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Limonov

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A los demás les

da igual
Glob de crítica socio-cultural

“Limónov” de Carrère: “live


fast die young” a la rusa Editar esta
entrada

Publicado en septiembre 3, 2013 por jciguela


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“Formo parte de la gente que no está perdida en ninguna parte. Voy


hacia los otros, los otros vienen hacia mí. Las cosas encajan de modo
natural“
Eduard Limónov
Limónov no es un personaje de ficción, es muy real. Una vez más desde
que publicara aquél impresionante retrato biográfico del asesino múltiple
J. C. Romand en “El adversario”, Carrère se aventura en la tarea de
escribir una biografía pseudo-novelada, esta vez de Eduard Limónov.
Desconocido para gran parte del público, Límonov es ahora un escritor
ruso dedicado al activismo político en su país, pero en todo el transcurso
de su vida anterior ha sido muchas otras cosas: delincuente juvenil, poeta
clandestino y disidente político en la URSS, vagabundo en las calles y
moteles de NY, en parques donde se dejaba sodomizar por negros (“Al
poeta ruso le gustan los negrazos” se titula una novela suya), amante fiel
de ninfómanas y drogadictas, mayordomo de un millonario en
Manhattan, novelista de culto, poeta de moda en París, guerrillero en los
Balcanes del lado de los serbios, fundador de un partido político
bolchevique de disidentes e inadaptados (nasbols), activista
y preso político en gulags, dandi de estética punk, amante tardío de la
mística y la meditación, etc.
En cierto sentido se encuentra en la línea entre el héroe y el anti-héroe, si
es que se puede hablar en esos términos en una una sociedad
desencantada como la nuestra. Limónov es de ese tipo de personas que
van performando su propia vida, siendo en cada momento algo distinto
de lo que fueron en el anterior, con el único objetivo de vivir tan
intensamente que los demás no puedan pasar con indiferencia a su lado.
En ese sentido el personaje resume todo el siglo XX, y el comienzo del
XXI: tiene el brío vitalista y la voluntad de poder de la era de las Guerras
mundiales (“We want war, peace is death” p. 250); tiene esa atractiva
confusión de lo estético y de lo místico, el desprecio por la racionalidad y
la técnica propio del hipismo 60s; tiene también hiper-interiorizado el
ideal del éxito, al que llega por el camino inverso, el del “fracasado”,
siempre auténtico; y tiene también el afán tan contemporáneo por la
exposición pública de la propia vida, por el reconocimiento, el deseo de
ser el protagonista de un Gran hermano en el que él tiene el papel
principal y el mundo entero, dividido entre partidarios y enemigos, es el
público.
Es por todo ello por lo que se convierte a ojos del lector en alguien que
despierta una curiosidad abrumadora, y también cierta inquietud, la
inquietud que supone todo agravio comparativo. Me explico: leyendo su
vida, y se intuye que le sucede lo mismo a Carrère, uno siente haber
visto pasar un poco la suya desde la barrera, demasiado sumido en la
búsqueda de seguridades y estabilidad y muy lejos de los peligros y
heroicidades que conforman la vida del héroe. De Limónov, por ejemplo,
de quien desborda su (hiper)actividad vital, el hecho de no ha esperado
desde el sofá y ante un televisor a que las cosas “le ocurran”, sino que ha
estado en permanente búsqueda, sin excusas y sin remilgos,
prácticamente también sin “conciencia moral” (o con una muy selectiva),
en permanente lucha para ser quien quería ser en cada momento de su
vida (principalmente por ser escritor). El libro es también prolífico en la
explicación de los riesgos que una vida en plan Sid Vicius supone:
numerosas pérdidas, hundimientos en el fondo de la condición humana,
adicciones, la soledad de una celda, el fracaso y la negación… Pero nada
de ello modifica la sensación primordial, pues para Limónov todo ello no
supone sino nuevos impulsos para proseguir la búsqueda. Por poner un
ejemplo: la estancia en una de las cárceles más duras de Rusia (en la que
sólo les dejaban tener un televisor, precisamente por ser éste el mejor
medio para aborregarles) le sirvió para escribir sus mejores libros,
convirtiéndose así en el nuevo Dostoievsky de Rusia, el escritor que
conoce las ruindades de la naturaleza humana, concretadas en los presos,
y que las muestra al público con genialidad. Le permite también
introducirse en el mundo de la meditación y, según relata, llegar en una
ocasión al Nirvana (p. 374). En definitiva, le sucede todo lo que un ser
humano puede temer excepto la muerte, y todo ello lo introduce en una
caja negra de la que sale un personaje istriónico e interesante y fantásticas
novelas de culto.

Cierto es que, sobretodo hacia el final, se produce cierta desmitifación del


héroe, obsesionado al fin y al cabo por cómo aparece ante el mundo, por
qué pensarán los demás, por aparecer siempre firme, como un guerrero
tibetano. En fin, que hacia el final se parece mucho menos a Vicius que a
Iggy Pop, antaño punkarra que ahora anda haciendo anuncios para
multinacionales (ver video). Al fin y al cabo es humano, tiene sus
debilidades (algunas no muy novelescas), lo cual introduce ciertas dudas
al propio Carrère de como terminar el libro sin incurrir en excesivas
paradojas. Pero eso ya lo debe descubrir el lector. Como tantas otras cosas
del libro, como la propia posición que adopta Carrére ante su
interlocutor (en realidad el libro es también una autobiografía de quien lo
escribe), pues con él lo que busca es también encontrar su lugar en la
propia historia de Limónov y la del mundo contemporáneo. Y es
también un libro sobre la historia reciente de Rusia, de un pueblo que ha
ido encadenando diferentes formas de autoritarismo y autoperpetuación
en el poder: la del Zar, la del comunismo soviético y también esa peculiar
“democracia” rusa que es una explosiva mezcla de capitalismo salvaje,
mafia callejera y persecuciones políticas (¿recuerdan a Ana
Politkóvskaia?). De ahí las paradojas, como la frase de Putin que da
comienzo al libro: “El que quiera restaurar el comunismo no tiene
cabeza; el que no lo eche de menos no tiene corazón“.
Uno descubre también que aquella famosa frase atribuida a Orwell -”Si
el partido lo exige, un auténtico bolchevique está dispuesto a creer que lo
negro es blanco y lo blanco negro”-, no es suya, sino de Piatakov,
compañero de batallas de Lenin (p. 198.). Y uno reconoce igualmente en
Limónov el deseo, la necesidad más bien, de escribir: El libro de los
muertos, en el que habla de todas las personas cercanas a las que vio
morir en las circunstancias más dispares; El libro de los mares, en el que
habla de los mares en los que ha mojado su trasero; Diario de un
fracasado, Anatomía de un héroe, y así indefinidamente. Es decir, se
manifiesta permanentemente ese impulso que tenemos todos de registrar
nuestro paso por este mundo extraño y complejo, de escribir sobre él.
¿Quién no ha dicho alguna vez: debería escribir sobre esto que me ha
pasado? ¿quién no tiene en su baúl de infancia un diario inacabado, casi
siempre vergonzante, de cuando tenía 13 años? En definitiva: el libro es
un buen modo de comprender porqué alguien se lanza a la aventura, sea
la de vivir o la de escribir (lo mismo vale para cualquier otro registro: la
fotografía, la filmación, la música…); y si uno no tiene el talento para
conseguir que lo que escribe llegue a una librería, como nos pasa al
común de los mortales, al menos merece la pena leer las historias de
aquellos que sí lo consiguen, como Limónov y el propio Carrère, y
deleitarse viendo como en estos tiempos extraños la ficción es menos
verosímil que la realidad. Pues esta historia es, según dicen, muy real.

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