El Escepticismo Del Mundo
El Escepticismo Del Mundo
El Escepticismo Del Mundo
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La verdad os hará libres (Somos libres cuando conocemos la
verdad).
Hablando con una persona sobre filosofía, la
conversación se desarrolló de tal modo que llegamos a este
punto: en un determinado momento, ella afirmó que no
podíamos conocer la verdad, y que aunque conozcamos algo,
es tan insignificante que al final nuestro conocimiento se queda
en nada.
Según Rafael Hidalgo en su Historia de la Filosofía para
peatones, el escepticismo se define como “una actitud ante la
verdad. Se da en periodos de decadencia filosófica. El
escepticismo ante la pluralidad de opiniones llega a afirmar la
inexistencia de la verdad (pese a lo incongruente que es tal
afirmación, pues defender que la verdad no existe ya es de por
sí mostrarse seguro de una verdad). Otra actitud escéptica es
negar la posibilidad de conocer la verdad (es asimismo una
contradicción, pues conocer que no se puede conocer la verdad
es ya conocer una verdad). En todo caso el escepticismo se
queda encerrado en la duda y en la desconfianza sobre la
verdad”2.
Tampoco es este escepticismo algo exclusivamente
moderno, pues ya dio sus primeros pasos en Grecia tras la
muerte de Aristóteles, con Pirrón, a comienzos del siglo III a.C.
y otros como Timón, Arquesilao y Carneades en los siglos III y
II3. Hoy día se ha recuperado esa incredulidad en la literatura,
el cine, la filosofía y la televisión. Hay una especie de afán por
afirmar que la Verdad no existe y que, aunque existiera,
podemos acomodarnos en tantas posturas éticas o sociales,
que al final no podemos conocer cuál es la auténtica.
Hemos de admitir que, como seres humanos, nuestro
conocimiento parte de una base condicionada por
circunstancias personales (la familia), social (el entorno de
trabajo, el cole, amigos, espacios), políticas (la propaganda que
realiza el Gobierno de una ideología determinada), etc.
Digamos que le colocan en una posición concreta frente a la
realidad, de modo que solamente ve una parte de la misma.
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opinar que una solución mucho más racional es negar
la existencia del gato”.
Otro problema intrínseco del escepticismo, aunque el
escéptico muchas veces no quiera reconocerlo, es que su
postura es estéril. Puesto que no podemos conocer nada, no
tiene sentido construir una teoría, aunque esta sea falsa. Lo
cual no ha impedido que estos escépticos sigan teorizando,
pensando que los resultados de sus hipótesis deprimentes
constituyen un avance, cuando se supone que ellos creen
firmemente que nunca avanzamos a ninguna parte.
En su Ortodoxia, Chesterton decía que el avance no
consistía en cambiar las cosas de forma continua y alocada,
sino que es necesario asentar primero unos dogmas. La Iglesia,
como la ciencia, ha avanzado en su doctrina porque estaba
construida sobre unos dogmas, unos cimientos en los que
lentamente, con el paso de los siglos, se edifica un piso detrás
de otro. Y para ello, hemos de construir sobre los cimientos que
vemos que son verdaderos, y desechar los que vemos que son
falsos, o matizarlos para que se correspondan con la realidad.
De hecho, Chesterton veía que la Iglesia católica defendía una
doctrina basada en el sentido común, y no exclusivamente en
grandilocuentes teorías inteligibles. Esto es algo que él veía
especialmente en Santo Tomás de Aquino. Para él, este santo
es el abogado del sentido común, frente a toda la filosofía
postmoderna, que no parece hacer nada aparte de poner en
duda cualquier cosa que se le ponga por delante.
Lo crucial en este asunto, es que la falta de
conocimiento de la realidad conlleva una falta de libertad. En
algún pasaje del Evangelio (Juan 8,31-38) Jesucristo dice: “La
verdad os hará libres”. A lo que se refiere es a que uno no
escoge libremente hasta que conoce la verdad del asunto que
está tratando. Por ejemplo, si un niño no quiere estudiar, y sus
padres le advierten que suspenderá si no lo hace, ha conocido
la verdad de la situación en la que se encuentra: puede elegir
libremente entre estudiar, aunque no le apetezca, para aprobar,
o arriesgarse a suspender, por no estudiar. No es un asunto
baladí. Los santos conocieron a Dios y eligieron irse libremente
detrás de Él. Nadie les obligaba a hacerlo. Lucifer conoció a
Dios, y eligió libremente separarse de Él. Nadie le obligó a
hacerlo.
Y una vez se conoce la verdad, no se puede vivir
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indiferente a ella, del mismo modo que cuando uno se enamora
de una persona que acaba de conocer, se siente atraído por ella
aunque no lo quiera. Digamos que cuando esto ocurre, la
realidad despliega otras facetas que hasta entonces habían
permanecido ocultas a nosotros. Si comenzamos una relación
de noviazgo con una persona, saldrán otros aspectos de su
carácter, de su vida personal, de sus costumbres, de su familia
a las que no tendría acceso cualquiera. Y uno no puede hacerse
el loco si descubre que su pareja idílica resulta ser un poco
maniática, o es indecisa, o tiene una familia que no nos cae
particularmente bien. En el noviazgo hay un discernimiento, y
cuanta más verdad conozcamos sobre la persona con la que
estamos emparejados, más libres somos de elegir si nos
lanzamos al matrimonio hasta que la muerte nos separe o si es
conveniente cortar la relación, porque estamos más en
consonancia con la realidad. De hecho, la nulidad matrimonial
contempla el engaño pretendido como razón de invalidez del
supuesto matrimonio. Y tiene lógica con lo que estábamos
diciendo, porque si nuestra pareja nos engañó en un aspecto
crucial, no éramos realmente libres de elegir en ese momento,
por lo que se puede considerar la nulidad matrimonial. (El
engaño doloso acerca de una cualidad del otro contrayente que
por su naturaleza puede perturbar gravemente el consorcio de
vida conyugal (canon 1.098).
Muchas veces se dice que la Verdad hace daño. No es
que haga daño en sí misma. Acabamos de comprobar que nos
posibilita elegir con plena libertad en las situaciones que se nos
presentan. Lo que a mi parecer hace daño, es el hecho de que
te fuerza irremediablemente a ver la realidad tal y como es, a
elegir sobre un escenario vivo, y no sobre las suposiciones
hipotéticas (y casualmente favorecedoras para nuestra causa)
que nos montamos en nuestra cabeza. Uno puede mentirse a sí
mismo hasta la saciedad, tratando de convencerse de que
nunca vio la infidelidad de su pareja. Pero en su fuero interno
late la Verdad. Y siendo sincero, solamente cabe pensar: o le
perdono su falta, o rompo mi relación con ella. Si ignoro la
Verdad, ignoro la realidad de mi vida, y comenzaré a vivir una
doble vida: una en la que finjo no haberme enterado de
absolutamente nada, y otra en la que sé que la Verdad es la
que es, y de la cual no puedo seguir huyendo eternamente.
En el caso del Evangelio, cuando uno desconoce la vida
que Dios nos ofrece, vive envuelto en tinieblas, sin conseguir
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distinguir entre el amor y el pecado. Pero cuando Dios le da luz,
conforme se va acercando, las tinieblas van descendiendo,
dejan de ser una oscura bruma abstracta, y comienza a
definirse en forma de sombras nítidas y delimitadas. La luz de
Dios revela las cosas que no veíamos, mostrándolas tal y como
son. Por eso es que delante de Él nos vemos tal y como somos:
con virtudes y defectos, con obras de caridad y también
manchados por el pecado. Nos da terror que se descubra que
no somos ni impolutos, ni perfectos, o ni siquiera buenos, y nos
obcecamos en que solamente existe esa tiniebla del pecado. En
cambio, si nos acercásemos a Dios, no nos miraría con
desaprobación como pensamos. Al contrario, nos diría “No
tienes de qué preocuparte. Solo es una mancha, y yo puedo
limpiarla”.
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conspiración contra la especie humana que es la existencia (de
hecho, es literal, pues cita a algunos de ellos, como Caraco o
Maïnlander, que llegaron a suicidarse). Hay en esta filosofía una
especie de desagrado por estar vivo. Un sentimiento de
frustración ante lo inesperado y a la vez una resignación a la
creencia de que todos los problemas del ser humano son
insuperables. De ahí que los escépticos consecuentes terminan
sin más con su vida. Y los que no son tan coherentes, se
molestan en arrastrarnos a su apatía con el mundo.
¿Esta filosofía sirve realmente de algo? La sensación que
a mí me produce al menos, es la de que estas personas no
encontraron una razón para vivir plenamente. No es que
encontrasen una respuesta clara y objetiva a la pregunta, a la
cual debamos obedecer todos, sino que no continuaron con la
búsqueda de la Verdad y se vieron con las manos vacías. Es
decir, acabaron cansados de la Verdad, no de la mentira ni del
mal del mundo.
Tampoco es que los escépticos sean ciegos por entero.
Detectan los problemas de su realidad y los enuncian como
temas que se deberían abordar urgentemente. Su caída viene
después, cuando sobrepasados por las dimensiones del
problema, se autoconvencen de que no merece la pena
resolverlos, dado que después de terminar con unos, siempre
vendrán otros. Es algo así como decir que, puesto que siempre
existe la posibilidad de que estalle una guerra, por muy
duradera que sea una paz, ni siquiera merece la pena una
breve tregua. De ahí que Chesterton diga que el pesimista no
es el cansado del mal. Es quien está cansado del bien. Es tan
frustrante ver que los esfuerzos titánicos por mantener la
convivencia pacífica pueden truncarse por un solo impulso de la
avaricia o el odio, que al final uno se cansa de buscar la paz, y
prefiere rendirse a hacer la guerra.
Creo que todos atravesamos una crisis existencial en la
vida, y que no nos es del todo ajeno este cansancio que
parecen arrastrar los pesimistas. Pero también creo que su
actitud es nociva, y garantía de que el proyecto personal que
somos se estrelle en el fracaso. Actualmente, ante este hastío
generalizado hacia la vida y el sacrificio, la sociedad se ha
envuelto en el humo del hedonismo, que alega que la vida está
para disfrutarla por encima de todo. No tengo nada en contra
de esta afirmación, porque la vida es un regalo, pero sí en el
planteamiento que se esconde detrás de ella. En la sociedad
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actual moderna del siglo XXI, continúa prosperando el Estado
del Bienestar, en el cual se tiene como meta la máxima
comodidad. Eso significa que hay que erradicar por completo el
sufrimiento que generan las vicisitudes de la vida cotidiana.
Lo que creo que es perjudicial para el desarrollo
personal de uno mismo es el rechazo absoluto al dolor. Hay una
tendencia enorme a deformar la realidad de las cosas para que
se amolden a mi perspectiva, o a escudarse en lo que también
conocemos como “lo políticamente correcto”. Se sustituyen los
términos que aluden directamente a la realidad que se
pretende mencionar, por otros más suaves. De este modo,
evitamos que quien reciba nuestras palabras se sienta
ofendido, y reducimos el dolor que genera el contraste de las
distintas perspectivas de las personas que conviven en
sociedad, edulcorándolas un poco, difuminando lo que las cosas
son realmente para que nadie se considere aludido. De lo
contrario, de plantear las cosas como lo que verdaderamente
son, se puede crear un sentimiento de dolor desagradable.
El sufrimiento es tan cierto como que nacemos con fecha
de caducidad o como que existe el Mal. De hecho, hay quien
duda sobre la felicidad, pero nadie se cuestiona si podemos
sentir dolor, o si no resulta agradable. Pero negar su existencia
no hará que desaparezca. Lo normal es vivir en consonancia
con la realidad, por dolorosa que sea, pues solo así podremos
resolver los conflictos en los que nos involucra la vida de forma
coherente. En lugar de aceptar esto, la sociedad actual prefiere
engañarse aspirando a un modelo de bienestar total en el cual
no sufriremos en absoluto, teniendo como máxima aspiración el
placer. Y aunque pueda parecer exagerada esta negación del
dolor, es el planteamiento que se ha colado en muchos de los
aspectos de la sociedad del primer mundo.
Hablando con una persona hace ya un tiempo largo,
tratamos el tema del matrimonio. Su opinión era que uno no
puede comprometer toda su felicidad a otra persona, porque la
felicidad empieza por uno mismo. Al contrario, yo opinaba que
el divorcio era un fracaso, puesto que el matrimonio está
destinado a perdurar toda la vida (y además, es una promesa
que se hace con todos los avisos posibles del mundo). Después
hice un paralelismo con la Educación, diciendo que a un alumno
que suspende le tienes que decir que ha fracasado en su
objetivo de aprobar. Y ante esto, que al menos a mí me resulta
lógico, me contestó diciendo que así no debía hacerse, que
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podríamos traumatizar al niño, y que había que animarle. Es
decir, que para evitar al niño que sufra al conocer que ha hecho
las cosas mal, y que si quiere aprobar tendrá que esforzarse en
estudiar, hemos de mentir y presentarle su suspenso con la
misma parafernalia que si le hubiese tocado la lotería. Así
convertimos una prueba de madurez del niño, que podría
aprender que gracias a su suspenso ha conseguido estudiar en
serio por una vez para aprobar, en una defensa contra el
sufrimiento inmediato que tarde o temprano se quebrará.
Lo que parece una opinión particular, no solamente está
bastante extendida, sino que está enraizada en el sistema
educativo. En la Educación, la Nueva Pedagogía aboga por la
diversión del aprendizaje. Parte de la base de que el alumno,
que siempre está ansioso por adquirir nuevos conocimientos,
tiene que pasárselo bien mientras aprende, porque si el
aprendizaje es algo bueno, no puede ser que se aburra con ello.
Todos sabemos que esto es irrealizable en sentido estricto. No
creo que los profesores que intentan dar lo mejor de sí en su
profesión procuren amargar al alumno cada día, más bien al
contrario. Pero cualquier profesor experimentado pondría en
duda que el alumno nace entregado al estudio y se desternilla
de risa mientras estudia ecuaciones de primer grado. Lo que
caracteriza a los niños no es su disposición inamovible sino su
inconstancia. Están acostumbrados a dejar de hacer algo
cuando les resulta tedioso, a veces incluso cuando se trata de
un juego. Lo que les intenta enseñar el buen profesor, es que
tienen que sobreponerse a su aburrimiento y hacer sus
deberes, tanto si les apetece como si no. Lo mismo que en la
vida se afrontan cosas tanto si son queridas como si no. El
examen no va a dejar de ser el día 30, por muy mal que vaya
en la materia o por mucho que no quiera. El trabajo no me dará
un respiro el día que esté cansadísimo y quiera mandar al jefe
a freír espárragos. El cáncer no va a dejar de avanzar porque
no quiera que se vaya mi abuela al Cielo.
Así que la Nueva Pedagogía exculpa al niño por completo
deformando su verdadera imagen, la del niño trasto que
solamente quiere jugar y no le gusta trabajar, sustituyéndola
por otra casi intachable. En lugar de abordar la realidad del
niño, la amoldamos a nuestro gusto para sentirnos cómodos y
no darnos por aludidos. Si ni siquiera uno puede afrontar el
suspenso de una asignatura, porque resultaría demasiado
traumático, ¿cómo se espera que el día de mañana pueda
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fraguar una relación de noviazgo duradera? ¿Cómo
pretendemos que sea capaz de poner los medios para superar
esa crisis que está pasando con su pareja? ¿O que aprenda a
llevarse bien con los compañeros de trabajo?
Y he aquí la actitud peligrosa que subyace detrás de
toda esta mentalidad en boga. Existe un miedo a ser llamados
a algo más grande. Un deseo de convertirse en esclavos de
algo antes que someternos libremente a alguien. Una
aspiración a vivir sumergidos en la más oscura de las tinieblas
antes que ver una sola chispa de luz. Un ansia de ser
devorados por los desquiciados placeres de una sociedad
desatada, antes que buscar cuáles son las auténticas fuentes
de vida. En definitiva, un anhelo de no ser ni tan siquiera polvo.
No somos buenos cristianos si predicamos el luto por
nuestra vida, como si ya hubiéramos muerto. “Lo contrario del
cristianismo no es el ateísmo sino la tristeza”. No es compatible
ser cristiano con vivir entristecidos perpetuamente, pues el
cristiano se caracteriza por lo contrario. Se supone que tiene la
esperanza de que, como está en manos de Dios, la providencia
nos ayudará a mantenernos en el camino. Pero no sería
increíble que descubriésemos que nos manifestamos como
apáticos ante cualquier circunstancia adversa, o necesidad del
prójimo. No olvidemos que, aunque nuestra aspiración sea el
Cielo, mientras caminamos por el mundo nos ensuciamos con
su barro hasta confundirlo con nuestra propio ser. Por algo dijo
Jesucristo que nos sacudiéramos las sandalias.
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primera piedra de la Iglesia, o a dejarse descubrir ante la turba
enfurecida. Pero tampoco parece que fuesen maldiciendo su
suerte allá por dónde iban. La sensación que da es más bien la
de que todos comparten una determinación clara: la de seguir
la voluntad de Dios. Y creo que esa determinación obstinada
siempre es optimista.
La esperanza suele tener un carácter alegre pese a
todas las penurias que debe atravesar para sobrevivir. Si
tomamos como ejemplo a Santa Teresa de Calcuta, fue una
mujer cuya experiencia espiritual estuvo marcada por la noche
oscura, por la sensación de que no tenía la presencia de Dios.
Sin embargo, es habitual verla sonriendo en fotos. No creo que
sea exclusivamente una cuestión de carácter personal. Siempre
se nos ha dicho que hemos de anunciar la Buena Nueva, y ésta
no puede ser apocalíptica ni deprimente. Quienes hayan
descubierto esta verdad que ofrece el Evangelio, la vida que
Jesucristo nos regala, no puede encontrar otra mejor. “Señor,
¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan
6,68). Porque de hecho, esa es la auténtica vida, y no la
anterior.
En las historias de fantasía en las que existe una noción
clara del Bien y del Mal, no es raro encontrar a estos
personajes que abandonan su antigua vida, a veces malvada, y
a veces mediocre, porque han descubierto la verdad. Lo curioso
es que estás fantasías que la gente considera propias de la pura
imaginación, se ilustran perfectamente en la conversión de
santos como San Agustín de Hipona, o San Pablo. Personajes
históricos cuyas páginas biográficas compilan una vida
mundana y otra elevada. Lo que une ambos capítulos no puede
ser otra cosa que un milagro.
No obstante, Chesterton explica en el capítulo “La
bandera del mundo” que existen dos tipos de optimismo: uno
razonable y otro irracional. Y lo hace de la siguiente manera:
“...Nuestra actitud ante la vida puede expresarse
mejor en términos de una especie de lealtad militar
que en términos de rechazo o aprobación. Mi
aceptación del universo no es una prueba de
optimismo, sino que se parece más al patriotismo [...]
La clave no es que este mundo sea demasiado triste
para amarlo o demasiado alegre para no amarlo, sino
que, cuando amamos algo, su alegría es una razón
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para amarlo y su tristeza una razón para amarlo aún
más [...] El optimismo razonable conduce al
estancamiento, mientras que el irracional conduce a la
reforma”4.
Lo que afirma el inglés es que el optimista irracional es
el que pretende mejorar las cosas que ama, porque las ama sin
razón alguna. Un profesor que ama a sus alumnos porque son
buenos los odiará en cuanto la clase se vaya de sus manos, y
desistiría en su empeño por enseñarles algo. Un buen profesor
gastaría todos sus recursos y pediría al Cielo más paciencia
para poder enseñarles mejor. Si Jesucristo hubiera necesitado
buscar razones para salvarnos, probablemente habría
encontrado bastantes argumentos para no recorrer el camino
del Calvario con la cruz a cuestas. Sin embargo, nos salvó pese
a que hemos roto una y otra vez las alianzas que Dios quiso
para con nosotros. Últimamente solía considerar el
pensamiento de que la amistad sincera es aquella que se
mantiene pese a lo que eres. El amigo de verdad (de los cuales
hay pocos) no enumerará una larga lista de razones para
justificar su relación contigo, aunque si que podría quizá
inundar páginas deshaciéndose en alabanzas hacia su amigo.
No es tampoco alguien que analiza escrupulosamente cada uno
de tus defectos o meteduras de pata, por si, en un futuro,
pueda echarlas en cara. Es más bien al revés. Es quien goza de
tus virtudes y carga con tus carencias y faltas. Por eso
Jesucristo es el amigo que nunca falla.
Lo segundo que afirma, es que es ese amor
incondicional, que no busca motivos para entregarse al amado,
el que termina produciendo una reforma, una mejora. Creo que
los ejemplos que da son muy claros al respecto:
“Los adornos no son para esconder cosas horribles,
sino para adornar cosas que ya eran adorables. Una
madre no le pone un lacito azul a su bebé porque sin
él estaría horrible. Un enamorado no regala a su
amada para ocultarle el cuello [...] Algunos lectores
dirán que esto es fantasía. Yo les respondo que es la
historia de la humanidad. Remontémonos a las raíces
más recónditas de la civilización y veremos cómo se
enroscan en torno a una piedra sagrada o rodean