La Arquitectura de Los Jesuitas
La Arquitectura de Los Jesuitas
La Arquitectura de Los Jesuitas
Carlos A. Page
2
cierto evidenciaba cierta unidad y que fueron reafirmadas más recientemente por
Richard Bösel y Rodríguez G. de Ceballos y su saga.
Fig. 2 IL Gesù construida bajo el generalato de San Francisco de Borja. El cardenal Alejandro
Farnesio encargó la construcción a Jacopo Barrozi de Vignola, quien al morir (1573) lo
reemplazó Giacomo della Porta para modificar la fachada finalizada en 1584.
3
congregaciones y otras a la práctica de los Ejercicios, hasta tanto comenzaron a
construirse edificios especiales para esta función en el Siglo XVIII. No dejaba de
haber un sector para huerta y viviendas de esclavos, donde podría haber bodegas,
herrería, carpintería, etc.
De tal manera que los jesuitas no tuvieron un “estilo” propio, pues no existió
una voluntad de imponerlo uniformemente en sus edificios, ni generaron
instrucciones especiales de cómo hacerlos. Ni siquiera en las Constituciones,
escritas por Ignacio, se mencionan particularidades constructivas para sus ámbitos,
que simplemente debían expresar humildad. Sin embargo en la primera
Congregación General que presidió San Ignacio en 1558, en el decreto 34, De
ratione aedificiorum, se afirma esta idea con el enunciado “Impóngase a los edificios
de las casas y colegios el modo que nos es propio de manera que sean útiles,
sanos y fuertes para habitar y para el ejercicio de nuestros ministerios, en los cuales,
sin embargo, seamos conscientes de nuestra pobreza, por lo que no deberían ser
suntuosos, ni curiosos”. A partir de entonces aparece la idea del “modo nostro” (lo
que nos es propio), circunscripto a un concepto funcional y no a un estilo artístico,
que por el contrario estaba alejado de la suntuosidad y decoración del clasicismo y
el manierismo renacentista imperante.
4
Para hacer cumplir este precepto, en la segunda Congregación General de
1565, se estipuló que se remitieran para su aprobación al Prepósito General en
Roma, las plantas de los proyectos edilicios a construir. La máxima autoridad jesuita
remitía estos proyectos a personal idóneo que se aseguraba cumpliera con los
requisitos de utilidad, salubridad, orientación y sobre todo austeridad. Pero hasta
entonces nada se expresa de lo morfológico, es decir que quedaba en libertad de
cada nación y región la ornamentación de los edificios a la usanza de ellas.
Pero mientras en Europa no era nada habitual entre los jesuitas las iglesias
basilicales, como recomendaba San Carlos Borromeo entre otros, en América y
entre los guaraníes -como veremos- se hicieron hasta de cinco naves (por ejemplo
Concepción del coadjutor milanés J. B. Prímoli).
Los jesuitas europeos preferían templos de una sola y amplia nave por una
cuestión funcional, pues respondía mejor para sus ministerios y los propios de la
Contrarreforma, como la predicación y la administración de los sacramentos.
Fig 4. Planta del Colegio de Huamanga (Ayacucho) que se envió a Roma para su aprobación
(Biblioteca Nacional de Francia)
5
Solo otra colección de planos, mucho menos pretenciosa, encontró el P.
Furlong en el Colegio de la Inmaculada en Santa Fe (Argentina), pero de tan solo 16
plantas, aunque excepto la iglesia de San Ignacio de Buenos Aires, el colegio e
iglesia de Córdoba (Fig. 5), dos del colegio de Montevideo que no se llegaron a
construir y un proyecto apenas reformado de Quito, el resto son de sitios españoles.
Eso se debe, posiblemente, a que se constituyen en una colección copiada por el
maestro de obras H. Antonio Forcada, antes de salir de España para que le sirvieran
de modelos. Pero los planos se dispersaron o perdieron, aunque por suerte fueron
publicados, y solo encontramos el original de Córdoba.
Fig. 5 Planta del Colegio de Córdoba (Argentina) que realiza el coadjutor español Antonio Forcada
(1701-1767) (Museo Jesuítico de Jesús María-Córdoba)
6
cierto que en América esta condición va a
depender de las economías regionales, donde no
siempre hubo fundadores o bienhechores que
aportaran a la creación de un colegio, aunque
para ello fuera fundamental y requisito impuesto
en las Constituciones.
Fundadores y hacedores
Igualmente los jesuitas no se quedaron con solo recibir donaciones, sino que
hicieron sus propias inversiones en tierras y sobre todo esclavos, que era su mayor
riqueza económica. Los africanos y afrodescendientes residían algunos en el
colegio, pero la mayoría lo hacía en las estancias que solventaban las instituciones
jesuíticas. Era tan importante el número de esclavizados, que se desarrollaron
tipologías arquitectónicas especiales para su uso exclusivo, desde lugares para el
trabajo (obrajes), complejos habitacionales (despectivamente llamados rancherías),
e iglesias para el culto religioso que eran de su uso exclusivo.
7
Fig. 7 Colegio de San Idelfonso, ciudad de México. Posee tres grandes patios donde se distribuían las
dependencias necesarias a la labor de los jesuitas. Tuvo varias etapas constructivas pero la mayor se
realizó entre 1727 y 1742, participando el arquitecto Pedro de Arrieta, entre otros.
8
no así con los africanos. Esto se reflejará claramente en la arquitectura.
Fig. 10 San Rafael de Chiquitos fundada originalmente en 1696 por los PP. Zea y Hervás. Su primera
iglesia se incendió y en 1747 el P. Schmid promovió la construcción actual.
9
La idea del proyecto la daban al principio los mismos sacerdotes contando
con una nutrida mano de obra con experiencia en un tipo constructivo. Pero eran los
mismos religiosos quienes en 1618 informaban que en el Paraguay habían: “hecho
casa y unas iglesias admirables y capaces”, en Loreto y San Ignacio, mientras que
ellos eran a la vez “los carpinteros, albañiles y arquitectos, y enseñando a los indios
y haciéndoles oficiales”.
Fig. 11 Cúpula interior de la doble cubierta usada en la iglesia de los jesuitas en Córdoba, única
sobreviviente del sistema Delorme.
10
El ejemplo del “sistema constructivo Delorme”, que utilizó Lemair por primera
vez en Córdoba, sirvió de modelo para otras construcciones jesuíticas como las
iglesias de la Orden ubicadas en Asunción, Santa Fe y Salta, todas ellas
desaparecidas. Pero la abundancia de maderas y
mano de obra produjo una alta difusión de las
bóvedas encamonadas con armaduras de madera
tanto en las misiones, como en Brasil, Perú, Chile y
gran parte de América.
El primer fracaso fue el del gobernador de las Indias, Nicolás de Ovando (1502-
1509), quien había recibido Instrucciones para agrupar a los indígenas en pueblos,
viviendo bajo costumbres españolas y dirigidos por un europeo, quien tendría la
obligación de educar y evangelizar a los naturales, a cambio de utilizar sus servicios
laborales. Los excesos en esta última cuestión, indugeron a que la evangelización
estuviera a cargo de religiosos y en este sentido arribaron los Jerónimos, que pusieron
en práctica un plan reduccional inspirado en fray Bartolomé de las Casas, donde
recomendaba que estos poblados no fueran esclavizados, que fueran gobernados por
11
los caciques y tutelados por un religioso. Pero la presencia de soldados españoles hizo
fracasar el intento, aunque lograron agrupar 17 poblados (Fig. 13).
Fig, 13. Primero Nicolás de Ovando y luego los jerónimos en la Isla de Santo Domingo. (Carta plana de la
Isla de Santo Domingo llamada también Española por D. Juan López 1784).
12
El tema reduccional en el Perú antes de la llegada de los jesuitas
Un año después que llegaran los jesuitas, asumió el virrey Toledo y, entre
otros temas, el reduccional fue importante. Paralelamente el jurista Juan de
Matienzo (Fig. 14) tenía un modelo urbano de reducción, con trazados en lugares
adecuados, con agua y pastos, en sitios elegidos por un visitador. La población no
debía superar los quinientos habitantes y si lo hacía, había que fundar otro pueblo
con el excedente. Las manzanas debían ser cuadradas con cuatro solares, con
calles anchas, plaza central con iglesia, casa para españoles de visita, cabildo,
hospital, cárcel y casa de corregidor. A cada cacique se le adjudicaría una cuadra
(dos solares) y a cada indio un solar. Además del Tucuirito, donde vivía un sujeto
designado por el inca para que hiciera las veces de observador. Curiosamente
Matienzo aún sostenía que los solares restantes junto a la plaza se adjudiquen a
españoles casados que quisieran vivir entre los indios. Incluso especifica los
materiales a emplear en las construcciones, como la teja en los techados de los
edificios más importantes.
Fig. 14 La disposición de una reducción según el tratado sobre el gobierno del Perú de Juan de
Matienzo de 1567.
Toledo no solo utilizó el modelo, sino que dictó una serie de disposiciones
basadas en las experiencias acumuladas, incluso en la conversión en las lenguas
originarias, como pretendía Solórzano, como lo dictaban las Constituciones de la
Compañía de Jesús, que fueron fortalecidas en el III Concilio Limense.
13
El virrey instó a los jesuitas a tomar a su cargo las doctrinas de Huarochirí
(1569), el distrito indígena de Santiago del Cercado en Lima (1570) y Juli (1576).
La población aymará de Juli contaba por entonces con catorce mil habitantes
(Fig. 15) Los jesuitas levantaron una residencia donde vivía un superior y de tres a
ocho compañeros. Tuvieron entre otros objetivos, que Juli fuera para ellos un centro
de aprendizaje de las lenguas aimará y quechua. Para 1608 atendían cuatro
parroquias con trece y catorce jesuitas. También tenían imprenta y cuatro estancias
que se dedicaban al sostenimiento económico de su colegio y hospital. Es decir que
funcionaban prácticamente igual que en una ciudad española. Aún no había llegado
el tiempo de fundar reducciones independientes de las que bregaban y que se
convirtieron en estandartes de su historia.
Fig. 15 Iglesia de Santo Tomás de Aquino en Juli, más conocida como iglesia de San Pedro Mártir,
fue comenzada por los dominicos hacia 1565 y terminada por los jesuitas en 1576.
14
Hacia un modelo reduccional propiamente jesuítico
El jesuita español Diego de Torres Bollo (1551-1638), que en sus inicios como
sacerdote del Perú, trabajó cinco años en Juli, fue compañero del visitador Esteban
Páez (anteriormente provincial de México), tuvo la enorme posibilidad de recorrer y
tener un amplio panorama de lo que sucedía en lugares muy alejados de Lima.
Motivo suficiente para ser designado luego, procurador a Europa, por la provincia del
Perú (1600-1604) donde en Roma pudo explicar la situación real que se vivía en
América. De allí que el general Claudio Aquaviva lo designó primero provincial de la
flamante provincia del Nuevo Reino de Granada y Quito (1605-1606) y luego en la
del Paraguay (1607-1615).
Fig. 16 Expansión de las reducciones jesuíticas en América del Sur. Nótese que constituían un
verdadero escudo contra el acecho y los avances portugueses.
15
Pero también se desarrollaron las reducciones de las regiones de
Tarahumara, Sonora y Sinaloa (norte de Nueva España) desde 1641; (Fig. 16) Los
Llanos y Casanare (Orinoco) desde 1659; Moxos en la selva boliviana del norte,
desde 1682; California en 1695; Mainas en la selva amazónica quiteña, desde 1700.
Todas ellas permanecían al producirse la expulsión en 1767, cuando el número de
reducciones jesuíticas alcanzaba a más de 200 centros poblacionales, que
agrupaban a un cuarto de millón de habitantes, correspondiendo 130.000 a las
reducciones del Paraguay (indios guaraníes), 40.000 a las de Moxos, 22.000 a
California y 19.200 a Mainas (no hay datos para Casanare). En su conjunto
formaban un verdadero cordón defensivo contra el avance portugués.
16
Llegado a Asunción en la segunda mitad de 1609, el P. Torres envió un par
de jesuitas hacia el Gauyrá y otro par hacia el Paraná, dándoles precisas
instrucciones, basadas en el planeamiento indiano, que se fijan en las Ordenanzas
de Nuevas Poblaciones de 1573 (Fig. 18), preparadas por el eclesiástico, jurista y
presidente del Consejo de Indias, Juan de Ovando y sus colaboradores, refrendada
por Felipe II. Pero que a su vez venían de dos claras inspiraciones: la de Vitruvio
(Fig. 19) (Los Diez Libros de Arquitectura), quien define las condiciones necesarias
para la fundación de una ciudad, como por ejemplo en el Capítulo IV (De la elección de
parajes sanos) y en el Capítulo VI (De la recta distribución y situación de los edificios
de muros adentro). Y la de Santo Tomás de Aquino (Fig. 20) (Gobierno de los
príncipes, terminado por Tolomeo de Luca entre 1265 y 1284), donde en el Lib. II
Cap 2, maniefiesta: Cómo los reyes han de fundar ciudades (salubridad…
ubicación).
17
De tal forma que las reducciones jesuíticas, en cuanto a una propuesta
urbana, se trazaron posiblemente en base a la normativa hispana en la materia
(como vimos en el trazado de Matienzo), pero con los traslados y nuevas
fundaciones, surgidas con el transcurrir del tiempo, se gestaron ciertas
particularidades que le dieron un carácter propio y diferenciado de los
emplazamientos hispanos. No sabemos a ciencia cierta si esas Instrucciones del P.
Torres se cumplieron y que en vez de manzanas con solares se haya construido
viviendas dispersas como un siglo después el P. Paucke ilustró sobre las recientes
fundaciones de los mocovíes del Chaco (Fig. 21). Pero hay una referencia
documental que dice: “Los pueblos estaban dispuestos en forma cuadrada con
calles rectas e iguales, y con casas cómodas y elegantes. Cada una tenía su patio
con jaulas de gallinas, gansos y otras aves domésticas”. Estas dos posibilidades
seguramente coexistieron pero fueron de la primera etapa del Guayrá, donde las
reducciones fueron destruidas por los bandeirantes y, a pesar de ser vencidos en la
batalla de Mbororé de 1641, se reinstalaron en el Paraná-Uruguay. De tal manera
que a partir de un trabajo colectivo se evolucionó con el ordenamiento de esas
viviendas que serán el tema más importante de estos pueblos.
Fig. 21. Reducción de San Javier de Mocovíes. Constaba de una plaza central con una iglesia con
claustros para los jesuitas y alrededor de la plaza una serie de casas ubicadas sin orden (Florián
Paucke 1743).
18
era sostenido por un horcón y el
espacio formado entre ambos era
destinado a una familia. Al convertirse
en un puebo sedentario, el tipo de
vivienda debió reforzar su durabilidad,
pues corría peligros de incendio y de
putrefacción de las ramas. Por tanto lo
primero fue proteger los muros con el
sistema de tapias francesas de
encofrado, usado incluso por los
españoles de Asunción y que aún se
pueden ver en restos arqueológicos de
algunas reducciones. Lo segundo, fue
proteger la cubierta, incorporándole
tejas a un techo en tijera con largos
aleros que resguardaban el muro de
barro. Aunque lo más revolucionario fue
incorporar el “par y nudillo”, que surge
como refuerzo de sostén del peso de
las tejas, brindando a su vez mayor
amplitud al ambiente e incuso permitió
la ampliación del espacio en las iglesias
que llegaron a contar con cinco naves
construidas de esta forma. Y la última
“revolución”, que costó algunos años
incorporar, fue la división del gran Fig. 22 Del sistema guaraní prereduccional a las
espacio en casas familiares. iglesias de tres naves
19
Fig. 23 San Ignacio Miní de la artista francesa Leonie Matthis
La plaza (Fig. 24) era el ordenador del espacio urbano, tenía un profundo
sentido ceremonial dada por la multiplicidad de fiestas y procesiones, danzas,
comidas colectivas, etc.. Sus calles rectilíneas,
trazadas “a cordel” eran de 13 a 15 metros de
ancho, delineadas conforme al esquema de
clásico damero ortogonal, con una más ancha y
central de ingreso con punto focal hacia la
iglesia. El rollo que aquí vemos representado,
estaba coronado por una imagen de la Virgen.
También en los planos antiguos se muestran,
sobre el ingreso a la plaza, otras dos capillas
que eran para velatorios, una para párvulos, otra
para adultos. Pero que cumplían también una
función estética pues evocan vagamente el
dispositivo barroco de las torres de las iglesias
de Santa María in Monte Santo y Santa María
dei Miracoli en Roma, que enmarcan el eje
perspectivo de la Piazza del Popolo desde la Via
del Corso.
Fig. 24 La plaza
20
Iglesia/cementerio El expulso P. Cardiel escribió que hay solo una iglesia en
cada pueblo con tres puertas por el frente y otras en los laterales (Fig. 25), que
abren una al cementerio y otra al patio de los jesuitas. Los techos de madera
recibían una cubierta de tejas que estribaban en grandes pilares, de fuertes y altos
troncos de árboles, a los que se le chamuscaban las raíces para contener la
humedad, al resto se lo labra y luego se lo inca en el hoyo. Después se colocan
tirantes, tijeras, soleras y finalmente el tejado. Concluido el techo, cuyo peso estriban
en los pilares, se prosigue con las paredes que se blanqueaban. Este sistema
constructivo deriva de la experiencia regional, cuyos muros primero fueron de
vegetales, luego de barro y finalmente de piedras (diapo 38). Las dimensiones de
aquellas grandes iglesias era de 60 o 70 metros de largo por 12 o 15 de ancho y
todas de tres naves, excepto Concepción que tenía cinco naves con un ancho de 35
metros. Tenían por lo común cinco altares con sus retablos dorados, como lo están
los pilares de la nave, la bóveda y marcos de las aberturas, que también llevan ricas
pinturas.
Fig. 25 Detalle, iglesia. Pueblo de San Juan que fue uno de los del Uruguay que se intentó entregar a
Portugal .1756. BNF, GeC2769.
Fig. 26 Restos de la monumental iglesia de São Miguel Arcanjo, fundado en 1632, trasladada en
varias oportunidades. Su iglesia la comenzó a construir el P. Francisco de Ribera y la terminó el
arquitecto jesuita milanés Juan Bautista Prímoli.
21
Pero no es así que había una sola iglesia, se encontraban también algunas
capillas como la infaltable de Loreto (hoy solo se conserva la de Santa Rosa), o en
sus restos arqueológicos en la reducción de Loreto (Fig. 27). Pues la especial
devoción jesuítica la había traído el mismo P. Torres cuando en el artículo 3 de sus
Instrucciones señala que debían construirse en todas las reducciones con las
proporciones de la Santa Casa y debían llevar una reliquia de ésta.
Fig 28 Cementerio (San Juan Bautista) dividido en “cuarteles” destinados a varones, mujeres, niños y
niñas
22
Residencia de los Padres / talleres Al otro lado de la iglesia se levantaba la
casa de habitaciones aporticadas de los jesuitas que siempre son dos o tres
individuos, donde se ubican sus aposentos, refectorio, almacenes del común, oficina
del mayordomo, armería y escuela de música y danzas, todas hacia un gran patio.
Luego hay otro patio de todo género de oficinas donde se ubican los herreros,
carpinteros, tejedores, plateros, estancieros, doradores, rosarieros, entre otros
oficios.
Huerta: Detrás de ambos patios (Fig. 29) se ubicaba la huerta de los Padres.
Era el espacio límite entre la misión y la propia selva. Espíritu barroco en plantas
exóticas, herbarios. Pero también almácigos de yerba que permitieron a los jesuitas
replantear el sistema laboral de los indígenas, pues las plantaban cerca y no tenían
que ir a buscarla a sitios lejanos.
Fig. 29. Huerto San Juan Bautista espacio límite entre la misión y la propia selva Espíritu barroco en
planta exóticas, herbarios. Pero también almácigos de yerba.
Una vista (Fig. 30) de los restos arqueológicos de Trinidad nos muetra
claramente los núcleos habitacionales aporticados, donde se circulaba por el pueblo
evitando las constantes lluvias, pero sobre todo queda en evidencia la calidad
constructiva de las mismas donde incluso había ocasión para la ornamentación.
23
Fig. 30 Restos Arqueológicos de Trinidad
Fig. 31 Cotiguazú (San Juan Bautista) O casas de viudas , o de las mujeres cuyos maridos habían
abandonado temporalmente el pueblo por trabajos en las estancias, viaje en los barcos, expediciones
(guerras)
24
Bueno, hasta aquí llegamos, con un pantallazo muy general del desarrollo
arquitectónico y urbano de los jesuitas en Iberoamérica, concluyendo con uno de los
ejemplos más significativos de su labor, como fueron los poblados indígenas
cristianos, tutelados por los jesuitas del Paraguay. Pero, como siempre digo, el arte y
la arquitectura son maravillosos si somos capaces de ver su contexto, ese aciago
tiempo que transitó un grupo humano muy particular, que tenía como fin superior:
salvar vidas primero, y luego, salvarlas para Cristo.
25