Caminos Reales
Caminos Reales
Caminos Reales
GERMÁN ARCINIEGAS
Un camino real español se diferencia del camino de los indios en que van a transitarlo,
además de los hombres, los caballos, los bueyes, las mulas... y los indios cargueros. Con los
españoles va a llegar también la rueda, pero el camino real no va a ser carreteable sino
mucho tiempo después, en el altiplano y ya en la república. Será un camino real
republicano. Los caminos reales más importantes serán de herradura y llegar a un puente de
arcos romanos como el Puente del Común sobre el Bogotá, es cosa ya para los virreyes que
llegan tarde. Los primeros caminos reales se parecen más a los de los incas, lo mismo que
los primeros puentes. Los puentes de bejucos de los incas son como anteproyectos del de
Brooklyn. El colgante de hilos de acero es la reproducción en nuestros tiempos de lo que
habían ideado los incas siguiendo la enseñanza de lo que hacen los micos en la selva
amazónica. Después de todo, la naturaleza es maestra de confianza.
No tuvo España un plan general para unir todas sus colonias en América dentro de una red
de caminos. Creó inicialmente dos grandes virreinatos, el de México y el Perú. Hubiera
correspondido la parte de Suramérica al Virreinato del Perú. Los incas tuvieron hasta cierto
punto un plan, el del Tiaguatisuyo y las huellas del Imperio llegaron hasta muy lejos de
Cuzco. Ya está dicho que unían sin alcanzar a mantener sino una unidad muy relativa: hasta
donde los españoles montaron sus caminos reales sobre los caminos reales de los incas.
El lazarillo de ciegos caminantes, de Concolorcorvo, da la fotografía perfecta de lo que era
el camino real de Suramérica que arrancaba de Buenos Aires y debía cubrir todo el
territorio de que se servían los hijos del Mar de Plata para abastecer sus tiendas con las
mercancías que debían comprar las telas y los espejitos en Santo Domingo para su clientela
en la grande aldea, que no era tan grande, Buenos Aires, es la mejor radiografía de lo que
era la Colonia a mediados del siglo XVIII. Eso se reflejaba en las dos puntas de
Suramérica: el Río de la Plata y Cartagena.
Nosotros celebramos los 500 años del descubrimiento, la creación de la Colonia y la gloria
del Imperio español. Pero hay que saber cómo dejó España montada su América sobre los
caminos reales y qué eran sus caminos. El descubrimiento español consistió prácticamente
en el descubrimiento por tierra. Fue el descubrimiento de México, de la Nueva Granada, de
Perú, de Quito, del Amazonas, del Orinoco, el Pánuco, el Paraná, el Mississippi, la red de
caudalosos ríos que corren por las selvas americanas. Llegó el español a descubrir el
Popocatépetl, el Orizaba, el Momotombo, el Chimborazo, el Puracé, todos los picos de los
Andes, es decir: el español es el descubrimiento de la tierra americana. El descubrimiento
del Atlántico fue italiano. El de la tierra implicaba cruzar de caminos, sobre todo en
Suramérica, los Andes, las pampas y una selva que todavía hoy resulta impenetrable. La
conquista romana en Europa es un juego de niños, comparada con la que tenían que hacer
los españoles en Suramérica y se quedaron en lo que habían hecho los incas. Hasta donde
llegaron los incas con sus caminos, hasta ahí llegaron los siglos, es la idea apenas creíble de
habérseles ocurrido poner cerradura al océano Atlántico dejándolo con una sola entrada y
una sola puerta en Cartagena y cerrar a Buenos Aires para que no pudiera ser puerto. Por
eso, el camino real empezaba en Buenos Aires. Por tierra tenía el comerciante que salir
atravesando la pampa hasta Mendoza o Jujuy donde se estableció la gigantesca estación de
recuas de mulas para comenzar la ascensión de los Andes e ir a Santiago de Chile, a Potosí,
a Cuzco, a Lima, a Quito, a Panamá, a Cartagena, a Santo Domingo, y comprar géneros
para surtir las tiendas de Buenos Aires.
No se entiende la historia de los caminos reales sin tomar esta primera visión global
que explica la partida elemental de la Colonia y por qué al final de 300 años, la rueda no
entró a ser el complemento del camino, sino donde las carretas pudieron correr, es decir,
desde Buenos Aires hasta Mendoza. Pero donde la montaña se impuso desde Mendoza
hasta México, desapareció la rueda. Lo que hubo fue la mula y la bestia. La bestia era el
indio. Lo que incidía esto, en la sociedad colonial, se refleja de una manera impresionante
en la sociedad porteña. Uno dice hoy Buenos Aires y piensa en una ciudad marítima. Los
habitantes de Buenos Aires se llamaban porteños. Cuando se habla de un camino se piensa
en una carretera o en un carreteable sin darse cuenta de que la rueda no entra a darle vida al
estado sino cuando el estado se hace republicano en América. La pintura de Buenos Aires
que aparece en El lazarillo..., de Concolorcorvo, introducción a los caminos de la Colonia
de Buenos Aires a Lima sirve de introducción al tema.
"Esta ciudad está bien situada y delineada a la moderna, dividida en cuadras iguales y sus
calles de igual y regular ancho, pero se hace intransitable a pie en tiempo de aguas,
porque las grandes carretas que conducen los bastimentos y otros materiales, hacen unas
excavaciones en medio de ellas en que se atascan hasta los caballos e impiden el tránsito a
los de a pie, principalmente el de una cuadro a otra, obligando a retroceder a la gente, y
muchas veces a quedarse sin misa cuando se ven precisados a atravesar la calle.
Los vecinos que no habían fabricado en la primitiva y que tenían solares a los que
compraron posteriormente, fabricaron las casas con una elevación de más de una vara y
las fueron cercando con unos pretiles de vara y media, por donde pasa la gente con
bastante comodidad y con grave perjuicio de las casas antiguas, porque inclinándose a
ellas el trajín de carretas y caballos, les imposibilita muchas veces la salida, y si las lluvias
son copiosas se inundan sus casas y la mayor parte de las piezas se hacen inhabitables,
defecto casi incorregible".
«La plaza es imperfecta y sólo la acera del cabildo tiene portales. En ella está la cárcel y
oficios de escribanos y el alguacil mayor vive en los altos. Este cabildo tiene el privilegio
de que cuando va al fuerte a sacar al gobernador para las fiestas de tabla, se le hacen los
honores de teniente general, dentro del fuerte, a donde está la guardia del gobernador.
Todo el fuerte está rodeado de un foso bien profundo y se entra en él por puentes levadizos.
La casa es fuerte grande, y en su patio principal están las cajas reales. Por la parte del río
tienen sus paredes una elevación grande, para igualar el piso con el barranco que defiende
al río. La catedral es actualmente una capilla bien estrecha. Se está haciendo un templo
muy grande y fuerte, y aunque se consiga su conclusión, no creo verán los nacidos el
adorno correspondiente, porque el obispado es pobre y las canonjías no pasan de un mil
pesos, como el mayor de los curatos. Las demás iglesias y monasterios tienen una decencia
muy común y ordinaria».
Cuando comienza a formarse Colombia, podría compararse nuestro punto de partida con lo
que era la Argentina en el año de Concolorcorvo. El Buenos Aires de 1773, desde el punto
de vista humano, era tan primitivo, que deslumbraba Cartagena al visitante que llegado a
comprar mercancía, se encontraba con algo más movido e importante que su pueblo, que
entonces tenía 21.065 almas de esta calidad: 3.639 hombres españoles de los cuales 1.398
eran peninsulares, 456 extranjeros y 1.787 criollos; 4.508 mujeres; 5.712 oficiales,
soldados, clérigos, frailes, monjas, presos e indios, y 4.163 esclavos negros y mulatos. Es
decir: que en el Buenos Aires de 1773 había más negros que hombres blancos.
Los caminos que van formándose hacia el país de los chibchas que es donde se
levanta la capital del Nuevo Reino, sigue como en Suramérica la raya de los de los
incas, las huellas de las trochas abiertas por los chibchas, los quimbayas, los
sinúes, los taironas, los panches, para hacer sus intercambios en una civilización
precolombina en que jugaban un papel importante los intercambios de sal, oro,
ovillos de algodón, tejidos, etcétera. La novedad estaría en las bestias de carga,
pero lo que vino a imponerse ya existía en la época precolombina: el indio Cieza
de León habla sobre la entrada que se hizo para llevar la mercancía y los viajeros
en el camino del Dagua que comunicaba el puerto del Pacífico con Cali; este
camino fue famoso porque era forzoso para dar vida a esa región del sur. Dice el
cronista:
"Para llevar a la ciudad de Cali las mercancías que en este puerto se descargan,
de que se provee toda la Gobernación, hay un solo remedio con los indios de
estas montañas, los cuales tienen por su ordinario trabajo, llevarlas a cuestas, que
de otra manera era imposible poderse llevar. Porque, si quisiesen hacer camino
para recuas, sería tan dificultoso que creo, no se podría andar con bestias
cargadas, por la grande aspereza de las sierras; y aunque hay por el río Dagua
otro camino por donde entran los ganados y caballos, van con mucho peligro y
muérense muchos; y allegan tales, que en muchos días no son de provecho.
Llegado algún navío, los señores de estos indios envían cada uno al puerto la
cantidad que puede, conforme a la posibilidad del pueblo; y por caminos y cuestas
que suben los hombres abajados y por bejucos y por tales partes que temen ser
despeñados suben ellos con cargas y fardos de a tres arrobas y más y algunos en
unas silletas de cortezas de árboles llevan a cuestas un hombre o una mujer,
aunque sea de gran cuerpo. Y de esta manera caminan con las cargas, sin
mostrar cansancio ni demasiado trabajo; y si hubiese alguna paga irían con
descanso a sus casas, mas todo lo que ganan y les dan a los tristes, lo llevan los
encomenderos, aunque a la verdad dan poco tributo a los que andan a este trato.
Pero aunque ellos más digan, que van y vienen con buena gana, gran trabajo
pasan. Cuando allegan cerca de la ciudad de Cali, que han entrado en los llanos,
se despean y van con gran pena. Yo he oído loar mucho los indios de la Nueva
España, de que llevan grandes cargas; mas éstos me han espantado. Y si no
hubiere visto y pasado por ellos y por las montañas donde tienen sus pueblos, ni
lo creyera ni lo afirmara».
Este camino se mantuvo con el mismo sistema de transporte hasta muy avanzada
la República. Prácticamente hasta bajo la Presidencia de Eduardo Santos, que es
de ayer, el camino real no se convirtió en carretera. Alberto Montezuma Hurtado
que registra esta larga historia en su introducción a la Historia de los Caminos
Colombianos lo dice así:
Mapa de la
jurisdicción de Villa
de Leiva y sus
alrededores,
correspondiente a
las demarcaciones
de 1572. (AGN,
Mapoteca 4, mapa
211 A). CUANDO MUERE EL CAMINO REAL
En los países de pampa la solución fue sencilla por el ferrocarril. Buenos Aires dio
un salto increíble. Se declaró puerto de mar en vísperas de dar el grito de
independencia, y en cuanto desaparecieron las autoridades españolas, después
de un breve forcejeo, ya estaban adentro los ingleses y corrían por toda la pampa
los ferrocarriles. El paso del camino real al ferrocarril es como el nacimiento
argentino. El camino real dejaba el Buenos Aires del Lazarillo en que las carretas
se hundían hasta la manzana de la rueda en el lodazal de las calles, para
convertirse en el paraíso de los inmigrantes. En el resto de América la cosa no era
tan fácil.
Quesada subió en peso los caballos haciendo con bejucos redes para alzarlas
como presas colgantes que iban de trecho en trecho llevándose a la cumbre. Era
el menos apropiado de los abismos para salir del fondo del valle y sólo la
tenacidad del conquistador o la desesperación, los sacó por esos despeñaderos
que describe fray Pedro Aguado en una historia que deja atrás los relatos de la
novela de hoy.
Por otra parte, el Magdalena era navegable hasta Honda, pero sólo cuarenta años
después de Quesada vino a fundarse allí el puerto que diera pie para el camino
que llevara a Santafé. Y eso por los negros cimarrones. Los esclavos traídos por
los negreros a Cartagena y Santa Marta, fugándase, se habían hecho fuertes en
Palagua. Si el camino por el Opón o el Carare era un infierno verde por la tierra
caliente, los zancudos, alacranes, arañas y culebras, los negros cimarrones del
palenque de Palagua resultaron más temibles que todas las alimañas del trópico
reunidas. Estos esclavos escapaban del Africa chiquita que les había preparada la
corona española y al construir su república independiente en la selva tropical la
defendían como diablos. No dejaban pasar carga española. Que se pagara el
pecado cometido al haberles quitado su albedrío. Para escapar de ellos, los
esclavos decidieron seguir sacándoles el cuerpo, y hacerse fuertes en Honda.
Geo von Lengerke es el del piano de La otra raya del tigre, de Pedro Gómez
Valderrama. Todos los pianos que llegaron de Europa al corazón no de la Nueva
Granada sino de Colombia, hasta muy avanzada la República, después de que se
descargaban en cajas en la costa, empezaban ese viaje de novela que para en las
champanes que llegan a Honda, donde pasan de los brazos fornidos de los bogas
a las espaldas de acero de los cargueros. Y comienza la novela del camino real,
que va a parar en las entrañas del propio Santander, geografía humana de nuestro
siglo. Van Lengerke llega a Honda con sus dos champanes. Ahí va el piano,
Madame la Barone, el Diputado, el equipaje.
En vapores colosales los europeos y los americanos del siglo XIX surcaron aguas
de los principales ríos del continente, ampliando las frontera y los mercados de
Occidente. El paso de la Angostura. Grabado de Riou. (Tomado de: América
Pintoresca, tomo 3, 1884 Edición facsimilar de Carvajal y Cía. 1980-1982.
Biblioteca particular Pilar Moreno de Ángel)
«La playa a las cuatro de la tarde parece de oro, hay que amarrar allí, no podemos
seguir en la noche. En el fuego empiezan a preparar una sopa con la tortuga que
ayer capturaron. Un boga les dice que por la mañana verán las huellas de las
tortugas que van a enterrar sus huevos en la playa nocturna. El mosquito se
esmera en picar a los europeos, la noche va cayendo, ven cómo los bogas hacen
huecos en la arena blanca y húmeda y se cubren con ella, les dicen que es para el
calor y para evitar el mosquito. Pronto están sepultados en lo arena, la Nodier
quiere hacerlo y metros más allá, ella y Lengerke dejan sus vestidos y se
sumergen en la arena fresca, sepultados hasta el cuello, hasta el siguiente día
mientras pasa la noche y dormitan sienten el silencio del tigre, pero ya el alba
aclara, rosada, violeta e increíble, el perfume macerado de la noche en la selva
tiene toda la gama, desde la flor a la descomposición...».
El Magdalena con sus champanes parecía un río chino. El nombre, de claro origen
oriental, a lo mejor introducido por los misioneros jesuitas. Como los sampanes
chinos, y desde tiempos precolombinos, fue lo único que movilizó carga pesada en
el interior. Don Salvador Camacho Roldán dice que llevaban en su tiempo hasta
catorce toneladas con 16 bogas y un piloto. Una casa flotante, con cocina y salón.
Como en el Yan Tesekiana. En la popa, sobre un tiesto lleno de rajas de leña, la
cocina. Si el humo llenaba el «salón», era asfixiante el aire. La cubierta de palma y
cueros era para defenderse del sol. Se impulsaba el champán con varas que se
clavaban en la orilla y apoyaban en el pecho los palanqueros y con canaletes de
los bogas... A la vista, la selva de micos y loros, la playa de caimanes, garzas y
tortugas. Colibríes... Hasta Honda. Llegar a Honda era Tierra Firme. Roca.¡Al
camino real! El virrey Venero de Leiva organizó las flotas de champanes.
"Hasta la quebrada del Aserradero tiene dos leguas y cuarto, y están Pantanillo,
Venta del Mal Abrigo, Bajada del Roble, Bajada y Angostura de Barroblanco. De la
quebrada del Aserradero sigue a Cune Grande, parte que corresponde a Bituima;
tiene pasos malos en Roblegal y el Patio de las Brujas. Sigue hacia Agualarga. De
Cruz Grande a la Quebrada de los Micos, cuya composición corresponde a la Villa
de Guaduas en 12 leguas.
Bajada del Sargento. "El tramo de camino que sigue hasta las Bodegas de Santafé
es de cinco leguas y cuarto, corresponde su composición a la jurisdicción de la
Villa de Honda". De allí para abajo "el primer paso malo es desde el Alto del Fraile
hacia el Salto de la Manga". Sigue la Venta del Sargento, Guadualito, quebrada de
Tocuy, Paso del Ríoseco, Los Almireces, "por buen terreno vadeando tres veces el
río Seco’, La Carrasposa, quebrada del Penitente, las Barandillas, que "es un paso
establecido sobre lajas", Paso de Honda, "Bodegas de Santafé".
El Buenos Aires, en la punta sur del camino real, la víspera de salir los españoles,
era así:
«La carne está en tanta abundancia que se lleva en cuartos a carretadas a la
plaza, y si por accidente se resbala, como he visto yo, un cuarto entero, no se baja
el carretero a recogerle, aunque se le advierta, y aunque por casualidad pase un
mendigo, no le lleva a su casa porque no le cuesta el trabajo de cargarlo. A la
oración se da muchas veces carne de balde, como en los mataderos, porque
todas los días se matan muchas reses, más de las que necesita el pueblo, sólo
por el interés del cuero.
»Todos los perros, que son muchísimos, sin distinción de amos, están tan gordos
que apenas se pueden mover y los ratones salen de noche por las calles, a tomar
el Fresco, en competentes destacamentos, porque en la casa más pobre les sobra
la carne, y también se mantienen de huevos y pollos, que entran con mucha
abundancia de los vecinos pagos. Las gallinas y capones se venden en junto a
dos reales, los pavos muy grandes a cuatro, las perdices a seis y ocho por un real
y el mejor cordero se da por dos reales».
Entrando por el sur y siguiendo la ruta de Belalcázar, tocaba hacer otro camino
real, lo mismo que el de Quesada entrando por el Magdalena, para llegar a
Santafé. Era lo que habían hecho los incas, un poco como línea imaginaria. Y lo
que de hecho se practicó para comunicar a Buenos Aires con Panamá. La realidad
desde la frontera del reino de Quito, en la cordillera Occidental colombiana, viene
a cumplirse cuando la colonización por los antioqueños de Risaralda. Hay un librito
de Octavio Hernández Jiménez sobre el camino real de Occidente que comienza
así:
En realidad fueron regiones que quedaron dormidas hasta que llegó el momento
de incorporarlas a la vida republicana, cuando ya las cosas comenzaron a
velocidad de automóvil y el camino real pasó al olvido. Los empedrados de
Hernández Jiménez no alcanzó a conocerlos la mano generosa del Estado y eran
al final regalo hasta de las mismas comunidades indígenas, más al sur, no
propiamente en la región de Anserma o del Valle de Apía, en donde la rebeldía de
los nativos fue constante y motivo de trabajos para los españoles.
El Chocó ha sido el lugar donde llueve más de todo el mundo. Donde la selva
crece como en ninguna otra parte y hacer, no digo una carretera, una simple
trocha, cosa poco menos que imposible, lo mismo para indios que para blancos.
Por ahí no pasa camino real ni republicano. Pero al Chocó se podía llegar a pie de
indio, y luego seguir a lomo de indio o a lomo de bestia. Y entre la montaña y el
Cauca, avanzaron primero los incas y luego los blancos. En la cerámica quedaron
testimonios no sólo de las figuras y la decoración incaica, sino de los esmaltes en
negro y rojo como pueden verse en las colecciones particulares y en los museos.
Sobre el vocabulario se han hecho estudios que muestran hasta dónde pudieron
llegar los viajeros del imperio. Sobre esos rastros se hicieron los caminos, que se
borraron, como lo cuenta el autor del camino real de Occidente.
"Cartago regalada por el Rey con escudo de armas, muda de sitio para esquivar el
asedio de los salvajes. En cambio, la selva recobra su pujanza. La montaña y el
cielo se abrazan nuevamente, para renovar su interrumpido diálogo de
constelaciones y de cumbres".
Ganada la guerra, el camino real de los altiplanos se fue volviendo cada vez más
ancho hasta convertirse en la carretera republicana. La que hemos venido a
conocer paralela a los ferrocarriles.
LA CALZADA DE PIEDRA
El camino real lo que tiene para justificar este nombre, es que suele calzarse de
piedra. Ha de trepar cordilleras frescas de greda que cuando llueve se hace
resbalosa y traicionera. Precisa recubrirla de losas para seguridad de la mula o del
hombre que lleva carga o pasajero. Cuando se piensa que el camino tiene que
trepar dos mil o tres mil metros de un valle ardiente a un páramo, la única manera
de darle alguna seguridad a la bestia de carga es con una piedra de apoyo. Por
eso hay tramos en que el camino se convierte en escalera. Como si se tratara del
ingreso a un palacio. La anchura del camino la determina el cruce de las cargas de
ida y regreso. Venían mulas cargadas con bultos de paños, petacas, baúles, cajas,
zurrones, barriles, cosas venidas de España y se cruzaban con lo que iba del
Nuevo Reino, productos de las minas en un principio, y luego cargas de quinas, de
palo brasil, cochinilla, de cuanto se sacó de las entrañas de estos montes para
llenar las cajas reales. Y esto hasta ayer. Yo conocí en plena actividad lo que fue
el camino real de Honda a Facatativá. Salían de Honda mulas cargadas con paños
de Londres, vajillas de Francia, cristal de Bohemia, sardinas de Barcelona, y
bajaban mulas con café de Fusagasugá y las pocas cosas que entonces
empezaba a exportar Colombia. Entonces yo era un niño y me acuerdo el miedo
quefueran a golpearme en las rodillas las cajas que subían de Honda. Solían
romper los huesos a los jinetes inexpertos que no sabían sacarle el cuerpo a un
golpe casi mortal. Me acuerdo que bajé en 1910 a encontrar los diputados que
subían de Barranquilla para asistir a la Asamblea Nacional que eligió a Carlos E.
Restrepo. Que se entienda muy claro: a todos les tocó subir a caballo por el
camino real de Honda. Uno de los diputados recibió el golpe de una mula y tuvo
que terminar la jornada en guando para llegar a un hospital en Bogotá a que le
arreglaran los huesos.
PARTE I:
LAS RUTAS DE LA HERENCIA PREHISPÁNICA
CAPITULO 1:
LOS CAMINOS ABORÍGENES
Caminos, mercaderes y cacicazgos: circuitos de comunicación antes de la
invasión española en Colombia
CARL HENRIK LANGEBAEK RUEDA
Ante todo debo explicar en qué consisten las diferencias entre las dos posiciones
arriba esbozadas. En su sentido más tradicional, quienes enfatizan la primera
posición arguyen que los cacicazgos de amplias zonas del país compartían una
«cultura». La coparticipación en esa cultura se mide básicamente por la
elaboración de artefactos similares. Por eso, basándose en la elaboración de
objetos parecidos se pasa a hablar de «tradiciones», «horizontes», «cadenas o
áreas culturales» que reflejan un modo de pensar común debido a un origen
también común y a activas redes de interacción social. En una versión matizada,
y que se refiere más a la gente prehispánica y no tanto a sus manifestaciones
culturales, algunos autores destacan la importancia de las redes de intercambio
para demostrar que las sociedades indígenas constituían sistemas abiertos,
dependientes de otras. El caso mejor conocido, quizás, corresponde a la célebre
hipótesis de Reichel-Dolmatoff (1961) sobre la dependencia que tenían los
muiscas de las comunidades de tierra templada para abastecerse de alimentos.
CAMINOS PREHISPÁNICOS
TERRITORIO MUISCA
En el altiplano muisca los crónicas describen caminos que salían desde las tierras
altas hacia el piedemonte llanero (Simón, 1981, 2: 81; Piedrahíta 1973 1: 63). Tres
documentos de fines del siglo XVI mencionan caminos muiscas; dos hablan de
«caminillos» en Teusacá (ANC V.C 37 f413r) y en Simijaca (ANC T.C 34f 48v);
otro habla sobre un camino que comunicaba el valle de Gachetá con Súnuba y
Somondoco, cerca de los Llanos (ANC Enc 19: 380r; en Perea, 1989: 48). Según
el documento, los caminos que iban a Súnuba y Somondoco eran muy pequeños y
se utilizaban para «contratar unos con otros».
Otras referencias mantienen que había «carreras» que comunicaban las aldeas
muiscas con santuarios (Castellanos, 1955: 187, y Simón, 1981, 3: 188).
«Carreras» que cumplían con una función estrictamente ceremonial se describen,
por ejemplo, en Guasca y Siecha (ANC T.C 32: f55r y 57r). Castellanos (1955,
4:187) nos deja lo siguiente impresión sobre las «carreras» muiscas:
Aguado (1956, 1:236) describe una situación similar a la del piedemonte llanero en
el flanco occidental de la cordillera; según el cronista, había caminillos por los
cuales circulaban los indígenas que intercambiaban sal con los poblaciones del
valle del Magdalena; sin embargo, el caminillo entre las tierras altas y bajas era
tan estrecho que los españoles debieron abrirse paso a las tierras altas «a pura
fuerza.. .de brazos» (Aguado, 1956, 1:233). Sólo más adelante, una vez en tierra
fría y en territorio muisca propiamente dicho, los españoles se pusieron contentos
«por los muchos caminos» que encontraron (Aguado, 1956, 1:235). En efecto, al
llegara tierra fría los conquistadores encontraron «por allí muchos caminos que
atraviesan de unos pueblos a otros» (AGI Santa Fe 49 Ramo 3 No. 10).
Aunque no hay dataciones muy claras, parece que los caminos reportados en
Calima tendrían una cronología de finales del primer milenio d.C (Bray, Herrera y
Cardale, 1981: 8). Salgado (1986: 75) sugiere que caminos encontrados en el
noroccidente del Valle del Cauca, corresponden a una fecha del siglo VII d.C. No
es claro si la red de caminos estaba en funcionamiento en el siglo XVI; Romoli
(1976: 30-32) piensa que al menos parte de la red de caminos no se usaba a la
llegada de los españoles, lo cual coincide con los fechamientos hasta ahora
reportados, tanto en Calima como en el Alto Magdalena. En apoyo a la cronología
estimada para los caminos Calima se puede anotar la representación que se hace
de ellos en vasijas de los períodos llama y Yotoco (Salgado, Rodríguez y Bashilov,
1993: 98).
Los datos sobre Calima son ciertamente intrigantes. Sin embargo, aunque se
habla de una red de 100 o más kilómetros de intercambio, se específica que
únicamente se ha verificado la existencia de caminos a lo largo de 10 ó 15 km.
(sólo hora y media de viaje) los cuales descienden al Valle desde la cordillera
(Bray, Herrera y Cardale, 1981: 8; Salgado y Stemper, (1990).
Por otra parte, aunque la red de caminos reportada en Calima cumpliera funciones
puramente económicas, la mayor parte comunica áreas muy diferentes en
términos geográficos, pero no muy alejadas entre ellas. Si aceptamos las
versiones, no confirmadas, sobre la extensión de las redes de caminos Calima,
éstas habrían comunicado el Valle del Cauca, la cordillera Occidental y su
vertiente hacia el Pacífico. Según Romoli (1976: 32-36) existían vínculos
económicos muy estrechos entre los habitantes de estas regiones en el siglo XVI.
En el valle del río Cauca, la población daba énfasis al intercambio de pescado y al
cultivo de maíz, frutales y algodón, mientras que en las montañas de la cordillera
se producían excedentes de fríjol y papa, a la vez que se extraía cabuya y se
exportaban vasijas de barro; de las selvas del occidente provenían esteras de
junco (AGI Justicia 639f 34v, 40v y 55v) y probablemente oro para los orfebres
Calima (Romoli, 1976:31).
Tan sólo se tienen bases firmes para pensar en la existencia de mercados entre
los muiscas y en el sur del país, aunque se poseen algunas referencias sueltas
para la Sierra Nevada de Santa Marta (Langebaek, 1987: 143), el Valle del Cauca
(Trimborn, 1949), el valle del Magdalena y los Llanos Orientales (Morey, 1975). En
el sur del país los pastos tenían mercados regulares y especialistas en el
intercambio a media y larga distancia (Romoli, 1978: 29). Los mindaláes del
Ecuador son descritos por Oberem (1981) y Salomon (1986) como especialistas
patrocinados por los caciques para que los suplieran con productos exóticos de
diversas ecologías y fomentaran la formación de lazos de intercambio entre
diversas comunidades, a veces manteniendo una residencia extraterritorial
(Salomon, 1986:111). Cuán extensas podían ser las redes de intercambio en las
que participaban mindaláes pasto, no es claro. Lo que se sabe, sin embargo, es
que no hay evidencia arqueológica de bienes obtenidos desde grandes distancias
—más allá del litoral pacífico y el piedemonte amazónico— en lo que fue su
territorio (Uribe, 1978).
Ahora bien, por lo que respecta a los mercados en la Sierra se imponen algunas
observaciones. La referencia sobre el tianguis en Pocigüeica es aislada. No hay
ninguna otra que la corrobore o la contradiga. La referencia en cuestión no
describe ningún mercado como tal, sólo dice que había un tianguis (Langebaek,
1987: 147). Esta palabra puede significar la presencia de un mercado, pero es lo
suficientemente ambigua como para que pueda por sí sola indicar la existencia de
un grupo grande de gente participando en una ceremonia común (Martínez, 1985).
Por lo demás, las referencias sobre un mercado en Ciénaga son relativamente
tardías, y no hay bases para pensar en su funcionamiento antes de la llegada de
los españoles (Langebaek, 1992). Sin embargo, incluso si funcionaban mercados
en Pocigüeica y en Ciénaga, no tenemos idea de qué tan frecuentes e importantes
pudieron ser. Resulta extraño que no se hicieran más referencias a la existencia
de ferias de intercambio, si es que ellas eran cosa común, pese a que las fuentes
son más o menos generosas en menciones sobre trueque entre las comunidades
de la Sierra y del litoral (Reichel-Dolmatoff, 1951: 89-90; Cárdenas, 1983: 159-
171). Por otra parte, no se sabe si indígenas de regiones alejadas de la Sierra
participaran en los «mercados» de Ciénaga o de Pocigüeica. Por el contrario, se
indica que básicamente habrían participado indígenas de la Sierra interesados en
conseguir bienes típicos del litoral (sal y pescado principalmente) así como
comunidades del litoral deseosas de adquirir objetos producidos en la Sierra, pero
no comunidades más alejadas.
CONSIDERACIONES FINALES
Por otra parte, a excepción del caso de mindaláes entre los pastos, no hay
evidencias firmes sobre la existencia de especialistas en el intercambio a larga
distancia. Más aún, incluso entre los pastos no es claro qué tan grande pudo ser
su esfera de acción, o qué tan importantes sus actividades para los caciques y
comunidades que los patrocinaban.