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Entrevista Al DR

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Entrevista al Dr.

Jacques Mabit “Médico occidental y


chamán amazónico” Por Hernán Dinamarca

Un personaje sorprendente el Dr. Mabit. Cálido y amable. De caminar cansino, casi


tímido, y ojos atentos. Una personalidad global, creativa y curiosa. Artífice de un
puente intercultural encarnado en su propia vida: médico alópata occidental y
médico vegetalista amazónico; chamán y cristiano practicante; francés de
nacimiento y peruano de adopción. Es uno de los médicos más destacados a nivel
mundial en el tratamiento de adicciones. Fundador, en 1992, y hoy Presidente
Ejecutivo del Centro Takiwasi, en Tarapoto, en la alta Amazonía peruana.

Takiwasi, “La casa que canta”, en lengua indígena, utiliza la medicina occidental, la
sicoterapia transpersonal y la medicina chamánica, cuya base es una diversidad de
plantas, entre ellas, la ayahuasca o yajé. Un brebaje preparado con la liana
ayahuasca, que actúa como inhibidor enzimático, y con el arbusto chacruna,
compuesto por el enteógeno DMT, conocida como la “molécula espiritual o de Dios”.
El DMT se encuentra presente en pequeñas cantidades en la orina y el cerebro
humano, amén que, según algunos científicos, es también liberada en el cuerpo ante
la cercanía de la muerte.

En Takiwasi confluye un equipo internacional y multidisciplinario de médicos alópatas y


curanderos, terapeutas e investigadores en plantas llamadas maestras. Su foco es la
rehabilitación de adicciones a jóvenes de todo el mundo. El diagnóstico a priori es que
en algunos adolescentes el uso abusivo de drogas expresa una búsqueda de sentido,
de plenitud personal, que ha estado mal orientada en una sociedad precisamente
carente de sentido del ser y estar en el mundo. El antídoto, junto al rigor, la sicoterapia
y la convivencia en comunidad, son las plantas maestras, entre ellas, el enteógeno
ayahuasca, que explora el inconsciente a través de sueños, visiones y regresiones,
abriendo lo que Carl Gustav Jung llamaba “la voz interior”.

Además de procesos de rehabilitación en un tratamiento de 9 meses, Takiwasi ofrece


rigurosas Dietas – Retiros de una semana para personas que, previa evaluación de su
ficha médica y una carta de motivación, quieran realizar un viaje emocional y físico de
autoconocimiento.

Un espacio intercultural con la misión de sanar sobre la base de una medicina y


espiritualidad hibrida: entre la medicina del Amazonía y la medicina y terapia
occidental, entre el cristianismo y el ritualismo chamán.

“Cuando niño -declara Mabit-, viví en África y Oceanía, conviviendo en el colegio con
niños y niñas de distintas procedencias culturales, lo que me gustaba mucho”.
Seguramente de esa experiencia emergió la emoción del respeto a la diversidad
cultural y la vocación sanadora y espiritual, inspirada en ese mismo ánimo.
¿Cuándo fue el encuentro del médico francés con la medicina chamánica?

Vine al Perú en el proyecto “Médico Sin Fronteras”, en 1980, a la parte andina,


cerca del lago Titicaca. Ahí observé prácticas eficaces de la medicina tradicional, de
curanderos, parteras, hueseros, con resultados clínicos muy interesantes, baratos, y
aceptados por la gente, pues era parte de su cultura. Como médico de un hospital
pequeño, sin muchos recursos, empecé a trabajar con ellos.

¿Qué edad tenía?


25 años. Les preguntaba: ¿dónde habían aprendido y cómo era su conocimiento?
Ellos me respondían con explicaciones ajenas a la comprensión occidental, de
antropólogos e incluso médicos, quienes la calificaban de folklórica, creencias. Sin
embargo, como médico clínico, si una práctica funciona, especialmente en atención
primaria de salud, debía investigar y entender. Me vine a radicar a la selva, donde los
curanderos decían que su sabiduría provenía de los espíritus, de las plantas, que la
única manera de acceder a su conocimiento era vivir la experiencia de las plantas,
que ellas me explicarían.

Ahí aparece la ayahuasca, entre otras plantas.

Sí. Me debatía entre el hago o no hago. Hacerlo era salir de la objetividad


occidental. Antes había realizado supervisión médica en la India, en Bangladesh, en
Filipinas, en África, y ahí me había encontrado con parecidas respuestas chamánicas.
Además, había explorado en sicología y sicoterapia que incorporaban la dimensión
espiritual. Con esos antecedentes me atreví a “tirarme a la piscina”. Nunca antes
había tomado nada que me alterara la conciencia, ni siquiera alcohol. La idea era
aprender. El primer paso era la ayahuasca. Lo hice en 1986 y fue una revelación, una
medicina de un potencial insospechado para los occidentales. En una sola noche
entendí más que todo lo que había explorado en sicoterapia y en lecturas filosóficas.
La capacidad de la ayahuasca para aclarar la mente y confrontar a la persona
consigo mismo, es increíble. “Esto es lo que estoy buscando”, me dije.

¿Hubo otras exploraciones?

Trabajé con curanderos en Perú, aprendiendo de plantas para dietas y purgas, en


baños y cantos de agua, etcétera. Después, con el objeto de ampliar la mirada, acudí
a curanderos en varios continentes. Si bien cada tradición tiene su propio lenguaje,
todas participan de las mismas bases espirituales. Además, descubrí que es posible un
diálogo con tradiciones espirituales de occidente, la Patrística Cristiana, por ejemplo,
que coincide con lo que dicen los curanderos de todo el mundo. Ahí vi un puente
intercultural. Todo lo fui juntando.

En un vídeo suyo cuenta que en una sesión de ayahuasca fue invitado a lo que
sería su vocación vital.

Así es. Con la ayahuasca rápidamente tuve visiones. Los espíritus guardianes de la
selva, que ni sabía que existían, me hablaron para decirme que si yo quería aprender
de las plantas tenía que asumir la misión de trabajar con adictos. Me designaron para
eso.

Asertiva la instrucción.

Fue una sorpresa total. Nunca había pensado en aquello, no me interesaba, sabía
que el trabajo con adictos es complejo, frustrante. Me resistí durante tres años. Hasta
que finalmente acepté.

¿Hubo algún trabajo sistemático con un maestro chamán?

Trabajé con varios maestros hasta el año 2010.

Una formación sistemática más larga que la medicina occidental.


20 años para convertirme en un curandero capaz de dominar algo de la
complejidad del mundo de las plantas y poder controlar las experiencias que con ellas
emergen.

Luego volveremos a la sanación de adicciones. Ahora, una pregunta filosófica. En


una conferencia suya encontré muy sugerente la distinción en tres mitos que
históricamente habrían animado a la humanidad. Primero, el mito de la Justicia en las
sociedades primitivas, animistas, pre-monoteístas, el mundo del guerrero, del “ojo por
ojo”. Luego el mito del Amor, propio de Occidente, que adviene con el Cristianismo,
del “amaos los unos a los otros”, de “poner la otra mejilla”. Y finalmente, el mito de la
Libertad, que advendría hoy como desafío evolutivo. Sobre este último mito me
gustaría que nos explayáramos. En la época moderna, simplificando un poco, hemos
operado sobre la base de dos comprensiones de la libertad. Una, la liberal y
convencional, una suerte de libertad abstracta, sin restricciones, del individuo
prometeico, solo y separado. O bien, la libertad más concreta y compleja, a la
manera como la intuyó Hegel: la libertad como la comprensión de la necesidad. Que
somos libres cuando comprendemos las determinaciones o ciertas leyes físicas u otras,
que necesariamente operan en el mundo. ¿Qué entiende usted por el mito de la
Libertad?

Del mismo modo que un individuo pasa por las etapas de niño, adolescente, adulto
y vejez, la humanidad también evoluciona en etapas y en ellas hay grandes mitos
fundadores. Éstos son la expresión máxima de lo que el ser humano puede concebir en
ese momento en su relación con el mundo. A cada uno de esos mitos los podemos
conectar con los elementos tierra, agua, aire y fuego. El mito de la Justicia se asocia a
la tierra, que no solo es la tierra como suelo y materia, sino la Tierra-madre en sí y la
madre, que tiene connotaciones emocionales, sicológicas y espirituales. El mito del
Amor, propio de los últimos dos mil años, se vincula al agua, tiene que ver con los
sentimientos. El mito de la Libertad se asocia al aire, pues la libertad es espiritual. En la
transición del mito del Amor al mito de la Libertad, como no sabemos lo que es la
libertad, la vamos descubriendo, tanteando. Por ejemplo, erróneamente buscamos la
libertad en la dimensión material y tendemos a entenderla con un “hago lo que
quiero”, “como lo que quiero”, “consumo lo que quiero”, “viajo donde quiero”,
etcétera, lo que explica el hedonismo actual de la sociedad.

Y también explica la crisis ecológica, el eventual ecocidio.

Exactamente. Y buscando la libertad en el mito del Amor, otro error, llegamos al


“amor libre” en la intimidad de las relaciones interpersonales, que se expresa en un
“me acuesto con quien quiero”. Es decir, a veces el proceso de descubrimiento y
tantear la libertad se vive como libertinaje. Sin comprender a cabalidad que el mito de
la Libertad es un mito espiritual.

¿Qué significa eso?

Que la libertad plena del ser humano es reconocer la realización espiritual en el


contexto de mi singularidad, de las circunstancias y leyes del mundo y de mi mundo -
esto coincide con la libertad de Hegel. Que voy a ser plenamente libre cuando pueda
reconocer quién soy yo y donde estoy, lo que va en el sentido de reconocer que en el
concierto de la vida soy único, nunca hubo alguien como yo antes y no lo habrá
después. Por eso, la libertad es reconocer mi lugar, mi vocación como ser humano, y
eliminar todas las cosas que no me corresponden. Si tengo una vocación de artista,
por ejemplo, mejor no hago ingeniería, ya que ahí no me voy a realizar. A diferencia
del libertinaje, que consiste en guardar todas las posibilidades delante de mí, la
libertad genuina consiste en reducir, en descartar aquellas cosas que no me
corresponden, para conservar la única que es mía. Para el mito de la Libertad, si
encuentro la mujer de mi vida, no necesito otras mujeres, pues, idealmente en la que
me corresponde encontraré a mi amante, mi esposa, mi madre, mi hermana, mi diosa,
mi curandera, en suma, lo femenino. Entonces, la libertad es encontrar la vocación, y
no me refiero tan solo a lo profesional, sino a aquello que me llama profundamente,
que es la única respuesta en la que puedo celebrar y alabar espiritualmente la vida,
desde donde estoy.

En la actual crisis de sentido, de instituciones, y en una crisis ecológica sin parangón,


causada por un modo de vida depredador de 7.500 millones de seres humanos,
¿usted observa cambios sociales, institucionales y prácticas emergentes que apunten
en la dirección de facilitar el despliegue del mito de la Libertad como ideal?

Posiblemente no se desplegará sobre la base de nuevas instituciones sociales, ya


que la libertad es un acto personal. Ahora, distintos actores que trabajan en esa
dirección podrán compartir, generar redes y vínculos. Pues no somos egos aislados,
uno vive y co-deriva implicado con el otro ser humano, con la otra naturaleza, con el
otro animal –con la alteridad, en suma-, con la creación, que es Dios, lo que me obliga
a salir del egoísmo, del narcisismo, de estar centrado en mi Yo pequeño. Eso
obviamente ocurre, pero en lo fundamental la libertad es una búsqueda personal.

La neo – espiritualidad, que integra distintas tradiciones de filosofía perenne, invita


en esa misma dirección.

Hay una búsqueda. A veces lamentablemente no se asume que la libertad plena


debe partir de su herencia. Como en el mundo occidental, Judeo-Griego-Cristiano, la
gente está en guerra consigo mismo, se suelen rechazar esas raíces, y van a buscar en
otras culturas lo que ya está en nuestra tradición. Debemos reconciliarnos con nuestras
raíces, con nuestros ancestros, ya que somos “Hijos de…”. Sin duda, es necesaria la
crítica; pero no en oposición a toda una herencia, a una cultura, religión, lengua,
padres y abuelos. Hay un necesario doble movimiento. Por un lado, agradecer la vida
que se nos transmitió, con todo lo bueno, y, por otro, el perdón por lo malo que
también heredamos.

Es que en Occidente tenemos que hacer un “mea culpa” histórico nada trivial.

Cierto. Aunque, reitero, en Occidente el reto es reconciliarnos con las raíces. Por
ejemplo, al cristianismo, a la Iglesia, hoy se le rechaza todo. No se trata de negar que
en la Iglesia como institución hay una historia con su parte negra. Pero, “si tú madre es
vieja y enferma y sabes que se ha equivocado, no dejas de querer y amarla, la podrás
criticar, sin renunciar a lo que está en el corazón.” El problema es que estamos en
guerra con una tradición de la que estamos impregnados, entonces, debemos
reconciliarnos o seguir viviendo de manera esquizofrénica. En ese marco, es bueno
volver a los inicios del cristianismo, a la Patrística, a los místicos.

Eso hace la neo-espiritualidad, recupera el misticismo cristiano y a la vez se abre a


otras tradiciones, emergiendo espiritualidades hibridas.

Es que reconocer nuestra herencia no es estar presa de ella. Es como decir:


“gracias mamá y papá por lo que me han dado. Esto que me corresponde lo
mantengo, esto que no me va, lo saco, y además quiero incorporar esto que es
nuevo”. Eso es libertad plena.

El uso de la ayahuasca emerge en sociedades chamánicas, que moran en el mito


de la Justicia, en las que el individuo no existía como tal, sino un sujeto en pertenencia
a la comunidad (no existía el “yo pequeño”). Sin embargo, en Takiwasi hoy se usa la
ayahuasca para auto conocimiento en los procesos de individuación –y uso el término
acuñado por Jung-, inspirado en el mito de la Libertad.

La planta es una planta, no tiene opción cultural. Se adapta a los usos que en la
evolución se va haciendo de ella. La ayahuasca no crea nada, tan solo revela en las
personas lo que ya está en función de su historia. Los occidentales somos muy
mentales, muy en la ideología, y la ayahuasca te hace volver a la encarnación, nos
recuerda que tú eres un espíritu encarnado, que lo único que nos pertenece es el
cuerpo. Al nacer lo hacemos con el cuerpo y al morir perdemos el cuerpo, que es
donde mora nuestra memoria, las emociones, lo inconsciente, que son las fuentes para
el autoconocimiento. La ayahuasca correctamente usada realiza una suerte de
revelación progresiva para el descubrimiento de la vocación, de la libertad personal. Y
eso, en la actual transición, es muy importante.

Menudo rol de la medicina ayahuasca en los procesos de sanación personal,


reconectarnos con el cuerpo y corazón, con las emociones.

Con el cuerpo, el corazón y con el espíritu. Actualmente en el mundo occidental no


se cree en el espíritu, incluso en el mundo religioso, hablan de lo espiritual, pero lo
confunden con cosas mentales, sicológicas. Cuando toman sustancias sicoactivas y
tienen comunión con la naturaleza, algunos dicen: “tuve una experiencia espiritual”.
Eso no es espiritual. Es un “orgasmo sicológico”.

¿Qué sería lo espiritual entonces?

Lo espiritual es una relación con el mundo no visible, que es un mundo vivo,


habitado, son seres incorpóreos, y más allá es una relación con la divinidad. Y es una
relación personal. El New Age, en su rechazo a un Dios personalizado, ha convertido lo
espiritual en algo energético, impersonal, vago. Y no. Así como hay leyes físicas, que
conocemos, hay leyes sicológicas y espirituales.

¿Cuál sería una ley sicológica?

La prohibición del incesto, por ejemplo, que funda las sociedades humanas.

¿Y cuál una ley espiritual?

Por ejemplo, que al compartir se multiplica. A diferencia de lo que ocurre en lo


físico, donde si comparto algo, lo compartido disminuye; en lo espiritual, si comparto
amor, este se multiplica, aumenta en mí y en el entorno la resonancia del amor.

¿Y hay “leyes” en el uso de la ayahuasca?

Claro. Ayer los occidentales demonizaron la ayahuasca, hoy algunos la idealizan. Y


lo cierto es que se trata de una medicina con mucho potencial; pero no es una
religión. Soy crítico de su uso idealizado e indiscriminado. Debe utilizarse en un
contexto ritual, terapéutico y contenido, con leyes. Cuando realizamos una sesión de
ayahuasca, no lo hacemos porque me gusta y voy a poner una luz por aquí, un
sahumerio por allá, voy a cantar este ícaro (canto sagrado) y no este otro. No es así.
Una sesión es como una partitura de música, en la que en la base hay un ritual que
obedece a leyes simbólicas universales, no es una creación ni estética ni personal, y los
instrumentos aportan su especificidad y cada músico su genio singular

Observo una notable coherencia en su vida: el mito de la Justicia en su ánimo


guerrero al impulsar el proyecto Takiwasi; en su compasión cristiana el mito del amor; y
en su práctica de sanación e individuación el mito de la libertad. ¿Se identifica con la
descripción?

La vocación de puente cultural ha cruzado mí práctica clínica. En la transición


entre el mito del amor y el de la libertad se necesitan lugares donde la gente pueda
experimentar. La libertad no es conceptual, es una experiencia. Por otro lado, con el
cristianismo ocurre un cambio total de perspectiva. Hasta Cristo se asumía que habían
espíritus o dioses del bien y espíritus o dioses del mal, y con el mal había que negociar,
hacer sacrificios, etcétera, para protegernos. El ser humano estaba frente al mal y no
entendía por qué sufría. En cambio, Jesús trae un mensaje revolucionario: “solamente
existe el bien y el mal ya está vencido”. El bien prevalece sobre el mal. Es la buena
nueva.

“El bien ha vencido”, considerando la persistencia del mal en estos dos mil años,
más parece un desafío. La imagen que me interpreta es que el cielo y el infierno están
en nuestros corazones. El desafío sería que en nuestro corazón, proceso de
individuación mediante, termine por hegemonizar el bien. Que es lo mismo que
integrar o domeñar el mal, aquella sombra que emerge tras las heridas de todo niño
en su convivir real.

Lo que se nos propone es que cada uno reviva la pasión de Cristo. Jesús sufrió el
mal, siendo inocente, y lo venció. Cada uno de nosotros somos a imagen de Cristo. Y
comprometerse en ese proceso personal de transformación supone una tensión
espiritual. Ahí es cuando empiezan los problemas.

Estos días aprendí en Takiwasi sobre el rol biofísico de la sal, que al consumirla abre
el campo energético de los cuerpos humanos en su relación con la alteridad y al no
consumirla lo tiende a cerrar. Esto me pareció muy interesante en la reflexión sobre la
historicidad de la conciencia humana. Me explico, en tanto el consumo y uso masivo
de la sal se abre con las civilizaciones (estrechando nuestro campo energético), ahí
emerge la conciencia de separatividad. Esto, a diferencia de lo que ocurría en el
animismo primitivo, que vivía en un estado de fusión (con nuestro campo energético
muy abierto), en una conciencia integrada con la alteridad.

Sin duda, existe ese nexo. El ser humano históricamente evoluciona desde un
estado de fusión con la naturaleza, indiferenciado. En ese proceso hay dos elementos
que van a intervenir, la sal y el fuego, ambos masculinos. Con el uso del fuego nace el
hogar. Esa es una revolución mayor. El fuego trae el calor, la capacidad de cocinar y
la luz. Y la sal, en otra revolución mayor, permite que el ser humano salga de lo
indiferenciado con la madre y la madre tierra. La evolución de la especie es parecida
a la evolución de un ser humano singular. El niño cuando se va separando de la fusión
materna hace un proceso de individuación, experiencia su propia diferencia. Y eso es
lo mismo que históricamente hizo la especie humana. La sal a nivel biofísico crea un
campo energético, el aurea (hoy existen instrumentos que lo pueden ver y medir);
entonces empieza a crearse una distancia del ser respecto a sus instintos. Los puede
amaestrar, empieza a poder decir no y, entonces, aparece el Yo libre.

Se podría decir que en el presente como Historia el exceso de sal extrema la


conciencia de separatividad (y el consumismo del “yo pequeño”), distanciándola aún
más de la alteridad.

Es que el exceso de sal conlleva rigidez y detiene la vida. Por eso se pone la sal en
la carne y en los pescados, para mantenerlos y que no se pudran. Si hay demasiada
sal, que es demasiado masculino, se muere la vida. Ahí está la imagen bíblica de Lot,
quién se transforma en estatua de sal. En Takiwasi, en el contexto ritual de una dieta-
retiro eliminamos la sal para que la persona realice una regresión circunstancial al nivel
indiferenciado de su vida, para así resolver cosas que no han sido asumidas y
evolucionar, ir hacia adelante.

Aceptando que no podemos regresar a una fusión, hoy observo que cada vez más
personas transitamos a un cambio tendiente a moderar la conciencia de
separatividad, tan exacerbada en la modernidad, y avanzamos a una conciencia
consciente de la alteridad, aunque re integrándose a la naturaleza, si se quiere, en
respeto a la red de la vida.

Claro, hay que ampliar la conciencia, no se trata de rechazar. Cada etapa de la


separatividad no es un rechazo a la anterior, es una superación de la anterior. La
opción es entre regresión a la fusión o evolucionar hacia la unión. Y unión significa ser
diferenciados, y desde ahí nos unimos por voluntad propia.

¡Qué bello! Nos unimos conscientemente, porque la fusión es pre consciente. Esa
sería la libertad.

Exactamente.

En Takiwasi buscan rehabilitar de la adicción a la drogas usando plantas que a la


vez son drogas. ¿Cómo opera la terapia?

El ser humano sabe inconscientemente que el mundo no se limita a lo material. Esta


sensación es fuerte en los adolescentes cuando se preguntan quién soy. En todas las
tradiciones, menos en la occidental moderna, habían ritos de pasajes, con plantas o
sin plantas, con ayunos y aislamiento, con dolor, en situaciones extremas, incluso cerca
de la muerte, tomando contacto con el mundo espiritual. Eso se canceló. Entonces
hoy los adolescentes cuando sienten la aspiración a algo más, no hay nadie. ¿Qué
hacen? Con sus amigos buscan sustitutos, aparece la marihuana u otras drogas, que
modifican su conciencia, descubriendo que existe otra dimensión. El problema es que
lo hacen en forma clandestina, muchas veces con malas sustancias, en dosis
inadecuadas, en vez de ser canalizado y acompañado. De ahí que esa búsqueda
desesperada pueda terminar en una catástrofe. La propuesta de Takiwasi es decir a
esos jóvenes adictos: “tú impulso de búsqueda, de automedicación, de sanación, es
legítimo. Lo que no hubo fueron circunstancias y personas que te orientaran. Acá te
proponemos volver a hacer la búsqueda, pero esta vez acompañados, con reglas y
una buena preparación terapéutica. Yo tomo contigo ayahuasca para que volvamos
juntos a casa e integrar los aprendizajes en lo cotidiano.”

Bien innovadora la propuesta.

Es que todas las drogas tienen su origen en plantas sagradas (la marihuana, el
tabaco, la coca, la amapola), que han sido mal utilizadas, profanadas. Todas esas
plantas tienen principios activos idénticos a nuestros neurotransmisores, que se pueden
también activar vía la meditación, el aislamiento, las danzas rituales, etcétera. Cuando
las plantas son bien utilizadas, respetando sus leyes, conscientemente, en una
exploración de tú mundo interior, ahí no hay dependencia ni adicción. En Takiwasi
operamos sobre la base de esos principios para sanar las adicciones. Las mismas
plantas son el veneno y el remedio. En realidad nada es malo en la creación. Lo malo
proviene del mal uso que hacemos de cosas buenas.

“Nada en exceso”, como está inscrito en uno de los pilares en la entrada del
templo de Apolo. ¿Cuáles son las claves del procedimiento en Takiwasi?
Acá no se trata de desintoxicar, eso es fácil, se puede hacer en un mes. Pero no
soluciona nada. Acá observamos lo que hay detrás del consumo, qué problemas
emocionales u otros. Si no se va a la raíz, la gente se puede limpiar, pero cuando
vuelve a lo cotidiano, vuelve a las drogas. La primera clave es que el paciente quiera
estar acá, quiera sanar. Esto es voluntario. Él será el protagonista. Dicho eso, utilizamos
tres grandes procedimientos. Primero, el uso de las plantas para limpiar, purgar y
explorar el inconsciente para que ellos puedan aprender desde su propia experiencia,
a partir de lo que surge en las visiones, en los sueños. Segundo, un proceso de
integración a través de la sicoterapia y los talleres, donde se trabajan los temas que en
cada uno surgen, por ejemplo, tengo que enfrentar la impulsividad y la falta de
comunicación. La ayahuasca da indicaciones muy precisas que deben ser aplicadas
cotidianamente en la comunidad de residentes que están acá durante nueve meses.
Ese es el tercer procedimiento, la convivencia en un espacio común en el que se van
co-evaluando, en un diálogo experiencial y terapéutico, las conductas de los
participantes.

¿Cuántos son los residentes en el tratamiento de 9 meses?

Máximo 15 personas.

¿Tienen indicadores del éxito terapéutico en Takiwasi?

De 3 pacientes que entran acá, uno sana totalmente. Al salir cambia su vida
estructuralmente y desaparece el problema de la adicción. Otro, se recupera
bastante, cambia su vida, aunque es propenso a una recaída, por eso le hacemos
seguimiento e invitamos a seguir trabajando. Y un tercero, derechamente abandona
en el proceso. Existen más de 50 tesis de investigadores publicadas sobre lo que
hacemos en Takiwasi. Tenemos en curso un proyecto de evaluación científica de alto
estándar, junto al Centro de Adicciones y Salud Mental de Canadá, que tomará sus
años. Hemos avanzado en comparaciones de perfiles de nuestros residentes con
comunidades de Estados Unidos. Eso ha sido importante, pues antes decían que en
Takiwasi los pacientes no son muy complejos, con familias adineradas que les apoyan.
Pero resulta que las comparaciones estandarizadas han probado que los pacientes
que recibimos tienen niveles de gravedad mayor a nivel siquiátrico, de tipo de
consumo y de contexto familiar.

Y tienen indicadores del éxito de la Dieta-retiro para personas que buscan procesos
de autoconocimiento.

También está incorporado en la investigación en curso; pero hoy no tenemos datos


científicos, tan solo las evidencias clínicas. Es más complejo evaluarlo, ya que es una
dieta de una semana y con acento en lo emocional.

En las sesiones de ayahuasca, usted como curandero a veces hace una suerte de
“exorcismo” con algunos sujetos. ¿Qué es eso: erradicar posesiones demoniacas o
erradicar malas energías, una sombra sico-emocional?

Está el mundo visible, la realidad manifestada de la creación, y está el mundo


invisible de la creación, donde habitan los espíritus, que es un mundo intermedio, pues
la divinidad está más allá, es increada. Normalmente cuando se hace un ritual se abre
el contacto con ese mundo para que las plantas y los espíritus nos enseñen, nos
orienten, nos guíen, nos protejan. Ahora, junto a los buenos espíritus, también es posible
el contacto con malos espíritus. Es el ritual que permite canalizar esta apertura de tal
modo que uno entre en contacto con los buenos espíritus y sea protegido de los
malos. Muchas personas que consumen drogas, y hasta plantas sagradas como la
ayahuasca, desprotegidas e ignorantes, abren la puerta a malos espíritus. Esas
entidades los parasitan. Hay múltiples fuentes de infestación: prácticas de magia o
esoterismo, haber estado en lugares con malas energías (una casa donde hubo
crímenes, por ejemplo), el consumo de drogas, algunas prácticas sexuales, herencias
transgeneracionales, es decir, que provengan de los ancestros, etcétera. Bueno, esos
malos espíritus o entidades malignas, que percibimos como malas energías, se pueden
sacar pero hay que cerrarles la puerta. Las puertas suelen abrirse por una herida
emocional, por ejemplo un abandono temprano, un abuso sexual, el incesto, de ahí la
importancia del trabajo terapéutico.

¿Cómo usted los reconoce?

En la sesión con la ayahuasca hay señales físico-energéticas muy claras. Por


ejemplo, el espíritu malo siempre se va a expresar en la persona con un frío casi de
congeladora, se le eriza la piel o bien despiden olores particulares. Con mi larga
experiencia, tocando a una persona lo puedo percibir.

Sé que Jeremy Narby, Dr. en Antropología de la Universidad de Stanford, autor de


esas dos obras académicas de culto que son “La serpiente Cósmica” y “La
Inteligencia en la Naturaleza”, es cercano a Takiwasi. De hecho la primera de esas
obras fue co-editada en español por ustedes. Comparte la hipótesis de Narby en “La
Serpiente Cósmica” respecto a que la comunicación entre plantas y seres humanos,
mediada por la sabiduría chamán, es posible porque como seres vivos todos
compartimos el ADN, las “cuatro letras”, cuya información es el común denominador
de la vida, que no ha cambiado desde el origen.

Sí y no. Comparto la comunicación entre la planta y el ser humano, sin duda. El


problema es que Jeremy no tiene fe, por lo que cuando reduce todo al ADN niega la
dimensión espiritual como libre y autónoma así como a la divinidad. Una cosa es decir
que la “serpiente cósmica” se parece al ADN, otra cosa afirmar que son la misma
cosa. La similitud no es identidad. Dos mellizos se parecen pero no son la misma
persona. Le da miedo ese reconocimiento, porque va en contra de sus postulados
materialistas, tan propios del pensamiento occidental.

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