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Movimientos Literarios Del Siglo XX Generación Del 98

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MOVIMIENTOS LITERARIOS DEL SIGLO XX.

GENERACIÓN DEL 98
El Modernismo fue una tendencia estética que llegó a España de la mano de su cabeza
representativa, Rubén Darío. Busca la expresión de una nueva sensibilidad con un nuevo lenguaje,
rechazando el prosaísmo y la retórica de la literatura anterior.
La Generación del 98 está formada por un grupo de escritores que, nacidos entre 1864 y
1875, tienen una formación intelectual bastante semejante, un estilo con aspectos comunes que
rompe con la literatura anterior, un acontecimiento que los aglutina: el desastre de 1898, y un guía
espiritual reconocido por todos, Miguel de Unamuno

Contexto Histórico y Social del siglo XX

El Siglo XX
Para intentar definir el siglo XX se ha empleado la expresión "aceleración de la historia", porque su
constante más evidente es la velocidad, la rapidez, los continuos cambios en todas las manifestaciones
de la vida humana.
La cara negativa de este siglo son las dos guerras mundiales, la multitud de enfrentamientos armados
localizados, los exterminios y holocaustos, los totalitarismos, la carrera de armamentos, la violación de
los derechos humanos, la injusticia y el hambre, el peligro atómico y nuclear. La angustia que se cierne
amenazante sobre el hombre actual.
La cara positiva son los constantes y asombrosos avances científicos, técnicos y artísticos, y la apertura
de nuevos horizontes y posibilidades.

España en el SIGLO XX
De la centuria anterior España arrastra la llamada "crisis de fin de siglo", que se puede concretar en los
graves problemas de convivencia entre los españoles, divididos en ideologías encontradas, y la
decadencia del país que culmina con la pérdida de nuestras últimas colonias ultramarinas, el año del
desastre 1898.
Desde 1902 a 1923 dura el reinado de Alfonso XIII. Hay que destacar en este periodo el desarrollo
industrial, el nacimiento y consolidación del proletariado, los enfrentamientos sociales y las continuas
crisis ministeriales.
La situación anterior conduce a la dictadura del general Primo de Rivera (1923-1931), que intenta,
desde la concentración del poder, resolver la crisis de la nación. Con ciertos logros en algunos campos, al
final la dictadura también fracasó.
La miseria muy generalizada, la organización y politización de la clase obrera y, sobre todo, la unión de
las izquierdas, trajo consigo la proclamación de la Segunda República (1931-1939). El periodo
republicano comenzó con un deseo de profundas reformas y buenas intenciones, pero se manifestó
impotente ante los problemas endémicos del país: los enfrentamientos ideológicos y sociales y la crisis
económica. Los acontecimientos se precipitaron: huelgas y disturbios, triunfo de la derecha en 1933,

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huelga y revolución en Asturias en 1934, unión de izquierdas en el Frente popular que gana las
elecciones en 1936.
Ese mismo año, en julio, el general Franco se sublevó contra el gobierno de la República. Estalla la
guerra civil (1936-1939), confrontación fraticida con la que culmina el enfrentamiento de las dos
Españas.
El mismo año de la muerte de Franco, 1975, se nombró a don Juan Carlos de Borbón rey de España. Con
las elecciones de 1977 se abrió el proceso democrático y en 1978 se promulgó la nueva Constitución.
España, con un régimen de libertades democráticas, se encuentra con el reto de solucionar los agudos
problemas sociales y económicos agravados por la crisis mundial, y de adecuarse a las exigencias del
mundo moderno.

Modernismo y Generación del 98


Tradicionalmente se ha dividido a los escritores de finales y principios de siglo en dos grupos
diferenciados: el Modernismo y la Generación del 98. Sin embargo, á pesar de las diferencias entre
modernistas y hombres del 98, la separación no es tan clara. En primer lugar, algunos integrantes de la
Generación del 98 - como A. Machado y R. Del Valle-Inclán - se podrían incluir, por algunas de sus obras,
dentro del Modernismo, y en segundo lugar, porque unos y otros vivieron un ambiente y atmósfera que les
unía. Eran "gente nueva" con una nueva estética que rompía con la del siglo XIX; todos abogaban por una
profunda renovación lingüística que traería nuevas posibilidades expresivas, y adoptaron también una
postura crítica ante las normas sociales y la situación política.

La Generación de 1898

Generación del 98, también llamada generación del desastre en alusión a la pérdida de Cuba por España.
Habrá que esperar hasta 1934, con la conferencia de Pedro Salinas sobre "El concepto de generación
literaria aplicado a la del 98", para que se fije definitivamente esta manera de identificar a una generación
que representó un fenómeno importante por cuestionarse la tarea intelectual frente a España y la política
española, y plantearse el dilema de una literatura acorde con esas inquietudes. Muchos de sus
representantes estaban ligados a la Institución Libre de Enseñanza , que dirigía Francisco Giner de los Ríos .

Sobresalen autores como Ángel Ganivet (1862-1898), autor de Idearium español (1897); Joaquín Costa
(1846-1911); Miguel de Unamuno (1864-1937), con obras como En torno al casticismo (1895), Vida de Don
Quijote y Sancho (1905) y Del sentimiento trágico de la vida (1913); Ramiro de Maetzu , quien enumeraba
los engaños que dominaban a España en el campo de la prensa, la política, la oligarquía y el caciquismo, la
literatura y la ciencia, las supuestas glorias históricas, y, como otros jóvenes rebeldes de su tiempo (el
mismo Unamuno o Martínez Ruiz , Azorín), rechazaba la guerra colonial en todas sus manifestaciones; José
Ortega y Gasset , que, en realidad, trascendió el marco de esta generación. Debe mencionarse también la
obra de Azorín ( El alma castellana (1900); La ruta de don Quijote (1905), Antonio
Machado ( Soledades y Campos de Castilla, sobre todo), Pío Baroja ( La raza; La lucha por la vida ,
1904), Ramón María del Valle-Inclán , Vicente Blasco Ibáñez, Gabriel Miró.

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El Grupo del 98
El Concepto de Generación del 98
Es Azorín quien propone esta denominación en unos artículos de 1913. Incluye en dicho grupo a autores
como Unamuno, Baroja, Maeztu, Valle-Inclán, Benavente, Rubén Darío, que se caracterizan todos ellos por
su espíritu de protesta y su profundo amor al arte. Entre otras influencias, Azorín señala las parnasianas y
las simbolistas.
Aunque la idea fue rechazada inicialmente por algunos miembros de la generación como Baroja, el
concepto se impone finalmente.

Los requisitos generacionales aplicados al 98


Pedro Salinas ya aplica en un ensayo de 1935 al 98 el concepto de "generación literaria", que establece
unos "requisitos generacionales":
 1. Nacimientos en años poco distantes: 1864-1875
 2. Formación intelectual semejante: autodidactismo
 3. Relaciones personales: amistad, tertulias, revistas, "Grupo de los Tres",...
 4. Participación en actos colectivos propios: homenaje a Larra,...
 5. Presencia de un guía: Nietzsche, Schopenhauer, (Unamuno)
 6. Lenguaje generacional: ruptura con el lenguaje precedente
 7. Anquilosamiento de la generación anterior

La juventud del 98
Un espíritu de protesta y rebeldía animaba a la juventud del 1898, provocado en parte por la actualidad
contemporánea de determinadas doctrinas revolucionarias:
 UNAMUNO: pertenece al PSOE, marxista
 MAEZTU: ideas revolucionarias / anhelos socialistas
 AZORÍN: anarquista
 BAROJA: simpatías por el anarquismo
Este hecho es un indicio de la crisis de la conciencia pequeño-burguesa. Los jóvenes del 98 conforman la
primera generación de intelectuales.

El "grupo de los Tres"


Constituyen este grupo Baroja , Azorín y Maeztu , amigos que firman artículos bajo el pseudónimo de
"Los Tres". En 1901 publican un manifiesto en el que expresan su deseo de cooperar a la generación de un
nuevo estado social en España, lo cual se debe a la miseria y hambruna contemporánea en España. El
medio que canalizaría las fuerzas para resolver esta situación sería la "ciencia social". Se alejan estos
autores pues de sus compromisos políticos y sólo confían ya en la "ciencia social". Su posición es ahora la
de un reformista de tipo regeneracionista .
La campaña política de los Tres estuvo marcada por el fracaso, lo cual les condujo a un hondo desengaño.
En esto les había precedido Unamuno , que había negado su apoyo al grupo de los Tres por su pérdida de
interés por temas económicos y sociales. Ahora aspira sólo a modificar la mentalidad del pueblo.
En 1905 los Tres abandonan el camino de la acción e inician un giro hacia posturas idealistas. Siguen
sintiendo la preocupación por España pero desde un esceptismo desconsolado o desde la actitud
contemplativa de un soñador .

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La Madurez del 98. Actitudes, Ideas y Temas
En 1910 Azorín manifiesta que cada autor se ha creado una fuerte personalidad, lo que ha provocado un
cambio en sus orientaciones, ideas políticas, sus sentimientos estéticos,... Lo único que conservan es la
lucha por algo que no es lo material bajo; es decir, un anhelo idealista.
Se configura la mentalidad del 98, marcada por los siguientes rasgos:
 1. Idealismo
 2. Entronque con las corrientes irracionalistas europeas: Nietzsche, Schopenhauer è neorromanticismo
 3. Preocupaciones existenciales y religiosas: interrogantes sobre el sentido de la vida, el destino del
hombre è precursores del existencialismo
 4. Tema de España: subjetivismo - anhelos y angustias íntimas: exaltacion redentora, visión
impresionista o escepticismo è en el plano de los valores, ideas y creencias
Los autores mencionados sufren una importante evolución ideológica. Unamuno se encerró cada vez
más en su "yo", Baroja se recluye en un radical escepticismo y Azorín deriva hacia posturas conservadoras.
Maeztu se convierte en seguidor de la derecha nacionalista.

Nómina del 98
Lo dicho hasta ahora nos lleva a delimitar lo que puede considerarse "grupo del 98". Lo compondrían, en
principio, Baroja, Azorín y Maeztu (los Tres), unidos entre sí por las juveniles afinidades que hemos visto. Y,
por no pocos aspectos, cabe agregar a Unamuno . Muy discutible, en cambio, es incluir en la nómina a
Machado y Valle, sin negar las afinidades temáticas entre éstos y aquéllos.

Significación literaria del 98


Los noventayochistas contribuyen poderosamente a la renovación literaria de principios de siglo. Como
los modernistas, repudian la retórica o el prosaísmo de la generación anterior (con excepciones).
Retrocediendo en el tiempo, Larra fue considerado un precursor. También sintieron una especial reverencia
por algunos clásicos: Fray Luis de León, Cervantes, Quevedo,... y muestran fervor por la literatura medieval:
el Poema de Mio Cid, Berceo, Jorge Manrique, el Arcipreste de Hita. Estas preferencias explican sus
novedades estilísticas. Azorín afirmaba por ejemplo, que una obra era mejor, cuantas menos y más
elegantes palabras hicieran brotar más ideas. Es ésta la primera nota común del lenguaje generacional, la
voluntad de ir a las ideas, al fondo.
Con esto enlaza el "sentido de la sobriedad" y la voluntad antirretórica que va acompañada de un
exigente cuidado del estilo (por la repulsa del prosaísmo). El estilo predominante es pues antiretórico y
cuidado.
Otro rasgo común es el gusto por las palabras tradicionales y terruñeras. Todos los noventayochistas
ampliaron el caudal léxico gracias a su conocimiento del habla de los pueblos o de las fuentes clásicas.
Cabe reseñar también el subjetivismo, otro rasgo esencial de la estética del 98. De aquí proviene el
lirismo, que desvela el sentir personal de los autores. También de aquí proceden la dificultad al intentar
separar lo visto de la manera de mirar: paisaje y alma, realidad y sensibilidad, que llegan a fundirse
íntimamente.
Señalemos también las innovaciones en los géneros literarios. En el 98 se configura el ensayo moderno
con su flexibilidad para recoger temas muy variados. Profundas novedades se observan también en la
novela. En el teatro los intentos renovadores no tuvieron apenas éxito
En suma, la renovación estética de los noventayochistas es tal, y tales sus logros literarios, que la crítica
ha abierto con ellos - y los modernistas - la Edad de Plata de nuestra literatura.

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La fecundidad de la generación del 98

Julián Marías, La fecundidad de la generación del 98


ABC, Madrid, 31 de diciembre de 1997

La excelencia, la capacidad creadora, el valor perdurable de los autores de la generación del 98 son
reconocidos por todos los que entienden algo, y las pocas excepciones se explican fácilmente, por ese
«rencor contra la excelencia» que tanto me preocupa o por «fijaciones» que no son menos inquietantes. Al
cumplirse un siglo de la fecha que ha dado nombre a ese conjunto de escritores, se ha avivado la conciencia
de su significación.
Pero sería una peligrosa tentación confinarlos a lo que fueron ellos mismos; es decir, aislar a los
representantes de una generación egregia como si en ella terminara la historia. La afición a las etiquetas, su
fuerza, en detrimento de su ausencia, ha hecho que se oscurezca la visión de la generación siguiente, cuya
fecha central de nacimientos es 1886 –la de Ortega, Juan Ramón Jiménez, Marañón, Ramón Gómez de la
Serna y tantos otros–, en modo alguno inferior a la anterior. La aparición de otra fecha, el 27, y otros
factores interesantes ha dado notoriedad a la generación que siguió a esta última. Luego, se ha deslizado la
impresión de que se ha acabado la historia –sobre todo a causa del partidismo que desencadenó la guerra
civil y sus reverdecimientos posteriores.
Desde hace más de medio siglo vengo sosteniendo que «nuestro tiempo» empieza con la generación del
98. Y al decir nuestro tiempo creo que esta época llega hasta hoy, al final del siglo. No sé si el que va a
comenzar será continuación de esta época o transición a otra bien diferenciada, cuyos caracteres habría
que descubrir y filiar.
En todo caso, los autores de la generación del 98 –Unamuno, Ganivet, Valle-Inclán, Baroja, Azorín,
Ramiro de Maeztu, Menéndez Pidal, Gómez Moreno, Asín Palacios, Manuel y Antonio Machado, y por
supuesto Rubén Darío y algunos más–, no solamente siguen vivos, leídos, discutidos, apasionantes, sino
que abrieron una época que ha continuado hasta un siglo después, en la cual estamos todavía, originada en
ellos, en toda la cual siguen actuando. A eso llamo la «fecundidad» de ese grupo ilustre.
Nos dejaron unas cuantas cosas perdurables, de las cuales nos hemos nutrido –algunos han renunciado a
ellas, con las consecuencias previsibles–. Ante todo, un «nivel», bien distinto de lo anterior, que no era en
modo alguno despreciable, como he mostrado muchas veces y es bien notorio. No sólo de calidad, sino
sobre todo de «autenticidad»: escribían desde sí mismos, desde lo más profundo y personal de ellos, por
necesidad última, para saber a qué atenerse y entender el mundo en que iban a vivir; por eso tuvieron esa
«calidad de página» que a veces echaban de menos en sus antecesores y los llevaron en su juventud a
desdeñarlos. Esto ha sido una exigencia desde entonces, y si falta se siente como una deficiencia, acaso una
deserción.
También nos legaron una posesión de la realidad de España superior a todas las anteriores. No es que los
escritores de siglos atrás hubiesen carecido de ella; es que los del 98 tuvieron una posesión física que antes
no había sido posible y una visión abarcadora de la historia y la cultura, de una amplitud inaccesible en
otros tiempos. Y algo más: esa posesión estaba movida por un amor incurable, doloroso, hecho de apego,
descontento y voluntad de perfección. De todo eso somos herederos, a menos que renunciemos a la
herencia; lo llevamos dentro, es parte de nosotros mismos, sigue actuando como motor de nuestra propia
realidad.

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Otro legado de esa generación fue su sentido literario y su asociación con el pensamiento. Gracias a ello
devolvieron a los españoles el sentido, no muy vivo, en grandes porciones apagado, de la teoría, y
consiguieron que un gran número de ellos se interesaran, en ocasiones hasta el apasionamiento, por las
cuestiones que en otros lugares son patrimonio exclusivo de los profesionales. Esto, no solamente dura
hasta hoy, sino que cuantitativamente se ha intensificado de manera que asombra a los que tienen
capacidad de asombrarse de algo que no sea truculento.
Conviene evitar el llamado triunfalismo, pero también lo que podría llamarse derrotismo del presente,
que nace de una dosis de modestia –encomiable en lo personal, pero acaso errónea si se la extiende y
dilata–. Es cierto que se han perdido muchas cosas, que se han destruido deliberadamente otras, que
existen los interesados en convencer de que no hay nada, porque tienen muy poco que presentar; pero el
hecho es que lo que significó la generación del 98 ha dado y sigue dando sus frutos, y sin ello no es
explicable el medio siglo que está concluyendo.
Por fortuna, muchos de los autores que he nombrado han sido longevos. He conocido personalmente a
ocho de ellos; de todos sin excepción nos hemos nutrido los que todavía estamos vivos, aunque acaso ya no
por mucho tiempo. Su acción se ejerce, no sólo mediante sus obras personales, sino a través de los que han
nacido y vivido después, sin interrupción. Esto último es decisivo; se ha procurado y se sigue intentando
que la haya, pero no es verdad. Hay una voluntaria retracción de los que quieren apartarse de lo que es el
torso creador de la cultura española en este siglo.
Esa fecundidad de los autores del 98 hizo que se «incorporasen» a ellos los que en rigor se habían
formado antes o fuera. He nombrado a Rubén Darío, que llegó a ser uno de ellos. El gran Maragall, de la
generación anterior, gravitó hacia aquellos hombres que, llegados de toda España, vivían y escribían en
Madrid –o en Salamanca, como su dilecto Unamuno–. Sintió curiosidad, admiración, amistad por ellos;
sabía que estaban en la misma empresa, movidos por una vocación comparable, que los unía en su
diversidad.
Lo más valioso de esa herencia es que contenía un elemento decisivo de libertad. No era posible caer en
ninguna «beatería» respecto de aquellos admirables escritores, No era posible, ni debido, estar de acuerdo
con todos, ni con todo lo que escribieron; era simplemente irrenunciable, porque era «nuestro», y así
teníamos que verlo hasta para corregirlo o rechazarlo. Aceptar a ciegas y automáticamente lo que alguien
ha hecho es, en el fondo, una deslealtad. El hijo es inexplicable sin el padre, pero irreductible a él: viene del
padre y va hacia sí mismo.
El sistema de filiación de la cultura española del siglo que está terminando es algo precioso, que importa
mantener con fidelidad creadora, es decir, conservando esos rasgos en que consistió la genialidad de
aquella generación y que hay que ir transformando innovadoramente y sin preocuparse mucho de
valoraciones y escalafones. «Harto hará cada nacido / con responder de lo suyo», decía un poeta del siglo
pasado. Cada uno ha de hacer lo que está en su mano y su vocación le exige, sin curarse de más. Dios dirá,
cuando se haga ese balance final que el «Dies irae» nos recuerda estremecedoramente; sobre todo, ese
verso, que también es consolador: quidquid latet apparebit, todo lo que está oculto aparecerá.

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ANÁLISIS DE ESTE ENSAYO
Julián Marías recuerda en su artículo el próximo cumplimiento del primer centenario de la generación del
98 y resalta el valor perdurable de dicha generación que, según él, abre una época cuya actualidad sigue
vigente. La generación del 27 la ve como una continuación de la del 98.
A continuación analiza los diferentes elementos que la sociedad contemporánea ha heredado del grupo
del 98: su autenticidad, su sentido literario, la posesión de la realidad de España… Introduce el concepto de
“fecundidad” de la generación que según Marías se puede apreciar en la incorporación de numerosos
escritores a esta corriente. El articulista menciona otro rasgo de la generación del 98, su libertad y variedad
ideológica, y propone conservar los rasgos de esta generación a la vez que se conserva innovadoramente
El artículo se podría dividir en seis partes distintas. En la primera, que abarca las quince primeras líneas,
Julián Marías resalta el valor perdurable de la generación del 98, ampliamente reconocido. Añade además
que la proximidad del centenario de dicha generación ha avivado la conciencia de su significación.
La segunda parte llega hasta la línea 53. En ella el autor señala el año 1898 como el comienzo de una
época que llega hasta nuestros días, y que, en su opinión, también motivó la aparición de la generación del
27. A éste fenómeno se refiere con el concepto de “fecundidad” de la generación.
En la tercera parte, líneas 54 a 100, Julián Marías enumera distintos legados del Grupo del 98. Subraya
por una parte su autenticidad, la introducción de un nivel distinto al anterior. También hace hincapié en el
sentido literario y la posesión de la realidad de España por parte de la generación mencionada.
En la cuarta parte, hasta la línea 144, el articulista dice que la fecundidad de la generación del 98
también ha dado lugar a la incorporación de autores como Rubén Dario.
Entre las líneas 145 y 157 el autor resalta la libertad y variedad ideológica que el Grupo del 98 ha
aportado a la literatura.
La última parte, desde la línea 158 hasta el final, contiene la siguiente conclusión: se deben tener en
cuenta y conservar los rasgos de la generación del 98 pero también transformar innovadoramente.
El presente artículo es un texto de opinión extraído del periódico “ABC” del 31.12.1997 en el que su
autor, J. Marías, recuerda un hecho de actualidad, el C aniversario de la generación del 98 y expone su
opinión acerca de este tema. Son numerosos los rasgos que evidencian que el texto periodístico presente
pertenece al género del ensayo.
En primer lugar el uso de un nivel idiomático culto es evidente. Es marcado por la coherencia entre
párrafos mediante los mecanismos de cohesión – nexos gramaticales, la conjunción adversativa “pero”, la
preposición “desde” y nexos semánticos con la función de resumir lo anterior y resaltar una idea concreta:
“Lo más valioso”. La presencia de determinados campos semánticos como el de la literatura contribuye
también a mantener la coherencia: “generación, leídos, sentido literario, Unamuno, Maeztu, autores”.
Dentro de un mismo párrafo se mantiene la coherencia mediante pronombres –“nos” – o determinantes
– “nuestro tiempo”, “sus fuerzas”.
Otra característica del nivel culto del lenguaje es la amplitud en el vocabulario que se puede ver
claramente entre las líneas uno y cinco donde aparece una enumeración plurimembre de términos
abstractos: “La excelencia, la capacidad creadora, el valor…”. Aquí se aprecia que son términos similares, lo
cual revela que pese al lenguaje culto y cuidado, el texto pretende ser de fácil comprensión por lo que se
pone especial énfasis en ideas claras como ésta.
El empleo de los modos de elocución debe ser mencionado también para la caracterización genérica del
texto como un ensayo. Los principales son la exposición y la argumentación. La exposición es de especial
relevancia cuando se presenta una idea principal y se caracteriza por las oraciones enunciativas y su
objetividad: “todo lo que está oculto aparecerá”. Como vemos en esta cita son afirmaciones irreprobables
que posteriormente se justifican mediante la argumentación. Ésta aparece marcada por las citas de

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autoridad – ll. 166-167 se alude a un poema – y la experiencia personal; el conocimiento de los miembros
de la generación le cualifica a este ensayista para opinar sobre ella. También la mención de numerosos
autores, como “Gómez Moreno”, fuera de la nómina típica del grupo noventayochista, le imprime una
mayor credibilidad al ensayo al demostrar la experiencia del articulista en temas literarios.
Como modos de elocución secundarios cabe reseñar la narración y la descripción. La narración es
marcada por las formas verbales perfectivas como el pretérito perfecto simple – “dejaron” – o el pretérito
perfecto compuesto: “hemos nutrido … han renunciado”. El aspecto de estos tiempos verbales es
perfectivo con lo que se resalta el resultado de la acción, ya acabada. Por ello dice: “Nos dejaron unas
cuantas cosas” al importarle el hecho de haber recibido una herencia y no el proceso. Por el contrario, esto
es lo que importa cuando aparece la descripción, evidenciada por formas verbales de aspecto imperfectivo:
el presente con valor histórico – “empieza” – perífrasis verbales de aspecto imperfectivo – “vengo
sosteniendo” – o el condicional: “sería” con el que resalta el valor hipotético de una acción. Los dos últimos
modos de elocución se alternan indistintamente. Hay partes, sin embargo, donde predomina más uno de
los dos. Por ejemplo en las líneas 73 a 85 predomina la descripción: el dinamismo es negativo y las formas
verbales imperfectivas: “amor incurable, doloroso, hecho de apego, descontento … estaba movida”.
Aparecen diversas funciones del leguaje a lo largo del ensayo. Por una parte se puede distinguir la
presencia de la función expresiva evidenciada por las formas verbales y pronombres en primera persona
del singular –“me preocupa”, “He conocido personalmente” – y la adjetivación especificativa: “admirables
escritores”. Se emplea esta función mayoritariamente cuando el autor comenta un hecho y lo valora: “Lo
más valioso”. Por ello el ensayista hace uso de un lenguaje connotativo conseguido mediante la ya
mencionada adjetivación explicativa y la inclusión de comentarios personales.
Estrechamente ligada a esta función distinguimos la apelativa mediante la cual se incluye al lector, con lo
que éste concibe la problemática más directamente. Rasgo característico de esta función es la aparición de
formas verbales y pronombres de la primera persona del plural: “Nos dejaron”, “teníamos”. Con ello se
transmite la impresión de que el lector debe compartir la misma opinión que Julián Marías.
La función referencial se opone radicalmente a las dos anteriores, aunque también aparece en el ensayo
presente. Rasgos evidentes son: la tercera persona – “hizo” – y las oraciones impersonales – “se ha
avivado” – al igual que las oraciones en pasiva: “son reconocidos por”.
También el lenguaje denotativo, conseguido entre otros elementos mediante la adjetivación
especificativa –“capacidad creadora” – prueba la presencia de la función referencial. Ésta sirve para
imprimirle un mayor realismo al texto con el fin de impresionar a cualquier lector por el contenido. Por ello
la actitud del articulista pretende ser objetiva, algo que no sólo consigue con la función referencial sino
también mediante la exposición y la argumentación. También la cita de fechas concretas – “98, 27, 1886 …”
– contribuye a crear dicha objetividad. Aparecen ciertos destellos de subjetividad evidenciados por la
función expresiva y apelativa, al igual que por el lenguaje connotativo, aunque las partes en las que Julián
Marías expresa su opinión son escasas. Sólo cuando critica a aquellos que han renunciado a nutrirse de la
generación del 98 se puede reconocer claramente la citada subjetividad.
La escasez de la subjetivad está relacionada con la intención comunicativa del autor, quien, a mi juicio,
tiene como principal objetivo informar al lector sobre la influencia de la generación del 98 en la actualidad

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