Identidad Debate Feminista PDF
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editorial ix
identidades
A. Identidad y política
Por una política de identidad nómada 3
Chantal Mouffe
Ubicar las políticas de la identidad 13
Liz Bondi
¿Identidades a la medida? (o como entrar y salir
de la modernidad por la puerta que más nos guste) 36
Antonio Camou
Identidad y fascismo 50
Mercedes Fernández- Martorell
Origen, identidad y acción política:
reflexiones sobre la vida y obra de Hanna Arendt 64
Elisabeth Young-Bruehl
La política de la identidad y la izquierda 82
Eric Hobsbawm
B. Sujetos e identidades
Cuerpos nómadas 96
Diamela Eltit
De güerita a gitana 112
Carmen Boullosa
Salvar la vida 117
Verónica Habichayn
Feminista y católica 133
Marysa Navarro
Y tú ¿quién eres? 142
Luz Aurora Pimentel
Carta abierta a mi nieta o nieto 151
Juan Gelman
El pacto tras las rejas 154
Stephen Donaldson
c. diversidad e identidad
Orientalismo y género 158
Chizuko Ueno
Identidades de género en América Latina: mestizajes,
sacrificios y simultaneidades 179
Sonia Montecino
Desde La Realidad: En este mundo caben muchos mundos 192
¿eres feminista?
a) Más bien sí. Mesa redonda de chavas de menos de veinte años
b) Más bien no. Mesa redonda de veinteañeras 205
desde la mirada
¿Quién soy?
Fotógrafas y fotógrafos mexicanos 243
desde la ficcion
En Roseau 261
Jamaica Kincaid
desde lo cotidiano
desde el diván
desde chiapas
memoria
lecturas
Apariciones 349
Hortensia Moreno
Postmetafísica de las adolescencias 353
Salvador Mendiola
Women’s Studies: ¿feminismo o dogmatismo? 358
Dora Cardaci
El paria 362
Catherine Clément
Inés: una metáfora de la libertad y la contaminación 365
Luzelena Gutiérrez de Velasco
De otredades y extranjerías 371
Sandra Lorenzano
denuncia
documento
argüende
colaboradores 399
editorial
vii
debate feminista, octubre de 1996
viii
¿Identidades?
E
n los primeros tres apartados óidentidad y política; sujetos e iden-
tidades y diversidad e identidadó este número contiene distintos
abordajes del asunto de la identificación y la construcción de las
identidades. Siguiendo a Deleuze y Guattari hemos tomado la identi-
dad como una articulación que conecta multiplicidades insertas en una
variedad de órdenes discursivos. De ahí esta comprensión particular
de las identidades como posicionamientos provisionales y recurrentes
en las redes discursivas. Las identidades significan, en su momento de
articulación, "verdades" determinadas no de manera ontológica, sino
de acuerdo con las reglas del discurso en el cual están insertas. Por eso
podemos pensar las identidades como anudamientos provisorios en
entretejidos históricamente contingentes, anudamientos que son des-
anudados y vueltos a anudar.
Los seis ensayos de la primera sección, con el transfondo de lo
político como una dimensión inherente a toda sociedad humana, se
tocan y, a veces sin saberlo, se responden. Varios de los planteamientos
formulados son puntos de referencia para abordar una de las tramas
más complejas del momento: aquella que se teje entre identidad, alte-
ridad, poder y política. Como es evidente, la identidad ha sido uno de
los ejes articuladores de la política feminista. Las prácticas del "nuevo"
feminismo de los años setenta, en especial el proceso en los "pequeños
grupos" de autoconciencia, básico y generalizado en los primeros años,
sirvió para la creación de un nuevo tipo de sujeto político. Muchas mu-
jeres, al compartir sus experiencias de vida, plantearon que "lo personal
es político" y desarrollaron una nueva identidad. Desde entonces, ellas
mismas y otras personas fuera del movimiento han cuestionado la po-
lítica basada en la identidad como particularmente conflictiva, a pesar
de su indudable utilidad para la movilización. Mouffe, Bondi, Camou,
Fernández-Martorell, Young-Bruehl y Hobsbawm, cada uno devana una
de las hebras del tema para analizar cuestiones específicas: democracia
radical, feminismo, modernidad, pluralismo, políticas identitarias, fas-
cismo e izquierda.
Si la condición que rige la constitución de toda identidad es la
afirmación de una diferencia, el segundo bloque de ensayos ofrece un
ix
debate feminista, octubre de 1996
x
Quizás éste es el primer número donde todos los trabajos confluyen
en el mismo eje temático: los conflictos, las libertades y las reflexiones de
la identidad. Carlos Amador y Hortensia Moreno eligieron traducir un
espléndido cuento de Jamaica Kincaid, una escritora de Antigua, donde
se cruzan varias lineas de identidad, con una opción final de feminismo
silvestre. Por su lado, Jacqueline Fowks retoma señas de identidad de
amistades cercanas, a partir de las cuales reflexiona y ofrece elementos
para una sociología de las emociones.
En desde la escritura reproducimos el conmovedor texto sobre la
identidad de María Luisa Elío, que sirvío como libreto para un corto En
el balcón vacío. La lectura del texto de Ma. Antonieta Torres Arias en desde el
diván nos lleva a discurrir que si bien la diferenciación y el movimiento
entre las identidades es carácterístico de las sociedades modernas, no
hay atributos fijos determinados por el sexo en la identidad humana.
Sofía Rojo ofrece en desde Chiapas un análisis sobre la construcción de
la identidad entre los zapatistas. Y en busca de nuestra memoria encon-
tramos como feministas en el compacto pero sustancioso resumen que
Gabriela Cano hace Un siglo de feminismo en México.
Por presión y gusto de varias integrantes del comité editorial se
tomó la decisión de publicar más reseñas. Siete sobrevuelos de libros
importantes y atractivos aparecen en esta entrega. Esperamos que dis-
fruten su lectura tanto como nosotras lo hicimos.
Un aspecto positivo de una política emancipatoria de oposición
es apoyar las identidades alternativas que se sostienen en distintas for-
mas de resistencias. La denuncia de dos compañeras lesbianas contra
la compañía Mexicana de Aviación nos recuerda el atraso en que nos
encontramos en México en materia de lucha contra la homofobia.
Un dilema que no hemos investigado ni debatido suficiente es cómo
las identidades innatas, tipo "mujer", definen y determinan la política.
Un caso a tratar con más profundidad y rigor es el de las cuotas para
mujeres, mecanismos de discriminación positiva aceptado por la onu
y la mayoría de los países desarrollados y democráticos. Respecto a la
acción afirmativa coexisten dos valoraciones contradictorias y cada día
es más urgente investigar y discutir sus alcances. Si bien el prd fue el
primer partido en establecer esas cuotas, es indudable que el hecho de
que el pri lo acabe de hacer tiene un peso determinante. La medida ge-
nerará, sin duda, debates. Tal vez la ambigüedad o incomodidad ante las
cuotas provenga de que en ellas se encuentra la posibilidad de desarmar
xi
debate feminista, octubre de 1996
M. L.
xii
Chantal Mouffe
identidades
Chantal Mouffe
E
n este fin de siglo, presenciamos un vasto proceso de redefini-
ción de las identidades colectivas y el establecimiento de nuevas
fronteras políticas. Esto, desde luego, está ligado al derrumbe del
comunismo y a la desaparición de la oposición democracia/totalitarismo
que, por lo menos desde el final de la segunda guerra mundial, había
servido como la frontera política preponderante que permitía discriminar
entre el amigo y el enemigo. Esto presenta una doble dificultad:
1. En el Este, se desvaneció la unidad creada en la lucha compartida
contra el comunismo y presenciamos la multiplicación de identidades
ligadas a antagonismos étnicos, regionales y religiosos que constituyen
un obstáculo para la construcción de una democracia pluralista.
2. En Occidente, la naturaleza misma de la democracia está en duda
porque su sentido se daba en función de la diferencia que se había esta-
blecido con ese "otro" que la negaba. La identidad de la democracia, pues,
fue desestabilizada por la pérdida del enemigo y queda por redefinirse
a través del establecimiento de una nueva frontera política.
Tal situación favorece el desarrollo de la extrema derecha en la
medida en que, para ésta, el nuevo enemigo ya se ha encontrado: se
trata del enemigo interior representado por los inmigrantes, en especial
los que se distinguen de los nacionales de "buena cepa" tanto por su
origen étnico como por su religión. Se presenta a estos extranjeros como
un peligro para la identidad y la soberanía nacionales por los diferen-
tes movimientos que, gracias a un discurso nacionalista y xenófobo, se
esfuerzan por articular nuevas identidades colectivas y volver a crear
una frontera política.
Así, las democracias se encuentran hoy ante un verdadero desafío
que sólo podrán afrontar si dejan de negar lo político y de engañarse
con la posibilidad de un consenso que eliminaría definitivamente el
antagonismo. Esto exige que se ponga en duda el racionalismo liberal
que está en el origen de la ceguera manifestada por el pensamiento
3
político frente a los trastornos que vive el mundo. De hecho, dado que
esperaban celebrar el triunfo definitivo de la democracia liberal, ahora
los occidentales asisten estupefactos al estallido de conflictos étnicos,
religiosos y de identidad que, según sus teorías, pertenecían a un pa-
sado ya terminado. En lugar de la generalización de las identidades
postconvencionales, celebradas por Habermas, y de la desaparición del
antagonismo proclamado por los liberales, vemos la multiplicación de
los particularismos y el surgimiento de nuevos antagonismos.
Algunos intentan explicar esta situación mediante los efectos
perversos del totalitarismo, otros por un llamado retorno de lo arcaico.
Como si se tratara simplemente de un retraso temporal en el camino que
necesariamente debe conducir a la universalización de la democracia.
Dado que se ha decretado el fin de la historia, muchos no pueden ver
en las dificultades actuales más que un pequeño paréntesis, un mal
momento que debe pasarse antes de que la racionalidad vuelva a en-
contrar sus derechos e imponga su orden; en otras palabras, un último
sobresalto de lo político antes de que sea vencido definitivamente por
las fuerzas del derecho y de la razón universal.
Porque, en realidad, se trata aquí de lo político y de la posibilidad
de eliminarlo. Y la incapacidad del pensamiento liberal para comprender
la naturaleza de lo político y la función constitutiva del antagonismo lo
ciega respecto del carácter de la situación actual. Esta requiere, de hecho,
romper con el objetivismo y el esencialismo que dominan en el análisis
de lo político. Ahora bien, el pensamiento liberal pone en escena una
lógica de lo social que implica una concepción del ser en tanto que pre-
sencia y concibe la objetividad como propia de las cosas en sí mismas.
Por eso le es imposible reconocer que puede existir una identidad sólo
si está construida como "diferencia" y que toda objetividad social está
constituida por actos de poder. Lo que se niega a aceptar es que, al fin
de cuentas, toda objetividad social es política y debe llevar la huella de
los actos de exclusión que gobiernan su constitución.
Así, lo político no puede sino escapar al racionalismo liberal, porque
indica los límites de todo consenso racional y revela que todo consenso
está basado en actos de exclusión. Ahora bien, el liberalismo afirma que el
interés general es resultado del libre juego de los intereses privados y ve
la política como el establecimiento de un compromiso entre los distintos
intereses que están en competencia en una sociedad. Los individuos se
presentan como actores racionales movidos exclusivamente por la rea-
lización de sus intereses y actuando en la esfera política de una manera
4
1
Carl Schmitt, La notion de politique, París, Calmann-Lévy, 1963, p. 78.
5
Esta visión, que intenta unir los dos sentidos a los que hace refe-
rencia la palabra "política", el de "polemos" y el de "polis", es profunda-
mente ajena al pensamiento liberal y, por otra parte, es la razón por la
que éste se encuentra desarmado frente al fenómeno del antagonismo.
Pero considero que el futuro de la democracia depende del reconoci-
miento de esta dimensión de lo político, porque para protegerla y
consolidarla debe ver con lucidez que la política siempre consiste en
"domesticar" la hostilidad y tratar de neutralizar el potencial de anta-
gonismo que existe en las relaciones humanas.
La política, de hecho, tiene que ver con la acción pública y la for-
mación de identidades colectivas. Su objetivo es la creación de un "noso-
tros" en un contexto de diversidad y de conflicto. Pero para construir un
"nosotros", hay que poder distinguirlo de un "ellos". Por eso, la cuestión
crucial de una política democrática no es cómo llegar a un consenso sin
exclusiones o cómo crear un "nosotros" que no tuviera un "ellos" como
correlato, sino cómo establecer esta discriminación nosotros/ellos de una
manera que sea compatible con la democracia pluralista. Esta supone que
el opositor ya no se considere como un enemigo a quien hay que destruir,
sino como un adversario cuya posición se reconoce como legítima, se
trata en realidad de transformar el antagonismo en "agonismo".
Para concebir tal desplazamiento podríamos inspirarnos en la
reflexión de Elías Canetti que mostró en Masa y poder que el sistema
parlamentario explota la estructura psicológica de los ejércitos en lucha
y pone en escena un combate en el que no se mata y en el que uno se
remite a la opinión de la mayoría para decidir quién es el vencedor.
Según él, "el voto es el instante decisivo, aquel en el que uno se mide
realmente. Es el vestigio del encuentro sangriento que se imita de di-
versas maneras: amenazas, injurias, excitación física que puede llegar
hasta los golpes y el disparo de proyectiles. Pero el recuento de voces
pone fin a la batalla".2
Lejos de considerar la democracia como algo natural y normal,
como el resultado necesario de una evolución moral de la humanidad,
es importante percibir su carácter improbable e incierto. Es algo frágil,
que nunca se adquiere definitivamente y constituye una conquista que
2
Elias Canetti, Masse et puissance, París, 1966, p. 200. Hay traducción al español:
Masa y poder, Muchnik Editores, Barcelona.
3
Para un análisis de esta noción, ver: Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemony
and Socialist Strategy. Towards a Radical Democratic Politics, Londres, Verso, 1985, cap. 3. Hay
traducción al español editada por Siglo Veintiuno Editores.
4
Jacques Derrida, L’autre cap, París, Editions de Minuit, 1991, p. 16.
10
5
William E. Connolly, Identify / Difference, Ithaca y Londres, Cornell University
Press, 1991, p. 178.
11
6
Rodolphe Gasché, The Tain in the Mirror, Cambridge, Mass., Harvard University
Press, 1986, p. 105.
12
Liz Bondi*
L
a política de la identidad ha tenido críticas encontradas. A su fa-
vor, Rosalind Brunt la describe como una "política cuyo punto de
arranque es reconocer el grado en que la actividad y el esfuerzo
políticos implican un proceso continuo de hacernos y rehacernos —noso-
tros mismos y en relación con otros" (Brunt, 1989:151). Despectivamente,
Jenny Bourne se queja de que este énfasis suponga un repliegue de los
proyectos políticos emancipatorios colectivos: "La política de la identidad
es toda la rabia. La explotación está fuera de moda (es extrínsecamente
determinista). La opresión está de moda (es intrínsecamente personal).
La interrogación sobre lo que se debe hacer es reemplazada por la de
quién soy yo" (Bourne, 1987:1).1
En este texto examino qué tipo de entidad puede ser la "política de
la identidad". En el contexto de estas valoraciones dispares intento ubicar
a la política de la identidad en un mapa de tradiciones intelectuales, y ver
en qué contribuye esta metáfora geográfica a la política de la identidad.
Mi interés deriva en parte de mi propio involucramiento en la política
feminista en Inglaterra,2 pero creo que los temas que abordo también
son relevantes para la política radical en general.
* Agradezco a Erica Burman y Hazel Christie sus comentarios a una versión anterior
de este texto.
1
Véase también Adams (1989).
2
Más específicamente, me encuentro muy inquieta por las celebraciones de identidad
que me parecen ineludibles en el movimiento de mujeres en Gran Bretaña, de principios
a mediados de los años ochenta. Por ejemplo, al igual que Lynn Segal (1986), encuentro
personal y políticamente alienantes muchas de las fantasías de virtud femenina (y espe-
cialmente de maternidad) que están asociadas con las protestas masivas en Greenham
Common. Y también me molestó la tendencia a las preguntas sobre orientación sexual
eclipsadas con una aparente preocupación por las categorías.
13
14
3
Mi descripción está inspirada por Grosz (1990: 1-2).
15
4
Términos como "humanismo liberal" conllevan complejos significados y referencias.
Se reducen fácilmente y con frecuencia a una dimensión cercana a la de una caricatura. De
los candidatos potenciales para tal tratamiento en este ensayo, sospecho que me acerco a
algo como el abuso en mi utilización del término "humanismo liberal". Mientras intento
mantener matizado y diversificado el uso del término ‘humanismo", "humanismo liberal"
es, quizás, mi coco. La dificultad proviene en parte de mi decisión de escribir sobre política
de la identidad dentro de un marco de dicotomías conceptuales. Aunque simpatizo con
los intentos de avanzar con cualquiera o ambas formulaciones (en sí misma o cualquier
formulación), mi preocupación principal en este ensayo es comprender cómo opera cual-
quier estructura en la política de la identidad con respecto a la dicotomía humanismo/
antihumanismo. Haciéndolo, no proclamo haber trabajado adecuadamente a través de la
dicotomía: continúo reproduciéndola aun cuando busco descomponerla.
5
Véase, por ejemplo, Hartsock (1987).
6
Sobre el dualismo de universalización/minorización, véase Sedgewick (1991).
16
17
7
Véase Turkle (1979); Henriques, Hollway, Urwin, Venn y Walkerdine (1984).
8
Véase también Mitchell (1974); Craib (1990).
18
Freud dice simultáneamente que las identidades sexual y de género son precarias,
provisionales y constantemente socavadas por el juego del deseo; y que son necesa-
rias y esenciales, la garantía de la salud social y mental (Weeks, 1985: 44, 148).
9
Discutido, por ejemplo, por Mitchell (1974); Weeks (1985); Craib (1989).
20
21
10
Véase, por ejemplo, Hartmann (1981); Sydie (1987).
11
Véase Rowbotham, Segal y Wainwright (1980); Hartmann (1981).
22
12
Véase, por ejemplo, Pateman (1989).
13
El compromiso de Freud hacia su objetividad científica con su tópico cartesiano
implícito, y el compromiso de Marx hacia una auténtica subjetividad ha conducido a ambos
a ser clasificados como el arquetipo de los modernistas. He enfatizado otros aspectos de
sus respectivos proyectos que sugieren que fueron precursores del postmodernismo. Tal
vez el problema mayor radica en la conceptualización de una ruptura del modernismo/
postmodernismo. Aun cuando no exploro aquí explícitamente este dualismo, espero por
lo menos contribuir al cuestionamiento de su estructura de oposición.
23
14
Véase Soper (1990).
15
Véase, por ejemplo, Bartky (1990); Segal (1991).
24
Quiero señalar las respuestas a las críticas que esto provocó, empe-
zando con los intentos por adaptar el esencialismo para fines feministas y
pasando a posiciones que se oponen radicalmente al esencialismo. Judith
Butler resume esas estrategias de la siguiente manera:
En respuesta, por un lado, a la exclusión radical de la categoría de mujeres de las
formaciones culturales hegemónicas y, por otro, a la crítica interna de los efectos de
exclusión de la categoría desde el discurso feminista, las teóricas feministas confron-
tan ahora el problema o bien de redefinir y expandir la categoría mujer en sí misma
para hacerla más inclusiva (lo que implica el asunto político de definir quién hace
la designación y en nombre de quién) o bien de cuestionar el lugar de la categoría
como parte de un discurso normativo feminista (Butler, 1990:325).
26
liberar o para maximizar. Por lo tanto, de nuevo, en el fondo, todos somos lo mismo
(Alcoff, 1988: 421).
16
Véase Fuss (1989:25)
28
17
Véase Fuss (1989) quien describió en la distinción de Locke la diferencia entre las
esencias real y nominal (especialmente pp. 4-7).
29
18
Véase también Young (1990).
30
Lugar y esencia
Este tipo de política de la identidad se nutre de ideas implícitas en los
primeros "pequeños grupos", pero va más allá al hacer explícita la idea
de identidad como proceso, como performance y como algo provisional.
Al hacerlo, reconoce que la identidad es, al mismo tiempo, internamente
fracturada y externamente múltiple. La posibilidad de esta interpretación
debe mucho al postestructuralismo y a su vocabulario asociado. Así, aun-
que comencé este texto ubicando la política de la identidad en relación a
Marx y Freud, voy a terminarlo moviéndome a un ámbito diferente.
El postestructuralismo se ha apoyado fuertemente en términos
espaciales de referencia, y la reconceptualización de la política de la
identidad que he mostrado efectivamente espacializa nuestra compren-
sión de categorías familiares de identidad como clase, nacionalidad,
19
Véase, por ejemplo, Alcoff (1988); Butler (1990); Flax (1990).
31
32
20
Véase por ejemplo Haraway (1990).
21
Véase Lefebvre (1991).
33
Bibliografía
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Hartsock, N., 1987, "Rethinking Modernism: Minority vs. Majority
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34
35
¿Identidades a la medida?
(o de cómo entrar y salir de la modernidad
por la puerta que más nos guste)*
Antonio Camou
Presentación
H
asta donde puedo ver, las notas siguientes surgieron de conjugar
un texto y dos o tres ideas; pero para tranquilidad de los severos
lectores (o lectoras) empezaré por confesar que el texto es ajeno
y que ninguna de esas ideas es mía.
La primera idea se la atribuyo a Jorge Luis Borges, aunque también
podríamos hallarla remontándonos hacia el pasado —al menos hasta
Goethe— y reencontrarla actualmente en las páginas de cierta crítica
literaria de raíz estructuralista. La idea viene a cuento cuando una vez le
preguntaron a Borges cuál era la misión de la literatura, y Borges señaló
que "la misión de la literatura era decir, en el lenguaje de su tiempo, las
cinco o seis metáforas. En la historia de la literatura, sostenía el autor
de Ficciones no hay más que cinco o seis metáforas, no más que unas
pocas historias, y los escritores estamos de alguna manera condenados
a contarlas en el lenguaje de nuestro tiempo". Cada vez me convenzo
más que esa frase (esa idea) puede ser aplicada sin grandes cambios a la
* Este texto constituye una versión corregida, y espero que mejorada, de un artículo
aparecido bajo el título "Ciudadanía, tejido intercultural y modernización en el marco de
una transformación productiva con equidad", Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales,
flacso-México, vol. 2, núm. 2, 1994. Creo que es posible ejemplificar y discutir diferentes
casos de "modernidades a medida" tanto desde sus fuentes teóricas (a la Habermas o a la
Touraine) como en sus aplicaciones al caso latinoamericano. Por razones de tiempo debí
conformarme con una sola ilustración de muestra. Otra vez será.
36
1
Pese a las falsas comillas, la cita corresponde a una versión desmemoriada, y segu-
ramente también desmejorada, de la declaración original del escritor argentino.
2
Para la lógica de los "conceptos esencialmente controvertibles" consultar William
Gallie, 1964.
37
3
La caracterización de este triple "uso" de los términos teóricos en el ámbito del
pensamiento sociopolítico se debe, como es notorio, a Norberto Bobbio, 1990.
38
o que enjuician con escaso sentido histórico los avatares de la actual mo-
dernización globalizadora (como si la modernización capitalista hubiera
nacido con Keynes y Lord Beveridge, y no hubiera existido la Revolución
Industrial o el paro forzoso de la difícil década de los años treinta). Frente
al viejo paradigma modernizador sesentista, que veía como "obstáculos"
el desarrollo las antiguas pertenencias comunitarias o la persistencia de
patrones sociales arcaicos; los actuales defensores de la "proliferación
de las diferencias" se van al otro extremo: hacen de la necesidad virtud y
suponen (o proponen) que la herencia de las identidades comunitaristas
puede ser transformada, quizá como efecto del mero voluntarismo, en un
remozado resorte modernizador.
Así las cosas, utilizaré estas ideas para discutir un texto represen-
tativo del reciente debate cultural sobre la vinculación entre modernidad
y modernización en América Latina.4 Se me ocurre que este trabajo, con
sus virtudes y sus defectos, ilustra esa tendencia inclinada a construir
una modernidad a medida en la que se suelen omitir aquellas "tensiones y
contradicciones internas" a las que la vieja y venerable tradición socioló-
gica era tan sensible. Si lo he elegido, no obstante, es porque nos ofrece
un rico planteo de los problemas de la identidad cultural en la región,
junto con un módico intento de integrar esa reflexión a una propuesta
socioeconómica "alternativa" de más largo aliento.
4
Me refiero al documento "Hacia una perspectiva crítica de la modernidad: las di-
mensiones culturales de la transformación productiva con equidad". Se trata de un estudio
de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (cepal) preparado por Fernando
Calderón, Ernesto Ottone y Martín Hopenhayn. El documento está fechado en París, enero
25 de 1994, y fue discutido en la Tercera Reunión de Consulta Regional de la Comisión de
Cultura y Desarrollo (unesco, San José de Costa Rica, 22 y 23 de febrero de 1994).
5
En particular se destacan tres documentos: "Transformación productiva con equi-
dad" (Santiago de Chile, 1990); "Equidad y transformación productiva: un enfoque in-
40
41
8
Los autores realizan una convincente distinción entre modernidad y modernización.
Según señalan, "la modernización constituye un proceso histórico, afincado en el cambio
de los procesos productivos, de la composición demográfica, de las pautas de consumo y
trabajo, del acceso a bienes y servicios y a la secularización progresiva de la acción colectiva.
La modernidad, en cambio, constituye un proyecto cultural en el cual han convivido dos
tendencias fuertes. De una parte, la difusión de valores y actitudes básicas vinculadas a
la promoción de la libertad social e individual, al progreso social, al desarrollo de poten-
cialidades personales, y una vocación democrática que lleva a la defensa de la tolerancia
y de la diversidad. De otra parte, la modernidad tiende a la difusión de una racionalidad
formal y de una racionalidad instrumental, necesarias para la modernización, pero con
un costo en términos de 'cosificación' de la vida humana. Una perspectiva crítica de la
modernidad es aquella que, sin dejar de reconocer la importancia de la racionalización,
busca subordinarla a los valores modernos asociados a la democracia, la tolerancia, la
libertad y la diversidad" (nota 4 al texto del documento).
42
¿Modernos y comunitaristas?
Si las cuentas no me fallan, al sumar la primera idea de Borges con la se-
gunda idea de Kundera el resultado será encontrar que en el viejo debate
sobre la modernización hemos ido superponiendo planos significativos,
9
A mi manera de ver, la visión de Touraine constituye, más alguna que otra matiza-
ción de circunstancia, un ejemplo de "modernización a medida" en la que la modernidad
es definida como "la relación, cargada de tensiones, de la Razón y del sujeto, de la raciona-
lización y de la subjetivación, del espíritu del Renacimiento y del espíritu de la reforma, de
la ciencia y de la libertad" (1994: 12). No menos unilateral se ha vuelto el planteo del último
Habermas, quien en su cruzada anti post estructuralistas recupera el proyecto "inconcluso"
de la modernidad centrado exclusivamente en sus promesas emancipatorias (1988: 28). Para
una crítica de la posición habermasiana consultar Néstor García Canclini, 1990: 34.
43
10
En un sentido más general, y obvio, todas las culturas (todas las modernidades,
todas las identidades) han sido de alguna "manera híbridas".
44
Pero aquí nos asalta una duda que nos llevará al tercer plano ana-
lítico que hemos postulado: ¿que de hecho tengamos una diversidad
cultural problemática nos autoriza a pensar, ipso facto, que tendremos
la capacidad de generar las fórmulas de integración necesarias? Y de
manera más radical: ¿existe una modernización que pueda fundarse
en bases distintas a la de una "occidentalización exhaustiva" de la re-
gión? Por último, el paradigma de la "proliferación de las diferencias"
¿es una alternativa general al modelo de occidentalización, o más bien
es un correctivo parcial que bajo ciertas condiciones se puede integrar al
conocido modelo occidentalizador?
Para empezar a responder estas preguntas tendremos que revisar
lo que hemos denominado el uso axiológico de los términos en cuestión,
que tal vez sea el punto que más tela nos da para cortar. Empecemos
por lo sabido: a esta altura de la vida creo que nadie se incomoda si digo
que buena parte de la producción de las ciencias sociales se orienta a la
producción de ideología; es decir, a la articulación simbólica de ideas y
de valores capaces de cohesionar y movilizar la acción de grupos sociales.
El problema se plantea, no obstante, cuando la superposición entre el
examen de una realidad y el deseo de transformar una realidad siguen
una línea sin solución de continuidad. En todo caso, la pertinencia de
este uso ideológico ha de ser medida por su eficacia simbólica, y aquí es
donde textos como éste a mi juicio flaquean por varios lados.11
11
Por ejemplo, al afirmar que "el presente trabajo plantea que para que esos tejidos in-
terculturales sean funcionales a la constitución de sociedades más equitativas e integra-
45
doras... debe superarse... la dialéctica de la negación del otro" (p. 3); o cuando se sostiene
que "este tejido intercultural, lejos de constituir un obstáculo para nuestro 'ingreso' a la
modernidad, debiera ser nuestro resorte específico para ser modernos hoy día" (p. 3). En
ambos casos las cursivas son mías.
46
12
He tratado de justificar mi "decadentismo" filosófico, al menos frente a ciertas
expresiones del feminismo, en Camou, 1993.
13
Debo señalar que no estoy discutiendo aquí una idea como la de "ciudadanía
social" de T. H. Marshall (1950), puesto que esta idea no colisiona con los presupuestos
universalistas de ciudadanía que defiendo.
14
Una corrección de mi desvaída memoria tal vez me lleve a decir, para evitar
sexismos ya superados desde la Declaración de los Derechos Humanos de las Naciones
Unidas, que "todos los seres humanos..."
47
del abogado, que dicho sea de paso es negro, encierra la médula de una
tradición argumentativa que hoy parece que se quiere cambiar sin saber
bien a bien qué cosa poner en su lugar. Sospecho que habría que hacer un
análisis muy fino que las generalidades del texto que comentamos no
dejan entrever para esclarecer los modos, los alcances y las limitaciones
de la consigna de incorporar la "diversidad de las pertenencias comu-
nitarias" a una noción moderna de ciudadanía.
En conclusión, trabajos como el que comentamos constituyen un
significativo aporte a la hora de introducir, y de discutir, las componentes
culturales de los actuales desafíos del desarrollo para América Latina.
Pero pese al tratamiento sumario y seguramente sesgado de estas notas
creo que he presentado algunos elementos que justifican la necesidad
de afinar mejor el tratamiento de una vieja discusión cuyos componen-
tes analíticos y valorativos no siempre son distinguidos con acierto. En
particular, el eje de una propuesta que pretende asumir "críticamente"
un proyecto de modernidad, que "busca conciliar la libertad individual y
la racionalización modernizadora con la pertenencia comunitaria", abre
varias dudas en su derrotero. Naturalmente, la pregunta por el millón
es ¿pero se puede? Y en estos casos no se vale contestar con un ademán
voluntarista, que nos presenta una "modernidad a la medida" de nues-
tras broncas irresueltas, como en los célebres consejos de Woody Allen
en su Discurso a los graduados: "resulta claro que el futuro ofrece grandes
oportunidades, pero también puede ocultar peligrosas trampas. Así que
todo el truco está es esquivar las trampas, aprovechar las oportunidades
y estar de vuelta en casa a eso de las seis de la tarde" (Perfiles, 1980).
48
Bibliografía
Allen, Woody, Perfiles, 1980, Tusquets, Barcelona.
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Touraine, 1994 [1992], Crítica de la modernidad, fce, Buenos Aires, p. 12.
49
Identidad y fascismo*
Mercedes Fernández-Martorell
Q
uiero reflexionar con ustedes sobre las relaciones que hoy en-
tiendo podemos establecer entre los conceptos "identidad" y
"fascismo". Desde hace algo más de quince años, desde el campo
de la antropología, estoy investigando y elaborando pensamiento para
aprehender cómo los seres de nuestra especie construimos y recreamos
nuestra identidad de seres humanos. En relación con el marco general
en que creo que hoy es válido reflexionar sobre el concepto 'identidad',
quiero decirles que se puede afirmar que los seres humanos nacemos
incompletos. Es decir, nuestra especie se caracteriza porque, cuando un
nuevo ser nace, no tiene información genética específica y suficiente que
le permita saber qué comportamientos debe llevar a cabo para vivir. Es
más, nuestra invalidez es tal que sin los adultos moriríamos, y además
esta situación persiste durante años. Pero además actuamos como si al
nacer no tuviéramos la cualidad de humanos inscrita en nuestra piel,
y desde ahí nos vemos obligados a hablar de identidad y de cómo la
construimos.
Constatamos que no es lo mismo ser una mujer masai, italiana o
javanesa, y podemos decir, respecto a los hombres, algo similar. Y ello es
relevante porque hace explícito el que las normas, leyes y pautas de com-
portamiento que las mujeres u hombres masais deben seguir, y en las que
se hallan inmersos al nacer, no son las mismas que las de los italianos
o los javaneses, y así respecto a cada cultura diferente. Que los seres
humanos nacemos incompletos aparece, desde este punto de mira, como
una realidad. El antropólogo Clifford Geertz, que hizo trabajo de campo en
* Tomado de Leviatán. Revista de hechos e ideas, verano 1995, n. época, pp. 97-108,
Madrid.
Agradecemos el permiso para su reproducción.
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Mercedes Fernández-Martorell
Java, dice: "En Java, la gente dice llanamente: 'Ser humano es ser javanés'.
Los niños pequeños, los palurdos, los rústicos, los locos, los flagrantemente
inmorales son considerados adurung djawa 'aún no javaneses"'.
Esta realidad nos permite reflexionar sobre el hecho de que actua-
mos, con respecto a nuestros caracteres físico-anatómicos, como si éstos
en sí mismos no fueran explicativos; es decir, no nos permiten en cierta
medida reconocernos como humanos, ya que nos es preciso cumplir,
desde el momento de nacer, con las leyes establecidas en el sistema so-
ciocultural que nos toca en suerte para ser reconocidos como un hombre
o una mujer, pero no como un hombre o mujer en general, sino como
Masai, italiano, etcétera. Es desde ese lugar que podemos convenir que
nacemos incompletos. Desde la constatación de tales hechos, nos es po-
sible afirmar, además, que ni siquiera el hecho de que nuestros caracteres
físico-anatómicos sean los mismos hace posible a nuestra especie contar
con un código común.
Porque resulta que lo que nos caracteriza es que organizamos nues-
tro vivir a partir de nuestra capacidad de simbolización. Por capacidad
de simbolización aludo fundamentalmente al lenguaje, pero no sólo a él.
Con las palabras, el lenguaje, pensamos y sólo es posible y real aquello
que somos capaces de pensar. Todo nuestro vivir está supeditado a esta
capacidad. Y lo que constatamos es que los seres humanos, observados
como especie que ha vivido y vive en entornos ecosistemáticos distintos,
han establecido interrelaciones entre sí y entre culturas de forma particu-
lar, y como resultado se concretan diferentes códigos de comportamiento,
de lenguaje y, en definitiva, diferentes estrategias y leyes socioculturales
para vivir en sistemas de vida compartida o sociedad.
El cómo llevamos a cabo los humanos esta labor es fundamental,
porque es por necesidad una labor colectiva. Es por medio de la sanción
social que un nuevo actor es reconocido y asumido por la sociedad como
uno más. La colectividad como un todo es la que sanciona, es decir, re-
conoce y asume que el nuevo sujeto lleva a cabo los comportamientos
necesarios para ser adscrito como uno más, y lo hace obligando al "nuevo"
protagonista a sumarse a las leyes preestablecidas para este menester,
desde la inscripción y el seguimiento de la normativa legal de los Estados
a pautas de comportamiento denominadas rituales (el bautizo entre los
católicos, por ejemplo) y otras muchas consideradas, frecuentemente, como
informales (presentación a los amigos del recién nacido, diversos festejos
y felicitaciones, etcétera).
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identidad y, por tanto, las que adscriben al sistema de vida a los seres
que éstas generan.
Pero es preciso añadir algo más. Las mujeres, que se encuentran
siempre en última instancia en un lugar de supeditación a las leyes de los
hombres, además están siempre inmersas en la obligación de reproducir
las leyes, deben representarlas y protegerlas si quieren ellas y su prole
ser sujetos posibles partícipes de la cultura.
Para ilustrar muy brevemente esta situación, retomo lo que afirma
la ley judía. Y dice que la prole del hombre judío que se casa con una
mujer goy (extranjera), es decir, no judía, nunca será considerada judía.
Porque lo que sucede con tal comportamiento de un hombre es que
éste, ya que tiene en sus manos la posibilidad y además la obligación
de impartir, proteger y representar la identidad de judío, con una op-
ción semejante hace una renuncia explícita y pública a sus obligaciones
como hombre judío. Mientras que la misma ley dice que la prole de una
mujer judía que se casa con un hombre goy sí puede ser judía: "Bueno,
de todas formas hay mucho que hablar y ver sobre este tema", añadían
mis informantes. Aparentemente, de nuevo parece como si ellas otor-
garan directamente la identidad de los "nuevos" sujetos. Pero ahora ya
sabemos que se precisa de vida comunitaria judía para ser reconocido
y vivir como judío, y que sólo los hombres, con el Minyán, pueden
conformarla. En el caso de la mujer judía casada con un hombre goy
lo que queda explícito es que no importa lo que ella haga, su prole no
es de ella, es de la comunidad; los hombres judíos son quienes tienen
que decidir si la prole de esa mujer será o no judía. Lo harán según
el comportamiento de la mujer. Si la mujer hace partícipes a sus hijos
de los rituales judíos y de la convivencia con los demás judíos o no,
la comunidad podrá decidir sobre la posibilidad de sancionar o no la
identidad de judíos de tales sujetos.
Las mujeres no pueden en ningún caso decidir sobre la identidad
de su prole. Ellas tan sólo tienen, si quieren mantener la identidad de
judías para sí y sus hijos, que ser conservadoras con la ley de los hom-
bres, incluso en el caso en el que tomen, individualmente, un camino de
renuncia, como es el de casarse con un hombre no judío.
El conservadurismo impuesto a las mujeres de esta cultura es el
mismo que se implanta en cualquier mujer de cualquier otra cultura,
pero evidentemente en cada una de ellas el trayecto es particular. De ahí
que se entienda que nosotras, las mujeres, hayamos reproducido durante
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precisamente que tales eternas leyes han podido entrar en una situación
de cambio necesario.
La jerarquización elaborada de forma estable a través del género
en todos los sistemas de vida no parece que pueda ser reproducida sin
más ante innovaciones como a las que he aludido. Creo también que los
cambios en la iglesia anglicana sobre el lugar de la mujer aluden a esta
cuestión. No dudo de la importancia del papel de la organización de
los sistemas económicos y de que éstos han propiciado, a ese nivel, la
emancipación de la mujer. Pero creo que los cambios, las modificaciones
fundamentales sobre el lugar del género y su jerarquización implícita,
deben darse allí donde elaboramos y construimos nuestra identidad de
humanos.
Por otra parte, quiero añadir que los adelantos técnicos que dan
lugar en este siglo a movimientos migratorios rápidos y masivos con-
tribuyen a que los temas de la recreación de la identidad se conviertan
en cuestiones de necesario tratamiento por parte de las políticas insti-
tucionales. No tengo la menor duda de que las modificaciones sobre
la elaboración del género, es decir, sobre la posible no jerarquización y
dominio instalado en el género pueden provocar que las relaciones con
los otros, otras sociedades o estados, también aparecerán trastocadas.
Es desde este lugar que he presentado a partir de dónde creo que
hay que comenzar a reflexionar y trabajar hoy, si lo que queremos es
comprender qué sucede respecto a nuestra identidad de humanos. Una
mirada a los actuales atropellos y horrores sufridos por las mujeres del
mundo, dentro de conflictos enmarcados en la pervivencia de la identidad
de los pueblos, da consistencia a la argumentación presentada. Tendría-
mos que leer desde allí lo que está sucediendo en Argelia y cobrarían
sentido unos hechos aparentemente fruto sólo del fanatismo.
Ante la crisis para alcanzar el objetivo de sobrevivir, es decir de
alimentarse, se recurre al origen de la organización del sistema de vida o
sociedad. Y puesto que éste se asienta en el género, y el papel de la mujer
siempre es y ha sido el de reproducir y conservar el orden fundacional,
se la obliga a retomar bajo pena de muerte aquellas costumbres que se
consideran originarias de la identidad y, por tanto, del orden. De esta
forma lo que se pretende es que con aquel orden original se recupere
la estabilidad para todos. Por eso se las mata a la puerta de la escuela,
puesto que se presupone que el saber en las mujeres es, además de un
accesorio innecesario, un camino para que ellas cambien de lugar, y así
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Elisabeth Young-Bruehl
H
annah Arendt terminó su tesis doctoral, El concepto del amor en
San Agustín, en 1929. Poco después empezó la biografía de una
dama que tenía un salón en Berlín a fines del siglo xviii: Rahel
Varnhagen: The Life of a Jewess (Rahel Varnhagen: vida de una judía). Pero
no terminaría este manuscrito hasta 1938, cuando vivía en París, y no lo
publicó sino hasta 1958, cuando se encontraba ya en Nueva York. Rahel
Varnhagen fue el libro de su exilio y su tema, la evolución de Rahel hacia
su conversión en "paria con conciencia de serlo" fue el tema central de
reflexión de Arendt en sus años de exilio.
Incluso después de que su obra fuera conocida y hubieran finali-
zado hacía ya tiempo sus años de dificultades y de pobreza, Hannah
Arendt continuó teniéndose por paria.1 En 1959 se le distinguió con el
nombramiento de profesora invitada en la Universidad de Princeton y
allí preparó las conferencias que constituirían su cuarto libro americano,
On Revolution (Sobre la revolución). Pero el confortable entorno y la amable
sociedad de Princeton la hicieron sentirse incómoda e inquieta. Escribió
a su viejo amigo Kurt Blumenfeld, presidente de la Organización Sio-
nista Alemana en los años de su juventud, que la gentileza de Princeton
"no es para la hija de mi madre. Estoy escribiendo sobre la revolución,
sobre la revolución en general. Y eso, ¡aquí! Parece verdaderamente una
comedia macabra".
No obstante las circunstancias, Hannah Arendt trabajaba con una
energía vehemente, una intensidad asombrosa que convertía con pas-
1
H. A. utiliza el término paria en el sentido de marginado social o persona que no
pertenece a ninguna casta (N. de la T.)
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Elisabeth Young-Bruehl
La condición judía
Hannah Arendt aprendió su primera lección de independencia social
y política mientras crecía en Köningsberg, Prusia oriental. Sus abuelos,
por ambas partes, eran miembros de una acomodada clase media que
cumplía con sus deberes en la sinagoga. Los Cohn, sus abuelos ma-
ternos, eran rusos de nacimiento, refugiados del antisemitismo ruso,
que tenían una situación próspera gracias a la importación de té. Los
Arendt provenían ambos de familias de Köningsberg bien establecidas.
Max Arendt, abuelo de Hannah Arendt, era un hombre rico y promi-
nente, miembro del consejo de la comunidad judía de Köningsberg y
uno de los jefes de la rama local del Centralverein deutscher Staatsbürger
jüdischen Glaubens. Tanto él como su esposa, que dedicó su vida a la
filantropía, eran judíos asimilados, judíos que deseaban reconciliar en
sus vidas las exigencias del Judentum ("judeidad") y las del Deutschum
("germanidad"). Los padres de Hannah Arendt habían superado los pro-
blemas de su identidad judía y ambos estaban interesados en política.
Se afiliaron a la rama reformista del Partido Socialdemócrata y leían
apasionadamente el periódico de Eduardo Bernstein, el Sozialistischen
2
El término parvenu, tal como lo usa H. A., no tiene equivalencia fácil en castellano:
equivale a conformista, advenedizo y oportunista (N. de la T.).
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Monatsheft. Pero Martha Cohn Arendt era también una gran admira-
dora de la rama revolucionaria del spd, del grupo que con el tiempo,
se convertiría en los espartaquistas y, especialmente, de la mujer que
los dirigía, Rosa Luxemburgo.
A Martha Arendt le inquietaba su condición de judía y esperaba
que su hija aprendiera la lección que deseaba enseñarle: que el hecho de
haber nacido judío es innegable y que todo intento de negarlo es indigno.
Recordando el ambiente de su hogar infantil, Arendt observó:
todos los niños judíos se topaban con el antisemitismo. Y el alma de muchos niños
se envenenó con ello. La diferencia en nuestro caso es que mi madre insistió siempre
en que nunca nos humilláramos. ¡Que hay que defenderse! Me habían dicho que
cuando mis profesores hicieran comentarios antisemitas generalmente no dirigidos
contra mí, sino contra mis compañeras de clase, particularmente las judías del Este,
me levantara inmediatamente, saliera de dase y me marchara a casa... Mi madre
escribía entonces una de sus numerosas cartas y, con ello, terminaba del todo mi
participación en el asunto... Había reglas domésticas mediante las cuales mi dignidad
quedaba, por así decirlo, protegida, protegida por completo...
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ser uno de los más importantes filósofos de Francia. Pero estos intelec-
tuales eran judíos. Con contadas excepciones, los refugiados no judíos
con los que trabó amistad no eran intelectuales. El más importante de
ellos fue un comunista de Berlín, Heinrich Blücher, un hombre de origen
obrero prácticamente sin ninguna educación académica, y que sería más
adelante el segundo marido de Hanna Arendt. Después, ya en Nortea-
mérica, Arendt moderó su escepticismo respecto a los intelectuales, pero
sus criterios de paria siguieron siendo los mismos. En 1948 decía que el
"anticonformismo social, como tal, ha sido y siempre será el distintivo
de los intelectuales... para un intelectual, el anticonformismo es casi la
condición sine qua non para su realización".
En la primavera de 1940, cuando el ejército de Hitler se aproximaba
a París, se ordenó a los "extranjeros enemigos" que se presentaran para
ser transportados a campos de internamiento dirigidos por franceses en
el sur de Francia. Hannah Arendt se presentó en un palacio de depor-
tes, el Velódromo de Invierno, donde permaneció una semana antes de
ser transportada en tren a Gurs, un campo para refugiados de la guerra
civil española. Tras la ocupación de París, hubo momentos de confusión
administrativa en Gurs y a las mujeres allí internadas se les planteó una
dramática opción: escapar del campo sin, como dijera Arendt, "nada
más que el cepillo de dientes", o quedarse y esperar que fuera para bien.
"Tras unos pocos días de caos, se regularizó la situación y escapar se
hizo prácticamente imposible." Muchas de las que optaron por la que
creyeron sería la alternativa más segura fueron enviadas, después de tres
horribles años, a Auschwitz, donde fueron asesinadas. Arendt se hizo con
documentos de liberación y se marchó del campo de concentración. Fue
más afortunada que la mayoría de las que escaparon, pues tenía donde
ir: una casa alquilada por unos amigos no judíos cerca de Montauban y
pudo reunirse con su marido, Heinrich Bluücher, quien también había
logrado escapar de otro campo. Después de pasar seis meses viviendo
aquí y allá en el sur de Francia, los Blücher consiguieron visados para
Norteamérica, para ellos y la madre de Arendt. Salieron de Francia tan
pronto como les fue posible; los que esperaron más tiempo para salir,
corrieron peor suerte. Una y otra vez, durante su último año en Europa,
Hannah Arendt aprendió una lección que nunca olvidaría: cuando se
presenta la opción entre una libertad incierta y la precaria seguridad
de la falta de libertad, cuando se presenta una "oportunidad única" de
acción, las vacilaciones pueden ser fatales.
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Durante los años de la guerra, Arendt fue ante todo y sobre todo
judía; y entendía que su quehacer como judía era hablar a los judíos
europeos emigrados sobre su identidad judía, instar a que se creara un
ejército judío para luchar contra el ejército de Hitler y pedir la fundación
de un estado binacional árabe-judío en Palestina. Exhortó a los judíos
a que se resistieran a las nuevas formas de la vieja mentalidad asimi-
lacionista, a enfrentarse a Hitler militarmente y a olvidar la tentación
de formar un estado uninacional que convertiría en refugiados a otro
pueblo, los árabes palestinos. Ninguna de sus esperanzas se cumplió.
Creía que el número de judíos conformistas había aumentado; no llegó a
ver un ejército judío, sino sólo grupos de resistencia aislados y brigadas
judías en los ejércitos aliados; y fue testigo de lo que consideraba una
regresión al nacionalismo decimonónico: la fundación del estado de
Israel como estado sólo judío. El libro de la historia no se había abierto
ante los judíos como ella deseaba.
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3
H. A. se refería a la democracia asamblearia, al sistema de soviets que se implantó
en Rusia tras la revolución de 1917 y que desaparecería en beneficio de la dictadura del
partido único y su burocracia (N. de la T.)
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El criterio de "grandeza"
Los juicios que se refieren a cuestiones tan dramáticas —cuestiones de
vida y muerte, de dignidad y falta de dignidad— son extremadamente
difíciles. Los juicios de Hannah Arendt sobre la cuestión de la cola-
boración judía con los nazis no sólo eran difíciles, sino, en opinión de
muchos, "despiadados". Lo que puede dar a sus juicios esa apariencia
"despiadada" es el criterio —nunca explicitado— con el que se formaron,
es decir, la idea de "grandeza". Contrastó lo que ella creía era el modo
de relación sentimental entre los hombres —la piedad— con la solida-
ridad, y rechazó aquélla en favor de esta última: "Comparado con el
sentimiento de piedad, el de solidaridad puede parecer frío y abstracto,
porque está comprometido con las 'ideas' grandeza, honor, dignidad
antes que con el 'amor' al hombre... La solidaridad es un principio y
puede guiar e inspirar la acción".
No se hubiera concedido ningún valor a la esperanza en la acción
de Hannah Arendt o a su intento de comprender el carácter del juicio,
si no se hubiera planteado las varias cuestiones en todo ello implícitas.
Uno puede exigirse a sí mismo lo extraordinario, pero ¿se puede pedir
a otra persona, en el presente o en el pasado, lo extraordinario? ¿Hay
alguien que pueda definir, bajo cualquier circunstancia, desastrosa o
no, qué debe ser lo extraordinario? ¿Permite el criterio de "grandeza"
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en la Alemania nazi había afectado a todos los que vivían en ella, tanto
a verdugos como a víctimas. Quiso exponer lo que de mejor y peor es
capaz el hombre cuando se produce semejante quiebra, y enfrentarse
a los hechos sin ambigüedades y sin sentimentalismo. El tono irónico
del libro es inquietante, igual que es aún hoy inquietante, después de
tantos siglos, el tono irónico del libro de Tucídides. Ambos libros no son
comparables en valor artístico, pero Arendt supo amasar su información
y combinar estadísticas, observaciones, opiniones, relatos y testimonios
presenciales con un fervor y una audacia comparables a los que se pal-
pan en cada una de las páginas de la obra de Tucídides. Para muchos de
los que habían vivido los hechos de que Arendt hablaba, su ironía era
terriblemente dura. Pero su libro es un ktema es aei, un bien imperece-
dero; relata la historia de una "perturbación", como dijo Tucídides, "que
afectaba a toda la humanidad", aunque, como decía constantemente,
esto era cierto en su caso porque había escrito sobre un "crimen contra
la humanidad".
Cuando otras generaciones, quizá incluso la nuestra, hayan corregi-
do los errores factuales del libro y hayan adquirido la perspectiva que se
logra no sólo como un esfuerzo de la inteligencia, sino como un regalo del
tiempo, es posible que el mensaje de su libro sea más claro. Para nosotros
es muy difícil no pensar, como los antiguos sobre Tucídides, que, en pa-
labras de Dionisio de Halicarnaso, "escribió sobre una guerra que no fue
ni gloriosa ni afortunada; una guerra que hubiera sido mejor que nunca
hubiera ocurrido, o [ya que no esto] que debiera haber sido ignorada por
la posteridad y relegada al silencio y el olvido".
Simone Weil dijo de la Ilíada de Homero que su verdadero protago-
nista era la Fuerza, la Fuerza que redujo por igual a griegos y troyanos
por debajo de su dimensión humana. El verdadero protagonista de Eich-
mann en Jerusalén no es Adolf Eichmann, ni sus víctimas, sino la Fuerza
de la irreflexión humana individual y de la falta de juicio, algo que los
regímenes totalitarios pueden engendrar con mayor rapidez que otros y
que puede "asolar la tierra".
Hannah Arendt esperaba que la democracia asamblearia del sistema
de consejos proporcionara al hombre moderno lo que la ciudad-estado
había proporcionado a los griegos: espacio para la acción, oportunidad
para lo extraordinario. Pero sabía que los sistemas de consejos que han
existido, que han hecho su aparición en el curso de las revoluciones,
han sido manifiestamente breves, y sabía también que han surgido es-
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Sobre la revolución
Sobre la revolución es un estudio comparado de las revoluciones, en par-
ticular de la francesa y la americana. Es tan vehemente en su alabanza
de la revolución americana como revolución política, que culminó en
una impecable forma republicana de gobierno, como dura en su crítica
a toda exhortación a la revolución social que olvida la acción clave de
toda revolución: la creación de un orden constitucional. Arendt intentó
comprender por qué los hombres de la revolución francesa no se habían
ocupado del que era el gran logro político norteamericano, sino solamente
de lo que Jefferson denominara "la hermosa igualdad de que goza el po-
bre con el rico". Señalaba que esa preocupación por la "cuestión social",
el problema de la pobreza, les había desviado de la meta de afirmar la
libertad política. Lo que inquietaba a Hannah Arendt era que a lo largo
del siguiente siglo, "fuera la revolución francesa y no la americana la que
incendiara el mundo... ". Y que fuese el problema de la pobreza y no el
del gobierno el que encendiese la mecha del debate teórico en Europa.
Arendt situó su esquemática comparación de revoluciones sociales
y políticas en el contexto de su doble interés por el modo en que el ame-
ricano medio recordaba la historia de la fundación de su república y por
la falta de comprensión de las revoluciones que han tenido los gobiernos
americanos, particularmente después de la segunda guerra mundial: "El
miedo a la revolución ha sido el leitmotiv oculto de la política exterior
norteamericana de la postguerra". Arendt se propuso rescatar la historia
americana para la posteridad y advertir que "en la pugna que hoy divide
al mundo y en el que tantas cosas están en juego, ganarán probablemente
aquellos que entiendan la revolución...".
Tal contexto no inquietaba a aquellos lectores de Arendt interesados
ante todo en la "justicia social", como tampoco lo hacían sus elogios al
sistema de consejos con que finalizaba el libro. Pero, sin duda, sí inquie-
taba la distinción que hacía entre revolución política y revolución social.
El libro fue recibido con asombro por la mayoría de la crítica. El socialista
Michael Harrington, por citar un ejemplo típico, no podía entender que
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permiten a los hombres vivir libremente unos con otros, tienen sus
raíces en su origen, lo mismo que la capacidad de la comunidad para la
acción y la libertad. De una pluralidad de individuos autónomos, puede
constituirse una república libre. Cuando un individuo olvida o niega su
singularidad de origen, su carácter nuevo por virtud de haber nacido,
hipoteca la posibilidad de juicio y acción independientes de grandeza.
Cuando los miembros de una comunidad olvidan o niegan los orígenes
de la comunidad, el impulso de libertad que los unió en la acción, exclu-
yen la posibilidad de nuevas acciones de grandeza. La máxima del poeta
griego Píndaro es aplicable tanto a los individuos como a las comunidades
libres: "Sed lo que sois".
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identidad y política
Eric Hobsbawm
E
sta conferencia es sobre un tema nuevo por inesperado. Estamos
acostumbrados hasta tal punto a términos como "identidad co-
lectiva", "grupos de identidad", "política de la identidad" o, lo
que es lo mismo, "etnicidad", que cuesta recordar que surgieron hace
muy poco como parte del vocabulario o de la jerga actual del discurso
político. Por ejemplo, en la Encyclopedia of the Social Sciences, interna-
cional, que se publicó en 1968 o sea, que se escribió a mediados de los
años sesenta, no se encuentra ninguna entrada del término 'identidad',
excepto una sobre identidad psicosocial de Erik Erikson, a quien le in-
teresaban sobre todo aspectos como la llamada "crisis de identidad de
los adolescentes que tratan de descubrir qué son", y un texto general
sobre la identificación de los electores. En cuanto a la etnicidad, en el
Oxford English Dictionary de principios de los años setenta aparece aún
como una palabra poco frecuente que indica "paganismo y superstición
pagana", documentada con citas del siglo xviii.
En suma, estamos abordando términos y conceptos que en reali-
dad entraron en uso sólo en los años sesenta. Donde se sigue con más
facilidad el surgimiento de estos términos es en los Estados Unidos, en
parte porque ha sido siempre una sociedad interesada de un modo poco
habitual en revisar su temperatura social y psicológica, su presión san-
guínea y otros síntomas, y sobre todo porque la forma más obvia pero no
la única de política de la identidad, a saber, la etnicidad, siempre ha sido
crucial para la política estadounidense desde que se convirtió en un país
de inmigración masiva procedente de todas partes de Europa. La nueva
etnicidad hace su primera aparición pública con Beyond the Melting Pot
* Este artículo apareció en la revista Nexos, núm. 224, agosto de 1996. Agradecemos
a los editores el permiso para reproducirlo.
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El universalismo de la izquierda
¿Qué tiene todo esto que ver con la izquierda? Los grupos de identidad no
eran ciertamente centrales para la izquierda. Básicamente, los movimien-
tos políticos y sociales de masas de la izquierda, es decir, los inspirados
en las revoluciones estadunidense y francesa y en el socialismo, eran en
realidad coaliciones o alianzas de grupos, pero no se mantenían unidas
por metas que fueran específicas al grupo, sino por causas grandes y
universales a través de las cuales cada grupo creía que sus metas par-
ticulares se podían realizar: la democracia, la república, el socialismo,
el comunismo o lo que fuera. Nuestro propio Partido Laborista en sus
grandes momentos fue tanto el partido de una clase como, entre otras
cosas, de las naciones minoritarias y de las comunidades inmigrantes
de los británicos continentales. Era todo esto porque era un partido de
la igualdad y la justicia social.
No malentendamos la pretensión del Partido Laborista de estar
basado esencialmente en la clase. Los movimientos políticos laborista
y socialista no fueron, nunca ni en ninguna parte, movimientos esen-
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El interés común
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nacional por secesión hasta ahora no ha sido pedir a las poblaciones que
voten en favor de ella hasta que ya se tenga primero por otros medios.
Esto, dicho sea de paso, da dos razones pragmáticas para estar en
contra de la política de la identidad. Sin este tipo de compulsión o de
presión externa, en circunstancias normales difícilmente moviliza a más
de una minoría, incluso del grupo que es el principal objetivo. Por ello,
los intentos de formar partidos políticos de mujeres aparte no han sido
maneras muy eficaces de movilizar el voto de las mujeres. La otra razón
es que obligar a la gente a asumir una, y sólo una, identidad divide a
unos de otros y, por lo tanto, aísla a esas minorías.
Por consiguiente, comprometer a un movimiento general con las
demandas específicas de grupos de presión minoritarios, que no son
necesariamente siquiera las de sus bases electorales, es buscarse líos. Esto
es mucho más obvio en los Estados Unidos, donde la reacción violenta
en contra de la discriminación positiva en favor de minorías particula-
res, y los excesos del multiculturalismo, es hoy muy poderosa; pero el
problema existe también en Inglaterra. Hoy tanto la derecha como la
izquierda cargan con la política de la identidad. Desafortunadamente,
el peligro de desintegrarse en una pura alianza de minorías es extraordi-
nariamente grande en la izquierda porque la decadencia de los grandes
lemas universalistas de la Ilustración, que eran esencialmente lemas de
la izquierda, la deja sin ninguna manera obvia de formular un interés
común que atraviese las fronteras sectoriales. El único de los nuevos
"movimientos sociales" que atraviesa todas esas fronteras es el de los
ecologistas. Pero, ay, su atractivo político es limitado y probablemente
lo seguirá siendo.
No obstante, hay una forma de política de la identidad que es en
realidad comprehensiva, en la medida en que se basa en una instancia
común: el nacionalismo ciudadano. Visto en la perspectiva global puede
que sea lo opuesto de una instancia universal, pero visto en la perspectiva
del estado nacional, que es donde vivimos aún la mayoría de nosotros y
es probable que sigamos viviendo, proporciona una identidad común,
o en frase de Benedict Anderson, "una comunidad imaginada" no me-
nos real por ser imaginaria. La derecha, especialmente la que está en
el gobierno, siempre ha pretendido monopolizar esto y habitualmente
puede aún manipularlo. Hasta el thatcherismo, el enterrador del "con-
servadurismo de una sola nación", lo hizo. Hasta su fantasmagórico y
agonizante sucesor, el gobierno de Major, tiene esperanzas de evitar la
derrota electoral condenando a sus opositores por no patriotas.
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¿Por qué ha sido tan difícil para la izquierda, sin duda para la
izquierda en los países de habla inglesa, verse a sí misma como re-
presentante de toda la nación? (Estoy hablando, por supuesto, de la
nación como la comunidad de toda la gente de un país, no como una
entidad étnica.) ¿Por qué le ha parecido tan difícil siquiera intentarlo?
A fin de cuentas, la izquierda europea empezó cuando una clase, o una
alianza de clase, el Tercer Estado en los Estados Generales franceses de
1789, decidió declararse "la nación" en contra de la minoría de la clase
gobernante, creando así el concepto mismo de la "nación" política. A fin
de cuentas, hasta Marx vislumbró una transformación de este tipo en
El manifiesto comunista.1 En realidad se podría ir más lejos. Todd Gitlin,
uno de los mejores observadores de la izquierda estadunidense, lo ha
expresado dramáticamente en su último libro, The Twilight of the Com-
mon Dreams: "¿Qué es una izquierda si no es, plausiblemente al menos,
la voz de todo el pueblo?... Si no hay pueblo, sino sólo pueblos, no hay
izquierda" (Gitlin, 1995: 165).
Y ha habido veces en que la izquierda no sólo ha querido ser la na-
ción, sino que ha sido aceptada como la representación del interés nacional,
incluso por aquellos que no tenían especial simpatía por sus aspiraciones:
en los Estados Unidos, cuando el Partido Demócrata rooseveltiano era
políticamente hegemónico, en Escandinavia desde principios de los
años treinta. En términos más generales, al final de la segunda guerra
mundial, la izquierda, casi por doquier en Europa, representaba a la
nación en el sentido más literal porque representaba la resistencia a
Hitler y sus aliados y la victoria sobre ellos. De ahí el notable matrimonio
entre patriotismo y transformación social que dominó la política euro-
pea inmediatamente después de 1945. No menos en Inglaterra, donde
1945 fue un plebiscito en favor del Partido Laborista como el que mejor
representaba a la nación contra el conservadurismo de una sola nación
dirigido por el más carismático y victorioso líder bélico en el escenario.
Esto marcó la pauta de los treinta y cinco años siguientes de la historia
1
"Como el proletariado tiene antes de todo que adquirir supremacía política, se
tiene que elevar a ser la clase nacional, debe constituir la nación, es en sí aún nacional,
aunque no en el sentido burgués". Karl Marx y Friederich Engels: El manifiesto comunista,
1848, parte ii. La edición original (alemana) dice "la clase nacional"; la traducción al inglés
de 1888 dice 'la clase dirigente de la nación".
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Bibliografía
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23 de abril, p. 13.
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sujetos e identidades
Cuerpos nómadas
Diamela Eltit
M
e resulta necesario explicitar que este texto responde a una inte-
rrogación personal y, por lo tanto, no contiene respuestas perma-
nentes como no sea el ejercicio creativo y móvil de la conjetura
cultural y los efectos de lectura de ciertos libros que, en su conflicto, des-
plegaron ante mí un escenario problemático que aún no cesa. Mi interés
radica en intentar describir estos problemas con el fin de fijar por escrito
los pensamientos que, de manera caótica, han circulado por mi cabeza
sin principio ni fin, inestablemente, durante los últimos años.
Los libros que abordaré ocuparon en Chile un espacio de recepción
alarmantemente minoritario, casi inexistente, y el silencio que acompañó
la salida de los textos forma parte, a mi juicio, de un efecto de la política
neoliberal, de las autocensuras y represiones con las que la desbocada
propaganda del individualismo acalla las contradicciones éticas del
pasado reciente, con el fin de estimular una economía de libre mercado,
empujando a los cuerpos ciudadanos a la violencia del eterno presente
del consumo y del endeudamiento y generando, desde la apología
racional del barbarismo del mercado, notables exclusiones sociales y
masivas relegaciones culturales. Y, así, quiero abordar la lectura de dos
libros autobiográficos y una noticia periodística que me inquietaron al
punto que hube de interrogarme en torno al por qué de esta conmoción
y en qué sentido una parte de mi ser estaba fuertemente comprometida
con esas historias.
Las autobiografías que señalo corresponden a El Infierno de Luz Arce,
publicado por Editorial Planeta en 1993 y Mi verdad de Marcia Alejandra
Merino, impreso en A.T.G en 1993, que relatan las historias de mujeres
militantes de izquierda que, en 1974, fueron tomadas prisioneras por los
servicios de inteligencia militar (dina) durante la dictadura chilena y que,
luego de ser sometidas a sesiones de tortura, pasaron a colaborar con sus
captores hasta alcanzar, posteriormente, el grado militar de oficiales en
esos mismo servicios de inteligencia donde fueran capturadas.
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Luz Arce, aunque se retira del servicio alrededor del año 84, sigue
de una u otra manera ligada al mundo militar hasta el año 90. Marcia
Alejandra Merino, hasta el año 92; la tercera prisionera María Alicia Uribe
aún permanece allí.
Desde el plebiscito de 1988, ya la transición democrática empieza
a perfilarse, cuestión objetivada en marzo de 1990 con el traspaso del
poder a la Concertación Democrática, encabezada por el presidente
demócrata cristiano Patricio Aylwin. Se trata de una alianza de fuerzas de
centro-izquierda (de la cual es excluido el Partido Comunista) y en don-
de la iglesia católica chilena adquiere una gran preponderancia pública.
La política neoliberal se mantiene vigente y en ascenso, el imperativo
al consumo atrapa, especialmente, a las capas medias provocando el
individualismo y la ausencia de proyecto colectivo.
La transición a la democracia se establece en Chile desde la política
de los acuerdos con el poder militar y la derecha política. Con esta alian-
za no puede sino pactarse la desmemoria histórica de los años 70-90 en
aras de la construcción de un futuro democrático, pero los protagonistas
de este pacto son los mismos actores que atraviesan la época y por lo
tanto la centro-izquierda y más nítidamente el Partido Socialista deben
coexistir con sus recientes antagonistas y, proyectando este escenario, la
centro-izquierda necesariamente dialoga, de manera constante, con los
que fueron sus virtuales captores y sus posibles victimarios.
Sin entrar en especificaciones políticas que no me corresponden,
sí me pareció extraño e incluso alarmante que la edición de estas au-
tobiografías no fuera recepcionada. ¿Por qué relatos tan polémicos y
sobrehablados permanecían silentes en lo público? ¿Qué había en esos
textos que sectores tan citados en ellos como el Partido Socialista no
establecieron el menor gesto de lectura?
Este silencio no puedo sino explicármelo desde las delicadas tra-
mas de la relación con el poder que los textos evidencian. Luz Arce y
Marcia Alejandra Merino publican sus libros en los momentos en los
que el poder central ha rotado hacia un nuevo ensayo democrático;
además, aparecen avaladas por dos prestigiosas instituciones en las que
la democracia se apoya: la iglesia católica y un organismo de derechos
humanos. Más allá de lo que las autoras relaten, ellas se encuentran pro-
tegidas por la ley de amnistía dictada en 1978 (curiosamente los relatos
no aportan nada significativo en materia de derechos humanos después
de esa fecha; por lo tanto están fuera del alcance de una penalización
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De güerita a gitana
Carmen Boullosa
N
o soy rubia, y la gente se ríe cuando les cuento que de niña lo
fui, porque no parece verosímil que, con estas cejotas negras
y esta mata oscura de cabello, haya tenido algún día claras
guedejas. Pero, aunque no sea rubia, siempre he sido en México una
"güerita". En México, el adjetivo güero es calificativo de una persona de
cabello claro y/o piel clara, pero también (horror racista) es un adjetivo
que, implicando una piel clara existente o no, da a entender un trato
de respeto. "Aquí tiene güerita", "cómo le va güerita", o "güerota", si
es un "piropo" (aquí sí, ningún respeto). "Güera" no es solamente una
manera de calificar por el color del cabello, ni por el de la piel. "Güera"
y "güerita" encierran una clasificación de orden social. Yo siempre he
sido en México una "güera" o una "güerita", en el metro, en el mercado,
en la calle, una "güera". No le cabe a nadie la menor duda, aunque vista
de doble k (suéter de terlenka naranja y pantalones topeka del peor corte
y el más bajo precio), de mi oscuro origen, porque tengo el tono de voz
de quien fue a una escuela privada, el sonsonete de los de mi colonia,
la piel diferente que la piel de un indio (aunque no tanto, afortunada-
mente, si José Balza, el venezolano, me ha descrito en algún artículo
como una "hada india"), y para ser mexicana soy alta, parezco provenir
de una familia bien alimentada por generaciones. Es por esto que me
dicen "güera".
Uno aprende a vivir acompañada por el "güerita", para bien y para
mal. Recuerdo mis primeras caminatas sola en México, en la colonia de
casa de mi papá. Los primeros que me llamaron "güerita", acompañando a
la palabra de imprecaciones pavorosas de índole sexual, fueron los albañi-
les, los trabajadores de la construcción, que levantaban o remodelaban las
casas de los ricos. Ellos me silbaban, y me gritaban güerita acompañado
de obscenidades irrepetibles. Dicho sea de paso, nadie caminaba por esas
calles de ricos. Ir a pie no iba, no rimaba con su estilo. La calle no es el
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Carmen Boullosa
territorio común que los pies ennoblecen. Las aceras están vacías. Los
carros ostentosos cruzan como relámpagos las distancias, así sean las
de dos cuadras para ir a traer leche.
Tarde llegó a mi vida el güerita, porque no acompañé nunca a mi
mamá al mercado de Jamaica (creo que no iba ella, sino la sirvienta con
el chofer, no estoy segura), y mi única experiencia de mercado de comida
fue en Huejutla, un pueblo indio donde pasamos un año cuando yo tenía
ocho, pero ahí no se hablaba español. En otomí quién sabe qué cosas me
decían mientras se burlaban desde su piso las señoras del mercado, tal
vez porque yo no entendía ni pío, o porque traía pantalones, o no sé por
qué. Tampoco ellas me entendían a mí. Pero ésa es otra historia, y me
regreso a mi "güerita".
Aquí en Berlín he perdido por completo el "güerita" al que estoy
acostumbrada, nadie me da el trato deferente que lo acompaña, mezcla
de respeto y de burla. Porque ese trato existe en México, incluso cuando se
omite el apelativo, como por ejemplo en una sucursal bancaria. Un cajero
o una cajera en México difícilmente usará el término "güerita" que es tan
populachero. Dirán "la señora", solamente, y si no basta, agregarán "la
señora de jeans", o "la del cabello largo", o "la que tiene el niño güerito".
En Berlín pasé del "güerita" a ser una forastera. El cambio me tocó
en un viaje anterior a Alemania, y aunque fue más brusco fue menos
perceptible, porque sólo me afectó por diez minutos. Entré a un tren,
y quise ocupar un asiento en una caseta de las de seis personas, donde
quedaba un lugar. Los cinco ocupantes previos eran cuatro niños y un
profesor. Se necesitaba ser necio para quererse sentar entre ellos, pero
no quedaba un solo lugar vacío en el resto del corto tren. En las demás
casetas había niños y más niños, o adultos y más adultos. Era el único
lugar que quedaba, no estaba reservado, y el viaje que me esperaba era
de cuatro horas, que no me hacía mucha gracia hacer de pie. Además,
la presencia del profesor me hizo creer que no gritarían demasiado los
escuincles, y que si gritaban de más yo tenía ante quién quejarme. Pero
en el momento en que quise sentarme, el profesor me negó el asiento.
Esperé a que pasara el checador con su cachuchita para a señas explicarle
mi problema, y me defendió ante el profesor que tuvo que apechugar y
dejarme sentar en su nada envidiable territorio.
No iba a ir yo de pleito las cuatro horas, había dado una charla el
día anterior, iba a dar otra esa misma tarde, y era conveniente, si había
que hacer silenciar a los cabrones escuincles, tener por aliado al maestro.
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Así que en inglés le expliqué esto, que había dado una lectura, que daría
otra, que venía un poco cansada, que por eso quería sentarme, que era
yo una de la docena de escritores mexicanos que habían venido a la Fe-
ria de Frankfurt, etcétera. Muy amable, me contestó en perfecto inglés,
pidiéndome que lo disculpara, que no fuera yo a creer que era racista,
pero que me había negado el asiento porque creyó que yo era gitana,
que de haber sabido desde un principio que yo era mexicana, me habría
permitido sentarme desde el principio, que disculpas, que no era por él,
ni por racista, reiteró, sino por los niños. El resto del viaje no intercambia-
mos más palabras, y por fortuna se bajaron a la hora, aproximadamente,
desembarazándome de la compañía de los ruidosos y el racista, así que
el resto del viaje leí tranquilamente, vi el paisaje, disfruté del silencio, o
de esa especie parecida al silencio que es el tracatraca de los trenes.
Así que gitana. El destino me había cambiado del "güerita" deferente
y socarrón, a "gitana". El cabello largo, las cejas oscuras, la piel no muy
clara. En fin. Me dio un poco de risa, de alguna manera me alegró, y ahí
acabó la cosa. O casi, porque en el momento en que iba a bajarme del
tren, una verdadera gitana, parada entre los dos vagones, impidiendo
que se cerraran las puertas, con un pie en un vagón y el otro en el otro,
dejaba que la bailara el movimiento. Era muy bajita, setentona, y me
miró directo a los ojos mientras se reía, baile y baile sin hacer ella un
movimiento, hasta que el tren se paró. Por un momento, creí que la
gitana se preparaba con un maleficio para echarse a volar, porque había
momentos en que no tocaban el piso sus zapatos de niña.
También en ese mismo viaje, en Hamburgo, coincidí en un hotel con
el rey de los gitanos, o eso me dijeron que era sus dos mujeres. El hombre
era muy peculiar, y yo sí me creí lo del rey de los gitanos. Vestía un traje
azul de rayitas blancas, cruzado al frente, desayunaba con sombrero,
era bajito también (las dos mujeres eran altas como yo, lo que no quiere
decir altas en parámetros germanos), y me envió una propuesta inde-
corosa con sus no muy jóvenes chicas, a la que yo educada me rehusé,
explicándoles que ya tenía marido, que muchas gracias.
Era francamente indecorosa su propuesta, porque quería que
también me casara con él (por un momento me arrepiento de no haber
accedido a tamaña bestialidad. Con suerte, el rey de los gitanos hubiera
compartido conmigo una generosa esposa que me ordenara mis papeles,
me lavara los platos y la ropa, me guisara mis comidas, me limpiara la
casa y cuidara de mí y de mis hijos. O por lo menos que me enseñara a
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Carmen Boullosa
volar, para no ver tanto polvo y no oír la aspiradora mientras acá abajo
mi cuerpo se ocupa de las labores domésticas...).
En Berlín nadie me ha dicho gitana, nadie en los seis meses que
llevo de visita, o viviendo aquí. Tampoco nadie me ha visto como una
güerita. En primer lugar, porque no sé si exista algo parecido a esa de-
nominación en esta ciudad. He visto a las señoras ricas, y a los señores
ricos, muy de vez en vez (soy viajera del U-Bahn, no frecuento ninguno
de los sitios donde ellos van), caminando en la Ku’damm una vez, y otra
en un trámite que tuve que hacer en una escuela. Y claro que los ricos se
ven distintos, o un cierto tipo de rico se ve distinto a los demás berline-
ses. Pero son de la misma proveniencia que los demás mortales, y a este
pueblo, durante generaciones, le ha favorecido la bonanza, a pesar de
las guerras. Las guerras han podido menos que la miseria postcolonial
que ha afectado en México a los indios durante centurias. Aquí pasó
ya hace mucho el tiempo en que a los niños se les daba de regalo en la
Navidad un plato con comida.
La pérdida del "güerita" ha sido hasta cierto punto un alivio. Claro
que habría preferido pasar de güerita a una ciudadana más, como debiera
serlo en mi propia patria, y no de güerita a una extranjera que apenas
balbucea, con maldita dificultad, dos o tres frases en alemán. Hubo un
lugar, ahora que me acuerdo, donde a pesar de ser muy joven, de ser
mujer, y de ser "güerita" fui tomada como una igual entre los demás. En
mi corto paso por la Universidad del Estado, la unam, cuando llegué
proveniente de la universidad de güeritos, la Iberoamericana, a medio
camino de la Carrera de Letras que no pude terminar, porque la vida se
cebaba contra mi juventud, poblándola de muertos y conflictos, ahí sí
fui una ciudadana más, no una "güerita".
Así que el paraíso me duró poco. Cuando viví en San Diego no pude
sentirme como una más, del pueblo. En las noches, me acordaba de los
helicópteros y los camiones-oruga persiguiendo ilegales mexicanos a
pocos kilómetros de mi departamento, y siempre me sentí una forastera,
aunque nadie me dio un trato que no respondiera al de una güerita. La
proximidad con mi patria los ha entrenado para distinguir las castas
mexicanas. Aquí sí que no me dan trato de "güerita". La cajera del su-
permercado de la esquina siempre me regaña. El del banco me habla
recio como si fuera sorda. El cartero que me deja siempre los bultos
grandes de los vecinos, porque soy la única del edificio que vive encerrada
(no todos trabajan en una novela), me regaña también, enojado de que no
hable yo ya el alemán con soltura.
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Verónica Habichayn
Salvar la vida
Verónica Habichayn
26 octubre de 1976
H
oy tomaremos el autobús que nos saque de este país, de este infier-
no, de este aire viciado de muerte y miedo. Tal vez sólo lleguemos
hasta la frontera, como les pasó a algunos. Pero no importa, quiero
salir de esto lo antes posible, pase lo que pase, quiero que esto termine
de una buena vez.
Aunque nos maten, aunque nos secuestren, aunque nos torturen,
pero que termine de una vez por todas.
Ya tenemos preparadas las valijas. Bueno, es una forma de decir.
Para mi mamá, mi papá, mis dos hermanos y yo, sólo tenemos una valija
y 3 bolsitos raquíticos. Se supone que somos turistas que vamos a pasar
unos días a Brasil, en Río.
Pero en realidad vamos a esperar el barco que nos va a alejar todavía
más. Podríamos tomarlo en Buenos Aires, pero el riesgo es mayor, y no
queremos permanecer ni un día más aquí.
(...) Por fin llegó el momento, estamos por subirnos al autobús.
Nos vinieron a despedir mi tío y mi hermana. Son unos de los pocos
que saben que nos vamos. No es cuestión de que por alguna desgracia
de último momento nos agarren a todos.
Mi hermana se queda, pues considera que aún puede hacer mucho
por la revolución, que las masas necesitan de gente que siga luchando.
Aunque opina que está bien que nos vayamos, pues nosotros estamos
en un riesgo inútil. Que seremos más útiles afuera, en la misión que el
partido nos tiene reservada. Será algo muy difícil. Requerirá de nuestro
absoluto estoicismo.
Aunque seamos militantes, mi hermano de 16, yo de 12 y mi her-
manito de 7. Sí, somos verdaderos militantes, porque sabemos en qué
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Verónica Habichayn
Tres escalones y estamos otra vez adentro del autobús, con un nudo
como de corbata en la garganta. Mudos escuchamos los comentarios
acerca del pasajero que falta. El "Alberto" ese, ¡era un traficante de drogas!
Alberto como mi papá, Alberto pero Alberto no es mi papá, mi papá es
Roberto, no, no, mi papá es Alberto... ¿quién es mi papá?...
...Ya es de día. El paisaje es maravilloso. Es la selva de Tarzán. Verde,
verde, con sonidos de aves y el rugir del motor. La gente se queja de
que no está la "azafata" que es la que reparte las galletitas y esas cosas.
Un señor que conversa mucho con el conductor se decide a repartir
"esas cosas". Son unas cajitas con forma de autobús y adentro traen unas
galletitas, unos caramelos y un queso asqueroso. Para tomar hay café y
jugo de naranja. Mi papá prueba el café y dice que es jugo de paraguas.
Mi mamá le dice que no. Que es rico, que es brasilero. Creo que piensa
que no se debería quejar tanto. Yo opino lo mismo. No sé bien cuál es el
mecanismo de mi pensamiento. Es algo así como que hay que ser amables
con todo y todos para que en la frontera sean igual con nosotros.
...Como somos cinco, uno de nosotros se sentó con un extraño
(¿será de la policía?). Es una mujer, teñida y pintarrajeada como una loca.
Está con mi hermano mayor, y le dice algo acerca de la "janella". ¿Queeeee?
Mi hermano tiene cara de eso. Creo que hasta está asustado. Lo que en
realidad le dice, y yo no sé por qué entiendo, es que si le deja ir un rato a
ella del lado de la ventanilla. Alguien le traduce y él accede. Voy al rescate
y le cambio de lugar. En realidad me doy cuenta de que entiendo todo lo
que la pasajera dice porque habla casi todo en español. Qué gracia.
Llegamos a la frontera.
Ahí está.
Es un lugar horrible.
Ese lugar tiene ojos escudriñantes. Nos observan. Nos piden los
pasaportes. "Ahá, muy bien, ¿a dónde van? A Río de Janeiro, señor.
Tomen. Que la pasen muy bien en nuestro país."
Nuestros corazones vuelven a latir.
... Mi mamá quiere llamar a mi hermanito, que ahora se llama Víctor
(le pusieron así, porque en casa lo llamamos Bicuti, entonces el apodo
concuerda con el nuevo nombre, o más o menos) pero lo llama "¡Ernesto!"
Todo el mundo se queda paralizado, incluyendo al propio Ernesto, que
no sabe si responder al llamado, salir corriendo, decir algo sensato, del
estilo de "Pobre mamá, se volvió loca otra vez", o qué hacer. Pasa una
fracción de segundo, muy poquito tiempo, y se corrige, dice "¡Víctor!"
entonces él contesta "¿Si mamá?"
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Verónica Habichayn
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sujetos e identidades
8 de noviembre de 1976
¡¡¡Ahí, ahí está!!! ¡Es enorme! ¡Qué barcononón! Yo creo que es más grande
que un barco de las películas.
Vamos subiendo la pasarela, y arriba nos espera el capitán con
su uniforme blanco que a mí me inspira cierto respeto. Ya sé que nada
tiene que ver con la policía argentina, pero qué le voy a hacer, me ha
quedado ese temor.
Además, por más italiano que sea, si descubre lo de nuestros pa-
saportes, estamos perdidos. Entregamos boletos y pasaportes al señor y
pienso que voy camino al infinito opuesto de la primera, segunda, tercera
y también de la cuarta vez que la policía allanó mi casa.
La cuarta fue la peor. Era un domingo y estábamos todos menos
mi hermana, la grande. Esta vez vino la policía de Buenos Aires, con
el jefe de policía. Fue tremendamente asustante. Estaban de civil, de
anteojos negros, con revólveres, y miraban todo con un aire sobrador
impresionante.
Mi perrito les ladraba, como si supiera que eran unos ladrones. Cagó
a su paso y pisotearon su mierdita, ensuciando la casa entera.
En la cocina estaba la señora que trabajaba en casa en ese mo-
mento. Era la señora Josefa. La pobre estaba ahí para que mi mamá la
consolara. Ella y su novio querían casarse y las autoridades, o sea la
gente del registro civil, le ponen mil trabas, se queja de la burocracia y
de la mierda que es este país. Su argumento más irrevocable es que ya
tienen 50 y 70 años, que por qué no los dejan vivir felices. A lo que yo
me respondo, o mejor dicho pienso: hagan de cuenta que ya se casaron
y listo. Pero ella quiere dignidad y él algo formal. Así que con esa rabia
estaba la señora Josefa, llorando por el atropello, cuando estos desgra-
ciados irrumpen en la cocina. El cuadro les parece sospechosísimo, y
preguntan con violencia: "¿Qué le pasa?" La señora Josefa se convierte
en el súper ratón, se para como impulsada por un cohete en el culo y
se le acerca a la cara (al que preguntó) y gritoneándole le dice que todo
es culpa de él, que son unos hijos de puta... (Mi mamá la agarra de los
hombros y la sienta. Le dice que se calme que le va a hacer un té.) Por
supuesto, mi vieja tiene que darles explicaciones. Yo escucho todo y
pienso que no le van a creer. Que se la van a llevar presa. O que por lo
menos le van a plantar unas buenas cachetadas. Que a lo mejor creen
que llora por algún familiar desaparecido...
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Verónica Habichayn
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sujetos e identidades
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sujetos e identidades
la coge. Yo no sé cómo sabrán esas cosas. En todo caso, ella sabe cómo
hacer participar a la gente, cómo divertir.
Los amigos que nos encontramos al subir al barco están en una
situación terrible. Eso de no saber a dónde van a ir, de qué van a trabajar,
ni dónde van a vivir es muy angustiante.
Sólo saben que se bajan del barco en Barcelona. Por eso guardan
todo lo que les dan de comer y que no se pudra.
Tienen ya más de un kilo de queso. Azúcar y otras cosas. A él le
dicen el Viet, por Viet Cong, porque tiene cara de vietnamita (podría ser
japonés, pero es más poético que sea Viet Cong). En realidad sólo tiene
los ojos achinados y como es de piel, digamos oscura, parece un lapón,
un esquimal.
Ella es la Lichu, porque se llama Alicia. Mi prima...
A medida que nos acercamos al Ecuador, el calor se hace más in-
tenso, porque, según me explican, en el hemisferio sur ahora es verano,
y del Ecuador para arriba es invierno. Yo me pregunto: ¿qué ropa nos
vamos a poner, si somos turistas que nos vamos a Brasil de vacaciones,
no a Europa, donde comentan que el frío es de la puta madre? En efecto,
no tenemos abrigos. Sólo un pullover cada uno. Zapatos buenos, no.
Veremos.
Esta noche hubo fiesta otra vez. Concursos otra vez.
Juegan a la lotería, y a mi papá le hace mucha gracia, que cuando
uno dice "¡lotería!" tiene que decir "¡Bingo!", a lo que Manuela agrega:
"¿Nessun altro a fatto bingo?" Se canta de risa. Pero lo que en realidad le
hizo gracia fue cuando Manuela me preguntó, delante de todos, cuántos
años tenía yo.
Naturalmente respondí que 12.
La cosa es que toda la noche se venían haciendo concursos. Y toda
la noche queríamos participar (Miriam, Pedro —mi hermano Pablo—,
su amigo y yo) y no nos animábamos. Hasta que nos decidimos, y nos
pusimos de acuerdo: al siguiente llamado de parejas para concursar, nos
presentaríamos los cuatro. Ni bien terminó la música, y vimos que la
Manuela agarró el micrófono, nos paramos cerca de ella. Cuando dijo:
"A ver, una pareja" ahí estábamos nosotros, clavados como estacas. Pero
lo que Manuela quería, eran ancianos. Ahí fue cuando me preguntó: "ay
nena, cuantos años tenés?", "doce". "Bueno... quiero gente más grande...".
Ahí me di cuenta que lo que decían las malas lenguas era cierto, que
hablaba un pésimo español, que no era nada graciosa y que además
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Verónica Habichayn
tenía pelos en los sobacos (largos como los de mi papá). Nos salimos
del escenario, con mucha vergüenza. Para peor, fue mi culpa. A mí me
preguntó. Tal vez si se presentaba mi hermano con Miriam, no le hacían
problemas. De ahí, que mi papá no deja de molestarme, dice que dije
"doze", con una voz de oveja muerta.
"Doze".
En realidad lo que sucede es que a él le dio más vergüenza que
a mí. Es pura envidia, seguro que quiere participar y tiene miedo de
vomitar el escenario. O peor aún, tiene miedo de ser demasiado an-
ciano. Qué se yo.
Nos esfumamos y siento un poco de reproche de la parte de mi her-
mano. Y bueno. Qué voy a hacerle. Además, es la verdad, tengo doce.
Hoy me levanté temprano. Hay un viento delicioso. Ando vagando
por la "proménade" del barco. Mi vieja me explicó que eso en francés
quiere decir paseo. Y es un verdadero paseo estar por aquí, el viento
se huele salado, si cierro los ojos me doy cuenta que estoy en el me-
dio del mar. En el piso inferior al de la proménade, me parece ver algo
tirado, algo como un pez. Bajo corriendo, por las escaleras (no uso el
ascensor para que nadie me gane) y llego hasta el objeto. En efecto son
peces voladores, que saltaron y quedaron atrapados en la nada. El pez
se preguntará "¿qué hará aquí semejante estupidez, en medio de mi
casa?" Pero sospecho que antes de pensar todo esto, sentiría morir. Me
fijo en el mar y se ven nubes saliendo del agua y volviéndose a meter.
No sé cómo se lo voy a contar a mis viejos, no sé si les voy a decir qué
vi. Una bandada o un cardumen de peces voladores.
Les cuento y Pedro me dice que él ya los había visto, y mis viejos
no muestran mayor interés. Bicuti sale rajando para que se los muestre.
Él los observa con gran atención, y al que está muerto (pasó todo este
tiempo y nadie se lo ha robado) lo mira casi como un investigador, un
científico: le levanta las alitas, le mira la cola, le abre la boca... y lo lanza
al mar. Bueno, intenta. Pero llega sólo al piso inferior...
Pasan los días. Mañana pasaremos por el Ecuador. Dicen que el
calor va a ser insoportable, pero que probablemente esté nublado. Y
yo pienso que de ahí en adelante va a estar nublado. Porque de ahí en
adelante es invierno....
Me desperté pensando (creo que lo soñé) que al pasar por el Ecua-
dor, íbamos a atravesar una línea perfectamente visible.
Me levanté enseguida y fui a ver el día. Nublado. Y hace calor.
¿Será brujo el capitán?
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Verónica Habichayn
semana, él nos invitó a cenar. A un lugar muy fino, y nos dijo que pidié-
ramos todo lo que quisiéramos. Nunca había comido con tanta ansiedad,
con tan poco apetito y tanta cantidad.
Pedimos de todo: supremas de pollo, ensaladas diversas, asado,
milanesas, pescado, frutos de mar, entraditas, vino, gaseosa, soda, agua,
sopa, pan con manteca, grisines, huevos rellenos, ñoquis, canelones...
Todos actuamos igual. Mi papá se quejaba de estar lleno hasta
la garganta, mi mamá decía que era una bestialidad lo que habíamos
comido, y las opiniones eran todas por el estilo. Todas salvo la de mi
hermano mayor. Decidió que era tiempo del postre, y se pidió una
copa helada, que era algo casi inhumano: varias bochas de helado de
diferentes sabores (vainilla, chocolate, frutilla, etc.) con obleas, y un
baño de chocolate con nueces. Pero eso no era lo inhumano. Lo inhu-
mano era que mi hermano se lo comiera. Y se lo comió. El Negro pidió
la cuenta, pagó y salimos casi sin movernos, lo menos que se pudiera.
Pero al momento en que mi hermano, el inhumano, estaba cruzando
la calle, un auto apareció desde la esquina. Pali estaba en medio de la
calle, y las luces del auto lo sorprendieron y entonces aceleró el paso. Y
así, a contra luz, vi. Como salía de su boca un chorro de vomitada que
fácilmente alcanzaba los dos metros. Era increíble. Llegó a la vereda, y
en vez de seguir vomitando para aliviar su recargado estómago, se reía
como un loco. Nosotros también.
Todos comentamos y le preguntamos si ahora no tenía ganas de
algo más: un asado con papas o algo así. Lo único diferente aquí en él
barco es que no tenemos posibilidad de pedir tanta cantidad. Pero mi
papá sigue vomitando rigurosamanete después de cada comida.
Ya es hora de acostarnos, la fiesta pasó, hubo bailes, concursos y
demás. En vez de paninni inbotitti hubo pizzettas. Será por la ocasión.
Yo sigo pensando en el Negro Mauro y mi hermana.
Me levanté y fui al camarote de los viejos, y están tomando ma-
tes con el Viet, la Lichu y los dos hijitos: el Lucas y la Jimena. Son tan
lindos. El Lucas es un chiquito que se enoja de cualquier cosa y su
mamá le dice: Mira Lucas, no seas pelotudo. Y a nosotros nos da mucha
gracia. En casa no se dicen malas palabras ni jugando. Mucho menos
mi mamá me va a decir así para decirme que estoy en penitencia, o
algo similar. Nunca...
Al mozo por ejemplo, el que nos tocó y es siempre el mismo, mi
papá y todos nosotros lo llamamos "bolocroni" en vez de boludo.
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Pero veo que cada vez nos vamos aflojando más respecto a ese
tema. Ayer mi papá dijo "culo".
Los días han pasado y pronto llegaremos a Lisboa. Ya se siente
frío.
Mañana en la mañana pasaremos por el estrecho de Gibraltar.
Dicen que es un espectáculo único.
Yo no quiero llegar a Europa. Tengo miedo de lo que vendrá.
Mi mamá dice, y yo opino lo mismo, que en seis meses estamos de
vuelta en Argentina. Pero hay algo dentro de mí que me dice que esto
va a ser casi definitivo. Ese algo deben ser las despedidas silenciosas, la
cantidad de gente que sé que murió, la cantidad de lágrimas secas que
derramo muchas veces estando sola.
El barco se acerca al estrecho de Gibraltar. Nos dicen que miremos
bien, que por los dos lados se ve tierra. A mí eso no me parece interesante.
Es muy temprano, hace frío y los delfines que nos escoltan son para mí
el mejor espectáculo.
Es como si nos fueran guiando hacia donde ir, para que no nos des-
viemos para otro lado, para que inexorablemente lleguemos a Europa.
Me dan muchas ganas de saltar e ir nadando con ellos. Pero pienso en
aquella profundidad y me dan casi náuseas. Y el frío.
Bajamos por fin en Lisboa. Mi mamá quiere que miremos todo.
No entiendo qué quiere que veamos. Yo trato de escuchar a la
gente hablar, porque pronto necesitaremos del portugués para comu-
nicarnos con la gente de Angola. Pero no oigo a nadie, porque estamos
en lugares de estatuas y cosas así en donde lo único que no se escucha
es portugués.
Además estamos con el Viet y la Lichu, que no paran de hablar, de
decir, de opinar... ¿por qué hablarán tanto hoy?
Mañana llegamos a Barcelona.
Volvemos a subir al barco un poco ansiosos, porque pronto lle-
garemos a destino. Empezamos a hablar de cosas relacionadas con esa
llegada:
1) Tomaremos el tren a Roma.
2) Del puerto a la estación tomaremos un taxi.
3) Regatearemos el precio del taxista, porque de seguro nos van a
querer robar.
4) ¿Y en Roma? Buscamos el contacto del partido.
Y luego vienen los comentarios de lo cotidiano, de lo práctico.
¿Cómo se comprará el pan, la leche, la manteca...?
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Marysa Navarro
Feminista y católica
Marysa Navarro
E
ntre el 22 de noviembre y el 6 de diciembre del año pasado fui a
Chiapas con Catholics for a Free Choice o Católicas por el Dere-
cho a Decidir, una red de hombres y mujeres que tiene centros en
Washington, el d.f., Sao Paulo y Montevideo. Fuimos a Chiapas porque
la directora de cdd, Frances Kissling, trata de organizar programas
educativos para los miembros de su junta directiva, programas que los
mantengan al tanto de los cambios políticos y sociales de envergadura.
Fuimos a Chiapas porque allí se ha dado un proceso político/social de
gran importancia en el que la Iglesia Católica ha tenido un rol prota-
gónico. Queríamos ver cómo se estaban dando las cosas y queríamos
aprender. Yo fui porque soy miembro de la junta directiva.
Tuvimos una serie de entrevistas con gente de la Iglesia, con grupos
que participan de actividades diocesanas y con comunidades de base que
pertenecen a la red Pueblo Creyente. Estuvimos con gente como Jorge
Santiago, de desmi, un grupo que promueve el desarrollo económico y
social de la población indígena; con gente que trabaja en Alianza Cívica,
una organización que monitorea elecciones y apoya los procesos de de-
mocratización; visitamos el centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé
de las Casas, donde en mi opinión encontré muy poca conciencia de
las diferencias de género en cuanto a derechos humanos, y además nos
entrevistamos con un estupendo grupo de feministas, Mujeres de San
Cristóbal. Pasamos casi toda nuestra estadía en la ciudad, pero también
nos dividieron en grupos para visitar cooperativas y otros tipos de orga-
nizaciones en pueblos o en el campo. Todo el viaje fue una experiencia
extraordinaria, más enriquecedora, pero lo más emocionante para mí
fue la visita que hice con mi grupo a Nueva Libertad, una comunidad a
casi dos horas en auto de San Cristóbal.
Si pienso en Chiapas, tengo muy presente mi primera impresión:
silencio y paz en un paisaje maravilloso; pero también distancia, separa-
ción y aislamiento, sobre todo cuando me acuerdo de ese camino mon-
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sujetos e identidades
tañoso tan difícil para llegar a San Cristóbal. Pienso en los años en que
esa región estuvo aislada, sin comunicaciones, tan cerca y sin embargo
tan lejos. San Cristóbal es una ciudad bellísima, suspendida en el tiempo,
pero vivida. No te da la sensación de estar arregladita para turistas, pero
está llena de turistas. A primera vista parece una ciudad provinciana,
tranquila, en la que no pasa nada; no ves soldados, tanques o presencia
militar en general, solamente alguna pinta del ezln, del pri o el pan
y en el mercado entre las artesanías tradicionales de pronto aparecen
muñequitos vestidos de Subcomandante Marcos y también pasamon-
tañas negros. Pero en cuanto empiezas hablar con la gente del lugar, te
enteras de que hay una realidad muy distinta a la que tú ves, sobre todo
cuando te muestran los barrios nuevos en los que viven las familias que
han sido desplazadas por los enfrentamientos entre los evangélicos, los
chamulas y los partidos políticos y te cuentan que hace dos semanas
hubo una violación de una muchacha, se produjeron enfrentamientos
entre el ejército nacional y el zapatista, y que también los hubo entre
gente que había ocupado tierras y el ejército zapatista, y que también
los hubo entre gente que había ocupado tierras y el ejército nacional. En
fin que te das cuenta muy pronto de que aquello es un hervidero, que
estás en un territorio en el que se enfrentan dos ejércitos, aunque por el
momento no se oigan tiros, que el mundo tal y como existía hasta enero
de 1994 ya se ha terminado, que las tensiones son muy fuertes y que la
paz que se está negociando es muy precaria.
Una cosa que me sorprendió verdaderamente es el cambio im-
presionante que se ve en las mujeres indígenas. No esperaba verlo tan
claramente como lo vimos en Nueva Libertad, a pesar de que sabía
de la Ley Revolucionaria de Mujeres Zapatistas y de las nuevas ideas
sobre la igualdad entre hombres y mujeres, el derecho de la pareja a
decidir el número de hijos e hijas, etc. Nueva Libertad es una de las
varias comunidades que forman parte de la Coordinadora Diocesana de
Mujeres, codimuj. Esta es una organización que coordina las actividades
dirigidas hacia las mujeres de la diócesis. Nos llevó Victoria Vázquez,
una monja muy simpática, vestida como nosotras, que tienen su base de
trabajo en Comitán. Íbamos María Consuelo Mejía, de cdd México, dos
muchachas jóvenes que trabajan en cdd Washington, Suzie Armstrong y
Ana-Britt Coe, Regina Soares de cdd Brasil y yo. El lugar de reunión fue
una capilla diminuta, a la que llegamos por un camino que no existía,
entre rocas y más rocas, en medio de unos campos maravillosos llenos de
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Marysa Navarro
flores y de maíces muertos, muy tristes, secos por las lluvias que habían
llegado antes de tiempo. Nos reunimos en la capilla porque era el único
edificio que nos podía abarcar a todas. La habían decorado con flores del
campo y le habían puesto guirnaldas de papel de varios colores. Cuando
entramos nos quedamos boquiabiertas: había un centenar de mujeres
que se pusieron a aplaudirnos en cuanto aparecimos en la puerta. En
realidad eran ciento veinte, las conté. La mitad estaba descalza y muchas
tenían bebés en los brazos o agarradas de las faldas; había jóvenes, ado-
lescentes, viejitas encorvadas con osteoporosis galopante, pero estaban
todas impecables, lavadas, con delantales limpios, el pelo bien peinado,
relucientes, dignas, acogedoras y sonrientes. Fue muy emocionante pues
estaba claro que se habían puesto de fiesta para recibirnos y nosotras
no sabíamos bien qué esperaban de nosotras.
La gran mayoría se sentó en unos bancos a lo largo de la pared y
nosotras en unas sillas que ellas tenían preparadas del otro lado, pero
muchas se quedaron de pie durante las dos horas que estuvimos con-
versando. María Consuelo, que es de casa, rompió el hielo. Se presentó,
explicó quiénes éramos, que veníamos de distintos países, les dijo lo
emocionante que era estar allí con ellas, nuestro agradecimiento por el
recibimiento que nos habían dado, lo feliz que estaba de pensar en que
íbamos a pasar el día juntas, que íbamos a conversar de nuestras cosas,
pues es necesario que las mujeres hablemos entre nosotras para saber lo
que nos une, qué tenemos en común, qué era de nuestras vidas, y que,
por nuestra parte, habíamos venido dispuestas a escucharlas. Fue un
discurso muy lindo, emotivo, feminista, integrador, respetuoso, hecho
con palabras sencillas, pero muy bien construido y cariñoso. Pienso que
así lo tomaron ellas también. Yo que soy una llorona sin remedio, me
emocioné y empecé a llorar. Cuando me tocó hablar a mí después de
María Consuelo, como no podía parar de llorar pues seguí hablando y
llorando, hasta que de repente me di cuenta de que estábamos todas,
ellas y nosotras, moqueando.
Como nuestro grupo se presentó, ellas también decidieron hacerlo,
una por una. Yo tenía un cuadernillo en las manos, dispuesta a tomar
notas, pero se me acercaron para decirme su nombre, de dónde eran y
la cantidad de hijos que tenían. El promedio era de ocho; había una sola
sin hijos y otra que no los había tenido pero había criado dos ajenos.
Cuando las oía, pensaba en los cuerpos doloridos y cansados de esas
mujeres y se me apretaba el corazón al ver a las chicas de veintitantos
años ya con seis hijos.
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Marysa Navarro
Unas nos dijeron que a veces tenían problemas para organizarse porque
debían pedirle permiso a sus maridos y si ellos no querían, ellas no po-
dían hacerlo por su propia voluntad; sin embargo, una anunció "yo ya no
pido permiso" y otras dijeron que ellas tampoco. Algunas agregaron que
"a veces es difícil pedir permiso, pero al final aceptan; además cuando
ven que hacemos las cosas bien y para bien de todos, aceptan". La gran
mayoría buscaba organizarse para hacer cosas que tienen que ver con
las necesidades de la vida diaria, con el hambre y con la falta de medios.
A mí me enternecieron unas que se habían organizado para comprar un
molino para moler el nixtamal y hacer tortillas. Tenían una deuda de dos
mil pesos y para empezar a saldarla pensaban vender dos puercos que
estaban engordando. Se me partía el alma de pensar que esos dos mil
pesos eran unos 300 dólares.
Nos repitieron una y otra vez: "Nosotras empezamos a organizar-
nos cuando llegó la palabra de Dios". Antes que llegara la palabra, nos
explicaron, "nosotras rezábamos", pero todo cambió cuando empezaron
a leer la palabra de Dios, es decir, cuando tuvieron acceso a los evange-
lios. Si bien no todas pueden leerlos y en muchos casos se los leen los
hijos y las hijas, lo fundamental es que discuten los textos evangélicos,
lo cual me parece maravilloso, pues yo de pequeña en mi perra vida
tuve acceso directo a los evangelios; se leía o mejor dicho se repetía
como una lora el catecismo, pero no se leían los evangelios; el Nuevo y
Antiguo Testamento los estudié en la universidad y no necesariamente
como textos religiosos.
La cuestión es que desde hace unos años, estas chiapanecas y otras
con las que hablamos en San Cristóbal, se sientan a discutir los evan-
gelios a la luz de su vida cotidiana, de su vida en tanto mujeres. Es el
mundo de la teología de la liberación, pero de una teología practicada
por monjas, pastoras, catequistas, todas mujeres y dirigida a mujeres.
Cuando miran un texto, lo entienden desde donde están, desde el ser
mujeres y no tienen empacho en decir, como nos dijeron, que Cristo habrá
dado su vida por nosotras, pero era machista, o que Abraham se portó
con Sara "mucho mejor que nuestros maridos, a los que les tenemos que
pedir permiso; ¡cuántos adelantos ha habido desde Abraham y nosotras
todavía tenemos que pedir permiso!"
La sesión se terminó a las cuatro y media porque había mujeres
que debían caminar más de cuatro horas para volver a sus casas. El
broche de oro que habían programado fue un canto general. Cantamos
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Marysa Navarro
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Marysa Navarro
por ejemplo, no me gustan las misas de ahora. ¡No hay como una misa
mayor, en latín y sobre todo con incienso! Tampoco hay explicación po-
sible que me haga aceptar que soy el complemento de un hombre; me lo
diga quién me lo diga, no lo puedo creer. Yo sé que al igual que mi amiga
América, de Nueva Libertad, tengo una individualidad concreta y real,
y no soy dependiente de un hombre para ser, lo diga o no el Vaticano.
Por primera vez en mi vida siento que no tengo pedazos repartidos por
todos lados. Además me satisface saber que participo de la construcción
de un pensamiento católico nuevo, por primera vez centrado en las mu-
jeres, pues leemos y pensamos desde el ser mujer, con conciencia de ser
mujer, no como nos conciben los hombres, dentro y fuera de la Iglesia,
sino como nos imaginamos y concebimos nosotras mismas, sin pedirles
permiso a ellos. Por eso somos capaces de elaborar un pensamiento ético
y somos capaces de tomar decisiones éticas y no aceptamos la idea de que
la ética es algo que solamente pueden hacer los hombres, los maestros,
los apóstoles, los grandes hombres de la Iglesia.
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sujetos e identidades
A
veces quisiera poder ser otra para dejar de ser ninguna. Mientras
tanto, soy una sombra. Eso, claro, como dice el viejo Lear, me lo
tendría que aprender. El problema es que no es fácil acomodarse
a su sombra porque depende tanto de la luz, y la luz... Bueno, en todo
caso es algo que está y no está, y una no puede supeditar su ser al estar
sin desquiciarse. Mejor partamos de la raigambre más firme de la iden-
tidad social; tan sencillo como llenar un formulario, un machote, como
decimos en México (sin ninguna intención irónica, ni siquiera de auto-
conocimiento): nombre, edad, sexo y condición... para empezar, desde
luego, porque el inventario se puede multiplicar ad infinitum. ¡Ay, qué
alivio! Soy un abanico, un entramado, un árbol de Porfirio. Bueno, eso
ya está mejor que la sombra, y aunque sea de Porfirio, se lo confisco para
mis propias ramificaciones. Una identidad arborescente, cada entrada se
subdivide, como en los pasaportes: estatura, peso, complexión, color de
ojos y todo eso. A nuestra disposición un emocionante juego de cartas
para construirnos innumerables castillos del ser: acta de nacimiento,
credencial de elector, del insen, de la unam, de la uam, del itam, wham
pam bam, thank ye ma’am; del imss, del vip’s o del issste (aunque sea triste,
como hacer cola para el café, el hospital o el funeral); cédula profesional,
pasaporte (aunque nunca pueda una pasar a ningún lado sin pagar el
importe de toda suerte de impuestos); licencia de conducir, rfc de buena
conducta, todo ello conducente a una transparente identidad; cartilla,
para que se la lean a uno, a condición de ser del sexo correcto, claro está,
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de sombra. Ven, hermoso joven de poliéster, pregúntame otra vez "y tú,
¿quién eres?", para poder responderte con orgullo, certidumbre y un dejo
de superioridad que se dibuja en ese labio superior sonriendo a medias,
en ese dedo meñique elevándose, digno, muy por encima de las multi-
tudes digitales: "Y bien, sí, soy escritora. Ya puedes entrevistarme...".
Mas una vez terminada la sesión y la ilusión de ser alguien con toda
seguridad, se asoma entre los pliegues de la conciencia esa pregunta que
no quita el dedo del renglón (aunque sea el meñique enaltecido): "¿y
todo esto qué tiene que ver con la 'F'?" Bueno, todo y nada. Habría que
insistir que, finalmente, una escribe con la libido, que pare y amamanta
con la ídem; que, después de todo, la pobre Yocasta no puede quedarse
totalmente en silencio el tiempo que dure la lectura de la vida; que hay
que abrir el clóset para salir de él repoblada; que ser lectora es habitar
todos los mundos, todos los sexos. Bien sabía Rimbaud de la anarquía
del yo, de los géneros y las personas en promiscua y agramática con-
tigüidad. Je est un autre. Yo sólo puede conjugarse en tercera persona y
hacer concordancia con todos los géneros. Yo se mira en la superficie
reflejante del verbo del otro, porque el poeta no dice "yo soy otro" sino
"yo es otro". Y tú, ¿quién soy?
Between the conception
And the creation
Between the emotion
And the response
Falls the Shadow...
(T. S. Eliot)
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Luz Aurora Pimentel
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ellas y en todas las otras que he sido y no pesan más que una fotografía
borrosa que ya ni siquiera traigo en la cartera. ¿Quién hay que pueda
decirme quién soy?
¿Y acaso algún día seré alguien para quien este mi muchachito, aquí
y ahora, se le antoje casi un sueño, como lo es hoy el bebé recién nacido
de hace nueve años? Y, al mismo tiempo, ¿cómo se explica que hoy me
sienta ser más de lo que nunca fui, puesto que soy la suma de todas las
sombras en las que me he desvanecido? ¿Y cómo es que, a pesar de la
oscuridad, se han ido multiplicando los goznes que me articulan con el
mundo?
Between desire
And the spasm...
A veces me gusta pensar que hay dos caminos para mirarme y pen-
sarme en el tiempo. Uno es exterior: del espejo hacia adentro todo se me
hace discontinuo, todo en mí me disgusta. Ahí, como en un palimpsesto,
puedo leer otros rostros tras las líneas superpuestas y las gruesas capas de
poros que, como piedra caliza, se le han ido aplicando al que veo reflejado.
Como cuña litigiosa, se me ha clavado una arruga entre las cejas; otras
se me pliegan en la comisura de la boca y alrededor de los ojos cuando
me río. Contradictoriamente, tras la mascarilla pétrea de los años, aún se
adivinan, a veces, las mejillas sonrosadas, ligeramente velludas, de una
tal Lucerito a la que todos los tíos, tías, madrinas y padrinos le andaban
siempre pellizcando los cachetes y le decían "duraznito".
No, del espejo hacia adentro, la serie se multiplica hasta el vértigo,
más allá de toda posibilidad de reconocimiento en el corazón. Prefiero
pensar en el otro camino, el interior, el que comienza en el vórtice del haz
de sensaciones que los años han multiplicado y puesto a girar, aquél que
termina en el espejo. Así, al final de este segundo camino, el reflejo ya no
importa, pues a través del sentimiento, como vehículo translúcido, logro
conectarme con mi propia oscuridad y con el mundo; sólo esa conexión
me da forma y sentido. En estos parajes interiores es posible reconocer
y mantener una identidad en y por el sentimiento, en y a pesar de los
vertiginosos cambios que el tiempo y los diversos espacios de mi vida
han operado en mi cuerpo, en mi pensamiento, en mis circunstancias
y hasta en mis inclinaciones. Reconocer un sentimiento como el mismo
de hace veinte, treinta o cuarenta años es, verdaderamente, un pasmo.
Un lied de Strauss, hoy, despierta emociones esencialmente idénticas a las
que convocaba una canción de Johnny Mathis hace treinta y tantos años.
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Luz Aurora Pimentel
Y hoy, como hace ya tanto tiempo, las entrañas de los árboles hablan en
secreto con las mías y despiertan el anhelo de un abrazo arborescente.
Han ido cambiando los objetos y los espacios en los que se ha volcado
mi vida pasional, pero no la pasión.
Me siento unida a las raíces del mundo, me puedo multiplicar,
conformar y transformar en la imagen que de él me he hecho. Y es por
ello que me puedo reconocer como la misma en el sentimiento y ver-
me crecer en aquellos objetos, en aquellos otros en los que mi alma ha
resonado, en los que he encontrado la imagen, la forma de mis afectos.
Porque el mundo está lleno de espejos: un amigo, un amante, un libro,
una sonata, una canción... En la amistad profunda, de manera muy
especial, o en el amor, existe la posibilidad, aunque remota, de mirarse
en el otro como otro, de crecer, de ir dibujando a través del diálogo y
la vida compartida una imagen de uno mismo, corregida, modificada
y complementada por la imagen que el otro tiene de nosotros. Así se
va modelando un yo imaginario que tiene sus raíces en el otro como
fondo de contraste.
Mas el objeto no lo es todo, hay que construirse un facsímil espiri-
tual que sólo puede ser y madurar en el tiempo interior; hay que estar
preparada para ir a su encuentro ("ripeness is all"). Proust hace treinta y
tantos años habría sido un fárrago voluminoso e indescifrable para mí.
No, no es posible, ni creíble, como lo querría la Duquesa de Guermantes,
incorporar la obra de un Frans Hals en la vida de la imaginación con
tan sólo poner sus cuadros en secuencia sobre la plataforma de alguna
estación ferroviaria, mientras pasamos sobre ellos la mirada apresurada
del tren banal de nuestras vidas. Para llegar al encuentro con el univer-
so del pintor se necesita un trabajo espiritual lento, laborioso, y, por lo
tanto, tiempo, porque el encuentro sólo puede darse dentro de nosotros
mismos. Pero cuando ocurre, es posible vivir intensamente esa rarísi-
ma coincidencia entre el deseo y el mundo, entre el afecto y la imagen
precisa que le da forma. Es esto lo que hace fructificar al sentimiento,
a la imaginación, lo que constituye el milagro cotidiano de la vida es-
piritual y afectiva. Son hallazgos de la vida interior, cuando uno siente
haber encontrado, como diría Yourcenar, el gozne que articula nuestra
voluntad al destino.
Habría que insistir que la identidad se desdobla en infinidad de
meandros que hacen de nuestra conciencia un abanico de simultaneida-
des, y si al pensarme en el tiempo a veces no me reconozco, en el tiempo
149
sujetos e identidades
Pero no es de mañana,
ni tengo todo el día por delante,
ni nunca el tiempo se ha dejado enamorar de nadie,
ni nada puede ya tejerse
de las oscuras madejas de los años.
150
Juan Gelman
Juan Gelman
D
entro de seis meses cumplirás 19 años. Habrás nacido algún día
de octubre de 1976 en un campo de concentración del Ejército,
el Pozo de Quilmes casi seguramente. Poco antes o poco des-
pués de tu nacimiento, el mismo mes y año, asesinaron a tu padre de
un tiro en la nuca disparado a menos de medio metro de distancia. Él
estaba inerme y lo asesinó un comando militar, tal vez el mismo que
lo secuestró con tu madre el 24 de agosto en Buenos Aires y los llevó al
campo de concentración Automotores Orletti que funcionaba en pleno
Floresta y los militares habían bautizado "El Jardín".
Tu padre se llamaba Marcelo. Tu madre, Claudia. Los dos tenían
20 años y vos, siete meses en el vientre materno cuando eso ocurrió. A
ella la trasladaron —y a vos en ella—, al Pozo cuando estuvo a punto de
parir. Allí debe haber dado a luz solita, bajo la mirada de algún médico
cómplice de la dictadura militar. Te sacaron entonces de su lado y fuiste
a parar —así era casi siempre— a manos de una pareja estéril de marido
militar o policía, o juez, o periodista amigo de policía o militar. Había
entonces una lista de espera siniestra para cada campo de concentración:
los anotados esperaban quedarse con el hijo robado a las prisioneras que
parían y, con alguna excepción, eran asesinadas inmediatamente después.
Han pasado 12 años desde que los militares dejaron el gobierno y nada
se sabe de tu madre. En cambio, en un tambor de grasa de 200 litros
que los militares rellenaron con cemento y arena y arrojaron al río San
Fernando, se encontraron los restos de tu padre 13 años después. Está
enterrado en La Tablada. Al menos hay con él esa certeza.
Me resulta muy extraño hablarte de mis hijos como tus padres que
no fueron. No sé si sos varón o mujer. Sé que naciste. Me lo aseguró el
padre Fiorello Cavalli, de la Secretaría de Estado del Vaticano, en febrero
de 1978. Desde entonces me pregunto cuál ha sido tu destino. Me asaltan
ideas contrarias. Por un lado, siempre me repugnó la posibilidad de que
llamaras "papá" a un militar o policía ladrón de vos, o a un amigo de
151
sujetos e identidades
los asesinos de tus padres. Por otro lado, siempre quise que, cualquiera
hubiese sido el hogar en el que fuiste a parar, te criaran y te educaran
bien y te quisieran mucho. Sin embargo, nunca dejé de pensar que, aún
así, algún agujero o falla tenía que haber en el amor que te tuvieran,
no tanto porque tus padres de hoy no son biológicos —como se dice—,
sino por el hecho de que alguna conciencia tendrán ellos de tu historia
y de cómo se apoderaron de tu historia y la falsificaron. Imagino que
te han mentido mucho.
También pensé todos estos años en qué hacer si te encontraba: si
arrancarte del hogar que tenías o hablar con tus padres adoptivos para
establecer un acuerdo que me permitiera verte y acompañarte, siempre
sobre la base de que supieras vos quién eras y de dónde venías. El dilema
se reiteraba cada vez —y fueron varias— que asomaba la posibilidad de
que las Abuelas de Plaza de Mayo te hubieran encontrado. Se reiteraba
de manera diferente, según tu edad en cada momento. Me preocupaba
que fueras demasiado chico o chica —por no ser suficientemente chico
o chica— para entender lo que había pasado. Para entender por qué no
eran tus padres los que creías tus padres y a lo mejor querías como a
padres. Me preocupaba que padecieras así una doble herida, una suerte
de hachazo en el tejido de tu subjetividad en formación. Pero ahora
sos grande. Podés enterarte de quién sos y decidir después qué hacer
con lo que fuiste. Ahí están las abuelas y su banco de datos sanguíneos
que permiten determinar con precisión científica el origen de hijos de
desaparecidos. Tu origen.
Ahora tenés casi la edad de tus padres cuando los mataron y pron-
to serás mayor que ellos. Ellos se quedaron en los 20 años para siempre.
Soñaban mucho con vos y con un mundo más habitable para vos. Me
gustaría hablarte de ellos y que me hables de vos. Para reconocer en
vos a mi hijo y para que reconozcas en mí lo que de tu padre tengo:
los dos somos huérfanos de él. Para reparar de algún modo ese corte
brutal o silencio que en la carne de la familia perpetró la dictadura
militar. Para darte tu historia, no para apartarte de lo que no te quieras
apartar. Ya sos grande, dije.
Los sueños de Marcelo y Claudia no se han cumplido todavía.
Menos vos, que naciste y estás quién sabe dónde ni con quién. Tal vez
tengas los ojos verdegrises de mi hijo o los ojos color castaño de su mujer,
que poseían un brillo muy especial y tierno y pícaro. Quién sabe cómo
serás si sos varón. Quién sabe cómo serás si sos mujer. A lo mejor podés
152
Juan Gelman
salir de ese misterio para entrar en otro: el del encuentro con un abuelo
que te espera (12 de abril de 1995).
153
sujetos e identidades
Stephen Donaldson
M
uchos presos que han sido violados por sus compañeros de
prisión o que han sufrido la amenaza de ser violados deciden
"engancharse" con otro prisionero. A pesar de lo desagradable
que puede ser la idea, creen que esta será la manera menos dañina de
sobrevivir mientras cumplen su condena.
En la mayoría de los acuerdos, el compañero junior —en el slang
de la cárcel, el "catcher" o "novato" [punk]**— somete su independencia
y su control sobre su cuerpo a un compañero senior —el "machete"
[jocker], "hombre", "pitcher" o "papi"— a cambio de protección contra la
violencia y los asaltos sexuales de otros prisioneros. Este acuerdo, debe
decirse, nunca es totalmente voluntario para el punk, pero es preferible
a una serie de violentas violaciones tumultuarias y, en la era del sida,
mucho más seguro.
Si quieres ser capaz de elegir a tu papi, dile a los otros presos que
quieres engancharte. La voz se correrá rápidamente, y los interesados
empezarán a hablarte de ello. Esto debe hacerse cuanto antes; de otra
manera, te verás rebasado por los acontecimientos y podrías ser violado
tumultuariamente o forzado a engancharte antes de que puedas hacer
una elección.
* Este texto es un extracto de "Hooking Up: Protective Pairing for Punks" (Engan-
charse: emparejamiento protector para punks), un folleto para presos varones disponible por
correo, por computadora o en las bibliotecas de algunas prisiones en Estados Unidos.
** La traducción de este término (punk) es particularmente difícil. Según el Webster’s,
tiene un sentido arcaico de "prostituta", pero en la actualidad se usa precisamente para
denominar al miembro más joven de una pareja de varones en la cárcel. Nos informa
Gustavo Espino que en México se usa "ficha" para el más joven y "vampiro" o "padrino"
para el mayor. Preferimos dejarlo en inglés (N. de los T.).
154
Stephen Donaldson
Pasa todo el tiempo que puedas con los machetes que quieran en-
gancharse contigo; hazles montones de preguntas y juzga por ti mismo
qué tan sinceros son. Entérate de sus reputaciones preguntando a los
otros presos (en especial a los punks y a las locas). Entre más informa-
ción consigas, harás una mejor elección. Una vez que hayas elegido, no
podrás deshacer el trato.
Revisa qué tan serio es el otro cuate. Discute qué es lo que él espera
de ti en detalle y trata de negociar el mejor acuerdo. ¡Que te lo ponga,
inclusive, por escrito! También para él es un asunto muy serio eso de
ser una pareja protectora, puesto que lo obliga a arriesgar su vida para
mantenerte a salvo. Pregúntale acerca de los catchers que haya tenido, de
cómo se llevaban, y de por qué se separaron. Si algunos de ellos andan
por ahí todavía, háblales.
Pregúntale a los machetes cómo tratan a sus mujeres, porque la
mayoría tratan de la misma forma a sus punks. Si tienen una verdadera
relación de pareja con sus mujeres, es más probable que hagan lo mismo
contigo.
Bien puede ser que los machetes insistan en acostarse contigo antes
de comprometerse. No es una demanda poco razonable, puesto que
el sexo es una parte tan importante del trato. Puedes saber mucho de
un machete por la forma como se comporta contigo sexualmente. Si se
muestra afectuoso, por ejemplo si acaricia tu cuerpo o tu cabello, es un
buen indicador de que quiere tratarte como a un ser humano.
Tan pronto como se sepa que estás enganchado (y la noticia correrá
como reguero de pólvora) todos los demás dejarán de molestarte y tra-
tarán contigo sólo a través de tu "hombre". Engancharse significa que,
definitivamente, te has convertido en un punk y serás considerado un
punk durante todo el tiempo que estés en el bote, así es que si decides
engancharte, debes irte acostumbrando a ese estatus.
Una vez que los dos decidan estar enganchados, bien pueden
encomendársete otros deberes además del sexo: por ejemplo, lavarle la
ropa, limpiar su celda, hacer su litera, prepararle el café y darle masajes
en la espalda. A pesar de que el acuerdo es rígido óel "pitcher" pone las
reglas y el "catcher" las sigueó, la relación por lo general te dejará algún
espacio de maniobra y que tus deseos sean considerados (siempre y cuan-
do respetes las reglas básicas). Aunque un machete nunca tolerará una
rebelión abierta, suele esforzarse por llevarse bien con su punk y evitar
una atmósfera de tensión constante. Cuando estén juntos, tu machete
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sujetos e identidades
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Stephen Donaldson
157
diversidad e identidad
Orientalismo y género
Chizuko Ueno
1. El Oriente afeminado
E
n su libro Orientalism (Orientalismo) [Said, 1978], Edward Said
afirma que Europa siempre ha afeminado al Oriente: el orienta-
lismo en sí, además, era un ámbito exclusivamente masculino.
Como muchos gremios de la época moderna, se veía a sí mismo y con-
sideraba su materia de estudio con anteojeras sexistas. Esto es especial-
mente evidente en los escritos de viajeros y novelistas: las mujeres son
habitualmente criaturas de una fantasía de poder masculina. Expresan
una sensualidad sin límites, son más o menos estúpidas, y sobre todo
son condescendientes (Said, 1978: 207).
Consecuentemente, se habla del "apartamiento del Oriente, su
excentricidad, su atraso, su indiferencia silenciosa, su penetrabilidad
femenina, su indolente maleabilidad" (Said, 1978: 206), todo lo cual
caracteriza también la feminidad. Al igual que las mujeres son criaturas
de una fantasía de poder masculina, el Oriente lo es de una fantasía de
poder europea. Ambos fueron creados por el discurso masculino occi-
dental como "el Otro".
Esto no quiere decir que las mujeres se parezcan al Oriente ni que el
Oriente sea femenino. Las mujeres y el Oriente sólo comparten el hecho
de ser considerados como "el Otro". Las mujeres son para los hombres
lo que el Oriente para Occidente. La diferencia, que se les atribuye como
una característica distintiva, define su "alteridad". Esta diferencia revela
más acerca de aquellos que ejercen el poder de definición que de los
que son definidos. Escribe Said: "El orientalismo es [...] una dimensión
considerable de la cultura política moderna, y como tal tiene menos que
ver con el Oriente que con "nuestro" mundo" (Said, 1978: 12).
Como dice Toni Morrison en su crítica postcolonial a una popular
novela formativa (bildungsroman) estadounidense, Huckleberry Finn, los
158
Chizuko Ueno
negros son usados como una sombra necesaria en la narración con el fin
de construir la "identidad blanca" con nobleza y generosidad (Morrison,
1992).
"Oriente" es un nombre común para referirse a los países no euro-
peos ubicados al este de Occidente.1 Sin embargo, ¿cuándo se le empezó
a relacionar con la feminidad? Es bastante reciente: desde la época del
surgimiento del imperialismo europeo. El mundo musulmán medieval,
que alguna vez dejaba a la zaga a Europa en términos de avance cientí-
fico y tecnológico, y que incluso la amagaba con el poder militar, nunca
fue denominado con metáforas afeminadas. El orientalismo para nada
es un egotismo inocente. Es un discurso de poder, otro nombre dado
al colonialismo, el cual construye al Otro como un inferior. De ahí una
buena razón de por qué debía ser un término afeminado, ya que "mujer"
es siempre otro nombre dado a la tierra que se ha de conquistar.
En lo que sigue, tomaré a Japón como un ejemplo singular de
orientalismo, para ver cómo es representado en el lenguaje de género
del discurso orientalista. Como a los hombres de Oriente se les considera
afeminados, las mujeres orientales son doblemente afeminadas. La
doble afeminación de las mujeres orientales las coloca en una situa-
ción complicada cuando luchan contra sus propios hombres, ya que
la feminidad ya ha sido adoptada por ellos mismos. En el proceso
de construcción de la identidad oriental como una contraidentidad
—me siento tentada a llamarlo orientalismo invertido—, los hombres
de Oriente explotan la feminidad en su discurso. La construcción del
feminismo en tal contexto cultural no es fácil; estoy segura de que la
experiencia del feminismo japonés ayudará a en tender la experiencia
de las mujeres en la mayor parte de las naciones orientalizadas.
1
Según sea la distancia desde Europa, el Oriente se divide en diferentes categorías,
como Cercano Oriente, Medio Oriente y Lejano Oriente. Hay una verdadera ironía en
lo que "Oriente" significa para los japoneses. Su majestad el príncipe Mikasanomiya, un
hermano menor del difunto emperador Hirohito, supuestamente un pacifista por haber
permanecido alejado de la política, se interesaba por la arqueología. Fundó la Sociedad
Japonesa de Estudios Orientales, cuyo campo es precisamente el Cercano y Medio Oriente.
Aunque no les importa llamar a Japón Lejano Oriente, está claro que ven a Oriente con
ojos occidentales, suponiendo que ellos no pertenecen a ese mundo.
159
diversidad e identidad
2
Esta oposición binaria, básicamente la existente entre naturaleza y cultura, está
tomada del paradigma estructural de Lévi-Strauss, que más tarde sería criticada por
antropólogas feministas como Sherry Ortner, Michelle Rosaldo y otras [Rosaldo y Lam-
phere, 1974].
160
Chizuko Ueno
3
En el siglo xvi, cuando unos "bárbaros del sur", a saber, los europeos, visitaron China
y conquistaron un par de ciudades en el área costera (Amoi, por ejemplo), y establecieron
su primera colonia, al gobierno chino de ese entonces le costó trabajo admitir que había
un rincón que escapaba a su dominio en su propio territorio. Para sí misma, China era
simplemente el mundo; no podía aceptar heterogeneidad alguna en su espacio.
161
diversidad e identidad
4
Namamugi es el nombre de un lugar cerca de Yokohama, donde desembarcaron los
estadounidenses. Un grupo de samurai exclusionistas atacaron a los marinos y los mataron.
Por miedo a un posible conflicto internacional, el gobierno japonés los sentenció a muerte
por haraquiri, lo cual fue ejecutado ante los ojos de los occidentales.
164
Chizuko Ueno
5
La escuela illichiana de críticos sociales de Japón publicó una serie de libros sobre
el "género vernáculo". Para uno de ellos invitaron a una filósofa, Nobuko Kawano, quien
escribió sobre la "complementariedad armoniosa del género vernáculo" en el Japón pre-
moderno (Kawano, 1984).
169
diversidad e identidad
170
Chizuko Ueno
172
Chizuko Ueno
6
Toji Kamata, un estudioso del folklore religioso, escribió el libro Sobre el anciano
y el niño (Kamata, 1988) en el cual describe la historia del discurso folklórico que asocia
la edad avanzada con la inocencia. En el teatro medieval Noh, el papel del emperador
siempre es interpretado por un niño actor.
175
diversidad e identidad
176
Chizuko Ueno
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177
diversidad e identidad
178
Sonia Montecino
Sonia Montecino
L
a intención de este trabajo es hacer una breve reseña de algunas
de las ideas que se han planteado en relación al ser femenino
latinoamericano, sus semejanzas y puntos comunes, así como
aventurar algunas pistas para la articulación de un discurso cultural
que muestre las plurales dimensiones de la constitución y condición de
género en nuestros territorios. Por otro lado, mostraremos la centrali-
dad del símbolo madre en la cultura mestiza y su ambivalencia en tanto
supone la noción de sacrificio (con su trasfondo de violencia) y un juego
permanente de poder/antipoder. La sugerencia que realizamos pone el
acento en la necesidad de concebir al sujeto-mujer y al sujeto-hombre
desde la multiplicidad de identidades que los constituyen, sin reducirlos
a un solo plano.
1
Estas ideas sobre el concepto de identidad las he tomado de Pedro Morandé.
2
Para profundizar en este pensamiento y en el fenómeno de la sobrecatequización
de la identidad, véase George Devereux.
180
Sonia Montecino
3
Véase la bibliografía.
181
diversidad e identidad
La Eva Malinche
Para la antropóloga nicaragüense Milagros Palma, la figura de la Ma-
linche constituye un mito fundacional del orden social latinoamericano,
por ello codificaría nuestro pasado y explicaría nuestro presente. Los
ejes fundamentales de este "relato" estarían dados por la oposición
victoria/derrota, los cuales estarían relacionados con hombre/mujer,
identificándose el primero con el conquistador y la segunda con la mujer
indígena violada.5 En sus orígenes, el sujeto mestizo se percibiría como
fruto de una deshonra, la cual sería entendida como una traición (la
de la madre india que "se deja" violar por el español). De allí que el
mito de la Malinche traiga a escena la relación problemática del hom-
bre latinoamericano con lo femenino (la mujer "chingada" o violada en
términos de Octavio Paz).
4
Véase Palma y Vega.
5
Esta idea y otras en relación a los procesos de mestizaje básicamente en México y
en el mundo mesoamericano, son tomadas por la autora de Octavio Paz.
182
Sonia Montecino
6
Maldición que, además, se transmite de madres a hijas, como lo sugiere la idea de
que la Malinche fue entregada por su propia madre a los mayas.
183
diversidad e identidad
El cautiverio de la madresposa
Para Marcela Lagarde, la constitución de la identidad femenina está
dada por el proceso de asunción (o los diversos ritos de pasaje) del es-
tado de madresposa. Así, maternidad y conyugalidad conformarían a
las mujeres independientemente de su clase, edad, nacionalidad, etc. La
Virgen daría el mito que legitima la identidad de madresposa, toda vez
que ella representa el cuerpo intocado, el cuerpo enteramente materno
asociado a la naturaleza.
Pese a su universalidad, Lagarde sostendrá que la clase determinará
los contenidos específicos de la identidad materna. Así, por ejemplo,
para las mujeres que viven en la extrema pobreza, la maternidad es un
espacio de opresión y explotación, de dolor e impotencia de ver morir
a sus hijos desnutridos, de culpa y rabia por esa realidad. Es una ma-
ternidad doliente.
Desde esta perspectiva, ser mujer es ser madre, y el primer parto
sería el ritual simbólico del nacimiento de la verdadera mujer: la madre
biológica; la madre de leche (nodriza); la nana (la sierva-madre); también
las abuelas, tías, vecinas, etc. A su vez existen las "madres públicas",
aquellas mujeres que a través de sus oficios realizan la reproducción
social: maestras, enfermeras, doctoras, trabajadoras sociales, etc. Para
Lagarde, las identidades de género en México se definirían desde el
maternazgo y el machismo, los cuales darían las bases culturales para
la estructuración de la identidad de las mujeres madresposas.
Víctimas y sacrificios
El bosquejo que hemos realizado propone una serie de cuestiones a la
reflexión sobre la identidad del género femenino en América Latina.
Por un lado, podemos percatarnos que aun habiendo una diversidad de
186
Sonia Montecino
187
diversidad e identidad
188
Sonia Montecino
Reflexiones finales
Este somero recorrido que hemos realizado por los posibles contornos de
las identidades de género en América Latina hace asomar una variedad
de interrogaciones en distintos campos: en el teórico y metodológico, en el
político, en el práctico cotidiano. Salta a la vista que es preciso hacer una
conexión entre ese modelo universal de identidad de género (la Madre)
que aparece en nuestros territorios y su concreción particular en sectores
determinados. Hacer el esfuerzo de articular la matriz de identidad ma-
terna con los rasgos y atributos del sí mismo dados por la clase, la etnia,
la edad, realizándose en un tiempo y un espacio singulares, sería de vital
importancia para romper con la reducción analítica del género.
Fundamental aparece también una indagación permanente en la
esfera de la cultura mestiza que entrega los contenidos de las identidades
de género, esfera que ha sido poco estudiada en las precariedades mate-
riales (la pobreza, el subdesarrollo) de la investigación sobre el imaginario
y la cosmovisión que permite la reproducción de determinados valores
(simbólicos, sociales y económicos) y la legitimación de ciertos ordenes.
En el ámbito de la constitución de identidades, una mirada crítica a la
cultura quizás arroje valiosas herramientas de comprensión y acción qué
podrían ayudar a orientar algunos cambios.
Las variaciones, las pluralidades, las identidades constituidas en
la intersección de diversas variables serían elementos que posibilitarían
nombrar la identidad de los sujetos mujeres y hombres en el complejo
y rico entramado que es la existencia. La limitación de ellos a una pura
dimensión de su ser, ya sea la biológica, la política, la social, la económica,
la religiosa u otras, llevaría a reproducir los mecanismos de legitima-
ción de las desigualdades, la violencia y el sacrificio. La aventura que
proponemos es comenzar a jugar con esa imagen del modelo espejo pro-
puesto por Buxó, con la idea de simultaneidad (que conlleva entender la
identidad como una experiencia), de multiplicidad (que implica el cruce
de rasgos provenientes de distintas categorías), y romper con el círculo
victimal que condena a lo femenino a una mera contingencia corporal o
a una trascendencia maternal.
189
diversidad e identidad
Bibliografía
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190
Sonia Montecino
191
diversidad e identidad
L
os trabajos se iniciaron con la asistencia de los comandantes Ga-
bino, Eloísa, Eduardo y Pablo en su calidad de representantes del
ezln, y participaron miembros de las delegaciones de Francia,
Canadá, Italia, República Federal Alemana, España, Argentina, Uru-
guay, Estados Unidos y la comunidad chicana, quienes intercambiaron
sus ideas y reflexiones sobre la problemática de la migración y el exilio
a partir de sus propias experiencias, análisis, posiciones y acciones en
sus lugares de origen.
El diálogo se inició con una ponencia presentada por Pierre Beau-
cage, antropólogo canadiense, acerca de "La condición indígena y la so-
lidaridad con Chiapas". Su tesis central radica en la idea de que, muy en
contra suya, el neoliberalismo crea condiciones de acceso a la solidaridad
indígena. Liquidada la división amerindia heredada del periodo colonial,
los pueblos indígenas se dan cuenta de la comunidad de su destino y pue-
den desarrollar la solidaridad y crear las condiciones de un movimiento
indígena. En la actualidad habría que plantearse si esas condiciones han
cambiado y profundizar sobre el tema. Frente a la tendencia actual a aislar
nuevamente a los pueblos indígenas en sus comunidades, es evidente la
necesidad de consolidar y ampliar las organizaciones nacionales e inter-
nacionales. De ahí la importancia de encuentros como en el que estamos
participando ahora porque pueden ayudar a la creación de redes en las
192
propias comunidades unan pueblos con pueblos. ¿No seria ésta una forma
de internalizar la solidaridad a nivel de las bases?
Pido asilo
Propuesta de la discusión de la tesis sobre las condiciones de la soli-
daridad que el mismo neoliberalismo genera a pesar suyo, se expone
directamente la urgencia de ampliar el concepto de derecho de asilo y
pensarlo, no desde el punto de vista restrictivo de la Convención de
Ginebra, sino en un sentido amplio: como derecho de todos los pueblos,
no sólo político. Habría que flexibilizar el derecho de asilo para que
incluyera el asilo económico y otros. Como el neoliberalismo divide
a las personas entre los que tienen y los que no tienen, el derecho a la
salud, a la educación, a la alimentación y a la vivienda tendrían que ser
justificantes para pedir asilo. También debería serlo la represión masiva
a un pueblo indígena, ya que los estados no consideran causa de asilo
ni el etnocidio ni el exterminio cultural, y niegan el asilo a la población
indígena afectada. Esta idea amplía el derecho de asilo y vuelve funda-
mental el problema de las fronteras. Hay que defender una convención
universal tipo de los "Derechos del Hombre" que impida a los estados
cerrar las fronteras a los que carecen de estos derechos fundamentales en
sus lugares de origen. Los países llamados democráticos en la práctica no
respetan los derechos de asilo porque para concederlo exigen requisitos
que sólo reúnen unos cuantos.
Una nueva condición creada por el neoliberalismo es la de "despla-
zado", que niega la existencia de la represión política real. Otra situación
es la de las naciones sin estado, como es el caso de los Kurdos. Hay
otras situaciones reales, como los perseguidos por los escuadrones de la
muerte, que los gobiernos no han aceptado como justificación de petición
de asilo. En otros casos, se aceptan como causa del derecho de asilo las
guerras, pero no los motivos económicos de las guerras: la pobreza. A
veces, como en el caso de Guatemala, ante el exterminio físico provocado
por la dictadura, gran parte de la población se interna en el territorio
nacional, pero muchos otros, acorralados por el ejército, se asilan en un
país vecino, como los guatemaltecos en Chiapas.
Frente a esas situaciones, aunque los estados democráticos plantean
el enunciado de un derecho de asilo, lo niegan a los que más sufren la
persecución y la represión.
193
diversidad e identidad
194
Derecho a la libre circulación
Por otra parte, poder desplazarse y establecerse donde y cuando se quiera
tiene que ser reconocido como un derecho fundamental. No se puede
obligar a nadie a abandonar su país, pero tampoco se le puede prohi-
bir establecerse en otro. Abrir el derecho de asilo y ampliarlo es una
manera de oponerse al cierre de las fronteras. Esta tendencia es cada
vez más acentuada debido al problema que representa para los países
desarrollados el flujo migratorio generado por la miseria que produce
el neoliberalismo. Para paliar este problema, los gobiernos establecen
controles cada vez más salvajes en las fronteras y apoyan con dinero a
las dictaduras para que sean ellas las que repriman a su propia gente
(como es el caso de Marruecos). Las maniobras político-militares de
las grandes potencias también contribuyen a que estallen guerras
intestinas (caso de Ruanda Burundi) que generan éxodos masivos.
El problema del asilo, la migración y el exilio no es únicamente un
problema moral y humanitario, sino que obedece a causas económicas,
políticas, culturales y sociales más profundas, dado que ni el exilio ni
la emigración responden a un acto voluntario de las personas sino que
éstas se ven obligadas o forzadas a ello. Estas reflexiones condujeron a
considerar el derecho de asilo y el derecho a la emigración como derechos
humanos universales y a la necesidad de pugnar urgentemente por la
eliminación de las causas de la emigración impuesta o forzada. No se
debe obligar a nadie a abandonar su propio país. Más concretamente
aún, el derecho a la libre circulación de un país a otro y a establecerse
en el que se desee, sin que esto implique el desplazamiento del otro, es
también un derecho humano universal que urge impulsar. También hay
que introducir el derecho al asilo como derecho a ser protegido por otro
(comunidad, pueblo, organización social, etc.). En la práctica son sólo
unos cuantos los que pueden disfrutar del privilegio de la libre circu-
lación, principalmente los que detentan el monopolio del capital, pues
para los poseedores de escasos recursos las fronteras se cierran.
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diversidad e identidad
196
niños son racistas porque el estado lo es. Los únicos no racistas en México
son los indígenas que escuchan y aprenden de todos. Se denunció que el
caso de exilio más actual en México es el de la población de Guadalupe
Tepeyac, Chiapas, que fue expulsada por el ejercito federal y tuvo que
subir a la montaña.
Se señaló que en general el racismo es siempre producto del na-
cionalismo, pero también está relacionado . En los países occidentales,
el nacionalismo también provoca que los pobres del país excluyan a los
inmigrantes que son más pobres que ellos.
En Francia viven en los mismos barrios populares tres categorías:
refugiados con fuerte cohesión cultural como los del Magreb; grupos
intermedios de dos generaciones que no logran integrarse del todo, y
franceses de clase baja que viven en vecindades baratas y que tienen a
otros por debajo de ellos a los que oprimen como si fueran la causa de
su situación social desfavorecida.
198
nalismos? ¿Qué es una frontera? Algunos dijeron que las que fluyen de
las culturas y de las lenguas son naturales, pero las impuestas por los
gobiernos no son aceptables. El capital y los ricos no tienen fronteras,
sólo las tienen los pobres. Las fronteras son armas para controlar a la
población, no son el límite entre identidades. Los nacionalismos impo-
nen las fronteras como arma, pero las fronteras son sólo una barrera a
las migraciones. Sin embargo, se observó que a partir de una crítica del
nacionalismo como excluyente se llega a una crítica de las fronteras, y
el neoliberalismo también está en contra de las fronteras. Hay que tener
cuidado porque esto convierte la crítica de las fronteras en un discurso
recuperable por el poder. Se aclaró que el neoliberalismo quiere elimi-
nar las fronteras para el capital y asegurar la libre circulación de las
mercancías, pero aumentarlas y cerrarlas para las personas. El tlc no
permite la libre circulación de los trabajadores porque está establecido
entre economías muy disímiles. Cuenta con la tecnología y el capital
norteamericanos, los recursos canadienses y la mano de obra mexicana
para consolidar el mercado interno estadunidense.
Además de reforzar las fronteras externas, el neoliberalismo crea
fronteras internas: entre las clases y entre las personas; entre los desocu-
pados, el sector informal; entre los propios trabajadores: los de planta
y los precarios.
El estado establece quién es la "verdadera nación", utilizando un
concepto excluyente y arbitrario. Esta idea se inculca a la gente para que
ella misma haga de policía.
Frente a esta tendencia nacionalista, se propuso un concepto inclu-
yente de nación como el reconocimiento de una historia, de una herencia
cultural que se comparte con otros. La identidad cultural sería expresión
de la diversidad y no sinónimo de nacionalismo.
Se concluyó que lo problemático es el estado y su nacionalismo,
no la nación. Los ejércitos son peligrosos para una nación y necesarios
para el estado. El caso del ejército zapatista, que no tiene estado, es un
fenómeno excepcional.
200
Conclusiones
Después de cuatro sesiones de tres horas cada una en las que recorri-
mos el camino del exilio y la emigración y manifestamos el deseo de
acabar con las murallas que separan a países y sujetos, se llegó a las
siguientes conclusiones:
1. Ante la condición actual de éxodo cada vez más masivo de
pueblos e individuos emigrados, exiliados y desplazados, reconoce-
mos la urgencia de llegar a una convención internacional que amplíe la
Convención de Ginebra y que reconozca el derecho universal a un asilo
amplio y motivado por causas no sólo políticas sino también económicas
y ecológicas, con toda la protección que el asilo implica.
2. Ante el incumplimiento por parte del estado neoliberal de sus
responsabilidades de protección y otras con comunidades e indivi-
duos, reclamamos el derecho de grupos, organizaciones sociales, civiles,
políticas y de otro tipo de dar asilo, proteger e informar a emigrados,
exiliados y desplazados, ejerciendo así su libertad y autonomía, sin
necesidad de que sus acciones pasen por la aprobación de los estados
formalmente constituidos.
3. Ante la situación actual, producto del neoliberalismo, de cierre
de fronteras y aumento de controles y de represión a los pueblos, acor-
damos que se reconozca como derecho humano universal el derecho de
los individuos a circular libremente y a establecerse en el país que
deseen, para acabar así con la rigidez de fronteras que intenta parar
los flujos de migrantes.
4. Ante el nacionalismo agresivo y excluyente utilizado por el
estado neoliberal, creador de fronteras, racismo e intolerancia entre
los individuos y grupos, reivindicamos la identidad cultural múltiple
y flexible como expresión de la diversidad entre grupos humanos con
riqueza y patrimonios culturales propios y como forma de convivencia
respetuosa entre ellos.
5. La sociedad que estamos construyendo no recurre al uso de las ar-
mas tradicionales de los estados neoliberales, como son ejército, fronteras
e ideología nacionalista, que implican invasión, discriminación y racismo.
La sociedad civil que construimos es la encargada de recurrir a los medios
necesarios para alcanzar sus fines, creándolos si es necesario.
I. V.
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diversidad e identidad
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mesa redonda
¿eres feminista?
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¿eres feminista?
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mesa redonda
Introducción
¿T ienen las jóvenes una identidad feminista? O tal vez habría que
preguntar en primer lugar qué significa para ellas el feminismo. En
este número dedicado a las identidades, debate feminista se propuso
indagar sobre estas cuestiones y para ello convocó a dos mesas redondas,
una con chicas de 15 a 20 años y otra con jóvenes de 21 a 29.
La experiencia con las primeras fue bastante intensa, pues a pesar
de que sólo hubo cinco participantes, prácticamente todas manifestaron de
manera espontánea su desacuerdo con una organización social que les
impide desempeñar ciertas actividades que supuestamente son "propias
de los varones" o les impone ciertas actitudes y comportamientos sólo
por el hecho de ser mujeres. Las integrantes de esta mesa dejaron ver
cómo a su edad las diferencias de género pueden (re)sentirse ya muy
intensamente, pues en ellas no existió el distanciamiento que caracterizó
a las mayores.
La mesa de estas últimas tuvo que repetirse debido a que la primera
vez —no obstante la nutrida participación— predominaron las jóvenes
profesionistas, lo cual dificultó una discusión desde su propia experiencia
(algunas hablaron de "los problemas de la mujer" como si no les concer-
nieran), además de que en esa ocasión fue difícil que se expresara algún
punto de vista de una clase social que no fuera la media o media alta.
Es importante mencionar que en la búsqueda de cierta "repre-
sentatividad", debate invitó a jóvenes procedentes de distintas clases
sociales o con una orientación sexual distinta a la heterosexual, aunque
desafortunadamente en la mesa con las mayores de 21 no llegaron todas
las que habían sido invitadas.
Por esto decidimos repetir la mesa, esta vez con menos partici-
pantes y mayor representatividad. Así, antes de iniciar la sesión, les
pedimos explícitamente que hicieran un esfuerzo para hablar desde
su propia experiencia y, por los resultados obtenidos, nos pareció que
este segundo esfuerzo había valido la pena.
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¿eres feminista?
Pata: Tengo 16 años, dejé de estudiar la secundaria este año y pienso volver
a hacerlo después. Tengo un hermano que es un año menor que yo y con
el que tengo muchas diferencias y a veces me gustaría que fuera mujer.
Murciélago: Yo estudio en la prepa 6 de Coyoacán, ahorita esta-
mos de vacaciones y estoy tomando cursos de computación y tengo un
hermano de tres años, muy latoso. Es el último año de prepa que me
falta y nada más. Posteriormente estudiaré derecho y tal vez aprenda
un dialecto aparte de hablar inglés.
Colibrí: Soy Colibrí, también voy a la prepa 6, no estoy estudiando,
estamos de vacaciones. Me gusta hacer ejercicio y en lo que me queda
de vacaciones me voy a meter a un curso de canotaje y pienso estudiar
inglés o francés. Voy a estudiar artes visuales.
Gorrión: Estudié el bachillerato y después de intentar entrar a la
universidad durante un año, al fin lo logré; voy a estudiar letras hispá-
nicas.
Petirrojo: Yo soy Petirrojo, estudio en la Escuela Nacional de Artes
Plásticas, estudio comunicación en artes gráficas. Tengo seis hermanos
más. Ahorita estoy de vacaciones y en los ratos libres voy al Clóset.
Murciélago: ¿Qué es el Clóset?
Petirrojo: Es un lugar donde haz de cuenta así como una casa
donde vas y conoces varias chavas. Son de varias edades y hacen talleres
de literatura, de teatro, de música, de sexualidad.
Murciélago: ¡Qué padre!, yo quiero ir.
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¿eres feminista?
gustado nacer hombre, pero hace poco descubrí que somos tan capaces
como ellos y que además se puede amar a otras mujeres.
debate: ¿Qué hacías para parecer hombre?
Gorrión: Pues, realmente jugaba con mi imagen y aún lo hago,
cuando estaba más chiquilla no sabía qué era lo que nos hacía diferentes
corporalmente. Entonces si quiero ser niño tengo que traer eso y agarraba
bolas de calcetines y yo frente al espejo viéndome: "¡mira qué bonita,
o bueno, qué bonito!"; trataba de jugar rudo, de jugar con sus juegos,
porque los de las niñas me aburrían.
Murciélago: A mí otra que cosa que me gustaría tener de algún
hombre es su fuerza porque a veces es necesario y tú como mujer, bueno
yo tengo un cuerpo medio debilucho, a veces sí quiero tener la fuerza
de un hombre. Ahora que estoy yendo a un gimnasio me siento extraña
a veces, porque van como cuatro mujeres y a veces que nada más me
quedo solita entre hombres, sí se siente extraño, no me molesta, pero sí
van más hombres que mujeres.
Colibrí: Yo también voy a un gimnasio donde hay más hombres
y sí me dan un trato especial: me dan poquitas pesas, delicadito, y no
me gusta.
Murciélago: A mí me gusta que sean corteses, pero no con exage-
ración porque tampoco soy una inútil. Me gusta que se den cuenta de
que soy mujer, pero que tengo la misma capacidad que ellos y que a
veces es mayor.
Pata: Tal vez cuando era más chica por la forma en que ellos pueden
ir al baño, pueden hacerlo en cualquier lugar. Eso más que nada.
Petirrojo: Yo trataba también de aparentar que tenía... y pues
peleando, la fuerza. Como ahorita ya conozco un poquito más ahora,
estoy mejor.
debate: ¿En alguna situación se han sentido discriminadas por ser
mujeres?
Pata: Les dan más libertad para hacer las cosas. Si van a las fiestas,
ellos tienen derecho a regresar a casa un poco más tarde que la mujer.
Yo en mi caso que tengo un hermano, pues sí hay más preferencia hacia
él. Él puede estar más horas en la calle, meterse un poco más noche.
Él puede cambiar de novia así como él quiere, y en una mujer pues mi
mamá no deja tanto eso.
Murciélago: Y en algunas casas se libran de los quehaceres domés-
ticos aunque eso es muy injusto, pero a veces es así.
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¿eres feminista?
Colibrí: Además los chavos de nuestra edad también ven mal que
las mujeres fumen, tomen, vayan a fiestas. Y en la calle peor.
debate: ¿Cuál de todas las cosas que están mal vistas en las mujeres
les gustaría tener más libertad para hacer?
Murciélago: Tal vez los permisos para salir. Me encantaría poder
conocer sin ser discriminada algunas cantinas o ese tipo de cosas que
son propias de los "hombres", por así decirlo.
Gorrión: Andar en la calle, ir a ver una película, al teatro, a una
fiesta; pero te dicen: "es que tú eres mujer y no debes llegar tarde, y antes
de salir debes lavar los trastes, limpiar la casa, hacer la comida...".
Pata: Y con lo de lavar los trastes, pues como que te condicionan
tu salida: si no haces esto no sales y tú lo tienes que hacer porque quieres
salir. Y eso a los hombres no.
Colibrí: Ellos se libran más de ese tipo de obligaciones, si quieren
no piden permiso.
debate: Cuando escuchan la palabra feminismo, ¿con qué la aso-
cian?, ¿a qué les suena?
Colibrí: A mí me suena a liberación, pues es como ya no aceptar los
límites que te ponen; porque eres mujer, haces eso o haces el otro, sino
que tú puedes hacer lo que quieras sin importar tu sexo.
Murciélago: Ante todo la palabra feminismo me suena a mujer, me
suena como a lucha por lo mismo, por un poco más de libertad para otro
tipo de cosas. También me suena a debate, a pantalones.
Gorrión: Pantalones para mí suena más a lesbiana; feminista me
suena más a femenino, es decir a una mujer que está tratando de recu-
perar un lugar para que las cosas cambien.
Pata: A mí me suena a mi mamá. Me gusta cómo es mi mamá por
ser así, que piense diferente a todas las demás.
Murciélago: ¿Tú mamá es feminista?
Pata: Mi mamá, sí.
Colibrí: Yo lo que veo como un error es lo que decía Gorrión, que
feminismo le suena a lesbiana. No tiene que ser a la fuerza.
Gorrión: No, yo interpretaba la palabra pantalones como apariencia
masculina, hacia lesbiana, no la palabra feminismo.
Pata: No creo que una mujer porque usa pantalones o así playeras
tiene que ser lesbiana forzosamente. A mí, la verdad, me gusta más usar
pantalones, son más cómodos y eso no significa que soy lesbiana.
Gorrión: No. Me refiero a que yo, como mucha gente, la palabra
"pantalones" la asocian con machismo y en el caso de las mujeres que
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le hablé y le dije: "oye, es hoy que quiero ir" y no le pareció muy bien
la idea. Y lo que yo le dije es: quiero conocer, déjame y quiero conocer
más que nada para después valorar, o decidir, o esas cosas. Pero sí me
llaman mucho la atención, y aun cuando no estoy segura de ser o no
ser, pero algo hay de eso.
Petirrojo: Como que sí y como que no; yo soy lesbiana y he tratado
de que en mi casa mi mamá me dé permiso, ella sabe que soy así y pues
sí me ha dado permiso de ir al Clóset. Ella nunca me compara con mis
hermanos y toda la familia sabe, menos mi papá, porque él es también
bien machista y yo de plano no me quiero meter con él.
No me gustaría meterme mucho en el rollo de ser feminista, quiero
vivir mi vida y ya.
Murciélago: Yo quiero conocer, es lo que más me interesa, me
encantaría. Ahorita que dijiste eso, yo una vez le comenté a alguien y le
digo: "oye, tú qué dirías o qué pensarías si yo fuera lesbiana", entonces
me sentí muy mal por lo que me dijo, porque así de jalón me negó su
apoyo. Así lo sentí yo, y le dije: "qué injusta", porque de todas maneras
sigo siendo la misma Murciélago a la que conoces y quieres, sea como
sea. Me sentí muy mal por eso, no importa.
Esto me hace pensar cómo todavía hay repulsión para este tipo de
cosas, sin tener conocimiento de eso, digo, deberían tener un poquito
más abierta su mente.
debate: ¿Cómo te definirías con tres palabras?
Murciélago: Yo sería lucha, diversión y cambio, a lo mejor.
Colibrí: Revolución, rojo y podría ser concentración.
Petirrojo: Libre, feliz y diferente.
Gorrión: Sensible, artista y azul.
Pata: Alegre, blanco y también cambio.
debate: La última pregunta es, si viniera un hada madrina, ¿qué
tres deseos le pedirían?
Murciélago: Paz para mí y para el mundo en general, prosperidad
y felicidad con todo lo que es ser feliz.
Gorrión: Seguir siendo joven, salir un rato fuera de este mundo,
un rato nada más y que el hada se quede conmigo.
Colibrí: Aceptación para mí y para el tiempo en el que vivo.
Petirrojo: Disfrutar mi sexualidad sin estar en el clóset y acabar mi
carrera y lograr todo lo que quiero.
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debate: La mesa que hoy nos convoca es sobre la identidad, sobre las
identidades, y una referencia básica de la identidad es el cuerpo. ¿Qué
onda con su cuerpo de mujer? ¿En algún momento de sus vidas, de
niñitas o de más grandes, desearon tener cuerpo de hombre?
Mantis: Sí, en situaciones especiales, me han dado ganas de tener
cuerpo de hombre, sobre todo cuando me he tenido que enfrentar a
cosas violentas. No necesariamente ser más fuerte es ser hombre, pero
en la mayor parte de los casos los hombres son más fuertes. En la ado-
lescencia me daban muchas ganas de ser hombre para salir igual que mi
hermano; y en la actualidad me da mucha envidia que los hombres no
tengan la obligación de tenerse que cuidar para no tener hijos, es decir,
finalmente la que se embaraza es la mujer. Me dan ganas de ser hombre
para poder hacer lo que se me venga en gana, para poder salir a la calle
sin temor de ser agredida.
Pato: Yo sí quise ser hombre cuando me di cuenta que mi orientación
sexual era distinta a la de las demás mujeres. Pensé que hubiera sido más
fácil que aceptaran que yo amara a las mujeres si hubiera sido hombre.
Pero conforme pasó el tiempo y me di cuenta que no tenía nada de malo
lo que yo sentía deseché esa idea y me acepté tal como soy, como una
mujer, que puede tener las mismas posibilidades que los hombres, aunque
no tanto la misma fuerza, ahí nos diferenciamos de los hombres. Pero en
cuanto a capacidad es igual que en los hombres.
Erizo: No particularmente, sólo por detalles estúpidos como que
no me dejaban jugar futbol o algo por el estilo.
Gata: Yo tampoco, nunca he sentido el deseo de ser hombre. Tal
vez alguna vez lo pensé cuando me estaba muriendo de ganas de hacer
pipí o algo así, pero no.
Hipopótama: No sé si ganas de ser hombre, pero cuando empecé a
tener relaciones sexuales, me parecía que los hombres tenían orgasmos
con una facilidad maravillosa, que para ellos todo era mucho más fácil
mientras que para mí era mucho más complicado. Ese era el tema de
conversación con las amigas: ¿cómo se puede hacer para llegar?, ¿qué hay
que hacer?, ¿cómo puedes hacer para que el otro entienda que tenemos
tiempos distintos? Me parecía que los hombres en ese sentido tenían
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sabía que quería ser mujer, la pregunta era cómo. Esa fue mi gran crisis
de identidad.
Gata: Mi primer problema de identidad de muy chica pasó por el
hecho de que mis papás, los dos, son chilenos. Uno de mis problemas
era que en mi casa hablaban raro, comían cosas raras. Al principio yo
no quería invitar a compañeros porque: "por qué hablan así tus papás, y
por qué no sé qué...". Pero poco a poco se volvió algo atractivo, porque
finalmente a esta edad, a la gente le da curiosidad, le entretiene y le
divierte saber de otras culturas. Pero cuando yo era chica sí me produ-
cía bastantes problemas. Yo estoy nacionalizada mexicana, con el total
acuerdo de mis papás, y como que ya decidí que la nacionalidad pasaba
por arriba de mí.
Erizo: Una pregunta, cuando llegaste ¿tenías problemas en la es-
cuela por el acento?
Gata: No. Llegué a los dos años. En ese sentido no tuve problemas,
pero sí en que mi casa estaba llena de artesanías y a mucha gente se les
hacía raro, o a lo mejor yo lo vivía así. Después tuve otra problemática:
mis papás son sociólogos y decía: "yo no quiero vivir en un escritorio".
Si ser grande y trabajar es estar atrás de un escritorio leyendo, no quiero.
Estudiar medicina, estar en un hospital, caminando en los pasillos sin es-
critorio, solucionó mis problemas. Además, como mis papás son muy bue-
nos en lo que hacen, yo siempre opté por elegir lo contrario: por ejemplo,
mi materia favorita eran las matemáticas; cuando yo decía: ¿me ayudas?,
no me podían ayudar. Fue así como me decidí por lo contrario.
En relación a lo del sexo, nunca tuve ningún problema. En mi casa
mis papás apoyaron y dijeron: ustedes pueden hacer lo que quieran.
Nunca fue un problema para mí el género y la sexualidad tampoco;
nunca viví un cuestionamiento y de chica de repente tuve amigas con
las que jugábamos a tocarnos, pero lo viví como algo natural. Creo que
eso es normal en la adolescencia.
debate: ¿Tu primera reflexión sobre tu identidad fue: soy chilena o
mexicana y la segunda fue qué quiero estudiar?
Gata: La segunda fue cómo voy a vivir. Si ser grande es así, estar
como mis papás leyendo el domingo todo el santo día...
debate: Y ahora que te tocan turnos y turnos inacabables en el
hospital, ¿no extrañas leer un domingo?
Gata: No, no. A mí lo que me pasa es que cuando estoy en el hos-
pital me entretengo mucho. Ya que salgo digo "¡chin!, no fui a la fiesta"
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o "no fui al cine". Dentro del hospital es una cuestión muy activa y tam-
bién intelectual: tienes que estar leyendo, pensando, pero distinto. Yo
pensaba: mi papá ya escribió un libro, pero para qué sirve; en cambio
a nivel paciente, aunque sea inyectar o hacer alguna cosa muy sencilla,
tiene un efecto.
Erizo: En mi caso, coincido con Gata, solamente que cambian los
sociólogos por psicoanalistas. Yo llegué a México más grande, a los cinco
años, y sí tuve problemas serios por el acento. Eso me hizo muy solitaria
desde muy chiquita. La verdad es que no me identifico con nadie.
debate: ¿Entonces tu primera reflexión o crisis sobre la identidad la
tienes al llegar a México porque te hacen sentir extranjera?
Erizo: Sí, más bien mi sensación fue de ¿qué rayos está pasando?
La crisis de identidad la pasé antes de la adolescencia y antes de que la
sexualidad entrara en juego, la pasé a los cinco años. La cuestión voca-
cional, cuando la resuelva les aviso. Digamos que opté por la literatura
más por una cuestión de indecisión, que por una cuestión de decisión;
es algo que me gusta y de lo cual probablemente no voy a vivir.
Pato: Para mí la única reflexión de pequeña fue respecto a mi
orientación sexual. Yo veía a las parejas y sentía que no encajaba ahí;
me empecé a cuestionar ¿qué onda?, ¿quién soy?, solamente se habla
de heterosexualidad y nada más. Sí fue un conflicto tremendo para mí
vivir la niñez y la adolescencia sin saber nada acerca del tema de la ho-
mosexualidad. En mi casa no se hablaba nada del tema, o si se hablaba
era criticado. Todos son religiosos y yo por ese lado no lo podía abordar.
Tuve que pasar por la heterosexualidad para darme cuenta que por ahí
no iba lo que yo sentía. Fue un gran problema, porque yo no soy hete-
rosexual. Yo conozco lo que es la heterosexualidad y me quedo con el
lesbianismo y no es cuestión de opción, sino de orientación y es lo que
he sentido toda mi vida.
debate: ¿Cuándo fue tu crisis, a los doce o trece años?, ¿te gustaban
las chavas o no te gustaba nadie especial y sabías que tenías que salir
con chavos?, ¿cómo fue vivencialmente?
Pato: En mi caso hablo de niña, de los cinco o seis años. Desde que
recuerdo jugaba con niñas y sentía algo y los niños no me llamaban
la atención para nada. Fui creciendo y con la costumbre de que tienes
que tener novio, andaba con ellos, pero de eso a sentirme bien, no.
Hasta que anduve con una chava a los 18 años, entonces me dije: ¡estoy
viviendo, estoy sintiendo!, y diferencié una relación con un hombre de
una con una mujer.
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fue un respiro: sí hay temas de la mujer, hay cosas que tienen que ver
exclusivamente con nosotras. Ese fue mi gran descubrimiento: hay cosas
que tienen que ver con las mujeres y que tenemos que ponernos a pen-
sar, y que se deben poder pensar de otra forma; debe haber categorías
distintas para hablar que las universales que en algunos momentos no
me alcanzan. Descubrí que no soy a la única mujer del planeta que le
suceden. Para mí el feminismo fue todo esto.
debate: ¿Alguna de ustedes tiene una relación así con sus amigas
de hablar tan así a calzón quitado de sus cosas?
Mantis: En la facultad, hicimos un grupo, y la plática derivaba
siempre en chismes de placer y sexo. Para suerte o desgracia mía, yo les
contaba mis intimidades porque estaba fascinada de tener un auditorio
cautivo. Las chavas preguntaban: "oye, ¿cómo le haces así, cómo le haces
asado?" Perder ese grupo fue terrible, fue una pérdida muy importante.
Habíamos pensado terminar la carrera, irnos a otro país a estudiar y al-
gunas fueron y se embarazan como única salida a todo el desmadre de
deber materias de la facultad y de la incomprensión en su casa.
Para mí significó mucho todo ese periodo en el que al mismo
tiempo que luchábamos en contra de que no nos subieran las cuotas en
la universidad, platicábamos de todo. Ese espacio lo perdí, y algunas
estamos empezando a recuperarlo; han cambiado las condiciones, ya no es
la universidad la que nos junta, sino que son nuestras voluntades.
Gata: Yo tengo una amiga desde que tengo 12 años y me ha sido
suficiente. Con ella platico y con mi hermana también, porque es mi
amiga.
Pato: Yo tengo muchas amigas lesbianas y heterosexuales con las
cuales puedo platicar abiertamente. Continuamente voy al Clóset de Sor
Juana, que es un espacio para mujeres, y allí se dan talleres y sacamos
todo lo que traemos: hablamos sobre identidad, sobre roles sexuales,
sobre dependencia, y estamos siempre meditando acerca de lo que
queremos.
Pantera: Yo al contrario. No tengo muchas amigas y además se
escandalizaban cuando yo empezaba a tener curiosidad, dudas, inquie-
tudes. Normalmente yo también soy solitaria. A veces estoy con las chavas
del deporte, y las chavas con las que estuve conviviendo de plano no, se
escandalizan demasiado; con mis hermanas tampoco puedo hablar.
debate: A quienes entramos al feminismo hace más de veinte años
nos sorprende mucho que sean tan pocas las chavas de la edad de ustedes
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estoy del lado de la gente que sí intenta tener una posición política, que
intenta decir cosas.
Erizo: Quiero aclarar: yo no dije que todos los jóvenes dicen "mue-
ran las causas porque se poncharon", sino digo que lo que predomina es
el cinismo. Somos una bola de cínicos, entre cínicos y egoístas, que no
creemos en nada, ya no hay nada sagrado.
Mantis: Yo puedo entender que no hay nada sagrado, pero aquí a
lo mejor se me puede tachar de idealista, lo que yo diría es: no hay nada
sagrado y por eso mismo tenemos la oportunidad de construirlo todo.
A mí esta situación de crisis me hace intentar ver por dónde pueden ir
mejor las cosas. La otra opción que tengo es el suicidio, si no le quiero
entrar a la vida, si no le quiero echar ganas, voy y me pego un tiro.
Gata: Tampoco es tan dramático. Una cosa es lo que uno es, y obvia-
mente cada cual lucha por sí mismo. Yo hablaba de cosas de grupo, en la
universidad, en la escuela, ahí ya no hay un ideal. En el futuro lo que a
mí me gustaría que fueran los ideales, son cosas que finalmente no tienen
discusión, como la ecología, la educación: en este tipo de cuestiones no
hay tanta discusión como las cosas de economía o como las formas de
dirigir un país. Hay gente que era comunista hace 20 años y ahorita es
del pri. Tal vez en 20 años la gente se va a preocupar por cosas por las
que realmente hay que preocuparse.
Mantis: Las cuestiones que para ti son incontrovertibles, que
no tendrían por qué ser criticadas, la educación, la ecología, no son
posibles porque existen un montón de intereses en el sistema; defen-
der la ecología no es posible porque existe gente con mucha lana que
controla las materias primas y esas cosas están en el terreno político.
Además, da mucha flojera ponerse de acuerdo; a mucha gente no le
gusta exponer sus argumentos y ponerse a pensar de qué se trata la
posición que va a sostener.
Gata: Por eso es más fácil hacer cosas sola. Yo, aunque sea solita, por
lo menos voy a ayudar a esa señora. Lo voy a hacer, y si puedo plantar un
árbol frente a mí casa estoy ayudando y punto. Las pocas veces que he
tratado de hacer otro tipo de cosas, más colectivas, para mí ha resultado
una pérdida de tiempo.
debate: Me recuerdas al personaje de la última novela de Ángeles
Mastretta, que es una chava que vive aterrada frente al mundo de la
política a principios de siglo en México; ella es médica y dice "yo quiero
salvar vidas, yo quiero algo así concreto".
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El aborto, por lo que cuesta, por los lugares donde se hacen, por todo
el clima de clandestinidad, es el punto que sentimos claramente como
una problemática de la mujer.
debate: En México la estratificación es mucho más marcada que
en Argentina. Pantera, que viene de una clase donde las hermanas le
hacen las cosas a los hermanos, sí tuvo el dilema con sus hermanos
de quién lava los platos; éste no es un problema de la clase media, donde
hay empleadas domésticas. En México la clase media no tiene la con-
frontación con el trabajo doméstico, que fue lo dio fuerza al movimiento
en Europa y Estados Unidos.
Erizo: Yo siento que, por mis características y mis ideas, es poco
probable que me case con un machote. No considero muy probable que
me case con alguien con el que esto vaya a ser un problema. Tal vez sea
un problema para una clase más conservadora, pero en esos casos las
chicas están acostumbradas a que eso es lo que se espera de ellas.
debate: Si vieras las jugarretas que te juega el inconsciente. Ena-
morarse es muy raro.
Erizo: Si me voy a casar con alguien no va a ser sólo por una cues-
tión física.
Mantis: Yo me identifico con Erizo. El chavo con el que vivo tuvo
que pasar diez mil pruebas. Algo que me convenció rotundamente es que
no le iba a lavar los trastes, no le iba a lavar la ropa, no le iba a hacer
esas cosas.
Gata: En mi casa mi mamá es feminista, pero mi papá hay cosas que
no hace. Mi papá lava los platos, los ordena y aparte de eso mi mamá
tiene que ir al súper y mi mamá tiene que hacer un montón de cosas. Y
todos lo asumimos como algo normal; sería agotador pensar que si mi
mamá va al súper es porque mi papá es un macho y si vas a la tintorería
es porque el otro es un macho. Con mi novio yo no soy de "¡óyeme!,
ayúdame a lavar los platos". Veo el hecho de atenderlo como una cosa
de consentimiento, de que "oye, te voy a hacer la cena" y no es algo de
"¡oye! eres un cabrón porque no me estás ayudando a lavar los platos". A
mí me gusta como jugar a "te voy a hacer la cena", por lo mismo, porque
en mi casa nunca ha sido un problema. Nunca lo he vivido como algo de
obligación. Otra cosa es que yo soy de lo más desordenada, entonces si
me caso creo que él va a tener que andar ordenando atrás de mí.
Pantera: Tal vez te funciona porque no es una imposición. Un rollo
es que tú digas voy a hacer esto, quiero hacer esto y otra es de quién te
vas a enamorar y luego otra es con quién vas a vivir. Porque es definitivo
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no se valoraba, que lo hacía porque sí, que estaba sucia. Ese fue todo un
tema en la adolescencia, saber con cuántos era todavía decente y con
cuántos me convertía en una puta. Esto lo hablaba con mis amigas.
Mantis: Esa pregunta yo no me la había hecho hasta que llegué a
consulta y el médico me preguntó: "ha tenido relaciones con muchas
personas". Yo dije "sí, varias" e insiste "¿cuántas?" Ahí me tuve que poner
a hacer cuentas de veras, porque yo pensaba que eran unos cinco, pero
resultó que eran más.
Jamás en la vida me lo había preguntado, aunque me da mucha
risa porque cuando una se pone a contarle a las amigas de los amantes te
vuelves un poco como la heroína, divertida pero facilona. Es muy loco,
porque te vuelves la proveedora oficial de historias, la de la experiencia,
pero como que también hay un estigma, como que no te respetan igual.
En la sexualidad no hay la menor igualdad.
Pantera: En todo no hay igualdad. Yo tengo amigos chavos que me
vienen a decir "por qué haces esto". Siempre tienes que hacer las cosas
que se suponen que hacen las mujeres.
Hipopótama: Y nosotras muchas veces reaccionamos en función
de lo que los hombres quieren. Una no se pregunta si en realidad tiene
ganas de hacer el amor con el chavo, sino que se pregunta "si hacemos
el amor él va a pensar tal cosa" o "me muero de ganas de decirle que
venga a mi casa, pero como vivo sola a lo mejor entiende que...". Y si a
lo mejor pasan tres semanas y una sigue sin ganas, empieza a pensar "ya
tendríamos que hacerlo porque si no él va a pensar que soy una monja."
A veces una especula en no ser "fácil", ni tampoco "monja", dejando de
lado las propias ganas. Por eso nos cuesta dejar de lado el qué pensarán
ellos para pensar qué queremos nosotras.
Erizo: Yo voy a contar una anécdota: una vez invité a un amigo y
nos quedamos platicando hasta las 2 de la mañana y cuando iba saliendo
del departamento (yo vivo sola) venía entrando una querida vecina. Al
día siguiente me dijo "cómo una señorita decente y un hombre sale de
su casa a las 2 de la mañana" y yo le contesté que si hubiésemos hecho
lo que ella estaba pensando no se estaría yendo a las dos de la mañana.
Quién la manda a meterse donde no la llaman.
Mantis: Mi mamá, muy liberal, dejaba que los novios entraran a
la casa y mi novio se dormía conmigo en la recámara. Los comentarios
de los vecinos eran de que yo debía ya haberme embarazado miles de
veces y abortado otras tantas.
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¿eres feminista?
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desde la mirada
Desde 1971 inicia, sin saberlo, un largo viaje que veinte años
después aterriza. Encuentra sus fantasmas y se inicia una
reflexión sobre los mitos. El ser hombre (pavor) y la mujer
(admiración y distancia). Después del largo viaje entiende que es
un constructor de edificios (proyectos) que nunca habita, siempre
dependiente de la aprobación de los otros y en la esperanza de
que ellos los habitan. Actualmente es el inquilino de su último
proyecto, siempre colectivo, pero por fin habitado.
"Quién soy"
Yo soy yo, porque soy así, para el mundo externo éste soy yo, para
la familia que me ha formado durante años soy otro y ellos lo saben
porque me conocen y eso es lo que me importa.
"María y Maya"
A veces soy mujer, a veces soy una niña. Fluyo, salto, brinco,
corro, me caigo y sigo.
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En Roseau
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Q
uizá era inevitable que cuando ya conocía tan bien como la palma
de mi mano el largo camino de la casa de mi padre a la escuela,
en el pueblo vecino, hubiera de abandonarlo. Este camino, con
sus ocho kilómetros de ida y sus ocho kilómetros de vuelta, nunca dejó
de atemorizar a todos los niños que lo tomábamos para ir a la escuela;
siempre buscábamos compañía para recorrerlo. Caminábamos siempre
en grupo. Nunca fuimos más de una docena, siempre más niños que
niñas. No eramos amigos —las relaciones amistosas no eran bien vistas.
No debíamos confiar en ninguno de ellos. Este era un lema que nos re-
petían nuestros padres; y fue una constante en mi educación, como una
regla de buenas costumbres: nunca confíes en esa gente, me decía mi
padre quizá con las mismas palabras que los padres de los otros niños
usaban para repetir el lema, quizá en ese mismo momento. El hecho
de que "esa gente" fuéramos nosotros mismos, que esa insistencia en la
necesidad de desconfiar de los demás —gente con nuestra apariencia,
con nuestra misma historia de humillación y sufrimiento, de esclavitud
y genocidio— tuviera que quedarnos totalmente clara desde niños no
es ya un misterio para mí. La gente de la que hubiera sido natural que
desconfiáramos estaba completamente fuera de nuestro alcance, y las
pasiones que hubiera debido despertar eran mucho más fuertes que la
simple desconfianza. Pero la desconfianza era sólo uno de los muchos
sentimientos que alimentábamos entre nosotros, siempre opuestos al
cariño, siempre ocupando su lugar. Era como si hubiera una compe-
tencia entre nosotros por un premio secreto; cualquier expresión de
cariño estaba entonces prohibida: le hubiera dado una ventaja al otro.
No eramos amigos. Caminábamos juntos. Nos acompañábamos por-
que teníamos miedo, miedo de cosas que no podíamos ver y, cuando
aparecían, a menudo no éramos capaces de comprender el peligro que
encerraban. Así de confusa era nuestra realidad. No era sino cuando nos
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una batalla— delicioso. Y fue también en este camino cuando por pri-
mera vez pasé directamente de un clima a otro: de un frío aguacero al
calor de un mediodía brillante y claro. Y fue en este camino donde mi
media hermana, la hija de mi padre y su esposa —esa mujer que no era
mi madre—, iba en su bicicleta para encontrarse con un hombre a quien mi
padre le había prohibido ver y con quien se iba a casar, cuando tuvo el
accidente. Se cayó en un precipicio y quedó baldada y estéril. Este no es
un recuerdo alegre; su sufrimiento, aún ahora, está presente.
No mucho tiempo después de que me fui a vivir con ellos, cuando
aún era una niñita, la esposa de mi padre empezó a tener sus propios
hijos. Tuvo dos, el primero un niño y la segunda una niña. Esto provocó
dos situaciones predecibles: me dejó en paz y dedicó mucha más aten-
ción a su hijo que a su hija. El hecho de que ella no tuviera en muy alta
estima a la persona que más se le parecía, una hija, una mujer, era tan
normal que sólo habría sido notable si hubiera ocurrido al revés: para
la gente como nosotros era casi una ley de la naturaleza despreciar todo
lo que fuera como nosotros. Esta situación en la que se encontraba mi
hermana siempre me hizo sentir por ella una pena abrumadora; ella no
me quería, su madre siempre le dijo que yo era su enemiga, que no se
podía confiar en mí, que era como un ladrón en la casa, siempre al acecho
del momento adecuado para robarle su herencia. Mi hermana aceptaba
estas ideas y sentía desconfianza y desprecio por mí; la primera vez que
pudo encontrar las palabras para construir un insulto, me lo dirigió a mí.
La esposa de mi padre siempre me repitió, en privado, cuando mi padre
no estaba, que yo no podía ser hija de él, porque no nos parecemos —y
tenía razón en que no comparto ninguna de sus características físicas.
Mi hermana, por el contrario, sí se parecía a él; su pelo y sus ojos eran
de los mismos colores que los suyos, rojo y gris; su piel también era del
mismo color —pálido fantasmal. Pero ella no compartía con mi padre
ni su calma ni su paciencia; caminaba como una guerrera y nunca pudo
contener la furia que albergaba en su cuerpo. Nunca tuvo la cualidad de
mi padre de mantener para sí sus pensamientos; cada cosa que le pasaba
por la cabeza tenía que ser dicha en voz alta, así que cada vez que me
veía me hacía saber de inmediato todo lo que mi presencia le sugería.
Nunca la odié, siempre le tuve sólo lástima; su tragedia era más grande
que la mía; su madre no la amaba, pero su madre estaba viva, y todos
los días veía a su madre y todos los días su madre le hacía saber que no
la amaba. Mi madre estaba muerta.
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como algo especial para mí, la parte que más me gusta del pescado; la
parte que más me gusta del pescado es la cabeza —y eso era algo que
mi padre tal vez no sabía, y yo no tenía motivos para creer que deseara
saberlo. Le enviaba esas cartas sin miedo. Nunca recibí una respuesta
directa, sino que me contestaba en las cartas que le escribía a Monsieur
Labatte; siempre esperaba que la estuviera pasando bien y me deseaba
lo mejor.
Mi amistad —porque eso era— con Madame Labatte seguía cre-
ciendo. Ella siempre estaba sola, y eso ocurría incluso cuando estaba
con otros; estaba tan sola. Ella creía que me obligaba a sentarme con
ella cuando cosía, o cuando nada más miraba sin ver la escena que tenía
enfrente sentada en la terraza, pero yo quería sentarme con ella. Estaba
disfrutando esta nueva experiencia, la experiencia de un silencio lleno de
expectación y deseo; ella quería algo de mí, me daba cuenta, y añoraba
el momento en que sabría precisamente qué era lo que ella quería de mí.
Nunca cruzó por mi mente que me negaría a complacerla.
Un día, sin ningún preparativo, me dio un hermoso vestido que
ya no usaba. Todavía le quedaba, pero ya no se lo ponía. Mientras me
lo probaba, pude oír sus pensamientos: pensaba en su juventud, en la
persona que había sido cuando estrenó el vestido que me estaba regalan-
do, y en las cosas que había querido, las cosas que no había recibido,
la vacuidad de toda su vida. Todo esto llenó el aire en el cuarto donde
estábamos; la cama donde dormía con su marido estaba en ese cuarto.
Mis propios pensamientos contestaron a los suyos: "Fuiste muy tonta, no
debiste dejar que esas cosas te ocurrieran, es tu culpa". No tuve piedad
al juzgarla, y mis pensamientos impíos, mi condena, llenaron mi cabeza
con un lento rugido mientras pensaba que me iba a desmayar, y entonces
me vino este pensamiento lentamente y me salvó de desmayarme: ella
quiere regalarme con su marido; ella quiere entregarme a él; espera que
no me importe.
Estaba en este cuarto ante ella —quitándome la ropa, poniéndome-
la, desnuda, vestida—, pero la vulnerabilidad que sentí no estaba en el
cuerpo, sino en el espíritu, en el alma. La experiencia de comunicarme
tan íntimamente con alguien, de hablar en silencio con alguien y sin
embargo ser entendida más claramente que si hubiera gritado muy
fuerte, nunca volví a tenerla con nadie en mi vida. Acepté el vestido.
No lo usé; nunca lo usaría; sólo lo acepté y lo tuve un tiempo.
Lo inevitable no es menos traumático porque sea inevitable. Es-
taba sentada, al atardecer, en ese espacio sombreado detrás de la casa
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donde había unas flores, pero que no me atrevo a llamar jardín, porque
no estaba muy cuidado; el sol todavía no se acababa de meter, era ese
momento en que las criaturas del día ya están calladas, pero las criaturas
de la noche todavía no encuentran su voz. Era esa hora del día en que
todas las cosas que has perdido pesan en tu mente: tu madre, si la has
perdido; tu hogar, si lo has perdido; las voces de la gente que te podría
haber amado, pero no lo hizo; los lugares en que te ocurrió algo bueno,
algo que no puedes olvidar. Ya no usaba ropa interior me incomodaba
y mientras estaba sentada ahí toqué varias partes de mi cuerpo, a veces
sin pensar en ello, a veces con un propósito. Estaba recorriendo con los
dedos de mi mano izquierda el pequeño parche tupido de vello entre mis
piernas, y estaba pensando en mi vida como la había vivido, quince años
ya, y vi que Monsieur Labatte estaba parado no muy lejos, mirándome.
No se quitó avergonzado, y yo tampoco huí avergonzada. Sostuvimos las
mutuas miradas. Quité los dedos de entre mis piernas y me los llevé a la
cara; quería olerme. Era al final del día y mi olor era muy poderoso. Esa
escena de mí poniendo las manos entre mis piernas y luego disfrutando
mi olor, y Monsieur Labatte mirándome, duró hasta la siempre súbita
llegada de la oscuridad, y entonces, cuando se me acercó y me dijo que
me quitara la ropa, dije, bien segura de mí misma, sabiendo lo que quería,
que estaba demasiado oscuro y yo no iba a poder ver.
Me llevó al cuarto donde contaba su dinero, ese dinero que era
sólo una parte del dinero que él tenía. Era un cuarto oscuro, por lo que
siempre tenía una lamparita encendida. Me quité la ropa, y él también
se la quitó. Era el primer hombre que veía desnudo, y me sorprendió: no
es el cuerpo de un hombre lo que lo vuelve deseable; lo estremecedor es
lo que su cuerpo podría hacerte sentir si te tocara, anticipando lo que su
cuerpo te hará sentir. Y entonces la realidad es mejor que la anticipación,
y el mundo se colma con una corriente de puro placer que lo recorre.
Pero la primera vez que lo vi, cuando vi sus manos colgando a los lados
de su cuerpo —sin acariciar todavía mi pelo, sin estar todavía adentro de
mí, sin llevarse todavía los pequeños brotes que eran mis pechos hacia
la boca, sin abrir aún mi boca para meter su lengua todavía más profun-
damente— cuando vi los flojos pliegues de carne en su panza, cuando
vi la carne endureciéndose entre sus piernas, me sorprendió lo poco
hermoso que era por sí mismo, parado ahí, y fue la anticipación lo que
me mantuvo quieta. Y su fuerza adentro de mí, inevitable como era, otra
vez llegó como una sorpresa, una aguda línea de dolor que me invadió
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desde la ficción
con la amplitud de una ola, y luego otra ola; y en respuesta a cada una
de ellas emití un grito que era el mismo grito, un grito de tristeza porque
sin darle a esto más importancia de la que tiene, yo había dejado de ser
la persona que había sido hasta entonces. No era un hombre amoroso,
y yo no necesitaba que lo fuera. Cuando estaba conmigo y yo con él se
tendía sobre mí, respirando con indiferencia; su mente estaba en otras
cosas. Yo podía ver que en un pequeño estante detrás de él había aco-
modado pilas de monedas con las caras volteadas para arriba; todas
tenían la cara de un rey.
En el cuarto donde yo dormía, el cuarto con piso de tierra, vertí
agua en una pequeña palangana de estaño y me lavé la delgada capa
de sangre que se había secado entre mis piernas. Sabía por qué estaba
ahí; sabía exactamente lo que me había ocurrido. Quería ver cómo
lucía yo, pero no pude, no tenía ningún espejo. Me toqué y mi piel se
sentía suave, como si la acabaran de lustrar con aceite. Me dolía entre
las piernas, me dolían los pechos, me dolían los labios, me dolían las
muñecas; cuando él no había querido que yo lo tocara, había puesto sus
enormes manos sobre mis muñecas y las había detenido contra el piso;
cuando mis gritos lo distrajeron, había mantenido mis labios cerrados
con su propia boca; y fue a través de todas las partes de mi cuerpo que
me dolían como reviví el profundo placer que acababa de experimentar.
Cuando desperté a la mañana siguiente me sentía como si no hubiera
dormido nada; me sentí como si sólo hubiera estado inconsciente, y
retomé, donde lo había dejado, mi dolor placentero.
Había llovido durante la noche, y en la mañana no paró de llover ni
paró al mediodía; la lluvia no paró durante muchos, muchos días. Cayó
tanta agua con tanta fuerza y durante tanto tiempo que parecía que ha-
bría de cambiar la faz y el destino del mundo, el mundo del campamento
de Roseau, y que después de parar, nada habría de ser lo mismo; ya no
la misma tierra sobre la que caminábamos, y ni siquiera el resultado
de una pelea. Pero no fue así; después de que dejó de llover, las aguas
formaron corrientes, las corrientes fueron a los ríos, los ríos fueron a dar
al mar; la tierra mantuvo su forma. Yo era la que estaba trastornada. Ya
no sería la misma, incluso yo podía ver eso. Lo respetable, lo predecible
—semejantes papeles ya no iban a estar en mi destino.
Durante los días y noches en que llovió, no pude mantener mi ru-
tina: preparar mi desayuno, llevar a cabo algunos quehaceres en la casa
prinicipal, donde Madame y Monsieur vivían; caminar hacia la escuela,
donde sólo estudiábamos mujeres, y evitar su pueril compañía, regresar
272
Jamaica Kincaid
que fue a nadar; era domingo, había estado en la iglesia, se fue a nadar y
casi se ahoga, y nunca lo volvió a hacer; hasta ese día, muchos años después
(eso había ocurrido cuando era una niña), nunca se había vuelto a meter al
mar, sólo lo mira; y cuando le pregunto en silencio si cuando mira el mar,
después de eso, lamenta no ser parte de su inmensidad, no me contesta,
no me puede contestar. Su vida ha sido abrumada con demasiada tristeza;
el día que conoció a Monsieur Labatte —entonces, lo llamó Monsieur La-
batte; después le decía Monsieur Labatte; ahora le dice "él"— quería que
él la poseyera. No puede recordar el color de ese día; él no reparó en ella
ni deseó poseerla; sus brazos eran poderosos; sus labios eran poderosos;
caminaba con un propósito, incluso cuando no iba a ninguna parte. Lo
ató a ella con un hechizo; quería volverse parte de él. Sólo quería tenerlo,
pero él no sería poseído, no sería contenido, y querer lo que nunca habrás
de tener, saber demasiado tarde que nunca lo tendrás, es el comienzo de
una vida abrumada por la tristeza. Ella quería tener un hijo, pero su útero
era como un tamiz no contendría un hijo entonces, y —no contenía nada
ahora; yacía marchito en su interior, y tal vez su cara era un reflejo de él,
marchita, seca, como una fruta que hubiese perdido todo su jugo.
¿Yo valoraba mi juventud? ¿Atesoraba la novedad que era yo,
sentada en una silla junto a ella? No, ¿cómo hubiera podido? En mi co-
lumna de pérdidas todavía no había entrado la juventud; en mi columna
de pérdidas estaba mi madre. El amor no estaba aún en mi columna de
pérdidas; todavía no había sido amada, y no podía saber si la manera
en que ella había peinado mi cabello era una expresión del amor. No
podía saber si la manera en que me había bañado suavemente pasan-
do el pedacito de tela sobre mis pechos, por adelante y por atrás entre
mis piernas, abajo de mis muslos, atrás de mis pantorrillas, era amor;
no podía saber si quererme seca cuando estaba mojada, si quererme
alimentada cuando estaba hambrienta, si eso era amor. No había tenido
amor todavía, no estaba en mi columna de ganancias, así que no podía
estar en mi columna de pérdidas.
La lluvia caía, y no la escuchamos; sólo oiríamos su ausencia. Mis
días estaban llenos de silencio, aunque repletos de palabras; mis noches
estaban llenas de suspiros, suaves y fuertes de agonía y placer. Decía
su nombre en voz alta, Jack, a veces como un epíteto, a veces como una
plegaria. Nunca estuvimos juntos los tres, ella lo veía en un cuarto y yo
lo veía en otro. Nunca me habló. Él se comportaba de una manera que
manejaba bien, y yo actuaba conforme a un sentimiento que tenía, actuaba
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Jamaica Kincaid
por instinto, y el sentimiento que tenía, el instinto, era nuevo para mí.
Ella nos oía, aunque nunca me lo dejó saber; ella podía oírnos.
Ella había querido un niño, podía oír que lo decía. Yo no era un
niño, ya no podía ser un niño; ella pudo oír que lo dije. Pero de todas
formas ella quería algo de mí: quería un niño que yo habría de tener,
y yo no la dejé saber que oí eso, ni que esa visión que ella tenía de un
niño en mi interior y tarde o temprano en sus brazos quedaría en el
aire, como un fantasma, sólo para mis ojos, pero nunca lo vería. Iría y
volvería, este fantasma de mí con un niño en mi interior; le volvería la
espalda, mis oídos se volverían sordos a él, mi corazón no latiría. Ella
hilvanaba para mí un vestido con viejas telas que había guardado de
diferentes momentos de su vida —los tiempos felices, los tiempos tris-
tes; era un sudario hecho de recuerdos, ¡y cómo deseaba ella enlazarme
en sus costuras, todas sus costuras, cuánto se esforzaba! Pero con cada
tintineo del dedal sobre la aguja, yo me escapaba. Su frustración y mi
satisfacción eran palpables.
No era posible que me convirtiera en una estudiante otra vez, pero
no me había dado cuenta de eso. El ambiente seguía igual; el clima cam-
biaba. Monsieur salió y durante un tiempo no vi el cuarto donde contaba
el dinero. En cada esquina y a lo largo de las orillas del piso tenía peque-
ños montoncitos de cuartos; en una mesa había apilado otras monedas
—chelines y florines—; tenía tantas monedas por toda la habitación, en
pilas, que cuando la lámpara estaba prendida, hacían la habitación más
brillante. A veces, en la noche, yo despertaba y lo encontraba contando
su dinero, una y otra vez, como si no supiera cuánto tenía en realidad, o
como si al contarlo se volviera diferente. Nunca me ofreció de su dinero;
sabía que yo no lo quería. El cuarto no era frío ni cálido ni sofocante, pero
tampoco era ideal. Yo no quería pasar el resto de mi vida con la persona
que tenía semejante cuarto.
Él no estaba en casa, y mis noches entonces las pasaba en mi cuar-
to afuera de la cocina. Mis días los pasaba en la escuela. Mi vida en la
escuela nunca me ofreció la satisfacción que me habían dicho; sólo me
llenaba de preguntas que no eran contestadas; sólo me llenaban de ira.
No me gustaba a lo que eso conduciría: una humillación tan permanente
que reemplazaría tu propia piel. Y tu propio nombre, cualquiera que
éste fuera, no era la puerta hacia quien realmente eras, y no podías ni
siquiera decirte: "Me llamo Xuela Claudette Desvarieus". Este era el
nombre de mi madre, y no sé si era su verdadero nombre, porque en
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La identidad y lo subjetivo.
Experiencia y vida en la sociología
de las emociones
Jacqueline Fowks
V
eamos esta foto de Ximena: ella en segundo plano sentada en
los escalones de la entrada de su casa; en primer plano: todos
sus zapatos —suecos, calzado rojo de holandesa típica, sandalias
japonesas con plataforma forrada de paja y tiras de terciopelo negro,
huaraches, botas de piel (como las de un sioux en estereotipo), mocasi-
nes y zapatillas. Esta latina nacida en Indiana hace 25 años expone así
cuánto del mundo es parte de ella, cuánto de su identidad se ha forjado
a raíz de recopilar, mezclar y hacer suyo lo que estaba —o no— a su
alcance.
En este texto quisiéramos refrescar la idea de que la subjetividad
y las emociones son una veta poco recorrida en la producción predomi-
nante de las ciencias sociales, donde las correlaciones, el spss, el cálculo
multivariado, los estudios comparativos, etcétera,1 se han impuesto
como recursos para pensar, pero igualmente han debilitado la capaci-
dad de incluir nuestras experiencias y las de los sujetos que estudiamos
al tratar de esclarecer la vida social o aportar a ella. De esta manera,
enfocaremos el tema de la identidad a partir de tres ejes: el individuo,
los lugares y el trabajo.
1
Consideramos positivamente el uso de estas metodologías y recursos para la
investigación, sin embargo proponemos que la impronta dura o rigorista en las ciencias
sociales no deje de lado la subjetividad, el aspecto personal, humano, de los sujetos y
temas que abordamos.
281
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1. Elementos teóricos
Siguiendo a Ellis y Flaherty2 trataremos de aprovechar la experiencia
vivida como material o dato. Esta línea de trabajo es heredera de la
aproximación comprensiva, cuyas bases pusieron Weber y Dilthey.
Pero, con el fin de plantear mejor la sutil discusión presentada hasta
el momento, debemos referirnos a dos tendencias predominantes en
la producción de las ciencias sociales: una cuantitativo/positivista,
inspirada en la revolución conductista o behaviorista de fines de la dé-
cada de los cincuenta con Skinner y David Easton; y otra cualitativo/
interpretativa, iniciada con Alfred Schutz —cuya difusión se produce
a partir de finales de la década de los sesenta— y que continúa con
Gadamer y Garfinkel.
La primera pretende adaptarse a las maneras de las ciencias exactas
con el fin de obtener rigor, principalmente mediante el cálculo y la opera-
cionalización de variables. Como resultado de ello —y dicho sin desdén
alguno surgieron los estudios comparativos, la teoría de la elección ra-
cional, las teorías sistémicas, pero también los estudios de mercado, de
audiencias, de públicos. Una palabra clave en este modo de entender la
producción científica es la generalización, y en esta especie de casillero
podemos encontrar la mayoría de las investigaciones en ciencia política,
sociología y comunicación en la academia estadunidense.
La segunda posee una motivación explicativo/comprensivo/
histórica. Tiene un "renaciente interés por la acción, el significado y la
convención en el contexto de la vida social humana".3 En este espacio
encontramos los trabajos precursores de Schutz en el campo de la fenome-
nología.4 y la etnometodología de Garfinkel. Schutz retomó el concepto
de verstehen —formulado originalmente por Weber— y lo definió como
la "forma experiencial particular en la que el pensar del sentido común
2
Carolyn Ellis y Michael G. Flaherty. Investigating subjectivity. Research on lived
experience, California, Sage Focus Editions, 1992, 259 pp.
3
Anthony Giddens Las nuevas reglas del método sociológico, Buenos Aires, Amorrortu,
1987, p. 18.
4
Definida como "hermenéutica y perspectiva antropológica desde el punto de vista
del actor". Cf. Carlos Reynoso, "Presentación" en Reynoso (comp.), El surgimiento de la
antropología posmoderna. México, Gedisa, 1991, p. 18.
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Jacqueline Fowks
5
"Common sense and scientific interpretation of human actions" en Schutz, Collected
Papers, 1967, vol. 1, p. 56, citado por Giddens, op. cit., p. 52.
6
Idem.
7
Ibid., p. 20.
8
Renato Rosaldo, Cultura y verdad. Nueva propuesta de análisis social, México, Grijalbo-
conaculta, 1991, p. 31. Las cursivas son de la autora.
283
desde lo cotidiano
y público. Así, las técnicas recurrentes en este tipo de trabajos son los
sondeos, cuestionarios, simulación por computadora, grabación en video,
análisis del discurso (en libros de desarrollo personal, manuales para
vida en pareja, revistas populares, etc.). Ante ello, los autores sugieren
rejuvenecer los procedimientos tradicionales interpretativos: analizar
textos producidos por legos con motivos distintos a la investigación,
provocar respuestas o flujos de conciencia a partir de motivar a los su-
jetos con textos o discursos realizados por terceros y hacer entrevistas,
observación participante, introspección sistemática, performance, análisis
de archivos audiovisuales y documentos de los medios masivos —como
películas, recortes de periódicos, autobiografías y novelas. También
pueden aprovecharse otros géneros de creación literaria, notas de cam-
po, diarios, cartas y la redacción o registro de narrativas personales. "El
objetivo es llegar a una comprensión de la experiencia vivida que sea a
la vez rigurosa —basada en una observación sistemática— e imaginativa
basada en un acercamiento expresivo.9
2. Los procesos emocionales usualmente se consideran separados
de otros tipos de subjetividad, como el pensamiento y las experiencias
somáticas. Habría que reconocer la resonancia que provocan en el cuerpo
los eventos, las experiencias, los pensamientos, y reparar mucho más en
la vinculación de lo cognitivo con lo afectivo, ya que se piensa más sobre lo
que a uno le importa.
3. Es básico evitar creer que las emociones constituyen un reflejo
individual a una situación única, personal. "Voces en nuestras cabezas y
sentimientos en nuestros cuerpos están enlazados a contextos políticos,
culturales, históricos". Es decir, nuestras reacciones y vivencias emociona-
les están anclados en valores consensualmente admitidos o predominantes
sobre, por ejemplo, el amor, la belleza, el éxito, la salud, etc.10
4. El hecho de volver demasiada evidente la subjetividad, el lado
personal del investigador, puede suscitar en sus colegas una respuesta
desfavorable que lo calificará de exhibicionista, de poco serio por querer
llamar la atención hacia su trabajo mediante recursos extra-académicos.
9
Ellis y Flaherty, op. cit., p. 2-3 y 5 cuando hacen referencia a Gregory Bateson, Steps
to an Ecology of Mind, Nueva York, Ballantine, 1972.
10
Ibid. p. 4.
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Jacqueline Fowks
11
Rosaldo, op. cit., p. 23.
12
Usaremos yo en cursiva para aludir a la traducción del inglés self, término que
enriquece un poco más la definición del yo en español, ya que incluye el sí mismo y también
puede entenderse como la individualidad distintiva propia de cada persona.
13
Optamos por mantener en reserva la identidad (?) de los autores de las cartas y
lasfuentes de los testimonios y narrativas personales mediante el cambio de sus nombres
de pila, pero hemos respetado la veracidad de los datos con respecto a la edad, ocupación,
lugar de residencia, etc.
285
desde lo cotidiano
2. Identidad e individuo
La gente acá es cordial, pero a la vez defensiva ¿entiendes lo que te quiero decir?
Mientras la conversación se mantiene trivial todo está bien. Una vez que se torna
personal un poco como que "No, hasta aquí nomás". No sólo es el resto de la
gente, una misma reacciona de la misma manera, supongo que es porque al fin
y al cabo todos somos extraños. Toma tiempo sentirse cómoda... qué se yo, creo
que es igual en cualquier parte (Ana, empleada de banco, comunicóloga,
residente legal en California, 29 años).
Principalmente cuando uno está solo —pero en oposición, confron-
tación o en alternancia al resto—, puede fijarse en su identidad. Citando
a Klein y Ana tratamos de presentar el asunto del reconocimiento del yo,
que es un paso obligado cuando abordamos el tema de la identidad.
Aquí puedo salir vestida-como me gusta, si quiero con minifalda, mi cuerpo
se puede ver, hay días que me dan ganas de usar más maquillaje. Puedo tener
amigos, enseño francés, mi español ya es muy bueno en comparación con como
hablaba cuando llegué... Es que allá no podía ser yo... (Ilian, 27 años, argelina,
residente temporal en México d.f.).
El testimonio anterior es muy particular. Las restricciones para
que Ilian no pudiera ser quien deseaba provenían de un entorno muy
14
León y Rebeca Gringberg. Psicoanálisis de la migración y del exilio, Madrid, Alianza
Editorial, 1984, pp. 28-37, extracto reproducido en debate feminista, año 7, vol. 13, abril
1996. Cf. p. 131.
286
Jacqueline Fowks
15
Mario Benedetti, Antología personal, México, Nueva Imagen, 1994, p. 368.
287
desde lo cotidiano
duras, pero en estos momentos es cuando uno percibe otras cosas, sus debilidades.
En estos momentos es cuando los padres pueden volver a ser un apoyo, como era
antes (Virginia, 36 años, psicóloga, residente temporal en México).
Creo que esa conversación que tuvimos nos acercó mucho. Por fin pudimos
decir algunas cosas que eran básicas sobre cada uno y que no habíamos podido
encarar ni siquiera cuando te fuiste de Lima, hace ya tres años. Esa hubiera
sido una buena ocasión para decirlo. Le escribí a Manuel hace poco y ya en-
tendió que si por el momento no he podido regresar con él es porque yo tenía
que aprovechar esta posibilidad de especializarme, esto no se va a repetir. En
mi trabajo a los 30 años ya eres viejo. Bueno, contigo ahora las cosas ya están
claras de nuevo y el afecto sigue siendo el mismo, y creciendo (Luis, 25 años,
bailarín, colombiano, residente temporal en California).
Con esta relación, en la que me he sentido tan evaluado, de quien más
he aprendido es de mí mismo. No es que yo dé tanto porque ¡qué bueno!, qué
amoroso que soy!, sino por egoísta, porque también quiero recibir... pero si con
este tiempo que vamos a dejar de vernos la cosa se estanca o pasa algo, igual va
a estar bien porque yo también necesito estar solo para poder terminar de orde-
narme, de ver qué puedo hacer conmigo (Renato, 37 años, chileno, sociólogo,
residente temporal en México).
Estos dos últimos trozos de subjetividad son otras evidencias de
que la posibilidad de encontrarse solo —digamos psicológicamente
solo— aun en la interacción con el otro, permite que el individuo aclare
parcialmente su identidad, como por aproximaciones sucesivas y a partir
de la confrontación de su yo con lo que creía de sí mismo y con lo que
confirma de sí mismo al entrar en relación con el otro. Ese otro no son
sólo las parejas que mencionan Luis y Renato, sino sus interlocutores
en el momento de la narratividad, en el momento de escribir una carta
o en el momento de la conversación, respectivamente.
3. Identidad y lugares
Yo estaba francamente feliz. Ir a España fue como volver un poco al Perú. Valencia
(por no decir España toda) tenía tantos lugares que me transportaban en el espacio
y en el tiempo que yo estaba fascinado, era una mezcla —puede ser mi subjetivi-
dad— de Barrios Altos, Rímac y las Torres de San Borja (Marcos, recepcionista
en hotel, ingeniero de minas, residente temporal en Londres, 31 años).
Nueva York, la Quinta Avenida, es como la avenida Abancay nomás, igual
el mismo olor, la misma cantidad de gente, además todo tipo de gente, bultos,
288
Jacqueline Fowks
empujones mientras caminas. Claro, más vitrinas, edificios más altos, pero esa
misma sensación, como que ya pasaste por allí... (Ximena, 25 años, residente
en Florida, estudiante, empleada en taller de joyería).
Estos dos fragmentos de cartas sirven para matizar la idea de iden-
tidad dependiente de las nociones Estado-nación, patria y hometown o
homeland, cuyos equivalentes en castellano son un poco menos cargados
de sentido que en inglés. Así, el hogar, el lugar de uno [home] deja de
ser definido por el nacimiento, la residencia de la familia, los amigos,
el lugar de los recuerdos. Uno va cargando lo suyo y lo puede volver a
poner en un nuevo espacio, o puede encontrar referencias emotivamente
cercanas a las de su lugar de origen en esos nuevos espacios.
Quisiera haber nacido en Inglaterra. Todo tan civilizado, tanto orden,
previsión, posibilidades de tener otra calidad de vida. Allí sentiría más que
puedo ser lo que quiero (Diana, argentina, 26 años, residente temporal en
México).
Quizá si hubiera nacido en Alemania o en un país así, en este momento
sería atleta o bailarina. El hecho de que en mi país no haya ninguna facilidad
o incentivo para formarse en el deporte o en las artes —no hay una política
en esas áreas— y el hecho de que no sea visible un futuro dedicándose a eso, y
constatar que casi no hay profesionales que puedan vivir únicamente de ello,
limita a quienes tienen el interés o la inquietud... pero en fin, igual siguen sur-
giendo deportistas y bailarines, así que no es pretexto, bueno, no sé... (Helena,
peruana, 28 años).
Esta es una manera de confrontar las identidades posibles, es decir,
los caminos que puede o pudo haber tomado la persona en la confor-
mación del yo según la influencia del entorno, en este caso, según la
organización, la administración de un país. En estos casos, los lugares, los
países, son considerados fuertes condicionantes de las opciones de vida
y son un factor de inquietud en ambos testimonios. Es decir, inquietud
en términos positivos, no de conflicto profundo, esas inquietudes que
producen reflexión sobre uno mismo, en este caso sobre la constitución de
la identidad que se tiene realmente, en oposición a identidad posible.
Yo no creía eso de que la gente es diferente en la sierra y en la costa, me
parecía mucho determinismo, poco a poco lo he ido procesando. La vez pasada
preparé cebiche como allá, justo había bastante sol, entraba harto por la ventana.
Puse un casete de reggae de Pochi Marambio y de pronto tenía unas ganas de
salir, agarrar la bici y estar en veinte minutos en la playa, afuera, caminar, res-
pirar, nadar, ver a la gente bronceada. Es que así tenía que ser, pero estamos en
289
desde lo cotidiano
4. Identidad y trabajo
Gianni Vattimo hizo pública su preocupación de que el trabajo está de-
jando de ser un factor que adjudique identidad a los individuos —como
fue considerado en los textos de Hegel, Marx y Gramsci. Varios países de
América Latina donde se han aplicado programas económicos neolibe-
rales han cambiado la legislación y ahora ya no existe más la estabilidad
laboral. En las grandes empresas transnacionales cada vez hay más
despidos masivos y por ello los trabajadores preparan con sus emplea-
dores su salida: una especie de entrenamiento psicológico los acompaña
hasta el momento fatal del despido y hay un departamento que trata de
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16
Gianni Vattimo, "El fin del empleo", El País, 4 de mayo de 1996, p. 12.
17
Idem.
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atiendes a la gente, piensas una hora al día y el resto del tiempo tonteando. Yo
no aguanté, no lo quería para mí, otra gente puede vivir así hasta que se muera
pero yo no (Miguel, 28 años, peruano, abogado, residente en Lima).
Bueno, tú, yo y gente entre los 20 y 30 años son X-Generation, así, a
kind of liberals but conservatives como la década de los 70 fue de los hippies.
Aquí es un fenómeno nacional, , buscando actuar profesionales pero sin oportu-
nidades... Más pasa el tiempo, más sola estoy, más curtida contra las penas me
siento, enfocando todo mi cariño en mi profesión, lo único que nadie me podrá
quitar y por lo único que tal vez seré recordada... De alguna manera, hoy día
siento que he perdido norte, sur, este, oeste, por qué, no sé... La idea de test out
Algebra me aterra... Si bien mi trabajo va muy bien, me tratan de lo lindo,
la verdad es una doble tentación al fracaso, todavía no puedo dedicarme a lo
mío... he querido renunciar hace mucho tiempo, económicamente eso me asusta
pues de alguna manera logré mi independencia de todo el mundo (Ximena,
residente en Florida).
Luego de haber presentado este material extraído de distintas
subjetividades hemos podido reconocer cuáles son los anclajes de la
emotividad y la expresividad en contextos generales, específicos, mar-
cados por la economía, la política, las creencias, etcétera; es decir que
a partir de estos pedazos de experiencia vivida podemos hacer un se-
guimiento de procesos mucho más globales y estructurantes que tocan
o influyen en grupos. Hemos podido apreciar que la identidad —vista
sólo desde tres ejes por razones de espacio— es percibida internamente
por los sujetos como una cuestión mutable, móvil, que se desplaza según
los tiempos, espacios y actividades, y según la interacción con los otros.
Esta sensación de no permanencia es vivida con un sentido sanamente
práctico de incorporación de lo nuevo —o, al menos, los sujetos tratan
de que dicha vivencia de inestabilidad no los perjudique, les haga el
menor daño emocional-identitario posible— no como desgarramiento o
pérdida, que son las ideas implícitas en los términos como aculturación
o alienación que acompañaban tradicionalmente los acercamientos al
tema de la identidad.
Al igual que los poemas y las hipótesis, las obras etnográficas sólo
pueden juzgarse ex post, una vez que alguien las haya traído al ser. Pero
por todo ello, parece verosímil que, sea cual sea el uso que se dé a los
textos etnográficos en el futuro, si de hecho llega a dárseles alguno,
implicará indudablemente la facilitación de comunicaciones entre los
lineamientos societarios —étnicos, raciales, religiosos, sexuales, lingüís-
292
Jacqueline Fowks
ticos, raciales— que han venido haciéndose cada vez más matizados,
inmediatos e irregulares.18
En ese sentido, si hacemos una correspondencia entre las etnogra-
fías y los pedazos de subjetividad recuperados en este texto, tratamos de
que este mosaico de identidades y nacionalidades ofreciera un camino
para entender que en este tiempo de globalización, estancamientos,
imposibilidades y faltas de visión de futuro, las personas siguen atra-
vesando las dificultades: trabajan o necesitan trabajo, pero también
tienen grandes afectos y pasiones; están encerrados en las ciudades o
en oficinas, pero también respiran en la primera oportunidad. Y si no
son posibles el mar, el campo o el desierto, están los otros recursos que
de alguna manera también llegan a ser componentes de gran influencia
en la identidad: el cine, la tv, el video, el juego, el deporte, el espectáculo,
las artes. Suficiente tema para otro artículo.
Bibliografía
Benedetti, Mario, Antología personal, México, Nueva Imagen, 1994, 397
pp.
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MacCanell, Dean, "Tourisme et identité culturelle", en Communications.
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170-186, 1986.
18
Clifford Geertz, El antropólogo como autor, Barcelona y Buenos Aires, Paidós Studio,
1989, p. 159.
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desde la escritura
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María Luisa Elío
En el balcón vacío*
E
n aquellos días en que ocurrió, aún era yo muy niña; qué diera
yo por ser tan niña ahora, si es que acaso he dejado de serlo. Y
entonces, había algo en las calles, algo en las casas, que después
desapareció con aquella guerra, aquella guerra que aún veo por los
tejados de las casas, aquella guerra que apareció un día en el grito de
la mujer.
**********
la niña tenía tanto miedo. Era un miedo tan grande que no la dejaba
moverse. ¿Qué haría la niña con ese miedo que le pesaba tanto? Llevaba ya
con él mucho rato, sentada en aquel pasillo sin atreverse apenas a mover.
Llevaba también mucho rato pensando por qué tenía miedo y no sabía.
Ella sabía cuando había sido mala de qué tenía miedo. Sabía que no
debía desobedecer ni gritar ni pelearse con sus hermanas. Sabía también
que debía estudiar y ser buena para que no la castigaran. La niña sabía
muchas cosas pero no sabía por qué tenía miedo. No era hoy el diablo lo
que la asustaba, porque ella había sido buena. Ni tampoco el coco que
se esconde para asustar a los niños malos, no, no era esto, porque ella
había sido buena.
¿A quién tenía entonces tanto miedo la niña, si sabía que a los niños
buenos no se les castiga? Pero yo seguía encogida en aquel pasillo, con
mi miedo ahí tan grande en un cuerpo tan chico para guardarlo, mientras
las bombas deshacían la ciudad...
297
desde la escritura
**********
no era tan joven ya cuando volvió a su casa. Quizá fue eso lo que le hizo
no reconocerla. Habían pasado muchos años, tantos años como hacía
que había empezado la guerra de España; y ahora le era casi imposible
reconocer aquello. La casa donde ella había vivido siempre, donde se
escuchaba la voz de sus padres, estaba ocupada ahora por gentes a las
que no conocía y a las que tampoco hubiera querido conocer. Pero si
los muebles eran otros, si en el lugar del arca donde ella se escondía
de pequeña había ahora una estantería; las paredes, sin embargo, eran
las mismas. ¿Por qué entonces le costaba tanto trabajo reconocerlas?
Recordaba que de niña había escrito con una piedra en un balcón: "papá
y mamá". ¿Lo encontraría quizás ahora? Y estaba ya en el balcón bus-
cándolo cuando oyó que alguien la llamaba: "Niña, ¡a cenar!" ¿No era
ésa la voz de su padre? Ha debido llegar de la oficina, pensó, y está de
buen humor porque oigo a mamá reírse. Pero, ¿por qué estoy yo en el
balcón?, ¿qué hago aquí?, ¿a qué jugábamos?: "Jugábamos a esconder-
nos", oyó a su hermana decirle, pero ¿dónde estaba su hermana que no
la veía? ¿Cecilia, dónde estás? "No soy Cecilia, soy Carmenchu", oyó que
contestaba su otra hermana, pero tampoco a ella la veía. ¿Qué le pasaba
que no veía a nadie?, ¿por qué estaba llorando?, ¿por qué había crecido
tanto? "Mamá, ¿por qué soy tan alta si sólo tengo siete años? Mamá,
contéstame, ¿dónde estáis todos?, ¿por qué os escondéis? Ya no quiero
jugar, no esconderos, salir de donde estéis. Salir mamá, salir, volver a
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Ser o parecer
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Identidad sexual
La sexuación del sujeto, es decir, su elección sexual ocupa el lugar de
la metáfora paterna —Nombre-del-padre sobre Deseo de la madre—,
metáfora cuya acción produce la significación fálica y la dialéctica del
ser y del tener, o sea las dos vertientes de la lógica atributiva del falo.
Esto quiere decir que las relaciones entre los sexos girarán alrededor
del ser y del tener, en la medida en que dichas relaciones remiten a un
significante privilegiado: el falo. El significante falo organiza el ser y el
tener y su lógica, pero no es el significante falo lo que se tiene o lo que
se es. La metáfora paterna y la lógica atributiva del falo conducen al
niño al juego de las identificaciones edípicas, esto es que la posibilidad
de situarse como hombre o mujer está directamente relacionada con la
simbolización de la ley y de la castración. Una vez más, la elaboración
del concepto de falo en cuanto significante permite desenredar de otra
manera las dificultades de la identidad sexual.
En el Seminario v, Lacan desarrolló la significación del falo como la
significación propia de la comedia. Sostiene que como los seres hablantes
no pueden ser hombres o mujeres en un sentido instintivo, a ambos sexos
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Bibliografía
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Buenos Aires, 1994.
Milmaniene, José E., La función paterna, Ediciones Kargieman, Buenos
Aires, 1989.
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Sofía Rojo Arias
C
uando el ezln pretende representar un proyecto de nación
distinto respecto al del gobierno, más abarcante, más univer-
salista y más "originario", está construyendo al mismo tiempo
una legitimidad, garante de su acción. En este artículo pretendemos
mostrar cómo ésta se va gestando en el discurso del ezln, a través de
sus comunicados.
La legitimidad que se pretende está asentada en la pregunta ¿quié-
nes somos?, es decir, quién es quien afrenta al gobierno.
No podríamos entender cómo se construye, discursivamente, la
identidad del ezln sin prestar atención a la historia, concepto central
que, junto al de identidad, va configurando los porqués, el desde dónde
de la lucha.
La historia juega un importante papel en la argumentación del ezln,
no sólo como legitimación de la lucha por su carácter "milenario", sino por
su participación en la construcción de la identidad étnica; la permanen-
cia en el tiempo permite encontrar lazos entre el pasado y el presente, el
relato histórico-biográfico va gestando la "comunidad imaginaria",1 for-
taleciendo los sentimientos de pertenencia, de identificación que ofrecen
coherencia tanto a la comunidad como a su accionar actual.
El rescate del pasado —la identidad— confiere legitimidad a las
luchas presentes y sentido a la lucha por el futuro.
* Este artículo es una versión reducida de "Los usos de la historia: memoria y olvido
en los comunicados del ezln" que aparecerá en Perfiles latinoamericanos, Facultad Latinoa-
mericana de Ciencias Sociales, núm. 9, julio-diciembre, 1996.
1
Ver este concepto en G. Giménez, "La identidad social o el retorno del sujeto en
sociología" en Versión, núm. 2, abril, uam-Xochimilco, México, 1992
313
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Historia e identidad
¿Para qué apelar a la historia? Es un lugar común entre los historiadores
la pregunta, los porqués y los para qués, y parece haber acuerdo en torno
a la idea de que el interés por la historia responde a una necesidad de
explicar el presente remitiéndonos al pasado; sin embargo, este pasado
sufre transformaciones en función del presente que se quiere comprender.
Ningún conocimiento es "ingenuo" y tampoco el interés histórico lo es,
a saber, la pregunta por el pasado suele ir acompañada de una búsque-
da determinada, de un interés particular; también es un lugar común
reconocer que, en ocasiones, el ejercicio de la llamada "historia oficial"
está ligado a la práctica política, a la justificación de las instituciones y
la manipulación que resulta de ello; también podemos encontrar una
historia "de los vencidos" que responde a ciertos intereses, ya sean éstos
identitarios (mantener viva la memoria identitaria) o reivindicativos.
314
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Los mismos, los mismos..., pero ¿de qué historia se reclama heredero
el ezln?, ¿de qué mitos, de qué fragmentos?
Se busca la herencia de una Revolución que, a pesar de los años
transcurridos, aún conserva un fuerte potencial explosivo. Para no dar
por muerta a la Revolución se rescata de ella lo que ella misma ha des-
cartado, se critica el sistema político y la realidad económica a que ha
dado lugar4 y así se reivindican los héroes "fracasados", aquéllos que no
2
Hector Aguilar Camín, Saldos de la Revolución, Ed. Nueva Imagen, México, 1982,
p. 249.
3
Todos los textos del ezln están extraídos de: La palabra de los armados de verdad y
fuego, entrevistas, cartas y comunicados del ezln, 3 vols., Fuenteovejuna, México.
4
Hector Aguilar Camín, ibid.
315
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5
Es común en los discursos del ezln la continuidad entre Zapata y Jaramillo; ambos
líderes campesinos "traicionados", incontaminados; ver el artículo de Marco Bellingeri:
"Rubén Jaramillo: el último zapatismo" en El buscón, núm. marzo/abril, 1993, México.
6
Giménez, op. cit.
316
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7
Giménez, op. cit., p. 192.
8
Giménez, op. cit.
9
"La contradicción entre las identidades étnicas y la identidad nacional tiene su
origen en que al postular las nuevas identidades nacionales como las únicas legítimas, se
pretende eliminar la pretensión de control exclusivo que cada pueblo reclama sobre su
propio patrimonio cultural." Bonfil Batalla, citado por Valdés, E. G. en "El problema ético
de las minorías étnicas" en Ética y diversidad cultural, L. Olivé, (comp.), Fondo de Cultura
Económica, México, 1993, p. 32.
10
Bonfil Batalla: "Historias que no son todavía Historia" en Historia, ¿para qué?, op.
cit., p. 244.
317
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11
En el texto de Paloma Escalante Gonzalbo encontramos unas afirmaciones de
Patrocinio González Garrido (ex gobernador del estado de Chiapas) donde se afirmaba
(en el programa de gobierno para 1988-1994) que: "La caracterización de la frontera
sur del estado se expresa en la riqueza y diversidad de sus estaciones culturales. El
reconocimiento y respeto de la pluralidad cultural en la relación entre nación y región
puede desembocar en la construcción de elementos de identidad cultural legítimamente
nacionales, basados en el respeto de las diferencias culturales.", "Cambio y políticas
modernizadoras en Chiapas" en Diana Guillén, Chiapas. Una modernidad inconclusa, op.
cit., p. 29. La autora se pregunta cuáles son los elementos legítimamente nacionales,
quién decide cuáles son y qué ocurre con aquellos que no obtienen la categoría. Con
estas preguntas, se sitúa en el problema de la difícil coexistencia, al interior de una
nación, de pertenencias plurales; del derecho que se arroga un grupo para decidir qué
es lo legitímamente nacional y qué no lo es, lo cual ya es una cuestión del dominio y
hegemonía políticos que tiene un grupo concreto.
12
Constantino, Mario, "Nación y etnicidad. El debate de las autonomías", borrador,
Flacso, México, 1996.
13
Tampoco la imagen idílica del indígena ayuda mucho a su plena integración ciuda-
dana, es más, podríamos verla como la contraparte "positiva" de la intolerancia. Cita Gimé-
nez, op. cit.: "El verdadero México no se encuentra en las ciudades... La verdad de México,
la realidad profunda, la esencia de nuestro ser auténtico se encuentra en los pueblos, en las
aldeas, por esos caminos recorridos por el solo indígena". Consideramos que la concepción
de lo profundo, de las verdaderas esencias de lo mexicano han aportado también distancia-
miento entre el mundo indígena y el "México ciudadano".
318
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Como afirma Giménez y podemos verlo en los textos del ezln, los
procesos de identificación nacional rara vez se conducen unilateralmente
por los canales establecidos para ello y es usual la constatación de diver-
sas formas de integración generadoras del sentimiento de pertenencia;
señala que, en el interior del país, coexisten modos de integración a la
Nación colectivos, como miembros de un grupo y no como ciudadanos
individuales".15
En efecto, una de las características de la "historia" que pretende
recuperar el ezln radica, precisamente, en la glorificación de la partici-
pación indígena en la construcción de la nación ("somos los herederos
de los verdaderos forjadores de nuestra nacionalidad"), en el respeto a la
historia en tanto "historia mayoritariamente indígena" que ha sido rele-
gada al olvido; el carácter de originarios es el "arma" que se utiliza para
criticar su exclusión de la nación; así pueden afirmar que la Guerra de
14
A. Breton y J. Arnauld (coords.) Los Mayas. La pasión por los antepasados, el deseo de
perdurar, Ed. Grijalbo, México, 1994, p. 10
15
"Así, por ejemplo, los zapotecas de Juchitán se sienten parte de la nación mexicana
y saben conjugar su lealtad étnica con su lealtad nacional. Pero su sentido de pertenencia
a la nación es peculiar: se integran a la comunidad nacional no como individuos ciuda-
danos, según quiere la ideología republicana liberal, sino como etnia, hasta el punto de
que la historia nacional que ellos comparten y celebran es, en buena medida la historia de
las contribuciones juchitecas a la construcción y a la historia de la nación, Giménez, G.:
"Apuntes para una teoría de la identidad nacional" en Sociológica, núm. 21, uam, Azcapo-
tzalco, México, 1993, p. 25.
319
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16
Breton, Alain, Los Mayas. La pasión por los antepasados, el deseo de perdurar, op. cit.
320
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17
lbid., pp. 155-153.
18
La dignidad tiene que ver, necesariamente, con la recuperación de la identidad
colectiva, y ésta, a su vez, con la de fundamentar las luchas; véase el artículo de Ernest
Cañada: "Chiapas: la resistencia desde la comunidad" en Mientras tanto, núm. 64, Bar-
celona, invierno, 1995, donde aparece esta idea ligada a un aspecto interesante; el autor
afirma que la importancia del concepto de dignidad radica en que permite reconstruir
una identidad (antes surgida del ámbito laboral) que avale los proyectos emancipadores.
La interpretación de Cañada recupera los vínculos entre los mecanismos del ezln y los
movimientos obreros de otros tiempos.
321
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19
M. P. Lara, La democracia como proyecto de identidad ética, Anthropos y uam Ixtapa-
lapa, Barcelona, 1992, p. 125.
20
Somos conscientes también de que la denominación "sin rostro" alude a un po-
tencial de identificación que abarque a cualquier mexicano; sin embargo, consideramos de
mayor relevancia el aspecto de privación de individualidad que ello conlleva.
322
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21
R. Laughlin, Los Mayas..., op. cit., p. 114.
22
Ibid, p. 183.
23
Ibid, p. 184.
24
Guiomar Rovira, ¡Zapata vive! La rebelión indígena de Chiapas contada por sus prota-
gonistas en Cañada, op. cit., p. 82.
25
El modelo de comunidad está extraído del libro de F. Escalante: Ciudadanos ima-
ginarios, El Colegio de México, 1992.
323
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26
"La identidad indígena se organiza en torno a este trabajo comunal, mas que en
elementos de orden cultural, como la vestimenta o la lengua, que pasarían a un segundo
plano. La comunalidad [...] descansó en el trabajo, nunca en el discurso, es decir, el trabajo
para la decisión (la asamblea), el trabajo para la coordinación (el cargo), el trabajo para la
construcción (el tequio), y el trabajo para el goce (la fiesta). La comunalidad es trabajo y
realización humana cotidiana", J. Martínez Luna, en Cañada, op. cit., p. 84. El autor destaca
la importancia del trabajo para la formación de la comunidad, pero surgida de la necesidad
de subsistencia, origen de su organización colectiva. El problema de la tierra es, pues, un
problema material, pero también un problema de gestación de identidades muy fuerte.
27
Un componente central de lo que se ha llamado ideal de la comunidad está impli-
cando la verdad y la transparencia, frente a los fenómenos "modernos", desintegradores,
de "desencantamiento del mundo".
324
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28
Los efectos de la mirada, de la vigilancia, en el mundo moderno, sobre el "acusa-
do", han sido estudiados y puestos de manifiesto por Foucault; "De ahí el efecto mayor
325
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326
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A modo de conclusión
Las aspiraciones del ezln de arribar a una integración a la nación previo
reconocimiento de su participación en la Patria con un proyecto que
pueda presentarse como alternativo, están ligadas a la búsqueda de
ciudadanía para el indígena, pero también para todos aquellos que han
sido excluidos de los derechos y deberes de la misma. El nuevo proyecto
deberá ser incluyente, universalista, para diferenciarse del actual.
Cuando el ezln reivindica el factor indígena de su lucha está im-
plicando el reconocimiento del "otro" como "otro"; en él se inscribe el
debate de la autonomía indígena, el respeto a la diferencia y respeto en
tanto iguales portadores de derecho. En este debate actual se postula,
desde diversos frentes, una noción normativa de la democracia entendida
como forma de vida, como espacio público que permitiera la constitución
de identidades.
Lo que el ezln plantea, en el marco de las reivindicaciones étnicas,
es una lucha por el derecho a la identidad, identidad que debería for-
marse en el marco de un debate abierto a la especificidad del otro.
Este es el sentido otorgado a la lucha por la historia, por la recupe-
ración de la memoria, forjadora de identidad colectiva y arma de crítica
al presente. Es esta identidad recobrada y potencialmente actualizada
(respetada) en un espacio público, en un nuevo proyecto de nación,
una de las fuentes de legitimidad que el ezln esgrime contra el gobierno:
la legitimidad que le concede presentarse como la comunidad olvidada,
pero originaria, de la nación.
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E
l vocablo feminismo empezó a utilizarse en México en los últi-
mos años del siglo xix; para principios del siglo xx el término se
había vuelto de uso común en los medios cultos de la capital del
país. En esa época el feminismo reivindicaba la igualdad entre los sexos
en lo relativo a la capacidad intelectual y a los derechos educativos de
hombres y mujeres y, al mismo tiempo, propugnaba por la valoración
de una serie de atributos subjetivos considerados característicos del sexo
femenino: la capacidad emocional, la dulzura y la superioridad moral,
entre otros.
Enraizado en el pensamiento liberal, el feminismo veía en la edu-
cación laica y racional de las mujeres el camino que permitiría alcanzar
sus metas principales: la dignificación del papel de esposa y madre, y la
ampliación de la influencia de las mujeres en la familia y de los márgenes
de su autonomía individual.
Centrado en estas reivindicaciones, el feminismo de fines del siglo
xix y principios del xx daba un lugar secundario a la igualdad de derechos
ciudadanos. La participación política femenina se veía si acaso como una
realidad deseable, pero posible sólo en el largo plazo.
Antes de que el término feminismo se hiciera de uso corriente,
las ideas de emancipación de las mujeres se manifestaron a través de
varias revistas femeninas, aparecidas en la ciudad de México a partir de la
década de los ochenta del siglo xix, que buscaban ampliar los horizontes
culturales femeninos y enaltecer el papel de esposa y madre de familia.
Con excepción de la más antigua, El Correo de las Señoras (1881-1893),
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1992 (Las ciencias sociales).
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los amantes siempre temen (¿o madre que pare con dolor al pue-
desean?) la mirada de la niña blo redimido por el sacrificio en la
cuando hacen el amor; y quien es- cruz, y luego lo amamanta con su
cribe provoca (¿presiente, espera?) sangre, pareciera pertenecer sin
las escenas en el claustro, escenas violencia al mundo del claustro
visuales. La visión de los perros donde las místicas sangran y se
copulando en el patio se superpone crucifican por amor. La aplicación
a la imagen de los amantes cuando de las metáforas religiosas al ima-
ella se pone en cuatro patas ("como ginario erótico no sólo identifica el
perra"). Las imágenes del retrato estado de disolución por amor ó la
restaurado se superponen (en pa- fusión con Cristo en que culmina
limpsesto) a las imágenes de la la destrucción corpórea de la monja
niña que insiste en abrir las piernas mística— con el enamoramiento,
cuando todo el mundo sabe que sino que va poblando el mundo
esa no es una postura "decente" en conflictivo y doloroso de la separa-
las mujeres. La visión de las uñas ción de los amantes con imágenes
pintadas de rojo que hieren la carne de destrucción y disolución: los
del amante se superpone a las uñas surcos que trazan las lágrimas en
sucias de las manos de la niña, pero las mejillas igualan el rostro del
también a las uñas largas de sus Cristo con el del amante; los ara-
pies cuando le pide al amante que ñazos del éxtasis amoroso también
se las corte. El torso desnudo de son marcas en la piel después de
la monja flagelada se superpone la pelea y son las heridas siempre
al torso de quien se desnuda al abiertas de la continua flagelación.
momento de escribir. Los espacios paralelos del mundo
Al final, a la imagen religiosa, y del claustro se funden tal vez
al crucifijo sobre el cual se funde en esa descripción que identifica
sor Lugarda de la Encarnación (¿o la náusea de la monja ante la sola
es Teresa Juana?) después de di- visión del alimento terreno con el
solver su cuerpo en el ayuno y el estremecimiento del orgasmo de
tormento, se superpone la imagen la amante.
del amante en el momento de la La construcción de Apariciones
ruptura, para fijar la identificación está diseñada en la recurrencia,
del amo con el Cristo. la repetición, el reflejo. El juego
El imaginario religioso que recu- textual va produciendo espejismos
pera Glantz en Apariciones constitu- en lugar de personajes. El recurso
ye un juego metafórico inquietante. a todas las personas verbales arma
La comparación de Cristo con una una estructura siempre dialógica
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* Tomado de Magazine Littéraire, núm. 334, julio-agosto, 1995, París. Agradecemos a esa
revista el permiso para la publicación de esta reseña.
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1
J. García Ponce, "Reseña de Poesía en voz alta, en que se representaron Andarse por las
ramas, Los pilares de doña Blanca y Un hogar sólido", Revista de la Universidad de México,
vol. xi, núm. 12 (1957), p. 29.
2
E. Carballo, "La vida y la obra de Elena Garro" en Sábado (supl. de Unomásuno) 168,
México, 24 de enero de 1981. Después, este artículo apareció incluido en E. Carballo, Pro-
tagonistas de la literatura mexicana, sep, México, 1986 (Lecturas Mexicanas, 2a. serie 48).
3
M. Robles, "Elena Garro" en La sombra fugitiva. Escritoras en la cultura nacional, unam,
México, 1985, p. 132; F. Bradu, "Testimonios sobre Elena Garro" en Señas particulares: escritora.
Ensayos sobre escritoras mexicanas del siglo xx, fce, México, 1987, p. 14.
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4
Comparto la opinión crítica de Ana Bundgard, quien afirma que "tomando en con-
sideración toda la obra [de E. Garro], no se puede hablar de cortes, sino de evolución, de
transformación dialéctica y de constantes discursivas", cf. "La semiótica de la culpa" en
A. López G. (ed.), Sin imágenes falsas, sin falsos espejos. Narradoras mexicanas del siglo xx, El
Colegio de México, México, 1995, p. 133.
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a las condiciones de la maldad, a la nos dice: "ésa era la casa, ese era
obediencia al verdugo, a la trans- su destino [...] Inés, que por un ins-
formación en víctima. Sin embargo, tante reculó, como si algo le dijera
el acercamiento de Elena Garro en que no debía entrar ahí" (p. 9). Las
Inés parece vincularse más con el casas se abren como espacios de
espíritu de Georges Bataille y, so- la abyección. Curiosamente, se da
bre todo, con el Pierre Klossowski una coincidencia entre el nombre
de Roberte esta noche (1953), en de la escritora sinaloense y el nom-
tanto en la experiencia del ritual bre del personaje de Elena Garro.
maligno se cumple la destrucción Pura coincidencia, tal vez.
de la exterioridad para acendrar Inés, la doncella española, se
una interioridad, que pugna por lo despide de la Madre Superiora y
"impecable", tema central en Inés; entra a una casa en el barrio más
o como bien lo expresa Juan García elegante de París; tras ella se cierra
Ponce en su estudio sobre Roberte la puerta que clausura su persona,
esta noche: su libertad de movimiento, su
lo que está en juego es la verdad del cuer- contacto con la realidad exterior,
po y su posibilidad de reflejar, hacién- su vínculo con la realidad exte-
dola aparecer a través de él, la verdad
del espíritu; pero en este juego lo que se
rior, su vínculo con la Historia, su
apuesta también, inevitablemente, es la posibilidad de asir el pasado me-
identidad del yo. diante los recuerdos y cancela su
Sin duda, Inés (escrita según confianza para construir un futuro
informa Elena Garro en 1972), esperanzador.
por su temática, entra también en Inés queda atrapada, y también
una relación intertextual con algu- los lectores que, al penetrar al texto,
nos textos de los escritores mexi- permanecerán cautivos por el sus-
canos de la generación de Medio penso y experimentarán una cre-
Siglo, en especial con Inmaculada o ciente sensación de claustrofobia,
los placeres de la inocencia (1989) de atados por el texto. "No temas ir a
Juan García Ponce, y "La Sunamita" un país extranjero. Vas a un lugar
y otros textos de Inés Arredondo, impecable" (p. 7), le informa a Inés
que se asemejan por la llegada de la Madre Superiora.
la joven pura al espacio del vicio En la novela se produce una
o la contaminación. En "La Suna- oscilación entre el afuera geográ-
mita" el personaje narra: "Me sequé fico imaginario —España como
las lágrimas y no sentí que llegaba, el espacio de referencia para Inés,
sino que me despedía" (p. 126) y en Jesús y el Señor Enríquez; Sudamé-
Inés, el narrador casi-omnisciente rica para los otros huéspedes— y
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Hay quienes han hecho de la ex- La discusión pasa por la propia piel
tranjería una preocupación central de cada una.
en su obra. Pienso, por ejemplo en ¡Qué lástima que yo no tenga una patria!
Max Aub, ahora reciclado gracias —escribió León Felipe
al discurso presentado por Antonio ni una tierra provinciana,
Muñoz Molina en su ingreso a la ni una casa
Academia Española.
solariega y blasonada
Max Aub no podía olvidar y no podía
volver, y su destiempo, su expulsión ni el relato de un mi abuelo que ganara
del presente era más grave y amargo na batalla,
que el destierro. De esas imposibilida-
des está hecho lo mejor de su literatura. ni un sillón viejo de cuerpo, ni una
mesa, ni una espada.
La extranjería puede ser vista
como una condición inherente al Pero, aunque podamos estar
ser humano. Todos somos extranje- de acuerdo con esa idea de una
ros para los demás; somos "el otro". extranjería esencial, existe algo
Así lo propone Amarillo, una de las más concreto que es el vivir en un
participantes en la mesa redonda territorio distinto al de origen, por
organizada por debate entre sus las razones que sea.
miembros extranjeros [y en la cual Ya los romanos imponían a los
no estuve]. Ella dice: "Yo univer- que el poder consideraba sus ene-
salizo mi condición de extranjera. migos, el castigo del destierro; el
(...) Siempre estamos fuera de la desarraigo.
tierra de origen". En ese sentido, "Separación, migración, en-
todos y todas estaríamos fuera de carcelamiento, excomunión, de-
ese paraíso que coincide con el portación: el exilio tiene muchas
tiempo ido. "La vida de un hombre causas", dice Serge Moscovici en
es un largo rodeo alrededor de su su artículo llamado, precisamente,
casa", escribe el argentino Héctor "El exilio". "Tienen, en cambio, un
Tizón; alrededor de una casa a la solo efecto: desarraigar. Crear una
que nunca se puede volver. Quién situación precaria, una posición al
no quisiera recuperar los primeros margen, pero sobre todo un mundo
sabores, los primeros olores, las invertido."
primeras sensaciones de su vida. El exilio es uno de los ejes del
Alguien en la mesa citaba ese tema de la extranjería de la mesa
conmovedor verso de la "Zamba redonda. El exilio del que habla
para la tierra de uno" de María Cristina Peri Rossi en su poema:
Elena Walsh: "porque el idioma de "Tengo un dolor aquí, del lado de la
infancia es un secreto entre las dos". patria." "Cuando dicen: 'Que pase
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Homofobia en Mexicana de Aviación
Introducción
E
l 1 de diciembre pasado, dos turistas norteamericanas que re-
gresaban a su país después de vacacionar en Puerto Escondido
fueron detenidas en una escala de su vuelo a San Francisco, en la
ciudad de Guadalajara, porque "un pasajero se había molestado por su
comportamiento", y la tripulación del avión de Mexicana les impidió que
continuaran el viaje. Durante las horas que siguieron, a pesar de haberse
conducido de manera totalmente correcta, Livit Callentine y Holly Babe
Faust se enfrentaron al prejuicio y la intolerancia por su condición de
lesbianas. Transcribimos aquí su versión de los hechos.
25 de febrero de 1996
Cía. Mexicana de Aviación S.A. de C.V.
Gerencia de atención al cliente
A. P. 39-211
15620 México, D.F.
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nuevo le preguntó cuál era el problema, y él dijo que había visto a Livit
sentada en las piernas de Holly, y también mencionó a la pasajera que
se había quejado. Dado que el capitán no podía afirmar exactamente
cuál era el comportamiento qué quería que se dejara de hacer, Holly
sugirió que observaríamos un nivel de decoro que parecía ser lo que él
pretendía, para que pudiéramos regresar a San Francisco. Él le informó
a Holly que consideraba que estábamos mal y éramos inmorales, y que
"los mexicanos en el avión tienen una moral distinta y lo que ustedes
estaban haciendo está mal". Holly le dijo que pensaba que él era el
que estaba mal, pero que respetaríamos las normas que él imponía con
el fin de regresar a nuestra casa a San Francisco lo antes posible. Le dijo
al capitán y a Martín que no estábamos haciendo nada malo, y desde
luego nada diferente de lo que cualquiera de ellos habría hecho con su
esposa en público. Ambos estuvieron de acuerdo, y el capitán aceptó
que permaneciéramos en el avión.
Holly se regresó al asiento y, poco tiempo después, vino el capitán.
Nos informó en un tono muy agresivo que él podría aterrizar donde
quisiera, y que así lo haría si "hacíamos algo". Livit le preguntó al ca-
pitán su nombre, y no sólo se negó a darlo, sino que nos dijo que no se
nos permitiría volar en ese avión, y luego abandonó el aparato. Varios
guardias de seguridad entraron entonces al avión y nos pidieron que
nos bajáramos, mientras movían físicamente nuestras pertenencias sin
nuestro permiso. Mientras tanto, Holly hablaba con Martín, solicitando
que llamara al capitán para discutir con él la situación, pero Martín in-
sistió en que no podía hacer nada ahora que el capitán se había bajado
del avión. Por fin, se nos escoltó hasta que bajamos del avión; tuvimos
que insistir en que bajaran nuestro equipaje y nos lo devolvieran. Técni-
camente, podría decirse que fuimos secuestradas; nos dieron vueltas por
el aeropuerto en una camioneta durante lo que pareció varias horas con 5
guardias de seguridad y 2 supervisores en plena noche en un aeropuerto
extranjero. Además, nadie nos quería decir dónde íbamos o cuándo nos
soltarían (Estábamos totalmente a merced de estos hombres; tenían un
control total sobre nuestro futuro, ya que no sabíamos dónde estábamos
ni cómo regresaríamos a nuestra ciudad sin su ayuda.) Aparentemente
nuestros guardias no sabían qué hacer con nosotras, ni tampoco sus
supervisores a quienes aquellos pedían instrucciones constantemente.
Por fin nos llevaron a una oficina pequeña para hacer un informe. En
ese momento nos permitieron leer el informe del capitán, y allí nos
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desesperación que sentimos durante todo el asunto, tuvo como resul-
tado que Holly sufriera de un ataque serio y prolongado de influenza
(incluidos 7 días en que no pudo ir a trabajar). Cuando nos bajaron del
avión, no nos dijeron adónde nos llevaban, y no sabíamos si nos harían
algún daño. Tuvimos miedo. Cuando nos pasaron por la fila de pasajeros
que esperaban para abordar el avión sentimos humillación y vergüenza.
Los mismos sentimientos surgieron mientras nos escoltaban a través de
la terminal hasta la oficina, y luego al mostrador de venta de boletos.
Todos nos miraban, como si hubiéramos hecho algo malo. No hicimos
nada malo. Éste es un caso claro de discriminación y acoso. México y
Mexicana de Aviación deberían entrar al siglo XXI y darse cuenta de que
la discriminación y el acoso son innecesarios, desagradables e impru-
dentes. Toda empresa comercial que tenga la esperanza de sobrevivir
hoy y mañana haría bien en considerar el impacto que tales violaciones
ultrajantes de los derechos humanos pueden tener sobre la percepción
y los ingresos públicos.
¿Cómo desea que se resuelva esta denuncia?
Queremos el reembolso completo del precio de nuestros boletos
(US$1270), reembolso del cuarto de hotel (US$80) y US$200,000 por el
dolor, el sufrimiento y la angustia emocional. Queremos que Mexicana
de Aviación presente una disculpa pública a la comunidad homosexual
(revisada y aprobada por nosotros y nuestro abogado) en las siguientes
revistas y periódicos: San Francisco Chronicle, San Francisco Bay Times,
ny Times, la Times, The Advocate y un periódico mexicano importante.
Queremos que Mexicana de Aviación prepare y realice un programa de
entrenamiento para la diversidad para todos sus empleados. Queremos
que se castigue al capitán (incluyendo su nombre en la disculpa pública
y no permitiendo que viaje a San Francisco hasta que se haya disculpado
y concluido su entrenamiento para la diversidad, etc.). Esperamos tener
su respuesta dentro de los próximos 30 días a partir de la recepción de
esta denuncia, para empezar a discutir cómo pueden lograrse eficazmente
la disculpa, el programa de entrenamiento y la acción disciplinaria con
nuestra participación.
Estamos preparadas para lanzar un boicot mundial de Mexicana de
Aviación si estas solicitudes no se cumplen. Hemos establecido contacto
con fundaciones de derechos humanos y de gays y lesbianas así como
organizaciones políticas de Estados Unidos e internacionales, las cuales
están dispuestas a llevar a cabo el boicot, si nosotras lo autorizamos.
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México turístico
Con su Seguro
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Emocionante
Con su
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María Inés García Canal. Nació en enero de 1964. Es profesora e investi-
gadora de la uam-Xochimilco (Política y Cultura) y colabora con mucho
placer en el pueg-unam. Desde hace varios años lee a Michel Foucault.
Juan Gelman. 1930, argentino, poeta. Su obra abarca, entre otros títu-
los, Violín y otras cuestiones (1956), Velorio del solo (1961) y recientemente
Salarios del impío (1993). También ha desarrollado una intensa labor
periodística: Panorama (1970), La Opinión (1971/1973), director de la red
latinoamericana de ips (1975/76). En 1976 debió abandonar Argentina
por razones políticas. Actualmente reside en México.
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Marysa Navarro. Historiadora. Directora de Estudios Latinoamericanos
de la Universidad de Darmouth, Hannover, nh.
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