2018-2 Guía Lit Mexicana Siglo XX
2018-2 Guía Lit Mexicana Siglo XX
2018-2 Guía Lit Mexicana Siglo XX
GUÍA DE ESTUDIO
0
UNIVERSIDAD
NACIONAL
AUTÓNOMA
DE
MÉXICO
Dr.
Enrique
Luis
Graue
Wiechers
Rector
Dr.
Leonardo
Lomeli
Vanegas
Secretario
General
Ing.
Leopoldo
Silva
Gutiérrez
Secretario
Administrativo
Dr.
Alberto
Ken
Oyama
Nakagawa
Secretario
de
Desarrollo
Institucional
Mtro.
Javier
de
la
Fuente
Hernández
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de
Atención
a
la
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Universitaria
Dra.
Mónica
González
Contró
Abogada
General
FACULTAD
DE
FILOSOFÍA
Y
LETRAS
Dr.
Jorge
Enrique
Linares
Salgado
Director
Dra. Ana María Salmerón Castro
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General
Mtro.
Pedro
Joel
Reyes
López
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de
la
División
SUAyED
Mtra.
Francy
Peralta
Marino
Secretaria
Académica
de
la
División
SUAyED
Dra.
Lourdes
Penella
Jean
Departamento
de
Lengua
y
Literaturas
Hispánicas
1
COLABORARON EN LA ELABORACIÓN DE
LAS INTRODUCCIONES DE CADA UNIDAD:
RAÚL
AGUILERA
MARÍA
ANDUEZA
FLOR
DÍAZ
DE
LEÓN
ANDRÉS
MÁRQUEZ
GALDINO
MORÁN
MARÍA
EUGENIA
NEGRÍN
ISABEL
RULL
2
ÍNDICE
PÁGINA
3
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS
SISTEMA DE UNIVERSIDAD ABIERTA
INTRODUCCIÓN GENERAL
4
OBJETIVO GENERAL DEL CURSO
Al finalizar el curso, los alumnos conocerán, mediante la lectura directa de los textos originales, las
aportaciones literarias mexicanas (siglo XX) de mayor significación, vinculadas a los cambios
operados en la sociedad contemporánea.
OBJETIVOS PARTICULARES
Los alumnos:
1. Realizarán investigaciones para ubicar el contexto histórico, social y cultural en donde se inserta
determinada obra.
2. Comprenderán de modo más completo las características particulares de una determinada obra,
después de haber acudido a la crítica especializada sobre la narrativa, la poesía, la dramaturgia y el
ensayo mexicanos.
3. Conocerán textos de literatura mexicana del siglo XX relacionados con hechos históricos y sociales,
que les servirán para tener un mejor conocimiento de su entorno.
4. Comprenderán la trascendencia de la Revolución Mexicana no sólo en el ámbito histórico, político y
social, sino también cultural, de modo particular en la literatura.
5. Valorarán el lugar de algunas obras de la narrativa mexicana en el panorama literario mundial.
6. Conocerán textos esenciales que surgieron, a lo largo del siglo XX, a partir de la necesidad de
muchos mexicanos de rastrear, caracterizar y definir la propia identidad nacional.
7. Estudiarán la producción de los principales poetas mexicanos para valorar su poesía, tomando como
referente las corrientes del momento en que la obra poética fue escrita y la situación personal de cada
autor.
8. Redactarán de modo adecuado reportes de lectura / actividades de aprendizaje de acuerdo con las
propuestas de actividades de este plan o de acuerdo con lo señalado por el (la) tutor(a).
9. Disfrutarán la obra literaria.
Objetivos realizados por Flor Díaz de León en colaboración con Isabel Rull y Galdino Morán.
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CONTENIDO
En los primeros años del siglo XX, en la narrativa mexicana encontramos algunas obras con influencias
modernistas, así como del grupo Ateneo de la Juventud. Sin embargo, no puede soslayarse que a consecuencia
del significativo movimiento revolucionario que vivió México entre 1910 y 1920 y hasta un poco más tarde, el
país sufrió situaciones dramáticas de interés para las letras mexicanas. De modo destacado nace entonces la
producción conocida como Novela de la Revolución Mexicana, conjunto de textos narrativos de extensión
considerable que versan en torno a actos militares y populares o a las manifestaciones socio-políticas que
surgieron a raíz del movimiento. Las posiciones de los intelectuales de la época ante la Revolución fueron
variadas. Hubo quien decidió mantenerse al margen de ella y asumirse como observador; otros participaron
activamente en el conflicto armado. Asimismo, los escritores habían tenido formaciones y vivencias diferentes a
lo largo de sus vidas. Ello da como resultado una serie de relatos realistas que responden a diversas
exploraciones de nuevas técnicas narrativas. En cuanto a la novedad técnica, Antonio Castro Leal y otros críticos
han señalado que la nueva realidad, la generada por la Revolución, va a ser expresada en “vibrantes cuadros
sucesivos […], cadena de visiones episódicas […] que logran una unidad”, lo que ayuda de modo general para
un primer acercamiento a las obras, pero que sin duda precisan del estudio individual. En tales composiciones se
observa la intención de seleccionar las imágenes más impresionantes, en una búsqueda de fuerza narrativa. La
Novela de la Revolución representa un nuevo concepto de la epopeya y también una nueva reafirmación
nacionalista, reafirmación porque desde el siglo XIX, el maestro Ignacio Manuel Altamirano y algunos escritores
que lo antecedieron ya luchaban por afirmar una literatura nacional. Entre los escritores que nutren esta rama del
género novelístico destacan Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán, José Vasconcelos, José Rubén Romero,
Nellie Campobello, Agustín Vera, Francisco L. Urquizo, Rafael F. Muñoz, José Mancisidor, Mauricio
Magdaleno, José Revueltas, Gregorio López y Fuentes, Miguel N. Lira, Ramón Rubín y otros. Dada la
imposibilidad de comentar sobre todas y cada una de las obras, nos centramos en dos novelas debido a que
pueden ser consideradas como las más representativas del género. Se trata de Los de abajo, de Mariano Azuela,
y La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán. El primero narra escenas de los primeros momentos de
desconcierto, cuando se fueron levantando los grupos en diversos puntos, y el segundo, escritor reflexivo, alude
a las atrocidades que implica la lucha por el poder político. Ambas novelas ofrecen, por supuesto, múltiples
aristas de análisis que van desde lo temático hasta lo semántico, estructural y cultural. Desde la perspectiva del
estudio de la novelística mexicana del siglo XX, así como desde el punto de vista cronológico y desde la mirada
estructural, los textos que se mencionan representan el origen de la novela moderna que irá explorando distintas
temáticas y definiciones estéticas a lo largo de la centuria. Además, el tema de la Revolución mexicana no solo
da lugar a una gran serie de novelas, como se ha dicho, sino que sirvió como inspiración de muchos cuentos,
como se menciona más adelante.
A partir de los años cuarenta se inicia en México la superación del modelo realista y de la concepción
tradicional de la novela. Los primeros pasos decisivos en la aplicación de otras técnicas novedosas se desarrollan
en esta década y, fundamentalmente, la renovación va unida a una concepción de la narrativa en la que lo
literario adquiere una autonomía cada vez más radical. Los dos escritores más representativos de este periodo
son José Revueltas y Agustín Yáñez, que aplican este cambio de tendencia en dos novelas significativas en este
sentido: El luto humano y Al filo del agua, respectivamente. Tanto Revueltas como Yáñez forman parte de la
primera generación de narradores que superaron la tendencia regionalista, surgida tras la Novela de la
Revolución y en la que aparecieron novelas con tema indigenista, que hacen reflexionar sobre las injustas
situaciones en las que se desarrolla la vida en algunas comunidades campesinas. Así, encontramos a Francisco
Rojas González con El diosero o a Ricardo Pozas, antropólogo de profesión, con Juan Pérez Jolote, obra donde
noveliza las circunstancias en la que vivían los pueblos tzotziles. Pero ha sido Chiapas, región sureña de
6
población mayoritariamente indígena, la que fue objeto de numerosas novelas y relatos, hasta el punto de que se
habla del “Ciclo de Chiapas”, en el que destaca la novela Balún Canán de Rosario Castellanos, publicada en
1957. Por lo tanto es evidente la coexistencia en estas décadas de la novela indigenista con la llamada “Nueva
novela”, que pugna por la renovación formal de la narrativa. Este fenómeno de renovación es común en toda
Hispanoamérica y sienta las bases de la que sería considerada, a partir de los años sesenta, como la “Nueva
Novela Hispanoamericana”. Si Revueltas y Yáñez iniciaron la superación del realismo, Juan Rulfo y Juan José
Arreola culminarán, desde distintas perspectivas, la plena incorporación de México a las nuevas concepciones
narrativas y, junto a escritores más jóvenes como Carlos Fuentes, Elena Poniatowska y otros, prepararán el
terreno para la llamada Generación de Medio Siglo, autores esencialmente urbanos. Entre sus integrantes se
encontraban Josefina Vicens, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Emilio Carballido, Juan Tovar, Jorge López
Páez, Guadalupe Dueñas, Rosario Castellanos, Jorge Ibargüengoitia, Emma Dolujanoff, Hugo Hiriart, Sergio
Galindo, Vicente Leñero, Salvador Elizondo, José de la Colina, Amparo Dávila, Juan García Ponce, Eraclio
Zepeda, Juan Vicente Melo, Sergio Pitol e Inés Arredondo. La actitud crítica y el afán de rigor, el
cosmopolitismo, el pluralismo y la apertura a la obra de escritores extranjeros, así como su participación en
instituciones de cultura como el Centro Mexicano de Escritores, son rasgos que compartieron como grupo.
Asimismo, se decían herederos directos del grupo Contemporáneos y admiraban profundamente la obra de
Yáñez y Rulfo hasta el punto de considerarla como ejemplo inmediato a seguir. En muchos de ellos, además de
la apertura hacia nuevos temas, ya no rurales, se percibe un interés por experimentar con las leyes del género: se
difuminan las fronteras entre géneros literarios y el discurso narrativo se torna complejo y laberíntico. Estamos
asistiendo al nacimiento de la nueva novela experimental, donde el habitual narrador omnisciente deja su lugar a
una variedad de perspectivas que implican una visión subjetiva y relativista de la realidad. Pero hay que señalar
que la tendencia experimental no fue general a todos los componentes de la generación. Algunos de ellos se
mantuvieron fieles a las reglas del relato tradicional; en este rubro se debe incluir a Rosario Castellanos y a
Sergio Galindo, entre otros.
A mediados de esos años surge en México un movimiento cultural que se diversificó en distintas artes
como la música y, desde luego, la literatura, con un carácter social que buscaba, en algunos casos, generar
conciencia y, en otros, simplemente poner en evidencia la forma de vida citadina de la juventud. Así, podemos
observar el surgimiento de grupos de rock, movimientos sociales como el que tuvo su clímax en Tlatelolco, el 2
de octubre de 1968 o, en las letras, el surgimiento de la literatura de la Onda (término acuñado por Margo
Glantz). Justamente a partir de 1964 aparece un conjunto de obras que suponen una cierta reacción respecto de
los novelistas del “Medio Siglo”. El escenario de la acción de estas novelas sigue siendo la Ciudad de México,
aunque esta pierda el protagonismo y se convierta en un mero marco específico. La tumba (1964) y De perfil
(1966), ambas de José Agustín, junto con Gazapo ─también de 1964─ de Gustavo Sáinz, son las tres novelas
más representativas de la Onda en los años sesenta. La principal novedad de estas obras radica en la presencia de
un nuevo enfoque narrativo centrado en la realidad vital de la juventud mexicana de esa década, que se
caracteriza por una rebeldía que pone en cuestión los principios de la sociedad burguesa. Estas novelas son la
crónica de una etapa crítica en la historia del país, que culminará con los aciagos acontecimientos del 68: novelas
en donde los jóvenes escritores emplean un lenguaje desenfadado y lleno de albures combinados con vocablos
procedentes del argot juvenil, para contar historias en las que no faltan la violencia, el sexo y las drogas. Y
aunque los autores de la Onda nunca se han considerado como un grupo, es verdad que existen vínculos
idiomáticos y temáticos que nos permiten relacionarlos como tales, o al menos eso consideró Glantz al señalar a
autores como René Avilés Fabila, Eugenio Chávez, Gerardo de la Torre, Juan Tovar, Parménides García
Saldaña, Humberto Guzmán, Roberto Páramo, Manuel Farill, Orlando Ortiz, Gustavo Sáinz y José Agustín,
dentro de este grupo.
En esta segunda mitad de siglo la diversidad de escrituras y propuestas convierte el análisis en algo
complejo. Encontramos estilos que pretenden retratar el lenguaje de la realidad, como el de Parménides García
Saldaña, y otros cuya erudición los ha aislado de lectores, como ocurre con Fernando del Paso. Sin embargo, y
en casi todos los casos, el vínculo común de esta época está en una intención legítima de describir y, de alguna
forma, plasmar una visión realista del entorno. Muy probablemente esta descripción de la realidad se encuentra
emparentada con el periodismo, con el auge de los suplementos culturales de diarios como Excélsior,
unomásuno, La Jornada y Novedades, en este último con uno de los más relevantes, México en la Cultura,
7
dirigido por Fernando Benítez. De modo que no podríamos entender la historia de nuestra literatura sin el
fenómeno de los suplementos culturales y las revistas; en ellos vieron algunas de sus primeras publicaciones
autores como Elena Poniatowska, Jorge lbargüengoitia, José Emilio Pacheco, Carlos Montemayor, Ricardo
Garibay, Carlos Monsiváis, Vicente Leñero, Fernando del Paso, etc. El periodismo fue, y sigue siendo, el
principal modo de vida de varios de los escritores de nuestro país, por lo que la convivencia de ambos géneros
influye para la creación de su obra literaria, desde temáticamente hasta las estructuras; podemos encontrar
incluso que las técnicas de investigación periodística son tomadas para novelas como La noche de Tlatelolco. Se
trata, entonces, de un periodo en el que la escritura se vuelve prolífica y donde muchos autores de generaciones
anteriores muestran sus mejores años.
En relación con el cuento, podemos advertir que varios autores han planteado definiciones, teorías e
incluso decálogos del cuento, y que hay un aspecto inicial que ningún cuentista o teórico puede ignorar, esto es,
que el cuento “es una cosa del más remoto pasado; si no la primera, al menos una de las dos o tres aplicaciones
del lenguaje que la humanidad inventó en el comienzo”, como afirma Alberto Chimal en “¿El cuento, una cosa
del pasado?”. Muchas definiciones coinciden en que un cuento debe ser breve, tener pocos personajes y
dedicarse a un solo asunto. Si regresamos al comienzo, donde la tradición oral era la vía principal de
comunicación, entenderemos el porqué de esos tres elementos: breve: “para poder ser aprendido y repetido más
fácilmente”, pocos personajes: para ser recordado “con menos trabajo”, y un solo asunto: porque en “aquellas
historia originarias, recuentos de los hechos de un día o de pocos días […] lo importante era recordar lo que le
había pasado al personaje”, en palabras de Chimal. Además, por otro lado, como ha dicho Lauro Zavala,
necesitamos distinguir tres clases de cuento: el clásico, el moderno y el posmoderno.
Sobre los primeros años del siglo XX en nuestro país, se podría hablar principalmente del cuento de la
Revolución Mexicana que, sin duda, se ve a la zaga si lo comparamos con la novela revolucionaria. Sin
embargo, también comenzaban las primeras incursiones que fructificarían en estilos diversos más de setenta años
después, como las minificciones de Julio Torri o los relatos breves de Alfonso Reyes. Es importante apreciar
estos datos, pues, como afirma Zavala, “después de la crisis de los años sesenta, la narrativa [adopta] un tono
donde se combinan el humor, la tendencia hacia la concisión y brevedad extremas”.
Alejados ya de convulsiones revolucionarias y de las luchas por la institucionalización del país, hacia
1940 el cuento mexicano y sus creadores dan un giro en lo que a temas e inspiraciones respecta: atrás quedó esa
pluralidad de asuntos, ambientes, personajes, técnicas y hablas que se originaron a partir del movimiento
armado. De este modo, superados el realismo y la crítica social de la narrativa revolucionaria, y rescatando la
visión cosmopolita y global de Alfonso Reyes y otros autores, los nuevos cuentistas van a colmar a las letras
mexicanas de ejercicios inclasificables para la época –aún hoy–, nuevas formas discursivas y una visión del
mundo completamente renovada; una tematización creada por y para la palabra. Así, aproximadamente 10 años
después1, hacia mediados de siglo, se inició el cuento moderno, en un entorno en el que se produjo el
fortalecimiento de las instituciones culturales y fueron cobrando relevancia los talleres de creación literaria,
como el de Arreola, y publicaciones que acogieron y propiciaron la producción de la narrativa breve, entre otras,
la revista Universidad de México y el suplemento México en la Cultura, ya mencionado. Escritores como Efrén
Hernández, Francisco Tario, José Revueltas, Juan José Arreola, Juan Rulfo, Juan de la Cabada, Rafael Solana y
Edmundo Valadés recurren a otros temas, otras técnicas y perspectivas que abrieron las posibilidades del género.
Los relatos se centraron más en el hombre urbano moderno, en su psicología y en su universo interior, así como
en sus relaciones morales, emocionales e intelectuales con el mundo externo: sueños, revelaciones, obsesiones,
complejos, contradicciones, delirios, dudas, soledad. La dimensión de lo fantástico, del horror, del difuso vínculo
entre realidad e irrealidad, de la ambigüedad, la paradoja y el absurdo ocuparon un lugar central en el relato. Y
los estilos se fueron perfilando, desarrollando y definiendo en el uso de diferentes técnicas y recursos narrativos:
la segmentación de la anécdota, la presencia de elementos procedentes de otros ámbitos culturales, la
discontinuidad del tiempo, la incorporación de rasgos de otros géneros y discursos, el monólogo interior, la prosa
poética, la intertextualidad, la experimentación narrativa. Paralelamente, en un proceso continuo de cambios
1
Lauro Zavala ubica el inicio del cuento mexicano moderno en 1952, con la publicación de Confabulario, de Arreola. Ver L. Zavala.
Cómo estudiar el cuento. Teoría, historia, análisis,enseñanza. México: Editorial Trillas, 2009, p. 101.
8
sociales entre los que destaca el crecimiento urbano y demográfico, se encuentra el grupo de autores que
conformaría la aludida Generación de Medio Siglo. En 1955, la Revista Mexicana de Literatura, fundada por
Emmanuel Carballo y Carlos Fuentes y protegida por dos grandes figuras de las letras mexicanas, Alfonso Reyes
y Octavio Paz, se propuso ser parte del movimiento transformador de la cultura al ofrecer una alternativa distinta
al prevaleciente nacionalismo. Y no fueron los únicos: algunos artistas plásticos como Rufino Tamayo, José Luis
Cuevas, Carlos Mérida, Juan Soriano y Pedro Coronel buscaron marcar una distancia con el muralismo
mexicano. Así, la revista creada por Fuentes y Carballo dio cabida entre sus páginas a jóvenes escritores que
percibieron de modo evidente el ocaso de la literatura de la Revolución Mexicana y que se vieron favorecidos
por el legado literario e intelectual del grupo Contemporáneos. Además, fue el primer ámbito significativo en
México que abrió sus puertas al trabajo realizado por mujeres, ya sea como parte del consejo editorial o como
colaboradoras. Al comentar sobre estos autores, en particular en relación con el cuento, Alfredo Pavón señala:
Entre 1967 y 1971 se empiezan a publicar colecciones de cuentos donde destacan particularmente ciertos
elementos, como el que señala Zavala: “Tal vez el rasgo más importante es la presencia de distintas formas de la
ironía y el humor, notoriamente ausentes (como distintivo dominante) en las generaciones anteriores”. Este tipo
de ironía consiste en la oposición de los puntos de vista, mientras que el humor no tiene una intención específica,
así que es más próxima a lo gratuito. Durante la década de los setenta, el género del cuento fantástico mexicano,
“de larga tradición en nuestro país” (Torres, “Cuento mexicano de hoy (los tres recientes lustros)”: 156), fue
cultivado por una amplia gama de autores (quizá el más notorio sea Emiliano Pérez Cruz). También, en estos
años, se escribieron cuentos independientes, con un “valor acumulativo”, que en su totalidad muestran mundos
complejos. En la siguiente década se publican 580 libros de cuento en México, sin duda una época muy prolífica
para este género. Es en este período cuando el cuento se asocia o se mezcla con otros géneros literarios y
extraliterarios, en especial la crónica y el ensayo. Lauro Zavala señala características de esta década: la brevedad
extrema, el tono lúdico y la “experimentación intragenérica”. También encontramos un grupo de cuentistas que
exploraron la narrativa de la ciudad; ellos ofrecen, indica el mismo especialista, “una visión crítica, familiar y
verosímil de la vida urbana”, y lograron estos efectos por medio de algunos factores distintivos: “la hibridación
de la narrativa literaria con la crónica urbana, el empleo de un lenguaje característico de zonas precisas de la
ciudad, la experimentación con las convenciones de la narrativa fantástica y policíaca, y una revisión tradicional
entre la casa y la calle”3. Cabe recalcar y hacer hincapié, sin embargo, en que no todos los cuentos de esa década
tuvieron matices urbanos: hubo escritores, principalmente de provincia, que ubicaron sus relatos en otras
regiones. Finalmente, en la década de los noventa se refuerza la tendencia de la década anterior de escribir
brevemente4. Lauro Zavala considera que el primer libro de minificción en Hispanoamérica es Ensayos y poemas
(1917) de Julio Torri. Otros pioneros de minificciones fueron Arreola y Monterroso.
2
Alfredo Pavón. “Prólogo” en Russell M. Cluff, et all. Cuento mexicano moderno, Tomo I y II. México: UNAM–Universidad
Veracruzana–Editorial Aldus, p. XVII. (Serie Antologías Literarias del siglo XX, 2003).
3
Lauro Zavala. Paseos por el cuento mexicano contemporáneo. México: Editorial Nueva Imagen–Patria, 2004, p. 94.
4
Sin embargo, recordemos que “la tradición narrativa de la brevedad extrema es tan antigua como la sabiduría popular y la cultura
religiosa (en forma de parábolas bíblicas, cuentos derviches, alegorías budistas, relatos chinos y otras manifestaciones populares y
didácticas)”. Ver Lauro Zavala. Ibíd., p. 131.
9
UNIDADES DE ESTUDIO - NARRATIVA
2.1 MODERNIZADORES
2.1.1 Agustín Yañez (1904-1980): Al filo del agua
2.1.2 Rodolfo Usigli (1905-1979): Ensayo de un crimen
2.1.3 José Revueltas (1914-1976): Los errores, Dormir en tierra, La palabra sagrada, El luto humano,
Antología
2.1.4 Juan Rulfo (1917-1986): El llano en llamas, Pedro Páramo
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2.2.3 Rosario Castellanos (1925-1974): Ciudad Real, Balún Canán, Oficio de tinieblas
2.2.4 Sergio Galindo (1926-1993): El bordo
2.2.5 Jorge Ibargüengoitia (1928-1983): Los relámpagos de agosto, Dos crímenes, Estas ruinas que
ves, Los pasos de López, La ley de Herodes y otros cuentos
2.2.6 Inés Arredondo (1928-1989): La señal, Río subterráneo
2.2.7 Carlos Fuentes (1928-2012): La muerte de Artemio Cruz, Aura, Terra Nostra, Los años con Laura Díaz
2.2.8 Salvador Elizondo (1932-2006): Farabeuf o la crónica de un instante, El grafógrafo
2.2.9 Sergio Pitol (1933): Nocturno de Bujara, Juegos florales
2.2.10 José de la Colina (1934): La tumba india y otros cuentos, Traer a cuento. Narrativa (1959-2003)
2.2.11 José Emilio Pacheco (1939-2014): El principio del placer, Las batallas en el desierto
3.1 “MARGINALES”
3.1.1 Francisco Tario (Francisco Peláez, 1911-1977): Aquí abajo, La noche del féretro y otros cuentos
de la noche, Francisco Tario, cuentos completos
3.1.2 Vicente Leñero (1933-2014): Los albañiles, Los hijos de Sánchez
3.1.3 Fernando del Paso (1935): José Trigo, Palinuro de México, Noticias del Imperio
3.1.4 Ignacio Solares (1945): La noche de Ángeles, El sitio, No hay tal lugar
11
4.3.3 Ana García Bergua (1960): Púrpura, La confianza de los extraños
4.3.4 Cristina Rivera Garza (1964): La guerra no importa, Nadie me verá llorar
INTRODUCCIÓN
El Ateneo de la Juventud (1909-1914) ejerció un importante papel en el desarrollo intelectual de México desde el
comienzo de la Revolución Mexicana hasta principios de la primera Guerra Mundial, pero su huella ha
perdurado hasta nuestros días. José Vasconcelos (1882-1959), Antonio Caso (1882-1959), Alfonso Reyes (1889-
1959) y el dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) expresan la reacción colectiva antipositivista y
rechazan al mismo positivismo, reconocido como filosofía oficial; forman una generación de escritores que dan
expresión espiritual a su generación, y, sobre todo, hacen resurgir el amor y el estudio de las humanidades. Las
manifestaciones intelectuales del Ateneo de la Juventud son múltiples, pues se interesan por todas las ciencias
del espíritu sin olvidar su circunstancia y razón vital. La reflexión sobre América y sobre México es
preocupación común de todos ellos.
Uno de los grandes pensadores del Ateneo, José Vasconcelos, es un extraordinario polígrafo que escribe
sobre filosofía, estética, historia, etcétera, pero quizá su acierto más notable lo logra cuando considera el
problema iberoamericano. Los dos ensayos que le han dado fama perdurable son La raza cósmica (1925) e
Indología (1926), en los que lanza aventuradas y sugestivas hipótesis. El futuro de los pueblos —según
Vasconcelos— estará en manos de una quinta raza arraigada en el trópico americano, cuna de la raza
dominadora del mundo. Dicha raza surgirá de la fusión de todas las razas, ya que las grandes civilizaciones
surgieron siempre del cruce racial. Y si la raza blanca venció al frío por el combustible, la raza tropical vencerá a
la selva por la técnica. El tipo cósmico será el más valioso y tendrá una misión salvífica que cumplir. La raza
cósmica, la raza mestiza de América, regirá el nuevo mundo. Vasconcelos dio toda la significación al vocablo
criollo y entendió al mestizaje como idea clave de su hipótesis. Lo hispanoamericano sería la suma de todas las
razas. Iberoamérica era la empresa que requería la colaboración de todos los pueblos de la tierra, comienzo de un
ciclo nuevo en la historia del mundo. Vasconcelos tiene fe en el mestizaje como creador de culturas y
civilizaciones distintas de las actuales. La mayor esperanza de salvación se encuentra en el hecho de que no
somos raza pura, sino mestizaje, puente de razas futuras, agregado de razas en formación, que puede crear una
estirpe más poderosa que la procedente de un solo tronco. Vasconcelos profetiza para Indoamérica el destino de
ser el crisol donde el mundo obtendría la raza final, síntesis de toda la historia. Cabe aclarar que la idea de la raza
cósmica no tiene sentido plenamente racial sino que es un esfuerzo de integración cultural. América Latina es el
continente que ha recibido las influencias, ingredientes y elementos de todo el mundo. De ello puede alcanzar
algo nuevo. La síntesis de culturas que plantea Vasconcelos pretende integrar todas ellas para así lograr la nueva
realidad latinoamericana.
Alfonso Reyes es el generoso humanista que aúna la investigación científica y el aparato crítico riguroso
al vuelo de la poesía, la metáfora certera, el sutil ingenio y la espiritualidad. Reyes es un ensayista agudo y
erudito metódico con gran capacidad de trabajo y asimilación de culturas, pero sobre todo es un gran escritor,
tocado con la gracia del estilo. La profundidad y hondura del tema que trata está expuesto con gran claridad de
ideas que expresa con elegante juego literario. Autor de una vastísima obra que va desde la breve nota crítica
hasta el extenso trabajo sistemático sobre los más variados tópicos de la cultura: humanidades clásicas, literatura
12
europea y americana, teoría y estética literarias, crónicas de viajes, relatos de ciudades y formas de vida, etcétera.
Cuidadoso de la forma y la idea, Reyes es un estilista que acude al análisis y a la crítica en un intento de definir y
autodefinirse con prosa de pureza ejemplar, fina gracia, conceptismo y ligera tendencia al barroquismo. Alfonso
Reyes es uno de los más altos representantes de la intelectualidad hispanoamericana, transmisor de los más
variados tópicos de la cultura. Escritor polifacético, Reyes propone que la expresión americana llegue a lo
universal y parte de un nacionalismo atento al resto del mundo y a las corrientes imperantes. El pensamiento de
Reyes es muy “mexicano”, pero es también ecuménico y universal. Uno de los temas recurrentes es la idea de
América en decidida búsqueda de la originalidad hispanoamericana. En Visión de Anáhuac habla de la
vinculación existente entre el hombre y el ambiente natural en el que vive, lo que produce la misma disposición
anímica; de ello resulta la unidad entre el mexicano de hoy y el indio precolombino. Aparte de su valiosa obra
poética, la obra de Alfonso Reyes es fundamentalmente ensayística.
Pedro Henríquez Ureña —ciudadano errante del continente— trató de encontrar la voz propia de
América y no regatea esfuerzos en la búsqueda de nuestra expresión. Henríquez Ureña trata de extraer las
esencias del americanismo auténtico y de los temas autóctonos: el indio, el criollo, el mestizaje, etc. Por otra
parte, piensa que las influencias europeas no impiden la originalidad americana, debido a que el carácter original
de los pueblos proviene de sus reservas espirituales y energías nativas. En La utopía de América el autor
dominicano señala cómo América ha sido vista como utopía. El americanismo debe aspirar a lo universal por
medio de lo nacional, y verá su misión cumplida por el esfuerzo de hombres magistrales que fundarán la vida
espiritual del continente americano. La unidad de espíritu y la vida intelectual forjarán la magna patria de Rodó.
Para Henríquez Ureña, América es una entidad, la agrupación de pueblos destinados a unirse cada día más para
formar la gran patria latinoamericana. En uno de sus famosos ensayos, El descontento y la promesa, Henríquez
Ureña desarrolla el tema de América, la llamada a la exaltación de los valores autóctonos. América no tendrá
catedrales, pero sus montañas son tan bellas como la más preciada joya monumental, la sonoridad de sus ríos
más bella que los poemas antiguos, el paisaje del trópico con policromía más viva que la de un cuadro clásico.
La originalidad de América consiste en la fusión de la forma clásica con los elementos indígenas. El
nacionalismo trascendente de Henríquez Ureña se viste con un americanismo efusivo, utopía de América. El
escritor dominicano busca la organización axiológica de los valores de la cultura americana y afirma para el
americanismo la supremacía del espíritu sobre la materia. Pedro Henríquez Ureña tiene gran profundidad de
penetración, amplio sentido liberal, tono urgente con el que apela al espíritu hispanoamericano que sólo se
consolidará con la preservación de los valores humanísticos frente a la preeminencia de las sociedades ofuscadas
por la industrialización.
Encontrar las auténticas raíces de lo mexicano es preocupación de los pensadores mexicanos del siglo
veinte. En efecto, los grandes investigadores y defensores de la identidad mexicana son muchos y muy valiosos.
Desafortunadamente, los límites del curso exigen la selección de autores y obras. Se han elegido tres figuras
representativas de la búsqueda de las esencias, el ser y la idiosincrasia nacional que han tratado de precisar
rasgos concretos que pueden ayudar a fijar, en un futuro, la definición integradora de todos los rasgos del
carácter del mexicano.
Samuel Ramos (1897-1959) ahonda en el sentido de la mexicanidad y el interés por el ser del mexicano.
Su apertura crítica al pensamiento europeo y al estudio de la filosofía y los filósofos occidentales como Alfred
Adler (1870-1937) le sirven para interpretar a esa luz la naturaleza y el carácter del mexicano. En su admirable
obra El perfil del hombre y la cultura en México (1934), Ramos hace observaciones agudas y penetrantes sobre
el pelado mexicano con su complejo de inferioridad que lo impulsa a la necesidad de afirmarse a sí mismo con
su lenguaje grosero y agresivo, susceptible, introvertido y receloso, machista, etc., como tipo representativo de la
psicología del mexicano y del carácter nacional. Otro libro admirable es Hacia un nuevo humanismo: programa
de una antropología filosófica (1940), en el que proyecta un nuevo humanismo y una nueva moral.
Octavio Paz (1914-1998) es un ensayista de penetrante intuición literaria y social, histórica y artística,
humanista, que sabe calar en lo profundo del ser y el espíritu mexicano y bucea con acierto hasta encontrar las
raíces del alma nacional. En su excelente ensayo El laberinto de la soledad (1950), Paz presenta la idiosincrasia
del mexicano (“Los hijos de la Malinche”, “La inteligencia mexicana”, “Máscaras mexicanas”, etc.), pero sobre
13
todo estudia en el primer capítulo del libro (“El pachuco y otros extremos”), el alma del mexicano y su manera
de manifestarse, síntesis perspicaz y aguda y gran contribución al conocimiento psicológico del carácter del
mexicano. La obra ensayística de Octavio Paz es fecunda y de gran divulgación. Entre los ensayos crítico
literarios destaca El arco y la lira (1956), en el que Paz habla del lenguaje poético y de la poesía que puede
transformar al mundo y volverlo humano: “Transformación de la sociedad en comunidad creadora, poema vivo;
y del poema en vida social, en imagen encarnada”5. Intérprete y divulgador de la cultura mexicana y universal,
sus ensayos siempre iluminan al lector con la gracia de la imagen lograda y el chispazo genial. La producción
ensayística de Paz es extensa. Citamos algunos títulos: Claude Lévi-Strauss o el nuevo festín de Esopo (1969),
sobre el estructuralismo y las teorías del famoso antropólogo francés; Los hijos del Limo (1974), en el que
estudia la evolución de la poesía moderna y esclarece el concepto de modernidad; El signo y el garabato (1973),
estudios sobre tecnología y poesía; El ogro filantrópico (1979), sobre diferentes temas, por ejemplo, en la
primera parte encontramos reflexiones sobre la historia de México que recuerdan tanto a El laberinto de la
soledad como a Posdata. La prosa de Paz, ágil y elástica, intensa y profunda, esconde siempre entre sus pliegues
genialidad, sugestión y poesía.
Leopoldo Zea (1912-2004) escribió obras de honda significación en el análisis de los problemas
hispanoamericanos y en el esclarecimiento de la realidad nacional de México. Zea sabe integrar el problema de
la mexicanidad en la americanidad de tal forma que lo nacional mexicano y lo universal americano se
identifican. Estos temas son piedras angulares para su filosofía. Uno de sus primeros estudios, El positivismo en
México (1943), es ya un libro clásico en el continente americano. Otros brillantes ensayos son: Conciencia y
posibilidad del mexicano (1952), América como conciencia (1953), Latinoamérica y el mundo (1965) y
Dialéctica de la conciencia americana (1976). Zea va de lo mexicano a lo americano, y de lo americano a lo
universal; hombre que ama su cultura y la encuadra en el mundo en que se desarrolla su vocación mexicana
ecuménica. En La filosofía americana como filosofía sin más (1969), Leopoldo Zea se pregunta por la existencia
de una filosofía latinoamericana y propone la independencia cultural, una filosofía americana.
A partir de la segunda mitad del siglo XX y en las últimas décadas, en México no encontramos sino un
espacio de pluralidad y riqueza en cuanto a la producción ensayística. Los temas son diversos: política, historia,
música, pintura, filosofía, antropología, costumbres, entre otros, y, sin duda, literatura. Carlos Fuentes, Ramón
Xirau, Carlos Monsiváis, Beatriz Espejo, Hugo Hiriart, Gabriel Zaid, Juan Villoro son solo algunos de los
muchos escritores que han desarrollado este género. Igual que para otros géneros literarios, las revistas y los
suplementos culturales de diversos diarios se establecieron y se siguen constituyendo como un ámbito primordial
para la publicación; he aquí diversos ejemplos: la revista Vuelta, así como Letras Libres; la revistas Universidad
de México, Casa del Tiempo, Tierra Adentro; los suplementos como El Semanario, La letra y la imagen, sábado,
Diorama de la Cultura, La Jornada Semanal, El Ángel, El Gallo Ilustrado, El Semanario, Confabulario, El
Búho, Reloj de arena.
UNIDAD 1. INTRODUCCIÓN
1.1 José Luis Martínez: “Introducción” en El ensayo mexicano moderno
1.2 Brushwood, Escalante, Lara y Patán: “Prólogo” en Ensayo literario mexicano
UNIDAD 3. CONTEMPORÁNEOS
3.1 Jaime Torres Bodet (1902-1974): “Reflexiones sobre la novela” en Contemporáneos. Notas de
crítica
3.2 Javier Villaurrutia (1903-1951): “La poesía de Ramón López Velarde”, Prólogo a Poemas
escogidos de Ramón López Velarde
3.3 Jorge Cuesta (1903-1942): “Salvador Díaz Mirón” en El hijo pródigo
INTRODUCCIÓN
La historia de la literatura mexicana del siglo XX principia hacia 1906, cuando empieza a participar en la cultura
nacional un grupo de jóvenes intelectuales que poco después fundarán el Ateneo de la Juventud. Este grupo, que
pronto atrajo a intelectuales de edad mayor, proponía tres cuestiones esenciales: 1) un retorno a la tradición
humanista occidental, abandonada por los positivistas y preservada —sin relacionarla con las preocupaciones de
su tiempo— en los círculos católicos conservadores; 2) la profesionalización del intelectual y 3) la asunción por
este de compromisos concretos, no necesariamente partidistas, con el interés de la nación. Le interesaba
distanciarse tanto de la bohemia de los modernistas como del conservadurismo de los ambientes católicos,
aunque mantuvo buenas relaciones con los primeros y, por otra parte, varios ateneístas fueron católicos. Su
influencia en la cultura mexicana del siglo XX es determinante y se manifiesta en la existencia y el desarrollo de
muchas instituciones, como la propia UNAM. Aunque solo algunos de ellos tenían inclinaciones revolucionarias
o democráticas, bien pronto la Revolución los obligó a todos a revisar sus estrategias. Algunos participaron en la
Revolución; en general, su voluntad de servicio público se concretó en varios de los proyectos sociales y
culturales del régimen posrevolucionario, pero su influencia fue más allá de la acción estatal. Un ejemplo: el
nombre de la venerable colección “Sepan Cuantos…”6, de Porrúa, fue sugerido por uno de los ateneístas
paradigmáticos: Alfonso Reyes (1889-1959). El impulso ateneísta, combinado con la necesidad del Estado
posrevolucionario de aumentar los niveles educativos para impulsar la modernización del país, junto con sus
políticas de crecimiento económico y bienestar social, dio como resultado un aumento de la población lectora y
el nacimiento de una red de instituciones públicas y privadas (el INBA, el FCE, editoriales como Porrúa,
suplementos culturales como los dirigidos por Fernando Benítez) que forman el esqueleto de la cultura mexicana
del siglo XX. En este contexto, las relaciones entre las iniciativas públicas y las de los particulares son sutiles,
ajenas a todo esquema simplista. Así, la revista Contemporáneos (1928-1931) fue una aventura de un grupo de
poetas audaces y arriesgados, que debieron sostenerla contra viento y marea; pero varios de sus artífice se vieron
obligados a depender de empleos públicos, que muchas veces perdieron debido a intrigas políticas o a la
hostilidad contra sus iniciativas.
A partir del sexenio de Manuel Ávila Camacho (1940-1946), el sistema político posrevolucionario queda
plenamente consolidado. Logra la unidad de lo que llamaban la “familia revolucionaria”, derrota a sus enemigos
internos y, tras un viraje a la derecha (suprime el izquierdismo cardenista; no aplica la legislación hostil a la
Iglesia, que emprende un esfuerzo por renovar su influencia en la sociedad; desata una persecución
anticomunista acorde con los tiempos de la Guerra Fría), construye un régimen autoritario donde la falta de
libertad en el plano político convive con la libertad de creación y crítica dentro del ámbito cultural (excepto
zarpazos como el ataque al FCE en 1965 o la censura a la película La sombra del caudillo); en síntesis: un
tiempo de prosperidad cultural posibilitada por la prosperidad económica y condicionada por el autoritarismo
político. Es la época del gran crecimiento de la UNAM (se construye Ciudad Universitaria) y de otras
instituciones educativas; nacen editoriales como Siglo XXI (gracias a la arbitraria destitución del director del
FCE), Joaquín Mortiz y Era; y las revistas literarias, independientemente de si su vida es corta o no, se
multiplican. En esa época vemos también que el exilio español fecunda la cultura de nuestro país; el crecimiento
de los sectores educativo, editorial y periodístico permite la profesionalización de los escritores, de modo que
hay cada vez más “poetas profesores”7; aumenta la cantidad de grupos literarios y, a la vez, hay más lugar para
autores poco interesados en la política cultural. De hecho, los grupos de escritores se vuelven cada vez más
trans-generacionales; un ejemplo de ello sería la red de alianzas y amistades forjadas alrededor de personajes
6
Apareció en 1959.
7
Mote puesto por Juan Ramón Jiménez a Jorge Guillén y Pedro Salinas, a quienes consideraba poetas fuertemente (y lamentablemente)
influidos por su saber y sus prácticas intelectuales de catedráticos. Ya en los años 20 se llamó “poetas universitarios” a Xavier Villaurrutia
y a otros contemporáneos.
16
como Octavio Paz (1914-1998) y el escritor y periodista Fernando Benítez (1912-2000), lo que dio lugar a la
acusación de que formaban una “mafia”. Otro rasgo propio de la época es la creciente influencia de Estados
Unidos en nuestros escritores (incluidos los poetas), en detrimento de la de Francia, que todavía es fuerte. Este
rasgo se acompaña por, y en parte es efecto de, la cada vez mayor presencia del cine, la radio, la televisión, etc.,
en la conciencia popular. En el mundo de la Posguerra, las culturas populares tradicionales ceden cada vez más
frente a lo que se ha llamado kitsch, “industria cultural” o “cultura pop”, al mismo tiempo que la autoridad y el
prestigio de la “alta cultura” disminuye cada vez más en el seno de la sociedad. Es un rasgo propio de casi todas
las literaturas nacionales de la Posguerra.
En la segunda mitad de los años 60 comienza a sentirse una creciente pérdida de legitimidad del sistema
político entre los sectores medios con mayor educación, precisamente los mayores beneficiarios del régimen
después de los grandes empresarios. Esta pérdida de legitimidad se hace especialmente visible en la
efervescencia de la izquierda estudiantil, que hace crisis en 1968. Este proceso continuará y se intensificará en
los años 70, 80 y 90 del siglo pasado, coincidiendo con el rigor de las crisis económicas, primero, y luego con el
de las “reformas estructurales” que estabilizaron la economía a costa de ahondar las desigualdades sociales; todo
esto, a su vez, como parte de un conjunto de procesos y corrientes internacionales sobre los que se ha discutido
bajo los conceptos de sociedad postindustrial, fin de las ideologías, neoliberalismo, globalización, fin del
trabajo… Esto ha repercutido en el campo literario. Primero, entre 1970 y 1981, los gobiernos priistas encararon
la crisis en el frente de los sectores medios (y los sectores populares con acceso a la educación) multiplicando el
gasto en las áreas educativa y cultural. Por lo que respecta a la literatura, aumentaron las ediciones de los
organismos públicos, los premios, los talleres libres de creación literaria y las becas para escritores jóvenes. Con
razón o sin ella, se opinó que el aumento en la facilidad para publicar no fue acompañado por un aumento en la
calidad; esta actitud encontró su expresión más característica en la introducción de Gabriel Zaid a su
recopilación Asamblea de poetas jóvenes de México. Esta situación cambió con la crisis económica de 1981,
pues la reducción en los mecanismos de redistribución del ingreso afectó, inevitablemente y con fuerza, al gasto
en educación y cultura. El mecenazgo estatal pasó del auge al hundimiento. Posteriormente, en el sexenio de
Carlos Salinas de Gortari, el gobierno volvió a mostrar gran interés en la subvención a la cultura, sólo que
evitando beneficiar a grandes grupos de población; los apoyos se hicieron selectivos y así apareció el nuevo
sistema de becas, ediciones y demás. Con justicia o sin ella, se denunció muchas veces que el apoyo del gobierno
a los principales escritores del país tuvo como objeto reducir el nivel de sus críticas, cuando no ponerlos de su
lado en lo referente a las políticas de “modernización”. En cualquier caso, fue notorio el cambio de actitud hacia
el gobierno de Salinas por parte de varios escritores que, hasta entonces, habían sido críticos del régimen. En
estas críticas se reflejó también la pérdida de legitimidad de las élites culturales frente a un gran sector de
escritores y también frente a muchos de los que deberían ser su público. A los escritores más distinguidos, y
especialmente a Octavio Paz y Carlos Fuentes, se les acusó de ejercer formas inmorales de poder cultural, así
como su cercanía con el poder político y económico en diversas ocasiones (Carlos Fuentes y Luis Echeverría,
Octavio Paz y Televisa). Pero en la base de esto no había solo una crítica política y moral, sino también el efecto
de una serie de profundos cambios en la civilización moderna, al grado de que, para muchos autores, esta ha
acabado y hemos entrado a una civilización posmoderna. En primer lugar, el retroceso de la autoridad y el
prestigio de la “alta cultura” en el seno de la sociedad general, ya aludido, más fuerte y visible a partir de los
años 70. Y, en segundo lugar, un fenómeno surgido en los años 60 y aún actuante, aunque después de pasar por
muchos cambios: la contracultura (mejor será hablar de ella en plural, como “movimientos y grupos
contraculturales”). Fenómeno complejo, para nuestros fines basta con observar que implica el traslado, a sectores
más amplios de la población, de valores y actitudes que antes eran privativos de ciertos grupos de artistas:
bohemios, dandis, capillas de vanguardia. Lo que antes era propio de una minoría exquisita, se vuelve distintivo
de grupos sociales amplios y después se trivializa cuando es absorbido por la industria cultural. Pero, mientras
conservan su autenticidad, los movimientos contraculturales se caracterizan por su rechazo de lo que caracteriza
a la sociedad moderna: capitalismo (y socialismo), Estado y, también, arte y cultura, en la manera en que las
entendieron los siglos XVIII y XIX. De las artes y de la cultura en general, las contraculturas rechazan las
jerarquías de todo tipo, como los sistemas para otorgar y reconocerle valor (o “capital cultural”, como dice
Bourdieu) a los artistas, así como las diferencias entre la alta cultura y la cultura popular (y la cultura pop), entre
obras clásicas y aquellas que no lo son, etc. Lo que surge aquí es algo nuevo: escritores que se resisten a
ascender, al menos durante un tiempo, en los sistemas de reconocimiento de la “República de las Letras” y que,
17
en consecuencia, buscan establecer otros circuitos de comunicación literaria: editoriales y revistas marginales,
centros culturales “alternativos”, etc. Y puesto que la poesía es, en algunas de sus manifestaciones a partir del
romanticismo, uno de los mayores baluartes de resistencia radical contra la Modernidad, la huella de la
contracultura ha sido fuerte en una parte de la producción poética de las últimas décadas, especialmente en los
años 70.
El siglo XX mexicano nace con el fardo de la dictadura porfirista y todo lo que significaba: caciquismo, tiendas
de raya, falta de derechos de los obreros, dependencia foránea, represión a los opositores, condiciones que en
parte propiciaron el estallido social de la Revolución Mexicana. Asimismo, durante todo el periodo de la
posrevolución y los cambios geopolíticos derivados de las dos guerras mundiales, los dramaturgos del país
abrevaron en los temas nacionales y universales. En este contexto, el teatro desde las primeras décadas siguió
dos caminos: uno de corte realista y otro de experimentación. Al primero corresponden el Teatro de Costumbres
de Federico Gamboa y Marcelino Dávalos; el Teatro Folklórico de Rafael Saavedra; el Teatro del Murciélago de
Luis Quintanilla; la Revista Mexicana; el Grupo de los Siete Autores (Francisco Monterde, José Joaquín
Gamboa, Carlos Noriega Hope, Víctor Manuel Díez Barroso, Ricardo Parada León y los hermanos Lázaro y
Carlos Lozano); el Teatro de Ahora de Mauricio Magdaleno y Juan Bustillo Oro; la Comedia Mexicana; el
Teatro de México de Concepción Sada, María Luisa Ocampo, Xavier Villaurrutia y Celestino Gorostiza; la
Linterna Mágica de José Ignacio Retes; el Teatro Estudiantil Autónomo de Xavier Rojas; y la obra de un autor
19
con una propuesta singular en la exposición y crítica de los problemas nacionales: Rodolfo Usigli. Por lo que
respecta al teatro de experimentación, este tiene un hilo conductor que parte del Teatro de Ulises de Salvador
Novo, Xavier Villaurrutia, Celestino Gorostiza y Gilberto Owen; se relaciona con Escolares del Teatro de Julio
Bracho; prosigue con el Teatro de Orientación de Celestino Gorostiza y Xavier Villaurrutia; continúa con el Proa
Grupo de José de J. Aceves; y se enlaza con el Teatro Universitario, dirigido por Carlos Solórzano, en la década
de los años cincuenta. Una de las características de este teatro es la de tratar de marchar al unísono del teatro de
otras latitudes, especialmente el europeo y el estadounidense, por lo que nuestros dramaturgos se dieron a la
tarea de traducir y montar obras de los principales autores de esos ámbitos e incorporar los novísimos recursos
escénicos. Por supuesto, este repaso del devenir del teatro atiende sólo a una exposición cronológico-didáctica,
puesto que cada autor tiene su propia historia. Así, por ejemplo, Celestino Gorostiza participó tanto en la
creación del Teatro de Ulises como en el del Teatro de Orientación, y más adelante escribió obras de corte
realista como El color de nuestra piel (1952). Ahora bien, para distinguir, por lo menos temáticamente, las líneas
de las dos corrientes predominantes en el teatro mexicano en la primera mitad del siglo XX, basta citar los
siguientes ejemplos: en La venganza de la gleba (1905), Federico Gamboa expone las condiciones de los peones
en las haciendas, con sus propias voces. No plantea cambiar la situación, pero advierte el conflicto que se
avecina; en Así pasan (1908), Mauricio Dávalos, a la par de la vida de una actriz, alude a tres momentos
históricos: el Imperio de Maximiliano, la República Restaurada y el Porfiriato y, precisamente, en el marco del
último acto de la obra, la protagonista envejecida y desahuciada intuye el advenimiento de un nuevo ciclo para el
arte y para el país. Emiliano Zapata (1932) de Mauricio Magdaleno es una pieza que expresa los postulados del
Teatro de Ahora. Todas las acciones —la muerte de Otilio Montaño, la primera entrevista entre Zapata y
Guajardo, la traición de este en Chinameca— están estructuradas para resaltar el carácter, el mensaje político y
el mito del Caudillo del Sur. En este mismo sentido, San Miguel de la Espinas (1933) de Juan Bustillo Oro es un
mosaico donde intervienen todos los personajes implicados en la lucha agraria: campesinos, hacendados,
ingenieros, administradores, militares, rurales, políticos, abogados y poetas, en un ambiente esparcido de
violencia. La obra es —según las palabras del propio autor— una “trilogía dramática de un pedazo de tierra
mexicana” donde los campesinos son los principales actores, ya sea como masa anónima en el Coro, como jefes
revolucionarios o como figuras estoicas. Por otra parte, en Proteo (1931), Francisco Monterde recrea el mito de
Ulises. El protagonista, al volver a su tierra se da cuenta de que ha sido difamado por su primo, que quiere
heredar sus bienes; sin embargo, Proteo, después de poner a prueba la amistad de su amigo y el amor de su
esposa, logra imponer la verdad apoyado por estos, todo en un ambiente de ensueño. Como se dijo al principio,
Xavier Villaurrutia fue uno de los artífices del Teatro de Ulises y del Teatro de Orientación. De esta época
sobresalen sus obras en un acto Parece mentira (1933), ¿En qué piensas? (1934) y Sea usted breve (1934). En la
primera trata la historia de un marido burlado que al recibir un anónimo decide investigar con quién lo engaña su
mujer. Así, acude al despacho de un abogado, pero ahí al conversar con el secretario y reflexionar sobre su vida,
se marcha sin más. ¿En qué piensas? dilucida el pasado, presente y futuro de la vida amorosa de una mujer por
medio de su relación con tres hombres distintos. Sea usted breve es una farsa sobre un personaje que ante la
presión de la prensa se retracta de su intención de llevar a cabo una campaña para disminuir la población infantil
y de la que aparentemente estaba convencido. En estas piezas, Villaurrutia desliza su formación poética con la
elaboración de figuras literarias y la libre argumentación de sus ideas. Por último, en la construcción del teatro
mexicano en la primera mitad del siglo XX, hay autores que sin pertenecer a una escuela o movimiento
específico, incursionaron en la creación dramática con sus propios recursos poéticos y escénicos: tal es el caso de
Alfonso Reyes, que compuso su Ifigenia cruel (escrita en 1923 y estrenada en 1934) con base en el mito griego
pero con un tono autobiográfico, que Carlos Solórzano no dudó en poner de ejemplo como una obra de
tendencias universales.
A partir de la segunda mitad del siglo XX acaecieron cambios importantes en el mundo: de la Guerra
Fría se pasó al derrumbamiento del Muro de Berlín; de la tensión entre dos potencias, al surgimiento de un poder
unipolar; del control de mercados regionales, a la globalización. Asimismo, en las últimas décadas surgieron o se
recrudecieron conflictos bélicos —guerras civiles o intervenciones— y fenómenos sociales a los cuales no se les
dio solución, como la emigración, la pobreza, la discriminación y el deterioro del ambiente. México también
cambió: el país se industrializó, pero se abandonó el campo; los generales regresaron a sus cuarteles, pero el
Partido avasalló la vida pública; el régimen fundó instituciones culturales como el Instituto Nacional de Bellas
Artes; no obstante, reprimió ferozmente el movimiento estudiantil de 1968; aparecieron movimientos de
20
resistencia pero la oligarquía política se atrincheró en el bipartidismo; decreció el analfabetismo mas la mayoría
de los jóvenes no tuvo acceso a la educación ni al empleo; la pobreza continuó, la emigración también, pero la
cultura mantuvo la simiente de la nación. En este sentido, el teatro mexicano se fortaleció con la propuesta
dramática de la Generación de los Cincuenta y la Nueva Dramaturgia Mexicana, así como con la aportación de
otros autores que construyeron su propio universo dramático: Carlos Solórzano, Héctor Azar, Elena Garro,
Vicente Leñero y Hugo Argüelles; Antonio González Caballero, Willebaldo López y Norma Román Calvo;
Ignacio Solares, Hugo Hiriart y José Ramón Enríquez; Héctor Mendoza y Felipe Santander.
Según Alejandro Ortiz Bullé-Goyri, los núcleos temáticos de la dramaturgia mexicana de la segunda
mitad del siglo XX se pueden agrupar en los siguientes ejes:
En el aspecto formal, las nuevas generaciones asumen una actitud abierta hacia todas las formas de
representación, tradicional o experimental, para públicos minoritarios o para el gran público; lo importante es
encontrar su propia expresión dramática. Así, la Generación de los Cincuenta (Emilio Carballido, Luisa Josefina
Hernández, Jorge Ibargüengoitia y Sergio Magaña) lleva a la escena todos los problemas del ser nacional:
históricos y cotidianos, míticos y alegóricos, con diálogos sucintos y extensos, con lenguaje coloquial o poético,
y con el apoyo de elementos extra teatrales. A la par de la Generación de los Cincuenta, otros autores no menos
importantes abonan el campo dramático: Carlos Solórzano, Héctor Azar, Elena Garro, Vicente Leñero y Hugo
Argüelles. El primero, de origen guatemalteco pero identificado plenamente con el teatro mexicano, a lo largo de
la década de los cincuenta encabeza las tentativas renovadoras del Teatro Universitario y él mismo escribe obras
memorables como Doña Beatriz la sin ventura (1952), Las manos de Dios (1956) o Los fantoches (1958). De la
misma manera y a lo largo de toda su vida, Héctor Azar (1930-2000) trabaja para el teatro y crea obras
cinceladas poéticamente como Olímpica (1964). Elena Garro, por su parte, borda de manera fina las acciones de
sus personajes simbólicos o históricos en Un hogar sólido, (1957), Felipe Ángeles (1961, estrenada en 1978) y
La señora en su balcón (1963). Vicente Leñero pone en juego su saber de la realidad con Los albañiles e
incursiona en el teatro documental con El juicio (1971), Pueblo rechazado (1968) y Nadie sabe nada (1988).
Hugo Argüelles ahonda la esencia de lo mexicano en Los cuervos están de luto, Los gallos salvajes (1986) y
Escarabajos (1991).
En los últimos años de la década de los setenta y los primeros de los ochenta surge la llamada Nueva
Dramaturgia Mexicana9 cuyos autores básicos son: Víctor Hugo Rascón Banda, Jesús González Dávila, Leonor
Azcárate, Tomás Urtusástegui, Sabina Berman, Miguel Ángel Tenorio, Óscar Liera, Guillermo Shmidhuber,
Gerardo Velásquez, Juan Tovar y Carlos Olmos. Vicente Leñero, quien hizo uno de los primeros estudios sobre
la Nueva Dramaturgia Mexicana, encuentra estas constantes: a) los autores se agruparon en un núcleo disímbolo,
plural, que no reconoce influencias precisas, ni corrientes comunes, ni coinciden generacionalmente; b) la
mayoría —con excepción de Óscar Liera y Guillermo Schmidhuber— surge de los talleres de dramaturgia; c) en
general, se interesan por el teatro infantil; d) su aportación al teatro nacional reside en la pluralidad de estilos,
8
Alejandro Ortiz Bullé-Goyri. “Tendencias formales y temáticas en la dramaturgia mexicana de la segunda mitad del siglo XX”, en Óscar
Armando García (coord. y ed.). Antología didáctica del teatro mexicano, 1964-2005, vol. I, 1964-1989. México: UNAM/UAM/Ediciones
Eón, 2008, p. 16.
9
«El título, inventado por Guillermo Serret, obedecía al nombre de una colección de pequeños libros editados por la Universidad
Autónoma Metropolitana y a un ciclo de lecturas dramatizadas. No todos los autores de la colección obedecían al calificativo de nuevos
(Juan Tovar que publicó allí La madrugada y Las adoraciones, ya tenía nombre propio como cuentista y novelista), ni se podía hablar de
un grupo compacto, nacido bajo una idea y una propuesta teatral común. Más bien se trataba de una coincidencia editorial que reunía a
voces disímbolas con una inquietud de rompimiento o de renovación.» Vicente Leñero (selecc. e introducc.). La Nueva Dramaturgia
Mexicana. México: Ediciones El Milagro–CNCA, 1996, p. 9.
21
formas, hallazgos dialectales y escénicos; y e) a pesar de su diversidad coinciden en devolver a la dramaturgia
mexicana su original primacía en el fenómeno teatral.10 Sin duda, los afanes de la Nueva Dramaturgia Mexicana
no fueron en vano, pues lograron traspasar el siglo XX con la impronta de nuevos autores y propuestas
dramáticas asidas a lo más genuino de un pueblo: la constante renovación de su cultura.
1.1 PRERREVOLUCIONARIO
1.1.1 Género chico, revista mexicana: Rafael Medina y Luis G. Jordá (Chin-Chun-Chan); Federico
Carlos Kegel y Roberto Contreras (La hacienda)
1.1.2 Costumbrismo-naturalismo: Federico Gamboa (1864-1939): La venganza de la gleba; Manuel
José Othón (1858-1906): El último capítulo; Marcelino Dávalos (1871-1923): Así pasan
2.1 Antonio Mediz Bolio (1884-1957): La tierra del faisán y del venado
2.2 José Joaquín Gamboa (1878-1931): Vía crucis, Espíritus, Si la juventud supiera
2.3 Francisco Monterde (1894-1985): Proteo, Oro negro
2.4 Carlos Díaz Dufoo (1888-1932): El barco, Padre mercader
2.5 Germán List Arzubide (1898-1998): El nuevo diluvio
2.6 José Gorostiza (1901-1973): Desde la ventana
3.1 Xavier Villaurrutia (1903-1950): Sea usted breve, La mujer legítima, Autos profanos, La hiedra
3.2 Juan Bustillo Oro (1904-1989): Los que vuelven, San Miguel de las Espinas
3.3 Rodolfo Usigli (1905-1979): El niño y la niebla, Corona de fuego, Corona de luz, Corona de
sombra, El gesticulador
3.4 Mauricio Magdaleno (1906- 1986): Trópico, Pánuco 137
10
Véase ibídem, pp. 12-37.
22
UNIDAD 4. EL BOOM DEL TEATRO MEXICANO Y EL TEATRO
UNIVERSITARIO
(Teatro Estudiantil Autónomo, Teatro de México, Poesía en voz alta, Teatro en Coapa, etc.)
23
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