Paradigmas Psicológicos de Hernández Rojas
Paradigmas Psicológicos de Hernández Rojas
Paradigmas Psicológicos de Hernández Rojas
Paradigmas
en psicología
de la educación
PAIDÓS
México
Buenos Aires
Barcelona
1
PARADIGMAS EN PSICOLOGIA DE LA EDUCACION
SUMARIO
Introducción.............................................................................................................
....... 5
PRIMERA PARTE
2
PARADIGMAS EN PSICOLOGIA DE LA EDUCACION
.... 82
SEGUNDA PARTE
132
6.1 Problemática: el estudio de las representaciones mentales...........................
138
6.2 Fundamentos epistemológicos: el influjo
racionalista....................................... 141
6.3 Supuestos teóricos: los modelos de procesamiento de información y de la
representación del
conocimiento......................................................................... 143
6.4 Prescripciones metodológicas: la inferencia de los procesos y
representaciones
inobservables...............................................................................................
........ 150
6.5 Proyecciones de aplicación del paradigma cognitivo al contexto
educativo..........................................................................................................
...... 151
7. Descripción del paradigma psicogenético y sus aplicaciones e implicaciones
educativas.........................................................................................................
....... 199
7.1 Problemática: el enfoque
epistémico.............................................................. 207
7.2 Fundamentos epistemológicos: el constructivismo psicogenético.................
208
7.3 Supuestos teóricos: las teorías de los estadios y de la equilibración..................
211
7.4 Prescripciones metodológicas: el método clínico-crítico en la investigación
psicogenética..............................................................................................
.... 219
7.5 Proyecciones de aplicación del paradigma psicogenético al contexto
educativo...........................................................................................................
..... 221
8. Descripción del paradigma sociocultural y sus aplicaciones e implicaciones
educativas.................................................................................................................
....... 251
8.1 Problemática: el estudio sociocultural de la conciencia................................
260
4
PARADIGMAS EN PSICOLOGIA DE LA EDUCACION
5
PARADIGMAS EN PSICOLOGIA DE LA EDUCACION
INTRODUCCIÓN
6
PARADIGMAS EN PSICOLOGIA DE LA EDUCACION
7
PARADIGMAS EN PSICOLOGIA DE LA EDUCACION
8
PARADIGMAS EN PSICOLOGIA DE LA EDUCACION
contribución para que esta obra haya sido posible. Considero que, de alguna
manera, las experiencias y diálogos compartidos cotidianamente con ellos, y con
otros compañeros (entre ellos Enrique Álvarez Alcántara), en actividades formales
e informales, dentro y fuera de los muros universitarios, están presentes en este
trabajo. Por último, agradezco profundamente a Guadalupe y a mi pequeña
Myriam, principales inspiradoras de mi quehacer académico, por su tiempo y
disposición.
G. H. R.
9
PRIMERA PARTE
10
Capítulo 1
INTRODUCCIÓN
11
se ha intentado un acercamiento a la realidad social que las caracteriza.
Este capítulo nos dará el contexto apropiado para reflexionar sobre las cuestiones
epistemológicas y conceptuales de la psicología de la educación (véase el capítulo 2),
así como para comprender más objetivamente los distintos paradigmas vigentes en
ella (véanse los capítulos 3-8). La exposición de este capítulo está dividida en dos
partes: los orígenes y la evolución de la disciplina psicoeducativa.
12
escuelas o sistemas existentes, además del estructuralismo wundtiano, eran el
asociacionismo y el funcionalismo que contaban con representantes en Estados
Unidos y Europa. Fue justo en el seno de estas dos últimas corrientes donde
ciertamente surgió la psicología de la educación (véanse Snelbecker 1974 y Glaser
1982).
Hay que mencionar también que ya en ese entonces (como se verá en el siguiente
apartado) empezó a tomarse la influencia de otras escuelas teóricas en psicología
(entre ellas, las corrientes asociacionista y funcionalista que ya habíamos
mencionado y, posteriormente, la conductista, la guestaltista, la cognoscitivista, la
psicoanálitica, etc.), por lo que el corpus fundamental de la psicología educativa se
fue acrecentando. Esto trajo como consecuencia que sus límites se ampliaran y se
definieran nuevos contextos de aplicación profesional (Genovard e t a l 1982).
Por último, tampoco debe olvidarse que otro elemento que tuyo influencia
significativa en el origen de la disciplina proviene directamente de las corrientes
pedagógicas de la <<escuela nueva>> y de los avances en teoría de la educación
conseguidos hasta finales del siglo anterior (Coll 1989a). La crítica certera desde
varios frentes y por autores (p. ej. Herbart, Decroly, Claparéde y Dewey) a la teoría de
las facultades imperante en los siglos anteriores y al magistrocentrismo, así como
el énfasis puesto en los aspectos evolutivos y motivacionales de los educandos
(adecuar la educación a su nivel de desarrollo y sus intereses), in fluyó de manera
dilecta e indirecta, y en distintas medidas, en las ideas y concepciones de la
psicología y de la psicología educativa que habían nacido a finales del siglo XIX.
Varios autores coinciden en señalar que la psicología de la educación abrevó
principalmente cíe tres vertientes o tradiciones principales, las cuales no sólo
propiciaron esta génesis de la que estamos hablando sino que también influyeron
en su ulterior desarrollo (Coll 1983a, Coll 1989a, Bardon y Benett 1981). En dichas
vertientes se mezclan claramente varias de las teorías y aproximaciones
psicológicas mencionadas y algunas concepciones pedagógicas. Las tradiciones son
las siguientes: el estudio de las diferencias individuales enraizado en el naciente
enfoque psicométrico, los estudios de la psicología evolutiva o psicología del niño y
los trabajos sobre la psicología del aprendizaje. Cada una de ellas aportó elementos
teórico-conceptuales y métodos de investigación valiosos que luego dieron lugar a
las primeras prácticas profesionales psicoeducativas. Esto, por supuesto, configuró
la primera identidad de la psicología educativa.
13
educación.
Estudio de las diferencias individuales
Estudios sobre la psicología del niño
Estudios sobre la psicología del aprendizaje
14
psicología y fue uno de los primeros presidentes de la Asociación Estadounidense de
Psicología (APA, por sus siglas en inglés, fundada en 1892) (Charles 1987).
Los instrumentos desarrollados y empleados por Catell evaluaban aspectos
periféricos y sensoriomotrices simples como la agudeza sensorial (visual), la rapidez
de los movimientos, la sensibilidad al dolor, la memoria, etc. Detrás de estas
pruebas se escondía una concepción pragmatista (cuantificar, no realizar
investigación experimental al estilo Wundt) en boga durante esos años. Catell
también estaba muy interesado en promover el desarrollo de la psicología aplicada
y, como lo demuestran algunos de sus trabajos (desarrolló, por ejemplo, una
propuesta de enseñanza de la lecto-escritura basada en la enseñanza de palabras
simples y no de letras u onomatopeyas), tuvo un interés especial en el área de la
educación.
En los últimos años del siglo XIX, otro psicólogo estadounidense, Witmer, estableció
en Pensilvania un laboratorio clínico donde se estudiaban las diferencias
individuales de los niños con la intención expresa de saber cómo afectaban su
rendimiento escolar. Witmer esperaba obtener con sus estudios evidencia válida y
suficiente que le sirviera para formar psicólogos capaces de solucionar los
problemas de aprendizaje escolar observados en las evaluaciones diagnósticas de
los niños. En 1896, el mismo Witmer presentó a la APA un informe en el cual
intentaba definir el esquema básico profesional en que se desempeñaría el psi-
cólogo educativo: una especie de mezcla entre lo psicoescolar y lo médico (Andrey y
Le Men 1974, Hernández 199 Por otro lado, en esa misma época en Francia se
iniciaron los trabajos psicométricos de Alfred Binet (1857-1911). En colaboración con
Henri, Binet estaba inmerso en el desarrollo experimental de algunos instrumentos
psicométricos cuyo objeto era evaluar procesos mentales complejos; en esencia,
sus esfuerzos estaban originalmente dirigidos a la elaboración y al refinamiento de
técnicas predictivas para analizar el potencial de aprendizaje de los niños en edad
escolar. Sin embargo, no fue sino hasta 1904 cuando, a petición del Ministerio de
Instrucción Pública de ese país, Binet y Simón empezaron a desarrollar formalmente
el primer test de inteligencia con el fin de evaluar la capacidad intelectual de los
alumnos. En 1905 presentaron el primer test mental práctico en su artículo
<<Nuevos métodos para el diagnóstico del nivel intelectual de los normales>>,
publicado en UAnnée Psychologique. Basándose en la evaluación obtenida en la
aplicación de ese instrumento, se pretendía seleccionar a los niños según el nivel
intelectual manifestado en la prueba, y también se pretendía identificar las
15
necesidades escolares de cada niño en particular. Otra meta secundaria propuesta
en el uso de esta prueba era mejorar las técnicas de diagnóstico para evaluar a los
niños hospitalizados por retraso mental (Chaplin y Krawiec 1978, Morales 1980).
Sin lugar a dudas la línea de investigación psicométrica, iniciada con la
construcción de la primera prueba mental a cargo de Binet y Simón, impulsó
decisivamente el movimiento de los test en el campo de la psicología diferencial, y
también se manifestó en el desarrollo de la psicología educativa en general y de la
educación especial en particular.
El trabajo que Binet y Simón realizaron en Francia tuvo repercusiones inmediatas
en Estados Unidos. Goddard lo tradujo al inglés tres años después, y
posteriormente L. Terman de la Universidad de Stanford elaboró una versión que
se concretaría en la escala Stanford-Binet. A partir de ese momento, en ese país se
desarrollaron otras pruebas para evaluar ciertas aptitudes de aprendizaje, otras
aptitudes específicas y el desempeño escolar. Por consiguiente, durante los
primeros veinticinco años, una labor prominente de los psicólogos educativos
consistió en la elaboración y el perfeccionamiento de instrumentos psicométricos
para evaluar las diferencias individuales de los educandos (Coll 1989a). A su vez,
esto trajo como consecuencia que algunas escuelas empezaran a emplear a
personas entrenadas específicamente (p. ej. psicólogos escolares) en la aplicación e
interpretación de las pruebas con fines diagnósticos y predicativos (Bardon y Benett
1981); por cierto esta actividad práctica-profesional ha sido, sin duda, una de las
prototípicas y de las que más identifican a los psicólogos escolares.
Otra veta importante que hay que reconocer es la que abrió el trabajo de C. Burt
en Inglaterra durante las tres primeras décadas de este siglo (Andrey y Le Men
1974, Clarke 1982). En 1907, Burt creó una asociación encargada del estudio de las
diferencias individuales en los niños; diferencias en el orden de lo normal y lo
patológico. En 1913 el Consejo de Londres lo nombró director del primer
Departamento Oficial de Psicología, vinculado estrechamente con la Dirección de
Instrucción, donde realizó grandes aportaciones a la psicología educativa. De
singular importancia fueron sus estudios de investigación psicopedagógica en niños
con retraso mental, inadaptados y delincuentes, así como sus esfuerzos en el
desarrollo de metodologías de pruebas colectivas e individuales y de técnicas para el
análisis de resultados. Según Clarke (1982), Burt delineó en Inglaterra un perfil del
papel principal que debería desempeñar el psicólogo educativo: diagnosticar los
defectos que presentaban los niños, los cuales se explicaban por factores
16
dependientes de su propio desarrollo. Inspirados en el trabajo de este psicólogo
inglés, varios departamentos y laboratorios de servicios psicopedagógicos y
psicotécnicos promovieron el desarrollo de la psicología escolar en los países del
Reino Unido (Andrey y Le Men 1974).
17
en el estudio de los procesos evolutivos y de la constitución del psiquismo del adulto
(Delval 1994). Por desgracia, la labor de Baldwin dentro de la psicología evolutiva no
ha recibido la valoración y el reconocimiento que merece.
18
educación progresista heredera de las obras y experiencias de Rousseau, Pesta-
lozzi, Herbert, Froebel, etc. Fue fundador y director de la Escuela Experimental de
Niños, donde desarrolló las bases filosóficas y psicológicas de una educación
basada en la actividad, la experimentación, la promoción del desarrollo mental y
los intereses de los niños (Fermoso 1981, Marx y Hillix 1974). Posteriormente
impulsó decisivamente los intentos de incorporación de sus ideas progresistas en
la educación pública de Estados Unidos a través de distintos medios y
experiencias.
En el continente europeo, también a principios de este siglo, Claparéde (1873-
1940) se constituyó en otro de los pilares y principales impulsores de la psicología
educativa, pues creó las condiciones y el contexto apropiados que influyeron en su
posterior evolución. Según Andrey y Le Men (1974), el gran mérito de Claparéde fue
que configuró una psicopedagogía experimental al servicio de la práctica escolar y
de la formación docente. Con la idea de difundir este programa en la comunidad
de psicólogos, Claparéde inició en 1906 los Seminarios sobre Psicopedagogía.
Apenas unos años antes ya había fundado la revista Archives de Psychologie, que
fue entonces uñó de los principales órganos difusores de artículos y publicaciones
psicoeducativas en lengua francesa. Junto con Bovet, en 1912, creó el Instituto
Jean-Jacques Rousseau con el propósito de contar con un espacio para la formación
de psicólogos educativos, así como para generar líneas de investigación en el
campo psicopedagógico (Andrey y Le Men 1974, Coll 1983a). Para entender más
cabalmente el significado de estos acontecimientos baste con señalar, como dato
importante, que en dicho Instituto (precursor del Instituto de Ciencias de la
Educación y de la Facultad de Psicología y Ciencias de la Educación, en Ginebra) se
iniciaron de lleno los trabajos de Piaget sobre epistemología genética.
Ya para el segundo y el tercer decenio del presente siglo, estaban establecidas
las condiciones y la atmósfera necesarias para la creación de las principales
teorías del desarrollo (Wallon, Gesell, Piaget, Vigotsky), gracias al trabajo de estos
precursores y de otros que no mencionamos aquí. De igual modo, la psicología
educativa había retomado dichos estudios psicoevolutivos, engrosando su
aparato conceptual sobre todo en las dimensiones de los servicios
psicopedagógicos y en la propuesta de nuevas prácticas educacionales centradas
en el niño.
19
Si bien las dos vertientes anteriores se desarrollaron principalmente en el continente
europeo, en Estados Unidos se generaron distintas líneas de trabajo sobre el estudio
de los procesos de aprendizaje a la luz de los enfoques funcionalista, asociacionista
y posteriormente el conductista. La investigación y la aplicación de principios sobre
los procesos de aprendizaje fueron creciendo paulatinamente desde los inicios de
este siglo. Charles (1988) señala que, en las revistas especializadas sobre psicología
de la educación publicadas en Estados Unidos, 20% de los trabajos incluidos en el
periodo de 1910 a 1925 abordaba el estudio de procesos asociados a este tema;
esto significa que era el segundo tema más estudiado después de los trabajos de
corte psicométrico y de medición educativa, los cuales tenían una posición central
inobjetable por las razones mencionadas en el punto anterior.
Es indiscutible que uno de los principales promotores de los estudios del
aprendizaje fue el psicólogo asociacionista E. L. Thorndike (1874-1949). La influencia
de Thorndike es muy notable no sólo en ese sentido, sino también en tanto que fue
el autor del texto fundador (escrito en 1903) de la psicología de la educación, en el
que se encargó de definir la identidad de esta disciplina, y de bosquejar con mayor
detalle su problemática de estudio.
Thorndike, visiblemente influido por la obra del empirista inglés J.S. Mili, realizó
numerosas investigaciones experimentales con sujetos infrahumanos, y de ellas
derivó una serie de leyes y principios de aprendizaje con fuertes connotaciones
asociacionistas o conexionistas. No obstante, a sugerencia del psicómetra Catell
(su maestro), Thorndike reorientó sus intereses al campo del aprendizaje y la
educación humanos (véase Marx y Hillix 1974). Este cambio se manifestó primero
en la publicación de su libro, en 1903, al cual le siguieron otros sobre cuestiones
específicamente psicoeducativas (entre éstos: un volumen sobre psicología
educativa en 1922 y uno sobre psicología de la aritmética en 1923). Más adelante,
Thorndike también trabajó arduamente en la elaboración y el diseño de distintos
instrumentos estadísticos. Por último, cabe señalar también su participación
directa en la fundación de la revista Journal of Educational Psychology, una de las
más prestigiadas de la disciplina hasta nuestros días.
Según la concepción de Thorndike, era necesario extender o extrapolar el
trabajo realizado en el laboratorio al campo educacional, utilizándolo como
conocimiento instrumental para realizar distintas tareas pedagógicas, por ejemplo:
definir los objetivos, diseñar los materiales educativos y delinear y seleccionar los
medios y métodos instruccionales (Thorndike 1910). De modo que, como señala
20
acertadamente Glaser (1982), la psicología educativa que Thorndike defendía se
sustentaba en la idea de aplicar sistemáticamente los principios y las leyes de
aprendizaje, obtenidos en la investigación básica, a las situaciones del proceso de
enseñanza y aprendizaje; planteamiento que no suscribían otros autores
contemporáneos de Thorndike, como Judd y Dewey, por ejemplo.
Judd (1873-1946) fue otro de los psicólogos educativos más importantes de
principios de siglo. Aun cuando coincidía con Thorndike (y con otros como Dewey)
en la necesidad de mejorar las prácticas educativas, la plataforma que proponía
para la psicología educativa era muy distinta de la propuesta por Thorndike (Coll
1989a).
En primer lugar, Judd sostenía que había que realizar trabajos de investigación
vinculados directamente con las actividades educativas. No le parecían apropiadas
las estrategias basadas en la experimentación básica (a la manera de Thorndike),
las cuales criticó sistemáticamente porque creía que los problemas educativos
eran lo que realmente debía definir las rutas de investigación sobre el aprendizaje (y
no lo contrario: que muchas veces sean los caprichos de los investigadores lo que
parece definirlas). En segundo lugar, la concepción que Judd sostenía intentaba
vincular (sobre todo en sus últimos trabajos) la psicología de la educación a los
estudios realizados en psicología social, prueba de ello son el marcado interés que
tuvo por las cuestiones del currículo y de la organización escolar. Por último, Judd
siempre estuvo interesado en los procesos psicológicos complejos (entre ellos, el
aprendizaje de distintas materias de estudio) que hacen posible el aprendizaje de los
contenidos del currículo; de hecho, según Coll (1989a), para Judd esta cuestión
definía el objeto de estudio de la psicología educativa.
La labor de Judd también fue relevante en la formación de las nuevas gene-
raciones de psicólogos educativos en distintas universidades estadounidenses
(especialmente en la prestigiada Universidad de Chicago, una de las cunas, quizá la
más importante, de la psicología educativa en Estados Unidos), así como en la
extensión y la divulgación del saber psicopedagógico (editó varias revistas
importantes como School Review y The Elementary School Journal).
Por otro lado, en plena década de 1920, se inició de lleno el desarrollo de la tradición
conductista abanderada inicialmente por J.B. Watson. Una década más tarde
aparecerán en escena las propuestas neoconductistas entre las que destaca, por
supuesto, la de B.F. Skinner, quien influiría notablemente en los estudios sobre los
procesos instruccionales varias décadas después.
21
Después de este panorama general de los acontecimientos en los cuales surgieron
las tres vertientes principales que nutrieron la naciente psicología de la educación,
debemos preguntarnos: ¿qué fue lo que realmente aportaron a la disciplina?, ¿qué
estatus o rango le otorgaron? y también ¿qué expectativas se generaron en torno
de su configuración y su desarrollo posterior?
Durante estos primeros años hubo logros positivos que repercutieron en la
evolución y el desarrollo futuros de la psicología educativa, a saber:
22
posible, y se pensaba que la naciente psicología podría aportar argumentos
valiosos en este sentido (Coll 1983a; Hall-Quest 1915, citado por Rueda 1986).
b) La psicología educativa comenzó a plantearse el problema de la definición de su
identidad y sus límites. Aun cuando el problema de la definición de la identidad en
su planteamiento epistemológico es motivo de fuertes polémicas (como se verá en
el capítulo siguiente), es evidente que en los primeros decenios aparecieron ya las
dos concepciones básicas que, según varios autores (p. ej. Coll 1989b, Glaser
1982), han permanecido tácita o explícitamente durante gran parte de su historia:
la concepción de la disciplina como un campo de aplicación de la psicología
general (James, Thorndike), o bien como una ciencia puente, es decir, una
disciplina que se sitúa entre la psicología y la educación (Dewey y en parte Judd).
Respecto del problema de sus límites, las áreas o campos profesionales más
aceptados fueron los servicios de psicología escolar, la educación especial y poco a
poco el estudio de los procesos de aprendizaje en las instituciones educativas. Los
temas más abordados por la psicología educativa fueron la medición psico-
educativa, los estudios sobre aprendizaje, los estudios sobre características de la
enseñanza y del profesor y las investigaciones sobre sujetos atípicos. Finalmente,
los enfoques metodológicos más utilizados en estos estudios fueron, en orden de
importancia, la aplicación de técnicas psicométricas, el enfoque experimental y el
enfoque descriptivo (véanse Charles 1988, Ball 1984).
c) Durante este periodo se desarrolló, aunque se acentuaría más tarde, la
«infraestructura» (física institucional y la humana organizacional) necesaria que
permitió la formación académico-profesional de las generaciones posteriores de
psicólogos educativos. También en esta época nacieron las primeras revistas de
información especializada en la disciplina.
Así, se crearon las condiciones necesarias para que posteriormente aparecieran
los primeros departamentos, agrupaciones y asociaciones de psicólogos
educativos que a la postre darían un mayor impulso a la formación, la divulgación y
la definición de la práctica profesional (Coll 1989b):
• En 1902 se creó en Estados Unidos la National Society for the Study of
Education, cuya influencia en el desarrollo de la disciplina en ese país fue
decisiva. Un año después, en el Reino Unido, se creó la British Child Study
Association.
• En el Reino Unido, C. Burt realizó los primeros trabajos en la disciplina en las
ciudades de Liverpool (1903) y Londres (1913).
23
• En Francia, se crearon dos laboratorios de psicopedagogía (Binet y Vianey en
1903 y Wallon un poco después en 1927).
•En 1912, en Suiza, se iniciaron los trabajos en el Instituto Jean-Jacques
Rousseau presididos por Claparéde y Bovet.
•En 1928, en la ciudad de Lieja, Jadoulle inició los trabajos formales de su
laboratorio de pedagogía y paidología.
d) Por último, hay que mencionar que las expectativas que había despertado la
disciplina psicoeducativa, relativas al enriquecimiento de la teoría y las prácticas
educativas, eran por demás alentadoras. Se confiaba ya para entonces en que las
investigaciones realizadas en la psicología general dieran bases suficientes para
derivar importantes aplicaciones a la educación, además de proporcionar al
discurso teórico-práctico educativo un rango científico que erradicara las «nociones
intuitivas» que lo impregnaban por esos años. Ese marcado optimismo es una
constante, tanto de los propios psicólogos como de quienes trabajaban en el campo
de la educación (Coll 1983a, Thorndike 1910).
2
Según algunos autores (por ejemplo, Coll 1989a), después del movimiento renovador que caracterizó las primeras dos
décadas del siglo vino una reacción conservadora que actuaba firmemente en contra de dichas acciones progresistas
en la educación. Algunas condiciones económicas (la gran depresión económica mundial de 1929), políticas (la
aparición de regímenes dictatoriales en varios países sajones, la Guerra Fría), sociales (la segunda contienda
mundial), etc., explicarían de algún modo esta tendencia opositora y el «distanciamiento» que surgió entre la
educación (promovida por la reacción conservadora) y las disciplinas científicas que intentaban mejorarla (p. ej. la
psicología).
24
de hecho, durante el periodo que se inicia con el fin de la Primera Guerra Mundial y
culmina con el fin de la Segunda (1920-1945) 3 hubo más bien cierto alejamiento
entre ellas (véase Glaser 1982; Linch citado en Snelbecker 1974).
Este supuesto distanciamiento fue, en gran parte, producto de la atención que
cada disciplina puso en sus intereses particulares. En ambos frentes se consideró
prioritario afrontar los nuevos desafíos que a cada una de ellas se le presentaban en
esos momentos. Por un lado, la psicología general estaba profundamente interesada
en intentar «mejorar» su estatus epistemológico y buscaba ponerse en un nivel
similar al que ostentaban las llamadas ciencias «duras» (física, biología, etc.); a ello la
psicología encaminó gran parte de sus esfuerzos. Por otro lado, las disciplinas de la
educación intentaban encontrar soluciones innovadoras a los problemas prácticos
que les planteaban los sistemas educativos4 y la sociedad misma. Esta divergencia de
intereses, según Glaser (1982), se plasmó físicamente, desde un punto de vista
institucional-académico, dentro de los campus universitarios, dado que las
facultades de psicología se encontraban entre las de ciencias y artes, mientras que
los departamentos de psicología de la educación pertenecían más bien a las
facultades de educación.
3
Durante la Primera Guerra Mundial se manifestó de manera clara esta relación estrecha entre las dos disciplinas, la
cual según Glaser (1982) no se vería sino varias décadas después. La selección de gente para la milicia ocupó tanto a
psicólogos educativos como a otros profesionales de la educación. Posteriormente, la necesidad de seleccionar mano
de obra calificada, para fomentar la producción y el desarrollo, condujo a los profesionales de ambas disciplinas a
utilizar las técnicas psicométricas hasta entonces desarrolladas.
4
Si bien, como ya hemos mencionado, los primeros pasos de la psicología aplicada en el periodo científico datan de
principios de este siglo, con el movimiento funcionalista, según Snelbecker (1974) durante y después de la Segunda
Guerra Mundial la psicología aplicada tuvo avances en todos sus campos (clínico, social, educativo, laboral). Es en este
contexto donde debe apreciarse el origen de los cambios en las concepciones de la disciplina (¿es la psicología
educativa una ciencia puramente aplicada?) y los cuestionamientos y las críticas a la simple importación de
conocimientos que ofrecía la psicología general
25
la psicología general y siguieron desarrollando sus propios trabajos de investigación.
De este modo, con lo que se hacía en ambos campos se siguieron desarrollando las
principales aplicaciones psicoeducativas de las tres vertientes antes descritas.
Particularmente, dos áreas fueron las de mayor productividad: el estudio de las
diferencias individuales (aptitudes intelectuales, rendimiento escolar, etc.) y el
aprendizaje de los contenidos escolares (Coll 1989a, Ball 1984).
26
los resultados obtenidos por las mismas y su valor para la teorización o aplicación
posterior, había dos posturas: la de quienes no encontraban ninguna distinción
significativa entre los aspectos del aprendizaje estudiados en los dos tipos de
investigaciones, pero que sí veían mayor grado de validez (interna) y veracidad en
las realizadas en el laboratorio; y la de quienes sí hallaban marcadas diferencias
entre unas y otras, y defendían las investigaciones que se hacían en escenarios
educativos por su mayor pertinencia para futuros usos y aplicaciones. La primera
postura tuvo una influencia decisiva durante la primera mitad del siglo (véase el
capítulo 2).
. La segunda precisión se refiere a que, a pesar de las diferencias, el modelo
dominante de los estudios sobre el aprendizaje seguía siendo, en esencia, la in-
vestigación experimental (básica o aplicada) de naturaleza cuantitativa.
Finalmente, la tercera se refiere a la asociación del tema con ciertas tradiciones
y paradigmas de la psicología. Como se sabe, el aprendizaje fue el «caballito de
batalla» de la tradición conductista en la primera mitad del siglo XX. Los
conductistas y los neoconductistas como Hull (1884-1952), Tolman, E. Guthrie
(1886-1959), Skinner (1904-1990), herederos de Thorndike, comenzaron a pro-
liferar desde la tercera década de la centuria y forjaron un paradigma de mucha
influencia (casi hegemónico durante varias décadas) en distintos países del orbe.
Teniendo en mente estos elementos, se pueden derivar algunas conclusiones si
reconocemos que un alto porcentaje del gran caudal de conocimientos que tomó
la psicología de la educación de la psicología general, durante el periodo
comprendido entre 1930 y 1960, versaba sobre el estudio de los factores que re-
gulaban los procesos de aprendizaje.
Aun cuando el paradigma conductista fue el que más se acercó a abordar
frontalmente las cuestiones educativas, no fue el Túnico. Entre los enfoques con-
temporáneos existentes, hay otros, como el guestaltista y el psicoanalítico, que
también se aproximaron aunque lo hicieron de un modo menos sistemático.
Desarrollada en Alemania desde inicios de siglo por psicólogos tan notables como
Wertheimer (1880-1943), Kóhler (1887-1 967) y posteriormente Lewin (1890-
1947), la psicología guestaltista de algún modo «coqueteó» con el campo de la
educación. Su planteamiento teórico, de carácter holista y fenomenológico, tiene
ciertas coincidencias con posturas pedagógicas progresistas, entre las que se
sitúan las propuestas de Decroly. Como se recordará, Decroly propugnaba por el
uso de métodos globales para la «enseñanza de la escritura y la lectura, así como
27
de técnicas de enseñanza viso-espacial («presentación geográfica») para la
enseñanza de los números y de mociones geométricas. Se consideraba que los
principios perceptivo-cognitivos descubiertos por los guestaltistas, sobre la
distinción entre fondo y figura, pregnancia, nociones de cierre, etc., podían
fundamentar la confección de materiales de enseñanza para distintas áreas
escolares.
Algunos autores estadounidenses escribieron sobre las aplicaciones de la Gestalt.
Uno de ellos fue Ogden (1926), quien publicó un texto sobre psicología de la
educación en el que describe y analiza las aportaciones teóricas de la psicología
guestaltista; entre ellas destaca, asumir unía postura global e integracionista del
educando (véanse Genovard, Gotzens y Montané 1982). Unos años después (1931),
Seltsam publicó en una revista educativa especializada, un texto sobre los
principios guestaltistas y sus posibles implicaciones educativas.
Finalmente, hay que considerar el trabajo de K. Lewin, basado en sus plan-
teamientos de la «psicología de campo» para el estudio de las interacciones per-
sonales y la personalidad (y sus posteriores repercusiones en la psicología de los
grupos pequeños); según Malrieu (1974, citado en Coll 1989a) la postura lewiniana
tendría fuertes implicaciones para una propuesta educativa que pone en primer
término las relaciones interpersonales y la dinámica grupal.
A pesar de tales esfuerzos, los intentos de aproximación de la teoría de la forma
al campo de la educación no tuvieron demasiado eco debido a la rápida
desaparición del paradigma, y a la naturaleza básica y de poco trasfondo práctico
de sus investigaciones. Sin embargo, su función histórica es indiscutible en la
psicología (p. ej. su feroz crítica a las tendencias reduccionistas en esta disciplina) y
su legado ha sido asimilado por otros paradigmas actuales (p. ej. el paradigma
cognitivo).
Del paradigma psicoanalítico también surgieron algunos planteamientos sobre
cuestiones educativas. En general, puede decirse que estuvieron demasiado
aislados. Como se sabe, el psicoanálisis fue desarrollado por Freud (1856-1939) en
Europa central y continuado por distintos seguidores, que constituyen un complejo
abanico compuesto por sus discípulos directos (Jung, Adler, etc., algunos de los
cuales se separaron del maestro y fundaron sus propias escuelas), los
neofreudianos (Sullivan, Fromm), los seguidores de la psicología del ego (Hartmann),
los que permanecieron en la ortodoxia, los que lanzaron nuevos planteamientos
(Lacan), etcétera.
28
El contexto específico del psicoanálisis fue, y sigue siendo, la práctica clínica y el
estudio de los procesos inconscientes en la determinación de las formas de
actividad humana. El mismo Freud señaló que la educación era un tema que
apenas había tratado y, ajuicio de Palacios (1978), sólo lo abordó de una forma
esporádica y poco clara, que oscilaba entre una postura crítica ante el carácter
represivo de la educación (propuso una atmósfera de cierta «permisividad») y otra
en la que reconocía la función de ayuda prestada al niño para adaptar su yo al
superyó; en pocas palabras, su idea era que la educación encontrara un punto
óptimo entre una función de ajuste y otra de permisividad. Por estas razones,
Palacios inscribe las pocas reflexiones y aplicaciones de los escritos psicoanalíticos
a la educación dentro de la corriente «antiautoritaria».
Es indiscutible que se han hecho muchas aportaciones que toman como base el
discurso psicoanalítico, dada su teorización sobre el desarrollo psicosexual de los
niños, el papel de los procesos inconscientes en la vida cotidiana (y por qué no, en
la escolar) y el estudio de la génesis y el desarrollo de las relaciones objétales.
Como ejemplos podemos mencionar los siguientes: Adler publicó algunos escritos
sobre temas educacionales en los que proponía la creación de una «escuela social»
como alternativa a la educación tradicional vigente; Jung redactó un breve texto en
el que se refería principalmente a la educación familiar; Anna Freíd escribió para
educadores con un éxito relativo.
A finales de los años veinte, Meng y Schneider fundaron una de las primeras
revistas de educación psicoanalítica, cuyo objetivo era ser un órgano difusor e
impulsor de las experiencias de labor terapéutica y de propuestas y programas
educativos. Lamentablemente, la revista sólo sobrevivió diez años y no tuvo mucho
impacto en la psicología de la educación.
Algunas de las principales contribuciones de este paradigma son las siguientes:
prestó atención a la educación de la primera infancia, dio importancia a la
dinámica de la relación educador-educando, su crítica antiautoritaria y el énfasis en
el papel de la educación en la díada represión-permisividad.
Por otro lado, otro de los desafíos que enfrentó la psicología educacional durante
este periodo fue la búsqueda de definición y consolidación del gremio profesional.
Una vez planteadas las condiciones necesarias para el desarrollo de la psicología
de la educación, que ya hemos comentado en la sección anterior, el paso siguiente
fue la formación de asociaciones profesionales de psicólogos educativos y sus
29
influencias posteriores en el desarrollo de la disciplina (véanse Coll 1989a y 1989b,
Rueda 1987).
Lo ocurrido en Estados Unidos puede servir de ejemplo. A partir de 1936, los
psicólogos dedicados a cuestiones educativas se encontraban afiliados a la
Asociación Estadounidense de Psicólogos Aplicados (AAAP por sus siglas en inglés; esta
asociación se formó para contrarrestar la influencia de la APA), que apoyaba
decididamente las tendencias academicistas y experimentalistas en psicología).
Posteriormente, en 1944, la APA reestructuró su organización y se constituyeron dos
divisiones que implicaban a los psicólogos educativos.
Los motivos de esta separación tienen que ver con las dos tendencias mencionadas
anteriormente: la tradición aplicacionista (dependiente de la psicología básica) y la
perspectiva más orientada a los contextos educativos. Cabe señalar también que
la segunda tradición se había asociado más con lo que ya se denominaba
«psicología escolar» (dirigida principalmente a la actividad profesional), mientras
que la primera se apegaba más a la «psicología educativa» (orientada más como
disciplina académica, es decir, con pretensiones dirigidas básicamente al desarrollo
teórico).5 De esta separación surgieron la división 15 (que agrupaba a psicólogos
educativos) y la división 16 (integrada por psicólogos escolares y, en gran parte, por
la sección educativa de la AAAP).
Posteriormente, en lo que fue un periodo difícil, los psicólogos educativos tuvieron
5
Vale la pena hacer algunos comentarios sobre la supuesta distinción entre la psicología de la edu cación y la psicología
escolar. Sin lugar a dudas, la psicología escolar es producto de la herencia de tra diciones como la psicología evolutiva y
el movimiento de los test, así como de la psicología clínica. En ese sentido, comparte las mismas raíces históricas con la
psicología de la educación; de hecho, tuvieron un desarrollo paralelo hasta la década de 1920 (Kramer 1987). En la
actualidad, en Estados Unidos se acepta que la psicología escolar debe ser concebida como una actividad profesional
fundamentalmente de tipo aplicado, que se nutre en esencia de la psicología de la educación, pero también de otras
disciplinas científicas (véase Coll 1989b). Por su parte, la psicología de la educación debe entenderse prin cipalmente
como una rama de la psicología general que se interesa en desarrollar, a través de la investigación empírica y teórica,
una base de conocimientos y técnicas de naturaleza tecnológico-aplicada (véase Kramer 1987). Creemos que la
diferencia entre ambas es producto de las tensiones y pugnas ocurridas desde esos años en Estados Unidos entre
varios tipos de polaridades, a saber: a) la que se refiere a la posible dependencia o autonomía de la psicología general
(en el capítulo siguiente se verá con más detalle), b) el énfasis en los aspectos teóricos o en los aplicados y c) la
discrepancia entre las tendencias de corte aplicacionista y las cientificistas (véase Coll 1989b). En algunos países (por
ejemplo Estados Unidos y Francia, donde ambas tradiciones están ampliamente desarrolladas) tal distinción es válida
por las razones señaladas, pero en nuestro contexto no resulta tan justificable puesto que se ha considerado, en
general, que la psicología escolar es simplemente una subárea de la psicología de la educación y esto se refleja en la
enseñanza de la disciplina y en el ejercicio académico-profesional.
30
que defender la división 15 de las críticas y trataron de depurar los límites y la
identidad académico-profesional que se intentaba alcanzar. De igual modo, dentro
del mismo gremio, los discursos seguían expresando la disputa entre una psicología
educativa dependiente y cientificista y la que otros (de menor influencia) defendían,
cuya propuesta era más autónoma y de naturaleza aplicada. Fue en la década de los
sesenta (véase el capítulo 2), gracias a los esfuerzos encomiables de psicólogos
como Wittrock, Ausubel, Bruner y Gage, cuando se impulsó notablemente el discurso
independentista y se abogó por una psicología educativa que elaborase sus propios
marcos conceptuales y su propia investigación psicoeducativa.
De acuerdo con Coll (1989a), hasta los años cincuenta el discurso teórico y práctico
educativo de carácter científico se sustentaba en gran parte en las aporta ciones de
la psicología de la educación. Por tal motivo, y pese a que acababa de pasar por un
etapa de desencuentros, dicha disciplina había mantenido cierta posición de
privilegio frente a las otras que también estudiaban la educación. Sin embargo,
como veremos en este apartado, las cosas cambiaron.
En los años cincuenta, las relaciones entre la psicología educativa y la educación
tomaron nuevos bríos debido a tres circunstancias coyunturales ocurridas en
Estados Unidos: a) los esfuerzos hechos en investigación psicoeducativa con el fin
de desarrollar una tecnología adecuada para el entrenamiento, promovida con
fuerza durante y después de la Segunda Guerra Mundial por el sector militar; b) las
propuestas educativas del conductismo operante de Skinner —la instrucción
programada y las máquinas de enseñanza--, y c) las reformas educativas en ese
país.
Respecto al primer punto, cabe decir que, después de la Segunda Guerra, en varios
países desarrollados de Europa y en Estados Unidos se hicieron, grandes esfuerzos
con objeto de confeccionar metodologías y técnicas óptimas para el análisis de la
ejecución y las habilidades humanas; esto se conoce como investigación sobre
factores humanos o ingeniería humana. Un tema de interés especial fue el estudio
de la ejecución en sistemas complejos hombre-máquina, lo que dio pie,
posteriormente, a la proposición de metáforas o analogías entre el desempeño de
las computadoras y la competencia humana. Varios investigadores psicoeducativos
reconocidos (Glaser, Melton, etc.) participaron en estas tareas y desarrollaron
31
técnicas para el estudio detallado de las habilidades y de las técnicas de instrucción
(véanse Glaser 1978 y 1982).
Por lo que toca al segundo punto, las ideas de Skinner causaron revuelo e in-
fluyeron notablemente en las investigaciones y los estudios psicoeducativos rea-
lizados en los años sesenta en Estados Unidos, y extendieron su influjo hacia otros
países. Los trabajos sobre instrucción programada, si bien con antecedentes claros
en las obras de Pressey, Powers y Brown de los años treinta, también tuvieron
desarrollos notables durante estos años. Un poco después, ya en la década de 1970,
se hicieron numerosas aplicaciones de las técnicas de modificación conductual,
derivadas de los principios conductistas skinnerianos, en el ámbito de la educación
formal y la especial.
Sin lugar a dudas puede decirse que el paradigma conductista llegó a ser el
primero que impuso cierta hegemonía. Las aplicaciones educativas de tal paradigma
(la enseñanza programada, las técnicas de modificación de la conducta, la forma de
concebir una metodología y las técnicas de intervención, etc.) constituyeron un
saber tecnológico-pragmático muy utilizado en las distintas áreas de práctica
educativa, especialmente durante los años sesenta y setenta, tanto en Estados
Unidos como en algunos países europeos y latinoamericanos. Como consecuencia
de ello, la formación de los psicólogos educativos se orientó de modo notorio hacia
la aplicación educativa de este paradigma.
La nueva situación de acercamiento entre las dos disciplinas a su vez se vio
potenciada por el movimiento educativo surgido en los años sesenta, cuyo objetivo
era buscar mejoras en la situación curricular e instruccional del sistema educativo
estadounidense. Este movimiento tuvo lugar en plena época de la Guerra Fría entre
Estados Unidos y la Unión Soviética, cuando el gobierno buscaba deliberadamente la
supremacía tecnológica y militar. Estados Unidos había sufrido ya el primer
descalabro cuando los soviéticos lanzaron el primer satélite fuera de la órbita
terrestre. Este hecho llevó a los especialistas en educación a reflexionar seriamente
sobre la situación de los sistemas educativos estadounidenses en cuanto a la
calidad de la educación que se estaba ofreciendo, la cual, al parecer, no provocaba
grandes dividendos en el campo científico-tecnológico.
No obstante, el gobierno de dicho país otorgó un amplio apoyo económico al
sector educativo con la esperanza de que este esfuerzo redituara posteriormente
en áreas como el sistema productivo y la modernización científico-tecnológica. No
32
hay que olvidar que, por esas fechas, la teoría del capital humano de Schultz6 ya
estaba en boga y seguramente fue uno de los factores que intervinieron en este
proceso.
Por estas razones, la psicología educativa de nuevo se vio ampliamente fa-
vorecida por el apoyo gubernamental. Como señala Coll (1983a), ese apoyo
repercutió en la disciplina en aspectos como: la investigación, la formación aca-
démico-profesional, la divulgación y el desarrollo universitario institucional.
Durante los años cincuenta y sesenta, de nuevo como a principios de siglo, se vivió
una época de bonanza en la disciplina psicoeducativa dado que se pensaba que,
después de los avances conseguidos en el campo del aprendizaje, la medición y la
evaluación educativas, y en el conocimiento del desarrollo humano, había llegado el
momento de transformar sustancialmente las prácticas y el sistema educativo.
Esta situación se extendió a otras latitudes, de modo que en varios países oc-
cidentales ocurrieron acontecimientos similares a los sucedidos en Estados Unidos.
Los temas educativos y la intención de promover reformas educativas tuvieron gran
auge en varios países, lo cual favoreció notablemente el desarrollo de recursos
humanos, infraestructura, actividades de investigación y divulgación de la disciplina
psicopedagógica. También se crearon nuevas y diversas asociaciones de psicólogos
educativos y escolares en países como Dinamarca, Alemania Federal y Suecia;
aparecieron institutos de investigación psicoeducativa, y surgieron revistas y
publicaciones periódicas especializadas.
Sin embargo, a pesar de que en general se mantuvieron, estas expectativas
fueron cambiando con el paso de los años cuando otras disciplinas (la sociología de
la educación, la economía de la educación, la educación comparada, etc.) justificaron
su presencia dentro del grupo de las ciencias educativas. Dichos trabajos
demostraron que los fenómenos educativos tienen una complejidad tal que exige la
participación conjunta de varias disciplinas en un trabajo sistemático e
interdisciplinario. La intervención de una disciplina sólo puede aportar una visión un
tanto limitada y sesgada por sus propios límites conceptuales y metodológicos.
Conforme se iba haciendo frente a las expectativas sociales y educativas que
6
La teoría del capital humano, nacida en el seno de la economía de la educación, señala, grosso modo, que la
educación de los individuos de un país, en lugar de ser un gasto social, puede verse más bien como una inversión que
a la larga significa crecimiento científico y tecnológico. Esta teoría y otras concepciones afines fueron promovidas por
asociaciones y fundaciones internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (Guevara y De
Leonardo 1984).
33
demandaban las reformas, al interior de la psicología de la educación las cosas
también iban cambiando. La reflexión sobre cómo mejorar los niveles educativos y
cómo desarrollar teorías, metodologías y tecnologías educativas óptimas, junto con
la creciente desconfianza hacia la simple importación de conocimientos de la
psicología general, condujeron a la psicología de la educación hacia nuevos
derroteros. Durante la década de 1970 fueron notables los logros en estos aspectos;
así, el desarrollo de un discurso propio se volvió una tarea prioritaria.
Las propuestas y reflexiones sobre el estatus epistemológico de la disciplina, que
se remontan a los inicios de la misma, definitivamente dieron lugar a nuevos
planteamientos. Algunos autores (p. ej. Bruner, Ausubel, Wittrock, Gagné) discuten y
critican el modelo simple de importador o extrapolador del planteamiento
aplicacionista vigente desde Thorndike, y reforzado por el auge conductista, y su-
gieren, en su lugar, planteamientos que se basan en subrayar la autonomía de la
psicología de la educación en distintas dimensiones.
Los planteamientos de estos psicólogos de los años sesenta son versiones
«menos aplicacionistas» y al mismo tiempo pretenden ser más prescriptivas que
teóricas, sin desdeñar, desde luego, esta última dimensión. Esto trajo como con-
secuencia que la investigación psicoeducativa fuera tomando cierto perfil que no
tenía. La investigación psicoeducativa dejó de ser simplemente la situación de
prueba donde tendría que verse el grado de aplicabilidad de los principios obtenidos
por la psicología experimental y en situaciones de laboratorio, y dejo
de centrarse en la búsqueda de las mejores condiciones para aplicar tales prin-
cipios a situaciones educativas. En su lugar, surgió la creciente convicción de que
había que desarrollar un corpus psicoeducativo propio y elaborar un saber
tecnológico a partir de él.
Al mismo tiempo, es menester mencionar que en estos años, y debido al fuerte
apoyo gubernamental dirigido a las cuestiones educativas, los distintos enfoques
paradigmáticos de la psicología comenzaron a desarrollar de manera sistemática
propuestas de tipo teórico-práctico más o menos acabadas. Las propuestas de cada
enfoque adoptaban, por supuesto, cierto matiz particular que se orientaba a los
aspectos psicoeducativos que les eran más familiares («campo de-conveniencia»;
véase Claxton 1987), o que se encontraban relacionados de modo más directo con
los temas que sabían abordar. No obstante, según Snelbecker (1974), los
planteamientos coincidían en un aspecto que ya se perfilaba como rasgo definitorio
muy relevante para el campo de la psicología educativa: el proceso de enseñanza y
34
aprendizaje (proceso instruccional).
Podemos hacer una exposición breve de los paradigmas junto con algunas de las
aportaciones psicoeducativas y líneas de investigación a que dieran lugar desde
entonces:
PARADIGMA CONDUCTISTA
PARADIGMA COGNITIVO
PARADIGMA HUMANISTA
35
• Modelos de autoconcepto (Shaftels).
• Modelos de sensitividad y orientación grupal (Carkhuff).
• Programas y técnicas para la atención de conductas inadaptadas (Dreikurs,
Glasser, Selman y Schutz).
PARADIGMA PSICOGENÉTICO
PARADIGMA SOCIOCULTURAL
36
en psicología (p. ej. las propuestas educativas de base neopiagetiana) y de las
aportaciones de disciplinas afines como la antropología de la educación, la
psicolingüística y la sociolingüística (enfoques naturalistas, p. ej. los análisis del
discurso y de los procesos de interacción en el aula).
37
Capítulo 2
PSICOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN: ENCUADRE EPISTEMOLÓGICO-CONCEPTUAL
INTRODUCCIÓN
38
educación y educación, al mismo tiempo que consideremos los componentes básicos
de la disciplina psicoeducativa, y, por último, se tratará de ofrecer su delimitación
conceptual.
7
Sobre esta cuestión vale la pena señalar que, indiscutiblemente, cada vez se vuelve más difícil la constitución
de una disciplina o teoría que logre construir una visión global e integral de la compleji dad de la realidad educativa.
Desde hace ya algunas décadas, la tendencia parece ser la di versificación de disciplinas dirigida s al estudio de las
cuestiones pedagógicas, las cuales, sin embargo, convergen al considerar el mismo objeto de estudio: la educación
(aunque con diferencias en sus enfoques teórico, metodológico y disciplinar) (véanse Coll 1989a, Mialaret 1977). Los
intentos de proponer una teoría global basada en el análisis y la reflexión en torno a prácticas educativas específicas
por vía inductiva (lo que constituye una praxeología), como los propuestos por varios de los grandes pedagogos de
la escuela nueva de los siglos anteriores (y algunos filósofos de la educación y pedagogos de este siglo), pueden caer
fácilmente en reduccionismos o en sesgos de diverso tipo (Coll 1989). Más interesantes son las propuestas de
Configurar un saber integrado con los aportes de las distintas disciplinas educativas por la vía de la
interdisciplinariedad. Entre ellas destaca el planteamiento del español Pérez Gómez (1978), quien aboga por la
concurrencia colaborativa de las distintas disciplinas para describir, explicar y solucionar problemáticas educativas de
diversa índole. No obstante, los esfuerzos en esa dirección aún no han cosechado suficientes frutos, al parecer
debido al desinterés y el desconocimiento del quehacer pedagógico que prevalece entre las distintas disciplinas
educativas.
39
ciplinas a la educación, lo cual por cierto ha producido un corpus de conocimientos
exorbitante, otra característica que hace relevante la presencia de las ciencias de la
educación es la posibilidad de realizar estudios científicos interdisciplinarios, o en el
mejor de los casos transdisciplinarios, para alcanzar una comprensión y Una
explicación objetiva de los procesos educativos.
Las ciencias de la educación, según Mialaret (1977), pueden clasificarse en tres
grupos si se toma en cuenta el aspecto o la dimensión de la educación en el que
ponen el énfasis, a saber: a) las que estudian las condiciones generales o locales de
la educación, b) las que estudian la situación educativa y los hechos educativos y c)
las que se dirigen al estudio de la evolución o de la reflexión sobre la educación.
Aunque esta clasificación tiene el inconveniente de encasillar las disciplinas y de
poner ciertos límites que en ocasiones son demasiado restrictivos para sus
alcances reales, intenta poner cierto orden y cierta claridad al tratar de delimitar
los principales campos de interés de cada una de ellas.
Entre las ciencias de la educación que estudian las condiciones generales y
locales de la problemática educativa podemos incluir a la sociología de la edu-
cación, la antropología de la educación, la economía de la educación, la historia de
la educación y la llamada educación comparada.
Las que se dirigen preferentemente a investigar y desarrollar acciones
prescriptivas sobre los procesos educativos concretos serían la psicología de la edu-
cación, la comunicación educativa y las didácticas específicas, entre otras.
Finalmente, entre las disciplinas que se centran en el análisis reflexivo y
evolutivo de la problemática educativa se encuentran la filosofía de la educación y
la planeación educativa.
40
Es difícil que cada una de las disciplinas limite su desarrollo exclusivamente a las
coordenadas que describe la clasificación anterior. Por supuesto, algunas rebasan
los límites de las categorías, y abordan ciertos temas que se encuentran entre
dos de ellas; en este caso diríamos que tratan temas frontera. Para poner un
ejemplo, diremos que la psicosociología de la educación, la cual evidentemente
recurre a esquemas teórico-conceptuales de la psicología de la educación, de la
psicología social y, al mismo tiempo, de la sociología y la antropología de la
educación, aborda problemáticas psicosociales no pertenecientes exclusivamente
a los procesos de enseñanza y aprendizaje, sino también a cuestiones referidas a
las condiciones locales y hasta generales de la educación. De hecho, Mialaret
(1977) reconoce como válido que las distintas disciplinas de la educación recurran
a otras ciencias (educativas o no educativas), a fin de mejorar las descripciones,
explicaciones, interpretaciones o propuestas de tipo prescriptivo que desarrollan.
Pérez Gómez (1978) ha realizado un análisis sistemático de carácter episte-
mológico para identificar y describir la estructura interna de las ciencias de la
educación. Siguiendo la clasificación piagetiana de las ciencias, Pérez Gómez
sostiene que las disciplinas de la educación se encuentran en la intersección de
las ciencias humanas.8 De hecho señala abiertamente que la cuestión educativa
requiere de las distintas disciplinas humanas y hasta cierto punto una dependencia
relativa a partir de ellas:
8
Según la clasificación propuesta por Piaget (1975), las ciencias humanas se clasifican en cuatro grandes ramas. Las
llamadas nomotéticas que tienen como objetivo el establecimiento de leyes científicas, de hechos y conceptos
generales, así como el esclarecimiento de relaciones entre los elementos de su conjunto, por ejemplo, la biología
humana, la psicología, la sociología, la lingüística, la antropología, la economía y la demografía; las ciencias históricas,
las cuales pretenden abarcar el desarrollo de las manifestaciones de la vida social siguiendo una aproximación
diacrónica, por ejemplo, la historia; las disciplinas jurídico-normativas, que se configuran como sistemas normativos y
se abocan a la orientación de actividades según ciertas reglas u obligaciones civiles y éticas dentro de sociedades
determinadas, por ejemplo, el derecho; y por último las disciplinas reflexivo-filosóficas, las cuales tienen como objeto
la reflexión totalizadora sobre la realidad y las aportaciones hechas por las distintas disciplinas fácticas y nomotéticas,
por ejemplo, la filosofía.
41
epistemológico de las Ciencias de la Educación (p. 92).
42
b) Dimensión proyectiva. Su función principal consiste en el desarrollo de
programas de investigación y de aplicación derivados del trabajo teórico (los cuales
al mismo tiempo podrán ser o no verificados), orientados a las situaciones
educativas.
c) Dimensión práctica. Se refiere al conjunto de métodos, técnicas y proce-
dimientos concretos que hacen posibles los esquemas de aplicación de los pro-
gramas desarrollados.
Por lo tanto, hasta aquí podemos concluir que la psicología educacional se puede
considerar una de las disciplinas de la educación centradas en el estudio de lo
psicológico en el acto educativo concreto (preferentemente en lo relativo a lo social-
interpersonal, aunque esto no siempre es así). A su vez, esta disciplina tiene su propio
componente básico (aportado en esencia, aunque no exclusivamente, por la
psicología general y que supone un vínculo irrompible con esa disciplina). Pasemos
ahora a analizar a la psicología de la educación en su interior para identificar las
relaciones que mantiene con la psicología general y con la realidad educativa, y
trazar así el esquema de su estatus epistemológico-conceptual particular.
43
tiempo, una de ellas logró prevalecer sobre la otra. Las propuestas fueron
elaboradas, principalmente, por dos psicólogos estadounidenses: Thorndike por un
lado, y Dewey por el otro.
Recordemos que la concepción de Thorndike señala expresamente que la
psicología general debe ser la principal proveedora de marcos teórico-
conceptuales para la configuración de la psicología de la educación; ésta tiene
que retomarlos e incorporarlos para derivar aplicaciones prácticas que solucionen
problemas educativos concretos. Por su parte, las ideas de Dewey (una concepción
parecida es la que sostuvo Judd) son un poco diferentes, pues él sostiene que la
psicología educativa debería ser más bien una ciencia «puente», equidistante de la
psicología y la práctica educativa, cuyo desarrollo debería basarse en las
contribuciones de ambas disciplinas.
No obstante, como ha señalado Snelbecker (1974), ambos planteamientos
coinciden en la idea de dejar a un grupo de psicólogos especializados la tarea de
seleccionar los conocimientos y la aplicación de los mismos.
Hilgard (1987) ha analizado las similitudes y diferencias que a su juicio existen
entre los dos planteamientos. Citemos primero las similitudes. El planteamiento
educativo de Dewey se conoce como instrumentalismo o experimentalismo, y, por
supuesto, es una variedad de la filosofía pragmatista propuesta en el ámbito
estadounidense por Pierce y James. La propuesta educativa de Thorndike, basada
en el asociacionismo y en el conductismo estímulo-respuesta, se conoce por su
énfasis cientificista («movimiento científico en educación»). Ambos fueron
esencialmente positivistas (tienen mucho en común en su planteamiento lógico-
científico) y valoraron el trabajo «experimental».
Las diferencias entre las dos concepciones son de otro orden. Dewey sostuvo
una postura progresista en educación que puede caracterizarse como re-
formadora y liberal, pues su discurso intentaba impulsar un cambio sustancial en
la concepción, la organización y la gestión escolares. La postura de Thorndike, en
oposición, puede juzgarse innovadora pero con tintes conservadores, dado que
las propuestas de cambio que sostenía no eran de ningún modo de amplio
alcance. Dewey sostuvo un planteamiento educativo global centrado en el niño o el
alumno (desarrollo de la inteligencia, de la capacidad creadora, de la
responsabilidad social y de valores democráticos). La idea de Thorndike era
distinta, él pretendía desarrollar en los alumnos un equipamiento de conductas y
aprendizajes relacionados con conductas académicas, basándose en su propuesta
44
asociacionista-empirista. La formación de Dewey se encontraba más cerca de la
educación que la de Thorndike, quien se formó como psicólogo general. Con
seguridad, a este hecho se deben sus diferentes planteamientos en torno a la
psicología de la educación.
Si bien las ideas de estos autores aparecieron desde los inicios de la psicología de
la educación, sólo fueron expuestas con claridad y explicitud más recientemente; y
hace poco se ha comenzado a reflexionar más sistemáticamente en torno a ellas,
a las distintas propuestas de psicología educativa que originan, y a su papel en el
devenir histórico de la disciplina (Coll 1983a y 1989b, Glaser 1982, Snelbecker
1974). A continuación retomaremos este tema y lo desarrollaremos con detalle en
la medida en que los límites de este trabajo lo permitan.
Para emprender el análisis de esta problemática partiremos de una importante
distinción propuesta por Ausubel (1972 y 1978), acerca de los tres tipos de
investigación que se usan en las disciplinas científicas: a) la investigación básica,
b) la investigación extrapolada de las ciencias básicas y c) la investigación aplicada.
Enseguida veremos cómo estos tres tipos de concepciones de investigación están
implícitos en los planteamientos antes señalados.
a) Investigación básica
b) Investigación extrapolada
c) Investigación tecnológica
45
encuentran, pero sin realizar las simplificaciones excesivas de la investigación
extrapolada.
Bunge (1980, citado en Coll 1983b) sostiene que este último tipo de investi gación
—que él denomina tecnológica— tiene, además de un objetivo práctico-técnico, un
legítimo carácter innovador y creativo como el de la investigación básica. Caparros
(1987), en el mismo tenor, señala que la investigación tecnológica tiene validez en sí
misma y es irreductible a la investigación básica. Ambas son innovadoras y
enfrentan problemáticas distintas, sin embargo —también hay que decirlo—, deben
estar en continua interacción para enriquecerse mutuamente en los aspectos
teóricos y metodológicos.
Ausubel (1972) apunta que en el campo de la psicología de la educación, hasta la
década de los sesenta (y, sin duda, varios años después), el primer y el segundo
tipo de investigaciones fueron las prevalecientes, aunque no tomaban en cuenta los
criterios de pertinencia y aplicabilidad que la disciplina requería (sobre todo en el
campo profesional). También señala que, para la psicología de la educación, el
tercer enfoque de investigación debe ser considerado el más apropiado, dado que
los criterios de pertinencia y aplicabilidad se salvaguardan fácilmente por su
naturaleza misma, para construir un corpus psicoeducativo. Sin embargo, este
enfoque ha sido utilizado en la historia reciente de la disciplina (a partir de finales
de los años cincuenta).
Siguiendo de cerca las ideas de Ausubel, cuando se analizan las relaciones entre
psicología y psicología educacional se pueden discernir con relativa facilidad tres
tipos de planteamientos o hipótesis (véanse Coll 1989a, Grupo de Investigaciones
Psicopedagógicas 1980) como puede observarse en la figura 2.1.
Estos planteamientos tienen sus raíces en las ideas de los psicólogos pre-
cursores que ya hemos mencionado, así como en los escritos de psicólogos
educativos posteriores. Las hipótesis son tres: la extrapolación-traducción, la
independencia y la interdependencia-interacción.
A continuación haremos una breve descripción de estos tres planteamientos
basándonos principalmente en lo que dicen Coll (1989a) y el Grupo de Investi-
gaciones Psicopedagógicas (GIF) (1980).
46
INDEPENDENCIA - INTERACCIÓN PSICOLOGÍA PSICOLOGÍA EDUCATIVA
Planteamiento de extrapolación-traducción
47
siones. En primer lugar, el psicólogo educativo reduce su tarea a la de un simple
operario, pues se limita a hacer uso de los principios proporcionados por la in-
vestigación básica para solucionar los problemas educativos (tarea compleja, por
cierto, dado el abismo existente entre éstos y los principios obtenidos por la in -
vestigación básica) cuando le toca enfrentarlos; o bien, simplemente puede fungir
como un intermediario que enseña a docentes u otros trabajadores educativos esas
leyes o principios, para que sean ellos quienes deriven sus aplicaciones prácticas.
En segundo lugar, la investigación psicoeducativa simplemente queda relegada a
un lugar secundario; es decir, por un lado tiene poca cabida en el esquema
señalado y su ocurrencia es escasa, y, por otro lado, cuando llega a desarrollarse se
le aplican los esquemas de la investigación básica que exigen altos niveles de
validez y rigor metodológico (p. ej. criterios de validez interna), con lo cual pone en
entredicho el valor de sus hallazgos.
Según la otra versión, que hemos llamado débil, los conocimientos o proce-
dimientos proporcionados por la psicología general deben verse más como un
recurso instrumental, y luego de ser sometidos a «prueba» aproximándolos a las
situaciones educativas, pueden ser traducidos, reinterpretados o «puestos a punto»
para futuras aplicaciones.
De cualquier manera, tanto en esta versión como en la precedente, la inves-
tigación psicoeducativa sigue sin tener identidad propia y, en el mejor de los casos,
puede coadyuvar a crear situaciones de comprobación/refutación siguiendo criterios
pragmáticos de utilidad y no de avance, desarrollo o innovación del conocimiento y
de la disciplina.
Planteamiento de independencia
48
procesos educativos y, por ende, su grado de aplicabilidad y validez es escaso; así,
se plantea que la psicología de la educación se desvincule de la disciplina madre y
desarrolle su propio núcleo conceptual, procedimientos e instrumentos
metodológicos (a fin de que genere una investigación psicoeducativa absoluta-
mente independiente) y sus propias técnicas de intervención.
c) Proceder de tal manera (extrapolando y a veces adecuando o traduciendo el
corpus de la psicología general) conduce a un reduccionismo psicológico con-
sustancial en el planteamiento.
Coll (1989a) señala que las versiones demasiado radicales propugnan una decidida
independencia y rechazan tajantemente las aportaciones de la psicología general,
por más evidencia empírica que las avale. De hecho, paradójicamente, algunos de
los adeptos de esta posición extrema del planteamiento de independencia llegan a
asumir una postura tan polarizada que puede interpretarse como la virtual negación
de la psicología de la educación, para sustituirla por cualquier otra «nueva
disciplina» (p. ej. la «educología» que propone J.B. Biggs). No obstante, Coll (1989a)
dice que esta versión demasiado extrema es una rareza, y que otros autores que
adoptan el planteamiento de independencia no rechazan totalmente las
aportaciones de la psicología general, aunque sí manifiestan ciertas reservas al
incorporarlas a sus dimensiones teórica y proyectiva.
El planteamiento de independencia ha tenido cierta presencia desde la década de
los sesenta y ha fungido como un importante catalizador en el seno de la psicología
de la educación, lo cual se reflejó de varias formas palpables en la historia de la
disciplina (p. ej. escepticismo respecto de las teorías del aprendizaje «de
laboratorio», impulso marcado a las teorías psicoinstruccionales, revalorización de la
complejidad de las prácticas educacionales).
Planteamiento de interdependencia-interacción
De forma similar a los que apoyan la hipótesis anterior, los impulsores de esta otra
(un antecedente muy claro lo encontramos en Dewey y también en Judd) están de
acuerdo en subrayar la escasa aplicabilidad y validez ecológica de los estudios de
investigación básica en psicología, y consideran que ciertamente es necesario
desarrollar un trabajo teórico psicoeducacional específico, pero tratando de hacer
usó instrumental de los marcos teórico-explicativos e investigativo-metodológicos
que proporciona la psicología; esto es, las aportaciones de la psicología general son
desde luego necesarias (y en esto se observa una diferencia con el planteamiento de
49
independencia, especialmente en su versión radical) pero no suficientes (Coll
1989a). Esta posición, por lo tanto, está de acuerdo en establecer una interacción
entre el conocimiento psicológico y el conocimiento psicoeducativo, además de
considerar que otro factor determinante son las características particulares de las
prácticas y los contextos educativos.
Según el GIP (1980), esta hipótesis de interdependencia-interacción es totalmente
congruente con una visión de la psicología de la educación de tipo tecnológica y, sin
lugar a dudas, está estrechamente relacionada con las concepciones de Ausubel y de
Bunge citadas respecto a la investigación aplicada. En este sentido, hay que decir
que desde esta óptica, la investigación psicoeducativa, entendida como
investigación aplicada/tecnológica, permitiría desarrollar tanto un corpus teórico
como un conocimiento práctico-técnico genuinamente psicoeducativo.
Remitiéndonos nuevamente al esquema de Pérez Gómez, en este planteamiento los
componentes básicos y los componentes específicos de la psicología de la educación
guardan un justo equilibrio, cuentan con la posibilidad de integrarse en formas
originales y creativas, y auguran mejores beneficios para la disciplina misma.
Asimismo, en dicho planteamiento el contexto y las prácticas educativas son
fundamentales puesto que marcan tanto el punto de partida para el trabajo
psicoeducativo integral (las problemáticas educativas genuinas, el reconocimiento
de las peculiaridades de los contextos, la interpretación desde dentro de la situación
educativa, etc.), como su punto de llegada (probar la validez y la pertinencia del
conocimiento psicoeducativo, desarrollar prácticas más adecuadas con ins-
trumentos conceptuales, metodológicos y técnicos más apropiados). Así, en esta
propuesta, la psicología de la educación encuentra su identidad como parte de la
psicología general, aunque con relativa autonomía, y como una más de las disciplinas
que estudian científicamente las cuestiones educativas (Coll 1989a).
Los tres planteamientos que acabamos de describir son algunos de los modelos
de los tipos de relación entre psicología y psicología educacional que pueden
proponerse. Como hemos dicho, heredero de las ideas de Thorndike, el plantea-
miento de extrapolación-traducción interpreta la psicología educacional como una
mera extensión o «campo de pruebas o aplicación» de la psicología general; no
obstante, tuvo valor histórico y sin duda ejerció cierta hegemonía durante muchos
años (y, de hecho, en varios enfoques paradigmáticos sigue plenamente vigente). El
planteamiento independentista tuvo auge después de la Segunda Guerra Mundial,
en respuesta directa a la postura anterior; los argumentos centrales que le han
50
dado presencia en la historia de la disciplina han sido enarbolados principalmente por
psicólogos educativos; la versión más radical ha caído en descrédito, mientras que la
versión más débil se ha ido incorporando a la tercera postura de interdependencia-
interacción. Por cierto, este último planteamiento fue impulsado en sus inicios
(durante la segunda y la tercera décadas del siglo) por autores con formación de
psicólogos generales pero que al mismo tiempo habían trabajado de cerca en los
contextos educativos (p. ej. Dewey y Judd); desde los años sesenta ha sido
continuado por psicólogos educativos como Ausubel, Snelbecker, Wittrock y Berliner
y un poco después por Resnick y Glaser; y a la fecha se plantea como una alternativa
latente en los textos de psicología de la educación, donde ha tomado forma y ha
inspirado propuestas concretas de tipo teórico y de investigación (véanse al
respecto, los escritos de Coll y su grupo en Barcelona; p. ej. Coll 1983a, 1990, 1993,
1996).
Como ya hemos mencionado, según Pérez Gómez (1978) las ciencias de la edu-
cación poseen componentes de tipo básico y específico. Pasemos ahora a analizar
con más detenimiento los tres elementos de los componentes específicos de la
psicología de la educación, y cómo se matizan de forma diferencial cuando
interactúan con dos de los planteamientos que revisamos en el apartado anterior:
a) la psicología aplicada a la educación (planteamiento de extrapolación-tra-
ducción) y b) la psicología de la educación como disciplina de tipo tecnológico-
aplicada (planteamiento de interdependencia-interacción). De hecho, ambos
coinciden al considerar que la psicología de la educación es una disciplina de
naturaleza aplicada (Coll 1989), pero entre ellas también existen diferencias que a
continuación revisaremos.
Los planteamientos que vamos a analizar constituyen los extremos de un es-
pectro, dentro del cual existen muchas otras variantes que comparten ciertas ca-
racterísticas de cada uno de ellos.
A partir de lo señalado por Pérez Gómez, Coll (1983b) menciona que los com-
ponentes básicos de la psicología educacional forman tres núcleos estructuradores
(cuadro 2.3): a) un núcleo teórico-conceptual de conocimientos psicológicos, b)
unos temas y programas de investigación e intervención, c) un conjunto de métodos,
técnicas y procedimientos de tipo tecnológico-instrumental.
Cuando nos planteamos la difícil tarea de estudiar y analizar de qué manera los
51
conocimientos psicológicos se utilizan o aplican a los distintos contextos educativos,
hay que tener en cuenta, como lo señala Coll (1983b), tres elementos
necesariamente involucrados: a) lo que se aplica o el objeto de aplicación (cono-
cimientos psicológicos), b) en dónde se aplica o el contexto de aplicación (el ámbito
educativo) y c) ciertos procedimientos de ajuste que median entre el objeto y el
contexto de aplicación y que coadyuvan a hacer práctico-técnico lo teórico (los
conocimientos psicológicos).
Núcleo teórico-conceptual
Temas y programas de investigación y de intervención
Procedimientos de tipo técnico para la intervención directa en contextos educativos
(conocimiento de tipo tecnológico)
Para dar cuenta de cómo interactúan los componentes básicos ya mencio nados en
la modalidad de la psicología aplicada a la educación, vamos a servirnos de la figura
2.2.
Núcleo teórico-
conceptual de la
psicología educativa.
Corpus seleccionado
de la psicología
general (3)
Procedimiento de ajuste: Prácticas y contexto
prescripciones educativas educativos (6)
(4)
Núcleo teórico-
conceptual de la
psicología educativa,
conocimientos
referidos a la práctica
educativa (5) 52
FIGURA 2.2. Componentes básicos de la psicología aplicada a la educación
(tomado de Coll 1983b).
53
hemos dicho, con estos criterios se puede caer fácilmente en la tentación de
psicologizar las soluciones de los problemas educativos debido al origen y la natu-
raleza de su materia prima conceptual (1), como señala Coll (1983b), se pueden
articular adecuadamente y pueden servir de un modo decoroso para desarrollar
prescripciones educativas que repercutan en las prácticas educativas.
Por lo tanto, según esta modalidad, los componentes específicos (núcleo con-
ceptual [3 y 5]; programas y proyectos de acción prescriptiva y para la investigación
[4], y procedimientos y prácticas técnicas [6]) de la psicología educacional están
fuertemente determinados de forma unidireccional a partir de los aportes de la
psicología general. Al mismo tiempo, las posibilidades de desarrollar un auténtico
cuerpo de conocimientos psicoeducativos se ven seriamente limitadas por ciertos
criterios de selección e interpretación de los conocimientos psicológicos
disciplinarios (los cuales pueden estar sesgados si pensamos además en la filiación
de quienes los formulan desde determinado enfoque paradigmático).
Por el contrario, para el planteamiento de la psicología de la educación, entendida
como disciplina aplicada-tecnológica (véase la figura 2.3), los conocimientos que
proporciona la psicología general (1) son utilizados para el análisis de las prácticas
educativas (5) realizadas a través de ciertos procedimientos de ajuste (2). Como
resultado de este análisis se va configurando un núcleo de teorías y modelos
generalmente psicoeducativos (3). Este núcleo de conocimientos no se deriva ipso
facto del gran corpus psicológico (1), sino que depende de éste y de las prácticas
educativas, y obedece a un trabajo previo de reflexión y análisis que le confiere un
mayor grado de pertinencia e innovación para el campo donde se desea aplicar.
De igual modo, este corpus de conocimiento psicoeducativo sirve para enriquecer
a los conocimientos de la psicología general y plantear nuevas problemáticas. Por
consiguiente, se puede decir que el conocimiento psicoeducativo en esta .modalidad
es resultado de un trabajo de investigación y reflexión innovadoras mucho más
próximo al ámbito educativo que el del planteamiento anterior.
Contexto y prácticas
educativos (5)
55
(planteamiento de interdependencia-interacción), mientras que en la modalidad 1
esto sólo se hace mediante el corpus psicológico (planteamiento de extrapolación-
traducción).
56
Estas distintas definiciones o caracterizaciones de la psicología de la educa-
ción ponen un peso especial en algunos de los componentes específicos de la
disciplina que ya hemos definido anteriormente. Esto significa que por momen-
tos se vuelve fundamentalmente teórica, práctica, interventiva, o se orienta
de manera decidida al desarrollo de actividades de investigación.
Con la intención de ofrecer una exposición panorámica de la psicología de la
educación, más allá de tendencias, planteamientos, enfoques
paradigmáticos, etc., Coll (1983b y 1990) ha desarrollado un esquema
abarcador (figura 2.4) donde se pueden ver los principales componentes,
actividades y niveles de la disciplina en cuestión. Este esquema nos servirá
para contemplar de forma general y sintética mucho de lo que hemos dicho en
párrafos anteriores; al mismo tiempo nos ayudará a precisar los límites,
objetivos, actividades y componentes de la psicología educativa.
La figura 2.4 representa una visión comprehensiva y globalizadora de los
núcleos básicos de la psicología de la educación, en tanto disciplina educativa,
y al mismo tiempo enmarca las actividades básicas que debe realizar el profe-
sional en esta área.
Podemos señalar que en cuanto disciplina educativa, se nutre de la incorpo-
ración de conocimientos proporcionados por las tradiciones de investigación y
los enfoques paradigmáticos de la psicología (componentes básicos); a partir
de ellos y del análisis del contexto y de la problemática educativos, construye
su propio corpus psicoeducativo a través de actividades de extrapolación (en
la figura 2.4 las flechas discontinuas), reflexión, análisis e investigación
(flechas continuas). Las relaciones que se establecen entre psicología y
psicología de la educación son bidireccionales (flechas en doble sentido),
aunque esto último depende del tipo de planteamiento del que estemos
hablando: si es preferentemente de extrapolación-traducción (flechas
discontinuas) o bien de interdependencia-interacción (flechas continuas).
Recordemos también que hemos definido la psicología de la educación
como una de las disciplinas de las ciencias de la educación y, en este sentido,
debemos señalar que tiene sus componentes básicos (las aportaciones
científicas e ideológico-filosóficas de la psicología y otras disciplinas afines) y
tres tipos de componentes específicos: teórico-conceptual, proyectivo-
instrumental y técnico-práctico, a través de los cuales desarrolla el trabajo de
análisis e intervención en el campo de la educación que le incumbe
57
directamente (los fenómenos psicológicos en los procesos educativos escolares
y extraescolares).
Con base en todo lo antes señalado y a manera de resumen, más que
proponer una definición de la psicología de la educación se pueden enumerar
una serie de características que nos permitan comprender y describir los
aspectos esenciales académico-profesionales de la disciplina. La psicología de
la educación:
Técnicas psicológicas
y psicoeducativas de
intervención para la
mejora de las
prácticas educativas.
Núcleo teórica-conceptual Procedimientos de ajuste Ámbito de aplicación
Conjunto de
conocimientos
psicológicos
seleccionados a partir de
la psicología del
aprendizaje, del
desarrollo, etc.,
basándose en su
El conocimiento psicoeducativo
supuesta pertinencia y
relevancia para la mejora
de las prácticas
educativas.
Procedimientos de
instrumentación de
los conocimientos
psicológicos y
psicoeducativos.
Conjunto de
conocimientos
psicoeducativos
específicamente
elaborados teniendo en
cuenta las características
Actividades científico –
profesionales en PE
Por otro lado, hay que señalar también que las áreas principales del quehacer
académico-profesional del psicólogo educativo en las que existen líneas de
investigación e intervención bien consolidadas son las siguientes:
59
LA PSICOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN EN EL CONTEXTO ESCOLAR
• Ámbito del alumno:
Estudio de las características de los alumnos (variables evolutivas,
motivacionales, cognitivas, afectivas, de comportamiento) que intervienen en el
proceso educativo. Evaluación del alumno. Orientación escolar.
• Ámbito del profesor:
Estudio de las características del profesor (variables cognitivas, afectivas y de
comportamiento). Procesos de formación docente. Evaluación del profesor.
• Procesos de interacción profesor-alumno:
Estudio de los factores y procesos que influyen en la interacción educativa entre
alumno y profesor. Estudio de procesos psicosociales que ocurren en la situación
de enseñanza y aprendizaje.
• Ámbito del contenido:
Procesos de diseño y evaluación del currículo (diseño, derivación, organización y
evaluación curricular).
Procesos de diseño y evaluación instruccional (microplaneación del proceso de
enseñanza y aprendizaje). Didácticas específicas de las distintas áreas y
contenidos curriculares.
• Ámbito del contexto:
Estudio de los procesos e influencia del contexto físico y sociocultural en la
situación de enseñanza y aprendizaje (institucional, comunitario, social).
• Integración educativa y educación especial
Estudio de los diferentes sujetos con necesidades educativas especiales
(aspectos evolutivos, cognitivos, afectivo-emocionales, motivacionales y de
comportamiento).
Estudio de los procesos y factores que intervienen en la integración educativa.
Desarrollo de modelos y procedimientos de enseñanza adecuados para los
sujetos con necesidades educativas especiales.
60
Es evidente que la mayor parte de las actividades que desarrolla el psicólogo
de la educación tienen que ver con la situación escolar; el papel del mismo en
los contextos de educación informal, hay que reconocerlo, está menos
consolidado. En cada una de estas áreas académico-profesionales del
psicólogo de la educación se realizan los tres tipos de actividades
correspondientes a los tres núcleos o dimensiones de los componentes
específicos de la disciplina.
Para finalizar, diremos que, en las comunidades de enseñanza e investigación,
la psicología educativa ha comenzado a desempeñar un papel más relevante y
también ha ampliado sus horizontes y sus áreas de actividad académico-
profesional. Actualmente desarrolla proyectos de investigación e intervención
de naturaleza intradisciplinaria (con psicólogos de otras áreas como la clínica,
la social, la del trabajo y la experimental) e interdisciplinaria con científicos de
otras disciplinas sociales y educativas.
Capítulo 3
INTRODUCCIÓN
61
planteamientos más generales y han nutrido la parte esencial de los marcos
teórico-conceptuales de la psicología de la educación (el componente básico de la
disciplina psicoeducativa). Los paradigmas propiamente psicoeducativos son, por
naturaleza, herederos de los anteriores y han tendido a centrarse en aspectos
educativos menos amplios.
No puede negarse que la psicología de la educación, en su calidad de disciplina
pluriparadigmática, ha alimentado sus tres núcleos (teórico-conceptual,
tecnológico-instrumental y técnico-práctico; véanse Coll 1983b y 1989a; Díaz
Barriga y Hernández 1994) a partir de las aportaciones de cada uno de los distintos
enfoques paradigmáticos que la psicología general ha generado. Dichas
contribuciones, desde luego, varían en cada caso, puesto que algunas han
enfatizado cuestiones de tipo teórico, metodológico o tecnológico, mientras que
otras han subrayado algunos campos de investigación y áreas profesionales, o han
privilegiado algunas o varias de las distintas dimensiones educativas.
En muchas ocasiones tales aportaciones de los distintos paradigmas han sido
tomadas a la ligera; se ha intentado mezclarlas burdamente pasando por alto la
existencia de ciertas incompatibilidades e incongruencias epistemológicas, teóricas
y metodológicas entre ellas. Con ello se corre el riesgo de hacer «mezclas» que si
bien por momentos atienden satisfactoriamente algunos problemas prácticos del
campo educativo, a la larga obstaculizan el desarrollo de perspectivas o líneas más
sólidas de investigación e intervención.
En este sentido, se debe considerar válido cualquier intento más o menos
sistemático de proponer una esquematización de las características y dimensiones
principales de los enfoques paradigmáticos vigentes en la psicología de la
educación, no sólo para retomarlos en el contexto del análisis y la solución de
problemas educativos, sino también para abrir los debates que exige el avance de
la disciplina y para facilitar el trabajo y el diálogo intra e interdisciplinarios.
En este capítulo de naturaleza introductoria, se revisarán los elementos teóricos y
epistemológicos fundamentales para abordar y comprender el estudio de los
paradigmas. Esto es, nos centraremos en una revisión minuciosa del sentido que se
da al término paradigma; definiremos las características básicas de este constructo
en el contexto metacientífico y posteriormente presentaremos un esbozo general de
los distintos paradigmas existentes en el campo de la psicología de la educación.
62
En el campo de la filosofía de la ciencia se han propuesto varias
conceptualizaciones epistemológicas respecto del problema de la construcción y la
evolución del conocimiento científico. En particular, se han destacado tres posturas
como alternativas antagónicas a los planteamientos inductivistas y positivistas: el
falsacionismo de Karl Popper, el falsacionismo sofisticado de los programas de in-
vestigación de Imre Lakatos y los trabajos en torno al desarrollo histórico de las
ciencias de Thomas Kuhn.
Según el planteamiento de Popper, los cambios progresivos en el conocimiento
científico se deben en esencia a criterios estrictamente racionalistas (verosimilitud y
falsacionismo). Popper considera que mediante este método, que consiste en
poner a prueba hipótesis derivadas de esquemas teóricos (las cuales pueden ser
falseadas o en todo caso verificadas), puede explicarse cómo avanzan las distintas
disciplinas científicas.
Decimos que el criterio de Popper es puramente racionalista porque considera
que los factores internos de la disciplina (la formulación racional de las hipótesis, la
puesta a prueba racional de las mismas, la falsación racional de las teorías por
experimentos cruciales, etc.) son los que tienen mayor importancia para
determinar el progreso de las ciencias; Popper resta importancia o da escaso
margen a la participación de otros factores de tipo externo (véanse Chal-mers
1984, Piaget y García 1982).
Lakatos sostiene una posición que mantiene estrecho parentesco con la idea
popperiana, pues también opta por una solución racionalista para la explicación del
desarrollo del conocimiento científico. Lakatos intenta llevar la idea del fal-
sacionismo de Popper a niveles más elaborados. Según él, los cambios en el progreso
de una ciencia no deben entenderse como la refutación o falsación de una teoría
que se hacen por medio de una simple investigación, experimento u observación
empírica crucial, sino más bien, en función de la manera como ciertos programas
de investigación alternativos o emergentes pueden falsear otros hasta entonces
hegemónicos (Lakatos 1975a y 1975b).
Los programas de investigación científica son estructuras formadas por un
«núcleo» (los supuestos básicos del programa) y un «cinturón protector» de hi-
pótesis auxiliares que mediatizan las contrastaciones y falsaciones a que puede ser
sometido el núcleo de ese programa. Los programas de investigación tienen a su
vez una heurística positiva —los caminos que debe seguir el programa para
completar y desarrollar su núcleo y su cinturón protector— y una heurística negativa
63
—lograr que mientras el programa se desarrolle, el núcleo permanezca intacto—
(Chalmers 1984, Lakatos 1975a).
Lakatos (1975a) señala que para que un programa de investigación pueda ser
sustituido por otro, deben cumplirse las siguientes condiciones:
9
La distinción entre el llamado «contexto de justificación» (que se refiere al análisis de los crite rios y argumentos
lógicos ya sea de inducción, falsación, prueba de hipótesis, etc., que deberían ser estudiados principalmente por los
lógicos y los filósofos de la ciencia) y el «contexto de descubrimiento» (referido al papel de los factores subjetivos del
científico en la actividad de descubrimiento y desarrollo de las teorías, el cual debiera ser estudiado, en todo caso, por
los psicólogos y los sociólogos), propuesta por el epistemólogo neopositivista Hans Reichenbach, ha sido criticada
severamente pues se la considera artificiosa. Por supuesto, en tal distinción el contexto de justificación tiene la posición
de privilegio, y se menosprecia el de descubrimiento porque se piensa que sólo tiene un papel secundario. En los
escritos de Popper, y sobre todo en los de positivistas y neopositivistas, hay un marcado interés por el «contexto de
justificación» (el análisis de las teorías científicas como productos ya elaborados). La postura de Kuhn y de otros
epistemólogos (como Hanson, Feyerabend, y los del programa fuerte de sociología de la ciencia), por el contrario,
recupera el «contexto de descubrimiento» (aunque en principio, por supuesto, no aceptaron tal distinción), al revalorar
el papel que desempeñaron los factores psicológicos (personalidad, motivacionales, etc.) y sociológicos (las influencias
sociológicas de las comunidades científicas, los colegios invisibles, etc.), en el devenir de las ciencias (véanse Kuhn
1975a, Florez 1993, Romo 1990 y 1992). En las últimas décadas, con base en estos y otros trabajos, se han desarrollado
nuevas disciplinas, como la psicología de la ciencia y la sociología de la ciencia.
64
Para Kuhn (1971), el desarrollo histórico de las ciencias es discontinuo. 10 Existen
«altibajos» y rupturas entre determinados periodos, lo cual hace suponer que el
avance del conocimiento científico no es acumulativo ni progresa de forma lineal o
continua.
Kuhn señala que en la evolución de las disciplinas científicas ocurren tres
momentos diferentes: a) periodo precientífíco, b) periodo de ciencia normal y c)
periodo de ciencia revolucionaria. En particular, según Kuhn, los dos últimos
periodos de desarrollo suceden de forma cíclica y denotan cambios cualitativos
trascendentes en el curso evolutivo de las disciplinas. Un concepto profundamente
implicado en estos cambios del desarrollo de las disciplinas es, preci samente el de
«paradigma científico».
El término «paradigma» fue introducido por Kuhn en la obra La estructura de las
revoluciones científicas (1962/1971), pero la ambigüedad con que lo usó en dicho
texto fue muy criticada. Por ejemplo, según una revisión minuciosa de dicha obra
seminal hecha por Masterman (1975), Kuhn empleó el término con más de veinte
acepciones diferentes. Shapere (1971) también sostiene que el concepto ha sido
utilizado muy a menudo en distintas disciplinas para describir teorías, metodologías,
modelos, creencias metafísicas, prejuicios, etcétera.
El propio Kuhn aceptó tal polisemia en el uso del concepto y expresó pos-
teriormente (1975a, 1975b y 1982) la intención de precisar su significado,
señalando que el término «paradigma» se debe entender básicamente de dos
maneras: la primera en un sentido amplio y con un matiz marcadamente sociológico
(«matriz disciplinar»); y la segunda en sentido específico («ejemplares»), y como
subconjunto de la primera.
De acuerdo con el significado de «matriz disciplinar» (la primera acepción), Kuhn
10
La visión tradicional de la ciencia hasta este siglo, basada en gran parte en la filosofía inducti- vista y positivista,
sostenía que su historia estaba formada por cadenas de «éxitos» y «logros» deslumbrantes. Esta concepción admite,
al mismo tiempo, que el progreso de la ciencia es acumulativo, continuo (sin rupturas), unívoco y constituido por un
permanente ascenso ad infinitwn. En la actualidad, tal concepción ha caído en descrédito gracias a los argumentos
sostenidos por autores como Bachelard, Koyrée y Kuhn, quienes aceptan que el progreso de la ciencia es más bien
discontinuo y que está sujeto a cambios y reorientaciones que afectan sensiblemente su desarrollo histórico. Estos
cambios muchas veces son imprevisibles, innovadores y creativos. Además, el planteamiento tradicional sostiene
implícitamente una visión ahistórica del saber científico; como si éste no fuera elaborado por individuos (con distintas
características de personalidad, aficiones y deseos) y se construyese fuera de cierto contexto sociohistórico y cultural
(véase Fourez 1994).
65
arguye que un paradigma es todo lo compartido por una comunidad de
científicos.11 Es de hecho una constelación de principios que unifican a un grupo de
investigadores y divulgadores de una disciplina, quienes en cierto modo adquieren
un compromiso con él. La matriz disciplinar tiene, por lo tanto, una serie de
componentes que son todas las creencias, las generalizaciones, los valores, las
técnicas, los tipos de problemas por investigar, las soluciones típicas, etc., alrededor
de los cuales los científicos de una determinada disciplina desarrollan su
participación en la producción de conocimientos.
Según Kuhn, en las primeras etapas de desarrollo de una ciencia es difícil que
exista un paradigma único, globalizador y hegemónico. Más bien se presenta una
situación de convivencia entre múltiples escuelas, enfoques o teorías que se
esfuerzan por subsistir y prevalecer sobre los demás.
Este periodo se describe como «preparadigmático» y es característico, por
consiguiente, de todas las disciplinas que no han alcanzado cierto grado de
«madurez» en su evolución histórica. Sólo posteriormente, con el avance del co-
nocimiento científico, las disciplinas se mueven hacia una etapa llamada «pos-
paradigmática» caracterizada por la aparición, el desarrollo y la confrontación de
distintos paradigmas.
Cuando un paradigma se vuelve hegemónico durante determinado lapso, se
produce lo que Kuhn denomina «periodo de ciencia normal». En ese lapso, los
científicos de una comunidad trabajan para buscar la articulación y el desarrollo del
paradigma al cual son adeptos, intentando adecuar y refinar las explicaciones que
11
Sobre las comunidades científicas vale la pena hacer una serie de comentarios relevantes (Fourez 1994). Las
comunidades científicas son un grupo social relativamente bien definido; y gozan de reconocimiento interno (los
miembros se reconocen mutuamente) y externo (la sociedad —en especial los grupos dominantes— acepta que
poseen saberes útiles y retribuibles); el reconocimiento externo y público que logran les asegura un apoyo y cierta
posición económica y política y, al mismo tiempo, les exige que cumplan una función social («los expertos
opinan...»). No obstante, en general las comunidades científicas no están completamente condicionadas por
cuestiones económicas (por eso pueden abanderar y suscribir posturas progresistas); pertenecen a estratos
socioeconómicos medios y, como no tienen suficiente poder económico, suelen establecer alianzas de beneficio
recíproco con quienes sí lo tienen (muchas veces truecan la subvención a sus investigaciones por centrar su esfuerzo
en pro de determinados intereses); en su interior, las comunidades están organizadas según la división del trabajo (se
especializan en determinadas funciones, existen jerarquías de autoridad, vías de comunicación formales e informales,
etc.). Existen algunas técnicas sociológicas y bibliométricas para determinar la amplitud de las comunidades de
investigadores en una disciplina (lo que se ha denominado, en el lenguaje de D.J. Price, determinación de los «colegios
invisibles») que, sin embargo, poco se han aplicado al caso de la ciencia psicológica (véanse Carpintero y Tortosa 1990,
Peiró y Salvador 1987, Tortosa e t a l . 1990).
66
se derivan de él. Un aspecto importante de este periodo son los intentos por
resolver problemas o enigmas (a los que llama Kuhn puzzles), con base en las
reglas o formalismos desarrollados.
La comunidad de científicos partidaria del paradigma dominante en el periodo de
ciencia normal asume una serie de acuerdos fundamentales y, por el momento, no
se le permite criticar el paradigma. Su trabajo debe centrarse, como hemos insinuado
en el párrafo anterior, en producir nuevas soluciones prototípicas (aquí está la
segunda acepción propuesta por Kuhn: la de los «ejemplares») para determinada
clase de problemas. Asimismo, la comunidad científica se encarga de formar a nuevas
generaciones de científicos en los aspectos teóricos y metodológicos, a fin de que se
preserve y desarrolle el trabajo en torno al paradigma vigente. Durante este periodo,
el objeto y la problemática que el paradigma ha definido, así como las técnicas y los
procedimientos de investigación y solución de enigmas están bien demarcados y
son muy fructíferos, puesto que la comunidad se emplea «a fondo» para hacer
prevalecer el paradigma.
Igualmente, en la medida en que se va desarrollando el paradigma, se van
modificando las relaciones que éste tiene con la parcela de la realidad a la que
está dirigido (Fourez 1994). Durante las fases iniciales de fecundidad del pa-
radigma, éste retoma problemáticas reales y las atiende traduciéndolas a un
lenguaje técnico que previamente fue definido por sus adeptos, para poder
introducirlo en su problemática e investigarla según sus cánones metodológicos.
Una vez hecho esto, el paradigma se preocupa de un modo especial por volver a
hacer la traducción al lenguaje común a fin de diseñar actividades de aplicación y
de solución de problemas concretos. Poco a poco, el paradigma comienza a definir
sus propios problemas (cada vez más idealizados) a partir de sus marcos
conceptuales y lenguaje técnico, y poco a poco marca su distancia respecto de la
parcela de lo real y su campo de aplicación. El paradigma tiende a refugiarse en su
campo de investigación (muchas veces el laboratorio), y la comunidad que trabaja
con el paradigma «endurece» sus conceptos y se siente cada vez menos
comprometida a dar respuesta a las demandas sociales.
• Debe quedar claro que en el hecho de que surja un paradigma y una determi nada
comunidad lo acepte no sólo influyen aspectos del trabajo estrictamente
académico-científico; también repercuten otros factores, entre los que destaca la
aceptación y la adhesión que una comunidad demuestre hacia él; es decir, que dicha
comunidad lo encuentre fecundo en múltiples sentidos. En ocasiones, como apunta
67
Fourez (1994), los factores que impulsan significativamente el establecimiento de un
paradigma son cuestiones académicas, en otras son aspectos sociales, políticos,
culturales, o la interacción de varios de ellos; pero sin duda se puede decir que
siempre, de alguna forma, intervienen todos conjuntamente.
En el curso del trabajo esmerado con el paradigma y sobre el mismo, 12 los
científicos van encontrando inconsistencias o anomalías13 que no se pueden explicar
tan fácilmente con los recursos que aporta el paradigma. Poco a poco estas
anomalías se van acumulando y se muestran incómodas y perturbadoras, hasta
que aparecen algunas que afectan seriamente la naturaleza del paradigma. Es en
ese momento cuando comienza un periodo de crisis científica que se caracteriza por
la aparición de un sentimiento generalizado de desconfianza e «inseguridad» en la
comunidad simpatizante con el paradigma. Finalmente, la crisis se agudiza cuando
sale a escena un paradigma rival (sustentado por un pequeño grupo de
investigadores científicos) que es, en esencia, antagónico con al hasta entonces
dominante.
A este estado de crisis y postulación de un nuevo paradigma, Kuhn lo ha de-
nominado «periodo de ciencia revolucionaria». 14 El nuevo paradigma va ganando
adeptos15 hasta que se constituye en hegemónico y desplaza al anterior; así se
inicia nuevamente otro periodo de ciencia normal.
En la concepción kuhniana, la sustitución de un paradigma por otro no obedece a
criterios de racionalidad que se invocan como en los casos de los fal-sacionistas
12
Según Fourez (1994), cuando el paradigma encuentra anomalías sintomáticas, hasta cierto punto pierde contacto
con la realidad que es su objetivo y se agota heurísticamente (ya casi no genera trabajo de investigación), así se inicia
su periodo posparadigmático (muchas veces éste anuncia la entrada de la disciplina en un periodo revolucionario).
13
Los partidarios del paradigma no aceptan tan fácilmente las anomalías encontradas o impugnadas. De hecho se
suelen minimizar y soslayar y, cuando se aceptan, se consideran más bien «errores» no atribuibles al paradigma (a sus
supuestos teóricos), sino un producto de los instrumentos utilizados o de los científicos que las sustentaron (véanse
Romo, 1990 y 1992).
14
Fourez (1994) señala que el concepto de periodo revolucionario también ha engendrado ciertos problemas tanto
desde un punto de vista epistemológico (Masterman 1975) como histórico. Así, a ve ces cuesta trabajo describir y
explicar la amplitud (¿revoluciones grandes o pequeñas?) y la trascendencia de un periodo revolucionario en una
disciplina.
15
Cuando los científicos deciden optar por un nuevo paradigma, lo hacen mediante un acto que se asemeja a la
«conversión religiosa». Según Kuhn, intervienen varios factores en este proceso de conver sión (p. ej. la sencillez del
nuevo paradigma, su vinculación con necesidades sociales inmediatas, la capacidad del nuevo paradigma para
resolver enigmas). Para determinar y comprender el papel que desempeñan estos factores en dicho proceso de
conversión, Kuhn señala que es necesario realizar investigación psicosocial y sociológica (Kuhn 1975a y 1982).
68
Popper y Lakatos. Según Kuhn, los paradigmas o las matrices disciplinares son
visiones o enfoques diferentes con vocabulario, formalismos y esquemas
metodológicos propios, lo que hace difícil la contrastación y la comparación entre
ellos. Esto significa que los paradigmas rivales son en definitiva inconmensurables
(Kuhn 1971 y 1982).16
Varios han sido los esfuerzos que se han hecho para aplicar las ideas de Kuhn en la
historia de la psicología (véanse Peiró y Salvador 1987, Petterson 1981). Algunos
han intentado comparar la eficacia y la potencialidad del concepto kuhniano en la
disciplina psicológica con los «programas de investigación científica» de Lakatos y
las «tradiciones de investigación científica» de Laudan (véanse Barker y Gholson
1984, Castorina 1995, Gholson y Barker 1985).
Más allá de las comparaciones, si se toma como base la distinción de Petterson
(1981), se pueden reconocer dos tipos de aplicaciones del enfoque kuhniano en la
psicología: a) un uso metateórico referido principalmente a la historia de la disciplina
y b) un esfuerzo por incorporar la idea de paradigma a la descripción de las teorías y
líneas de investigación de la disciplina. El primer uso cuenta con varias tentativas de
incorporar la idea, con mayor o menor profundidad, en la explicación historiográfica
de la disciplina (véanse Caparros 1980 y 1990, Tortosa et al. 1990). El segundo uso es
promisorio, dadas las posibilidades que otorga a la descripción de los distintos
enfoques o esquemas teóricos existentes.
También hay autores (p. ej. Briskman 1972, citado en Peiró y Salvador 1987) que
sostienen que las ideas de Kuhn no son fácilmente aplicables al dominio de la
psicología, pues fueron elaboradas pensando principalmente en el contexto de las
llamadas ciencias «duras».
Si retomamos lo que mencionábamos en el apartado anterior sobre las ideas
kuhnianas originales, recordaremos que en función de la aparición de paradigmas en
16
Kuhn (1975a y 1975b) ha señalado que la inconmensurabilidad es básicamente un problema de comunicación
entre los simpatizantes de paradigmas rivales. Así, la comunicación entre los adeptos de un paradigma y los de
cualquier otro puede hacerse difícil debido a la dificultad de contar con un «metalenguaje» común que pueda traducir
los lenguajes (vocabulario, conceptos, convenciones, etc.) utilizados por cada uno de ellos. Paul Feyerabend también
está de acuerdo con la idea de inconmensurabilidad entre teorías; según él, las teorías y las explicaciones que se
desprenden de ellas suelen ser tan diferentes entre sí (por su vocabulario, la forma en que establecen sus enunciados,
sus supuestos teóricos, etc.) que es difícil aceptar que lo que propone alguna de ellas es válido y puede servir para va -
lorar los éxitos de alguna otra (véase Chalmers 1982).
69
la historia de determinadas disciplinas científicas, éstas se pueden clasificar como
preparadigmáticas o paradigmáticas y, de este modo, es posible considerar si han
alcánzalo cierto grado de madurez. Según Kuhn, las ciencias sociales son
esencialmente preparadigmáticas porque aún no han alcanzado determinado grado de
madurez como es el caso de algunas ciencias naturales, entre ellas la física).
Esta aseveración no es compartida por Masterman (1975), quien ha señalado que
en el trabajo de Kuhn la concepción de ciencia preparadigmática es confusa y «no
está completamente analizada» (p. 199). De acuerdo con Masterman, Kuhn no
distingueadecuadamente entre disciplinas científicas sin paradigmas (no pa-
radigmática*), con dos paradigmas (biparadigmáticas) y con varios paradigmas
(pluriparadigmáticas). Masterman señala que la psicología y otras ciencias sociales
se encuentran en una situación multi o pluriparadigmática.
Otros auiores (véanse Buss 1979 y Caparros 1978, citados en Peiró y Salvador
1987) aceptan igualmente la pluriparadigmaticidad de la psicología y señalan que
tal condición se debe, en esencia, a las peculiaridades y a la categoría de su objeto
de estudio (la realidad psicológica).
Peiró y Salvador (1987) y Tortosa et al. (1990) mencionan que en esta disciplina
existen enfoques paradigmáticos con tradiciones de investigación altamente
desariolladas en aspectos técnicos, y que intervienen en la solución de enigmas
(puzzles) en ámbitos, no obstante, restringidos. Dichos paradigmas se apoyan, a
decir de estos autores, en el alto nivel de integración de las comunidades de
investigadores que los conforman (véase Masterman 1975).
De este nodo es válido aceptar que la disciplina psicológica se entienda como
una ciencia pluriparadigmática, siempre y cuando se tenga en cuenta que tal idea
debe ser usada como un instrumento de tipo heurístico; al respecto, Peiró y
Salvador (1987) señalan lo siguiente:
que permita una descripción más sistemática y sugiera nuevas perspectivas y problemas de la
situación actual y pasada de la psicología (p. 17, las cursivas son mías).
Por otro lado, y en relación con el estado de madurez de las disciplinas según la
visión kuhniana, el epistemólogo Feyerabend (1974 y 1981) ha señalado
enfáticamente que la proliferación de teorías en una disciplina puede determinar,
en gran medida, su desarrollo posterior, pues potencializa la competencia heurística
y racional de la misma. Feyerabend agrega que la proliferación de paradigmas o
teorías de ninguna manera debe verse como un estadio o etapa de inmadurez de
una disciplina científica.
70
De forma similar, Mérton (1975, citado en Shulman 1989) afirma que el pluralismo
teórico promueve el desarrollo de distintas metodologías y estrategias de
investigación: situación que, sin duda, no se generaría con la existencia de un
paradigma o programa de investigación único.
En lo que se refiere a estas cuestiones, en el caso específico de la psicología,
varios autores (entre ellos Caparros 1978 y Florez 1993) sugieren, de hecho, que la
situación de multiparadigmaticidad en la disciplina de nuestro interés se debe a que
en ella opera una lógica de organización y desarrollo distinta de la de otras ciencias,
y que esta situación, paradójicamente, ha otorgado a la psicología una situación de
identidad y de madurez. Así, según Caparros (1978), puede declararse lo siguiente:
Si la psicología ha adquirido ya la madurez científica, esto se debe sobre todo porque ha
sabido renunciar a la uniparadigmaticidad como meta inmediata de su hacer, tras haber
comprendido a través de unas complejas vicisitudes históricas que las peculiaridades y
dimensiones de su objeto exigen entre tanto la multiparadigmaticidad (p. 105, las cursivas
son mías).
Por lo tanto, con base en lo señalado hasta ahora, podemos argüir, aunque esto
resulte sin duda polémico, que los enfoques teóricos prevalecientes en la psicología
se constituyen como paradigmas porque reúnen comunidades que trabajan en
torno a ellos, con ciertos criterios epistemológicos, teóricos y metodológicos propios,
y que la situación de proliferación de paradigmas (la pluriparadigmaticidad) propia
de esta disciplina (por las peculiaridades de su objeto de estudio y por la existencia
de tradiciones de investigación consolidadas) lejos de provocar cierto estado de
inmadurez, en cierto modo resulta benéfica para su propio desarrollo como
disciplina.
71
aplicación (figura 3.1) (véanse Bisquerra 1989, Chalmers 1984, Figueroa et al. 1981,
Fourez 1994, Medina 1990). A continuación presentamos una breve descripción de
cada uno de dichos componentes.
b) fundamentos epistemológicos.
Son supuestos de orden metacientífico necesarios para abordar la problemática
definida, con los cuales se compromete la comunidad adepta al paradigma. En
esencia tienen que ver con aspectos de tipo metateórico, los cuales se vinculan a
concepciones epistemológicas y filosóficas de diverso orden (p. ej. axiológicas).17
c) Supuestos teóricos.
Este componente es similar al concepto de núcleo de los programas de investigación
científica de Lakatos. Esto es, las hipótesis o los sustentos teóricos que comparten
los especialistas y que son la base conceptual y explicativa fundamental de la matriz
disciplinar. Cada paradigma tiene su propio lenguaje y su sistema conceptual.
d) prescripciones metodológicas.
El conjunto de métodos, procedimientos, técnicas y reglas que acepta la comunidad
de profesionales y que utilizan para el trabajo de construcción y refinamiento
(investigación) del paradigma.
17
Los distintos discursos científicos de una disciplina (p. ej. de la psicología, en la cual hay varias posturas teóricas)
asumen, implícita o explícitamente, cierta postura epistemológica (véase Noriega y Gutiérrez 1995). De hecho, la
epistemología es parte integral de cualquier discurso científico.
72
e) proyecciones de uso o aplicación.
Son los planteamientos, propuestas, procedimientos y técnicas de aplicación
(derivados esencialmente de los principios y supuestos teóricos) que proponen los
paradigmas para analizar y solucionar problemáticas concretas de un espacio
determinado de la realidad. Muchas de las aplicaciones son lineales, mientras que
otras se derivan como implicaciones, consecuencias o significaciones para
determinados ámbitos de la realidad a la que se dirigen (por ejemplo el educativo)-
73
como base la investigación realizada en los distintos contextos educativos.18
Esta distinción es evidente y vale la pena exponerla porque permite aclarar
varias cuestiones de importancia metateórica para la disciplina.
Tal distinción ha sido producto de las propias vicisitudes de la historia de la
disciplina. En los dos capítulos anteriores hemos expuesto que el modelo básico
prevaleciente durante las primeras décadas de la historia de la psicología de la edu-
cación siguió típicamente un esquema de importación de paradigmas de su dis-
ciplina madre: la psicología general (véase Wittrock 1992). De este modo, para el
desarrollo del corpus de conocimiento de la psicología de la educación, se ha echado
mano de los paradigmas existentes y de otros que vinieron apareciendo al avanzar la
centuria, porque se consideró que podían aportar argumentos y explicaciones
valiosos para su introducción en los contextos educativos.
Así, desde entonces se contó con un amplio catálogo de leyes, principios y
hallazgos acumulados provenientes de distintos paradigmas, los cuales eran objeto
del planteamiento de extrapolación-traducción comentado en el capítulo anterior.
Esto provocó que en la psicología de la educación dominara una con cepción de
disciplina aplicada, dependiente teórica y metodológicamente de las distintas
disciplinas (psicología del desarrollo, psicología del aprendizaje, etc.) de la
psicología general.
En consecuencia, el conocimiento psicoeducativo desarrollado al interior de la
disciplina carecía de identidad propia. Si bien es cierto que en dicha situación se
produjo la reflexión teórica y el desarrollo de líneas de investigación y de
aplicaciones prácticas, también, en opinión de otros, fue una condición que
hasta cierto punto limitó un poco el desarrollo de la disciplina.
Correremos el riesgo de ser reiterativos (porque varias de las siguientes ideas
18
Esta situación ya ha sido discutida por otros autores (entre otros, Bruner 1972 y Patterson 1981); se ha
mencionado la distinción existente entre las teorías del aprendizaje y de la instrucción, y esta idea puede extenderse
a la distinción que estamos tratando de proponer aquí. Respecto a dicha distinción entre los dos tipos de teorías
mencionadas, se señala que las primeras pretenden responder a finalidades explicativas y descriptivas (ciencia
básica) y las segundas a intenciones fundamentalmente prescriptivas (ciencia aplicada). Todavía algunos autores
como Hilgard y Bower (1966, citados en Genovard y Gotzens 1990) señalan que a fin de lograr una aproximación de
la investigación realizada para la construcción de las teorías del aprendizaje a situaciones educativas, es necesario
tender un puente de «seis pasos» sistemáticos (esto puede corresponder más o menos a los procedimientos de ajuste
que menciona Coll [1989a, véase el capítulo 2 de esta obra] para la traducción de los principios básicos a situaciones
aplicadas). Para que las teorías del aprendizaje y la instrucción sean útiles y valiosas en los contextos educativos,
deben construirse sobre situaciones educativas reales y no ficticias, a través del planteamiento de investigación que
Ausubel (1978) llamó «disciplina tecnológica» (véase el capítulo 2 de esta obra).
74
ya han sido expuestas en los dos capítulos anteriores) pero vale la pena
reunir aquí algunos de los comentarios críticos (véanse Blerliner 1992, Coll
1993, Wittrock 1992) que pueden enriquecer la discusión en dicho sentido:
75
cología educativa. En el periodo comprendido entre 1960 y 1980, puede identi-
ficarse ya con cierta claridad la presencia significativa de cinco paradigmas
psicológicos en el campo de la educación, a saber:
Estos paradigmas se han aplicado al contexto educativo con cierto éxito, y con
ello se ha dado un impulso decisivo al desarrollo de la psicología de la educación,
pues se ha posibilitado que surjan reflexiones teóricas e instrumentos
metodológicos y tecnológicos. Cada paradigma mantiene explícita o implícitamente
una forma de introducirse en las situaciones educativas, la cual a veces depende
del momento en que hizo acto de presencia en la historia de la disciplina, de sus
coordenadas epistemológicas, teóricas y metodológicas o de sus propias
76
concepciones teóricas y opiniones sobre las cuestiones educativas. De hecho,
puede decirse que los .planteamientos de extrapolación-traducción e in-
terdependencia-interacción se han hecho realidad en cada uno de ellos, con el
predominio de uno u otro.
A partir del arduo trabajo realizado con estos paradigmas, comenzaron a surgir
otros nuevos de menor amplitud y envergadura en sus pretensiones y que se
circunscribieron a aspectos más restringidos de las distintas cuestiones educativas.
Al respecto, Pérez Gómez (1989) y especialmente Shulman (1989) han descrito los
distintos paradigmas psicoeducativos que hoy pueden identificarse en el estudio de
los procesos de aprendizaje y enseñanza.19
Shulman (1989) distingue varios paradigmas20 que intentan explicar diversos
aspectos de la enseñanza. Para hacerlo, menciona en primer término las distintas
variables involucradas en las situaciones de enseñanza-aprendizaje a las que se
han dirigido los paradigmas y que les han dado cierta identidad.
Estas variables son las siguientes: a) variables de presagio: características (clase
social, capacidad docente, rasgos de personalidad, etc.) y experiencias formativas
del profesor (por ejemplo, experiencia docente, tipos de programas de
entrenamiento); b) variables de proceso: cognición del alumno (procesos cognitivos,
motivacionales y afectivos del alumno) y cognición del profesor (procesos de
pensamiento, planificación, expectativas, etc., del profesor); c) variables de producto:
efectos a corto y a largo plazos de los episodios instruccionales en los alumnos
(rendimiento académico, aprendizaje de habilidades, desarrollo de actitudes, etc.); y
d) variables de contexto: situación física, psicológica y social en la que ocurre la
enseñanza (nivel de saturación, contexto intersubjetivo, clima de clase y compo-
sición étnica).
Cada uno de los paradigmas identificados estudia con cierta profundidad alguna
de las variables mencionadas o la relación entre ellas (lo que constituye su propio
espacio de problemas de investigación); para ello utiliza sus propios recursos
teóricos, epistemológicos y metodológicos (los demás componentes del
19
Pueden considerarse también aquí los trabajos realizados por otros autores, por ejemplo, Gagné y Dick (1983) han
hecho una amplia descripción de distintos paradigmas en el campo del diseño instruccional. Recientemente Farham-
Diggory (1994) también ha aplicado el concepto para describir varios paradigmas instruccionales.
20
Shulman usa el término lakatosiano de «programa de investigación» (véase el apartado 3.1 de este capítulo), pero
él mismo considera que puede ser equiparable al de paradigma que hemos analizado en este capítulo.
77
paradigma). De este modo, Shulman propone la existencia de los siguientes pa-
radigmas:21
21
Pérez Gómez (1989) menciona además el paradigma presagio-producto, el cual no se ha incluido aquí por
considerarse en decadencia.
78
contextuales físicos, cognitivos y socioculturales que ocurren alrededor del proceso de
enseñanza y durante él. La influencia en este paradigma de la aproximación
fenomenológica en filosofía y de las metodologías sociológicas, antropológicas y
lingüísticas, es decisiva. De hecho, en él se supone que las comunidades que se for-
man dentro de las aulas manejan códigos y procesos de transacción de signifi-
cados, curriculares y extracurriculares, que es necesario interpretar porque su
influencia es determinante en los procesos de enseñanza. El papel de este para-
digma en el debate sobre las cuestiones que hay que analizar en los procesos de
enseñanza ha sido mucho más crítico que el de los demás paradigmas. Algunos
autores destacados son Geertz, Erickson, Cazden y Jackson.
79
digmas psicoeducativos, hoy por hoy constituyen gran parte (si no la totalidad) del
corpus que la psicología de la educación posee. Hay componentes básicos y
componentes específicos que se encuentran interconectados, nutriéndose y en-
riqueciéndose mutuamente de formas diversas. Dichos conocimientos, metodo-
logías, procedimientos y técnicas educativas constituyen el instrumental básico
para el desarrollo de la disciplina. Al mismo tiempo, son los artefactos y recursos
teórico-conceptuales y tecnológicos de que dispone el psicólogo de la educación
para contribuir al análisis, la reflexión y la solución de problemas educativos
específicos. Su potencial es incuestionable en este último sentido, pero su
participación aislada y exclusiva es insuficiente. También es necesario reconocer la
especificidad y la problemática del discurso y las prácticas educativas a las que se
dirigen, eslabonar los saberes obtenidos por las didácticas específicas, e
incorporar o integrar críticamente las aportaciones de las demás disciplinas
educativas. Sólo así podrán alcanzar su justo valor.
80
todologías que utilizan, las técnicas vinculadas con ellos, etc.).
b) Porque enriquece el debate entre los distintos paradigmas de la disciplina y
crea un clima de discusión apropiado para el desarrollo de los mismos (en sus
distintos componentes, en sus aplicaciones educativas, etc.) y, por qué no, para la
búsqueda de nuevos planteamientos paradigmáticos (planteamientos híbridos o
nuevos paradigmas alternativos).22
c) porque, como diría Shulman, nos permite elaborar un «mapa» de los distintos
programas o líneas de exploración de la realidad educativa, que pueden ser de
importancia extrema para el desarrollo de la futura investigación en la disciplina.
22
Con esto no queremos decir que suscribimos las posturas eclécticas simplistas (sobre los riesgos en torno a éste y
otros reduccionismos véanse Coll 1993 y 1996, Moriega y Gutiérrez 1995). Lo que sí es un hecho demostrado es que,
corno consecuencia de la interpelación entre paradigmas o programas de investigación, éstos influyen unos en otros y
buscan reajustes o, a veces, cuando existe cierta afinidad teórica y epistemológica, se crean alianzas e integraciones
(estas últimas con ciertas reservas, para no caer en errores o contradicciones muy evidentes). Como ya lo hemos
dicho en otra parte de este texto, en la actualidad se están haciendo varios intentos para integrar ideas de distintos
paradigmas; así, encontramos conductismo-cognitivismo (p. ej. Mahoney, Bandura), cognitivismo piagetiano (p. ej. los
neopiagetianos: R. Case, Pascual-Leone, Siegler), cognitivismo vigotskyano (p. ej. A.L. Brown, J.S. Brown), entre otros.
Todos estos planteamientos deben ser revisados con cierta reserva, porque es evidente que, vistas detenidamente,
algunas integraciones son factibles, mientras que otras en definitiva plantean visibles problemas. También es necesario
tener en cuenta el tipo de criterios que se pueden esgrimir en la supuesta integración (epistemológicos, pragmáticos,
etc.), para establecer juicios más apropiados.
81
técnicas de investigación (el cuarto componente) ad hoc a sus formas de entender
las distintas porciones de la realidad educativa a las que se suelen enfrentar.
Los paradigmas también se critican e interpelan. Metafóricamente hablando,
Shulman (1989) señala que los distintos paradigmas participan en un foro común
que podría ser llamado la «Gran Conversación». Entre paradigmas, se hacen
comentarios explícitos o implícitos, generalmente en tono de crítica, buscando su
autoafirmación ante la comunidad de especialistas y, a la larga, la hegemonía sobre
los demás (véase la sección 3.1). Pero esta conversación, 23 que tiene lugar a través
de los textos, las revistas especializadas, los congresos, etc., resulta a todas luces
favorable para los distintos paradigmas (y para la disciplina misma), y puede
decirse que es uno de los factores más decisivos para su propio desarrollo (véase
Shulman 1989). Por todo ello, este aspecto por sí mismo, podría considerarse como
un rubro por derecho propio para nuestra disección de los paradigmas, tan
relevante como los anteriores, el cual podríamos titularlo como «críticas».
Por último, la forma de proyectarse o aproximarse (el quinto componente de los
paradigmas) a las realidades propiamente educativas; al respecto, convendría
estudiar las aportaciones de intervención según tres variantes: de tipo conceptual
(para un estudio más profundo), de tipo técnico (para una posible intervención) y,
por último, de tipo ético e ideológico.
Para las aportaciones de tipo conceptual pueden tomarse como puntos de
interés, dada su relevancia en el ámbito educativo, los siguientes: a) concepción de
la enseñanza, b) concepción del alumno, c) concepción del profesor, d) concepción
del aprendizaje, e) concepción de estrategias específicas de tipo didáctico, f)
concepción de la evaluación.
Sobre las aportaciones de tipo técnico, podrían utilizarse los puntos del párrafo
anterior para hacer, en primer lugar, una posible clasificación de las contribuciones
que podría ofrecer cada uno de los paradigmas y, en segundo lugar, una
esquematización de la naturaleza de las mismas especificando, por ejemplo, en qué
tipo de modalidad y área educativa inciden, el alcance y la eficacia logrados, la
23
El enfoque epistemológico, conocido como el «programa fuerte de la sociología del conoci miento científico», ha
aportado importantes análisis sobre cómo se genera el conocimiento científico a partir de estas actividades. Edwards
(1992) cita que en algunos de los trabajos de los seguidores de esta aproximación (Lotour, Woolgar, Gilbert y Mulkay):
« [Se analiza, entre otras cosas] el trabajo común de los científicos en los laboratorios, cómo hablan de su trabajo,
cómo escriben sobre él en las publicaciones científicas, cómo discuten entre sí y, en general, cómo "construyen" el
conocimiento científico a través de todas estas actividades. Se estudia el saber científico como un sistema de asun -
ciones, comprensiones y procedimientos compartidos (o disputados) construidos socialmente.» (p. 73)
82
forma creativa e innovadora en que lo consiguen, el tipo de necesidades educativas
y sociales que satisfacen o al que se asocian, el tipo de hege monía dentro de la
disciplina, etcétera.
También es necesario considerar las cuestiones éticas, ideológicas y políticas
porque, implícita o explícitamente, cualquier proyección de análisis o de inter-
vención en la práctica educativa debe tener un planteamiento en ese sentido; esto
se debe a que puede afectar distintos contextos, como el socioeconómico, el cultural-
ideológico, el político-administrativo y el práctico-pedagógico, en los que intervienen
instituciones y distintos agentes sociales (diseñadores, profesores, alumnos, etc.)
(véase Gimeno 1988; también, para un análisis de la práctica educativa, Coll 1994).
Habría que dar cuenta del posible compromiso que asuman los paradigmas con
determinadas posturas ideológicas y políticas; de su vinculación con determinados
acontecimientos histórico-sociales, de la asociación entre comunidades científicas y
de las alianzas políticas, cuando éstas existan.
83
SEGUNDA PARTE
DESCRIPCIÓN DE LOS PARADIGMAS CON IMPLICACIONES EDUCATIVAS
Capítulo 4
84
DESCRIPCIÓN DEL PARADIGMA CONDUCTISTA Y SUS APLICACIONES E
IMPLICACIONES EDUCATIVAS
INTRODUCCIÓN
85
enfatizando las proyecciones en el campo educativo.
ANTECEDENTES
El paradigma conductista se originó en las primeras décadas del siglo xx. Su fundador
fue J.B. Watson, quien expuso su programa en un texto seminal escrito en 1913 y al
que denominó La psicología desde el punto de vista de un conductista. Watson, de
formación funcionalista (Escuela de Chicago), supo interpretar los vientos de
aquellos años al proponer un nuevo planteamiento teórico-metodológico cuyas
principales influencias (en boga en esa época) fueron las siguientes: una
concepción fixista del darwinismo, el empirismo inglés, la filosofía pragmatista y la
concepción positivista de la ciencia (véanse Chaplin y Krawiec 1979, García y
Moya 1993, Yaroshevsky 1979).
De acuerdo con Watson, para que la psicología lograra un estatus verda-
deramente científico, tenía que olvidarse del estudio de la conciencia y los procesos
mentales (procesos inobservables) y, en consecuencia, nombrar a la conducta (los
procesos observables) su objeto de estudio. Asimismo era necesario rechazar el uso
de métodos subjetivos como la introspección para utilizar, en su lugar, los métodos
objetivos, como la observación y la experimentación, que se usaban en las ciencias
naturales (véase Rubinstein 1974)
Desde sus inicios, el conductismo pareció romper radicalmente con muchos de
los esquemas anteriores de la psicología, aunque, a decir verdad, en él existían
importantes antecedentes y «continuismos» que lo relacionaban con las obras
de otros autores (p. ej. Pavlov y Thorndike), las cuales fueron asimiladas y
depuradas por los conductistas. Estas influencias constituyeron las bases iniciales
de su trabajo teórico-metodológico.
El planteamiento watsoniano tuvo una buena acogida en los círculos académicos
y logró un éxito inmediato, sobre todo, en los años veinte. Un decenio después
del manifiesto conductista de 1913, el conductismo de Watson se diversificó
rápidamente, y se asoció en esos años con un grupo variado de escuelas
disímbolas (véanse Pozo 1989 y Rubinstein 1974). Algunos años después se de-
sarrolló el movimiento neoconductista, con cuatro corrientes principales que se
disputaban la supremacía académica. Estos cuatro planteamientos fueron: el
conductismo asociacionista de Guthrie, el conductismo metodológico de Hull, el
conductismo intencional de E.L. Tolman y, por último, el conductismo operante de
B.F. Skinner.
Con el paso de los años, especialmente entre la década de 1940 y la de 1960, el
86
conductismo skinneriano se desarrolló y protagonizó la escena académica, hasta
que llegó a constituirse en la corriente hegemónica del conductismo y a ocupar,
también, un lugar relevante en la psicología general.
La propuesta skinneriana, también llamada análisis experimental de la
conducta (AEC), se ha caracterizado por su feroz defensa de los aspectos más
«radicales» de la corriente conductista (el antimentalismo y el ambientalismo
extremo). Según Skinner, la conducta de los organismos puede ser explicada a
través de las contingencias ambientales, y los procesos internos de naturaleza
mental no tienen ningún poder causal-explicativo.
A partir de los años sesenta, el paradigma conductista comenzó a acumular una
serie de anomalías, difícilmente explicables desde la óptica ortodoxa, y desde
entonces, como tradición de investigación, la corriente ha perdido la fortaleza de la
que hasta entonces gozaba. Empero, el conductismo no parece haber finiquitado su
presencia en la psicología, por lo menos al amparo de los escritos del tenaz Skinner y
de otros conductistas que han sabido adaptarse al desarrollo mismo de la disciplina.
Así, es indudable que la revolución cognitiva ocurrida a finales de los años cincuenta
(véase el capítulo 6) ha influido decisivamente, en muchos sentidos, en el curso
posterior que ha seguido el paradigma conductista. Como ejemplo de lo anterior,
puede señalarse la paulatina pero reservada intromisión, primero, de una serie de
ideas y supuestos mediacionales, y más tarde, de supuestos cognitivos y simbólicos,
en algunos conductistas y en sus explicaciones conductuales.
Actualmente, los seguidores del conductismo operante han comenzado a resurgir
apoyados en otras líneas de trabajo conductistas (véanse Hernández 1991, Méndez
y Romero 1994).
Por ejemplo, en la tradición de investigación de las llamadas terapias con -
ductuales se desarrollaron otras líneas de trabajo relevantes agrupadas bajo el
término de «neoconductismo mediacional»24 desde finales de los años cincuenta
(Méndez y Romero 1994). Por un lado apareció la «corriente sudafricana», impulsada
por Wolpe y continuada por Rachman y Lazarus; sus trabajos dieron origen al
desarrollo de un marco interpretativo de la neurosis experimental y las fobias, y
sirvieron para cimentar técnicas terapéuticas relevantes (p. ej. la psicoterapia por
inhibición recíproca y la desensibilización sistemática, que son sus aportaciones
principales). Por otro lado se encuentra la llamada «escuela inglesa» fundada por HJ.
Eynseck (él fue el primero en emplear la expresión «terapia conductual») y
24
La diferencia entre éste y la comente operante «radical» de Skinner es la introducción de variables y constructos
mediacionales en la explicación de la conducta.
87
continuada por otros como Franks y Shapiro; la corriente inglesa también hizo
aportaciones valiosas en el campo del trabajo terapéutico sobre conductas
anormales, aunque su proyecto intentaba un plan más ambicioso (analizar las
dimensiones de la personalidad y correlacionar estas dimensiones con aspectos
fisiológicos, dando, por supuesto, una descripción empírica de carácter conductual).
Ambas líneas de trabajo reconocen la influencia de Pavlov y de Hull (Franks 1991).
Otras variantes del conductismo, más próximas que las anteriores al para digma
cognitivo, son las aportaciones de varios autores tanto en el plano teórico como en el
aplicado (modificación y terapias conductuales). Por un lado, hay que poner de
relieve los escritos de Bandura sobre el aprendizaje social (al pasar de los años, su
obra se ha ido acercando al enfoque cognitivo). Por otro lado está toda una gama de
planteamientos25 de la tendencia llamada «enfoque cognitivo-conductual» (que
incluye desde las vertientes más conductuales, como los trabajos de Kazdin,
Mahoney Kanfer y Meichenbaum, hasta los más cognitivos o eclécticos, como la
terapia racional emotiva de Ellis, la terapia multimodal del último Lazarus, y la
terapia cognitiva de Beck). Por último, también vale la pena destacar las
investigaciones cognitivo-conductuales realizadas en la línea de la autorregulación
o autocontrol (p. ej. la obra de Zimmerman).
Debido a los desarrollos, las diversificaciones, las ampliaciones y las compene-
traciones con otros paradigmas (en particular el cognitivo), los límites definitorios y
las características básicas del conductismo resultan ahora poco diáfanos si se
comparan con lo que fueron hasta hace algunas décadas (Hernández 1991). En el
conductismo existen hoy muchas variantes y, antes de acercarse a alguna de ellas,
vale la pena identificar su procedencia y su lenguaje conceptual a fin de evitar un
juicio más o menos aventurado.
Sea como sea, hay que reconocer que la obra de Skinner es una de las principales
líneas de trabajo conductista. A tal grado que, cuando se habla de conductismo, se
piensa de manera inmediata en la figura del psicólogo estadounidense. Para muchos,
el conductismo skinneriano es el conductismo por antonomasia. La aplicación del AEC
es el análisis conductual aplicado (ACÁ), que tiene que ver con el uso de los principios y
las leyes encontrados por la investigación básica en los distintos escenarios reales
25
Franks (1991) señala que lo que tienen en común todos estos planteamientos terapéuticos es la base de
explicación E-R (aunque las conceptualizaciones que se suscriben en las versiones de los últi mos años hayan
cambiado respecto de las descripciones de los años sesenta) y la base empírica en que se sustentan (a diferencia de
otros planteamientos terapéuticos fundamentados en la intuición y la impresión clínica).
88
(Baer, Woolf y Risley 1974). Entre ellos, el campo de la educación ha sido uno de los
preferidos por los conductistas, pues, sin lugar a dudas, en él se han realizado un
sinnúmero de trabajos de intervención. Cabe resaltar la influencia del paradigma en
el campo de la educación especial y el tratamiento de las conductas anormales
(fobias, ansiedad, etc.). Por tal motivo, en la exposición de este capítulo nos
centraremos principalmente (aunque no de forma exclusiva) en las aplicaciones del
AEC (el ACÁ) al campo de la educación.
89
postura, el conocimiento es una copia de la realidad y simplemente se acumula
mediante simples mecanismos asociativos.
Situándonos en el clásico problema epistemológico del sujeto y el objeto de
conocimiento, el sujeto cognoscente del empirismo es un ente pasivo, una tabula
rasa, un «libro en blanco», donde se imprimen las aportaciones determi nísticas del
objeto. Recordemos que, según los empiristas, el conocimiento está compuesto por
sensaciones (materia prima de las impresiones del objeto), ideas (copia directa de
las sensaciones) y las asociaciones entre ellas. De cualquier manera, el origen del
conocimiento está en las sensaciones e impresiones que son meras copias o
reflejos de la realidad, por ello se descarta la posibilidad de que algún reducto
racionalista tenga una participación relevante en la determinación de las conductas
del sujeto.
Sobre el problema epistemológico fundamental de la relación entre sujeto y
objeto, Moriega y Gutiérrez (1995) expresan lo siguiente:
O S
90
que el sujeto o aprendiz modifique sus conductas en un sentido determinado. Luego
entonces, la concepción ambientalista extrema supone, al mismo tiempo, la noción de
un sujeto cognoscente pasivo, receptor de las influencias externas.
De acuerdo con Pozo (1989), los conductistas han usado de diferente forma,
según la perspectiva que adopten, las leyes asociativas (contraste, contigüidad,
temporalidad y causalidad) propuestas por David Hume en el siglo XVIII, para dar
cuenta de la incorporación de los conocimientos y el aprendizaje. Por lo tanto, un
rasgo común en sus concepciones es el marcado asociacionismo que usan en la
descripción y la explicación de la forma como aprenden los organismos de cualquier
nivel filogenético (universalidad filogenética).
Como hemos mencionado, otra característica esencial es su concepción pro-
fundamente anticonstructivista, dado que, para los conductistas, los procesos de
desarrollo no se explican recurriendo a cambios debidos a estructuraciones internas
en los sujetos ni a algún proceso o serie de procesos mentales organizativos. Los
conocimientos del sujeto son sólo la suma de relaciones o asociaciones (los
diferentes tipos de asociaciones antes mencionadas) entre estímulos y respuestas,
sin ninguna organización estructural. Por lo tanto, no existen cambios cualitativos
entre un estado inferior de conocimientos y otro superior, sino por el contrario
simples modificaciones cuantitativas.
Como ningún otro paradigma psicológico, el positivismo ha permeado las
concepciones del conductismo. Según Olssen (1993, p. 160), el positivismo es una
postura epistemológica que intenta dar cuenta de cómo deben progresar las
ciencias. Someramente, puede ser descrito con las siguientes aserciones:
91
hechos. Una vez que las verdades son establecidas, generan nuevas hipótesis que
serán comprobadas en ulteriores estudios observacionales.
f) Tal como ocurre en las ciencias físicas, los fenómenos complejos pueden ser
desmenuzados en sus elementos básicos o simples. La doctrina del indivi dualismo
metodológico decreta esencialmente que todos los fenómenos complejos (entre
ellos la educación) pueden reducirse a sus elementos constitutivos para propósitos
de estudio y explicación.
g) La investigación científica está libre de valores, es decir, es neutral en relación
con los sucesos sociales, políticos o morales.
4.3 SUPUESTOS TEÓRICOS: EL PAPEL DE LAS INFLUENCIAS AMBIENTALES EN LA
DETERMINACIÓN DE LA CONDUCTA
27
Según los conductistas skinnerianos, es necesario distinguir entre el llamado condicionamiento «clásico»
pavloviano y el que ellos profesan denominado «condicionamiento operante». El condicionamiento clásico fue
desarrollado extensivamente por el fisiólogo ruso Pavlov, quien lo utilizó como un recurso metodológico para
desarrollar investigaciones sobre su teoría de la «actividad nerviosa superior». Consiste básicamente en el
apareamiento de estímulos incondicionados (EI, que producen respuestas reflejas, automáticas) y condicionados (EC,
que adquieren cierto poder evocador de las respuestas reflejas por la asociación frecuente con los primeros), para
producir respuestas incondicionadas (RI, reflejas, fisiológicas) y condicionadas (RC, aprendidas, similares a las RI)
respectivamente. Por lo tanto, en el condicionamiento clásico lo que se aprende son respuestas condicionadas,
gracias a las relaciones temporales entre los estímulos que lo anteceden (EI Y EC). En el condicionamiento operante,
las relaciones que interesan son las que ocurren entre las respuestas operantes y los estímulos conse cuentes que
éstas producen, así como la forma en que dichos estímulos consecuentes pueden adquirir el poder de controlar la
92
son las llamadas operantes o instrumentales, las cuales no son evocadas de forma
automática por los estímulos antecedentes sino que tienen la facultad de ocurrir
de un modo deliberado. Los estímulos antecedentes de las conductas operantes se
denominan «estímulos discriminativos» (ED), mientras que los estímulos
consecuentes de dichas conductas se conocen como estímulos reforzadores (ER). De
manera especial, a los conductistas skinnerianos les interesa el estudio detallado de
las contingencias de reforzamiento, esto es, la ocasión en la que se da la respuesta
(ED), la ocurrencia de las conductas operantes y sus relaciones funcionales con los
estímulos consecuentes o reforzadores (ER).
Continuo temporal
Del estudio detallado de las relaciones Funcionales entre los sucesos ambientales
y conductuales, los conductistas han derivado una serie de principios que han sido
demostrados experimentalmente con sujetos infrahumanos y humanos (Reynolds
1977). A continuación vamos a exponer brevemente algunos de los que
consideramos más significativos (véanse Hernández 1991, Kratochwill y Bijou 1987,
Reynolds 1977, Tortella 1994).
93
forzador.28 Los reforzadores pueden ser de dos tipos: positivos (ER+) o negativos
(ER-), empero, ambos tienen la facultad de incrementar la ocurrencia de las
conductas que los anteceden. Hay que tener presente también que un reforzador no
es tal por alguna propiedad intrínseca (por ejemplo, ser placentero o proporcionar
placer), sino por las consecuencias que tiene en la conducta del sujeto. , El
reforzador positivo (ER+) es un estímulo (p. ej. un halago, privilegios, dinero,
reforzamiento social) que produce una alta probabilidad de ocurrencia en la
conducta que lo antecede. Mientras que un reforzador negativo (ER-) es un estímulo
aversivo que disminuye la frecuencia de ocurrencia de la conducta que lo antecede.
Los reforzadores también pueden ser primarios o secundarios. Los primeros son
los estímulos consecuentes, los cuales tienen la propiedad de reforzar la conducta,
sin que el sujeto que la ejecuta haya tenido una experiencia previa con ellos (por
ejemplo, la comida, el agua, la actividad sexual, etc.). Los segundos son estímulos
Tipo de estímulo Proceso Procedimiento Efecto de la conducta
neutros que, asociados consistentemente con reforzadores primarios, adquieren la
reforzador
capacidad de reforzar conductas (p. ej. el dinero). Los reforzadores no son nada
más objetos
ER + físicos, pueden ser actividades
Reforzamiento (dar un paseo,
Presentación del ER +ver televisión,
Incrementoetc.)
de la o de
positivo después de la emisión frecuencia de la
naturaleza social (sonrisas, caricias, etc.).
de Por último, los reforzadores
la conducta conducta no sólo se
proveen de forma externa (por otras personas), sino que pueden ser administrados
internamente (autorreforzamiento).
Quitar la presentación Decremento y
ER + Extinción del ER + después de la desaparición de la
emisión
CUADRO 4.1. Resumen de los procesos básicos del de la conducta
condicionamientofrecuencia
operante.de la
conducta previamente
reforzada
Presentación del ER -
ER - Castigo después de la emisión
de la conducta
94
Al procedimiento de proporcionar un ER+ contingente a una conducta que se
desea que se adquiera e incremente su nivel de ocurrencia se le denomina re-
forzamiento positivo. En cambio, al procedimiento para hacer que una conducta
de evitación o de huida (escape) termine con la presentación de un ER-
contingente se le llama reforzamiento negativo (véase cuadro 4.1).
Otro procedimiento relacionado con el no reforzamiento es la extinción, que
consiste en dejar de presentar el estímulo reforzante positivo como consecuencia de
una determinada conducta, lo cual producirá que disminuya la ocurrencia de dicha
conducta. Finalmente, un principio parcialmente asociado al anterior, pues
igualmente produce que disminuya la frecuencia de una conducta, es el castigo, el
cual consiste en la presentación de un estímulo aversivo posterior a una conducta
(p. ej. enviar a un niño a la dirección —estímulo aversivo— por desobedecer las
normas del salón de clases, puede hacer que éste en futuras ocasiones
decremente su conducta de mal comportamiento).
Principio de control de estímulos. Según Reynolds (1977) «cada reforzamiento,
además de incrementar la ocurrencia de una operante a la cual sigue, también
contribuye a que esa operante esté bajo el control de estímulos que están presentes
cuando la operante es reforzada» (p. 47). Por lo tanto, estos estímulos, llamados
discriminad vos (ED), pueden controlar la conducta toda vez que se cumplan las
condiciones antes mencionadas. De hecho, lo que el sujeto hace cuando se deja
guiar o controlar por un E D es discriminar dicho estímulo de entre otros (similares y
diferentes). Un ejemplo de control de estímulos sería la utilización de ciertos
señalamientos específicos (tocar la campana, anotar algo en el pizarrón, etc.) y no
otros, por parte del maestro, para que los alumnos realicen ciertas conductas como
jugar, estudiar, etcétera.
95
Principio de los programas de reforzamiento. Un programa de re forzamiento puede
definirse como un patrón de arreglo determinado en el cual se proporcionan los
estímulos reforzadores a las conductas de los organismos. Cuando se refuerzan
todas las conductas operantes emitidas por un sujeto, se dice que está en operación
un programa de reforzamiento continuo; pero, en cambio, cuando se refuerzan sólo
algunas respuestas, según criterios de tiempo o de número de respuestas,
entonces decimos que se está aplicando un programa de reforzamiento
intermitente.
Según estos criterios, los programas de reforzamiento intermitente se pueden
dividir en dos tipos: los programas de intervalo y los programas de razón. Los pro-
gramas de intervalo, que a su vez pueden ser fijos (IF) o variables (iv), especifican
condiciones de tiempo para administrar los estímulos reforzadores (p. ej. un programa
IF 5', quiere decir que la primera ocurrencia de la respuesta de nuestro interés, que
acontezca después de un lapso de cinco minutos deberá ser reforzada, no antes ni
posteriormente). En los programas de razón, que igualmente pueden ser fijos (RF) o
variables (RV), se señala que las conductas serán reforzadas, siempre que haya
ocurrido un determinado número de éstas (p. ej. en un programa de RV 8, podrá
reforzarse en el orden siguiente: la octava , la sexta, o la décima respuesta —estos
valores promedian ocho— del sujeto y no antes ni después). Los programas de
intervalo y de razón, en sus dos modalidades, tienen efectos diferenciales en la tasa
de ocurrencia de las respuestas (los programas de RV y de IV son los que producen un
número mayor de respuestas por unidad de tiempo). De estos programas básicos de
reforzamiento intermitente pueden hacerse múltiples arreglos de distinto grado de
complejidad (véase Reynolds 1977).
96
frecuencia se asocian a situaciones educativas.
97
e) Economía de fichas. Esta técnica se basa en los principios del reforzamiento
secundario y es muy eficaz para el mantenimiento de conductas ya establecidas
en el sujeto. A través de un acuerdo mutuo entre el sujeto y el administrador de las
fichas (p. ej. el maestro), se establece una economía de canje de reforzadores
secundarios (fichas, puntos, estrellas, etc.) por reforzadores primarios (que el sujeto
puede elegir entre varios posibles) en una tabla de equivalencias. Los reforzadores
secundarios se otorgan por la realización de determinadas conductas (las
conductas que se desea mantener) y posteriormente los sujetos canjean dichos
reforzadores secundarios según su interés.
98
poder reforzante. Como consecuencia de ello, la conducta inadecuada se presentará
con menos frecuencia.
e) Reforzamiento de conductas alternativas. Esta técnica consiste en fortalecer, por
medio del reforzamiento, una serie de conductas alternativas (generalmente
positivas desde el punto de vista académico y del maestro) a la conducta
indeseable que se desea decrementar. Primero debe identificarse y definirse con
precisión la conducta indeseable a la que va dirigido el procedimiento, luego
deberán especificarse las conductas alternativas que se fortalecerán y que, al
mismo tiempo, harán menos probable la frecuencia de emisión de la conducta
indeseable.
f) Sobrecorrección. Se considera que esta técnica es una forma de «castigo
benigno», que sirve para disminuir conductas perturbadoras o disruptivas. A di-
ferencia del castigo, la sobrecorreción reduce al mínimo las reacciones negativas
(las cuales suelen ser consecuencias «indeseables» del primero). Tiene dos
componentes: la sobrecorrección restitutiva, en la cual el sujeto debe resarcir con
creces los daños ocasionados debido a la emisión de la conducta indeseable, de
modo tal que la situación inicial quede mejor que como estaba (antes de que fuese
emitida la conducta dañina), y la sobrecorrección por práctica positiva, que
consiste en la ejecución reiterada de una conducta contraria a la que se desea
erradicar (este último componente tiene fines «reeducativos»).
99
el fin de lograr objetividad en los datos.29
La metodología conductista tiene fuertes connotaciones empiristas, ya que
pretende obtener una copia exacta de la realidad, sin dar opción a la participación
cognoscitiva del experimentador (no formulación de hipótesis, etc.). Esto es,
mientras más alejado se encuentre el experimentador del objeto experimental que
pretende conocer, más fiel y objetivo será su conocimiento de éste. Al mismo
tiempo, debe mencionarse que las técnicas y estrategias en el diseño de
investigación están matizadas por una concesión inductista, que valora de forma
exacerbada la obtención de los datos (la cual no cuenta con ningún esquema
teórico para su interpretación) que sirven para formular ciertas leyes y principios
de naturaleza descriptivo-empírica.
Otra característica de la metodología de este paradigma es el estudio y el
análisis atomista de la realidad. Generalmente a ésta se la fragmenta en unidades
de análisis: estímulos (variables independientes manipuladas) y respuestas
(variables dependientes observables), y las relaciones simples entre ellas. Luego, la
complejidad de lo real se explica a través de los resultados del análisis de estos
elementos (reduccionismo).
Una característica más es que los diseños de investigación utilizados en esta
aproximación son los denominados diseños de un solo sujeto (N=l). Esto es, que el
sujeto es la unidad metodológica de análisis y las comparaciones son de tipo
intrasujeto (véase Bisquerra 1989).
a) Las bases para los procesos de programación educativa (de los escritos de
Skinner sobre enseñanza programada). A partir de los escritos skinnerianos de
100
inicios de los años cincuenta, se desprenden dos ideas germinales: la fragmen-
tación del material de aprendizaje, que facilita la entrega de reforzamientos a los
estudiantes (con las consecuencias esperadas sobre las conductas de aprendizaje);
y dicha fragmentación fomenta una mayor cantidad de actividad conductual en los
estudiantes (mayor cantidad de respuestas). Posteriormente, el interés se centra en
la confección de programas; con esto se favorece el desarrollo de una tecnología de
la programación educativa (diseño de objetivos, secuencia de contenidos, análisis
de tareas, evaluación sistemática, etc.).
b) Las técnicas de modificación conductual. Estas técnicas han sido muy utilizadas
desde los años sesenta en diversos ámbitos educativos: educación especial,
educación escolar (desde los niveles de educación básica hasta la superior),
psicopatología infantil y adulta. Las técnicas requieren la aplicación de varios
pasos: a) observación inicial, b) definición del objetivo global de la interven ción, c)
elaboración del análisis de tareas a partir de los objetivos de intervención, d)
operaciones de secuenciación de contenidos y habilidades que se van a enseñar, e)
determinación del nivel de conducta inicial del sujeto (línea base), f) selección y
aplicación del procedimiento conductual apropiado, g) evaluación continua (inicial,
durante y después) de los procesos de enseñanza-aprendizaje.
101
consiste en proporcionar contenidos o información, es decir, en depositar
información (con un excesivo y pormenorizado arreglo instruccional) en el alumno,
para que la adquiera. El programador-profesor, cuando estructura los cursos y hace
los arreglos de contingencias de reforzamiento mencionados, está interesado en
perfeccionar la forma más adecuada de enseñar conocimientos y habilidades
(contenidos) que, se supone, el alumno habrá de aprender. Skinner (1970) lo expresa
de la siguiente manera: «Enseñar es expender conocimientos; quien es enseñado
aprende más rápido que aquel a quien no se le enseña» (p. 20).
Para Hernández (1991), esto ha llevado al conductismo a optar por los aspectos
más reproductivos de la educación (en oposición a los productivos):
Por último, hay que señalar que para los conductistas (aunque no se cumplió lo
que vamos a decir en ciertos programas de aplicación; véase más adelante) la
enseñanza debe estar basada en consecuencias positivas (reforzamiento positivo), y
no en procedimientos de control aversivo (como el castigo y otros).
Los conductistas sostienen una forma muy original de plantear los objetivos
educacionales. Según ellos, para que haya eficacia en las situaciones educativas,
las metas y los objetivos no deben ser enunciados de un modo vago o demasiado
ambiguo; más bien se deben traducir o reducir a formas más «operables» para
conseguirlos y luego evaluarlos. Hay tres criterios para elaborar objetivos
conductuales:
102
c) Mencionar los criterios de ejecución de las mismas (para la evaluación
posterior).
103
ajustes ambientales y curriculares necesarios. Basta entonces con programar
adecuadamente los insumos educativos, para que se logre el aprendizaje de
conductas académicas deseables.
Durante cierto tiempo, y de manera particular en la gran mayoría de las in-
tervenciones realizadas por los conductistas en el aula, los trabajos se orientaron a
fomentar en los alumnos la docilidad, el respeto a la disciplina impuesta y, por
ende, la pasividad (Winett y Winkler 1972). Implícitamente se privilegiaba la
concepción de un alumno «bien portado» en los salones de clase que simplemente
adquiría hábitos socialmente aceptables —la mayoría de las veces, éstos no se
asociaban precisamente con las verdaderas conductas académicas—. En fechas
más recientes, este enfoque asumió una actitud de autocrítica y reorientó sus
prácticas, procedimientos y programas, con lo cual demostró mayor apertura hacia
el desarrollo de intervenciones que fomentasen comportamientos verdaderamente
académicos, como el estudio, la lectura, la escritura, etcétera.
Puede ser útil concebir al profesor como alguien que presenta constantemente
modelos conductuales, verbales y simbólicos a los alumnos. Su eficacia dependerá
de la consistencia entre los modelos, la adecuación de éstos a las competencias
de los alumnos, la valencia afectiva entre éstos y el propio profesor (es decir, el
atractivo del profesor como modelo para los alumnos) y la efectividad de los
procedimientos que el profesor ponga en juego en la presentación de modelos
(p. 75; las cursivas son mías).
104
Además, siguiendo las ideas de Bandura, el profesor no sólo provee modelos a los
alumnos, también les presenta (intencionalmente o no) un contexto estimulante (de
contingencias de estimulación discriminativa y reforzante) en el cual los alumnos
desarrollan predicciones y crean activamente expectativas que les servirán para
situaciones futuras de aprendizaje.
El tema del aprendizaje ha sido una de las categorías psicológicas que más han
investigado los conductistas. De hecho, para ellos, gran parte de la conducta de los
seres humanos es aprendida y es producto de las contingencias ambientales.
Explican el aprendizaje de manera descriptiva como un cambio estable en la
conducta, o como diría el propio Skinner (1976), «un cambio en la probabilidad de la
respuesta» (p. 16). De ahí se sigue que, si es de nuestro interés lograr que un
alumno adquiera o incremente (aprenda) un repertorio conductual, es necesario
utilizar los principios y/o procedimientos, entre los cuales el más importante es el
reforzamiento.
El punto de vista de Bandura sobre el aprendizaje tiene similitudes pero también
diferencias con el anterior. Bandura acepta el papel central del reforzador
contingente para la conducta aprendida, pero sostiene que el aprendiz es, en
esencia, un predictor activo que obtiene información de los estímulos ambientales,
especialmente del reforzador; éste no es un simple fortalecedor automático de las
respuestas, sino un medio que provee información interpretable. Por lo tanto, en
conjunción con el aprendizaje de las conductas, el aprendiz banduríano desarrolla
expectativas, y a la larga éstas llegan a tener un papel más relevante en el proceso
de control de la conducta. Otra diferencia entre ellas es el papel central que
Bandura atribuye a los reforzadores vicarios (reforzadores obtenidos de un modelo
por haber ejecutado una conducta y que el aprendiz observa, codifica y luego imita)
y a los autogenerados (a partir del aprendizaje vicario, los niños van desarrollando
mecanismos de autocontrol, autoeficacia y autoevaluación, y autorrefuerzo) (Riviére
1990).
Desde el punto de vista conductista, en general, cualquier conducta puede ser
aprendida, pues se considera que la influencia del nivel de desarrollo psicológico y de
las diferencias individuales es mínima (véase Pozo 1989). Lo verdaderamente
necesario y casi siempre suficiente es identificar de un modo adecuado los
determinantes de las conductas que se desea enseñar, el uso eficaz de técnicas o
105
procedimientos conductuales y la programación de situaciones que conduzcan al
objetivo final (la conducta terminal).
106
Asistida por Computadora, IAC, 30 al grado de considerar que la primera no puede
realizarse sin las segundas. Tal confusión se debe, en parte, al propio Skinner, pero la
asociación no es correcta, dado que la enseñanza programada puede realizarse sin
el empleo de algún tipo de máquina (mecánica o electrónica).
El elemento básico de la enseñanza programada es el programa, el cual puede
definirse como una serie de segmentos que presentan cada vez más información.
El programa se propone una vez que se analizan con detalle los objetivos finales y se
establecen las conductas que a la larga llevarán al logro de éstos. Para la
construcción de un programa se requieren tres pasos (Cruz, 1986):
a) Determinación de los objetivos del programa y análisis de las variables que
hay que considerar
b) Redacción del programa.
c) Rectificación y validación del programa.
107
se les conoce como pruebas objetivas, pues se considera que aportan información
suficiente para evaluar el desempeño de los alumnos sin necesidad de recurrir a
juicios subjetivos del examinador. En este paradigma, el énfasis de las evaluaciones
se centra en los productos del aprendizaje y no en los procesos, es decir, lo que
interesa saber es qué ha conseguido el alumno al final de un ejercicio, una
secuencia o un programa determinado, sin intentar ir más allá en busca de los
procesos (cognitivos, afectivos, etc.) que intervinieron durante el aprendizaje, o que,
al final —cuando ya se ha alcanzado el resultado deseado— están provocando que
éste ocurra.
Otra característica importante es que las evaluaciones no deben ser referidas a
normas, como lo hacen las pruebas psicométricas, sino a criterios, porque lo que
importa es medir el grado de la ejecución de los conocimientos y habilidades en
cuanto a niveles absolutos de destreza (Carlos, Hernández y García 1991).
108
estos programas representan uno de los posibles entornos propuestos en el ámbito
de la informática educativa que fueron impulsados principalmente por Suppes
(véase Solomon 1987). Los programas de este tipo han generado coursware y
software educativos con características muy similares a las de la enseñanza
programada (situaciones de enseñanza demasiado estructuradas y que dejan una
escasa participación creadora al alumno), pero con la ventaja de que la
computadora ofrece mayor interactividad. Esta aplicación tuvo una importante
presencia en los primeros veinte años de experiencias en informática educativa, e
impulsó, sin duda, la introducción de las computadoras en la enseñanza; sin
embargo, desde hace varios años ha recibido fuertes críticas y ha perdido su otrora
hegemonía.
d) Técnicas y procedimientos de modificación de la conducta en la educación formal,
especial y compensatoria. Existe una amplia bibliografía (véanse Bornas 1994,
Kratochwill y Bijou 1987, Sulzer-Azaroff y Mayer 1983, Williams 1987) sobre las distintas
experiencias de aplicación de procedimientos y programas de tipo conductual, y con
influencias de otros enfoques (p. ej. cognitivas), en poblaciones normales y con
discapacidades en todos los niveles y modalidades educativos. Sin duda, esta veta
de trabajo del paradigma continúa teniendo una gran vigencia —aunque no exenta
de críticas— no sólo en el contexto educativo, sino también en otros como el clínico.
Capítulo 5
INTRODUCCIÓN
109
campo de la educación han venido a llenar un vacío que otros (p. ej. el conductista y
el cognitivo) no han atendido con el debido rigor, a saber: el estudio del dominio
socio-afectivo y de las relaciones interpersonales, y el de los valores en los escenarios
educativos.
Cabe señalar que las aplicaciones del paradigma humanista se encuentran en
gran parte sustentadas por el planteamiento o interpretación de «extrapolación
traducción», puesto que los constructos, esquemas teóricos y planteamientos
educativos han sido elaborados por los adeptos del paradigma a partir tanto de la
experiencia y el trabajo clínico, como de la reflexión crítica.
Los humanistas consideran que la práctica terapéutica clínica y la actividad
educativa forman un continuum. En ese sentido, se acepta que el proceso tera-
péutico es en esencia un trabajo de formación, reconstructivo y de «reaprendizaje»,
y que, por consiguiente, tiene mucho en común con los actos educativos que
ocurren en las instituciones escolares. Este argumento es de importancia sustancial
para explicar cómo los partidarios de este paradigma defienden la aplicación de los
principios y marcos de referencia interpretativos (los cuales, en ocasiones, son
objeto de algunos ajustes inmediatos según las características del contexto de
aplicación) a las distintas situaciones o prácticas educativas que han decidido
abordar.
En general, la escasa investigación psicoeducativa realizada desde este enfoque se
orienta a la refinación y la validación de las prácticas derivadas del paradigma, pero
no a la generación de conocimiento innovador en los escenarios educativos (véase
el caso del paradigma cognitivo).
No obstante, debe reconocerse que el paradigma humanista tiene una importancia
histórica enorme, pues ha desempeñado un papel catalizador y crítico en el ámbito
de la psicología, en general, y de la psicología de la educación, en particular. Usando
el paradigma humanista se han esbozado importantes señalamientos sobre las
carencias en las prácticas educativas escolares, y se han hecho certeros
comentarios que impugnan las concepciones e innovaciones educativas de los
demás paradigmas; así, a raíz de dichas críticas, los otros para digmas se han visto
en la necesidad de reconsiderar algunas de sus posturas y de ampliar sus horizontes
teórico-reflexivos y de aplicación. Cabe señalar, por último, que la postura
humanista en educación se continúa en las diversas corrientes de educación activa
y alternativa (en particular, en relación directa con lo que Palacios (1978) ha
denominado tradición antiautoritaria).
110
ANTECEDENTES
Aunque se dice que el humanismo tiene antecedentes remotos en los escritos de
algunos filósofos griegos como Aristóteles, y de otros grandes filósofos posteriores,
como Santo Tomás de Aquino, Leibniz, Rousseau, Kierkegaard, Husserl y Sartre,
puede argumentarse que, como paradigma de la disciplina psicológica, nació en
Estados Unidos poco después de la mitad del presente siglo (véanse Hamachek
111
1987 y Villegas 1986).31
Durante la década de 1950, en Estados Unidos predominaban dos paradigmas u
orientaciones en psicología: el conductismo y el psicoanálisis. Como ya expusimos
en el capítulo anterior, el conductismo estaba profundamente interesado en el
estudio de los determinantes ambientales de la conducta, y el segundo sustentaba
una propuesta idealista y pesimista (según Maslow, el psicoanálisis ha estudiado
esencialmente la parte negativa del hombre y se ha centrado en el estudio de sus
perturbaciones mentales —neurosis, psicosis— de diverso tipo) basada en el
análisis de la problemática del inconsciente y de cómo los instintos biológicos
influyen en el desarrollo del psiquismo.
En este contexto, la psicología humanista se erige y se constituye como la
llamada «tercera fuerza»; es decir, como una alternativa a estas dos posturas
psicológicas (Maslow 1978).
Según algunos de los precursores de este movimiento, con el humanismo se
pretendía desarrollar una nueva orientación en la disciplina que ofreciera, en
principio, un planteamiento antireduccionista en las explicaciones de los procesos
psicológicos atribuidos a factores externos (como lo sostenía el conductismo) o a
concepciones biologicistas de carácter innato (como en el caso del freudismo) y
que, al mismo tiempo, se postulara el estudio de los seres humanos como
totalidades dinámicas y autoactualizantes en relación con un contexto in-
terpersonal.
Otros factores contextúales que sin duda influyeron notablemente en el sur-
gimiento de este paradigma fueron los de orden histórico y sociocultural que
regían en esos años en Estados Unidos. En particular, el Zeitgeist («espíritu o
atmósfera cultural» de la época) que imperaba en el periodo comprendido entre
las guerras, era de apertura hacia formas alternativas de actitudes y pensa-
mientos que rompieran con la represión militar y sexual, con la moral hipócrita
hasta entonces vigente, y que asumieran una actitud crítica ante la deshumani-
zación ocurrida en las sociedades industriales. Así, el paradigma humanista se
presentaba como una postura alternativa en psicología, dado su interés por el
estudio psicológico del hombre y el ofrecimiento de un marco propicio para su
desarrollo.
El movimiento humanista creció aceleradamente desde finales de los años
cincuenta y durante toda la década de los sesenta; influyó no sólo en el ámbito
académico de la disciplina sino en otras esferas del saber humano (p. ej. el «Mo-
112
vimiento del potencial humano», véase Villegas 1986).
En esos años, algunos de los principales promotores y divulgadores de la co-
rriente fueron Maslow (a quien se considera el padre del movimiento), Allport,
Moustakas, Murphy, Bugental, May y Rogers. Se dice que los fundadores y divul-
gadores de la corriente humanista se vieron fuertemente influidos por la filosofía
existencialista y la corriente de la fenomenología (Hernández 1991), aunque al-
gunos autores (Villegas 1986) señalan que la influencia de estas corrientes filosóficas
113
debe reconocerse sólo en algunos representantes del movimiento.32
Como ya hemos adelantado, la psicología humanista representa una matriz
disciplinar no monolítica, con diferentes tendencias internas. No obstante, se
considera que tiene una identidad propia debido a ciertos principios filosóficos y
teóricos comunes entre los promotores del movimiento. Sin duda, el campo de
estudio principal de la psicología humanista se sitúa en el ámbito de la psicología
clínica (en el estudio de los problemas y las patologías psicológicos y, parti-
cularmente, en la propuesta de modelos teórico-terapéuticos), pero también se
han desarrollado aplicaciones en otras áreas como la psicología del trabajo y la
educación.
A continuación presentamos una descripción del paradigma; haremos una
breve presentación de sus características epistemológicas, teóricas y metodoló-
gicas, y luego nos concentraremos en la exposición de sus implicaciones y pro-
yecciones para el campo educativo.
5.1 PROBLEMÁTICA: EL ESTUDIO INTEGRAL DE LA PERSONA
114
los casos.33
Conforme a lo anterior, es necesario tener en cuenta que, en este paradigma, se
da por sentado que para explicar y comprender apropiadamente a la persona, ésta
debe ser estudiada en su contexto interpersonal y social. No obstante, en las
explicaciones se hace hincapié en el sujeto o persona como la principal fuente del
desarrollo integral.
115
acontecimiento subjetivo de acuerdo con su realidad personal, sin ningún tipo de a
priori. Antes de cualquier labor cognitiva sobre lo exterior, el ser humano toma
conciencia de su realidad experiencial.
Al respecto, Martínez (1981) declara acertadamente lo siguiente:
El cogito, el sentio y el dubito son una afirmación de la tesis que sostiene que antes de
poder alcanzar cualquier conocimiento seguro tenemos que escrutar nuestra expe-
riencia de conocer, y que el mundo externo forma parte de esa experiencia interna.
a) El ser humano es una totalidad que excede a la suma de sus partes. El én fasis
bolista de la psicología humanista lo distingue claramente de otras posturas
atomistas o reduccionistas. Para explicar y comprender al ser humano debemos
estudiarlo en su totalidad y no haciendo fragmentaciones artificiales en una serie de
procesos psicológicos moleculares.
b) El hombre posee un núcleo central estructurado. Este núcleo central —que
pueden ser los conceptos de «persona», «yo», o «sí mismo» (self) — es la génesis y
el elemento estructurador de todos los procesos y estados psicológicos y de su
posible interacción. Sin este núcleo estructurado y estructurante no puede haber
adaptación y organización (¿qué se adaptaría o qué se organizaría?) del mundo
subjetivo y objetivo.
116
c) El hombre tiende en forma natural hacia su autorrealización. Existe una
tendencia autoactualizante o formativa en el hombre que hace que, aun cuando se
encuentre en condiciones desfavorables de vida, se autodetermine, autorrealice y
117
trascienda.34 Si existe un medio propicio, genuino, empático y no amenazante (p.
ej. el medio terapéutico o una propuesta educativa, ambas de índole no directiva y
centradas en las personas que requieren dichos servicios), la tendencia hacia el
desarrollo de las potencialidades se verá plenamente favorecida.
d) El hombre es un ser en un contexto humano. El ser humano vive en relación
con otras personas y esto constituye una característica inherente a su naturaleza.
e) El hombre es consciente de sí mismo y de su existencia. Las personas se
conducen, en el presente, de acuerdo con lo que fueron en el pasado y prepa-
rándose para vivir el futuro.
f) El hombre tiene facultades para decidir. El ser humano tiene libertad y
conciencia propia para elegir y tomar sus propias decisiones. Por lo tanto, es un
ente activo y constructor de su propia vida.
g) El hombre es intencional. Los actos volitivos o intencionales de la persona se
reflejan en sus propias decisiones o elecciones. El hombre, a través de sus in-
tenciones, propósitos y actos volitivos, estructura una identidad personal que lo
distingue de los demás.
Son muy reconocidas las críticas de los psicólogos humanistas a las metodologías y
concepciones de la ciencia de los demás paradigmas de la psicología (concretamente
hacia la metodología conductista, de la cual han criticado duramente su estrechez
metodológica basada en la experimentación y el control a ultranza). La mayor parte
de los esfuerzos de los humanistas se ha dirigido a señalar las limitaciones de esta
metodología positivista y reduccionista, y poco han escrito sobre una posible
alternativa metodológica. De hecho, dado que la aproximación humanista es un
mosaico de tendencias, no existe una metodología única y válida para todos los
adeptos y quizá sea ésta una de sus principales carencias, la cual podría determinar
la vida próxima del paradigma (Villegas 1986).
No obstante, en los escritos de los humanistas podemos identificar algunas
posturas, en relación con las cuestiones metodológicas, que nos ofrecen una idea
más o menos clara de hacia dónde podría encaminarse una alternativa me-
todológica única y congruente con la postura epistemológica-teórica que ellos
sustentan. Vamos a presentar dos de ellas:
a) El enfoque holista en el estudio de los procesos psicológicos. Maslow (1970,
citado en Villegas 1986) señala que los humanistas deben utilizar el método
118
holístico, dado que es mucho más adecuado que el analítico-reduccionista para el
estudio de los procesos psicológicos humanos en su totalidad (personalidad). Tal
inclinación por el método holístico se basa en la idea de la causalidad múltiple
(concepción que descarta la posibilidad de que haya relaciones causales de tipo
unidimensional y unidireccional, p. ej. relaciones unidimensionales estímulo-res-
puesta) propia de las ciencias naturales modernas como la física y la biología. Esta
concepción interaccionista de Maslow, para el estudio de la personalidad humana, ha
tenido poco eco en la generación de investigaciones genuinas.
b) En oposición a las metodologías objetivistas y cuantitativas, algunos hu -
manistas han propuesto alternativas basadas en la interpretación subjetiva, para la
práctica y la investigación clínicas tales como: la «comprensión empática» (Rogers),
el «enfoque dialógico» (Buber, Martínez y Stanton), la «conciencia del aquí y ahora»
guestáltico (Perls) o la «heurística» (Douglas y Moustakas) (véase Villegas 1986).
119
a) Modelos de desarrollo que enfatizan un cambio en el desarrollo de los es-
tudiantes (p. ej. el desarrollo psicosocial de Erickson o el desarrollo moral de
Kohlberg, este último de filiación piagetiana),
b) Modelos de autoconcepto, los cuales están centrados en el desarrollo de la
identidad genuina (p. ej. la clarificación de valores y el modelo de Shaftels).
c) Modelos de sensitividad y orientación grupal que se interesan en desarrollar
habilidades de apertura y sensibilidad hacia los demás (p. ej. modelo comunicativo
de Carkhuff).
d) Modelos de expansión de la conciencia orientados a desarrollar el lado intuitivo
de ésta (p. ej. la educación confluente y la psicosíntesis).
Nuestra exposición de este paradigma se concentrará en la información relativa
a programas y experiencias de tipo educativo (la cual no supone una revisión
exhaustiva), y excluirá las connotaciones de tipo clínico. Un autor al cual nos
dedicaremos con especial atención es Cari Rogers, quien para muchos es el más
representativo en lo que se refiere a las aplicaciones educativas del enfoque
humanista. En general, se puede decir que los esfuerzos del enfoque humanista por
abordar la educación giran en torno al logro de una educación integral y subrayan
lo que las otras propuestas han marginado: el desarrollo de la persona
(autorrealización) y la educación de los procesos afectivos.
120
educación es un medio favorecedor (cuasiterapéutico y al mismo tiempo ins-
truccional) del desarrollo de esa tendencia actualizante inherente a todos los
hombres, la cual deberá ser potenciada si se atienden las necesidades personales
de cada alumno y se les proporcionan opciones válidas de autoconocimiento,
crecimiento y decisión personal (Maslow 1988, Sebastián 1986).
Weinstein (1975, citado en Sebastián 1986) ha señalado cinco características
importantes de la educación humanista:
Vale la pena mencionar que algunos autores (Roberts 1978, Good y Brophy 1983)
señalan que la educación humanista también se ha interesado en la creación de
121
contextos adecuados para la expresión, el desarrollo y la promoción de la
afectividad.
A partir de todas las premisas anteriores se puede concluir que el concep to de
enseñanza propugnado por los humanistas es de tipo «indirecto», pues insiste en
que el docente «permita que los alumnos aprendan» impulsando y promoviendo
todas las exploraciones, experiencias, proyectos, etc., que éstos preferentemente
inicien o decidan emprender. Heidegger (1968, citado en Rogers y Freiberg 1996)
opina lo siguiente en torno a esta cuestión:
Enseñar es más difícil que aprender porque lo que exige enseñar es esto: permitir
que se aprenda. El verdadero maestro, en realidad, no permite que se aprenda
otra cosa que [...] aprender (p. 67, las cursivas son mías).
De este modo, frente a la postura de la educación llamada tradicional, en la que se
hace hincapié en la enseñanza directa y rígida predeterminada por un cu rrículo
inflexible y en la que el papel principal lo tiene el profesor, los humanistas suscriben
la postura de la educación centrada en el alumno. Ésta insiste en promover una
enseñanza flexible y abierta —en la que los alumnos logren consolidar aprendizajes
vivenciales con sentido— que involucre a los educandos como una totalidad y les
permita aprender cómo pueden lograr nuevos aprendizajes valiosos en situaciones
futuras. En Rogers y Freiberg (1996) se presenta un continuum instruccional
propuesto por Freiberg y Driscoll (1992, véase la figura 5.1), que se sitúa entre estas
dos posturas de la enseñanza que constituyen los dos extremos; el lector puede
comparar en él diferentes opciones instruccionales (algunas de las cuales se
revisarán más adelante) y quizá con ello logre una mejor comprensión.
Centrado en el profesor
Explicación en clase
Preguntas de los alumnos
Preguntas del profesor y práctica
Demostración
Discusión
Grupos cooperativos Descubrimiento guiado
Contratos Role-play (juego de imitación)
Proyectos
Investigación
Autoevaluación
Centrado en el alumno
122
222).
Hamachek (1987, p. 171) declara que las metas globales de la educación inspi rada
en el paradigma humanista son las siguientes:
123
que éstos deben confeccionarse sin privilegiar el resultado conductual que se desea
conseguir en los alumnos al término del proceso de enseñanza (tal y como se
plantearían desde la perspectiva conductista); más bien, según ello, se debe poner
cierto énfasis en la(s) condición(es) vivencial(es) y el contexto que los alumnos
experimentarán en el proceso de enseñanza. Así, desde esta perspectiva, el profesor
debe tener como propósito rector (durante la planeación y luego en la enseñanza
propiamente dicha) algo más que conseguir ciertos resultados o conductas
preestablecidas; debe guiar o propiciar que los alumnos se aproximen a ciertas
situaciones y experiencias de suyo valiosas para su crecimiento y su formación
pedagógica, en el contexto educativo particular de que se trate.
Pueden señalarse tres aspectos distintos pero muy relacionados, en lo que se refiere
a la forma como debe concebirse a los alumnos desde esta aproximación:
124
de los alumnos sean autodirigidas y fomenten el autoaprendizaje y la creatividad.
El maestro no debe limitar ni poner restricciones en la entrega de los materiales
pedagógicos; más bien debe proporcionar a los alumnos todos los recursos que
estén a su alcance (Rogers 1978).
Varios autores mencionan otros rasgos importantes que debe poseer el
maestro:
Es indudable, como lo señala Sebastián (1986), que esta visión idealizada del
docente puede no ocurrir en las situaciones educativas reales, y a cambio se
presenten varias situaciones imponderables, dudas y obstáculos.
Por ejemplo, se sabe que no todos los alumnos perciben o reciben al profesor de la
misma manera. Cada alumno tiene características diferentes y posee una
personalidad y estilos de aprendizaje distintos; por lo tanto, no es posible que el
profesor represente lo mismo para cada uno de ellos (especialmente cuando se
trata de grupos numerosos). Otra cuestión relevante es la pregunta que se suelen
hacer muchos profesores en los escenarios educativos donde se tiene un com-
promiso serio con el aprendizaje de contenidos determinados: ¿hasta qué punto se
tiene que ser facilitador, y hasta qué punto se debe intervenir directamente en la
125
enseñanza, sin que los alumnos pierdan su libertad para aprender? Todavía más,
hay que reconocer que ante determinados cursos y contenidos, el enfoque
centrado en la persona se encuentra seriamente limitado, dado que es necesario
proporcionar una enseñanza más dirigida, con más apoyos didácticos elegidos
deliberadamente por el profesor (p. ej. un curso sobre aprendizaje de técnicas
quirúrgicas en medicina, de construcción de estructuras en arquitectura, o de
ensamblado en alguna profesión técnica).
Para finalizar, vale la pena hacer un breve comentario, siguiendo a Sebastián
(1986), sobre el tipo de relación del docente con sus colegas, en cuanto a lo que les
puede aportar y lo que puede aprender de ellos, por ejemplo, sus propios errores
didácticos (experiencias como docentes). Esta información compartida puede
ayudar a crear un clima menos desafiante y amenazador para que los profesores
aprendan de sus colegas, para que cada quien exprese sus temores y sentimientos
de incapacidad y para que reconozcan sin reparos sus aciertos, así como sus
errores (Aladro, comunicación personal, abril de 1995).
En definitiva, entre los humanistas es Rogers (1978) quien con más profundidad ha
analizado el concepto de aprendizaje. Según Rogers, el ser humano tiene una
capacidad innata para el aprendizaje. Así, si dicha capacidad no es obstaculi zada,
el aprendizaje se desarrollará oportunamente. Este aprendizaje llega a ser
significativo cuando involucra a la persona como totalidad (procesos afectivos y
cognitivos) y se desarrolla en forma experiencial (que se entreteja con la perso-
nalidad del alumno).
Para que el aprendizaje significativo se logre, es necesario que en primer lugar
sea autoiniciado y que el alumno vea el tema, el contenido o los conceptos que se
van a aprender como algo importante para sus objetivos personales (como algo
significativo para su desarrollo y enriquecimiento personal). Rogers sostiene que
es mucho mejor si se promueve un aprendizaje participativo (en el que el alumno
decida, mueva sus propios recursos y se responsabilice de lo que va a aprender)
que un aprendizaje pasivo o impuesto por el profesor.
Otro factor determinante para que se logre el aprendizaje significativo es que se
eliminen los contextos amenazantes que pudieran existir alrededor de él. Para ello,
es necesario promover un ambiente de respeto, comprensión y apoyo para los
alumnos.
126
Si cuando el maestro enseña tiene en cuenta estos; aspectos, es muy probable
que se logre un aprendizaje significativo, el cual será mucho más perdurable y
profundo que los aprendizajes basados en la mera recepción-acumulación de
conocimientos (aprendizaje memorístico) (Palacios 1978).
a) Los programas deben ser más flexibles y proporcionar mayor apertura a los
alumnos.
b) Se debe proveer el aprendizaje significativo vivencial.
c) Es necesario dar primacía a las conductas creativas de los alumnos.
d) Hay que propiciar mayor autonomía en los alumnos.
e) Se debe dar a los alumnos oportunidad de actuar en forma cooperativa.
f) Se requiere estimular a los alumnos para que realicen su evaluación personal.
127
alumno se enfrente a problemas que le «pertenezcan»; es decir, que no le sean
ajenos y que tengan significado para ellos. En este sentido, puede ser válido que el
maestro aliente a los alumnos para que expongan los problemas que tienen y que
se asocien con el curso que va a impartir. Igualmente puede ser útil con frontar a los
alumnos con problemas que en el futuro serán reales para ellos.
b) Proporcionar recursos. En lugar de que el maestro dedique tiempo excesivo a
la planeación y elaboración de programas de estudio para los alumnos, puede tratar
de pensar cómo reunir todos los recursos disponibles que permitan a sus alumnos
un aprendizaje vivencial acorde con sus intereses y necesidades. Los recursos
pueden ser de tipo documental (mapas, libros, periódicos, revistas, etc.), los que
proporciona la propia comunidad (excursiones, visitas, entrevistas, etc.), e incluso
los recursos humanos, entre los que el maestro y otros expertos pueden
desempeñar un papel esencial (p. ej. poniendo a disposición de los alumnos sus
conocimientos).
c) Uso de contratos. Para Rogers (1978), el contrato es un «dispositivo "abierto" que
proporciona simultáneamente una cierta seguridad y una responsabilidad real en
un ambiente de libertad» (p. 112). Éste es un recurso en el cual el alumno plasma
sus propios objetivos de aprendizaje y mediante el cual se compromete a realizar
una serie de actividades para lograrlos; en el contrato también, de mutuo acuerdo
con el profesor, se señalan los criterios con los que el alumno será evaluado. Al
mismo tiempo, los alumnos saben que ese contrato les confiere ciertos derechos si
cumplen con sus obligaciones responsablemente (p. ej. obtener una buena
calificación). Se dice que el contrato es una especie de mediador entre la libertad
del alumno y las exigencias de un programa o una institución. También
compromete al profesor y lo ayuda a liberarse de la ansiedad que puede llegar a
sentir al creer que no puede controlar al grupo-clase, en un contexto de no
directividad.
d) La división del grupo. Dado que los alumnos deben tener libertad para elegir
entre la celebración o no de contratos, o entre un programa abierto y flexi ble y
otro estructurado, no siempre habrá alumnos que opten por las primeras
alternativas. En estos casos es conveniente dividir el grupo y proporcionar el tipo
de enfoque apropiado a cada parte.
e) Trabajo de investigación y/o elaboración de proyectos. Consiste en que los alumnos
proyecten y realicen trabajos e investigaciones basados en el aprendizaje
autoiniciado y vivencial. Para propiciar esta técnica, el maestro crea un clima de
128
investigación sugiriendo problemas o temas que pueden ser investigados, anima y da
apoyo inicial a los alumnos; posteriormente, éstos realizarán actividades compartidas
con el profesor y sus compañeros del grupo, autodirigidas de modo que se fomente
un marco idóneo y un acercamiento a la actitud inquisitiva o científica.
f) Tutorías entre compañeros. La tutoría entre un compañero que la imparte y
otro que la recibe trae beneficios mutuos. Es posible elegir a quienes puedan
ofrecer la tutoría con base en criterios de personalidad, responsabilidad, rendi -
miento y entusiasmo. A estos alumnos se les dan sesiones preparatorias para
aprender a facilitar el aprendizaje y se les puede monitorear constantemente
mientras imparten las sesiones de tutoría. Varios programas se han beneficiado
con este recurso, que debe ampliarse y promoverse en las aulas.
Según este enfoque, es difícil realizar la evaluación usando criterios externos, por
ello se propone la auto evaluación como una opción válida. Son los alumnos
quienes, con base en sus propios criterios, están en una posición más adecuada
para determinar en qué condiciones de aprendizaje y crecimiento se encuentran
después de haber finalizado un curso o una actividad de aprendizaje. Como señala
Palacios (1978) «no tendría sentido defender un aprendizaje autoiniciado,
autodirigido, autodeterminado si, al mismo tiempo, no se defendiera la
autoevaluación y la autocrítica respecto a él» (p. 223).
El profesor puede y debe ayudar a los alumnos durante el proceso de aprender
a autoevaluarse. Poco a poco, con criterios que el evaluador puede propiciar o
sugerir (criterios objetivos), o bien que pueden provenir de los mismos com-
pañeros, el individuo valorará su propio aprendizaje y decidirá su propia
autoevaluación (Poeydomenge 1986).
Según Patterson (1982), la autoevaluación puede hacerse a través de una eva-
luación escrita, al calificarse a sí mismo, o al demostrar si se ha cumplido un
contrato; mediante la discusión con otros compañeros o el análisis mutuo con el
profesor. Los criterios que siguen los alumnos para la autoevaluación suelen ser
muy diferentes en cada ocasión. Rogers (1978, p. 81) destaca dos tipos de criterios
que, en mayor o menor grado, deben tomar en cuenta los alumnos cuando se
autoevalúan:
129
• Grado de satisfacción con el trabajo conseguido.
• Evolución intelectual y personal.
• Compromiso personal con el curso.
• ¿Promovió el curso el estudio más profundo de algún tema?
b) Criterios impuestos desde fuera o asumidos en el pasado:
• Grado de profundidad con que se leyeron los materiales.
• Dedicación puesta en todas las clases, lecturas y trabajos.
• Comparación con la dedicación puesta en otros cursos.
• Comparación de la propia dedicación con respecto a la de los
compañeros.
Sobre las aplicaciones educativas del enfoque humanista pueden señalarse varias
cuestiones adicionales:
130
cuales han valorado en gran escala la eficacia de profesores-facilitadores en el
aprendizaje de los alumnos, o bien, la eficacia de la educación abierta (véanse Good
y Brophy 1996 y Rogers y Freiberg 1996).
b) Otra cuestión importante se refiere a la influencia del paradigma tanto en la
educación especial, o en la integración educativa, como en las propuestas para la
promoción de conductas prosociales, así como las que se refieren al trabajo con
conductas desviadas o desadaptadas que requieren asesoría y consejo (véanse al
respecto Good y Brophy 1983 y 1996, Hernández 1991, Rogers y Freiberg 1996).
Hay que reconocer también que muchos de los conceptos e ideas del paradigma
humanista han permeado e influido en varias concepciones, ideas, modelos y
propuestas en estos ámbitos.
c) Una última cuestión importante que vale la pena señalar se refiere a la in -
fluencia indiscutible del paradigma en el discurso y los planteamientos de los
demás paradigmas con implicaciones educativas. «Los diferentes puntos de vista
en la psicología humanista tienden a enriquecer el campo en vez de limitarlo.» No
cabe duda que estas palabras de Rogers (citadas en Sebastián 1986), aplicables
tanto al interior del paradigma como a sus proyecciones y aportaciones en el campo
educativo, han sido más que proféticas.
Capítulo 6
INTRODUCCIÓN
131
procesamiento de información fueron de carácter básico sobre procesos perceptivos,
de atención, mnémicos, etc., en el laboratorio y con materiales artificiales simples
(muy alejados de los materiales con gran riqueza semántica que se usan en la
enseñanza de los contenidos escolares). Su influencia, a finales de los años
cincuenta y a principios de los sesenta, fue muy limitada en las situaciones de la
vida real, incluido el campo de la educación. Puede decirse, de hecho, que el
paradigma cognitivo comenzó a desempeñar un papel más protagónico en la
psicología de la educación, gracias a que durante esos años hubo un gran interés
por los trabajos de Piaget y, posteriormente, debido a las notables aportaciones de
Bruner y de Ausubel (cuyos trabajos se acercan más a los de los psicólogos
educativos que a los de los psicólogos generales), los cuales lanzaron duras críticas
a los planteamientos aplicacionistas prevalecientes por esas fechas en la psicología
educativa.
A finales de los años sesenta y principios de los setenta, el cúmulo de aportaciones
del paradigma (que, por cierto, fue tomando nuevos matices) con reconocidas
aplicaciones e implicaciones educativas fue creciendo notablemente. En 1969,
Gagné y Rohwer emplearon por primera vez la expresión psicología instruccional,
pero, sin duda, ha sido Glaser el principal promotor de este planteamiento. Según
Glaser, la psicología instruccional es heredera directa de la concepción sostenida
por Dewey sobre la psicología de la educación. Como se recordará, Dewey
consideraba que la psicología educativa debía erigirse como una disciplina «puente»
entre la ciencia madre psicológica y las prácticas educativas.
El planteamiento de la psicología de la instrucción es por demás intere sante, pues
postula que tomando como base los logros obtenidos en la investigación cognitiva,
realizada fuera y dentro de los escenarios y contextos educativos, se obtendrían
derivaciones e implicaciones educativas (un saber teórico y tecnológico: teorías
del aprendizaje descriptivas y/o teorías de la instrucción normativas) que, no
obstante, serían insuficientes si no se pusieran a punto a partir de la
recuperación de la problemática y el discurso educativo. Sin embargo, parece
que este planteamiento todavía no ha sido lo suficientemente comprendido, ni
siquiera por los propios psicólogos cognitivos, pues no se observa una
concatenación consciente y consecuente en su desarrollo. Si bien siguen
apareciendo aportaciones interesantes en su seno, hay otras que pueden
ubicarse fácilmente entre los planteamientos aplicacionistas, reduccionistas y
.pragmáticos sin sentido. Además, el desarrollo de la psicología instruccional ha
132
ido un poco a la deriva, lo que denota que no existe un programa de trabajo claro
y comprometido.
La idea de la psicología de la instrucción, junto con las contribuciones de los
propulsores de las teorías psicoinstruccionales de los años sesenta (p. ej.
Ausubel, Gage, Wittrock y Berliner), se ha venido desarrollando desde hace
treinta años, y en la actualidad su influencia en la psicología de la educación es
enorme. Dado el contexto de privilegio socioeconómico en el que se desenvuelve
(los países occidentales, especialmente Estados Unidos), ha impulsado muchas
líneas de investigación de gran relevancia para el estudio e intervención
educativos, y ha recibido y asimilado influencias de los otros paradigmas. En la
psicología de la instrucción, a su vez, se han desarrollado nuevos pa radigmas
propiamente psicoinstruccionales y psicoeducativos. Todo esto ha provocado que
se hayan hecho notables aportaciones, durante las tres últimas décadas, para el
enriquecimiento de los tres núcleos de la psicología de la educación.
ANTECEDENTES
No cabe duda que el paradigma cognitivo actual, como han dicho algunos, tiene un
largo pasado y una breve historia. Cuando en los textos especializados se nos
presenta su trayectoria, se suele ubicar la génesis y el desarrollo de este enfoque,
también llamado procesamiento de información, en Estados Unidos, desde fines de
la década de 1950; al mismo tiempo, se excluyen explícita o implícitamente las
tradiciones de investigación cognitiva que lo anteceden y han influido en su
conformación, como la psicología de la Gestalt, la obra de Bartlett, la psicología
genética de Piaget, los trabajos de Vigotsky, por citar sólo a los más renombrados,
los cuales se envían en muchas ocasiones al «cajón del olvido».
Podemos afirmar que todos estos paradigmas tienen en común el haberse
enfocado en una o más de las dimensiones de lo cognitivo (atención, percepción,
memoria, inteligencia, lenguaje, pensamiento, etc.), aunque también es necesario
subrayar que existen diferencias de distinta índole entre ellos. De hecho, por esta
razón tanto el paradigma psicogenético piagetiano como el paradigma sociocultural
vigotskyano se describirán por separado en los dos capítulos siguientes.
133
El enfoque cognitivo del procesamiento de información, según varios autores,35
tuvo su origen durante la década de los cincuenta; para ser más preciso, se toma
134
1956 como fecha «oficial».36 Las influencias más importantes en su gestación fueron
las siguientes (véanse De Vega 1984, Gardner 1987, Grande y Rosa 1993, Pozo
1989):
135
Sin embargo, poco a poco el papel de la naciente ciencia de los ordenadores (la
informática) resultó crucial para la vida del paradigma, así que se retomó su
lenguaje y se incorporó un planteamiento teórico-metodológico basado en la
«metáfora del ordenador». Por ejemplo, a partir de este hecho, los teóricos cog-
nitivos sustituyeron el concepto clave de «significado» por el de «información», y, de
este modo, la idea conceptual de la construcción de los significados, como actividad
fundamental del acto cognitivo, fue abandonada para sustituirla por otra que se
centraba en el procesamiento o tratamiento de la información; estas diferencias, en
apariencia inocuas, fueron, a juicio de Bruner, determinantes en el curso que
posteriormente tomó el paradigma (véase Bruner 1991).
Hay que señalar que desde los años cincuenta y hasta la década de los
ochenta, en el seno del paradigma se desarrollaron muchas líneas de investigación
y modelos teóricos sobre las distintas facetas de la cognición, inspiradas
principalmente en la «metáfora de la computadora», sin olvidar también que en los
últimos quince años aparecieron tendencias y voces críticas sobre este modo de ver
el paradigma.
Por lo tanto, se puede afirmar con bases suficientes que si bien en sus primeros
años de vida el paradigma del procesamiento de la información se presentaba como
una aproximación monolítica, en la actualidad ya no es así. Existen hoy día varias
corrientes y tradiciones desarrolladas dentro de este enfoque.
Cuando menos se pueden reconocer con cierta facilidad dos amplias tradiciones en
la corriente cognitiva (Martínez-Freire 1995). Por un lado se encuentra la tradición
más dura (de aparición más reciente) surgida a partir de los trabajos en el campo
de la inteligencia artificial, una de cuyas últimas tendencias es la propuesta
«conexionista» del grupo de Rumelhart y McClelland denominado grupo PDP
(Procesamiento de Distribución en Paralelo), por otro lado, se halla una tradición
más abierta (que ha estado presente desde la década de los cincuenta, y que
algunos han denominado «clásica») y con diferentes líneas de estudio, entre las
que se encuentran las más típicas del procesamiento de información (p. ej. los
trabajos sobre procesos cognitivos realizados con sujetos humanos que provienen
de las líneas de investigación sobre memoria, solución de problemas y estrategias
cognitivas, y la aproximación de los «expertos y novatos»), y otras de aparición
más reciente impulsadas, de una forma u otra, por esta tradición y por las
contribuciones de otros enfoques y paradigmas, como la versión «constructivista»
estadounidense (defendida por autores como Bransford, Mayer y Glaser), la
136
aproximación neopiagetiana (p. ej. Case), la «cognición situada» (J.S. Brown), así
como las propuestas de corte «sociocultural» (el propio Bruner el trabajo de Resnick,
A.L. Brown y Palincsar) (véanse Bruner 1991 De Vega 1984, Pozo 1989 y Riviére
1989).
En la actualidad, es difícil distinguir con alguna claridad (debido a las múl tiples
influencias de otras disciplinas científicas) dónde termina una tradición y dónde
empieza otra, porque pueden encontrarse líneas y autores con concepciones e ideas
de distinto orden teórico, metodológico, etc., que integran ideas de varias
tradiciones o incluso ideas del paradigma con concepciones pertenecientes a
paradigmas alternativos (como el constructivista piagetiano y el socio-cultural); por
ello se observan diversos matices entre todos ellos.
Por esta razón debe considerarse que todas estas nuevas líneas y tradiciones
constituyen el amplio abanico de la corriente cognitivas contemporánea. Al mismo
tiempo hay que reconocer que dentro de este gran caleidoscopio teórico,
metodológico y epistemológico actual, el paradigma cognitivo del procesamiento de
información ha desempeñado un papel muy relevante en la historia de la disciplina
psicoeducativa de este siglo.
A continuación presentaremos las características Esenciales del paradigma
cognitivo y luego nos remitiremos a analizar con más ; detalle las posibles pro-
yecciones e implicaciones de éste al campo de la
137
propio, más allá del nivel biológico, pero más cercano del nivel sociológico o
138
cultural.37 Los teóricos cognitivos se esmeran en producir trabajo científico dirigido a
describir y explicar la naturaleza de las representaciones mentales, así como a
determinar el papel que desempeñan éstas en la producción y el desarrollo de las
acciones y conductas humanas.
Por lo tanto, la problemática clave, hacia la cual se «dirigen los esfuerzos teórico-
metodológicos de los psicólogos cognitivos, puede quedar englobada en las
siguientes preguntas:
• ¿Cómo las representaciones mentales guían los actos (internos o externos) del
sujeto con el medio físico y social?
• ¿Cómo se elaboran o generan dichas representaciones mentales en el sujeto
que conoce?
• ¿Qué tipo de procesos cognitivos y estructuras mentales intervienen en la
elaboración de las representaciones mentales y en la regulación de las con-
ductas?
Según Gardner (1987), el científico que estudia la cognición considera que ésta
«debe ser descrita en función de símbolos, esquemas, imágenes, ideas y otras formas
de representación mental». Las representaciones mentales elaboradas por el sujeto
han sido denominadas de distintas formas. Algunos han utilizado expresiones como:
«esquemas» (Bartlett, Ausubel y Rumelhart), «marcos» (Minsky), «guiones» (Schank),
«planes» (Miller, Galanter y Pribram), «mapas cognitivos» (Neisser), «categorías»
(Rosch), «estrategias» (Newell, Flavell y Brown) o «modelos mentales» (Johnson-
Laird). Podemos decir que todas hacen referencia, con ciertas particularidades, a
tipos de representaciones mentales utilizadas por los sujetos.
Los estudios para explicar la naturaleza de las representaciones mentales han
sido muy numerosos y diversos en las tres décadas de existencia del enfoque. En
general, hoy día se acepta que existen básicamente dos tipos de códigos de
representación; el imaginal (episódico) y el preposicional (semántico). Algunos
autores, en cambio, consideran que existen otras formas distintas.
Como ya hemos comentado en la sección introductoria, para el estudio de esta
problemática, los teóricos cognitivos han referido sus planteamientos a la polémica
analogía entre mente y computadora. Una analogía que a pesar de haber
demostrado una gran potencialidad heurística, no es aceptada de igual manera por
todos los partidarios del paradigma.
Es necesario mencionar un principio fundamental para comprender ade -
cuadamente la analogía: la mente y la computadora se consideran tipos de sis-
139
temas de procesamiento de una misma clase que realizan un procesamiento de
símbolos en forma prepositiva (Newell y Simón 1975, Newell 1987). En ese sentido, la
analogía que se sostiene entre estos dos tipos de sistemas de tratamiento de
información es de carácter funcional y no de tipo estructural.
No obstante, De Vega (1984) ha mencionado que también existen dos lecturas de
esta analogía funcional (las cuales tienen que ver directamente con las dos grandes
tradiciones incorporadas a la corriente cognitiva contemporánea mencionadas
anteriormente). Dichas interpretaciones son las llamadas versiones «fuerte» y
«débil».
La versión fuerte acepta la analogía como un recurso metodológico, y considera que
existe una completa equivalencia funcional entre el ordenador y la mente humana.
Sus más fieles seguidores están en el campo de la inteligencia artificial (una de las
áreas de la informática), donde se pretende desarrollar una teoría unificada de la
140
mente y el ordenador, utilizando a este último como medio de simulación38 del
sistema cognitivo humano. Este planteamiento ha de sembocado en la propuesta de
141
la construcción de una «ciencia cognitiva», 39 la cual coloca precisamente a la
inteligencia artificial corno disciplina central (Gardner 1987, Várela 1990).
Por otro lado, la versión débil utiliza la analogía mente-computadora con fines
esencialmente instrumentales y sin perder de vista la perspectiva psicológica en la
teorización y la investigación. Esto es, la versión débil pertenece más al campo de la
psicología, se basa en datos sobre todo de naturaleza psicológica y se interesa
142
prioritariamente en la descripción del sujeto cognitivo humano. 40
143
preponderancia al sujeto en el acto de conocimiento. 41
El planteamiento epistemológico considera que el sujeto elabora las repre-
sentaciones y entidades internas (ideas, conceptos, planes, etc.) de una manera
esencialmente individual. Dichas representaciones mentales determinan las formas
de actividad que realiza el sujeto.
Esto quiere decir que las acciones y las representaciones mentales desem-
peñan un papel causal en la organización y la realización de las conductas.
Algunos autores han llamado a esta concepción teoría causal de la mente
(Martínez-Freire 1995).
De igual manera, los teóricos cognitivos sostienen que los comportamientos no
son regulados exclusivamente por el medio externo. Sin dejar de reconocer la
influencia del medio exterior, se considera que las representaciones que el sujeto ha
elaborado o construido mediatizan la actividad general (sus propias percepciones y
acciones) del sujeto.
Por consiguiente, a diferencia del enfoque conductista basado en una filosofía que
hunde sus raíces en el empirismo, para el cual el sujeto está controlado por las
contingencias ambientales, en este paradigma el sujeto es un agente activo cuyas
acciones dependen en gran parte de las representaciones o procesos internos que
él ha elaborado como producto de las relaciones previas con su entorno físico y
social. Esto significa también que el sujeto de conocimiento deja de ser una tabula
rasa que acumula por asociación impresiones sensoriales para ir conformando sus
144
ideas sobre el mundo. Por el contrario, el sujeto organiza42 tales representaciones
dentro de su sistema cognitivo general (en el sistema de la memoria).
En las dos posturas mencionadas, la «dura» y la «abierta», pueden en-
contrarse dos tipos de mentalismo (véase Martínez-Freire 1995). En el caso de la
tradición «dura», en sus representantes más destacados —los modelos
conexionistas del PDP así como los trabajos de Armstrong y de Lewis— es posible ha-
blar de un mentalismo de base materialista. Estos autores sostienen, o parecen
sostener, cierta identidad entre las actividades mentales y las actividades cere-
brales. En el caso de la postura abierta, es posible reconocer diversos trazos de
una postura funcionalista, en la que, por el contrario, la actividad mental no es
plenamente reducible a los procesos cerebrales.
A su vez, en la postura «abierta», recientemente varios seguidores o autores
cercanos al paradigma han ido más allá al confesar una postura de tipo
145
«constructivista»43 en sus concepciones (p. ej. Glaser 199Ib y Mayer 1992). Según
esta concepción, el sujeto posee una organización interna de eventos que va
reelaborando en función de los intercambios con el exterior, y a partir de esta
organización interna (estructuras, esquemas, reglas, etc.) el sujeto interpreta y
otorga continuamente nuevos significados a la realidad.
En principio debemos considerar que todos los teóricos cognitivos están de acuerdo
con el postulado de la naturaleza causal de los procesos o eventos internos en la
producción y regulación de las conductas (Pozo 1989 y Riviere 1987). Dicho de otra
manera, la explicación del comportamiento del hombre debe remitirse a una serie
de procesos internos.
Muchos de los trabajos del paradigma se han orientado a describir y explicar los
mecanismos de la mente humana, y para ello han propuesto varios modelos
teóricos. Estos modelos pretenden dar cuenta de cómo se realiza el procesamiento
de la información, desde que ésta ingresa al sistema cognitivo hasta que finalmente
se utiliza para ejecutar una conducta determinada.
Los modelos de procesamiento de información comenzaron a aparecer desde los
inicios del paradigma. Uno de los subsistemas preferentemente tratados en estos
primeros modelos han sido los procesos de memoria (p. ej. los «modelos
multialmacén»).
Los modelos planteados en forma de diagramas de flujo que describen por dónde
va transitando y procesándose la información, desde que ingresa al sistema hasta
que egresa del mismo, surgieron durante los primeros veinticinco años de vida del
paradigma, y en los últimos quince años han dejado de proliferar, al menos en el
146
sentido en que antes se planteaban.44
No obstante, uno de los modelos más comunes y continuamente utilizados sobre el
sistema cognitivo humano es el descrito por Gagné (1974, en Gagné 1990; véase la
figura 6.1). El modelo supone los siguientes elementos (véanse De Vega 1984, Gagné
1990, Hernández 1991):
Receptores. Son dispositivos físicos que permiten captarla información que entra al
sistema, la cual se presenta en forma de algún tipo de energía física proveniente del
entorno. Cada uno de nuestros sentidos tiene tipos de receptores especializados que
son sensibles a distintas formas de energía (luminosa, acústica, química, etcétera).
Memoria sensorial (MS). Cada modalidad sensorial (visual, auditiva, etc.) posee un
147
sistema de registro sensorial que mantiene la información que ingresa a los
receptores durante un periodo muy breve (como máximo dos segundos). En este
breve periodo, ocurre el registro de copias literales de carácter precategorial
realizadas por los receptores cuando captan la estimulación sensorial entrante
(véase el cuadro 6.1). A partir de esta «huella mnémica» es posible la aplicación de
una serie de operaciones de atención selectiva sobre algunos aspectos de ella, con el
fin de hacerla ingresar intencionalmente, si se considera necesario, a la memoria a
corto plazo. La información proveniente de la huella que no se considera relevante
no es objeto de operaciones de atención selectiva y puede desecharse del sistema
de procesamiento y almacenaje consciente.
Memoria a corto plazo (MCP) o memoria de trabajo. Este almacén posee características
estructurales y funcionales (véase el cuadro 6.1). Sus características estructurales
son las siguientes:
• Tiene una duración limitada de procesamiento: aproximadamente entre 15 y 30
segundos (sin repaso de la información).
• Posee una capacidad limitada de almacenaje: sólo 7 +/- 2 unidades o porciones
(chunks) de información.
• El formato de la información es de tipo fonético y articulatorio, aunque
probablemente sea también de tipo semántico.
• Pérdida de la información: falta de repaso o desplazamiento por nueva in-
formación.
Respecto a las características funcionales, puede decirse que la MCP es una
memoria de trabajo en la cual ocurren todos los procesamientos «conscientes» que
ejecutamos.
La MCP opera interaccionando con la MS y la memoria a largo plazo (MLP). La
información saliente de la MS se traspasa a la MCP (a través de procesos de atención
selectiva) y comienza a ser codificada o analizada semánticamente; así, hace
intervenir información que se recupera de la MLP y que se mantiene en forma
consciente en la MCP. Para asegurar el mantenimiento de la información en la MCP, así
como para procesarla con más complejidad si luego se desea, es posible manipular
intencionalmente la información mediante estrategias de procesamiento tales como
el simple «repaso» (estrategia utilizada para aprender «al pie de la letra»), o bien,
otras de mayor complejidad cognitiva, como las de «elaboración» y «organización»,
cuyo uso exige poner en juego la información «nueva» recién ingresada y que actúa
en la MCP con la información ya almacenada en la MLP.
148
Memoria a largo plazo (MLP). La capacidad de almacenaje y la duración del trazo en la
MLP son prácticamente ilimitados. En la MLP se almacenan varios tipos de información:
episódica, semántica, procedimental, condicional y autobiográfica (Tennyson 1992).
La información episódica se relaciona con lugares y tiempo determinados y tiene
que ver con las experiencias vivenciadas directamente por el sujeto (recuerdos
personales).
La información semántica es la que se compone de hechos (datos y cosas ar-
bitrarias), conceptos (relaciones significativas) y explicaciones (elaboraciones
conceptuales sobre estas relaciones significativas) (Norman 1990). Algunos la han
llamado conocimiento declarativo, porque es un saber que se dice o se declara
verbalmente. Se supone que la información semántica está almacenada
jerárquicamente en forma de esquemas o redes preposicionales.
CUADRO 6.1 Características de los almacenes de memoria (basado en Mayer 1985).
M
emoria a
Memoria sensorial Memoria a corto plazo largo
plazo
Hay que señalar que muy poca de la información contenida en la MLP es copia
exacta de la información percibida, se trata más bien de interpretaciones que el
149
sujeto ha elaborado basándose en sus conocimientos almacenados.
La información procedimental es la que se relaciona con el «saber hacer», e incluye
distintos tipos de procedimientos, como habilidades, destrezas o estrategias.
La información condicional (o como la llaman otros: contextual) también está
almacenada en la MLP. Este tipo de información se refiere al «saber dónde, cuándo y
por qué» hacer uso de conceptos, principios, reglas, estrategias, habilidades,
procedimientos, etcétera.
La información puede ser recuperada de la MLP o de la MCP, de manera
consciente o automática. El proceso de recuperación consciente de la información
contenida en la MLP consiste en pasarla de este almacén hacia la memoria de
trabajo, es decir, convertirla de un conocimiento «inerte» a otro «actuante» para
que pueda ser utilizada cuando se requiera (por los mecanismos motores
correspondientes o para ser objeto de un procesamiento ulterior). Por su parte, la
recuperación automática se consigue importando directamente la información
almacenada desde la MLP hasta el generador de respuestas bajo la regulación del
control ejecutivo.
Se considera que la principal dificultad en el almacenaje de la información en la
MLP son los procesos de organización de la información. El almacenaje y la re-
cuperación de la información se ven facilitados si el material tiene sentido y es sig-
nificativo para el aprendiz; en caso contrario, cuando el material es arbitrario, el
proceso de almacenaje se acompañará de un esfuerzo voluntario para incorporar la
información, y los procesos de recuperación (especialmente los demorados) serán
difíciles. De hecho, si la información que ingresa en la MLP no ha sido objeto de una
adecuada codificación y organización, o si su incorporación con los conocimientos
previos ha sido superficial y poco significativa, los procesos de recuperación y
recuerdo pueden verse seriamente afectados e incluso pueden ocasionar el «olvido»
de la información (Ausubel 1978, Gagné 1990).
150
no son más que órganos musculares y glándulas, para efectuar en sentido estricto
las conductas responsivas. Hay que destacar que una de las vías más utilizadas
por el hombre, sobre todo en la realización de las conductas académicas, es el
lenguaje, por tanto, podemos identificar al aparato fono-articulador como el efector
más importante.
Control ejecutivo y expectativas. Comúnmente se reconoce que los procesos de control
que ocurren entre las distintas estructuras de memoria son los siguientes: re
tención, atención, percepción, estrategias de procesamiento (como la recirculación
de información y la codificación por vía visual o semántica) y estrategias de
búsqueda y recuperación. Sin embargo, para la aplicación de estos procesos de
control, se requiere la intervención de un sistema que los administre de manera
consciente y deliberada, tal es la función de la instancia denominada «sistema
ejecutivo». Este sistema tiene que ver con el control metacognitivo del qué hacer, el
cómo y el cuándo para que el sistema de procesamiento (que incluye estructuras de
memoria y procesos de control) opere con eficacia. Puede decirse, entonces, que el
sistema de procesamiento trabaja de manera coordinada e intencional gracias a los
mecanismos de control ejecutivo y a la creación de expectativas (y, junto con estas
últimas, las metas y los patrones motivacionales), los cuales determinan el tipo de
procesamiento que debe aplicarse a la información que ingresa al sistema. En el
sistema de control ejecutivo, las actividades conscientes meta-cognitivas y
autorreguladoras desempeñan un papel decisivo.
a) Los procesos cognitivos que realiza el sujeto desde una óptica más funcional.
b) La representación del conocimiento en el sistema cognitivo.
Respecto al inciso a), hay que mencionar que los trabajos sobre la «hipóte sis de
los niveles de procesamiento» (desarrollados principalmente por F.I. Craik et al . )
constituyeron, desde sus inicios, una explicación crítica y alternativa a los modelos
multialmacén (véase De Vega 1984).
En términos generales, el modelo de los niveles de procesamiento sostiene que
la información entrante puede procesarse o codificarse en diferentes niveles según
lo determine: el sujeto, la tarea exigida o incluso el tipo de información.
De acuerdo con la idea original de Craik y sus colaboradores, los niveles de pro-
151
cesamiento forman un continuo jerárquico, de modo tal que si un determinado
material se procesa en un momento dado de un modo « n » , es porque ya antes éste
152
ha sido objeto de un tratamiento en ciertos niveles de procesamiento n1 y n2.45
Estos niveles pueden agruparse en dos tipos: procesamiento superficial, el cual
atiende preferentemente a los rasgos físicos o sensoriales del insumo, o
procesamiento profundo en el que, según se supone, se realizan elaboraciones
semánticas más complejas. Se considera que la duración del trazo de la infor -
mación en la memoria está determinado por el tipo de procesamiento realizado;
esto es, un procesamiento superficial produce un trazo mnémico débil y poco
duradero, mientras que un procesamiento profundo genera un trazo más «fuerte» y
de mayor duración.
Los trabajos sobre niveles o dominios de procesamiento tienen una cercana
filiación con los realizados sobre estrategias cognitivas (véanse Pozo 1990 y Sel-mes
1988).
Sobre el inciso b), podemos señalar que el estudio de la representación del
conocimiento es un tema muy importante en el paradigma y tiene varias líneas de
investigación sólidas. Como ejemplos se pueden mencionar los siguientes: los
modelos de representación del conocimiento propuestos por Norman y Rumel-hart
(el modelo LNR); los realizados por el grupo de Anderson (el modelo ACT, por ejemplo);
los modelos conexionistas del PDP desarrollados por autores como Rumelhart y
McClelland; y, con ciertas diferencias en relación con los anteriores, los estudios
realizados en la línea de investigación de expertos y novatos, desarrollados
principalmente por Chi y Glaser (véanse De Vega 1984 y Pozo 1989).
Sobre la línea de investigación de expertos y novatos se han realizado nu-
merosas investigaciones en distintos dominios de conocimiento, con el fin de
identificar las posibles diferencias entre unos y otros. Puede decirse que esta línea
importante de investigación se inició gracias a los trabajos realizados por Newell y
Simón, en especial sus estudios sobre solución de problemas, realizados a finales de
los años sesenta (p. ej. Newell y Simón 1972). Dichos autores impusieron una
metodología para el estudio de la solución de problemas y para la investigación de
la pericia en sujetos humanos. Posteriormente, otros desarrollaron esa línea de
trabajo empleando tareas y problemas más complejos y analizando no sólo las
diferencias entre novatos y expertos, sino también el proceso por el cual los expertos
llegan a serlo (Bruer 1995). Tomando los planteamientos de Glaser (1991a),
podemos hacer algunos comentarios conclusivos sobre los estudios de la pericia
en humanos:
153
experto en determinado dominio no garantiza que su desempeño sea tan eficiente
en otros (salvo que entre ellos exista una relación temática muy cercana).
b) La precisión de la conducta experta es producto de un conjunto de esquemas
especializados que guían la ejecución. Dichos esquemas permiten que los expertos
tengan una superioridad perceptiva (p. ej. reconocimiento de patrones) y de
representación de los problemas que se les presentan; basta con que se alteren los
patrones hacia formas no conocidas de presentación de los estímulos (p. ej.
azarosas) para que su eficiencia disminuya notablemente.
c) Los expertos adquieren una gran capacidad para percibir apropiadamente
patrones complejos de información significativa. Esta capacidad representacional se
ejerce rápidamente, de modo que los expertos parecen actuar «intuitivamente»,
mientras que los novatos manifiestan una conducta de reconocimiento de patrones
menos articulada, de menor capacidad y más orientada a rasgos superficiales que a
aspectos inferenciales y de abstracción de principios.
d) La capacidad desarrollada por los expertos les permite disponer de más
tiempo y espacio en la memoria de trabajo, los cuales les sirven para realizar
distintas actividades de procesamiento y de búsqueda en la memoria.
e) También se ha demostrado que el conocimiento de los expertos es altamente
procedimentalizado (en el sentido de Anderson (1983): los conceptos se vinculan a
procedimientos que se compilan y automatizan junto con un conocimiento
contextual sobre cómo aplicarlos y utilizarlos apropiadamente); se trata en esencia
de un saber orientado a metas (un conocimiento fuertemente asociado a la
estructura de la meta de un problema determinado).
f) El conocimiento esquemático y el desarrollo de habilidades autorreguladoras
en los expertos tienen influencia mutua. Esto quiere decir que la cantidad de
experiencia organizada por los expertos les permite desarrollar mejores ha-
bilidades para monitorear el proceso de solución, para orientar y distribuir los
procesos de atención, etc. Al mismo tiempo, esta forma de ejecución tiene re-
percusiones en la organización y en la representación del conocimiento de los
expertos (p. ej. depuración).
Para estudiar los procesos y las representaciones mentales, los teóricos del pro-
cesamiento de información utilizan un recurso central: la inferencia. Según ellos, no
154
se puede proceder de otra manera, porque su interés se centra en el estudio de
procesos cognitivos y entidades no observables por vía directa; de modo que para
comprender su naturaleza es necesario observar los comportamientos del sujeto y
realizar análisis deductivos sistemáticos durante la investigación que posibiliten la
construcción afanosa de una descripción y una explicación detalladas.
Respecto de los tipos de estrategias metodológicas utilizadas en los estudios de
la cognición, según De Vega (1984) pueden clasificarse en cuatro tipos: a) la
introspección, b) la investigación empírica, c) la entrevista o el análisis de pro-
tocolos verbales y d) la simulación. La introspección, como recurso metodológico,
ha sido objeto de muchas críticas y en definitiva ha sido poco utilizado por el
paradigma, no así las tres restantes.
La investigación empírica ha sido muy empleada con una multiplicidad de
variantes (p. ej. la cronometría mental, el aprendizaje verbal, las técnicas espe-
cíficas para los estudios de procesos: atencionales, perceptivas, mnémicas, inte-
lectuales y de razonamiento), entre ellas destacan las de carácter experimental y
las investigaciones en escenarios y contextos naturales (véase la nota 5 de este
capítulo), y ha producido gran cantidad de evidencia empírica sobre la cual des-
cansan múltiples y complejas elaboraciones teóricas,.
La entrevista y el análisis de protocolos verbales también se han empleado en
varias líneas de investigación (entre ellas, expertos-novatos y solución de
problemas) y, cuando se han utilizado correctamente, ofrecen una gran riqueza
heurística.
Finalmente, los teóricos de la versión fuerte de la metáfora mente-computa-
dora, especialmente en el campo de la inteligencia artificial, han utilizado de
forma sistemática la simulación (véase la nota 3 de este capítulo).
Por lo tanto, en la psicología cognitiva existe actualmente una pluralidad de
métodos y técnicas para desarrollar investigaciones sobre las distintas dimensiones
y facetas de la cognición.
155
Entre las primeras proyecciones de aplicación, como ya se señaló en la in-
troducción de este capítulo, debemos considerar los trabajos de dos autores que se
han identificado con la orientación cognitiva (en lo que se refiere a las cuestiones
educativas); Bruner y Ausubel son, sin duda, los pilares de una serie de propuestas
que siguen vigentes en la actualidad. Por ejemplo, J. Bruner, el teórico cognitivo de
las «múltiples facetas», ha tratado brillantemente temas como «pensamiento»,
«percepción» y «lenguaje».
Bruner es, ciertamente, uno de los psicólogos cognitivos de la educación con
mayor trayectoria; su obra tuvo un fuerte impacto en Estados Unidos durante los
años sesenta y parte de los setenta gracias a propuestas como las del «aprendizaje
por descubrimiento» y el «currículo para pensar». David P. Ausubel, también
durante la década de los sesenta, elaboró la teoría del aprendizaje significativo o de
la asimilación, y fue uno de los teóricos que mayor inquietud ha demostrado por el
análisis metadisciplinario de la psicología de la educación y del estudio de
cuestiones educativas en contextos escolares.
Además de la obra de estos dos clásicos (aún vigentes), se han desarrollado
muchas investigaciones y experiencias que desembocaron en la configuración de
la llamada «psicología instruccional», la cual, desde nuestro punto de vista, está
erigida sobre las ideas de Dewey Ausubel y su divulgador actual Glaser.
Otro de los factores que influyeron poderosamente en el acercamiento del
paradigma a la educación fue el movimiento de las reformas curriculares edu-
cativas ocurrido en Estados Unidos (fenómeno que se extendió a otros países; al
respecto, véase el capítulo 1). Los especialistas en educación fincaron sus espe-
ranzas en los paradigmas psicogenéticos y cognitivos.
La psicología instruccional es una de las corrientes hegemónicas de la disciplina
psicoeducativa en la actualidad; en ese marco se han desarrollado una gran
cantidad de líneas de investigación y propuestas prescriptivas. Sin duda alguna, la
psicología instrucional ha engrosado de manera significativa los tres núcleos de la
disciplina y ha dado origen a varios paradigmas psicoeducativos (cognición del
profesor y del alumno, aportaciones relevantes al paradigma ecológico).
Entre sus líneas más significativas se encuentran las siguientes:
156
metacognitivas y de enseñar a pensar.
e) El enfoque de expertos y novatos.
Dos de las cuestiones centrales que a los psicólogos educativos de tendencia cognitiva
les ha interesado resaltar son las que señalan que la educación debería orientarse al
logro de aprendizajes significativos con sentido y al desarrollo de habilidades
estratégicas generales y específicas de aprendizaje (véanse Ausubel 1975, Coll 1988,
Gagné 1990, García Madruga 1990, Novak y Gowin 1988, Pozo 1990).
La educación es un proceso sociocultural mediante el cual una generación
transmite a otra saberes y contenidos valorados culturalmente, que se expresan en
los distintos currículos, tanto los de los niveles básicos como los de los superiores.
Dichos contenidos deberán ser aprendidos por los alumnos de la forma más
significativa posible. Esto quiere decir que los contenidos curriculares deben ser
presentados y organizados de manera tal que los alumnos encuentren en ellos un
sentido y un valor funcional para aprenderlos.
Sin embargo, hay que señalarlo, no basta con la mera transmisión de los con-
tenidos por parte de los agentes instruccionales (profesor, materiales curriculares,
software educativos, etc.), sino que son necesarias la planificación y la organización
de los procesos didácticos para que recreen las condiciones mínimas para aprender
significativamente. Además, se requiere la creación de un contexto propicio para
hacer intervenir al alumno activamente en su dimensión cognitiva (uso de
conocimientos previos) y motivacional-afectiva (disposición para aprender y
creación de expectativas para hacerlo significativamente), de modo que logren una
interpretación creativa y valiosa.
Empero, se considera que el aprendizaje significativo de contenidos o dominios de
conocimiento por parte del alumno no es suficiente. El estudiante también debe
desarrollar habilidades intelectuales y estratégicas para conducirse eficazmente
ante cualquier tipo de situaciones de aprendizaje, así como para aplicar los
conocimientos adquiridos frente a situaciones nuevas de cualquier tipo (dominio
157
específico o transdominios).
Por último, vale la pena comentar que los psicólogos cognitivos han mostrado cada
vez mayor interés por el estudio de los procesos motivacionales y volitivos, de modo
que no sería descabellado postular que otra de las cuestiones nodales, en su
concepción de la enseñanza, es fomentar que los alumnos se guíen siguiendo
ciertos modelos motivacionales adaptativos o metas de «aprendizaje» (incrementar
la propia competencia para aprender, interés por la actividad misma, etc.), y no
según otros patrones inadecuados ni por metas de «ejecución» (quedar bien con los
demás, evitar el fracaso o tener éxito sin aprender verdaderamente) (véanse Alonso
y Montero 1990, Elliot y Dweek 1988).
Independientemente de cualquier situación instruccional, el énfasis está puesto
en que el alumno desarrolle su potencialidad cognitiva y se convierta en un aprendiz
estratégico (que sepa cómo aprender y solucionar problemas) para apropiarse
significativamente de los contenidos curriculares.
158
que algunos lo hacen siguiendo un enfoque de procesamiento «superficial» (aprender
mecánicamente sin implicación personal), otros se aproximan aplicando un enfoque
de procesamiento «profundo» (aprender extrayendo activamente el significado de
los materiales de aprendizaje e integrando las distintas partes del material en formas
complejas para construir una estructura personal) y, finalmente, otro grupo de
alumnos suele hacerlo según un procesamiento «estratégico» (encauzando sus
esfuerzos de una manera estratégica conforme a las demandas, al tipo de tareas y al
sistema de recompensas). Por otro lado, las atribuciones son las explicaciones que
los alumnos elaboran para dar cuenta de sus éxitos y fracasos en la escuela; de
acuerdo con Weiner, pueden basarse en tres dimensiones: lo cus (interno o externo),
modificabilidad (estable o no estable) y controlabilidad (controlable o no
controlable). El modelo de atribuciones que el alumno elabore y recurrentemente se
proponga tendrá distintas repercusiones en sus expectativas futuras y en su
autoestima (véase Alonso y Montero 1990).
d) Conocimiento estratégico. Incluye las estrategias generales y específicas de
dominio que posee el alumno como producto de sus experiencias de aprendizaje
anteriores. Este tipo de conocimiento es claramente procedimental, aunque para
ser estratégico requiere, desde luego, una regulación metacognitiva. En los alumnos
que no tienen una base bien nutrida de conocimientos, el conocimiento estratégico
(el que se refiere en particular a las estrategias generales) puede servir como vía
compensatoria para alcanzar niveles de ejecución tan altos como los de los alumnos
que sí la poseen (véase Brown y Palincsar 1985).
e) Conocimiento metacognitivo. Es el conocimiento que ha desarrollado el
alumno acerca de sus experiencias almacenadas y de sus propios procesos cog-
noscitivos, así como de su conocimiento estratégico y la forma apropiada de uso
(véanse Flavell 1993; París, Lipson y Wixon 1983). El conocimiento metacognitivo es
de aparición relativamente tardía en casi todos los dominios del aprendizaje escolar.
Una tesis central que sostienen los cognitivos señala que en cualquier contexto
escolar, por más restrictivo que éste sea, siempre existe en el alumno cierto nivel de
actividad cognitiva; éste nunca es un ente pasivo a merced de las contingencias
ambientales o instruccionales. Desde este punto de vista, la actividad cognitiva
inherente debe ser utilizada y desarrollada para que el aprendiz logre un
procesamiento más efectivo de la información.
Podríamos decir entonces, para terminar, que la realización del diseño
instruccional, en cualquier ámbito educativo, exige partir de lo que los alumnos ya
159
saben (su conocimiento previo, su nivel de desarrollo cognitivo, su conocimiento
estratégico), así como de sus expectativas y motivos, y con base en ello programar
las experiencias sustanciales dirigidas a promover nuevos aprendizajes con sentido
para los alumnos (por recepción o por descubrimiento), así como para potenciar,
inducir o entrenar habilidades cognitivas y metacognitivas.
Por consiguiente, en la capacidad cognitiva del alumno está el origen y la finalidad
de la situación instruccional y educativa; así, es menester darle oportunidad de que
participe activamente (abierta o cubierta) en el desarrollo de los contenidos
curriculares (conocimiento declarativo y procedimental, habilidades y destrezas,
etc.) que queramos enseñarle.
160
súmenes, las analogías, los mapas conceptuales y las redes semánticas, las prein-
terrogantes, etc.), en sus cursos o situaciones instruccionales.
El profesor también deberá procurar la promoción, la inducción y la enseñanza
de habilidades o estrategias cognitivas y metacognitivas, generales y específicas de
dominio, en los alumnos. Según los enfoques de enseñar a pensar, el maestro
debe permitir a los alumnos explorar, experimentar, solucionar problemas y
reflexionar sobre temas definidos de antemano y tareas diversas (especialmente
las que exigen procesamiento estratégico y profundo) o actividades que surjan de
las inquietudes de los alumnos, debe proporcionarles apoyo y retroalimentación
continuas.
Otra función relevante del maestro es la de promover expectativas adecuadas en
sus alumnos en lo que se refiere a los objetivos o intenciones del episodio o ciclo
instruccional que se va a impartir. Esto quiere decir que deberá esforzarse al
máximo para hacer que los alumnos compartan las intenciones que él tiene como
planificador y realizador de la situación instruccional completa). Al lograr que se
compartan metas e intenciones, asegurará en gran medida que el alumno actúe
motivado por aprender y que encuentre sentido a sus aprendizajes (Shuell 1988).
Vinculado con lo anterior, el docente debe crear un clima propicio para que el
alumno experimente autonomía y competencia, atribuya valor a sus éxitos
basados en el esfuerzo, perciba los resultados como controlables y modificables, y
para que mejore su autoestima y su concepción de sí mismo (véase Alonso 1991
y Fierro 1990).
Es interesante recuperar aquí algunas de las características que han identi-
ficado varios seguidores de la óptica cognitiva en cuanto al profesor experto
(véanse Genovard y Gotzens 1990; Hernández y Sancho 1993; Villar 1995). En esta
línea de investigación, desarrollada principalmente por Berliner (1988), se sigue un
enfoque muy parecido al de «expertos y novatos»; se plantea un continuo entre el
novato (1) y el experto (5), pasando por tres subniveles: avanzado (2), competente
(3), y eficiente (4) (véase Shuell 1990). En este contexto hay que señalar que los
profesores expertos no son necesariamente los de mayor experiencia laboral, sino
los que demuestran una mayor competencia en el manejo de los recursos y en las
destrezas que aplican al proceso didáctico. Algunas de las características más
relevantes de los profesores expertos, en comparación con los novatos, son las
siguientes:
a) Son mejores en su área de conocimiento y en la situación instruccional;
161
representan los problemas o contenidos de aprendizaje de distintas formas (sus
mapas conceptuales son más complejos y de mayor riqueza semántica); poseen
fuentes más ricas de información y saben usarlas (se liberan más fácilmente del
«libro de texto» y hacen intervenir otras fuentes documentales).
b) Hacen más inferencias sobre las situaciones instruccionales a que se
enfrentan, en lugar de obtener perspectivas literales como lo suelen hacer los
novatos.
c) Poseen esquemas de clasificación de los problemas sobre aspectos rele-
vantes y los aplican cuando se enfrentan a ellos, mientras que los novatos jerar-
quizan los problemas considerando aspectos superficiales.
d) Tardan más que los novatos en las etapas iniciales de solución de problemas y
se muestran más sensibles a la estructura social y a las características de la
situación de trabajo.
e) Poseen estrategias autorreguladoras y metacognitivas que están ausentes en
sus compañeros; entre ellas se encuentran la utilización y la planeación del
tiempo.
f) Comienzan el proceso instruccional estableciendo reglas y rutinas.
g) Se muestran muy orientados hacia la tarea, el trabajo de clase y situaciones
de enseñanza-aprendizaje que permitan lograr los objetivos propuestos.
h) Parecen haber desarrollado una gran «intuición» para identificar de in-
mediato las características de los alumnos a los que enseñarán, de modo tal que
no se preocupan demasiado por usar medios para obtener información previa de
éstos.
i) Son más sensibles al captar la información que le ofrece la clase para luego
utilizarla en una mejor comprensión, interpretación y evaluación de los hechos
suscitados en la situación escolar.
162
nera general, y que no actúan como los expertos tratando de concretarlos en la
situación didáctica (en otras palabras, no hacen lo que planean). De este modo,
parece que la actividad de planeación en el profesor común no incide en la de-
terminación de sus acciones durante la situación de enseñanza.
En cuanto a los procesos de actuación en la clase, se ha demostrado que la forma
de proceder del profesor se encuentra sesgada por sus ideas y expectativas, y en lo
que se refiere a las actividades de valoración y diagnóstico progresivo en el proceso
de enseñanza y aprendizaje, se ve dominado por la prisa y la inmediatez en que
muchas veces tiene que hacerlo; el resultado es que suelen ser parciales.
Quedan esas aportaciones como un marco importante para construir programas
alternativos de formación del docente, más eficaces y apropiados, que tengan en
cuenta los nuevos enfoques basados en la racionalidad práctica (véanse Schón 1988
y Villar 1995).
El aprendizaje significativo de Ausubel. Sin lugar a dudas, como ya lo hemos dicho, una
de las teorías precursoras del aprendizaje, desde el punto de vista cognitivo, es la
propuesta por Ausubel en relación con el aprendizaje significativo. Hay que destacar
dos cuestiones relevantes que la justifican plenamente: a) es una propuesta sobre
aprendizaje en el contexto escolar, y b) sus ideas principales continúan vigentes por
su carácter eminentemente aplicado.
Según Ausubel (1978), no todos los tipos de aprendizaje humano son iguales,
como lo habían señalado los conductistas, para quienes sólo existe «una» forma
de aprender. De acuerdo con este autor, existen diferentes tipos de aprendizaje que
ocurren dentro del aula y pueden ubicarse en dos dimensiones básicas (véase la
figura 6.2). Con respecto a los tipos de aprendizaje y cada una de las dimensiones,
163
conviene hacer primero dos distinciones esenciales:
165
aprendizaje está asociado con niveles superiores de comprensión de la información
y es más resistente al olvido.
Ausubel considera que en los escenarios escolares (especialmente a partir de los
últimos años de escolaridad básica y hasta la educación superior), el aprendizaje
significativo por recepción es el más valioso, incluso por encima del aprendizaje por
descubrimiento significativo (dado que los alumnos no pueden estar
«descubriendo» conocimientos continuamente, sobre todo los de gran complejidad
conceptual que se enseñan en los currículos, y además porque resulta mucho más
costoso didácticamente). Tal preponderancia se debe a que la mayor parte de la
información que aprendemos está expresada en el lenguaje oral o escrito; el profesor
o el diseñador de los materiales curriculares debe exponerla o prepararla
adecuadamente (véase el apartado sobre estrategias de enseñanza, más adelante).
Dos de los principales problemas que han mitificado al aprendizaje por recepción,
son los siguientes:
166
cesos, etc. Dichas características se denominan «variables» o «huecos» y toman va-
lores fijos y opcionales en tanto se actualicen con la información entrante.
Otro rasgo de k>s esquemas es su carácter modular, dado que pueden existir
distintos esquemas para diferentes dominios de contenidos. En un mismo dominio-
módulo, los esquemas se encuentran relacionados en sistemas a través de
relaciones de diferenciación, jerarquización e integración parte-todo (un esquema
puede ser un subesquema de otro más complejo que lo integre, y los esquemas
pueden vincularse entre sí).
Los esquemas incluyen información de tipo conceptual o semántica (rela-
cionada con los significados de los objetos, sucesos o situaciones que describen),
episódica (producto de nuestras propias experiencias con esos objetos, sucesos y
situaciones) y actitudinal (valoraciones sobre esos conceptos, esas experiencias,
etcétera).
Finalmente, una última propiedad de los esquemas es su naturaleza excitatoria o
de poder de activación (Anderson 1983). Gracias a ello, la elicitación de alguna de
las variables de un esquema sirve para activarlo completamente y propagar la
fuerza de activación, incluso hacia otros inmediatamente relacionados. Dicha
activación permite el uso de información almacenada pertinente en la MLP para
relacionar, incorporar e integrar semánticamente toda la información novedosa que
se encuentre activada en la memoria de trabajo.
Los esquemas se encuentran organizados interiormente y entre ellos. De este
modo, un esquema con un alto nivel de organización en el sentido cuantitativo,
pero sobre todo cualitativo, será más potente cuando se utilice en distintas activi-
dades cognitivas (perceptivas, interpretativas, de aprendizaje, etc.), en comparación
con cualquier otro que esté pobremente organizado. Además, los esquemas pueden
incorporar tanto conocimientos valiosos como erróneos. Esto es, dentro de ellos
muchas veces coexisten, amalgamadas, ideas equivocadas junto con otras
ciertamente válidas. El grado de proporción entre estos dos tipos de conoci-
mientos es variable.
Las fuentes del conocimiento esquemático pueden clasificarse en tres: a) muchos
esquemas se forman a través de lo que otros nos dicen o enseñan informalmente
en el medio familiar, social, o mediante distintos medios informativos, b) otros
provienen de nuestras propias experiencias, y c) algunos son producto directo del
medio escolar (Miras 1993).
Por lo tanto, los alumnos pueden variar entre sí por la cantidad de esquemas que
167
poseen y por el nivel y la riqueza de organización esquemática que hayan
desarrollado. Hay que tener presente que también los esquemas de los alumnos
pueden poseer distinto nivel de validez y pertinencia en relación con los contenidos
que se estén trabajando en un momento dado (algunos esquemas pueden ser
«correctos» desde el punto de vista del enseñante o del programa, otros serán
parcialmente correctos y otros en cambio incorrectos, p. ej. los esquemas al-
ternativos o misconceptions).
Desde la perspectiva de la teoría de los esquemas, Rumelhart y su grupo (en Sierra
y Carretero 1990) sostienen que el aprendizaje es un proceso de modificación de los
esquemas que posee el sujeto (almacenados en la MLP), como producto del influjo y la
adquisición de la información nueva y de la interacción de ésta con los primeros.
Esto quiere decir que, cuando se desea aprender algo, es menester activar
determinados esquemas (o, si es necesario, desarrollarlos a partir de conocimientos
almacenados pertinentes) que se encuentran en la MLP, confrontarlos con la
información nueva que se va a aprender y desplegar un ajuste o acomodación
paulatinos en los esquemas previos. Este ajuste será mayor o menor en función de
las características de los esquemas previos y de su semejanza o acercamiento con
los conocimientos nuevos, así como de la naturaleza de la interacción producida
entre ambos. Según el grupo de Rumelhart pueden distinguirse tres tipos de
aprendizaje:
168
neración de patrones: creación de nuevos esquemas a partir de los existentes (suele
acompañarse, en su última fase, de un aprendizaje por ajuste).
169
establecimiento de la(s) meta(s) de aprendizaje o de la solución de un problema;
planeación de las actividades que hay que realizar (incluyendo las tres variables
metacognitivas antes señaladas) para conseguir las metas de aprendizaje
establecidas; supervisión o monitoreo continuo de las acciones ejecutadas para
valorar el grado de aproximación a la meta planeada; y evaluación final para verificar
si se consiguió o no la meta planeada y en qué grado se alcanzó o, en caso contrario,
para decidir qué acciones remedíales pueden ejecutarse.
Jenkins (en DiVesta 1987) ha propuesto una visión contextual del aprendizaje,
descrito en su ya clásico «tetraedro del aprendizaje» (véase la figura 6.3), para
señalar cuáles son los factores y la forma en que éstos interactúan en el proceso
del aprendizaje estratégico. Dichos factores son los siguientes:
a) Naturaleza de los materiales de aprendizaje: tipo y características de la
información por aprender (grado de complejidad, grado de familiaridad, etc.), y
formato en que ésta se proporciona (visual, escrito, auditivo, etcétera).
b) Tareas criterio o demandas de la tarea: criterios que se exigen para la eje-
cución exitosa; éstos pueden ser: el reconocimiento de la información aprendida, el
recuerdo literal de la información, el recuerdo semántico o conceptual, la aplicación
de lo aprendido, la integración creativa, entre otros.
c) Características del aprendiz: el nivel de desarrollo, el conocimiento esquemático
(conocimiento previo), el conocimiento metacognitivo (qué sabe el alumno respecto
al tema, etc.), los estilos de aprendizaje, la motivación por el material de
aprendizaje, entre otras.
170
• Actividades de aprendizaje son las acciones que puede realizar el sujeto
para aprender, como los tres tipos de estrategias antes señaladas.
Todos los factores del tetraedro interactúan durante el proceso de apren-
dizaje. Se supone que los aprendices más eficaces son aquellos que consideran
estratégicamente todos los factores cuando emprenden alguna tarea de apren-
dizaje. De este modo, proceden de forma inteligente aplicando las estrategias re-
queridas (según la tarea, los materiales, el nivel de dificultad, el conocimiento
del nivel de implicación y destreza personal, etc.) durante todo el proceso. Por
su parte, los aprendices ineficaces no logran coordinar de manera inteligente to-
dos los factores, o lo hacen de un modo rudimentario cuando buscan alcanzar
las metas predeterminadas (exigencias de la tarea académica muchas veces
definidas por el profesor) y, por consiguiente, su ejecución es defectuosa.
De lo anterior puede desprenderse una importante conclusión (que revisare-
mos más adelante) respecto a que los aprendices ingenuos o novatos pueden
ser entrenados para mejorar su aprendizaje estratégico, dependiendo de sus
carencias y retomando como marco estructurador el tetraedro del aprendizaje.
Fases del aprendizaje. Shuell es otro autor que en varios trabajos ha analizado el
aprendizaje en el contexto de los procesos de enseñanza. Para él, el aprendizaje
significativo que ocurre en el aula puede ser definido como un proceso activo,
constructivo y orientado a conseguir una meta (Shuell 1988 y 1990).
Shuell (1990) considera que muchas de las aportaciones sobre el aprendizaje
realizadas desde diferentes líneas de investigación cognitiva (p. ej. la teoría de los
esquemas, el enfoque expertos-novatos, los modelos de la flexibilidad cognitiva del
grupo de Spiro, las investigaciones sobre estrategias realizadas por Karmiloff-
Smith, etc.) coinciden al entender el aprendizaje como un fenómeno gradual poli-
fásico. Con base en esto, ha distinguido tres fases del aprendizaje significativo en
las que integra las aportaciones de las líneas de trabajo mencionadas.
171
miento del dominio que se va a aprender, estrategias generales
independientes del dominio, uso de conocimientos de otro dominio para
interpretar la información (comparar y usar analogías).
• La información aprendida es concreta y se vincula al contexto específico.
• Uso predominante de estrategias de repaso para aprender la información.
• Gradualmente el aprendiz va construyendo un panorama global del dominio
o del material que va a aprender, para lo cual usa su conocimiento esque-
mático, establece analogías (con otros dominios que le son más familiares) a
fin de representarse ese nuevo dominio, construye suposiciones basadas en
experiencias previas, etcétera.
b) Fase intermedia de aprendizaje.
• De forma progresiva, el aprendiz empieza a encontrar relaciones y similitudes
entre las partes aisladas y llega a configurar esquemas y mapas cognitivos del
material y el dominio de aprendizaje. Sin embargo, estos esquemas no le
permiten aún conducirse de manera automática o autónoma.
• Paulatinamente se va realizando un procesamiento más profundo del material. El
conocimiento aprendido se vuelve más «aplicable» a otros contextos.
• Hay más oportunidad para la reflexión sobre la situación, el material y el
dominio.
• El conocimiento llega a ser más abstracto, menos dependiente del contexto
donde originalmente fue adquirido.
• Es posible el empleo de estrategias elaborativas u organizativas (como mapas
conceptuales y redes semánticas) para realizar conductas metacognitivas, así
como para usar la información en la solución de tareas-problema en las que se
requiera la información que se va a aprender.
c) Fase terminal del aprendizaje.
• Los conocimientos que comenzaron a ser elaborados en esquemas o mapas
cognitivos en la fase anterior, llegan a integrarse mejor y a funcionar con más
autonomía.
• En consecuencia, las ejecuciones comienzan a ser más automáticas y a exigir
menor control consciente.
• Igualmente, las ejecuciones del sujeto se basan en estrategias específicas del
dominio para la realización de tareas como la solución de problemas, dar
respuestas a preguntas, etcétera.
• En esta fase hay un énfasis mayor en la ejecución que en el aprendizaje, dado
172
que los cambios en la ejecución se deben a variaciones provocadas por la
tarea, más que a reacomodos o ajustes internos.
• El aprendizaje que ocurre durante esta fase probablemente consista en: la
acumulación de información a los esquemas preexistentes y la aparición
progresiva de interrelaciones de alto nivel en los esquemas.
173
traslapes entre ellas.46
174
lugar deben considerarse los esfuerzos precursores de Bloom y sus colaboradores,
realizados a finales de los años cincuenta, sobre la clasificación cognitiva de los
objetivos, y que se plasman en su ya muy conocida taxonomía. Según ésta, los
objetivos de un programa o un curso se clasifican en función de seis niveles de
complejidad creciente, a saber:
175
procesos que conduzcan a tales productos.
e) Sobre su uso: su empleo no asegura niveles adecuados de confiabilidad
(véase Santoyo 1986).
176
(actitudes, normas y valores).
Los contenidos conceptuales son todos de tipo declarativo (saber qué se declara
o qué se dice verbalmente). Entre ellos podemos señalar los hechos o datos, que
son los saberes que tienen que aprenderse al pie de la letra. Más complejos que los
anteriores son los conceptos que se refieren a representaciones con significado, con
un mayor nivel de generalización y abstracción. Los conceptos sólo pueden
aprenderse comprendiendo el significado o sentido que transmiten. Por último,
podemos mencionar los principios, que son elaboraciones construidas a partir de
dos o más conceptos.
Los contenidos procedimentales son los que se refieren al «saber hacer». Un
procedimiento especifica una serie ordenada de acciones u operaciones para
conseguir un fin determinado. Los procedimientos pueden ser de naturaleza interna
(p. ej. estrategias de aprendizaje) o externa (habilidades manuales). La ejecución
correcta de algunos procedimientos exige un alto grado de automatización,
mientras que en otros casos se exige más bien una ejecución consciente y
estratégica.
Entre los contenidos más complejos podemos identificar los que se refieren al
«saber ser», dentro de los cuales encontramos las actitudes, las normas y valores.
Procedimientos Nivel de
generalidad
177
Contenidos Análisis del aprendizaje
Estrategias de aprendizaje y
solución de problemas
Procedimientos
Destrezas, técnicas
Conceptos
Hechos, conceptos, principios
Información verbal
178
contemplar globalmente las características generales de la ciudad; esas tomas
tendrían en cuenta la magnitud de la mancha citadina, su ubicación geográfica y
sus principales componentes (delegaciones, construcciones principales, etc.); la
idea siguiente sería obtener una descripción general del lugar para que quien viese
nuestro documental pudiera tener un vistazo panorámico de la ciudad vista desde
las alturas. Posteriormente, las siguientes tomas serían de aspectos específicos
(monumentos y sitios históricos, calles principales, instituciones, etc.) usando el
«efecto zoom» con lentes de gran aumento, que permitan observar
escrupulosamente sus detalles y construir una representación más acabada y
profunda del lugar. Evidentemente, antes de enfocar cualquier característica
específica de la ciudad, podría volverse a las tomas panorámicas para ubicar a qué
lugar (dentro del contexto ciudad) se refieren.
Del mismo modo, Reigeluth sugiere que un ciclo didáctico empiece por la
presentación de los conceptos fundamentales (presentación de un epítome o re-
sumen en el que se describen los conceptos y principios nucleares de todo el ciclo), y
una vez hecho esto, en la medida en que se va avanzando en la situación de
enseñanza, se debería proseguir con el examen de los detalles o ir profundizando en
cada uno de los conceptos nucleares, paso a paso, a través de ciclos de elaboración
temática; esto se haría siguiendo una secuencia construida de lo general a lo
detallado y de lo más simple a lo más complejo.
Las ideas de Reigeluth coinciden sobradamente con otras opiniones planteadas
sobre la misma cuestión, y similares, de diversos autores cognitivos. Para poner
algunos ejemplos, piénsese en el «currículo en espiral» propuesto por Bruner (al
señalar que es necesario partir de lo fundamental y general y posteriormente
realizar la «aproximación espiral»); en el criterio de «diferenciación progresiva»,
propuesto por Ausubel, que explica la formación de esquemas más finos y
específicos a partir de otros más simples y generales; o bien en la «hipótesis fuerte»
de los niveles de procesamiento, que señala una continuidad unidireccional de un
procesamiento superficial de la información por aprender, hasta el logro de otro
procesamiento de tipo semántico y de mayor profundidad.
Cuando la instrucción se dirige enseñando al alumno a mirar primero el plano de
conjunto (toma abierta) y luego a mirar el plano de detalle (toma cerrada), en un
«ir y venir» (ubicando siempre lo específico y el detalle dentro del epítome, para
luego profundizar en él) hacia formas más finas de elaboración conceptual dentro
de un ciclo instruccional, al aprendiz no pierde de vista el contexto ni las
179
intenciones ni los grados de elaboración conceptual y encuentra sentido y
direccionalidad en sus aprendizajes.
Pastor (1990) ha propuesto varios principios derivados de las ideas de Reigeluth,
Ausubel, Bruner y Gagné en torno al problema de la secuencia de los contenidos. A
continuación presentamos los más relevantes:
180
f) Principio de síntesis periódica: después de cada elaboración se recomienda
presentar un resumen o recapitulación, mostrando al alumno los conceptos tra-
bajados en el nivel de elaboración particular y su relación con el epítome inicial
(contextualización).
conducta.
28
A propósito del término reforzador cabe hacer algunos comentarios adicionales. Para Pinillos (1975, citado en
Hernández 1991) la definición de reforzador propuesta por los skinnerianos está demasiado «operacionalizada», por
ello ha tratado de analizar integralmente el concepto a la luz de las aportaciones de las distintas variantes del
conductismo. En ese sentido reconoce que el término puede tener connotaciones de varios tipos: afectiva (Thomdike),
prepositiva (Hull) y cognitiva (Tolman). Haciendo a un lado el punto de vista del experimentador (enfatizado por los
seguidores de Skinner en su afán operacionalista), desde la perspectiva del sujeto experimental, el reforzador es un
estímulo que: a) le informa, lo dirige y corrige (dimensión cognitiva); b) le produce satisfacción y/o reducción de estados
displacenteros (dimensión afectiva), y c) lo motiva y, de una u otra forma, mantiene activa su conducta (dimensión
connativa). En el mismo sentido, Bomas (1994) señala que, durante cierto tiempo en la aplicación de técnicas de
modificación de la conducta se puso demasiado empeño en los aspectos técnicos del uso correcto de los reforzadores, y
se descuidó la percepción que el sujeto tenía de ellos. En fechas recientes, este tema ha sido investigado (con hallazgos
muy relevantes que redimensionan el concepto) por tres líneas de investigación: la que estudia el locus de control (si el
reforzador depende de un locus interno o externo), la teoría de la atribución de Weiner (las relaciones entre reforzador —
éxito— y esfuerzo) y la teoría de la autoeficacia de Bandura (relaciones entre el reforzador —éxito— y las expectativas de
autoeficacia).
29
Las investigaciones conductistas adoptan una postura fisicalista, basada en los criterios del operacionalismo
(los conceptos se definen por los pasos o procedimientos que permiten medirlos objetivamente de acuerdo con
ciertos criterios observables), para definir las variables ambientales y conductuales que se van a estudiar. Se
considera que de esta manera las observaciones que se hagan sobre dichas variables se realizarán con base en
criterios observables, medibles y cuantificables, los cuales anulan la posibilidad de elaborar cualquier tipo de juicios
subjetivos.
30
CAI, por sus siglas en inglés.
31
García y Moya (1993) han señalado que si bien en psicología y en otras disciplinas, con ante rioridad ya habían
aparecido escritos que sostenían ideas propias del paradigma (p. ej. el estudio comprehensivo del hombre), fue en
1961 cuando el paradigma psicológico humanista nació institucio-nalmente, debido a la constitución de la American
Association for Hu manístic Psychology (AAHP), la cual publicó al año siguiente su órgano de difusión: el Journal of
Humanistic Psychology. En el comité organizador de la asociación se encontraban reconocidos psicólogos humanistas
como Maslow y Mous-takas; su primer presidente fue el propio Bugental, quien redactó el primer manifiesto del
movimiento humanista que fue publicado en el American Psychologist en 1963. A partir de 1970, la AAHP se incorporó a
el logro de aprendizajes significativos en los alumnos (véanse Díaz Barriga
1993yShuell 1988).
Hay que enfatizar que este tipo de estrategias son las que planea, elabora y
decide utilizar el agente instruccional y no el alumno.
F. Díaz Barriga (1993) ha señalado que las estrategias instruccionales pueden
ser utilizadas antes, durante o después de un ciclo instruccional determi nado. En
este sentido, podemos llamar estrategias preinstruccionales a las que se
recomienda presentar antes de la situación instruccional; estrategias
la sección 32 de la APA.
32
Se ha dicho que la psicología estadounidense carece de un «pasado filosófico» (A. Caparros). Sin embargo, es
indudable que la influencia del pensamiento filosófico europeo en el contexto estadouni dense llegó por diversos
medios (el Zeitgeist de la época, las migraciones europeas a dicho país, entre otros). Basándonos en lo anterior, no se
puede negar que el pensamiento fenomenológico y la comente i existencialista provenientes de Europa repercutieron
en las concepciones humanistas. A juicio de Matson (1981, citado en García y Moya 1993), muchas de las ideas
sustentadas por los partidarios de este [paradigma serían inverosímiles sin la influencia existencialista europea.
García y Moya (1993) señalan que otras influencias filosóficas en el paradigma son el pensamiento de Rousseau y la
corriente del personalismo cristiano; asimismo, entre las influencias psicológicas deben reconocerse los escritos
psicoanalíticos de Adler y Fromm, algunos de la Gestalt y, por supuesto, los de antropólogos como Benedict, Mead,
Linton y Bateson (p. ej.. Maslow fue amigo de Adler; aprendió psicoanálisis de Fromm, de Kar- diner y de Horney;
estudió la Gestalt con Wertheimer y Koffka y, por último, aprendió antropología con los autores citados).
33
En relación directa con esta afirmación, Martínez (1982) cita el trabajo de Berelson y Steiner (1964), quienes analizaron
1045 investigaciones científicas sobre la conducta humana. Según estos autores, en todos estos trabajos existe una visión
incompleta o fragmentaria del hombre. En casi ninguno de ellos se abordan directamente cuestiones centrales de la
naturaleza genuinamente humana (aspectos como el egoísmo, la nobleza, las relaciones maritales, el amor, las cuestiones
éticas, la bondad, la muerte, la sexualidad).
34
Sobre esta cuestión se ha criticado que la postura humanista defienda un planteamiento demasiado subjetivista
(centrado en el self, al cual se le atribuye, en última instancia, que una persona pueda o no lograr su desarrollo o
autorrealización) que muchas veces tiende a subestimar los aspectos del contexto social y cultural en la determinación
de la estructuración de la personalidad.
35
Gardner señala que un antecedente relevante que hay que tener en cuenta por su carácter semi nal es el
simposio patrocinado por la Fundación Hixon que tuvo lugar en 1948 en Pasadena, California, en el cual se
presentaron varios trabajos de incuestionable influencia para el desarrollo posterior del paradigma. Según Martínez-
Freire (1995), en dicho simposio ya se encontraban claras manifestaciones de varios «antecedentes clave» del
naciente paradigma, a saber: a) la postulación de la analogía mente-computadora; b) el interés demostrado por
distintas disciplinas como la lógica y las matemáticas (von Neumann), las neurociencias (Lashley y McCulloch), etc.,
que preconizaban el carácter interdisciplinario del paradigma; c) el interés por el estudio del procesamiento de la
información en el ser humano; d) la postura anticonductista.
36
No obstante, Grande y Rosa (1993) señalan que la aparición del paradigma del procesamiento de la información
ocurrió simultáneamente en Estados Unidos y Gran Bretaña. Estos autores afirman que en los textos que reseñan el
proceso de aparición del paradigma es común encontrar que fue exclusivamente en Estados Unidos donde se gestó.
Si bien es cierto que en este país ocurrieron los principales hechos relativos a su aparición, debe destacarse
también la labor del grupo británico de la Universidad de Cambridge, iniciada y encabezada por Bartlett (y
continuada después por Broadbent y Craik) varias décadas antes de 1950. El trabajo sobre cognición elaborado por
coinstruccionales a las que producen mejores resultados si se utilizan durante la
situación instruccional, y estrategias postinstruccionales a las que se utilizan
cuando la instrucción ha finalizado.
Es posible elaborar otra clasificación válida de las estrategias instrucciona les
con base en los procesos cognitivos que éstas elicitan para promover mejores
aprendizajes (véanse Cooper 1990, Díaz Barriga 1993, West et al 1991). De este
modo tenemos la clasificación que a continuación se describe y detalla.
37
Como parte de su «semiótica social», J. Lemke (1990) señala que el enfoque cognitivo no tiene en cuenta las
dimensiones biológica y social, y afirma que existe el dominio autónomo de fenómenos (el representacional); sin
embargo, a juicio de Lemke, los problemas que aborda el paradigma «son preci samente problemas de las relaciones
entre lo biológico y lo social» (p. 193) Desde el punto de vista del paradigma, el estudio de las representaciones
mentales está desvinculado de las teorías y concepciones neurobiológicas (salvo el caso del grupo conexionista y de
los que sostienen un mentalismo de base materialista); también se considera que son fenómenos disociados de
procesos sociales pues suponen que éstas ocurren en forma aislada. Lemke insiste: «el mentalismo encuadre la
realidad social a través de una suposición de universalidad que expresa que todas las mentes humanas procesan la
información de la misma forma. Pero aquello que la psicología cognitiva intenta describir está directamente relacionado
con las prácticas semióticas, las cuales son diferentes en las distintas culturas y/o grupos sociales» (p. 193).
38
La simulación es una estrategia metodológica que, por un lado, permite desarrollar hipótesis o teorías sobre el
procesamiento cognitivo humano, y por otro, despliega sus esfuerzos para poner a prueba las hipótesis ya existentes
a través de su mimetización y usando las computadoras. Según Gagné (1990), cuando se construye y se prueba un
programa computacional para la realización de una tarea cognitiva (solución de problemas matemáticos, etc.), a
partir de una elaboración teórica previa que describe los procesos u operaciones mentales involucrados, puede
valorarse su precisión conceptual y su consistencia lógica (términos correctamente definidos, no circularidad en los
términos, etc.). Al mismo tiempo, si dicho programa se ajusta a la ejecución humana, puede considerarse una simula-
ción adecuada o una teoría plausible de la actuación humana.
39
La ciencia cognitiva es un esfuerzo interdisciplinario que tiene como objetivo crear una teoría de los sistemas de
procesamiento o de lo cognitivo en el más amplio sentido; en ella participan teóricos e investigadores de campos tan
disímbolos como la antropología, la lingüística, la psicología cognitiva, la inteligencia artificial, las neurociencias y la
filosofía. El proyecto de la construcción de la ciencia cognitiva nace concretamente en la segunda mitad de la década
de 1960, aunque es obvio decir que tiene antecedentes inmediatos (en el paradigma del procesamiento de
información) y remotos (en la filosofía) (véanse Gardner 1987 y Norman 1987).
40
Neisser (1976; 1982, versión española) criticó severamente los estudios del paradigma por su carencia de validez
ecológica. Según él, las teorías o hipótesis elaboradas hasta el momento al abrigo del paradigma poco tenían que
decir sobre la auténtica naturaleza humana (lo que le pasa al hombre lego en sus múltiples contextos sociales), dado
pectativas adecuadas en los alumnos. Son las dirigidas a activar los conocimientos
previos pertinentes de los alumnos o incluso a generarlos cuando no existen. En
este grupo podemos incluir también a las que se centran especialmente en
esclarecer las intenciones educativas que el profesor tiene en mente alcanzar al
término del ciclo escolar.
La activación del conocimiento previo puede servir al profesor en dos as-
pectos: para conocer lo que saben sus alumnos y para utilizar tal conocimiento
que se fundamentaban en estudios artificiales de laboratorio. A partir de este trabajo y de otros más (p. ej. los de
Gibson, Shaw y Bransford) los estudios sobre cognición cambiaron notablemente en la dirección que Neisser
demandaba. Riviére (1987) también consigna, en afinidad con lo anterior, que el sujeto de las investigaciones y de
los manuales de psicología cognitiva cambió radicalmente y dejó de ser el sujeto «racional a ultranza» del ideal
logicista (sujeto que «prueba o falsea hipótesis racionalmente», que razona «con base en la lógica deductiva» o,
según el «teorema de Bayes», ante problemas de azar y probabilidad) para convertirse en un sujeto más «real», más
próximo al que todos encontramos en la calle y que se equivoca al razonar ante una tarea de tipo lógico que se le
demande, o que usa categorías o conceptos difusos y no totalmente racionales. Por lo tanto, desde finales de los años
setenta los estudios sobre los procesos cognitivos tomaron un nuevo giro y se orientaron cada vez más al estudio de la
cognición del hombre «común y corriente» en sus contextos cotidianos. Quizás valga la pena decir que, hoy por hoy,
muchos teóricos cognitivos son «posmetafóricos», en el sentido de que no sostienen ni van más allá de dicho
planteamiento analogicista.
41
De hecho, Cellerier (1978) considera que la postura cognitiva estadounidense puede definirse como una
epistemología pragmatista; esto se debe a la preponderancia del sujeto sobre el objeto y a que insinúa un
planteamiento (no siempre claro) de tipo genético (en caso contrario, sería más bien un tipo de apriorismo). En un
trabajo posterior (Cellerier 1979) establece una distinción entre la postura y la problemática del paradigma cognitivo
y la que sustenta el paradigma psicogenético-constructivista (véase el capítulo 7), dado que en el paradigma
cognitivo se intenta explicar cómo las acciones o conductas son controladas por las representaciones mentales
(transformación pragmática), mientras que en el paradigma psicogenético se pretende explicar cómo ocurre la
construcción del conocimiento a partir de la coordinación de las acciones (transformación epistémica).
42
La categoría de la «organización» es otro de los puntos clave en los modelos teóricos cognitivos. Riviére (1987)
señala que puede considerarse un atributo central del enfoque, al cual se remite de in mediato para explicar las
formas en que las representaciones se acomodan dentro del sistema cognitivo. La organización de las
representaciones es una noción que se asocia directamente con ideas estructuralistas, filiación que algunos no están
dispuestos a aceptar, pero que, sin embargo, utilizan al recurrir a nociones como «planes», «esquemas» o «marcos».
Se supone que en la base de conocimientos (MLP) existe cierta estructuración de estas organizaciones, lo cual niega la
visión acumulativa simplista de la información (como la que sostienen las posturas conductistas). Para algunos
autores, las formas de organización pueden ser innatas (p. ej. las asociadas al lenguaje, según Chomsky y Fodor) o
bien adquiridas (Ausubel); de base fisiológica (grupo PDP) o funcionales (Ausubel, Johnson-Laird, Flavell, entre otros).
43
Muy probablemente por el influjo del pensamiento piagetiano, dado que esta idea es de aparición más tardía.
Para algunos autores, esta idea constructivista forma parte todavía del paradigma, para otros, sin duda, está fuera de
él. Sobre la idea de «constructivismo» podemos encontrar en textos re cientes varios intentos de análisis. Para
como la base sobre la cual se pueden promover nuevos aprendizajes.
Plantear claramente las intenciones educativas a los alumnos, los ayuda a
desarrollar expectativas adecuadas sobre el curso y a encontrar sentido o valor
funcional a los aprendizajes incluidos en el mismo.
Por ende, podríamos decir que estas estrategias son principalmente de tipo
preinstruccional, en tanto que su uso se recomienda sobre todo al inicio de la
clase. Algunos ejemplos de ellas son:
algunos sólo la aproximación piagetiana es genuinamente constructivista (argumento que sustentan autores de
filiación piagetiana, como Cellerier, Delval Castorina), mientras que para otros pueden encontrarse diversos tipos de
constructivismo en la psicología de la educación (Carretero, Coll), o rastrearse «ideas» constructivistas en posturas
cognitivas estadounidenses (Resnick, Carretero), neopiagetianas y socioculturales (Wertsch). Esta cuestión está
todavía sujeta a debates y discusiones.
44
Los primeros modelos de procesamiento de información adoptaban concepciones que a la luz de la
investigación actual parecen un tanto obsoletas y estáticas. Para ilustrar lo anterior podemos señalar algunos
ejemplos: a) el procesamiento serial, sostenido al principio por casi todos los modelos, ha sido desterrado para dar
paso a las nuevas concepciones que proponen un procesamiento en paralelo (tal como el ser humano procesa la
información); b) en los modelos se formulaba un planteamiento con una exagerada linealidad, hoy se reconoce que
existen muchas interacciones complejas en el sistema cognitivo; c) en los modelos se daba poca importancia a los
factores motivacionales y emocionales, actualmente éstos constituyen dos temas del paradigma.
45
Varios autores (p. ej. Nelson y Baddeley) han hecho también críticas a las propuestas del grupo de Craik, entre
las cuales destacan: el rechazo a la idea de niveles jerárquicos y el rechazo a la lineali dad de la propuesta. Por ello
prefieren sustituir el término «niveles de procesamiento» (que implica jerarquización) por el de «dominios de
procesamiento», el cual supone que el procesamiento puede realizarse en paralelo en distintos dominios y no
exclusivamente de forma secuenciada y jerárquica (véase De Vega 1984).
46
Según Shuell, el estado de conocimientos que poseemos por el momento sobre las fases de aprendizaje nos
permite describir con cierta claridad cada una de ellas, pero aún es insuficiente para explicar la transición interfásica
(el paso de una fase a otra). Este último tipo de conocimiento es, sin duda, muy promisorio, si pensamos en sus
posibles implicaciones educativas, dado que permitiría intervenir de una manera más clara en la promoción directa
de la transición interfásica por medio de procedimientos apropiados de enseñanza.
individualmente o con discusión previa en grupos pequeños); el profesor se vale
de una pregunta, un comentario o una ilustración con toda intención.
• Los objetivos: son enunciados que expresan la intención educativa que el
profesor tiene respecto de los logros de sus alumnos al término del ciclo; los
estudiantes deben conocer los objetivos para que funcionen como estrategias
de instrucción.
b) Estrategias para orientar la atención de los alumnos. Estas estrategias son los
recursos que el profesor o el diseñador utiliza para focalizar la atención de los
aprendices durante una sesión, discurso o texto. En este sentido, deben propo nerse
de preferencia como estrategias de tipo coinstruccional, dado que pueden ser
aplicadas continuamente para indicar a los alumnos en qué puntos, conceptos o
ideas deben centrar sus procesos de atención, de codificación y de aprendizaje.
Algunas estrategias de este tipo son las siguientes:
Desde esta óptica, podemos observar que existe una primera etapa en la que no
es posible el uso inducido o espontáneo de las estrategias, simplemente porque se
carece de la competencia cognitiva para lograrlo, o porque no se ha aprendido la
estrategia. Podemos decir que en esta fase hay una deficiencia cognitiva en el uso de
mediadores o estrategias en situaciones de aprendizaje.
En una segunda etapa, el uso de mediadores o estrategias es posible, siempre y
cuando haya una persona que apoye o proporcione la ayuda para hacerlo. Puede
decirse que el aprendiz incipiente llega a ser capaz de utilizarla en el plano
interpsicológico, cuando recibe ayudas de distinto tipo, como instrucciones,
modelamientos o guías; sin embargo, sin tales apoyos, el aprendiz no es capaz de
usarlas espontáneamente, porque aún no ha ocurrido su internalización completa.
En comparación con la etapa anterior, ya se tiene la capacidad para utilizar las
estrategias como mediadores o instrumentos cognitivos, pero todavía hay un
déficit en su empleo autónomo y/o espontáneo, dado que no se ha desarrollado su
regulación metacognitiva.
Así, aunque ya es posible el uso de estrategias, a través de inducciones e
instrucciones externas para hacerlo, éstas suelen estar muy vinculadas al dominio o
contenido de aplicación donde fueron enseñadas; además, todavía tienen una
posibilidad muy limitada de transferencia hacia nuevos contenidos similares.
La tercera etapa se caracteriza por el uso espontáneo, maduro y flexible de las
estrategias cuando el aprendiz lo requiere, gracias a que ha logrado una plena
internalización de las mismas y posee un conocimiento metacognitivo apropiado
para hacerlo. En esta etapa final, el aprendiz ya puede hacer uso autónomo de las
estrategias y tiene la posibilidad de transferirlo a otras situaciones similares.
Tener claros los objetivos que se persiguen antes de realizar cualquier cosa.
Seleccionar objetivos a corto plazo que permitan conseguir otros de más amplio
alcance (teniendo en cuenta que los objetivos a corto plazo sean valiosos por sí
mismos).
Identificar y valorar la forma de interpretación que el programa tiene sobre la o las
habilidades de pensar, razonar, etc. Seleccionar el programa con una
perspectiva teórica fundamentada y valiosa.
Seleccionar los programas que enseñan las habilidades que se quieren favorecer o
enseñar a los aprendices.
Elegir programas que proporcionen una gran dosis de práctica o que permitan al
menos añadirla de forma significativa. Es mejor un programa que enseñe «cómo
hacer» que un programa que sólo nos diga «qué hacer».
Ser precavido con los programas demasiado breves y con los programas que se
asemejan a lo que queremos promover, pero que en realidad no hacen ni
promueven lo que deseamos.
Tener en cuenta todos los datos sobre evaluaciones o validaciones hechas al
programa.
Analizar el componente de formación de los profesores.
Ante todo, intentar calibrar los objetivos del programa de acuerdo con el nivel de los
alumnos.
De ser posible, utilizar tareas intrínsecamente interesantes para los alumnos; en
caso de no poder hacerlo y que los alumnos se enfrenten a tareas que no les
parecen muy motivantes, explicar el valor y la importancia de su realización.
Tratar de que las técnicas, estrategias y heurísticas que se enseñan en el programa,
se apliquen, en la medida de lo posible, a diversas situaciones, contextos,
contenidos y dominios de aprendizaje.
Promover la idea de un aprendizaje gratificante y divertido.
No evaluar penalizando, retroalimentar sobre los errores considerando ante todo
que éstos son pasos y oportunidades para aprender.
6.5.6 Concepción de la evaluación
• El grado en que los alumnos han llegado a construir —gracias a la situa ción
instruccional y a sus propios recursos cognitivos— interpretaciones significativas
y valiosas de los contenidos revisados.
• El grado en que ellos han sido capaces de atribuirle un sentido funcional a
dichas interpretaciones (no sólo instrumental, sino también en relación con la
utilidad que éstas puedan tener para futuros aprendizajes).
Valorar el grado de importancia de un aprendizaje no es una tarea sencilla,
puesto que exige, en principio, que se seleccione y se plantee correctamente una
tarea apropiada, o que se aplique estratégicamente un instrumento que propor -
cione información valiosa en tal sentido. Por ello hay que tener presente, en todo
momento, que aprender significativamente es una actividad progresiva; exige que
se defina de antemano qué grado de significatividad se requiere en un aprendizaje
y, con base en ello, plantear situaciones pertinentes de evaluación (véase Coll y
Martín 1993).
La evaluación del aprendizaje de contenidos declarativos
En primer lugar, hay que partir de la idea básica de que las prácticas de evalua ción
para los dos tipos de aprendizaje declarativo (el aprendizaje de datos y hechos y el
aprendizaje de conceptos y principios) tienen que ser, en definitiva, diferentes
(Pozo 1992b). Podemos mencionar brevemente, que la evaluación del aprendizaje
factual tiene las siguientes características:
Para este tipo de evaluación, las prácticas evaluativas que usan pruebas ob-
jetivas construidas por medio de reactivos muy estructurados (opción múltiple,
completamiento, falso-verdadero, respuesta breve, etc.) pueden utilizarse sin
ninguna dificultad.
El conocimiento conceptual exige el uso de estrategias y de instrumentos más
complejos. Para una correcta valoración del aprendizaje de conceptos y principios
es necesario:
Capítulo 7
a) Por esas fechas, varios de los trabajos piagetianos que destacaban los as-
pectos funcionales de la teoría estaban en ciernes o todavía no se habían planteado
con la claridad que luego alcanzaron (p. ej. el texto de Piaget sobre la teoría de la
equilibración apareció a mediados de los años setenta; las investigaciones sobre
aprendizaje y conflictuación cognitiva se publicaron por las mismas fechas).
b) La educación estaba profundamente entrampada, especialmente en Estados
Unidos, donde tuvieron lugar dichas interpretaciones durante un periodo de fuerte
orientación empirista, en el que se solía poner un énfasis exagerado en el
aprendizaje (según la interpretación prevaleciente que tenía fuertes connotaciones
de un ambientalismo y un pragmatismo extremos) y se aceptaba que todo era
posible de enseñarse «arreglando» las circunstancias externas.
c) Por esas fechas, las relaciones entre la psicología y la educación se ca-
racterizaban por ser demasiado unilaterales, dada la ilusión y la expectativa
desmesurada que se había fincado al creer que la disciplina psicológica contribuiría
a subsanar satisfactoriamente muchos de los problemas que aquejaban a la
educación (Coll 1983a y 1989a).
En ese sentido, las primeras incursiones (las propuestas de Lavatelli, los primeros
planteamientos de High Scope y los trabajos iniciales de Kamii y DeVries de finales
de los años sesenta, la idea de desarrollar una supuesta pedagogía operatoria,
etc.; véase Coll y Martí 1990) siguen un planteamiento que en esencia se regiría por
la extrapolación-traducción.
Un poco después, ya en la década de los setenta, las interpretaciones de la teoría
en cuanto a la situación educativa se volvieron más críticas y libres, y adoptaron
otros planteamientos. Por un lado, se dio preferencia a las implicaciones o
derivaciones de la teoría sobre las aplicaciones simplistas (Kamii y DeVries 1977,
DeVries y Kohlberg 1987); se hizo más hincapié en los aspectos funcionales y
constructivistas de la teoría (véanse Marro 1982, Coll y Martí 1990). Por otro lado,
en distintos planteamientos y experiencias educativas de corte constructivista, se
decidió abordar de lleno las cuestiones educativas, siguiendo un planteamiento
que se acercaba mucho a lo que hemos llamado interdependencia-interacción. En
este orden, se encuentran primero los trabajos que «rescatan» los contenidos y se
consagran a estudiar el aprendizaje constructivo que realizan los alumnos en torno
a éstos (son casos representativos los estudios de Ferreiro, Teberosky y Tolchinsky,
los de Karmiloff-Smith sobre la lengua escrita y otros dominios notacionales; y los de
Vergnaud sobre la reconstrucción de las estructuras aditivas y multiplicativas; éstos
fueron ejemplos prototípicos que luego han sido usados como modelos en otros
dominios, como ciencias naturales y sociales, aunque sin que se alcance la claridad
que ellos obtuvieron); posteriormente, las implicaciones educativas de los trabajos
sobre interacción y conflicto sociocognitivo desarrollados con nociones operatorias
por Doise y Mugny, y con solución de problemas y contenidos escolares por Perret-
Clermont y Shubauer Leoni; y por último, los planteamientos sobre el análisis de la
situación didáctica completa (alumno-profesor-contenidos y su interacción) que se
plasman, para citar el ejemplo más representativo, en los escritos que Brousseau y
otros dedicaron al campo de la didáctica de las matemáticas.
ANTECEDENTES
Los orígenes del paradigma constructivista datan de la tercera década del pre-
sente siglo y se encuentran en los primeros trabajos realizados por Jean Piaget
sobre la lógica y el pensamiento verbal de los niños. Estos trabajos fueron mo-
tivados por las inquietudes epistemológicas que este autor suizo había manifestado
desde su juventud.
Piaget fue biólogo de formación, pero tenía una especial predilección por los
problemas de corte filosófico y, especialmente, por los referidos a cuestiones
epistemológicas. De manera que pronto se interesó en la posibilidad de elaborar
una epistemología biológica o científica, dado que, según él, existía una conti-
nuidad entre la vida (las formas de organización orgánicas) y el pensamiento (las
formas de organización de lo racional).
El camino más corto para tal proyecto, según lo confiesa el propio Piaget, debía
encontrarse en la disciplina psicológica, por lo que decidió incursionar en ella y
realizar una serie de trabajos sistemáticos con ese objetivo. Por eso, para que las
investigaciones psicológicas —la psicología genética piagetiana— puedan apreciarse
en su justa dimensión, dentro del conjunto de la obra, deben entenderse como un
conocimiento instrumental (como byproduct, véase Cellérier 1978), como una
estrategia metodológica para construir la epistemología genética.
En los años veinte la psicología era una ciencia demasiado joven y no con taba
con una línea de investigación que proporcionase información válida para satisfacer
las inquietudes de Piaget. Durante cierto tiempo exploró en las diversas corrientes
teóricas vigentes (el asociacionismo, la escuela de Wurzburgo, el psicoanálisis, la
tradición de la psicometría, etc.), sin encontrar en ninguna de ellas elementos
teóricos y metodológicos suficientes; sobre todo, a decir de este autor, porque en
ellas no existía un planteamiento genético-evolutivo que le permitiera abordar el
estudio de las funciones psicológicas (la génesis y el desarrollo de las funciones
psicológicas) y, en consecuencia, el problema de la constitución del conocimiento.
No obstante, en su búsqueda por los laboratorios psicológicos de la Europa de la
segunda y la tercera décadas del presente siglo, el joven Piaget consiguió dar con el
campo de investigación que estaba buscando cuando se encontraba trabajando en el
laboratorio fundado por el gran psicómetra y psicólogo infantil Alfred Binet (Coll y
Gillieron 1985, Cellérier 1978). En dicho lugar le había sido propuesto estandarizar
algunas pruebas de inteligencia que había elaborado el psicólogo inglés C. Burt. A
partir de ahí se convenció de la posibilidad de desarrollar investigaciones empíricas
sobre las cuestiones epistemológicas que le interesaban (en el campo de la
psicología del niño), por lo que decidió realizar una serie continuada de trabajos, en
el Instituto Jean-Jacques Rousseau a invitación expresa del mismo Claparéde, para
contar con el soporte empírico necesario que le permitiera verificar sus primeras
hipótesis.
Piaget consideró que tal empresa se llevaría a lo sumo un lustro, cuando en realidad
ocupó los años restantes de su vida (60 años de investigaciones continuas, desde la
década de los veinte hasta 1980, cuando falleció). Durante todos esos años, se fue
configurado, paulatinamente, el gran edificio teórico-conceptual piagetiano.
A continuación se presenta una breve sinopsis histórica de las etapas de in-
vestigación desarrolladas por la Escuela de Ginebra en las que destacan algunos de
los hitos de su trayectoria (véanse Cellérier 1978, Coll y Gillieron 1986, Droz y Rahmy
1984, Vinh Bang 1970):
Como colofón a esta escueta descripción, hay que mencionar que en 1976 el
propio Piaget (véase Vuyk 1984) señalaba que su trabajo en el campo apenas había
permitido esbozar el «esqueleto» de una epistemología genética.
El lector habrá advertido que el escenario principal donde se despliega toda la
obra piagetiana es la epistemología, la cual parte de las clásicas preguntas ¿qué es el
conocimiento? y ¿cómo son posibles los distintos tipos de saber?, que intrigaron a
filósofos tan connotados como Platón, Aristóteles, Descartes, Leibniz, Hume y Kant.
Preguntas clave que el mismo Piaget decidió abordar de una manera original.
Tampoco debe soslayarse el hecho de que la psicología evolutiva se vio fuertemente
enriquecida por la teorización y la investigación desarrollada por Piaget y sus
colaboradores, a tal grado que el desarrollo posterior de la misma, después que
aparecieron sus primeros trabajos, no podría comprenderse (ni la disciplina sería la
misma) sin las valiosas contribuciones conseguidas por la escuela ginebrina. De
hecho, todavía en plena década de los noventa puede afirmarse que los trabajos en
psicología evolutiva son tributarios, de una forma u otra, del legado de las
investigaciones piagetianas que siguen su curso.
Con estas interrogantes debe quedar claro que el sujeto de Piaget (el que
construye el conocimiento científico, las categorías básicas del pensamiento ra-
cional, etc.) es, según su programa original, un sujeto epistémico (esto es, un sujeto
abstracto, a través del cual le interesa describir lo más general y universal de los
sujetos humanos concretos) cuya descripción exhaustiva emprende en todos sus
escritos.
Toda la obra del epistemólogo suizo y de la escuela de Ginebra está orientada a
dar una respuesta original a la problemática encerrada en dichas interrogantes; no
una respuesta especulativa como lo habían hecho los filósofos (basándose en la
introspección, la reflexión o la intuición), sino, más bien, una respuesta con dos
características: a) ser científica, es decir, fundamentada en el tratamiento empírico y
sistemático de los problemas y las preguntas de investigación derivados de la
problemática epistémica, y b) ser interdisciplinaria (Piaget 197Ib).
S O
INTERACCIONISMO
Por lo tanto, existe una interacción recíproca entre el sujeto y el objeto de co-
nocimiento en el paradigma constructivista (véase la figura 7.1). Reitero: el sujeto
transforma al objeto (transformaciones físicas pero principalmente cognitivas) al
actuar sobre él y al mismo tiempo organiza y transforma sus estructuras o marcos
conceptuales en un ir y venir sin fin. El sujeto conoce cada vez más al objeto, pues
se aproxima más a él (al hacer uso de las estructuras o mecanismos reguladores
que posee va creando una representación cada vez más acabada del objeto), pero
al mismo tiempo (y en concordancia con el realismo crítico del que hablaremos en
seguida), el objeto se aleja más del sujeto (el objeto «se vuelve» más complejo y
plantea nuevas problemáticas al sujeto) y nunca acaba por ser conocido
completamente.
En torno a la postura constructivista que suscribe el paradigma, Vuyk (1984)
señala dos implicaciones:
47
Una postura epistemológica no genética que sostiene la indisociabilidad del sujeto y del objeto es la fenomenología
(véase Cellérier 1978).
a) Siempre que un epistemólogo (o psicólogo) adopte esta postura y quiera
estudiar un nivel n2 de desarrollo de conocimiento, se preguntará ineludiblemente
por su nivel inmediato inferior n1, dado que n2 está construido o es una
reconstrucción basada en n2 por lo tanto, la explicación completa de n2 no puede
ser posible sin estudiar y comprender n1.
b) Se acentúa el desarrollo hacia niveles superiores; cualquier estado de co-
nocimientos alcanzado es sólo un equilibrio temporal (más general y menos di-
ferenciado) que está abierto a niveles superiores de equilibrio posibles (los cuales
serán menos generales y más diferenciados).
El constructivismo piagetiano, a su vez, supone un tipo de realismo crítico.48 De
acuerdo con ello, se supone que el sujeto cognoscente no es el único responsable
del proceso de construcción (como lo sostienen algunas posturas extremas del
constructivismo, entre otras, la propuesta de Von Glasersfeld que llega a una
especie de idealismo subjetivista), también interviene de modo importante el
objeto con el que interacciona el sujeto. Hay que tener en cuenta que el realismo
del que estamos hablando tampoco debe ser confundido con el realismo «inge-
nuo» de los empiristas (véanse Castorina 1989 y Vuyk 1984).
Frente al problema de cómo explicar una determinada construcción a partir de
otra de nivel inferior, los piagetianos señalan que esto es posible porque en el paso
hacia el nivel superior ocurre un proceso activo de reconstrucción (en el cual
interviene de manera fundamental un mecanismo de autorregulación) desa-
rrollado a partir de las reconstrucciones de las estructuras de nivel inferior (co-
rrecciones, diferenciaciones, etc.) a las que se suman nuevos conocimientos.
Invariantes funcionales. Para Piaget existen dos funciones fundamentales que in-
tervienen y son una constante en el proceso de desarrollo cognitivo: la organización y
la adaptación. Ambas son elementos indisociables y caras de una misma moneda. La
idea de organización en el esquema piagetiano tiene tres funciones claramente
identificables, a saber (véase Vuyk 1984):
a) Respuestas alfa (a): las perturbaciones pueden ser leves y débiles de tal forma
que con una simple modificación conductual se anulan; o pueden ser más complejas
y, en este caso, son prácticamente negadas por el sujeto; hay un equilibrio entre la
asimilación y la acomodación (equilibración momentánea).
b) Respuestas beta (P): en este caso las perturbaciones que provocaron el de-
sequilibrio llegan a ser incorporadas por el sistema, lo cual provoca una ligera
49
Según Piaget (véanse Piaget e Inhelder 1974, Piaget 1979, Vuyk 1984), es posible identificar, junto con la
equilibración por autorregulación, cuatro factores que influyen en el proceso de desarrollo mental general, a saber: a)
el crecimiento orgánico y la maduración de los sistemas nervioso central y endocrino, b) la experiencia personal y el
ejercicio a través de los objetos (que incluye la experiencia física y la lógica-matemática) y, por último, c) las
interacciones y la transmisión social. Cada uno de ellos desempeña un papel necesario y concomitante, pero no
suficiente para determinar los senderos del desarrollo. En ellos se reconoce cómo Piaget había logrado integrar lo
biológico, lo ontogenético y lo social en el desarrollo psicológico (cognitivo y afectivo). Sin embargo, para él, es el
mecanismo regulador —la equilibración autorreguladora (característica esencial de los seres vivos en tanto que
sistemas abiertos que buscan su autoorganización) — el que verdaderamente hace posible la actividad constructiva del
sujeto, pues coordina la intervención de los otros tres factores qué intervienen en el sujeto. Así, en este paradigma, el
mecanismo de equilibración por autorregulación es determinante en la construcción de estructuras y en el desarrollo
mental.
modificación en él. Hay una equilibración entre los subsistemas.
c) Respuestas gamma (y): la perturbación de hecho se anticipa como una
variante de las transformaciones posibles del sistema. En este caso, las pertur-
baciones son perfectamente explicadas por el sujeto, y ya han modificado
sustancialmente el sistema total porque se integraron en él.
50
Para una explicación más amplia, sugerimos consultar los textos de Delval 1994, Palacios et al. 1990, Piaget 1979,
Piaget e Inhelder 1974.
samiento preoperatorio o preparatorio de las operaciones (2-8 años aprox.), y 2)
subetapa de la consolidación de las operaciones concretas (8-12 años aprox.).
51
A propósito del lenguaje, desde el marco de interpretación piagetiano pueden establecerse tres afirmaciones
centrales: a) el lenguaje es una variedad de la capacidad semiótica general desarrollada como producto de los
avances de la coordinación general de las acciones desde el periodo sensorio- motor; b) por lo tanto, no se acepta que
el lenguaje cumpla un papel causal para el desarrollo operato rio posterior; lo que es más, se considera que a través
del lenguaje no es posible transmitir las estructuras operatorias; c) sólo se reconoce cierta influencia del lenguaje
(strictu sensu no tiene un papel causal), especialmente en el desarrollo de las operaciones formales (esto es, puede
desempeñar un papel «necesario» sólo «para el perfeccionamiento de las operaciones lógico-matemáticas» (Piaget
1977, p. 64). En resumen, en las relaciones generales entre lenguaje e inteligencia, hay una clara subordinación del
primero respecto de la segunda, y el lenguaje parece no tener ningún papel causal estructurante en el desarrollo
operatorio general.
apegado a las situaciones físicas). Son capaces de clasificar y seriar, y entienden la
noción de número. Su orientación ante los problemas es eminentemente
cuantitativa. Pueden establecer relaciones cooperativas y tomar en cuenta el
punto de vista de los demás. Su moral deja de ser tan heterónoma como lo era
antes, y empieza a construir una moral autónoma.
d) Etapa de las operaciones formales (de los 13a los 16 años aproximada-
mente). Durante esta etapa, el adolescente construye sus esquemas operatorios
formales; de hecho, en esta etapa tienen lugar la génesis y la consolidación de la
estructura que la caracteriza: el grupo INRC o grupo de doble reversibilidad y la
lógica preposicional combinatoria. El pensamiento del niño se vuelve más
abstracto, al grado de que razona sobre proposiciones verbales que no tienen re-
ferente en situaciones concretas (lo real es un subconjunto de lo posible). Su
pensamiento se vuelve hipotético-deductivo, a diferencia del niño de la subetapa
anterior, cuyo pensamiento era inductivo. El adolescente, pensador formal, está
cognitivamente equipado para desarrollar planteamientos de experimentación
complejos, plantear hipótesis y controlar inteligentemente las variables involu-
cradas para poder comprobarlas o refutarlas.
Tal como se ha demostrado en una gran cantidad de estudios interculturales, el
orden de sucesión de las etapas es constante (no se puede pasar de la etapa
sensoriomotora a la de operaciones formales), y las estructuras que van
apareciendo progresivamente son integrativas en tanto que incorporan a la pre -
cedente como estructura subordinada.
Los métodos52 de que se vale la epistemología genética para dar una respuesta
científica al problema del conocimiento son tres: el método histórico-crítico, el
método de análisis formalizante y el método psicogenético. Los dos primeros ya
habían sido propuestos y utilizados por filósofos o epistemólogos anteriores a Piaget,
pero no así el último que él mismo propuso. Los tres métodos, según el autor
ginebrino, deben sumar esfuerzos para la elaboración de una genuina epistemología
52
En este paradigma, la palabra «método» se usa en un sentido mucho más amplio de como se ha venido
utilizando en los otros paradigmas. De hecho, en este párrafo se entiende como «métodos de la epistemología
genética». Más adelante, cuando se hable del método clínico-crítico, de nuevo debe re tomarse el sentido típico en que
se utilizó en las descripciones de los otros paradigmas (métodos de la psicología).
científica (Palop 1981, Piaget 1986, Vuyk 1984).
El método histórico-crítico se utiliza para indagar y analizar el pensamiento
colectivo durante cierto periodo histórico. Esto es, para explorar, por ejemplo, el
desarrollo histórico de ciertos conceptos pertenecientes al conocimiento físico
(espacio, causalidad, tiempo) y lógico-matemático (número, geometría, etc.) en la
historia del hombre como especie.
El método de análisis formalizante consiste en la reflexión y el análisis ló gico de
los conocimientos, con la intención de lograr una axiomatización total o parcial
(Palop 1981).
El método psicogenético se utiliza para la investigación de nociones o génesis de
conocimientos (físico, lógico-matemático y social) en el contexto del desarrollo
ontogenético. El método psicogenético no es otra cosa que la utilización de la
psicología como método para abordar los problemas epistemológicos. Su
aplicación ha dado lugar a la elaboración de la teoría del desarrollo intelectual, tan
ampliamente conocida.
En los estudios realizados en el marco psicogenético, Piaget y sus colaboradores
utilizaron varios métodos de investigación psicológica en los distintos periodos de la
elaboración del paradigma.53 Sin embargo, se considera que el clínico-crítico es el
método por antonomasia de los trabajos de la Escuela de Ginebra.
El método clínico-crítico consiste en la realización de una entrevista o un in-
terrogatorio flexible, que el examinador aplica de manera individual al examinado;
para ello se apoya en materiales concretos que plantean un problema o tarea al
examinado. El interrogatorio se basa en una serie de hipótesis directrices,
formuladas ex profeso por el entrevistador con la intención de conocer con
profundidad las respuestas y los argumentos de los niños sobre determinada noción
física, lógico-matemática, social, escolar, etcétera.
Luego de la aplicación de la entrevista, se debe realizar un análisis cualitativo de
las respuestas, con base en un modelo de interpretación (que, de hecho, es el que
origina las hipótesis directrices que guían el interrogatorio) genético y es tructural.
En la aplicación del método clínico-crítico existe una continua interacción (véase la
figura 7.2) entre el examinador y el examinado, pero el examinador debe evitar
sugerir las respuestas o cualquier otra situación que impida captar adecuadamente la
lógica del pensamiento del niño (véase Piaget 1973).
53
Para una profundización al respecto, véanse Domahidy-Dami y Banks-Leite 1985, Vinh Bang 1970.
INTERACCIÓN MÚLTIPLE
S O
(EXAMINADOR) (EXAMINADO)
METODOLOGÍA CONSTRUCTIVISTA
S O
En sus escritos generales, aunque se inclinaba por las cuestiones epistemológi cas,
Piaget dedicó muchas obras a disciplinas tan disímbolas como la biología, la
psicología, la sociología, la filosofía, etc., y en menor medida en comparación con las
anteriores, a la problemática y la cuestión educativas.
No hay que olvidar que Piaget inició la construcción de la epistemología genética
en un contexto particularmente propicio para la reflexión pedagógica. Es indiscutible
que trabajar en el entonces Instituto Jean-Jacques Rousseau (fundado por el
psicólogo y educador Claparéde), conducir sus primeras investigaciones en la
escuela experimental adjunta a dicho Instituto, llamada La Maison des Petits
(fundada por Claparéde, Bovet y Ferriére, quien fue uno de los promotores del
movimiento de la escuela activa) y, además, ser cofundador, con Bovet, Claparéde y
Roselló, del Buró Internacional de Educación (del cual el propio Piaget fue primer
director), con toda seguridad provocó en el autor ginebrino algún compromiso y
asentó reflexiones serias sobre la cuestión educativa; lo anterior puede constatarse,
con relativa facilidad, si se lee con atención el escrito de 1935 contenido en su obra
Psicología y pedagogía (1976). Sobre esto mismo, Munari (1985) ha declarado lo
siguiente:
Las relaciones entre psicología genética y educación fueron de gran interés para Piaget y
sus colaboradores por muchos años. Pero durante las últimas décadas de su vida, Piaget
se interesó por esta cuestión cada vez menos, y llegó a declarar que él no era
suficientemente competente en educación como para hacer pronunciamientos en torno a
ella (1985, p. 7).
Con base en todo lo anterior puede decirse que si bien Piaget no abordó las
cuestiones educativas de forma sistemática durante toda su vida, sí nos dejó al-
gunos escritos sobre educación —los cuales ciertamente elaboró por los com-
promisos contraídos en ese terreno—, en los que se manifiestan su postura,
concepción y experiencia respecto del ámbito en el que trabajó de cerca durante la
década de 1930.
De su obra escrita de índole educativa pueden extraerse algunas ideas sobre su
filosofía y su concepción educativas, que no fueron ajenas a las posturas pro-
pugnadas por algunas ramas de la escuela activa (se observan ciertas influencias
de las aproximaciones pedagógicas de Ferriére y del pragmatismo de Dewey), así
como sus críticas certeras a la educación basada en el verbalismo y en la clase
magistral del profesor (Marro 1983; Munari 1985; Piaget 1976). Asimismo, puede
argumentarse que todas las ideas que expuso sobre la educación se derivan
principalmente de sus convicciones y conclusiones epistemológicas, las cuales sin
duda han sido de mucha utilidad para todos los que posteriormente intentaron
aventurarse en este campo tan complejo.
No obstante, en diversas experiencias, planteamientos y posturas, se ha puesto
en marcha la aventura de aplicar las ideas de Piaget en distintos ámbitos edu-
cativos (educación preescolar, primaría, media y superior; educación especial,
educación moral, etc.), y en las diferentes áreas del conocimiento escolar (p. ej.
lengua escrita, ciencias sociales, ciencias naturales y matemáticas, estas dos últi-
mas especialmente desarrolladas gracias a la influencia piagetiana).
Varios autores (Coll 1983a, Coll y Martí 1990, DeVries y Kohlberg 1987, Lerner
1996, Marro 1983) han intentado clasificar y realizar un análisis de estas aplicaciones
e implicaciones. De manera breve señalaremos los aspectos en los que estos análisis
coinciden: a) existe un avance progresivo de los usos educativos de la teoría en una
triple dimensión: de lo estructural a lo funcional, del aplicacionismo ingenuo
(interpretación literal) a la contextualización dentro de problemáticas educativas
(interpretación libre y más contextualizada), y de una inicial subestimación de los
contenidos curriculares hacia planteamientos en que éstos se recuperan y se
redimensionan en su importancia social y educativa; b) en la historia de los «usos»
de la teoría no existe un criterio unívoco, en lo que se refiere a las interpretaciones o
lecturas de la misma, para su subsecuente utilización en el campo educativo, c) a
pesar de los enormes esfuerzos realizados hasta ahora, existe aún mucho trabajo de
investigación y de intervención por hacer (especialmente en el campo del
aprendizaje de los contenidos escolares), pues el efecto esperado del paradigma en
la educación aún no se ha presentado, y d) es indiscutible que el paradigma sigue
proporcionando un marco de referencia y heurístico valioso para analizar,
problematizar y reflexionar sobre las relaciones entre profesor, alumno y saberes
curriculares.
En el siguiente apartado vamos a presentar varias de las interpretaciones y
aportaciones de autores que han elaborado, o que al menos han intentado desa-
rrollar, un planteamiento constructivista para la educación. Estos planteamientos
han sido muy diversos y, por supuesto, como hemos dicho, manifiestan lecturas
diferentes de la teoría. Sin embargo, trataremos de ofrecer la esencia de lo que
comparten o lo que en ellas es más piagetiano, y haremos algunos co mentarios
cuando se presenten diferencias entre ellas.
54
También el planteamiento de Coll (1990, 1993, 1996) tiene muchas similitudes con el aquí mencionado, aunque
su postura sobre la concepción constructivista de la enseñanza y el aprendizaje que él suscribe ha integrado ciertas
ideas derivadas del paradigma psicogenético y otras procedentes de varios paradigmas (sociocultural, ausubeliano,
teoría de los esquemas, etc.). La justificación que él da a esta integración es que esas ideas concuerdan en lo esencial
y se configuran en «ideas fuerza», las cuales constituyen la columna vertebral de su interpretación constructivista.
¿Cómo definir entonces la enseñanza desde una perspectiva constructivista? Sus rasgos
esenciales podrían enunciarse así: enseñar es plantear problemas a partir de los cuales
sea posible reelaborar los contenidos escolares y es también proveer toda la información
necesaria para que los niños puedan avanzar en la reconstrucción de esos contenidos.
Enseñar es promover la discusión sobre los problemas planteados, es brindar la
oportunidad de coordinar diferentes puntos de vista, es orientar hacia la resolución
cooperativa de las situaciones problemáticas. Enseñar es alentar la formulación de
conceptualizaciones necesarias para el progreso en el dominio del objeto de conocimiento,
es propiciar redefiniciones sucesivas hasta alcanzar un conocimiento próximo al saber
socialmente establecido. Enseñar es, finalmente, promover que los niños se planteen
nuevos problemas fuera de la escuela (p. 98).
Con base en los trabajos de Piaget, Kamii (1982) define la autonomía55 como ser
capaz de pensar críticamente por uno mismo en el terreno moral e intelectual,
tomando en cuenta y coordinando diversos puntos de vista (se considera que la
autonomía moral e intelectual están indisolublemente ligadas). Por el contrario, la
heteronomía significa ser gobernado por otros en los aspectos morales e
intelectuales, implica una obediencia acrítica de las normas o de las actitudes de
personas con autoridad, aun cuando no se esté de acuerdo con ellas. Kamii (1980)
declara que plantear objetivos educativos (especialmente para los niveles básico y
medio) en torno a la autonomía moral e intelectual tiene una base científica en los
propios trabajos piagetianos. La teoría de Piaget (Piaget y Heller 1968, Piaget 1971a)
ha demostrado que todos los individuos tienden de modo natural a incrementar su
autonomía. Conforme a sus trabajos realizados en ambos dominios, Piaget observó
que la autonomía moral e intelectual se construye con el desarrollo, pero puede verse
obstruida o tener un desarrollo parcial debido a ciertas circunstancias escolares y
culturales (patrones de crianza, autoritarismo escolar, etcétera).
La autonomía moral e intelectual se desarrollará si creamos un contexto de
respeto o reciprocidad (especialmente en las relaciones adulto-niño), si evitamos las
55
Kamii advierte que no debe confundirse a la autonomía con la rebeldía o el anarquismo. Cuando una persona se
rebela actúa en contra del conformismo, pero el inconformismo no es precisamente una conducta autónoma. A final
de cuentas, ser autónomo significa siempre tener presente al otro, al punto de vista del otro y por tanto actuar en
una atmósfera de respeto (Kamii 1982).
llamadas sanciones expiatorias (castigos) y damos espacio para que los niños
interactúen e intercambien puntos de vista con los otros y, por último, si damos
oportunidad para que los niños desarrollen sus propias ideas, pensamientos y
actitudes morales.
En las escuelas tradicionales, la autonomía no está contemplada explícitamente en
los objetivos de la educación (aunque algunos de sus objetivos coinciden
parcialmente con la promoción de cierto grado de autonomía), por el contrario, se
tiende a reforzar la heteronomía en un doble sentido:
Como señala Shubauer-Leoni (1986), esta línea de trabajo sostiene que la in-
teligencia se construye en una relación tripolar entre un ego, un alter y un objeto.
Desde hace más de veinte años han sido desarrolladas numerosas investigaciones en
las que la creación de conflictos sociocognitivos57 entre sujetos, desempeñan un
papel central; ha habido varios hallazgos de singular importancia para el programa.
A continuación se resumen los que a nuestro juicio, son los más relevantes
(Carugati y Mugny 1988; Coll y Colomina 1990):
57
Las investigaciones siguen básicamente el siguiente esquema compuesto de tres fases: a) exa minación inicial
individual a través de una tarea cognitiva piagetina (p. ej. conservación de líquidos, representación espacial, etc.) para
evaluar el nivel cognitivo de los niños (por ejemplo, preconservadores, en «transición», conservadores), b)
examinación colectiva de varios participantes (p. ej. tríos de niños de diferentes o similares niveles cognitivos, que
incluso pueden estar formados por algunos adultos) en la tarea, dándoles oportunidad de expresar libremente sus
juicios y argumentos y de interactuar en la solución de la tarea y c) nueva examinación individual de los niños en
distintos intervalos (inmediata, demorada, etc.) y valorando, con otras pruebas, la transferencia lograda en tareas
similares. Las primeras experiencias se hicieron con tareas piagetinas, pero posteriormente se emplearon tareas de
solución de problemas y otras que implicaban contenidos escolares. Además, en el diseño se incluye un grupo
control, al que sólo se sometió a las fases de evaluación individual inicial y final (a y c).
todas formas ocurren mejoras en la ejecución de las tareas.
c) Es necesario que los niños cumplan ciertos prerrequisitos cognitivos (en
«transición») y también sociales (capacidad comunicativa, situación de interde-
pendencia, autonomía) para que puedan entender los puntos de vista y argumen-
tos de los otros y saquen mayor provecho de su intervención en los conflictos
sociocognitivos.
d) Dos situaciones no producen cambios significativos en las ejecuciones de los
participantes: cuando uno de ellos impone su punto de vista y los demás se
subordinan a él, y cuando se sostienen puntos de vista iguales sobre la solución de
la tarea.
e) Puede inducirse conflicto sociocognitivo en los pequeños cuando interactúan
con un adulto, a condición de que éste no actúe de forma impositiva y lo haga más
bien siguiendo una especie de «aproximación socrática». Así, el adulto podrá
replantear las respuestas de los niños, o las suyas cuando éstos ceden rápidamente
a sus presiones. El adulto puede recurrir a varias estrategias, como presentar al
niño respuestas diferentes de la suya (correctas o incorrectas), o hacer
cuestionamientos sistemáticos sin presentar ningún modelo alternativo concreto.
58
Esta regla dice: «No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti» y, al parecer, está presente en todas las
grandes religiones de la historia (Kamii 1982).
este punto, también es importante señalar que el maestro habrá de tener la
oportunidad de participar en el diseño y la elaboración de sus planes de trabajo y
prácticas docentes, de enriquecerlas con su propia experiencia, su creatividad y
sus prácticas particulares.
59
Los estudios de finales de los años cincuenta (p. ej. los trabajos de Morf, Greco, Wohlwill y Srnedslund) se inician con
una evaluación previa para clasificar a los sujetos según el tipo de respuestas dadas a la tarea de conservación. En la
fase experimental, se ofrecían experiencias de aprendizaje sobre la misma tarea de evaluación, que podrían ser de tres
tipos: a) manipulaciones libres, b) constataciones repetidas: por ejemplo, en una tarea de conservación de líquidos,
comprobar que volviendo a hacer el trasvase al primer recipiente se demuestra que es la misma cantidad de líquido, y
c) ejercicios operatorios: los sujetos hacían algunas actividades que implicaban similitud o relación lógica con la
solicitada en la tarea, como en el caso de tareas de conservación de colecciones discretas, los sujetos podían ejecutar
sumas o restas simples con las unidades. La evaluación final de los sujetos se hacía con la intención de de terminar los
progresos ocurridos como producto de las experiencias de aprendizaje;- en este caso se verificaba la naturaleza de las
respuestas conseguidas, por ejemplo, comprobar el grado de justificación y argumentación sostenidas, la generalización
a situaciones isomorfas y la capacidad de «resistencia a la extinción» usando, por ejemplo, contrasugerencias. En los
estudios de Inhelder y sus colaboradores, en la fase experimental de las actividades de aprendizaje, resalta el
planteamiento de la inducción de conflictos cognitivos entre los esquemas que poseen los sujetos; en estos estudios se
incluyeron dos evaluaciones finales (para valorar el alcance de los progresos cognitivos logrados).
60
Hay que señalar que, según el propio Piaget, el problema de cómo acelerar el desarrollo cognitivo (el problema
americano) no constituía para él una cuestión central; mucho más interesante le parecía, como señala la propia
Duckworth (1988), acercarse de cara al problema de cómo podríamos hacer para que el desarrollo fuese lo más lejos
posible (en amplitud y en profundidad). Esto es, promover el desarrollo cualitativa y no cuantitativamente.
sujetos (el nivel de desarrollo logrado). Esto quiere decir que los sujetos que más
avanzan son los que ya tenían, de antemano, cierto camino recorrido en sus
construcciones operatorias, las cuales fueron potenciadas por las sesiones de
aprendizaje.
c) Las actividades que demostraron mejores resultados en la adquisición de
nociones operatorias fueron las que implicaban experiencias de tipo lógico-ma-
temático (los ejercicios operatorios). Las basadas en experiencias físicas o en
otros recursos (el reforzamiento, la simple imitación, la manipulación libre y las
constataciones perceptivas) no produjeron cambios relevantes en la adquisición de
estructuras lógicas.
d) La inducción de conflictos cognitivos en los sujetos provoca la dinamización de
los procesos de equilibración que conducen a su vez a progresos en la construcción
operatoria. En realidad, no todos los sujetos logran tomar conciencia de las
contradicciones planteadas (no hay cierta disposición cognitiva en ellos, en el
sentido del punto b), mientras que en los que sí logran tematizarlos ocurren los
resultados señalados. Por lo tanto, según estos estudios, el conflicto cognitivo
demostró ser un instrumento valioso 61 para provocar cambios cognitivos en los
sujetos.
De las breves notas hechas en los rubros anteriores, pueden inferirse y derivarse
61
La gran pregunta que viene a continuación es si el conflicto es la única vía para el aprendizaje de nociones
operatorias. De acuerdo con una investigación de recopilación y análisis hecha por Carre tero (1985, citado en Moreno
1993), en varias investigaciones parece haberse demostrado que los siguientes procedimientos son igualmente
fructíferos, a saber: a) el análisis de tareas (enseñanza ciudadosa de los componentes que intervienen en la tarea), b)
entrenamiento de la atención y la percepción (entrenamiento para que los sujetos no se dejen llevar por las
apariencias); c) procedimientos verbales (enseñanza de reglas verbales, por ejemplo, para el caso de la inversión: «los
efectos de una transformación puede negarse por una transformación opuesta»). Estos procedimientos han demos -
trado ser válidos y han salido airosos de los criterios exigidos por los mismos piagetianos (p. ej. resis tencia a la contra
sugerencia y generalización de las respuestas). Este autor señala que a pesar de haber ciertas evidencias en favor del
reforzamiento y el modelado (p. ej. observar por medio de una filmación la ejecución de la tarea por parte de una
persona adulta), tales procedimientos no parecen solventar los criterios anteriores. No obstante, los efectos de estos
entrenamientos también parecen estar sujetos a la cierta disposición cognitiva previa del sujeto (no se puede construir
una estructura más compleja sino a partir de otra más simple) para que ocurran los supuestos aprendizajes. Por otro
lado, pero en torno a la misma pregunta, Fernández y Melero (1995) hacen un análisis interesante sobre las investi -
gaciones críticas realizadas acerca del conflicto cognitivo y, especialmente, del sociocognitivo (p. ej. los estudios de D.
Kuhn, Ames, Murray, Zimmerman y Karmiloff-Smith) en el que parecen concluir que, respecto del segundo (e
implícitamente del primero), es sólo una de las posibles situaciones de interacción que promueven cambios cognitivos.
algunos posicionamientos del paradigma psicogenético respecto a cuestiones di-
dácticas más específicas. Lerner (1996) ha expuesto, recientemente, algunas es-
trategias de enseñanza que, a nuestro juicio, demarcan acertadamente la esencia
de la concepción de la enseñanza psicogenética y explayan lo expuesto en el punto
7.5.1. Nos gustaría partir de ellas y añadir algunos comentarios y aportaciones de
otros autores que concuerdan en buena medida con las mismas.
Durante cierto tiempo se pensó que las tareas piagetianas podían fungir como un
recurso adecuado para evaluar el nivel de desarrollo cognitivo producido por la
instrucción impartida (Coll y Martí 1990). Tal uso de las tareas piagetianas como
recurso evaluativo (lo que de entrada resulta de dudosa justificación, porque son
situaciones desarrolladas para fines de investigación y de exploración) emparenta
muy claramente con los planteamientos antes criticados los cuales suscriben que
los contenidos escolares deben reducirse a la enseñanza de las nociones
operatorias. También se relaciona con la idea de que el desarrollo de determinadas
nociones puede influir de un modo decisivo en el aprendizaje de ciertos contenidos,
por lo que es necesario determinar o evaluar el grado en que éstas se han
conseguido para predecir el éxito del aprendizaje de los segundos.
Sin duda, la primera acepción resulta muy criticable por las razones señaladas
(véase la sección 7.5.2). La segunda, en cambio, parece más defendible porque,
como se ha demostrado fehacientemente en diversos estudios no sólo de este
paradigma sino incluso de otros, el desarrollo influye en lo que puede ser
aprendido, siempre y cuando se sostengan otras cuestiones adicionales:
El trabajo de los británicos Shayer y Adey (1984), para tratar de encontrar una
relación entre los esquemas operatorios de tipo concreto y formal, y ciertos
conceptos pertenecientes al campo de la física y la biología, ha arrojado algunos
resultados interesantes que son factibles de usar en la formulación de objetivos, en
la organización de los contenidos (por relaciones temáticas) y, por supues to, en las
actividades de evaluación.
Como señalan Coll y Martí (1990), de cualquier manera el empleo de pruebas
operatorias para establecer una evaluación operatoria no es tan fácil y puede
resultar complejo por varias razones: exigiría, de parte de los docentes, una serie
de conocimientos sobre los estadios de las nociones operatorias por valorar, así
como un manejo adecuado del método clínico-crítico; además requeriría que los
profesores contasen con una buena cantidad de tiempo para realizar evaluaciones
de tipo individual, cuando se sabe que generalmente se enfrentan a grupos
numerosos y, por último, sería necesario realizar cierta estandarización y
tipificación de las respuestas que plantean los procedimientos o tareas de
evaluación.
Es de mayor interés, sin duda, la opción de utilizar una evaluación derivada
directamente de los estudios realizados sobre las distintas interpretaciones que los
niños van construyendo en relación con determinados contenidos escolares. Por
ejemplo, es evidente que el conocimiento valioso conseguido en torno a la
descripción psicogenética de la lengua escrita (véanse Ferreiro y Teberosky 1979 y
Ferreiro 1989) puede proporcionar importantes claves o pautas para saber cómo
los niños van progresando en la reconstrucción de este saber sociocultural. La
confección y el diseño de ciertas actividades que se soliciten al niño (escogidas
estratégicamente), en conjunción con una serie de criterios informativos del proceso
de construcción, pueden servir para identificar los progresos cognitivos de los
niños en relación con algún dominio del conocimiento cuya psicogénesis se tenga
bien documentada. No hay que olvidar tampoco la lógica del método clínico-crítico
para explorar las concepciones de los niños, aunque con un fin menos riguroso y
más educativo.
Desde esta perspectiva, en efecto, se puede constatar que la evaluación se
centra menos en los productos y más en los procesos relativos a los estados de
conocimiento, hipótesis e interpretaciones logrados por los niños en relación con
dicha psicogénesis, y en cómo y en qué medida se van aproximando a los saberes
según una interpretación aceptada socialmente. Los resultados de la evaluación
serían fundamentalmente orientaciones y serían útiles tanto para que el alumno o
los alumnos reflexionasen sobre sus propios procesos y avances logrados, como
para que el profesor valorara la eficacia de las estrategias didácticas propuestas, así
como las que podría utilizar en momentos posteriores.
En torno a los instrumentos o técnicas evaluativas a los que recurra, son válidos
todos los que informen principalmente del proceso de construcción de los contenidos
escolares. El profesor puede emplear distintas estrategias: registros de progreso,
análisis de las actividades grupales, estudio de las formas de solución a las
situaciones problemáticas que se plantean, etc. Respecto de los exámenes, no se
consideran un buen recurso según su forma tradicional de uso. Con la claridad que lo
caracterizaba, Piaget (1974) hizo algunos comentarios en torno a ellos que, de
hecho, nos pueden sugerir algunas ideas en relación con los aspectos que se deben
privilegiar en la selección y el uso de técnicas evaluativas, a saber:
Los dos defectos esenciales del examen son, en efecto, que no obtiene generalmente
resultados objetivos y que se convierte fatalmente en un fin en sí mismo [...]. El examen
escolar no es objetivo, en primer lugar porque implica siempre una parte de suerte,
pero además y sobre todo porque se basa en la memoria más que en las capacidades
constructivas del alumno (como si éste estuviera condenado a no poder utilizar nunca
más sus libros al salir de la escuela) [...]. El examen escolar se convierte en un fin en sí
mismo porque domina las preocupaciones del maestro en lugar de favorecer su
vocación natural, la de despertar conciencias e inteligencias, y porque orienta todo el
trabajo del alumno hacia el resultado artificial constituido por el éxito en las pruebas
finales en lugar de intentar apoyarse en sus actividades reales y en su personalidad (p.
33).
Entre las aplicaciones del programa constructivista psicogenético podemos
encontrar un sinnúmero de aplicaciones e implicaciones educativas; de ellas
esbozaremos aquí unas cuantas que tienen vigencia.
Capítulo 8
INTRODUCCIÓN
65
Las citas de los textos de Vigotsky tomadas de las Obras escogidas se harán anotando las fechas originales en
68
También se perciben muchas de estas aportaciones en las ideas que Vigotsky plasmó en su obra Psicología del
arte y en sus conceptualizaciones sobre las relaciones entre pensamiento y lenguaje, lenguaje interno, etcétera.
69
Antes de esta obra Vigotsky ya había escrito varios documentos de importancia: por un lado se encuentran sus
publicaciones sobre la cultura y la poesía hebrea (escritos en 1916 y otros posteriormente) en la revista Camino
Nuevo, además, por supuesto, de las obras sobre la tragedia de Hamlet y la Psicología del arte (esta última fue
presentada como tesis doctoral en Moscú en 1925).
infecciosa que varios años después lo llevaría a la muerte.
Durante los siguientes años, Vigotsky cruzó por la psicología, según la acertada
expresión de Riviére (1985), como una «furia veloz», y en tan sólo diez años de
actividad creadora que le quedaba de vida, Vigotsky desarrolló una construcción
teórica sui generis para la psicología de su época y que, sesenta años después,
continúa sorprendiendo a propios y extraños.
Mil novecientos veinticuatro fue el año en que Vigotsky hizo su aparición en las
comunidades especialistas de psicólogos; fue en el segundo congreso de
psiconeurología celebrado en Leningrado con una conferencia audaz titulada Los
métodos de investigación reflexológicos y psicológicos (véase Vigotsky 1926a) en la que
propugnaba por una psicología centrada en el estudio científico de la conciencia, que
debía tomar como base filosófica el enfoque marxista. Las consecuencias de este
hito, en la vida personal y científica del autor soviético y en la naciente psicología
marxista soviética, son harto conocidas. Nada volvió a ser igual. A raíz de este hecho,
Vigotsky se incorporó al Instituto de Psicología de Moscú entonces dirigido por
Kornilov (fundador de la reactología). 70 Ahí, conoció a dos de su más fecundos
colaboradores y precursores de la que sería la escuela de Moscú: A.R. Luria y A.N.
Leontiev. Juntos formaron la legendaria troika que influyó tanto en el desarrollo de la
psicología soviética posterior (véase García 1993). A ésta, unos años después, se
uniría la piatorka, integrada por Bozhovich, Levina, Morozova, Slavina y Zaporozhets.
Por aquellos años, Vigotsky tenía la firme convicción de reconstruir la psicología
sobre bases; marxistas, pero no a la manera doctrinal y unidireccional como se
venía haciendo por otros en esta disciplina (por ejemplo, Kornilov), o según la
manera ingenua o simplista en que se había entendido el marxismo (como en el
caso de la elaboración del manual «oficial» del materialismo dialéctico desarrollado,
en aquel entonces por Bujarin). Su propuesta era más original, aunque también
más desafiante. La idea central de Vigotsky consistía primero en desarrollar una
70
Vale la pena señalar que después de la revolución se acentuaron las querellas por hacer de la psicología una
disciplina compatible con la ideología del nuevo régimen (véanse García Vega 1993, Rosa y Montero 1993). A grandes
rasgos, hay que recordar que a finales de los años veinte había tres ten dencias: a) la primera representada por
Chelpanov (quien fue director del Instituto de Psicología Experimental de Moscú, antes y unos cuantos años después
de la Revolución de Octubre), de carácter idealista, quien mantuvo tal postura aún después de la revolución; b) la
posición objetivista basada en un materialismo biológico sustentada en general por Pavlov y Bechterev, la cual
alcanzaría la simpatía del régimen de Stalin varias décadas después, para convertirse en la postura «oficial», y c) la
propuesta de Kornilov, discípulo de Chelpanov, quien propuso un programa para hacer de la psicología una
disciplina marxista cual fue aceptado y le sirvió para asumir la dirección del instituto que dejó su antiguo maestro.
especie de metateoría psicológica que, strictu sensu, no podía derivarse
unilateralmente de la filosofía marxista, sino más bien de la realización de un
trabajo sistemático de reflexión de las «psicologías», así como de la construcción
teórico-metodológica de una serie de principios y categorías conceptuales (un
icáreo teórico general) derivados del conocimiento psicológico adquirido hasta
entonces; así, antes de desterrar apresuradamente las demás corrientes y
propuestas psicológicas, había que hacer una asimilación crítica (una auténtica
desobjetivación, en el sentido hegeliano) de sus aportaciones. La solución,
entiéndale, no consistía en proponer un eclecticismo de principios psicológicos de
diversa procedencia; más bien, en un análisis crítico-epistemológico hecho con
profundidad el cual desembocaría en tal metateoría y, con base en ella, empegar a
desarrollar una genuina psicología marxista (véanse Blanck 1993, Kozullin 1994,
Leontiev 1991, Riviére 1985, Vila 1990). Todas estas ideas, junto con el profundo
análisis epistemológico, teórico y metodológico de cada teoría de la disciplina y el
recuento minucioso de la naturaleza de la crisis que, según él, imperaba en aquellos
años en la psicología, se encuentran contenidas en su genial obra El significado
histórico de la crisis de la psicología, publicado en 1927 (véase Vigotsky 1927).
A partir de entonces, la principal influencia que le da unidad y sustento a su obra
son los escritos del materialismo dialéctico e histórico de Marx y Engels, de los que
fue un profundo conocedor. Poco a poco se sucedieron las investigaciones psicológicas
en masa, Vigotsky y sus colaboradores trabajaron arduamente en el plano
académico, tanto en el desarrollo de estudios de investigación como en la
fundación de distingos laboratorios en varias repúblicas (p. ej. Ucrania), así como en
tareas de diversa índole que exigía la naciente Unión Soviética. Pronto se unieron a
ellos nuevos y competentes investigadores de la talla de Zeigarnik, Galperin y
Zinchenko. Según Kozulin (1994), gran parte de las investigaciones realizadas hasta
inicios de los años treinta se resumen y concentran en el texto Historia del desarrollo
de las funciones psicológicas superiores (terminado en 1931 pero publicado tres
décadas después). En dicho texto se tratan a fondo las cuestiones relativas al
desarrollo y la naturaleza de las funciones psicológicas superiores y al papel de los
instrumentos mediadores en su constitución.
Asimismo, es evidente la gran cantidad de trabajos, desarrollados en el último
lustro de la década de 1920, sobre distintos temas del campo de la educación y de la
psicología del desarrollo (paidología), y los estudios e investigaciones descriptivos
realizados para referirse al desarrollo normal y perturbado (incluyó aquí las distintas
variedades de discapacidades sensoriales e intelectuales), y de propuestas y
experiencias de intervención.
Otro texto que marca un momento relevante en la producción de Vigotsky y que
fue su primer texto conocido en Occidente (en 1962 se tradujo al inglés) es el
famoso y sugerente Pensamiento y lenguaje (1934). En esa obra se estudian con
profundidad las cuestiones genéticas y las complejas relaciones entre el
pensamiento y el discurso, e igualmente se pasa revista a los distintos plantea-
mientos teóricos de algunos psicólogos vigentes en esos años (destaca la crítica a
los primeros trabajos realizados por Jean Piaget sobre el pensamiento verbal).
Por último, vale la pena hacer una breve referencia a los trabajos germinales de
corte neuropsicológico que Vigotsky había emprendido también alrededor de 1930.
Es evidente que él fue el fundador de esa rama, y su incursión ahí asestó severas
críticas a las aproximaciones «localizacionistas» y «bolistas» propugnadas por varios
fisiólogos y psicólogos de la época. Vigotsky sostenía, en oposición a ellas, la
necesidad de construir una verdadera fisiología psicológica basada en el estudio de
los sistemas funcionales neuronales. Ideas que luego desarrollaría, brillantemente
por cierto, su colaborador y continuador A.R. Luria.
En estos escasos diez años de obra productiva dedicados a la psicología, Vigotsky
escribió cerca de 180 escritos de los cuales algunos permanecen inéditos. Esta
década bastó para que desarrollase uno de los esquemas teóricos más prodigiosos
del siglo, el cual, a pesar de los años transcurridos sigue teniendo gran vigencia.
No obstante, según lo señalan varios autores conocedores de su obra, la obra del
autor soviético vista en su conjunto sufrió varias transformaciones y modificaciones
identificables. La psicología vigotskyana no es de una sola pieza, algunos incluso
señalan (véase Blanck 1993) que en ella hay algunas cuestiones contradictorias.
No podía esperarse que ocurriera de otra manera si tomamos en cuenta que
Vigotsky se había planteado un programa académico-científico colosal, a sabiendas
de que tenía una salud endeble, como si intuyese que tenía poco tiempo para
cumplirlo. Para algunos, los cambios de rumbo observados en sus escritos son
consecuencia de varios factores: la influencia de autores y enfoques con-
temporáneos, las aportaciones producto de las investigaciones realizadas por él y
su equipo, y su trabajo continuo y sistemático de reflexión teórica (véanse
Iaroshevski y Gurguenidze 1991 y Lee 1987).
Sobre esta cuestión, Minick (1987) declara que pueden identificarse con relativa
claridad tres etapas de investigación temática en su obra general, las cuales,
aunque se distinguen entre sí, sin duda se relacionan:
Hay que recordar que la obra vigotskyana fue censurada en la URSS durante el
régimen de Stalin. En general, los ataques contra la psicología y la paidología se
acentuaron desde 1932; como consecuencia se suprimieron revistas importantes y
se publicaron sólo las de carácter oficialista. Se dice, incluso, que Vigotsky a
sabiendas del posible debate que generaría su postura teórica entre 1933 y 1934,
estaba decidido a responder a dichos ataques defendiendo con absoluta convicción
sus ideas y propuestas. Además de los ataques ideológicos, poco antes de su
muerte, Vigotsky resintió la separación teórica de algunos de sus colaboradores (p.
ej. la de A.N. Leontiev) y discípulos (p. ej. la escuela de Jarkov) (véase Kozulin 1994).
No obstante, en realidad Vigotsky recibió los ataques más directos post mortem,71 lo
que afectó notablemente el desarrollo y la divulgación posterior de su obra. Los
escritos de Vigotsky fueron tildados de revisionistas y reaccionarios (p. ej. los
resultados de los estudios transculturales realizados en Uzbekistán y encabezados
por Luria fueron interpretados tendenciosamente, y se les calificó de
«reaccionarios», «enemigos del proletariado», etc.), se le impugnaron las profusas
citas de psicólogos extranjeros, y se le criticó también, en voz de los psicólogos del
«régimen», por la ausencia de las citas «oficiales» o ideologizantes.
Con el avance del stalinismo, el resultado fue que la psicología soviética en gran
medida se «oficializó» y los escritos de Vigotsky publicados hasta entonces
quedaron prohibidos; durante la gestión stalinista se suspendió también la posible
publicación de cualquier manuscrito elaborado por él. Después de veinte años,
cuando Stalin murió, la obra de Vigotsky se desenterró y se «redescubrió» en
Oriente y en Occidente. La publicación de sus obras escogidas, en las décadas
71
Vigotsky murió el 11 de junio de 1934. B.W. Zeigarnik, quien estuvo muy cerca de él en los últimos días de su vida,
relata dramáticamente su opinión sobre lo que a Vigotsky le aquejaba en los días próximos a su muerte: «debo decir
que la pasó muy mal. Se le acusó de no ser marxista cuando era un marxista de verdad. Sufrió mucho por esa falta de
comprensión. Y la verdad es que se suicidó o, para ser exactos, hizo todo lo posible para acortar su vida» (Kozulin
1994, p. 229).
recientes, ha sido lenta y tortuosa; primero se dieron a conocer en 1982 en la
todavía URSS, luego se publicaron en inglés y recientemente están siendo di-
vulgadas más ampliamente en otros idiomas como es el caso del español.72
En la actualidad, nadie pone en duda la vigencia de la obra vigotskyana; no obstante,
de acuerdo con varios autores (véanse Werstch 1988 y Pozo 1989), algunos puntos
del paradigma merecen ciertas reflexiones, precisiones y análisis, que en su
momento quizá fue difícil realizar, pero que hoy en día comienzan a desarrollarse
merced a los trabajos teóricos y empíricos emprendidos tanto en el mundo oriental
como en el occidental. A partir de los años ochenta se ha manifestado una tendencia
creciente por retomar sus ideas e hipótesis rectoras, con el fin de comprobarlas o
desarrollarlas más allá de las líneas de investigación propuestas por él. Cabe
mencionar que algunos de estos trabajos se han llevado a cabo y siguen
desarrollándose con mucho dinamismo en campos como la psicología del desarrollo,
la psicolingüística, las investigaciones interculturales y en la educación, en la cual se
han establecido líneas sólidas de investigación encabezadas por autores como
Bruner, Colé y el grupo del Laboratorio de Cognición Humana Comparada, Wertsch,
van der Veer, Valsiner, Rogoff, Lave, Minick, Forman, Tharp, Edwards, Mercer, Molí y
A.L. Brown, para citar sólo a los más renombrados.
A pesar de que a Vigotsky se le conoce usualmente por sus trabajos sobre psicología
evolutiva, psicolingüística (son famosos sus estudios sobre lenguaje egocéntrico e
interno) y sobre cuestiones relativas a la educación, sus inquietudes en el campo de
la psicología iban un poco más allá de todo esto. Ya hemos dicho cómo en esta
disciplina a Vigotsky le interesaba desarrollar una psicología general que tuviera como
núcleo el estudio de la conciencia (Lee 1987, Wertsch 1988) en todas sus dimensiones.
Según Zinchenko (1985), la conciencia:
72
Existe una versión previa en español que es de origen cubano; fue traducida directamente del ruso, pero se conoce
muy poco en los países de habla hispana .
Desde la época en que fueron más marcados sus precoces intereses estéticos,
literarios y semiológicos, se aproximó paulatinamente a la psicología para buscar
una respuesta al problema de la conciencia e intentando encontrar en ella un
tratamiento científico de este tema, por parte de las distintas teorías psicológicas
vigentes (Riviére 1985). Sin embargo, al no encontrar un tratamiento sistemático en
las teorías psicológicas, Vigotsky se preguntaba cómo era posible que no existiese,
en la disciplina psicológica, una explicación sólida sobre las funciones psicológicas
superiores y la conciencia, que es lo que distingue al hombre de los animales, y en
la que además se considerara, como parte de su explicación científica, las
producciones específicamente humanas como la cultura (véase García 1994).
Wertsch (1988) menciona al respecto que Vigotsky, en los años en que elaboró la
Crisis, consideraba que en los planteamientos reduccionistas de los distintos
paradigmas psicológicos de la década de los veinte (reflexología, conductismo,
etc.), se hacía una especie de disolución u olvido de la conciencia, y que si bien en
otras corrientes se reconocía su existencia, se la concebía cargada de idealismo y
se la estudiaba a través de métodos subjetivos (p. ej. el introspec cionismo) (véanse
Vigotsky 1926 y 1927).
Según el autor soviético, para analizar adecuadamente esta categoría, era
necesario estudiar los procesos psicológicos superiores de naturaleza sociohistórica
y cultural (Blanck 1993, Rosa y Montero 1993). Se presuponía, aunque suene
reiterativo, que para una comprensión objetiva del origen y el desarrollo de la
conciencia, era necesario ocuparse del estudio de las funciones psicológicas en la
filogenia (determinados por factores biológicos, en ese sentido, procesos
psicológicos inferiores) y en la ontogenia humanas (determinados primero por los
procesos biológicos y luego con la intervención de la cultura, y en particular del
lenguaje, lo que da lugar a los procesos psicológicos superiores). Gran parte de su
obra giró en torno a la explicación del origen y el desarrollo de las funciones
psicológicas superiores (elementos subsidiarios de la conciencia humana que los
integra; véase Wertsch 1988), y en ella otorgó un peso especial a los temas
referentes al lenguaje, al pensamiento y al intelecto.
Vigotsky concluyó que la psicología de su época había estudiado los procesos
psicológicos superiores en forma fragmentada, en su estado fosilizado (no en su
proceso de evolución en la ontogénesis) y fuera de la influencia de los procesos de
evolución histórica y cultural. Por lo tanto, una de las ideas centrales de su
programa señalaba que las funciones psicológicas superiores tenían que estudiarse
concatenadas con la conciencia, la cual, por cierto, debía concebirse como un
elemento integrador subyacente en dichos procesos psicológicos.73
En el desarrollo de su obra, Lee (1987) menciona que la conciencia fue concebida
de formas diferentes a lo largo de su trabajo, empero, señala que una constante en
estas concepciones es la noción de organización o integración (Wertsch 1988). En
sus últimos años de investigación psicológica, la concepción predominante que él
sostenía se basaba en la teoría del reflejo de Lenin, según la cual la conciencia debe
entenderse como un reflejo subjetivo74 de la realidad a través de la materia animada,
concepción que aceptó e intentó profundizar a lo largo de sus estudios (Wertsch
1988).
Como hemos dicho, las ideas de Vigotsky recibieron la influencia del materialismo
dialéctico y esto se manifiesta muy claramente en sus concepciones teóricas y
metodológicas.
Para Vigotsky el problema epistemológico de la relación entre el sujeto y el objeto de
conocimiento se resuelve con un planteamiento interaccionista dialéctico (S
O), en el que existe una relación de indisociación, de interacción y de transformación
recíproca iniciada por la actividad mediada del sujeto. Siguiendo a Colé (1992), puede
afirmarse que la relación epistémica sujeto-objeto, esencialmente bipolar en otros
paradigmas, se convierte en un triángulo abierto en el que los tres vértices representan
al sujeto, el objeto y los artefactos o instrumentos socioculturales; y abierto a los
procesos de influencia de un grupo sociocultural determinado.
Con la intención de ampliar un poco la explicación, y para proponer una
abstracción un poco arbitraria con fines esencialmente expositivos, en el
73
Según Wertsch, la conciencia ocupa el lugar supremo de una jerarquía de lo psicológico, y sub sume la
afectividad y el intelecto. A su vez, en el intelecto se incluyen las funciones psicológicas superiores en las cuales
él centró la mayor parte de su obra psicológica. El reduccionismo de la expli cación de la conciencia, así como la
fragmentación en el estudio de las funciones psicológicas superiores fueron cuestiones que Vigotsky criticó
severamente en las demás posturas psicológicas.
74
La teoría del reflejo de Lenin ha sido tildada de empirismo, en tanto que se entiende que el sujeto refleja
pasivamente el influjo del objeto de conocimiento sin ningún filtro intermedio. En realidad, la idea leninista, o al
menos la idea vigotskyana que estamos intentando exponer aquí, no adopta tal in terpretación: el reflejo de la
realidad es esencialmente reconstructivo (en tal sentido subjetivo). Cuando abordemos la noción de internalización
más adelante (concepto que, fuera del contexto de este paradigma, tiene tintes empiristas), abundaremos más al
respecto.
planteamiento vigotskyano intervienen dos formas de mediación social: a) la inter-
vención del contexto sociocultural en un sentido amplio (los otros, las prácticas
socioculturalmente organizadas, etc.), y b) los artefactos socioculturales que usa el
sujeto cuando conoce al objeto. Así, es el medio sociocultural el que pasa a de-
sempeñar un papel esencial y determinante en el desarrollo del psiquismo del sujeto
(en ese sentido se adhiere al materialismo dialéctico), pero, en definitiva, éste no
recibe pasivamente su influencia, sino que activamente la reconstruye.
De este modo, en esta posición se plantea una ruptura respecto de las teorías que
entienden la actividad del sujeto como una pura adaptación individual y biológica,
para ir hacia una concepción donde se acepta la actividad del sujeto como una
práctica social mediada por artefactos y por condiciones histórico-culturales. En ese
planteamiento también se deja de lado el dualismo entre individuo y sociedad que
sostienen muchos paradigmas y tradiciones de investigación evolutiva, puesto que
lo social es inherente al sujeto desde el principio (Rosa y Montero 1993).
Al actuar sobre su objeto, el sujeto utiliza instrumentos de naturaleza socio-
cultural, los cuales, según Vigotsky (1979), pueden ser básicamente de dos tipos: las
herramientas y los signos. Cada uno de estos instrumentos orienta de un modo
distinto la actividad del sujeto. El uso de herramientas produce, sobre todo, trans-
formaciones en los objetos o, como diría Vigotsky (1979), las herramientas «están
externamente orientadas». Por otro lado, los signos producen cambios en el sujeto
que realiza la actividad, es decir, están orientados internamente.
Así, puede concluirse que el sujeto, a través de la actividad mediada, en in-
teracción con su contexto sociocultural y participando con los otros en prácticas
socioculturalmente constituidas, reconstruye el mundo sociocultural en que vive; al
mismo tiempo tiene lugar su desarrollo cultural en el que se constituyen
progresivamente las funciones psicológicas superiores y la conciencia.
Overton y Reese (1974, citados en García Madruga 1991) interpretan la postura de
Vigotsky como dialéctico-contextual; señalan que, en ella, el conocimiento tiene su
origen en la interacción dialéctica entre el sujeto cognoscente y el objeto, en un
contexto histórico del que forma parte el sujeto y que lo determina.
Wertsch (1988) aduce que los tres temas están en interacción, sin embargo,
señala que el tema de la mediación es el que se debe considerar de mayor rele-
vancia en el paradigma, dado que los dos últimos no pueden ser explicados si no se
invoca a éste. En este sentido, expondremos primero algunas ideas respecto del
primer punto y luego nos remitiremos a hacerlo sobre los dos últimos.
El propio Vigotsky reconocía que el tema de la mediación era central en su obra y, al
mismo tiempo, de importancia fundamental para toda la disciplina psicológica. En el
apartado anterior comentamos la existencia de dos tipos de instrumentos o
artefactos que emplea el hombre y cómo cada uno de ellos tiene consecuencias
distintas, ya sea en la realidad o en el psiquismo del sujeto que las emplea.
Como señala Colé (1993), la mediación cultural es un hecho común demostrado en
todos los hombres de todas las culturas; la diferencia identificable entre las formas
en que se expresa dicha mediación en cada formación sociocultural se debe a que
en algunas se desarrollan formas específicas de mediación que en otras no existen,
o en otras ocasiones son sólo simples variaciones de tipo cualitativo. Lo que es un
hecho indiscutible es que cada forma de mediación cultural tiene un proceso
histórico en la vida cultural del hombre.
De manera particular, Vigotsky estaba interesado en el estudio de la impor tancia
de la mediación de los instrumentos psicológicos o signos en las funciones
psicológicas superiores y en la conciencia. Algunos ejemplos de distintos tipos de
instrumentos psicológicos son los siguientes: los sistemas numéricos desarrollados
para contar, la escritura, las mnemotecnias, desde sus formas simples hasta sus
formas complejas, los símbolos algebraicos, las notas musicales, los sistemas de
comunicación de diferente tipo (p. ej. el lenguaje de signos, el lenguaje de banderas,
etc.) y el lenguaje oral. Los signos sirven para regular las relaciones con los objetos
físicos, así como para regular nuestras propias conductas y la de los demás (Blanck
1993, Colé 1993).
Entre los signos, ni duda cabe, el lenguaje destaca de manera especial; de hecho,
para Vigotsky, tiene un lugar fundamental en el proceso de aculturación de los
hombres y en el desarrollo de las funciones psicológicas superiores. Desde que los
individuos participan de la cultura a la que pertenecen, entran en contacto y poco a
poco usan y se apropian del sistema lingüístico. El lenguaje, en el contexto del
desarrollo ontogenético, se usa primero con fines comunicativos sociales para influir
en los demás y para comprender la realidad circundante, luego se utiliza para
influir en uno mismo a través de su internalización (lenguaje interno y
pensamiento verbal) (Vigotsky 1934).
A partir de una serie de estudios realizados por Vigotsky y sus colegas, se de-
mostró que el desarrollo psicológico debe ser entendido como una serie de
transformaciones cualitativas, asociadas con cambios en el uso de los
instrumentos psicológicos. En este sentido, se producen cambios en las formas
de mediación, los cuales hacen que los sujetos realicen operaciones más
complejas (de orden cualitativamente superior) sobre los objetos. Un ejemplo
de ello lo podemos encontrar en los estudios de Vigotsky sobre la formación de
conceptos, específicamente el referente al desarrollo de los conceptos
espontáneos y científicos.
Vigotsky identificó tres etapas en el desarrollo de los conceptos espontáneos
y científicos: cúmulos inorganizados, complejos y conceptos verdaderos. Cada
una de esas etapas fue desglosada minuciosamente por Vigotsky y en ellas en-
contró varias modalidades y variedades que no expondremos aquí con detalle
por razones de espacio (véase Vigotsky 1934). Señalaremos algunos ejemplos
característicos de cada etapa del desarrollo conceptual del niño. En la primera
etapa, propia de los niños preescolares, cuando se pide a los niños que clasifi -
quen una serie de objetos (p. ej. poniendo frente a ellos varios tipos de
objetos que difieren en forma, color, tamaño, etc.), en general proceden
formando simples compilaciones inorganizadas, las cuales pueden consistir en
agrupaciones de objetos sin ninguna base común objetiva, sino que siguen más
bien una pura impresión perceptual o criterio subjetivo (los niños forman
colecciones figúrales: «éstos y aquéllos van juntos porque forman un
camión»).
En la segunda etapa, los niños mayores forman colecciones que Vigotsky
llamó complejos, los cuales están basados en criterios perceptivos objetivos in-
mediatos, pero que tienen el problema de ser inestables y de variar
rápidamente (p. ej. un grupo de formas triangulares pueden ser agrupadas
correctamente, pero, de momento, si uno de los triángulos es azul, el niño se
dispersa y forma una nueva colección encadenada por el color, a la cual
puede llamar «los azules», y así sucesivamente). Los seudoconceptos (en
tránsito hacia los conceptos, en los que se agrupan objetos o se usan palabras
sin conocer exactamente el núcleo esencial que definiría el concepto) son las
formas superiores de los complejos, no sólo característicos de los niños sino
también de los adultos.
Finalmente, en una tercera etapa, los sujetos forman conceptos verdaderos,
pero como producto directo de la instrucción escolar, esto no quiere decir que
basta con ir a la escuela para formar conceptos científicos (los estudios recien-
tes sobre misconceptions han demostrado que en realidad esto es mucho
más complejo de lo que parece, véase Pozo 1989). Los conceptos verdaderos
son los conceptos científicos, los cuales se adquieren a través de la reflexión,
forman parte de sistemas y se relacionan de manera distinta con los objetos;
esto es posible gracias a la internalización de la esencia del concepto.
Sobre el segundo tema, en primer término hay que determinar qué es lo que
debe entenderse por funciones psicológicas superiores. 75 En la evolución psicológica
existen dos líneas de desarrollo, una «natural» y la otra «cultural o social». Como
consecuencia del proceso de desarrollo natural, que ocurre en la filogenia, se
desarrollan las funciones psicológicas inferiores, las cuales son comunes en los
animales y el hombre; en cambio, con el proceso de mediación cultural, gracias a
las actividades mediatizadas por instrumentos (especialmente el lenguaje y el
trabajo) en prácticas colectivas, se originan las funciones psicológicas superiores,
que son específicamente humanas. Puede decirse que las funciones psicológicas
inferiores son producto directo de una «línea natural de desarrollo» que engloba
aspectos de desarrollo y maduración, mientras que las funciones psicológicas
superiores son producto de una «línea de desarrollo cultural» en la que intervienen
los procesos de mediación cultural (véase Vigotsky 1931).
Las funciones psicológicas superiores no deben considerarse una simple
prolongación de las funciones psicológicas naturales (Kozulin 1994, Wertsch 1988).
75
Algunos autores prefieren la expresión «procesos psicológicos superiores» para referirse a lo mismo. Se ha
escogido esta expresión porque es más precisa que la anterior.
De acuerdo con Baquero (1996), las funciones psicológicas naturales son condición
necesaria pero no suficiente para la constitución y el desarrollo de las superiores. Lo
verdaderamente determinante es la condición sociocultural en que se desarrollan,
en tanto que el sujeto, miembro de la cultura usa distintos mediadores en
situaciones de aprendizaje compartido. Durante cierto periodo, después del
nacimiento del niño, las dos líneas de desarrollo de las que hablamos líneas antes
operan en forma aislada y, poco a poco, penetran en el plano ontogenético para
dinamizarlo y provocar cambios en el psiquismo. Así, paulatinamente emergen las
funciones psicológicas superiores.
Wertsch (1988, p. 42) propone cuatro criterios para distinguir las funciones
psicológicas superiores de las inferiores; éstos son los siguientes:
76
Según Kozulin (1994), debe reconocerse que Vigotsky extrajo esta expresión e idea de los comentarios y
aportaciones del psicólogo alemán H. Werner.
Wertsch (1993) menciona que Vigotsky estableció la distinción entre ambas tomando
como criterio básico el grado y el modo de abstracción y descontextualización de los
instrumentos semióticos que se emplean. En ese sentido, Baquero (1996) amplía la
idea y aclara que los modos más avanzados tienen una forma más compleja de
emplear los mediadores semióticos, que se expresa por «una creciente
independencia del contexto y de regulación voluntaria y realización consciente» (p. 34,
las cursivas son de Baquero); además, otro criterio de distinción-entre ambas, es el
grado de especificidad de los contextos de socialización en que se adquieren (las
más avanzadas en contextos de socialización más específicos, por ejemplo, la
escuela).
Las funciones psicológicas superiores que ha logrado desarrollar un individuo no
deben considerarse una simple copia directa y pasiva de las ejecutadas en el plano
de las relaciones sociales, a partir de las cuales se internalizan. Para explicar esta
cuestión, Wertsch (1993) sostiene que Vigotsky retomó de Janet «la ley genética
general del desarrollo cultural», y propuso una versión más amplia de la misma.
Según esta ley, cualquier función psicológica aparece dos veces en dos dimensiones
distintas. En primer lugar, en el plano social interindividual o interpsicológico y,
posteriormente, en el plano intraindividual o intrapsicológico. Usando esta ley
general de desarrollo, podemos explicar la génesis de las funciones psicológicas
superiores, las cuales están sujetas a un proceso de internalización progresivo que
es, en esencia, reconstructivo, dado que en este proceso de transición de lo
interpsicológico a lo intrapsicológico, se producen cambios estructurales y
funcionales, por lo que puede afirmarse que lo intrapsicológico no es una simple
copia de lo interpsicológico, sino que hay una reconstrucción cualitativamente
diferente.
Vigotsky (1979) señaló explícitamente la forma en que el concepto de
internalización debía entenderse en su paradigma: como una actividad recons-
tructiva a partir de una realidad externa. 77 En una de sus obras, en la que hace
77
Vale la pena hacer un comentario amplio, a partir de un interesante artículo escrito por Lawrence y Valsiner
(1993) en el que clasifican en dos aproximaciones básicas las distintas posturas psicológicas que han utilizado el
concepto de internalización. Según estos autores, las dos aproximaciones son: los que entienden el proceso de
internalización como un acto de transmisión cultural unidireccional y los que sostienen una postura de
transformación cultural bidireccional. En la primera aproximación, el proceso de internalización se entiende como un
proceso de transmisión (a cargo del socializador o aculturador) y recepción-copiado (que realiza el sujeto socializado).
Mientras que la segunda, en lo que, según ellos, se inscribe la idea de intemalización vigotskyana (así como la de P.
Janet y J.M. Baldwin), consiste en un proceso de coconstrucción y transformación del insumo cultural. Esta última
alusión al concepto y la importancia que éste tiene en la constitución de las
funciones psicológicas superiores, se expresa lo siguiente (el lector disculpará la
cita tan larga):
Por último, respecto del tercer tema señalado, el relativo al análisis genético,
Vigotsky consideraba que para estudiar objetivamente las funciones psicológicas
superiores era necesario investigar su proceso de constitución, su historia. Vigotsky
(1931) señaló al respecto lo siguiente:
aproximación sostiene varios puntos: a) lo externo, que es lo provisto por la cultura, llega a ser interno por un proceso
de coconstrucción (construcción con otros), lo cual ocurre en el conocimiento organizado del sujeto; b) el insumo
cultural es transformado y transforma las estructuras de conocimiento previamente existentes; c) los usos posteriores
(externalización) del insumo cultural, ya transformado subjetivamente, ocurren de lo individual a lo social y coadyuvan
a transformar los procesos culturales. Por lo tanto, se considera que en esta aproximación (de ahí su carácter
bidireccional) hay una influencia recíproca de lo social a lo individual y viceversa. Una idea similar a la de
internalización es la que propone A.N. Leontiev, en el mismo paradigma, cuando usa el vocablo apropiación. Según
Newman, Griffin y Colé, el proceso de apropiación insiste también en que los sujetos «hacen suyos» los instrumentos al
participar en contextos culturales (en interacciones sociales) donde éstos se emplean según ciertos usos
determinados por el grupo cultural; de este modo, los aprendices tendrán que apro piarse de los usos funcionales de
dichos instrumentos para volverlos a utilizar creativamente (incluso tendrán que depurar o transformar el uso del
instrumento o el instrumento mismo) en nuevas situaciones cotidianas. Newman y colaboradores también insisten en
que el proceso es de «ida y vuelta», o sea de transformación bidireccional en el mismo sentido explicado por
Lawrence y Valsiner.
histórica. Identifican la historia con el pasado. Para ellos, estudiar algo
históricamente significa el estudio obligado de uno u otro hecho del pasado.
Consideran ingenuamente que hay un límite infranqueable entre el estudio
histórico y el estudio de las formas existentes. Sin embargo, el estudio histórico,
dicho sea de paso, simplemente significa aplicar las categorías del desarrollo a la
investigación de los fenómenos. Estudiar algo, históricamente significa estudiarlo
en movimiento. Ésta es la exigencia fundamental del método dialéctico. Cuando
en una investigación, se abarca el proceso de desarrollo de algún fenómeno en
todas sus fases y cambios, desde que surge hasta que desaparece, ello implica
poner de manifiesto su naturaleza, conocer su esencia, ya que sólo en
movimiento demuestra el cuerpo que existe. Así pues, la investigación histórica
de la conducta no es algo que complementa o ayuda al estudio teórico, sino que
constituye su fundamento (pp. 67-68, las cursivas son mías).
Wertsch (1988) y Colé (1993) comentan que Vigotsky sostenía que, para describir
objetivamente el desarrollo del psiquismo humano, se debe considerar la
participación necesaria de cuatro dominios evolutivos:
a) el dominio filogenético: la evolución filogenética del hombre como especie;
b) el dominio histórico: el desarrollo histórico-cultural del hombre;
c) el dominio ontogenético: el desarrollo personal de cada hombre;
d) el dominio microgenético: el desarrollo de una función u operación psico-
lógica en situaciones experimentales.
De entre todos ellos, Vigotsky sólo tuvo tiempo de explorar con cierta profundidad
el dominio ontogenético (usando el último). Del primero, salta a la vista su
planteamiento de que el desarrollo humano debe entenderse como un proceso
dialéctico de internalización de la cultura provista por un contexto sociohistórico
determinado. La participación del niño en escenarios y en actividades socioculturales
organizadas, con la intervención y el apoyo de los otros más aculturados, le permite
apropiarse activamente de los distintos instrumentos físicos y psicológicos que en
dicho contexto sociocultural se consideran valiosos (véase Rogoff 1993).
Según Wertsch (1993), respecto a la relación de cada dominio genético, Vi-
gotsky no aceptaba ni la interpretación recapitulacionista (es decir, la ontogenia
recapitula la historia cultural) ni la versión paralelista (esto es, leyes similares
rigen el desarrollo ontogenético y filogenético). Más bien él optó por una tercera
vereda en la que se acepta que cada dominio está gobernado por una serie de
principios y leyes específicas; lo que hacía falta, según Vigotsky, era encontrar
una explicación sobre cómo se interrelacionan dichos principios. Vigotsky tam-
bién reconoció que entre dominios puede haber ciertas semejanzas y paralelis-
mos, pero insistía que eran más destacables las diferencias.
Finalmente, antes de pasar a la sección de proyecciones al caso educativo,
expondremos algunos comentarios sobre otro de los conceptos medulares del
paradigma: la zona de desarrollo próximo (ZDP). Molí (1993) comenta que el con-
cepto tiene una importancia pocas veces interpretada en su exacta dimensión.
Por un lado, es un concepto que aparece en la última de las etapas del
paradigma vigotskyano descritas por Minick (1987); es decir, en la de los últimos
escritos de Vigotsky (véanse Vigotsky 1934, 1979). Esa etapa es en la que el
autor intentó concentrarse en el análisis del sujeto en el contexto de situaciones
concretas específicas.
Molí (1993) aduce que el concepto ZDP puede considerarse una prolongación
del método de doble estimulación el cual fue utilizado sistemáticamente en las pri-
meras etapas de desarrollo de la obra vigotskyana. Como ya se comentó, dicho mé-
todo fue muy usado para estudiar con cierta profundidad los procesos de media-
ción por signos realizados por sujetos individuales en contextos de investigación
experimental. Con el empleo del concepto ZDP, según Molí, hay un cambio de rum-
bo notable. A través del concepto de zona, cobró importancia también el estudio
de la mediación pero en contextos sociales; esto significa un viraje en el enfoque
que consiste en moverse del estudio de la mediación de signos hacia el estudio de
la mediación social. Continuidad y profundización, ni más ni menos. En el uso de
ambos métodos existía el firme propósito de analizar los procesos de cambio
ocurridos, en el primer caso de manera individual y en el segundo en la
interacción social (gracias a la ayuda de otro, en el plano de lo intersubjetivo).
Como se recordará, Vigotsky (1934, 1979) usa el concepto ZDP en un doble
contexto: en el plano de las relaciones entre la obuchenie78 (enseñanza y aprendizaje)
y el desarrollo psicológico, lo usó como un constructo crucial entre ambos, y en el
plano de la evaluación del desarrollo cognitivo, en el que propuso el constructo como
un instrumento conceptual para superar las limitaciones de los instrumentos de
evaluación estática que, a su juicio, sólo permiten valorar parcialmente el desarrollo
78
Este vocablo ruso significa enseñanza y aprendizaje a la vez; es decir, implica al que aprende, al que enseña y su
interacción (véanse Molí 1993, Oliveira 1996).
de los sujetos, puesto que se centran en determinar los productos acabados del
desarrollo y no los que están en proceso de evolución. Vigotsky (1979) define la ZDP
como:
Podemos decir, siguiendo a Colé y Scribner (citados en Wertsch 1988) que, en primera
instancia, cuando se habla del método genético en el paradigma de Vigotsky, éste no
se debe entender en el sentido típico de método de desarrollo infantil, sino en otro
mucho más amplio, es decir, como un planteamiento metodológico definitorio del
paradigma. Como ya señalamos en el punto anterior, su perspectiva genética
completa abarcaba en realidad varios dominios además del ontogenético. En este
contexto, en las investigaciones realizadas con el paradigma se utilizaron diversas
estrategias metodológicas y propuestas concretas de investigación, todas ellas
encaminadas en el sentido designado en el párrafo anterior. En particular, en la
ontogénesis, el dominio que ha sido más investigado a la luz de este paradigma, se
han propuesto tres métodos de gran potencialidad heurística (Wertsch 1988, Vigotsky
1979), a saber:
Desde la óptica de este paradigma, el alumno debe ser entendido como un ser social,
producto y protagonista de las múltiples interacciones sociales en que se involucra
a lo largo de su vida escolar y extraescolar. De hecho, las Funciones psicológicas
superiores son producto de estas interacciones sociales, con las que además
mantienen propiedades organizativas en común. Gracias a la participación en los
procesos educacionales sustentados en distintas prácticas y procesos sociales, en
los que se involucran distintos agentes y artefactos culturales, el niño-aprendiz
consigue aculturarse y socializarse (y así se convierte en miembro de esa cultura) y al
mismo tiempo se individualiza y desarrolla su propia personalidad.
Aunque en realidad, al principio y al final del hecho, los saberes o instrumentos
se encuentran distribuidos en un flujo sociocultural (manuales, libros, programas
computacionales, discos compactos, géneros discursivos, sistemas semióticos,
etc.) del que también forma parte el sujeto que aprende.
Por consiguiente, el papel de la interacción social con los otros (especialmente
los que saben más: experto, maestro, padres, niños mayores, iguales, etc.) tiene
importancia fundamental para el desarrollo psicológico (cognitivo, afectivo, etc.) del
niño-alumno.
De lo dicho en los párrafos anteriores pueden establecerse dos hechos sus-
tanciales: a) el alumno reconstruye los saberes, pero no lo hace solo, porque ocurren
procesos complejos en los que b) se entremezclan procesos de construcción personal
y procesos auténticos de coconstrucción en colaboración con los otros que
intervinieron, de una o de otra forma, en ese proceso (Wertsch 1993).
Los saberes de diverso tipo que inicialmente fueron transmitidos, compartidos y,
hasta cierto punto, regulados externamente y dispensados por otros,
posteriormente, gracias a los procesos de internalización, terminan siendo pro-
piedad de los educandos, al grado de que éstos llegan a ser capaces de hacer uso
activo de ellos de manera consciente y voluntaria (autónoma o autorregulada).
Como ya lo hemos insinuado, en la perspectiva vigotskyana también se con-
79
Esta última idea es importante porque, no pocas veces, algunos autores han malinterpretado el paradigma,
considerando que tiene tendencias «reproduccionistas» en las que se supone que el edu cando es un ser pasivo que
reproduce los saberes socioculturalmente valorados y está a expensas de la cultura en que nace y se desenvuelve.
También es justo decir que el paradigma ha puesto mucha más atención en el aprendizaje de lo ya construido
socioculturalmente, que en los aspectos creativos e innovadores de tipo personal por parte del sujeto (véase Baquero
1996).
sideran de muy alto valor los procesos de interacción que ocurren entre los
alumnos. En particular, resalta la afirmación de Vigotsky (1979) que señala que no
sólo los adultos pueden promover la creación de ZDP, sino también los iguales o
pares «más capacitados» en un determinado dominio de aprendizaje.
Los estudios sobre interacción entre iguales, en el marco de interpretación
vigotskyano, se han dirigido a dos situaciones: la coconstrucción o actividad con-
junta-colaborativa de tareas entre participantes con similares competencias
cognitivas, y las tutorías entre uno que sabe más y otro(s) que sabe(n) menos
(véase Tudge y Rogoff 1995). En el caso de la primera, se ha demostrado, de forma
sistemática, que la actividad colaborativa desarrollada con base en la
intersubjetividad creada conjuntamente por los participantes ha resultado muy
fructífera para solucionar tareas de diversa índole. Relativo al caso de la segunda, se
ha demostrado que las relaciones de tutoría entre niños más capacitados y otros que
lo son menos frente a una tarea determinada, producen resultados o avances
cognitivos significativos en los menos capacitados80 y también en los más capacitados
(véanse Tudge 1993 y Coll y Colomina 1990). En estos últimos trabajos, no obstante,
también se ha demostrado que intervienen otras cuestiones relevantes, como la
dificultad de la tarea, el grado de motivación de los participantes, el compromiso
asumido, la reciprocidad y la igualdad, entre otros, que es preciso considerar para
poder valorar la afirmación anterior en toda su extensión.
Según Tudge (1993) las investigaciones recientes sobre los procesos de inte-
racción entre iguales parecen interesarse cada vez más en cómo ocurren los pro-
cesos de interacción y cómo se llegan a establecer sistemas de compartición de
significados entre los pares participantes.
Lo que ha sido puesto de relieve en los trabajos sobre la interacción entre iguales
desde esta perspectiva, para comprender y mejorar los contextos de interacción, son
varias cuestiones que merece la pena mencionar. Primero, las actividades realizadas
por los miembros participantes terminan siendo una actividad conjunta, enriquecida
por las aportaciones activas de cada uno de los involucrados (sea en parejas o en
pequeños grupos). En las interacciones ocurridas entre iguales, se recrean zonas de
80
Sin embargo, como señalan Tudge (1993) y Tudge y Rogoff (1995), dado que la concepción del desarrollo de
Vigotsky no es unidireccional, también cabe la posibilidad, y de hecho se ha demostrado, de que las interacciones
entre iguales no produzcan resultados de avance cognitivo, sino incluso «re gresiones» en la complejidad de
respuestas de los participantes, en condiciones «en que los interlocutores, supuestamente más hábiles, se equivocan,
o cuando los adultos dudan de que el niño sea capaz de lograr un mayor desarrollo» (Tudge y Rogoff 1995, p. 111).
construcción relativas a la comprensión y solución de la tarea, que amplían las
posibilidades que los sujetos por sí mismos (individualmente) no tendrían. Segundo,
gracias a que el lenguaje es un instrumento mediador y posibilitador de las
interacciones, los miembros prestan, solicitan y reciben ayuda, mejoran y
reconstruyen la representación cada vez más diferenciada de la tarea o situación
acometida conjuntamente, en una relación bastante más simétrica que la que
ocurriría entre profesor (o enseñante adulto) y alumno. El lenguaje, como se sabe,
permite regular la ejecución de los otros e influir en ella, y además en la ejecución
interna de uno mismo. Por lo tanto, en esa relación más cercana y más horizontal
creada entre pares, cuando se crean las condiciones apropiadas (en las que
necesariamente tiene que intervenir el profesor como organizador y promotor externo
de las mismas), es posible el uso del lenguaje en todo su valor instrumental, ya sea si
se usa el lenguaje propio para influir sobre los demás, si se emplea el lenguaje de los
otros para influir en uno mismo, si se recupera el lenguaje creado colectivamente
para influir en el proceso de solución, o si es utilizando el lenguaje propio,
desarrollado sobre la marcha en la tarea, para influir en uno mismo (véase Coll y
Colomina 1990).
El profesor debe ser entendido como un agente cultural que enseña en un contexto
de prácticas y medios socioculturalmente determinados, y como un mediador
esencial entre el saber sociocultural y los procesos de apropiación de los alumnos
(véase Medina 1996). Así, a través de actividades conjuntas e interactivas, el docente
procede promoviendo zonas de construcción (Newman et al. 1991) para que el
alumno se apropie de los saberes, gracias a sus aportes y ayudas estructurados en
las actividades escolares, siguiendo cierta dirección intencionalmente determinada.
Su participación en el proceso educativo para la enseñanza de algún contenido o
saber curricular (conocimientos, habilidades, procesos, actitudes, instrumentos,
etc.) se plantea de inicio como una relación asimétrica con los alumnos. No podría
ser de otra manera puesto que el docente debe conocer el uso funcional de los
saberes e instrumentos culturales, y planear una serie de acciones que, junto con
las curriculares institucionales, tendrán por objeto promover el desarrollo de las
funciones psicológicas superiores en cierta dirección, y la apropiación del uso
adecuado de los instrumentos y saberes socio-culturales según la interpretación
específica de la cultura en que se encuentran insertos. En ese sentido, el
enseñante sabe, desde el inicio mismo del encuentro educativo con el alumno,
hacia dónde deberá dirigir los procesos educativos y tiene claras sus intenciones
educativas. Esto, por supuesto, no ocurre así con el aprendiz, quien tendrá que
percatarse de ellas progresivamente a través del diálogo (mecanismos de
mediación semiótica apropiados) y de las interacciones y experiencias compartidas
con el enseñante.
En una serie de trabajos realizados por Bruner, Wood y colaboradores (véase
Linaza 1984), se estudiaron con cierto detalle las características de la relación
asimétrica planteada entre un experto-enseñante y un novato-aprendiz. En su
explicación sobre cómo el novato llega a conocer o dominar los contenidos que el
enseñante le propone, emplearon un concepto metafórico que ha sido comúnmente
asociado a la idea de ZDP de Vigotsky. El concepto es el de andamiaje. Según esta
idea, el experto-enseñante, en su intento por enseñar determinados saberes o
contenidos (habilidades, conceptos o actitudes), crea un sistema de ayudas y
apoyos necesarios para promover el traspaso del control sobre el manejo de dichos
contenidos por parte del alumno-novato; es decir, en el proceso interactivo y
dialogante en que se basa la enseñanza, el experto-enseñante tiende estratégi-
camente un conjunto de andamies por medio de los cuales el alumno-novato va
elaborando las construcciones necesarias para aprender los contenidos. Baquero
(1996) señala que el andamiaje creado por el enseñante tiene tres características
esenciales que a continuación se describen:
a) Debe ser ajustable a las necesidades de aprendizaje del alumno participante. Así,
algunos requerirán apoyos (explicaciones, modelamientos, etc.) más simples,
mientras que otros necesitarán apoyos más complejos, dependiendo del nivel de
competencia inicial y progresiva que vayan demostrando los sujetos respecto del
contenido que va a ser enseñado.
b) Debe ser transitorio o temporal. Esto quiere decir que en los momentos en
que los alumnos ya no requieran el sistema de apoyos o ayudas propuesto por el
enseñante para el aprendizaje y dominio de los contenidos, dada su mejora
ostensible en el control y el manejo de ellos, deberán retirarse en forma
progresiva.
c) Debe ser explicitado (audible y visible) y tematizable. Esto es, que el alumno
tome conciencia de que en la realización y mejora de su aprendizaje ha ocurrido un
proceso de ayuda prestada por alguien que sabe más (el enseñante) y que, por
tanto, es producto de una situación colaborativa.81
Para tener un panorama más o menos general en torno a este concepto esencial en
el paradigma, presentaremos varios comentarios alusivos a tres aspectos
interrelacionados pero que, con fines de esta exposición, hemos separado de-
liberadamente: la relación entre desarrollo y aprendizaje, el aprendizaje como un
concepto de carácter esencialmente social e interactivo, y la relación entre este
concepto y el de ZDP.
Vigostky (1979) criticó los enfoques que, en su planteamiento sobre la relación entre
los procesos de desarrollo y el aprendizaje, proponían una solución reduccionista
aislacionista en la que se privilegiaba uno u otro. En ese sentido, él señaló, hacia
finales de los años veinte y principios de los treinta (época en que escribió este
texto), que podían identificarse claramente dos planteamientos: a) los que
mostraban cierta propensión a considerar el desarrollo o los procesos
madurativos como los conceptos determinantes en la relación con el aprendizaje,
de modo que este último simplemente iría por detrás de los logros conseguidos por
la propia dinámica del primero (según este enfoque, el aprendizaje no influye
decisivamente ni es un proceso externo a la dinámica de los procesos de desarrollo
espontáneos que son los que sí cuentan); frente a b) los que proponían que el
desarrollo debía ser visto como la simple acumulación de aprendizajes de
respuestas específicas y proponían así una identidad entre ambos, de modo que el
nivel de desarrollo dependía de la cantidad de repertorios de actividades
aprendidas.82
A juicio de Vigotsky, cualquiera de los tipos anteriores de reduccionismo
constituyen un error de aproximación grave y, desde su postura teórica, son inad-
misibles. De manera general puede decirse que aprendizaje y desarrollo establecen
una relación indisociable de influencia recíproca desde el momento mismo del
nacimiento del niño; esto es, en los contextos extraescolares y escolares.
82
Vigotsky señala como autor representativo del primer planteamiento a Piaget, de quien sólo co noció sus primeros
trabajos (principalmente los realizados sobre el pensamiento verbal), y cuyos trabajos de varias décadas después
sobre el paradigma no pudo conocer (iniciados a partir de la década de los cincuenta); en estos últimos se estudiaron
sistemáticamente las relaciones entre desarrollo y aprendizaje (véase el capítulo anterior). Como ejemplo del segundo
planteamiento, Vigotsky cita la postura de Thorndike, que conoció con cierta amplitud. Otro planteamiento diferente
de los dos citados es el suscrito por Koffka, quien propone una relación de influencia mutua entre los dos conceptos,
pero que, sin embargo, Vigotsky criticó por ser demasiado general. Hay que decir, de paso, que una de las críticas que
Vigotsky dirigió a este último autor fue que consideraba insostenible una teoría del aprendizaje independiente del
contenido, cuyos avances influyen en el desarrollo y son transferibles a diversos dominios (algo así como la teoría de
las facultades). Sobre estas críticas hay que decir, por qué no, que Vigotsky incluye en ellas varios comentarios
interesantes, adelantándose varias décadas en el tiempo, e instalándose de lleno en las querellas actuales sobre
estructuras generales en oposición a estructuras modulares, habilidades generales de aprendizaje o conocimiento en
oposición a habilidades específicas de dominios de aprendizaje; en las que se afilia, por supuesto, a las segundas.
Aprendizaje y desarrollo forman así una unidad (que no una identidad),
interpenetrándose en un patrón de espiral complejo (véase Brown y Reeve 1987).
Como señala Palacios (1987), lo que se puede aprender está en estrecha relación
con el nivel de desarrollo del niño; del mismo modo, el aprendizaje influye también
en los procesos de desarrollo y, especialmente, como veremos, en aquellas
circunstancias en que se ha logrado cierto grado de desarrollo potencial. No hay
aprendizaje sin un nivel de desarrollo previo y tampoco hay desarrollo sin apren-
dizaje (véase Pozo 1989).
Vigotsky siempre sostuvo que el aprendizaje específicamente humano es un
proceso en esencia interactivo. De hecho, como ya hemos señalado, él empleó
una expresión en ruso que hace alusión necesariamente a alguien que aprende,
pero al mismo tiempo a alguien que enseña (Oliveira 1996) (véase la nota 15 de
este capítulo). En Vigotsky (1979) se cita lo siguiente:
Por ello los animales son incapaces de aprender en el sentido humano del
término; el aprendizaje humano presupone una naturaleza social específica y un
proceso, mediante el cual los niños acceden a la vida intelectual de aquellos que los
rodean (p. 136, las cursivas son del texto original).
Nótese cómo en dicha aseveración se encuentran contenidos más o menos
explícitamente dos aspectos centrales: a) el papel de las interacciones sociales en el
aprendizaje con otros (que son los que saben más y enseñan) y b) que el aprendizaje
permite el acceso a la cultura en que se vive. Rogoff (1993) ha enfatizado estos dos
aspectos cuando propone el uso de la metáfora del aprendiz83 (apprenticeship} al
83
Resnick y Klopfer (1996) señalan que, históricamente, las familias y otros contextos como los apprenticeships
(contextos de aprendizaje de oficios, como sastrería o carpintería) surgieron antes que las instituciones escolares
como ámbitos en los que se preparaba a las generaciones nuevas en distintas habilidades y capacidades. En estos
contextos informales, los alumnos aprendían dichas habilidades y capacidades en situaciones reales de trabajo,
mientras que en las escuelas, por regla, difícilmente ocurre así. Sin embargo, dados los avances de las sociedades
occidentales, los contextos de apprenticeship son difíciles de recrear, pero algunos autores (Brown et al. 1989, Collins
et al. 1989) han dicho que es posible introducir varias características de esos contextos en los ámbitos escolares
(véase la nota 19, para una discusión al respecto). Así, las escuelas deberían proponer la creación de apprenticeships
cognitivos que tengan en cuenta las siguientes características: a) el apprenticeship cognitivo debe implicar el
enfrentamiento a problemas o tareas reales; b) el apprenticeship también implica la ejercitación de actividades
globales en prácticas contextualizadas, no simplemente la ejercitación de habilidades puntuales, extrapoladas de
actividades más complejas y de los contextos reales en que se emplean, y 4) el apprenticeship implica que los
aprendices se involucren activamente durante un tiempo considerable en la observación de las ejecuciones de los
más capaces, para inferir los criterios de desempeño adecuados que luego utilizarán para valorar sus propios logros.
cual señala que el aprendizaje es producto de las situaciones de participación
guiada84 en prácticas y contextos socioculturales determinados que están definidos
socialmente. Así, las situaciones de aprendizaje se sitúan en una práctica o en un
contexto particular, en el que ocurren los procesos de interacción con otros más
capacitados que proveen la ayuda y asistencia. Así, en este paradigma cambia la
unidad de análisis para el estudio del aprendizaje, el cual, para la mayoría de los
paradigmas y teorías más específicas, había estado puesto en el sujeto solo, como
un ente que aprende por sus propios medios, aislado de la influencia de otros y de
las prácticas socioculturales (véase Rogoff 1993).
Profundizando un poco más sobre las relaciones entre aprendizaje y desarrollo,
hay que destacar que Vigotsky enfatizaba el importante papel que desempeña el
aprendizaje como catalizador e impulsor de los procesos evolutivos. De acuerdo con
Pozo (1989), si nos basamos en la ley de doble formación enunciada por Vigotsky, el
aprendizaje entonces antecede temporalmente al desarrollo. Aquí cabe mencionar la
frase escrita por el propio Vigotsky y que se refiere a que el «buen aprendizaje» es
el que precede al desarrollo y contribuye de un modo determinante para
potenciarlo. Así, a diferencia de otros, en este paradigma se pone un énfasis
particular en lo externo (sociocultural) y se señala que el desarrollo ocurre siguiendo
una trayectoria esencial de «afuera hacia adentro» (véase Oliveira 1996, p. 51).
Esto sólo es posible a través de la creación deliberada de zonas de desarrollo
próximo, por parte del enseñante, como elemento central del acto de enseñanza-
aprendizaje. Hay que hacer una precisión en las relaciones entre aprendizaje y
desarrollo, en favor del primero: el desarrollo va a remolque del aprendizaje. El
aprendizaje entonces actúa como elemento potenciador de ciertos elementos y
procesos en el desarrollo, que están en vías de evolución pero que aún no han
terminado de madurar (lo que determina su nivel de desarrollo potencial), y que sólo
se manifiestan gracias a la actividad que se realiza con otro que, estratégicamente,
conduce el acto a través de un sistema de andamies o ayudas («tendiendo
puentes», creando estructuras de significados compartidos y por ende
intersubjetivos); poco a poco, estas actividades realizadas gracias a la intervención
de los demás serán internalizadas, formarán parte del desarrollo real del niño, y se
84
Rogoff (1993) entiende por participación guiada lo siguiente: «Planteo el concepto de participación guiada para
sugerir que tanto la guía como la participación en actividades culturalmente valiosas son esenciales para poder
considerar al niño como un aprendiz del pensamiento. La guía puede estar implícita o explícita, y el tipo de
participación puede variar, ya que los niños o sus cuidadores son responsables del modo en que ésta se organiza» (p.
31).
manifestarán sin problemas cuando él actúe aisladamente.
Lo anterior quiere decir, traducido al campo didáctico, que las experiencias ade-
cuadas de aprendizaje deben centrarse no en los productos acabados del desarrollo
(nivel de desarrollo real), como podría afirmarlo cualquier autor que se suscribiera al
primer planteamiento de los dos descritos, sino, especialmente, en los procesos en
desarrollo que aún no acaban de consolidarse (nivel de desarrollo potencial), pero que
están en camino de hacerlo. En resumen, la instrucción escolar debería preocuparse
menos por las conductas o conocimientos «fosilizados» y más por los que están en
proceso de cambio. Como han señalado algunos, la ZDP es un diálogo entre el niño y su
futuro, entre lo que es capaz de hacer hoy y lo que será capaz de hacer mañana, y no
entre el niño y su pasado (véase Del Río y Álvarez 1990).
Gran parte de las estrategias y técnicas de enseñanza que los vigotskyanos y neo-
vigotskyanos proponen se fundamentan en la creación de ZDP con los alumnos,
para determinados dominios y actividades de conocimiento (véase, por ejemplo,
Gallimore y Tharp 1993). Se supone que el profesor debe ser un agente experto
encargado de mediar la situación de encuentro entre el alumno y los contenidos
socioculturales que forman parte de los currículos escolares. En ese sentido, el
profesor deberá construir un contexto de aprendizaje en conjunción, desde luego,
con los alumnos, para aproximar el conocimiento particular, y manejar pro-
cedimientos instruccionales óptimos que faciliten la negociación de las zonas.
Hay que tener presente que la creación de las ZDP ocurre siempre en un contexto
de interactividad entre maestro-alumno(s) (experto-novato(s) en general), y el
interés del profesor consiste en trasladar al educando de los niveles inferiores de la
zona a los superiores, «prestándole» el grado necesario de asistencia por la vía de
situaciones de estructuración de andamiaje, y guiándolo con una sensibilidad muy
fina (y una evaluación formativa constante), para valorar los niveles de desempeño
alcanzados paulatinamente por los alumnos. Esta situación de traspaso se debe
estructurar de tal manera que se procure la cesión de la responsabilidad y el control
en el desempeño de la tarea o del contenido por aprender. Esto es, lo que el alumno
al inicio no era capaz de realizar o entender por sí solo, y en cambio si podía
realizarlo con la ayuda del maestro (actividad exorregulada), posteriormente llega a
ser capaz de desarrollarlo o entenderlo por sí mismo sin necesidad de la ayuda
previa (actividad autorregulada).
Con base en distintos trabajos referidos al tema, Onrubia (1993) señala una
serie de criterios de intervención para que la ayuda asistida proporcionada en la
construcción conjunta de ZDP desemboque, verdaderamente, en aprendizajes
significativos en los alumnos. Algunos de los criterios aportados por este autor son
los siguientes:
Hemos llegado al final de este texto, pero antes de darle cierre quisiera dejar plan-
teados, para su reflexión, algunos comentarios que me parecen insoslayables
respecto de varias de las problemáticas abordadas en el mismo.
Una segunda cuestión en torno a la cual merece la pena hacer una larga refle xión
es el problema de la posible integración, conjunción, o como quiera llamársele, de
algunos de los paradigmas vigentes, para su posible utilización en el discurso teórico
y práctico de la disciplina psicoeducativa. Los grandes paradigmas que hemos
descrito en este texto —que por cierto, según nosotros, son los que mayores logros
y ejercicio intelectual y práctico han conseguido en la psicología educativa— se han
tratado de exponer en solitario; sin embargo, no pocas veces se ha intentado ver
entre algunos de ellos cierta convergencia, coincidencia o concatenación parcial y
total que ha llevado a postular la tentadora idea de una mezcla o hibridación más o
menos afortunada. Quisiéramos, al respecto, sin intentar agotar el tema ni
mucho menos, hacer algunos señalamientos de las posibles vicisitudes que
pueden afrontar tales tipos de planteamientos.
Hay que señalar, antes de ello, un planteamiento opuesto que no es raro
que se presente en nuestra disciplina como en tantas otras; a saber: el
dogmatismo. Esta actitud consiste en aceptar un sólo paradigma a ultranza,
sin escuchar las aportaciones conseguidas o las impugnaciones que le son
dirigidas desde otros paradigmas; el dogmatismo conduce, no pocas veces, a
una situación hiperortodoxa en la que sólo se acepta como válido lo que el
paradigma al que se es adepto suscribe, porque se ha firmado ya una carta
de renuncia inapelable a todos los restantes. Al asumir esta postura, se
pueden cometer los yerros típicos de «absolutizar» un paradigma
extralimitándolo en sus funciones explicativas y forzándolo a adoptar nuevos
planteamientos cuando, sin embargo, el paradigma ya no da para más (véase
Coll 1996). Así también, el paradigma-dogma sufre de una especie de «delirio
paranoico» y se defiende de todo lo que desborde los límites de una forma
unívoca de interpretación; es decir, los adeptos que viven en el dogmatismo se
vuelven puristas y tratan a quienes hacen una interpretación más libre de sus
supuestos teóricos o metodológicos (ya sea por cierta convicción o por el
deseo de tratar de enriquecerlos con evidencia empírica o teórica de otras
fuentes) como traidores del movimiento. La actitud dogmática que se asume
en pro de un paradigma puede resultar muy perniciosa para el desarrollo de
cualquier disciplina. Los dogmatismos cierran muchas puertas y abren muy
pocas, por las que sólo pueden transitar «los iniciados».
Ya en el terreno propiamente dicho de los posibles intentos de integración,
podemos distinguir al menos dos variantes. En primer término se encuentran
los planteamientos ingenuos de simple adición o yuxtaposición de varios para-
digmas de una disciplina o, al menos, de algunas o varias de sus ideas
teóricas y/o metodológicas. Esta adjunción, que podría llamarse sin
menoscabo eclecticismo epidérmico, sólo se afana por conjuntar lo que
resulta valioso de uno o más paradigmas con base en criterios de selección
que muchas veces se deben a cuestiones superficiales intuitivas y, en otras, a
razones pragmáticas o utilitarias («lo que me sirve»). Se formulan así mezclas,
listados o recetarios acríticos en los que no se vislumbra claridad conceptual
integracionista sólida —muchas veces ni siquiera se pretende— ni se cae en la
cuenta de las profundas contradicciones en las que se puede uno entrampar si
se procede de este modo. Este tipo de eclecticismos influyen negativamente
en el desarrollo de la disciplina.
Otros, con un afán un poco más teórico, buscan una integración o conjun-
ción atendiendo y seleccionando aquellas aristas de varios paradigmas que a
su juicio son valiosas, sea porque convergen (epistemológicamente,
teóricamente o por medio de la evidencia empírica que los sostiene) o porque
se juzga que entre ellos puede darse cierta complementación, y se descartan
las demás cuestiones en que son divergentes (por razones del mismo tipo).
Este planteamiento integracionista tiene mayor profundidad que el anterior y
es más sostenible por varias razones. Una gran parte del trabajo que no se
hace en casi ninguna de las disciplinas que se han desbordado en su corpas
teórico-conceptual, debido a las numerosas aportaciones producto de los
trabajos de investigación, es la de atar cabos poniendo límites y orden a todo
ese mare mágnum de hechos y de ideas. Sin embargo, esta cuestión tampoco
es una tarea sencilla y requiere una tematización concienzuda y profunda de las
teorías y de los paradigmas de que se esté hablando. También, la integración de
ideas o marcos de varios paradigmas puede resultar muy beneficiosa para la
disciplina en que se incluyan, porque engendra una línea, un modelo o un
paradigma que abre nuevas perspectivas heurísticas y teóricas que antes no se
tenían cuando funcionaban separadas.
Sin embargo, no debe olvidarse que algunos obstáculos comunes de prác-
ticamente todos los intentos de integración superficiales y profundos son los
siguientes: a) el aparente paralelismo y la convergencia logrados entre ideas, con-
ceptos y explicaciones de paradigmas diversos, muchas veces encubre contradic-
ciones si nos fijamos detenidamente en sus postulados teóricos, epistemológicos y
ontológicos más generales; b) también es posible que las ideas extraídas, y por
tanto descontextualizadas, de los paradigmas que se pretende integrar pierdan su
valor explicativo dentro del supuesto esquema integrador; c) otra cuestión im-
portante es que el tipo de criterios esgrimidos para fundamentar la integración
pueden ser demasiado vagos, de modo que a veces se incluye prácticamente todo
en la misma; d) lo inverso al punto anterior, criterios demasiado rígidos pueden
dejar fuera muchas ideas que sí son conciliables o integrables; e) una última
cuestión importante es el problema de establecer ciertos criterios o reglas para
conferir a la integración la coherencia de un sistema (para una discusión al res-
pecto, véanse Castorina 1994; Coll 1990b, 1996).
Muchas veces el amasijo de problemas en los que se puede caer, por realizar
dichas prácticas eclécticas o integradoras, nos ha llevado a rehuirlas y a darles la
vuelta porque se considera, ya sea una tarea que pretende romper con dogmatis-
mos a los que son afectos una buena parte de los partidarios de los paradigmas, o
porque se nos presenta como una opción poco válida que afecta nuestro decoro e
inteligencia. No se logra percibir el posible valor heurístico, de reflexión y de crítica
que puede potenciarse (sobre todo, de los planteamientos integracionistas) a través
de ellos. En tal sentido, valdría la pena afrontarlo, como ya lo han hecho algunos,
tomando precauciones y calculando objetivamente los riesgos (epistemológicos,
teóricos y prácticos), porque la disciplina psicoeducativa no tiene aún un paradigma
que logre explicar todas las situaciones educativas (aunque algunos son más
potentes que otros) y, hasta cierto punto, requiere un marco o marcos orientativos
e integradores que apunten a nuevas problemáticas de investigación, que logren
ampliar los horizontes de diálogo entre paradigmas, que provean los medios de
interpenetración en sus discursos, o, por qué no, que originen nuevos paradigmas
tal vez más potentes que sus antecesores. No hay que olvidar que la psicología de la
educación, al fin y al cabo, es una disciplina aplicada y que, en buena medida, su
campo de interés central requiere saberes prácticos y prescriptivos que repercutan
sensiblemente en los diversos escenarios educativos, terreno en el cual las posturas
eclécticas, y sobre todo las integracionistas, no resultan tan deleznables como en
otros contextos (aunque también hay que tomar precauciones con ellas).
La situación de pluriparadignlaticidad que tanto hemos defendido en el texto como
una característica distintiva de la psicología en general, y de la psicología de la
educación en particular, es ciertamente un «estado de madurez», pero ¿hacia
dónde nos llevará? ¿Tendremos simplemente que conformarnos con la aparición,
por diferenciación de los grandes, de otros nuevos y cada vez más miniaturizados
paradigmas?, o será posible procurar el surgimiento de otros que se originen más
bien por las vías del análisis crítico de las contradicciones o de la cuidadosa
integración por completamiento o convergencia (tareas, por cierto, mucho más
difíciles que la anterior) de ideas provenientes de paradigmas psicológicos o
psicoeducativos, o de disciplinas aledañas, como la antropología de la educación, la
sociología de la educación, la pedagogía, las didácticas específicas, etc. ¿Debemos
buscar el equilibrio entre las tendencias que fuerzan a la fragmentación y la
dispersión y las que tienden al holismo? ¿Debemos optar por alguna de estas
opciones, o por ninguna y hay que buscar otra?
Otra cuestión que también debe destacarse es el papel o la influencia que tienen los
paradigmas en su materialización en determinado país o en determinadas zonas
geográficas. No hay que desdeñar, y en el capítulo 3 ya los señalába mos, la
importancia de los llamados «factores externos» (factores sociales, políticos,
culturales) que muchas veces hacen que los paradigmas psicoeducativos se
eternicen en determinadas universidades, sistemas educativos, o en los distintos
medios de publicación que usa la disciplina, como son los congresos y las revistas
especializadas (véanse Fourez 1994, Carpintero y Tortosa 1990, Tortosa et al. 1990).
Los paradigmas se entronizan y establecen alianzas con grupos de poder, de este
modo obtienen presencia política, la cual puede influir poderosamente en el
desarrollo de la disciplina en un país; gobiernan, frente a los otros, en lo académico
y en lo político con una actitud que muchas veces raya en lo autoritario y lo
despótico. De ello hay muchos ejemplos, algunos más que evidentes en la historia
de la disciplina psicoeducativa de diversos países. Los grupos de poder, formados
por partidarios de cierto paradigma hegemónico en cierto contexto histórico, se
aferran a no abandonar sus puestos de poder en las distintas instancias que se
emplean en la disciplina para que ésta se exprese y divulgue, lo cual, reiteramos,
resulta decisivo respecto al curso que va tomando la disciplina en dicho contexto
sociohistórico. Estos grupos luego van formando a sus sucesores y se constituyen
en una dinastía que vive del dogmatismo y la descalificación de otros paradigmas.
Los puestos de poder académico se vuelven puestos políticos de gestión y
administrativos, y quienes los detentan se erigen como censores de las
comunidades en las que, arbitrariamente, sólo admiten determinados tipos de
expresiones científicas (ya sea porque abordan una problemática determinada,
porque lo hacen según cierta prescripción o sesgo metodológico, etc.) en revistas
o en congresos. Es necesaria una historia externalista profunda —que atienda a
dichos factores externos como elementos de explicación— de los desarrollos de los
distintos paradigmas y de los colegios invisibles que se gestan y reproducen en su
seno, para comprender integralmente su naturaleza e influencia en la disciplina
psicoeducativa (véase Caparros 1990).
Como ya quedó establecido en el texto, durante la mayor parte de este siglo en los
paradigmas con implicaciones educativas, prevaleció una aproximación de
extrapolación que redundó en cierto distanciamiento de la realidad educativa en
los ámbitos teórico, metodológico y tecnológico. Como consecuencia, se
consideró que en la disciplina prevalecía un conocimiento con escasa validez
ecológica, el cual hacía difícil su introducción y uso para la resolución de las
distintas problemáticas educativas. Desde hace algunas décadas los plantea-
mientos teóricos y metodológicos, que se propusieron desde casi la totalidad de los
paradigmas psicológicos con implicaciones educativas (y como consecuencia de
los nuevos discursos psicoeducativos que luego dieron origen a los paradigmas de
segundo orden), paulatinamente han reducido la distancia entre su discurso y la
realidad educativa, en la medida en que sus propios planteamientos se lo
permiten. Sin embargo, es necesario que dichas propuestas de mayor búsqueda
de interacción y contextualización de los paradigmas con las prácticas y el
discurso educativo se fortalezcan. Muy probablemente, la forma en que los
paradigmas afronten esta cuestión (p. ej. con mecanismos de ajuste y
depuración, con apertura de canales recíprocos) y cómo la incorporen en sus
propios planteamientos epistemológicos, teóricos, metodológicos y proyectivos
determinará, en buena medida, su vigencia y su función teórico-práctica dentro
de la disciplina educativa. Aquellos que sigan manteniendo ese alejamiento,
porque sus características intrínsecas epistemológicas, teóricas, etc., no les per-
mitan nada más, difícilmente tendrán un lugar protagónico en la situación futura
de la disciplina.
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