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2° Medio - U1

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Asignatura: Lengua y literatura

Curso: 2° Medio

Unidad N°1: “Sobre la ausencia: exilio, migración e identidad”.

NOMBRE: ______________________________________________________________ FECHA: _____________

Objetivos:
- Analizar un cuento latinoamericano con temática de migración.
- Reconocer la existencia de intertextualidad entre diferentes textos literarios y no literarios.

¡Hola!, soy Lisa Simpson. Como ya sabrás, soy una niña muy aplicada, y averigüé que estás
viendo la Unidad N°1 “Sobre la ausencia: exilio, migración e identidad”.
Hoy te acompañaré como tu tutora personal. ¡Te invito a que revisemos la migración en la
literatura contemporánea!

Esta guía se trabajará en forma individual y grupal. Cuando me


veas con mi hermano Bart, deberás reunirte con un
compañero para realizar la actividad que se solicite.
¡Mucho éxito!
Le pedí a la profesora que me colaborara en mi misión, y ella muy amablemente pondrá la
canción que abrirá nuestra temática.

Te dejo el link por si quieres buscar la canción “La gran capital” de Manuel García.
https://www.youtube.com/watch?v=mS5ODsIlWqI

“La Gran Capital”

Llegué a Santiago provinciano y Martín Rivas Cuando era niño jugué a la Gran Capital
salió a mi encuentro en el metro las gallinas y ahora en serio con los dados del destino
que yo guardaba en mi pecho, me cantaban voy avanzando los cuadritos de un camino
Martín Rivas. en la ciudad.

Me cantaban las gallinas en el metro Me cantaban las gallinas en la esquina


que allá en mi población la noche es un que allá en mi población la noche es un
poema poema
que mi patio, mis amigos, las estrellas que mi patio, mis amigos, las estrellas
están en mí. están en mí.

Mi sombra apunta hacia el Mapocho y mis El diablo incendia las ventanas al poniente
zapatos y en el oriente una monja es la cordillera
dan con la prisa, en la micro, en el peldaño que espera siempre a que abras las
y en las esquinas con los ojos voy tomando ventanas
fotografías. y las puertas.

Fotografío mi zapato en el peldaño, El diablo incendia las ventanas al poniente,


en el Mapocho mi sombra se ha dado un cantan gallinas, cantan monjas al oriente
baño que un provinciano se ha marchado,
y en las esquinas con los ojos voy tomando que un provinciano se ha marchado,
fotografías. que un provinciano se ha marchado.
La palabra PROVINCIANO, según la Real Academia Española, se define como:

1.Natural o habitante de una provincia, en contraposición al de la capital.

2. Perteneciente o relativo a una provincia o a sus habitantes.

De acuerdo con lo que escuchaste y leíste, responde las preguntas que aparecen a continuación.

1. Mencione dos relaciones de intertextualidad (2 pts.)


………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………
………………………………………………………………………………………………………………………………………………………..……

2. ¿Cuáles son las características que tiene el provinciano descrito en la canción?


………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………
………………………………………………………………………………………………………………………………………………………..……
ACTIVIDAD N°2

INSTRUCCIONES:
1. Lee atentamente el texto y realiza las actividades propuestas.
2. Utiliza estrategias de compresión lectora (subraya, realiza anotaciones al margen, etc.)

Chufa

Alejandra Costamagna
"Últimos fuegos"
Ediciones B. Santiago, Chile, 2005. 169 páginas

Se llama Roberto Soto pero, nadie sabe muy bien por qué, le dicen Chufa. No llega a los veinte
años, tiene el pelo liso y muy grueso y unos pómulos abusivamente hundidos. Una cara filuda
tiene. Una cara, se diría, chupada por el propio filo de sus hendiduras. Chufa nació en el sur y
ahora, a las ocho de una noche de diciembre, está en la capital. Después de la muerte de sus
padres no le quedó otra salida. O sí: podría haber azotado calles en el sur. Prefirió azotarlas en
el centro, en la latitud 33 o por ahí, y entonces subió a un bus provincial,
llegó a la capital de la región, subió a un bus nacional, llegó a la capital
del país y aquí está: en el rodoviario, como llama la gente ahora al
terminal de buses, con un par de billetes y algunas monedas sueltas en
el bolsillo, y la intuición de hallarse en la mitad de un hormiguero, de ser
él mismo una hormiga cualquiera. Peor: una hormiga cualquiera y sin
trayectoria definida. Chufa mira a un perro amarillo y piensa que los
perros del sur tienen el pelo más liso que los del centro. El perro que él
mira, sin embargo, es excepcionalmente crespo. No es que todos los
perros capitalinos luzcan rulos de mulato. Pero eso el muchacho aún no
lo sabe. A Chufa le gustan los perros. Si ahora mismo se sacara el suéter,
uno podría ver que su polera tiene estampado el dibujo de un perro. Es
un perro siberiano, y lo curioso de la ilustración es que el perro lleva a
un hombre amarrado de una correa. Lo lleva de paseo.
Chufa está cansado y se sienta en un banquito de la estación a comer un
pan que ha traído del sur. Al frente se instala un viejo pascuero. Saca una
radiocasete de un bolso y aprieta play. Pascua feliz para todos: el
estribillo retumba en la estación de buses mientras el viejo hace karaoke
con una sonrisa inestable. Sus labios, en esa postura, parecen un trocito
de bistec mal cortado. Chufa lo mira y siente ganas de cantar. Pero no canta: en realidad le carga
cantar.

Las siguientes son horas de espera. ¿De espera de qué? Chufa no lo sabe, pero su actitud es la de
alguien que espera con paciencia, con infinita y tranquila y casi zen paciencia. Una actitud más
propia de Séneca o de algún griego arcaico que de un muchacho de provincias estacionado de
súbito en la gran capital. En algún minuto de la tarde decide que ya es hora de moverse y saca
del bolsillo del pantalón un papel arrugado, una hojita de bloc roñosa o quizás una servilleta, y
se dirige hacia un teléfono público. Mira el número anotado en el papelito, echa una moneda en
el aparato y disca el número. Aló, tío. El tío se muestra extrañado por la presencia del sobrino.
¿Dónde estás?, pregunta. Acá. ¿Acá en la capital? ¿Y qué estás haciendo acá? El hombre sabe de
la muerte de los padres de Chufa, pero esto no se lo esperaba. Esto: la llegada repentina de su
sobrino a la capital, a su casa, puede que a su vida. Sin embargo, el tío no es ningún demonio y
al final le dice bueno, ya; vente, Chufita, vente. Desde el otro lado del teléfono le da las
indicaciones para llegar a su casa. Tienes que tomar la micro equis en la esquina equis y bajarte
en la calle equis. Chufa corta la llamada y trata de retener las últimas señas: el número de la casa,
los nombres de las calles. La verdad es que las indicaciones le parecen dificilísimas de seguir. No
tiene la más remota idea de dónde está parado; no sabe ni cuál es el norte siquiera. A la mierda
con el tío, piensa. Pero qué va a hacer: el tío es su hormiga más conocida en este hormiguero. En
el teléfono que ocupó hace unos segundos ahora hay un hombre calvo hablando sin mucho
ánimo. Cada palabra sale de su boca como un soplo difuso. Lo último que oye Chufa es "te vas a
acostumbrar, Negro, te lo digo yo". Después corta. El muchacho se acerca al hombre y le
pregunta por la calle equis o por la micro equis o por la esquina equis. El hombre exhala lo que
parece su último soplido y dice: "Camina dos cuadras hacia allá, hijo, y ahí preguntas". Chufa no
sabe por qué el desconocido lo ha llamado hijo. No le gusta que lo llamen hijo. Su padre, de
hecho, jamás lo llamó hijo. Chufa, Chufita, a lo más Roberto en un par de ocasiones. Nunca hijo.
Chufa camina las dos cuadras y pregunta. Está, en efecto, en la calle equis. Se detiene en una
esquina a esperar que pase la micro equis. En el paradero hay un viejo pascuero sin barba. Puede
que venga de regreso, se le ocurre. O de la Pascua anterior. De cualquier manera no está para la
fiesta de esta noche, eso es seguro.

La micro equis pasa a los pocos minutos. El muchacho sube y camina haciendo equilibrio por el
pasillo. El pavimento está roto y la micro da saltos de coctelera. Hacia el final del pasillo cree ver
a otro viejo pascuero. Pero no está seguro. A lo mejor, piensa, la barba blanca y el traje rojo son
casualidades. Chufa mira por la ventana con entusiasmo o con algo parecido al entusiasmo,
acaso tratando de atrapar a otro repentino pascuero en su minuto de acción. Se le ocurre que la
ciudad es un festival de viejos pascueros. Viejos y en su mayoría tristes (y se diría también
miserables) pascueros. Ya es de noche. No lleva mucho rato de viaje (pongamos, veinte minutos)
cuando la mujer joven que va sentada enfrente se acerca y le habla. Es raro lo que dice. A Chufa
le parece raro. Esto es lo que dice: oye, ¿tú estás muy apurado por llegar? Desde luego, Chufa no
tiene ni un apuro. A la mujer se le aproxima ahora un hombre y juntos comienzan a interrogarlo.
No, no está apurado; sí, claro que le gustaría ganarse unos pesitos; no, en principio no tiene
planes. No sabe a qué vienen las preguntas de la pareja, en verdad ignora si interrogatorios como
éste son comunes en esta ciudad, en este barrio al menos. O en estas micros nocturnas de la
capital. Después de un rato de divagaciones, al fin le explican lo que quieren de él. A estas alturas
Chufa se ha dado cuenta –o cree haberse dado cuenta– de que los desconocidos no son
traficantes de órganos ni asaltantes de bancos ni cafiches desvelados que pretendan meterlo en
su negocio de Navidad. No. Es todo mucho más simple y raro a la vez: el hombre y la mujer
quieren pasar la Nochebuena en un pueblo de la costa y van en esta micro camino de la estación
de trenes. Hasta ahí todo bien. El problema es que les ha entrado una duda: ¿han apagado o no
el fuego de uno de los quemadores de la cocina de su departamento? Después de tostar un pan,
ella no recuerda haber cortado el gas. Pero a lo mejor lo hizo y fue un acto mecánico. Puede que
sí, puede que no. El caso es que la duda no les permite seguir viajando tranquilos. Lo que quieren,
lo que le ofrecen a Chufa, es que vaya al departamento, vea si el fuego está prendido y lo corte si
es necesario. Y si no, nada: que se vaya y buenas noches los pastores. Por supuesto, le ofrecen
dinero como recompensa. Mientras Chufa lo piensa, la mujer le hace una confesión. Dice: ¿sabes
qué? Nos morimos de ganas de comer mirando el mar. ¿Y cómo entro?, pregunta el muchacho
de improviso. Te pasamos una copia de las llaves y se las das después a la vecina. Chufa sabe que
debe decir sí, es obvio que tiene que aceptar ya la repentina y acaso milagrosa oferta que le han
hecho. Pero algo, un instinto de indecisión muy primario, le hace vacilar. Y se pone a inventar,
como un perfecto fabulador.

Inventa el muchacho en la micro que tiene una familia y que debe llegar a cenar con ellos esta
noche de Navidad. La pareja le cree y asegura comprenderlo. Entonces aumentan la oferta. En
la cabeza de Chufa se aparece inesperadamente la imagen del tío. A lo mejor, recapacita en
silencio, puede pasar unos días en el departamentito y olvidarse del tío. A la mierda un rato el
tío. Quedarse en el departamento, que imagina con balcón y almohadas de pluma, y llamar al tío
desde la tina. Llevar el teléfono inalámbrico a la tina y llamarlo entre la espuma y las sales de
baño, chapoteando y bebiendo un trago con hielo. Tío, estoy muy bien acá, no necesito tus
enredadas explicaciones ni tu casa en la calle equis ni nada. En realidad no necesito tu gentileza.
Toma. El tío escuchará un tuuut y luego vendrá una especie de culpa muy antigua. La culpa del
miembro de una tribu que un día cualquiera ha abandonado el clan, se le ocurre a Chufa en la
micro, mientras la imagen de la tina, la espuma de la tina sobre todo, se va alejando de su cabeza.
El tío permanece ahí, sin embargo, como la esquina mal cortada de un dibujo infantil. La mujer
interrumpe sus divagaciones: ¿y? ¿Aceptas el trato o no? Y, sí, Chufa saca de su cabeza al tío,
abre los ojos y acepta. La mujer se pone muy alegre, al muchacho le da la impresión de que es
una adolescente rabiosamente feliz. El hombre la mira como se mira a una mascota, como
orgulloso de las gracias de su animalito. Chufa no puede evitar pensar en un perro cuando la
mujer le pregunta qué hará con el dinero. Un perro siberiano. Eso hará con el dinero, dice:
comprar un perro siberiano. Bonito regalo de Pascua, comenta él. Y después dice ya, niño, en la
otra esquina tienes que bajarte. Y ella: gracias, oh, muchas gracias.

Lo que viene a continuación es como una cinta acelerada. Es Chufa en el interior de su propia
cinta acelerada y dichosa. Baja de la micro, no le cuesta dar con la calle, encuentra el edificio,
sube los cuatro pisos, introduce la llave en la cerradura, abre, entra en el departamento. En el
living hay un silencio con grillos. Enciende una lámpara: lo primero que ve es la enciclopedia de
perros. Después, la colección de autitos (todos escarabajos Volkswagen: qué cosa rara, piensa)
sobre una repisa. El gas no está abierto, y sobre el tostador hay una marraqueta que Chufa se
lleva a la boca como por instinto. Después ve un pedazo de chorizo y lo corta con un cuchillo
carnicero. Pone el embutido sobre el resto del pan y da un mordisco grande, se diría rabioso. El
refrigerador no contiene muchas provisiones, pero al revisar la parte de arriba da con un pollo
congelado, que saca inmediatamente y guarda en una bolsa plástica. Vuelve al living y acomoda
la bolsa con el pollo junto a la enciclopedia de perros mientras termina de masticar
atropelladamente el pan con chorizo. Las primeras cortesías de su primera noche en la capital,
divaga. Sus pensamientos van de un lado a otro y él no hace nada por ordenarlos. Está feliz, el
muchacho. No sabe si sentarse a mirar el libro o seguir el paseo por la casa. Sin que él lo quiera,
el tío vuelve a su cabeza. Es obvio que debe llamarlo, se dice y comienza a buscar el teléfono.
Pero el teléfono no aparece por ningún lado. No hay teléfono en el departamento. Tampoco hay
balcón ni almohadas de pluma, pero qué importa: hay un libro de perros y hay una tina que
ahora empieza a ser llenada con agua tibia. No hay sales de baño pero sí espuma, y un capítulo
dedicado a los siberianos. Es primera vez que Chufa entra en una tina llena de agua espumosa,
y ahora lo hace con la enciclopedia de perros en las manos. Se mojan las páginas, pero qué
importa. Quince minutos bastan para repasar la personalidad y los cuidados básicos de un
siberiano. Cuando termina el baño de tina, y una vez vestido con sus mismas y únicas ropas,
Chufa desprende de un tirón las hojas de la letra S de la enciclopedia, las dobla y las guarda en
la bolsa del pollo congelado que ha dejado en el living. Está en eso, decidiendo qué hacer, cuando
oye la puerta y luego unas voces y un hola en voz alta, como si fuera obvio que alguien va a
responder; que él, Chufa, va a responder con otro hola muy natural y casi festivo. ¿Qué es esto?,
se pregunta. Y, como en un flechazo, piensa en correr a la cocina, agarrar el cuchillo carnicero
del mesón y enterrárselo al sujeto que repentinamente se atreve a interrumpir su prematura
felicidad. Pero lo que hace y lo que dice es otra cosa: hola, hola. Al frente tiene ahora a la mujer
y al hombre del microbús, que lo saludan nuevamente y le ofrecen una disculpa. Como si fueran
allegados que vienen a romper su solitario equilibrio. La mujer le explica que antes de llegar a la
estación se dieron cuenta de que habían olvidado los pasajes. Ya ves, dice el hombre que ahora
abraza a la mujer por la espalda, tenemos pajaritos en la cabeza. Y se ríe. Ella también se ríe. Al
muchacho no le queda otra: se ríe, con una risa tan inestable como la del viejo pascuero que ha
visto hace unas horas en la estación de buses. En todo caso, yo ya me iba, miente Chufa. Si
quieres te quedas a cenar con nosotros, ofrece muy amable la mujer. No, no, muchísimas gracias.
Ah, y el gas no estaba abierto, les informa. Ellos vuelven a reírse. Se ríen de todo, piensa Chufa.
Y repite, nervioso: yo ya me iba, en serio. Mi familia me debe estar esperando. ¿Cómo te
llamabas? Roberto, pero me dicen Chufa. ¿Por qué te dicen Chufa? Es una historia larga. Su voz
ha sonado como la de un infeliz. Bonito en todo caso, dice el hombre, solo por llenar un silencio
minúsculo pero notorio que se les ha cruzado de golpe. Todo lo hallan bonito, piensa Chufa en
medio del silencio. Bueno, anda no más, si estás apurado, resuelve la mujer. Y se despiden y
chao, chao, Pascua feliz para todos.

Antes de salir, el muchacho vuelve a pensar en el cuchillo carnicero, pero es solo una imagen.
Una imagen, en todo caso, que deja una estela como un hilito muy delgado y que lo lleva a pensar
en el sur y en eso de azotar calles, de azotarlas mejor en la capital. De azotar pollos ajenos, de
azotar desconocidos. Eso es la capital, se dice mientras camina hacia la avenida donde pasan los
microbuses. ¿Eso qué? No lo sabe: la frase ha sido arrojada al aire sin ningún razonamiento
previo. Una vez arriba de la máquina mira el pollo adentro de la bolsa y piensa que no está mal
para ser su primera Navidad en estas latitudes. Ahora tiene que encontrar un lugar donde
prepararlo. Donde preparar el pollo. Pero la verdad de las cosas es que no tiene muchas opciones.
Chufa supone que el tío se alegrará de ver a su sobrino en su casa y con un pollo en la mano.
Lean comprensivamente y resuelvan las siguientes interrogantes.

1. ¿Cuáles son los problemas o conflictos a los que se enfrenta Chaufa al llegar a la ciudad?
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2. ¿Cuáles son los sentimientos que inspira la ciudad?


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3. ¿Cómo influye el espacio físico en las acciones de Chufa?


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4. ¿Consideran que Chufa es un provinciano? Argumenten su respuesta.


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ACTIVIDAD N°3

Para sintetizar…

1. ¿Qué tienen en común el provinciano de la canción y Chufa?


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2. ¿Consideras que actualmente se sigue replicando la figura del Provinciano? Argumenta tu respuesta,
mencionando un ejemplo.
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