Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

El Escepticismo Del Mundo

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 16

EL ESCEPTICISMO DEL MUNDO

Carlos Meléndez Valdés Cutanda

Los nuestros, son tiempos de desesperación. Aunque


parezca que Occidente disfruta de su sociedad del bienestar y
presume de ser la defensora a ultranza de la libertad y los
derechos humanos, se ha instalado progresivamente un
pesimismo generalizado acerca de lo que el ser humano es
capaz de hacer por los demás.
Hace poco tuve una conversación (sin demasiada
relevancia) con un amigo, sobre la obra de fantasía del Señor
de los Anillos respecto de la novela de Juego de Tronos, una
comparación que se realiza casi por inercia, dado que
supuestamente la obra de Martin sería digna competidora de la
de Tolkien. Hablando sobre ella, mi amigo señaló que Juego de
Tronos posee un enfoque realista respecto del Señor de los
Anillos, que no pasa de ser un mero cuento de hadas.
Sin embargo, no era exactamente todo el desfile de
orcos, elfos, magos, hobbits, anillos, nazguls y demás
majaderías las que llevaron a mi amigo a descartar el realismo
del Señor de los Anillos. Lo sorprendente de todo este asunto
es que, a pesar de todas las criaturas y mitologías que
caracterizan a la Tierra Media, lo que él encontraba falto de
realismo era la idea del Bien y del Mal que impera en la novela.
Juego de Tronos resultaría realista porque los personajes
actúan con total indiferencia hacia las ideas del Bien y del Mal,
mientras que en el Señor de los Anillos los personajes se ven
“determinados” a hacer las cosas porque son buenas o malas, y
por tanto, se sienten coaccionados.
En otras palabras, y si nos tomamos en serio lo que está
afirmando, él creería antes en la posibilidad de encontrarse a
un Hobbit merodeando por la calle que en una persona solidaria
ayudando a otra desinteresadamente a cruzar la carretera, o
una persona cínica que se nos cuela en la cola de la compra
como quien no quiere la cosa (lo cual implica una enorme falta
de realismo por parte de mi amigo).
Esto, que no pasaría de lo anecdótico en otras
circunstancias, resulta ser una idea que se ha extendido en
nuestro tiempo, y que se ha deslizado a través de la literatura,
el cine, la filosofía y la sociedad. La idea de que nuestra
realidad está condenada al más estrepitoso fracaso, de que
nuestros actos por mejorarla son estériles, de que no somos
libres para cambiarla, y de que nunca tendremos la posibilidad
de conocer lo que es correcto y lo incorrecto.
Esta visión escéptica y descorazonadora sin embargo, no
solamente se apoya sobre ideas falsas, sino que es una actitud
que escogemos nosotros libremente ante las circunstancias de
nuestra vida, y no una realidad impuesta. Veremos que debajo
de todo esto subyace una idea mucho más peligrosa, y que
puede arrancarnos la esperanza del Evangelio sin que nos
demos cuenta.

Esclavos de nuestra libertad


Una vez en clase con mis antiguos alumnos de filosofía,
una chica se lamentaba de que un animal como el león es
mucho más libre que nosotros, porque puede ir a donde quiera,
no tiene por qué obedecer a nadie, y nadie le castiga en caso
de hacer algo mal. En cambio nosotros estamos tan
condicionados por las leyes, por nuestra educación, por nuestra
familia, por el sueldo (en su caso la paga del mes) el colegio y
la sociedad, que al final no somos libres de hacer lo que
realmente quisiéramos con nuestra vida.
Esta queja es exactamente la misma que reproducía mi
amigo sobre el Señor de los Anillos. Para ellos, existen tantos
factores que ejercen una influencia sobre la voluntad, que
finalmente no soy realmente libre a la hora de elegir. En
cambio, los personajes del mundo de Juego de Tronos son
“libres” porque “no obedecen a”, sino que actúan como les
2
parece en cada momento, sin atarse a nada ni a nadie.
Esa libertad frenética, que se valora como algo reciente
y novedoso, no tiene nada de nuevo ni de moderno. Si nos
trasladamos a la mitología clásica, cualquiera de ellos daría lo
que fuera por convertirse en alguno de los dioses del Olimpo y
vagar por la Tierra a sus anchas, desentendiéndose de sus
funciones. Querrían convertirse en Zeus para esposarse con
Hera y poder serle al mismo tiempo continuamente infiel.
Querrían encarnarse en Atenea para enfrentarse a Poseidón,
arrogarse el don de la sabiduría y, ajusticiar sin piedad a Aracne
después. En definitiva, querrían vender su auténtica libertad
para dar rienda suelta a sus pasiones sin tener que sentir un
ápice de remordimiento.
Sin embargo, existen contradicciones evidentes en todo
este asunto. Y es que ya existe esa libertad frenética. Tal vez
los dioses griegos no hubieran permanecido en su Olimpo si
pudieran trasladarse al llamado Primer Mundo del siglo XXI.
Enrique Rojas ya esbozaba en su “Conquista de la voluntad” el
perfil del hombre moderno, formado por “hedonismo,
permisividad, consumismo y relativismo”1.
Un individuo así tiene mal pronóstico porque se está
rebajando al nivel de objeto y transita por la vida sin valores,
que equivocados o no, son los que dicen cuál es su máxima
aspiración en esta vida. No es necesario ser un dios griego para
vivir completamente desatado, pues en nuestro tiempo hemos
conocido a quien ese es su único propósito (la ideología de
género es una muestra de ello). Y aunque el actual capitalismo
incentiva todavía más este modelo de vida desenfrenado, lo
que me gustaría destacar es que el ansia del ser humano por
suprimir los límites de su libertad es antigua.
Por otra parte, a la vez que se afirma que somos libres
para hacer lo que queramos, sin que nadie nos imponga ningún
límite, se asume que estamos condicionados por nuestro
entorno de tal modo que nuestra voluntad casi se mimetiza con
él. Necesariamente soy cristiano porque nací en el seno de una
familia fervientemente católica. Necesariamente toco la
guitarra, porque mi madre en su día, aun cuando yo no existía,
tocó la guitarra. Al menos, siguiendo esta queja que decían mis

1 Rojas E. (2010). La Conquista de la voluntad. Cómo conseguir lo que te


has propuesto, pp. 188. (Madrid, Editorial Planeta).
3
alumnos y mi amigo.
En su “Ortodoxia”, Chesterton explicaba que ese
determinismo al que se recurre pretende ser una teoría
completa de la realidad, que en realidad se nos antoja
insuficiente. Nadie piensa que su primer amor se deba
exclusivamente a un ataque loco de hormonas, o que lea
menos libros y de peor calidad porque el Ministro de Cultura
sea un ignorante. Podrán influirnos estas circunstancias, no
cabe duda, pero hay algo que trasciende sobre estas, y es la
voluntad, que yo decida en ellas.
Cuando mis alumnos se cuestionaban sobre si eran los
animales más libres que nosotros, traté de hacerles ver lo
contrario de la siguiente manera:
-¿Está penalizado matar gente por el Código Penal?
-Sí.
-¿Siguen matando gente?
-Sí.
-Entonces somos libres, ¿no?
El ejemplo, que está basado en la observación de la
realidad (y más bien, del telediario, que el día que nos dé
buenas noticias será para enmarcarlo), demuestra que la
noción que defienden de la libertad es falsa. Esa no es nuestra
libertad. Lo que ambos anhelan en el fondo es una supuesta
libertad absoluta, en la que las consecuencias de sus actos no
sean comprometedoras, y este deseo es uno de los rasgos más
distintivos de la inmadurez pueril del siglo XXI. En este deseo
de una libertad sin barreras se esconde la incapacidad de
asumir responsabilidades, de afrontar la realidad que nos rodea
y tomar consciencia de las consecuencias de nuestros actos.
Es por eso que nuestra época se ha vuelto hedonista.
Según Enrique Rojas en su Conquista de la voluntad, vivimos
en una sociedad con intereses cada vez más materialistas, cuyo
único objetivo es aumentar el nivel de bienestar. Eso concluye
en una tendencia al rechazo del compromiso, pues éste suele
conllevar un cierto sufrimiento o sacrificio. Y como sabemos
que es imposible alcanzar esa libertad idílica que no existe, se
opta por otra posibilidad, que si es realizable. La de vender
nuestra libertad y perderla de vista, con tal de no dar cuentas a
nadie.

4
La verdad os hará libres (Somos libres cuando conocemos la
verdad).
Hablando con una persona sobre filosofía, la
conversación se desarrolló de tal modo que llegamos a este
punto: en un determinado momento, ella afirmó que no
podíamos conocer la verdad, y que aunque conozcamos algo,
es tan insignificante que al final nuestro conocimiento se queda
en nada.
Según Rafael Hidalgo en su Historia de la Filosofía para
peatones, el escepticismo se define como “una actitud ante la
verdad. Se da en periodos de decadencia filosófica. El
escepticismo ante la pluralidad de opiniones llega a afirmar la
inexistencia de la verdad (pese a lo incongruente que es tal
afirmación, pues defender que la verdad no existe ya es de por
sí mostrarse seguro de una verdad). Otra actitud escéptica es
negar la posibilidad de conocer la verdad (es asimismo una
contradicción, pues conocer que no se puede conocer la verdad
es ya conocer una verdad). En todo caso el escepticismo se
queda encerrado en la duda y en la desconfianza sobre la
verdad”2.
Tampoco es este escepticismo algo exclusivamente
moderno, pues ya dio sus primeros pasos en Grecia tras la
muerte de Aristóteles, con Pirrón, a comienzos del siglo III a.C.
y otros como Timón, Arquesilao y Carneades en los siglos III y
II3. Hoy día se ha recuperado esa incredulidad en la literatura,
el cine, la filosofía y la televisión. Hay una especie de afán por
afirmar que la Verdad no existe y que, aunque existiera,
podemos acomodarnos en tantas posturas éticas o sociales,
que al final no podemos conocer cuál es la auténtica.
Hemos de admitir que, como seres humanos, nuestro
conocimiento parte de una base condicionada por
circunstancias personales (la familia), social (el entorno de
trabajo, el cole, amigos, espacios), políticas (la propaganda que
realiza el Gobierno de una ideología determinada), etc.
Digamos que le colocan en una posición concreta frente a la
realidad, de modo que solamente ve una parte de la misma.

2 Hidalgo, R. (2009): Historia de la Filosofía para peatones. Editorial


Lulú, p. 50.
3 Marías, J. (2016), Historia de la Filosofía. Madrid. Alianza Editorial,
p.116.
5
Todas esas circunstancias nos presentan una visión
determinada de la realidad, que no tiene por qué ser acertada.
Pero aunque nos influyan en nuestro pensamiento, sabemos
que tenemos la posibilidad de cuestionarnos lo que se nos ha
presentado como verdadero y ponerlo a prueba. Por algo la
Historia se compone de revoluciones y no solamente de
estabilidad política.
El problema del escéptico es que se acomoda en una
posición en la que no se cuestiona nada, sino que da por hecho
que cualquiera de estas posibilidades podría ser cierta, puesto
que su conocimiento puede estar equivocado. Como se creía
que la Tierra era plana hasta que se concluyó que era redonda,
y resultó ser que tenía una forma más bien elíptica ¿quién me
asegura que realmente es elíptica, si ya nos hemos equivocado
dos veces? Y por ende, se desentiende de las explicaciones que
se han dado a la realidad. No se cuestiona las cosas, o se
cuestiona incluso aquellas que son más evidentes. Es muy
típico el decir “Bueno, ¿y qué es el Bien y qué es el Mal? Son
solo nociones humanas, y por tanto, inventadas”. Chesterton lo
ilustra perfectamente en Ortodoxia:
“Los científicos modernos tienen mucha fe en iniciar
todas sus investigaciones con un hecho. Los religiosos
antiguos también creían en esa necesidad. Empezaban
por el pecado, un hecho tan práctico como las patatas.
Sea o no posible purificar al hombre en aguas
milagrosas, no quedaba duda de que era necesario
purificarlo [...] Determinados teólogos modernos
rebaten el pecado original, cuando es la única parte de
la teoría cristiana que puede demostrarse. Hay
seguidores del reverendo J.R. Campbell que admiten,
con su escrupulosidad casi excesiva la perfección
divina, aunque no pueden verla siquiera en sueños; sin
embargo, niegan en esencia el pecado que pueden ver
en las calles. Tanto los mayores santos como los
mayores escépticos han tomado la evidencia del mal
como punto de partida en sus argumentaciones. Si es
cierto (como así ocurre) que un hombre puede
disfrutar despellejando a un gato, el filósofo religioso
solo puede llegar a dos conclusiones: o negar la
existencia de Dios, como hacen todos los ateos; o
negar el vínculo entre Dios y el hombre, como hacen
todos los cristianos. Los nuevos teólogos parecen

6
opinar que una solución mucho más racional es negar
la existencia del gato”.
Otro problema intrínseco del escepticismo, aunque el
escéptico muchas veces no quiera reconocerlo, es que su
postura es estéril. Puesto que no podemos conocer nada, no
tiene sentido construir una teoría, aunque esta sea falsa. Lo
cual no ha impedido que estos escépticos sigan teorizando,
pensando que los resultados de sus hipótesis deprimentes
constituyen un avance, cuando se supone que ellos creen
firmemente que nunca avanzamos a ninguna parte.
En su Ortodoxia, Chesterton decía que el avance no
consistía en cambiar las cosas de forma continua y alocada,
sino que es necesario asentar primero unos dogmas. La Iglesia,
como la ciencia, ha avanzado en su doctrina porque estaba
construida sobre unos dogmas, unos cimientos en los que
lentamente, con el paso de los siglos, se edifica un piso detrás
de otro. Y para ello, hemos de construir sobre los cimientos que
vemos que son verdaderos, y desechar los que vemos que son
falsos, o matizarlos para que se correspondan con la realidad.
De hecho, Chesterton veía que la Iglesia católica defendía una
doctrina basada en el sentido común, y no exclusivamente en
grandilocuentes teorías inteligibles. Esto es algo que él veía
especialmente en Santo Tomás de Aquino. Para él, este santo
es el abogado del sentido común, frente a toda la filosofía
postmoderna, que no parece hacer nada aparte de poner en
duda cualquier cosa que se le ponga por delante.
Lo crucial en este asunto, es que la falta de
conocimiento de la realidad conlleva una falta de libertad. En
algún pasaje del Evangelio (Juan 8,31-38) Jesucristo dice: “La
verdad os hará libres”. A lo que se refiere es a que uno no
escoge libremente hasta que conoce la verdad del asunto que
está tratando. Por ejemplo, si un niño no quiere estudiar, y sus
padres le advierten que suspenderá si no lo hace, ha conocido
la verdad de la situación en la que se encuentra: puede elegir
libremente entre estudiar, aunque no le apetezca, para aprobar,
o arriesgarse a suspender, por no estudiar. No es un asunto
baladí. Los santos conocieron a Dios y eligieron irse libremente
detrás de Él. Nadie les obligaba a hacerlo. Lucifer conoció a
Dios, y eligió libremente separarse de Él. Nadie le obligó a
hacerlo.
Y una vez se conoce la verdad, no se puede vivir

7
indiferente a ella, del mismo modo que cuando uno se enamora
de una persona que acaba de conocer, se siente atraído por ella
aunque no lo quiera. Digamos que cuando esto ocurre, la
realidad despliega otras facetas que hasta entonces habían
permanecido ocultas a nosotros. Si comenzamos una relación
de noviazgo con una persona, saldrán otros aspectos de su
carácter, de su vida personal, de sus costumbres, de su familia
a las que no tendría acceso cualquiera. Y uno no puede hacerse
el loco si descubre que su pareja idílica resulta ser un poco
maniática, o es indecisa, o tiene una familia que no nos cae
particularmente bien. En el noviazgo hay un discernimiento, y
cuanta más verdad conozcamos sobre la persona con la que
estamos emparejados, más libres somos de elegir si nos
lanzamos al matrimonio hasta que la muerte nos separe o si es
conveniente cortar la relación, porque estamos más en
consonancia con la realidad. De hecho, la nulidad matrimonial
contempla el engaño pretendido como razón de invalidez del
supuesto matrimonio. Y tiene lógica con lo que estábamos
diciendo, porque si nuestra pareja nos engañó en un aspecto
crucial, no éramos realmente libres de elegir en ese momento,
por lo que se puede considerar la nulidad matrimonial. (El
engaño doloso acerca de una cualidad del otro contrayente que
por su naturaleza puede perturbar gravemente el consorcio de
vida conyugal (canon 1.098).
Muchas veces se dice que la Verdad hace daño. No es
que haga daño en sí misma. Acabamos de comprobar que nos
posibilita elegir con plena libertad en las situaciones que se nos
presentan. Lo que a mi parecer hace daño, es el hecho de que
te fuerza irremediablemente a ver la realidad tal y como es, a
elegir sobre un escenario vivo, y no sobre las suposiciones
hipotéticas (y casualmente favorecedoras para nuestra causa)
que nos montamos en nuestra cabeza. Uno puede mentirse a sí
mismo hasta la saciedad, tratando de convencerse de que
nunca vio la infidelidad de su pareja. Pero en su fuero interno
late la Verdad. Y siendo sincero, solamente cabe pensar: o le
perdono su falta, o rompo mi relación con ella. Si ignoro la
Verdad, ignoro la realidad de mi vida, y comenzaré a vivir una
doble vida: una en la que finjo no haberme enterado de
absolutamente nada, y otra en la que sé que la Verdad es la
que es, y de la cual no puedo seguir huyendo eternamente.
En el caso del Evangelio, cuando uno desconoce la vida
que Dios nos ofrece, vive envuelto en tinieblas, sin conseguir

8
distinguir entre el amor y el pecado. Pero cuando Dios le da luz,
conforme se va acercando, las tinieblas van descendiendo,
dejan de ser una oscura bruma abstracta, y comienza a
definirse en forma de sombras nítidas y delimitadas. La luz de
Dios revela las cosas que no veíamos, mostrándolas tal y como
son. Por eso es que delante de Él nos vemos tal y como somos:
con virtudes y defectos, con obras de caridad y también
manchados por el pecado. Nos da terror que se descubra que
no somos ni impolutos, ni perfectos, o ni siquiera buenos, y nos
obcecamos en que solamente existe esa tiniebla del pecado. En
cambio, si nos acercásemos a Dios, no nos miraría con
desaprobación como pensamos. Al contrario, nos diría “No
tienes de qué preocuparte. Solo es una mancha, y yo puedo
limpiarla”.

La tristeza de vivir. (El pesimismo).

El pesimismo no consiste en estar cansado del mal, sino en


estar cansado del bien. La desesperanza no consiste en estar
cansado de la tristeza, sino en estar cansado de la alegría.
Siempre que digo esta frase de Chesterton, la persona
con la que mantengo la conversación me pone cara de no estar
de acuerdo con el periodista inglés. Pero creo que una vez
comprendida la frase, es muy difícil pensar otra cosa.
En su libro de “Santo Tomás de Aquino”, Chesterton dice
que las filosofías postmodernistas tienen la manía de pintarnos
la existencia como si de una pintura negra de Goya se tratase.
Oscura, siniestra, descorazonadora. Siempre llegan a
conclusiones extremadamente dramáticas y trágicas, en las que
no hay solución al problema de la vida. Hace poco vi que una
persona colgaba en Internet el siguiente texto, sobre el libro de
Ligotti “La conspiración contra la especie humana”:
La conspiración contra nuestra especie no es otra que
hacernos pensar que debemos "estar eternamente
agradecidos por un don que nunca solicitamos: la vida.
«Vivir está bien», suele decir la gente, pero ¿y si esto
fuera una mentira?”
Después de esto, afirma el texto que este filósofo
demuestra que hay dos categorías de filósofos, pesimistas y no
pesimistas. Los pesimistas encontraron al parecer una verdad
tan horrible que se vieron abocados a poner fin a esa

9
conspiración contra la especie humana que es la existencia (de
hecho, es literal, pues cita a algunos de ellos, como Caraco o
Maïnlander, que llegaron a suicidarse). Hay en esta filosofía una
especie de desagrado por estar vivo. Un sentimiento de
frustración ante lo inesperado y a la vez una resignación a la
creencia de que todos los problemas del ser humano son
insuperables. De ahí que los escépticos consecuentes terminan
sin más con su vida. Y los que no son tan coherentes, se
molestan en arrastrarnos a su apatía con el mundo.
¿Esta filosofía sirve realmente de algo? La sensación que
a mí me produce al menos, es la de que estas personas no
encontraron una razón para vivir plenamente. No es que
encontrasen una respuesta clara y objetiva a la pregunta, a la
cual debamos obedecer todos, sino que no continuaron con la
búsqueda de la Verdad y se vieron con las manos vacías. Es
decir, acabaron cansados de la Verdad, no de la mentira ni del
mal del mundo.
Tampoco es que los escépticos sean ciegos por entero.
Detectan los problemas de su realidad y los enuncian como
temas que se deberían abordar urgentemente. Su caída viene
después, cuando sobrepasados por las dimensiones del
problema, se autoconvencen de que no merece la pena
resolverlos, dado que después de terminar con unos, siempre
vendrán otros. Es algo así como decir que, puesto que siempre
existe la posibilidad de que estalle una guerra, por muy
duradera que sea una paz, ni siquiera merece la pena una
breve tregua. De ahí que Chesterton diga que el pesimista no
es el cansado del mal. Es quien está cansado del bien. Es tan
frustrante ver que los esfuerzos titánicos por mantener la
convivencia pacífica pueden truncarse por un solo impulso de la
avaricia o el odio, que al final uno se cansa de buscar la paz, y
prefiere rendirse a hacer la guerra.
Creo que todos atravesamos una crisis existencial en la
vida, y que no nos es del todo ajeno este cansancio que
parecen arrastrar los pesimistas. Pero también creo que su
actitud es nociva, y garantía de que el proyecto personal que
somos se estrelle en el fracaso. Actualmente, ante este hastío
generalizado hacia la vida y el sacrificio, la sociedad se ha
envuelto en el humo del hedonismo, que alega que la vida está
para disfrutarla por encima de todo. No tengo nada en contra
de esta afirmación, porque la vida es un regalo, pero sí en el
planteamiento que se esconde detrás de ella. En la sociedad
10
actual moderna del siglo XXI, continúa prosperando el Estado
del Bienestar, en el cual se tiene como meta la máxima
comodidad. Eso significa que hay que erradicar por completo el
sufrimiento que generan las vicisitudes de la vida cotidiana.
Lo que creo que es perjudicial para el desarrollo
personal de uno mismo es el rechazo absoluto al dolor. Hay una
tendencia enorme a deformar la realidad de las cosas para que
se amolden a mi perspectiva, o a escudarse en lo que también
conocemos como “lo políticamente correcto”. Se sustituyen los
términos que aluden directamente a la realidad que se
pretende mencionar, por otros más suaves. De este modo,
evitamos que quien reciba nuestras palabras se sienta
ofendido, y reducimos el dolor que genera el contraste de las
distintas perspectivas de las personas que conviven en
sociedad, edulcorándolas un poco, difuminando lo que las cosas
son realmente para que nadie se considere aludido. De lo
contrario, de plantear las cosas como lo que verdaderamente
son, se puede crear un sentimiento de dolor desagradable.
El sufrimiento es tan cierto como que nacemos con fecha
de caducidad o como que existe el Mal. De hecho, hay quien
duda sobre la felicidad, pero nadie se cuestiona si podemos
sentir dolor, o si no resulta agradable. Pero negar su existencia
no hará que desaparezca. Lo normal es vivir en consonancia
con la realidad, por dolorosa que sea, pues solo así podremos
resolver los conflictos en los que nos involucra la vida de forma
coherente. En lugar de aceptar esto, la sociedad actual prefiere
engañarse aspirando a un modelo de bienestar total en el cual
no sufriremos en absoluto, teniendo como máxima aspiración el
placer. Y aunque pueda parecer exagerada esta negación del
dolor, es el planteamiento que se ha colado en muchos de los
aspectos de la sociedad del primer mundo.
Hablando con una persona hace ya un tiempo largo,
tratamos el tema del matrimonio. Su opinión era que uno no
puede comprometer toda su felicidad a otra persona, porque la
felicidad empieza por uno mismo. Al contrario, yo opinaba que
el divorcio era un fracaso, puesto que el matrimonio está
destinado a perdurar toda la vida (y además, es una promesa
que se hace con todos los avisos posibles del mundo). Después
hice un paralelismo con la Educación, diciendo que a un alumno
que suspende le tienes que decir que ha fracasado en su
objetivo de aprobar. Y ante esto, que al menos a mí me resulta
lógico, me contestó diciendo que así no debía hacerse, que
11
podríamos traumatizar al niño, y que había que animarle. Es
decir, que para evitar al niño que sufra al conocer que ha hecho
las cosas mal, y que si quiere aprobar tendrá que esforzarse en
estudiar, hemos de mentir y presentarle su suspenso con la
misma parafernalia que si le hubiese tocado la lotería. Así
convertimos una prueba de madurez del niño, que podría
aprender que gracias a su suspenso ha conseguido estudiar en
serio por una vez para aprobar, en una defensa contra el
sufrimiento inmediato que tarde o temprano se quebrará.
Lo que parece una opinión particular, no solamente está
bastante extendida, sino que está enraizada en el sistema
educativo. En la Educación, la Nueva Pedagogía aboga por la
diversión del aprendizaje. Parte de la base de que el alumno,
que siempre está ansioso por adquirir nuevos conocimientos,
tiene que pasárselo bien mientras aprende, porque si el
aprendizaje es algo bueno, no puede ser que se aburra con ello.
Todos sabemos que esto es irrealizable en sentido estricto. No
creo que los profesores que intentan dar lo mejor de sí en su
profesión procuren amargar al alumno cada día, más bien al
contrario. Pero cualquier profesor experimentado pondría en
duda que el alumno nace entregado al estudio y se desternilla
de risa mientras estudia ecuaciones de primer grado. Lo que
caracteriza a los niños no es su disposición inamovible sino su
inconstancia. Están acostumbrados a dejar de hacer algo
cuando les resulta tedioso, a veces incluso cuando se trata de
un juego. Lo que les intenta enseñar el buen profesor, es que
tienen que sobreponerse a su aburrimiento y hacer sus
deberes, tanto si les apetece como si no. Lo mismo que en la
vida se afrontan cosas tanto si son queridas como si no. El
examen no va a dejar de ser el día 30, por muy mal que vaya
en la materia o por mucho que no quiera. El trabajo no me dará
un respiro el día que esté cansadísimo y quiera mandar al jefe
a freír espárragos. El cáncer no va a dejar de avanzar porque
no quiera que se vaya mi abuela al Cielo.
Así que la Nueva Pedagogía exculpa al niño por completo
deformando su verdadera imagen, la del niño trasto que
solamente quiere jugar y no le gusta trabajar, sustituyéndola
por otra casi intachable. En lugar de abordar la realidad del
niño, la amoldamos a nuestro gusto para sentirnos cómodos y
no darnos por aludidos. Si ni siquiera uno puede afrontar el
suspenso de una asignatura, porque resultaría demasiado
traumático, ¿cómo se espera que el día de mañana pueda

12
fraguar una relación de noviazgo duradera? ¿Cómo
pretendemos que sea capaz de poner los medios para superar
esa crisis que está pasando con su pareja? ¿O que aprenda a
llevarse bien con los compañeros de trabajo?
Y he aquí la actitud peligrosa que subyace detrás de
toda esta mentalidad en boga. Existe un miedo a ser llamados
a algo más grande. Un deseo de convertirse en esclavos de
algo antes que someternos libremente a alguien. Una
aspiración a vivir sumergidos en la más oscura de las tinieblas
antes que ver una sola chispa de luz. Un ansia de ser
devorados por los desquiciados placeres de una sociedad
desatada, antes que buscar cuáles son las auténticas fuentes
de vida. En definitiva, un anhelo de no ser ni tan siquiera polvo.
No somos buenos cristianos si predicamos el luto por
nuestra vida, como si ya hubiéramos muerto. “Lo contrario del
cristianismo no es el ateísmo sino la tristeza”. No es compatible
ser cristiano con vivir entristecidos perpetuamente, pues el
cristiano se caracteriza por lo contrario. Se supone que tiene la
esperanza de que, como está en manos de Dios, la providencia
nos ayudará a mantenernos en el camino. Pero no sería
increíble que descubriésemos que nos manifestamos como
apáticos ante cualquier circunstancia adversa, o necesidad del
prójimo. No olvidemos que, aunque nuestra aspiración sea el
Cielo, mientras caminamos por el mundo nos ensuciamos con
su barro hasta confundirlo con nuestra propio ser. Por algo dijo
Jesucristo que nos sacudiéramos las sandalias.

La alegría del Evangelio


Hay algo extraño en el cristiano que es fervientemente
creyente, y es que da la sensación de que no hay cosa que
pueda tumbarlo de una vez por todas. Algo extraño tuvo que
impulsar a Simón para llegar a convertirse en San Pedro pese a
negar tres veces a Jesucristo en la Pasión. Algo tuvo que sacar
a Santa Verónica de la multitud para limpiarle el rostro al
Señor, pese a tener el mundo en contra. Algo tuvo que hacer
que José se fiase de un ángel en un sueño antes que de la
realidad que tenía ante sus ojos.
Lo realmente cierto es que, fuera lo que fuera ese algo,
no da la sensación de que lo hiciesen atormentados o
apesadumbrados. No digo que no sintiesen miedo en su huida a
Egipto, en el regreso a Roma donde le esperaba el martirio a la

13
primera piedra de la Iglesia, o a dejarse descubrir ante la turba
enfurecida. Pero tampoco parece que fuesen maldiciendo su
suerte allá por dónde iban. La sensación que da es más bien la
de que todos comparten una determinación clara: la de seguir
la voluntad de Dios. Y creo que esa determinación obstinada
siempre es optimista.
La esperanza suele tener un carácter alegre pese a
todas las penurias que debe atravesar para sobrevivir. Si
tomamos como ejemplo a Santa Teresa de Calcuta, fue una
mujer cuya experiencia espiritual estuvo marcada por la noche
oscura, por la sensación de que no tenía la presencia de Dios.
Sin embargo, es habitual verla sonriendo en fotos. No creo que
sea exclusivamente una cuestión de carácter personal. Siempre
se nos ha dicho que hemos de anunciar la Buena Nueva, y ésta
no puede ser apocalíptica ni deprimente. Quienes hayan
descubierto esta verdad que ofrece el Evangelio, la vida que
Jesucristo nos regala, no puede encontrar otra mejor. “Señor,
¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan
6,68). Porque de hecho, esa es la auténtica vida, y no la
anterior.
En las historias de fantasía en las que existe una noción
clara del Bien y del Mal, no es raro encontrar a estos
personajes que abandonan su antigua vida, a veces malvada, y
a veces mediocre, porque han descubierto la verdad. Lo curioso
es que estás fantasías que la gente considera propias de la pura
imaginación, se ilustran perfectamente en la conversión de
santos como San Agustín de Hipona, o San Pablo. Personajes
históricos cuyas páginas biográficas compilan una vida
mundana y otra elevada. Lo que une ambos capítulos no puede
ser otra cosa que un milagro.
No obstante, Chesterton explica en el capítulo “La
bandera del mundo” que existen dos tipos de optimismo: uno
razonable y otro irracional. Y lo hace de la siguiente manera:
“...Nuestra actitud ante la vida puede expresarse
mejor en términos de una especie de lealtad militar
que en términos de rechazo o aprobación. Mi
aceptación del universo no es una prueba de
optimismo, sino que se parece más al patriotismo [...]
La clave no es que este mundo sea demasiado triste
para amarlo o demasiado alegre para no amarlo, sino
que, cuando amamos algo, su alegría es una razón

14
para amarlo y su tristeza una razón para amarlo aún
más [...] El optimismo razonable conduce al
estancamiento, mientras que el irracional conduce a la
reforma”4.
Lo que afirma el inglés es que el optimista irracional es
el que pretende mejorar las cosas que ama, porque las ama sin
razón alguna. Un profesor que ama a sus alumnos porque son
buenos los odiará en cuanto la clase se vaya de sus manos, y
desistiría en su empeño por enseñarles algo. Un buen profesor
gastaría todos sus recursos y pediría al Cielo más paciencia
para poder enseñarles mejor. Si Jesucristo hubiera necesitado
buscar razones para salvarnos, probablemente habría
encontrado bastantes argumentos para no recorrer el camino
del Calvario con la cruz a cuestas. Sin embargo, nos salvó pese
a que hemos roto una y otra vez las alianzas que Dios quiso
para con nosotros. Últimamente solía considerar el
pensamiento de que la amistad sincera es aquella que se
mantiene pese a lo que eres. El amigo de verdad (de los cuales
hay pocos) no enumerará una larga lista de razones para
justificar su relación contigo, aunque si que podría quizá
inundar páginas deshaciéndose en alabanzas hacia su amigo.
No es tampoco alguien que analiza escrupulosamente cada uno
de tus defectos o meteduras de pata, por si, en un futuro,
pueda echarlas en cara. Es más bien al revés. Es quien goza de
tus virtudes y carga con tus carencias y faltas. Por eso
Jesucristo es el amigo que nunca falla.
Lo segundo que afirma, es que es ese amor
incondicional, que no busca motivos para entregarse al amado,
el que termina produciendo una reforma, una mejora. Creo que
los ejemplos que da son muy claros al respecto:
“Los adornos no son para esconder cosas horribles,
sino para adornar cosas que ya eran adorables. Una
madre no le pone un lacito azul a su bebé porque sin
él estaría horrible. Un enamorado no regala a su
amada para ocultarle el cuello [...] Algunos lectores
dirán que esto es fantasía. Yo les respondo que es la
historia de la humanidad. Remontémonos a las raíces
más recónditas de la civilización y veremos cómo se
enroscan en torno a una piedra sagrada o rodean

4 Chesterton, G.K. (2013), Ortodoxia, Barcelona, Editorial Acantilado, pp.


87-91.
15
algún pozo consagrado. La gente primero rendía
honores a un lugar y luego buscaba su gloria. Los
romanos no amaban Roma porque fuese grande. Era
grande porque la habían amado”5.
Hay también una tendencia actual a frases motivadoras
y a veces con alto contenido de ingredientes cursis que quizás
hayan nacido a partir de las redes sociales”6, y que tienen un
cierto aire alegre. Lo cierto es que suelen estar bien, pero
también es cierto que no es una alegría suficiente. Digamos
que la alegría del mundo puede dibujarnos una sonrisa en la
cara, y dejarnos vacío el corazón. Son palabras o acciones
bondadosas y positivas, pero no sacian realmente. La alegría
del Evangelio nace de una fuente mucho más trascendente, y
es el amor. Existen frases ingeniosas y alegres que pueden
motivarnos, pero la frase más torpe dicha por nuestra madre
con el mayor amor del mundo nos puede curar el alma.
Aceptar la verdad, nuestras limitaciones, la libertad que
podemos blandir a favor del prójimo o contra nosotros mismos,
y que se nos ha creado por un motivo concreto. No es posible
vestirse con la Alegría si no se cumplen estos requisitos.
Si hay algo que el Evangelio proclama constantemente,
es la entrega, frente a al mundo que exige retener todas sus
posesiones. Ese algo extraño es el estandarte que adopta la
forma de cruz y que se clavó erguida sobre el mundo. Ese algo
extraño que, como un himno, exalta el corazón y lleva sus
latidos fuera del propio cuerpo para que pueda dar sangre al
cuerpo del prójimo. Ese algo extraño que nosotros llamamos
Amor, y que es Dios.

5 Chesterton, G.K. (2013), Ortodoxia, Barcelona, Editorial Acantilado, pp.


88-89.
6 Si mal no recuerdo, alguien dijo una vez que la clave del éxito de
Facebook, fundado por Mark Zuckerberg, es que atiende a la necesidad
que tienen las personas de no sentirse solas.
16

También podría gustarte