Naturaleza y Sociedad
Naturaleza y Sociedad
Naturaleza y Sociedad
EUROCÉNTRICO
DOI: 10.17151/luaz.2017.44.21
RESUMEN
Este trabajo tiene por objetivo el desarrollo de una revisión y una reflexión acerca de la evolución de los
vínculos entre naturaleza-sociedad y sus tendencias. Metodológicamente, en la primera parte, se
describen estas relaciones en los diferentes periodos históricos y las interacciones que las caracterizaron.
En la segunda parte se presentan las grandes tendencias que han guiado el pensamiento en torno a la
relación naturaleza-sociedad, definidas como la tendencia naturalista, ecologista y ambiental, y se analiza
cómo esta última permeó el enfoque del desarrollo durante el siglo XX y dio paso a la propuesta de
desarrollo sostenible. Finalmente, se establecen los diferentes discursos que enmarcan la
problematización de la relación naturaleza-sociedad dentro del marco del desarrollo sostenible.
PALABRAS CLAVE
ABSTRACT
The objective of this work is to develop a review and reflection on the evolution of the links between nature-
society and its trends. Methodologically, in the first part these relations in different historical periods and
the interactions that characterized them are described. In the second part the major trends that have guided
the thinking around a nature-society relationship, defined as the naturalist, ecologist and environmental
tendency are presented, and how the latter permeated the focus of development in the twentieth century
and gave way to the proposal of sustainable development is analyzed. Finally, the different discourses that
frame the problematization of the nature-society relationship within the framework of the sustainable
development are established.
KEY WORDS
INTRODUCCIÓN
METODOLOGÍA
La revisión de los hechos históricos se realiza desde un enfoque hermenéutico de perfil filosófico, propio
de las ciencias humanas, que contribuye a la interpretación de los procesos civilizatorios en su
determinado contexto histórico y social, a pesar de la diversidad de significados que dicho contexto
espacio-temporal permite de acuerdo a lo investigado y a la visión de los investigadores.
El enfoque metodológico cualitativo presenta varios momentos descriptivos que permiten analizar los
conceptos: naturaleza y sociedad; reflexionar sobre las grandes tendencias: naturalista, ecologista y
ambiental; e interpretar cómo influyeron en el enfoque del desarrollo durante los últimos siglos y el
desarrollo sostenible de las últimas décadas. Finalmente, se presenta otro momento interpretativo desde
la perspectiva de los autores por medio del cual se reseñan algunos discursos que tratan sobre la
problematización de la relación naturaleza-sociedad en el contexto del desarrollo sostenible.
RESULTADOS
La naturaleza ha sido objeto de uso, apropiación y explotación para el ser humano y para la sociedad y
esto ha impactado de manera negativa en las condiciones de los recursos naturales necesarios para la
vida. El abordaje de esta problemática se llevará a cabo mediante la revisión de los inicios y la evolución
de la relación naturaleza-sociedad, así como la manera en que estos elementos determinaron una
tendencia en el uso y manejo con la generación de impactos negativos que aún hoy no se han podido
mitigar.
Desde el punto de vista de los procesos civilizatorios, en principio, la relación que existió entre el hombre
y la naturaleza fue recíproca y de mutua transformación en las diversas culturas, representada en una
concepción integradora (Martínez, 2001, p. 4) “y unificadora del contenedor y del contenido [que] en lugar
de establecer jerarquías, instaura lazos de continuidad y reciprocidad entre lo viviente y lo inerte, como
elementos conformadores de una cultura, donde todo se re-crea y se renueva (Grillo, 1993, p. 15)” (Flórez
& Mosquera, 2013, p. 86). “Desde la aparición de la especie humana, el hombre está transformando la
naturaleza (…) como cualquier otro viviente, el hombre toma recursos para asegurarse su supervivencia
y devuelve la materia empleada” (Corte Constitucional, 2012, p. 28).
Luego de la última era glacial y a partir de la revolución agrícola se inicia una nueva sociedad en
la que se empieza a desarrollar la habilidad que el ser humano posee, para separar lo externo de
lo interno y se genera la expansión del conocimiento. (Flórez & Mosquera, 2013, p. 85)
Varios autores, tales como Rengifo (1993), Ost (1996), Martínez (2001) y Mosquera & Flórez (2009),
coinciden en que con la aparición de la agricultura, hace cien mil años, acontecieron grandes cambios:
comenzó la domesticación de especies de animales silvestres, surgió la cría y la labranza. A las plantas
útiles se les protege de la competencia (hierbas malas) y de los consumidores potenciales, se les brinda
aguay nutrientes (fertilizantes), mientras que a los animales se les resguarda de los depredadores y se
alimentan para lograr su crecimiento óptimo.
Según Nebel & Wrigth (1999), con los años la crianza selectiva modifica o mejora significativamente casi
todas las especies domésticas de plantas y animales, haciendo que sean muy distintas de sus
antepasados silvestres. Esta práctica agrícola requirió asentamientos poblacionales permanentes, la
especialización y la división del trabajo, así como las posibilidades de un avance tecnológico que originó
mejores herramientas, mejores moradas y mejores medios para transportar agua y materiales vitales;
comenzó el intercambio con otras poblaciones y con esto se originó el comercio y la formación de las
civilizaciones.
De lo anterior se deduce que, con la llegada de la agricultura y la ganadería, el hombre alcanzó una
independencia y separación de la naturaleza. Se volvió necesario y apropiado convertir los sistemas
naturales en agricultura, conquistar y explotar la naturaleza para sostener el crecimiento de las
poblaciones, modificar los ecosistemas, identificar enemigos naturales (hierbas malas, insectos y
depredadores) que interferirían con la producción agrícola; de otra parte, se explotaron otras especies,
incluso hasta extinguirlas, solo por los beneficios para las poblaciones, sin asumir las consecuencias
reales inmediatas (Nebel & Wrigth, 1999). De estas transformaciones da cuenta la antropología social y
los estudios culturales, que al respecto “han estado involucrados en procesos de crítica auto-reflexiva,
que han sido estimulados por ideas post-estructuralistas y postmodernistas” (Wade, 2011, p. 15).
A medida que las civilizaciones avanzaron, la relación sociedad-naturaleza sufrió modificaciones que
pasaron de una visión sagrada propia del mundo antiguo [en la que, según Lobo (2004), lo eterno/lo
espiritual se concibe en la naturaleza y se representa en dioses y semidioses que son reflejo de la
naturaleza misma], para dar inicio a una visión antropocéntrica en el mundo greco-romano (en tanto lo
espiritual se percibe fuera de la naturaleza y puede ser confinado dentro de templos sagrados), la cual se
consolida en la Edad Media y la época industrial (ya que, de un lado, admite lo espiritual al interior del ser
humano y, al mismo tiempo, lo faculta a usar y abusar de la naturaleza) y se transforma por último en una
visión ambientalista de la relación ser humano-naturaleza (en la medida en que se advierte lo finito de los
recursos naturales, la crisis planetaria y la necesidad de alimentar en el tiempo el papel
simbólico/estético/funcional de las configuraciones espaciales producidas por el ser humano como un
conjunto de signos cuyo significado es el espacio mismo).
Los procesos civilizatorios demandaron más del entorno, con las consecuentes modificaciones y las
transformaciones de los sistemas naturales y sociales. Esto se evidencia en las sociedades esclavistas y
feudales que se desarrollaron alrededor de la tierra, el poder del dominio y la propiedad sobre ella. Durante
el período de las grandes civilizaciones e imperios estudiados desde el enfoque eurocéntrico, los recursos
se aprovecharon sin límite y se acentuaron los intercambios comerciales. La esclavitud sobre los pueblos
conquistados y la imposición de la cultura, fueron una constante para los períodos de conquista del mundo
antiguo, propiciados por los pueblos babilónico, persa, griego y romano.
La Edad Media comparte con las culturas precristianas la consideración del ser humano como parte
inseparable de su entorno natural; de otro modo, no existe la distinción entre sujeto-hombre y objeto-
naturaleza. En el feudalismo, la naturaleza es objeto de su acción tecnológica sin dejar de verla y de
sentirla, como el sujeto de su economía, de su derecho y de su religión. En este sentido, el hombre
medieval logra restablecer un equilibrio con la naturaleza que la religión y la magia avalan. Se da una
alternancia en la acción del hombre y del animal, del hombre y de la naturaleza en general, lo cual está
en la base de las relaciones feudales con el medio natural, pero es asimétrica dado que las grandes
calamidades y epidemias, como las catástrofes naturales, muestran la dependencia del hombre para con
la naturaleza.
Las situaciones de emergencia son demasiado cotidianas para olvidarlas, arrasan las obras económicas
laboriosamente conquistadas y solo la religión, en simbiosis con la superstición, puede explicarlas y
aplacarlas. Es así como la mentalidad medieval subordinada a la razón sobrenatural, domina la práctica
económica y social y su relación con la naturaleza, dejando en manos de Dios, el diablo o los astros, la
solución (Barros, 1997).
Con el avance de los procesos civilizatorios, la indagación filosófica y los nuevos descubrimientos
científicos, a finales del siglo XVII se produjo un nuevo cambio tecnológico promovido por Francis
Bacon, Rene Descartes e Isaac Newton que, desde un sentido crítico, lógico y analítico pretendía
descomponer todos en partes, concebía a la mente un poder absoluto y a la razón la potestad de
resolverlo todo. La separación entre mente y cuerpo, energía y materia y la concepción de mente
sobre materia, propuesta por la filosofía cartesiana estableció las bases de la indagación científica
y dio origen a la revolución industrial desde una concepción mecanicista-tecnológica [ONU, 1992].
(Flórez & Mosquera, 2013, p. 87)
Si bien, desde la mecánica newtoniana se concebía un universo regido por leyes naturales, eternas e
inmutables, dicha noción fue rebatida desde muchos frentes. Por ejemplo, con el descubrimiento de Max
Planck en 1900 sobre la discontinuidad de la energía expresada en “cuantos” (Usi, 2008) y la propuesta
sobre la relatividad (Einstein, 1916), se obtuvieron nuevas descripciones del tiempo que generaron
situaciones de crisis en los enfoques filosóficos del pensamiento occidental.
Al mismo tiempo, filosofías orientales como: Hinduismo, Budismo, Taoísmo, Zen, practicadas por Capra,
Heisenberg, Chew y otros físicos y pensadores occidentales, contribuyeron activa y radicalmente a que
estos científicos percibieran el mundo físico de otra manera y tuvieran una nueva visión de la realidad; en
forma más ecológica y en total armonía con las tradiciones espirituales (Andrade, Cadenas, Pachano,
Pereira & Torres, 2002).
De esta manera, los aportes de Capra (1994) condujeron a que a mediados del siglo pasado Ludwig von
Bertalanffy formulara la teoría general de los sistemas, sustentada en una concepción ontológica,
epistemológica y ética, que fue extrapolada de las ciencias exactas a las ciencias sociales y demás ramas
del conocimiento para la interpretación de las múltiples interacciones y factores presentes en la realidad,
como aspectos a los cuales debe adaptarse el ser humano en razón de su condición histórico evolutiva
(Bertalanffy, 1994).
A partir de la Teoría General de los Sistemas, durante las últimas dos décadas del siglo pasado, comenzó
a gestarse un cambio paradigmático interdisciplinar (Mandressi, 2001) que aborda conceptos
interactuantes como, estabilidad/inestabilidad (Shorman, 1989), orden/desorden (Capra, 1994),
relaciones rizomáticas de pasado/futuro (Alarcón & Gómez, 1999) y relaciones espacio-temporales
(Sheldrake, 1990); estudia las características relevantes de los sistemas complejos: su propósito,
equilibrio, adaptabilidad, “autoorganización” (Maturana, 1997), interacción continua, articulación no-lineal
entre sus múltiples y diversos componentes, auto-reorganización, evolución dinámica y anticipación
(Holland, 1995); propone principios sistémicos (recursividad, totalidad, entropía y sinergia (Mosquera,
2007) y sugiere adoptar una visión holística de la ciencia para la interpretación de la realidad y la gestión
de conflictos inmersos en dicha realidad universal/local.
Dicha visión, concibe como los afirmó Pascal que “todas las cosas son causadas y causantes, ayudadas
y ayudantes, mediatas e inmediatas y todas subsisten por un lazo natural e insensible que liga a las más
alejadas y a las más diferentes” (Morin, 1997, p. 18) y configura el paradigma de la complejidad (Lewin,
1992).
La complejidad (de la raíz “complexus” - lo que está en conjunto), se ocupa del caos como generador de
orden (Briggs & Peat, 1994) y trata de explicar las múltiples interrelaciones del mundo como resultado de
una simplicidad subyacente de la realidad conocida; permite comprender la cultura y la constitución de la
sociedad en la medida en que el ser humano es el reflejo de la sociedad-cultura que al mismo tiempo
refleja al ser humano; pretende resolver el problema de cómo abordar la realidad en la forma menos
reductora y fragmentada posible; emerge al buscar el sentido de la historia y asume que el único sentido
de la historia es el que se va construyendo conforme se hace historia (Mosquera, 2007). La complejidad
reconoce la incompletud y la incertidumbre; distingue y articula conceptos antagónicos, como
divergencia/convergencia, construcción/deconstrucción, lógica/dialógica, territorialización/
desterritorialización, autonomía/dependencia, unidad/diversidad. Además, supone y necesita de lo diverso
porque es producto de la relación homogeneidad/heterogeneidad, y sostiene que la unidad del ser humano
es la unidad de la diversidad (Morin, Ciurana & Motta, 2003).
Por último, el pensamiento complejo, como método que busca interpretar la complejidad, integra los
esfuerzos del ser humano por descubrir sus capacidades, límites y posibilidades; asume que el mundo
físico está compuesto por seres biológicos y culturales con tradiciones y costumbres genéricas, étnicas,
raciales; sostiene que el mundo se moverá en una dirección ética, solo si se quiere ir en esa dirección;
propone dar sentido y conferir significado a lo global/local, y no se limita a la concepción de pensar
globalmente y actuar localmente, ya que “se expresa por la doble pareja pensar global/actuar local, pensar
local/actuar global” (Morin et al., 2003, p.96).
Por otra parte, con la Revolución Industrial y la consolidación del sistema capitalista, la concepción de la
relación naturaleza-sociedad se sustentó en la consideración de esta como un recurso externo y
explotable con fines económicos. Esta visión, centrada en una capitalización progresiva de las condiciones
de producción, generó una serie de modificaciones, basadas en las condiciones del mercado, los procesos
de control consecuentes y el poder dominante del Estado sobre los recursos que provee la naturaleza.
“Lo anterior, modificó radicalmente la relación primitiva de respeto con la naturaleza, en tanto adoptó y se
fundamentó, no solo en el uso, sino también en el abuso de la naturaleza (Palacio, 1994, p. 22)” (Flórez
& Mosquera, 2013, p. 88), que legitimó a la sociedad a “tener derecho a esos recursos” (Escobar, 1999,
p. 79), de tal forma que durante tres siglos consecutivos irrumpió el dominio y control de la especie humana
sobre la naturaleza.
En los siglos XIX y XX el Estado y las empresas económicas pasaron a ser intervencionistas,
pero al mismo tiempo empezaron a reconocer los desequilibrios ecológicos que amenazan al
planeta. En 1866, Ernst Haeckel crea la palabra ecología y la define como “la ciencia de las
relaciones de los organismos con el mundo exterior en el que podemos reconocer factores de
lucha por la existencia” (Haeckel, 1866, p. 1).
Posteriormente se concibe el término de gestión ambiental, entendido como el “campo que busca
equilibrar la demanda de recursos naturales de la Tierra con la capacidad del ambiente natural,
debe responder a esas demandas en una base sustentable” (Haeckel, 1877, p. 300), el cual surge
como una tendencia contra la degradación ambiental y pretende sentar las bases para optimizar
la relación ser humano naturaleza en condiciones de sostenibilidad ambiental por medio de
instrumentos que estimulen y viabilicen dicho cambio. (Flórez & Mosquera, 2013, p. 89)
A principios de los años sesenta del siglo XX comienza la preocupación de algunos Estados acerca de
los problemas medioambientales, y en la década de los setenta dicha preocupación se canaliza hacia los
límites del crecimiento humano y la globalidad como reza el informe del Club de Roma de 1972. Ese año,
las Naciones Unidas organizaron la reunión de Estocolmo y prepararon la Declaración de la Conferencia
de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano. A partir de ese momento, se originan dos
criterios que guían la relación sociedad-naturaleza, a saber: la concepción de la naturaleza entendida
ahora como el medio ambiente y la entrada de una regulación normativa de esta relación, consolidada
con la creación de autoridades ambientales y la expedición de normativas legales para el uso de los
recursos naturales.
En este contexto político y social, surge el término “desarrollo sostenible” en 1987 resultado del Informe
Brundtland, denominado “nuestro futuro común”, cuyo enfoque, aunque parcializado por la visión de los
países desarrollados, plantea la posibilidad de satisfacer las necesidades y aspiraciones del presente sin
comprometer las de las futuras generaciones. En consecuencia, en 1991 la Unión Internacional para la
Conservación de la Naturaleza (UICN) formula que el desarrollo sostenible implica, además, mejora de la
calidad de vida dentro de los límites de los ecosistemas. Y un año más tarde, la Cumbre de la Tierra o
Cumbre de Río (1992) pone de manifiesto que no son suficientes las acciones llevadas a cabo para
corregir los efectos destructores de la actividad humana, lo que reafirma el compromiso de cooperación,
entre las naciones, por conservar el medio ambiente y preservarlo para las generaciones futuras.
Justamente, pone de manifiesto que un modelo de desarrollo sostenible debería incluir aspectos sociales,
económicos y ecológicos de manera integrada.
Seguidamente, se realizan las conferencias en Nassau (1994), Yakarta (1995), Buenos Aires (1996),
Bratislava (1998), Kenia (2000) y La Haya (2002), espacios en donde se promueve impulsar la
consecución de recursos financieros, tecnológicos y políticos para la conservación de la diversidad
biológica.
Al mismo tiempo, las últimas décadas del siglo XX mostraron un crecimiento tecnológico acelerado para
la generación de bienes y servicios, así como el avance de nuevas ramas del conocimiento como la
biotecnología y la nanotecnología, cuyo uso ha causado un gran debate ético por sus consecuencias
sobre la flora, la fauna y la sociedad. La expansión de las áreas urbanas continuó, mientras que el uso
masificado de los vehículos, el aumento de las áreas cultivadas, la expansión de la ganadería y el
surgimiento de nuevas industrias que abastecen el mercado global, causaron grandes impactos como el
cambio climático y la destrucción de la capa de ozono.
En este aspecto, el debate sobre las grandes emisiones de gases de efecto invernadero producidas por
los países desarrollados, versus las cantidades reducidas de los países en vía de desarrollo, constituyen
una discusión en las mesas de trabajo de la comunidad internacional, las cuales buscan definir nuevas
metas para prevenir, mitigar y compensar los impactos generados sobre el clima del planeta, pero al
mismo tiempo no logran cumplir las metas de reducción de emisiones contaminantes ni de gases de efecto
invernadero. No obstante, en la lucha por resolver la problemática ambiental vale la pena resaltar el apoyo
que ofrecen los Convenios Multilaterales Ambientales (CMA), entre los que se destacan la Carta de
Belgrado (1975) sobre educación ambiental, el Protocolo de Montreal (1987) relativo a las sustancias que
agotan la capa de ozono, el Convenio de Basilea (1992) sobre la comercialización y tráfico ilícito de
desechos peligrosos (Mosquera, 2006).
El anterior contexto problémico y conflictivo deja entrever las relaciones de poder al interior de los
acuerdos y convenios de orden mundial. Por un lado, las grandes empresas manejan para controlar los
mercados y, por otra parte, encaran sus propósitos de manera negligente, como el caso de las
transnacionales y los países industrializados. Un ejemplo de ello es el Protocolo de Kioto (1997), el cual
propone mecanismos de desarrollo limpio, pero denota un fracaso previsto con antelación dado el retiro
de países como Estados Unidos y sus socios, Australia, Canadá y Japón. De otra manera y bajo la presión
de algunos gobiernos y movimientos ecologistas de Europa (2001) se logra retomar el tema, mediante el
Acuerdo de Marrakech, el cual implementa las reglas jurídicas para la ratificación y aplicación del
Protocolo de Kioto, pero al mismo tiempo desconoce los resultados de investigaciones por impactos
negativos de las petroleras, de las grandes compañías forestales y de los organismos genéticamente
modificados, negándose los gobiernos a aplicar el principio de la precaución (Guerra, 2005).
No obstante y a pesar de las resistencias de algunos, es importante el papel de los movimientos sociales
ambientales en América Latina, quienes logran colocar el tema en discusión, en debates mundiales y
encuentros entre gobiernos, para tratar las problemáticas ambientales y presionar por el cumplimiento de
acuerdos, tales como la Agenda 21 y lo sucedido en Johannesburgo, en la Cumbre Mundial de Desarrollo
Sostenible (2002), en la que todos los países se comprometieron a avanzar en la conservación y el uso
sostenible de la biodiversidad, basado en la integración de los aspectos económicos, sociales y
ambientales, obligando a los países a incorporar principios ambientales a las normas constitucionales y a
la legislación respectiva de su territorio.
Las Conferencias de las Partes (COP, por sus siglas en inglés) de Nairobi (2006), Balí (2007), Poznan
(2008), Copenhague (2009) y Cancún (2010), giraron en torno a procesos de revisión del Protocolo de
Kioto, iniciativas de reducción de gases contaminantes y detención del calentamiento global e inversiones
en transferencia de tecnología ecológicamente racional. No obstante, recibieron fuertes críticas por la
definición de un fondo internacional insuficiente y de acuerdos no vinculantes, sin objetivos cuantitativos
y sin plazos.
Finalmente, las COP de Durbán (2011), Río de Janeiro o Río + 20 (2012), Qatar (2012) y Varsovia (2013)
estuvieron enfocadas a la disminución del cambio climático y a la generación de oportunidades y equilibrio
en esfuerzos para políticas y acuerdos vinculantes incluyentes de desarrollo sostenible.
Lamentablemente, se obtuvo un insuficiente financiamiento y acuerdos modestos sobre emisiones y
mecanismos relacionados con pérdidas y daños, de tal forma que dentro de los principales objetivos de
la COP de Lima (2014) sobre Cambio Climático, se encuentra la generación de un cambio cualitativo para
frenar el calentamiento global.
Así las cosas, ciertamente y dada la complejidad de las relaciones económicas y políticas, la interacción
sociedad-medio ambiente es conflictiva, en ella priman los intereses particulares sobre los colectivos,
puesto que afecta y obstaculiza la puesta en marcha de los diversos y múltiples tratados internacionales
que sobre el tema se han firmado y ratificado en los últimos 30 años, de modo que indica la inviabilidad
de sus nobles propósitos, en el marco del sistema mundial económico realmente existente.
De esta forma:
(…) los conflictos de uso del territorio han sido generados en los últimos siglos, después de un
largo periodo evolutivo del planeta (Tabla 1), en los que los avances productivos y tecnológicos
han producido el deterioro de los ecosistemas y ponen en peligro la calidad de vida de los seres
vivos. Atacando el principal derecho fundamental, “el derecho a la vida”. (Flórez & Mosquera,
2013, p. 89)
Otro aspecto importante por resaltar, es la globalización4, la cual irrumpe bajo una lógica de acumulación
y reproducción del sistema capitalista que origina otra representación de la relación naturaleza-sociedad,
orientada a la conquista del territorio y al dominio colectivo de los recursos naturales bajo la premisa del
bienestar común para la humanidad, poniendo en riesgo las dinámicas sociales, políticas, culturales y los
recursos naturales locales (Guerra, 2005).
Como una contratendencia, a finales del siglo XX surgen nuevas nociones ambientales que superan el
enfoque económico del contexto y se dirigen hacia un enfoque holístico y sistémico, en el cual los
conceptos de sostenibilidad ambiental y desarrollo sostenible evolucionan y se soportan en torno a la
cultura legal ambiental, la naturaleza como sujeto de derechos, los derechos colectivos y las
responsabilidades compartidas (Mosquera & Flórez, 2009).
En conclusión, en los últimos años, la naturaleza y el ambiente han sido elevados a un alto nivel de valor
y su conservación ha sido considerada dentro de los derechos fundamentales en las constituciones de
cada Estado, en las que se discuten los conceptos jurídicos fundamentales que deben ser establecidos
para garantizar que la naturaleza sea sujeto de derechos en lugar de objeto de derechos. En este sentido,
se logra incluso demostrar, bajo el supuesto de que la excepción confirma la regla, que la naturaleza
puede ser considerada digna, sujeto de derechos y con capacidades como ser vivo, sustentando el
derecho en cuatro grandes principios: relacionalidad, correspondencia, complementariedad y reciprocidad
(Ávila, 2010).
En esta segunda parte se abordarán las diferentes tendencias originadas en el campo del conocimiento
en cuanto a la relación naturaleza-sociedad, como producto de las relaciones e interacciones derivadas
en diferentes momentos de la historia de la sociedad.
Desde la antigüedad, los filósofos se preocuparon por la convivencia humana en un ambiente sano, sin
que ello necesariamente se refiriera al recurso material. Aristóteles, por ejemplo, daba gran importancia a
las relaciones con la comunidad, respetando el derecho de los demás a través del cumplimiento de las
reglas colectivas que se constituirían como valores garantes de la armonía social, y entre las cuales se
contemplan la libertad, la equidad y el orden como ejes centrales del desarrollo. Por lo tanto, concibió al
ser humano como un ciudadano virtuoso, capaz de lograr la perfección moral a pesar de los conflictos
derivados de sus relaciones con el otro (Worster, 1992).
La Revolución Industrial y la era tecnológica posterior, convirtieron la naturaleza en una fuente de materia
prima para la producción, la generación de capital y el progreso material para la sociedad, con un amplio
sentido por el dominio de la naturaleza, generando impactos y consecuencias graves sobre el ser humano
y la fuente de riqueza natural.
En la década de los años setenta (siglo XX), las reuniones de orden internacional y la reconsideración del
papel fundamental de la naturaleza permitieron que en Europa y en América se construyeran escuelas y
corrientes referentes a comprender la relación naturaleza-sociedad, que permean los modelos de
desarrollo regional.
Tendencia naturalista
En el siglo XIX, Charles Darwin creó la teoría de la evolución, aún vigente y sobre la cual se realizan en
la actualidad investigaciones y debates en el campo académico y religioso. Al respecto, Galafassi (2001)
señala que la nueva idea de progreso mundial evolutivo de la naturaleza también tuvo su influencia en la
sociedad occidental, como se evidencia en los trabajos de Spencer H., quien a partir de los trabajos de
Darwin elaboró una teoría para explicar el funcionamiento de la sociedad y en la que esta es considerada
como un sistema de estructuras y funciones diferentes que representan su evolución social, concluyendo
que los procesos que son similares para la biología, lo son también para la lógica social.
Tendencia ecologista
Aunque los textos de Hipócrates y Aristóteles hacen referencia a los temas ecológicos, solo hasta 1866
el biólogo alemán Haeckel E. usó por primera vez el término ecología para definir la relación entre los
seres vivos y la naturaleza. De acuerdo con Odum & Barret (2006), su desarrollo comenzó hacia 1900 y
se fortaleció desde la década del 70, con la construcción de conceptos como comunidad biótica, reciclaje
de materiales y estudio de lagos, logrando una unificación en el campo de la ecología y avanzando más
allá de los primeros estudios con énfasis en la taxonomía vegetal y animal.
Odum (1970) señala que la ecología tiene sus raíces en la biología, ya que fue considerada en sus inicios
como una subdisciplina y surgió a partir de aquella como una disciplina nueva que relaciona de manera
integral los procesos físicos y biológicos y constituye un puente entre las ciencias sociales y las ciencias
naturales. Así las cosas, en su articulación con el pensamiento ecológico, las ciencias sociales aportan
diversas perspectivas a la ecología desde la óptica de la antropología, la sociología, la geografía o la
economía (Scoones, 1999) y se mantienen unidas al concepto de equilibrio natural, basándose en las
tradiciones intelectuales y en una idea holística, integrada y regulada del medio ambiente y de los cambios
ambientales. Vista así, la búsqueda del equilibrio entre naturaleza y sociedad ha permeado las tendencias
de las ciencias sociales.
Durante la última década del siglo pasado emergió la nueva ecología, que avanzó con estudios para
explicar los equilibrios de la naturaleza. De igual forma, surgieron otras visiones como la antropología
ecológica, la ecología política y ambiental, la economía ecológica, entre otras.
Existen muchos conceptos de ambiente y medio ambiente: desde su etimología 5. En ellos se denota una
doble dimensión: una externa y otra que define un lugar y tiempo propio de un ente. En este sentido, el
sujeto se desdobla y se sitúa por fuera de ese contexto. Según lo anterior, se reafirma que la especie
humana pertenece al orden evolutivo natural y, como todas las especies, no se puede concebir por fuera
de ella: el sujeto está inmerso en la naturaleza, sin dualidad (González, 2006).
Otra concepción de ambiente permite entrever una continuidad entre el sujeto y su entorno, ya que este
mismo es un sujeto, que constituye una identidad, producto de la síntesis de circunstancias particulares.
En este contexto, se evidencia el ambiente desde lo humano por lo que existe en la medida en que le da
identidad cultural. Por tanto, implica comprender que el ambiente es una construcción de carácter histórico
social. Lo anterior, confronta la oposición sujeto-objeto, creada por la modernidad; se dimensiona un
ambiente que envuelve y rodea al sujeto y que el sujeto está inmerso en el objeto (mundo naturaleza),
ambos se recrean en una unidad, sistémica (González, 2006).
En razón a lo anterior, esta tendencia es de orden sistémico, que si bien su origen conceptual se le atribuye
a Bertalanffy (1994), es a principios del siglo XX que su enfoque invade el campo de la ciencia y del
pensamiento humano, hasta el punto que sus razonamientos permiten explicar la complejidad de las
problemáticas ambientales. Esta visión, integral e integradora, que parte del enfoque de sistema, le da
otro significado al mundo, a las relaciones de los seres humanos en él y se aplica a la comprensión de la
relación naturaleza-sociedad, dado que el ambiente mismo es una expresión de la continuidad de la
naturaleza y de la cultura.
De ahí que otros autores coinciden en que el concepto de ambiente involucra tres campos de relación que
dan cuenta del mundo natural, la sociedad y la economía, en cuya interacción se genera un cuarto
elemento denominado la cultura (Torres, 1996); entendida esta, como una visión del mundo, dotada de
una ética que establece vínculos entre las acciones, el pensamiento y las creencias. De dicha interacción
emerge la historia ambiental redimensionada a partir del diálogo entre lo humano y lo natural (Castro,
2002).
Las interacciones de la naturaleza y la sociedad que constituyen el sistema ambiental, difieren en las
diversas sociedades, tanto en el tiempo común, compartido en la evolución de la especie humana, como
en los tiempos de coexistencia en la misma era histórica. En el caso del sistema mundial conocido, cabría
afirmar que en las sociedades consideradas como primitivas, lo natural resulta hegemónico; en otras
sociedades subdesarrolladas pero bien organizadas predomina la esfera de lo social en niveles muy altos,
especialmente en tiempos de tensión, como el caso de Vietnam del Norte en las décadas del 60 y 70, y
Cuba en la década del 90.
En las sociedades como las de la Cuenca del Atlántico Norte y Japón, la hegemonía parece corresponder
con la esfera de lo tecnológico, que impone su lógica y sus necesidades a las otras dos (Castro, 2002).
En Colombia, la Política Nacional de Educación Ambiental (Ministerio del Medio Ambiente & Ministerio de
Educación Nacional, 2002, p. 18) define ambiente como:
(…) un sistema dinámico cuya definición está dada por las interacciones físicas, biológicas,
sociales y culturales, percibidas o no, entre los seres humanos y los demás seres vivientes y
todos los elementos del medio en el cual se desenvuelven, bien que estos elementos sean de
carácter natural o sean transformados o creados por el hombre.
Proponiendo, a partir del anterior concepto, que se debe entender sistema ambiental como el “conjunto
de relaciones en el que la cultura actúa como estrategia adaptativa entre el sistema natural y el sistema
social” (p. 18).
Esta tendencia, resultante de varias interacciones, es compleja, ya que en la dinámica confluyen lo social,
lo político, lo económico y lo cultural como subsistemas que se sitúan en un sistema mayor que es el
ambiente. El carácter interactivo se da en tiempos y espacios particulares, lo que genera una conflictividad
en los procesos dinámicos y de transformación que son contextuales a cada sociedad y, por ende, a los
proceso de desarrollo (Figura 2).
Dentro de esta premisa, el concepto del desarrollo origina un criterio de análisis especial porque contiene
a los demás componentes del sistema y rebasa los límites históricamente impuestos al uso de la
naturaleza, que la consideraban como un recurso ilimitado y no considerado en las definiciones y modelos
de la economía propuestos inicialmente por Smith y Malthus.
Sobre la base del enfoque eurocéntrico que soporta el proceso investigativo de revisión bibliográfica, se
asume que la evolución de las relaciones sociedad-naturaleza, tendencias e impactos sobre la
problemática ambiental del mundo, se originan en la ruptura entre la naturaleza y la sociedad, como un
resultado de la modernidad. Al respecto, González (2006) señala que se ha dividido lo humano de lo
natural y esto sirve como base del modelo actual de desarrollo, sustentado en la visión mecanicista de la
naturaleza, en la cual esta pasa a ser una mercancía cuya valoración depende de su escasez. “Esto
corresponde, en el plano pragmático, al dominio ideológico de la visión de la economía neoclásica, que
ha penetrado los ámbitos de la política y la ética” (González & Galindo 1999, p. 16).
Desde esta perspectiva, el concepto de desarrollo propio del modelo occidental correspondiente a la
sociedad industrial avanzada del último siglo, ha sido criticado por varios autores, ya que se han generado
mecanismos de poder, unidos a los desarrollos científicos y tecnológicos, que han enajenado al ser
humano y lo han disuelto entre el capital, las máquinas y el consumo, llevando a las sociedades a un
consumismo y productivismo destructivo en aras del desarrollo (Marcuse, 1981 citado en González, 2006);
aspectos que el desarrollo sostenible entra a cuestionar con el informe del Club de Roma (1972) y pone
en emergencia las condiciones de pobreza e inequidad social que hasta el momento el enfoque
desarrollista había dejado en el mundo.
Por otro lado, hay autores que se contraponen a la pérdida de la naturaleza como discurso y que este sea
remplazado por el de ambiente, en los diferentes escenarios políticos. De lo anterior y de acuerdo con
Escobar (1999), “la naturaleza” ha dejado de ser en gran parte un actor social importante de la discusión
sobre desarrollo sostenible; rara vez se menciona este concepto y se reemplaza por el de recursos
ambientales, recursos ecológicos y ambiente, entre otros, catalogando la desaparición del concepto como
un resultado inevitable de la sociedad industrial. Sachs (1992 citado en Escobar, 1999) manifiesta al
respecto:
En la forma como se usa hoy en día el término, el ambiente representa una visión de la naturaleza
según el sistema urbano industrial. Todo lo que es indispensable para este sistema deviene en
parte del ambiente. Lo que circula no es la vida, sino las materias primas, los productos
industriales, los contaminantes, y los recursos. (p. 84)
El surgimiento del concepto de ambiente como una nueva construcción lingüística que implica la reflexión
sobre elementos antes no tenidos en cuenta en el abordaje de los problemas ambientales, como los
culturales y sociales, requiere de un análisis e interpretación desde diferentes posturas. Una que se tratará
en este texto es la planteada por Escobar (1999) quien manifiesta: “Estamos pasando de un régimen de
naturaleza orgánica (de origen premoderno, hoy minoritario) y de naturaleza capitalizada (moderno hoy
dominante), a un régimen de naturaleza construida (postmoderno y ascendente)” (p. 76).
El enfoque del desarrollo sostenible ha permitido que se sustituya el concepto de naturaleza por el de
ambiente, proponiendo un nuevo paradigma, el cual es usado mundialmente y sobre el cual se construyen
indicadores y se miden sus avances. Es necesario, entonces, preguntarse: ¿Qué está ocurriendo con la
naturaleza en el umbral del siglo XXI? (Escobar, 1999, p. 76).
En este sentido, la respuesta yace en el mismo autor a partir de los discursos que denomina “liberal”,
“culturalista” y “ecosocialista” respectivamente y que se desarrollarán a continuación:
Discurso liberal
Bajo la frase, “la economización de la naturaleza “, se resume la postura de este discurso; la naturaleza
existe y es reconocida porque es una proveedora de recursos, que al ser limitados adquieren un valor
económico y mercantil y aseguran la satisfacción de necesidades, concepto o discurso que deja de lado
otros valores que tiene la naturaleza al interior de las comunidades como el simbólico o el cultural.
Este planteamiento propio del discurso liberal advierte la tendencia privatizadora de los recursos naturales
como un esquema neoliberal. Sin embargo, evidencia la postura latinoamericana del desarrollo sostenible,
que difiere de la anterior al plantear una discusión ajena a cualquier esquema homogeneizante del
ambientalismo global y haciendo relevante las particularidades territoriales que incluyen la problemática
ligada a aspectos como la deuda externa de los países, los modelos de desarrollo que les han sido
impuestos y los tipos de patrimonio natural (Escobar, 1999).
Discurso culturalista
El autor manifiesta que este se convierte en una crítica del modelo anterior (fundamentado en el desarrollo
económico, científico y en la explotación de los recursos naturales), y señala que la problematización de
la relación entre la naturaleza y la sociedad debe estar mediada por la cultura, de lo contrario se abrirá
paso a los modelos de dominación de algunas regiones del mundo hacia otras, disponiendo de la
naturaleza como una mercancía sujeta a su administración y planificación desde perspectivas netamente
económicas.
Este discurso culturalista enfatiza que el crecimiento económico y el ambiente no van de la mano, por
cuanto el valor de la naturaleza no es únicamente material sino también espiritual y representa una alta
significancia en la construcción simbólica de las comunidades, como las campesinas y las indígenas
tercermundistas. Sachs (1992 citado en Escobar, 1999) advierte que:
La ecología se reduce a una forma de mayor eficiencia. Más grave aún es la economización de
la naturaleza que permite que hasta las comunidades más remotas del Tercer Mundo sean
arrancadas de su contexto local y redefinidas como recursos a ser gerenciados. (p. 81)
Continúa diciendo el autor que, cuando los culturalistas adoptan el concepto de desarrollo sostenible, se
crea la impresión de que se requieren pequeños ajustes en el sistema de mercados para iniciar con una
época de desarrollo ecológicamente respetuoso. Este aspecto plantea la duda de los culturalistas en
cuanto a que existen conflictos entre la destrucción de la naturaleza en aras de ganar dinero y la
conservación de la misma para sobrevivir. Al respecto, el autor plantea que una de las mayores
contribuciones de los culturalistas es su interés por rescatar el valor de la naturaleza como un ente
autónomo y una fuente de vida material y espiritual.
Discurso ecosocialista
El punto de partida de este discurso, anota Escobar (1999), es que el desarrollo sostenible se basa en la
atención que desde allí se presta a la economía política, como la base conceptual de la crítica de la visión
liberal. La argumentación se fundamenta en la “fase ecológica” que opera a partir de la teorización de la
naturaleza y de la capitalización de la naturaleza desde dos tipos de lectura: una moderna y otra
postmoderna.
Al respecto, la concepción moderna se enseña desde la racionalidad de Occidente, concebida como una
capitalización progresiva de las condiciones productivas que generan inversiones para mantener
determinadas condiciones que hacen posible generar los niveles de ganancia esperados, basadas en las
condiciones del mercado y precedidas por las determinaciones político-estatales que sirven como
garantes de tales dinámicas. En otras palabras, la naturaleza es considerada como un recurso externo de
explotación con fines económicos.
La barrera para esta concepción capitalista se encuentra en las voces disidentes que propenden por una
democratización del Estado, la familia y las comunidades locales, enmarcada en los movimientos sociales.
El autor destaca, que:
Sostiene Escobar (1999) que la forma postmoderna del capital ecológico no concibe la naturaleza como
un recurso externo explotable como lo define la modernidad, sino como una fuente de valor en sí misma,
es decir, sigue la perspectiva de capitalización de la naturaleza pero redefiniendo su forma de
representación, dando cuenta de que los aspectos que no estaban capitalizados se convierten en propios
del capital, como lo denomina el autor al hacer referencia a la “conquista semiótica” (p. 88).
Un ejemplo de esto se evidencia en las comunidades indígenas que no conciben la biodiversidad como
una materia prima, sino como una reserva de valor en sí misma, o como un valor liberado del capital. Esta
situación hace que estas comunidades sean reconocidas como dueñas de su territorio, solo en la medida
en que lo acepten como una reserva de capital, aspecto denominado “la conquista semiótica del territorio”,
es decir que todos los recursos naturales pasan a tener un valor para la economía y a hacer parte de la
producción (O’Connor, 1993 citado en Escobar, 1999, p. 88).
Por otra parte, el conocimiento científico alimenta el discurso del desarrollo sostenible pero no desde una
mirada exterior ni para satisfacer las necesidades a cualquier costo, sino considerando que la riqueza
natural se convierte en una reserva del capital, lo que implica que tiene un valor asignado dentro del
entramado económico. Se trata de una postura más amable o menos agresiva respecto a la anterior, la
cual no solamente es un discurso aplicable al territorio rico en recursos, sino que además interviene en el
conocimiento tradicional de las comunidades que habitan dichos espacios físicos, siendo leídos e
interpretados desde la mirada del Occidente avanzado, o sea, contextualizándolos desde el discurso
dominante que no se interesa propiamente en entender la complejidad de los procesos y las relaciones
culturales, particulares ni las dinámicas sociales.
Escobar (1999) hace una crítica reflexiva al discurso de reinvención de la naturaleza postulado por
ciencias como la biología molecular y la genética, que se fundamenta en los adelantos tecnológicos y
obliga a repensar la argumentación presentada anteriormente y a replantear las nociones orgánicas de la
vida. La premisa básica es que dentro de la problematización de la relación entre naturaleza y sociedad,
“la ciencia es una pieza clave en el tráfico entre la naturaleza y la cultura”, que se aborda desde múltiples
narrativas, imprimiendo un trasfondo político propio de las formas dominantes de poder social, para
posibilitar la construcción y la reconstrucción permanente de discursos, en ese mismo sentido, a partir de
las redefiniciones creadas desde lo semiótico. Lo orgánico se mantiene pero debe ligarse a lo tecnológico,
a las relaciones que establece la cibercultura. Sin embargo, el autor expresa que esta nueva mirada no
resulta menos inequitativa entre el Norte y el Sur si se compara con lo sucedido durante la modernidad,
pues las relaciones aún son excluyentes.
De lo anterior, se deduce que la cultura es un aspecto destacado en el marco del desarrollo sostenible
que mide la relación naturaleza-sociedad. Este aspecto se considera como un camino al desarrollo, fuera
de la mirada unidimensional legada por el crecimiento económico y la globalidad, para impulsar la cultura
desde una visión ecosocial y cultural. Esta mirada deriva el desarrollo únicamente desde el crecimiento
económico y el progreso material, ya que al abordar el campo semiótico emergen otros satisfactores
basados en la pluralidad, la espiritualidad y la identidad de los pueblos. El desarrollo sostenible se centra
en el nuevo planteamiento de la equidad social, no vista únicamente como un elemento material sino
como un elemento incluyente de los satisfactores de la cultura, la diversidad y la equidad, para destacar
que la idea de desarrollo requiere múltiples lecturas.
Finalmente, existen varias acepciones de desarrollo sostenible, pero este planteamiento destaca la
relación naturaleza-sociedad en la dicotomía que, según González (2006), es hija de la modernidad y
condujo a una visión desintegrada del mundo cuyas implicaciones epistemológicas, ideológicas, y políticas
ponen en peligro la conservación de la vida en la tierra y rompen la conexión entre la sociedad y la
naturaleza.
Escobar (1999) retoma la cultura como mediadora entre la relación sociedad-naturaleza, extrayéndola de
dicha dualidad y realizando un salto cualitativo que ubica el pensamiento ambiental en la interacción
sociedad-naturaleza y cultura, dentro del marco de la pluralidad, la diversidad y las diversas narraciones,
confiriéndole un carácter imitador para presentar satisfactores que generan nuevas apuestas de desarrollo
centrado en los imaginarios y el mundo simbólico como elementos propios de la cultura. Esto constituye
una invitación a pensar en un mundo complejo y sistémico que, ajustado a un modelo de desarrollo
incluyente, concibe la naturaleza y la sociedad como elementos que interactúan y originan el ambiente.
CONCLUSIONES
En este trabajo se desarrolló una reflexión descriptiva de cómo ha sido la relación sociedad-naturaleza y
medio ambiente, la cual ha estado caracterizada en los diferentes períodos históricos por relaciones de
uso, apropiación, y manejo, que han trascendido las esferas económicas, sociales, políticas y culturales,
así como las naturales que dan hoy cuenta de una crisis ambiental y social, resultado de las interacciones
y de los conflictos que subyacen en ella.
Dentro de las tendencias planteadas, este documento resalta la corriente ambiental con enfoque
sistémico, por el carácter integrador que subyace en su discurso y que permite reflexionar sobre la
dicotomía entre hombre y naturaleza. Este planteamiento permite integrar estos dos componentes o, como
lo menciona Arturo Escobar, reconciliar estos dos enemigos: naturaleza y sociedad.
La separación entre naturaleza y sociedad ha dejado ver una independencia entre los procesos sociales
y los ecosistémicos, dado que las explicaciones y abordaje de las problemáticas ambientales se hacen
bajo el razonamiento externo a los problemas sociales y se adjudican a problemas de los ecosistemas.
Lo anterior es un error, dado que son ambos, en forma conjunta e integrada, los que garantizan la
continuación de la vida y la calidad de vida de la sociedad. Por consiguiente, no se deben considerar en
forma desintegrada y aislada sino en una interdependencia holística permanente.
La conflictividad expuesta, entre naturaleza y sociedad, deriva principalmente del modelo cultural de
dominación impuesto por Occidente e instaurado en la modernidad; sus efectos han impactado lo
científico, lo tecnológico y el conocimiento disciplinar de las ciencias, reafirmando la dualidad ser humano-
naturaleza e incorporándose en el sistema político y ético de la sociedad.
Ello implica plantear diversos caminos que permitan enfrentar la crisis social y planetaria que ha resultado
de esta conflictividad y de las desarmonías entre las poblaciones y el medio ambiente, por lo que se
requieren muchas preguntas pero también respuestas, ya que a pesar de que existe un reconocimiento
social y político de la naturaleza, falta mucho para lograr un consenso capaz de responder a los actuales
riesgos ecológicos, sociales y de la vida misma.
En este sentido, el desarrollo sostenible le apuesta a consolidar una relación armónica ser humano-
naturaleza, en la cual la cultura se puede convertir en instrumento fundamental del desarrollo territorial, y
se asume la viabilidad en la medida en que haga relevante las interacciones socioculturales de los pueblos
con sus entornos particulares en un espacio de reconocimientos y complementariedades. Por ello, se
comparte la necesidad de llegar a concebir el desarrollo desde un enfoque holístico y sistémico, ínter y
transdisciplinar, como proceso articulador e integrador que propenda por la unidad de lo diverso, por la
distribución equitativa de oportunidades y beneficios y por la conservación de los recursos naturales,
asumiendo la heterogeneidad y diversidad presente en el territorio. Refleja, además, las potencialidades
endógenas y las experiencias, exigencias y expectativas locales. Lo anterior, se constituye en una
oportunidad para resignificar lo local y sus interrelaciones, como reacción al carácter globalizante actual
del desarrollo.
Desde un enfoque sistémico, el desarrollo sostenible trata de integrar a la sociedad-naturaleza desde una
perspectiva armónica, que resignifica, por un lado, el valor y el respeto a toda forma de vida y ubica al ser
humano como especie, grupo e individuo, naturaleza y cultura. De otro forma, hace un llamado al equilibrio
social como prerrequisito de calidad de vida y mejores opciones de desarrollo, a través de apuestas
dialogantes. En conclusión, facilita la identificación de obstáculos y potencialidades a tener en cuenta por
la ciencia y la política, posibilita la gestión y la colaboración internacional para la solución de la crisis del
planeta, en el contexto de nuevas perspectivas ambientales, económicas, sociales, políticas y culturales
que garanticen la construcción de la paz, como una respuesta de los seres humanos a los desafíos
resultantes de su interacción con el medio ambiente.
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1. MSc. en Paz, Desarrollo y Resolución de Conflictos. Docente Universidad Simón Bolívar, Extensión
Cúcuta. Cúcuta, Colombia. almayislem@hotmail.com
2. MSc. en Ingeniería con énfasis en Ingeniería Sanitaria y Ambiental. Docente Universidad Francisco de
Paula Santander (UFPS) – Miembro del Instituto de Estudios Ambientales (IDEAB-UFPS) - integrante del
Grupo de Investigación Ambiente y Vida (UFPS). Cúcuta, Colombia. johnhermogenessg@ufps.edu.co
3. Ph.D. en Arquitectura con énfasis en Planificación Urbana y Regional. Líder del grupo de investigación
Gestión Integral del Territorio (GIT), Profesor Asociado de la Universidad de Pamplona. Pamplona,
Colombia. grupo_git@unipamplona.edu.co
4. Según Guerra (2005, p. 22), la globalización es un tema que compite con la profusión y el abordaje de
la ecología y el ambiente, y como cualquier otro fenómeno esta puede ser encarada desde distintas
ópticas. Una visión bastante generalizada es aquella que la vincula con el pensamiento único y el fin de
la historia, expresada en términos de proceso de evolución del nuevo orden económico mundial,
caracterizado en esta etapa por la homogenización progresiva a escala mundial de los patrones
tecnológicos, productivos, administrativos y de consumo; de los sistemas culturales y de valores y en
general, de los estilos de desarrollo.
5. Diccionario Real Academia de la Lengua 1992: “1. (del Latín ambiens-entis, que rodea o cerca) adj.:
Aplícase a cualquier fluido que rodea un cuerpo. 2. Aire o atmósfera. 3. Condiciones o circunstancias
físicas, sociales, económicas, de un lugar, de una colectividad, de una época” (p. 88).
Para citar este artículo: Castillo Sarmiento, A. Y., Suárez Gélvez, J. H., & Mosquera Téllez, J. (2017).
Naturaleza y sociedad: relaciones y tendencias desde un enfoque eurocéntrico. Luna Azul, 44, x-x. DOI:
10.17151/luaz.2017.44.21