Nombre Propio YLetra
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Psicología Clínica
Preguntas Guía:
1) ¿Cómo se organiza la enseñanza de Lacan sobre la letra?
2) ¿Cuáles son las hipótesis acerca del nombre propio y cuál es la posición de Lacan?
3) ¿Cuál es la conjetura de Lacan sobre la letra?
4) ¿Cómo reinterpreta Lacan el caso Signorelli?
5) ¿Cuáles son las características del Nombre Propio?
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determinada eficacia simbólica: al contar seres y objetos le permite incluirse como aquel que cuenta y
se cuenta.
Interroguemos qué es un nombre, y cuál es su función discursiva.
"El nombre es esa marca abierta a la lectura [...] en el significante existe este costado que espera la
lectura y es en este nivel donde se sitúa el nombre".
Juan Ritvo, en su artículo Epifanías del nombre del padre y el trauma del nombre propio, plantea una
posible articulación entre el nombre propio y el nombre del padre, a partir de la noción de serie tal
como fuera trabajada por Lacan en el Seminario 'La identificación':
"No obstante hay una discordancia entre el nombre y el nombre del padre. Ningún nombre, ni siquiera
el primero, puede carecer de interpretante. El interpretante es nombre de nombre, nombre que al
nombrar la relación del primer nombre con la inexistencia primordial, muestra el abismo que hay entre
nombre y nombre; si predico la igualdad de a consigo mismo, agrego un excedente y simultáneamente
un defecto: lo impredicable que se sustrae a toda predicación; es decir, la identidad. Toda serie
nominal se expande (y halla su límite) entre un no inicial -no del nombre- y el aún que infinitiza la serie-
todavía vivo, todavía puedo desear, todavía puedo perder".
Así, no hay nombre primero ni nombre de ese nombre. El nombre del padre funciona como estructura
nominal que pone en juego constante una pérdida, pérdida de identidad y a la vez posibilidad de
identificación. Se trata de la lógica de la repetición que posibilita una consistencia inacabada, en la
medida en que remite a un resto, sin concepto, objeto vacío que producirá nuevos suplementos.
"El nombre propio, simulacro de propio, ejercicio activo de pseudonimia, es como una luz parpadeante
en alta mar. (...) Marca diferencial que nada expresa y que, por ello, se presta a dividir al sujeto: al
deflacionarse la novela familiar, el sujeto se topa con el núcleo traumático del nombre propio, que
consiste en una casi nada significante, en un cuerpo sin esencia, en una verdad sin sustancia".
Lacan propone dar cuenta de la función paterna, en tanto que instauradora de la ley simbólica, por una
escritura significante basada en la escritura de la metáfora. "El padre simbólico es el significante o un
dato irreductible del mundo significante". El nombre del padre se plantea entonces como significante
de la función paterna.
"El Nombre-del-Padre consiste principalmente en la puesta en regla del sujeto con su deseo, respecto
del juego de los significantes que lo animan y constituyen su ley".
El Nombre-del-Padre soporta y transmite la represión y la castración simbólica, inscribiendo a través
del nombre al sujeto como eslabón intermediario en la secuencia de las generaciones.
"En efecto, el Nombre-del-Padre, al venir en el lugar del Otro inconsciente a simbolizar el falo
(originariamente reprimido), redobla en consecuencia la marca de la falta en el Otro (que es también la
del sujeto: su rasgo unario) y, por medio de los efectos metonímicos ligados al lenguaje, instituye un
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objeto causa del deseo. Se establece así entre Nombre-del-Padre y objeto causa del deseo una
correlación (...)".
"El enunciado del nombre propio tiene un doble efecto de enunciación; el primero, que llamaré de
retroceso hacia delante, instituye una nominación latente pero elidida en la playa dormida de la
memoria; el segundo, de avance hacia atrás, descubre el archipiélago y la resaca de una nominación
latente y elidida. (...) Lo elidido es el ombligo del nombre propio, ombligo reductible en última instancia,
a la ausencia originaria del nombre originario. Elisión virtual que es causa de acto de lectura, lectura
plural de los nombres del padre (...)".
Podemos indicar, entonces, que el nombre propio no particulariza sino que identifica a quién llegará
hasta allí para identificarse como Otro:
"Identificación, no identidad; es decir, diferencia que se trastoca en autodiferencia, división en acto en
el corazón de la ausencia de ser".
Algunas conjeturas sobre el nombre propio y la letra
Philippe Julien, en su ensayo 'El nombre propio y la letra', se detiene en la argumentación de Lacan
con respecto al nombre propio y su vinculación con la letra.
Una primera cuestión a señalar es la relación sujeto / significante. Tal como ya detalláramos, el
significante representa al sujeto para otro significante, en un estatuto diferencial del signo saussuriano
que representa una cosa para alguien. La representación tiene efecto de sujeto en tanto que
representado para otro significante; representación en el campo del Otro que Lacan relaciona a la
identificación freudiana al trazo unario.
Dice Julien:
"Ein einziger Zug: nombre propio al sujeto. Ahora bien, ¿qué ocurre con este trazo? Responder es
plantear la pregunta sobre lo que distingue el nombre propio como tal, por este sesgo, en efecto,
aparecerá lo que hay de letra en el significante".
El autor plantea entonces que hay nombre propio cuando se ha establecido un lazo entre una emisión
vocal y algo del orden de la letra, afinidad entre tal denominación y una marca inscripta tomada como
objeto, tal que lo que hace nombre propio no es el nexo con el sonido sino con la escritura.
El autor expone ciertas conjeturas de Lacan al respecto. Por un lado, establece que la letra no es pura
notación del fonema; no es sólo transcripción de la lengua sino que se encontraba ya allí en su
materialidad y en un segundo momento sirve para transcribir la lengua por un vuelco funcional.
Una segunda observación de Lacan nos indica que la letra no es la abstracción de una figura concreta
en su origen, sino su negación. No se trata del recuerdo en la memoria de la figura del objeto sino su
borramiento por el Uno que marca la unicidad del objeto. La escritura nace con la negación:
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"El trazo unario destruye y niega todo lo que el objeto tiene de viviente para nuestros sentidos, para
retener sólo su unicidad".
Ahora bien, para Julien, el nombre propio muestra más claramente que cualquier otro nombre las
conjeturas planteadas en tanto letra o trazo distintivo, marca que lejos de traducirse se transfiere tal
cual es. Este planteo se sostiene en la pregunta acerca de ese trazo distintivo que es el nombre propio
en su letra y su relación con einziger Zug, trazo del Ideal del Yo:
"¿Es aquello en lo que el sujeto se identifica en el punto donde se ve como siendo visto en el Otro,
lugar de los significantes, visto amable, amado y así... narcisísticamente amando en tanto que amado?
Para responder a ello es necesario interrogarse sobre lo que ocurre con el sujeto en su relación al
nombre".
Tal como lo planteara Lacan en el Seminario IX, a medida que el sujeto habla hay elisión del nombre
del sujeto del inconsciente significante original, para siempre urvenrdrängt, lugar del nombre para
siempre ausente y elidido del sujeto del inconsciente.
El sujeto humano llega a un universo donde el discurso lo precede y, como metáfora, el Nombre-del-
Padre habrá sido, como vimos, el padre del nombre. Al hablar, el hombre desvanece, borra su nombre
de sujeto del inconsciente, significante original reprimido para siempre. El nombre propio funciona en
cierto sentido como significante 'sigla', que pone en evidencia que el sujeto es vasallo del lenguaje y,
más exactamente, de la letra. El nombre propio está pues, articulado a una letra constituyente, que
está allí ya antes de ser leída y que recubre el origen en falta.
El nombre propio al nivel del yo (moi) sutura la ausencia del nombre del sujeto del inconsciente.
Podemos entonces pensar que el sujeto del inconsciente -en la medida en que no se representa en un
signo sino en un significante para otro significante- no tiene nombre que lo designe y es esa falta,
casillero vacío, el que permite la puesta en juego del movimiento deseante. El nombre propio se
presenta, desde esta perspectiva, como la sutura de la falla que en el Ideal del Yo provoca el
inconsciente.
Julien dice:
"La relación entre el inconciente y el nombre propio se establece según el siguiente proceso: 1) El
unbewusst freudiano, la equivocación, lejos de confortar al Ideal del Yo introduce en él una falla; 2) En
la medida en que el nombre propio tiene función de rasgo del Ideal, trata de subsanarla suturando esta
falla; 3) Pero las formaciones del inconciente hacen fracasar la sutura, no pura y simplemente, sino
fragmentando las letras del nombre propio para instituir un agujero específico".
El ensayo de Julien se detiene luego en demostrar -a partir del olvido del nombre Signorelli por Freud y
a partir de sueños en los que se pone en juego el nombre propio- que lo determinante en el nombre
propio, tomado como trazo unario del ideal(24), es la materialidad de la letra.
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Roland Chemama, por su parte, plantea que la letra es la base material del significante pero a la vez lo
que se distingue de él como lo real se distingue de lo simbólico, estableciéndose un lazo privilegiado
entre el nombre propio, el sujeto y el rasgo unario / letra:
"El sujeto se nombra, y esta nominación equivale a la lectura del rasgo uno, pero enseguida se
coagula en ese significante uno y se eclipsa, de tal manera que el sujeto se designa por el borramiento
de este trazo, como una tachadura [rature, término que en francés se asocia fácilmente con rater: errar
el blanco, verbo muy usado y popular, y con la división del sujeto por la barra -sujeto tachado-]".
Cabe puntualizar aquí algunas consideraciones. Creemos que quizás resulte interesante entender a la
letra como una paradoja; es una marca - y si es leída se convierte en simbólica- pero a la vez es real,
es la marca de lo real. En este sentido es valiosa la idea de Lacan de que toda paradoja en un vagido
de lo real. La letra es un vagido de lo real, el punto límite que busca desprender la inscripción psíquica
y su borradura de la ilusión de un supuesto conjunto universal de signos, para dar lugar a lo real y sus
efectos en la constitución psíquica.
En este punto nos preguntamos ¿Por qué la lógica del significante no alcanzaría - en la elaboración de
Lacan- para dar cuenta de la relación del sujeto al lenguaje? ¿Se trata de una necesidad argumental
para dar cabida a lo real en la lógica significante, una cabida tal que muestre la insuficiencia
significante o simbólica en su capacidad de designación del sujeto? Más aún, ¿los efectos de esa
insuficiencia en el sujeto mismo? ¿O se trata de un efecto de lo real mismo en el trabajo de
elaboración teórica, esto es, la necesidad que genera lo real en tanto imposible en quien se aboca,
como Lacan, a construir conjeturas acerca del sujeto del inconsciente? ¿Queda Lacan, como quienes
ensayamos en psicoanálisis, impulsado por eso real a no cesar de argumentar y de allí la necesidad
de introducir una nueva perspectiva sobre la letra?
Creemos que estos puntos de tensión que el concepto de letra aporta, nos pueden resultar de utilidad
a la hora de pensar sus avatares en los fenómenos psicosomáticos.
Eduardo Foulkes retoma la cuestión del nombre propio desde su función significante, pero resalta a la
vez la cuestión de la voz, su lado pulsional. En su aspecto significante, el nombre propio se presenta
como una forma muy específica de la nominación, en tanto que certifica una falta y la bordea
simbólicamente. La nominación opera en la medida en que se sitúa un significante en el lugar de una
falta; todo nombre articula una ausencia en juego, un real no nombrable. Pero en el nombre propio
mantiene un estatuto diferencial con respecto a los nombres comunes, pues la falta que articula hace
al sujeto mismo:
"En cuanto al nombre propio, conserva toda la vitalidad de la nominación del sujeto y resiste -detrás
del goce del Ego y de la función de narcisización que procura-, como garante imprescindible de la
nominación, y como borde del agujero del propio cuerpo".
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Si el trazo unario 'destruye y niega todo lo que el objeto tiene de viviente para nuestros sentidos, para
retener sólo su unicidad' - tal la cita de Julien- podemos inferir que en las afecciones psicosomáticas
algo de esa destrucción / negación que debe ejecutar la inscripción de la letra no ha operado. Hay una
negación primordial en insuficiencia.
Entendemos que Foulkes piensa la afirmación de Guir en la misma dirección:
"Ulcera, asma, psoriasis, son los nombres comunes que vienen a desplazar de su lugar al nombre
propio, absorbiendo su identidad y eclipsando junto con la sospecha al ser del sujeto, ya que hay una
falla de la "falla" que lo constituye".
Foulkes avanza en esta dirección y se pregunta acerca de la causa de esta degradación del nombre,
proponiendo una falla de la Metáfora Paterna en su capacidad de remitir al sujeto a otro significante
que el del deseo materno. La falla se opera en la remisión significante tal que el significante del deseo
materno se impone al sujeto, como en el caso del reflejo condicionado, donde una campana, que nada
tiene que ver con la comida, produce una modificación orgánica.
El fenómeno psicosomático pues, "(...) representa al significante de una nominación fallida del cuerpo
erógeno. Es correcto afirmar que se trata de una filiación suplente que intenta suplir una filiación
simbólica no advenida, que si calificamos de parcial, no es tanto por tratarse de un pedazo de cuerpo,
sino por representar un fuera de combate reversible del Nombre del Padre en lugar de su inexistencia
como ocurre en la psicosis".
Tal como lo expusiéramos, el nombre propio, nombre que no es un nombre, nombre del inconsciente,
tiene valor de ombligo en tanto marca de un corte y opera como condición de la existencia. Hemos
puntualizado al respecto que funciona como el significante privilegiado en torno al cual se amarra el
sujeto y se constituye desapareciendo; opera como el sostén de las identificaciones que fundan la
operación reflexiva, en el sentido lógico del término, y la autoreferencia imaginaria; como trazo unario
permite no sólo decir yo (como shifter), sino también y fundamentalmente nombrarse.
Si el nombre propio es un significante privilegiado que nombra al sujeto del inconsciente, y en tanto tal
lo ausenta -afánisis-, en el fenómeno psicosomático no hay -o hay en forma fallida- tal ausencia que
hace posible la función del sujeto deseante. Hay una falla en la nominación del sujeto que le permita
ser uno, uno diferente de otros, y por ende del Otro; hay una imposibilidad puntual de marcar una
diferencia, de inscribir una diferencia.
Si el trazo unario presenta una doble valencia, una de sutura y otra de significante de la falta en el Otro
como señalización del vacío, tal inscripción no ha operado, en las afecciones psicosomáticas, en forma
acabada. En un punto parece no haber marca del vacío ni sutura del mismo; hay organismo, soma,
superficie de inscripción del deseo / goce del Otro(33) como inscripción de lo mismo. Este punto es,
como vemos, paradojal, porque como inscripción registra una diferencia, pero en cierto aspecto en el
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