Golpe de 6 de Septiembre de 1930
Golpe de 6 de Septiembre de 1930
Golpe de 6 de Septiembre de 1930
CAUSAS:
Como fueron los meses previos al golpe del 6 de septiembre de 1930. Por un lado, la
conspiración militar era de carácter secreto. Los partidos opositores coordinan, en el plano
público, ganar la calle realizando numerosas movilizaciones donde asisten la militancia
partidaria y el público en general. A partir de julio de 1930 la tensión fue creciendo. Toda la
oposición en el Congreso, sin exclusiones, se reunió para crear una suerte de frente que
encaró la realización de una serie de actos en teatros y plazas donde los oradores aumentaban
sus críticas contra el gobierno.
La historia nos enseña que cuando se hace una “revolución” de este tipo, se va generando la
circunstancia propicia para que estalle. Generalmente se producen actos por parte del
gobierno al que se trata de derrocar, actos ante los cuales la oposición reacciona, creándose
un contrapunto de oposición y gobierno que culmina con el Golpe de Estado. Lo curioso de
este caso es que el gobierno, Yrigoyen, no hizo nada, excepto generar algún acto
administrativo ineludible como la designación del Presidente de la Corte o algún que otro
decreto sin mayor importancia.
Hipólito Yrigoyen en el Tedeum del 25 de mayo de 1930, meses antes del golpe.
El gobierno radical daba la sensación de ser un muñeco inmóvil, una suerte de “puchingball”
sobre el cual se descargaban las trompadas más feroces sin que reaccionase. La única
respuesta, a fines de agosto del año 30, fueron una serie de manifestaciones relativamente
numerosas en defensa del gobierno organizadas por el “Klan Radical” (sí, con K).
Manifestaciones éstas a la que no asistían las capas medias que habían votado al viejo caudillo,
ni el movimiento obrero que permanecía indiferente ante la situación. Estas movilizaciones
estaban conformadas por lo que podía reunir los comités de os barrios más humildes, que
desfilaron por las calles de Buenos Aires profiriendo “vivas a Yrigoyen” y “mueras contra sus
opositores”; aunque sin mayor repercusión, salvo, algún tiroteo que no causó más que un
susto en el vecindario.
La intención conspiradora seguía presente en los diarios a un ritmo cada vez más acelerado
con presunciones y profecías sobre cuando estallaría la revolución que derrocaría al
presidente. Algunos diarios opositores, sobre todo “Crítica” y “La Razón”, escribían cosas
terribles sobre el presidente. Se fabulaba con la personalidad del presidente; con su
enfermedad, de la que decían cosas soeces y desagradables; con su vida privada, llegando
hasta lo obsceno… sin que hubiese reacción alguna por parte del gobierno (en términos
político electorales cambiaron las cosas, pero no tanto, ¿no?).
En los primeros días de septiembre renunció el Ministro de Guerra, impotente para detener el
complot militar que ya se había introducido dentro del gobierno, produciendo intrigas
palaciegas (algunos autores mencionan una conspiración palaciega en marcha, una variedad
de golpe institucional que consistía en lograr la dimisión de Yrigoyen para que asumiera el
vicepresidente Martínez la Presidencia y así terminar el mandato. Pero la intriga fracasó y
Martínez fue obligado a renunciar. Llegó a ser presidente durante 25 horas.). Yrigoyen quedó
solo, aislado y físicamente endeble; desde su apatía, le restaba importancia a la sublevación.
Mientras tanto en el ámbito militar, la gente de Justo ya había logrado copar el contenido
político de la revolución. El “Manifiesto de la Revolución”, redactado originariamente por
Leopoldo Lugones iba a ser enmendado a fin de quitarle los peligrosos interrogantes que abría
sobre un futuro excesivamente autócrata y cesarista. La filosofía de la revolución sería otra a la
imaginada por su jefe y los nacionalistas.
El 6 de septiembre, el General José Félix Uriburu Uriburu consiguió sacar a los cadetes del
Colegio Militar y avanzó lentamente sobre Buenos Aires. La columna militar no era numerosa y
se le sumaron, en la marcha, numerosos grupos de civiles entusiasmados que en pocas horas
se transformó en una importante cantidad de gente. Los jefes militares encabezaban la
columna en un automóvil descubierto cubierto de flores que les arrojaban desde las ventanas.
No parecía una revolución sino un “desfile cívico extraordinario”… “fue un paseo de un general
retirado al frente de un puñado de cadetes, que nadie pudo detener porque lo hacía
invulnerable la presencia del pueblo. Y ningún militar entre los defensores del gobierno se
sentía tan divorciado del pueblo como para ametrallarlo” (José María Rosa “Historia
Argentina”, Tomo 11).
Un coche cargado de cadetes avanza rumbo a la Casa Rosada entre civiles que los vitorean.
6/9/30
Desde el punto de vista militar la tropa era insignificante y vulnerable. Su éxito no debe
atribuirse a la fuerza material desplegada (600 cadetes y 900 soldados formaban la columna)
sino al ascendiente psicológico que se impuso sobre la población porteña exaltada y,
fundamentalmente, a la parálisis del gobierno.
El ambiente estaba formado de tal manera que no había posibilidad de resistencia. Yrigoyen,
enfermo, había delegado el mando en su vicepresidente Enrique Martínez. Aunque era una
manera de despejar un poco el horizonte, las presiones para que Yrigoyen renunciase eran tan
grandes que ni siquiera ese gesto bastó. Finalmente, Uriburu llegó a la Casa de Gobierno
después de un confuso tiroteo en la Plaza del Congreso. En un salón de la Casa Rosada obligó a
renunciar al vicepresidente y se hizo cargo del gobierno de facto. Estos fueron los hechos
concretos.
Para terminar, que mejor que una reflexión de José María Rosa que pone en su justo valor
histórico los hechos más arriba narrados: “A Yrigoyen no lo sacó nadie. Se derrumbó solo,
porque la vejez y la declinación mental extremaron sus defectos. Porque, bien lo sabía al no
querer la presidencia en 1916, era un caudillo y no un gobernante. Y el yrigoyenismo
desapareció porque, como sucede a todos los caudillos, no supo educar discípulos. Aunque el
impulso nacionalista y popular no se extinguiría… pero eso es otra historia”.
El golpe militar del 6 de septiembre de 1930 fue liderado por el general José Félix Uriburu y
derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen de la Unión Cívica Radical, quien había sido elegido
para su segundo mandato en 1928.
El general José Félix Uriburu se puso en marcha hacia la Casa Rosada en la mañana del sábado
6 de septiembre de 1930 al frente de menos de dos mil efectivos, contando los cadetes del
Colegio Militar.
A las 18 horas de ese día ocupó el despacho presidencial. El domingo 7 dictó el decreto
disolviendo el Congreso y declaró en comisión al Poder Judicial, es decir que todos los
magistrados podían ser removidos sin juicio político. El lunes 8 el presidente, el vicepresidente
y los ministros del gabinete del gobierno de facto instalado juraron sus cargos en la Casa
Rosada con el imponente marco de una manifestación popular que colmaba la Plaza de Mayo.
Uriburu le envió una nota a la Corte en la que le hacía saber la instalación del gobierno
provisional. El 14 de septiembre los ministros de la Corte visitaron personalmente a Uriburu y
le entregaran una acordada antedatada (con fecha 10 de septiembre) en la que se reconocía la
legalidad de los gobiernos de facto. Este hecho origina la llamada “doctrina de los gobiernos de
facto”, que más adelante sería utilizada para legitimar todos los demás gobiernos militares.
“Que, el gobierno provisional que acaba de constituirse en el país, es, pues, un gobierno de
facto cuyo título no puede ser judicialmente discutido con éxito por las personas en cuanto
ejercita la función administrativa y política derivada de su posesión de la fuerza como resorte
de orden…” Acordada de la Corte Suprema de Justicia de la Nación sobre reconocimiento del
Gobierno Provisional de la Nación, 10 de septiembre de 1930.
Uriburu designó a un civil en el cargo de Ministro de Economía, José S. Pérez, vinculado a los
grandes terratenientes y a los sectores más conservadores.
Una de las primeras medidas de Uriburu fue establecer una estructura estatal represiva ilegal,
creando una "sección especial" de la policía para utilizar sistemáticamente la tortura contra los
opositores, siendo la primera en utilizar la electricidad con tal fin, mediante las picanas
diseñadas para el ganado.6La Sección Especial continuó en actividad en los gobiernos
posteriores e intervino en 1951 en las torturas del llamado Caso Bravo durante el gobierno de
Juan Domingo Perón.
Al no tener apoyo político para instaurar el régimen político que se proponía, Uriburu llamó a
elecciones pero dispuso proscribir la participación en ellas del radicalismo. La reinstauración
democrática fue falaz, restringida y controlada por las Fuerzas Armadas y dio origen a una
serie de gobiernos conservadores fraudulentos y corruptos que fueron conocidos como la
Década Infame. El 20 de febrero de 1932, el general José Félix Uriburu le entregó el poder al
general Agustín P. Justo, verdadera fuerza material del golpe de Estado; que si bien proponía
este, pretendía un gobierno democrático conservador y restringido.