Metamorfosis y Otros Relatos
Metamorfosis y Otros Relatos
Metamorfosis y Otros Relatos
© Jose Acevedo
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Metamorfosis
y otros relatos
(49+1 sombras)
Jose Acevedo
Para mis padres.
Nosotros los extraterrestres nos conocemos
aunque nos vistamos de torero.
Prólogo. O no... 15
1. Metamorfosis 21
2. La chica del árbol 57
3. Lucía 61
4. Abrazo 65
5. Pérdida de identidad 69
6. Despedida 77
7. Sin arrepentimiento 81
8. Encuentro 83
9. Imaginación 89
10. Su olvido era su destino 95
11. La cita 111
12. Lo que es la vida 119
13. Sin arrepentimiento. Variaciones 1 131
14. Sonámbulos 135
15. Lucía ii 139
16. Descanse en paz 143
17. Juntos 149
18. Juventud 153
19. El camino de los elefantes 161
20. La chica de la bicicleta 171
21. Sin arrepentimiento. Variaciones 2 177
22. Las propiedades del amor 181
23. Vísperas y otras noches 185
24. Un mundo llamado Poesía 203
25. Libertad 211
26. Monólogo 223
27. Inspiración 239
28. Perdidos de la mano 245
29. Cuestión de supervivencia 249
30. Soledades 267
31. Sentimiento de libertad 275
32. Pégame, pero con cariño, que duele 281
33. Promesa 285
34. Un instante de vida 295
35. Un día volverás a sonreír 303
36. Una nueva historia 309
37. La inocencia perdida 317
38. La chica del metro 325
39. Vivimos más tranquilas 341
40. Sin nada 351
41. Los sueños, sueños son 359
42. Respirando normalidad 371
43. Transferencias de sueños 383
44. Escribiendo versos 395
45. Metamorfosis ii 409
46. Invisible 421
47. Nunca más se supo 437
48. La curiosidad mató al gato 447
49. Hasta mañana, Elena 469
Prólogo
O no...
ii
iii
iv
–Perfectamente, doctor.
–Y respecto al mantenimiento de la baja laboral, no es
problema que se la prolongue unas semanas más, pero espero
que haya tomado una decisión.
–No se preocupe, había aplazado mi incorporación al trabajo
mientras me sometía a este calvario de toqueteos y manoseos,
pero en unos días regreso a la vida normal.
–Yo me alegro. Por cierto, sobre lo que hablamos de pensar
en una intervención de cambio de sexo inversa, es decir, regresar
a su cuerpo de hombre. No creo que resultase aconsejable,
nadie le dará garantía de que quede bien físicamente, además
de los problemas psicológicos que podría tener con tantos
cambios.
–Creo que me voy acostumbrando poco a poco a este
cuerpo.
–Piense una cosa: pocas personas tienen la posibilidad de
vivir la misma vida metido en dos cuerpos diferentes, uno
masculino y otro femenino.
–Visto así...
–Y no dude en consultarme si necesita algún tipo de ayuda
psicológica. Ya se lo he comentado en algunas ocasiones.
–De momento no lo llevo mal.
Se despidieron hasta la semana siguiente, cuando pasaría
por allí para recoger el alta. Una frase se le había quedado
grabada en la cabeza: a todas luces era una mujer, además una
mujer fértil.
Aquella misma tarde habló con Julia, y convinieron que
lo mejor que podía hacer era formalizar todos los cambios
legales respecto al nombre. Registro civil, documento nacional
de identidad..., todas esas cosas que le supondrían olvidarse
por completo de Carlos y adoptar, para siempre, un nombre
nuevo. Sin pensárselo mucho, se inscribió con el nombre que
44 Jose Acevedo
vi
vii
viii
Destino
1 Extractos del relato “El tablero de ajedrez”, del libro Relatos para la tortura
de un abandonado doméstico (Jose Acevedo, 2013. Barcelona: Ediciones Carena).
Metamorfosis y otros relatos 103
intentó aguzar el oído, pero sin llegar a escuchar nada, más allá
de simples murmullos.
Pasos subiendo la escalera, el golpear de una puerta al
cerrarse. Después, silencio. Dudó entre salir para comprobar
qué pasaba, o simplemente no hacer nada y quedarse a la espera
de cualquier otro acontecimiento, sin saber a ciencia cierta que
podría ser aquel otro acontecimiento. También intentó calmar
su ansiedad buscando respuestas mentalmente mientras volvía
de nuevo a su texto:
tenía alguna que otra magulladura y poco más, algún que otro
corte en el brazo de los que emanaban ligeros hilos de sangre,
y poco más. A Carlos se le cambió la cara por completo. Aun
así, le echó un poco de cojones al asunto, posiblemente como
consecuencia de los nervios acumulados en los minutos que
pasó dentro del coche sin reaccionar nada más producirse el
atropello.
–Debería tener un poco más de cuidado antes de cruzar la
calle, sobre todo con el semáforo en verde. Me ha dado un
buen susto.
–Ni siquiera me había dado cuenta de que había un semáforo.
Lo siento.
–Ya da igual, lo importante es que no le haya pasado nada.
–No se preocupe, me encuentro más o menos bien.
–¿Quiere que le lleve al hospital?
–No es necesario, solo ha sido el golpe y poco más.
–Al menos acepte que le invite a un café, o a lo que le
apetezca.
–Eso no se lo voy a rechazar.
Ambos se montaron en el coche. Carlos condujo hasta un
bar cercano. Escasos minutos en los que no se cruzaron ni
una sola palabra. Solo el sonido de las noticias en la radio que
sonaba a media voz.
Se sentaron en una terraza, uno frente al otro.
–¿Qué le apetece tomar? –le preguntó Carlos antes de que
se aproximara el camarero.
–¿Puedo pedir algo de comer?
–Puede pedir lo que quiera, no le he puesto un presupuesto
determinado.
Al llegar el camarero, Carlos le pidió una cerveza para él y
otra para la otra persona, junto a un bocadillo de tortilla.
–Mi nombre es Carlos.
Metamorfosis y otros relatos 121
que estudió hasta que cumplió los doce años. La calle Relator,
la plaza del Pumarejo, la calle Fray Diego de Cádiz hasta el
cruce con la calle Morera. San Julián y la calle Moravia, donde
recordaba un bar, ya inexistente, al que acompañaba a su padre
cada vez que regresaba del trabajo. La calle Juzgado que le
vio nacer, la plaza del Pelícano, donde se sentó en un banco
mientras seguía avanzando en el libro que le acompañaba,
mezclando imágenes del pasado remoto, del más reciente en
el barrio que acababa de abandonar. Varios días recorriendo
los rincones de aquella ciudad, los barrios tan dispares de
una ciudad que eclosionó hacía veinte años con ocasión de la
Exposición Universal de 1992, sin esconderse de nadie, pero
sin hacer el menor intento por reencontrarse con las personas
con las que compartió gran parte de su vida, hasta que esta
se volvió itinerante en busca de su tesoro más preciado, de
sus sueños anhelados desde la infancia, ahora rotos como
consecuencia de la enfermedad. No tuvo la tentación de
despedirse de su hermano, de sus padres, de nadie, de la misma
forma que tampoco la tuvo de hacerlo de Lucía. Era el regreso
a otras épocas pasadas con el único objetivo de poder decir
adiós, de llevarse consigo mismo las múltiples imágenes que le
acompañaron desde pequeño. Solo eso. Mientras su cuerpo no
dejaba de apagarse a cada instante que transcurría.
Delante del espejo del cuarto de baño de su habitación
de hotel, comprobaba a cada minuto como su cuerpo se iba
consumiendo. En cada recorrido, como sus fuerzas se iban
debilitando, mientras el dolor se acentuaba, mientras el final
era cuestión de tiempo.
Un día salió del hotel a eso de las diez de la noche. Aún en el
cielo se marcaba la claridad de un día que se iba extinguiendo.
No tenía ganas de cenar. Cogió un taxi y le dijo al chófer que
le llevara a la plaza del Pelícano. Solo le acompañaba algo
Metamorfosis y otros relatos 167
Vísperas
unos zapatos de tacón alto que la suben del suelo unos doce o
trece centímetros al menos; esperando, sin perder la paciencia,
bebiendo a menor ritmo que él, empleando su tiempo en la
simple contemplación de Carlos a su lado, sus oídos a las can-
ciones que sonaban sin demasiada estridencia, un poco de chill
out, o canciones de los años ochenta, de los noventa, hasta
verle levantarse en un momento dado, mirarla a los ojos direc-
tamente, sonreírle, decirle adiós con la mano, viéndole alejarse
de la terraza hasta otro momento, puede que mañana, tal vez
pasado, aunque para entonces puede que sea demasiado tarde.
Cruzando los múltiples carriles del paseo de Colón, aden-
trándose de nuevo en el centro de la ciudad. Calle Reyes Ca-
tólicos, San Pablo, plaza de la Magdalena, O’Donnell, Campa-
na, Amor de Dios, Alameda de Hércules... parándose la vida
en el momento en que la vida seguía su rumbo en los relojes
imaginarios que todos llevamos dentro, silencio, paz, sosiego,
tranquilidad, calma, reposo... Así, hasta la cama que le seguía
esperando vacía otra noche más.
Where is my mind?
Where is my mind?
Where is my mind?
Way out in the water
See it swimming4
No creo que sea muy normal que pase tanto tiempo fuera.
Pero solo es mi opinión.
más corto, algo más claro también. Pero también era cierto
que había tenido todo el día para ir a la peluquería.
Estaba radiante cuando llegó. Bueno, como casi siempre en
las últimas semanas.
Lo que sí me sorprendió realmente fue verla entrar con
aquel modelito que nunca había visto antes, y con aquellos
zapatos de doce centímetros de tacón. No era un atuendo muy
normal para venir de la peluquería, ¿o sí? Sinceramente no sé
muy bien cómo se visten las mujeres para ir a la peluquería a
arreglarse el pelo. Pero esta vez sí se lo pregunté, no sé, ya se
iban acumulando demasiadas dudas en mi cabeza.
Era una sorpresa, cariño, por eso he tardado tanto. He
pasado por casa antes de venir para ponerme guapa para ti.
Todo eso me dijo. ¿Y ahora qué?, me pregunté a mí mismo.
Pues ahora nada, me respondí para mis adentros, a seguir
disfrutando de aquella imagen con la que llevaba ocho años
compartiendo el mismo espacio.
Por lo demás, el día terminó con la misma intensidad como
lo habían hecho los precedentes. E iban muchos. Aprovecharé
estos momentos antes de que vuelva el declive. Siempre regresa
cuando uno menos se lo espera, pensé.
José A. Román
Abogado
Ya tenía un nombre, un apellido, una profesión, un lugar
que posiblemente me acercara a las continuas salidas de Silvia.
Me aparté de la puerta para no levantar demasiadas
sospechas, aunque aún era temprano, y me acerqué al coche
a esperar.
Esperando, le vi salir poco más o menos sobre las 10:15, al
José A., al mismo que no conocía de nada hasta el sábado y con
el que me unía un vínculo evidente, al tipo alto, apuesto y con
un toque sport en su vestimenta. Esta vez iba solo. Después,
verle regresar veinte minutos más tarde, posiblemente tras su
tostada y su café.
Durante ese intervalo se me ocurrieron mil ideas, incluso la de
convertirme en un presunto cliente en busca de asesoramiento
jurídico; por no hablar de salir del coche, dirigirme a él y partirle
la cara..., es lo mínimo que podía esperarse de un cornudo
como yo. Pero no hice nada por esta vez, salvo abandonar
la escena del delito en busca de una nueva oportunidad. No
sé cuál. Era momento para pensar, razonar, discurrir, cavilar,
meditar, estudiar, reflexionar, recapacitar, proyectar, planear,
inventar, idear. Imaginar algo.
Una tarde, una noche, una mañana siguiente, otra tarde, otra
noche, otra mañana siguiente. Chappe, Cardinal Dubois, Mont
Cenis, Paul Feval, Saule. Jornada tras jornada mientras se iba
desvaneciendo su fe, su ánimo, su esperanza, su anhelo, también
su misma vida inexistente que le dejaba en el mismo arcén de
los huraños, sin fuerzas siquiera para seguir alimentándose,
para seguir buscando, caminando, persiguiendo falacias que no
le conducían más allá de Pigalle, hasta su propio hotel, donde
los segundos recorrían a toda prisa la esfera de su reloj de
pulsera.
Otras mañanas, otras tardes, otras noches, en su peregrinar
incansable por aquellos rincones, por aquellos parajes cubiertos
por un cielo gris, plomizo, sombrío, grisáceo; en contraste con
aquellas otras bóvedas azuladas, soleadas, radiantes, claras,
luminosas, agradables, cálidas, alegres..., aquellos firmamentos
que cobijaban las conversaciones de los niños jugando al
escargot en la plaza de la Rue Burq, a los vecinos conversando
de balcón a balcón en la calle Berthe acerca de la maravillosa
primavera que se aproximaba, a los pintores de la plaza del
Tertre mostrando sus mejores sonrisas a los rostros que iban
pincelando en sus acuarelas, en sus carboncillos, en sus óleos,
en sus ceras o en sus pasteles; a las parejas que se besaban
con pasión a la vista de todos bajo cualquier árbol cercano al
Espace Dalí de la calle Poulbot, o abrazadas en las empinadas
escaleras de la calle de Maurice Utrillo... Dos celestes que se
solapaban en un mismo territorio, de la misma forma que en
todos los continentes posibles, conviviendo amistosamente
conscientes de cuál era el rol que le correspondía a cada una
de ellos.
Caminatas interminables sin apenas fuerza en sus piernas,
ni brío, ni energía, ni vigor, ni resistencia, ni fortaleza, ni
firmeza, ni solidez; tampoco en su espíritu, que se tambaleaba
270 Jose Acevedo
Era invierno.
Él dormía, como todas las noches desde hacía un tiempo,
en un banco de un pequeño parque. Durante el día rehuía
aquel enclave tan concurrido, perdiéndose por otros rincones
más tranquilos de la ciudad: de los pequeños que hacían su
presencia en busca de los columpios, de los mayores que
sacaban a pasear a sus perros, de los que buscaban la sombra
de la arboleda en los meses de verano, de los que se acercaban
con un libro entre las manos tanteando un instante de sosiego,
de los que a una hora determinada utilizaban un banco como
cobijo para su almuerzo, de los que simplemente lo utilizaban
como lugar de paso, sin detenerse, hacia otras direcciones...
Pero la noche era suya, en exclusividad. Sobre todo cuando
comenzaba a caer la temperatura, cuando la luz natural volvía
a esconderse hasta el día siguiente, con el único destello de una
farola amarillenta que transmitía más sombra que luminosidad,
a pesar de las guirnaldas de pequeñas bombillas de colores
que iban adornando los árboles, de los tendidos de luces de
las calles cercanas con sus mil formas geométricas y diverso
cromatismo.
Faltan tres días y a eso de las once de la noche el mundo
se despoblaba para hacer vida de familia en el interior de las
viviendas.
Disponía un amplio cartón sobre uno de los bancos de
piedra, se tumbaba sobre él, se colocaba sobre sí una manta
de lana a rayas amarillas, marrones, anaranjadas. Mirando
hacia un cielo que no paraba de moverse, de la misma forma
276 Jose Acevedo
Se lo había prometido.
Carlos solo había cumplido los treinta y dos años en su
último aniversario.
Tras la borrachera a base de bourbon de la víspera, noche de
viernes, y sin tener que madrugar al día siguiente para estafar
a más clientes en la sucursal bancaria de la que era director,
se levantó aquella mañana con la conciencia iluminada. Había
llegado el día de cumplir con su palabra.
Saltó de la cama con energías renovadas ante la nueva
vida que se le abría de repente de par en par. Se preparó un
copioso desayuno. Tomó después un baño a base de todo
tipo de esencias orientales: un poco de aceite de sándalo, unas
cucharadas de bicarbonato de sodio, un litro de leche, una
bolsa de infusión de albahaca... mientras sonaba de fondo una
música relajante y apropiada para el momento: Ein deutsches
Requiem, Op. 45, de Brahms. Aireado, perfumado y como
recién salido del útero materno, se vistió con un atuendo
algo informal para despedirse de la calle, impregnarse de un
último aire de su existencia anterior, llevarse el recuerdo de la
última imagen de la realidad que le había acompañado durante
aquellos treinta y dos años. Por supuesto, sin abortar la sonrisa
que le brotaba espontáneamente desde bien temprano.
Así, hasta la hora del almuerzo en su bar habitual: unas
cervezas, unas gambas cocidas, un plato de jamón, otro de
queso picante, un gin-tonic después para hacer la digestión.
La cuenta, y regresar a sus últimos momentos, aquellas cuatro
paredes de las que iba a despedirse definitivamente.
286 Jose Acevedo
21 de diciembre de 1995
Hola, mamá:
Como lo que tengo que decirte es difícil hacerlo con
palabras, he pensado que es mejor escribirte esta carta.
Mamá, cuando sea mayor cuidaré de ti.
Aún soy pequeño, y tal vez no puedas comprender el sentido
de lo que quiero decirte. Pero mañana, un día cualquiera,
cuando me haga un hombre, te darás cuenta de que ha llegado
el momento de que eso ocurra.
Solo espero que para entonces vengas a buscarme. Tú
sabrás mejor que nadie el sentido de estas palabras. A partir
de entonces no me separaré de ti nunca, porque sé lo que has
sufrido para salir adelante desde que tus padres te abandonaron
en casa de los abuelos cuando acababas de cumplir los ocho
años, crecer sin ellos, hacerte la mujer que has llegado a ser,
cuidar de tus cuatro hijos, sin levantar nunca la voz, sin buscar
la compresión y el consuelo de nadie, siempre tan abnegada y
tan discreta.
Gracias por todo, mamá. Sabes que te quiero mucho, no
solo por darme la vida, sino por hacerme ser como soy.
Nunca olvides esta promesa. Te estaré esperando.
Carlos
A Peggy.
Querida Julia:
Acabo de cumplir cincuenta años, y será por ello por lo que
me he vuelto nostálgico. Entre los miles de pensamientos que
me vuelven como persona que envejece, aun negándome a
ello, has regresado a mi memoria cercana. Te he traído hasta
hoy, a pesar de que, aunque no lo sepas, no hace tanto tiempo
que te volví a ver... No te enfades, pero has cambiado tanto...
Por entonces, hace de esto muchos años, te veía cruzar por
delante de la ventana de mi casa acompañada por tus amigas primero,
por todos aquellos tíos que se te cercaban en busca de un poco de cariño
después. Siempre me imaginé paseando a tu lado cogidos de la
mano. Pero todas eran ensoñaciones mías, empujado por mis
deseos, frenado por mi cobardía. Eras por entonces la chica
guapa del barrio, la chica deseada por todos. Incluso por mí, a
pesar de mis silencios.
Así, hasta que una tarde fuiste tú la que me invitaste a ir al
cine. Reconozco que aquello me cogió por sorpresa, cuando
me paraste en la puerta del bloque y me lo propusiste, cuando
te dije simplemente bueno, como única respuesta. Seguro que
te parecí un poco imbécil, o que aquel principio resultó poco
prometedor. Si es que tu invitación tenía una intención, más
allá de la simple deferencia de aquel detalle concreto, claro.
Pero lo cierto es que fuimos al cine, a ver una mierda de
película. Ahora sí que puedo confesártelo sin rubor. Tanto,
que hasta me da vergüenza volver a pronunciar su título, que
no es que lo haya olvidado. Imposible no recordar una basura
como aquella. Eso sí, ibas tan guapa con aquella falda corta,
320 Jose Acevedo
con aquel jersey de cuello vuelto rojo, con aquel abrigo negro,
con aquellos tacones altos del mismo color. Era invierno,
¿recuerdas? Tan preciosa, que me pasé toda la película
pensando en lo que haríamos una vez fuera del cine, pero
también con miedo a tu reacción ante el presunto atrevimiento
de mis palabras perfectamente ideadas y meditadas. Y salimos,
y te propuse tomar algo en un bar de copas cercano, mientras
de fondo sonaban aquellas canciones que parecían gustarte,
porque las tarareabas en voz baja, Spandau Ballet, Duran
Duran, Wham... Sentada frente a mí sobre un taburete, a menos
de medio metro, imaginándome tus labios profundamente
marcados por el carmín acercándose a los míos, mientras
en mis partes bajas una ligera protuberancia comenzaba a
incomodarme por el temor a que pudieras darte cuenta. Fue
entonces cuando te dije de un tirón todas aquellas palabras
que me había aprendido de carrerilla: Julia, no sé si sabes que
me encantas. Pero hasta ahora no he tenido el valor suficiente
para confesártelo...
Después tu sonrisa, el cogerme de la mano y dejarlas así
unidas, mi intento de acercar mis labios a los tuyos, volviendo
la cara ligeramente en el último instante, dejando mi beso en tu
mejilla. Qué hija de puta fuiste en ese momento.
Cambiamos de tema, como no queriendo entrar en ese
asunto al que te había pretendido empujar con mis palabras,
hablamos de los estudios, de la familia, de libros, de música,
de películas, de los amigos... De tantos temas, y de una
forma tan seguida, que me di cuenta en unos minutos de que
tú y yo éramos tan distintos... A mí me daba lo mismo, me
gustabas mucho, aunque en el fondo de mí pudiera sentirme
decepcionado por tu reacción anterior, la del beso, incluso la
hinchazón y mi rubor habían desaparecido por completo.
Pero también hablamos de cosas bonitas, Julia. Cuando tus
Metamorfosis y otros relatos 321
21 de diciembre de 1975
Un día como hoy cumplía veinticinco años.
No se trataba de una jornada cualquiera. Le habían hecho
un regalo especial que marcaría su vida en adelante.
Un toque de ese perfume especial mientras, delante del
espejo de cuerpo entero de su habitación, iba comprobando
cómo le quedaban las prendas que una a una se iba poniendo
hasta dar con la adecuada. Unos vaqueros ajustados a su cuerpo
y ligeramente por encima de los tobillos, una blusa blanca
que metió cuidadosamente por dentro aunque solo la parte
delantera, dejando ver un cinturón de un tono más oscuro
que el de los propios pantalones; por último, unos stilletos altos
de color negro. Un último vistazo para comprobar que todo
estaba en su sitio; cogió del perchero de pie un abrigo largo
del mismo color que los zapatos y salió a la calle, donde la
esperaba una mañana no muy fría a pesar del recién entrado
invierno en una ciudad cualquiera que dispusiera de servicio
de metro.
Pero había que elegir una para situar la acción y eligió aquella
misma, aproximándose a la estación más próxima, Bordeta,
perderse en las profundidades de esa inmensa grieta que no
dejaba de engullir a aquella multitud que deambulaba de un
lado a otro en busca de su tren, comprobando como multitud
de miradas se volvían a su paso, también dentro del vagón,
apoyada en una de las barras de sujeción, formando a su
alrededor un pequeño espacio vacío, llamémosle una prudente
zona de pudor, que ella observaba con placer, también con
326 Jose Acevedo
21 de diciembre de 1980
Un día como hoy cumplía treinta años.
A pesar de que pasara el tiempo para todos los seres vivos,
para unos mejor que para otros, en ella se apreciaba la misma
plenitud de cinco años atrás.
Desde que había recibido aquel regalo especial por aquel
aniversario se había entregado por completo a vivir la vida
tal y como ella la concebía. Tenía dinero para no tener
que preocuparse en buscarlo, tenía aquel apartamento, le
apasionaba el cine, la lectura, pasear..., pero sus idas y venidas
en metro se habían convertido en su mejor distracción.
Recorrer todas las líneas del subterráneo durante horas,
para terminar siempre en la línea 1 que la devolvía a su hogar.
Pendiente en todo momento de la gente, de cómo invertían
aquellos minutos de trayecto, de las miradas que se lanzaban
unos a otros, de la manera de sentarse, de rozarse cuando el
vagón se atestaba de pasajeros en las horas punta.
El hecho de poder montarse en la primera estación le
facilitaba poder hacer el trayecto sentada, con las piernas
cruzadas, procurando llamar la atención de alguna forma. De
ahí sus faldas cortas, sus abrigos a medio muslo, sus tacones
328 Jose Acevedo
21 de diciembre de 1985
Un día como hoy cumplía treinta y cinco años.
Seguía tan joven como siempre a pesar de la fecha de
nacimiento indicada en su documento de identidad. Nada había
cambiado en su vida, la misma rutina diaria con la que llenaba
sus largas horas de ocio, la misma forma extraña de celebrar su
aniversario, de no ser por Marc, aquel chico que conoció hacía
cinco años un día como hoy, aquel chico de la camisa a rayas
y pantalón beige que le abrió las puertas del deseo. A pesar
de aquel inicio, no había pasado desde entonces de los besos,
del toqueteo de las manos, de algún abrazo inesperado, de sus
masturbaciones cada día más frecuentes mientras escuchaba
las noticias por la noche tumbada sobre la cama.
Aquel día salió de casa por completo de rojo. Oculta bajo
un corto abrigo que le cubría hasta medio muslo. Se montó
en Santa Eulalia y recorrió toda la línea 1 por completo hasta
Santa Coloma, para regresar después en sentido inverso hasta
Cataluña, donde se fijó en un chico que le había llamado la
atención. Pero, en aquella ocasión, el chico no se acercó a ella,
Metamorfosis y otros relatos 331
21 de diciembre de 1990
Un día como hoy cumplía cuarenta años.
Su vida era una repetición continua de los mismos hábitos,
si bien extremó todas las precauciones después de aquel lejano
día de 21 de diciembre de 1985.
Toda la ciudad se transformaba a su alrededor, y solo ella
parecía eterna en su juventud.
Prosiguió su vida diaria con sus lecturas, con sus películas,
con sus compras, con las exploraciones de su cuerpo por las
noches ante el espejo de cuerpo entero, homenajeándose una
vez al año, coincidiendo con su cumpleaños con una dosis de
lozanía, encontrando un alma que sacrificara su existencia a
favor de la suya. Durante el resto de los trescientos sesenta
y cuatro días controlaba su deseo, sin profanar, en ningún
334 Jose Acevedo
21 de diciembre de 1995
Un día como hoy cumplía cuarenta y cinco años.
Pero aquella mañana tuvo un descuido. Con las manos
todavía humedecidas del agua de la ducha, resbaladizas del
jabón impregnado en su piel, aquel frasco de perfume que
le habían regalado tan especialmente hacía veinte años de un
día como hoy, se fue al suelo, quebrándose en innumerables
fragmentos de vidrio, empapando el aire de su apartamento
de aquel olor tan penetrante. Solo le quedó embadurnarse con
los restos de aquel líquido milagroso por todo su cuerpo. Con
el resto del fluido desperdigado poco más pudo hacer, salvo
lamentarse ante las posibles consecuencias de aquella pérdida.
Metamorfosis y otros relatos 335
21 de diciembre de 1996
Un día como hoy cumplía cuarenta y seis años.
Se había llevado todo el año buscando el perfume por todos
los rincones de Barcelona, por todas las páginas posibles
e imposibles de la red. Pero no encontró nada parecido.
Tampoco había rastro de aquella persona que le había hecho
aquel regalo. También se había evaporado de la ciudad sin
dejar huella.
Era la primera vez que se tenía que enfrentar a su ceremonia
sin su fetiche, sin su bálsamo, sin su fragancia. Aún era su
cumpleaños.
Engalanada recorrió varias líneas de metro solo por el
placer de sentirse observada, admirada, antes de toparse con
su damnificado, de bajarse en la primera estación y tomar
Metamorfosis y otros relatos 337
22 de diciembre de 1996
Un día como ayer había cumplido cuarenta y seis años.
La primera imagen que el espejo del cuarto de baño le
devolvió aquella mañana fue el rostro de una mujer envejecida.
Unas facciones que no aparentaban menos de setenta años.
Rugoso, ajado, marchito por la edad real que hasta hoy mismo
había ocultado en alguna parte de sí misma, y que hoy florecía
repentinamente tras unas pocas horas de sueño
Aun así salió a la calle como si fuese el día de su cumpleaños.
Hizo lo mismo que había venido haciendo los días 21 de
diciembre de los años anteriores, solo que las miradas de
338 Jose Acevedo
sido su vida con él, casi desde que se conocieron hacía casi
veinte años, cómo había soportado en silencio su miedo, su
violencia de todo tipo a costa de su estúpido enamoramiento,
cómo creyó que todo pasaría con el tiempo, que cuando yo
naciera se volvería más persona, más humano... Aquello solo
duró unos meses, cuando todo volvió a la normalidad, a la
rutina del día a día, volvió a ser el de siempre, el que no la
dejaba rebatir sus palabras, el que no la dejaba salir con
nadie, el que no la dejaba vestirse de ninguna forma, el que
no se llevaba bien ni siquiera con su propia familia. “No me
daba dinero para sacarte adelante –me decía–, así que tuve
que volver al trabajo y dejarte con los abuelos a pesar de mi
intención de criarte por mí misma hasta que cumplieras una
edad razonable. Nada, resucitó la bestia que llevaba dentro,
pasó de las palabras a los hechos, hasta aquella noche en la que
llegó antes de la cuenta. Sabía que cualquier día podía ocurrir,
como si le estuviera esperando en la cocina, sin cambiarme ni
nada, alimentándome de toda la fuerza y energía necesaria para
hacer lo que estaba dispuesta a realizar, era su vida o la mía,
pensé también en nosotras, aquello no era lo que tú merecías
como hija, lo hice sin consultártelo, pero no tuve más remedio,
preferí dejarte sin padre a que tú te quedaras sin madre un
día, estaba convencida de ello. Después de lo que viste llamé
a la ambulancia, aunque sabía que no tenía solución. No sentí
piedad, ni pena, ni miedo..., solo alivio, hija. Los abuelos se
hicieron cargo de ti durante el tiempo que tardó la justicia en
impartirse, te echaba mucho de menos porque no me dejaban
verte, pero sabía que estabas bien, que comías, que avanzabas
en los estudios, que eras comedida con tus palabras. Ahora ya
lo sabes, te pido perdón si no hice lo correcto...”
No sé si lo era o no, tampoco me cuestiono los actos de
los mayores; total, para lo que veía a papá, para los gestos de
348 Jose Acevedo
mucho más joven que la que recordaba, aunque sin duda era la
suya. Nada más salir del aseo volvió a sonar el teléfono.
–Carlos, es para ti.
–¿Sí?
–¿No pensabas llamarme, o qué?
–Perdona, pero acabo de levantarme.
–¿Quedamos esta tarde?
–Pues –una larga pausa, como no queriendo decir un
nombre concreto por miedo a equivocarse, decir algo que
pudiera comprometerle del todo al no reconocer aquella voz
que le hablaba con tanta familiaridad y cercanía desde el otro
lado– creo que como siempre.
–Te noto un poco raro, Carlos. ¿Te pasa algo?
–Nada en particular, me acabo de levantar. Bueno, ¿dónde
nos vemos?
–Donde siempre, Carlos. En la parada del autobús.
–Vale, es por si querías cambiar de sitio.
–Llevamos quedando en la parada desde hace un año,
qué sentido tendría cambiar ahora. Allí a las siete. Pero estás
extraño, cariño.
–Quédate tranquila, nos vemos luego.
–Hasta luego, Carlos.
Fue cuando empezaron a regresar a su mente determinados
momentos pasados. Lo de quedar en la parada del autobús
solo podía venir de una persona. Haciendo memoria recordó
que había conocido a Cristina en casa de su amigo Antonio,
debió de ser una tarde de sábado de 1984. Carlos se quedó
un poco pillado por ella nada más verla, por lo que decidió
dar un paso adelante, intentar conquistarla de alguna forma.
Le pidió su número de teléfono, quedaron en algunas
ocasiones, pero sin llegar a lanzarse del todo hasta una noche
en el cine, mientras en la pantalla proyectaban La noche más
362 Jose Acevedo
Un poco más abajo, otro rótulo impreso en papel blanco
con la siguiente inscripción:
Queridos ciudadanos:
Conscientes como somos de las necesidades que atraviesan
nuestros ciudadanos en estos tiempos difíciles, hemos trabajado
arduamente en buscar soluciones definitivas para resolver
vuestros problemas.
Con el apoyo de un gran equipo de médicos y de psicólogos, y
el respaldo de todo el gobierno, hemos ideado la fórmula de los
sueños como garantía para conseguir un mañana mejor.
Confiamos en los resultados plenamente, y en vuestra
comprensión, materializada en el apoyo a nuestros esfuerzos
realizados únicamente en interés de la ciudadanía.
Solamente os pido, como gobernador de esta ciudad, toda
vuestra colaboración más sincera.
A partir de mañana, en el nuevo edificio habilitado junto al
parque de la Libertad, en horario ininterrumpido de 10:00 a 22:00,
os espero para cumplir vuestros sueños, que son también los míos.
Con mis mejores deseos de futuro, que son también los de
mi gobierno, os mando un abrazo cordial.
M (el gobernador)
Metamorfosis y otros relatos 387
volver a jugar aunque fuese con una pelota de trapo; con que
volvían a hacer el amor porque no recordaban cuándo había
sido la última vez; incluso fantasearon con que habían vuelto a
recuperar la fe en su dios... Pero era eso, la ilusión de recuperar
lo que un día fueron en sus tiempos pasados, lo que habían
imaginado durante tantas noches de insomnio.
Días más tarde, los anhelos de un trabajo remunerado,
de una alimentación básica, de ropa, de dinero para pagos
urgentes, de vivienda, de poder desplazarse fuera de la ciudad,
de enseres para la vivienda, de medicamentos básicos, de
atención médica, de atención psicológica, de juguetes para los
menores, de atención religiosa, de atención sexual, de aplazar
el pago de los impuestos, de libros y material escolar, de
productos de limpieza, todos ellos se desvanecieron.
El desasosiego volvió a cundir entre aquellos ciudadanos
que seguían subsistiendo, otros no tuvieron tan buena o tan
mala suerte, según se mire. También entre los gobernantes
de la ciudad comenzó a cundir la desazón, incapaces como
se sentían para encontrar remedio a las necesidades de sus
vecinos.
Se hizo el silencio durante un tiempo. Unos a la espera de
un milagro, los otros aguardando una solución que remediara
el desplome que las encuestas vaticinaban en las próximas
elecciones, cada vez más cercanas.
Ningún comunicado, ninguna nota oficial, ninguna
entrevista, ninguna imagen en los medios. Como encerrados
en sus despachos a cal y canto en busca de una utopía realizable
a un coste razonable para las arcas públicas.
Debió de pasar un mes, o algo más, antes de volver a
escuchar la voz de la portavoz del gobierno en las noticias, de
poder leer un nuevo comunicado en la prensa:
Metamorfosis y otros relatos 389
Queridos ciudadanos:
Conscientes como somos de las tremendas dificultades
encontradas para poder resolver de forma definitiva vuestras
necesidades, este gobierno, conmigo al frente, no ha dejado de
trabajar para buscar soluciones, más allá de la temporalidad de
sueños temporales.
Con el apoyo del mismo equipo de médicos y de psicólogos,
y el respaldo de todo el gobierno, hemos ideado una fórmula
de sueños, de la que estamos convencidos, en esta ocasión, que
colmará por completo vuestras aspiraciones como personas.
El mañana, vuestro futuro, está garantizado gracias a
nuestro trabajo y a vuestros esfuerzos. Solo con el trabajo
conjunto de unos y otros el éxito estará garantizado. Es por
ello por lo que, como gobernador de esta ciudad, vuelvo a
pediros vuestra colaboración más sincera.
A partir de mañana, en el mismo edificio junto al parque
de la Libertad, en horario ininterrumpido de 10:00 a 22:00, os
vuelvo a esperar para cumplir vuestro sueño, que es también
el mío.
Con mis mejores deseos de futuro, que son también los de
mi gobierno, os mando un abrazo cordial
M (el gobernador)
390 Jose Acevedo
• Algo.
• ¿Solo quieres hablar? No sé, me parece aburrido.
• Si quieres que follemos también, estoy dispuesto a todo.
• Hola, me llamo Julieta, soy de Costa Rica, tengo 20 años y muy
buenas curvas. Si quieres podemos intercambiar las fotos, después
ya veremos.
• Hola, Pixie, soy el Gato con Botas.
• Hola, ¿estás casado?
• Solo busco diversión, lo de hablar me resbala.
• ¿Estás castrado?
• ¿Quién de los tres eres?
• No me gustan los ratones.
• Detrás de esos curiosos personajes, seguro que se encuentra una
persona extraña.
• ¿Me das tu número de teléfono?
• Empezar una relación hablando siempre es un buen principio.
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vii
y apretó con todas sus fuerzas, sin que este tuviera tiempo
para reaccionar, para pronunciar alguna palabra de auxilio, ni
siquiera para contemplar por última vez aquel cielo estrellado.
La afonía de la noche seguía presente, el alma de Carlos se hizo
ausente en solo unos instantes.
Todo lo demás fue más fácil de como lo había imaginado.
Deshacerse de la parte del cuerpo que no tenía ninguna utili-
dad para él. Espacio tenía más que suficiente. Por lo demás, el
camino quedaba expedito, solamente le faltaba comprobar que
todo había salido como había imaginado.
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Sociedad Protectora
de Seres Humanos
7 Extracto del relato “El tablero de ajedrez”, del libro Relatos para la tortura
de un abandonado doméstico (Jose Acevedo, 2013. Barcelona: Ediciones Carena).
Metamorfosis y otros relatos 439
8 Extracto del relato “La muerte y la doncella”, del libro Relatos para la tortura
de un abandonado doméstico (Jose Acevedo, 2013. Barcelona: Ediciones Carena).
444 Jose Acevedo
con otras personas, ya fuera por amor, por cariño o por simple
necesidad, egoísmo o costumbre. Todos, sentimientos lícitos.
Pero él no se encontraba en esa posición, aunque tampoco
pudiera quejarse de la vida que llevaba. Tenía un techo, un
trabajo que adoraba, una economía saneada que le permitía
darse caprichos que estaban vedados para otras personas;
además, disfrutaba de la libertad suficiente para hacer lo que le
viniera en gana en cada momento. Pero entiendo que la vida
debe ser algo más que todo esto, le confesaba a su sobrino.
Tal vez fuesen conversaciones que Carlos no llegaba a
comprender muchas veces. Debería andar por los once, los
doce, los trece años. Pero a uno le servían como desahogo,
y al otro para ir comprendiendo, poco a poco, el universo
de los adultos en el que iba adentrándose con los años.
Conversaciones todas ellas que se quedaron marcadas en la
conciencia de Carlos durante mucho tiempo, incluso hoy que
había superado con creces los cuarenta años, y su tío había
fallecido hacía más de veinte.
Deberíamos andar por 1980. La ilusión por el color se
había hecho más pronunciada. Carlos estaba en el instituto,
Lucas en su taller. Uno, en torno a los quince años; el otro, a
los cincuenta. Fue cuando le contó su tercera historia. Justo
después de perder a Dolores, conoció a Carmen, una mujer
varios años mayor que él. Aunque era del todo imposible
que aquella relación pudiera traerles descendencia, él abrió la
puerta a la misma aunque solo fuese por el hecho de sentirse
acompañado, de no tener que recorrer el camino que le
quedara en solitario. Más como un consuelo que como una
esperanza. No seguir durmiendo sobre una cama fría, poder
compartir una conversación durante la cena, una puesta de sol
en el Mediterráneo, un crucero por las calas de la Costa Brava
los domingos, una mesa en un chiringuito en los días en que
452 Jose Acevedo
Para Covadonga.