Correspondencia - Immanuel Kant
Correspondencia - Immanuel Kant
Correspondencia - Immanuel Kant
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Immanuel Kant
Correspondencia
ePub r1.0
Titivillus 22.03.2018
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Immanuel Kant, 1922
Traducción: Mercedes Torrevejano Parra
Edición: Mercedes Torrevejano Parra
Presentación: Juan José Carreras Ares
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PRESENTACIÓN[*]
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se prestó también para tratar todos los temas y asuntos posibles. Se publicaron cartas
de sátiras, como las de Hamann y Jean Paul, cartas de polémica literaria, como las de
Lessing y Lichtenberg, cartas teológicas y filosóficas, las de Schiller, Herder o
Goethe, entre otras muchas. Hubo las dedicadas a la divulgación científica, las Cartas
químicas para ser leídas por mujeres, o sobre afectos y comportamientos comunes,
las Cartas sobre la amistad de Sulzer, o las Cartas de un hombre honrado a otro. Las
tradicionales cartas de viajes se politizaron con las narraciones de los alemanes que
visitaron la Francia revolucionaria, como las entonces muy famosas del amigo de
Kant, Joachim Heinrich Campe, Cartas desde París, escritas durante la Revolución
francesa, reeditadas varias veces a partir de 1789. Acontecimientos puramente
locales también fueron dados a conocer con cartas, como Carta con ocasión del
deshielo y de la inundación de Colonia. Hubo incluso periódicos que dieron todas sus
noticias en forma de cartas.
Como veremos, la correspondencia de Kant es ajena, e incluso repugna, a este
paisaje epistolar. En todo caso, a partir de los años noventa del siglo XVIII en
Alemania se acusa cierto reflujo del género. Goethe, cuyas cartas a estas alturas
ocupaban volúmenes enteros, parece haberse convertido en un Briefhasser, y en 1827
escribiría a Carl Friedrich Zelter, diciéndole que «casi no escribo cartas y contesto a
las cartas muy pocas veces, y esto se debe a una doble causa: no me interesa escribir
cartas vacías, y concederles importancia me aparta de hacer cosas más serias». Más o
menos, lo que había hecho Kant desde el principio.
No puede decirse que la escritura de cartas fuese para Kant «el placer social» que
dice Paul Hazard cuando habla del género epistolar en la Europa del siglo XVIII, pues
para el filósofo las cartas son sobre todo una carga. Ya en 1708 Herder se refería a su
conocida «escasa inclinación a escribir cartas» (11). En una dirigida a Marcus Herz
en junio de 1771 (20), el mismo Kant reconoce que con razón muchos le tildan de
«maleducado» por la tardanza en contestar, que tiene «la mala costumbre de pensar
que será más cómodo el correo del día siguiente que el de hoy». Exactamente lo
contrario de lo que hacían sus contemporáneos, víctimas cotidianas de la
Brieffreudigkeit. Pero sucede además, prosigue Kant, que si las cartas son serias, le
«enredaban en una serie de investigaciones», aplazando indefinidamente su redacción
final, y cobrándose además el esfuerzo a costa de la salud (una salud tantas veces
invocada a lo largo de la correspondencia que termina haciéndose sinónimo de
disculpa). Kant concluye advirtiendo al joven Herz que, si le escribe, debe resignarse
a no recibir respuesta «más que de vez en cuando»…
No podemos decir que Kant animase precisamente a sus corresponsales, por eso
el volumen que a pesar de lo cual tiene su correspondencia, aun siendo inferior a la de
sus contemporáneos más ilustres, es un buen testimonio del interés que despertó su
criticismo filosófico en la sociedad de la época. Mercedes Torrevejano, sin embargo,
nos advierte de que muy pocas veces la categoría del corresponsal le movió a hacer
de sus cartas «lugar de elaboración y forja de ideas científico-filosóficas».
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La prosa kantiana escasas veces rebasa la contención y convencionalismo que
imponía el uso de los estereotipos de la retórica epistolar, cuyo sentido llegó a
plantearse en alguna ocasión[2]. En estas cartas «esenciales o minimalistas», como las
llama nuestra editora, no hay lugar para las efusiones de sentimentalismo
(Empfindsamkeit) que inundan el género epistolar del siglo[3]. Lágrimas, efusiones y
poemas sólo se encuentran entre los corresponsales jóvenes (45, 50, 53…), pero
nunca en las cartas del propio filósofo.
Kant no sólo está «a contracorriente» con su escasa afición a… escribir cartas,
sino que, además, una vez escritas se resiste enérgicamente al uso de la época de
permitir su publicación. En 1781, a la muerte de Lambert, uno de los pocos
corresponsales que estuvo a su altura, se alegra de la publicación de sus cartas y
también por el honor de que incluyan algunas dirigidas a él, pero se niega a que se
incluyan sus contestaciones, con el pretexto de «que no contribuirían en nada al
realce de la colección» (37). Cinco años después sucedió lo mismo al morir
Mendelssohn: «ruego también, y muy mucho, que se excluyan por completo mis
cartas, que nunca fueron escritas con la idea de que las leyese el público» (48).
De todos los tópicos en torno a Immanuel Kant, el único no por más repetido
menos verdadero es el de que «no salió nunca de la provincia; no fue ni una sola vez
a la cercana Danzig»[4]. Si Kant no salió de Königsberg, tampoco hubo muchos que
se acercasen a esta ciudad para conocerlo, fuera del círculo de sus lectores y
discípulos alemanes, e incluso muchos más le hubiesen visitado, dice Jachmann, «de
no haber estado Königsberg tan lejos, cosa de la que se han lamentado muchos
ilustrados» (61), Para un Kant, inmóvil en la Prusia oriental, la única vía de
comunicación con la Europa ilustrada era la correspondencia, y aquí el desinterés del
filósofo por las cartas le dejó huérfano de toda relación que fuese más allá del ámbito
germánico, a través del cual fue conociendo la difusión de sus ideas en Francia,
Holanda o Inglaterra. Escasean en su correspondencia los extranjeros, y con los
contemporáneos que Kant más admiraba, Hume y Rousseau, no cruzó carta alguna[5].
Extraña correspondencia la de Immanuel Kant. A pesar de las noticias que nos da
de su cotidianeidad, de las vicisitudes de su vida académica y filosófica, la impresión
que deja en un lector es la de cierto en claustra miento. No hay más trasfondo real de
sus cartas que no sea el de su propia filosofía. Kant sabemos que estaba
excepcionalmente (y apasionadamente) informado de la historia europea de su época,
pero la historia está ausente en lo que aquí escribe, a lo más una escueta alusión, por
ejemplo en agosto de 1789 a «la actual crisis de Europa» (57). Son algunos de sus
corresponsales los que reflejan las pulsiones de su tiempo. En octubre de 1790, desde
Halle, Johann Benjamín Jachmann da cuenta a su «querido maestro y amigo» de su
viaje a París para «poder estar en la época principal de su historia», el momento
jubiloso de la Fiesta de la Federación en el Champ de Mars (61). Tres años más tarde,
el 5 de octubre de 1793, en pleno Terror, Johann Erich Biester testimonia lo que ya
sabemos, la fama de Kant, como de la mayoría de los intelectuales alemanes de la
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época, de ser simpatizante de la Revolución francesa. Bien es verdad que, a
continuación, expresa su alivio por la publicación del artículo de Kant «En torno al
tópico: “Tal vez eso sea correcto en teoría, pero no sirve para la práctica”», que el
antiguo consejero ministerial prusiano se apresura a interpretar como prueba de la
falsedad que suponía atribuir al filósofo cualquier pensamiento revolucionario, que
habría significado, prosigue, la aprobación de una «revolución cada vez más
repugnante», complacida en las decapitaciones, «actuando más con manos
ensangrentadas que con el trabajo de la razón»[6].
Como no podía ser de otra manera, ya en el año de la muerte de Kant comenzaron
a ser publicadas cartas suyas, primero incluidas en las biografías tempranas, después
publicadas aparte, hasta llegar a la monumental edición de la Academia, la Ak., y a la
más reducida de Otto Schöndörffer, reeditada por Rudolf Malter y Joachim Köpper
en la clásica Philosophische Bibliothek de Félix Meiner, Hamburgo, 1972. Y con las
publicaciones en Alemania las traducciones fueron llegando a partir sobre iodo de los
sesenta del siglo pasado. Se trató en general de muy pocas cartas, la publicación más
extensa, la de J.-L. Bruch al francés en 1969, incluye sólo algo más de una veintena.
El lector, por lo tanto, se encuentra con estas noventa y ocho cartas de Kant en
posesión de un tesoro del que, hoy por hoy, no disponen otras lenguas.
Pero cada libro tiene su historia, y uno podría preguntarse por qué aparece ahora y
aquí esta traducción. El progenitor de la empresa fue Gonzalo Borras, director de la
Institución «Fernando el Católico» y «mi carísimo y dilecto amigo», como diría Kant,
y quien con motivo del bicentenario del filósofo decidió, dijo, que algo había que
hacer en Aragón. Acogió después con «ánimo ilustrado y cosmopolita», por seguir
hablando como el filósofo alemán, la idea de patrocinar la traducción de una
selección de la correspondencia kantiana. De esta importante tarea se encargó la
profesora Mercedes Torrevejano, catedrática de Metafísica de la Universidad de
Valencia y acreditada kantiana, a la que hay que agradecer no sólo el trabajo de
selección y traducción de las cartas, sino además el establecimiento de los apéndices
y notas que facilitan la lectura de los textos. Las ilustraciones y las elegantes siluetas
de la época las eligió Daniel Pelegrín Nicolás.
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Retrato de Kant realizado por Johann Gottlieb Becker en 1768.
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INTRODUCCIÓN
¿Qué podremos decir, una vez más, de Kant? ¿No se han agotado ya todos los
tópicos sobre su figura y su obra? Y sin embargo, una y otra vez, hablar de Kant nos
coloca ante un desafío: por la desmesura del propósito, por el temor a la injusticia,
por la magnitud del panorama, por la grandeza de la presencia humana que envuelve
a quien se atreve a dejarse llevar, a pensar y pensarse en sus textos.
Desde hace muchos años, los azares de mi iniciación a la lectura de Kant me
llevaron muy pronto al recorrido de sus cartas. Y digo «recorrido» porque la mención
tópica de algunas de ellas en los intérpretes que a la sazón tentamos a la mano incitó
sobremanera mi curiosidad. De modo que, siguiendo la huella de aquellas tópicas
citas, exploré la correspondencia de Kant a la caza de los lugares más inexplorados.
En busca de motivos intelectuales, de aclaraciones de sus conceptos, expuestas en la
forma tal vez más auténtica de la privacidad, de la confesión de intenciones, del cara
a cara con quienes le preguntaban y objetaban, en un contexto donde el autor no se
siente estampando la firma de auctor, como cuando envía sus pensamientos a la
imprenta. Es un contexto donde los perfiles o la figura real del personaje quedan tal
vez más a la vista. Pero no es sólo eso: se trata también de que una correspondencia
desvela junto al personaje el mundo que le está adherido, que hace figura con él.
La historia de las sociedades, de las instituciones, de los hechos de la razón que
diría el propio Kant parece enseñarnos que ni el saber, ni el arte, ni la virtud, en todas
sus proyecciones hasta lo más público de lo público, llegan a habitarnos de un modo
conformado, ofrecido como excelente e irradiante, si la virtud, o el saber, o el arte, no
se dan algo así como en constelación, como sucede en el universo físico con el
comportamiento de las masas estelares. Las coyunturas que llegamos a calificar de
históricas, y que admiramos como ejemplares, condensan un cúmulo de
circunstancias, que ante todo son cúmulo de voluntades, de sueños, de ideales
compartidos. Cierto que estas afirmaciones pueden sonar a verdades de Perogrullo,
«condenados» como estamos a convivir y a hacer con los demás. Y que las
coyunturas históricas pueden con frecuencia tomar también, por ello mismo, el tono y
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el cariz de la miserable perversión de la verdad y de la virtud, que sin remedio
envolverá también a las sociedades.
Pero la remembranza de esa convicción quiere referirse a la habilitación crítica de
ese hecho inevitable en el cuidado consciente, intencionado, de la vida. Algo que creo
puede verse en Kant, y que de modo incontestable Kant nos devuelve, en parecidos
términos, tanto reflexionados como ejercidos; y ello en los dos planos inseparables: el
de la propia vida personal, y el de su conciencia como hombre de la Ilustración y de
la universidad, llamado especialmente al ejercicio de la Filosofía. En este preciso
sentido, Kant simboliza de manera ejemplar la cristalización, more moderno, de una
precisa y exigente dinámica humanizadora, capaz de aunar conciencias y libertades
en torno al viejo sueño —humano, irrecusablemente humano— de la sabiduría.
Kant es entre nosotros sobradamente conocido, si es que lo que merece ser
conocido puede serlo alguna vez en demasía. Nuestra producción bibliográfica,
nuestras universidades y centros de investigación cuentan con pléyade de excelentes
y reconocidos kantianos. Prácticamente la totalidad de lo publicado por Kant se ha
traducido entre nosotros, incluidas algunas de sus Lecciones de Lógica, Ética,
Metafísica: tarea de larga vida ya, que tiene capítulos importantes en la generación de
Ortega —pensemos en García Morente, pasando por la gran labor pionera que antaño
ejerció en esa transmisión de Kant el mundo hispanoamericano—; y que ha florecido
extraordinariamente en los últimos años, hasta el punto de que algunas de sus obras
paradigmáticas se han traducido más de una vez (Vid. infra Apéndice II, Escritos
kantianos). Pero desgraciadamente eso no ha sucedido todavía con sus cartas, a no ser
la famosa a Herz de 11-2-1772, inserta en la espléndida edición de la Dissertatio de
1770 que introduce J. Gómez Caffarena, a quien tanto debe el kantismo de nuestro
país, desde los años sesenta del pasado siglo. A lo que hay que añadir la carta a
Federico Guillermo II que el propio Kant introdujo en El conflicto de las Facultades
o La contienda entre las Facultades…
Sin embargo, la selección presentada aquí, ahora, dista mucho de ser todo lo
completa que debiera y que Kant merece. Limitados por la extensión del libro, por el
objetivo de la publicación, se ha intentado, a modo de «prueba» de festín, ofrecer a
un amplio público de lectores un contacto vivo y estimulante con la persona, el
estudioso, el ilustrado, el maestro de pensamiento, el hombre en suma que fue
Manuel Kant.
Su condición de solitario inconmovible, de sedentario convicto, amante de la
vida, de la buena mesa, de las formas refinadas, y de la buena conversación en
compañía bien seleccionada; sus hábitos de trabajador organizado, de cuidadoso
administrador de sus intereses económicos; su estilo reservado, pudoroso, y hasta un
tanto distanciado de los afectos familiares; su pasión por el conocimiento, ejercida
siempre según reflexión analizadora y metódica, buscadora de distinciones y de
planos, acompañada por una gran curiosidad por las novedades en los campos más
dispares del saber; su atenta vigilancia de su época y de los centros de influencia, a
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través de los gestores editoriales, de los colegas lejanos, de los discípulos jóvenes, en
las distintas etapas de su vida; su actitud respetuosa de las formas, de las reglas
institucionales, de los representantes del poder público; su íntima disposición de
hombre libre de espíritu, de sinceridad insobornable, sostenida por elocuentes
silencios en las situaciones límites; de independencia incorruptible de juicio y de
acción; su exigente cuidado de la amistad; su fidelidad y admiración discreta pero
incontenida, por la virtud o la excelencia de personas encontradas fortuitamente, de
prácticamente nula interferencia en lo que hoy diríamos sus intereses —como es p. e.
el caso de Garve, o el de Hufeland—; todo ello acumulado, nos fuerza a ir más allá
del Kant al que apela nuestro academicismo, o nuestro sentido de las ideas y de su
historia; nos lleva al hombre, o si se quiere, a lo humano que nos concierne de modo
irrenunciable, que toca nuestro propio fondo, siempre eludido en medio de los tópicos
de nuestro celo de estudiosos profesionales de la filosofía.
No se trata de contemplar hagiográficamente a Kant. Sólo simplemente, tal vez,
de atrevernos a ver en nuestra curiosidad por su trabajo intelectual filosófico —centro
de gravedad de su vida, y de su correspondencia— la medida humana que le da
realidad concreta en los días y en los afanes. Pues una de las características de Kant
es precisamente la simplicidad del trazo que modela su vida, es decir, la tremenda
estabilidad —incompatible con la rigidez— de su sistema existencial. En todo caso,
ni el conjunto de sus cartas, ni los datos que hay detrás de ellas sobre relaciones,
hechos, conflictos, permiten avistar rasgos o episodios de pequeñas o grandes
miserias de Kant. Los tópicos que hablan de su rigidez o de sus extravagancias,
cuando se examinan más de cerca, acaban siendo simples informaciones sobre unos
hábitos, o una forma de vida más bien simple y disciplinada que extravagante. Tal
vez lo que suceda es que un determinado grado de conjunción de cualidades, de
actitudes y de comportamientos adornando la coherencia de una vida asentada en
principios, por muy poco espectacular que cada rasgo sea, si además resulta haber
estado atravesada por la genialidad del pensamiento, nos tenga que parecer una pura
rareza.
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adoptan la forma de una correspondencia. Pues bien, a la propia filosofía kantiana le
alcanzó ese destino; precisamente el trabajo que tal vez más contribuyó a difundir la
filosofía de Kant, se publicó en una serie de «entregas» mensuales bajo el título y
forma de Briefe über die kantische Philosophie («Cartas sobre la filosofía kantiana»),
cuyo autor fue Carl L. Reinhold, uno de los personajes más influyentes en el mundo
de las publicaciones, a partir de los ochenta, gran admirador y amigo de Kant, a quien
éste estuvo siempre agradecido, aunque lo viera derivar filosóficamente en un sentido
que le contrariaba.
Sin embargo, precisamente en este punto, es decir, en cuanto al sentido que da a
ese medio de expresión que es la carta, Kant se muestra diré que minimalista o
esencial. En realidad, a contracorriente de la época. Muy pocas personas, por no decir
prácticamente ninguna, y siempre muy limitadamente en el tiempo, suscitaron en él
algo de interés por la correspondencia como lugar de elaboración y forja de ideas
científico-filosóficas. En realidad, tal posibilidad no llegó a ser puesta en práctica por
Kant. El lector juzgará por su cuenta hasta qué punto tal vez sólo el malogrado
Lambert, y Moses Mendelssohn —a quienes admiraba harto, a quienes veía a la
misma altura, construyéndose igualmente el propio camino, en cercanía de edad y de
ideales ilustrados—, o más adelante Garve, habrían cumplido la condición de
posibles colaboradores por este camino. Pero ese tipo de relación epistolar hiladora
de temas no cuajó. Lambert murió prematuramente y Mendelssohn («el gran Moses»)
se desentendió del giro copernicano (Wendung), en su significado teórico estricto,
aunque fue como un modelo respetado por Kant en las cuestiones prácticas y de
filosofía de la religión.
Pero la razón principal que impide hacer valer la correspondencia de Kant en esa
perspectiva estriba, a mi juicio, en su resistencia a la exposición de ideas poco
probadas o elaboradas previamente ante sí mismo; o si se quiere ver de otra manera,
en su gran sentido académico-escolástico o constructivo de los temas, y de las
cuestiones, según reglas lógico-metódicas. De ahí que tal dinámica envolvente del
trabajo filosófico, la correspondencia, no cuajara en su caso, dada la radicalidad con
que se planteó su propia tarea desde aproximadamente 1764/1765 —cuando irrumpen
en su vida Lambert y Mendelssohn— hasta 1781, cuando se alumbra su revolución
copernicana. Una vez alumbrada la Crítica de la razón pura, las posibilidades de una
correspondencia creativa o en la forja de ideas quedaron definitivamente
condicionadas por el inmenso peso sistemático que la Crítica arrastraba tras de sí.
Pues la obra era ante todo un programa de trabajo. De ahí que desde 1781 Kant hable
en sus cartas, cuando se refiere a sus planes de publicaciones, de su «negocio crítico»,
y supedite toda posible exploración intelectual en conversaciones por escrito a la
reflexión expositiva orientada a explicarse sobre la gran obra, exponente ante todo de
un cambio en la manera filosófica de pensar. En este sentido Kant es, a partir de
1781, un hombre concentrado y casi monotemático. La propia Crítica de la razón
pura se convierte en punto de referencia de su relación con la mayor parte de sus
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partenaires epistolares. Y hay que resaltar que se trata ante todo de la primera Crítica,
pues en realidad las obras posteriores se supeditan, como exigencia derivada y
ocasión de dilucidaciones, a las directrices que quedaron marcadas en la primera
obra[1]. En este condicionado sentido, el intercambio y forja de ideas vía
correspondencia es (será) más bien para Kant amable confirmación de lo que piensa,
respuesta a preguntas y malentendidos, cosa que convierte las cartas de Kant a veces
en excelentes alternativas a textos de su obra, cuando no se queja por no haber sido
entendido; pero un paso más allá, y en compatibilidad con lo anterior, aparecerá en su
correspondencia ese tipo de personajes que irrumpen con proyectos de exposición,
comentario, tratamiento y uso académico de sus escritos, cosa que suscita siempre la
excelente acogida de Kant, que a modo de maestro se brinda a orientar sobre el
formato de esos trabajos. Quienes le escriben lo hacen con entusiasmo y veneración
por los grandes horizontes que su lectura les ha abierto. Pero no siempre estaremos
ante un partenaire en cuyo intercambio de cara al criticismo Kant encuentre a la larga
interés intelectual. En este punto de la valoración o interés que le suscitan sus
comunicantes, Kant se mueve: entre la cortesía que desde un comienzo elude el
diálogo —cuando ve que quien le escribe anda despistado o desenfoca—; el cultivo
afable y amistoso de los colegas y discípulos fieles, que llegan a desenvolverse con
soltura, a mentalizarse en la filosofía crítica, y la adoptan como académicos; y el trato
afable, respetuoso, y profundamente atento hacia quienes inciden creativamente,
resultando a la postre ser más o menos problematizadores de sus ideas en puntos
clave. Se trata de los llamados por él «mis amigos hipercríticos», de los que a la larga
parece cansarse: silencio o cartas que quedan sin respuesta, evasivas y alguna vez la
fina ironía de confesarse poco capaz de tanta sutilidad son modos de mostrar ese
cansancio. Fichte, Beck son casos claros de este tipo de relación. De otro modo —
pues la amistad y la estima habían llegado a ser intensas—, la relación con Reinhold
deriva por la misma ruta.
¿Los abiertamente enemigos polemizadores? Kant ha sido poco amigo de
polémicas. Y esa afirmación vale a pesar del desafío que él mismo planteó en los
Prolegómenos (1783) al anónimo «recensor» de la Crítica en Zugaben zu den
Göttinger Gelehrten Anzeiger de fecha 19 de enero de 1782, Y a pesar del caso
Eberhard. El primer episodio acabó en un encuentro confortablemente amistoso y
estimulante para Kant, pues fue Garve quien dio la cara, en una de las cartas más
admirablemente ejemplares de la correspondencia kantiana, por su tono de
humanidad; cosa que en cierto sentido, sin que Garve se propusiera tal cosa, devolvía
a Kant el desafío en clave moral. La nobleza e inteligencia de Garve, su
magnanimidad hacia el verdadero «facedor del entuerto», generaron en Kant un
profundo sentimiento de admiración y amistad que los unió hasta la muerte de Garve.
El «episodio» Eberhard constituye, por otra parte, el único ejemplo estricto de
entrada kantiana en polémica. Lo hizo con parsimonia, y convirtiendo el asunto en
una suerte de revisión esclarecedora del propio sentido de lo hecho en la Crítica de la
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razón pura[2]. La correspondencia ayuda a ver que se sintió bastante empujado por
esos jóvenes académicos que, identificados con Kant, hacían bandera del criticismo,
y estaban, por así decir, en la tesitura de compartir escenario con él. (Es el caso
clarísimo de Reinhold.) En este punto personas como Bering y Garve, ejemplos
ambos de cabezas sólidas, ilustrados de gran personalidad, sin pruritos de
protagonismo alguno, entendían que la entrada de Kant en esa polémica no valía la
pena, porque no contribuía en nada a salvar a Kant de ningún desprestigio, dada la
poca solidez, por sí mismo, del personaje que la había promovido[3].
Entre sus comentadores/difusores, adeptos a la Crítica de la razón pura, Johann
Schulz (o Schultz) constituye un caso apreciable de excelente relación, de constante
reciprocidad en la estima, de seguridad por parte de Kant de que «es el que mejor le
ha entendido». Garantizó muy pronto con sus recensiones y Aclaraciones… sobre la
Crítica una acertada comprensión de lo que Kant había hecho, cosa que alivió a éste,
preocupado por su incapacidad para hacerse entender. Matemático como Lamben,
cabe suponer que Schultz representa en la vida de Kant ese topos a sus ojos seductor,
brillante, aleccionador y peligroso al mismo tiempo para la metafísica, que son las
Matemáticas, ese «brillante ejemplo» de ciencia que camina gloriosamente de la
mano de la razón, procediendo por conceptos, sin trabas o reproches por parte de la
experiencia. El caso de Beck, matemático también, es indicativo de esto mismo: de
entrada Kant valoró la relación con Beck, porque a su juicio ciertas perspectivas de la
Crítica sólo las podría comprender y desarrollar adecuadamente alguien con esa
formación. Otra cosa es que la esperanza no se cumpliera como él había imaginado.
Hay un nuevo tipo de relación intelectual, bajo el mismo general
condicionamiento, y compatible con cualquiera de los casos anteriores, que se
impone desde otro matiz: se trata de los amigos discípulos, adeptos al giro
copernicano, letrados profesores también, que representan el poder mediático, la
administración o dirección de periódicos y revistas científicas, en las que se debatirá
la filosofía kantiana: Biester, Schütz, Reinhold-Wieland.
Como puede deducirse dadas las veces que ya lo hemos citado, el caso de
Reinhold es muy especial. Se trata de un partenaire polivalente: Kant le profesó
siempre respeto y afecto, pues en cierto sentido había sido el gran responsable de la
difusión de la filosofía kantiana, como hemos dicho más arriba. Amigo de Herder,
había escrito un artículo defendiéndolo de la recensión que en enero de 1785 Kant
había hecho de la I Parte de las Ideas para la Filosofía de la historia de la
humanidad, del gran predicador. Defensa que no fue obstáculo para que se
entusiasmara con la filosofía de Kant, se hiciera su amigo y se convirtiera, en cierta
manera, por unos años, en omnipresente decidido mediador de las relaciones de Kant
con la vida intelectual de su tiempo, proporcionándole cancha en el Teutsches Merkur
—que prácticamente dirigía—, noticias, conocimiento de terceros, y juicios sobre las
actitudes de otros académicos y universidades ante la Filosofía crítica.
Avanzando el tiempo se van perfilando ante nuestros ojos algunos de entre todos
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ellos como personas que escriben a Kant como si se hubieran insertado de una
manera quasi familiar en su vida: Se trata de jóvenes académicos, que ejercen de
estrictos discípulos, a quienes reconoce inteligente conocimiento y manejo de las
tesis críticas, de quienes en algunos casos fue maestro, cuyas vidas profesionales e
intelectuales ha seguido y contempla con agrado y respeto: Es el caso de Wasianski,
de Borowski, de los hermanos Jachmann, de Kiesewetter, y en cierto sentido de
Tieftrunk.
En los intersticios, aparecen inevitablemente personajes de toda índole: los
familiares estrictos, los buenos amigos de la vida diaria, con quienes comparte mesa:
banqueros y comerciantes de Königsberg, cargos administrativos de la ciudad, como
Hippel; profesionales de otras profesiones, que han intercambiado publicaciones con
él, sus distintos libreros y/o impresores. Y algunas mujeres. La selección se ha
esmerado en hacer ver esta faceta, escueta y curiosa, pero igualmente significativa.
En el recuento de las figuras que se cartean con Kant llama la atención una; El
fiel Marcus Herz, discípulo y amigo inconmovible, el confidente privilegiado de los
años «silenciosos», maestro de kantismo en sus cursos en Berlín, el médico que sigue
sus altibajos de salud, el sabio al que consulta con interés y cuyos escritos sigue y
comenta. No se agotan los tipos; el lector sabrá completar el cuadro.
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En el cuidado de la tarea filosófica que le entrega la tradición, significada
eminentemente por la temática metafísica,
Buscando restaurarla o decantarla por el camino de una exigencia metódico-
científica.
Y para que eso sea posible, obligado a introducir en la problemática filosófica
una tarea propedéutica, de dilucidaciones previas, centradas en el hombre o
más concretamente en la razón humana, celosa propietaria de la tarea que
llamamos filosofía. El análisis deberá medir esa razón humana en cuanto capaz
de acometer los diversos asuntos filosóficos, cuya cifra es la metafísica. (Aquí se
inscribe y recibe todo su sentido la gran obra programática: la Crítica de la
razón pura, como examen de la misma razón.)
Toda esa revisión y nueva tarea filosófica ancla en un asunto radical o
definitivo: la determinación o destinación metafísico-moral del hombre. Aquí,
como contrapartida, está la clave de la tremenda pregnancia que se registra en la
obra kantiana del tema de la moral; y de la religión.
Pues en definitiva, la exigencia crítica que impone la época, y que lleva a que la
razón se haga cargo de dirigir la vida humana, no es otra cosa que llevar a la razón a
la autenticidad de su significado liberándola de sus «minorías de edad». Minoría de
edad significa: que sus afanes especulativos de todo orden estén dirigidos por
desmesuras que le hacen creerse una razón poderosa capaz de dominar los objetos
más altos, hasta Dios mismo; minoría de edad significa que sus afanes prácticos
remitan los fundamentos del obrar a mandatos, a reglas que lo sostienen en principios
extraños a la razón, o que la supeditan a sus pasiones instadas por y desde su
sensibilidad. Cuando Kant contempla la minoría de edad de la razón, piensa sobre
todo en el sentido último de sus afanes prácticos, que no es otro que la prosecución y
logro de su figura moral.
En esta doble perspectiva, la situación de la filosofía es para Kant, desde sus
primeros años académicos, la de un cierto callejón sin salida, evidenciado por el gran
hecho de la revolución científica, simbolizado eminentemente por Newton. Kant vive
la situación de modernidad de la razón filosófica que viene de Descartes, que pasa
por Locke, por Hume, por Leibniz, por los moralistas ingleses, como una situación de
inestabilidad, de perplejidad, de encrucijada, que se detecta sintomáticamente en los
problemas base de la Filosofía: los problemas metafísicos, los más altos y difíciles,
pero también los más interesantes, aquellos que se refieren a Dios, a la libertad, al
alma inmortal. A los ojos de Kant, la crítica de Hume, ese hombre agudo que ha
llamado la atención sobre la condición empírica de la razón, ha llevado este problema
de nuestro saber —que imbrica, no lo olvidemos, nuestro conocimiento y nuestra
acción— a un lugar insatisfactorio, pues ha abierto la espita del escepticismo,
socavando el propio sentido de la razón como dotación singular del hombre en el
seno de la naturaleza. Tan singular que por ella, por la razón, el hombre es el ser que
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aun emergiendo de la naturaleza se distancia absolutamente de ella. Ésa es la
paradoja, la extraña dualidad de lo humano.
De ahí que Kant, filósofo insobornable, se obstine en secundar la exigencia de
crítica de la época, asumiéndola precisamente por el camino analítico-metódico:
poniendo entre paréntesis cualquier conclusión posible más o menos tradicional y
arraigada, más o menos grata al espíritu revisionista de la época (extremos todos),
para dar vueltas al modo y manera en que la razón puede habérselas con las cosas,
estipulando verdades sólidas y estableciendo razones que den certeza científica al
saber, y, paralelamente, dilucidando los principios racionales del obrar en su sentido
más radical: en cuanto la razón se encuentra afectada por el deber, o en cuanto razón
moral, que es la misma cosa.
Dicho de otra manera: el perfil lógico de toda aquella secuencia de trabajo que
Kant programa no es baladí. Pues no es puro programa de trabajo consistente o
aislable por sí mismo, que perteneciera a un ámbito de cosas de la vida no
directamente determinantes para la vida misma (como pueda serlo un avance físico o
matemático, más o menos pleno de eficacias útiles para nuestro bienestar). Se trata de
un programa de alcance antropológico que no oculta estar dirigido por la cuestión de
la plenitud (moral) del ser humano.
A partir de ahí, la filosofía entendida como destinación natural del hombre evoca
de nuevo en Kant su comprensión —que viene de lejos— como doctrina de la
sabiduría (Weisheitslehre). Cuando Kant hace este tipo de consideraciones busca
situar la tarea filosófica que le ocupa en el hilo de la historia, en el camino que ha
soñado al hombre, representándoselo bajo el paradigma del sabio, identificado
finalmente como el filósofo. De este modo Kant, ilustrado plenamente secularizado,
consuma con su filosofía la Ilustración.
No tiene nada de extraño que la tarea filosófica kantianamente entendida haya de
calibrar el lugar y sentido de la religión cuando Dios, revelándose, es oferta y
apertura de Sí a la razón. Es decir la Crítica en Kant —más allá, o más acá de las
proclamas de la época que asocian la crítica de la religión a la de la superstición—, ha
de situarse ante la religión, cuando se habla de religión en el sentido más fuerte de la
autorrevelación de Dios a la razón humana: lo representado para Kant por el
Cristianismo. Pues bien, también la tarea deberá medir el sentido de la religión
«dentro de los límites de la mera razón».
El Kant que acaba tejiendo todo ese cuadro de asuntos ineludibles, situando los
hilos de la trama de la filosofía de modo que dibujen un lugar —interrelacionado con
los demás— para cada problema, no es un Kant simplemente académico, aunque todo
ese tejer se realice y deba realizarse por modo académico; es el Kant humano, que
traduce o traspasa el fondo existencial de todo ser racional preguntándose por su
destino: ¿Qué pasa con todo esto, con mi conocer, con mi obrar, con mi estar entre
los otros, con lo que los hombres hacen en común, qué pasa conmigo, con la felicidad
a la que aspiro? Y ¿qué juega Dios y la religión en todo esto?
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Con esto quiero decir que los perfiles esenciales del giro kantiano, que afectan a
su propuesta filosófica, no podrían entenderse, aun bajo el supuesto de su talento,
como efecto de una simple prosecución académica de los temas, o ni tan siquiera por
la presión del clima intelectual de la época, inquieta, ávida de la aventura literaria, de
la publicación, de la recensión y el comentario, consciente de su destino como
«época» revisionista o «de ilustración»; hay que preguntarse si hubiera sido posible la
filosofía kantiana sin el peso determinante de su pasión por la verdad, sin su
percepción acerca del modo como concierne al hombre tal problema, y en suma, sin
su inquietud por el sentido de la completa determinación o plenitud moral del
hombre.
3. Presidida por la idea de mostrar ante todo el estilo, para encontrar al hombre —
como diría nuestro Ortega—, la selección ha querido insistir, en primer lugar, en el
arranque del camino. Los años hasta 1781 —las cartas que ahí encontramos—
iluminan claramente el empeño tras esa posición metódico-filosófica de la que hemos
hablado, al mismo tiempo que la autenticidad del empeño; y esto último, tanto por la
ambición en cuanto a su radicalidad y alcance, como por la exigencia en cuanto a la
verdad de la cosa encontrada. Por mucho que le urgiera la carrera académica, esos
primeros años —de 1762 a 1770 y después, hasta 1781— muestran el tipo de camino
que ha elegido Kant: aquél en que prevalece la autenticidad filosófica sobre la imagen
de fecundidad académica, o, si se quiere, aquél en que prevalece el hombre honesto
sobre el profesional de talento capaz de ofrecer trabajos académicos al público sin
demasiado esfuerzo.
Las cartas escritas por Lamben o a él dirigidas en este doble espacio de tiempo, a
pesar de su carácter tan estrictamente temático, no podíamos eludirlas, porque en
ellas se miden dos hombres que entran de nuevas en la tarea de su vida y que
comparten un mismo espíritu y un mismo diagnóstico sobre la situación intelectual; y
porque la gran figura de Lambert —digna de ser conocida por sí misma— nos da una
magnífica e inicial medida del Kant meticuloso, apasionado por el problema
metódico de la filosofía, en aras del logro de su figura científica, concienzudamente
ambicioso de sopesarla en términos sistemáticos —y, por parte de Kant—, no
elusivos de la dimensión práctica de la razón.
En ese momento, y como contrapartida, la aparición fugaz de su conversación con
Herder —y algo más tarde de su conversación con Hamann a propósito de un escrito
de Herder— ilustra y nos hace vislumbrar ya la renuncia de Kant a otorgar cualquier
visto bueno a ninguna clase de Schwärmerei, de ensoñación o fanatismo, una
convicción, o tal vez mejor dicho, un sentimiento (¡oh, paradoja!) que jamás le
abandonará.
Este contexto de exigencia explica y hace bastante lógico —pese a su aparente
carácter de exabrupto— ese sorprendente escrito kantiano de 1766 que fueron Los
sueños de un visionario… Aunque fuera un escrito ocasionado por unos extraños
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hechos, se explica que Kant hiciera causa de esos hechos para dar cierto cuerpo,
concreción conceptual y organización metódica al problema de la metafísica, tras el
que andaba, planteándose la cuestión del acceso del espíritu a sus objetos, de las
condiciones de ese acceso, de los respectos espacio temporales en los que los
fenómenos del mundo se insertan y se constituyen en datos para el conocimiento. Nos
referimos a la espléndida carta a Mendelssohn sobre esa obrita, carta en la que asoma
claramente su fibra intelectual y humana. Y en la que vemos a Kant definitivamente
andado en el rechazo del dogmatismo intelectualista y decidido a buscar el lugar y
papel de la sensibilidad. Podemos colegir que Newton y Hume han hecho ya en Kant
«benéficos estragos».
Los años silenciosos tras la Dissertatio de 1770 ofrecen una de las facetas más
desconocidas de Kant: su atención y colaboración en tareas explícitamente
pedagógicas, en contacto y complicidad con grandes ilustrados a los que respeta
profundamente. Y nos dan igualmente la medida de la profunda tesitura de Kant en el
problema de la moral y de la fe religiosa. Los grandes tópicos que se consagran en
sus obras de moral y religión, bastante más tardías, no tendrán nada de novedoso. El
homo religiosas nunca negado por Kant juzga el don de la fe revelada como un
obsequio a su razón, nunca como una sustitución. Antes y desde si y su razón es
homo moralis. La carta a Lavater de 1775 que se ha seleccionado da que pensar.
Estructuralmente aquellas obras sistemáticas sobre moral y religión podrán verse en
dependencia lógico epistémica respecto de la Crítica de la razón pura, del programa
crítico, pero evidentemente razonan y repulen, por así decir, posiciones y
convicciones que han precedido a la configuración del giro copernicano. Lo cual
ayuda a ver que su actitud ilustrada ha tenido un arraigo primario y —en esa medida
— una función directiva en el orden de la moral, desde donde ha caminado hasta
convertir a Kant a este respecto en el filósofo de la sospecha acerca del interés teórico
de la razón por la metafísica: un interés meramente derivado, imposible de erradicar,
y envuelto en sofismas, proyectado desde el interés práctico por sus objetos. Esa
idea, esclarecedora de tantos afanes y fracasos de la razón, es esencial al kantismo. Y
está posibilitada ya en estos comienzos, aunque no hubiera madurado todo el sistema
crítico de la razón, ni se hubiera desentrañado su dialéctica.
En contrapartida con esta primera etapa, la selección a partir de los años noventa
era bien difícil. El volumen de correspondencia de estos años hasta su muerte es
inmenso. Sin embargo, de nuevo en esta etapa hemos creído comprobar que la
correspondencia podía dejar traslucir con cierta prevalencia los rasgos que definen la
figura humana.
Kant vive en estos años una situación impensada para quien ha alcanzado la cima
de la fama y un reconocimiento inusitado de auctoritas intelectual y moral en toda
Alemania: la sombra de la censura, reflejo de prevención ante lo que llegaba de la
Francia de la Revolución.
La muerte de Federico II en 1786 va a romper en buena medida la dinámica de
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apertura ideológica, de fomento de ilustración que tanto había elogiado Kant en su
escrito sobre el tema. Wöllner, el nuevo ministro de Federico Guillermo II —sobrino
sucesor del gran Federico— entra en 1788 y sólo seis días después se emite el famoso
Edicto sobre la Religión. Meses antes Kant había publicado la Crítica de la razón
práctica. Obviamente el nuevo clima político-cultural no garantizaba ya a estos temas
una recepción sin reservas. De alguna manera se ha roto el encanto de la indiscutible
admiración y respetabilidad ideológica del gran maestro. Los años noventa lo
evidencian. Vemos a Kant ante bloqueos de censura, y al mismo tiempo intentando
sortearlos, incluso teorizando ante su Universidad (la Facultad Teológica en concreto)
sobre el lugar donde han de residir, de derecho, las competencias de la censura para
un escrito filosófico. Lo que se ventiló en estos empeños fue la publicación, por fin
lograda, de La Religión dentro de los límites de la mera razón (1793), toda una
odisea, pues lo inicialmente concebido por Kant habían sido cuatro breves escritos,
acordados con Biester, en el Berliner Monatsschrift (BMS). La publicación, al fin
lograda bajo la forma de libro, tuvo gran éxito, de modo que en el plazo de un año se
reeditó, ahora con un prólogo donde se introducían puntualizaciones de bastante
calado. Pero muy pronto, en 1794, recibe, bien personalizado, un escrito del Gabinete
real amonestándole seriamente por sus pronunciamientos y enseñanzas en estas
materias de fe y costumbres.
Sus reflexiones con motivo de todas estas incidencias cristalizaron en un nuevo
escrito de 1798, El conflicto de las Facultades, publicado una vez fallecido Federico
Guillermo II (1797), al considerar Kant que ya no estaba obligado por las promesas
que le había hecho al responderle. En efecto, en este escrito de 1798 Kant insertó la
Amonestación del Gabinete real de 1 de octubre de 1794 y la carta que con fecha de
12 de ese mismo mes había dirigido al Rey justificándose y comunicándole su
resolución de recluirse en el silencio sobre estos temas. Tal vez aquella respuesta no
nos parecería hoy la de un héroe, pero tampoco pertenece a nuestro sentir cívico de
hoy el sentido de la relación rey-súbdito que vivía aquella ilustrada sociedad. Hay
con todo en el escrito kantiano una reivindicación clara de la autoridad intelectual de
la universidad, y de la libertad de debatir que le es esencial. Algo que aquella Prusia
ilustrada había reconocido y respetado. En efecto, los escritos de los profesores
universitarios tenían el privilegio de disponer de la propia censura, «privilegio» que
les había otorgado un anterior edicto sobre la Religión, de Federico el Grande, en
1749.
Kant ha rebasado los 70 años y parece cansado. Sigue recibiendo cartas de
personajes lejanos que le envían libros. Sus discípulos más críticos están cerca
pidiéndole reconocimiento. De alguna manera Kant ya no les es necesario. Pero más
allá de los episodios de la censura, nos parece incluso tierno ese Kant tan próximo a
los ochenta, que espera impaciente (y aun reclama) los nabos de Kiesewetter; que se
preocupa de las cortinas, y del sol que no le deja trabajar, que arregla la vida de su
cuñada viuda, y envía los mejores deseos a los futuros esposos de sus sobrinas.
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Finalmente, la selección ha sido drástica en cuanto a la época de la plenitud vital
y profesional de Kant. En cierto sentido el cuadro que Kant nos brinda a través de su
correspondencia es ahí más unitario y monótono. Pero presenta una dificultad, en la
medida en que las cartas entran seriamente en tratamientos de las cuestiones
concretas de la Crítica. La lectura de tales cartas ha de ser necesariamente estudio
cuidadoso, que no eluda el análisis del detalle, el contraste con la obra publicada, con
las ideas de los filósofos del momento, con el suelo de la tradición moderna sobre el
que venía a plantarse la Crítica. Relativamente a este segmento del tiempo kantiano la
selección ha dejado asomar simplemente a figuras como Jacobi y Fichte, y ha omitido
deliberadamente a un conjunto de personajes —Beck, Jacob o Jakob, Maimón— cuya
palabra y presencia sirve casi exclusivamente a la historia estrictamente filosófica del
kantismo más teórico. Otra cosa es que no hemos podido «evitar» que suenen sus
nombres. Más bien hemos de complacemos porque de diversas maneras ha quedado
indicado su lugar. En el extremo opuesto, son incontables las cartas que no podían
caber en una selección de esta índole, pues son cartas de «perfectos desconocidos»,
cartas a las que, al menos desde nuestra situación y objetivos en este libro, no
sabríamos cómo darles el más mínimo significado tipificable.
No puedo terminar sin agradecer a mi buen compañero y amigo el profesor
Carreras su estímulo y ayuda, pues ha contribuido decisivamente a resolver pasajes y
términos que debían reflejar usos lingüísticos sociales, identificaciones
institucionales, etc., con rigor histórico. Pero más allá de ello, su cuidadosa y sabia
presencia desde la gestación y programación de esta pequeña obra, las reflexiones de
su presentación, entiendo que simbolizan toda una sugerencia sobre ese cruce de
interrogaciones que es Kant. Ciencia, moral, religión, construcción política,
cosmopolitismo tejen los hilos de una encuesta antropológica siempre en la cruz del
tiempo y de la historia; como desafío que arrecia y que no puede sino convocarnos
sobre ese suelo incierto que seguimos llamando las humanidades.
Mercedes Torrevejano
VALENCIA, DICIEMBRE DE 2004
NOTA: Las palabras entre corchetes [ ] en las cartas significan: una clara licencia o
suplencia lingüística, en aras de la comprensión a mejora del texto alemán; o bien se
trata de una información sobre la obra o persona o circunstancia a la que alude el
texto. Con este mismo recurso se inducen los latines y, en su caso, el griego.
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I
(1756-1759)
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La disertación que promovió a Kant como Magister en 1735.
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[1]
A Federico II, Rey de Prusia (5, 3)[*]
IMMANUEL KANT
[2]
A la Emperatriz rusa Elisabeth (9, 6)
Por causa del fallecimiento del venerable Prof. Kypke ha quedado vacante la
Cátedra de Lógica y Metafísica que él ocupaba en esta Academia regiomontana. Esas
ciencias han sido en todo momento el preferente punto de mira de mis estudios.
En los años de mi ejercicio como docente en esta Universidad, he impartido cada
semestre cursos privados de ambas ciencias. He presentado dos disertaciones públicas
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acerca de las mismas; además he procurado suministrar algunas pruebas de mis
esfuerzos a través de cuatro trabajos publicados en el Königsbergischen Intelligentz
Werk, así como tres programas y otros tres tratados filosóficos.
La perspectiva de enorgullecerme por haberme habilitado al servicio de la
Academia en estas ciencias, pero sobre todo, el designio clementísimo de Vuestra
Majestad Imperial de engrandecer las ciencias bajo su altísima protección y benévola
provisión, me infunden valor en orden a la humildísima petición de que su Imperial
Majestad se digne graciosamente concederme con toda benevolencia la Profesión
Ordinaria de esta Cátedra vacante, confiando en que, por lo que se refiere a la
capacidad requerida, el Senatus academicus no habrá acompañado con informes
negativos mi humildísima solicitud. Con toda mi devoción, súbdito sumiso de su
Majestad
IMMANUEL KANT
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II
(1760-1769)
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[3]
De Frau M. Carlota Jacobi, nacida Schwinck (25, 14)
12 de junio de 1762
Apreciado amigo:
¿Se maravilla usted de que me atreva a escribirle como al gran filósofo que es?
Ayer creí que iba a encontrarlo en mi jardín, pero ya que mi amiga recorrió conmigo
sigilosamente todas las avenidas y no encontramos a nuestro amigo bajo ese círculo
celeste, me dediqué a terminar una cinta de espada, que le dedico. Reclamo su
compañía para mañana a primera hora de la tarde. —Sí, sí, iré. —te oigo decir—;
bien, le esperamos, daré cuerda a mi reloj; excúseme este recuerdo. Mi amiga y yo le
enviamos un beso de simpatía personal. Seguro que el aire será el mismo en
Kneiphoff [barrio de Kant], y que nuestro beso no perderá su fuerza simpatética. Que
sea feliz y le vaya bien
SEÑORA DE JACOBI
[4]
A J. H. Samuel Formey (27, 16)
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natural y Moral] va a ser enviada a la imprenta junto con el escrito premiado por la
Real Academia de las Ciencias, y si, en este caso, no le parecería mal a la
mencionada eminente Sociedad un apéndice con ampliaciones importantes, y con una
aclaración más concreta. Al margen de motivos de vanidad, me parece ser éste el
mejor medio de avivar la atención de los doctos hacia el examen de un método, el
único —como estoy convencido—, del que cabe esperar una feliz salida frente a la
filosofía abstracta, sobre todo si su investigación se fomenta a través del prestigio de
una Sociedad científica famosa.
En caso de conformidad, ruego respetuosamente a su Il. Exc.ª fije el plazo en el
que hay que enviar estos addenda. En la confianza de que su Il. Exc.ª me honrara con
su respuesta, sin tomar a mal la libertad que me he tomado, tengo el honor, con el
mayor respeto, de ser su muy seguro servidor
IMMANUEL KANT
MAGISTER LEGENS DE LA UNIV. DE KÖNIGSBERG
[5]
De Johann Heinrich Lambert (33, 20)
Señor mío:
Estimo que este escrito y la franqueza de dejar a un lado todos los rodeos del
estilo habitual tiene completa disculpa, en virtud de la semejanza en nuestra forma de
pensar. Y la ocasión que me brinda el viaje a Königsberg del señor profesor y
predicador Reccard es demasiado hermosa para desaprovecharla no testimoniándole
la satisfacción que encuentro cuando veo que coincidimos en un mismo camino, en lo
que respecta a muchas ideas e investigaciones novedosas. Sobre el Sr, Pred. Reccard
sepa usted que ha nacido para la astronomía y que encuentra su dicha en las
profundidades del firmamento. Dicho esto, no tengo más recomendación que hacer.
Hace un año el profesor Sulzer me mostró su Único argumento posible para la
demostración de la existencia de Dios. Encontré allí mis pensamientos y la [misma]
selección de materias y expresiones; y deduje que si a usted, señor mío, se le
presentase mi Organon, también se encontraría retratado en muchos aspectos. De
entonces acá he concluido mi Arquitectónica, lista para imprimir desde hace un año.
Y ahora veo que usted, señor mío, quiere publicar para la próxima Pascua un método
propio de la metafísica. ¿Qué más natural que el deseo de ver si lo que yo he
expuesto se atiene al método que usted propone? Acerca de la corrección del método
no tengo dudas; la diferencia podrá acaso consistir únicamente en que yo no incluyo
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en la Arquitectónica todo lo que hasta ahora se trataba en la metafísica; y que una
metafísica completa, a su vez, tiene que contener más que lo que se encontraba en
ella hasta ahora. En la Arquitectónica incluyo «lo simple» y «lo primero» de cada
parte del conocimiento humano, a saber, no solamente los principios, que son los
fundamentos extraídos de la forma misma, sino también los axiomas, que deben ser
extraídos de la materia y que, bien mirado, se ofrecen en los conceptos simples, sólo
en la medida en que no se autocontradicen y pueden ser pensados por sí mismos; y
[finalmente] los postulados, que indican las posibilidades generales e incondicionadas
de la conexión y relación de los conceptos simples, a partir de la mera forma no se
pasa a la materia; uno se queda en lo ideal y en la mera terminología cuando no busca
lo primero y pensable por sí de la [propia] materia o dato objetivo del conocimiento.
Si la Arquitectónica fuese una novela, creo que habría encontrado ya muchos
editores, siendo como es una gran verdad que los libreros y los lectores se deforman y
mutuamente se impiden la reflexión rigurosa. Unos y otros no hacen más que
filosofar acerca de las denominadas ciencias bellas. Poetas, pintores y músicos diríase
que encuentran demasiado humildes los términos propios de su arte; de ahí que unos
tomen en préstamo los tecnicismos de los otros: El poeta no habla más que de
colorido, mezcla de colores, pinceladas, posición, diseño, estilo, pintura, etc. El
músico habla de colorido, expresión, revestimiento, ideas fogosas y jocosas de los
tonos, fugas pedantes, etc. Al igual que el pintor tiene un estilo que sabe hacer ora
sublime, ora mediocre, burgués, heroico, o servil. En tales metáforas, que nadie
entiende ni explica bien, y de las que no se conoce el tertium comparationis, consiste
lo delicado y sublime de estas artes; con elfo uno se conquista una reputación erudita
y sublime. Dado que nadie se ha molestado todavía en extraer lo que hay de
pensamiento en esas expresiones, ni en darles el nombre que les corresponde, se
puede hacer uso de ellas con la mayor osadía. Pero nunca se avanzará en la
explicación como para lograr que los colores sean comprensibles para los ciegos o los
sonidos para los sordos. Claro que casi habría que pensar que tal es el propósito de
semejantes metáforas.
Pero volviendo a la Arquitectónica, veo por diversas circunstancias que el señor
Kanter es un hombre que está dispuesto a editar también obras filosóficas y de más
envergadura; por ello desearía darle a imprimir otras cosas más, aunque de momento
no tengo ningún otro manuscrito. Que por lo que se refiere a los costes le fuera
indiferente o incluso ventajoso imprimir en Leipzig, depende de la igualdad o
diferencia del precio y de los portes. Si esto fuera posible, sería preferible, por otras
muchas razones. En esta incertidumbre me tomo la libertad de adjuntar la hoja que
acompaña, por si el Sr. Kanter tuviese el deseo de editar la obra o pudiera entregarla
de aquí a Pascua. El honorarium pro labore sería aproximadamente del orden de 200
táleros; algo bastante moderado, si se piensa que la obra necesariamente causará
sensación.
Puedo decirle honradamente, señor mío, que sus ideas acerca de la constitución
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del mundo, de las que hace mención en el prólogo del Único argumento posible… a
mí no se me habían ocurrido nunca. Lo que se cuenta en [mis] Cartas Cosmológicas,
pág. 149, data del año 1749. Me había ido a mi habitación inmediatamente después
de cenar, en contra de mi costumbre de entonces, y contemplé en la ventana el cielo
estrellado y en particular la Vía Láctea. La repentina idea que tuve en ese momento
de considerarla como una eclíptica de las estrellas fijas la escribí en una cuartilla, y
eso fue todo lo que tenía anotado en 1760, cuando escribí las Cartas. En el año 1761
me dijeron en Núremberg que hacía algunos años un inglés había puesto en letra
impresa pensamientos parecidos en cartas a otro inglés, pero que era algo muy
inmaduro; y que la traducción de ello que se había comenzado en Núremberg no se
había completado. Respondí que las cartas cosmológicas no suscitarán atención
alguna hasta que en el futuro algún astrónomo descubra algo en el cielo que no se
pueda explicar de otra manera; entonces, cuando el sistema se encuentre probado a
posteriori, vendrán con seguridad las amantes de la literatura griega y no descansarán
hasta probar que el sistema en su conjunto ya era conocido por Filolao, por
Anaximandro o por otro sabio griego; y que en los tiempos modernos sólo fue
recuperado adornándolo mejor; pues se trata de ese tipo de gentes que todo lo
encuentran en los antiguos, en cuanto se les dice lo que deben buscar. Con todo, me
asombra mucho más que Newton no hubiera caído en esto, puesto que pensó en la
gravedad de las estrellas fijas, unas respecto de las otras.
En relación a usted, señor mío, tengo varios deseos. Uno de ellos no lo diré,
porque no sé hasta qué punto las circunstancias actuales de aquí permitirían que se
hiciese realidad. Puedo decir, no obstante, que no soy el único que lo tiene. El otro es
que me será muy grato, si el tiempo y las ocupaciones se lo permiten, que me dé
cualquier pretexto para entablar correspondencia: cosmología, metafísica, física,
matemática, las ciencias bellas y sus reglas, en resumen, cualquier proyecto sobre
nuevos trabajos, o cualquier ocasión de algún favor. Hasta ahora estábamos
entregados, sin saberlo, casi a las mismas investigaciones. ¿No habría de irnos mejor
si nos las anunciamos por anticipado? ¡Qué fácil es la unanimidad en los resultados
cuando hay unanimidad en los fundamentos y cuán eficazmente se puede entonces
influir! Wolff aplicó aproximadamente la mitad del método matemático a la filosofía.
Es preciso aplicar todavía la otra mitad para lograr [todo] lo que cabe esperar y exigir.
Tengo el honor de ser, con verdadera estima, señor mío, su muy seguro servidor
J. H. LAMBERT,
PROF. Y MIEMBRO DE LA R. ACAD. DE LAS CIENCIAS
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[6]
A Johann Heinrich Lambert (34, 21)
Ninguna noticia podría serme más grata y deseada que la carta con la que me ha
honrado, pues —no manifestando sino mi sincera opinión—, le tengo por el primer
genio de Alemania, capaz de lograr una mejora importante y duradera en el tipo de
investigaciones de las que yo también me ocupo primordialmente. Le ruego que no
atribuya a negligencia la tardanza en la contestación que le debo, pues el Sr. Kanter,
al que puse al tanto de su solicitud, me pidió que aplazase mi escrito hasta que él
mismo le pudiera expresar su resolución definitiva, escribiéndole personalmente. Él
conoce muy bien la importancia de conectar con pluma tan célebre como la suya; y se
inclina a aceptar la edición propuesta; tan sólo pide una prórroga, porque le parece
muy corto el tiempo hasta la feria de Pascua, y está en estos momentos demasiado
desbordado por el resto de sus compromisos editoriales. Ha formado una sociedad
con su antiguo cliente el Sr. Hartknock, administrador ahora de sus negocios en Riga,
y, según me asegura, le trasladará en breve a usted su explicación sobre el asunto.
Es para mí un placer nada pequeño que usted haya advertido la feliz coincidencia
de nuestros métodos; algo que yo mismo percibí en repetidas ocasiones en sus
escritos, y que sirvió para incrementar mi confianza en ellos, como si se tratase de
una prueba lógica que muestra que esos pensamientos sostienen su traza en la piedra
de toque de la razón humana universal. Estimo sobremanera su invitación a
comunicarnos recíprocamente nuestros proyectos, y puesto que me siento muy
honrado por esta petición, no dejaré de hacer uso de la misma; y así como entiendo,
sin equivocarme con respecto a mí mismo, que puedo depositar alguna confianza en
los conocimientos que tras largos esfuerzos creo haber adquirido; como asimismo por
otra parte, el talento que a usted, señor, se le reconoce —capaz de combinar una
visión extraordinariamente amplia de la totalidad con una excepcional penetración en
las partes— es algo que de modo general hay que conceder, cabe esperar una gran
enseñanza para mí y tal vez también para el mundo, si usted se digna unir sus fuerzas
con mis afanes, más modestos.
A lo largo de varios años he dado vueltas a mis cavilaciones filosóficas desde
todos los flancos imaginables; y tras muchos vuelcos, con los que siempre he buscado
la fuente del error, o mejor, penetrar en el modo de proceder, he llegado por fin al
punto en el que me encuentro: seguro del método que ha de observarse cuando uno
quiere enfrentarse a esa fantasmagoría de saber que hace que en todo momento se
crea haber llegado a la solución, cuando por el contrario hay que reemprender de
nuevo el camino con la misma frecuencia; de lo cual se origina el devastador
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desacuerdo de los considerados filósofos, al no disponer de ningún patrón común que
les permita llegar a convenir en sus empeños. Desde esos años, a partir de la
naturaleza de cada investigación que está ante mí, examino cada vez lo que tengo que
saber para lograr la solución de una determinada pregunta; y qué grado de
conocimiento está determinado por lo que son los datos; de modo que el juicio se
hace ciertamente más limitado, pero también más taxativo y seguro de lo que suele
ser. Todos estos esfuerzos se orientan principalmente al método de la metafísica y, a
través de ella, también a la filosofía en su conjunto; junto a esto, señor mío, no puedo
dejar de notificarle que el honorable Kanter, informado por mí de que yo tal vez
pudiera haber terminado un escrito con este título para la próxima feria de Pascua, no
ha vacilado, como hábil librero, en ordenar que se incluya este título, si bien
ligeramente falseado, en el catálogo de la feria de Leipzig, Pero me he apartado tanto
de mis posiciones iniciales, que esta obra, en tanto que fin principal de todos estos
planteamientos, la quiero dejar todavía un poco en suspenso; además, porque al ir
avanzando en la misma, me daba cuenta de que no faltándome desde luego ejemplos
de juicios absurdos con los que ilustrar mis enunciados sobre el procedimiento
erróneo, carecía sin embargo totalmente de ellos a la hora de poder mostrar in
concreto el procedimiento correcto. De ahí que, para no ser acaso inculpado de
incurrir en una nueva marrullería filosófica, tengo que anticipar algunas
elaboraciones más breves, cuyo material tengo ya enteramente listo; de las cuales las
primeras serán: los fundamentos metafísicos primeros de la filosofía natural; y los
fundamentos metafísicos primeros de la filosofía práctica, con el fin de que la obra
principal no se alargue demasiado con ejemplos excesivamente prolijos, y además
insuficientes.
No me queda más remedio que concluir mi carta. Será un honor exponerle más
adelante, señor mío, algo de lo relativo a mi objetivo; y de requerir de usted un juicio
que para mí es tan importante.
Se queja, señor mío, con razón, de la eterna frivolidad de los sabelotodo, y de la
fatigosa locuacidad de los escritores que andan en candelera; que no tienen gusto
alguno, más allá de hablar del gusto. Tengo para mí que ello constituye la eutanasia
de la falsa filosofía, la cual expira en ridículos juegos, o algo mucho peor todavía,
cuando se la sepulta en falsas y profundas sofisticaciones con la pompa del método
riguroso. Antes de que renazca la verdadera filosofía es necesario que la caduca se
destruya a sí misma; y al igual que la corrupción es la perfecta disolución que va
delante cuando ha de iniciarse una nueva generación, del mismo modo, la crisis del
saber y la erudición, en un tiempo en el que, con todo, no faltan buenas cabezas, me
hace abrigar la mejor esperanza de que no está muy lejos la tan deseada revolución de
las ciencias.
El Sr. Prof. Reccard, que tanto me ha alegrado con su afable visita y con su
respetable carta, es muy querido y valorado aquí; merece ambas cosas, por más que
ciertamente no se llegue a justipreciar todo su mérito. Le envía todos sus respetos; y
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yo, señor mío, quedo de usted su muy seguro servidor
IMMANUEI KANT
P. S. Cuando había cerrado el presente escrito, el Sr. Kanter hace llegar la carta que le
debe, la cual se adjunta.
[7]
De Johann Heinrich Lambert (37, 22)
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las proposiciones que en parte se contradicen entre sí pueden convenir mediante una
determinación y delimitación más precisa, o si contienen todavía algo que merezca
conservarse. 4.º Veo si esa colección de proposiciones pertenece a un todo o a varios.
5.º Las comparo, para ver cuáles dependen entre sí y cuáles son las supuestas por las
otras; y por este medio empiezo a numerarlas. 6.º A continuación veo si las primeras
son evidentes por sí mismas, o lo que se necesita todavía para su esclarecimiento y
determinación exacta; y del mismo modo, 7.º [Veo] lo que se requiere para
conectarlas con las restantes. 8.º Reflexiono acerca del conjunto, en parte para ver si
todavía hay lagunas o si faltan elementos, en parte también y sobre todo, para 9.º
encontrar los objetivos a los que puede servir la totalidad del sistema; y para 10.º
determinar si es necesario añadir algo, 11.º Por lo general constituyo el comienzo con
la exposición de estos objetivos, ya que a su través se ilumina el punto de vista desde
el que considero el asunto. 12.º A continuación muestro cómo llego a los conceptos
que están a la base y por qué no los tomo ni más amplia ni más estrechamente. En
particular pretendo con esto 13.º, descubrir la polisignificatividad de las palabras y
modos de hablar; y ambas cosas —si son polisignificativas en el lenguaje— las dejo
como están; esto quiere decir que no las utilizo como sujetos sino, como mucho,
solamente como predicados, ya que el significado del predicado se determina según
el significado del sujeto. Pero si tengo que utilizarlas como sujetos, o bien construyo
con ellas diversas proposiciones, o procuro evitar la equivocidad mediante perífrasis.
Esto es lo general del método, que luego en los casos particulares contiene aún
muchas variaciones y determinaciones, que casi siempre son más claras en los
ejemplos que cuando se las expresa en términos lógicos. Lo que hay que tener en
cuenta especialmente es que no se escape ninguna circunstancia que en lo sucesivo lo
altere todo. Por eso se debe poder ver, e incluso sentir, por así decir, si no habrá tal
vez todavía oculto un concepto, es decir, una combinación de notas simples, que
ordene y simplifique todo el asunto. Del mismo modo, ambigüedades escondidas en
las palabras pueden provocar que se incurra continuamente en equívocos, sin llegar a
saber por mucho tiempo por qué lo supuestamente general no se ajusta a los casos
particulares. Dificultades parecidas pueden encontrarse cuando se considera como un
género lo que solamente es una especie, confundiéndose las especies. La
determinación y la posibilidad de las condiciones que deben presuponerse en cada
cuestión exigen también un particular cuidado.
He tenido ocasión de realizar observaciones más generales. La primera concierne
a la cuestión de si —y en qué medida— el conocimiento de la forma de nuestro saber
conduce al conocimiento de la materia. Esta cuestión es importante por varios
motivos. Pues l.º, nuestro conocimiento de la forma, tal como acontece en la lógica,
es tan indiscutido y correcto como [lo es] siempre la geometría; 2.º en la metafísica,
lo que concierne a la forma es lo único que ha permanecido indiscutido, mientras que,
por el contrario, allí donde se quiso poner como fundamento la materia, surgieron de
inmediato disputas e hipótesis. 3.º De hecho no se ha establecido todavía lo que
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habría que poner como fundamento de la materia. Wolff aceptó gratuitamente las
definiciones nominales y pasó por alto u ocultó inadvertidamente todas las
dificultades que encierran. 4.º Si bien la forma de suyo no determina materia alguna,
sí que determina la ordenación de la misma, y en esa medida debería poderse dar a
conocer a partir de la teoría de la forma lo que le sirve como principio [a la materia] y
lo que no. 5.º Del mismo modo también se podría determinar por su medio lo que le
pertenece o debe serle separado, etc.
Reflexionando sobre estas circunstancias y relaciones de la forma y la materia he
llegado a las siguientes proposiciones, que simplemente voy a enumerar:
1.º La forma proporciona principios, la materia en cambio axiomas y postulados.
2.º La forma exige que se comience con los conceptos simples, ya que éstos por sí
mismos, y precisamente porque son simples, no pueden tener contradicción interna
alguna; i. e., están por sí mismos libres de ella, i. e., son pensables por sí mismos.
3.º Axiomas y Postulados tienen lugar propiamente con conceptos simples, ya que
los conceptos compuestos no son a priori pensables por sí mismos. La posibilidad de
la composición sólo se sigue a partir de principios y de postulados.
4.º O bien ningún concepto compuesto es pensable, o bien la posibilidad de la
composición tiene que ser pensable ya en los conceptos simples.
5.º Los conceptos simples son conceptos individuales. Pues géneros y especies
contienen en sí los fundamentos de las divisiones y subdivisiones, y son por ello
mismo tanto más compuestos cuanto más abstractos y generales. El concepto Ens es
entre todos el más compuesto.
6.º Según el análisis leibniziano que procede por abstracción y según semejanzas,
se llega a conceptos tanto más compuestos cuanto más se abstrae; y la mayoría de las
veces a conceptos relaciónales nominales, que conciernen más a la forma que a la
materia.
7.º Por tanto y de nuevo, ya que la forma conduce a puros conceptos relaciónales,
no proporciona nada más que simples conceptos relaciónales.
8.º Según esto, los conceptos propiamente objetivos simples deben adquirirse por
medio de su intuición directa; es decir, se debe establecer el conjunto de los
conceptos según un buen modo anatómico, examinando cada uno como muestra, para
ver si, dejando aparte todas las relaciones, se encuentran en el concepto otros más, o
si [el concepto] es completamente uniforme.
9.o Los conceptos simples son entre sí, como el espacio y el tiempo, esto es,
completamente diferentes, fácilmente reconocibles, fácilmente nombrables, y
prácticamente imposibles de confundirse [unos con otros] cuando se abstrae de los
grados y se considera solamente la cualidad. Y en esa medida yo creo que en el
lenguaje ninguno ha quedado innombrado.
De acuerdo con estas proposiciones, no tengo reparo alguno en afirmar que Locke
estuvo en el buen camino cuando intentó buscar lo simple en nuestro conocimiento.
Se debe excluir solamente lo que el uso del lenguaje ha introducido y añadido. Así, p.
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e. en el concepto extensión hay sin discusión algo individual simple, que no se
encuentra en ningún otro concepto. El concepto duración, y del mismo modo los
conceptos de existencia, movimiento, unidad, solidez, etc., tienen algo simple que les
es propio y que puede pensarse en distancia y separación respecto de los muchos
conceptos relaciónales que los acompañan. Tales conceptos proporcionan también
por sí mismos axiomas y postulados que otorgan fundamento al conocimiento
científico y que son enteramente del mismo tipo que los euclidianos.
La otra observación que tuve motivo para hacer concierne a la comparación del
conocimiento filosófico y el matemático, a saber: vi que allí donde los matemáticos
lograron abrir un campo nuevo que los filósofos hasta el momento creían haber
cultivado por completo, los primeros no solamente tuvieron que darle la vuelta a todo
de nuevo, sino que convirtieron todo en algo tan simple y sencillo, que lo filosófico
acerca de ello se volvió completamente inservible y poco menos que despreciable.
Simplemente la condición de que sólo es posible sumar homogéneos excluye para los
matemáticos todas las proposiciones filosóficas cuyo predicado no se extienda del
mismo modo [unívocamente] sobre la totalidad del sujeto, siendo así que
proposiciones de esta índole las hay a montones en filosofía, donde un reloj se llama
áureo cuando apenas la caja es de oro. Euclides no deriva sus Elementos de la
definición del espacio ni de la de la geometría, sino que arranca de líneas, ángulos,
etc., como lo simple en las dimensiones del espacio. En la mecánica [a su vez] bien
poco puede hacerse a partir de la definición del movimiento, sino que se considera de
inmediato lo que ahí aparece, a saber: un cuerpo, la dirección, la velocidad, tiempo,
fuerza, espacio; estos elementos se comparan entre sí para hallar principios. Yo he
llegado a la idea general de que mientras el filósofo, en aquellos objetos que admiten
medición, no lleve el análisis tan lejos como el matemático cuando encuentra ahí de
inmediato unidades, medidas y dimensiones, estaremos ante la señal segura de que
está dejando tras de sí algo confuso, o de que en sus proposiciones los predicados no
se extienden unívocamente sobre los sujetos.
Espero con impaciencia que ambos «Primeros fundamentos», los de la filosofía
natural y los de la filosofía práctica [de que me habla en su carta] aparezcan
impresos; y estoy totalmente convencido de que la mejor manera de que un método
auténtico se acredite es la presentación de ejemplos reales, porque en los ejemplos [el
método] se puede mostrar en todas las peculiaridades, ya que, de lo contrario,
expresado sólo lógicamente, queda obviamente un tamo abstracto. Cuando aparecen
ejemplos, las observaciones lógicas son enormemente útiles. Los ejemplos hacen ahí
el mismo servicio que las figuras en la geometría, dado que también éstas
propiamente son ejemplos o casos especiales.
En fin, interrumpo ya de una vez asegurándole que seguir recibiendo sus cartas
me será extraordinariamente agradable. Las espero, confesándome de usted dócil
servidor
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J. H. LAMBERT
[8]
A Moses Mendelssohn (38, 23)
Señor mío:
No hacen falta preámbulos como los que la moda impone, entre dos personas
cuyo modo de pensar es unánime, dada la semejanza de ocupación intelectual y la
coincidencia de principios. Su afable misiva me ha alegrado, y acepto con
satisfacción su propuesta de proseguir en el futuro nuestra correspondencia. El señor
Mendel Koshmann me ha presentado al estudiante judío León, recomendado por
usted. Lo he acogido de muy buen grado en mis cursos, y [le he proporcionado] otros
servicios. Hace sólo unos días acudió a mí explicándome que quiere aprovechar la
ocasión que ofrecen las actuales dotaciones polacas para realizar un pequeño viaje de
visita a los suyos, con la intención de regresar alrededor de Pascua. Parece que ha
dado que hablar en la comunidad judía local de modo no del todo conveniente, a
causa de alguna negligencia en la observancia de sus reglas usuales; y, puesto que
tiene necesidad de ellos, le dará usted en el futuro el aviso pertinente; yo en previsión,
ya me he anticipado a hacerle alguna consideración exhortándole a la prudencia.
Le he enviado a usted por correo algunos [ejemplares de] las Ensoñaciones [Los
sueños de un visionario…] y le ruego humildemente que, después de quedarse con un
ejemplar para usted, tenga la bondad de entregar los restantes a los señores:
predicador de la corte, Sack; al consejero sup. del Consistorio Spalding; al preboste
Süsmilch; al Prof. Lambert, al Prof. Sultzer y al Prof. Formey. Se trata de un escrito
en cierto modo forzado, que contiene, más que una elaboración propiamente dicha de
cuestiones, un somero bosquejo del modo como se debe juzgar acerca de las mismas.
Su juicio, en éste como en otros casos, me será muy valioso. Las novedades
científicas de su ciudad y el familiarizarme, por mediación suya, con las buenas
cabezas de su entorno, me será útil y agradable. Yo desearía por mi parte poder
hacerle algún favor que sea de su agrado. Con verdadera gran estima, señor mío, soy
de usted su muy seguro servidor
KANT
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[9]
A Moses Mendelssohn (39, 24)
Señor mío:
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En lo que se refiere a la opinión que ahí manifiesto sobre el valor de la metafísica
en general, puede que alguna vez la expresión no haya sido elegida con suficiente
cuidado y delimitación; pero no oculto en absoluto que contemplo con indignación e
incluso con cierta aversión la inflada presunción de volúmenes enteros llenos de
opiniones de esta índole —tal como ahora se lleva—, mientras me voy convenciendo
del todo, de que el camino que se ha elegido [en esa ciencia] es completamente
equivocado, que los métodos que están en boga multiplicaran los errores hasta el
infinito, y que incluso la completa erradicación de todas estas opiniones imaginarias
no puede ser tan dañina como la quimérica ciencia con su execrable fecundidad.
Estoy tan lejos de considerar a la metafísica misma, tomada objetivamente, como
cosa menor o prescindible, que especialmente desde hace algún tiempo, tras haber
comprendido —a mi parecer—, su naturaleza y el lugar que le corresponde entre los
conocimientos humanos, me he convencido de que incluso el bien verdadero y
duradero del género humano depende de ella, un encomio que a cualquiera excepto a
usted le parecerá fantástico y temerario. A los genios como usted, señor mío, les
corresponde dar paso a una nueva época en esta ciencia, tender de nuevo la plomada
y delinear con mano maestra el plan de esa disciplina, construida hasta ahora siempre
a la mera ventura. Por lo que se refiere al depósito de saber, que de esta manera queda
públicamente al desnudo, no se trata de verlo como una inconveniencia frívola, sino
como efecto de una larga investigación, de tal modo que, en orden a este objetivo, no
encuentro nada más aconsejable que arrancarle [a la metafísica] su vestimenta
dogmática y tratar escépticamente los conocimientos establecidos; ciertamente la
utilidad de ello es solamente negativa (stultitia caruisse), pero prepara para lo
positivo, pues la simplicidad de un entendimiento sano, pero falto de instrucción,
necesita pata adquirir conocimientos solamente de un Organon; pero el
pseudoconocimiento de una cabeza echada a perder necesita, en primera instancia, un
Kathartikon. Si se me permite aludir en esta consideración a algo de mis propios
afanes, creo que desde el momento en que he dejado de producir trabajos de esta
clase, he llegado en esta disciplina a importantes ideas, que fijan su proceder, que no
quedan meramente en perspectivas generales, sino que pueden utilizarse en la
práctica como una pauta propiamente dicha. Poco a poco, en la medida en que lo
permiten mis restantes ocupaciones, me dispongo a someter estos ensayos al
enjuiciamiento público, pero sobre todo al de usted, alimentando la esperanza de que
si usted gustase de unir en este asunto sus afanes a los míos —en lo cual entiendo
también la advertencia de sus fallos—, podría obtenerse algo importante para el
desarrollo de esta ciencia.
Me resulta un placer nada pequeño percibir que mi pequeño y somero ensayó
haya tenido la fortuna de suscitarle consideraciones rigurosas sobre este punto; de ahí
que lo considere sobradamente útil si puede dar ocasión a investigaciones más
profundas de otros. Estoy convencido de que usted no errará el punto al que se
refieren todas estas consideraciones; y que yo mismo hubiera señalado de una manera
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más reconocible si no hubiese mandado imprimir el tratado por pliegos sucesivos; por
lo cual no siempre podía prever lo que había que adelantar de cara a la mejor
comprensión de lo siguiente; ni dónde, en lo posterior, deberían eliminarse ciertas
aclaraciones, que hubieran venido a ocupar un lugar inadecuado. En mi opinión, se
trata en todo caso de recabar los data para el siguiente problema: ¿cómo en el mundo
está presente el alma tanto a las naturalezas materiales como a las otras naturalezas de
su misma especie? Habrá que encontrar, por tanto, en tal sustancia la facultad de
actuar exteriormente y la receptividad [o facultad] de ser afectada exteriormente, de
lo cual es caso concreto la unión del alma con el cuerpo humano. Dado que en este
asunto no disponemos de experiencia alguna que nos permita conocer un sujeto tal en
sus diversas relaciones (las cuales pura y simplemente alcanzan a revelarnos su
fuerza o capacidad exterior); [dado que] la armonía con el cuerpo descubre solamente
la relación recíproca del estado interno del alma (del pensar y del querer) con
respecto al estado externo de la materia de nuestro cuerpo, y por ende tampoco nos
sirve para la resolución de la cuestión, uno se pregunta si es posible de suyo
determinar estas fuerzas, [o poderes, o facultades] de las sustancias espirituales
mediante juicios racionales a priori. Esta investigación se reduce a otra, a saber, si
mediante el raciocinio se podría encontrar una facultad primitiva, es decir, la primera
relación fundamental de causa con efecto; y, dado que tengo la certeza de que esto es
imposible, se sigue que, si estas fuerzas no me son dadas en la experiencia, solamente
pueden ser inventadas. Pero esta invención (fictio heuristica, hypothesis) nunca
permite ni una sola prueba de su posibilidad; su pensabilidad (cuya apariencia
proviene de que tampoco es posible establecer su imposibilidad), es una mera
invención, que yo mismo me he atrevido a defender cuando alguien atacaba la
posibilidad de las ensoñaciones del mismo Schwedenborg; así, mi intento de
[establecer] analogía entre una efectiva influencia moral de las naturalezas
espirituales y la gravitación universal, no es realmente una opinión seria mía, sino un
ejemplo de cuán lejos y desbocadamente se puede huir hacia adelante en las ficciones
filosóficas allí donde faltan los datos; y de cuán necesario sería de cara a semejante
tarea determinar lo que se precisa para la solución del problema; y si no, se tratará de
que faltan los datos necesarios para ello. Por tanto, si dejamos a un lado las
demostraciones habituales que parten de la veracidad o de los fines divinos, y nos
preguntamos si es posible desde nuestras experiencias un conocimiento de la
naturaleza del alma, que sea suficiente para reconocer, a partir del mismo, el modo de
su presencia en el mundo, tanto en relación con la materia como con los seres de su
especie, entonces se evidenciará si nacimiento (en sentido meta físico), vida y muerte
son algo que en algún momento podamos comprender a la luz de la razón. En esto
estriba el determinar si no hay aquí realmente límites [Grenzen], que están
establecidos, no por las limitaciones [Schranken] de nuestra razón, sino más bien por
las de la experiencia, lugar que contiene los datos para ella. En fin, interrumpo aquí y
me encomiendo a su amistad; le ruego también exprese al honorable Sr. Prof. Sulzer
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mi particular estima y mi deseo de ser honrado con alguna bondadosa carta suya; con
el máximo respeto, señor mío, soy de usted su muy seguro servidor,
KANT
[10]
A Johann Gottfried Herder (40, 25)
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por todas han de ser de utilidad. Espero terminar este año, si no me lo impide mi
salud siempre incierta.
Le ruego humildemente me encomiende encarecidamente al Sr. Behrens y le
asegure que se puede ser muy fiel en la amistad aunque nunca se escriba acerca de
ello. El Sr. Germann, que le hará llegar la presente, es un hombre bien educado y
diligente, que sabrá hacerse acreedor a su favor y con quien la escuela de Riga ha
ganado a un excelente trabajador. Soy, con verdadera estima, de mi a preciadísimo,
muy seguro servidor y amigo
I. KANT
[11]
De Johann Gottfried Herder (41, 26)
Noviembre de 1768
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propósito —y escribo esto con toda la sangre fría— era escribir en el anonimato,
hasta que pudiese sorprender al mundo con un libro que no fuese indigno de mi
nombre. Por este motivo y no por ninguna otra razón escribí tras el manto florido de
un estilo enmarañado que no es propio de mí, y lancé al mundo fragmentos que
solamente quieren ser provisionalidades, pues de no ser así serían imperdonables.
Por mi parte continuaría mi anónimo silencio, pero ¿qué puedo hacer si la
inoportuna benevolencia de mis amigos da al traste con esos planes de silencio?
Usted, amigo mío, es uno de los que saben que el tipo de temas que hasta ahora he
tratado en mis libritos no debería ser la meta de mi inspiración; pero ¿por qué no
debería yo aplicar mi poquito de filosofía precisamente a las materias de moda de
nuestro cuarto de siglo, en las que como presumo, el ejercicio de una filosofía sana
puede mejorar tantas cosas? No sé hasta qué punto nuestra filología y crítica, y el
estudio de la antigüedad podrían atenerse al marco de una verdadera concisión, si los
filósofos «filologizaran», criticaran y estudiaran a los antiguos. Es lamentable, sin
embargo, que esta palabra empiece a ser en Alemania objeto de escarnio, cuando se
ve cómo las ciencias de moda devienen estudios en los que parlotean las cabezas
menos filosóficas. Por cierto, que estoy escribiendo ya casi como un crítico y un
fragmentista; de modo que corto simple y decididamente.
Amigo mío estimado, el puesto que usted prevé para mí en el futuro, tras un
Montaigne, Hume y Pope, aunque la esperanza de ello es demasiado halagadora,
dando por descontado alguna pequeña inflexión en el camino, constituye al menos el
deseo de mi musa. Ha sido para mí ocupación de ciertas dulces soledades leer a
Montaigne con la callada reflexión con que uno ha de seguir la disposición de ánimo
de su cabeza, de modo que pueda convertir cada historia que pergeña, cada
pensamiento suelto y escurridizo que atisba, en una producción, o en un experimento
artístico del alma humana. ¡Qué gran hombre sería el que hablase de la rica
psicología de Baumgarten con la experiencia anímica de un Montaigne! A Hume,
cuando andaba entusiasmado con Rousseau, apenas podía soportarlo, pero a partir del
momento en que fui interiorizando que, sea cual sea la razón, el ser humano es y tiene
que ser de una vez por todas un animal social, a partir de ahí, aprendí a estimar al
hombre que podría ser llamado un filósofo de la sociedad humana. Por eso también
he comenzado en la escuela la historia británica, aunque sólo sea para acompañar,
razonando su propia historia, al mayor historiador entre los modernos; y me indigna
que su nuevo boceto de Gran Bretaña haya caído en las manos de un traductor tan
mediocre, que ya es mucho si en muchos lugares nos deja entender al menos la mitad.
Pero ¿por qué olvida usted, mi querido filósofo, a su gran igual, al tercer
hombre?; ¿ese que posee un humor tan sociable, tanta filosofía humana, el amigo de
nuestro viejo Leibniz, a quien éste debió tanto y leyó con tanto gusto, al burlador
filosófico, que «ríe verdad», en mucha más medida que otros la tosen o la escupen, en
una palabra, al conde de Shaftesbury? Es una pena que su doctrina de las costumbres,
o sus investigaciones sobre la virtud, y más recientemente sus tratados sobre el
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entusiasmo y el humor, hayan caído en manos tan mediocres que en parte nos quitan
las ganas de leerlo (en lo cual incluyo el maremágnum de largas y absurdas
refutaciones del último traductor). En todo caso, aunque a mí el criterio de verdad de
este autor —consistente para él en la dignidad de reír— me parece en sí mismo
risible, con todo, es para mí un compañero tan amable, que con mucho gusto quisiera
que a usted se lo pareciera igualmente.
Deje que muera ya en su noche aquel oscuro y rudo poema que recuerda [siendo
estudiante le hizo a Kant un poema]. Antes de que un Pope pueda adivinarse en él,
estaría Aristóteles en nuestro Lindner, o en mi Schlegel el paradigma de la exquisitez.
Me da usted noticias de la moral que está escribiendo; ¡qué ganas tengo de verla
ya escrita! Va usted a añadir a la cultura de nuestro siglo, con su trabajo sobre el bien,
una obra como ya ha hecho respecto de lo bello y lo sublime. Sobre la última materia,
estoy leyendo con gran satisfacción la obra de un británico muy filosófico [Burke], de
la que usted puede disponer también en francés. Aquí va su título, que tengo
justamente delante: Recherches philosophiques sur l’origine des Idées, que nous
avons du Beau et du Sublime. Él sabe afinar profundamente en ciertos pasajes, lo
mismo que usted en muchas de sus páginas sabe generalizar contrastando más
nuestras perspectivas. Es un placer ver cómo dos pensadores tan originales toman
cada uno su camino, y cómo se encuentran cruzándose.
Cuántas cosas más le diría si supiera que iba a tener la paciencia de contestarme:
dudas sobre algunas de sus hipótesis y demostraciones filosóficas, en particular allí
donde usted roza con la ciencia de lo humano, son más que especulaciones; y puesto
que no he accedido a mi ministerio sagrado por ningún otro motivo sino porque sabía
—y diariamente lo reafirmo con la experiencia— que, apoyados en nuestra situación
de constitución civil, se puede llevar la cultura y el entendimiento humano a esa
honorable parte de los hombres que denominamos pueblo, he aquí pues que esa
filosofía humana es mi ocupación favorita. Sería injusto si me quejase de que no
alcanzo tal propósito; pues al menos a ello contribuyen las buenas oportunidades que
tengo, el amor que disfruto por parte de muchas gentes buenas y nobles, el empuje
alegre y dócil de la parte más maleable del público: los jóvenes y las damas; todo esto
no me envanece en absoluto, pero sí me da, con mucho, la esperanza serena de no
estar en el mundo sin finalidad alguna.
Pero puesto que el amor comienza por nosotros mismos, no puedo ocultar el
deseo de tener la primera mejor ocasión para abandonar este lugar y conocer mundo.
El objetivo de mi existencia es conocer a más gente y considerar algunas cosas de
modo diferente a como podía verlas Diógenes desde su barril. Si fuese posible
encontrar un tren para Alemania, no me sentiría atado apenas a mi situación; pues no
sé por qué no habría de seguir ese tren; y me enfado conmigo mismo por haber
rehusado la oferta de San Petesburgo, pues aquella plaza, según parece, se ha
ocupado de modo muy lamentable. Ahora procuro, como una fuerza contenida, seguir
siendo al menos una fuerza viva, aunque tampoco veo cómo la contención podría
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incrementar mi impulso interior. Pero ¿quién sabe? Y ¿a dónde voy con esto?
Estímeme, mi muy admirado Kant. Firmo esta carta con mi corazón. Suyo
HERDER
P. S. Por cierto. ¿Puedo pedirle que me conteste, aunque sea muy informalmente,
pues sé que no le gusta escribir? Pues si usted supiera que deseo sus cartas para mi
provecho mucho más que el trato vivo, superaría esa contrariedad.
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III
La Cátedra y la Dissertatio
(1770)
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[12]
Al barón de Fürst y Kupferberg (51, 28)
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la recomendación de la Academia.
En esta coyuntura, la suerte de mi vida pende probablemente del juicio benévolo
y sabio de Vuestra Excelencia. Otras posibilidades de provisión son para mí
prácticamente nulas. Esta primavera entro en el 47.º año de mi vida. El avance de la
edad hace cada vez más inquietante la preocupación por las estrecheces futuras. Con
la confianza en la magnánima providencia de su Il. Exc.ª estoy dejando de lado todos
los otros concursos; y me ha costado poco esfuerzo rehusar y desestimar la propuesta
del consejero Suckow y el comunicado que siguió inmediatamente de la Universidad
de Erlangen —recibidos el pasado noviembre—, para una Cátedra de Lógica y
Metafísica, en espera de una propuesta en mí ciudad natal. No me resta sino
recomendarme humildemente en este caso a la misma constante clemencia de la que
he tenido pruebas tan convincentes; y soy, con la más profunda sumisión, de Su
Excelencia, humilde servidor
IMMANUEL KANT
[13]
A Federico II, Rey de Prusia (52, 29)
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Me deshago en la más profunda devoción. De Su Real Majestad súbdito
humildísimo,
IMMANUEL KANT
[14]
Orden del Gabinete del Rey Federico II (53, 30)
Nos, Federico, Rey de Prusia por la gracia de Dios, anunciamos y hacemos saber:
que por su laboriosidad y aptitud obedientemente reputada ante Nos, así como
especialmente por la rigurosa erudición alcanzada en las ciencias filosóficas,
nombramos y acogemos graciosamente al Magister Immanuel Kant como profesor
ordinario de Lógica y Metafísica en la Facultad de Filosofía de nuestra Universidad
de Königsberg en Prusia, en la plaza que hasta ahora ocupó, investido con el mismo
nombramiento, el profesor Friedrich Johann Buck,
Tal hacemos también de modo que con ello y en fuerza de ello nos sea fiel, afecto
y adicto, a Nos, y a Nuestra Real Casa; que procure y promueva Nuestro provecho y
supremo interés, ayudando todo lo que esté en su mano a evitar y apartar todo daño y
perjuicio; y sobre todo, que desempeñe con particular diligencia la tarea docente de
Lógica y Metafísica a él confiada, preocupándose en suma de instruir
incansablemente a la juventud estudiosa tanto pública como privadamente, docendo
el disputando, para hacer de los jóvenes sujetos virtuosos y capacitados, esforzándose
no menos en precederlos con el ejemplo; y por último, que en los asuntos propios de
la Facultad otorgue su voto tras reflexión honesta, desde sí mismo; y que junto con
sus colegas se sienta concernido plenamente por la promoción y el bien de la
Universidad; comportándose, por lo demás, en todos los respectos, como conviene, es
apropiado y corresponde a un súbdito fiel, honrado y eficaz que ha sido nombrado
profesor de nuestra Universidad.
En correspondencia por su trabajo el profesor ordinario de Lógica y Metafísica
Immanuel Kant debe gozar de todas las prerrogativas, emolumentos y libertades que
le corresponden en calidad de tal, al igual que su predecesor, y disfrutar del sueldo
anual de 166 táleros reales y 60 groschen de los fondos de la Universidad, junto con
los restantes emolumentos que hasta ahora disfrutaba el Sr. Buck, calculados a partir
de la fiesta de la Trinidad, en los usuales plazos trimestrales. En lo cual, caso de que
fuera necesario, es Nuestra voluntad protegerlo y financiarlo en todo caso, a través de
nuestro Gobierno Prusiano. Todo lo cual hago saber, etc., en Berlín, el 31 de marzo
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de 1770.
FEDERICO, SOBERANO
Nombramiento
como Profesor Ordinario de Lógica
y Metafísica de la Universidad
de Königsberg en Prusia, a favor del
Magister Immanuel Kant
[15]
A Johann Heinrich Lambert (57, 33)
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instructivo en un espacio bastante breve, i. e., en unas cuantas cartas; es esto,
precisamente, lo que me augura un excelente resultado y para lo que quisiera pedirle
permiso. Pero, puesto que en una empresa de esta importancia un cierto dispendio de
tiempo no supone pérdida alguna si puede en cambio proporcionar algo acabado y
duradero, tengo aún que rogarle que me mantenga todavía por un poco más de tiempo
el bello propósito de adherirse a estos esfuerzos, concediéndole a su realización un
poco más de tiempo. Con el fin de reponerme de una larga indisposición que me ha
consumido a lo largo de este verano y para no estar sin embargo desocupado en las
horas muertas, me he propuesto poner en orden y redactar este invierno mis
investigaciones acerca de la filosofía moral pura, en la que no se encuentra principio
empírico alguno; lo que sería, por así decir, la metafísica de las costumbres; ella
abrirá camino en muchos aspectos a los objetivos más importantes de cara a la figura
transformada de la metafísica; cosa que me parece incluso igualmente necesaria de
cara a los principios de las ciencias prácticas, tan mal establecidos todavía a estas
alturas. Una vez finalizado este trabajo haré uso del permiso que me dio,
presentándole cuanto haya avanzado en mis ensayos en metafísica; y le aseguro que
no concederé validez a enunciado alguno si no tiene, a su juicio, evidencia perfecta;
pues que no pueda obtener esa aquiescencia, significará que se ha malogrado el
propósito de fundamentar esta ciencia fuera de toda duda, i. e. sobre la base de reglas
totalmente incontrovertibles. Por el momento, su juicio penetrante acerca de puntos
principales de mi Disertación me sería muy grato, y también instructivo, porque
pienso añadir un par de pliegos todavía para editarla en la próxima feria [del libro]; y
querría corregir los fallos del apresuramiento y determinar mejor mi intención. La
primera y cuarta sección pueden pasarse por alto como menos importantes, pero en la
segunda, tercera y quinta, aunque debido a mi indisposición no las he elaborado en
absoluto de forma satisfactoria para mí, se encierra, creo yo, una materia que
merecería con seguridad un desarrollo más cuidadoso y amplio. Las leyes más
generales de la sensibilidad juegan falsamente un gran papel en la metafísica, donde
se trata meramente de conceptos y principios de la razón pura. Parece pues que debe
preceder a la metafísica una ciencia totalmente singular, aunque meramente negativa
(phaenomologia generalis), en la que se determine la validez y los limites de los
principios de la sensibilidad, de modo que no perturben los juicios sobre objetos de la
pura razón, como ha sucedido hasta ahora casi siempre. Pues Espacio y Tiempo, y la
consideración de los axiomas de todas las cosas bajo sus relaciones, son, de cara a los
conocimientos empíricos y a los objetos de los sentidos, algo muy real: contienen
realmente las condiciones de todos los fenómenos y juicios empíricos. Pero si algo se
piensa no como un objeto de los sentidos, sino como una cosa o substancia en
general, por medio de un concepto racional puro y universal, entonces surgen falsas
posiciones si a esos básicos conceptos pensados se los quiere someter a las
condiciones de la sensibilidad. Yo creo —y tal vez me quepa la felicidad de lograr en
este punto su aquiescencia con este ensayo todavía tan deficiente— que una
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disciplina propedéutica, que preservase a la metafísica de toda mezcla de lo sensible,
podría aproximarse fácilmente a cotas útiles de meticulosidad y evidencia.
Le ruego su amistad futura y su acogedora participación en mis esfuerzos
científicos, todavía modestos. Permítame que le pida, para quien es portador de esta
devota misiva, el señor Marcus Herz, la libertad de dirigirse a usted de vez en cuando
si lo necesita en sus estudios. Puedo encomendárselo como un joven bien educado,
muy trabajador y capaz; cualquier buen consejo es para él de cumplimiento y utilidad
seguros.
Soy, con la más alta estima, de su ilustrísima seguro servidor
I. KANT
[16]
De Marcus Herz (58, 34)
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horas enteras sobre algunos temas de su Disertación. Tenemos una filosofía muy
diferente. Él sigue literalmente a Baumgarten y en distintos momentos pareció darme
a entender de manera no precisamente poco clara, que en algunos puntos no estaba de
acuerdo conmigo, justamente porque no coinciden con la opinión de Baumgarten. Su
Disertación le gusta sobremanera y lamenta únicamente que usted no haya sido un
poco más explícito. Se admira sobre todo de la agudeza contenida en el enunciado de
que, cuando en una proposición el predicado es sensible, únicamente tiene validez
subjetiva en relación con el sujeto, mientras que cuando es intelectual, etc., etc.
Igualmente [le admira] el desarrollo dei infinito, o la resolución del problema de
Kästner. Va a editar pronto algo en lo que, como él dice, va a parecer que hubiese
copiado su primera sección al completo; en resumen, que tiene el conjunto de la
disertación por una obra de todo punto excelente, sólo que todavía no aprueba
completamente algunos aspectos de la misma, entre ellos el que para la explicación
del tiempo haya que servirse de la expresión simul o de post para la del espacio. En
su opinión tampoco debe aparecer simul en el principio de no contradicción. En el
futuro tendré de nuevo ocasión de hablar con él acerca de esto, y no dejaré nunca de
dar cuenta de ello a mi queridísimo profesor. La conversación favorita de este hombre
consiste en el desarrollo de cuestiones metafísicas y he pasado con él la mitad del
tiempo que llevo aquí. También le va a escribir a usted, pero sólo brevemente. Piensa
que las sutilezas no se pueden dirimir por correspondencia. Ahora mismo me ocupo
de redactar un pequeño artículo para él en el que quiero mostrarle la falsedad de la
demostración a priori de la existencia de Dios. Está muy interesado por esta prueba,
lo que no es de extrañar, ya que es aceptada por Baumgarten.
En breve saldrá publicado del Sr. Mendelssohn: Cartas amistosas, su Fedón,
donde aparece muy cambiado el tercer diálogo; sus Escritos filosóficos, con un
apéndice donde trata de un tema trabajado una vez por usted, a saber, acerca de la
contradicción de las realidades entre sí [Ensayo para introducir en cosmología el
concepto de magnitudes negativas], y finalmente quince salmos traducidos a verso
alemán. En cuanto todo esté disponible, se lo envío.
Por lo demás el Sr. Mendelssohn me ha acogido muy bien y desearía ser
verdaderamente aquello por lo que él me tiene. Con el resto de los ilustrados y con el
ministro no he estado aún, porque no tengo todavía las cartas. Fue usted muy amable
y me prometió enviarlas con el próximo correo, las espero impacientemente.
Estoy muy afligido, querido maestro, porque se encuentre mal. ¿No hay manera
de que pueda reducir la carga de sus cursos? ¿O que pudiera dar la mitad de las clases
de la tarde o al menos no invertir tanto esfuerzo en todo ello? Pues simplemente esto
y el no estar más tiempo sentado, me parece ser la causa de su debilidad. Hay
profesores en Königsberg que están sentados de la mañana a la noche moviendo la
boca, sin que nunca hayan tenido motivo para quejarse de su salud. Si estima
oportuno que yo consulte a los médicos de aquí, tenga la amabilidad de escribirme
detalladamente acerca de su estado físico en general, ¡sería muy feliz, si pudiese
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contribuir aunque fuera mínimamente a su bienestar!
Esta vez le he importunado con una carta muy larga; perdone que abuse de su
resistencia; es para mí un placer el tiempo que paso con usted, y ¿quién es el mortal
que puede poner coto a tales sentimientos?
Siga deparándome su afecto y esté seguro de que yo jamás dejaré de sentirme
orgulloso de haber podido honrarle. Su dócil discípulo y obediente servidor.
MARCUS HERZ
[17]
De Johann Heinrich Lambert (61, 36)
Ilustrísimo señor:
Vuestra carta, junto con su trabajo acerca del mundo sensible e intelectual [la
Dissertatio. De mundi sensibilis atque intelligibilis forma et principiis], constituyó
para mí una satisfacción no pequeña, toda vez que puedo contemplar el último como
una muestra de cómo se podría mejorar la metafísica y acto seguido también la moral.
Deseo vivamente que el puesto que le ha sido encomendado a su Il. Exc.ª pueda dar
motivo para ulteriores disertaciones del estilo, mientras no toma la decisión de
publicarlas.
Su Il. Exc.ª me recuerda la idea expresada hace ahora cinco años, relativa a
futuros trabajos conjuntos. Yo escribí entonces lo mismo al Sr. Holland y hubiera
escrito sucesivamente a otros sabios si los catálogos de las ferias no hubieran
mostrado que las ciencias bellas desplazan a todo lo demás. Creo, sin embargo, que
eso pasará rápido, y que se retornará de nuevo a las ciencias más fundamentales.
Algunos que en las universidades sólo leyeron a fondo poesías, novelas y escritos
literarios me han confirmado que, cuando tuvieron que hacerse cargo de los negocios,
se encontraron en un terreno completamente nuevo y, como quien dice, tuvieron que
estudiar otra vez. Estos mismos podrían aconsejar muy bien acerca de lo que debe
hacerse en las universidades.
Mi plan entretanto ha consistido, de una parte, en escribir yo mismo un acervo de
pequeños tratados, y, en parte, en invitar a hacerlo a algunos eruditos de parecida
forma de pensar, instituyendo con esto, digamos que una sociedad privada donde se
evite todo lo que echa a perder con demasiada frecuencia a las sociedades científicas
públicas. Los miembros estrictos habrían de ser un pequeño número de filósofos
escogidos, familiarizados también con matemáticas y física, porque en mi opinión, un
purus pulus metaphysicus está hecho como si le faltase un sentido, como al ciego la
vista. Los miembros de esta sociedad tendrían que compartir sus escritos, o al menos
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cierta temática suficiente de los mismos, para dejarse ayudar en caso necesario allí
donde varios ojos pueden ver más que uno. Dado el caso, empero, que uno se
mantenga en su opinión, podría darla a la imprenta, pero lo haría con la modestia
correspondiente, en la conciencia de que puede equivocarse. Los tratados filosóficos,
así como también los de teoría del lenguaje y de las ciencias bellas habrían de ser los
más frecuentes, los de física y matemáticas tendrían que ser también admitidos
igualmente, sobre todo cuando colindasen con lo filosófico.
Muy especialmente el primer volumen habría de ser excelente, y ante las
contribuciones esperables habría que preservar siempre la libertad de devolverlas en
caso necesario, si la mayoría de las voces estuviera en contra. Los miembros habrían
de poder consultarse sus opiniones en materias difíciles a través de preguntas, de
manera tal que siempre quedase abierto el espacio para objeciones y réplicas.
Su Il. Exc.ª podría también comunicarme hasta qué punto ve como posible y con
perspectivas de continuidad una sociedad semejante. Yo me represento para el caso
las Acta eruditorum, que fueron en su inicio un Commercium epistolicum entre
algunos de los más grandes sabías. Otro ejemplo lo constituyen los Bremische
Beiträge, donde dieron a conocer sus ensayos los grandes poetas Gellert, Rabener,
Klopstock, al mismo tiempo que se formaban. Lo puramente filosófico parece tener
más dificultades. Habría que acertar con una buena elección de los miembros. Los
escritos tendrían que estar exentos de todo lo herético, o excesivamente arbitrario o
insignificante.
Mientras tanto, algunos trabajos que hubiera podido dedicar a una colección
semejante, los he publicado en parte en las Acta eruditorum, en parte los he
presentado aquí en la Academia, y en parte también he dado a conocer ideas
pertenecientes a esos trabajos, en otros contextos.
Paso ahora a su excelente trabajo, puesto que su Il. Exc.ª desea especialmente
conocer lo que pienso sobre él. Si he entendido bien el asunto, la base del mismo la
constituyen unas cuantas tesis que voy a resaltar lo más brevemente posible.
La primera gran tesis dice que el conocimiento humano, en tanto que de una parte
es conocimiento y de otra tiene una forma que le es propia, se diversifica en los
antiguos Phaenomenon y Noumenon; y según esa división surge de dos fuentes
totalmente diferentes y, por así decir, heterogéneas, de modo que lo que proviene de
una fuente no puede derivarse nunca de la otra. El conocimiento procedente de los
sentidos es y permanece sensible, del mismo modo que el procedente del intelecto
permanece como privativo del mismo.
En mi opinión, lo relevante de esta tesis tiene que ver con la universalidad, es
decir, hasta qué punto estos dos tipos de conocimiento están tan absolutamente
separados que no coinciden en ninguna parte. Si esto debe demostrarse a priori,
entonces ello sólo puede acontecer en y por la naturaleza de los sentidos y del
entendimiento. Pero dado que nosotros hemos de conocerlos sólo a posteriori,
entonces lo que se convierte en cuestión es la clasificación y previa enumeración de
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los objetos.
Éste parece ser también el camino que ha tomado su Il. Exc.ª en la tercera
sección. En este sentido me parece totalmente correcto que lo que está ligado al
tiempo y al espacio ofrece verdades de un tipo muy diferente al de aquellas que han
de ser vistas como eternas e inmutables. Esto lo apuntaba yo simplemente en Alethiol.
§ 81-87. Pues explicitar el fundamento o porqué de que cierras verdades estén ligadas
al tiempo y al espacio así y no de otra manera no es tan fácil, por muy importante que
ello sea en sí mismo.
Por lo demás se trataba allí únicamente de cosas existentes. Sin embargo, las
verdades geométricas y cronométricas no están ligadas al tiempo y al espacio por
casualidad, sino totalmente de modo esencial; y en la medida en que los conceptos de
tiempo y espacio son eternos, las verdades geométricas y cronométricas se inscriben
entre las verdades eternas e inmutables.
¿Su Il. Exc.ª pregunta ahora si estas verdades son sensibles? Puedo concederlo
plenamente. Pero da la impresión de que la dificultad que subyace a los conceptos de
tiempo y espacio puede plantearse sin tomar en consideración esta pregunta. Las
cuatro primeras proposiciones del § 14 me parecen totalmente correctas, y está muy
especialmente bien que en el 4.º su Il. Exc.ª insista en el verdadero concepto de
continuidad, [concepto] que parecía estar completamente perdido en metafísica,
solapado totalmente con un complexus entium simplicium, obligado a cambiar, por
tanto. La dificultad se encuentra en realidad en la tesis 5.ª. Su Il. Exc.ª establece la
proposición: Tempus est subiectiva conditio, etc., no como una definición; siendo así
que debería ciertamente indicar algo propio y esencial del tiempo. El tiempo es
indiscutiblemente una conditio sine qua non que va unida a la representación de las
cosas sensibles y de toda cosa que esté ligada al tiempo y al espacio. Y al hombre le
es especialmente necesario para esta representación. Es también intuitus purus, no
substancia, no mera relación. Difiere de la duración tanto como el lugar del espacio.
Es una especial determinación de la duración. Tampoco es accidente, que quede
suprimido junto con la sustancia, etc. Concedamos todas estas proposiciones. No
conducen a ninguna definición; justo la mejor definición será siempre que tiempo es
tiempo, mientras no se le quiera definir —y ciertamente de manera muy
inconveniente— por sus relaciones a las cosas que están en el tiempo, dejándose
introducir con ello en un círculo lógico. El tiempo es un concepto más determinado
que la duración y también por eso proporciona más proposiciones negativas. P. e.: lo
que está en el tiempo dura. Pero no al revés, en cuanto que para estar en el tiempo se
exige un comienzo y un final. La eternidad no está en el tiempo, porque su duración
es absoluta. Una substancia que tiene una duración absoluta, no está tampoco en el
tiempo. Todo lo que existe dura, pero no todo está en el tiempo, etc. En el caso de un
concepto tan claro como el tiempo no faltan las proposiciones. Ello parece deberse a
que no se tiene que definir el tiempo y la duración, sino sólo pensarlos. Todos los
cambios están ligados al tiempo y no pueden ser pensados sin tiempo. Si los cambios
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son reales, entonces el tiempo es real, sea éste lo que sea. Si el tiempo no es real
entonces tampoco es real cambio alguno. Y yo quiero pensar que incluso un idealista
tiene que admitir cambios al menos en sus representaciones, tales como el comienzo
y la finalización de las mismas; lo cual realmente ocurre y existe. Esto implica que el
tiempo no puede ser visto como algo no real. No es ninguna sustancia, etc., pero sí
una determinación finita de la duración y con la duración tiene algo de real, consista
ello en lo que consista. Si no puede ser denominado con nombre alguno tomado de
otras cosas sin peligro de malentendido, entonces, o debe recibir un nombre
inventado, uno inédito, o permanecer innominado. Lo real del tiempo y del espacio
parece tener algo de simple y algo de heterogéneo con respecto a todo lo demás, que
sólo se puede pensar, pero no definir. La duración parece inseparable de la existencia.
Lo que existe dura, o absolutamente, o en un trecho de tiempo; y a la inversa, lo que
dura, mientras dura, tiene necesariamente que estar a la mano. Cosas existentes de
duración no absoluta se ordenan según el tiempo en tanto que comienzan, continúan,
cambian, cesan, etc. Puesto que no puedo negar realidad a los cambios, mientras no
se me enseñe otra cosa, tampoco puedo decir que el tiempo —y el espacio— son sólo
un instrumento en orden a las representaciones humanas. Por lo demás, en lo que
concierne a las expresiones usuales referidas al tiempo en las lenguas, es bueno
anotar la multiplicidad de sentidos que ahí tiene la palabra tiempo. P. e.
«Un largo tiempo» es Intervallum temporis vel duorum momentorum y significa
una duración determinada.
«En torno a ese tiempo», «en aquel tiempo», etc., significa: o un momento
determinado —como el tempus immersionis, emersionis, etc. en la astronomía—, o
una duración (o punto de tiempo) mayor o menor, algo indeterminada, que precede o
sigue al momento, etc.
Su Il. Exc.ª podrá colegir ahora fácilmente lo que pienso con respecto al lugar y al
espacio. Establezco con todo rigor la analogía: Tiempo : Duración = Lugar : Espacio,
dejando de lado la multiplicidad de significados de las palabras, y la cambio sólo en
esto: que el espacio tiene tres dimensiones y la duración una, supuesto lo cual, cada
uno de estos conceptos tiene algo propio. El espacio tiene, como la duración algo
absoluto, y también determinaciones finitas. El espacio tiene, como la duración, una
realidad propia, que no se puede explicitar ni definir con palabras tomadas de otras
cosas, sin peligro del malentendido. Es algo simple, y tiene que ser pensado. El
ámbito entero de los pensamientos no pertenece al espacio, pero encierra un
simulacrum del espacio, que se distingue fácilmente por sí mismo del espacio físico,
aunque tal vez tenga con él una semejanza más estrecha que la meramente
metafórica.
Las dificultades teológicas, que sobre todo desde los tiempos de Leibniz y Clarke
han colmado de espinas la doctrina del espacio, no me han confundido hasta ahora en
este asunto. Todo el éxito en mi caso radica en que prefiero dejar indeterminado todo
aquello que no puede ser puesto en claro. Por lo demás mi intención en la ontología
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no era echar un ojo a otras partes de la metafísica. No pasa nada si el espacio y el
tiempo se toman como meras imágenes y fenómenos. Pues además de que una
apariencia que permanece es verdad para nosotros, y en ese caso, lo que le está a la
base como fundamento nunca será descubierto, o lo será sólo en el futuro, es por ello
útil en la ontología ocuparse también de los conceptos que están ocultos por la
apariencia, porque su teoría tiene que aplicarse a fin de cuentas a los fenómenos.
Pues de este modo comienza también el astrónomo: con el fenómeno; deriva de ahí la
teoría de la estructura del cosmos, y la aplica de nuevo a los fenómenos y a sus
predicciones en sus efemérides [tablas astronómicas donde se consigna diariamente la
posición de las estrellas]. En metafísica, donde la dificultad con las apariencias es tan
decisiva, el método del astrónomo sería probablemente el más seguro. El metafísico
puede tomar todo como apariencia, separar lo real de lo nulo, y concluir lo verdadero
a partir de lo real. Y si en eso procede bien, no dará con muchas contradicciones en
los principios, y en general tendrá éxito. Claro que para ello hace falta tiempo y
paciencia.
Con respecto a la Sección 5.ª abreviaré esta vez. Considero muy importante que
su Il. Exc.ª pueda encontrar medios para profundizar sobre el fundamento y origen de
las verdades ligadas al tiempo y al lugar. Pero en la medida en que esta sección trata
ahora del método, tengo que decir aquí lo dicho ya anteriormente acerca del tiempo.
Pues si los cambios, y con ellos el tiempo y la duración, son algo real, parece
seguirse de ello que la separación propuesta en la Sección 5.ª ha debido tener otras
intenciones, en parte más determinadas y entonces la clasificación tendría que
haberse realizado de acuerdo con ellas, de otra manera. Pienso esto acerca del S 25-
26. Con respecto al § 27, el Quicquid est, est alicubi et aliquando es en parte erróneo,
en parte ambiguo, si quiere decir algo así como in tempore et in loco. Lo que dura
absolutamente no es in tempore, y el mundo del pensamiento está solamente in loco
del simulacro del espacio antes mencionado o in loco del espacio del pensamiento.
Aplaudo enteramente lo que su Il. Exc.ª dice en el § 28, así como en la nota 3 de
la página 2 acerca del infinito matemático, a saber, que las definiciones lo han
tergiversado en la metafísica, y se ha introducido otro en su lugar. A propósito del
símil mencionado en el § 28 esse et non esse pienso que también en el mundo del
pensamiento se produce un simulacrum temporis y que el símil se produce en las
demostraciones de las verdades absolutas, no vinculadas a espacio y tiempo. Yo diría
que la consideración del simulacrum spatii et temporis en el mundo del pensamiento
podría introducirse perfectamente en la teoría que usted ha presentado. Se trata de
una imitación del espacio real y del tiempo real y puede distinguirse perfectamente de
ellos. En el conocimiento simbólico tenemos todavía un tertium quid entre el sentir y
el puro pensar real. Cuando procedemos correctamente en la designación de lo simple
y del modo de la composición, nos dotamos de reglas seguras para obtener símbolos
de muchas cosas compuestas que no podemos abarcar, y sin embargo estamos
seguros de que la designación representa verdad. Nadie se ha representado todavía
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todos los miembros de una serie infinita simultáneamente y nadie lo hará en el futuro.
Pero contamos con semejantes series, podemos proporcionar la suma de las mismas,
etc.; esto sucede merced a las leyes del conocimiento simbólico, con el cual
rebasamos con mucho los límites de nuestro pensamiento real. El símbolo √–1
representa un absurdo impensable y sin embargo puede emplearse muy bien para
hallar teoremas [Lehrsätze]. Lo que se toma comúnmente como pruebas del
entendimiento puro, habría de considerarse las más de las veces sólo como pruebas
del conocimiento simbólico. Esto lo dije ya en el § 122 de Phaenomenol. con ocasión
de la pregunta del § 119. Y no encuentro nada que objetar a que su Il. Exc.ª
generalice totalmente esa observación en el § 10.
Voy a interrumpir aquí, confiando lo dicho al uso que su Il. Exc.ª desee darle. Le
pediría con todo que examine cuidadosamente las proposiciones subrayadas en este
escrito, y que si quiere tomarse tiempo para ello, me haga saber su juicio, sin
preocuparse del franqueo. Hasta ahora no he podido nunca negar toda realidad al
tiempo y al espacio, ni tampoco convertirlos en meras imágenes y apariencias. Pienso
que [en tal caso] todos los cambios tendrían que ser también mera apariencia. Y esto
contradiría uno de mis principales axiomas (§ 54, Phaenom.). Por tanto, si los
cambios son reales, entonces le atribuyo también realidad al tiempo. Los cambios se
suceden, comienzan, continúan, cesan, etc.: expresiones todas tomadas del tiempo. Su
Il. Exc.ª puede ensenarme en esto otra cosa. Bien, no creo que pierda mucho con ello.
El tiempo y el espacio serán apariencia real, allí donde algo hay a la base que se rige
respecto de la apariencia de una manera tan exacta y permanente, como exactas y
permanentes son siempre las verdades geométricas. El lenguaje de la apariencia
funcionará entonces en lugar del desconocido lenguaje verdadero, con idéntica
precisión. Pero yo diría, en todo caso, que una apariencia tal que no engaña nunca,
debería ser algo más que mera apariencia.
Supongo que probablemente los periódicos de [los editores] Haude y Spener
llegarán también desde aquí a Königsberg. Indicaré entonces sólo brevemente que en
el n.º 116 del 27 de septiembre tuve la ocasión de decir al público que ya se ha
encontrado a alguien que ampliará hasta 204.000 —y tal vez más— la tabla de los
divisores de los números que se encuentra en mis Suplementos a las tablas
logarítmicas y trigonométricas. Otra persona se ha propuesto calcular los log.
hyperbol. hasta bastantes cifras decimales. He notificado esto con el fin de que no se
emprenda este trabajo doblemente, sino que se proceda al cálculo de otras tablas [que
estén] todavía totalmente atrasadas. Siempre hay amantes de la matemática que
calculan con gusto. Y tengo motivos para esperar que la invitación, que saldrá
también en la Allgemeine Deutsche Bibliothek, en las páginas del Göttingen Anzeiger
y en los periódicos ilustrados de Leipzig no resultará infructuosa. Si encontrase usted
en su región a alguien que tuviese gusto en semejantes cálculos, me sería muy grato.
Es verdad que un editor no retribuye el tiempo y el esfuerzo como se merece, y que
difícilmente podré sacar más de un ducado por pliego. Pero salga lo que salga, yo no
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reclamo nada ahí, sino que quien fuere podrá en todo caso percibir su parte
directamente del editor. Por lo demás, el primero que se apunte a calcular las tablas
que faltan todavía, si da pruebas de su capacidad, será el elegido, como es obvio.
Precisamente yo he elegido ya a alguien, que se ha ofrecido confidencialmente y que,
o bien calculará él mismo, o encargará el cálculo. Es posible que la tabla de los
divisores de los números suba hasta 1.000.000, pudiendo abarcar ella sola dos
volúmenes en octava. Tengo el honor de ser, con verdadera estima, de su Il. Exc.ª
humildísimo servidor.
J. H. LAMBERT
[18]
De Johann Georg Sulzer (62, 37)
Le estoy muy obligado por el envío de su Disertación Inaugural, con la que usted
le hace al público un obsequio importante. Creo haber comprendido lo suficiente con
certeza, aunque la concurrencia de múltiples ocupaciones y el trabajo diario en mi
obra Sobre las Bellas Artes, que se encuentra ahora en prensa, no me han permitido
asimilar del todo cada uno de los importantes conceptos nuevos que se encuentran en
su obra en número considerable. Creo que con estos conceptos daría usted a la
filosofía un nuevo empuje, si quisiera tomarse la molestia de desarrollar cada uno en
particular, y mostrar su aplicación algo más detalladamente.
Tales conceptos me parecen no sólo rigurosos, sino muy importantes. Sólo en una
pequeñez no he podido llegar a entender su manera de ver las cosas. Hasta ahora he
considerado correctos los conceptos leibnizianos de espacio y tiempo, porque he
tomado el tiempo como algo distinto de la duración y el espacio como algo distinto
de la extensión. Duración y extensión son en último término conceptos simples, que
no se pueden explicar, pero que desde mi punto de vista tienen una verdadera
realidad; espacio y tiempo sin embargo son conceptos compuestos que no se pueden
pensar sin disponer a la vez del concepto de orden. Hace tiempo que me represento la
influencia natural de las substancias (o siento su necesidad), lo mismo que usted, y
acerca de la diferencia entre lo sensible y lo inteligible tengo conceptos cuya claridad
se puede llevar bastante lejos, cosa que me he propuesto mostrar detalladamente en
cuanto tenga tiempo. Pero en esto se me adelantará usted, sin duda, lo cual me
parecerá estupendo; pues ahora tengo realmente poco tiempo, y además, al estar
dedicado a trabajos de naturaleza completamente diferente, me encuentro con poca
disposición de espíritu para elaborar materias tan abstractas.
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Me gustaría que me dijera si podemos alimentar la esperanza de ver pronto su
obra sobre la metafísica de la moral. Esta obra es sumamente importante, dado el
estado tan vacilante de la teoría moral. Yo mismo he intentado algo por el estilo, al
proponerme resolver esta pregunta: ¿En qué consiste propiamente la diferencia física
o psicológica del alma que llamamos virtuosa con respecto a la viciosa? He intentado
descubrir las disposiciones propiamente dichas para la virtud y para el vicio en las
expresiones primeras de las representaciones y de las sensaciones y creo no haber
emprendido la investigación totalmente en vano, pues me ha llevado a conceptos
bastante simples y fáciles de comprender, que se pueden aplicar a la enseñanza y la
educación sin esfuerzo y sin rodeos. Pero en este momento, tampoco puedo dar fin a
este trabajo.
Le deseo de corazón suerte en la gloriosa carrera que ha iniciado, a la vez que
salud y sosiego para culminarla con honor.
J. G. SULZER
[19]
De Moses Mendelssohn (68, 38)
El Sr. Marcus Herz, que se ha formado como filósofo en sus clases y, según me
asegura, mucho más a través de su sabio trato, continúa gloriosamente la carrera a la
que dio comienzo bajo su cuidado. Si mi amistad puede contribuir a su buena
evolución, no le faltará. Lo estimo sinceramente y tengo el placer de disfrutar casi a
diario de su ameno trato. Ciertamente la naturaleza ha hecho mucho por él. Posee un
entendimiento preclaro, un corazón suave, una imaginación comedida y una cierta
sutileza de espíritu que parece ser connatural en la nación [judía]. ¡Qué suerte la suya,
que precisamente estos dones naturales hayan sido conducidos tan tempranamente
por la senda de lo verdadero y lo bueno! Algún otro, que no ha tenido esta fortuna, ha
quedado abandonado a su suerte en el espacio inmenso de la verdad y el error,
teniendo que consumir su precioso tiempo y sus mejores fuerzas en cien ensayos
inútiles, de modo que al cabo le faltan ambos, tiempo y fuerzas para continuar en el
camino, que tras largo tanteo ha encontrado por fin. ¡Ojalá hubiese tenido yo antes de
mis veinte años a un Kant como amigo!
He tomado su Disertación en mis manos con la máxima avidez y la he leído
entera, ciertamente con gran placer, pese a que, desde hace mucho tiempo, por causa
de la debilidad de mi sistema nervioso, apenas si me siento capaz de examinar
debidamente nada especulativo de esta importancia. Se ve que este pequeño escrito es
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el fruto de muy largas meditaciones y que ha de ser considerado como parte de un
completo edificio doctrinal original del autor; del cual ha querido enseñar
anticipadamente sólo algunas muestras. La propia impresión de oscuridad que queda
en algunos pasajes, le sugiere al lector avisado la relación con un todo que no le ha
sido presentado todavía. Por tanto, sería deseable para bien de la metafísica, tan por
los suelos desgraciadamente hoy día, que no nos privase por mucho tiempo del
grueso de sus meditaciones. La vida humana es breve y el final nos sorprende
fácilmente formulando siempre de nuevo propósitos de hacerlo mejor. ¿Y por qué
tiene tanto recelo en repetir algo que ya se ha dicho antes de usted? En conexión con
sus propios pensamientos, lo antiguo aparece siempre bajo una nueva faceta y ofrece
perspectivas que no han sido pensadas todavía. Por lo demás, puesto que usted posee
con creces el talento de escribir para muchos lectores, sería de esperar que no se
limitara siempre a los pocos iniciados que solamente tienen ojos para lo nuevo y
saben adivinar lo que no se ha dicho de lo que se ha dicho a medias.
Puesto que yo no me cuento del todo entre esos iniciados, no me atrevo a
participarle todos los pensamientos que su Disertación ha suscitado en mí. Permítame
plantear aquí solamente algunos que se refieren a consideraciones secundarias, más
que a sus ideas principales.
Página 2. 3. En la segunda edición de los Escritos filosóficos, que está ya en
imprenta, y de los que tendré el honor de enviarle un ejemplar, aparecen
consideraciones parecidas —aunque no tan agudamente detalladas— acerca de lo
infinito en la magnitud extensiva. El Sr. Herz puede dar testimonio de que ya estaba
todo listo para imprimir cuando recibí su escrito. También le he expresado desde el
comienzo mi satisfacción por que un hombre de su peso piense en ese punto lo
mismo que yo.
Página 11. Usted cuenta a Lord Shaftesbury entre los que siguen a Epicuro
aunque sea de lejos. Yo he creído hasta ahora que habría que diferenciar
cuidadosamente el instinto moral del Lord, del placer de Epicuro. Aquél es para el
inglés simplemente la facultad innata dé distinguir el bien y el mal a través del mero
sentimiento. Para Epicuro, en cambio, el placer constituye no solamente el criterium
boni, sino el summum bonum mismo.
P. 15. Quid significet vocula post, etc. Esta dificultad parece probar más bien la
pobreza del lenguaje que la incorrección del concepto. La palabreja post denota en su
origen ciertamente una sucesión temporal; pero también con ella se puede designar en
general el orden en el que se ofrecen dos cosas reales, A y B, de las cuales A no
puede ser sino cuando B no es, o en tanto que B no es. En una palabra, [tal palabreja
designa] el orden en el que dos cosas absoluta o hipotéticamente contradictorias
pueden, sin embargo, estar ahí. Usted me dirá que el «cuando» o el «en tanto que»,
que no puedo soslayar, presupone de nuevo la idea de tiempo. ¡De acuerdo!, pues
evitemos, si usted quiere, también la palabreja. Comienzo con la siguiente aclaración
terminológica:
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A dos cosas, A y B, reales ambas y consecuencias inmediatas (o si se quiere,
equidistantes) de un fundamento C (rationata), las llamo cosas hipotéticamente
compatibles (compossibilia secundum quid). En el caso de que sean consecuencias (o
rationata) no equidistantes las llamo hipotéticamente incompatibles.
Sigo: Las cosas hipotéticamente compatibles (cosas que también son
compossibilia en este mundo) son al mismo tiempo, simultáneas; los actualia
hipotéticamente incomponibles, en cambio, se suceden uno detrás de otro, a saber, el
rationatum más cercano va delante, el más lejano le sigue. Aquí no hay, creo yo,
palabra alguna que presuponga la idea de tiempo. Si acaso se encontrará quizás en el
lenguaje más que en el pensamiento.
Por diversas razones no puedo persuadirme de que el tiempo sea algo meramente
subjetivo. La sucesión es por lo menos una condición necesaria de las
representaciones de los espíritus finitos. Ahora bien, los espíritus finitos no son
solamente sujetos, sino también objetos de las representaciones, tanto de Dios como
del resto de espíritus. Con lo cual la sucesión ha de ser considerada como algo
objetivo.
Puesto que además tenemos que admitir la sucesión en los entes que poseen
representaciones y en sus cambios, ¿por qué no también en el objeto sensible que es
el mundo, muestra y arquetipo de las representaciones?
No comprendo cómo encuentra en este modo de representarse el tiempo un
círculo vicioso (p. 17). El tiempo es (según Leibniz) un Phaenomenon y tiene, como
todos los fenómenos, algo objetivo y algo subjetivo. Lo subjetivo es la continuidad,
que nos representamos con el tiempo; lo objetivo por el contrario es la serie de los
cambios, que son rationata equidistantes de un fundamento [Grund].
P. 23. Yo no creo que la condición eodem tempore sea tan necesaria en el
principio de contradicción. Si se trata del mismo sujeto no pueden predicarse a partir
de él A y no A, tampoco en tiempos distintos, pues para el concepto de imposibilidad
no se requiere sino: el mismo sujeto de dos predicados A y no-A. También se puede
decir: impossibile est, non A praedicatum de subiecto A.
No me habría atrevido a juzgar el escrito de su Il. Exc.ª con tal franqueza, si el Sr.
Herz no me hubiera dado a conocer su verdadero talante filosófico y no me hubiera
asegurado que está usted muy lejos de tomar a mal esta cordial apertura. Y si pocas
veces se encuentra esta cualidad entre los que hablan con ligereza, suele ser
comúnmente rasgo distintivo de cabezas capaces de pensar por sí mismas. Quien ha
experimentado en sí mismo cuán difícil es encontrar la verdad y convencerse de que
la ha encontrado, tiende en todo momento a ser tolerante con los que piensan de
manera diferente a él. Tengo el honor de ser, con la más perfecta estima de su Il.
Exc.ª, mi honorabilísimo profesor, humilde seguro servidor
MOSES MENDELSSOHN
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IV
La Dissertatio en encrucijada.
Una Wendung que se resiste, o la esterilidad laboriosa
(1771-1780)
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[20]
A Marcus Herz (67, 40)
Carísimo amigo:
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los objetos. Cuando uno no está obsesionado por la manía del sistema, las
investigaciones emprendidas acerca de la misma regla fundamental en su aplicación
lo más completa posible se verifican unas a otras. Por eso me ocupo ahora de elaborar
con algo de detalle una obra que bajo el título de Los límites de la sensibilidad y de la
razón, debe contener la relación de los conceptos y leyes fundamentales propios del
mundo sensible, junto con el bosquejo de lo que constituye la naturaleza de la
doctrina del gusto, de la metafísica y de la moral. Durante el invierno he repasado
todos los materiales con los que cuento para esto, he sopesado todo ordenadamente y
lo he ajustado, pero aún hace poco que he terminado con el plan.
Mi segundo motivo debe resultarle a usted como médico todavía más legítimo, a
saben puesto que mi salud se ha resentido notablemente, es absolutamente necesario
cuidarse de mi naturaleza, reponerla poco a poco y por este motivo, dar de lado a
codos los esfuerzos durante una temporada aprovechando únicamente los momentos
de buen ánimo, dedicando el resto del tiempo al sosiego y a pequeñas distracciones.
Esto y el consumo diario de quina desde octubre del pasado año, me ha ayudado
notablemente a restablecerme, incluso a los ojos de mis conocidos. No dudo que no
desaprobará del todo una desidia que lo es por mor de los principios de la medicina.
Me he enterado con satisfacción de que se dispone a mandar a la imprenta un
trabajo acerca de la naturaleza de las ciencias especulativas. Lo aguardo
ansiosamente y puesto que estará listo antes que mi escrito, podré sacar provecho de
todos los guiños que presumiblemente encontraré allí. La satisfacción que sentiré en
el aplauso que previsiblemente recibirá su primera publicación, aunque pueda en
secreto no carecer de vanidad, tiene no obstante un fuerte sabor a complicidad
amistosa y desinteresada. El Sr. Kanter ha sacado mi Disertación bastante tarde, en
número escaso, e incluso sin incluirla en el catálogo de la feria; después de tener en la
cabeza el plan para un desarrollo más completo, no he querido cambiar nada en ella.
Dado que éste es el texto sobre el cual se ha de decir lo demás en el escrito siguiente,
y que además ciertos pensamientos aislados que allí aparecen, difícilmente podría
tener ocasión de exponerlos en otra parte; y porque la Disertación, con sus fallos, no
parece digna de una nueva edición, me contraría un tanto que este trabajo haya de
resignarse tan pronto al destino de todos los esfuerzos humanos, a saber, el olvido.
Si puede usted superar el escribirme aunque no reciba respuesta más que de vez
en cuando, su carta —cuanto más extensa mejor— aportará un buen refuerzo a mi
quina en la cura de primavera. Le ruego transmita mis excusas a los Sres.
Mendelssohn y Lamben y la seguridad de mi máxima adhesión. Pienso que cuando
mi estómago cumpla poco a poco con su deber, mis dedos no van a dejar de cumplir
el suyo. Acompaño todas sus empresas con los deseos de un amigo sinceramente
partícipe
IMMANUEL KANT
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[21]
De Marcus Herz (68, 41)
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los límites del conocimiento. ¡Oh, qué prenda segura es en mis manos esta confesión
del mayor amigo de la humanidad, cuando dice que no puede dejar de interesarse por
aquello que constituye el único medio para la felicidad!
Le llegará por correo mi escrito, en el cual me temo que no encontrará apenas
nada que pueda ocasionar cambios en lo que usted se trae entre manos. A nadie
menos que a usted, queridísimo profesor, necesito decir cuán pequeño es mi mérito
en este escrito. Simplemente he tenido a la vista el suyo [la Dissertatio] y he seguido
el hilo de sus pensamientos, haciendo aquí y allá algunas digresiones que se me iban
ocurriendo al trabajar, y que antes no había contemplado en el plan. Es usted por
tanto muy bondadoso suponiendo que puede aprovecharse del éxito que [este escrito
mío] pueda esperar. El éxito le corresponde enteramente a usted; y a mí sólo la
alabanza que mereciera un oyente aplicado. Y vergüenza, eterna vergüenza sólo para
mí, si no lo he comprendido, si he suplantado con mercancías inauténticas, las
auténticas; y caiga sobre mí la merecida censura de todo el mundo.
Podría ahora detenerme en diversos temas contenidos en el escrito, pero me
reservo hasta que lo haya leído usted y me haya comunicado su juicio. Al desarrollar
los conceptos de espacio y tiempo he realizado una suerte de extensión hacia la
naturaleza de los principios de lo bello. Al investigar las relaciones he ido a parar a
una prueba de la existencia del alma, que quizás merezca atención. En el segundo
apartado le he seguido simplemente a usted, y he hecho sólo un pequeño movimiento
para poner el pie algo más lejos.
Encontrará mi estilo torpe y pesado; me Palta rotundidad y precisión, y no sé si la
falta de claridad en algunos puntos hay que atribuirla meramente a mi incapacidad o
también a la naturaleza de la materia. Espero su juicio tanto sobre los distintos temas,
como sobre el conjunto del escrito, y especialmente, sobre si todo mi proyecto
merece o no ser editado.
Acerca del inglés Smith, su preferido, según me dice el Sr. Friedländer, tengo que
hacer diversas consideraciones. También a mí me ha deleitado increíblemente, pero
sin embargo, desestimo con mucho la primera parte de la crítica a Home [Henry
Home]. Probablemente ha leído la Rapsodia del Sr. Mendelssohn. Ha ampliado
mucho la nueva edición y ha descubierto una nueva perspectiva en el campo de las
sensaciones mixtas. Hay ahí muchos asuntos que todavía son difíciles para mí, pero
ahora no puedo hablar sobre todo ello con este hombre, que tiene desde ya hace más
de medio año un acceso de enfermedad nerviosa, de manera que no se encuentra en
absoluto en condiciones de leer, escribir, o pensar acerca de materias filosóficas.
Gracias a su rigurosa dieta, empero, se ha recuperado bastante —¡loado sea Dios!—
tanto en la parte física como en la anímica y el próximo invierno podrá trabajar de
nuevo. Entretanto me dirigiré a mi querido profesor, presentándole lo que se me
ocurra al leer los escritos mencionados.
Me siento muy feliz de tener su retrato sobre mi escritorio. ¡Qué placer me
proporciona, pues me trae recuerdos de aquellos tiempos tan llenos de enseñanzas! A
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usted y al Sr. Friedländer les estoy infinitamente obligado por ello.
He empezado hace poco a leer la Arquitectónica de Lambert y no puedo juzgarla.
Son por lo demás pocas horas las que puedo dedicar a los estudios que no sean de
medicina.
Ya he charlado lo suficiente, inolvidable profesor. Responda pronto y
extensamente a mi escrito. Pues —Dios lo sabe— solamente su juicio será capaz de
determinar para mí su valor. Piense hasta entonces en su muy humilde servidor y
discípulo,
MARCUS HERZ
[22]
A ¿…? (72, 44)
Por la presente tengo humildemente el honor de reclamar los 2 ducados a los que
reduje voluntariamente el honorario de 8 táleros de su hijo, con ocasión de su partida.
Los docentes de la Universidad estamos ahora particularmente obligados a dar
cuentas de los balances a la mayor brevedad. Quedo suyo seguro servidor, con la
mayor consideración,
I. KANT
[23]
De Johann Heinrich Kant (76, 47)
Queridísimo hermano:
¿No será tiempo ya de que volvamos a acercamos el uno al otro? Hace años que
no te escribo y bien merezco un castigo. Mi negligencia me sonroja. Pero no puedo
permitir que esta separación entre nosotros se prolongue por más tiempo. Somos
hermanos, la naturaleza nos ha convertido el amor y la confianza en deber; apelo a tu
corazón, pues el mío te está abierto. Estoy deseando tener noticia detallada de tu
situación actual; con mucho gusto querría saber de ti aunque sólo fuera medio pliego.
¿Por qué no puede saber tu hermano algo de tus trabajos científicos antes de que
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cualquiera pueda disponer de ellos en la librería? Hintz me ha dado noticia de
diversos ensayos que has hecho; esto, y todo —que ciertamente me interesa porque se
trata de ti—, lo espero con cierta exigencia, a ver si me llega en el próximo correo.
Mi situación actual es desde hace 15 años que vivo en Kurland, la misma de
siempre. ¡Ni la más pequeña perspectiva de una provisión confortable! Los naturales
de aquí tienen en todo momento preferencia en la ocupación de los puestos vacantes,
y el extranjero que concurre con los oriundos tiene que ir a la zaga la mayor parte de
las veces, porque los posibles méritos y aptitudes no pueden competir con los apoyos
familiares. Actualmente me encuentro en mi 4.º contrato en casa del Sr. Sass en
Scheden. Una casa importante en la que me siento tan feliz como uno puede serlo en
esta profesión de maestro. ¿Deberá seguir esto siempre así? ¿Tendré que estar toda mi
vida en esta despreciable carrera? ¡Oh, cómo lamento haber dejado Prusia! En mi
patria ya tendría hace tiempo una plaza. ¿Por qué he buscado mi felicidad en tierra
extraña? Pero no quisiera continuar lamentándome, uno ha de ser pariente cuando no
puede cambiar por sí mismo su destino.
Nuestro príncipe tiene el noble y patriótico propósito de mejorar las escuelas y de
fundar un Gymnasium Academicum. Tengo la leve esperanza de que quizás entonces
se me conceda una plaza en la escuela estatal de Mitau.
Se me ha asegurado también que tú estarías en la lista de los profesores llamados
para el Gimnasio. ¡Cuánto me alegraría si fuera verdad y no encontrases motivo
alguno para rehusar un nombramiento así!
Nuestra hermana casada con el maestro textil Schultz me ha escrito y me ha dado
noticias sobre su vida y la de nuestras otras hermanas. Hazme el favor de enviarle la
carta que adjunto. Veo por la citada carta que la infeliz Krönertin [Sra. de Kröner]
está siendo ayudada por ti en sus penosas circunstancias; a mí se me ha pedido
también una aportación y estoy dispuesto a contribuir anualmente con algo para su
mantenimiento. La primera cuota que enviaré próximamente se ajustará a mis
posibles. A mis estimados parientes el Sr. tío y la Sra. tía Richter dales mis saludos
más cordiales.
Esperaré cada día tu respuesta con impaciencia. Lástima que sólo puedo abrazarte
con el pensamiento. Tu único hermano, que te ama con la mayor ternura
J. H. KANT
[24]
A Marcus Herz (79, 49)
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Ilustre señor, estimadísimo amigo:
Me complace recibir noticias acerca de la buena marcha de sus tareas, pero más
todavía, vislumbrar en el escrito del que me hace partícipe los indicios del buen
recuerdo y de la amistad. Lo que más deseo es que se ejercite en la práctica de la
medicina bajo la guía de un hábil maestro. El cementerio no puede en el futuro
llenarse antes de que el joven doctor aprenda el método como es debido. Observe
mucho con todo empeño. Las teorías, aquí como en otros ámbitos, se montan con
frecuencia más para aligerar el asunto que para la explicación de los fenómenos de la
naturaleza. La medicina sistemática de Macbriden (creo que usted ya la conocerá) me
ha gustado mucho en este sentido. Me encuentro ahora en general mucho mejor que
antes. La causa de ello es que ahora conozco mejor lo que me hace daño. A causa de
mi sensibilidad nerviosa, los fármacos son, sin distinción, un veneno para mí. Lo
único que necesito, si bien muy raramente, es media cucharilla de quina con agua
cuando por las mañanas me importuna la acidez, lo que me parece mucho mejor que
todos los absorbentes. Por lo demás, he suprimido el consumo diario de este remedio
con la intención de robustecerme. Me producía un pulso intermitente sobre todo hacia
el atardecer, lo que me atemorizó bastante hasta que supuse la causa y, tan pronto la
suprimí, desapareció el mal. Estudie usted la gran diversidad de las naturalezas. La
mía habría sido desechada por cualquier médico que no fuera filósofo.
Usted busca en el catálogo de la Feria [del libro], diligente pero inútilmente, un
cierto nombre que empieza con la letra K. Nada me habría sido más fácil tras el
mucho esfuerzo realizado, que aparecer allí con trabajos no poco considerables, que
están prácticamente terminados. Pero puesto que de una vez por todas he llegado tan
lejos en la transformación de esa ciencia tanto tiempo trabajada en vano por la mitad
del mundo filosófico, de tal modo que me veo en posesión de un concepto doctrinal
que resuelve plenamente el enigma, y que lleva el proceder de la razón aislada
consigo misma a reglas seguras y fáciles de aplicar, por todo ello, prefiero persistir
obstinadamente en mi propósito, sin dejarme llevar por ningún prurito de autor, y sin
buscar la fama en ningún campo fácil y popular, hasta que no deje mi espinoso y duro
terreno liberado en su sentido más universal.
No creo que muchos hayan intentado proyectar una ciencia completamente nueva
en su idea, y al mismo tiempo desarrollarla en su totalidad. Pero el esfuerzo que esto
supone por lo que respecta al método, a las subdivisiones, a las denominaciones
adecuadas; y el tiempo que hay que invertir en ello, apenas podría usted imaginarlo.
Pero brilla ante mí una esperanza que sólo a usted me atrevo a confesar sin miedo a
hacerme sospechoso de la vanidad más grande, a saber, la de dar por este medio y de
manera duradera un nuevo rumbo a la filosofía, mucho más ventajoso para la religión
y la moral, dándole a la par la forma que puede atraer a los hoscos matemáticos a
considerarse dignos y capaces de trabajar en ella. Tengo todavía por ahora la
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esperanza de tener la obra terminada para Pascua. Pero contando incluso con las
frecuentes indisposiciones que siempre me ocasionan interrupciones, puedo casi con
certeza prometerla para poco después de Pascua.
Estoy ansioso por ver aparecer su ensayo de filosofía moral. Desearía sin
embargo que no quisiera usted hacer valer ahí el concepto de realidad [Realität], tan
importante en la más elevada abstracción de la razón especulativa, pero tan vacío en
su aplicación a lo práctico. Pues tal concepto es trascendental, mientras que los
elementos prácticos supremos son el placer y la pena, los cuales son empíricos, sea
cual sea el lugar de donde venga reconocido su objeto. Un concepto puro del
entendimiento no puede proporcionar las leyes o máximas de lo que es meramente
sensible; porque en relación con ello [lo sensible] el concepto es completamente
indeterminado. El fundamento supremo de la moralidad no puede consistir
meramente en el bienestar o felicidad, sino que debe ser el bien en sumo grado,
puesto que no puede ser una representación meramente especulativa, sino que debe
poseer capacidad movilizadora [Bewegkraft] y por ello, aunque es intelectual, tiene
que tener una relación directa con las primeras inclinaciones de la voluntad. Estaré
contento cuando haya terminado mi filosofía trascendental, la cual es propiamente
una crítica de la razón pura; luego pasaré a la metafísica, que sólo tiene dos partes: la
metafísica de la naturaleza y la metafísica de las costumbres; de ellas, publicaré la
última en primer lugar, de lo cual ya me alegro desde ahora.
He leído la recensión de la antropología de Platner, No hubiera por mí mismo
aconsejado tal recensionista [Herz]; pero ahora me satisface comprobar el notable
progreso que muestra en su buen hacer. Este invierno impartiré por segunda vez un
curso privado de antropología, que estoy pensando en convertir en una disciplina
académica ordinaria. Pero mi plan es muy diferente [al de Platner]. La intención que
tengo es la de acceder por su medio [de la antropología] a las fuentes de todas las
ciencias: de la moral, de la habilidad [o capacitación para el hacer técnico], del
comportamiento, y del método para formar y dirigir a los hombres: en suma, de todo
lo práctico. En todo ello busco fenómenos y sus leyes, más que fundamentos de
posibilidad de una modificación de la naturaleza humana en general. Con esto
desaparece totalmente la investigación sutil y siempre infructuosa —a mi juicio—
acerca del modo como los órganos del cuerpo se relacionan con los pensamientos.
Me sitúo incansablemente de tal modo en la observación, en la vida común, que mis
oyentes no se aburren, sino que desde el principio hasta el final están en una
ocupación entretenida, pues tienen la ocasión de comparar continuamente su
experiencia cotidiana con mis aclaraciones. Entretanto trabajo para traducir esta
doctrina de la observación, tan grata a mis ojos, en una práctica de la habilidad, de la
prudencia, e incluso de la sabiduría, de cara a la juventud académica; tal doctrina,
junto con la geografía física, es diferente de todas las otras enseñanzas y podría
denominarse conocimiento del mundo.
He visto mi retrato delante de la Biblioteca; un honor que me inquieta un tanto
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pues, como sabe, evito toda muestra de alabanza subrepticia y cualquier
impertinencia para hacerme notar. Como grabado es bueno, pero no muy acertado.
Aunque me place haberme enterado de que se trata de una iniciativa que se debe a la
amable parcialidad de mi antiguo oyente [el librero Kanter].
La recensión de su escrito que aparece en el mismo lugar [que la de Platner] da fe
de lo que yo me temía: que presentar nuevas ideas bajo una luz que permita al lector
percibir el pensamiento propio del autor y el peso de sus razones, requiere un tiempo
más largo para repensar las cuestiones hasta alcanzar una completa y sencilla
familiaridad con ellas. Soy, con sincera adhesión y respeto, su servidor y amigo más
entregado
IMMANUEL KANT
[25]
De Johann Caspar Lavater (81, 50)
De entre los muchos caminos que se me ofrecen para acercarme por primera vez a
usted con cierto decoro, tengo que utilizar y quiero utilizar el más directo, mi
honorable Sr. Kant. Hoy acudió a mí una chica de Winterthur, que tiene un hermano
en Königsberg. Me preguntó si no tenía allí algún conocido de quien pudiera obtener
una información… De inmediato me vino a la mente mi escritor preferido, Kant,
amigo de Herder, y prometí escribirle en su nombre. ¿Acerca de qué? Un encargo
extraño para un filósofo a la Wolff, pero el más natural para un filósofo tan humano,
tan humano como Kant, con quien tanto simpatizo.
Pues bien, se trata de si pudiera tomarse la molestia de preguntar por un tal
Johann Rudolph Sulzer, mosquetero que vive en casa de un tal Schalk, guarnicionero
de Schafhausen, en el primer cinturón de la ciudad, para informarse de su
comportamiento, y a ser posible, hablar directamente con él; y comunicamos si usted
auguraría que en su patria se portará bien. El hombre es soldado y quisiera de buena
gana licenciarse y regresar a su patria. Creo que sus poco adinerados padres y
hermanos harían todo lo posible para librarlo del servicio militar, siempre y cuando
usted pudiera transmitirnos alguna seguridad relativamente a su conducta. En los
últimos años de su estancia aquí fue un tarambana.
Le suplico me informe acerca de esto tan pronto como le sea posible, y que, si
puede, me indique de paso cuánto costaría librarlo. ¡Debería pedirle perdón ahora, y
mucho —si no creyese en usted—, y no lo voy a hacer con palabras!
Bien, he cumplido fielmente mi cometido, y el pliego está todavía medio vacío.
Quisiera decirle y preguntarle tanto, que no puedo ni comenzar, aunque tampoco me
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resigno a interrumpir de repente.
Dígame en un par de líneas: ¿Es que ha muerto usted para el mundo? ¿Por qué
escriben tantos, que no saben escribir, y usted, que puede hacerlo tan bien, no lo
hace? ¿Por qué calla, por qué ahora, en esta novedosa época no deja oír su voz? ¿Está
dormido? Kant, ¡no! No quiero halagarlo, pero dígame, por favor, ¿por qué calla? O
mejor, dígame que sí, que quiere hablar.
Y luego —sí, me vuelvo indiscreto si continúo escribiendo—, desearía de usted
—ya que el mundo entero me lo niega—, desearía, repito, algunos pensamientos
luminosos para mi «Poema humano». Lo que usted quiera, aunque sea sin orden, sin
conexión; aunque sean sólo unas líneas —para que yo reciba pronto algo y no se
frustre el objetivo principal de mi carta—.
Tengo que terminar, pero quiero decirle simple y rápidamente que le estimo
profundamente desde hace muchos años; que mi entrañable amigo Pfenninger piensa
como yo, y que desde hace algún tiempo tengo la suerte, la suerte indecible, de ser
amigo de Herder, ¡que sí que habla, mientras Kant calla! Le abrazo cordialmente
J. C. LAVATER
ASISTENTE EN EL HOSPICIO
[26]
A Johann G. Hamann (86, 51)
(cuyo séptimo punto es el centro), la relacionó, repito, con la mística del número siete
en la antigüedad, y finalmente también con los siete días de la creación. Y puesto que
Hermes no parece ser una persona, sino el primer símbolo de toda la ciencia humana,
entonces la división de toda la creación, junto con el recuerdo del que la hizo, se
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presentaba también en una figura semejante:
Así, consideró este capítulo no como una historia de la creación del mundo, sino
como un boceto de la primera enseñanza del género humano, y a su través, como una
especie de método tabulatorio del que se ha servido Dios para configurar los
conceptos del género humano por medio de esa división de todos los objetos de la
naturaleza. Para comprender la totalidad podía servir que el recuerdo de cada una de
esas clases de conceptos se ligase a un día en particular, entre los cuales el séptimo
constituye el cierre o corte. Con tal ocasión, Dios enlazó esa figura, ese diseño de
significado universal representado más arriba —figura no egipcia, sino invención
directamente divina—, con el lenguaje. De modo que tanto escritura como lenguaje
se habrían unido en esta primera lección divina, arranque originario de todo el
conocimiento humano posterior. Por tanto, según su juicio [el de Herder, en la obra
que se está comentando], el «testimonio más antiguo…» ya que constituye
simplemente la representación más exacta del método divino de enseñanza, no es el
primer capítulo de los libros de Moisés mismo, sino que contiene la tradición del
modo como todos los pueblos de la tierra han recibido su primera lección;
[enseñanza] que muchos pueblos han conservado, cada uno según la serie de sus
generaciones. Sólo que si bien Moisés nos ha transmitido mejor el sentido, sólo a los
egipcios debemos la conservación de la figura, la cual, como principio de toda
escritura, nos ha llegado directamente de las manos de Dios. La utilidad de las
divisiones semanales se orienta aquí principalmente a la instauración del sábado;
propiamente porque podía servir para conservar y recordar todos los elementos del
conocimiento transmitidos, y junto con ello también, para constituir una medida del
tiempo y a la vez también como ejercitación primaria, la más sencilla, con los
conceptos numéricos. La figura sirvió [así, también], para abrir el campo del arte de
la medida, etc. Esta figura, el místico número siete, los días de la semana, a modo de
monumento universal de la primera lección que Dios mismo dio a los hombres, ha
sido envuelto y encubierto en toda clase de símbolos por los diversos pueblos, en
cada uno según su gusto. Moisés revistió el monumento con la alegoría de la historia
de la creación. Los griegos con las grafías y sonidos vocales.
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Los líricos, con los siete tonos, las teogonias de los fenicios y de los egipcios,
incluso la misma figura de las pirámides y obeliscos, eran simplemente una
reproducción algo transformada de aquel monograma sagrado: ; del diseño de la
escritura hecho por Dios, del abecedario de la humanidad.
Al acrecentarse las ciencias, por ejemplo la astronomía, se dispusieron entre otras
cosas los siete planetas según el antiquísimo modelo. Todos los autores que creyeron
que aquél importante símbolo estaba tomado de estos siete planetas, de los siete tonos
dentro de una octava, cometieron un grueso error. Más bien al contrario, la habilidad
de contar hasta siete y más, así como todo el conocimiento y la ciencia restante parten
de ahí.
Si usted, apreciado amigo, encuentra que debe corregirse mi concepto de la
intención primordial del autor, le ruego me dé su opinión en unas pocas líneas, pero a
ser posible en la lengua de los hombres. Pues yo, pobre hijo de la tierra, no estoy
hecho en absoluto para el divino lenguaje de la razón intuitiva. Y sólo llego
correctamente a lo que se me pueda deletrear a partir de los conceptos comunes, y
según reglas lógicas. Además, tampoco pretendo otra cosa que comprender el tema
del autor, pues conocerlo con evidencia en toda su altura no es cosa a la que aspire.
KANT
[27]
A Johann Caspar Lavater [borrador] (100, 59)
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preceptos pueden dar lugar a observancia pero no a sentimientos del corazón), así yo
no busco en el Evangelio el fundamento de mi fe, sino su afianzamiento; y encuentro
en el espíritu moral del mismo, aquello que distingue con nitidez la noticia [o buena
nueva], del modo de su difusión, y de los medios de introducirla en el mundo;
brevemente, aquello que es un deber para mí [lo distingo] de lo que Dios me otorga
como beneficio, y por tanto (sean cuales sean las noticias, o doctrinas), esto no me
impone nada nuevo, aunque puede, desde luego, dar a los buenos sentimientos nueva
fuerza y confianza, simplemente. Esto era lo que tenía que decir como aclaración al
pasaje de mi escrito anterior en relación con la distinción de dos partes relacionadas,
pero heterogéneas, en los libros sagrados; y acerca del modo como me las aplico a mí
mismo.
Por lo que concierne a su requerimiento de que pronuncie mi juicio sobre lo que
dice usted en su trabajo acerca de la fe y la oración, le digo lo siguiente: lo esencial y
lo excelente de la doctrina de Cristo es precisamente esto: que sitúa la suma de toda
religión en ser honesto, [anclado] con todas las fuerzas en la fe, es decir, en la
confianza incondicional de que Dios añadirá el resto del bien que no está en nuestra
mano. Esta doctrina de fe veda cualquier desmesura, como querer conocer el modo
como Dios actúa en todo ello, así como la temeridad de querer determinar desde
nuestro parecer qué sea lo más adecuado a su sabiduría en lo que respecta a los
medios; [veda asimismo] todas las peticiones de favores introducidas en las
prescripciones litúrgicas, [de modo que] del inacabable delirio religioso al que
tienden los hombres de todos los tiempos no deja sino la confianza general e
indeterminada en que se nos dará parte en ese Bien, sea de la clase que sea, si
nosotros —en la medida en que está en nuestra mano— no nos hacemos indignos de
él por nuestro comportamiento.
[De la carta efectivamente enviada:]
[…] Usted solicita mi juicio sobre su tratado acerca de la fe y la oración. ¿Sabe
usted a quién se dirige? A alguien que no conoce ningún otro medio —que sea
convincente en el último momento de la vida— sino la más pura sinceridad en cuanto
a los sentimientos más íntimos del corazón; alguien que como Job considera pecado
adular a Dios y hacer confesiones íntimas impulsado tal vez por el temor, pero sin
coherencia con el espíritu libre en su fe. Yo distingo la doctrina de Cristo de la noticia
acerca de ella, de modo que para adoptar aquélla en su pureza, busco, en primer
lugar, extraer la enseñanza moral segregada del conjunto de las proposiciones
neotestamentarias. Ésta es ciertamente la enseñanza básica del Evangelio, el resto
puede ser doctrina auxiliar del mismo, porque lo último sólo dice lo que Dios ha
hecho para venir en ayuda de nuestra debilidad de cara a la justificación ante Él […]
[…] Enciendo por lo que antes he llamado «proposiciones neotestamentarias»
[Sätzungen], todo aquello de lo que se puede tener convicción sólo por noticia
histórica; y que al mismo tiempo es recomendado en orden a la confesión y
observancia, como condición de bienaventuranza [Seligkeit]. Bajo fe moral, entiendo
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la confianza incondicionada en la ayuda divina, respecto de todo el bien que de
ninguna manera está en nuestro poder, por muy encarecidos que sean nuestros
esfuerzos.
[28]
De Johann Heinrich Kant (postdata de su esposa) (101, 60)
Mi queridísimo hermano:
Hará por lo menos un año que no te escribo ni una sola línea y que no he visto
ninguna tuya. Me habrás censurado mucho con razón. Obtuve empleo como co-rector
en la gran escuela de Mitau, y no te di noticia de ello. Pues bien, fue negligencia, pero
fueron también en parte las abrumadoras ocupaciones lo que continuamente me lo
impidió. Actualmente se ha producido la mayor transformación de mi vida: me he
casado Los honorarios de mi puesto son módicos, bastan sólo para costear las
necesidades de la vida, y no obstante, he osado dar un paso que normalmente no se da
sin una situación más segura, o sin que sobrevenga precisamente a través del
matrimonio mismo. Mi esposa posee muchos encantos externos y un carácter
complaciente, aunque no fortuna; y sin embargo la he elegido, simplemente por
amor; y espero, con ella de la mano, superar contento y feliz todos los escollos de la
vida.
Tú, mi queridísimo hermano, has de buscar solaz y descanso en distracciones
sociales, o tienes que confiar tu cuerpo cuando enfermas a los cuidados mercenarios
de gente extraña. Yo en cambio, encuentro todo el mundo en la tiernísima esposa de
mi corazón, que comparte conmigo alegrías y preocupaciones. Y sé con certeza que
cuando me llegue la carga de la avanzada edad, ella la aligerará con el más cariñoso
de los cuidados. Yo soy más feliz que tú, hermano mío. Deja que te aleccione mi
ejemplo. El celibato tiene sus ventajas mientras se es joven. En la madurez hay que
estar casado o resignarse a una vida malhumorada y triste. Comunica a todas mis
hermanas este gran cambio. A todas las saludo con el mayor cariño. De ti espero, tan
pronto como sea posible, noticias ampliamente detalladas de tu situación. Y si hasta
ahora he sido tan negligente para escribir, quiero corregir mi falta y no dejar nunca de
ser, con todo el cálido sentimiento de mi cariño, tu afectuoso hermano
KANT
P. S. Tal vez me tome por una mujer temeraria, atreviéndome a escribir a un hombre a
quien todavía no conozco personalmente; pero es usted el hermano de mi esposo y
por lo tanto también el mío: tal es mi justificación. No obstante, hágame saber por
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escrito que quiere honrarme con el nombre de hermana. El tierno amor que profeso a
mi esposo convierte mis sentimientos amistosos hacia usted en un deber agradable
para mí. No dejaré nunca de ser su afectuosa hermana,
[29]
A Marcus Herz (112, 66)
Me alegro mucho de recibir noticias a través del Sr. Friedländer sobre la buena
marcha de su consulta médica. Es éste un campo en el que, además del bien que
procura, el entendimiento se alimenta continuamente de nuevos conocimientos,
manteniéndose en una actividad mesurada y sin desgastarse por el uso, como les
ocurre a nuestros grandes críticos, a un Baumgarten, Mendelssohn, Garve, a los que
sigo de lejos; los cuales, tensando los filamentos más tiernos de sus nervios
cerebrales, se vuelven extremadamente sensibles ante cualquier impresión o esfuerzo.
No importa que en su caso esto sea solamente un juego de pensamientos para
distraerse: nunca será una ocupación esforzada.
Con satisfacción he percibido en su escrito acerca de la variedad del gusto la
pureza de la expresión, la afabilidad del estilo y la finura de las observaciones. No
estoy ahora en condiciones de añadir algún juicio especial que se me ocurrió durante
la lectura, porque he prestado el libro y no sé a quién. Pero sí recuerdo todavía un
pasaje del mismo en relación con el cual tengo que hacer una objeción a la
parcialidad de su amistad para conmigo. La alabanza que me dispensa, en paralelo
con Lessing, me inquieta. Pues de hecho no poseo mérito alguno digno de tal
alabanza: es como si viese a mi lado al irónico o burlón, que me atribuye tales
pretensiones y toma de ello ocasión para la maliciosa falta. De hecho no pierdo la
esperanza de que me quepa algún mérito en el campo en el que trabajo. Recibo
objeciones de todos lados, sobre la esterilidad en la que parezco estar sumido desde
hace largo tiempo, cuando en realidad nunca he trabajado de manera más sistemática
e intensa que en estos años, desde que usted no me ve. Muchos temas, cuya
elaboración obtendría presumiblemente éxito por un tiempo, se acumulan en mis
manos como suele ocurrir cuando uno se ha provisto de algunos principios
suficientemente fecundos. Pero están contenidos en su conjunto, por un asunto
capital, como por un dique, [asunto] en el que espero lograr un mérito perdurable; y
en cuya posesión creo encontrarme ya realmente; [asunto] en orden al cual, en este
momento, ya no es necesario tanto pensarlo más, como sencillamente redactarlo. Tras
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la realización de este trabajo, que emprendo ahora de inmediato —luego de haber
superado los últimos impedimentos apenas el verano pasado— me instalo en un
campo abierto cuyo recorrido será como una diversión ante mí. Hace falta mucha
obstinación —si debo decirlo— para seguir sin vacilación un plan como éste; con
frecuencia me he visto empujado por las dificultades a dedicarme a otras materias
más agradables, deslealtad de la que una y otra vez y otra me han hecho reaccionar,
en parte la superación de algunos impedimentos, en parte la importancia del asunto.
Usted sabe que es preciso poder avistar el campo de la razón que juzga con
independencia de todos los principios empíricos, es decir, de la razón pura, pues [tal
capacidad] se encuentra a priori en nosotros y no puede esperar a encontrar su
apertura en modo alguno en la experiencia. Pues bien, para especificar la esfera
completa de ese campo, sus partes estructurales, los límites y su contenido total
conforme a principios seguros, y para colocar los mojones de tal modo que se pueda
saber en el futuro con seguridad si uno se encuentra en el terreno de la razón o de la
sofistería, hace falta una crítica, una disciplina, un canon y una arquitectónica de la
razón pura; por ende, una ciencia formal para la cual no se puede utilizar nada sacado
de las que ya hay; y que precisa para su fundamentación incluso de expresiones
técnicas completamente propias. No pienso terminar este trabajo antes de Pascua,
sino que emplearé en él una parte del próximo verano, en la medida en que mi salud,
continuamente quebrantada, me permita trabajar. Pero ruego, no obstante, que acerca
de esta previsión no se susciten expectativas, las cuales suelen ser a veces molestas y
con frecuencia perjudiciales.
Y ahora, querido amigo, le ruego que a la hora de contestarme no me devuelva mi
negligencia sino que me honre de vez en cuando con noticias de su entorno, sobre
todo literarias; que me recomiende encarecidamente al Sr. Mendelssohn y, si hay
ocasión, a los Sres. Engel y Lambert y también al Sr. Bode, que me envían saludos a
través del Sr. Reccard, y, por lo demás, que conserve en perpetua amistad a su muy
humilde servidor y amigo
KANT
[30]
A Wilhelm Crichton (136, 81)
De su Ilma.:
¿Puedo prometerle algo que para mí no tiene duda, a saber: la participación más
grande y eficaz, en el mantenimiento y fomento de una de las instituciones mejor
hechas del mundo, tan pronto como usted se haya persuadido de su utilidad? El
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Instituto fundado por Basedow, que se encuentra en la actualidad bajo la plena
dirección del Sr. Wolke, ha adquirido un nuevo formato al cuidado de este hombre
infatigable, creado para la reforma de las instituciones educativas, como ponen de
manifiesto sin ningún género de dudas las noticias publicadas por el Philanthropin,
que tendré el honor de enviarle. Después de la marcha de algunas cabezas, en general
bienintencionadas aunque un tanto fanáticas, todos los puestos están ocupados por
maestros seleccionados, y las nuevas ideas, más depuradas en la actualidad, se han
dirigido a la más firme alianza con todo lo que tenía de útil la vieja forma de educar.
El mundo siente vivamente en estos tiempos la necesidad de mejoras en la educación;
sin embargo los distintos ensayos realizados con este fin no han resultado. El
[Philanthropin] de F. V. Salis [en Marschlins, 1775] y el de Bahrdt [en Heidesheim,
1777] se han cerrado. Ahora queda sólo el Instituto de Dessau. Con toda seguridad la
razón estriba simplemente en que tiene al frente al indescriptiblemente activo y
modesto Wolke, que no se deja amedrentar por ningún obstáculo, que posee además
la rara cualidad de permanecer fiel a sus planes sin obstinación, y bajo cuya
vigilancia esta institución se convertirá con el tiempo en la matriz originaria de todas
las buenas escuelas del mundo, si al menos al principio se le presta desde fuera
asistencia y aliento.
Su Ilma. verá en la carta adjunta que, desde que me fueron enviados para su
distribución los últimos números de las Conversaciones Pedagógicas, se espera de mí
que anime a la gente informándola igualmente para mantener la suscripción, y en
general, para que se genere solidaridad y colaboración con el Instituto. Me encuentro
dispuesto cordial y solícitamente a elfo, pero me parece no obstante que la influencia
sería mucho mayor si Su lima, mostrara su interés hacia este asunto, y aportara su
nombre y su pluma en beneficio de esta obra. Si me permite dar esta esperanza al
Instituto, se desencadenaría el agradecimiento y la más gozosa aceptación de una
propuesta tan generosa. Sería un honor para mí en ese caso asistirle siempre que fuera
preciso, proporcionarle la lista de los suscriptores actuales; y si hubiese alguna tarea
(pocas puede haber en un asunto como éste) que su lima, no pudiese realizar por estar
ocupado en otras más necesarias, yo la asumiría con mucho gusto.
Considerando todo lo que antes no era completamente de su agrado [en el
Instituto], no dudo en absoluto de que se sentirá satisfecho con las nuevas ordenanzas
ya consolidadas; en tales circunstancias, estoy seguro de su celo por participar en una
institución de tan gran utilidad, y por tanto no temo que este requerimiento mío sea
mal recibido por su parte; de quien por lo demás con el máximo respeto soy su muy
seguro servidor,
IMMANUEL KANT
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usted le parece bien; y al final de la suya, presentaría yo de nuevo ésta.
[31]
A Christian H. Wolke (138, 83)
Honorable amigo:
Si yo fuera capaz de reunir aquí todos los elogios que sólo la más grande
adulación puede inventar, sólo expresarían el sentimiento verdadero y leal de mi
corazón. Usted es la última áncora donde puede sostenerse hoy día la esperanza toda
de quienes comulgan en un asunto cuya sola idea colma el corazón. La perseverancia
para ejecutar con tantos impedimentos un plan tan grande, le hace acreedor a la
admiración y agradecimiento de todo aquél que comprende lo que significa ser
hombre en su total determinación; y aunque sólo un refinado concepto del honor le
empujara a sacrificar todas las comodidades de la vida en favor del bien público, no
habría en parte alguna medio más certero de legar su nombre a la gratitud de futuras
generaciones, que la ocupación a la que usted se consagra, la cual —tal como yo y
otros conmigo, esperamos— alcanzará con seguridad su fin (si el cielo le conserva
con salud).
Acabo de recibir ahora mismo el paquete con los últimos números del primer año
de la Revista Pedagógica y los voy a distribuir convenientemente. Al mismo tiempo
tengo que darle noticia acerca de un cambio o —como yo lo espero— una mejora en
el modo como pueden gestionarse los asuntos deli Philanthropin en nuestra comarca.
El periódico de Kanter, el único a través del cual pueden difundirse entre el público
avisos científicos, ha cambiado constantemente de manos. En la actualidad lo dirige
el predicador reformado y Dr. en Teología Crichton. Este hombre, por otra parte gran
letrado, no se había declarado en los últimos tiempos particularmente favorable al
Philanthropin. Y dado que su juicio —tanto a través de su extenso círculo de
conocidos, como en el periódico, actualmente en su poder— podría significar un gran
obstáculo en el camino de mi intención totalmente identificada con usted, he
recurrido, en lugar de a la estéril controversia, a un medio más lisonjero para poner a
este hombre de su lado, a saber, convertirlo en jefe de sus asuntos aquí. Esta tentativa
ha dado resultado, al presentarle las importantes mejoras que se han realizado en el
Instituto bajo la dirección del Sr. Wolke, abriéndose un camino para que, sin refutar
su juicio anterior, se pase a otro completamente opuesto. Creo que este medio puede
ser útil en todo caso. Pues aquellos que niegan el éxito cuando sólo tienen la segunda
voz, cambian normalmente su cono y palabras cuando les toca llevar la voz cantante.
En resumidas cuentas, he entregado al Sr. predicador Dr. Crichton la lista de las
suscripciones actuales y el encargo que yo tenía de fomentar de la mejor manera sus
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asuntos por medio de anuncios públicos, reuniones y otro tipo de iniciativas; y ha
aceptado con gusto. Ahora le ruego encarecidamente que le escriba al mencionado Sr.
Crichton tan pronto como le sea posible, que le exprese su confianza y especialmente
que le dé, o bien por escrito una breve idea de las mejoras que el Instituto ha
experimentado desde que usted es director, tanto en el planteamiento, como en la
ejecución, o bien le prometa algo del estilo en el próximo número de las
Conversaciones Pedagógicas. Pues pareció inquietarse ante la objeción de cómo
justificar su nueva forma de pensar al hacerse esto público; necesita por tanto algunas
razones para este cambio, que emanen de la cosa misma, sin que tenga que desdecirse
de su juicio anterior.
Los dos distamos como cielo y tierra en cuanto a los principios según los cuales
debe enjuiciarse el Instituto. Él considera la ciencia escolar [la Didáctica] como lo
único necesario, mientras que para mí se trata de la formación del ser humano, tanto
por lo que respecta a su talento, como a su carácter. Pero después de la buena
organización que usted ha logrado se nos puede contentar a los dos. No olvide
tampoco en el futuro hacerle entrega de un ejemplar de todos los números del año
próximo; y cuídese al mismo tiempo de que los varios paquetes —que, como hasta
ahora, se han de enviar aquí— no causen gasto como hizo hace poco el judío Hartog
Jacobs al que tuvimos que pagar de nuestro bolsillo 5 florines de portes (incluidos 24
groschen en concepto de fielato prusiano) cantidad que no es fácil ni conveniente
repartir entre los interesados.
Aunque parezca que de esta manera yo me desentiendo de la tarea aquí, no hay
que verlo así de ningún modo. Puesto que en la situación actual de nuestros
periódicos no podía servirle a usted más que del modo ya sabido, decidí esto otro,
pero ofreciéndole a la vez al nuevo encargado mi apoyo siempre que se encuentre en
alguna dificultad, del mismo modo que me ofrezco a usted con la misma disposición
para cualquier otro encargo, y para todo lo que concierna a su interés. Saludándole
cordialmente de parte del Sr. Motherby, de su esposa y de su hijo, soy, con el máximo
respeto, de usted y de todo el Instituto su muy seguro servidor
I. KANT
[32]
De Marcus Herz [acortada] (143, 86)
Aquí me tiene de nuevo exigiéndole. ¿No es verdad, hombre queridísimo, que soy
un ser humano molesto? Discúlpeme, pues parto del supuesto de que conozco al
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hombre a quien me atrevo a soliviantar, el cual no podría ser otro que aquél que en
todo momento está y habita en el centro de mi corazón y de mi cabeza.
Disfruto este invierno de una ventura a la que nunca había llegado mi
imaginación con todos sus deseos. Al día de hoy pregono por vigésima vez
públicamente su enseñanza filosófica con un éxito que supera todas mis expectativas.
El número de mis oyentes se incrementa cada día; ha llegado ya a treinta y tantos, la
mayoría gentes de buena posición e ilustrados de profesión: profesores de medicina,
predicadores, consejeros privados, ingenieros fiscales de minas, etc., entre los que
nuestro digno ministro [barón von Zedlitz] está a la cabeza. Él es siempre el primero
en mi sala, y el último que se va, y no ha perdido nunca todavía ni una hora, al igual
que ninguno de los otros. Tengo que confesarle, mi querido maestro, que este curso,
considerado desde muchos puntos de vista, está siendo para mí uno de los fenómenos
más extraños y no pasa un solo día sin que medite acerca de lo imposible que es que
yo pueda devolverle a usted, ni aun a través de todas mis acciones en el mundo, ni la
décima parte de la felicidad de que disfruto en una sola hora gracias a usted,
¡solamente gracias a usted!
He recorrido la mitad de la Lógica y pienso llegar al final con la otra mitad de
aquí a enero. Conservo unos cuantos cuadernos muy completos de sus lecciones de
lógica y a ellos he de agradecer el éxito. Sólo de vez en cuando, sus fecundas ideas
me llevan a perspectivas que gustan a mis oyentes. Pero el fundamento de todo [lo
que digo] se encuentra en usted.
De ahora en adelante dependerá simplemente de usted que pueda defenderme en
la metafísica. No dispongo siquiera de un ejemplar de apuntes incompletos de sus
lecciones y evidentemente sin ellos la entera tarea me resultará casi imposible.
Construir solo, desde la base, tan completamente desguarnecido: para eso no tengo ni
fuerzas ni un tiempo que me arrebatan en su mayor parte mis asuntos prácticos.
Le ruego por tanto, un vez más, me envíe con el primer correo por lo menos
algunos cuadernos incompletos, si es que conseguir los muy completos ha de suponer
alguna espera. La variedad, pienso yo, suplirá en cierta medida a la incompletud, en
la medida en que cada uno se fija en algo diferente. Por el momento pido
especialmente una ontología y una cosmología.
Me tomo la libertad de recomendarle desde ahora a un joven curlandés, el noble
H. von Nolte, que está de viaje por aquí. Es un joven muy competente y bien educado
que ha estado durante un año de servicio en Francia y ahora se dirige a Rusia. Le
lleva algo para su colección de ilustrados.
Por algunas cartas que el Sr. Kraus ha escrito a sus amigos, veo lo preocupado
que se encuentra el buen hombre con motivo de su estancia aquí. Tenga la bondad de
asegurarle que moveré todo lo que haga falta para que le sea lo más económica
posible. Podrá comer gratis en casa de Friedländer y ya se han hecho gestiones para
que el alojamiento sea gratuito.
Soy y seré durante toda mi vida con el máximo respeto su seguro servidor:
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M. HERZ
[33]
A Marcus Herz (144, 87)
Apreciadísimo amigo:
KANT
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V
(1781-1784)
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[34]
De Johann Friedrich Hartknoch (158)
He recibido su carta del 11 de octubre y le doy las más expresivas gracias por
haber atendido a mi ruego [ser el editor de la Crítica de ¡a razón pura]. De la
impresión de la obra se ocupará el Sr. Spener de Berlín, a quien le pido envíe el
manuscrito tan pronto como esté terminado, o al menos cuando esté en limpio en su
mayor parte. Si revisa la copia en limpio, de forma que el manuscrito no contenga
faltas, con seguridad el corrector no introducirá ninguna. La imprenta berlinesa,
aunque es más cara, es famosa por eso, porque las correcciones se hacen bien. No
obstante, antes de finalizar la impresión le enviaré, a mi costo, la capilla, como
nosotros la denominamos, para que los pequeños fallos se puedan agregar al final
como fe de erratas, para que los errores tipográficos importantes se corrijan, y las
páginas en las que aparecen puedan cortarse. Por lo que se refiere al tipo de letra,
pienso en el corpus redondo como medida de cícero. Ésta no presenta la estrechez de
impresión de los Ensayos de Tetens, sino que se espacia más, ya que la impresión en
Tetens fatiga realmente la vista al leer. Al mismo tiempo voy a afinar dejando un
bonito y amplio margen, para que la impresión resulte elegante.
En lo demás, la organización de la estructuración interna de la obra se la indicará
usted mismo al impresor cuando le envíe el manuscrito.
Me parece bien el honorario de 4 táleros reales por pliego impreso, y puede usted
percibir de inmediato contra recibo, de manos del Sr. Toussaint, los primeros 100
táleros.
Con la expresión de mi consideración más distinguida soy, de Il. Exc.ª, muy
seguro servidor
[35]
A Carl Spener (163, 94)
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obra esté lista, 4 ejemplares, a saber, uno en papel fino, como ejemplar-regalo, más
otros tres, haciendo entrega de los mismos a continuación al Sr, Herz. (…) Soy, muy
atentamente, de su ilustrísima su muy seguro servidor,
I. KANT
[36]
A Marcus Herz (166, 97)
Reciba las más expresivas gracias por la molestia que se ha tomado de repartir los
cuatro ejemplares de mi libro. Pero mucho más todavía por haberse propuesto
estudiar a fondo este escrito, a pesar de que tiene su propio trabajo de escritura (he
oído que está elaborando una enciclopedia de medicina). Sé que de entrada cuento
con muy pocos lectores que se tomen tal trabajo, aunque estoy modestamente
convencido de que con el tiempo [el interés por el mismo] se hará más general; pues
no se puede esperar que el modo de pensar se instale de repente en un carril por
completo desacostumbrado hasta el momento, sino que se necesita tiempo para
detener poco a poco la antigua marcha, y llevarlo con impulsos graduales a la
dirección contraria. Pero sólo del hombre que ha captado y comprendido mis
pensamientos e ideas con la mayor rapidez y exactitud, entre todos los que la fortuna
me ha dado como oyentes, [sólo de ése] puedo esperar que logre en poco tiempo
hacerse precisamente con la idea de mi sistema que permite un juicio acertado acerca
de su valor. Pero a quien le parezca claramente enfocado [en mi libro] el estado en
que se encuentra la metafísica, no digo ahora, sino el estado en que ha estado
siempre, encontrará tras una fugaz ojeada que vale la pena dejarlo todo en suspenso
en este tipo de trabajo, al menos hasta que se haya resuelto por completo la cuestión
que aquí se dirime; y entonces mi escrito, sosténgase o no, no puede por menos que
provocar una transformación completa de la forma de pensar, en esta parte del
conocimiento humano que tan íntimamente nos concierne. Por mi parte, no he
pretendido en absoluto crear ilusiones, ni he forzado apariencias de razones para
trabar mi sistema, sino que he preferido dejar pasar los años, hasta poder llegar a una
comprensión del conjunto que pudiera satisfacerme plenamente, a la cual he podido
llegar además de manera tal, que a esta altura no encuentro en el asunto principal
nada que deseara cambiar (cosa que nunca me ha ocurrido en mis otros escritos),
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aunque a veces pienso que me gustaría haber añadido acá y allá pequeños apéndices y
algunas aclaraciones. Este tipo de investigación será siempre difícil, pues contiene la
metafísica de la metafísica; pese a ello, he concebido un plan conforme al cual puede
alcanzar popularidad, pero puesto que el motivo fue despejar el camino, habría sido
poco oportuno al principio mostrar de una vez la totalidad de ese tipo de
conocimiento, según su completa articulación; de haberlo hecho así, habría empezado
directamente por lo expuesto bajo el título de la antinomia de la razón pura, lo cual
hubiera podido hacerse en bellos retóricos discursos, y habría estimulado las ganas
del lector de investigar las fuentes de este antagonismo. Pero para empezar, hay que
hacer justicia a la dimensión académica, y sólo después se puede tener en cuenta
también que se vive para agradar al mundo.
Que el Sr. Mendelssohn haya dejado de lado mi libro me resulta muy
desagradable; espero sin embargo que eso no será así ya para siempre. Él es el
hombre más importante entre todos los que pueden ilustrar al mundo en este asunto;
después de él, el Sr. Tetens y usted, mi queridísimo, son las personas con las que
cuento por encima de los demás. Le ruego que, junto a mis mayores respetos le
transmita [a Mendelssohn] una recomendación dietética que yo me he aplicado a mí
mismo y que —dada la similitud de nuestros estudios y la debilidad de salud que nos
provocan— creo que podría servir tal vez para devolverle al mundo ilustrado a un
hombre tan excepcional, que se aparta de él con todo derecho si piensa que una
actividad así no es compatible con su salud. La recomendación es la siguiente: desde
hace cuatro años, habiéndome percatado de que estudiar por las tardes y sobre todo al
anochecer, y de que leer sin interrupción libros aunque sean fáciles, no es en absoluto
compatible con mi salud, he decidido, aunque estoy en casa prácticamente todas las
tardes, más que concentrarme, distraerme con una lectura fácil pero interrumpida
frecuentemente con pausas, a la vez que con reflexiones deshilvanadas sobre
materias, tal como se me presentan por sí mismas, azarosamente; en cambio, tras una
noche tranquila me ocupo toda la mañana en reflexionar y escribir incluso hasta la
fatiga; de este modo mi salud ha aumentado notablemente, puesto que la distracción
de lo que resta de día remedia todas las agresiones a la fuerza vital. En este consejo,
que doy a un hombre preeminente, que ciertamente no necesita que yo se lo dé, estoy
interesado yo mismo, puesto que su genio […] [incompleta en la Ak. Ausgabe.]
[37]
A Gotthilf Christian Reccard (167, 98)
Ruego se notifique al Sr. Bernoulli, con mi máximo respeto, que, tras su carta del
3 de febrero de 1766, no recibí del Sr. Lambert nada más que una contestación a mi
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carta de 1770, en la que me hace algunas objeciones en relación con los enunciados
relativos al tiempo, expuestos en mi Disertación, que le había enviado; pero he
extraviado [esa carta], y en cuanto la encuentre estará con mucho gusto a disposición
del Sr. Bernoulli. La causa de la interrupción de mi correspondencia, a la que me
había exhortado este hombre eminente —y que hubiera podido ser tan importante
para mí—, residió en que, aunque yo empezaba entonces a desarrollar [el tema de] la
naturaleza del uso de la razón que se denomina Metafísica, se me mostraban también
nuevas perspectivas, y que siempre tenía la esperanza de llevarlas en breve a
completa claridad, lo cual aplazaba continuamente la comunicación de mis
pensamientos. Sólo muy poco ames de su fallecimiento, tan triste para mí, llegué a
conclusiones cuyo resultado expuse en la Crítica de la razón pura. La edición de las
cartas de Lambert puede ciertamente ser muy útil, y será para mí un honor que haya
entre ellas algunas dirigidas a mí. Por lo que se refiere a mis respuestas, de las que no
he conservado copia ninguna, mucho me temo que resulten muy insignificantes,
puesto que lo que hubiera debido constituir propiamente su contenido quedó siempre
aplazado; por lo cual, en la medida en que ello sea posible, rogaría que se excluyeran
de la colección, a cuyo realce no contribuirían en nada.
KANT
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Cubierta de la primera edición de la Critica de la razón pura, 1781.
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[38]
De Moses Mendelssohn (190, 108)
Honorable Sr.:
Quien tiene la satisfacción de hacerle llegar esto es el hijo [Friedrich von Gentz]
de uno de los mejores hombres que sirven al gran Federico; y su venerable padre, que
le conoce a usted, cree poder añadir algo a esta importante recomendación con la mía
propia. El buen juicio de que disfruto a sus ojos es tan halagüeño para mí, que
desearía obviamente poder mantenerlo entre los hombres de bien. Y usted,
queridísimo profesor, mucho me quiere realmente, cuando le concede esto a mi amor
propio. Para usted, de todos modos, cualquier joven que aspira a la sabiduría y da por
sí mismo pruebas auténticas de que es digno de ser dirigido por usted está
recomendado como si fuera un hijo.
No sé qué regiomontanos me han asegurado hace unos meses que vendría usted
este verano por aquí para viajar luego hacia Pyrmont o Spa. ¿Podremos sus amigos
esperar tal cosa? En realidad este viaje podría ser saludable para usted, incluso sin
baños ni manantiales; ello me hace pensar que está dispuesto a sacrificar a Esculapio
su comodidad, y [acallar] todo el ejército de reparos que una aguda hipocondría
puede oponer al viaje. En Berlín encontraría muchos brazos abiertos, pero también
algún corazón, entre ellos el de un hombre que proclama su admiración a usted, sin
poder seguir sus pasos. Desde hace años estoy como muerto para la metafísica. Mi
debilidad nerviosa me prohíbe cualquier esfuerzo, y he de distraerme entretanto con
trabajos menores, de los cuales tendré la satisfacción de enviarle en breve algunas
pruebas. Su Crítica de la razón pura es para mí precisamente un criterio de salud. En
cuanto creo haber recobrado fuerzas, me atrevo con esta obra, demoledora para el
sistema nervioso; y no he perdido del todo la esperanza de poder meditarla en su
totalidad en esta vida. Suyo
MOSES MENDELSSOHN
[39]
De Christian Garve (201, 113)
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den Göttinger gelehrte Anzeigen] a que se identifique. Pues bien, yo no puedo en
ningún caso reconocer como mía esa recensión tal como aparece allí. No habría
consuelo para mí, si hubiera emanado íntegramente de mi pluma. Tampoco creo que
ningún otro colaborador de este periódico, trabajando solo, hubiera podido producir
algo tan poco coherente Pero a pesar de todo, alguna parte tengo en ello, y dado que
me importa que un hombre al que siempre tuve en muy alta estima me reconozca al
menos como un hombre honrado —aunque me vea al mismo tiempo como un
metafísico superficial—, salgo del anonimato, tal como lo exige usted en un pasaje de
sus Prolegómenos. Pero para situarlo en disposición de juzgar correctamente, debo
contarle la historia entera. Hace dos años (después de haber pasado muchos en mi
tierra, notablemente enfermo, ocioso y en la oscuridad) emprendí un viaje a Leipzig,
pasando por Hannover hasta Göttingen. Recibí muchas pruebas de cortesía y amistad
de parte del Sr. Heyne, director, y de otros colaboradores de ese periódico; no sé qué
sentido de agradecimiento, mezclado con algo de amor propio, me impulsó a solicitar
voluntariamente mi aportación con una recensión. Puesto que precisamente entonces
acababa de publicarse su Crítica de la razón pura y yo me prometía un enorme placer
en una gran obra que tenía como autor a Kant —dado que sus pequeños escritos
previos me habían procurado ya tanto—; y dado que al tiempo consideraba útil para
mí tener un motivo para leer este libro con una atención mayor que la habitual, me
postulé como recensor de su obra aun antes de haberla visto. Esta promesa fue
precipitada y ésta es, en efecto, la única insensatez de la que soy consciente en todo el
asunto y de la que todavía me arrepiento. Todo lo demás es, o bien una consecuencia
de mi incapacidad real, o mala suerte. Reconocí enseguida, en cuanto empecé a leer
la obra, que había elegido mal, que esta lectura iba a ser demasiado difícil para mí,
particularmente en ese momento, durante un viaje, estando distraído, ocupado todavía
con otro trabajo, debilitado desde hacía años y, como siempre, delicado de salud. Le
confieso que no conozco libro alguno en el mundo cuya lectura me haya costado
tanto esfuerzo; y si no me hubiera sentido comprometido por la palabra dada, habría
dejado su lectura para tiempos mejores, en los que mi cabeza y mi cuerpo estuviesen
más fuertes. Desde luego, no me puse a trabajar a la ligera. Dediqué a la obra todas
mis fuerzas y toda la atención de la que soy capaz; la leí entera. Creo que he
comprendido correctamente el sentido de la mayoría de los puntos, separadamente,
pero no estoy tan seguro de haber abarcado el conjunto. Al principio realicé un
extracto completo de más de doce pliegos, entremezclado con las ideas que se me
iban ocurriendo durante la lectura. Lamento que se haya perdido este extracto; era,
como suele ocurrir con mis primeras ideas, mejor que lo que luego hice a partir de
ahí. Sobre la base de esos doce pliegos, que de ninguna manera podían convertirse en
una recensión periodística, elaboré una recensión, ciertamente con mucho esfuerzo
(puesto que por una parte quería limitarme, pero por otra quería resultar comprensible
y estar a la altura de la obra). Pero esto resultaba también bastante extenso, pues no es
posible de hecho hacer, sin que resulte absurdo, una breve reseña de un libro cuyo
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lenguaje hay que dar a conocer al lector en primer lugar. Envié ésta última, aunque
me di cuenta en seguida de que sería más larga que las más largas que publica el
periódico; en realidad porque no era capaz de acortarla sin mutilarla. Alimentaba la
esperanza de que en Göttingen, o bien debido a la extensión, o bien dada la
importancia del libro, incumplirían la regla habitual; o bien, que si la recensión era en
cualquier caso demasiado larga, serían capaces de abreviarla mejor que yo. El envío
se hizo desde Leipzig en mi viaje de vuelta. Durante mucho tiempo (después de haber
regresado a Silesia, mi patria) no se publicó; finalmente recibo el ejemplar donde se
encontraba mi recensión. Puede usted creer que ni usted mismo habría sentido al
verla tanta indignación o descontento como yo sentí. Algunas frases de mi manuscrito
efectivamente se habían conservado, pero con seguridad que no exceden la décima
parte de mi recensión, ni la tercera parte de la de Göttingen. Vi que mi trabajo, que
realmente no se había hecho sin esfuerzo, había sido prácticamente inútil, y no
solamente inútil, sino perjudicial. Pues el erudito de Göttingen que acortó e interpoló
mi recensión, si hubiera hecho algo por sí mismo, incluso tras una lectura rápida de la
obra, hubiera sido mejor, o por lo menos más coherente. Para justificarme ante mis
amigos de confianza que sabían que había hecho un trabajo para Göttingen, y para
suavizar al menos ante ellos la mala impresión que esta recensión tenía que causar a
cualquiera, envié mi manuscrito, luego de haberlo recuperado al cabo de un tiempo,
desde Göttingen al consejero Spalding, a Berlín. Desde entonces Nicolai me ha
solicitado publicarlo en la Biblioteca Universal Alemana [Deutsche Allgemeine
Bibliothek]. He asentido con la condición de que uno de mis amigos berlineses la
compare con la recensión de Göttingen, en parte para que cambie las frases que se
conservaron allí, y en parte por asegurar antes si vale en absoluto la pena. Pues en
estos momentos me encuentro totalmente incapaz de dedicarle ningún esfuerzo más.
Pues bien, no sé nada más al respecto. Junto con esta carta escribo también al Sr.
Spalding y le pido, si el manuscrito no está impreso todavía, que mande hacer una
copia y se la envíe a usted junto con mi carta. Entonces podrá usted comparar. Si se
encuentra tan insatisfecho con esta recensión como con la de Göttingen, será una
prueba de que no tengo penetración suficiente como para juzgar una obra tan difícil y
profunda; y de que no está escrita para mí. Creo, no obstante, que aunque se
encuentre insatisfecho, pensará con todo que me debe algún respeto y consideración;
y espero todavía con más certeza, que se convertiría en mi amigo, sí llegáramos a
conocernos personalmente.
No quiero desmentir completamente de mí lo que usted reprocha al recensor de
Göttingen, a saber, que se haya enojado ante las dificultades que ha tenido que
superar. Confieso que me he indignado a veces; porque creía que debía ser posible
que verdades que deben promover reformas importantes en filosofía puedan hacerse
comprensibles a quienes no están del todo deshabituados a reflexionar. He admirado
la magnitud de la potencia que ha sido capaz de penetrar una serie tan larga de
abstracciones extremas sin fatigarse, sin alterarse, sin desviarse de su camino. He
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hallado también en muchos apartados de su libro, instrucción y alimento para mi
espíritu. Por ejemplo, justo allí dónde usted dice que hay ciertas proposiciones
contradictorias, que pueden demostrarse de manera igualmente correcta. Pero mi
opinión ahora es ésta todavía, tal vez equivocada: que el conjunto de su sistema, si es
que ha de ser verdaderamente útil, tendría que expresarse de un modo más popular; y
si contiene verdad, lo podrá también hacer; y que el nuevo lenguaje que predomina
férreamente en el sistema denota una gran agudeza en la conexión que se ha
establecido entre las expresiones de ese lenguaje; pero con frecuencia la reforma
emprendida en la propia ciencia [que está en cuestión], o la divergencia respecto de
las opiniones de otros, tiene la apariencia de ser mayor de lo que realmente es.
Usted invita a su recensor a señalar una de aquellas proposiciones contradictorias
de modo que su contraria no sea susceptible de una demostración igualmente
correcta. Esta invitación puede concernirle a mi colaborador de Göttingen, no a mí.
Yo estoy convencido de que hay límites en nuestro conocimiento, que dichos límites
se encuentran precisamente cuando a partir de la sensación es posible desarrollar con
la misma evidencia tales proposiciones contradictorias. Creo que es muy útil conocer
estos límites y considero como uno de los propósitos de mayor utilidad de su obra
que usted los haya dilucidado con mayor claridad y completud que nunca hasta ahora.
Pero no llego a ver en qué medida contribuye su Crítica de la razón pura a suprimir
estas dificultades. Por lo menos el apartado de su libro en el que usted explica las
contradicciones, es incomparablemente más claro y convincente (y esto no lo negará
usted mismo) que aquél en el que se establecen los principios conforme a los cuales
estas contradicciones se superan.
Dado que ahora también estoy de viaje y sin libros y no tengo a mano ni su obra
ni mi recensión, considere lo que digo aquí sobre todo esto simplemente como meros
pensamientos improvisados, acerca de los que no debe juzgar con excesivo rigor. Si
aquí o en mi recensión he presentado su opinión de manera errónea, ello se debe a
que la he comprendido mal o a que me falla la memoria. La malicia de alterar el
asunto no la he tenido ni soy capaz de ello.
Por último debo pedirle que no haga uso público de esta carta. Pese a que la
mutilación de mi trabajo, en los primeros momentos, cuando me percaté de ella, me
pareció un insulto, dejando eso de lado, he perdonado completamente al hombre que
la juzgó necesaria, en parte porque yo mismo soy el culpable, por el pleno poder que
le concedí, en parte porque tengo además motivos para amarlo y apreciarlo. Y él vería
como una especie de venganza el que yo hubiese negado ante usted ser el autor de la
recensión. Muchas personas de Leipzig y Berlín saben que yo quise hacer la
recensión de Göttingen y pocas, que solamente una parte mínima de la misma es mía.
Y si bien el descontento que con razón, aunque de una forma un tanto dura, muestra
usted frente al recensor de Göttingen, arroja sobre mí a los ojos de todos ellos una luz
perjudicial, prefiero asumir eso como castigo de una imprudencia (puesto que fue el
compromiso de un trabajo cuya extensión y dificultad desconocía); prefiero eso,
www.lectulandia.com - Página 97
repito, a obtener una especie de justificación pública, que tendría que comprometer a
mi amigo de Göttingen. Soy, con verdadero respeto y devoción, muy honorable Sr.,
su seguro servidor y amigo,
GARVE
[40]
A Christian Garve (205, 114)
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autores, como del entendimiento humano.
(Tengo que interrumpir aquí y empezar con la hoja siguiente, porque el papel de
copia malo haría ilegible la letra)+
+Usted puede, honorable Sr., creerme firmemente, e informarse en cuanto lo
desee en la feria de Leipzig, a través de mi editor Hartknoch, de que yo nunca he
creído sus afirmaciones, en el sentido de que usted hubiese tenido parte en la
recensión. Ahora me es sumamente agradable obtener la confirmación de mi
suposición a través de su amable carta. No soy tan blando ni tan egoísta como para
que las objeciones y la crítica me afecten —supuesto que [toda crítica] deberá
destacar también aquello que yo considero como el mérito sobresaliente de mi escrito
—, a no ser que [crítica y objeciones] se distingan por la ocultación preconcebida de
lo digno de aprobación, encontrable aquí y allá; o por la intención premeditada de
hacer daño. Espero con satisfacción que salga su recensión no mutilada en la
Biblioteca Universal Alemana. El hecho de que usted mismo me la procure, me hace
verle a la luz favorable de la honradez y probidad de intenciones, característica de los
verdaderos sabios; cosa que en todo momento ha de llenarme de respeto, sea cual sea
su juicio. Reconozco también que no contaba con tener desde el principio una rápida
recepción positiva de mi escrito, pues la exposición de las materias que había
meditado cuidadosamente durante doce años seguidos, no fue suficientemente
elaborada de cara a la capacidad de compresión común, para lo cual hubieran sido
necesarios todavía algunos años más; por otra parte, lo terminé en cuatro o cinco
meses por miedo a que un trabajo tan amplio, si se demoraba aún más, se acabara
convirtiendo en un lastre para mí; y que mi avanzada edad (puesto que ya he
cumplido los sesenta) al final me lo hiciera quizás imposible. Ahora tengo todavía la
totalidad del sistema en la mente, de modo que estoy satisfecho con esta decisión
mía, con la obra tal como está ahí, de manera que no querría, por nada del mundo,
verme sin ella escrita, pero tampoco querría bajo ningún precio tener que emprender
otra vez la larga serie de esfuerzos que ha comportado. Acabará perdiéndose ese
primer desconcierto que produce tener que promover una cantidad de conceptos
completamente inusuales y un lenguaje nuevo todavía más inusual pero que
necesariamente pertenece a la cosa misma. Con el tiempo se esclarecerán algunos
puntos (a ello quizá pueden contribuir un tanto mis Prolegómenos). Desde esos
puntos se iluminarán otros pasajes, para lo cual será necesario, sin duda, alguna
contribución aclaratoria mía de vez en cuando. Y de este modo se abarcará y se
comprenderá la totalidad, siempre que se ponga ante todo manos a la obra, partiendo
de la cuestión principal, (que he presentado con suficiente claridad), y de la que
depende todo lo demás; queriendo paso a paso examinar cada asunto aisladamente y
elaborarlo unificando los esfuerzos. En una palabra, la máquina está completa y ahora
sólo es necesario retocar las articulaciones o ponerle aceite para evitar la fricción,
que, de otro modo, causaría su paralización. Es propio también de este tipo de ciencia
que sea necesaria la presentación del conjunto antes de mejorar cada parte; para
www.lectulandia.com - Página 99
lograrlo, cabe dejarla durante un tiempo en una cierta rusticidad. Si hubiera querido
realizar ambas cosas a un tiempo, no hubieran sido suficientes, o mis capacidades, o
el tiempo de mi vida.
Menciona usted la falta de popularidad como una justa objeción que se le puede
hacer a mi escrito; en efecto, todo escrito filosófico debe ser susceptible de ella; y si
no es así probablemente ocultará sinsentido bajo la humareda de aparente agudeza.
Pero en investigaciones que llegan tan alto no se puede empezar por la popularidad.
Cuando haya podido conseguir aunque sólo sea que se recorra conmigo un trecho con
conceptos escolásticos, en medio de expresiones bárbaras, entonces ya podré intentar
yo mismo (otros empero serán en esto más afortunados) trazar un concepto popular y
sin embargo riguroso del conjunto; para lo que ya tengo el plan. Por el momento
queremos llamarnos Dunse, doctores en la sombra[1] (doctores umbratici), mientras
llevamos adelante su comprensión, en cuya elaboración no participará desde luego la
parte más exquisita del público, hasta que, sacada [la obra] de su oscuro taller y
provista de todo lustre, no tenga que temer el juicio de estos últimos. Tenga la bondad
de echar tan sólo una vez más un vistazo por encima al conjunto, y notar que lo que
he trabajado en la Crítica no es en absoluto metafísica sino una ciencia totalmente
nueva que hasta ahora no se había ensayado, a saber, la crítica de una razón que
juzga a priori. Es verdad que otros han abordado esta facultad, como Locke o
también Leibnitz, pero siempre en mezcolanza con otras facultades cognoscitivas,
pero a nadie se le había siquiera ocurrido que eso fuera objeto de una ciencia formal y
necesaria, e incluso muy extensa, lo cual (sin desviarse de esta limitación al mero
escrutinio de la facultad del conocimiento puro únicamente) exigía la correspondiente
diversidad de apartados y, al mismo tiempo —lo cual es prodigioso—, poder derivar,
a partir de su propia naturaleza, todos los objetos a los que se extiende, y poder
demostrar su plenitud integral por medio de su interconexión en el todo de una
facultad del conocimiento; todo ello no lo puede hacer en modo alguno ninguna otra
ciencia, es decir: partir del mero concepto de una facultad del conocimiento (si está
exactamente determinado), desarrollar a priori todos sus objetos y todo lo que puede
saberse acerca de los mismos; y todavía más: [desarrollar] todo lo que se estará
obligado a juzgar de ellos de modo involuntario aunque engañoso. La Lógica, que
sería la que más se parecería a esta ciencia, se encuentra en este punto infinitamente
por debajo de ella. Pues sólo trata del uso del entendimiento, en general, pero no
puede indicar a qué objetos se refiere el conocimiento intelectual, ni cuál es su
alcance, sino que debe por ello esperar lo que le venga entregado en los objetos de su
uso, bien a través de la experiencia, o si no, desde cualquier otro sitio —como p. e.
desde la matemática—.
Y siendo así, mi apreciado Sr., le ruego, si es que todavía encuentra gusto en
aplicarse a esto, que utilice su crédito y su influencia para buscarme enemigos, no
ciertamente de mi persona (pues estoy en paz con todo el mundo), sino de mi escrito;
y por cierto no de los anónimos, que ni siquiera atacan el conjunto, o cuando menos
I. KANT
[41]
A Moses Mendelssohn (206, 115)
KANT
[42]
A Johann Schulz [acortada] (210, 118)
I. KANT
[43]
A Theodor Gottlieb von Hippel (232, 129)
KANT
El fragor de la fama.
La revolución copernicana entre debates.
Las publicaciones periódicas amigas[1]
(1785-1790)
Le hago entrega, muy respetable amigo, de los dos escritos adjuntos para que los
use como estime oportuno [Sobre los volcanes de la Luna y Sobre la ilegitimidad de
la reimpresión clandestina]. En algún momento me gustaría saber no solamente lo
que el público encuentre digno de aprobación en los mismos, sino también lo que
considera deseable. Pues en tales trabajos he pensado a fondo mi tema, en cada caso,
pero en la exposición tengo que luchar constantemente con una cierta tendencia a la
morosidad; o por así decir, me siento tan abrumado por la cantidad de cosas que se
implican en un desarrollo completo, que, sobre haber excluido algo necesario, parece
que falta la perfección de la idea que tengo en mi poder. Entonces uno se entiende
desde luego, incluso bastante, pero [lo escrito] se convierte en algo no comprensible
ni suficientemente satisfactorio para los demás. En esta circunstancia la observación
de un amigo agudo y leal puede ser útil. También quisiera saber alguna vez cuáles
son las cuestiones que el público querría ver resueltas. La próxima vez me detendré
en dos campos distintos de lo tratado hasta ahora para sondear un tanto las
preferencias del común de las gentes. Puesto que estoy dándole vueltas a ideas
constantemente, no me falta reserva pero si razones concretas para elegir, y desde
luego tiempo para dedicarme a tareas intermitentes, ya que estoy ocupado con un
proyecto bastante amplio que desearía haber terminado antes de que se me eche
encima la impotencia de la edad.
Mi tratado de moral [Fundamentación de la metafísica de las costumbres] le llegó
a Grunert en Halle veinte días antes de San Miguel, pero me escribió diciendo que no
podría terminarlo para la Feria [del libro], por lo que tendrá que esperar a Pascua, y
por tanto, haré uso del permiso que me concede. Soy con el mayor respeto, su más
afectuoso
I. KANT
[45]
De Christian Gottfried Schütz (237, 134)
Usted no puede imaginarse cuánto he ansiado poder responder de una vez y por
fin a su última carta, inestimable para mí. Las tareas más primarias de la ALZ me lo
SCHÜTZ
[46]
De Moses Mendelssohn (248, 140)
16 de octubre de 1785
Respetabilísimo varón:
MOSES MENDELSSOHN
[47]
De Christian Gottfried Schütz (253, 142)
Hace ocho días le he enviado por correo, honorable Sr. profesor, la segunda parte
de las Ideas de Herder y de acuerdo con su amable ofrecimiento, espero por tanto la
recensión.
Me sentiría extraordinariamente obligado hacia usted si quisiera añadir una nota
sobre el Manual de Ulrich, que él mismo le ha enviado, y si quisiera indicar lo que a
usted se le haya ocurrido para informar. Si no le es posible, se haría cargo el
predicador Sr. Schultz.
Le escribo también a él ahora mismo y a usted le ruego humildemente le haga
llegar el paquete. Según tengo entendido, hay dos Sres. Schulz, ambos predicadores;
pero la carta como podrá usted suponer fácilmente no está dirigida, sino al autor de
las Aclaraciones de su Crítica.
Reitero una vez más mi ruego de que, tan pronto como comience el año próximo,
me envíe una recensión del Principio del derecho natural de D. Hufeland. Si usted no
quiere tomarse la molestia de hacer un resumen del libro, escriba simplemente en una
SCHÜTZ
[48]
A Marcus Herz (267, 153)
KANT
[49]
De Johann Bering (298, 168)
BERING
[50]
De Carl Leonhard Reinhold (305, 174)
Honorabilísimo:
Por fin mi deseo ardiente de acercarme a usted a través de una visita escrita ha
vencido sobre las tímidas dubitaciones contra las cuales lucho en vano desde hace
más de un año; y aún ahora no estoy sin preocupación, por si la buena intención que
dio origen a aquella lucha tiene fundamento suficiente como para justificar también
delante de mí mismo un paso que le va a costar al menos un cuarto de hora de su
inapreciable tiempo.
Si sólo me propusiera henchir de aire mi corazón, mi agradecimiento, amor,
veneración y admiración, todavía callarían, como el joven de Klopstock [Oda Mi
patria]: Ese…
Y todavía no lo digo; pues ¿qué podrían decirle sobre eso palabras escritas
además sobre papel?
[51]
A Marcus Herz (312, 176)
Apreciadísimo amigo:
I. KANT
He leído, hombre excelente y amable, las hermosas cartas con que ha honrado mi
filosofía, cuya combinación de solidez y gracia es insuperable, y que han sido
capaces también de ejercer en nuestra región toda la eficacia que se podía desear. De
ahí que haya querido dejar constancia —al menos con algunas líneas, en alguna
revista, preferiblemente el Merkur— de la exacta coincidencia de sus ideas con las
mías, expresándole a un tiempo mi gratitud por su gran mérito en la divulgación [de
mi obra].
Fue un trabajo escrito por el señor Forster hijo, en esta misma revista, dirigido
contra mí aunque en otra materia, lo que me impidió hacerlo de forma distinta, i. e.,
de modo que se cumplieran ambas intenciones. La última, o sea, defender mi
hipótesis contra el Sr. F., no la pude cumplir, en parte por los trabajos de mi cargo y
en parte también por las indisposiciones pasajeras que trae la vejez; y así el asunto se
ha retrasado hasta ahora, cuando me tomo la libertad de mandar ese ensayo adjunto,
con el ruego de que se le haga un hueco en el querido Merkur.
Me he alegrado mucho de enterarme por fin con certeza, de que es usted el autor
de aquellas espléndidas cartas. En mi incertidumbre no pude dar al tipógrafo Grunert
en Halle —a quien encargué le enviara un ejemplar de mi Crítica de la razón
práctica, como pequeña muestra de mi respeto— una dirección suficientemente
detallada, por lo cual me contestó que con los datos de mi nota no había sabido
buscarla.
Pido que se entregue al correo la carta que va dentro para él. Cuando la reciba, le
dará el libro, si es que tiene todavía consigo los ejemplares. En este librito quedan
suficientemente resueltas muchas de las contradicciones que los partidarios de los
antiguos creen encontrar en mi crítica; y en contrapartida, quedan claramente a la
vista aquellas [contradicciones] en las que ellos mismos se enredan por no querer
superar su viejo juego chapucero.
Prosiga su nuevo camino con coraje, caro amigo; en talento y penetración a usted
no puede enfrentársele superioridad alguna; sólo la envidia, a la que siempre se
vence.
Me permito afirmar, sin hacerme reo de vanidad, que cuanto más continúo en mi
camino, tanto más desaparece mi preocupación de que alguna vez una contradicción
o incluso una interesada complicidad (algo que hoy día no es inusual) pueda dañar mi
sistema gravemente. Es ésta una íntima convicción que proviene de lo siguiente: no
sólo de que la prosecución hacia otras tareas la encuentro siempre congruente, sino
también de que cuando a veces no acabo de ver el método que hay que utilizar para
investigar un objeto, me remito simplemente al esquema general de los elementos del
I. KANT
P. S. Estaba así escrita la carta cuando por obstáculos inesperados el correo se retrasó.
He aprovechado ese tiempo de más para añadir algunos incisos y notas bajo el texto,
que me parecían necesarios. Se necesitará un corrector experto principalmente en los
folios 6 y 7, para que no falle la conexión allí donde las señales lo indican. Por esta
causa le pido humildemente que se acuerde de mandarme el texto en seguida por
correo, cuando salga de la imprenta. No creo que el Sr. consejero Wieland encuentre
reparo en publicar este ensayo en el Merkur; [si lo ve] como algo polémico. Tuve
mucho cuidado de evitar ese tono, que no es mi estilo en absoluto. Sólo traté de
aclarar malentendidos con explicaciones.
I. K.
[53]
De Carl Leonhard Reinhold [acortada] (318, 178)
[…] Éste es el deseo más vehemente para mí desde que se produjo la concordia
entre mi cabeza y mi corazón, el deseo de ser conocido y amado por el sublime
creador de esa concordia, por el hombre que para mí es el más admirable entre todos
los hombres de este tiempo y de los tiempos pasados, que se me hace y debe
hacérseme más admirable con cada progreso de mi espíritu, liberado por él; del que
pende mi alma con un amor que es tan puro y tan inextinguible como la luz del
conocimiento que él prendió en ella; en una palabra, el deseo de ser conocido y
amado por usted, se ha cumplido. Y tendré que agradecerle en el futuro no solamente
la calma y la ocupación más sublime, sino también la alegría más dulce de mi vida, la
que suelo encontrar en el goce del respeto y la benevolencia de hombres nobles.
Mi eximio suegro, a quien he enviado su carta sobremanera bondadosa junto con
el manuscrito, se alegró de mi alegría tanto como de la halagadora mención de su
persona. Me pidió que le escriba que le enorgullece la idea de que sus escritos hayan
contribuido a sus horas de descanso. Su ensayo fue bienvenido como un exquisito
ornamento de su Merkur. Precisamente por eso lamenta que los primeros pliegos del
periódico de Jena [Teutscher Merkur] (con un artículo histórico de Schiller), ya
estuviesen impresos cuando llegó el manuscrito, y que este nuevo año se abra con un
nombre que no es el suyo. Dado que el artículo de Schiller ocupaba ya mucho sitio,
su ensayo tuvo que trasladarse en parte al número del próximo mes, que comenzará
con el mismo. Wieland ha dispuesto la división, pero atendiendo a mi ruego me ha
enviado a Jena la última corrección de pruebas, que he cuidado con escrupulosa y
concienzuda atención, cuando el cajista ha fallado. Aún estando por lo demás
bastante insatisfecho con aquella partición, debo dar sobradamente la razón a mí
suegro cuando piensa que de este modo el efecto sobre el lector más bien ganará que
perderá.
¿Qué decirle acerca de este ensayo, qué sobre los pasajes del mismo que
conciernen a mis pequeños esfuerzos, qué sobre el obsequio inestimable: la Crítica de
la razón práctica, que he devorado hace ya ocho días? ¡Que aun mi silencio actual le
dé las gracias, y que toda mi vida en el futuro le dé las gracias! Si el cielo me regala
un hijo —me ha dado ya una preciosa niña que tiene ahora un año y medio— su carta
y aquel ejemplar [ese libro] serán las alhajas invendibles que le legaré y, serán para él
sagradas como documentos fidedignos del valor de su padre.
Cuánto me place no haber llegado todavía en mis Cartas acerca de la filosofía
REINHOLD
[54]
A Carl Leonhard Reinhold (322, 181)
KANT
[55]
De Christian Gottfried Schütz [acortada] (330, 184)
Una enfermedad que me sobrevino el pasado verano, los asuntos acumulados por
este motivo con las fuerzas debilitadas, finalmente un viaje de restablecimiento de
cuatro semanas en el mes de mayo de este año, me privaron día tras día del indecible
placer de manifestarle de nuevo, hombre honorabilísimo, mis sentimientos de
admiración hacia su espíritu y su corazón; admiración que aumenta con cada uno de
sus escritos. Lo hago ahora aclarándole brevemente que la lectura de su Crítica de la
razón práctica me ha hecho verdaderamente feliz y que la satisfacción se acrecienta
todavía más con la idea de que un gran número de hombres excelentes, con quienes
no se me ocurre medirme en absoluto, sienten al respecto lo mismo que yo.
La ocasión concreta del presente escrito es la recensión para la ALZ de su última
magnífica obra, cuya copia le adjunto, cuyo autor es el Sr. Rehberg de Hannover.
Antes de que se imprima deseada; o bien sus observaciones al respecto,
enviándomelas de inmediato a vuelta de correo, o bien que me hiciera saber lo antes
posible si no le gustaría enviar a la ALZ un artículo en el que se aclarasen los
principales malentendidos en que incurren ingeniosos recensores (puesto que lo que
obtusa capita producen, no necesita refutación alguna por su parte). Hoy día no
podría encontrar usted ningún Journal que diera más publicidad a tales aclaraciones
que la ALZ, puesto que, según el cómputo más probable, tiene unos 40.000 lectores.
Más de 2.000 ejemplares son realmente dato debitieri (vendidos estrictamente), y
cada ejemplar lo leen generalmente no 10 o 20, sino 30, 40 o 50 personas.
SCHÜTZ
[56]
De Johann Heinrich Kant (373, 207)
Mi queridísimo hermano:
No será mala cosa que, después de una serie de años en los que hemos dejado
pasar la vida sin correspondencia alguna entre nosotros, volvamos a acercarnos de
nuevo el uno al otro. Los dos somos viejos, ¡qué pronto alguno de los dos pasará a la
eternidad! Parece bueno entonces que los dos renovemos la memoria de los años
pasados, con la prudencia de informarnos en el futuro de en vez cuando acerca de
cómo vivimos, quomodo valemus (aunque suceda raramente, dejando pasar no los
años, sino los lustros).
Desde hace ocho años en que me sacudí el yugo escolar, vivo como maestro de
escuela rural de una comunidad de campesinos en mi parroquia de Althraden y me
sustento, a mí y a mi familia, frugal y suficientemente, viviendo del campo: Rusticus
abnormis sapiens crassaque Minerva [«sabio sin escuela, rústico de simple
sabiduría», Horacio, Sát. II, 2, 3].
Con mi buena y digna esposa vivo un matrimonio feliz, amoroso, y me satisface
que mis cuatro hijos, bien educados, de buen natural y obedientes, me ofrecen la
garantía prácticamente infalible de que serán personas honradas. No se me hace
amargo ser yo solo su maestro, compaginándolo con mis tareas profesionales,
verdaderamente pesadas; esta tarea educativa de nuestros bienamados hijos suple
para mí y para mi esposa la falta de trato social en esta soledad. Éste es el esquema de
mi monótona vida. Pues bien, mi queridísimo hermano, aunque todo lo
lacónicamente que quieras (ne in publica commoda pecces, como los sabios y los
[57]
A Friedrich Heinrich Jacobi (375, 208)
KANT
[58]
A Carl Leonhard Reinhold (392, 216)
I. KANT
[59]
De Johann G. Kiesewetter [acortada] (394, 218)
J. G. C. KIESEWETTER
[60]
A Ludwig Ernst Borowski (411, 226)
[61]
De Johann Benjamín Jachmann [acortada] (452, 247)
El entrañable interés que tiene por mi vida, del cual mi hermano me ha contado
mucho en sus cartas y de lo cual estaría completamente convencido incluso sin ese
testimonio; la confianza bondadosa y el bienintencionado afecto con que me honra
desde hace algunos años, son tan halagadores y emocionantes para mí que me llevan
a encontrar en ello disculpa y estímulo para molestarle de vez en cuando. La errancia
de mi vida, el cambio frecuente de lugar de estancia, las incontables dispersiones a
las que uno se expone por ello, han sido la causa de que no me haya permitido el
gusto de escribirle hasta ahora. Sin duda alguna usted estará al corriente de que
cambió mi decisión de ir a Göttingen por Holanda o por Hamburgo; he tomado el
camino por París y espero que no lo desapruebe. Cambié mi ruta porque averigüé tras
cálculos exactos que la diferencia de los gastos de viaje no era considerable en
absoluto cualquiera que fuese el camino y porque iba a llegar a Göttingen en todo
caso demasiado tarde y ya no podría aprovechar nada de los profesores ni de la
biblioteca de allí. La razón principal para ir a París, una vez que ya estaba tan cerca,
fue para estar en este lugar en la época principal de su historia. De esta manera he
sido testigo de la gran fiesta de la Fédération de los franceses [fiesta del Champs de
Mars del 14 de julio de 1790]; ¡cuánto empeño he puesto en ser todo ojos y todo
oídos de todos los acontecimientos maravillosos que han tenido lugar en París,
durante mi estancia! Al principio creí estar en el país de los hombres felices; pues
El maestro censurado.
Consigo mismo, o la sabia distancia de la madurez
(1790-1804)
KANT
[63]
De la Srta. Maria von Herbert (478, 257)
Agosto de 1791
Gran Kant:
[64]
A Johann Heinrich Kant (503, 276)
Querido hermano:
[65]
A François Théodore de la Garde (509, 282)
Ilustre señor:
Le doy humildemente las gracias por los 200 táleros pagados por su hermano el
17 de este mes, de lo cual ya le habrá mandado mi recibo. Inmediatamente después de
Pascua le enviaré el ejemplar corregido de la Crítica del Juicio; a este respecto creo
que puede ser que me encuentre con dificultades inevitables al revisar y retocar, pero
si puede llegar a Berlín antes de Pentecostés, no sería demasiado tarde.
En cuanto a la solicitud [de censura] sobre lo cual usted estima que no sería
desacertado si nuestra Universidad sometiera el escrito a su propia libertad de censura
en razón de Institución superior, opino que no sólo sería infructuoso, sino que justo
aquí la idea de poner de acuerdo sobre ello a cabezas tan distintas sería vano intento.
Entretanto se me ocurre que la amenaza de severidad de la censura quizá no se ejerza
de hecho tanto como se teme, sobre todo porque todavía no ha habido un edicto
específico sobre ello. Si no le incomoda darme noticias sobre la situación de este
asunto de la censura (aunque sea por pluma de alguno de los suyos), me agradaría y
en parte me sería muy útil. Me refiero a qué se conoce de ello públicamente, pues
aquí sólo tenemos noticias contradictorias. Por lo demás persevero con profundo
respeto en ser de Vd. humilde servidor
KANT
[66]
A la señorita Maria von Herbert [borrador] (510, 283)
Primavera de 1792
KANT
[68]
A la Facultad Teológica en Königsberg [borrador] (526, 293)
[69]
De Maria von Herbert [acortada] (554, 311)
Enero de 1793
MARIA HERBERT
[70]
A Elisabeth Motherby (559, 315)
Las cartas que tengo el honor de enviarle junto con ésta, veneradísima
Mademoiselle, las he numerado por fuera según el orden temporal en que fueron
escritas. La pequeña exaltada [Schwärmerin: alude a Maria von Herbert] se olvidó de
poner la fecha. La tercera carta, de otra persona, la adjunto porque un pasaje de la
misma da alguna explicación de sus veleidades espirituales. Varias expresiones, sobre
todo en la primera carta, se refieren a escritos míos leídos por ella, y sin intérprete no
pueden ser entendidos del todo.
La suerte [que usted ha tenido] en su educación, hace superfluo el objetivo de
I. KANT
[71]
De Johann Gottlieb Fichte (565, 318)
[72]
A Carl Friedrich Stäudlin (574, 323)
I. KANT
[73]
A Johann Gottlieb Fichte (578, 327)
I. KANT
[74]
De Johann G. Kiesewetter (605, 336)
J. G. C. KIESEWETTER
[75]
De Johanna Eleonora Schultz (612, 339)
Perdóneme, honorable señor, si le molesto con estas líneas para transmitirle que
«es deber la información más fiel sobre el éxito de procurarle a su casa una cocinera
buena y honrada» [las comillas parecen responder a la nota enviada en nombre de
Kant, sobre ese asunto]. La persona que consideré para usted debería ser la única que
me atrevo a nombrarle, porque aparte de sus conocimientos de cocina tiene también
un alma servicial y honrada, lo cual hace a personas así muy apreciables. Si todavía
tuviera la suerte de poder elegir para mi padre hubiera escogido ésta y ninguna otra.
Mi deseo íntimo y sincero es saber que aparte de su leal Lampe, tiene a su servicio
una criatura femenina que merece esta suerte. El aspecto de «lo que usted prevea en
cuanto al pago» está todo aclarado, y está contenta con ello; los trabajos que hay que
realizar en su casa los he estipulado en general según el nota del buen Lehmann
[amanuense de Kant]; también con esto estaba de acuerdo; que usted tenga una mujer
en casa que lleva agua, que se ocupa de toda clase de cosas, algo de lo que también
disfruta en la casa donde ahora está, le parecía muy bien. Dicho esto, se atreve a
ponerle condiciones, que según el conocimiento que tengo de esa persona, deseada
íntimamente que aceptara. Pues creo —mi mejor y más querido padre— que
disfrutaría de una tranquilidad que tan esencial es para usted.
Perdóneme este cordial lenguaje: la persona desea procurarse de entrada, por sí
misma naturalmente, todo lo que necesita para cocinar, pero luego —y éste es el
segundo punto, sin cuya aprobación no quiere mudarse a su casa— quiere tener todo
ello bajo su responsabilidad y no recibirlo de las manos de Lampe. Madame
Barckley, en cuya casa está desde hace cuatro años, le confía todo eso, igual que los
demás señores (a los que ha servido), y como esta persona no tiene nada más que un
hijo, que vive en la casa del Sr. Schubert, que le provee de todo, no hay que temer
nada. Estuvo en mi casa muchas semanas en vida de su esposo; yo se lo confié todo y
nunca he encontrado mejor compradora, ni persona más honrada, haciendo un uso
fiel y bueno de todo. Ésta es la referencia que merece y usted sabrá mejor que nadie
cómo puede todo ello acomodarse en su casa, sin hacer de menos al bueno de Lampe.
Me atrevo, pues, a pedirle humildemente que me comunique por escrito su
opinión sobre esto hasta esta tarde, ya que viene esta noche a recibir una última
palabra, para poder contestar mañana a la pregunta de la Sra. Barckley; y me atrevo a
pedirle que si fuera posible satisfacer estos deseos, se ahorraría usted muchos
disgustos —lo creo firmemente—, y se alargaría su vida, tan valiosa para nosotros.
Usted determinará a su gusto, en cuanto haya elegido a la persona, cuándo puede
venir a su casa. [Sería bueno] que la posibilidad de venir se estableciera cuando la
cocinera actual se haya ido, pues los cotilleos de este tipo de gente son insoportables.
Nada supera la estima y el tierno respeto con que me siento la persona más obligada
hacia usted
[76]
De Johann Gottlieb Fichte (631, 348)
Hombre venerabilísimo:
Tal vez sea pretensión por mi parte creer que puedo añadir con esta petición un
peso a la solicitud del Sr. Schiller que le ha llegado en el correo anterior. Pero es muy
vivo mi deseo de que el hombre que ha hecho inolvidable ya esta segunda mitad del
siglo para el progreso del espíritu humano en los tiempos futuros, quiera autorizar
con su adhesión un proyecto que se concibe para extender su espíritu sobre los
distintos ámbitos del saber humano, y sobre muchas personas; es posible también que
la perspectiva de verme en un mismo proyecto con usted no me deje pensar mejor
qué es lo que respetuosamente me debo permitir. Ha publicado usted de vez en
cuando trabajos en el BMS Desde el punto de vista de la propagación importa poco
dónde se hayan publicado; se busca la publicación que sea el caso, para tenerlos; pero
la mejor credencial de nuestra institución sería por siempre jamás tener su nombre en
el primer lugar.
A través del Sr. Hartung le he enviado el texto de h invitación a mis lecciones, y
sería sumamente instructivo para mí, si no le incomoda, conocer su juicio sobre el
mismo [«Sobre el concepto de una doctrina de la ciencia, o de la llamada filosofía,
como invitación a sus lecciones sobre esta ciencia». Weimar, 1794]. A partir de ahora,
y a través de la exposición oral, iré madurando mi sistema de cara a su publicación.
Contemplo y espero con ansiedad su metafísica de las costumbres. He descubierto
especialmente en su Crítica del Juicio una armonía con mis particulares convicciones
en el campo de la filosofía práctica que excita mi avidez por saber si es que me cabe
la suerte de estar acercándome continuamente al pensador más importante. Con la
más íntima admiración soy de usted afectísimo
FICHTE
[77]
A Carl Leonhard Reinhold (668, 369)
Su valiosa carta, que me entregó en mano el muy estimado Sr. conde von
Purgstall, me regaló el placer de ver que su expresión de un cierto descontento por mi
silencio sobre sus avances para completar la filosofía crítica hasta los limites de sus
principios, no surgía de una indignación verdadera, pues sigue manteniendo su
amistad hacia mí.
Mi edad y algunos problemas corporales inseparables de ella, me obligan a dejar
toda ampliación de esta ciencia a mis amigos; y a usar, aunque despacio, las pocas
fueras que me quedan para [redactar] complementos a la misma que todavía tengo
pensados.
Manténgame, carísimo, en su amistad, y sepa que todo lo que a usted concierne
será siempre del mayor interés para mí. Su afectuoso fiel servidor
I. KANT
[78]
A Ehregott Andreas Wasianski (678, 376)
I. KANT
[79]
De Sophie Mereau (689, 380)
Aunque según lo que me dice mi sentimiento, tenga que declarar como atrevido
este paso que me dispongo a dar ahora mismo, no encuentro nada en él que pudiera
ofender la verdadera decencia. Más bien sé que ante los hombres de más alta
grandeza, podemos romper audazmente las cadenas de esa conveniencia vacía,
cambiante en cada país, que entre los hombres comunes con frecuencia pone sanos
límites; [y asimismo sé] que los seres más formados se atienen a la cosa misma,
mientras aquéllos se quedan eternamente aferrados a la forma vacía. Bajo este
supuesto, creo que sin escrúpulos, y sin mayores reparos en razón de distancia, sexo o
diferencias de espíritu, puedo ponerme a mí misma delante de usted, hombre
venerabilísimo, en la sencilla relación de quien le pide algo.
Con la ayuda de algunos amigos quiero, con el comienzo del año, iniciar un
periódico; muchos escritores de aquí quieren mandarme contribuciones. Cualquiera
que no escriba por mera ganancia, sueña más o menos orgullosamente con un
proyecto así. Yo soñé muy orgullosamente, porque no consideré imposible, ganarle
para mí. Algo de sus papeles, que usted quizás llamaría una pequeñez, la plasmación
de algunas observaciones a las que su espíritu pone luz y su nombre brillo, me harían
[80]
A Johann Heinrich Kant (731, 388)
Querido hermano:
I. KANT
[81]
A Christoph Wilhem Hufeland (740, 391)
Venerable señor:
Ningún otro libro [La macrobiótica o el arte de prolongar la vida humana. Jena,
1797] podría ser regalo más agradable para mí que éste, que me servirá para llenar
mis horas y al mismo tiempo para ilustrarme en agradable distracción. Sobre todo
porque sólo fragmentariamente he leído sus escritos, y ahora lo podré hacer más
sistemáticamente; lo cual es muy saludable para una cabeza ya vieja: poder avistar el
todo. Me iré dando ese gusto lentamente, en parte para mantener siempre vivo el
apetito, y en parte también para aclararme sobre esa idea suya, atrevida y estimulante
a la vez, acerca de la fuerza vivificante de la disposición moral del hombre en orden a
su realidad física; de modo que pueda utilizar esta idea en la Antropología. A partir
de mis observaciones, hechas en mí mismo a este respecto en el campo de la dieta,
tendré el honor muy pronto tal vez de enviarle un pequeño escrito sobre ello. Con el
vivo deseo de que se mantenga bien, y con mi más alto respeto, soy de usted humilde
servidor
I. KANT
[82]
De Johann Heinrich Tieftrunk [acortada] (755, 394)
Hombre respetabilísimo:
El profesor Beck sabe por las frecuentes conversaciones que mantenemos sobre
cuestiones Filosóficas, cuánto me interesa todo lo que concierne a la filosofía y
cuánto le admiro y venero, honorable anciano; y ha tenido la bondad de darme a
conocer con la mayor confianza la última carta que usted le ha escrito, en la que se
discute su Punto de vista [Una obra de Beck: El único punto de vista desde el que se
puede juzgar la filosofía crítica. Riga, 1796] en relación con la Crítica de la razón
pura. Respeto esta bondadosa confianza de mi amigo tanto más cuanto que me fue
muy grato conocer a través de su carta la opinión del ilustre predicador de corte
Schulz, y por medio del mismo también la de usted sobre el escrito del St. Beck, en
relación con la Crítica de la razón pura.
Mientras que los intentos de otros de contradecir o dar un fundamento, o incluso
encontrar y establecer nuevos principios no me desconcertaban, pues la Crítica de la
razón pura me satisfacía completamente tanto en su contenido como en su método,
me llamó la atención el singular parecer o punto de vista desde el que el profesor
[83]
A Jacob Lindblom (783, 406)
KANT
[84]
A Johann Heinrich Tieftrunk (784, 407)
Estimado amigo:
He recibido con agrado la información acerca de sus debates con el señor Beck (a
quien le pido exprese mi respeto); es de esperar que ese [intercambio] que ha surgido
tendrá por ambos lados la intención de lograr unanimidad [de pensamiento]. Del
mismo modo recibo su propuesta de realizar un extracto elucidatorio de mis escritos
críticos; al tiempo que me permito ofrecer mi colaboración, lo acepto agradecido.
Con tal ocasión pido tener en cuenta a mis amigos hipercríticos Fichte y Reinhold
con el cuidado que plenamente merecen sus logros en Favor de la ciencia.
Que mi Doctrina del Derecho habría de encontrar muchos adversarios, al chocar
contra ciertos principios considerados intocables, no ha sido para mí algo inesperado.
Por ello es para mí tan agradable saber que ha obtenido su reconocimiento. La
recensión en el cuaderno 28 de los Göttinger Anzeigen, que tomada en su conjunto no
es contraria a mi sistema, me dará ocasión de poner en claro algunos malentendidos
en un suplemento, que [me permita] ciertos toques que completen el sistema en su
plenitud.
I. KANT
[85]
A Johann Gottlieb Fichte [acortada] (789, 410)
I. KANT
[86]
A Christoph W. Hufeland [acortada] (796, 416)
I. KANT
P. S. Solicitaría que la edición de este escrito se hiciera lo antes posible, así como [la
reserva de] unos pocos ejemplares del mismo, si puede ser. I. K.
[87]
A Carl Fríedrich Stäudlin (811, 423)
Estimadísimo amigo:
KANT
[88]
De Christian Garve (819, 425)
Carísimo amigo:
Todo lo que se refiere al escrito que le dedico y envío con esta carta; y lo que
respecta a mi sentimiento hacia usted, está dicho en la dedicatoria tan completamente,
que ahora nada más tengo que añadir.
Siempre le respetaré como a uno de nuestros más grandes pensadores, alguien que
como maestro en el arte de pensar, a mí mismo, cuando sólo era un aprendiz y un
C. GARVE
[89]
A Christian Garve (820, 426)
I. KANT
[90]
De Johann G. Kiesewetter [acortada] (827, 420)
KIESEWETTER
[91]
De Johann G. Kiesewetter (848, 435)
J. G. C. KIESEWETTER
[92]
De María Havemann, viuda de H. Kant (861, 442)
[93]
A Johann G. Kiesewetter (867, 444)
KANT
[94]
De María Havemann, viuda de H. Kant (869, 445)
[95]
A Ehregott Andreas Ch. Wasianski (881, 451)
I. KANT
[96]
Al rector y Senado (24, 454)[*]
[97]
A Carl Christoph Schoen (892, 455)
IMMANUEL KANT
[98]
A Friedrích Stuart (897, 458)
I. Kant
REGISTRO DE PERSONAS
KANT, Hermanos
Regina Dorotea (nacida en 1719); María Elisabeth (nacida en 1727), casada con
el maestro zapatero C. Krohnert, la citada Krönertin, en carta de su hermano.
Anna Luise (nacida en 1730), casada con el maestro textil J. Ch. Schultz;
Katarina Barbara (nacida en 1731), casada con el peluquero Theuer, es la única
de los hermanos que sobrevivió a Kant. Le asistió en los últimos días. Finalmente,
Johann Heinrich (1735-1800), estudió en Königsberg, fue preceptor en Kurland,
rector de la Escuela de Mitau y pastor en Althraden.
ESCRITOS KANTIANOS
1747 (Ak. I)
1754 (Ak. I)
Unterschung der Frage ob die Erde in ihrer Umdrehung um die Achse […]
einige Veränderung seit der ersten Zeiten ihres Ursprungs erlitten habe…
(«Investigación sobre la pregunta, formulada por la Real Academia de las
Ciencias de Berlín, de si la tierra ha experimentado algunas variaciones desde
sus orígenes en su giro sobre su eje gracias al cual se produce la alternancia
entre el día y la noche, y cómo cabe asegurarse de tal cosa»).
Die Frage, ob die Erde veralie, physikalisch erwogen («La cuestión de si la
tierra envejece, físicamente considerada»).
1755 (Ak. I)
1756 (Ak. I)
Neuer Lehrbegriff der Bewegung und Ruhe und der damit verknüpften
Folgerungen in den ersten Gründen der Naturwissenschaft. / Nueva teoría
conceptual acerca del movimiento y del reposo [asi como de las consecuencias
que comporta para los primeros principios de la ciencia natural] (Traducción de
Roberto Torretti), en Diálogos (Puerto Rico), núm. 34 (1979) (pp. 143-152).
1760 (Ak. H)
Gedanken über den frühzeitigen Ableben des Herrn Johann Friedricb von Funk
(«Consideraciones ante la prematura muerte del caballero Johann Friedrich von
Funk»).
Von dem ersten Grunde des Unterschiedes des Gegenden im Raume. / Sobre el
primer fundamento de la diferencia entre las regiones del espacio (Presentación,
traducción y notas de Luisa Posada Kubissa) en Er, 9/10 (1989) (pp. 243-255).
Von der verschiedenen racen der Menschen («En torno a las diferentes razas
humanas»).
1783
(Ak. IV)
(Ak, VIII)
Recensión Von Schulz’s «Versuch einer Anleitung zar Sittenlehre für alle
Menschen, ohne Unterschied der Religión 1. Theil» (Recensión del «Ensayo de
una instrucción en la doctrina de las costumbres, para todo ser humano, al
margen de la diferencia de religión. 1.ª Parte», de Schulz. —Kant acortó el título
de Schulz, que proseguía: nebst einem Anhange von der Todestrafen—).
1785
(Ak. IV)
(Ak, VIII)
1786
(Ak. IV)
(Ak. VIII)
(Ak. V)
(Ak. VIII)
1790
(Ak. V)
Kritik der Urtheilskraft. / (1) Crítica del Juicio (Traducción de Manuel García
Morente), Espasa-Calpe, Madrid, 1977.
(2) Crítica del discernimiento (Traducción de R. R. Aramayo y Antonio Mas),
Antonio Machado Libros, Madrid, 2003.
(Ak. VIII)
Über eine Entdeckung, nach der alle neue Kritik der reinen Vernunft durch eine
ältere enthehrlich gemacht werden soll, / (1) Sobre un hallazgo merced al cual
toda nueva crítica de la razón pura debe ser considerada prescindible gracias a
una más antigua, en Por qué no es inútil una nueva crítica de la razón pura.
Respuesta a Eberhard (Traducción de Alfonso Castaño Piñan), Editorial
Aguílar, Buenos Aires, 1973.
(2) Sobre un descubrimiento según el cual a toda nueva crítica de la razón pura
torna superflua una anterior (Traducción y notas de Mario Caimi), en Immanuel
Kant, La polémica sobre la Crítica de la razón pura (respuesta a Eberbard).
Introducción de Claudio La Rocca, A. Machado Libros, Madrid, 2002.
(Ak. VIII)
Über dem Gemeinspruch: Das mag in der Theorie richtig sein, taugt aber nicht
für die Praxis. / En torno al tópico: «tal vez eso sea correcto en teoría, pero no
sirve para la práctica» (Traducción de Manuel Francisco Pérez López y R. R.
Aramayo; estudio preliminar de R. R. Aramayo), en Teoría y práctica, Tecnos,
Madrid, 1986 (pp. 3-60).
(Ak. VI)
Die Religion innerhalb der Grenzen der blossen Vernunft. / La religión dentro de
los límites de la mera razón (Traducción, prólogo y notas de Felipe Martínez
Marzoa), Alianza Editorial, Madrid, 1991.
Das Ende aller Dinge. / El fin de todas las cosas (Traducción y prólogo de
Eugenio Ímaz), en Filosofía de la historia (vid. supra).
Zum ewigen Frieden. Ein philosophischer Entwurf. / (1) Sobre la paz perpetua
(Presentación de A. Truyol, Traducción de J. Abellán), Tecnos, Madrid, 2001;
Alianza Editorial, Madrid, 2002.
(2) Hacia la paz perpetua. Un esbozo filosófico (Traducción, introd. y notas de
Jacobo Muñoz), Biblioteca Nueva, Madrid, 1999.
1797
(Ak. VI)
(Ak. VIII)
1798
(Ak. VII)
1800
1802
1803
Ak. XXVIII
Ak. XX
Welche sind die wirkliche Fortschritte, die die Metaphysik seit Leibnizens und
Wolffs Zeiten in Deutschland gemacht hat? / Los progresos de la metafísica
desde Leibniz y Wolf (Traducción e introducción de Félix Duque), Tecnos,
Madrid, 1987.
Erste Einleitung in die Kritik der Urteilskraft. / Primera introducción a la
Crítica del Juicio (Traducción de J. L. Zalabardo), Visor, Madrid, 1987.
Ak. XXI-XXII
Ak. XXVII
Observación
donde se pregunta si «una falta de verdad debida a la mera cortesía (por ejemplo, la
expresión “su más rendido servidor” al final de una carta) debe ser juzgada como
mentira», añadiendo que, de todos modos, «a nadie se engaña» con esta manera de
escribir (en Metaphysik der Sitten, edición de K. Vorländer, Hamburgo, 1959, pp.
280-281). El lector tropezad con el problema de la mentira planteado de manera más
interesante en la excepcional correspondencia con María von Herbert (63, 65 y 69).
<<
a Kant en 1778 y que éste no aceptó. Le hizo la propuesta el barón von Zedlitz en
carta de 28 de febrero. Eberhard, estricto leibniziano-wolffiano, venía polemizando
contra el kantismo en sus clases. En 1788 funda el Philosophisches Magazin, con el
objetivo de combatir la filosofía crítica. El primer numera iba enteramente contra
Kant y había sido escrito totalmente por Eberhard. <<
inusual y por ello difícil, Consiste en que lodos los objetos que nos son dados pueden
lomarse conforme a dos clases de conceptos, una vez como fenómenos y luego como
cosas en sí mismos. Si se toman los fenómenos coma cosas en sí mismas y se erige,
como cíe 6stas, en la serie de las condiciones, lo absolutamente incondicionado,
entonces se incurre en contradicciones, que sin embargo cesan, en la medida en que
se muestra que lo totalmente incondicionado no se encuentra en los fenómenos, sino
solamente en las cosas en sí mismas. Si por la contraria se toma como fenómeno
aquello que, en tanto que cosa en sí misma, puede contener la condición de algo en el
mundo, como fenómeno, entonces surgen contradicciones donde no serian necesarias,
p. ej., en relación con la libertad; y esa contradicción cesa en cuanto se toma en
consideración aquel significada diferente de los objetas [N. del A.]. <<