Teotecnia: Universo en primera persona
Por J. A. López
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TEOTECNIA es el primer Sistema Operativo Humano. Un Sistema Operativo diseñado como sistema de creencias para programar pensamiento, emoción y conducta.
"Todo sucede en el cuerpo, en el sistema nervioso; todo sucede en primera persona".
La base científica en la TEOTECNIA se resume a la afirmación de la realidad como una construcción sensorial, que no nos muestra la realidad tal cual es, sino que codifica una representación lógica y comprensible para el ser humano.
TEOTECNIA: Universo en primera persona; analiza cómo es que se construye esta realidad virtual biológica, para así poder construir un nuevo personaje dentro de la simulación.
TEOTECNIA es comprender todo lo que llamamos realidad desde una nueva perspectiva. Es construir un Yo en armonía con la naturaleza; pero sobre todo, es una ACTUALIZACIÓN de la consciencia humana.
Y tú, ¿con qué Sistema Operativo comprendes la realidad?
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Teotecnia - J. A. López
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Prefacio
Siempre he visto mi vida como una sucesión de eventos increíbles y extraordinarios, algo similar a la narrativa de algunas novelas clásicas en donde el personaje principal vive una serie de sucesos; algunos afortunados y otros no tanto, que lo van llevando a conocer diversos personajes cuyas lecciones y enseñanzas le sirven para continuar creando una gran historia. Así es como en este punto explicaré de forma más íntima y personal cómo es que surgió todo esto.
Por más increíble que parezca en un periodo de tres años sufrí tres experiencias cercanas a la muerte. Tres encuentros que me cambiaron para siempre; que me transmutaron literalmente. Cada uno de estos tres fueron distintos en forma y en intensidad; sin embargo, cada uno tuvo su razón de ser. Todo comenzó en invierno. Un mal diagnóstico médico y una extraña enfermedad me hicieron vivir tres meses con la idea de tener un tumor en el hígado. Eso provocó que tuviera mucho tiempo para reflexionar y considerar la idea de mi muerte durante el tiempo que estuve recostado en cama. A los tres meses corrigieron el diagnóstico para simplemente decirme que no sabían que era lo que padecía. Así llegó el verano; me acababan de dar de alta y la extraña enfermedad que paralizó mi vida se fue así como llegó. Dos años después, en primavera nuevamente, la salud se alejó de mí. Esta vez no fue algo tan grave; de hecho, nadie pensaría -incluso yo- que por esa razón estuve cerca de morir. Un día de abril comencé a tener durante la noche problemas para respirar, para la mañana mis uñas y labios comenzaban a ponerse de un color morado. Fui de urgencia al hospital. Me sacaron placas de rayos x y midieron mis niveles de oxigenación. La doctora que me atendió tuvo la brillante idea de utilizar epinefrina -mejor conocida como adrenalina- para abrirme las vías respiratorias. Yo sin poder respirar y sumamente agotado vi como preparaba la inyección y se acercaba a aplicarla vía intravenosa en mi brazo izquierdo. Recordemos que yo entré por no poder respirar; yo fui asmático de niño, por lo que estoy acostumbrado a respirar con dificultad, a tener nebulizaciones e incluso a recibir este tipo de inyecciones. Desde pequeño aprendí a relajarme para ayudar a mi cuerpo a oxigenar. En ningún momento pasó por mi cabeza la idea de que ese día podría morir. En el instante en que la doctora inyectó la sustancia dentro de mí, no pasaron ni dos segundos cuando comencé a sentir un calor muy intenso en todo mi cuerpo; una exagerada presión en mi cabeza, en mis ojos, en mis oídos; algo parecido a la presión que se siente en un avión pero mil veces más fuerte. Mi corazón latía a una velocidad tan impresionante que por un momento creí iba a explotar. Ese calor intenso se convirtió en un dolor generalizado, creándome la sensación de estar orinando y defecando al mismo tiempo que sentía una urgente necesidad por vomitar. Jamás he sentido tanto dolor como esa vez, el dolor fue tanto que respondí como un animal. El pudor y la vergüenza desaparecieron en instantes y lo único que me importaba era comunicarles que algo estaba muy mal, ¡sentía que me moría! Levanté mi torso en la camilla, no sé si por reflejo o voluntad y sin poder hablar únicamente gemía y hacía ruidos de dolor que según yo los doctores entenderían como señal de que algo muy malo me estaba pasando. Pude ver cómo llegaron muchos enfermeros y otros doctores, quienes cerraron las cortinas que me rodeaban trayendo un desfibrilador. De pronto el dolor cesó y comencé a perderme en un dialogo interno. Lo primero que pasaba por mi cabeza eran mis padres, que estando en la sala de espera no tenían ni idea de lo que estaba sucediendo. Recuerdo haber escuchado a la doctora diciéndole a otro médico que no sabía qué fue lo que pasó. Eso me llevó a pensar que jamás admitiría que hizo algo mal al momento de inyectarme, cosa que me preocupó. Después comencé a pensar en mis hermanos, quienes se encontraban trabajando y estudiando. De igual forma llegó a mi mente Liz, en ese entonces aún mi novia; quien se encontraba en un viaje en San Diego, California. No me podía pasar nada, ninguno de mis seres queridos se encontraba conmigo, no me había despedido de nadie, ni siquiera tenían idea de que algo podría provocar mi muerte. En ese momento escuché la voz de una mujer que me decía: «no te duermas, mírame, no te duermas». Esa voz me hizo reaccionar y entonces comencé a sentir unas manos sosteniendo mi cabeza. Pude ver a una doctora rubia, diferente de la doctora que me inyectó a la cual por cierto no volví a ver. Esta doctora comenzó a dar órdenes e instrucciones a todo mundo hasta que llegó el punto en el que me estabilizó. La doctora que logró estabilizarme, tan solo estaba haciendo un recorrido por el hospital ya que era su primer día. No estaba en turno; venía llegando de la ciudad de México, en donde era titular del área de cuidados intensivos. Más tarde, me enteré que la inyección de adrenalina fue mal aplicada; no fue diluida y fue en una dosis mayor, cosa que pudo haberme causado un derrame cerebral o incluso la muerte. De igual forma ya con los resultados de los estudios me comentaron que lo que tuve fue influenza, lo que provocó que se cerraran mis vías respiratorias y que colapsara un pulmón, por lo que me encontraba respirando con dificultad utilizando solo uno de mis órganos.
Todo pasó, y pude ver a mi familia por un momento. Como en todo hospital al poco tiempo tuvieron que dejar la habitación. Estando solo comencé a reflexionar profundamente sobre qué hubiera pasado si hubiera muerto. Todos mis sueños, mis metas, mis anhelos, se habrían quedado como eso, solo sueños. ¿Qué estaba haciendo de mi vida?
A los tres días tuve que volver a mi vida normal. Recuerdo estar sentado en mi oficina viendo una pila de expedientes por un lado y por otro la pantalla de mi computadora. En ese entonces trabajaba como pasante en un despacho de abogados, llevando asuntos civiles y mercantiles de diversas personas físicas, así como de empresas, entre ellas varios bancos. Yo ya no era el mismo, no tenía ni la menor idea de por qué me encontraba en ese lugar haciendo algo que en verdad no quería. Estaba perdiendo tiempo, estaba desperdiciando mi vida. Justo en ese momento, siguiendo un impulso utilicé la computadora para comprarme un viaje al estado de Nayarit. Tiempo atrás hice una promesa que aún estaba sin cumplir. Prometí visitar a un gran amigo, uno que es como un hermano, en el pueblo donde se encontraba llamado Bucerías, en el estado de Nayarit. Fue así que decidí que pasaría mi próximo cumpleaños en ese pueblo mágico.
Así es que llegamos a mi tercera muerte. Al poco tiempo de haber tenido esa epifanía de libertad, renuncié a mi trabajo y decidí comenzar a vivir sin quedarme con las ganas de nada; es incierto el momento de nuestra muerte y vivimos como si tuviéramos todo asegurado, dejando nuestros sueños para un mañana que nunca llega. Ese verano, realicé con tres amigos un largo viaje desde el sur del país hasta la zona del pacífico en Nayarit. Viajando primero a Guadalajara y tomando un camión de cinco horas a Puerto Vallarta, en donde nuevamente transbordaríamos camino a nuestro destino; a ese pueblo de nombre extraño. Fue exactamente un 29 de julio que tuve la experiencia más intensa que he vivido, una experiencia que me cambió por completo en cuerpo y mente. Ya estando con mi hermano en Bucerías, decidimos ir a acampar a una playa virgen debajo de un enorme cerro. Lugar poco conocido, visitado únicamente por aquellos amantes del surf que buscan las mejores playas con las mejores olas, las cuales entre más escondidas mejor. Yo no tenía idea de que esa noche cambiaría todo para mí. No tenía idea de que al regresar de ese viaje el mundo como lo conocía sería otro. Un nuevo mundo, una nueva realidad por construir.
Mi primer encuentro con la idea de la muerte fue relacionado con el hígado, el segundo encuentro fue relacionado con el corazón gracias a la adrenalina que disparó mi presión arterial; esta vez el encuentro que tuve con la muerte fue el más real y el más impresionante, ya que fue con la mente. Gracias a la ingesta de psicotrópicos tuve lo que se conoce como una perdida de ego resultado de que creí haber muerto. En mi estado alterado de consciencia creí que tuvimos un accidente en nuestro trayecto por la carretera que nos llevó a esa playa. Las carreteras por esa zona son muy empinadas y repletas de curvas muy cerradas. Mi mente me engañó y me hizo creer que nos habíamos salido de la carretera y caído por el cerro hasta llegar a esa playa. Habíamos muerto mis amigos y yo en ese accidente y nos encontrábamos en esa playa que era una especie de limbo en lo que aceptábamos nuestra muerte. La alucinación fue colectiva y fue una experiencia sumamente estresante. Luchar contra ti mismo durante aproximadamente diez horas, tratando de convencer a tu mente de estar vivo te cambia la vida quieras o no. Viéndolo ya en retrospectiva y analizando ese trascendental evento, fue así que mi concepción de la realidad cambió por completo. Mi mente tuvo semejante sacudida que posterior a ese viaje mi percepción regresó a ser la de un recién nacido, lo que me permitió ver la realidad con nuevos ojos y entenderla desde una nueva versión de mi consciencia. Gracias a que mi ego, mi yo o como le quieran llamar, se deshizo en esa playa; fue que entendí, que somos mucho más de lo que creemos ser, somos una consciencia que lo es todo. No hay diferencia entre lo interior y lo exterior, todo lo que creemos que es real no es más que un conjunto de funciones cerebrales operando con normalidad.
El Yo que regresó de ese viaje no era el mismo del que partió. Tanto mi familia como mis amigos notaron el cambio, incluso yo mismo sabía que ya jamás podría ser el mismo. Inexplicablemente mi mente comenzó a trabajar a mil por hora. Despertaba en las madrugadas para escribir las ideas que me llegaban sobre la construcción de la realidad. Gracias a que experimenté en carne propia cómo se iba deshaciendo poco a poco mi realidad y mi Yo, fue que pude tomar consciencia de cómo ambas cosas se construían. Tomé consciencia de la importancia de la mente y del cerebro. Las ideas no paraban de brotar, tenía que satisfacer la urgente necesidad de escribirlo todo. Prácticamente comencé a enloquecer. Empecé a practicar Yoga y meditación a tiempo completo. En muy poco tiempo logré resultados increíbles; cambié mi estructura física y conseguí hacer cosas con mi cuerpo que jamás hubiera imaginado gracias a un nuevo equilibrio y balance, tanto en mi centro de gravedad, como en mi mente. Cambié tanto en algún punto que la gente no me reconocía en las calles.
Así pasó todo un año y no fue sino hasta noviembre de 2010 que encontré el camino de conocimiento que cambiaría mi vida para siempre. Gracias a mi madre, asistí a una conferencia sobre los eventos cósmicos que se aproximaban el 21 de diciembre del 2012. Las supuestas profecías mayas del fin del mundo sonaban mucho en ese entonces y esta vez la conferencia la daría un sacerdote maya en un jardín botánico. Accedí a ir; honestamente más que por iniciativa propia, lo hacía por acompañar a mi madre quien mostraba un genuino interés por conectar con la nueva versión de su hijo. La conferencia consistía en una plática con el sacerdote y una ceremonia al cierre. Todo comenzó y de pronto; sin la mayor preocupación y con toda la templanza de alguien que está completamente seguro de sí mismo, el sacerdote afirmó de entrada que estas profecías mayas que sonaban en televisión y en internet no eran en verdad profecías mayas. Sin problema alguno afirmó que el mundo tampoco se iba a terminar en el solsticio de invierno del año 2012. Afirmó que lo único que sucedería sería que la cuenta que los antiguos mayas comenzaron hace miles de años iba a llegar a su fin y simplemente comenzaría un nuevo ciclo para la humanidad. Esas palabras impactaron tanto en la audiencia que hubo personas que inmediatamente se salieron. Recuerdo muy bien una pareja de argentinos que incluso se ofendieron y fueron a reclamar el dinero de su entrada. Fue ahí que en verdad este sacerdote acaparó toda mi atención. La conferencia se desvió a la explicación de la ceremonia que se acercaba, la ceremonia maya de los muertos el Hanal Pixan, «la comida de las almas». El sacerdote empezó a hablar de la cosmovisión maya, cada palabra que él decía impactaba, no sólo en mi consciencia, sino también en mi espíritu. Desde ese momento nació una necesidad en mí, sentía la enorme necesidad por aprender de él. Era uno de mis sueños conocer un hombre de conocimiento y la vida me estaba poniendo frente a uno. Cuando todo llegó a su fin me acerqué y le expresé mi interés por aprender de él, a lo que me contestó que si quería aprender que lo buscara en determinado pueblo de Yucatán, que encontrara el camino del pozo y las «tres cruces», y que pasando esas señales vería una casa con una pintura del rey Pakal. Esas fueron las primeras indicaciones que recibí de don Bartolomé.
Fue así como conocí a un Ah’ men maya. Un Ah’ men, (J’ men o X’ men), maya es una de las jerarquías sacerdotales de esta enigmática civilización. Es dentro de ésta el nivel más bajo de sacerdote que había, algo similar al párroco del pueblo. Era el que tenía contacto directo con la gente; el que vivía entre ellos y los asistía de una forma más personal. Por esa razón es que ese nivel jerárquico sobrevivió a la conquista ya que se camuflajearon con el pueblo; adoptando los símbolos cristianos, para así esconder su verdadera religión y creencia. Ah’ men, significa «el que sabe», y actualmente se le nombra así a los médicos mayas que curan y velan por su comunidad, al igual que llevan las ceremonias y las fiestas mayas conservando así su tradición.
A las dos semanas de la conferencia me encontraba de camino al pueblo donde vivía don Bartolomé. Logré encontrar el pozo y las tres cruces y exactamente como lo describió a los pocos metros pude ver una casa con la pintura de Pakal. Cuando llegué tuve que esperar una larga cola de gente que estaba esperando al maestro para consulta. Pasaron algunas horas y fue en la tarde que me pudo recibir. Pasé al consultorio del maestro, un pequeño cuarto donde atiende y tiene su altar. Comencé a hablarle de mí y mi interés por aprender de él. Don Bartolomé me escuchó atentamente y cuando terminé solo me dijo: «regresa en una semana, te quedarás conmigo y te enseñaré la herbolaria maya». Quedé sorprendido. No hubo nada más esa vez. Tardé más llegando y esperando turno que estando hablando con él.
La semana pasó rápidamente y me encaminé a la casa del maestro. Esta vez iba preparado para quedarme. Acompañado de una enorme mochila de viajero, un tapete de yoga y víveres; llevaba entre todo eso el cuaderno que escribí donde plasmé todo lo que llegó a mi mente después de la experiencia en esa playa de Nayarit. En verdad que fue una fortuna que lo llevara. Al llegar a la casa de don Bartolomé volví a entrar al cuarto del altar. El maestro comenzó a hablarme del curso de herbolaria maya que me iba a dar, escuché muy atento y cuando terminó le volví a expresar mi interés en aprender lo que él sabía y comencé a relatarle mi experiencia en Nayarit. El maestro escuchó con un notable gesto de interés. Llegué al punto de contarle que mi mente no paraba de darme información la cual tuve que escribir en un cuaderno para dejar un registro de todo, a lo que el maestro sorprendido preguntó si traía conmigo ese cuaderno. Saqué el cuaderno de mi mochila y se lo entregué. Fue ahí que comencé a vivir una realidad aparte. El maestro comenzó a leerlo y se detuvo en unos símbolos que había dibujado. Volteó a verme y dijo: «mi hermano, no te voy a enseñar herbolaria, tú vas a aprender de mí la espiritualidad maya, vas a comenzar un sacerdocio». Sin decir más, se levantó y salió del cuarto. Yo no podía entender lo que estaba sucediendo. El maestro regresó con una pila de cuadernos. Eran sus libros. El maestro tomó uno lo abrió y me mostró el mismo símbolo que a mi mente había llegado. -¡Mira!, -me dijo-; es el mismo símbolo que dibujaste. Efectivamente era el mismo. ¿Cómo era esto posible? Este tipo de cosas solo pasaba en libros, no en la vida real. El maestro me explicó que la experiencia que tuve en esa playa abrió en mi mente lo que él llama «la puerta de la luna». Una vez que esa puerta estaba abierta tenía que equilibrarse con «la puerta del sol»; sino se logra cerrar o equilibrar, esa puerta nos puede conducir a la locura o incluso a la muerte, y que solo a través de una increíble voluntad y disciplina es que se lograba eso siguiendo un sacerdocio. El maestro me dijo que agarrara mis cosas y que regresara el primer mes del próximo año. No me podía recibir en ese momento porque él se tenía que preparar para lo que ahora me iba a enseñar. Fue así que el primer mes del año 2011 comencé este camino de sabiduría con don Bartolomé. Un camino que durará toda una vida.
Todo lo que aquí encontrarán es una traducción a los conceptos e ideas que tenemos como occidentales, como «hombres blancos». Jamás olvidaré las palabras de don Bartolomé durante la ceremonia de solsticio de invierno del 2012, cuando dijo para concluir el ciclo de la cuenta larga maya: «Hasta aquí llegó el legado maya; de aquí en adelante nos toca a nosotros, volver a escribir el nuevo código y comenzar la nueva cuenta». Y aquí estoy, escribiendo un nuevo código para la humanidad. Yo no soy Azteca, ni soy Maya; por lo tanto, no puedo decir que aquí encontrarán la sabiduría de esas civilizaciones. Lo que encontrarán es cómo esos sabios sacerdotes codificaron toda la experiencia del ser humano, logrando así codificar la realidad y codificarse a sí mismos. Don Bartolomé llama ese conocimiento «la sagrada ciencia».
Me quedé un tiempo viviendo con él conviviendo por primera vez con la naturaleza. Cuando llegó el momento de volver, una de las misiones que me fue encomendada fue usar el conocimiento y la tecnología para sanar al mundo. Para lograr esa misión y reescribir esta sagrada ciencia utilizando el actual conocimiento y tecnología me di a la tarea de prepararme como la actual sociedad lo dicta. Gracias a que decidí tomar ese camino hoy puedo afirmar que lo que encontrarán en este libro es la forma en la cual la ciencia crea una nueva espiritualidad.
Introducción
Nos encontramos en una época histórica increíble. Los avances científicos y tecnológicos nos hacen vislumbrar un cambio radical del mundo como lo conocemos. La información fluye a la velocidad de la luz, conectando a todas las personas del mundo, sin importar idiomas, ni distancias. En verdad que estamos viviendo una transición en la historia de la humanidad. Sin embargo, ¿qué pensarían si les dijera que parte de este gran cambio es el descubrimiento de que vivimos inmersos en una simulación parecida a un programa codificado tal cual fuera un juego de video?; ¿lo creerían?, ¿lo tomarían como un dato verdadero?, ¿como un dato pseudocientífico o como ciencia ficción?
En este libro, no solo se podrá comprobar el hecho de que es una verdad científica que vivimos una realidad que únicamente simula un mundo exterior que jamás llegaremos a conocer; en este libro encontrarán, una técnica para hackear esa simulación y así lograr tomar control verdadero sobre nuestro ser y aquello que llamamos realidad.
Analicemos un poco lo siguiente: ¿Qué tanto sabemos científicamente del ser humano? Bueno, sabemos que es un organismo biológico, que por lo tanto sigue las leyes que dicta la biología. Sabemos de igual forma que habita en un planeta que llamamos Tierra, el cual tiene un ambiente por default que llamamos naturaleza en donde encontraremos fuerzas físicas que de igual forma siguen leyes específicas. Sabemos también que el planeta en el cual habita el ser humano se encuentra dentro de un sistema solar dentro de una galaxia en un universo en el cual encontraremos leyes físicas y matemáticas que dictan los límites de la existencia. De igual forma hemos descubierto que el mundo interior del ser humano es algo imposible de comprobar. Gracias a la psicología sabemos que lo único que podemos constatar objetivamente del mundo interior del ser humano, son sus comportamientos y conductas. Todo lo que consideramos subjetivo no sirve para la ciencia. Del mismo modo que se puede condicionar a un animal, se puede condicionar a un ser humano, sin importar lo que exista dentro de él. Obviamente para la ciencia no hay un alma, no hay una esencia interior. Somos únicamente una bolsa de carne y huesos que responde a impulsos y funciones biológicas. Somos un ser que nace y que está destinado a morir, sin volvernos nada más trascendental que un recuerdo para quienes aún con vida nos tuvieron algún afecto… Todo lo anterior fue la clave para que naciera en mí un chispazo de creatividad científica. Cuando afirmamos científicamente que lo subjetivo no tiene relevancia, que no existe un alma o algún tipo de divinidad en nuestro ser; estamos afirmando, que el mundo interior del ser humano es un espacio libre para construir lo que queramos en él. Así nació la Teotecnia.
Para comenzar tenemos que aclarar bien qué es aquello que llamamos subjetivo. Lo subjetivo es todo lo que percibimos en nuestro interior, que aunque sea imposible de comprobar objetivamente, todos y cada uno de los seres humanos sabemos que existe. Ese mundo interior se compone por un observador y una consciencia. A su vez la consciencia se conforma por la experiencia y todo en su conjunto forma nuestra subjetividad. Ese lugar único e irrepetible; donde todo el universo, todo el mundo y por ende toda la realidad tiene sentido. Es una gran verdad el afirmar que todos y cada uno de nosotros jugamos el juego llamado realidad en primera persona. No hay nadie absolutamente nadie que juegue este juego de otra forma.
Gracias a diferentes ciencias hoy podemos afirmar que la subjetividad sí tiene un impacto importante en la realidad. Existen descubrimientos en neurociencias, física cuántica, psicología, etc., que demuestran la importancia del observador en la construcción de la realidad. Realidad que los científicos comienzan a comparar con un programa generado por computadora. En verdad en este libro el tema principal no radica en si nos encontramos en una simulación o no, porque si lo pensamos a fondo, ¿cuál sería la diferencia? Imaginemos que el día de mañana la ciencia y todos los gobiernos del mundo llegan a un consenso internacional y nos comunican: «En efecto, nada es como lo pensábamos, vivimos en una realidad virtual generada por una súper computadora de una civilización sumamente avanzada». De acuerdo, ¿y ahora qué? Muchos tendríamos que continuar trabajando, yendo a la escuela, haciendo todas nuestras actividades cotidianas. No se acabaría el hambre en el mundo, ni se curarían mágicamente las enfermedades. Entonces, ¿cuál sería la diferencia? La diferencia radica en el hecho de que al afirmar que estamos en una realidad programada implicaría también afirmar que como todo programa existente en la actualidad ésta también podría ser hackeada; es decir, que sea factible utilizar sus propios códigos de construcción para transformarla a nuestro gusto. ¿Cómo entonces es qué podríamos lograr transformar la realidad? La respuesta, por más increíble que parezca, es mediante la espiritualidad, diseñando un sistema de creencias a través de la ciencia.
Muchos creen que con vivir una espiritualidad es suficiente, y por un tiempo así lo creí también. No fue hasta que conocí a don Bartolomé, que entendí la importancia de codificar un sistema de creencias; es decir, de tener una religión. Es bastante la información que la ciencia a través de los años ha recabado sobre ésta. Sabemos que literalmente, las creencias religiosas pueden afectar los cerebros de las personas. Una creencia puede afectar la forma en la cual percibimos la realidad e incluso puede modificar físicamente al cerebro. Toda esta información me llevó a pensar: ¿acaso una religión funciona como un software para el cerebro humano? La religión, mejor entendida como un sistema de creencias, logra la mezcla perfecta entre el pensamiento y la emoción. No hay nada que genere más emociones y pensamientos que las religiones. Si tenemos los datos científicos de que el observador, a través de sus pensamientos y emociones, puede afectar a nivel cuántico la construcción de la realidad, no suena radical pensar que la religión pueda afectarla de igual forma. No por nada ha sobrevivido a través del tiempo manteniendo tanto poder. Entonces; si sabemos que la religión tiene semejante fuerza, no solo en la realidad que todos conocemos, sino en un lugar mucho más importante como lo es nuestro cerebro; ¿cómo es posible que a estas alturas de la historia jamás se haya intentado diseñar un sistema de creencias para la humanidad?
Es así que comencé a ingeniar el diseño y codificación del primer sistema de creencias de base y estructura científica programado como un Sistema Operativo para la consciencia humana. ¿Cómo es esto posible? Veamos un poco de lo que nos aguarda en las páginas siguientes de este libro. En el primer capítulo: Un mundo de energía; vamos a mostrar cómo es una verdad científica que todo lo que nos rodea se construye energéticamente; y no sólo eso, también mostraremos cómo en verdad hay una especie de diseño y codificación en todo cuanto nos rodea. En el segundo capítulo: Hombre Virtual; hablaremos de una nueva concepción del ser humano como un ser que sobrepasa lo que consideramos físico. Un ser que se construye a sí mismo. En el tercer capítulo: Co-creación; entenderemos cómo es que se construye la realidad como la conocemos y cómo todo forma parte de un sistema diseñado por nosotros mismos mucho tiempo atrás. En el cuarto capítulo llamado: Ingeniería del Código; comenzaremos a explicar cómo es que se diseño la Teotecnia, mostraremos la evidencia científica que nos ayudará, no sólo a afirmar nuestras ideas; sino también, a edificar los cimientos de todo un nuevo sistema de creencias. En el quinto capítulo: Teotecnia: la consciencia solar 1.0; describimos a detalle este nuevo sistema de creencias, explicando cómo se puede «programar» en nuestro sistema. En el sexto y último capítulo: Exhorto a América; invitamos a que toda persona que quiera involucrarse en la construcción de este nuevo sistema de creencias, se una a este proyecto y aporte su conocimiento y su cultura para lograr la evolución del ser humano a través de una nueva forma de espiritualidad y ciencia.
Este ha sido el resultado de muchos años de trabajo e investigación para lograr dejar muy en claro cuáles son las bases y justificación científica de la Teotecnia. Recordemos que lo más importante es saber que el mundo interno de cada uno de nosotros es un espacio libre para que instalemos en el lo que queramos. Qué mejor que instalemos un sistema que nos lleve a alcanzar nuestro máximo potencial como seres humanos, como los seres racionales e inteligentes que somos. El problema no es si debemos tener o no una religión, sino qué tipo de religión debemos de tener. El mundo interior del ser humano es de donde sale toda la fuerza y energía que nos lleva a alcanzar todas nuestras metas y materializar todos nuestros sueños. No ha habido un sólo ser humano que haya trascendido que no contara con una creencia, con una filosofía, con una mentalidad, o al menos con una personalidad y voluntad dignas de admirar. Por esa razón, es que debemos de romper el monopolio que tienen las actuales religiones sobre el mundo interior del ser humano; ya que para alcanzar la verdadera evolución debemos de lograr un cambio en nuestro interior. Es así que todo esto tiene como finalidad ayudar a la humanidad a tomar un nuevo camino, un camino que nos lleve a lograr el equilibrio y la armonía con el todo que nos rodea. Un nuevo camino que nos lleve a tomar consciencia de la responsabilidad que tenemos al ser los únicos seres conscientes en la naturaleza. Que nos haga entender que somos parte de un organismo más grande y que por esa razón debemos utilizar nuestro intelecto humano para trabajar en