La Leyenda Del Dragón de La Iglesia Del Patriarca
La Leyenda Del Dragón de La Iglesia Del Patriarca
La Leyenda Del Dragón de La Iglesia Del Patriarca
Creo que todos los nacidos en Valencia, sabemos que en el vestíbulo del
edificio esta disecado el famoso “dragón”. En realidad, el “dragón” es un
caimán. Empecemos por la realidad, para pasar a la leyenda y después
analizaremos el sentido de la leyenda.
El caimán fue un regalo del virrey del Perú Don Juan de Mendoza y Luna al
Patriarca San Juan de la Ribera en homenaje a la fundación del Colegio-
Seminario.
1
Otra leyenda, a colación de la primera, es que el “dragón” apareció en la riada
de 1957 y que el héroe en realidad era un preso que pidió su libertad a cambio
de enfrentarse con la bestia.
Era cuando Valencia tenía un perímetro no mucho más grande que los barrios
tranquilos, soñolientos y como muertos que rodean la Catedral. La Albufera,
inmensa laguna casi confundida con el mar, llegaba hasta las murallas; la
huerta era una enmarañada marjal de juncos y cañas que aguardaba en salvaje
calma la llegada de los árabes que la cruzasen de acequias grandes y
pequeñas, formando la maravillosa red que transmite la sangre de la
fecundidad; y donde hoy es el Mercado extendíase el río, amplio, lento,
confundiendo y perdiendo su corriente en las aguas muertas y cenagosas.
2
según decían las viejas ciudadanas- para castigo de pecadores y terror de los
buenos.
¡Qué no haría la ciudad para librarse de aquel vecino molesto que turbaba su
vida...! Los mozos bravos de cabeza ligera -y bien sabe el diablo que en
Valencia no faltaban- excitábanse unos a otros y echaban suertes para salir
contra la bestia, marchando a su encuentro con hachas, lanzas, espadas y
cuchillos. Pero apenas se aproximaban a la cueva del dragón, sacaba éste el
morro, se ponía en facha para acometer, y partiendo en línea recta, veloz
como un rayo, a este quiero y al otro no, mordisco aquí y zarpazo allá,
desbarataba el grupo; escapaban los menos, y el resto paraba en el fondo del
negro agujero, sirviendo de pasto a la fiera para toda la semana.
Acabaron por familiarizarse con aquel bicho ruin como con la idea de la
muerte, considerándolo una calamidad inevitable, y el valenciano que salía a
trabajar sus campos, apenas escuchaba ruido cerca de la senda y veía ondear
la maleza, murmuraba con desaliento y resignación:
3
-Me tocó la mala. Ya está ahí ese. Siquiera que acabe pronto y no me haga
sufrir.
Como ya no quedaban hombres que fuesen en busca del dragón, este iba al
encuentro de la gente, para no pasar hambre en su agujero. Daba la vuelta a
la ciudad, se agazapaba en los campos, corría los caminos, y muchas veces,
en su insolencia, se arrastraba al pie de las murallas y pegaba el hocico a las
rendijas de las fuertes puertas, atisbando si alguien iba a salir.
El reo, un hombre misterioso, una especie de judío, que había recorrido medio
mundo y hablaba en idiomas raros, pidió gracia. Él se encargaría de matar al
dragón a cambió de rescatar su vida. ¿Convenía el trato...?
Los jueces no tuvieron tiempo para deliberar, pues la ciudad les aturdió con
su clamoreo. Aceptado, aceptado; la muerte del dragón bien valía la gracia
de un tuno.
4
Le ofrecieron para su empresa las mejores armas de la ciudad; pero el
vagabundo sonrió desdeñosamente, limitándose a pedir algunos días para
prepararse. Los jueces, de acuerdo con él, dejáronle encerrado en una casa,
donde todos los días entraban algunas cargas de leña y una regular cantidad
de vasos y botellas recogidos en las principales casas de la ciudad. Los
valencianos agolpábanse en torno de la casa, contemplando de día el negro
penacho de humo y por la noche el resplandor rojizo que arrojaba la
chimenea. Lo misteriosos de los preparativos dábales fe. ¡Aquel brujo si que
mataba al dragón...!
¡Brrrr! Y rugiendo de hambre, abrió una bocaza que, aun vista de lejos, hizo
correr un estremecimiento por las espaldas de todos los valencianos. Pero al
mismo tiempo ocurrió una cosa portentosa. El combatiente dejó caer la capa
al suelo y la capucha, y todo el pueblo se llevó las manos a los ojos como
deslumbrado. Aquel hombre era una ascua luminosa, una llama que
marchaba rectamente hacia el dragón, un fantasma de fuego que no podía ser
contemplado más de un segundo. Iba cubierto con una vestimenta de cristal,
con una armadura de espejos en la que se reflejaba el sol, rodeándole con un
nimbo de deslumbrantes rayos.
5
La bestia, que iba a lanzarse sobre él, parpadeó temblorosa, deslumbrada, y
comenzó a retroceder.
Pero quedaba el dragón, con su vientre atiborrado de paja, por donde pasaron
muchos de nuestros abuelos.
Y quien dude de la veracidad del suceso, no tiene más que asomarse al atrio
del Colegio del Patriarca, que allí está la malvada bestia como irrecusable
testigo.