Testimonio de curación-HN PDF
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El 8 de marzo de 2016 comenzó una nueva etapa de mi vida, mi segunda oportunidad, para
completar la misión que me trajo a este plano. Ese día fue la cirugía para extraer un tumor
cancerígeno del recto.
Todo había comenzado unos días antes del fin de año cuando, acompañado por mi hija
Andrea, me hacen una colonoscopía y descubren el tumor. Le siguen las tomografías, los
análisis, la biopsia. Y se confirma el diagnóstico: el tumor es maligno, es necesario operar y
extraerlo. Pronto. Comienzo los trámites con la clínica de la obra social en Santa Fe.
El 15 de enero Andrea me llama por teléfono. Están con Iván y Mirta en Punta de Vacas y
han pensado que lo mejor es que me traslade a Buenos Aires a operarme. Allí está Jorge
Pompei, médico nuestro de la máxima confianza. Habría mejores opciones para la operación
y el post-operatorio, que puede ser largo. Y, lo más importante, el acompañamiento diario de
ellos y muchos amigos. No demoro la decisión: si ellos, mis seres más queridos, estando
nada menos que en el Parque Punta de Vacas, en el encuentro anual de Mensajeros de Silo,
han pensado que eso sería lo mejor… sin ninguna duda debe ser lo mejor. Al momento
siguiente digo que sí, que me voy a Buenos Aires, lo antes posible. Es el primer registro claro
de entrega, de soltar la sesera y seguir al corazón, teniendo muy en cuenta la opinión de
otros.
La operación
El 8 de marzo por la mañana me interno. Las doctoras del equipo que operará se sorprenden
y sonríen cuando las felicito por el Día de la Mujer. A las 14 entro en la sala de cirugía.
La operación por laparoscopía dura el doble de lo previsto: más de cinco horas. Por ser y
estar muy flaco, al momento de intentar “inflar” el vientre no resultó, por lo que había muy
poco espacio para maniobrar los instrumentos, resultando así en un trabajo de relojería,
engorroso y lento. Como había advertido la neumonóloga en los estudios prequirúrgicos y,
sobre todo, por resultar tanto más larga la operación, la anestesia general terminó
disparando un broncoespasmo, sin respuesta al corticoides. Por lo cual, según las palabras
del médico que me llevó a terapia intensiva, “fue muy difícil sacarlo de vuelta”. Esto
desencadenó una hipotermia aguda que, ya en la camilla hacia la UTI y comenzando a
recuperar la conciencia, me hacía saltar el cuerpo del temblor. Allí los médicos y enfermeros
actuaron rápidamente, inyectando medicamentos y colocando mantas térmicas.
Al recuperar la temperatura corporal y calmarse el temblor, me encontré totalmente vigílico,
alerta, escuchando todo lo que sucedía alrededor; y viendo, a pesar de la semipenumbra del
ambiente. Pero si cerraba los ojos… me encontraba en un espacio frío, congelado, frente a
una pared de calaveras verde-negruzcas. El sobresalto me hacía abrir los ojos. Pero al
cerrarlos nuevamente, allí estaban las calaveras, inmóviles, congeladas… Era imposible
imaginar otra cosa, esa representación se imponía; como si fuera un “lugar interno” en el que
había quedado atrapado. Esta situación se mantuvo durante las 15 horas que estuve en
terapia intensiva, y aún otro día más, ya en la habitación normal de internación. Aunque no
pude dormir por casi 5 días.
Allí estaba, en la UTI, y escuchaba a los médicos y enfermeros haciendo todo para salvar las
vidas de los que estábamos internados. En el estado que me encontraba me llamaba mucho
la atención todo eso. Me preguntaba: ¿Por qué lo hacen? ¿Qué quieren, ayudarme? ¿Por
qué?
Su intención era salvarnos y todos ellos convergían en eso, cada cual con su parte, con su
función. En ese lugar de la vitalidad difusa, de ellos dependía claramente cualquier
supervivencia posible. Uno puede tener percepción, ver, escuchar, sentir, pero escaso
manejo de la propia conciencia.
De repente, entran mis hijos a verme, contentos… intentando darme aliento, esperanza,
fuerza... Y me cuentan de cuántos otros amigos están acompañando y deseando lo mejor,
para que todo salga bien… Me asalta nuevamente la pregunta: ¿Por qué lo hacen? ¿Qué los
mueve? Quieren ayudarme…
En algún momento del segundo o tercer día, ya en la habitación, desde una recóndita
profundidad comienza a surgir un calor, una sensación agradable en el pecho, un sentir, una
conexión con la vida... Recuerdo la frase del Maestro: "Por qué alma mía esa esperanza, que
de las más oscuras horas del infortunio, se abre paso luminosamente"... ¿Por qué?
Pasan 4 noches sin dormir y 6 días sin ingerir nada; ni sólidos, ni líquidos. Sólo suero
fisiológico por sonda. Esto último es imprescindible para que las costuras internas suelden.
Se me hace evidente cómo los límites que soporta el cuerpo son increíblemente más amplios
que lo que uno pueda imaginar. También es increíble cómo el cuerpo poco a poco va
restableciendo sus funciones habituales, autónomamente, a medida que van siendo quitadas
las sondas. Jorge, con el humor y la comprensión calma del que sabe por experiencia, dice:
“el cuerpo hace muchas cosas por su cuenta, sin nuestra participación consciente... tal vez
demasiadas”. Qué cierto es.
Iván, Andrea, Mirta, Patri, Emy o el amigo que en ese momento me esté cuidando, me
trasmiten cada día los mensajes de los amigos, sus buenos deseos, sus pedidos de
bienestar, su aliento… Es profundamente conmocionante sentir esas oleadas de cariño, de
calidez, de esperanza, llegando desde nuestra Comunidad…
La tercera noche en la habitación se suma un compañero de pieza: Juan, un obrero del gran
Buenos Aires, con toda una vida trabajando en la industria química y un cáncer que no
remite, aún después de la operación. Lo acompaña su esposa, que se mantiene a su lado
por tres días y sus noches, casi sin dormir. Aprendemos a cuidarnos mutuamente. La
convergencia de intenciones, en reciprocidad, nos ayuda a sostenernos, física y
anímicamente.
Al cuarto día, aún con todas las sondas colocadas, la médica me ordena levantarse. Hay que
ayudar a los intestinos a que restablezcan su funcionamiento. Primero sentarse el mayor
tiempo posible del día en un sillón; y luego pararse y caminar por los pasillos del hospital.
¡Caminar! ¡En ese estado!… Comprendo que tengo que hacer un esfuerzo intencional. Hasta
ahora me han ayudado en todo, los enfermeros o quien estaba a mi lado cuidándome cada
vez; pero ahora tengo que pararme y nadie lo puede hacer por mí. Me impacta la evidencia
de la intención moviendo al cuerpo, domándolo. Y el cuerpo, maravillosa máquina natural,
reacciona mejor aún de lo imaginable. Lo mismo al séptimo día, al retomar la ingesta de
líquidos y los primeros sólidos…
Al octavo día, luego del desayuno, me dan el alta. No lo puedo creer. Salimos de allí con Iván
y Andre, llenos de agradecimiento: hacia las doctoras que operaron, los médicos y
enfermeros que atendieron en esos días, los empleados de limpieza... ¡Cuánta buena gente!
Se siente también como un milagro encontrar tanta gente de buen corazón cuando realmente
se la necesita. Es la evidencia inapelable de que los pedidos se materializan en personas y
situaciones buenas, resolviendo las dificultades del mejor modo, superando incluso nuestra
imaginación.
El postoperatorio
La recuperación del postoperatorio la hago en casa de Víctor Piccininni, amigo entrañable
que siempre ha estado al lado en los momentos más importantes; su pareja Marcela y Julita,
la hija de ambos. En las mejores condiciones que siquiera había podido imaginar.
Comienzo las consultas médicas, me entregan los resultados de la biopsia: el tumor estaba
en el estadio 2, sin llegar a atravesar la pared del recto; los extremos de la pieza extraida
están libres de tumor. La cirujana se alegra, considera que está todo muy bien, pero que de
todas maneras debo ir a un oncólogo y, tal vez, me indiquen un tratamiento preventivo. Voy a
la oncóloga que determina la obra social y me indica un tratamiento de quimioterapia feroz:
una aplicación semanal durante 6 a 8 meses. No me gusta nada, ni su indicación, ni el trato.
Una tarde, Marcela me cuenta el caso de su madre, que también fue operada por un tumor
en el colon y no pudo soportar la quimio. Entonces fue a un médico antroposófico y le
hicieron el tratamiento con Viscum Album, una vacuna subcutánea que utiliza la Antroposofía
para el tratamiento del cáncer. Ya hace cinco años de eso y se encuentra muy bien. El
testimonio me resulta contundente. Víctor y Marcela me proponen conocer a la médica
antroposófica que atiende a su hija Julia desde que nació, y que tiene tres especialidades:
pediatra, oncóloga pediátrica y oncóloga de adultos.
Mariela
El 20 de abril conozco a la doctora Mariela Gatica Valdés. La consulta dura casi dos horas.
Me impacta el abordaje antroposófico y la especial sensibilidad de la doctora. Me gusta
mucho la explicación que da del cáncer, el modo en que funciona y cómo tratarlo. Hay tres
niveles. El macroscópico es el nivel del tumor, a esto se lo aborda con cirugía o rayos. El
siguiente es el microscópico, las células cancerosas en sangre o linfa; habitualmente se
tratan con quimioterapia. Pero hay un nivel aún más profundo, donde está la capacidad del
organismo para impedir que se formen células tumorales. En un cuerpo saludable todo el
tiempo existe la posibilidad de que las células degeneren, pero esta capacidad del sistema
inmunológico lo impide. Si en algún momento, por alguna razón, el cuerpo pierde esa
capacidad, aparece el cáncer. Es necesario llegar hasta ese nivel y devolverle al organismo
esa capacidad inmunológica. Se haga o no quimioterapia. Esa decisión la deja
completamente en mis manos. Nos tomamos un mes para decidir.
También me encaja mucho el abordaje integral. Según me explica, tenemos que trabajar a
nivel físico, con la vacuna Viscum Album (nombre científico de una variedad de muérdago) y
otros medicamentos antroposóficos, para normalizar el organismo y levantar el sistema
inmunológico; pero también en lo afectivo-psicológico y en lo espiritual. El cáncer representa
algo que se ha bloqueado, enfriado, estancado, endurecido, por lo que es necesario trabajar
calentando, disolviendo, y expulsando o restableciendo el fluir. En lo físico y en lo
psicológico. Espiritualmente, explica, el cáncer nos pone de frente al tema de la muerte y la
trascendencia, y es necesario resolver esta cuestión esencial dentro de uno: ¿cómo es mi
relación con la muerte? ¿cómo concibo la trascendencia? ¿cómo me preparo para mi propia
muerte?
La Fuerza
A los pocos días nos encontramos con Silvia Amodeo a intercambiar, le cuento el sueño y
acordamos hacer juntos un día de reflexión en Parque La Reja. Al domingo siguiente nos
encontramos y luego de un muy buen intercambio sentimos que es momento de ir a la Sala a
conectar con la Fuerza. Cada uno hace su trabajo, pero al terminar le pido una Imposición de
manos. Silvia accede afectuosamente. Me dispongo y la Fuerza entra en mí, se manifiesta
con potencia indudable, elevándome, levantándome el alma. Estoy conmocionado. He
reconectado con la Fuerza después de muchos meses. ¡Gracias Silvia! ¡Gracias Silo!
En los meses siguientes sigo puntillosamente la recomendación de Quique... En Parque La
Reja, en Parque Carcarañá, en la Salita de La Boca del Mensaje de Silo... Con las
Imposiciones de Mirta, Patri, Emy... Siempre junto a amigos y seres muy queridos. Hasta la
“aplicación número 10” en el Día de trabajo con el Oficio junto a Karen en La Reja. ¡Nada
menos! Un día de trabajo personal, grupal e intercambio con más de 100 amigos, muchos
muy cercanos. Y ceremonias de gran potencia en la Sala. A todo lo cual se suman regalos
inesperados, como la ceremonia de Bienestar con el Cabe y la de Protección con sus hijos.
Muy fuerte todo. ¡Cuánta conmoción! ¡Cuánto agradecimiento! Cuánto Sentido... ¡Gracias
Karen! ¡Gracias Silo!
Las evidencias
Siento que todo va avanzando bastante bien. El proceso de trabajo espiritual ha quedado
centrado en dos frases del capítulo “Evidencia del Sentido”, en el Mensaje de Silo, que hoy
me resuenan más profundamente que nunca: “la real importancia de destruir las
contradicciones internas” y “la real importancia de manejar la Fuerza, a fin de lograr unidad y
continuidad”. Eso vengo intentando.
Pero en la medida en que se va restableciendo el cuerpo, normalizando la vida cotidiana y
apareciendo energía libre, observo que viejas tendencias quieren asomar. Comprendo que lo
más importante ahora es mantener la dirección. La primera frase del mismo capítulo salta
entonces en toda su magnitud: “la real importancia de la vida despierta se me hizo patente”.
Me propongo intencionar con la atención en la vida cotidiana y fortalecer la conciencia de sí.
El anillo
Un fin de semana de retiro en el Centro de Estudios del Parque Carcarañá, en la biblioteca,
consulto el Diccionario de Símbolos (de H.Biedermann). Allí busco el término “anillo”. La larga
página que el autor le dedica está repleta de significados. Una definición: “símbolo tradicional
de lo ilimitado, el anillo es la transformación del símbolo del círculo en la realidad palpable de
un objeto de energía activa”. Y la parábola de Nathan el Sabio. Un rey sabio y poderoso tiene
un anillo mágico que ha ido pasando de generación en generación. Ante la proximidad de su
muerte debe legarlo a uno de sus tres hijos, pero él ama por igual a los tres. Así es que
decide fabricar dos réplicas exactas del anillo y regalarle uno a cada uno. Luego de su
muerte, los tres hijos se reúnen y discuten cómo saber cuál es el original. Deciden que el
anillo que sea capaz de curar enfermedades, expulsar los demonios y obrar todos los
milagros, será el verdadero. Y así resulta. El poseedor del anillo con esas capacidades
mágicas es instituido como rey heredero.
El parecido entre la parábola y el sueño con Quique me estremece. Y me pregunto: ¿qué
representa el anillo en mi realidad perceptual, en este plano físico?
Esa noche, con el grupo de amigos que estamos de retiro hacemos un Oficio. El contacto
con la Fuerza es potente, siento que la energía no sólo circula por mi cuerpo, sino también
entre nosotros, nos conecta, nos une, somos uno... Aún con los registros energéticos
copresentes abro los ojos. Entonces comprendo: ¡Somos el anillo! Nuestro anillo es nuestra
comunidad siloísta, los amigos queridos con quienes entramos en comunión en cada
ceremonia de Oficio, en cada Bienestar, en cada Pedido. Cuando la convergencia de
intenciones se convierte en comunión, sintonizados y en contacto con la Fuerza. Ese es el
anillo poderoso que “cura y obra milagros”... ¡Gracias Amigos! ¡Gracias Silo!
El sueño del elefante
Estoy en un amplio salón, al frente un escenario, sobre el escenario una llave de tecla
gigante, blanca, como las que hay en cualquier casa para encender las luces. Pero gigante.
“Y eso para qué servirá”, me pregunto. Una voz me responde: “hay que dejar pasar al
elefante”. No entiendo bien, pero me corro hacia un costado... hacia un rincón del salón..
haciéndome chiquito. Entonces por la entrada del salón aparece repentinamente,
impetuosamente, un elefante muy grande a toda carrera. Avanza resueltamente hacia el
escenario, da un salto y pisa con su pata derecha la tecla gigante... ¡Todo se electrifica!
En la escena siguiente, estoy con un amigo (Víctor P.) intercambiando animadamente sobre
las consecuencias de la “electrificación”.
Al despertarme, con toda la conmoción de un sueño significativo, una frase del Mensaje
resuena en mi interior: “Deja que la Fuerza se manifieste en ti. Trata de ver su luz adentro de
sus ojos y no impidas que ella obre por sí sola”.
Comprendo que el Guía me ha mostrado cuál es la actitud adecuada para la experiencia de
la Fuerza. Dejar que se manifieste, una vez que el propósito se ha movilizado con fuerte
carga afectiva. Achicando el yo, al máximo posible, para que no interfiera en el camino
ascendente de la energía. Y sólo “tratar de ver la luz” adentro de los ojos; que ella, la Fuerza,
sabe muy bien cómo llegar hasta allí y dar en el punto de control.
¡Gracias Silo!
La neumonía
Cuando creía que ya sólo se trataba de recuperar fuerzas y peso, me volteó la fiebre y una
fuerte congestión bronquial. Pasaron varios días de cama, muy poco sueño y nada de
apetito, justo cuando la médica había salido de vacaciones. Hasta que por insistencia de
algunos amigos vamos una noche a la guardia médica del Hospital Militar. Diagnóstico:
neumonía. Indicación: cinco días de antibióticos, nebulizaciones y reposo total.
Termino el tratamiento bien recuperado y vuelvo a la consulta con la médica antroposófica.
Vamos con Andrea. Le cuento detalladamente lo sucedido y su reacción me sorprende: se
pone muy contenta; por el modo en que todo resultó y, especialmente, por haberme
“bancado” los cinco días de fiebre y expulsión de mucosidad, antes de recurrir a los
antibióticos. Explica que, desde el punto de vista antroposófico, la fiebre es un recurso muy
importante del organismo para hacer frente a las disfunciones, virus, bacterias, etc. y por
debajo de los 40 grados de temperatura no es necesario intervenir. Más aun en este caso,
siendo el cáncer una malfunción caracterizada por lo frío, duro, anquilosado, es muy bueno
que se produzca un episodio en el que predominen el calor, la disolución y la expulsión.
Andrea, también sorprendida, le pregunta: “¿querés decir que está todo bien?”
– Sí - responde Mariela -, muy bien. El proceso está avanzando muy bien y muy rápido.
Su optimismo nos contagió. El punto de vista tan original sobre el tema me gustó mucho. Y lo
más importante, algo internamente me encajó. También durante la fiebre y los semisueños de
aquellos primeros cinco días pude detectar un clima de fondo, muy antiguo, de la primera
infancia, un trasfondo de desconfianza hacia los demás que no estaba resuelto y había
quedado totalmente en evidencia. Ahora sería más fácil trabajarlo. Sentí que algo muy de
fondo se estaba moviendo, en buena dirección. Salimos de allí, felices los tres.
El cambio de dirección
Advierto que hasta el momento en que se manifestó la enfermedad venía en una dirección
rara, sintiendo cada vez más diferencias con más gente, incluso amigos y seres muy
queridos y cercanos. Nadie me caía del todo bien, o por lo que hacía, o por lo que decía, o
por algo que me imaginaba del otro. El tremendo cachetazo del cáncer y las experiencias tan
intensas que acompañaron a la operación, el pre y el postoperatorio; el afecto, los pedidos,
las fuertes correntadas de calidez, bienestar y buenos deseos de tantos amigos habían
barrido con todo aquello y empujado a un claro cambio de actitud frente a la vida y las
personas.
Ahora siento que los amo, a todos, a los seres queridos, a los amigos siloístas... sin importar
en qué están, qué hacen, cómo piensan de uno u otro tema. Los amo. Ojalá algún día pueda
llegar a sentir esto por toda la humanidad...
Comprendo que antes experimentaba el mundo y a los demás desde la cabeza. Ahora siento
que es desde el corazón. Y que la reconciliación está calando más profundamente en mi ser.
Es un esfuerzo que hay que hacer
El 2 de julio hay un evento en la Salita de La Boca: la proyección del video de Silo sobre “La
experiencia”. Una frase del Maestro me resuena especialmente fuerte: “el sufrimiento
humano es mental y el sufrimiento humano no se soluciona ni por el desarrollo de la ciencia,
ni por el desarrollo de la justicia, es un esfuerzo que tiene que hacer el ser humano para
entrar en otras regiones de la mente”. Comprendo que esa es una clave fundamental para el
proceso interno en que me encuentro de reflexión, reconciliación y trabajo con la Fuerza: hay
que hacer un esfuerzo, intencional, para entrar en otras regiones de la mente. El esfuerzo del
ascenso... Como cuando tuve que pararme y caminar...
La transferencia de imágenes
Le pido a Marcos, un gran amigo muy experimentado en el trabajo de operativa, que me
ayude como guía transferencial. Quiero trabajar aquella representación tan fuerte que se
impuso a la salida de la operación: la cueva de calaveras.
Luego de un rélax completo, bajo a la cueva. Allí frente a mí está la pared de calaveras color
verde-negruzco, frías, brillantes, congeladas, cementadas... No me puedo mover, no hay
salida de allí. Ante una pregunta del guía, respondo: “es mi tumba...”
¿Qué quisieras hacer?
Salir de aquí. Pero necesito saber quiénes son esas calaveras.
¿Te animás a preguntarles?
Se burlan de mí, siempre... Es como si me hubieran metido en prisión. Eso es, una
prisión.
¿Podés hablar con ellos?
Veo ojos detrás de las calaveras. Son como máscaras. Hay gente detrás.
¿Quiénes son?
Es como una gran tapa formada por esas máscaras. La corro y allí están: mis primos
de la infancia. Que siempre se burlaban de mí.
¿Podés preguntarle qué hacen?
Dicen que quieren jugar. Quieren hacerme jugar. Y que aprenda a reírme...
¿Hay alguien más?
También está mi padre, mirándome, juzgando todo lo que hago. Y mi madre, enferma.
Me acusan de haberla enfermado yo por las cosas que hago, los disgustos que le doy.
¿Podés hablar con ellos?
Me acerco a mi padre y lo abrazo. Largo. Hasta que se afloja. Tomo de la mano a mi
madre, siento el calor de su mano. Le agradezco todo lo que hizo por mí...
¿Querés hacer algo más o seguir avanzando?
Quiero quemar la tapa de máscaras, o disolverla.
Tus manos son luminosas, puedes hacer lo que quieras.
Tomo la tapa de máscaras de calaveras y la comienzo a ablandar, a amasar, hasta
convertirla en una bola como de arcilla... La amaso, la acaricio, se va haciendo
transparente... Se eleva como una burbuja, y estalla.
¿Adónde vas ahora?
Entro a casa. Están mis parientes, vamos a tomar unos mates. Siento que si yo no los
acuso, ellos no me juzgan. Que puedo hacer algo para llevarnos bien. Los miro a los
ojos con cariño. Le doy un abrazo a cada uno: a mi tío, a mi padre, a don Tracy y su
amigo médico. Y me voy a pasear con mis primos. Siento un calor en el pecho.
Comprendo, por primera vez en profundidad, la frase de El Camino, en el Mensaje de Silo:
“No imagines que en tu muerte se eterniza la soledad”. La tumba fría, terrorífica, es la
soledad eterna. Es el infierno congelado, la prisión perpetua de la que no puedo salir por toda
la eternidad. Es la alegoría de la muerte, la única muerte que existe: la muerte en vida, la del
aislamiento, de la soledad aquí. Adonde me lleva toda actitud que me separa del otro, por
rencor, resentimiento o culpa... todo lo que me desintegra. La máscara representa el rol que
he adoptado para relacionarme, para protegerme, manteniendo distancia de los demás. Es el
nudo de imagen de sí que se ha formado a lo largo de tantos años. Una matriz, un sistema
de tensiones que se configuró en un momento y se mantuvo por toda la vida, traduciéndose y
manifestándose en diferentes ámbitos: con los amigos en la infancia, con la familia en la
adolescencia, con las parejas en la juventud...
Comprendo. Es el “para mí” lo que me lleva a esa “tumba de calaveras” en donde se eterniza
la soledad.
El “para otros”, en cambio, me lleva a la convergencia, al contacto con el otro, a la comunión,
al amor y la compasión. Cuando hago un esfuerzo en esta dirección y logro esta actitud en la
acción o en la relación con otros, surge el calor en el pecho, siento que la vida avanza, la
unidad se restablece, las máscaras se disuelven, el futuro se abre. Y vuelve la alegría...
¡Gracias Marcos! ¡Gracias Silo!
Hugo Novotny
Diciembre 2016