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Golpe de 6 de Septiembre de 1930

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GOLPE DE 6 DE SEPTIEMBRE DE 1930

CAUSAS:

1. La crisis económica mundial de 1929, tuvo inmediatas repercusiones en la economía


Argentina. Los ingresos de la Aduana disminuyeron debido a la disminución del
comercio internacional, quebrando numerosas empresas y comercios. El peso nacional
perdió valor, disminuyeron las exportaciones y las importaciones, y esto fue
acompañado por una baja en los salarios y por una creciente desocupación.
2. Los problemas económicos enfrentaron al gobierno de Yrigoyen con todos los
grupos sociales que lo habían apoyado. Las principales entidades que agrupaban a los
terratenientes y exportadores se aliaron contra Yrigoyen y buscaron el apoyo de
grupos del Ejército.
3. En 1929 todo el sistema de control del gobierno radical, dependía de seguir
manteniendo alto el gasto público. Ante la crisis, Yrigoyen disminuyó su ritmo hasta
que llegó un momento en el que resultó insuficiente para sostener la estructura
creada. Los sueldos de la administración pública comenzaron a atrasarse y no se
creaban nuevos cargos estatales. En los meses previos al golpe, el gobierno redujo aún
más el gasto e intentó despedir a empleados públicos. Todo esto provocó el derrumbe
del apoyo de las clases medias al gobierno.
4. El descontento militar con la administración yrigoyenista, producida por el
desplazamiento de aquellos militares que habían acompañado la gestión de Alvear y
por el sistema de ascensos y promociones por el que muchos se sentían perjudicados.
5. El avance de una corriente de opinión antidemocrática que ponía en duda los
beneficios del voto universal y que advertía sobre la necesidad de gobiernos fuertes
como única garantía de orden cuando los desbordes provocados por líderes
demagógicos (como ellos calificaban a Yrigoyen) volvían ingobernables a los sectores
populares. En síntesis, ante la crisis, el sistema liberal democrático era incapaz de
revertir la situación.
6. El avance del discurso nacionalista, que definía a la democracia como “la dictadura
incontrolable de la chusma y de los demagogos”. Con influencias de la derecha
autoritaria europea, estas ideas adquirieron rápida difusión en algunos medios de
prensa, en sectores medios y altos y en algunos sectores del Ejército. Grupos como la
“Liga Republicana” crearon un clima de violencia en las calles para generar la idea de
desgobierno. Lentamente fue tomando forma la idea de presentar al Ejército como el
instrumento más preparado para superar la crisis y regenerar los valores perdidos por
la demagogia imperante.
7. El Congreso había dejado de ser operativo como cuerpo legislativo, y en esto le cabia
una gran responsabilidad a los legisladores yrigoyenistas.

Estaban dadas las condiciones para el golpe.

Un poco de historia, sobre el Golpe de 1930


El segundo gobierno de Yrigoyen no fue como el primero. Su salud estaba mal y su capacidad
política menguada. Del mismo modo su armado político no tenía la misma fortaleza de 1916. El
radicalismo divido, enfrentado con buena parte del ejercito, jaqueado por la crisis
internacional de 1929, su segunda mandato naufraga sin rumbo y la oposición política y militar
contaba los días.

Como fueron los meses previos al golpe del 6 de septiembre de 1930. Por un lado, la
conspiración militar era de carácter secreto. Los partidos opositores coordinan, en el plano
público, ganar la calle realizando numerosas movilizaciones donde asisten la militancia
partidaria y el público en general. A partir de julio de 1930 la tensión fue creciendo. Toda la
oposición en el Congreso, sin exclusiones, se reunió para crear una suerte de frente que
encaró la realización de una serie de actos en teatros y plazas donde los oradores aumentaban
sus críticas contra el gobierno.

La oposición controlaba muchos medios de comunicación que le otorgaban un espacio más


que considerable para las acusaciones y las críticas al gobierno. En el mes de agosto, cuando se
profundiza el enfrentamiento queda en evidencia la complicidad de la prensa con la oposición.

La historia nos enseña que cuando se hace una “revolución” de este tipo, se va generando la
circunstancia propicia para que estalle. Generalmente se producen actos por parte del
gobierno al que se trata de derrocar, actos ante los cuales la oposición reacciona, creándose
un contrapunto de oposición y gobierno que culmina con el Golpe de Estado. Lo curioso de
este caso es que el gobierno, Yrigoyen, no hizo nada, excepto generar algún acto
administrativo ineludible como la designación del Presidente de la Corte o algún que otro
decreto sin mayor importancia.

Hipólito Yrigoyen en el Tedeum del 25 de mayo de 1930, meses antes del golpe.

El gobierno radical daba la sensación de ser un muñeco inmóvil, una suerte de “puchingball”
sobre el cual se descargaban las trompadas más feroces sin que reaccionase. La única
respuesta, a fines de agosto del año 30, fueron una serie de manifestaciones relativamente
numerosas en defensa del gobierno organizadas por el “Klan Radical” (sí, con K).
Manifestaciones éstas a la que no asistían las capas medias que habían votado al viejo caudillo,
ni el movimiento obrero que permanecía indiferente ante la situación. Estas movilizaciones
estaban conformadas por lo que podía reunir los comités de os barrios más humildes, que
desfilaron por las calles de Buenos Aires profiriendo “vivas a Yrigoyen” y “mueras contra sus
opositores”; aunque sin mayor repercusión, salvo, algún tiroteo que no causó más que un
susto en el vecindario.

La intención conspiradora seguía presente en los diarios a un ritmo cada vez más acelerado
con presunciones y profecías sobre cuando estallaría la revolución que derrocaría al
presidente. Algunos diarios opositores, sobre todo “Crítica” y “La Razón”, escribían cosas
terribles sobre el presidente. Se fabulaba con la personalidad del presidente; con su
enfermedad, de la que decían cosas soeces y desagradables; con su vida privada, llegando
hasta lo obsceno… sin que hubiese reacción alguna por parte del gobierno (en términos
político electorales cambiaron las cosas, pero no tanto, ¿no?).
En los primeros días de septiembre renunció el Ministro de Guerra, impotente para detener el
complot militar que ya se había introducido dentro del gobierno, produciendo intrigas
palaciegas (algunos autores mencionan una conspiración palaciega en marcha, una variedad
de golpe institucional que consistía en lograr la dimisión de Yrigoyen para que asumiera el
vicepresidente Martínez la Presidencia y así terminar el mandato. Pero la intriga fracasó y
Martínez fue obligado a renunciar. Llegó a ser presidente durante 25 horas.). Yrigoyen quedó
solo, aislado y físicamente endeble; desde su apatía, le restaba importancia a la sublevación.
Mientras tanto en el ámbito militar, la gente de Justo ya había logrado copar el contenido
político de la revolución. El “Manifiesto de la Revolución”, redactado originariamente por
Leopoldo Lugones iba a ser enmendado a fin de quitarle los peligrosos interrogantes que abría
sobre un futuro excesivamente autócrata y cesarista. La filosofía de la revolución sería otra a la
imaginada por su jefe y los nacionalistas.

Desde lo militar, ¿cómo fue orquestado el Golpe?

Desde el punto de vista estrictamente militar la conspiración no crecía. No conseguía adeptos.


Solamente se había logrado el compromiso de las autoridades del Colegio Militar, algunos
aviadores de la base aérea de El Palomar y varios oficiales sin mando de tropa. La mayoría de
la oficialidad se limitaba a escuchar a los golpistas pero sin comprometer su palabra de sacar
las tropas a la calle. No obstante el golpe ya estaba en marcha y no se podría volver atrás. Lo
harían con lo poco que había (gran diferencia de los golpes que vendrían en la historia
argentina) y se contaba con la pasividad de los no comprometidos, el mejor ingrediente.

El 4 de septiembre hubo una manifestación, donde se produjo una esperada y necesaria


tragedia: en un tiroteo cae muerto un tal Juvencio Aguilar, que lo suponen estudiante pero en
realidad era un trabajador bancario. La sublevación golpista requiere de un “mártir” y no
importaba la identidad del mismo. Se lo vela en la Facultad de Medicina adonde se dirigen
miles de estudiantes y al poco tiempo el velorio es una multitud enardecida. Para terminar el
cuadro necrofílico, el detalle: los estudiantes (en su mayoría fanáticos antipersonalistas de las
clases acomodadas de Buenos Aires) mojan sus pañuelos en la sangre del caído y se dirigen por
las calles de la ciudad, agitando los pañuelos al grito de: “¡Si quieren sangre, le daremos
sangre! ¡A las armas, a la muerte!

El 6 de septiembre, el General José Félix Uriburu Uriburu consiguió sacar a los cadetes del
Colegio Militar y avanzó lentamente sobre Buenos Aires. La columna militar no era numerosa y
se le sumaron, en la marcha, numerosos grupos de civiles entusiasmados que en pocas horas
se transformó en una importante cantidad de gente. Los jefes militares encabezaban la
columna en un automóvil descubierto cubierto de flores que les arrojaban desde las ventanas.
No parecía una revolución sino un “desfile cívico extraordinario”… “fue un paseo de un general
retirado al frente de un puñado de cadetes, que nadie pudo detener porque lo hacía
invulnerable la presencia del pueblo. Y ningún militar entre los defensores del gobierno se
sentía tan divorciado del pueblo como para ametrallarlo” (José María Rosa “Historia
Argentina”, Tomo 11).
Un coche cargado de cadetes avanza rumbo a la Casa Rosada entre civiles que los vitorean.
6/9/30

Desde el punto de vista militar la tropa era insignificante y vulnerable. Su éxito no debe
atribuirse a la fuerza material desplegada (600 cadetes y 900 soldados formaban la columna)
sino al ascendiente psicológico que se impuso sobre la población porteña exaltada y,
fundamentalmente, a la parálisis del gobierno.

El ambiente estaba formado de tal manera que no había posibilidad de resistencia. Yrigoyen,
enfermo, había delegado el mando en su vicepresidente Enrique Martínez. Aunque era una
manera de despejar un poco el horizonte, las presiones para que Yrigoyen renunciase eran tan
grandes que ni siquiera ese gesto bastó. Finalmente, Uriburu llegó a la Casa de Gobierno
después de un confuso tiroteo en la Plaza del Congreso. En un salón de la Casa Rosada obligó a
renunciar al vicepresidente y se hizo cargo del gobierno de facto. Estos fueron los hechos
concretos.

En la tarde del 6 de septiembre en el cuartel del Regimiento 7 de la ciudad de La Plata, adonde


Yrigoyen se había dirigido, le entrega la renuncia al jefe de la unidad militar. Estaba abatido y
enfermo. Hubo orden de que se le pusiese en libertad, más cuando el jefe se lo comunicó D.
Hipólito responde ceremoniosamente: “Me quedo aquí si me lo permiten, pues no tengo
adonde ir”. A esa misma hora una turba descontrolada asaltaba la vieja casona del caudillo de
Balvanera en la calle Brasil y quemaba sus pertenencias. Hubo serios desbordes, pero a las
pocas horas se restablecía la calma en la ciudad porque el “gobierno revolucionario” se decidía
a decretar la Ley Marcial.

El gobierno de Yrigoyen cae frente a la hostilidad de la clase media y la indiferencia del


movimiento obrero. La causa íntima por la cual el radicalismo pierde sus antiguas bases y no
conquista nuevas es que durante todo el gobierno radical éste no aplica ningún plan concreto
que modifique siquiera el antiguo régimen económico social: En 1930 la oligarquía
terrateniente sigue rigiendo la economía del país. Por más que intentó, Yrigoyen no hizo nada
concreto por evitarlo. La vaguedad ideológica y la vacilación política ante la crisis que enfrenta
el mundo se tradujeron en una completa incapacidad de reacción frente a la oligarquía
reaccionaria, más decidida y con objetivos más claros. El apoyo popular que Yrigoyen recibió
en 1928 en 1930 estaba extenuado como el anciano caudillo. El de 1916 era una pagina
olvidada de la historia.

Para terminar, que mejor que una reflexión de José María Rosa que pone en su justo valor
histórico los hechos más arriba narrados: “A Yrigoyen no lo sacó nadie. Se derrumbó solo,
porque la vejez y la declinación mental extremaron sus defectos. Porque, bien lo sabía al no
querer la presidencia en 1916, era un caudillo y no un gobernante. Y el yrigoyenismo
desapareció porque, como sucede a todos los caudillos, no supo educar discípulos. Aunque el
impulso nacionalista y popular no se extinguiría… pero eso es otra historia”.

El golpe militar del 6 de septiembre de 1930 fue liderado por el general José Félix Uriburu y
derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen de la Unión Cívica Radical, quien había sido elegido
para su segundo mandato en 1928.
El general José Félix Uriburu se puso en marcha hacia la Casa Rosada en la mañana del sábado
6 de septiembre de 1930 al frente de menos de dos mil efectivos, contando los cadetes del
Colegio Militar.

A las 18 horas de ese día ocupó el despacho presidencial. El domingo 7 dictó el decreto
disolviendo el Congreso y declaró en comisión al Poder Judicial, es decir que todos los
magistrados podían ser removidos sin juicio político. El lunes 8 el presidente, el vicepresidente
y los ministros del gabinete del gobierno de facto instalado juraron sus cargos en la Casa
Rosada con el imponente marco de una manifestación popular que colmaba la Plaza de Mayo.

Uriburu le envió una nota a la Corte en la que le hacía saber la instalación del gobierno
provisional. El 14 de septiembre los ministros de la Corte visitaron personalmente a Uriburu y
le entregaran una acordada antedatada (con fecha 10 de septiembre) en la que se reconocía la
legalidad de los gobiernos de facto. Este hecho origina la llamada “doctrina de los gobiernos de
facto”, que más adelante sería utilizada para legitimar todos los demás gobiernos militares.

“Que, el gobierno provisional que acaba de constituirse en el país, es, pues, un gobierno de
facto cuyo título no puede ser judicialmente discutido con éxito por las personas en cuanto
ejercita la función administrativa y política derivada de su posesión de la fuerza como resorte
de orden…” Acordada de la Corte Suprema de Justicia de la Nación sobre reconocimiento del
Gobierno Provisional de la Nación, 10 de septiembre de 1930.

Uriburu designó a un civil en el cargo de Ministro de Economía, José S. Pérez, vinculado a los
grandes terratenientes y a los sectores más conservadores.

Uriburu básicamente representó en aquel momento ante todo un nacionalismo católico


neocorporativista. Inclusive el proyecto de constitución neocorporativa que tenía Uriburu y sus
sectores era un sistema neocorporativo mixto. Querían que hubiera una cámara corporativa,
por ejemplo, con representación de sindicatos, empresarios y otra cámara con representación
política. Eran proyectos neocorporativos, ideológicamente muy tributarios del nacionalismo
católico, que desde los años ’20 venía creciendo en Argentina.

Uriburu le encomendó al poeta Leopoldo Lugones la redacción de la proclama revolucionaria,


pero la primera versión fue acusada de fascista por parte del coronel José María Sarobe y el
general Agustín P. Justo, que representaban el liberalismo conservador tradicional de la
Argentina. Lugones debió entonces modificarla. Este texto llamado «La hora de la espada»
anunciaba el deterioro de la democracia, su inestabilidad y su devenir hacia la demagogia.

Una de las primeras medidas de Uriburu fue establecer una estructura estatal represiva ilegal,
creando una "sección especial" de la policía para utilizar sistemáticamente la tortura contra los
opositores, siendo la primera en utilizar la electricidad con tal fin, mediante las picanas
diseñadas para el ganado.6La Sección Especial continuó en actividad en los gobiernos
posteriores e intervino en 1951 en las torturas del llamado Caso Bravo durante el gobierno de
Juan Domingo Perón.

Al no tener apoyo político para instaurar el régimen político que se proponía, Uriburu llamó a
elecciones pero dispuso proscribir la participación en ellas del radicalismo. La reinstauración
democrática fue falaz, restringida y controlada por las Fuerzas Armadas y dio origen a una
serie de gobiernos conservadores fraudulentos y corruptos que fueron conocidos como la
Década Infame. El 20 de febrero de 1932, el general José Félix Uriburu le entregó el poder al
general Agustín P. Justo, verdadera fuerza material del golpe de Estado; que si bien proponía
este, pretendía un gobierno democrático conservador y restringido.

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