
contemporánea», en Concilium, n.º 86.
1 1 El existencialismo es un humanismo. Buenos Aires: Planeta, 1975, pp. 50, 53.
1 2 Cf. Echauri, Raúl. Heidegger y la metafísica tomista. Buenos Aires: Editorial
Universitaria, 1970.
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ser humano como espíritu encarnado, buen refrito de las nociones de cuerpo
y alma. Dejamos de lado el humanismo científico positivista y su esperan-
zadora tesis del cultivo de lo humano desde la racionalidad científico-técni-
ca, como humanización y despliegue de las potencialidades humanas. Des-
pués de Auschwitz, Hiroshima, los Gulags, Cambodia, Vietnam, los acon-
tecimientos desatados por el 11 de septiembre con los consabidos hechos
y consecuencias..., sólo vemos el terror, por no decir el terrorismo, de tal
humanismo.
Mas tampoco vamos a aliarnos con los llamados antihumanismos,
formalismos nihilistas, esos sepulcros donde moran los huesos de la «muer-
te del hombre». Nos fascinan por su aspecto tremens esas encantadoras pa-
labras de Foucault:
[...] dado que ha matado a Dios, es él mismo quien debe responder de
su propia finitud; pero dado que habla, piensa y existe en la muerte de
Dios, su asesino está avocado él mismo a morir; dioses nuevos, los
mismos, hinchan ya el Océano futuro; el hombre va a desaparecer...
podría apostarse a que el hombre se borraría, como en los límites del
mar un rostro de arena.13
Esta muerte divina del hombre, fascinans-tremens, ya se ha consumado.
Quizá es su muerte como sujeto portador de sentido para darle cabida a la
estructura como nueva portadora de sentido; es su muerte como
intencionalidad significante. O es la muerte de la historia como historia de
las libertades humanas (todavía un neohegeliano italiano escribía en el siglo
pasado que la historia es hazaña de la libertad), ya que la historia es la
hazaña de la libertad, pero como conciencia de la necesidad histórica; démosle
así un recuerdo al ya citado pero ya olvidado Althusser. O es la reducción
del hombre en cuanto ser de deseo, en cuanto dador de sentido, en cuanto
libertad, a un ser de necesidades, a un puro lugar de producción de sentido,
a un simple espacio de intercambios socioeconómicos. La fetidez de Prometeo
es reemplazada por el aura de su hermano Epimeteo, el esposo de Pandora.
Mientras Prometeo nos hizo inteligentes, su hermano, al imitarlo, sólo logró
hacer hombres idiotas e irreflexivos. Tal es nuestra soberanía. Es que la
contemporaneidad moderna y la modernidad contemporánea no tenían
que pensar la muerte del hombre; ya lo habían matado con sus humanis-
mos. Lúcidamente lo desveló Foucault en Vigilar y castigar: todas las institu-
ciones modernas: cárceles, escuelas, profesiones, ejército... supervisan y con-
trolan al individuo «para neutralizar sus estados peligrosos», inculcándole
1 3 Foucault. Las palabras y las cosas. México: Siglo XXI, 1968, pp. 373, 375.
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«in se recedere», «ad se recurrere», «secum morari», «ad se properare». Estas tera-
pias de la humanidad del hombre, función del sabio-intelectual como forma
de saber y de vivir, como terapia dialógica, no anulan las inquietudes, sólo
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las detienen desde la phrónesis-proairesis como kairología. Una aguda expresión
senequiana nos determina pictóricamente lo que llevamos dicho: «cosas hay
que nos atormentan más de lo que es de razón; otras que nos atormentan
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antes de que sea razón, y otras nos atormentan con absoluta sin razón». Es
que nuestro humanismo se las juega con las oleadas de: tristeza, ansiedad,
dolor, deseos, apegos, temor a la muerte, ira, celos, perturbaciones, honores,
riquezas, influencias, congojas, suspicacias, piraterías, antojos, codicias,
anhelos, desventuras, desencantos, molestias, quejas, incertidumbres, pa-
decimientos, cercenamientos, aficiones, deleites, placeres venéreos, perversi-
dades, fraudes, engreimientos, desgajaduras-desgarros, aflicciones,
desmesuras, destemplanzas, miedos, peligros, malos gobiernos, guerras,
luchas por el poder, molestias, desventuras, pérdidas, asesinatos, exilios,
abatimientos, angustias, depresiones, llantos, temores, pereza, impulsos,
escalofríos anímicos, desidias, desganas, dispersión, sufrimiento, padeci-
mientos, opresiones internas y externas, tormentos por lo venidero, supli-
cios, torturas, recuerdos perturbadores, presente incierto, futuro doloroso,
crisis... Ante estas inquietudes, el intelectual con su humanismo intenta dar
una posibilidad de regulación, gracias a la vida como virtud, a la virtud
como fortaleza, magnanimidad, gratitud, trabajo, lealtad, templanza, pru-
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dencia, sobriedad, moderación, constancia, firmeza. Es lo que los intelec-
tuales estudiados por Foucault llaman sabiduría y que el pensador francés
entiende como subjetivación en tanto manera de constituirnos como suje-
tos: la constitución de una ética como estética de la existencia; reconocerse
como sujeto de deseo para acceder a la constitución de sí mismo como
sujeto; como un velar por la conducta, interrogarse sobre ella, formarla y
convertirla en un obra de arte, el arte de vivir como función «etho-poética»
y heautocrática que permita la dirección de uno mismo, la gestión de la
propia casa y la participación en el gobierno de la pólis.
Desde esta perspectiva, nuestro humanismo intenta habitar el mundo
desde un capital simbólico transformando los signos en símbolos, en algo
23 De la tranquilidad del alma, 17, 3; Cartas a Lucilio, 74, 29.
24 De la brevedad de la vida, 18, 1.
25 Cartas a Lucilio, 2,1.
26 Cartas a Lucilio, 35, 4.
27 Cartas a Lucilio, 29.
28 Cartas a Lucilio, 13.
29 Cartas a Lucilio, 74.
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que dé qué pensar, sean los saberes, los poderes o las creencias; sean los
intereses cotidianos, ya prácticos, ya técnicos, ya emancipatorios, ya expre-
sivos. La vida y la cotidianidad reelaboradas desde esta propuesta huma-
nista afrontan las inquietudes, no como algo satánico ni perverso, sino
como una posibilidad de subjetivación. Coincidimos con el último Foucault
y la pregunta clave de sus dos libros citados: ¿qué puede librarnos de la
muerte y guerra totales de nuestro siglo? Sólo una brújula moral, tal como ya
lo planteaban Sócrates y Séneca. Cuando el ataúd sale de la morgue con los
restos de Foucault, Deleuze improvisadamente cita un texto precisamente
de El uso de los placeres, significativo para nuestro planteamiento: «¿Pero qué es
entonces hoy la filosofía, la actividad filosófica, si no es el trabajo crítico del
pensamiento sobre sí mismo? ¿Y qué, si en lugar de legitimar lo que uno ya
sabe, no consiste en averiguar cómo y hasta qué punto es posible pensar de
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un modo diferente?» Así, nuestro humanismo es laberíntico rizomático y
se convierte en una continua búsqueda del sentido de la vida en perspectiva
ético-estética. Sabe que en lo cotidiano vital hay un sentido lúdico, hedónico
y agónico que combina estas tres inquietudes, no como sentimientos contra-
puestos sino como posibilidades de encuentro, que nunca se eliminarán.
Digámoslo con Foucault:
El ensayo —que hay que entender como prueba modificadora de sí
mismo en el juego de la verdad y no como apropiación simplicadora
del otro con fines de comunicación— es el cuerpo vivo de la filosofía, si
por lo menos ésta es todavía hoy lo que fue, es decir una ascesis, un
ejercicio de sí, en el pensamiento...; tarea de una historia del pensa-
miento...: definir las condiciones en las que el ser humano problematiza
lo que es, lo que hace y el mundo en que vive. 31
Ubicados en este pretexto-contexto-intertexto, nuestro humanismo
renuncia a universalidades y transcendentalidades universales que operan
desde un yo universal, transcendental y no empírico. Pretende instaurar la
riqueza de la diferencia; prescinde de la homogeneidad como dadora de
identidad cultural y humanista, ética y estética, política y filosófica; rescata
las particularidades como los únicos universales concretos; deja que tome la
palabra un otro sujeto humanista: no un sujeto universal, único y necesario,
sino múltiples sujetos relativos y contingentes, individuales y particulares.
Blanchot nos ayuda a entender esta tesis, cuando al hablar de la última fase
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para todos los aquí y ahora, impoluta, esencial, con sus juegos de verdad y
sus juegos de poder como dispositivos de poder instaurados por sus «castas
intelectuales» como poder intelectual desde el «Yo, Platón, soy la verdad»,
proponemos una cultura de la risa, plurilateral, particular, pluridimensional,
polisémica, que se sabe no acabada y carente, que habita la aporía y no el
sistema, no prototípica ni ejemplar, existencial, contaminada por el juego de
la vida, variable como la vida misma, con continuidades y discontinuidades,
rupturas, sonrisas, juegos de lenguaje, contestaciones, sin pretensiones de
ser única y absoluta, donde la vida es la que juega e interpreta. Su lógica es
«al revés» de la de la cultura de la seriedad. La seriedad, desde sus aparatos
conceptuales, consagra la estabilidad, la inmutabilidad, la perennidad, la
eternidad. Supone, por encima de las diferencias, una homogeneidad e
identidad esenciales; a pesar de las oposiciones de formas de vida y juegos
de lenguaje, sustenta que «los hombres son idénticos en todas partes y
tiempos», «no cambian», ya que las diferencias como los accidentes de la
sustancia aristotélica, no hacen sino dar relieve a la identidad, de la misma
manera que las excepciones confirman la regla. La risa instaura todo lo
contrario. Con categorías goliárdicas, ancla su puerto y navega por las aguas
de la «rueda de la fortuna» que, como la Luna, siempre crece y decrece.
Mijail Bajtin lo ha expresado con lujo de detalles:
[...] la seriedad es oficial y autoritaria, y se asocia a la violencia, a las
prohibiciones y a las restricciones. Esta seriedad infunde el miedo y la intimida-
ción... La risa, por el contrario, implica la superación del miedo. No
impone ninguna prohibición. El lenguaje de la risa no es nunca em-
pleado por la violencia ni la autoridad... De ahí que la comicidad de la
fiesta popular contenga un elemento de victoria no sólo sobre el miedo
que inspiran los horrores del más allá, las cosas sagradas y la muerte,
sino también sobre el miedo que infunden el poder, los monarcas
terrenales, la aristocracia y las fuerzas opresoras y limitadoras. 35
Así, por ejemplo, «la comicidad medieval, al desvelar el temor al miste-
rio, al mundo y al poder, descubrió osadamente la verdad del mundo y del
poder. Se opuso a la mentira, a la adulación y a la hipocresía. La concepción
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cómica destruyó el poder a través de la boca del bufón». La analítica
bajtiniana, con erudición y gracejo, muestra que la seriedad intimida, exige
y oprime. Todo en ella es violencia, amenaza, censura exterior e interior,
terror; los de abajo tiemblan ante ella, se someten, adulan y bendicen; la risa,
3 5 La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. Barcelona: Barral
Editores, 1971, pp. 85-87.
3 6 Idem, p. 87.
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Ahora bien: así como hay una cultura de la seriedad y una cultura de
la risa, también podemos hablar de una política de la seriedad y una política
de la risa. O mejor: de un ejercicio político de la cultura desde la seriedad y
un ejercicio político de la cultura desde la risa, en donde también podemos
ubicar nuestra propuesta sobre el intelectual. Intentemos dilucidar ambos
ejercicios, distinguirlos y ver sus relaciones con lo que hemos llamado la
cultura como totalidad envolvente de inquietudes.
La seriedad política, en nombre de las libertades, instaura los
determinismos; la risa, en los determinismos, procura las libertades. La se-
riedad, en nombre de la liberación, construye la servidumbre; la risa, en la
servidumbre, busca la liberación. La seriedad, en nombre de la abundancia,
maneja la escasez; la risa sabe, como el místico de Asís, que para vivir se
necesita muy poco y este poco, muy poco y canta con la copla de la cultura
de la risa: «Gracias a Dios que ya tengo / Dos camisas pa mudar, / Una que
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se me acabó / Y otra que voy a comprar». La seriedad, en nombre de la
riqueza, instaura la pobreza; la risa sabe que la mayor riqueza es la pobreza,
ya que la pobreza antropológicamente se comparte, es solidaridad; la rique-
za, en cambio, sólo se puede acumular, no distribuir, ya que su lógica es el
lucro y la usura; la risa, por lo mismo, hace suyas estas reflexiones del
antropólogo Federico Carrasquilla:
Siempre se ha dicho que hay que repartir la riqueza, que la riqueza está
mal repartida, y esto ha significado que de la riqueza del rico todos
deben participar; es decir, que todos lleguen a ser como ellos. Esta
conceptualización tiene dos grandes fallas: por una parte, presenta
como modelo ideal de persona al rico, y segundo, en el mundo de hoy
la brecha entre ricos y pobres es imposible de cerrar desde la perspecti-
va del rico. Esta manera de ver las cosas revela algo que hay que
denunciar: la sociedad siempre se ha construido desde y para el mun-
do rico: la política neoliberal, la sociedad de consumo, son propuestas
para que todos vivan como ricos; quien pueda entrar, bien, si no que se
quede afuera. Los que no puedan entrar es problema de ellos, no es culpa
del sistema: éste está hecho para los ricos. Por ello hay que plantear las
cosas de otra manera: lo que hay que repartir es la pobreza... Repartir
la pobreza implica que todos participen, tanto de los valores del pobre
como de la lucha del pobre por su liberación... Los valores del pobre
son la generosidad, la solidaridad, el compartir desde la pobreza...44
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locas, enfermas, criminales es una experiencia límite desde la risa que puede
recrearse en función de los cuidados de Foucault. Es la morada que, con
temor y temblor, llenos de risa, soslayamos para la ética, la política y la
ciencia, como tarea del intelectual
La quinta intertextualidad es con Vattimo. Desde su Credere di Credere,
independiente de sus observaciones sobre el Cristianismo y la Cristiandad,
establecemos una conexión con la risa foucaultiana. Para Vattimo, desde la
kenosis y el ágape, el poder debe ser kenótico y no krático; debe operar desde el
«vaciarse, adelgazarse, debilitarse» (Kenosis como pensamiento débil), no
como dominación y opresión. Los cuidados del profesor parisino van por la
misma dirección: desprenderse de sí mismo para ser mismidad en la otredad.
Son «tecnologías del yo» como «prácticas de sí», que ponen patas al revés
las «tecnologías del yo» del panóptico del vigilar y castigar modernos.
La quinta intertextualidad es con Ricoeur. Ya la risa ha hablado varias
veces del «otro». Ricoeur va a reír con nosotros. El hombre es labilidad,
falibilidad, finitud, siempre «expuesto» a resbalar, en desproporción consi-
go y con los otros; su historia es «la patética de la miseria» combinada con
la «mayoría de edad», su «insociable sociabilidad» y el mal infinito de la
finitud: la egolatría; en su intimidad lleva marcada constitucionalmente la
posibilidad del mal moral; es conflicto primigenio como el «devenir de una
oposición» entre la afirmación originaria y la diferencia existencial; es así
potencia de la caída y del mal, que brota de su limitación en la transición
ininterrumpida del vértigo como siervo albedrío o libre albedrío esclavo.
Estos conceptos han sido simbolizados por la experiencia mítico-religiosa
como caída, culpa, redención y salvación; son símbolos que dan qué pensar.
Ricoeur los interpreta como expresión de la existencia y del ser del hombre en
el cuasi ser y cuasi nada del mal humano en la nada de su finitud. La
cultura es entonces desviación, extravío, cautividad, caos, ceguera, mezcla,
caída, redención, salvación. Acudiendo a los mitos griegos (los mitos son
para Ricoeur la esencia de toda cultura), la vida humana es Prometeo,
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Epimeteo y Proteo; es un monstruo de muchas caras que dan qué pensar.
En fin, para terminar, en todo momento, ya de inquietudes o lejanas
inquietudes, la risa siempre nos recuerda la Canción de la vida profunda del subli-
me Barba Jacob, lúcidamente precedida de un epígrafe de Montaigne: «El
hombre es cosa vana, variable y ondeante»:
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Hay días en que somos tan móviles, tan móviles, / como las leves
briznas al viento y al azar. / Tal vez bajo otro cielo la gloria nos sonría.
/ La vida es clara, undívaga y abierta como un mar.
Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles, / como en abril el
campo, que tiembla de pasión: / bajo el influjo próvido de espirituales
lluvias, / el alma está brotando florestas de ilusión.
Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos... / — niñez en el
crepúsculo!, lagunas de zafir! — / que un verso, un trino, un monte,
un pájaro que cruza, / y hasta las propias penas nos hacen sonreír.
Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos, / como la entraña
obscura de obscuro pedernal: / la noche nos sorprende con sus profu-
sas lámparas, / en rútilas monedas tasando el Bien y el Mal.
Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos, / que nos depara
en vano su carne la mujer: / tras de ceñir un talle y acariciar un seno,
/ la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.
Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres, / como en las
noches lúgubres el llanto del pinar. / El alma gime bajo el dolor del
mundo, / y acaso ni Dios mismo nos pueda consolar.
Mas hay también oh Tierra! un día... un día... un día / en que levamos
anclas para jamás volver... / Un día en que discurren vientos
ineluctables. / Un día en que ya nadie nos puede retener! 53
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hablar de ella? ¿Qué razones hay para ello? Y las respuestas tienen que ver
con las formas como se entienden la moral y la naturaleza. Parte de ese
debate es al que vamos a referirnos. Pero antes, tenemos que reconocer que lo
que impulsa a los filósofos y científicos a buscar un fundamento a una ética
ecológica es especialmente la situación de deterioro medioambiental en que
nos encontramos. De eso hablaré ahora.
La crisis ecológica
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plantearse la pregunta por el ser (lo que permitiría fundar los deberes), pero
además sin sustento antropocéntrico (Jonas 1995: 91). No cree Jonas que la
metafísica ponga en riesgo la ciencia, porque trabajan en dos estratos distin-
tos: «explicar la naturaleza no equivale a comprenderla» (Jonas 1995: 131),
por eso «la ciencia natural no nos lo dice todo sobre la naturaleza» (Jonas
1995: 132).
El discurso metafísico de Jonas renueva los términos de «fin», «bien» y
«vida». El fin «se aloja en la naturaleza» (Jonas 1995: 134), lo cual es el
«Bien primario», el «bien-en-sí» porque es «infinitamente superior a toda
ausencia de fines en el ser» (Jonas 1995: 146). El ser se afirma en el fin y se
pronuncia en contra de la nada. En el hombre también debe haber una
actitud similar: «El hombre ha de asumir en su querer ese sí (afirmación de
la finalidad) e imponer a su poder el no al no-ser» (Jonas 1995: 149).
La finalidad del ser es vivir, pero en el caso humano es vivir bien, con
dignidad y felicidad. El bien es sacado del rapto producido por la subjetivi-
dad moderna (deseo, necesidad o elección) y vuelto a pensar en términos
naturalistas. Más aún, la causa final de la naturaleza preconsciente es sus-
tento de nuestras finalidades subjetivas. Distingue entre los fines de los
artefactos (que es por un deseo humano), de los seres vivos (que es la
sobrevivencia) y de los seres humanos (que siendo consciente de la teleología
busca vivir bien). A partir de dicha metafísica, la vida vuelve a adquirir una
finalidad propia y un «bien ontológico» que el hombre y su poder
tecnocientífico deben respetar. En ese sentido habla de responsabilidad. Así
lo sostiene Jonas:
En la era de la civilización técnica, que ha llegado a ser «omnipotente»
de modo negativo, el primer deber del compromiso colectivo es el futuro
de los hombres. En él está manifiestamente contenido el futuro de la
naturaleza como condición sine qua non; pero además, independiente-
mente de ello, el futuro de la naturaleza es de suyo una responsabilidad
metafísica, una vez que el hombre no sólo se ha convertido en un peligro
para sí mismo, sino también para toda la biosfera. (Jonas 1995: 227)
La ética ecológica de Jonas reúne metafísica, ética y tecnociencia, resul-
tando de ahí una ética de la responsabilidad, no sólo en sentido individual
sino colectivo. Por eso, a partir de todas las perspectivas ecológicas, por lo
menos hay dos grandes coincidencias. Por un lado, señalar la exigencia de
un cambio de actitudes, tanto de las personas, como de los gobiernos y de
los sistemas económicos. Por otro lado, que es una obligación de justicia
cooperar y exigir cumplimiento de las leyes jurídicas que se refieren al respe-
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to del medio ambiente (Blázquez 1999: 200). En otras palabras, las dos
grandes perspectivas éticas como son la de la felicidad y la de la justicia deben
incluir el tema ecológico dentro de sus propuestas. De ese modo, se requiere
seguir motivando al cambio personal y social y exigir el respeto de las nor-
mas ecológicas, como criterios para actuar en el mundo cargado de intereses
y dificultades.
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La simpatía
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Bibliografía
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EL RETO DE ARIADNA.
FILOSOFÍA Y SOCIEDAD PERUANA
Alan Pisconte
Ezra Pound
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de nación, el enigma permanece en pie. Posiblemente el asunto, desde muy
temprano, despertó la curiosidad y la insatisfacción de las élites intelectua-
les en nuestra sociedad.
Fueron los primeros observadores y cronistas de la temprana sociedad
colonial en ciernes, los que se debatieron entre la mirada asombrada ante la
curiosa multiplicidad natural y social, y el monolítico discurso teórico con
que la enfrentó. El reto de construir con todo y a pesar de todo, un proyecto
común de sociedad que alojara tanto a los nuevos y violentos integrantes,
como a las múltiples etnias que ya poblaban el nuevo orbe, significó
deconstruir y hacer flexibles nociones de sociedad y justicia que permitieran
la convivencia de esta multiplicidad alucinante.
Otro tópico que se desprende de esa problemática de los mil rostros de
la multiplicidad, es la singular geografía que configuró el escenario de esta
lucha por la coherencia. Dicha singularidad, como todo enigma, llevó a
pendular entre la apologética y la denigración de la naturaleza americana.
La terrible capacidad telúrica de la nueva área geográfica, influyó decisiva-
mente en la manera como se encaró el reto de construir el albergue común de
los discursos de nación, además del tipo de economía que se prefirió a lo
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largo de esta historia singular.
Y aun llegados los primeros años del siglo XX, los autores supuesta-
mente «modernos» que propugnaban sociedades y patrias «nuevas» tenían
que habérselas con la misma vieja problemática filosófica acerca de la
multiplicidad, del devenir, problemática que esta vez tomaba un rostro na-
1 «El caso peruano es tal vez emblemático de la incapacidad de los intelectuales del
siglo XIX y temprano siglo XX de plasmar una visión de nación, capaz de reflejar
e integrar a una realidad diversa y compleja. La crítica a la construcción del
paradigma nacional peruano a partir del análisis de sus resultados ha creado, sin
embargo, la percepción, principalmente en el mundo académico, de lo inútil que
resulta seguirle la pista a dicho proceso. ¿Cómo imaginaron los intelectuales peruanos
a la nación? ¿Cuáles fueron algunas de las características del nacionalismo peruano?
¿Cuáles los problemas confrontados por los nacionalistas?, y ¿cuál la relación de
ellos con la prensa escrita y el poder?» Mc Evoy Carreras, Carmen, Forjando la
nación. Ensayos sobre historia republicana, Lima: PUCP, 1999, p. XIV.
2 La economía colonial estuvo entre permanecer en un sistema premoderno de
crédito respaldado por la Iglesia, basado en la tierra y en el privilegio de sangre,
y el crédito moderno basado en la expansión capitalista. Véase Quiroz, Alfonso
W., Deudas olvidadas. Instrumentos de crédito en la economía colonial peruana:
1750-1820, Lima: PUCP, 1993. Posiblemente la atracción por una economía
rentista en nuestra nación, y por tanto la permanencia en hábitos culturales
premodernos, se deba a la variedad inagotable de recursos naturales de la geografía
peruana, que no fomentaron hábitos de producción modernos, sino los premo-
dernos de la extracción y la renta aristocrática.
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Creemos que Valdelomar con esta metáfora del cuerpo social, no sólo
bebe de una vieja tradición de pensamiento político asentado en nuestro
país desde la colonia, sino que vislumbraba a través de ella el horror aristo-
crático por excelencia: la rebelión de las masas:
La ciudad es un hombre cuyo cerebro es la Universidad, y agregamos,
su corazón es el cinema, su estómago es el mercado de comestibles. El
camal no viene sino a ser la tabla de picar carne de la cocinera [...] el
mercado tan injustamente olvidado por los cronistas, es el nexo de
todo proceso social. Una ciudad podría vivir sin universidad, sin tea-
tros, sin librerías, sin periódicos pero no sin mercados [...] Cuando nos
encontramos en un restaurante elegante después de una comida abun-
dante y bien elegida, y nos dedicamos ante el humeante café a hacer
comentarios metafísicos o a hablar mal de algún amigo íntimo, olvida-
mos que para que la comida se realizara fuera menester la concurren-
cia de una serie de energías y valores dispersos hacia un fin común [...]
Total, para que haya salsa de ruse en el banquete se han conmovido
todas las fuerzas nacionales, y todos los poderes públicos, y han inter-
venido la raza, la historia, las revoluciones y las fuerzas cósmicas [...]
Los gallinazos, en el mercado, son una institución como la policía [...]
tienen parte en las deliberaciones de este mundo especial que forman
en el mercado la cocinera, el mayordomo de casa grande, el policía, el
perro del carnicero y la sirviente; este grupo de pequeños tiranos aparentemente
apacibles, de los cuales dependen a cada instante nuestras vidas, nues-
tra nutrición, nuestro presupuesto y casi hasta nuestro buen humor
de peruanos...9
La crítica del Conde a la sociedad corporalista de su tiempo no pasaba
pues por la deconstrucción de los presupuestos semánticos inherentes a la
utopía corporal. Más bien la supone, pues alienta a los aristócratas de la
república oligárquica a no olvidar su deber de cuidar paternalistamente de
su estómago social. Pues vislumbra la posibilidad de que el estómago haga
justicia por sí mismo, dejando de cumplir su tarea de someterse al bien
común que, según Aristóteles y Platón, consiste en proporcionar el confort
necesario para que la élite piense o guíe de manera moralmente adecuada.
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1 2 «En suma, este siglo [XVII] se vio signado por la transición de una economía
minera de orientación externa, a otra más diversa pero relativamente estable y
autosuficiente de orientación interna [...] Estas economías regionales [...]
aprovechaban los ricos recursos naturales del virreinato y sus variadas zonas
climáticas. Según un observador contemporáneo que escribió a comienzos del
siglo XVII “lo único que le falta al Perú son seda y lino, porque tiene en exceso
de todo lo demás y no tiene necesidad de mendigar ni atender a ningún otro reino
o provincia en el mundo”.» Klarén, Peter F., op. cit., pp. 109-110.
1 3 Valdelomar, Abraham, «Psicología del cerdo agonizante», en Obras, op. cit., pp.
98 a 101.
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1 8 Valdelomar, Abraham, «Los hijos del sol», en Obras, op. cit, t. 1, pp. 219.225.
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Así pues, sobrevive el sentido de exclusión que tanto las élites criollas
como las andinas forjaron en la colonia para contrarrestar la ambigüedad
que abría a su mirada racial la aparición, considerada horrísona, de las
castas, o sea, el tan mencionado mestizaje. Pero quizá lo que desconcierta a las
tentativas parmenídeas de hallar la esencia impoluta de lo nacional, es
justamente el marcado juego de ambivalencias que se desarrolló y viene
desarrollándose no sólo en el ámbito racial, sino sobretodo en el aspecto
cultural, en el Perú.
Para contrarrestar la «cholificación», el gobierno de Velasco apeló nue-
vamente a la teoría corporalista, además de que fue ayudado por la Iglesia,
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vieja defensora de tal teoría. Se halla presente aquí, entonces, el viejo mie-
do a las ambigüedades étnicas, que se buscó contrarrestar desde la época
colonial, asumiendo clasificaciones raciales excluyentes, con el fin de que
perviva el sentido aristocrático que forma parte de la utopía del cuerpo
social. Para Vallejo, Castilla no vendría a ser un contraejemplo de su teoría
sustancialista, pues «El presidente Castilla no era, por más que se diga, un
indígena de pura sangre». Lo más valioso de la intrepretación histórica
marxista ha consistido en poner de relieve la importancia de la perspectiva
económica para entender la sociedad nacional. Vallejo no es la excepción, y
como ya sugería a su vez Mariátegui, nos previene sobre la dislocación
27
«entre la organización política del país y su estructura económica».
Sin embargo, donde permanece adherido a la tradición colonial el dis-
curso de izquierda, es en su énfasis implícito o explícito de ser la cabeza
liderante, el sendero luminoso hacia la utopía del cuerpo armonioso. A
dirigentes indios, por otro lado, tenían otro concepto de nacionalidad. Túpac
amaru [...] pidió a la gente peruana que le ayudara a enfrentarse a la gente europea
en defensa del ‘bien común de este reino’. La gente peruana, a quien también
llamaba la gente nacional, estaba formada por criollos, mestizos, zambos, indios
y todos los naturales del Perú, excluyendo solo a los españoles europeos, a
quienes consideraba extranjeros. Sin embargo, los intentos de Túpac Amaru de
atraer a los criollos y a los mestizos a un movimiento andino e incluso de pro-
yectar una mayor identidad americana fueron rechazados. A medida que aumentaron
las matanzas, quedó claro que el nacionalismo inca no tenía nada en común con
los intereses criollos [...] Los indios del Alto Perú tenían más presentes las
lealtades tradicionales y comunitarias, por lo que las guerrillas no eran capaces de
causar ningún impacto en los que habían tomado la medalla del rey...» Lynch,
John, «Las raíces coloniales de la independencia Latinoamericana», en Lynch,
John, América Latina, entre colonia y nación, Barcelona: editorial Crítica, 2001,
pp. 165 y 166. Así, el bien común escolástico, presidió las luchas y el deseo de
unidad desde la colonia.
2 6 Véase Klarén, Peter F., op. cit., p. 415.
2 7 Ibíd., p. 924.
64
28 Ibíd., p. 927.
29 Ibíd., p. 928.
30 Ibíd., p. 427.
31 Ibíd., p. 411.
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68
3 6 Riva-Agüero y Sánchez Boquete, José de la, «Causas que dan los americanos», en
Fuentes documentales sobre la ideología de la emancipación nacional, Lima:
editorial Pizarro, 1980, p. 72 (cursivas nuestras).
3 7 Véase al respecto lo dicho arriba, en la nota 3.
3 8 Vidaurre, Manuel Lorenzo de, «Plan del Perú», en Fuentes... op. cit., p. 135.
69
3 9 Ibíd.
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Consideraciones finales
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4 7 Ibíd., p. XX.
4 8 Mc Evoy Carrera, Carmen, «Entre la nostalgia y el escándalo: Abraham Valdelomar
y la construcción de una sensibilidad moderna en las postrimerías de la República
Aristocrática», en Mc Evoy Carrera, Carmen, Forjando la nación... op. cit., p.
257.
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4 9 Ibíd., p. 259.
5 0 Ibíd., p. 287.
5 1 Ibíd., p.301 (cursivas nuestras).
75
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LA GUERRA CONTINÚA:
APROXIMACIONES A LA VIOLENCIA POLÍTICA E
IDEOLÓGICA EN EL PERÚ
Rubén Quiroz
Martín Adán
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1 En eso está Lynch cuando arguye: «el provinciano será un componente funda-
mental de la nueva hegemonía izquierdista agregando su matiz particular a la
lucha estudiantil por condiciones de estudio que permitan una rápida profe-
sionalización. A diferencia de otros sectores de clase media urbana, su pugna por
establecer la universidad como en un canal de movilidad social se hacía espe-
cialmente angustiosa ya que significaba en la mayoría de casos la única esperanza
o la única ilusión de ascenso social». Lynch, Nicolás. Los jóvenes rojos de San
Marcos. Lima: El zorro de abajo, 1990. p. 21.
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Nudo de inquietudes...
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acercarte a las «verdades para agudizar las contradicciones». Por eso cual-
quier posibilidad de una negociación sobre reformas académicas importan-
tes, por ejemplo en los cambios curriculares, se veía sobrepasada para satis-
facer urgencias inmediatas de profesionalización. Esto significaba que an-
tes que ascenso social solamente, actuaba en realidad el manejo de cierto
poder simbólico panacal. Sus relaciones de orgullo familiar, del muchacho
triunfador en la capital, del respetable del pueblito de provincia, del «cartón
bajo el brazo» fuere cual fuere la manera de lograrlo.
Los grupos que detentaba esa visión de la realidad filtrada por esos
libros rojos eran facciones izquierdistas tipo FER, Patria Roja, Vanguardia
Revolucionaria y reunidos algunos en la FUSM, y varias de sus escisiones,
cual sectas, que escondían el intento de controlar la universidad para fines
políticos de índole nacional pero ligados a sus ambiciones de clientelismo,
que como recordamos, es estamental, registrada de la tradición autoritaria,
7
como diría Tito Flores.
Lo que resaltaba en sus proclamas y diatribas era la amenaza a quienes
no seguían sus idearios. En el caso de los senderistas aparecidos con fuerza
a fines de los 80, coincidiendo con su plan de «equilibrio estratégico», donde
la composición del mundo y brindaba toda una epistemología de la praxis inevitable
que lógicamente se esparciría después de haber sido tocados por la luz materialista
histórica. En toda la universidad se convirtieron en obligatorios los cursos de
Materialismo Dialéctico, que te dotarían de una visión científica del mundo; y de
Materialismo Histórico que te daba los instrumentos de comprensión de conciencia
social. Esos cursos iniciados a mediados de los 70 recién se extinguieron en los
primeros años de los 90. Pero que persisten con inusitada fuerza en la mayoría de
universidades provincianas. Aún así en la Facultad de Letras quedan todavía
resquicios de esa manera de entender el mundo. Por ello las Facultades de Educación
no sólo son arcaicas ideológicamente sino peligrosas ya que siguen reproduciendo
los esquemas del materialismo histórico como único método de aprehensión y
ellos son los que pululan en la gran mayoría de colegios estatales, es decir,
transmiten el equívoco. Y es por ahí también donde se debe bloquear o reducir
esas influencias casi de adoctrinamiento. Es una de las razones de nuestra debacle
educativa, llámese nuestro arcaísmo ideológico.
7 A este respecto, pero ligado al intento de identificar la modernización con el
Estado autoritario, dice el filósofo Ballón concerniente a la tendencia de frenar
el proceso de individuación social: «la inseguridad y el temor kafkiano frente al
Estado es quizá el retrato más característico de nuestro siglo, pues el crecimiento
del Leviatán moderno tiende a sustituir la ética protestante originaria de la
responsabilidad individual, por la ética del premio-castigo, y al polizón distribuidor
por el individuo productor. Finalmente el trabajador es sustituido por el mendigo
y la clase productora es desintegrada en grupos corporativos gremiales...». En
Ballón, José Carlos. Un Cambio en nuestro paradigma de ciencia. Lima: Concytec,
1999, p. 423.
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Ligado a esa visión radical había una más ingenua pero ya rodeada de la
denominada generación X. Seguidores de la revolución cubana, donde los
trovadores Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Mercedes Sosa y todos los artis-
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Para muchos la guerra interna no sólo no existió sino que no existe. ¿Cómo
es posible la ceguera ante una tragedia de esa dimensión? Mucha gente
parte del complejo del apóstol Tomás: ver para creer. Pero en su gran mayo-
ría, del desprecio. Sólo pocos quieren ver. Es decir, recién tuvo que suceder lo
de Tarata para que algunos comenzaran a interrogarse, doce años después
del inicio del infierno, sobre la violencia que sacudía nuestro país. Luca-
namarca fue a machetazos y no hubo un relato inmediato, tan lejos y tan
cerca, para usar un tíitulo de Wenders, que nos conmoviera a los «limeños»
como el atentado en Miraflores. Es que las matanzas en los Andes, por su
procedencia, su lejanía, su composición social, no conmueven tanto como
los ataques a la ciudad. La insensibilidad histórica pasa por el desconoci-
miento, y en este caso por largos siglos de desprecio y ninguneo étnico-
cultural, por la ausencia de memoria, porque la periferia nunca importó al
centro. Porque el indio, a pesar de Prada, Mayer, Zulen, Mariátegui, Basadre
y una lista de peruanos visionarios, y de las variaciones estadísticas, sigue
siendo el furgón de cola, el habitante-cañón de la historia, al que hay que
someter, la empleada doméstica sin colegio que atiende a los señorones, y
90
1 0 Sugiero una visión de las películas sobre este proceso como la controvertida y
desoladora de Francisco Lombardi «La boca del lobo» (1986) en plena
efervescencia bélica.
91
ética, pero ello se quedará solo en deseo infructuoso sino se hacen constan-
tes llamados de atención sobre nuestra reciente historia. Una justicia repa-
radora, una sociedad menos jerarquizada debería ser la consecuencia nor-
mal, luego de la catástrofe, para poder reconstruirnos como nación. El héroe
ya no tiene que luchar contra enemigos exteriores, arrojarse del morro, ven-
cer en extenuantes ilíadas, guerrear implacablemente por su estandarte,
sino primero comportarse y reconocerse como individuo, aceptarse como
moderno, como persona. Y la filosofía, en una de sus urgentes variantes de
reflexión, debe enfocar su luz cenital sobre los que nos acarrea recóndita
congoja.
El horror de la guerra interna de la cual se dice comenzó en 1980
(aunque ya antes se estaba perfilando en las aulas de universidades provin-
cianas) alcanzó ribetes familiares, espeluznantes, pero aún ajenos, lejanos y
tristemente inocuos para muchos. Siendo ésta una catástrofe aún más
traumática que la Guerra con Chile en el siglo XIX y ante la cuál no hemos
reaccionado de manera sólida y mucho menos de manera responsable. Des-
de el gobierno hasta las organizaciones civiles apenas un amago de repara-
ción, de consolación filantrópica, de misericordia cristiana, de piedad pater-
nal pero nada auspiciado como un deber moral, como acto de modernidad,
como reacción de sociedad civilizada. Ello en términos académicos, princi-
palmente desde los estudios de las ciencias sociales e incluso en los ámbitos
11
literarios. Pero no así desde el punto de vista de sistemáticas reparaciones
morales, sociales y económicas que deberían ser lideradas por el Estado
peruano. En el fondo se trasluce el profundo desprecio a la naturaleza
humana, más si ésta es de tono indígena. El indio, siglos después, sigue
siendo el gran vencido. Su ontología no ha variado. Cientos de indios muer-
tos en la Guerra con Chile y nos acordamos sólo de los héroes criollos,
blanquiñosos, de los hacendados. Miles de indios muertos en la violencia de
los 80 y son fosas comunes, pueblitos olvidados, hundidos en los Andes,
anónimos «peruanos», estadísticas, ninguneados, desamparados.
92
[93]
93
Walter Benjamin (1988) en «Trece tesis contra snobs» —un texto me-
morable—, logra establecer una serie de diferencias entre las «obras de arte»
y los «documentos». Nuestro autor tiene en mente una idea de obra de arte
aurática, es decir, singular y autónoma, capaz de subyugar a un público
educado a través de un aprendizaje que le lleva a verla al lugar en donde ésta se
encuentre, una y otra vez. Hablando en función de la historia del arte, se trata
de una noción que surge con el advenimiento del Renacimiento y que llega a
su clímax y ocaso junto con el modernismo, al menos tal y como lo concebía
Clement Greenberg (la aparición misma de un «público» para el arte es un
fenómeno cultural que se configura en la modernidad). Sobre el documento
en un sentido benjaminiano sólo desarrollaré algunos aspectos, pues este
ensayo abre tal noción hacia ciertos principios que intento dilucidar en un
sentido mucho más amplio.
Benjamin dice que en tanto «central eléctrica», una obra de arte aurática
es capaz de retroalimentar a otros artistas, pues en ella los mismos apren-
den su oficio; mientras les «toma un examen» a los no enterados, al público
en general. Por ello es sumamente ambiguo en el momento de valorar un arte
trastocado por el uso de la fotografía, pues sintiéndose atraído por el mismo
comprueba que ya no funciona de la misma manera, y ve en la relación entre
este nuevo arte y la imagen reproducida en libros y revistas —obtenida por
medio de procedimientos técnicos— el síntoma de una pérdida irreparable.
Pero ¿qué es lo que se pierde? En primer lugar, el público ya no tiene que
ir obligadamente al lugar en donde se encuentra la «obra de arte», para que
ésta le tome un examen, pues la puede encontrar en cualquier reproducción;
por el contrario, son éstas la que vienen a su encuentro. Con ello la dialéctica
del aprendizaje, entendida como el núcleo de la energía cultural —«central
eléctrica»—, es cuestionada en su esencia, y ya sólo puede comenzar como
proceso de desarrollo en aquellos raros individuos que todavía valoran al
original sobre cualquier reproducción. Pero, sobre todo, es la experiencia dirigi-
da por la mirada de la tradición de ir al lugar en donde esta «obra» se encuentra tal
y como fue vista por otros, la que comienza a perder sentido. Por tanto, en
segundo lugar, lo que se pierde es un tipo de experiencia cuyo hilo conduc-
tor señala hacia un acontecimiento compartido por más de un individuo,
por encima de las discontinuidades de toda historia cultural.
Si «la obra de arte es una pieza de examen» —para el público no
enterado— y «sólo incidentalmente es un documento»; entonces la contra-
ria no se cumple y «ningún documento es, en cuanto tal, obra de arte». Está
claro que los mismos funcionan en un contexto de exhibición más bien por
94
sorpresa, mientras que las «obras de arte» sólo por medio de la contempla-
ción. Resulta irónico que la nostalgia de Benjamin por el arte aurático, al ser
caracterizada reflexivamente por él mismo, permita, a su vez, asomarnos
por negación o contraste a otra idea —esta vez de arte contemporáneo— que fue
configurada por las neovanguardias de los años 60, más de veinte años
después de la muerte del filósofo: un entorno cuyo soporte sea una estética
del documento debe atacar por sorpresa, además de servir como una pieza didáctica.
Si antes la contemplación del objeto, el recogimiento, servía como vehí-
culo hacia el descubrimiento del arte, ahora será más bien la capacidad de
ser sorprendido y de dejarse sorprender la que dará inicio a un nuevo proceso de
aprendizaje, cualitativamente distinto.
El primer tipo de arte en el que uno piensa cuando reflexiona de esta
otra manera es, sin duda, el pop; pero antes de entrar en la discusión del
mismo, quisiera pensar primero en el minimalismo, pues una de sus caracte-
rísticas principales fue, precisamente, ese elemento de dramatización, ya seña-
lado por Michael Fried, que lo hacía especialmente insoportable para este
otro creyente del arte aurático: el público percibe el nuevo entorno a través de
la presencia matérica de objetos que no están definidos por una semántica
representacional: un grupo de luces como en Dan Flavin, o de texturas
seriadas en el piso —¿tablero de ajedrez?— como en Carl André, por ejem-
plo. El cuerpo «debe» desplazarse, encontrarse con la nueva espacialidad
configurada, o incluso jugar; como cuando un niño, contento, comienza a
palpar formas que no comprende y se divierte mucho en todo este proceso.
«En el material se comunican los documentos»; «en los documentos
domina por completo el material». En esta línea de trabajo los documentos
se convierten en materiales de un proceso. Es importante hacer notar cómo
una estética del documento no tiene por qué privilegiar la fotografía, y con
ello la representación. Apreciando el minimalismo esto resulta evidente,
mientras que en el caso del pop, nos encontramos con la vertiente más
conflictiva de tal estética, pues allí la ambigüedad de la imagen plantea
directamente la confrontación entre documento y simulacro.
Por ello, antes que nada se necesita una definición abierta de docu-
mento, una en donde el mismo tenga la posibilidad de ser representación
fotográfica u otra de cualquier tipo, pero que sea capaz también de expan-
dirse hacia otras formas de «objetualidad» o de memoria, independientes
incluso de toda representación.
Quisiera plantear el asunto a través de una tematización polémica del
concepto de composición, tan importante para una estética aurática. Si admi-
95
timos que «la forma y el tema son una misma cosa en la obra de arte: la
composición», y que ésta última es la que el artista intenta conquistar al final
de un proceso de elaboración, en el «acabado» de la obra, entonces, la pre-
gunta que cae por su propio peso es la siguiente: ¿qué tipo de subjetividad
artística andaría en la búsqueda sólo de los materiales y no de la composi-
ción? aquella que está en el inicio de su proceso, o aquella que todavía no lo
ha concluido. Con ello la estética del documento se revela como una en la cual el
proceso, y no el acabado, pasa a un primer plano de importancia. En éste
«todo es un material» y, eventualmente, el artista podría plantear un grado
de elaboración elegido por convicción o convencimiento propio.
En esta estética la no-elaboración total equivaldría a una suerte de «grado
cero» documental; una estrategia por medio de la cual el material es dejado
en su estado bruto, como cuando en el Land Art, Smithson traslada un
grupo de piedras a la galería, o como cuando Duchamp pretende exhibir, en
una exposición, un urinario tomado directamente de una tienda. Podría
plantearse, incluso, grados diversos de intervención sobre el material, según
la decisión del artista. Esto es interesante, pues además del material en
tanto documento, se plantea también el asunto del sentido que el mismo
pueda tener, su carga semántica, mediante la pregunta: ¿documento de qué
es esto? Con ello, el gesto de apropiación duchampiano permite fluir desde el
grado cero de un material hasta sus posibles sentidos culturales y/o repre-
sentaciones sociales o de contexto.
Es importante señalar que la decisión acerca de la orientación de una
propuesta artística hacia el grado cero —el material— o hacia el sentido cultural —la
representación y el contexto— define opciones muy diferentes, al interior de
1
una estética del documento, e incluso fuera de ésta.
La apropiación como estrategia postmoderna en arte contemporáneo, por
ejemplo, ha sido empleada dentro de una estética de las simulaciones ya en
los años ochenta, como cuando Sherrie Levine se apropia de la abstracción
1 Por ejemplo: ¿busco piedras, agua, el reflejo de la luz en las mismas, o su sentido
cultural?, o también, ¿busco representaciones visuales en tanto materiales o
precisamente, por el sentido cultural que poseen?, ¿por uno, por otro o por
ambos? Cualquiera de las tres respuestas supone una decisión sobre la orientación
que el investigador-artista quiere darle a su trabajo, y con ello el tipo de estética
a usar. El interés por el grado matérico de lo concreto define una orientación
hacia el campo abierto de la experimentación con cualquier elemento de la
naturaleza (incluida la electricidad), previo o simultáneamente a su configuración
en un lenguaje o estilo. Por el contrario, el interés por el sentido define una
orientación hacia el campo más restringido de una semiótica de los materiales, y
convierte, como el rey Midas, en representación todo aquello que toca.
96
2 ¿Qué es lo que puede proponer una zona exterior a la cultura, si no una suerte de
umbral, de distorsión del sentido y, por tanto, de lugar en donde la crisis de la
representación ofrece una puerta de salida de la misma? ¿Hacia dónde?
En las culturas antiguas, ciertos fenómenos naturales eran vistos con especial
temor, pues el sentido cotidiano de las actividades podía distorsionarse con la
misma posibilidad de un fin de los tiempos absoluto. La posibilidad de la muerte
que de pronto aparece junto con tales distorsiones es la otra cara de la temporalidad
rutinaria del trabajo y de las representaciones sociales. La pérdida de respeto por
la naturaleza vuelve, en términos contemporáneos, menos habitable la Tierra,
mientras la defensa del hábitat del planeta se convierte en un tema político de
reivindicación y en componente esencial del actual pensamiento crítico.
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ejemplo, la imagen de un perro muerto que cuelga de un poste de una calle del centro
de Lima. En los años noventa el trabajo de Eduardo Villanes y Alfredo Márquez (ex
NN) le otorgan valor de documento a las imágenes publicadas en la prensa.
9 «Uno no es ninguno» dice el refranero. Hay un salto lógico entre el documento
como material y el documento como representación. Si se concibe al primero
como orientado materialmente hacia el acontecimiento y fuente de la imagen o
representación, podemos hablar de una estética de la verdad. Por el contrario, si
no entendemos al documento como material sino sólo y exclusivamente como
representación, entonces estamos en una estética de la simulación y de la
imposibilidad de reconstruir cualquier memoria fiable. La opción compleja de
usar la documentación del sentido de un acontecimiento no sólo aparece, entre
nosotros, en el gesto conceptual e historicista de Fernando Bryce; también aparece
en la documentación del sentido de una acción, como en Jorge Eduardo Eielson,
la misma que queda orientada hacia la afirmación de un discurso metafísico-
poético y en el «Colectivo Chaclacayo» en donde ésta afirma otro discurso, el de
lo abyecto, a través de figuras de la religiosidad y el género.
1 0 Es interesante comprobar cómo esta ambigüedad afecta al objeto mismo. Existen,
por ejemplo, interpretaciones opuestas de la obra de Sherrie Levine en Hal Foster
(2001) y Benjamin Buchloh (1997). Mientras el primero la ve como ejemplo
decadente del arte apropiacionista de comienzos de los ochenta y una muestra de
cómo la ironía se transforma en cinismo y complacencia, Buchloh la entiende
dentro de una gama de propuestas de arte alegórico, de filo político. Más fuerte
todavía es la diferencia en la interpretación de la obra de Cindy Sherman en Hal
Foster (2001) y Joan Fontcuberta (1988). Mientras Foster ve en el uso de la
imagen fotográfica por parte de la Sherman el retorno de lo real en la figura de lo
abyecto, pues hace una lectura del sentido político de tales discursos visuales,
Fontcuberta mira el gesto de la Sherman —de apropiarse de cierta cultura
cinematográfica— como una producción en el mundo de los simulacros pues compara
tal gesto con el de Diane Arbus, cuya cultura visual se origina en experiencias
«directas» con sus fotografiados: ella los busca en la calle, no en el cine.
103
Bibliografía
BENJAMIN, Walter. «Trece tesis contra snobs». En Dirección única. Madrid: Alfaguara, 1988,
pp. 43-45.
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Verónica Sánchez
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2 «Era imposible para los griegos [...] comprender la geometría o el sistema de los
números reales sin alguna teoría de continuidad en el sentido matemático. [...]
Hasta que esos procesos fueran rigurosamente válidos, carecía de sentido hablar del
área de un círculo o del volumen de cualquier sólido, o de la longitud de cualquier
línea, recta o curva, salvo únicamente cuando las medidas numéricas de esas áreas,
de esos volúmenes y de esas longitudes fueran números racionales. Como las medidas
irracionales son infinitamente más numerosas que las racionales, la mesuración y la
teoría geométrica de la proporción apenas si existía antes de Eudoxio». Bell, E. T.,
Historia de las Matemáticas, México: FCE, 1996, pp. 72-73.
3 Conin, op. cit., folio 7.
110
profanar las medidas originales del cubo, se atrevieron a desarrollar otras medi-
das carentes del rigor original. Pero los más fervientes seguidores de las
órdenes de Apolo, con mucho esfuerzo intuyeron [...] nuevas longitu-
des para el cubo sobre la base de las medidas originales dadas por el
dios [...]. Para erigir estas nuevas medidas, recurrieron primero a los
sabios que en aquel entonces eran los mayores expertos en geometría
como Platón, Eudoxo, Aristóteles, Hipócrates (de Quíos) y el viejo
Euclides, [...]. Ellos consideraron, por decirlo así, que dado que todas
las figuras planas se forman aumentando sus líneas en razón doble,
de manera análoga, el cubo y necesariamente todos los otros sólidos,
aumentan igualmente en razón triple.4
Entonces, en segundo lugar, por la cita anterior, consideramos plausi-
ble que la pretensión hermética jesuítica era armonizar la ontología cuanti-
tativa inaugurada por la modernidad con la ontología católica aristotélico-
tomista, eminentemente jerárquica y cualitativa. Pero la misma cita nos
señala que la ontología cuantitativa escogida por dicha orden no asume las
posturas del mecanicismo cartesiano o del cálculo infinitesimal de Leibniz o
Newton. Más bien se encuentran inmersos aún en la geometría clásica here-
dada de los griegos, la cual es retomada por medio de la variante neoplatónica
5
y hermética, como señalábamos en líneas anteriores. Así, este escrito cita
no sólo a los más reconocidos matemáticos clásicos y modernos, sino a los
matemáticos de la orden jesuita:
Iniciaremos este tratado con la dificultad de esta cuestión [de la dupli-
cación del cubo] y luego procederemos a su elucidación, siguiendo lo
recomendado por Nicomedes y por Cristóbal Clavio en su Geometría
(Lib. VI)... 6
El padre Clavio es un reconocido matemático jesuita de tendencia her-
mética, el cual escribe un manual de geometría citado por Conink. Así, si
bien éste cita a autores modernos, su guía interpretativa gira alrededor de la
exégesis matemática propiciada por dicha orden.
Por lo tanto, creemos que, en un primer acercamiento al texto, Conink
intenta salvar el edificio cualitativo aristotélico, buscando armonizarlo con
las teorías herméticas y modernas acerca de las matemáticas. Lo cual será
4 Ibíd, folios 3 y 4.
5 Para mayores detalles sobre la teoría hermética, véase Villoro, Luis, el Pensamiento
Moderno. Filosofía del Renacimiento, México, FCE, 1992, pp. 62 y s. Véase
además el ya clásico texto de Foucault, Michael, las Palabras y las Cosas,
México, Siglo XXI, 1968, pp. 26 y s., donde analiza la lógica epistémica del
pensamiento renacentista.
6 Connink, op. cit., folio 9.
111
un reto difícil también para los cosmógrafos posteriores. Sin embargo, para
hacer mucho más sólida esta interpretación sería necesario ahondar aún
más en los problemas estrictamente técnicos con relación a su solución sobre
el problema de la duplicación del cubo. El nuestro es un primer acercamien-
to y en el futuro haremos más indagaciones al respecto.
Es importante entonces, iniciar el estudio acerca de la ciencia en el
Perú, en tanto que podría abrir nuevas perspectivas con relación al desarro-
llo de la cultura científica, no sólo colonial, sino de las épocas posteriores. La
presente nota es un intento de contribuir a una exégesis textual bastante
abandonada con respecto a los aportes científicos y matemáticos de nues-
tros cosmógrafos.
112
la boca desasida
Entrevistas
113
114
1
por Rubén Quiroz
Revista Solar (RS). Cuéntenos de Ud., ¿cómo se inició en la filosofía y quiénes fueron sus maes-
tros, libros o situaciones históricas que le dieron un «giro copernicano» en su vida? ¿Cómo se
sitúa en la filosofía latinoamericana? ¿Qué está investigando actualmente y a qué se dedica?
¿Aparte de la reflexión filosófica tiene otras ocupaciones? ¿Cuál es su relación con otros discur-
sos como la poesía, el cine, la música, el teatro o las artes plásticas?
[115]
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(RS). Ud. es uno de los intelectuales identificados con la filosofía de la liberación y uno de los más
activos en esta corriente. Desde su surgimiento hasta ahora ¿ésta ha logrado sus objetivos sobre
los cuales se insertó en la comunidad filosófica latinoamericana?
(HCG). Hace dos años se organizó una reunión en Río Cuarto, Córdoba,
Argentina, para recordar los inicios treinta años atrás de la filosofía de la
liberación. Allí nos homenajearon a algunos (no a todos) de los que conside-
raron pomposamente «fundadores». Esa filosofía surgió en medio de
complejísimos conflictos sociales y políticos en Argentina y en el contexto de
una América Latina sacudida por el ciclo de terror que inició con el golpe de
estado en el Brasil de 1964. En medio de la derrota que produjo el golpe del
117
(RS). Había una relación estrecha con la teología de la liberación e incluso, algunos sostienen que
se retroalimentaban. ¿De qué manera se procesó esa relación todo este tiempo y cuál es la relación
actual con ella?
118
(RS). Desde los célebres debates sobre la existencia o no (Zea, Salazar Bondy) de la filosofía
latinoamericana, cuánto han cambiado nuestras preguntas filosóficas y qué tanto la imagen de
nosotros mismos como cultura?
119
120
(RS). ¿Desde su punto de vista cuál es el estado actual de la filosofía latinoamericana? ¿Qué le
espera a ésta y cuáles son sus tareas filosóficas?
121
(RS). En un mundo globalizado, en la que también se agudizan las diferencias sociales, ¿cuál es
el rol del filósofo y más todavía desde nuestra condición latinoamericana?
122
(RS). Mencione cinco libros imprescindibles de la filosofía latinoamericana y razones por las
cuáles los escogió.
(HCG). Es muy difícil reducirlos a sólo cinco. Pero para seguir las reglas del
juego que marca su pregunta anoto los siguientes, sin menoscabo de mu-
chos otros que merecerían estar también aquí mencionados y que para mí
han sido y siguen siendo imprescindibles.
Augusto Salazar Bondy, ¿Existe una filosofía de Nuestra América? de 1968.
Por las razones ya dichas y porque fue capaz de articular la Historia de las
Ideas con el debate sobre la existencia y con las condiciones que consideraba
indispensables para una filosofía auténtica.
Francisco Miró Quesada, Despertar y proyecto del filosofar latinoamericano de
1974. También por las razones antes dichas y por otras que se agregan a
continuación. Se nota que la edición es tardía con respecto al contenido del
texto. Seguramente se demoró más de lo previsto en los trámites editoriales.
En este texto se narra con todo rigor el testimonio del surgimiento de la
filosofía latinoamericana contemporánea a partir de los magisterios funda-
mentales de Francisco Romero (desde Argentina) y de José Gaos (desde
México).
Leopoldo Zea, Filosofía de la historia americana de 1978. En este libro cumple
el discípulo con el compromiso que tenía con su maestro José Gaos y da
cuenta de una Filosofía de la Historia de esta América en el marco de la
historia mundial. Es quizá el libro más meditado y logrado de toda la impor-
tante producción de Zea.
Arturo Andrés Roig, Teoría y crítica del filosofar latinoamericano de 1981. Este
texto constituye uno de los momentos clave del historicismo latinoamerica-
no, donde a partir de Kant y Hegel se sistematiza un filosofar que prolonga
la Historia de las Ideas en nuestros días, mostrando toda su vigencia y su
filo crítico.
123
(RS). ¿Qué nos puede decir de filósofos peruanos y sus producciones reflexivas?
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BREVE ENTREVISTA A
DON FRANCISCO MIRÓ QUESADA
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la mentira de sophía
Poetas y Filósofos
peruanos
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Jorge Polar
FLORES
(1895)
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Pedro S. Zulen
PAMPSIQUISMO
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agotando irreverencias,
y con los iones que ellos crean,
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La estrella es libre. ¡Ojo Mío¡ Ella levanta su forma por encima del
párpado. Asistid a la disolución de los lugares. Sus ondas vienen, represen-
tando su cuerpo; lucen sus alientos brillantes. Después de haber permaneci-
do sembrados en una tierra de tiempo, inconstantes y raudos, suben sobre
los párpados, desvaneciéndose, desvaneciéndose. Ojo Mío: ¡acércame al
Perfil; acércame, haciendo la violencia más lejana, al lugar donde todas las
imágenes se reúnen¡
Decid: Estrella. Su costa de imágenes. Su susurro. El pulso de su ino-
cencia. ¡Bajáis¡ ¡qué islas menos claras que él mismo se impone el viento¡
Detrás de tu gesto, tus brazos, tus piernas, descendiendo quebrado y sollo-
zante, descubro tu gallarda columna vertebral, aureolada de años, flores,
sangre. Descubro el obscuro fango, las raíces, los desconocimientos. Pero el
viento es raudo. Pero el perfil es raudo. Sí, pero de los apretados mundos
emerge la bruma, la tierna sorpresa, los fugitivos cabellos. Pero las palabras
no dichas escancian su voz. Pero los pasos no caminados reposan su huella
sobre su ligero contoneo. Ésta es la forma.
¡Recuerda, Ojo Mío, aún cuando sobre ti se deslizan los apenados
olvidos¡ La esencia. Las ondas. El viento sobre los párpados. La esencia.
(1934)
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Juan Ojeda
SOLILOQUIO
A Yando
A Cesáreo Martínez
¿Qué esperarías de ti
o una estéril música cuyo resplandor al abismarse te anonadaría?
Pero tú yaces oculto o simulas alejarte
De lo que en verdad, es tu único misterio:
En la innoble morada de la realidad
Nutres un sentido más hondo,
Del que ya ha cesado todo vestigio humano.
Y destruyes
El reino de lo innombrable, que en ti mismo habita.
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la mirada de foucault
Reseñas y notas
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JUAN ABUGATTAS
(1949-2005)
Testimonio personal
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Preguntas:
Por favor contestar las dos primeras preguntas con una extensión
máxima de una carilla a espacio simple. La última interrogante se solicita la
mención y alguna justificación breve de ello (no más de cinco líneas).
PABLO QUINTANILLA
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RUBÉN QUIROZ
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ALAN PISCONTE
MIGUEL POLO
RUBÉN QUIROZ
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YILI RODRÍGUEZ
VERÓNICA SÁNCHEZ
GONZALO SOTO
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Presentación 3
EL BARRO PENSATIVO
ENSAYOS
LA BOCA DESASIDA
ENTREVISTAS
LA MIRADA DE FOUCAULT
RESEÑAS Y NOTAS