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Enzo Piccinini - Una Aventura de Amistad12

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ENZO, Una –aventura de amistad

Sala Operatoria Cirugía (cuento o relato)

Un cirujano así era difícil de encontrar. No se rendía jamás. Tenía los ojos indomables y
curiosos de un niño. Era uno que sabía arriesgar donde los demás se detenían. Si un
enfermo se le dirigía, lo tomaba a pecho y no dejaba, aun cuando desde el punto de vista
quirúrgico no hubiese mucho más que hacer. Pero, si existiese aun la más mínima
posibilidad de solución, la perseguía, con tenacidad.
Por esto un domingo por la mañana una amiga le llamó desde un centro hospitalario de
Milán: “escucha, Enzo”.
Paola estaba mal. Los doctores pasaban por su cama a la hora de la visita, le palpaban el
abdomen, miraban aquellas heridas feas que purgaban, echaban una mirada a los
últimos exámenes, cerraban la ficha y se iban. Sin decir una palabra. Mudos y huidizos
aún cuando uno tratara de interrogarlos persiguiéndolos por los pasillos. De ese caso no
hablaban con gusto ni siquiera entre ellos. Por mientras Paola empeoraba, no tenía más
fuerzas, sufría dolores cada vez más fuertes y frecuentes, pero los días pasaban en vano.
La habían operado ya dos veces en un mes. La primera intervención había sido difícil,
con muchas preocupaciones imprevistas. Luego Paola se había agravado y habían
debido abrirla nuevamente de urgencia. Ahora todos callaban, ella estaba mal, pero
nadie la habría operado por la tercera vez arriesgando una nueva derrota. Mejor dejar
que la naturaleza siguiera su curso.
“Escucha, Enzo, por lo menos tu ¿puedes intentar algo para ella? Piénsalo, te lo ruego.
Me temo que aquí la dan como caso perdido”. Enzo había quedado muy perplejo. En la
facultad de Medicina de la Universidad de Bologna estaba dando pasos decisivos para
su carrera universitaria. En aquellas semanas debía pasar un examen y el número uno
del gran hospital milanés, donde Paola estaba hospitalizada, era miembro de la comisión
que lo habría evaluado.
“Qué puedo hacer?” se preguntó Enzo. “Contactar un comisario de la comisión?”.
Luego atinó una primera respuesta para salir de la situación. “Mira, el hospital donde
está hospitalizada Paola es uno de los centros más calificados en Italia. Son excelentes”.
“Sí, pero Paola se está apagando. Por lo menos ven a verla”.

+++

El Lunes por la mañana Enzo cruzaba el umbral del hospital milanés.


“Doctor Piccinini, qué hace aquí?”
“Es por una amiga que está hospitalizada con ustedes. Está grave. Quisiera verla. Y
usted como está?

Para Paola la visita de Enzo fue, luego de días y días de angustia, motivo de consuelo.
Tiempo atrás había oído una intervención suya durante un congreso y había quedado
impresionada por la pasión y lo concreto con lo que aquel hombre contaba de sí y de su
profesión de cirujano, sin formalidades.
Enzo la visitó con cuidado, junto a una doctora del hospital milanés.
“Te duele aquí?”.
“Y aquí?”
El palpaba con delicadeza y manos expertas alrededor de las heridas que no se cerraban.
Había leído y vuelto a leer con atención la ficha clínica, luego, junto a la doctora había
ido a hablar con ella y los demás colegas de la división.
Al final volvió y se sentó al costado de la cama.
“Por fin” pensó Paola. “Un doctor que tiene el coraje de quedarse conmigo”. Este
gesto le daba confianza: había uno que la miraba en los ojos, con interés, y le
hablaba.
“Algo no anda bien” comenzó Enzo. “Los colegas aquí han hecho todo lo posible, pero
evidentemente hay un factor que no han logrado dominar. Debes dejarme reflexionar.
Necesito algo de tiempo para evaluar los diversos elementos e intentar comprender. Te
llamo para darte mis comentarios. Puedes quedarte tranquila”.
“Gracias”, contestó simplemente Paola y un agradecimiento conmovido. Finalmente un
doctor le había dicho algo que había intuido hace días. “Algo no anda bien”. Al fin, un
doctor volvía a preocuparse por ella, buscaba una respuesta para salvarla.
“Gracias”.
“Qué harás?” preguntó la amiga de Paola a Enzo, mientras lo acompañaba hacia la
salida del hospital milanés, y agregó “llévala contigo a Bologna”.
“Necesito tiempo para reflexionar. Te avisaré”.
Aquel pensamiento acompañó a Enzo durante el viaje de regreso por la autopista hacia
Bologna, mientras aceleraba porque estaba atrasado para una clase en la universidad por
la tarde. Siempre por la pista de emergencia, dejando a su derecha la larga fila de
camiones que se adelantaban el uno al otro.
“Sí, en Milán pareciera que hubiesen hecho todo lo posible. Sin embargo…Pero como
puedo llevarla conmigo, en mi reparto. Como puedo pedirle de transferirse de aquel que
es el más calificados institutos de Italia. Donde el jefe es uno de los comisarios que me
evaluarán para mi próximo examen? No es posible. Solo un loco haría algo así”.
Por mientras llama a la secretaria que le haga encontrar algo para comer en la consulta,
“para tragar algo antes de correr a la sala para la dar clases”.
Levantando las luces altas indicaba su presencia a aquel auto demasiado lento que no le
dejaba pasar y llamaba Marta para pedir un recuento detallado de las visitas a los
pacientes hospitalizados en la sala. “La señora de Cremona tiene fiebre aún?” Como
haces para no recordarlo? Corre a medirle la temperatura. Te llamo en cinco minutos.
Corría y aceleraba y hablaba con la esposa. “Estoy volviendo de Milán. En la tarde
tengo clase y el Meeting de los que sacan la especialización. Luego la cena y el
encuentro con los responsables de los universitarios. Nos vemos a medianoche, si estás
aún despierta.

+++

Las luces de la sala se apagaban a las 22.30h. La anciana señora de la cama al costado
dormía desde unos quince minutos con la respiración pesada. Cada tanto se ponía a
toser. Una tos seca e insistente. Paola, en cambio estaba bien despierta. No lograba a
cerrar los ojos no obstante se sintiera deshecha, por el dolor al estomago, por una
agitación a las piernas, por los ataques de tos de la nueva vecina de cama que cada vez
parecía ahogarse. Pero sobretodo pensaba y volvía a pensar a las palabras de Enzo: “te
llamaré”. Pensaba y volvía a pensar a la forma con la cual el la había mirado.
“Finalmente alguien que se preocupa por mí”.
Luego de una hora, hacia la medianoche, la tos de la vecina parecía haberse dominado y
también Paola estaba a punto de deslizarse en el sueño cuando llegó una visita
inesperada. Una figura oscura apareció en el marco de la puerta. El cuarto estaba en
penumbra y solo cuando la figura se acercó, Paola reconoció la enfermera que había
pasado a controlar las terapias, al inicio del turno de la noche.
“Hay una llamada para usted”.
“Para mí?”
“Es un doctor de Bologna que dice haber venido aquí hoy y que necesita hablarle con
urgencia”.
“Piccinini”.
“Aló? Soy yo.”
“Paola, cómo estás?”
“Tengo aún dolores y una cierta agitación en las piernas”.
“Reflexioné. Evalué todos los elementos. He decidido. Quisiera curarte”.
“¿En serio? ¡Es la noticia que esperaba!”.
“Sin embargo hay un problema, es aconsejable realizar la cura aquí, en mi hospital. Te
llamé, antes de elevar una solicitud oficial, para saber que opinabas, si crees que puedes
ser llevada, de enfrentar en tus condiciones un largo viaje”.
“Sí, sí. No tengo dudas. Partiría ahora mismo. Ahora ya”.
“Tu sabes que la situación no es sencilla. Hay dificultades. Por esto al principio te
tendré bajo observación para entender si hay espacio para intervenir. Miraremos con
atención”.
“¿Si hay una posibilidad?”
“Si hay una posibilidad la encontraremos. Quédate tranquila. Y desde que estés aquí
lucharemos juntos cada día, cualquier cosa pase. Mis colaboradores y yo estaremos a tu
lado”.
“Entonces voy. ¿Cuando?”
“Hasta mañana. Ahora duerme que es tarde. Es más, que hacías aún despierta? Quien
sabe que vida nocturna llevan ahí en Milán”.
“¡No totalmente! Bueh, escuchaba la sinfonía de la señora que está a mi lado” contestó
Paola sonriendo y era la primera vez que sonreía hace mucho tiempo.
“Buenas noches”.
“Buenas noches”.

+++
El viaje desde Milán a Bologna fue largo. La ambulancia iba lenta. A cada salto Paola
sentía dolor. Fue un viaje silencioso porque la nausea que subía le estrechaba la
garganta y el enfermero que sentaba a su lado era uno que no hablaba mucho. El dolor y
la nausea crecieron cuando la ambulancia, saliendo de la autopista, entró en el tráfico de
la ciudad. A cada frenazo una punzada, en cada hoyo una puntada. A un cierto punto
Paola comenzó a preguntarse si mereciera la pena, si no hubiese sido mejor quedarse
donde estaba. Sobretodo sentía el deseo de descansar en una cama, de tener bajo suyo
algo suave y estable.
Por fin la ambulancia se detuvo. El motor se apagó, las puertas se abrieron. Paola estaba
mal, la nausea se estaba convirtiendo en vómito, la respiración por la tensión nerviosa se
había vuelto ansiosa y en su mente daba vuelta la pregunta: merece la pena? Luego en
cambio, cuando quedó en la camilla a ruedas y fue llevada en la sala, las dudas
desaparecieron de golpe. La esperaban el jefe de sala, pero también Enzo junto a su
equipo de doctores. Los ojos de Paola se llenaron de lágrimas. Estaban todos allí para
ella y habían predispuesto las citas con radiología y los laboratorios para que antes de la
noche estuviesen listos los análisis necesarios. No había tiempo para perder. Por
diversas horas Paola no tuvo más tiempo para pensar, hasta cuando, sin fuerzas, se
durmió, no obstante la nausea, en su cama en el pasillo.

+++
La semana siguiente fue más dura. Los dolores crecían y a los dolores se unían los
vómitos. Paola no lograba conciliar el sueño y aún de noche dormitaba de vez en
cuando, para luego volver a despertar al poco rato. Enzo pasaba a visitarla todos los
días, en el horario que le permitía los compromisos de las cirugías, siempre seguido por
el grupo de los jóvenes doctores. Había una unidad y una sintonía entre ellos que
sorprendía. Cada vez Enzo pedía noticias a Paola noticias sobre su condición física, les
explicaba los signos que se estaban manifestando en aquella difícil situación, observaba
todo con atención, daba coraje.

Por la mañana temprano del séptimo día Enzo llegó solo y se sentó al costado de la
cama de Paola.
“Cómo estás?”.
“Mal”, contestó Paola con la voz en un hilo.
“No podemos esperar más. Sería peligroso. Nos arriesgaríamos de llegar muy tarde.
Todos los datos que hemos recogido en estos días me dicen que, si no operamos, para ti
queda solo una perspectiva, y esta perspectiva es que tú mueres. Si en cambio
operamos, no es cierto, no es seguro, pero hay una posibilidad de lograrlo. Existe la
posibilidad que te salvemos. Te lo quise decir, muy sinceramente, para saber de ti, tú,
que opinas”.
“Si existe una posibilidad, aunque fuese una, si tu la ves, entonces quiero ser operada”.
“Estás segura?”
“Sí”.
“Entonces programamos para mañana”.
“Mañana?”
“Si estás decidida, todos los datos me dicen que es mejor no esperar. Operamos
mañana.” Eran las siete de la mañana y los enfermeros empujaban la camilla hacia la
sala operatoria.
Paola tenía miedo. Le temblaban las piernas al pensar que iba a ser operada
nuevamente, con una sola pequeña posibilidad de lograrlo. Se le cerraba la garganta y le
faltaba el aire por temor a la anestesia. Había sucedido también antes de las demás
intervenciones: mientras se dormía le parecía día de morir. Estaba atormentada por el
pensamiento de no despertar nuevamente.
Enzo había entendido este miedo y mientras iba ante ella para entrar a la sala operatoria
había vuelto, detenido la camilla, le había estrechado la mano, le había sonreído.
“Animo. No tengas miedo. Mira que lo peligroso no es ahora. No es la cirugía. El
peligro viene luego. Por tanto tranquila que te vuelves a despertar y que nos volveremos
a ver”.
Paola se sentía más tranquila por aquella mano que la estrechaba, por aquel gesto
inesperado de atención hacia ella, por aquellas palabras gracias a las cuales había
finalmente respirado hondo.

“Hay una llamada para ti”, había agregado la amiga que la acompañado hasta Bologna y
que la estaba siguiendo hasta la sala operatoria. “Es para ti” y le había acercado el
celular.
Algo temblorosa Paola había tomado el teléfono, casi incapaz de hablar.
“Aló”
“Paola”.
“Aló”.
“Paola”.
Por el otro lado del auricular, su nombre había sido pronunciado por una voz ronca,
inconfundible.
“Don Giuss. Eres tu?”
“Y quien, si no? Cómo te sientes?”
“Tengo miedo”.
“Paola, no tengas miedo. Tu vida será salvada porque hay un pueblo que reza por ti.
Todos estamos rezando. Nosotros pedimos con insistencia. Nosotros no somos dignos
de esta gracia, pero tu sí”.
“Gracias, don Giuss”.
“No tengas miedo. Cuando el periodo de recuperación habrá terminado, cuando estés
sana, cuando todo haya pasado, cuando nos volvamos a ver, Cristo te habrá
estrechado un poco más a sí y nosotros festejaremos juntos”.

+++

Enzo miraba las radiografías mientras los enfermeros preparaban a Paola para la
intervención, ya adormecida, sobre el lecho de la sala operatoria.
“Es un desastre”.
Enzo apretaba los ojos; arrugaba las cejas y repetía: “Es un desastre. No he visto tantas
fístulas en mi vida”.
“De esta radiografía además no se entiende nada. Es impresionante. Sin embargo, si se
mira con mucha atención, ves?, se entiende que un mínimo de espacio para salvar un
poco de intestino y de volver a unir existe. En cambio, si no operamos, Paola no tiene
ninguna posibilidad de sobrevivir”.
Pietro estaba colocando los guantes, ayudado por la enfermera.
“Intervención larga!”
“Larga, difícil, compleja”, respondió Enzo. Hizo una pausa, pensativo, y luego agregó:
“tendremos que estar ante la realidad, a aquello que encontraremos, observando con
paciencia. Pero un punto para salvar una parte del intestino y unir debe haber. Existe y
nosotros debemos encontrarlo. Por esto no me rindo”.
Enzo apoyó las radiografías y se dirigió al joven colega a su costado, mirándolo a los
ojos.
“Esos de Milán, los colegas del norte, los conoces tu también”.
“y como no!”
“Gente que de cirugía sabe por montones”
“Los primeros del curso. Qué dicen?”
“Que no la toque, que la deje con alimentación parental y punto. Entiendes? Si lo logra
sola bien, si la naturaleza la asiste mejor para ella, de otra forma morirá”.
“Tiraron la esponja”.
“Sí. Y también conmigo insistieron. No la toques! No la toques! Si le metes mano, la
matas. Me dejaron con pensamientos dando vuelta”.
“Según ellos deberíamos estar quietos”.
“Detenidos, en espera de un imposible mejoría y de un final certero”.
“Quedarnos quietos y mirarla mientras muere, doctor? Qué linda perspectiva! Y cómo
es que usted decidió operarla?”, dijo la arsenalera, una señora morena que después de
haber recogido los cabellos debajo de el gorro estaba colocándose la mascarilla.
“Por su situación” respondió Enzo “hemos conversado largo y tendido. Todos los datos
que habíamos recogido en estos días me trajeron hasta aquí. El intestino está
completamente cerrado, no se puede dejarlo así. Los colegas dicen que no metamos
mano porque es demasiado arriesgado. Pero los datos, los daos, la realidad nos dice que
un mínimo de espacio para intervenir existe. Y ahora nos toca a nosotros”.
“Me parece la decisión correcta”.
“Será una intervención larga. Mira acá, es justamente un desastre”.
“Doctor” intervino un anciano enfermero “a mí no me gustan las operaciones largas y
con usted siempre se acaba así. Tenemos que hablar. Hay un tema de horarios”.
“Me lavo las manos”, dijo Enzo en voz alta interrumpiendo aquel dialogo para no
enganchar, justo en ese momento, con una polémica con aquel anciano enfermero.
Hizo una seña con la cabeza a Pietro, con una mirada elocuente. Se acercaron al
lavamanos y continuaron hablando entre sí, en voz baja, mientras Enzo se colocaba la
mascarilla haciendo el nudo superior sobre la cabeza como acostumbraba hacer.
“Claro que no fue una decisión sencilla”.
“Sabes, Pietro para mí fueron días de stress. He querido hablar también con don
Giussani, que conoce muy bien a Paola”.
“Cuando hablaste con él?”
“Ayer por la mañana. Lo llamé y le dije: todos los datos me dice que no hay más tiempo
para perder. Que hay que operar. Los de Milán sin embargo siguen diciendo que si la
opero, la mato. Es también amiga tuya. La has seguido como a una hija. Qué hacemos?”
“Y él?”
“Sabes, dentro de mí había decidido, habíamos conversado, los datos llevaban hacia
allá. Por esto agregué: no te pido una indicación quirúrgica, pero frente a una decisión
tan ardua, frente una elección tan arriesgada, necesito un parangón, de conforto. Te
llamé para esto”.
Enzo levantó las manos para dejar que corriera el agua antes de colocar el camice y los
guantes.
“Giussani me respondió: “Hiciste bien a llamarme, porque se necesita un consuelo en
estas decisiones. El deseo de este parangón es justo porque toda la verdad científica no
puede dar el coraje de enfrentar enteramente la vida. El consuelo no resuelve el
problema, pero es una compañía que vuelve más obvio aquello que parece más
difícil”.
“Tu lo dices siempre, es preciso no estar solos”.
“Sí. Luego agregó – tengo aquí impresas sus palabras, creo que no las olvidaré nunca:
“Frente a los hombres no se, pero frente a Dios es preciso seguir. Acuerdate, la
libertad significa no tener miedo de equivocarse, no porque eres superficial, sino porque
si decides en base al miedo de equivocarte no harás jamás nada”.
Enzo quedó en silencio un instante mirando a Pietro, luego agregó en voz algo más alta:
“Pensé : es justamente así, si tienes miedo de equivocarte, calculas y punto”.
“Y a un cierto punto te detienes”.
“En cambio nosotros debemos seguir. Frente a Dios hay que seguir”.
“Doctor, qué significa que frente a Dios hay que seguir?” preguntó Anna, la arsenalera,
que tenía la estima de Enzo porque era hábil, precisa muy despierta. Adelantaba aquello
que los doctores iban a pedirle. Quedaba de pie hasta horas, junto al carro de los
instrumentos, sin cansarse. Todo aquello que le pasaba por la mente lo decía, pero esto
ayudaba a aclarar los problemas.
“Qué significa?” respondió Enzo. “Es algo fantastico. Mira Anna. Los datos de la
realidad y la realidad no son casualidad. Hay Alguien que la hace. Si los datos te llevan
allí, si nos llevaron a la decisión de operar, que podemos hacer?”
“No se”.
“Cómo que no sabes? No podemos hacer de otra manera. Debemos estar frente a la
realidad, aunque tengamos mil dudas, aunque te digas mil cosas distintas, aunque hayan
muchos problemas. La realidad no está por casualidad y si los datos nos traen hasta
aquí, hay una certeza de fondo. Frente a Dios es preciso seguir.”
“Entendí. Si mira y, si es así, es preciso hacer. Entonces subo sobre mi trípode y le paso
los instrumentos!”.

+++

Paola estaba recostada en su camilla de la sala operatoria como fuera Cristo en la cruz,
con los brazos alargados y estrechados por lazos en las extremidades. La cabeza
escondida por el telón verde ligeramente reclinado hacia atrás, el respirador en la boca y
las sondas en la nariz. Las piernas estrechadas por lazos y los pies en las calzas
elásticas. Pietro roció en el abdomen el betumen desinfectante, del característico color
rojizo. Las herramientas para el control de la anestesia estaban trabajando y enviaban
sus señales rítmicas: deden, deden, beep, beep, beep, deden.
La anestesista, que se movía sobre su silla girevole casi roció la cabeza de Paola
ligeramente reclinada hacia atrás con el respirador en la boca y las sondas en la nariz.
“Dale Marta, que estás atrasada. Pero qué haces de noche en vez de irte a acostar
temprano?” dijo Enzo hacia una joven que hacía su especialización y que había
integrado su grupo de cirujanos luego de haber hecho su tesis con él. Una chica con
carácter fuerte que Enzo estimaba también por su generosidad.
“Doctor, intente imaginar quien me llamó del auto, mientras estaba de viaje, ayer para
decirme de correr a la posta porque un paciente nuestro, ya dado de alta, había sido
hospitalizado de urgencia. Quien me llamó?”
“Tal vez lo conozco”.
“Me temo mucho que sí”.
“Y tu fuiste?”
“Claro”.
“Gracias, Marta era necesario. Yo no habría podido estar. Estaba volviendo de Bari y no
estaba aún a la altura de Pesaro”.
“Sí. Tiene razón como siempre, doctor. Al principio me enfadé. Pero luego comprendí
que era necesario. Expliqué a los de urgencia como habíamos intervenido sobre aquel
paciente. Sin estas indicaciones me temo que todo se habría complicado”.
“Gracias Marta, pero ahora prepárate enseguida”.
“Voy”.
“Es más, antes de lavarte las manos, coloca esa música, esa que me gusta mucho”.
Marta se acercó a un cajón metálico a lo largo de la pared sobre el que había un lector
de CD que Enzo había donado a la sala operatoria para poder trabajar escuchando buena
música. Abrió una caja que tenía una decena de CD y eligió la que sabía era el favorito
de Enzo. Era el primer álbum de un grupo rock de San Francisco, que se había vuelto
famoso en aquel periodo: 4 Non Blondes. Seleccionó el tema, What’s Up, y subió el
volumen. Junto a las notas sonaban las palabras: “twenty-five years and my life is still
trying to get up that great big hill of hope for a destination”. La canción le gustaba a ella
también y a veces se sorprendía canturrearla en los pasillos.
Colocada la mascarilla, manos lavadas y colocado el delantal esterilizado, Marta se
acercó a la camilla donde Paola estaba recostada, del lado opuesto donde se encontraba
Enzo para mirar como hacía él, aprender y ayudarle.
“Ten cuidado. Ahora incidimos la pared así, de esta forma”.
“Pietro, toma las tijeras y corta aquí. Con precisión. Busca esmimistarte con lo que hago
yo”.
“Así?”
“Por favor, se delicado, respeta las estructuras, respeta los tejidos!”.
“Así?”
“Bien, levanta”.
“Coagula. Coagula”.
Aschh, aschh, aschhh.
“Ahora entramos en el peritoneo”.
“Bisturí”.
“Coagula. Coagula”.
Enzo levantó el brazo, afirmó el mango de la lámpara central y la hizo rotar un poco
bajándola para obtener más luz.
“Gaza”.
“Pinzas”.
“Coagula”.
Anna acercaba las gasas limpias y los instrumentos. El enfermero recogía las gasas
sucias de sangre dejándolas en un recipiente para luego contarlas.
El ruido de las maquinas para el control de la anestesia era rítmico y regular: dap, dap,
dap, deden, deden, deden, deden, beep, beep, beep.
“Doctor” dijo Anna asomándose hacia delante para ver mejor “me atrasé no solo por su
llamada telefónica, sino también porque, antes de venirme para acá, pasé a la sala.
Estaba preocupada por la señora de Cremona. Tiene 39 de temperatura”.
“Verifica que estén haciendo el tratamiento antibiótico”.
“Sí, ya lo comenzó”.
“Por vía oral?”
“Por vía oral”.
“Mejor por endovenosa, es más eficaz. Cuando terminemos en la sala operatoria pasa
por la sala y haz la receta. Diles que lo suministren por endovenosa”.
“Claro”.
“Alarguemos la incisión, de otra forma no podremos trabajar bien”.
“Marta, sujeta tu el dilatador”.
“Bisturi”.
“No, no ese, el otro para la incisión. Anna, qué te pasa hoy? Donde tienes la cabeza?”
“Perdone, doctor”.
“Corta”.
“Tampona”.
“Tampona”.
“Dame la gasa mojada”.
“Un poco de agua”.
“Baja la camilla”.
“Así”.
“Coagula”.
“Coagula”.
Aschh, aschh, aschh.
Enzo colocó las manos en el vientre de Paola.
“Mira acá”.
“Dios mío. Por las radiografías parecía todo un desastre. Pero aquí es también peor.
Todo inflamado. Todo lleno de fistulas y de adherencias”.
“Pásame el aspirador”.
“No ese, el otro”.
“Aspira, aspira, así”.
Enzo quitó la gasa mojada en sangre y la pasó al enfermero que la colocó en el
recipiente.
“Y van doce”.
“Otra gasa grande, mojada”.
“Cauteriza aquí, una vez más”.
Aschh, aschh.
“Está todo inflamado”.
“Es todo frágil”.
“Pásame el aspirador por favor”.
“No. La cánula, aquella larga”.
“Pietro, ten esto aquí”.
“Marta, saca el dilatador así. Con más fuerza!”
“Bien”.
“Ahora intento mover despacio”.
“Una jeringa con agua”.
“Ahora es todo una incógnita”.
“Mira esto no se puede quedar”.
“Ni siquiera esto”.
“Levanta esto, así, despacio”.
“Dios mío, xxxxx
“Qué inflamación”.
“Aspira, aspira”.
ASchh, aschh, aschh.
“Algo de agua”.
“Marta echa más. Con más fuerza. Digo siempre que razonas como un hombre, pero
debes también colocar las fuerzas de un hombre”.
“Eh. Así doctor?”
“Así está bien”
“Doctor, se que fue a ver a Marcello. Me lo recuerdo muy bien aquel caballero tan
luchador, siempre enojado, pero bueno en el fondo”.
“Me llamó la esposa y me preguntó: “Mi esposo debe morir?”. Tuve que responderle:
“Sí””.
“Luego de seis intervenciones no podíamos abrirlo nuevamente”.
“El páncreas no perdona”, intervino la arsenalera Anna.
“Eh sí. La ultima operación a la que le sometimos le hizo evitar dolores más terribles,
pero fue imposible detener el tumor. Lamentablemente le quedan pocos días de vida a
Marcello. La esposa me preguntó: “qué tenemos que hacer?”. Le contesté: “díganselo”.
Y la esposa: “no se atrevería a decírselo usted?”
“Así doctor que fue?”
“Se lo había prometido, cuando lo internamos la primera vez. Conmigo podía contar
siempre”.
“Doctor, yo no se si hubiese tenido el ánimo de ir” agregó Anna.
“Pietro, toma el aspirador”.
“Aspira, aspira”.
“Una gasa”.
“No, más grande”.
“Marta, tira más con el dilatador”.
“Así?”
“Más arriba, más arriba. Con más fuerza. Eres o no un hombre?”
“Trato, doctor”.
“Doctor, pero cómo hizo para decir algo así a Marcello?”
“Cuando estuve en su casa, en su dormitorio, saqué a todo el mundo, me senté a su lado.
“Oiga” le dije “las cosas se complicaron, mucho. Puede ocurrir de un momento para el
otro, hace falta que usted se prepare”. Enseguida me miró enojado, luego se conmovió.
Es una casa de campo y en las ventanas había gotas de agua. Me dijo: “ve, nosotros
somos como las gotas de la humedad. Hasta que hay un hilo resisten. Cuando el hilo se
corta, se cae y estamos fritos”.
“Y yo: “mire que quien tiene el hilo de Uno que nos quiere. Volver a El no es malo”.
Entonces se puso a llorar, nos abrazamos y nos saludamos.
Den, den, den, den, beep, beep.
“Aspira, aspira”.
Aschh, aschh.
“Marta levanta con el dilatador”.
“Mira como está pegado. Justamente allí”.
“Alrededor del colon es todo una fístula”.
“Los tejidos no aguantan, no pueden cicatrizar”.
“Hay un absceso”.
“Una gasa grande”.
“Otra gasa”.
“Aspira, aspira”.
“De seguir así, no se”.
“Agua”.
“Una jeringa con agua”.
“Ayer me llamó la esposa: dijo que se confesó y comulgó. Ves Marta, debemos
tomarnos a pecho hasta el fondo de nuestros enfermos y no abandonarlos, ni siquiera
frente a la muerte, porque no hay nada más devastadora que tener un cáncer y no poder
hacer una experiencia humana también en esta situación”.
“Eso sí, doctor que usted le coloca pasión en hacer las cosas!”.
“No por mérito mío, sino por el encuentro que he hecho”.
“Aspira, aspira”.
“Algo de agua”.
Aschh, aschh, aschh, deden, deden.
“Mira aquí como está adherido!”
“Coagula”.
“Toca”.
“Toca”.
“Alrededor del colon es todo una fístula”.
“Esto está afuera”.
“Hay otro absceso con materia”.
“Saquemos una muestra para un examen”.
“Una gasa grande”.
“Aspira”.
Enzo levantó el brazo para mover algo la lámpara y tener más luz en su punto. Un
guanto de látex estaba lleno de sangre, como su delantal.
“Mira tu!”
“Jamás había visto algo así”.
“Si cortamos acá?”
“No, mira por detrás, mira detrás! Si cortamos aquí, detrás queda todo cerrado!”.
“Aleja esta asa”.
“Hagamos por lo menos un primer corte, de otra forma no podremos trabajar bien”.
“Bisturí”.
“Aspira”.
“Ojo ahí con la arteria”.
“Cauteriza”.
“Toca”.
“Toca”.
“Sigue”.
“Tomarse a pecho el otro. Doctor, pero cómo se hace?”
“No como en los EEUU. Las primeras veces que trabajaba allá estaba descolocado,
porque todas las personas que cruzaba en los pasillos del hospital me decían: “How are
you? How are you?”. Y yo todo contento pensaba “Finalmente alguien se preocupa por
mí”. Pero cuando me detenía y comenzaba responder ese ya se había ido. En fín, era un
gesto formal de cortesía, pero de mí no le importaba”.
“How are you?”
“Todos me sonreían, pero eran sonrisas de buenos modales. Es otra cosa una relación
humana verdadera”.
“Aspira”.
“Estas cánulas no están bien”.
“Debemos cambiarlas”.
“Aspira, aspira”.
“Basta, basta”.
Aschh, aschh, den, den, den, beep, beep.
“Una gasa mojada”.
“Bisturí”.
“No, el otro para la incisión”.
“Anna, hoy estás pensativa. Cómo está tu hijo?”
“Es justamente esto lo que me hace pensar, doctor. Crece y opina todo distinto a mí.
Persigue ideas que no me gustan. Yo quisiera decirle que las cosas no son así, pero me
parece que le hago violencia. Doctor, pero usted cómo lo hace que tiene cuatro? Cuatro!
Usted está loco!”.
“Anna, el problema no es cuantos hijos tengas, sino aquello que tu amas. Si amas algo
le cuentas lo que lees en el “Resto del Carlino” o le cuentas de tí? La experiencia dice
que cuando amas a alguien le cuentas de ti. Si amas a los hijos les dices de ti, aquello en
lo que crees. No es una violencia. El amor a la libertad del otro quiere decir hacer
una propuesta, porque la libertad es puesta a prueba al tener que decidir sí o no”.
“Doctor, luego lo conversamos”.
“Con gusto. Por mientras quisiera un buen cigarro”.
“Aquí? No se puede!”.
“Me desquitaré cuando terminemos”.
“Doctor, la presión baja”.
Beep, beep, beep.

+++

Los primeros tres días después de la operación fueron críticos para Paola, con continuos
problemas físicos y muchas incógnitas sobre la posibilidad de recuperación. Luego se
entendió que algo estaba cambiando. En la forma justa.
Fue entonces que Enzo llamó a don Giussani.
“Don Giuss, inesperadamente las cosas para Paola están yendo bien”.
“Por qué, tenías dudas?”
“Estaba lleno de dudas”.
“Te agradezco porque fuiste el instrumento de un milagro”.
“Instrumento de un milagro”, pensó Enzo al cabo de la llamada. “Significa que no tengo
nada de que vanagloriarme, aún si la salvé. Pero, en fondo, este es el sentido cristiano de
la vida, porque el cumplimiento no depende de nosotros y esto nos hace libres, no
chantajeados por el éxito”.

+++

I. Un amigo

La ultima vez que nos vimos, diez días antes del terrible accidente en la autopista, me
saludó abrazándome. Un abrazo fuerte, como era su costumbre.
“Era extraordinario ver como la pasión por Cristo penetrara en su vida, aún en los gestos
más simples y cotidianos. En el almorzar, en el dialogar juntos, en el discutir sobre
política o de los problemas con los hijos. Había alguien más. El te tomaba de la mano y
te acompañaba más allá. Y así lo cotidiano en su compañía se volvía sublime y lo
sublime, cotidiano”.

Me recuerdo de Enzo está indisolublemente ligado a una frase que no cansaba de
repetir. Decía: “La usaré siempre”. Una frase que salía de una pregunta decisiva: ¿cómo
puede estar unida mi vida?” Porque la unidad de la vida es la cosa más importante del
mundo. No se puede uno dividir, no se puede fraccionar, no se puede reducir a un
mosaico yuxtapuesto de situaciones. Pero, insistia Enzo, cómo es posible estar unidos
en la salud como en la enfermedad, en el tiempo libre en el trabajo, en las amistades y
en la familia? Es posible? Cómo se hace?
“La vida” respondía “está unida si se coloca el corazón en lo que se hace. El
corazón no como sentimiento, sino como deseo insuprimible de felicidad, de bien, de
verdad, de justicia. Aquel deseo que tiene siempre y al cual no puedes satisfacer
completamente. Que se pueda colocar el corazón entero, es decir tu deseo de felicidad
completo, en todo aquello que haces: en las situaciones fáciles como en aquellas
difíciles, en la fatiga o el relajo, en la familia o en el trabajo. El corazón, como deseo
insuprimible de lo verdadero, de lo bello, de ser amados y de amar. No es un
humanitarismo de forma, no es un problema de de técnicas, sino mañana por la mañana,
encontrando a mis pacientes en la sala del hospital, si coloco el corazón, reconozco su
mismo deseo y los miro de forma distinta”.
Para hacer esto, sin embargo, hace falta algo más grande que uno en la vida, al cual
pertenecer y al cual responder. Algo de más grande por el cual el deseo de felicidad no
sea aniquilado por éxito o no éxito, por lo que también las situaciones que no
comprendes puedan tener un sentido. “Hace falta algo más grande para ser libres”.
Todo esto, sin embargo, continuaba Enzo, no basta, porque solos no se logra. “Aún
quien se mueve con las mejores intenciones no lo consigue. Hace falta que este algo
más grande sea una experiencia, sea Alguien presente, a quien se responda. No algo que
siento y pienso. No solo un sentimiento cristiano. Como yo que de tanto en tanto cierro
los ojos, veo los rostros de los amigos y retomo”.
“Hace falta no estar solos. Hace falta un punto de apoyo. Hace falta la pertenencia. Sin
algo al cual referirse, por el cual tu yo no es solo un yo pérdido y perdible, sino que
tiene raíces en rostros e historias, no se consigue. Este es el verdadero problema. Hace
falta no estar solos. También porque así no se pierden las ganas de luchar. En el tiempo
el gusto no se le niega a quien se equivoca, sino se le niega a quien no tiene el sentido
del misterio en la propia vida, es decir algo de más grande presente, que es una
compañía a la que pertenecer”.

En Milán hablo con una de las personas que más han estado cerca suyo: Giancarlo.
“Era un amigo, Dios sabe cuanto. Nos veíamos prácticamente todas las semanas, por
veinte años. Era un huésped fantástico, le gustaba comer rico y jamás una vez que
pagara yo. Un día sí y uno no me llamaba, a menudo pasadas las doce de la noche:
como te va? Inmediatamente no sabía que decirle, porque según yo iba como la noche
anterior, pero luego conversábamos. Había, hay algo, siempre algo que iba o no iba. Lo
que me impresionaba de Enzo era su deseo de confrontarse, de paragonarse. Tenía
dotes magníficas, pero deseaba ser corregido. Este era una señal de pertenencia, de
servicio a Otro. Entre nosotros discutíamos, a veces fuertemente, de todo porque ciertos
de una paternidad, don Giussani, por el cual estaba claro, muy claro, que el ultimo juicio
no era nuestro. Sin relación personal, intensa con don Giussani, Piccinini no comprende
su vida”.

(…)
“Para Enzo la amistad” continua Giancarlo “era el punto en el cual el destino, es decir
Cristo, se volvía perceptible y se volvía un punto de parangón. El se confiaba
verdaderamente a la amistad. Los diseños de Dios son extraños. A veces parece que
aquello que es más necesario te sea quitado”.
“La ultima vez que nos vimos, los dos solos, fue al inicio de la primavera de aquel 1999.
Me llamó para decirme: veámonos para conversar entre nosotros, de la vida. Le
respondí: con gusto, y, para que no viniera de Bologna a Milán le propuse de vernos a
mitad de camino. Así Enzo me había dado cita en un restaurante de Piacenza que
conocía bien, su dueña era su fan. Comimos dos típicos “primer” platos y tomamos
grapa. Hablamos de todo, de la universidad al trabajo. Estuvimos juntos por un par de
horas, luego nos fuimos cada uno por su camino.

+++

“Enzo nos quería bien, por eso nos desafiaba en todo, también en las relaciones
afectivas. Por qué quieres meterte con ese tipo? Porque le quiero. Y el que qué tiene que
ver? Pero él también me quiere. Ok, está bien. Pero él que tiene que ver? No era un
juego de palabras, sino una forma de hacernos llegar al fondo de la cuestión. Jamás
nadie nos había hablado así. Nosotros nos preguntábamos: de donde sale este tipo?
Cómo lo hace para saber de qué está hecha la realidad, a donde va la micro,(cómo gira il
fumo), como lo decía él, de tal forma que repetía: despierta y huele el aire. Era un
impetu ideal que se traducía en preguntas que no te dejaba tregua: A quien respondes de
lo que haces? A quien has respuesto levantándote hoy por la mañana? Ojo a decir: a mí
mismo.
Los chicos de GS de la comunidad de Modena estaban “atemorizados” pero también
“fascinados” por la presencia de Enzo y su forma con la cual él les “entregaba” su vida.
“Las suyas no eran solo palabras, no eran solo disquisiciónes sobre la verdad. Aún antes
de haber respuesto te encontrabas ya haciendo para la comunidad, a dar todo para los
amigos. En un instante el Ideal se traducía, por ejemplo, en una solicitud de rigurosa
puntualidad a los encuentros, porque entre nosotros se responde a Dios, tan es así que
ocurría a quien llegaba tarde, ser devuelto a casa”.
Para quien ha vivido aquel periodo de GS en Modena bajo la guía de Piccinini, en la
segunda mitad de los años Setenta, es imposible olvidar “las cicletadas, aún de noche
para alcanzar el punto fijado para un encuentro, porque Enzo nos convocaba a cualquier
hora y sus invitaciones, también para razones aparentemente banales, tenían una aura de
solemnidad que solo él sabía dar. O bien hacíamos kilómetros y kilómetros para
alcanzar lo bello, donde fuese, o para saborear nuevos platos en lugares que solo Enzo
conocía. Era una fiebre de vida, que cambiaba el ritmo de nuestras jornadas, que nos
volvía, nosotros chicos de 16/17 años, responsables como adultos, que suscitaba una
pertenencia total a la unidad entre nosotros. Y en todo este quehacer, tal vez mientras
Enzo te acompañaba a casa en bicicleta, de punto en blanco llegaba una pregunta
inesperada: pero tú estás dispuesta a darle la vida a Cristo?. Así lo eterno irrumpía en
nuestra juventud.

(…)
Cada año en Junio en la gran plaza de los Martires de Carpi, cerca de Modena, se
desarrolla una fiesta popular animada por juegos, eventos culturales, testimonios. Es una
cita que se repite ya desde 1984 y que tuvo origen de una intuición de Piccinini. Así, en
una entrevista dejada por la Newsletter de la Fundación Enzo Piccinini, Nadia recuerda
aquel momento, un sábado por la tarde, sentados en una banca, mientras en la plaza
había muchas personas. “A un cierto punto Enzo dice: “¿Cómo lo hará toda esta gente
para encontrar a Cristo? Cómo hará para vivir sin El? Es un pecado que toda esta
gente no pueda encontrar a Cristo”. Nació de esta pregunta la idea de hacer una fiesta y
de realizarla en la plaza, en el corazón de la ciudad, para que todos pudiesen participar.
Era una iniciativa absolutamente nueva, porque hasta entonces la plaza era ocupada solo
para encuentros públicos promovidos por el Municipio, y era un desafío arduo para el
pequeño grupito de jóvenes que entonces constituía la comunidad de CL en Carpi. Sin
embargo, sostenidos por el mismo Piccinini, “hemos comenzado a movernos, y hubo
fiesta, luego de apenas tres semanas”.

(…)
“El aspecto más relevante en Enzo”, cuenta Giorgio “era una pasión por la justicia,
como justicia de Dios. Deseaba, es decir, que las cosas fuesen como deben ser, y este
deseo se volvía amor a la persona, entendido la realización de tal justicia. Solo así
podemos entender la totalidad de relación con millares de personas, en muchas partes de
Italia y en el extranjero, como deseo que el destino de estas personas fuera afirmado en
la vida, en cada particular, desde su trabajo, al crecimiento humano, a las condiciones de
la familia. Su experiencia de fe era respuesta total a la necesidad del hombre de hoy.
Cuando Enzo me hablaba de algún amigo que tenía problemas – continúa Giorgio – me
sorprendía siempre su capacidad de describir la situación en cada detalle, de atrapar con
extraordinaria sensibilidad aún los aspectos más delicados. El, que también era cirujano
tan comprometido, lograba percibir cada particular en la personalidad de los amigos que
encontraba y de los cuales se acordaba con precisión. Es una señal evidente de su finura
de ánimo, una rareza, que es lo contrario de la ideología. Una capacidad de
ensimismarse en la persona como afecto a su destino: por esto logras captar hasta los
particulares y te haces cargo. Luego de Enzo recuerdo sus risotadas, estupefactas y de
gusto, como de uno que sabe gozar de la vida”.

(…)
Entre los episodios que Mario recuerda tiene relación con el hijo Daniele, que había
decidido dedicarse a la carrera musical. “Enzo vino a Padua para una conferencia y al
término fui a saludarlo junto a mi hijo, que dos días después, habría tenido su primer
concierto, y le hablé de su elección por la música. Piccinini valoró de inmediato esta
pasión suya confiándole una tarea. Dijo: También yo cuando era joven tocaba con una
banda punk y tocaba. Deberás trabajar en un ambiente difícil, también degradado.
Pero en este ambiente tienes una tarea grande, la de llevar a ti mismo y aquello en lo
que crees. Por esto recuerda de quedarte amarrado a los amigos verdaderos. Para mi
hijo aquel dialogo marcó su vida. Dos días después Enzo me llamó. Pensé: quien sabe
que pasó. Pero el quería saber solo como le había ido el concierto a Daniele”.

(…)
Graziano, responsable regional para el Veneto de la Fraternidad de Comunión y
Liberación, me cuenta como en aquellos hechos dolorosos se consolidó la relación que
estaba naciendo con Enzo. “Esta amistad” explica Graziano “no la elegí yo, es más al
inicio no estaba entusiasta. Se me propuso de forma muy clara, me la donó don Luigi
Giussani”.
Alrededor de un año antes de los sucesos dramáticos del ’98 Piccinini se había vuelto
visitor de la región de Veneto y de la costa adriática hasta la región de Puglia. “Enzo
llegó a nosotros” continúa Graziano “en un momento en el cual nuestra relación estaba
marcada por la diversidad y los prejuicios. Don Giussani me convocó y me dijo:
Acoge a Enzo como me acoges a mí, acéptalo como amigo así como lo eres conmigo.
Ahora con el Giuss yo tenía una libertad total de confidencia y de amistad total. A él le
decía todo, como un padre al cual le abres el corazón, en las buenas y en las malas. Así
que respondí: “no es posible”. Pero don Giussani replicó: En vista que Enzo es uno que
todo entero está en unidad con mi corazón yo te pido de volverte su amigo.
Al principio me resistí, luego por gracia de Dios hice la unica cosa bella que podía
hacer. Obedecí y comencé a tratar a Enzo como un amigo no por afinidad, sino porque
Giussani me lo había pedido. Desde ese gesto de obediencia, lo que ocurrió en el ’98 fue
el suelo en el que brotó una amistad extraordinaria con Enzo, tan intensa que no podía
imaginar. Nosotros normalmente pensamos que los amigos verdaderos son aquellos que
uno se elige, mientras que son aquellos que el Señor nos regala para caminar hacia El.
Así aprendí cuan son verdaderas las palabras de don Giussani, según las cuales amistad
y obediencia son parte del mismo partido humano, son la misma cosa. No hay amistad
sin obediencia”.

(…)
Recé al Señor de rodillas por ustedes y por Gino. No se preocupen por él, volverá a
casa. No es la vida de Gino la que el Señor les pide, sino vuestra conversión, que
vuestro corazón se vuelva más grande y más verdadero, más capaz de amor a Jesús.
(…)
Al año siguiente, el sábado santo de 1999, don Giussani me invitó a almorzar junto a
Gino. En esa cita encontramos a Enzo con su familia – concluye Graziano. Fue la última
vez que vi a Piccinini. Don Giussani nos dijo: están aquí y se han vuelto amigos porque
se los he pedido y esta es una gran cosa. Normalmente pensamos que la amistad sea
una realidad que nos pertenece. En cambio la amistad es la cosa más grande porque nos
es dada por Otro”.

+++
II. El encuentro

La militancia en la izquierda fue obstaculizada por la familia. “Un día” recuerda la


mamá Ilde “vino a nuestra casa un compañero que luego se volvió un brigadista rojo.
Subieron a su pieza para hablar con él. Cuando se fue yo le dije: a ese en esta casa no lo
quiero volver a ver”.
No fue sin embargo la oposición de la familia que hizo que se alejara de aquella
“militancia extrema”, de aquella “organización férrea”, sino un encuentro.
Aquellos del Departamento “organizaban seminarios sobre Marx que duraban horas y
horas”. A estos encuentros participaban también tres chicos de One Way, una
organización estudiantil nacida en Reggio Emilia en conexión con el movimiento
milanés de Juventud Estudiantil. Enzo, impresionado por la forma con la cual aquellos
tres chicos estaban juntos, comenzó a interesarse por ellos. Nació así la curiosidad de “ir
a ver que hacían”.
“Ellos” se acordaba Enzo “se veían día tras día en la cripta del Duomo de Reggio Emilia
para un momento de oración de los Salmos. También yo quería participar, pero como
sabían que yo era del Departamento tenían miedo. Por tanto me enviaban a alguien para
hablar conmigo, mientras rezaban los salmos, y yo quedaba siempre afuera. Cuando
entendí el truco dije: “Miren, yo no les quiero hacer daño. Quiero solo conocerles.
Recíbanme por lo menos una vez”. Así finalmente participé en los Salmos. Me parecía
que soñaba aún si no entendía nada”.
Los responsables del Departamento comprendieron que algo estaba cambiando en Enzo,
comenzaron a dudar de su posición y a averiguar. “Conociste esos nuevos? Qué
opinas?”. Uno de los jefes del Departamento acompañó también a Enzo en la plaza San
Prospero antes del rezo de los Salmos. En aquella ocasión se desarrolló un dialogo
decisivo. Así Enzo lo recordaba: “el jefe que me había acompañado me tomó por debajo
del brazo y comenzó a decirme: “ves, son buenos chicos, pero tienen una idea fija,
Jesucristo. Lo colocan en todas las salsas”. Me decía estas cosas como si se tratara de
una grave discapacidad.
En cualquier otra ocasión cuando se enfrentaban temas religiosos yo reaccionaba
siempre instintivamente con un odio preconcebido. Aquella vez no reaccioné. Por esto,
los del Departamento entendieron que no les pertenecía más. Por primera vez la
palabra Jesucristo para mí no correspondía más a una ley moral o a cosas por
hacer, sino a un grupito de amigos que me gustaba. De hecho, sin saberlo, ya había
obrado una elección.
El nuevo inicio en la experiencia cristiana coincidió así para Enzo con el encuentro con
un grupo de personas que “vivían una amistad desconocida para mí, sin embargo
deseada desde siempre”.

(…)
De sí mismo, Enzo escribía: “aquello que busco con afán es solo un cristianismo
auténtico y en el Movimiento esta es la propuesta más importante”.
Una vez acabados los estudios del liceo, la relación con Fiorisa cruzó un momento que
ella recuerda como de “nostalgia atormentadora”, debido a la lejanía. “Yo estoy
decidido a no olvidarte nunca” escribía Enzo en aquel periodo “te lo dije y lo vuelvo a
decir. Yo siento que mi corazón y todo mí mismo está profundamente amarrado a ti para
siempre. Aquello que nos espera, estoy conciente, es un largo camino. Es necesario que
de eso yo salga maduro, en una palabra yo me vuelva un hombre, para ofrecer a ti con
plena conciencia mi vida y un lazo que tienda finalmente a la eternidad. No me olvides.
Vive serenamente tus jornadas y piensa, si así lo quieres, que junto a ti, de hoy en
adelante, hay una persona amiga, un corazón que late con el mismo ritmo que el tuyo”.
(…)
“Cuando tenía la polola en Bologna” contaba Enzo “iba siempre a verla en Lambretta.
Tenía un Lambrettone con dos asientos que no funcionaban para nada. Por esto me
colocaba detrás de un camión para que me tapara del viento y así conseguía más
velocidad. Pero llegaba entero negro! Si me hubieran obligado a hacerlo por cualquier
otro motivo, le habría pegado a quien me hubiera obligado. En cambio lo hacía y no me
daba cuenta siquiera, es más estaba muy contento porque el rostro de esa mujer me
acompañaba aún en la fatiga. Cuando se subraya la fatiga demasiado quiere decir que el
ideal se fue a las pailas! Es el ideal que ilumina los pasos de la vida, como el rostro
de aquella mujer. No tenía problemas de estar tras de los camiones, me hubiera
aferrado al tubo de escape. El problema es darse cuenta que el ideal está presente y nos
acompaña. Entonces se puede ofrecer también la fatiga.

(…)
Como punto central del camino de conversión de Enzo hubo una profundización, al
inicio de aquellos años, de la relación personal con Luigi Giussani. Así Enzo
contando como nació esa amistad, aquella relación de paternidad y figliolanza que
habría determinado un rumbo decisivo en su existencia: “Cuando encontré a don
Giussani por la primera vez el me quiso enseguida. No se el porque. Es inexplicable.
Tenía a otros que estaban más preparados que yo y mucho más protagonistas en la vida
cristiana. Y sin embargo, desde aquel día, siempre me siguió, primero con el rabillo del
ojo, luego cada vez más intensamente. Al principio, sabiendo que, si hubiese buscado
enseñarme catequismo, no me hubiera quedado más de dos minutos, me daba a leer
novelas. Aquellas novelas que lo habían impresionado. Yo leía estos libros y luego él me
preguntaba que opinaba”.
La primera novela que don Luigi Giussani dio a leer a Enzo fue “A cada hombre una
moneda” del escritor inglés Bruce Marshall. Por el texto, le pareció a Enzo “el típico
libro de curas” lleno de consideraciones muy religiosas. Cuando aproximadamente un
mes después encontró nuevamente don Luigi Giussani éste le preguntó que opinaba.
“Hice dos más dos inmediatamente” continuaba Enzo “es un cura, le debo decir algo
que le gusta a los curas”. Así me volví serio y le respondí: “tengo que admitir que me
enseñó a rezar”. Giussani se puso a reír, entonces entendí que con él no se podía jugar,
luego me dijo: escucha Enzo, es un libro que se lee en la playa. Una vergüenza para
enterrarse. Así comenzó nuestra historia.

+++

Los crecientes compromisos de trabajo, los viajes al extranjero para especializarse en


cirugía, la dedicación al Movimiento a menudo reducían al mínimo el tiempo que Enzo
lograba dedicar a su familia. “Por cierto, las dificultades no faltaban” cuenta Fiorisa,
“tal vez teníamos que tomar una decisión importante y él no estaba. Sin embargo sabía
que todo habría sido recuperado, aún si debía tener paciencia. Buscaba de explicar esto
a nuestros hijos y hacerles comprender que el trabajo del papá y su ausencia eran para
un bien mayor en nuestra vida. Enzo además se preocupaba siempre que a nuestro
alrededor hubieran amigos con los cuales compartir el camino”.
La hija María recuerda que “desde pequeña la relación que tenía con mi padre era algo
de amor y odio. Lloraban muchas lágrimas por su ausencia y rezaba siempre a Dios que
volviera pronto. De hecho cuando no estaba, nuestra familia era algo desequilibrada.
Pero cuando él estaba era una alegría inmensa. El removía todo nuestro modo habitual
de estar juntos, colocaba todo en discusión y nos ayudaba a ir al fondo de aquello que
vivíamos: colegio, actualidad, sentimientos. No nos dejaba en paz, pero en el fondo
era aquello que deseábamos y nos mantenía unidos.
“A menudo, es verdad, él estaba ausente, sin embargo siempre percibía su presencia
muy fuertemente en los asuntos cotidianos, como una autoridad fundante” agregó Anna
Rita. “Advertía su presencia ante todo en la unidad que vivía con la mamá, como si
dentro de esa relación estuviese él todo entero. Luego en el colegio, en La Carovana,
porque estaba cerca y un amigo de papá me enseñaba. Además, había aprendido a
aceptar su ausencia como un abrazo, porque aquello en lo que estaba comprometido
como fin era nuestro bien, era una ocasión de crecimiento también para nosotros.
Estaba muy feliz cuando volvía a casa, porque veía como él era apasionado a nosotros.
Recuerdo los almuerzos del domingo, cuando estábamos todos juntos, como momentos
estupendos porque no se perdía ni un minuto, sino nos confrontábamos sobre todos los
aspectos de nuestra vida. Con el pasar de los años vi su actitud cambiar hacia nosotros.
Éramos padres e hijos, pero nos habíamos convertido en amigos, una amistad intensa”.

(…)
Las vacaciones de verano eran para la familia de Enzo muy intensas, “no nos
quedábamos jamás en ocio, sino que había una tensión positiva en todo, aún en el
descanso. Había siempre un objetivo” continua Anna Rita “tal vez nos levantábamos
todos a las 7 de la mañana porque debíamos llegar a pie una caleta donde el mar era más
bello, o bien nos quedábamos todos en la playa, bajo el sol, sin bañarse, hasta cuando no
termináramos un juego que habíamos comenzado juntos. También durante las
vacaciones las relaciones de amistad, no aflojaban nunca. Había siempre alguien que lo
buscaba por teléfono y nosotros mismos buscábamos lugares para las vacaciones para
estar más cerca de alguna comunidad y familias que papá había conocido”.

+++

“Una noche, durante las vacaciones” cuenta Alberto “se dio una discusión encendida a
raíz de un episodio que había ocurrido en el grupo de la Facultad de Letras. Una
compañera de estudios nuestra había sido víctima de un ictus que había atacado los
centros nerviosos de la memoria. Algunos amigos se había acercado para ayudarla en el
difícil camino de la recuperación tanto física como de las capacidades de lectura y
escritura. Hablando de este episodio algunos de nosotros dijeron que frente a una
persona así la manera de decir Cristo debía ser distinto comparado a como podíamos
decirlo a nuestros compañeros de universidad.
Enzo nos interrumpió de golpe diciendo: No, no es así. Cristo es verdadero para
cualquiera. Nuestro problema no es como decirlo, sino decirlo. La discusión siguió un
buen tiempo y se volvió tema catalizzatore de las noches siguientes. Enzo no nos
ahorraba nada, no concedía nada a una concepción sentimental o emotiva de nuestra
amistad.
El resultado de aquellos días de convivencia en montaña fue problemático. “Algunos
chicos salieron desmoralizados y convencidos que casi sería imposible comprenderse
con Enzo”. Por lo tanto “se la arregle él”. Hablando con don Giancarlo recibieron esta
invitación: “traten comprender si Enzo no tiene razón”. Los chicos volvieron de las
vacaciones en la montaña con esta provocación.
El episodio recordado por Alberto aconteció en Agosto y pareció señalar un surco entre
Enzo y algunos responsables de CLU de Bologna. En Septiembre por tanto llegó una
llamada inesperada por parte de la secretaria de Piccinini. Algunos universitarios que
habían participado a las vacaciones fueron invitados a cenar. Alrededor de la mesa Enzo
dijo: “Quisiera iniciar una amistad con ustedes. Si les interesa nos podríamos
encontrar todas las semanas a comer algo juntos”.
Desde aquel momento inició un camino común. “La invitación de Enzo después de
aquellas vacaciones era la ultima cosa que me hubiese esperado” continua Alberto.
“Estaba convencido que no quisiera apostar sobre nosotros”. En cambio me equivocaba.
Así nació una amistad que, junto al encuentro que luego viví con don Giussani, fue
decisiva para mi vida en términos de vocación, de trabajo y de profundizar la fe. En
aquel periodo, nos veíamos con Enzo cada lunes en una hostería de Bologna en Porta
San Vitale. El tema de nuestros encuentros no era la organización del CLU, la gestión,
las iniciativas, sino nuestra vida. En la relación con nosotros, él se jugaba entero. Así he
descubierto una forma de vivir el Movimiento que antes era desconocido, con una
familiaridad que no me cuesta identificar como una verdadera paternidad. A él le
confiaba preocupaciones, problemas, éxitos, incomodidades. Por su lado, había la
misma confidencia”.
“En Bologna Enzo se dedicó a los universitarios de la comunidad de CL con una gran
pasión educativa” confirma Giancarlo. “Su meta era valorizarlos, que saliera a flote su
personalidad. Desde este punto de vista era un verdadero educador. Como todos los
grandes educadores era también uno que provocaba. En cada ambiente su presencia era
un desafío, es decir no dejar indiferentes. Jugaba siempre al ataque”.

(…)
Por “esto” decía “uno se levanta cada mañana: para ayudar a Cristo a salvar al mundo,
con la fuerza que tenemos, con la luz que poseemos, pidiendo a Cristo de darnos más
luz y más fuerza”.

+++

La paternidad de don Giussani había suscitado en Enzo un amor vivo a la vida de la


Iglesia aún en sus instituciones. Widmer recuerda a este respecto un episodio
significativo.
Piccinini había acompañado don Giussani en una visita al cardenal de Bologna,
Giacomo Biffi. Cuando Su Eminencia les vino al encuentro, don Giussani se lanzó a
besarle el anillo. Enzo hizo lo mismo, pero algo cortado y poco convencido. “El
Cardenal Biffi, notando con aguda observación la actitud distinta, dijo a don Giussani,
al cual estaba ligado por una larga familiaridad, desde los tiempos de la preparación al
sacerdocio en el seminario de Venegono: mira, él lo hace, pero no cree. Don Giussani
respondió: Es cierto, pero si continúa haciéndolo, tarde o temprano lo creerá.
Aquella profecía de don Giuss se volvió realidad. En los meses anteriores a su muerte
Enzo otorgó todas sus energías para contribuir a la Organización del Congreso
Eucarístico en Bologna, al cual tomó parte el Papa Juan Pablo II. Piccinini involucró en
esto a toda la comunidad, en particular modo a los universitarios. Es el signo que en su
vida había madurado una afección a la Iglesia, aún en su aspecto institucional. Un afecto
que se puede comprender solo con su obediencia a don Giussani”.
Enzo había quedado muy impresionado, hasta la conmoción, por un verso del profeta
Isaias que a menudo repetía: he aquí, que te dibujé en las palmas de mis manos. “Me
explicaba - continua Widmer – que, cuando iba al colegio, se escribía en las palmas de
las manos las respuestas de las tareas, para poderlas copiar. Se anota las cosas más
importantes. Por esto se conmovía pensando en Dios que se había anotado su nombre en
la palma de la mano, como algo importante.

IV. Sacrum Facere


Enzo había programado una intervención en la casa de cura San Lorenzo de Cesena, con
la cual colaboraba. La previsión, en la tarde de aquel 12 de Marzo 1999, era de una
operación de mediana duración, no particularmente complicada, también porque en la
mañana de ese mismo día Piccinini había tenido una importante sesión quirúrgica en el
policlínico Santa Orsola-Malpighi de Bologna. Durante la intervención en la casa de
cura, sin embargo se dio cuenta que las condiciones eran favorables para una
intervención mucho más radical, pero resolutiva para el paciente. Se decidió proceder de
esta forma, aún si los tiempos se habrían alargado notablemente.
“Piccinini ejecutó esta intervención con gran maestría” recuerda Rafael, cirujano y
director de la casa de cura San Lorenzino. “No era un tipo de operación habitual para
nuestra estructura, pero gracias a sus habilidades todo fue de la mejor manera. Aún hoy,
a diez años de distancia, la paciente está agradecida por aquella intervención sus
resultados positivos”.
Había un problema sin embargo. A las 21 horas de aquel mismo día había sido
programado en Cesena un encuentro público por título “El paciente: una persona antes
que un enfermo”, en el cual Enzo debería llevar su testimonio. Viendo que los tiempos
se alargaban más allá de cualquier pronóstico y considerando el inevitable cansancio del
relator, que desde la mañana había estado empeñado en la sala operatoria, Rafael
propuso al colega de postergar el encuentro. Enzo descartó de forma decidida esta
hipótesis: la conferencia se llevó a cabo esa noche.
“Fue un momento bellísimo” continua Raffaele. “La sala estaba llena de médicos y
enfermeros, muchos de los cuales oían a Enzo por primera vez. El estaba cansadísimo,
pero, a medida que hablaba, le parecía recuperar las fuerzas, tan grande era su deseo de
comunicar la experiencia que estaba en el origen de su pasión por la profesión de
cirujano. No fue un discurso teórico. No hubo grandes definiciones sobre que fuese el
dolor o la ética profesional. Fue el recuento de su vida, de los encuentros hechos, de las
relaciones que nacieron, de los eventos más significativos. Cuando al final de su
intervención Enzo dijo que todo lo que hacía, lo hacía para que se afirmara en el mundo
la gloria humana de Cristo, una afirmación de este tipo no pareció como conclusión
religiosa agregada a principios abstractos. Fue claro para todos que este es el origen
concreto de aquello que habían oído y veían en él.

(…)
Enzo mismo reconocía esta huella impresa también en su vida profesional por la
pertenencia al Movimiento y lo contaba recordando un congreso desarrollado en Bari
con ocasión de la Jornada del Enfermo. “En la intervención expliqué toda el
planteamiento de mi unidad quirúrgica, los encuentros semanales, aquellos técnicos y
aquellos sobre los que nos confrontábamos sobre la forma de estar con el enfermo.
Expliqué el método de trabajo, la funcionalidad interna del grupo, el sentido de la
autoridad, de la autoridad. Al final hasta me aplaudieron. Luego uno se levantó y me
preguntó: “usted donde aprendió todas estas cosas? Hay un lugar donde se aprenda
sintéticamente, a la rápida?”
Le respondí contando mi recorrido de formación, de aquello que aprendí fuera de Italia,
en los USA, en Inglaterra. Pero la persona que me había hecho la pregunta insistía:
“pero hay un lugar donde se puedan aprender de forma sintética?”. Frente a esa platea
de aquel gran hospital, donde estaban todos, cirujanos, enfermeras, personal
administrativo, dije: “comprendo que esto pueda suscitar muchas perplejidad, pero a mí
un tal don Giussani me enseñó a ser cirujano”. ¡Piensen en la reacción de los presentes!
Todos habrán pensado: este enloqueció.
Entonces yo dije: “Giussani no me explicó las técnicas a utilizar en la sala operatoria,
estas las aprendí por mí mismo. Me enseñó una posición humana gracias a la cual
cambia el modo con el cual hago uso de la técnica, cambia la forma con la cual estoy
junto al enfermo, cambia la relación que tengo con los demás. Mi pasión nace de aquí,
del hecho que me involucré en una aventura de este tipo”.

(…)
Su compromiso humano daba un gran valor al enfermo y a sus familiares que no se
sentían más solos. Decía: Tenemos un problema pero si estás solo a enfrentarlo, estoy
yo, están mis colaboradores. Donde los demás se rendían, el no se rendía nunca y
muchas veces tuvo razón en seguir por su camino”.
Piccinini explicaba con estas palabras como el compromiso con sus pacientes naciera
“de repente” del reconocimiento de una necesidad común y de una pregunta en común.
“La enfermedad, el sufrimiento, el dolor, la muerte son la expresión normal más aguda
del limite del hombre y el hecho que el hombre es limitado no puede ser jamás
eliminado de la conciencia que uno tiene de la vida. Esta conciencia lleva a una
capacidad de relacionarse de otra forma imposible. El sentido del límite te pone junto al
otro, aún si no es de tu mismo parecer, aunque no te comprende o no te mira. Porque, al
igual que él, tu también eres necesitado. Esta conciencia, que parece ser una extraña
condena, determina inmediatamente una apertura, porque se comprende que estamos
juntos, de pronto, no porque la pensamos de la misma manera, sino porque somos
necesitados de la misma manera. Es decisivo colocar esto a tema cuando estamos con
los enfermos. Que tipo de paciencia nace! Qué posibilidad de reanudar continuamente!
No hace falta teorizar, se hace de verdad!”.

V. Cara a cara con el destino

“Enseguida” cuenta Alberto “llamé a don Giussani que estaba en su casa de Gudo
Gambaredo. Le di esta terrible noticia, también porque cuando me contestó pensaba que
la razón de mi llamada fuese para contarle de la presentación del libro en la ONU. En
cambio…Giussani hizo una gran pausa de silencio, luego dijo: Alberto, no podrías
venir aquí porque en estos casos es mejor estar junto a los amigos. Me pidió avisar
inmediatamente a otras personas en Milán y Bologna”.

(…)
En aquella mañana del 26 de mayo de 1999 la improvisa noticia de la muerte de Enzo
alcanzó, de llamado en llamado, a miles de amigos en toda Italia. También la hija Anna
Rita, mientras estaba en clases en una sala de la Facultad de Medicina en la Universidad
de Bologna.
“Me vino a llamar Betta” cuenta Anna Rita “diciéndome que saliera de prisa de la sala.
Debíamos partir hacia Milán porque don Giussani tenía urgencia de hablarme. Luego,
cuando estábamos en el auto Daniela me contó lo que había ocurrido. Me temblaban las
piernas, pensaba no tener más fuerzas. Había visto a mi papá por última vez dos días
antes. Lo recuerdo muy bien. Tenía una camisa blanca. El domingo anterior había
estado a los pies del monte Cusna con un grupo de amigos. Había sol y caminando se
había bronceado. Nos dejamos con un abrazo. Luego el 25 de Mayo pasé a saludarlo en
su consulta, pero él no estaba porque estaba operando. Así que le escribí una nota y se la
dejé sobre el escritorio pensando que lo habría leído al finalizar la cirugía”. Aquella
noche en cambio Enzo salió tarde de la sala operatoria y enseguida partió hacia Milán
sin pasar por la consulta. La nota de la hija se quedó sobre su escritorio y lo encontraron
sus colegas al día siguiente.
Cuando Anna Rita llegó a Milán, don Giussani lloraba. Con él estaba ya Fiorisa y los
otros hijos. Don Giussani le dijo: “háganos la caridad de considerarnos de hoy en
adelante como vuestra familia”.
“Tomé a la letra estas palabras” continua Anna Rita. Recuerdo que en los días que
siguieron no quería volver a Bologna donde todo me hablaba de Enzo, luego los amigos
me ayudaron y cuando di con éxito mi primer examen llamé a don Giussani, como antes
lo hacía con mi papá. El me dijo: Ven a verme. A través del sacrificio de Enzo descubrí
a Jesucristo, en el abrazo real de amistades que florecieron. Un amor gratuito hacia mí, a
mi vida, de quien estuvo cerca de mí sin pedirme nada. Sentí y siento el vacío. Sentí y
siento el dolor de la herida. Pero inicio a percibir el fruto. Esta cosa incomprensible
tiene un sentido”.

(…)
El día después de la experiencia más dura fue ir al hospital y decirle a cada paciente
que Enzo había muerto, también a aquellos que estaban esperando que él le operara.
Uno de ellos me dijo: “Les pido solo una cosa. Di vueltas por muchos hospitales, pero
un grupo como el de ustedes no lo he visto jamás. Espero que cada uno de ustedes
pueda a una ciudad distinta para dar vida algo semejante a lo que encontré aquí. Todos
aquellos que están mal como yo deberían poder hacer una experiencia semejante”.

(…)
Hay algunas palabras que Enzo pronunció en aquel encuentro de Ferrar el 14 de mayo
de 1999, pocos días antes de morir, que explican muy bien que era para él la fe y como
embestía su vida.
“La posición cristiana es la posición humana en el verdadero sentido del término: fuera
del cristianismo lo humano no está cumplido. La experiencia cristiana es la experiencia
humana y la Iglesia es maestra de esta humanidad. Cristo es todo para la vida del
hombre. Todo. No puede haber nada de la vida de un hombre que ame hasta el fondo y
con lealtad a su propia humanidad, que pueda eximirse de la relación con Cristo, porque
Cristo es el corazón de la vida de cada hombre. No estaría en la experiencia cristiana si
no fuese por este motivo. Me rebelaría tan solo al pensar que ser cristianos signifique
ser, como muchos piensan, hombres algo inferiores a los demás y con algunos
problemas de más. Si elegí quedarme en la experiencia cristiana es porque aquí
encuentro todo mí mismo, aquello que siempre busqué”.

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