En Los Pasos de Jesús 2017B PDF
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DE JESÚS
EDIR MACEDO
M141P
MACEDO, OBISPO, 1945
EN LOS PASOS DE JESÚS / OBISPO MACEDO
MADRID: C.C.E.S, 2017. 1ª ED. AL CASTELLANO
136 P. ; 20 CM.
ISBN 85-7140-336-8
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Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 05
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 07
El origen del caos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 09
Diez pasos rumbo a la Salvación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
El conocimiento de la Palabra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
La oración . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
El perdón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
La sumisión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
La discreción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
El ayuno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
Los diezmos y las ofrendas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
El origen de la Santa Cena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69
El bautismo en las aguas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
El Espíritu Santo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83
En bautismo en el Espíritu Santo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
Los frutos del Espíritu Santo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
El demonio y las lenguas extrañas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103
Los dones del Espíritu Santo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
A mi hermana Elcy,
que plantó la Semilla
en nuestros corazones.
PRÓLOGO
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«Tu fe te ha salvado» fue lo que el Señor Jesucristo dijo a quien
salió a Su encuentro buscando la sanidad de su cuerpo y que re-
cibió, además, la sanidad más importante: la del alma. Sí, es por
la fe que depositamos nuestra esperanza en el futuro: la salvación
del alma, la resurrección del cuerpo, la vida eterna, la corona de
gloria y un cuerpo glorificado semejante al de nuestro Señor Je-
sucristo.
Es por la fe que vivimos cada día; es por la fe que hacemos mila-
gros; es por la fe que Dios atiende nuestras peticiones.
Nos faltaría espacio para enumerar más conceptos sobre la fe,
que es la que debe impulsar nuestro corazón y caminar con noso-
tros a lo largo de nuestra vida como una llama inextinguible en el
santuario de nuestra alma.
LOS EDITORES
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Es, por todo esto, que elaboramos este trabajo que, sin duda, pro-
porcionará a los lectores una mayor capacidad y discernimiento
espiritual para su desarrollo en la gracia y el conocimiento del
Señor Jesucristo y de Su Santa voluntad.
«Bienaventurado aquel que procura presentarse a Dios aproba-
do, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien
la palabra de verdad» (2 Timoteo 2:15).
EDIR MACEDO
Nuestro gran deseo es, a través de esta obra, sacar a la luz el ver-
dadero motivo por el que tantas personas sufren y hacen sufrir a
otros en este mundo, mostrar la salida para diversos problemas y,
sobre todo, despertar la fe del lector, para que pueda disfrutar de
todos sus derechos delante del Dios Padre, a través del nombre
del Señor Jesucristo y por obra y gracia del Espíritu Santo.
En el libro de Génesis podemos leer algo que, a simple vista,
podría parecer incoherente, pues el primer versículo afirma que
Dios creó los cielos y la tierra y, el segundo, que la tierra esta-
ba desordenada y vacía. Quizás usted se pregunte: ¿Cómo pudo
Dios haber creado algo desordenado y vacío? Y si así lo hizo,
¿por qué?
La verdad es que cuando Dios creó los cielos y la tierra eran tan
perfectos como Él. Esto resulta obvio, dado que de la obra de
Sus manos no puede salir nada defectuoso, pues Él es Dios y no
hombre. Para Él no hay límites, debido a sus atributos de omni-
potencia, omnipresencia y omnisciencia.
«Alaben ellos el nombre del Señor, porque sólo su nombre es
exaltado; su gloria es sobre tierra y cielos» (Salmos 148:13).
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Jamás podremos encontrar en Él ninguna imperfección pues,
como está escrito:
«¿Quién midió las aguas en el hueco de su mano, con su palmo
tomó la medida de los cielos, con un tercio de medida calculó el
polvo de la tierra, pesó los montes con la báscula, y las colinas
con la balanza?
¿Quién guió al Espíritu del Señor, o como consejero suyo le ense-
ñó? ¿A quién pidió consejo y quién le dio entendimiento? ¿Quién
le instruyó en la senda de la justicia, le enseñó conocimiento, y le
mostró el camino de la inteligencia?
He aquí, las naciones son como gota en un cubo, y son estimadas
como grano de polvo en la balanza; he aquí, El levanta las islas
como al polvo fino. El Líbano no basta para el fuego, ni bastan
sus bestias para el holocausto.
Todas las naciones ante El son como nada, menos que nada e
insignificantes son consideradas por El. ¿A quién, pues, aseme-
jaréis a Dios, o con qué semejanza le compararéis?»
(Isaías 40:12-18).
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«Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme
a nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar,
sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra,
y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra. Creó, pues,
Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón
y hembra los creó»
(Génesis 1:26-27).
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Esto puede explicar que algunos poseídos tengan el deseo de
vivir en un estado de desnudez, tener pensamientos depravados
(Lucas 8:27) y visitar lugares impuros.
La naturaleza viciosa y vil de los demonios quedó demostrada en
el deseo que tuvieron de entrar en los cerdos (Marcos 5:12) y en
la proclamación del amor libre, con la destrucción moral de una
sociedad ordenada (Romanos 1:24).
Además de su inteligencia sobrehumana y de su moral viciosa,
los demonios, poseen una fuerza asombrosa y pueden causar todo
tipo de males en el cuerpo humano como:
No hay razón para pensar que el diablo y sus ángeles han dejado
de actuar en la actualidad como lo hacían en los días de los após-
toles. El apóstol Juan escribió que el mundo entero «está bajo el
poder del maligno» (1 Juan 5:19).
En el texto sagrado original encontramos la idea de que «todo
el mundo yace adormecido en el sueño del maligno». Satanás,
conforme a las enseñanzas de Jesucristo, actúa como un padre
para aquellos que le pertenecen pero como un padre destituido
de misericordia (Juan 8:44). Asimismo, Satanás es reconocido
como el rey y dios de este siglo. Su reino es el de las tinieblas y
la muerte (Hebreos 2:14; Judas 1:9). Un reino espiritual maligno
que opera en los hijos de la desobediencia, cegando los ojos del
entendimiento para que no comprendan la verdad de la salvación
que hay en Cristo Jesús (Efesios 2:2-3; 2 Corintios 4:3-4; 1 Juan
3:10; Juan 12:31; 14:30; 16:11; Hechos 26:18).
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La furia de Satanás está especialmente dirigida a la Iglesia de
Cristo, pues:
w Sus demonios intentan destruirla por todos los medios.
(Mateo 16:18).
w Intentan impedir que las personas acepten la Palabra de Dios.
(Lucas 8:12).
w Diseminan doctrinas erróneas. (Mateo 13:25; 1 Timoteo 4:1).
w Provocan persecuciones contra el Reino de Cristo. (Apocalipsis
12:7).
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18 EN LOS PASOS DE JESÚS
II. DIEZ PASOS RUMBO
A LA SALVACIÓN
PRIMER PASO
Aceptar de corazón al Señor Jesús como único Salvador.
Aceptar a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador implica algo
más que una simple decisión mental. Aceptar, en el sentido bí-
blico, significa creer, confiar y seguir. Son muchos los que dicen
haber aceptado al Señor Jesús pero sus vidas no se corresponden
con la decisión tomada. Cambian Su nombre por otro y no de-
positan su fe en Él, se someten a los «santos» y depositan toda
su confianza en ellos. Incluso dicen que Dios es bueno y que el
diablo no es tan malo pero, en realidad, están haciendo la volun-
tad de Satanás.
Esas personas nunca podrán ser liberadas actuando de esa mane-
ra, ya que Dios no es un Dios de confusión. El verdadero segui-
dor de Jesús no puede estar entre el sí y el no, es decir, no puede
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estar entre dos pensamientos ni puede servir a dos señores a la
vez. Esto es absurdo a los ojos de Dios. Nadie puede estar en la
Luz y en las tinieblas a la vez, pues la Luz disipa las tinieblas.
Aceptar al Señor Jesús significa abandonar la vida antigua, darle
la espalda al pecado y someterse a Jesús a través de Su Palabra.
Significa negarse a sí mismo, tomar nuestra cruz e ir tras Él. Si
hace esto estará preparado para todo, ya sea enfrentarse a mil y
una barreras o resistir al mundo entero; no le será difícil.
Imagínese a sí mismo en un pequeño barco naufragando en un
mar tempestuoso sin nadie a su alrededor que le pueda ayudar.
De repente, aparece un barco grande y alguien le extiende la
mano. Sin duda cogerá esa mano aunque no conozca a la persona
y le estará siempre agradecido por haberle salvado de una muerte
segura. Eso es lo que hace el Señor Jesús con nosotros. Aunque
alguien no Le conozca bien, Su mano está siempre extendida
para librarlo de la muerte. Acéptelo como su Señor y Salvador y
agárrese a Su mano para ser liberado totalmente.
SEGUNDO PASO
Participar en las reuniones de liberación.
Participar en las reuniones de liberación de nuestra iglesia es un
factor muy importante para aquellos que, de manera sincera, de-
sean tener una nueva vida apartada de la influencia de los espí-
ritus malignos.
Hay demonios que no se manifiestan en las primeras reuniones
porque se quedan esperando, fuera de la iglesia, a que la persona
salga; o en su propia casa, por estar estos lugares «cargados».
También hay casos en los que la persona es codiciada por cente-
nas de demonios que luchan entre sí para disputarse el dominio
del poseído.
No tenga duda de que el diablo nunca se quedará satisfecho de
perder una batalla, al contrario, estará siempre intentando volver
a la vida de la persona, por lo que el liberado no debe dejar de
asistir a las reuniones de liberación de la iglesia.
CUARTO PASO
Andar en santidad.
La palabra «santo» significa, en su acepción bíblica, «separado».
Nadie puede pretender ser libre del dominio de Satanás y de los
espíritus malignos si continúa haciendo su voluntad. Aquel que
quiera servir a Dios debe vivir según Su voluntad, como dijo el
apóstol Juan: «aquel que está en Cristo debe andar como Él an-
duvo». Es decir, debe de haber una conducta santa e irreprensible
por parte de aquel que desea seguir a Jesús.
Si usted, estimado lector, desea de verdad la salvación, no admita
ningún tipo de vínculo con el diablo. Ande con la cabeza bien
alta, sin tener de qué avergonzarse, sométase a Dios y apártese
del mal por libre y espontánea voluntad.
QUINTO PASO
Leer la Biblia diariamente.
«Lámpara es a mis pies tu palabra, y luz para mi camino» (Sal-
mos 119:105).
No puede haber perfecta comunión con Dios sin el conocimien-
to de Su santa voluntad. Cuando Jesús venció al diablo lo hizo
usando la Palabra de Dios. Esta es la espada del Espíritu Santo
y, cuando la usamos con fe, no hay nada en este mundo capaz de
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derrotarnos, pues penetra en lo más íntimo de nuestro ser, hasta el
punto de dividir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuéta-
nos. Cuando es pronunciada por un siervo de Dios, en el nombre
del Señor Jesús, produce efectos extraordinarios.
Todo aquel que desea vencer a Satanás debe conocer bien la Pa-
labra de Dios, es decir, la Santa Biblia. Cierto día, un centurión
de la guardia romana le dijo al Señor Jesús que una sola palabra
de Su boca sería suficiente para que su siervo fuese curado, ¡y
así fue! La palabra llegó hasta el siervo del centurión y realizó
el milagro. Es, a través de esta maravillosa Palabra, que se han
producido los milagros más extraordinarios, además de la fe que
produce en nuestros corazones para resistir al diablo. De ahí la
importancia de conocerla profundamente.
SEXTO PASO
Evitar las malas compañias.
Nuestra experiencia nos lleva a creer que uno de los puntos fun-
damentales para la liberación y la salvación es desligarse total-
mente de las compañías que no profesan la misma fe. Como dice
el viejo refrán: «Dime con quién andas y te diré quién eres».
Tenemos razones suficientes para creer que este paso es de suma
importancia para alcanzar y mantener nuestra salvación, ya que
hemos visto personas que empezaron una nueva y maravillosa
vida con Dios pero que, poco tiempo después, se desviaron de la
comunión influenciadas por las malas compañías.
Busque relacionarse con personas de la misma fe y evite a toda
costa conversaciones que no edifican, así como discusiones y
contactos que puedan poner en riesgo su salvación.
SÉPTIMO PASO
Ser bautizado.
Dios ha prometido todas Sus bendiciones a aquellos que creen
y son bautizados inmediatamente después de haber aceptado al
Señor Jesús como su Salvador personal. El bautismo en las aguas
OCTAVO PASO
Frecuentar las reuniones de miembros
No cabe la menor duda de que las personas, al convertirse a Cris-
to, necesitan un mayor conocimiento bíblico para poder conti-
nuar en el camino cristiano. Las reuniones de la iglesia, donde los
miembros se reúnen para alabar al Señor y aprender de Su Pala-
bra son verdaderas aguas de refrigerio para el cristiano sediento.
Necesitamos alimentar nuestra fe con la Palabra de Verdad, que
nos proporciona las armas necesarias para destruir las trampas
de Satanás.
NOVENO PASO
Ser fiel en los diezmos y en las ofrendas.
Cuando alguien se propone seguir al Señor Jesús debe escuchar
Su voz y andar según Sus normas.
La Biblia dice en Malaquías 3:10-11 que hay un espíritu devo-
rador, causante de toda la miseria, desgracia y caos en la vida de
aquellos que roban al Señor en los diezmos y en las ofrendas.
Cuando Dios creó al hombre lo hizo perfecto y lo colocó sobre
Su creación. Le concedió el derecho y el privilegio de administrar
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todos los bienes de la tierra pero, a cambio, le pidió una décima
parte de todo su trabajo. Hizo esto para que le reconozcamos como
Señor de todas las cosas y nos consideremos Sus siervos.
Si somos fieles a Dios, Creador de todas las cosas, Él también
lo será con nosotros y jamás dejará que nos falte el sustento, ni
permitirá que los espíritus devoradores actúen en nuestra vida. De
esta manera Dios es glorificado con las primicias de todos nuestros
frutos y el 90% restante, valdrá mucho más que el 100% sin Su
protección. Al devolver el diezmo y dar ofrendas voluntarias es-
tamos demostrando que amamos la Obra de Dios y que deseamos
que siga adelante.
«Traed todo el diezmo al alfolí, para que haya alimento en mi
casa; y ponedme ahora a prueba en esto —dice el Señor de los
ejércitos— si no os abriré las ventanas del cielo, y derramaré para
vosotros bendición hasta que sobreabunde» (Malaquías 3: 9-10).
DÉCIMO PASO
Orar sin cesar y estar vigilante.
Tal vez piense que este paso es difícil pero es de suma impor-
tancia para su completa liberación. Orar sin cesar significa estar
siempre en espíritu de oración, es decir, en contacto con Dios.
Muchas veces nos hemos encontrado hablando con una persona
y orando a Dios a la vez para encontrar la solución a su problema.
Nuestras manos pueden estar atadas pero nuestro espíritu debe
estar siempre conectado con Dios. En este mandamiento están
incluidas las oraciones silenciosas y las oraciones en voz alta, ya
sean hechas a solas o en grupo, de pie o de rodillas.
Mientras vivamos una vida de oración y permanezcamos vigilan-
tes para no ser engañados, Satanás no encontrará brecha alguna
por la que introducirse en nuestra vida.
La Biblia afirma que el diablo anda como león rugiente, procu-
rando devorar a aquellos que están espiritualmente dormidos.
Cuando oramos y vigilamos, el diablo no solamente se aleja de
nosotros, sino que también se postra delante de nuestra oración.
No hay demonio que resista el poder que tiene la persona que
lleva una vida de oración y vigilancia en la presencia de Dios.
25
para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón»
(Hebreos 4:12).
El apóstol Pablo, con el objetivo de proporcionar las armas ne-
cesarias a todos los cristianos, nos da la receta de la armadura de
Dios (Efesios 6:10-18) y habla de Su Palabra como la verdadera
espada del Espíritu Santo.
El cristiano necesita tener conocimiento de esta Palabra para po-
der usarla eficazmente contra las fuerzas del mal. El propio Señor
Jesús quiso dejarnos ejemplo de esto cuando fue tentado por el
diablo en el desierto y se valió únicamente de Su Palabra para
vencerlo. Cabe destacar que Satanás, al ser consciente de esto,
también usó su conocimiento de la Palabra para tentarle (Mateo
4:1-11), sin embargo, la tónica de la victoria del Señor Jesús so-
bre Satanás fue exclusivamente «está escrito», citando a conti-
nuación una parte de las Escrituras.
Hemos tenido la oportunidad de ver la eficacia de la Palabra de
Dios al orar por personas perturbadas por espíritus malignos. Me
acuerdo de una mujer joven y fuerte que estaba poseída por una
legión de demonios; mis fuerzas físicas se habían agotado y la
chica continuaba poseída a pesar de haber clamado insistente-
mente en el Nombre de Jesús. Fue cuando, cité un fragmento de
la Palabra de Dios y ordené salir de aquel cuerpo a los demonios
con autoridad en el nombre del Señor Jesús, cuando la joven fue
liberada completamente.
No siempre usar el nombre del Señor Jesús resuelve el problema.
A veces es necesario recurrir a una cita bíblica para que los demo-
nios sepan que quien los está mandando salir conoce realmente
los derechos que el Señor le ha dado.
Para que el diablo obedezca, tiene que ver que el cristiano no
es ningún engreído que está intentando presumir delante de los
hombres a su costa, al contrario, Satanás tiene que ver que somos
personas de Dios y que, a través del Señor Jesucristo, tenemos
poder sobre los demonios y que somos conscientes de nuestras
responsabilidades mediante las promesas del Señor Jesús. Es por
esto que aconsejamos a todos que lean con frecuencia la Santa
Biblia y que, incluso, memoricen algunos versículos.
27
w Prosiga con la lectura aunque no entienda todo pues, en su mo-
mento, cuando vuelva a leer ese pasaje, lo verá más claro.
w Nunca deje para mañana los capítulos que tenga que leer hoy
porque, la acumulación de lectura, le desanimará. Recuerde que
el diablo hará todo lo posible para que desista de la lectura, ya
que sabe bien que si prosigue en la lectura tendrá más fe y estará
más capacitado para luchar en contra suya.
El único medio de aumentar nuestra fe y la de aquellos que
nos escuchan es memorizar pasajes bíblicos. Por muy bueno
que sea el testimonio de una persona, jamás surtirá el efecto de
la propia Palabra de Dios. Cuando utilizamos el testimonio de
alguien es con el objetivo de animar a los oyentes a que oren y
busquen en Dios la solución a sus problemas. Solo podremos
avivar y proporcionar más fe a las personas ministrando Su
Palabra.
«Así que la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo»
(Romanos 10:17).
Muchos cristianos han sido ridiculizados ante la opinión públi-
ca al citar erróneamente pasajes bíblicos. Por ejemplo, ya he
oído a alguien decir que el Espíritu Santo descendió sobre los
discípulos en forma de viento cuando, en realidad, el Espíritu
Santo vino sobre los discípulos en forma de llama de fuego y
el sonido era como el de un viento impetuoso. De ahí la gran
necesidad de tener un conocimiento real de la Palabra de Dios,
tal y como nos amonesta el apóstol Pablo:
«Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como
obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja con preci-
sión la palabra de verdad» (2 Timoteo 2:15).
La persona que desee crecer en la gracia y en el conocimien-
to del Señor Jesucristo, además de ser un «vaso» elegido por
Dios, debe cuidar al máximo su vida espiritual y esmerarse en
conocer la Palabra de Dios, que es la base donde apoyamos
nuestra fe.
La Palabra de Dios es tan importante que el capítulo 119 en el
libro de Salmos está dedicado exclusivamente a su exaltación.
El propio Señor Jesús también habla acerca de Su palabra:
Sabiduría Salvadora.
Aquellos que buscan la verdad con sinceridad no pueden dejar de
leer la Biblia, ella contiene la sabiduría salvadora que no existen
en ningún otro libro porque el cristianismo no está fundamentado
en un libro impreso, sino en una Persona viva. «Las Escrituras
testifican de Mí», dice Jesucristo en Juan 5:39. De hecho, el único
lugar donde obtenemos un conocimiento directo de esa Persona y
de Sus enseñanzas, es en la Biblia.
A continuación, enumeramos algunos de los fines o utilidades de
las Escrituras:
1º Las Escrituras son útiles para enseñar.
La Palabra le prepara para la vida. Su Palabra nos educa y nos
enseña acerca del camino a la verdadera vida que hay con Cristo.
Es imposible que la Iglesia exista sin la revelación bíblica. Su
Palabra nos concede sabiduría para la vida y es instrumento edu-
cador de la gracia de Dios, educándonos para que tengamos vida,
como dice Tito:
«Enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos
de la carne, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente»
(Tito 2:12).
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dichos caminos. Nos muestran la senda correcta, el camino de
la vida verdadera. La Biblia convence al hombre de su situa-
ción equivocada en cuanto a Dios y a la vida, llevándole a la
conversión por la acción del Espíritu Santo y le guía a Cristo y
al encuentro de una vida plena y abundante en Él.
Son muchas las personas que han experimentado esto. Las
Escrituras han abierto, a multitud de hombres y mujeres el
camino a Dios, ya que en ellas está la sabiduría salvadora,
la sabiduría que viene de Dios. No existe otro libro capaz de
transformar a prostitutas, pervertidos, ladrones, asesinos, dro-
gadictos o enfermos mentales, en criaturas piadosas, temero-
sas de Dios y útiles a la sociedad.
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Es probable que hoy, después de algunos siglos, no exista ya ese
molino que quedó para siempre en la Historia como un símbolo
del sentimiento de justicia que debe prevalecer en el corazón de
los grandes hombres.
Dios es justicia y la Palabra de Dios, nos guía en el camino de
una vida donde habrá verdadera justicia en las relaciones entre
Dios y el hombre, los hombres entre sí, los grupos sociales y los
hombres y las naciones entre sí. Ella es fuente de justicia, que se
traduce en un nuevo tipo de vida y de relación.
La debemos estudiar no solo con vistas a nuestra propia edifica-
ción personal, sino para ser instrumentos usados por Dios para
salvar a otras personas, confortar vidas y despertar al hombre
para la justicia. Somos inflamados por Dios para una vida de res-
ponsabilidad y sensibilidad hacia nuestro prójimo.
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Características de la oración.
Son muchos los aspectos que podríamos considerar en la ora-
ción pero vamos a simplificarlos y a dividirlos en tres partes:
w 1º Adoración.
w 2º Petición.
w 3º Agradecimiento.
1. La adoración.
La adoración es esencial para poder entrar en la presencia de
Dios. Enriquece nuestra humildad, además de mostrar la since-
ridad del alma, dignificando, honrando y magnificando todavía
más a nuestro Señor y Dios. Cuando entramos en la presencia
de Dios con adoración, estamos reconociendo Su Santidad.
2. La petición.
El Señor Jesús, antes de enseñarnos la oración del Padre Nues-
tro, afirmó:
«... porque Dios, vuestro Padre, sabe lo que necesitáis, aun an-
tes de habérselo pedido» (Mateo 6:8).
La verdad es que Dios conoce nuestros pedidos antes de exte-
riorizarlos pero es necesario que pidamos porque, cuando rea-
lizamos nuestros pedidos, estamos despertando nuestra fe, en
busca de un contacto más cercano con Dios. Cuando recibimos
la respuesta a nuestra oraciones, el Señor recibe aún más gloria
de nuestra parte. De ahí que, cuanto más pidamos, más recibi-
remos y más glorificaremos al Señor. Esta es la razón por la que
el Señor Jesús dice:
«Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para
que el Padre sea glorificado en el Hijo» (Juan 14:13).
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Esto quiere decir que nuestras peticiones glorificarán a nuestro
Padre a través de nuestro Salvador Jesús.
3. Los agradecimientos.
Creo que esta parte tan importante no necesita comentarios. Un
sentimiento de agradecimiento a Dios nunca podrá olvidarse
por aquellos que experimentan las bendiciones de Dios. Cuando
agradecemos anticipadamente a Dios por una bendición, estamos
poniendo a prueba nuestra fe en Su Santa Persona.
Nada de lo que pidamos tendrá resultado si no usamos la «llave»
para ser atendidos, que es el nombre del Señor Jesucristo, como
Él mismo declara en Su Palabra:
«Y todo lo que pidiereis en mi nombre, Yo lo haré» (Juan 14:13).
Dios Padre nos atiende debido al nombre de Su Hijo. ¡Este Nom-
bre es el secreto del milagro de cada día!
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38 EN LOS PASOS DE JESÚS
V. EL PERDÓN
Nadie que desee andar tras los pasos del Señor Jesús debe ignorar
o despreciar una de las mayores y más sublimes leyes morales: el
perdón. El cristianismo jamás podría sobrevivir y no tendría nin-
gún sentido hasta la venida de Jesucristo, si el espíritu del perdón
no pudiese operar en el interior del ser humano.
La Biblia nos enseña que Dios puede entender nuestros fallos,
errores y debilidades, pero nunca podrá aceptar a quien se niegue
a practicar el perdón, porque la persona que se niega a perdonar
está siendo injusta consigo misma, ya que todos cometemos erro-
res. El corazón perdonador siempre encontrará una salida para
redimirse delante de Dios y de los hombres pero el inflexible ja-
más será salvo.
Cuando cultivamos un resentimiento contra alguien estamos per-
mitiendo que la simiente del mal brote en nosotros y, cuanto más
tiempo la dejemos intacta, más difícil será arrancarla. No sirve
de nada intentar olvidarla o esconderla, tras obras de caridad por-
que, antes o después, brotarán sus hojas y, en consecuencia, sus
frutos nocivos. Esta es una de las razones por la que afirmamos
que el perdón, más que una virtud, es una gran necesidad.
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con ellos, nos pide que cada uno de nosotros tenga la misma ac-
titud hacia nuestro prójimo.
«Por eso, el reino de los cielos puede compararse a cierto rey
que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Y al comenzar a ajus-
tarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Pero
no teniendo él con qué pagar, su señor ordenó que lo vendieran,
junto con su mujer e hijos y todo cuanto poseía, y así pagara la
deuda. Entonces el siervo cayó postrado ante él, diciendo: “Ten
paciencia conmigo y todo te lo pagaré.” Y el señor de aquel sier-
vo tuvo compasión, y lo soltó y le perdonó la deuda. Pero al salir
aquel siervo, encontró a uno de sus consiervos que le debía cien
denarios, y echándole mano, lo ahogaba, diciendo: “Paga lo que
debes.” Entonces su consiervo, cayendo a sus pies, le suplicaba,
diciendo: “Ten paciencia conmigo y te pagaré.” Sin embargo, él
no quiso, sino que fue y lo echó en la cárcel hasta que pagara lo
que debía. Así que cuando vieron sus consiervos lo que había pa-
sado, se entristecieron mucho, y fueron y contaron a su señor todo
lo que había sucedido. Entonces, llamándolo su señor, le dijo:
“Siervo malvado, te perdoné toda aquella deuda porque me supli-
caste. “¿No deberías tú también haberte compadecido de tu con-
siervo, así como yo me compadecí de ti?” Y enfurecido su señor, lo
entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que le debía. Así
también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de
corazón cada uno a su hermano» (Mateo 18:23-35).
La aplicación de esta parábola ilustra muy bien la difícil ley del
perdón, que debe ser practicada por cada seguidor del Señor Je-
sús, cueste lo que cueste y duela lo que duela. Con esto apren-
demos que nadie podrá tomar posesión del Reino de los Cielos
si mantiene en su corazón un sentimiento de rencor contra su
prójimo. Además, el modelo de oración que el Señor Jesús nos
dio, afirma:
«... y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros per-
donamos a nuestros deudores» (Mateo 6:12).
Por eso, si deseamos recibir el gran perdón de Dios, debemos
perdonar los pequeños errores que los demás cometen con no-
sotros. Por mayor que sea la falta cometida por alguien, siempre
será considerada mínima delante de las faltas que nosotros hemos
cometido contra Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.
41
dejase al cristiano luchar con sus propias fuerzas pero Él dio su
Santo Espíritu para hacer morada en en el interior de Sus siervos
fieles. Si la persona vive en el poder del Espíritu Santo, recono-
cerá la verdad de las palabras del apóstol Pablo a los filipenses:
«Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el
hacer, por su buena voluntad» (Filipenses 2:13).
Del mismo modo, Dios no exige pago por su perdón. La vida
eterna es don gratuito del Creador para todos los que le buscan
(Romanos 6:23).
Vea, sin embargo, lo que hizo el siervo que no perdonó (Mateo
18:29-30). Este rogó que su gran deuda le fuera perdonada pero
rehusó perdonar a su consiervo una deuda mucho menor; incluso
se negó a dejarle trabajar para saldar su deuda y lo mandó a la
cárcel.
¡Qué siervo tan ingrato! Decimos cuando leemos esta parábola
pero ¿acaso no hemos tenido alguna vez la misma actitud que
este siervo? En Cristo, Dios nos perdona totalmente pero, a ve-
ces, obramos como ese siervo desagradecido y renunciamos a
perdonar a nuestros hermanos en Cristo por los males que nos
causan, a pesar de haber sido liberados del castigo de nuestros
pecados por el perdón de Dios.
Dios no pide simplemente que el cristiano perdone las transgre-
siones de los hombres, sino que lo exige como una condición
para poder recibir Su perdón. Esto está claramente explicado en
Mateo 6:14-15. El cristiano debe ser compasivo para poder reci-
bir la compasión de Dios. No se trata de meras palabras sino de
algo que debe brotar del corazón (Mateo 18:35).
Si esta exigencia le parece muy difícil de cumplir, lea la pregunta
de los discípulos y la respuesta de Cristo en Mateo 6:14;15. Y,
recuerde que, el Dios que puede perdonarnos es también el Dios
que:
«Es poderoso para guardarnos sin caída y presentaros sin man-
cha delante de su gloria con gran alegría» (Judas 24).
El espíritu de la intolerancia no es algo que haya surgido recien-
temente, sino que vive en el hombre desde el comienzo de los
43
«Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro eno-
jo» (Efesios 4:26).
Creo que la ira de la que habla la Biblia es la que experimentamos
durante nuestro ministerio de la Palabra de Dios cuando vemos
tanta miseria y dolor. También cuando oímos verdaderas aberra-
ciones de Satanás a través de personas que están poseídas por
entidades infernales. En esos momentos me lleno de cólera en lo
más íntimo de mi ser contra el diablo y sus demonios. Cuando leo
en los periódicos respecto a los políticos que quieren hacer leyes
para obligar a los niños de primaria a estudiar espiritismo, algo
totalmente contrario a las Sagradas Escrituras, la ira se enciende
en mí. Esta es la ira que nos está permitido sentir.
Martín Lutero confesó un día: «Cuando estoy airado puedo escri-
bir, orar y predicar bien pues es cuando todo mi temperamento
está despierto, mi entendimiento abierto y todas las preocupacio-
nes y tentaciones mundanas desaparecen».
Cuando la ira se aparta de los moldes bíblicos, esto es, cuando es
fruto del egoísmo, debemos tratarla con mucho cuidado para no
dejar que produzca un sentimiento de rencor. Por eso, el apóstol
Pablo continúa amonestándonos a fin de que no dejemos que el
sol se ponga sin que hayamos sacado el enfado de nuestro cora-
zón. Naturalmente, lo que quiere decir es que, cuando seamos
asaltados por la ira, cualquiera que sea el motivo, debemos pro-
curar que dure poco para que no nos perjudique a nosotros ni a
los demás.
El rey David afirma:
«Temblad, y no pequéis, meditad en vuestro corazón estando en
vuestra cama, y callad» (Salmos 4:4).
El sentimiento de ira debe tener poca duración, de lo contrario,
construirá un castillo de males que será mucho más difícil de
derribar con el perdón.
Recuerdo que un día una señora vino a la iglesia a pedir ayuda
porque había sufrido durante toda su vida de casada y, este su-
frimiento, empeoró después de separarse del marido. Por si esto
fuera poco, la señora traía consigo dolores, enfermedades, pro-
blemas económicos, angustia y otras aflicciones.
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46 EN LOS PASOS DE JESÚS
VI. LA SUMISIÓN
Dios y Lúcifer
«... y seré semejante al Altísimo» (Isaías 14:14).
Debido a su codicia, Lúcifer (que quiere decir «lleno de luz») se
convirtió en Satanás o el diablo, únicamente, por su rebelión y
rebeldía contra la autoridad suprema de Dios. Por eso, las conse-
cuencias fueron terribles en todos los aspectos. Una de ellas fue
arrastrar a la tierra a la tercera parte de los ángeles que estaban en
el Cielo, conforme relata el libro del Apocalipsis:
«Su cola arrastró la tercera parte de las estrellas del cielo y las
arrojó sobre la tierra» (Apocalipsis 12:4).
Aquel que sigue a un rebelde o insumiso se vuelve tan rebelde
o insumiso como él y, el castigo que recaiga sobre el líder, re-
caerá sobre aquel que le sigue. La cola del dragón, o de Satanás,
representa su rebelión, la cual llevó cautiva consigo a la tercera
parte de los ángeles, o estrellas del cielo, que hoy son llamados
demonios. Y así ha sucedido a través de los tiempos: aquellos
que se rebelaron contra la autoridad constituida por Dios lo hi-
47
cieron contra el propio Dios y, por eso, recogieron los frutos de
la desobediencia. No solo ellos, sino también aquellos que les
siguieron y seguirán.
Moisés y Miriam
Moisés fue constituido autoridad sobre todo el pueblo de Israel,
a pesar de haberse resistido a aceptar el liderazgo que Dios le
imponía al principio. Podemos sentir el drama de Moisés delante
de Dios en el capítulo 4 del libro de Éxodo. Fue en medio del
desierto, en medio de muchas tribulaciones, problemas y difi-
cultades, donde se dio una de las grandes rebeliones contra el
siervo de Dios. Es interesante notar que las rebeliones o insumi-
siones se dan solamente cuando más se necesita de la unión y la
colaboración de todos. Moisés estaba enfrentándose a un gran
problema: el pueblo judío ya estaba cansado y harto del maná,
querían carne pero, en el desierto, no había ningún animal que
pudiesen matar y comer.
El pueblo empezó a quejarse en contra de Dios y de Moisés di-
ciendo que en Egipto, aun siendo esclavos, tenían mucho pesca-
do, frutas, verduras, hortalizas, etc., y que «ahora nuestra alma
se seca, pues nada sino maná ven nuestros ojos» (Números 11:5-
6).
Miriam y Aarón, aprovechándose de los problemas que estaba
enfrentando Moisés y de su debilidad al haber tomado por mujer
a una etíope, intentaron llevar al pueblo a una rebelión contra el
ungido del Señor, diciendo:
«¿Solamente por Moisés ha hablado el Señor? ¿No ha hablado
también por nosotros?» (Números 12:1-2).
Las insubordinaciones comienzan normalmente de esta forma:
«que si “fulano” tiene el Espíritu Santo, yo también lo tengo;
entonces, si Dios hace la obra a través de Él, la hará también a
través de mi... por lo tanto, no necesito estar por debajo de su
autoridad y, mucho menos, tengo que dar cuenta de mis actos
a nadie...» y si alguien que está a su lado no está aún liberado
le dará ciertos «consejos» sin darse cuenta de que está siendo
inspirado por Satanás. Una vez que se pone de acuerdo con
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desterrada del campamento durante siete días y, aun siendo her-
mana de Aarón, fue humillada por causa de su acción. Es de suma
importancia que el cristiano se mantenga en una total y completa
sumisión porque sino es capaz de someterse a quien ve, mucho
menos podrá someterse al Señor Jesús, a quien no ve.
Moisés y Coré
Coré, Datán y Abiram, junto con 250 hombres principales de la
congregación, se levantaron contra Moisés y Aarón y les dijeron:
«¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos
son santos, y el Señor está en medio de ellos. ¿Por qué, entonces,
os levantáis por encima de la asamblea del Señor?» (Números
16: 2-3).
Otra vez nos encontramos a Moisés con problemas de insumi-
sión entre su pueblo pero, esta vez, las consecuencias fueron aún
peores. Yo creo que esta segunda gran rebelión tuvo su origen en
la semilla insumisa que Miriam plantó en el corazón de muchos.
Más de 15 mil personas, incluyendo mujeres y niños que no te-
nían nada que ver con aquello, perecieron por la rebeldía contra
un siervo del Señor.
Lea el capítulo 16 del libro de Números y verá que las conclusio-
nes son notables. Podemos encontrar muchos casos de rebeldías e
insumisiones en la Biblia de los que podemos sacar todo el prove-
cho necesario para no caer en la misma trampa. Cuando el Señor
Jesús comenzó a enseñar a Sus discípulos, la primera lección fue
precisamente sobre la humildad:
«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el rei-
no de los cielos» (Mateo 5:3).
¿Qué es la humildad sino una actitud respetuosa, sumisa y obe-
diente? El Señor Jesús sabía que la primera cosa que los discípu-
los tenían que aprender era la humildad, o sea, la sumisión, pues
¿cómo podría la Obra de Dios expandirse por este mundo si no
hubiera una disposición de reverencia humilde para acatar las de-
cisiones de las autoridades instituidas por Dios?
Por tanto, «...servíos por amor los unos a los otros» (Gálatas 5:13).
La desnudez de Noé
«Entonces Noé comenzó a labrar la tierra, y plantó una viña. Y
bebió el vino y se embriagó, y se desnudó en medio de su tienda. Y
Cam, padre de Canaán, vio la desnudez de su padre, y se lo contó
a sus dos hermanos que estaban afuera. Entonces Sem y Jafet
tomaron un manto, lo pusieron sobre sus hombros, y caminando
hacia atrás cubrieron la desnudez de su padre; y sus rostros es-
taban vueltos, y no vieron la desnudez de su padre. Cuando Noé
despertó de su embriaguez, y supo lo que su hijo menor le había
hecho, dijo: Maldito sea Canaán; siervo de siervos será para sus
hermanos. Dijo también: Bendito sea el Señor, el Dios de Sem;
y sea Canaán su siervo. Engrandezca Dios a Jafet, y habite en
las tiendas de Sem; y sea Canaán su siervo» (Génesis 9:20-27).
La desnudez de la que trata la narración bíblica se refiere a los
fallos o errores del padre espiritual dentro de la comunidad cris-
tiana, es decir, la Iglesia. El líder espiritual, el pastor o cualquier
otra persona con autoridad espiritual, tiene la obligación espiri-
tual de ser un ejemplo para las demás personas, así como el Señor
Jesús fue un ejemplo para sus discípulos.
51
El líder espiritual de la comunidad representa al propio Jesús y,
por eso, todos sus fallos, errores y defectos jamás deben ser pues-
tos en evidencia.
Fíjese que, en esta narración, no se está juzgando la actitud de
Noé al embriagarse y estar desnudo en la tienda ni mucho menos,
que tal desnudez fuera descubierta por su hijo más joven, sino
la manera de actuar de éste con sus hermanos. Cam no debería
haber dicho jamás a sus hermanos que había visto a su padre
desnudo y esto sirve también para la Iglesia. Nadie debería sacar
a la luz los errores de su padre espiritual y, mucho menos, de sus
propios hermanos.
Si por casualidad ocurriera algún incidente en nuestra Iglesia se-
mejante al de Cam, jamás deberíamos comunicárselo a las demás
personas ya que no todas tienen una estructura espiritual lo sufi-
cientemente fuerte para soportar tal carga.
Todos los cristianos tenemos nuestra desnudez. Nadie es perfecto
ni puede considerarse como tal. El Espíritu Santo sabe perfecta-
mente quiénes somos y, nuestra desnudez, está siempre delante
de Sus ojos, aun así, desea hacer morada en nosotros. Entonces,
¿quién se ve con el derecho de revelar nuestra desnudez?
Podemos verificar en este pasaje que Cam no mintió a sus herma-
nos pero no por eso dejó de cometer un gran pecado, al punto de
dejar para su descendencia una herencia de maldición. Que esto
sirva de lección a todos los que, aunque digan la verdad, tienen la
costumbre de divulgar los errores de sus hermanos.
Esto es muy común en las personas que, aun estando llenas de
fe, no consiguen controlar los impulsos de su lengua ante ciertas
«oportunidades» que Satanás les presenta. Por eso hay muchas
personas hoy en el infierno y no son pocas las que irán a parar
allí por el simple hecho de tomar partido de la desnudez de otros.
El apóstol Santiago nos amonesta mucho en cuanto a los pecados
de la lengua y a nuestro deber de frenarla:
«Porque todos tropezamos de muchas maneras. Si alguno no tro-
pieza en lo que dice, es un hombre perfecto, capaz también de re-
frenar todo el cuerpo. Ahora bien, si ponemos el freno en la boca
de los caballos para que nos obedezcan, dirigimos también todo
53
un momento de debilidad. Y no es que debamos encubrir sus
fallos o que estemos aprobando sus actitudes equivocadas, al
contrario, las desaprobamos y, por eso, queremos que queden
sepultadas.
La desnudez de Noé siempre existió, existe y existirá, ya que
todo hombre está hecho de carne. El primer retrato de desnudez
lo encontramos en Adán. En aquel momento, Adán escuchó la
voz del Señor en el jardín y, como estaba desnudo, tuvo miedo
y se escondió (Génesis 3:10). Dios tuvo que sacrificar un animal
para hacer, con su piel, una vestimenta para Adán y Eva (Gé-
nesis 3:21). Ahora nuestra desnudez está cubierta con la sangre
del Cordero de Dios, es decir, Jesucristo. ¡Aleluya! Por eso no
debemos de tener miedo, ni de escondernos por ella; a no ser que
alguien quiera descubrirla para que seamos objeto de vergüenza.
La única persona que está interesada en avergonzarnos delante de
Dios y del mundo es el propio Satanás por lo que debemos unir
nuestras fuerzas para encubrir los errores de nuestros hermanos
en la fe, para que el diablo no consiga ninguna victoria a través
de los seguidores del Señor Jesús.
Cuando se divulga por una comunidad cristiana la falta grave de
un hermano o pastor, surgen grandes divisiones, cumpliéndose lo
que el Señor Jesús dijo:
«Y conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: Todo reino divi-
dido contra sí mismo es asolado, y toda ciudad o casa dividida
contra sí misma no se mantendrá en pie» (Mateo 12:25).
De hecho, si un hermano o un pastor comete un pecado grave
y este pecado llega a oídos del pueblo, naturalmente, surgirá la
comprensión y el amor por parte de unos y la repulsa y la indig-
nación por parte de otros, dando inicio a la división y, consecuen-
temente, a la destrucción de aquella comunidad.
Si el hermano o pastor que está cometiendo el error permanece en
el anonimato, el propio Espíritu Santo se encargará de solucionar
el problema. Dios no permitirá que su hijo se quede desnudo y
venga a ser motivo de tropiezo para los demás hijos, por eso, ha-
blará en su corazón por medio Su palabra, que penetra de manera
tan eficaz que dispensa la ayuda de terceros.
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56 EN LOS PASOS DE JESÚS
VIII. EL AYUNO
57
«Y Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días y cuarenta no-
ches; no comió pan ni bebió agua. Y escribió en las tablas las
palabras del pacto, los diez mandamientos» (Éxodo 34:28).
En el ayuno total hay un desprendimiento total del espíritu en
relación a la carne, mientras que en el ayuno parcial hay un des-
prendimiento parcial. Sin embargo, no podemos afirmar que un
ayuno sea más importante que otro porque ambos son ayunos y,
también, porque depende de la fe de cada persona y de su dispo-
sición delante de Dios.
Para nosotros, ambos tipos de ayuno son eficaces cuando se rea-
lizan con un propósito y según la voluntad de Dios. No todas
las personas tienen la suficiente capacidad física para soportar
un ayuno completo y, en este caso, aconsejamos hacer un ayuno
parcial. En cambio, si la persona tiene suficiente fortaleza física,
recomendamos que haga un ayuno total, según la voluntad de su
corazón.
El ayuno no tendrá ningún valor si la persona no está en espíritu
de oración mientras lo realiza, ¿cómo podrá tener efecto si la per-
sona está practicando algún tipo de deporte? Si intenta distraerse
con cualquier cosa, su ayuno, pasa a ser una mera práctica física
sin valor espiritual.
Muchas personas han realizado ayunos completos en señal de
protesta pero sin ningún valor espiritual, lo han hecho para llamar
la atención mundial y de los medios de comunicación. El ayuno,
ya sea parcial o total, debe hacerse con el objetivo de estar más
cerca de Dios y, por eso, hay que procurar ignorar las cuestiones
terrenas, en la medida de lo posible, durante el tiempo que este
dure.
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60 EN LOS PASOS DE JESÚS
IX. LA DISCRECIÓN
61
sen la oportunidad de hablar a través de una cadena de radio o
televisión a todos los países del mundo, ¿cuántas almas ganaría
para el Señor Jesús? ¡Pero esto no es posible! ¿y por qué no es
posible? Simplemente porque no hay dinero suficiente para pagar
ese tiempo de emisión. Y, si no hay dinero para esta inversión, es
porque los cristianos no están haciendo todo lo que pueden, por-
que si lo hiciesen, todo les sería posible conforme a las palabras
del apóstol Pablo:
«Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:13).
El dinero es fundamental en la Obra de Dios, ya que es capaz de
transformar el rumbo de este mundo a través del mensaje vivo y
poderoso del Evangelio del Señor Jesucristo.
De hecho, el dinero es tan importante que Dios nos invita a desa-
fiarle, exclusivamente, en lo económico. La única vez en toda la
Escritura que Él nos invita a probarle es, exactamente, respecto
al dinero (Malaquías 3:10). Por lo tanto, todo el pueblo debería
tener el deseo de ser bendecido económicamente para probar la
generosidad divina y verificar en su propia vida que Dios es real-
mente el dueño de todo el oro y la plata que existe sobre la faz de
la tierra, tal y como está escrito:
«“Mía es la plata y mío es el oro” —declara el Señor de los
ejércitos» (Hageo 2:8).
Cuando devolvemos nuestro diezmo a Dios, Él está obligado —
porque así lo ha prometido— a cumplir Su Palabra, reprendiendo
a los espíritus devoradores que desgracian la vida del hombre con
enfermedades, accidentes, adicciones, exclusión social y todo
tipo de sufrimientos.
Cuando somos fieles en los diezmos, además de vernos libres
de tales sufrimientos, pasamos a gozar de toda la plenitud de la
tierra, teniendo a Dios a nuestro lado bendiciéndonos en todas las
áreas de nuestra vida.
El diezmo, según la interpretación más común, es la décima parte
y, según la Biblia, es la primera décima parte de todos los ingre-
sos de una persona y que debe ser dedicada a Dios. El diezmo
fue instituido por el Señor como una especie de impuesto a sus
criaturas. Así como, por ser ciudadanos de un país, tenemos la
Cosas importantes.
El diezmo es importante para Dios y para Su Iglesia. Ésta poco
podría hacer para alcanzar a los perdidos sin el dinero, algo tan
necesario en la sociedad de consumo en la que vivimos.
El acto de devolver el diezmo es también de suma importancia
para quien lo practica. Abraham, por ejemplo, empezó a ser ben-
decido después de dar el diezmo a Melquisedec. Sólo después
de realizar este acto de fe, sumisión y lealtad, fue cuando Dios
estableció su alianza con él diciéndole:
«Y yo estableceré mi pacto contigo, y te multiplicaré en gran ma-
nera. En cuanto a mí, he aquí, mi pacto es contigo, y serás padre
de multitud de naciones» (Génesis 17:2-4).
Así fue como Abraham pasó a ser el padre de una gran nación, Is-
rael y, consecuentemente, ascendiente de Jesús, nuestro Salvador.
El diezmo tiene tanta importancia que fue ordenado mucho antes
de los Diez Mandamientos de la Ley de Dios y, si era importante
antes y durante la Ley, ¿por qué no va a serlo también después
de la Ley?
Cierta vez, Jesús estaba reprendiendo a los escribas y fariseos
acerca del formalismo con el que practicaban la Ley y, les enseñó
que la justicia, la misericordia y la fe eran las cosas más impor-
tantes que se podían sacar de la Ley de Moisés pero que, incluso
practicándolas, no debían olvidarse de otras, que eran también
importantes. En este pasaje, una de esas «cosas importantes» era,
nada más y nada menos, que el diezmo:
«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque pagáis
el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, y habéis descui-
dado los preceptos de más peso de la ley: la justicia, la mise-
ricordia y la fidelidad; y éstas son las cosas que debíais haber
hecho, sin descuidar aquellas» (Mateo 23:23).
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A menudo somos duramente criticados por los incrédulos por
predicar sobre del diezmo. Está claro que, si la persona no es
iluminada por el Espíritu Santo para comprender el significa-
do del diezmo, tendrá dificultades para aceptar y cumplir este
mandamiento. Aquellos que no entienden o discrepan con Dios
en este aspecto tendrán, naturalmente, dificultades para entre-
gar a la Iglesia el diez por ciento de sus ganancias, casi siempre
ganadas con sacrificio, sin saber cuál será su destino. Sin em-
bargo, miles de personas han sido grandemente bendecidas por
dedicar al Señor la décima parte de todo cuanto reciben.
El derecho de recibir.
¿Quién tiene el derecho de probar a Dios y de cobrar de Él
aquello que ha prometido? ¡El diezmista! Una de las razones
principales por las que debemos devolver el diezmo es esa, por-
que al hacerlo tenemos el derecho de probar a Dios, como Él
mismo nos invita en Su Palabra:
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Pasamos a ser partícipes de todo lo que es de Dios. La Biblia dice
que somos coherederos con Cristo de la herencia de Dios:
«Por tanto, ya no eres siervo, sino hijo; y si hijo, también here-
dero por medio de Dios» (Gálatas 4:7).
Una de las cosas que más me impresionan es el interés de Dios
por el ser humano. En la Biblia encontramos numerosas invita-
ciones de Dios al ser humano, deseando mantener una comunión
con él para hacerlo feliz.
Dios ya ha determinado Su bendición para aquellos que lo invo-
can en espíritu y en verdad. Cuando somos Sus aliados, nosos-
tros nos comprometemos con Él y Él con nosotros. Nos perte-
necemos el uno al otro y caminamos juntos, igual que lo hacía
con Adán y Eva antes de desobedecerle, dándoles abundancia de
vida y perfecta comunión.
Las bendiciones derivadas del diezmo son ilimitadas, es decir, no
tienen fin. Esto quiere decir que el fiel diezmista está siempre re-
cibiendo bendiciones de Dios, no solo económicas, sino también
físicas y espirituales. El diezmo bendice plenamente a la persona
por ser parte importante de la creación de Dios.
Cuando Dios creó la Tierra y todo lo que en ella hay, estableció
un día de descanso, este día fue el diezmo. Cuando entregó a
Adán y a Eva el jardín del Edén, les dio permiso para tomar po-
sesión de todo, excepto del árbol del conocimiento. Aquel árbol
también representaba el diezmo.
También el propio Señor Jesús simboliza el diezmo, Él también
fue dado por Dios a fin de que pudiéramos participar de Su pro-
pia naturaleza. Por lo tanto, el diezmo es fundamental para la
vida física, espiritual y económica del cristiano fiel.
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Las ofrendas son tan importantes en nuestra vida que el apóstol
Pablo dedica dos capítulos de la segunda epístola a los Corintios
a hablar sobre ellas (2 Corintios 8:9).
En los diezmos, Dios ve nuestra fidelidad hacia Él en el cumpli-
miento obligatorio de nuestra parte. En las ofrendas, Él ve nues-
tro amor y dedicación por Su Obra. En ambos casos, Dios nos
da la oportunidad de probar cuánto le amamos realmente, pues
como dice el Señor Jesús:
«Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro
corazón» (Lucas 12:34).
La sangre es para el cuerpo humano lo que el dinero es para la
Obra de Dios. Si la Iglesia tiene necesidades económicas es por-
que Dios así lo permite a fin de que sus líderes enseñen al pueblo
a dar los diezmos y las ofrendas y para que, así, puedan recibir las
bendiciones que Él tiene para darles. Jesús dijo:
«Dad, y os será dado; medida buena, apretada, remecida y rebo-
sante, vaciarán en vuestro regazo. Porque con la medida con que
midáis, se os volverá a medir» (Lucas 6:38).
De ahí que, para que el pueblo reciba buena medida, apretada,
remecida y rebosante, es preciso que dé y, según la manera en la
que dé, también recibirá.
El apóstol Pablo, dando instrucciones a Timoteo, dijo:
«Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, por el
cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se tortura-
ron con muchos dolores» (1 Timoteo 6:10).
El dinero no es la raíz de todos los males, sino que es el amor al
dinero el que esclaviza a las personas. Dios solicita el dinero, a
través de los diezmos y las ofrendas, precisamente, para probar la
naturaleza del amor y de la fidelidad de sus hijos.
Este relato nos muestra claramente que los discípulos del Señor
no tenían ni la menor idea de la Santa Cena y que lo que es-
peraban era participar simplemente de la Pascua, ya que aquel
día estaba señalado en el calendario judío para la celebración de
la fiesta de los panes sin levadura. La pascua es una fiesta muy
importante para los judíos en la que se conmemora la liberaci-
ón del pueblo de Israel del yugo egipcio. Fue instituida antes de
que ocurriera la última plaga que Dios mandó sobre la tierra de
Egipto, cuando el Señor ordenó que cada familia tomase un cor-
dero o un cabrito sin defecto y lo sacrificase. La sangre tenía que
rociarse por los postes y el dintel de la puerta de cada una de las
casas y debían comerse el animal asado, acompañado de panes
sin levadura y hierbas amargas. Cada participante de aquella pas-
cua debería tener los lomos ceñidos, los pies calzados y el bordón
en la mano (Éxodo 12).
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Todo el ritual de la pascua apunta al Salvador Jesucristo, quien,
al participar de ella con sus discípulos, tomó pan, lo bendijo, lo
partió y se lo dio, diciendo:
«Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando una copa, y ha-
biendo dado gracias, se la dio, diciendo: Bebed todos de ella;
porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que es derramada por
muchos para el perdón de los pecados» (Mateo 26:26-28).
Aunque el Señor Jesús no hizo ningún paralelismo entre la Pas-
cua y la Santa Cena; puesto que Él participó primero de la Pascua
y después de la Cena, podemos comprender perfectamente que
quiso instituir una nueva liturgia que tuviese el mismo calor espi-
ritual de la Pascua para todos los que le aceptan como Salvador.
Tenemos como ejemplo al propio pueblo judío, que tuvo en la
Pascua la señal de su liberación. Ahora bien, para aquellos que no
eran judíos y que aceptarían al Señor Jesús como Salvador, ¿cuál
sería la marca o fiesta litúrgica que expresase su liberación del
pecado y del infierno? Con este propósito el Señor Jesús instituyó
la Santa Cena.
71
«Ciertamente El llevó nuestras enfermedades, y cargó con nues-
tros dolores» (Isaías 53:4).
Su carne atrajo todos nuestros dolores y enfermedades, por lo que
ya no tenemos que padecerlas en nuestro cuerpo. Satanás ya no
tiene derecho a ejercer su dominio sobre nuestro cuerpo porque
éste tiene la naturaleza del Señor Jesús, por la fe, a través de la
participación del pan de la Santa Cena, como dijo Jesús:
«Esto es mi cuerpo» (Marcos 14:22).
Del mismo modo, el Señor Jesús, después de haber bendecido el
vino, se lo dio a sus discípulos diciendo:
«Bebed todos de ella; porque esto es mi sangre del nuevo pacto,
que es derramada por muchos para el perdón de los pecados»
(Mateo 26:27-28).
No podría haber carne sin sangre, por eso, la consideramos tan
importante como el pan, ya que, ésta simboliza el derecho a la
vida eterna, adquirido por todos los que creen en el Señor Jesús.
Esta nueva y última alianza pone definitivamente al cristiano de-
lante de Dios Padre como un auténtico hijo de Dios, con obliga-
ciones, pero también con todos los beneficios y privilegios, como
el poder dirigirse a Dios, así como lo hizo el Señor Jesús, y reci-
bir la plenitud del Espíritu de Dios.
Podemos comparar esta alianza de la que habla el Señor Jesús
con la que los novios hacen el día de su boda. En este día, tanto
el novio como la novia, dejan de ser dueños de sus propias vidas
y empiezan a pertenecerse el uno al otro. En otras palabras, al re-
alizar esta alianza, el chico le está diciendo a la chica que su vida
girará en torno a ella, que su voluntad será la de ella y que le será
fiel hasta la muerte. Ella, por su parte, dejará la casa de sus padres
y se unirá a su marido y se someterá y cuidará de él más que de
sí misma. Esto es, por lo menos, lo que tendría que suceder, de
acuerdo con las normas cristianas.
La alianza que el Señor Jesús hizo, a través de Su Sangre, implica
las mismas, o incluso mayores, responsabilidades por cada una
de las partes.
73
Los que practican la enseñanza bíblica del apóstol Pablo tienen
dignidad porque el propio Espíritu Santo confirma en sus corazo-
nes un lugar en la Mesa del Cordero, mientras que a los indignos
les son revelados sus pecados por sus conciencias manchadas.
Por eso es muy importante que, antes de la Santa Cena, la perso-
na se autoanalice para ver si su vida está limpia delante de Dios
y, si no tiene nada que temer ante el Espíritu Santo, que escudriña
hasta lo más recóndito de los pensamientos de nuestro corazón.
Si no hay nada que le acuse delante del Señor y tiene la plena
certeza de que sus pecados fueron lanzados al mar del olvido de
Dios, entonces, la persona tiene que participar obligatoriamente,
pues si estuviese débil espiritualmente sería fortalecida inmedia-
tamente por el propio Señor Jesús.
Si la persona convertida al Señor Jesús cometió fallos que le qui-
tan la paz, debe confesarlos a Dios inmediatamente, como está
escrito:
«Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdo-
narnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad» (1 Juan
1:9).
De ahí la importancia de que la persona se examine a sí misma
y tome sus propias decisiones, ya que nadie puede ponerse en la
posición de juez para determinar si alguien puede o no participar
de la Mesa del Señor.
Si el fiel tuviese la menor sombra de duda en cuanto a su partici-
pación, deberá dejar pasar los elementos y esperar a la siguiente
comunión. Es mejor no participar que hacerlo con dudas porque
también está escrito:
«Pero el que duda, si come se condena, porque no lo hace por
fe; y todo lo que no procede de fe, es pecado» (Romanos 14:23).
Cuando una persona toma la Santa Cena indignamente, deja de
ser bendecida para ser maldecida y come y bebe juicio para sí
misma, siendo reo del cuerpo y de la sangre del Señor, o sea, ocu-
pando el lugar del Señor en Su juicio y en Su muerte. Esta es la
verdadera razón por la que muchos que dicen ser cristianos están
débiles espiritualmente y jamás consiguen crecer en la gracia del
75
76 EN LOS PASOS DE JESÚS
XI. EL BAUTISMO
EN LAS AGUAS
77
Por eso, cuando una persona acepta al Señor Jesús como su Sal-
vador y se bautiza en las aguas, como fruto de esta entrega a
Cristo, automáticamente y sin forzar su voluntad, deja de practi-
car actos pecaminosos. Por muy mal carácter que tenga, debido
a su conversión fortalecida por el bautismo, la persona se vuelve
dulce y humilde, mostrando a todos los que le rodean que, un
siervo del Señor, debe andar un camino opuesto al que el mundo
le ofrece.
También, aquellas personas que no habían conseguido abandonar
los vicios, después de haber aceptado al Señor Jesús y haberse
bautizado, instantánea y espontáneamente los abandonan.
El bautismo simboliza el acceso a una nueva vida a través del
agua, que es el elemento más natural y purificador, razón por la
que se realiza en las aguas.
Cuando el pueblo judío salió de Egipto, indirectamente, tuvo que
bautizarse en las aguas para vivir una nueva vida con su paso por
el Mar Rojo. Noé, en cierto modo, fue «bautizado» con las aguas
del diluvio para ser el patriarca de una nueva generación en la
tierra. De ahí que, para que podamos vivir en novedad de vida,
tengamos que pasar por las aguas.
Cuando Felipe fue a la ciudad de Samaria y predicó el Evangelio
del Reino de Dios y el nombre del Señor Jesús, las multitudes
atendieron de manera unánime y fueron bautizadas en las aguas,
tanto hombres como mujeres (Hechos 8:4-12).
El arrepentimiento.
El arrepentimiento es un sentimiento de pesar o una insatisfac-
ción causada por un error cometido. Desde el punto de vista cris-
tiano, el arrepentimiento, incluye algunos aspectos importantes
que debemos conocer:
w El pecador necesita reconocer su pecado. Este es el primer paso
importante para un arrepentimiento sincero y honesto, pues nadie
puede arrepentirse de algo que no reconoce.
w El pecador necesita odiar el pecado. Si no siente repulsa por su
pecado hasta el punto de odiarlo, lo cometerá nuevamente y se
hará adicto al pecado.
w El pecador necesita abandonar su pecado. Si no le damos la
espalda inmediatamente, jamás conseguiremos abandonarlo. No
conseguiremos nada pensando que venceremos el pecado si per-
manecemos a su lado. Por ejemplo: a veces somos invitados a
estar con personas que no comparten nuestra fe y, normalmente,
estas intentan inducirnos a su error. Si no nos alejamos, tarde o
temprano, caeremos.
79
w El pecador necesita olvidar el pecado definitivamente. Para que
se complete el arrepentimiento es necesario olvidar el pecado,
como si nunca hubiese sido cometido.
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82 EN LOS PASOS DE JESÚS
XII. EL ESPÍRITU SANTO
83
w Espíritu de Cristo (Romanos 8:9).
w Espíritu de Dios (Génesis 1:2).
w Espíritu de Entendimiento, Espíritu de Fortaleza, Espíritu
de Sabiduría, Espíritu del Señor, Espíritu del Temor del Señor
(Isaías11:2).
w Espíritu de Verdad (Juan 14:17).
85
«Y yo rogaré al Padre, y El os dará otro Consolador para que
esté con vosotros para siempre; es decir, el Espíritu de verdad,
a quien el mundo no puede recibir, porque ni le ve ni le conoce,
pero vosotros sí le conocéis porque mora con vosotros y estará
en vosotros» (Juan 14:16-17).
El bautismo con el Espíritu Santo nos hace ser diferentes en to-
dos los aspectos, porque pasamos a participar de la naturaleza
del propio Señor Jesús. Este bautismo nos hace ver las cosas
como Él las veía, pensar como Él pensaba, hablar como Él ha-
blaba y actuar como Él actuaba. Es este bautismo el que nos
capacita para la gran Obra de Dios, como dijo el Señor Jesús:
«Pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vo-
sotros; y me seréis testigos» (Hechos 1:8).
Por esto, creemos que nadie debe involucrarse en la Obra de
Dios sin antes haber recibido este poder prometido por el Señor
Jesús. Es muy peligroso para el neófito (aquel que es nuevo en
la fe) intentar hacer algo sin el sello del Espíritu Santo, pues
nuestra lucha no es contra carne y sangre, sino contra las fuerzas
espirituales del mal (Efesios 6:12).
Para poder enfrentarnos a fuerzas espirituales y ser victoriosos
necesitamos una armadura espiritual divina y ninguna fuerza es
mayor que el poder de Dios: el bautismo con el Espíritu Santo.
Es tan imprescindible que hasta el propio Hijo de Dios necesitó
este bautismo al iniciar Su ministerio. Los apóstoles lo recibie-
ron para continuar el ministerio del Señor; el apóstol Pablo, del
mismo modo, recibió el bautismo con la imposición de manos de
Ananías (Hechos 9:17). Por tanto, con mucha más razón, noso-
tros debemos recibir este Sello de Dios en nuestra vida.
El conocimiento del Espíritu Santo es vital para la fe cristiana.
Él no es una influencia, ni una energía, ni un espíritu cualquiera
más «evolucionado», «iluminado», etc. El Espíritu Santo posee
en Sí mismo los elementos de existencia personal, propiedades,
cualidades y altas virtudes que le atribuyen personalidad. Es una
persona, al igual que lo son Jesucristo y el Padre. Sus obras y mi-
siones son diversas pero la más importante es la de conducirnos
hasta Jesucristo.
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88 EN LOS PASOS DE JESÚS
XIII. EL BAUTISMO CON
EL ESPÍRITU SANTO
w Nadie puede llenar un vaso con agua mientras este esté lleno
de otro líquido, por eso, nadie puede recibir el Espíritu de Jesús
mientras su cuerpo esté habitado por cualquier otro espíritu, ya
sea de demonios, envidia, contienda, ira, chismes, etc.
w Nadie puede recibir el Espíritu de Dios mientras tenga en su
corazón rencor hacia otra persona. Antes, debe perdonar de todo
corazón a quien lo hirió, a fin de recibir de Dios mayor perdón.
Solo así el Espíritu Santo encontrará espacio para entrar y hacer
morada.
w Nadie podrá recibir el Espíritu de la Verdad mientras ande en
la mentira. Su palabra debe ser sí o no. Nuestra sinceridad nos
mantiene puros a través del Señor Jesús.
w Nadie podrá recibir el Espíritu Santo mientras Sus pensamien-
tos estén puestos en asuntos de este mundo.
w Debe tener la certeza de que no hay nada que le acuse delante
de Dios, de lo contrario, deberá confesar sus pecados verbalmen-
te al Señor Jesús y pedir Su perdón.
w Debe desconectarse de las preocupaciones, ya sea por la fami-
lia, deudas o cualquier otra cosa, procurando vaciarse de todo,
hasta de sí mismo.
89
w Empiece a alabar al Señor Jesús con la boca, no mentalmente.
Dígale cuáles son sus sentimientos hacia Él, que le ama, que le
adora, que Él es la Persona más importante de su vida y que está
listo para hacer Su Santa Voluntad.
w No interrumpa sus alabanzas con pedidos de sanidad, libera-
ción o cualquier otra cosa. Continúe alabándolo sin cesar y siem-
pre con sus labios.
w Si, en este momento, siente picores, oye algún ruido o surge
cualquier cosa que intente interrumpir su alabanza, sepa que el
bautismo con el Espíritu Santo está a punto de producirse. El
diablo intentará desviar su atención del Señor para que pierda la
gran bendición. Continúe alabándolo de todo su corazón, cada
vez más fuerte, sabiendo que Jesús está recibiendo su adoración
como buen perfume, ya que el alimento de Dios es nuestra ala-
banza.
w De repente, sentirá una gran alegría y ésta, irá en aumento
hasta sentir un gozo inexplicable en todo su cuerpo. Entonces,
su lenguaje pasará a ser distinto, no comprendiendo nada pero
sin deseos de parar. ¡Entonces será sellado y bautizado con el
Espíritu Santo!
w No tema. El propio Señor Jesús dijo que si el hijo le pide al pa-
dre un pedazo de pan, no le dará una piedra (Lucas 11:9-13). De
la misma manera, si nosotros, hijos de Dios, le pedimos el Espíri-
tu Santo, Él jamás permitirá que recibamos otro espíritu distinto.
Cuando alguien es bautizado con el Espíritu Santo recibe inme-
diatamente el poder de Dios en su vida para luchar y vencer cual-
quier tipo de batalla. El Espíritu Santo pasa a coordinar nuestras
acciones de tal forma que no dejamos brechas para que el diablo
nos toque. Nos volvemos ilimitados en la realización de la volun-
tad de Dios.
Amigo lector, si desea ser bautizado con el Espíritu Santo, preste
atención a estas palabras escritas por la señora Gordon Lyndsay:
¿Cómo puede una persona ser llena del Espíritu Santo? Comen-
cemos por el pasaje pentecostal más citado de las Escrituras Sa-
gradas, Hechos 2:4.
91
He visto a muchas personas con el deseo de ser bautizadas con
el Espíritu Santo pero bloqueadas por su tensión nerviosa. Sus
labios se ponen rígidos y no consiguen hablar ni en su propia
lengua. Descanse en el Señor. Relaje los músculos y observe el
movimiento del hermoso Espíritu Santo en su vida. Otra cosa, si
sabe portugués, inglés, francés, alemán o cualquiera otra lengua,
solo conseguirá hablar una cada vez. Si al orar, insiste en usar su
lengua materna, podrá orar hasta el Día del Juicio y no hablará en
otra. Por eso, alabe al Señor durante algunos minutos hasta sentir
el movimiento del Espíritu Santo en su alma. Cese de hablar en
su propia lengua y comience, por la fe, a hacerlo en la lengua
desconocida. Al obedecer tendrá su alma inundada de una gran
alegría, pues la Biblia dice:
«Y los discípulos estaban continuamente llenos de gozo y del Es-
píritu Santo» (Hechos 13:52).
Esa alegría podrá recibirla el mismo día de su bautismo o días
después, cuando aprenda a someterse al dulce Espíritu.
¿En qué lugar se puede recibir el Espíritu Santo? La mayoría de
las personas lo reciben en la iglesia, por ser el lugar donde la
presencia del Señor provee una atmósfera adecuada para la ado-
ración y la alabanza; requisitos indispensables para el derrama-
miento del Espíritu. Sin embargo, esto no quiere decir que no
pueda recibirlo en otro lugar, como fue el caso de un hombre
que lo recibió en su coche y, su alegría fue tan grande, que se
detuvo en medio del tráfico y comenzó a saltar lleno de gozo.
Otro, en cambio, lo recibió mientras se afeitaba; otro, mientras
estaba acostado. Otras personas lo recibieron en la cárcel y, otras,
mientras hacían las labores de casa. Los 120 lo recibieron cuando
estaban sentados en el aposento alto (Hechos 2:2). Amigo, como
puede comprobar, Dios no tiene ninguna preferencia en cuanto al
lugar o a la postura de su cuerpo.
Por lo tanto, podemos llegar a la conclusión de que este es otro
paso importante para que el cristiano verdadero alcance la ple-
nitud de vida en comunión con Dios pues, dejando al Espíritu
Santo actuar en su vida, estará preparado para enfrentarse a las
huestes de maldad que se imponen en este mundo.
93
La Palabra de Dios, que es la mente de Cristo, debe estar enrai-
zada en lo más profundo de nuestras vidas, a fin de que el propio
Espíritu pueda actuar en nuestro interior y producir fruto. Esto
es parecido a lo que hacen los agricultores, que echan semillas
en la tierra que después mueren, para después nacer de nuevo y
producir el fruto esperado. Este gran milagro que sucede con la
reproducción se debe a la actuación del propio Dios en sintonía
con la naturaleza. Es exactamente lo que sucede con el cristiano,
que al morir para este mundo y para su propia voluntad, nace
para Dios y, por el Espíritu Santo, hace producir los frutos que
pasamos a estudiar a continuación:
El amor
Porque el amor es la base donde se fundamentan los demás frutos
y donde todas las virtudes espirituales se desarrollan, procurare-
mos centrarnos más en su estudio.
Básicamente, el amor consiste en el querer para los demás aque-
llo que queremos para nosotros mismos. Es la dedicación al pró-
jimo, es la disposición de tiempo y energía a favor de los demás,
como si fuera para nosotros mismos. La propia cruz del Señor
Jesús formaliza el amor puro y verdadero. El palo vertical sim-
boliza el amor nuestro para con Dios y el palo horizontal el amor
para con nuestros semejantes.
La alegría
La alegría es una expresión de contentamiento, satisfacción, jú-
bilo o entusiasmo. La alegría, como fruto del Espíritu Santo, es
mucho más que una simple sensación, es una vida verdadera de
eterno gozo en el alma gracias a la certeza que pone el Espíritu
de Dios dentro del hombre.
La alegría es el fruto del Evangelio dentro de nosotros (Lucas
2:10) y de la profunda experiencia de la Salvación. La alegría del
cristiano es una constante, a pesar de todos los sinsabores que la
vida nos presenta. Sin embargo, la alegría del que no es cristiano
es artificial, causada por los chistes, y de corta duración, ya que
es ligera y se ahoga con las tristezas de este mundo.
El gran gozo que el Señor nos da es para que se vea la diferencia
entre Su pueblo y el resto del mundo y para que testifiquemos de
la felicidad que hay dentro de nosotros. El propio Dios experi-
menta tal sensación, como está escrito:
«No os entristezcáis, porque la alegría del Señor es vuestra for-
taleza» (Nehemías 8:10).
La alegría es una cualidad de vida caracterizada por el bienestar
espiritual, consecuencia de una buena relación con Dios; es el re-
95
gocijo en el Espíritu Santo. A Dios nunca le agradó el desánimo,
al contrario, Su Palabra nos amonesta:
«Servid al Señor con alegría; venid ante El con cánticos de
júbilo» (Salmos 100:2).
Y también:
«Alégrese el corazón de los que buscan al Señor» (Salmos
105:3).
La orden para nuestro día a día es alegrarnos en el Señor, ya que
la alegría es don de Dios, para que Su pueblo reconozca que Él
está en Su trono y que todo está bajo Su control. Esa alegría es
la inspiradora de la esperanza y del coraje; es la confianza en el
Señor Jesús, es la satisfacción de que estamos vivos en Él.
La paz
La caída del hombre en el jardín del Edén destruyó la paz que
había entre él y Dios, consigo mismo, con los demás hombres,
con los demás seres y con la propia naturaleza.
A través de la cruz del Señor Jesús, Dios estableció nuevamente
la paz, conforme está escrito:
«Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz
para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Roma-
nos 5:1).
Por tanto, la paz, comprende mucho más que la mera tranquili-
dad íntima que prevalece a pesar de las tempestades externas.
Es una cualidad espiritual producida por la conciliación, por el
perdón de los pecados y por la conversión del alma. En cierta
ocasión, el Señor Jesús dijo:
«La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como el mundo la
da» (Juan 14:27).
Esa paz es una dádiva celestial y, en realidad, es un contacto de
Dios con el alma por medio del Espíritu Santo. Así como Él nos
enseña acerca de Cristo también nos da la calma y la certeza
de la tranquilidad, incluso en los momentos más difíciles. Por
eso, el Espíritu Santo también es llamado el Consolador, porque
97
Si no hay paz en el mundo, si los pueblos y las naciones no se
entienden es, simplemente, el reflejo de nuestra situación como
individuos delante de Dios. Si la Iglesia de Cristo está dividi-
da internamente, también es el reflejo de nuestra propia relación
con Dios. Todos nos equivocamos cuando intentamos controlarlo
todo, queriendo hacer nuestra propia voluntad, exaltándonos a
nosotros mismos. Son muchos lo que claman por el nombre del
Señor pero que confían en sus propias fuerzas y en aquello que
pueden producir. Otros buscan el equilibrio interior en la filoso-
fía, la ciencia y en otras ramas del saber humano.
La paz es uno de los frutos gloriosos del Espíritu Santo de Dios
en nosotros. Sin Dios no hay verdadera paz. Sin la presencia del
Príncipe de la Paz, de quien habla el profeta Isaías, no hay unión
en amor. Jesús dijo a Sus discípulos antes de dejarlos: «La paz os
dejo, mi paz os doy...» y, si confiamos en esta herencia, podemos
experimentar el resto del mismo versículo:
«No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo» (Juan 14:27).
La longanimidad
La longanimidad es una tolerancia paciente. Por ejemplo, la lon-
ganimidad, cuando es atribuida a Dios, significa que Él tolera
pacientemente todas las iniquidades del ser humano, no dejándo-
se arrebatar por explosiones de ira o furor, lo que desembocaría
en la destrucción humana. En esto se manifiesta el amor, pues
los hombres se caracterizan por los errores y pecados constantes
pero, aun así, Dios se mantiene misericordioso.
Cuando manifestamos este fruto soportamos las provocaciones
ajenas porque sabemos que el Señor Jesús soporta nuestros peca-
dos, gracias a su gran longanimidad.
La benignidad
Benignidad es amabilidad, bondad y compasión. El cristiano
que posee esta virtud tiene un carácter excelente, es bondadoso
y amable con los suyos y con sus semejantes, no mostrándose
inflexible ni exigente. Aunque es muy común ver, entre los recién
La bondad
La bondad es muy semejante a la benignidad, en cuanto a que
la persona bondadosa posee un comportamiento generoso con
los demás. Aquel que posee esta virtud no mide sacrificios para
ayudar y hacer valer la fuerza del amor. Podemos ver un ejemplo
de bondad en la parábola del buen samaritano (Lucas 10:30-35).
La persona bondadosa no mira para sí misma, ni mucho menos
espera recompensa de la otra parte. No ve color, sexo, apariencia
física ni nivel económico, sino que su placer es glorificar al Señor
Jesús a través de sus actos de generosidad.
La fidelidad
La fidelidad, en el original griego, puede significar tanto una ac-
titud de confianza, como de fe. Es una demostración del carácter
leal al Señor Jesús, motivada por una confianza total en Su Per-
sona. Cuando una persona se convierte a Cristo, su alma pasa a
depender totalmente de Él, debido a su entrega total. Esto es con-
fianza o fe, que a su vez produce la fidelidad propiamente dicha.
Muchos cristianos, al igual que el apóstol Pedro mientras estaba
físicamente cerca del Señor Jesús, son fieles a Jesucristo cuando
todo les va bien y no les falta dinero, salud, etc., pero cuando
vienen las aflicciones, las persecuciones, la falta de poder adqui-
sitivo y otros problemas, dejan de mirar al Autor y Consumador
de la fe para fijarse en las condiciones en las que se encuentran.
Ahí empieza el descontento, la tristeza, el desánimo, etc., y, en
seguida, empiezan a caminar hacia la infidelidad, que es una se-
ñal de desconfianza e incertidumbre.
99
Es fácil ser fiel cuando todo marcha bien. Cuando las cosas van
mal, la fidelidad es un «sacrificio». Sin embargo, lo que el Es-
píritu Santo deposita dentro de nosotros a través de la fidelidad
atraviesa cualquier barrera, venciendo cualquier obstáculo con-
trario a la fe.
Dios siempre está probando nuestra fidelidad hacia Él. Es bueno
que los cristianos mantengan sus ojos espirituales bien abiertos,
para que no pierdan el buen don del Espíritu Santo.
La mansedumbre
El Señor Jesús dice: «Bienaventurados los mansos, pues ellos
heredarán la tierra» (Mateo 5:5).
«Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso
y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas»
(Mateo 11:29).
En ambos casos vemos, que esta actitud, es una sumisión por par-
te del hombre delante de Dios y, seguidamente, hacia los demás
hombres. Es un carácter suave y humilde. Además del ejemplo
del propio Señor Jesús, tenemos el caso de Moisés, como dicen
las Escrituras en Números 12:3:
«Era el varón Moisés muy manso, más que todos los hombres
que había sobre la tierra».
La mansedumbre es el resultado de la verdadera humildad al re-
conocer el valor ajeno sin considerarnos superiores. Si el Señor
Jesús no hubiese tenido esta virtud, jamás podría haber soportado
la provocación de aquellos que le insultaban y se burlaban de
Él. Fue necesario tener un espíritu manso para poder vencer las
tentaciones.
El dominio propio
Este último fruto del Espíritu Santo es el resultado del control
sobre uno mismo ante los impulsos de la carne que nos conducen
a la muerte espiritual. Todo cristiano necesita autodisciplinarse
para poder alcanzar las victorias por medio del Señor Jesús.
La ley
La ley es la doctrina de la Biblia por la que Dios nos enseña
cómo debemos ser, qué debemos hacer y qué debemos evitar.
Esto quiere decir que el hombre sería salvo a través de sus pro-
pios méritos, si obedeciese a las leyes y a los mandamientos que
se encuentran en el Antiguo Testamento. Para verificar esto, pue-
de leer Levítico 19:2-3 y Deuteronomio 6:6-7.
Por esta doctrina sería tremendamente difícil alcanzar la salva-
ción, pues si un hombre cumple toda la Ley pero falla en un solo
mandamiento, aunque haya cumplido el resto, le serían anulados
por haber fallado en uno.
Tenemos muchos ejemplos de iglesias que son legalistas, es de-
cir, que intentan aplicar la Ley para sus seguidores. Por ejem-
101
plo, existe una denominación que obliga a sus fieles a guardar
el sábado cueste lo que cueste, porque en la Ley encontramos el
mandamiento del Señor de guardar el sábado.
Todas las religiones o denominaciones que intentan fundamentar
la fe en la Ley o en los mandamientos, terminan convirtiéndose
en falsas y anticristianas, simplemente porque «el justo vivirá por
la fe» (Hebreos 10:38) en el Señor Jesucristo.
Si la Ley fuese suficiente para salvar al hombre, la venida del
Señor Jesús habría sido totalmente inútil. No es que la Ley falle
o sea errónea, sino que fue creada para apuntar al Salvador Jesús
y disciplinar al pueblo judío, que era rebelde y duro de corazón.
El evangelio
Evangelio significa «buenas noticias». Es la doctrina por la cual
Dios nos salva a través del Señor Jesucristo. Mediante el Evange-
lio, el hombre es salvo por la fe en Aquel que consiguió cumplir
toda la Ley sin fallar absolutamente en ningún precepto: Jesu-
cristo. La Ley nos enseña qué debemos y qué no debemos hacer,
pero el Evangelio nos enseña lo que Dios ha hecho y continúa
haciendo por el hombre, a través de Su Hijo Jesús.
El fruto del Espíritu Santo proviene del Evangelio, que es la gra-
cia de Dios para todos los que apoyan su fe en el Señor Jesús,
puesto que es Él mismo quien nos concede el Espíritu Santo y,
consecuentemente, los frutos y los dones para el crecimiento de
Su Iglesia.
Aquellos que andan en base a la Ley y a los mandamientos no
pueden producir los frutos del Espíritu Santo porque, en sus con-
ceptos, deben hacer prevalecer la fuerza de voluntad para ser
«buenos cristianos», lo cual es imposible sin la actuación efectiva
del Espíritu Santo, por la fe única y exclusiva en el Señor Jesús.
La blasfemia
Por desgracia, muchas personas han sido engañadas debido a las
lenguas extrañas. La falta de claridad respecto a este tema ha
llevado a muchas personas a una vida de verdadero infierno, peor
de la que tenían antes de haber conocido al Señor Jesús como
Salvador.
Los demonios se manifiestan en las personas que se involucran
con ellos, generalmente, a través del espiritismo, haciéndoles ha-
blar un lenguaje raro, imitando incluso a las personas bautizadas
con el Espíritu Santo al hablar las lenguas extrañas que provienen
de Dios.
Muchos candidatos se afanan en hablar en lenguas extrañas por-
que “fulanita de tal”, que lleva menos tiempo en la iglesia, ya fue
bautizada con el Espíritu Santo. Piensan que por ser mas antiguos
en la fe tienen que ser bautizados de cualquier manera, cueste lo
que cueste. Dejan de alabar al Señor Jesús con pureza del alma y
se empeñan en hablar en otras lenguas. El diablo, viendo esa ac-
titud orgullosa, «desciende» sobre ellos haciéndoles hablar, e in-
cluso cantar, en otras lenguas. Ante tal situación, creen haber sido
bautizados con el Espíritu Santo pero, más tarde, los frutos podri-
dos empiezan a aparecer. En vez de mostrarse alegres y felices,
están siempre disconformes, reclamando por todo y nunca están
satisfechos con nada. Son la denominada «cizaña» que se levanta
en medio del trigo con actitudes que solo siembran contiendas,
como la de «profetizar» dentro y fuera de las iglesias, criticando
al pastor y sembrando la rebelión entre la congregación.
103
Las lenguas extrañas existen y, todas las personas que están bau-
tizadas con el Espíritu Santo, las hablan pero no todas las perso-
nas que hablan en lenguas extrañas son bautizadas con el Espíritu
Santo.
Uno de los dones del Espíritu es el discernimiento espiritual. No-
sotros, que estamos siempre expulsando demonios, hemos visto
muchos casos de personas engañadas por el diablo. En cierta oca-
sión, una señora nos dijo que estaba “llena” del Espíritu Santo y,
aunque se mostraba muy feliz por ello, nosotros no estábamos
convencidos de que fuera así. Un día, esa misma señora, comen-
zó a entonar un cántico tan bonito que cualquier persona pensaría
que estaba realmente poseída por el Espíritu Santo. Días después
la señora cayó enferma y, cuando fuimos a orar por ella pidién-
dole a Dios que la liberara de todo mal, manifestó con un espíritu
maligno, el mismo que le hacía cantar de aquella manera y que se
hacía llamar «cantor lírico».
Hemos conocido a muchas personas que creían tener el Espíritu
Santo pero que en realidad estaban poseídas por algún espíritu de
maldad. Sin embargo, aquellas que eran sinceras, tarde o tempra-
no son liberadas, pues los espíritus malignos, al no poder resistir
la presión de la presencia de Dios, acaban manifestando su verda-
dera personalidad y es ahí cuando entramos nosotros con el poder
de Dios para apartarlos definitivamente del individuo.
105
Es natural llorar de alegría, sonreír o cantar, pero no el estar fuera
de sí, pues esto es una manifestación demoníaca, no del Espíritu
Santo.
107
espiritual, por lo que no encontrará ningún motivo para buscar
a Dios. Para ella, Dios y nada serán lo mismo. Por eso, el Señor
Jesús nos advierte:
«En verdad os digo que todos los pecados serán perdonados a
los hijos de los hombres, y las blasfemias con que blasfemen,
pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo no tiene
jamás perdón, sino que es culpable de pecado eterno» (Marcos
3:28-29).
Los pecados cometidos contra el Padre o el Hijo serán perdona-
dos porque el Espíritu Santo es quien nos conduce al arrepen-
timiento; pero si el pecado es contra el propio Espíritu, ¿quién
nos llevará al arrepentimiento?
109
necesidad, Él escoge a aquel cuyo corazón ha sido celoso con Su
Obra y lo usa para usar un don.
El Señor Jesús mantiene el control de Su Iglesia por medio del
Espíritu Santo que, a su vez, escoge personas llenas de un gran
amor, con el fin de realizar Sus maravillosos dones a través de
ellas.
Palabra de sabiduría
Este don proporciona la habilidad de comprender y transmitir las
cosas más profundas del Espíritu Santo, comprender los misterios
cristianos y la capacidad de transmitir a otros ese conocimiento.
La Palabra de Dios es espíritu y vida (Juan 6:36) y para compren-
derla necesitamos este don, para que no la interpretemos errónea-
mente, pues muchos se desvían de la fe cristiana por escuchar a
espíritus engañadores (1 Timoteo 4:1).
El Espíritu Santo, a través de este don, nos hace discernir la vo-
luntad de Dios por Su propia Palabra, además de aplicar la sa-
biduría espiritual a la hora de juzgar cuestiones difíciles entre
los miembros de la comunidad cristiana, como fue el caso de
Salomón, cuando juzgó la causa entre dos mujeres (1 Reyes 3:16-
28). En este caso, el don de la palabra de sabiduría fue otorgado
a Salomón para que pudiese hacer justicia a su pueblo. De ahí
la importancia de este don para hacer justicia al pueblo de Dios.
Palabra de conocimiento
El conocimiento al que se refiere este don es aquel que es apren-
dido, adquirido y, entonces, transmitido. Este conocimiento no es
el que el mundo nos da pues, de ser así, no necesitaríamos que
existiese este don. Este don es, exactamente, el conocimiento o la
ciencia de las cosas ocultas al hombre natural y que son revela-
das a aquellos que pertenecen al Reino de Dios. Es la palabra de
ciencia que es transmitida a los seguidores del Señor Jesús día a
día, un poco cada vez.
Verifique los muchos hechos ocurridos y registrados en la Biblia.
Hay muchas cosas encubiertas que solamente son descubiertas
Fe
Este don no puede ser confundido con la fe necesaria para la
justificación, conforme Romanos 5:1, sino que es la manifes-
tación de un gran nivel de confianza en Dios, capaz de hacer
posible lo imposible, por la actuación directa del Espíritu Santo
en el cristiano conocedor de la Palabra de Dios.
El Espíritu Santo ha derramado esta dádiva especialmente en
aquellos que son lo suficientemente humildes de espíritu para
aceptar Su Palabra de corazón y actuar sobre la misma, o sea,
aquellos que se han rebelado en contra de cualquier tipo de re-
ligión que no acepte la simplicidad de la Biblia Sagrada.
De hecho, el cristiano auténtico procura absorber al máximo la
Palabra de Dios tal como es y de la manera que se expresa, pues
entiende que una vez escrita, Su acción está determinada pero
necesita que alguien, lleno del don de la fe, venga a ponerla en
práctica.
Cuando el Señor Jesús se dirigió a la higuera (Marcos 11:14),
estaba utilizando este don. También Pedro usó este don con el
cojo (Hechos 3:6). Pablo, a su vez, fue usado por el Espíritu
Santo para que un hombre lisiado y paralítico de nacimiento
fuese curado (Hechos 14:8-10).
El don de la fe no debe ser usado únicamente en curaciones
o milagros en general sino también para ayudar al cristiano a
soportar las aflicciones de este mundo, así como el Señor Jesús
las soportó. Este fue el caso de Antipas (Apocalipsis 2:13) que,
según los historiadores, fue introducido en un buey de bronce
y colocado sobre una hoguera. Antipas soportó una muerte te-
rrible por amor al Señor Jesucristo. El emperador Domiciano
había obligado a todos los pueblos de la época a adorarle como
si fuera un Dios.
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Aquellos que se resistían a sus órdenes eran asesinados de forma
cruel, y Antipas fue una de sus víctimas.
A través de los siglos, muchos hombres de Dios cambiaron el
rumbo del mundo a través de sus dones de fe:
«Quienes por la fe conquistaron reinos, hicieron justicia, obtu-
vieron promesas, cerraron bocas de leones, apagaron la violen-
cia del fuego, escaparon del filo de la espada; siendo débiles,
fueron hechos fuertes, se hicieron poderosos en la guerra, pusie-
ron en fuga a ejércitos extranjeros. Las mujeres recibieron a sus
muertos mediante la resurrección; y otros fueron torturados, no
aceptando su liberación, a fin de obtener una mejor resurrecci-
ón. Otros experimentaron vituperios y azotes, y hasta cadenas
y prisiones. Fueron apedreados, aserrados, tentados, muertos a
espada; anduvieron de aquí para allá cubiertos con pieles de
ovejas y de cabras; destituidos, afligidos, maltratados (de los
cuales el mundo no era digno), errantes por desiertos y mon-
tañas, por cuevas y cavernas de la tierra» (Hebreos 11:33-38).
Como podemos ver, el don de fe se caracteriza por la acción del
hombre lleno del Espíritu Santo.
Curación o sanidad
La cura o sanidad divina es un derecho adquirido a través del Se-
ñor Jesucristo. No es una cuestión de fe, sino de la simple acepta-
ción, por parte del enfermo, del sacrificio realizado por el Señor
en la cruz del Calvario, como está escrito:
«Por sus heridas hemos sido sanados» (Isaías 53:5).
Esto quiere decir que ya hemos sido curados y no necesitamos
pedir algo que nos fue concedido.
El don de la curación o sanidad es concedido al pastor a fin de
que pueda ejercer su ministerio para aquellos que están incapa-
citados de creer, por no poder oír la Palabra de Dios debido a
la sordera o por tantos otros factores que nos impiden asimilar
nuestros derechos delante de Dios.
Uno de los ejemplos de este don en el ministerio del Señor Jesús
fue el caso de un hombre sordo y tartamudo (Marcos 7:32-35),
Realización de milagros
Este es el quinto don del Espíritu Santo, entre los nueve existen-
tes. Milagro es un hecho o suceso extraordinario que no se expli-
ca por las leyes de la naturaleza. Notemos que todos los demás
dones del Espíritu Santo están incluidos en este don, realizados
por los siervos del Señor esparcidos por todo el mundo.
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w Jesús caminando sobre las aguas (Mateo 14:25).
w Se abrieron las puertas de la cárcel (Hechos 5:19).
w Pedro se libera de la prisión (Hechos 12:7).
Podemos ver que estos, entre otros tantos poderes, traspasan las
leyes de la naturaleza, son la manifestación real del don de reali-
zar milagros y son sólo realizados por la voluntad de Dios, para
Su honra y gloria, de acuerdo con la necesidad en cada momento.
Como fue el caso de Josué, que necesitaba tomar la ciudad de
Jericó (Josué 6). En este, y en los demás casos bíblicos, la reali-
zación de milagros fue esencial, ya que no había otra manera de
resolver el problema.
Un gran ejemplo de este don, realizado actualmente, es el caso de
la Comunidad Cristiana del Espíritu Santo, que sobrevive, exclu-
sivamente, por las obras maravillosas realizadas por el Espíritu
Santo a través de sus siervos.
La profecía
Este es el don más desconocido por la mayoría del pueblo evan-
gélico, especialmente entre aquellos que más desean ejercerlo en
sus ministerios. La realidad es que, la falta de conocimiento so-
bre el asunto ha sido tan grande, que miles de personas han sido
destruidas, no solo espiritualmente sino también físicamente, por
haber dado crédito a las palabras proferidas por un «profeta» o
«profetisa».
Creo que este ministerio es más ejercido por mujeres que por
hombres por el simple hecho de ser más receptivas, dulces y sen-
sibles y, por eso, son engañadas con más facilidad. Como ejem-
plo de esto tenemos a Eva, que prestó atención a la serpiente; a
Sara, que llevó a Abraham a cohabitar con la empleada; y a Dali-
la, que cortó el pelo de Sansón eliminando, así su fuerza.
Creo que la falta de oportunidad ministerial dentro de la iglesia
y la falta de instrucción al respecto hace que éstas sean presas
fáciles para los espíritus inmundos y engañadores. Aunque debo
aclarar que este ministerio no es exclusivamente del hombre,
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Aquellos que viven buscando revelaciones personales por el mi-
nisterio en cuestión, acabarán desanimándose, porque el cristiano
«vive por la fe» (Gálatas 3:11).
La palabra de Dios es una profecía viva para todos aquellos que
la aceptan por fe y aspiran a hacer la voluntad de Dios poniéndola
en práctica, porque fe es acción. Vea, amigo lector, lo que dice
Santiago 2:14-26. No sirve de nada que la persona se consagre
con oraciones, ayunos y la lectura de la Biblia, si no pone en
práctica la Palabra de Dios. El propio Señor Jesús nos advierte en
cuanto a la práctica de Su Palabra en Mateo 7:24-27.
Yo creo, de todo corazón, que si Él quisiese que anduviésemos
en base a profecías particulares, Su Palabra dejaría de tener valor
y no necesitaría existir. ¡Eso sería absurdo! Tan absurdo como el
vivir de profecías de hermanos más «consagrados».
En este momento me viene a la mente que, en cierta iglesia, había
una señora muy respetada que siempre se consagraba con ayu-
nos y oraciones. En las reuniones de oración el pastor le cedía la
palabra para orar o dirigir la reunión y, de hecho, sus oraciones
aparentaban ser más «fuertes» que las oraciones de los demás.
Siempre, después de mucho tiempo orando y algunas palabras
extrañas, pronunciaba sus «profecías». Un buen día se descubrió
que aquella «profetisa» era la amante de un incrédulo. Imagine
cuántas personas, que prestaron atención a sus oráculos, fueron
engañadas por el espíritu inmundo que, por así decirlo, dirigía esa
congregación.
Generalmente, las personas quieren ver para creer lo que se dice
acerca de la Palabra de Dios pero, curiosamente, acatan ciega-
mente cualquier profecía realizada por el tarot, quiromantes,
«profetisas evangélicas», horóscopos, etc., sin saber que este es
el ministerio preferido de Satanás. No son pocas las personas que
están internadas en manicomios y psiquiátricos debido a estos
pronosticadores del diablo.
Tal vez piense que estamos totalmente en contra de la profecía o
del don de profecía pero no es así, ¿quienes somos nosotros para
juzgar la Palabra de Dios? Lo que pasa es que la profecía existe
pero conforme a la propia Biblia y bajo una disciplina celestial,
como todas las cosas de Dios.
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Otro aspecto de la profecía es que toda y cualquier persona que
anuncia el Evangelio del Señor Jesús está profetizando. Afirmar
que el Señor Jesús cura todas las enfermedades, libera a todos los
oprimidos, prospera, salva, etc., es afirmar algo que acontecerá
en la vida de todos los que creen en esta palabra profética, que es
la Palabra de Dios.
Para finalizar el estudio de este don, a continuación le damos una
serie de consejos útiles para que los cristianos puedan reconocer
si las profecías, que cada día van en aumento, son de Dios o del
diablo:
w La primera actitud que debe tomar el oyente de la profecía es
verificar si la palabra profética está de acuerdo con la Biblia, es
decir, si esta sirve para edificación, exhortación y consolación de
la Iglesia.
w Ver si la profecía es para un grupo de personas o si está dirigida
a una sola persona. En este último caso la profecía sería total-
mente falsa.
w Después de estas observaciones, esperar y ver si se cumple o
no. Si se cumple es de Dios, sino se cumple es falsa y demoníaca.
w Conocer la vida del profeta o del mensajero ayudará a la hora
de aceptar o rechazar sus profecías, pues como está escrito:
«Cuidaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vesti-
dos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos
los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos
de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos; pero el
árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir
frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo ár-
bol que no da buen fruto, es cortado y echado al fuego. Así que,
por sus frutos los conoceréis» (Mateo 7:15-20).
Discernimiento de espíritus
En la época de la Iglesia primitiva existían personas dotadas con
poderes psíquicos y espirituales que no pertenecían a la comuni-
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En una época en que el espiritismo se está propagando con gran
fuerza por todo el mundo creo que necesitamos de este don, más
que nunca, para desenmascarar todos los planes y estrategias de
Satanás, por el poder del Dios vivo, en la persona del Espíritu
Santo, ¡y en el nombre del Señor Jesucristo!
Diversidad de lenguas
Este don trata de la diversidad de lenguas extrañas que la persona
habla tras recibir el bautismo con el Espíritu Santo, que de acuer-
do con 1 Corintios 13:1, hay dos tipos:
w Lenguas extrañas a los hombres en general y que son proferi-
das por los ángeles.
w Lenguas extrañas a la persona que habla y, generalmente, a los
que las oyen.
Interpretación de lenguas
La Iglesia del Señor Jesús solamente será edificada a través de
las lenguas extrañas si hubiese, por parte de alguien, una inter-
pretación de las mismas. El apóstol Pablo llegó a prohibir que se
hablase en lenguas en reuniones públicas si no había quien las
interpretase, ¡y con toda la razón! (Lea 1 Corintios 14:27-28). Si
las lenguas son proferidas sin interpretación no servirán de nada
para la iglesia, por eso, nuestro Dios proveyó el don de la inter-
pretación, para que Su iglesia pueda ser edificada.
El sentido de la visión no tiene por objetivo beneficiar solamente
a los ojos, sino al cuerpo entero; así como el sentido del oído no
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beneficia solamente a los oídos, sino a todo el cuerpo. Esto es
precisamente lo que ocurre con todos los dones y funciones de
los miembros individuales del Cuerpo de Cristo. El Espíritu de
Dios determina la actividad de cada miembro y nos capacita para
esa actividad.
Por tanto, los dones del Espíritu Santo buscan la perfección del
cuerpo de Cristo, o sea, de Su Iglesia, en la misión suprema de
ganar almas para el Reino de Dios.
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ciones del Espíritu Santo a través de nosotros, en la vida de las
personas que escuchan, de nuestros labios, las promesas de Dios.
Es el profundo deseo de Dios, no solo de que hagamos Su Obra a
favor de su pueblo sino que, por encima de todo, seamos un vivo
ejemplo del Señor Jesús, como está escrito:
«El que dice que permanece en El, debe andar como El anduvo»
(Juan 2:6).