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Imputacion Objetiva

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ACCIÓN Y RESULTADO

Hay que recordar que cuando se dice efectos no se alude


al resultado, lo cual sería innecesario, pues por el criterio de la
ubicuidad, un delito se entiende producido tanto en el lugar
donde se realiza la acción como en el que se produce
el resultado, con lo cual, bastaría con aplicar el principio de
Principio de Territorialidad. Son delitos de resultado aquellos
tipos cuyo contenido consiste en la producción de un efecto separado
espacio-temporalmente de la conducta. ... Debido a la existencia de este
lapso de tiempo desde la realización de la acción hasta la producción
del resultado, se admiten, caben otros riesgos, intervenciones
posteriores.
Por derecho penal de acto se entiende una regulación legal, en
virtud de la cual la punibilidad se vincula a una acción concreta
descrita típicamente y la sanción sólo representa la respuesta al hecho
individual y no a toda la conducción de la vida del autor o a los peligros
que en el futuro se esperan de las mismas Principales teorías. Por
resultado de una acción se entiende, en general, el efecto del
comportamiento humano.
No todo hecho es resultado, sino sólo el que aparece conectado
causalmente, directa o indirectamente, con un hecho anterior. En el
Derecho penal el resultado

LA IMPUTACIÓN OBJETIVA
Preliminares:
1.Las bases de la moderna teoría de imputación objetiva fueron
fundadas por Claus Roxin en 1972, en el marco con causalistas y
finalistas sobre la suficiencia de la relación de la causalidad para
la configuración del tipo, Roxin sustento que la tipicidad no podía
quedar reducida a la constatación de la relación de causalidad, sino
que el juicio de tipicidad debería suponer una valoración normativa
sobre la relevancia penal del comportamiento, basada en principios
de creación y realización de riesgos prohibidos por el ordenamiento
jurídico. Desde aquel entonces la Teoría de imputación objetiva
realizo una marcha triunfal en la doctrina y jurisprudencia, no solo
en Alemania, sino en gran parte de los países del mundo.

Surgimiento (TIO)
En la literatura señala frecuentemente que los orígenes de la
Teoría de Imputación Objetiva se encuentran sobre todos en las obras
de Larenz, Hoin, Engisch y Welzel. Ciertamente cada uno de ellos
contribuyo en el cambio de perspectiva en el análisis de tipicidad.
Ellos cuestionaron sobre diversas formas que el enjuiciamiento de
los comportamientos en el derecho que n o debería estar basado en
causalidad (acción y resultado) sino que deberían analizar más allá
sobre el grado de participación que tiene el sujeto agraviado en
la comisión del hecho punible. Por su parte Hoin quien fue que en
1930 lo introduce al derecho penal; quien señala que para atribuir
un hecho a una persona, se debe distinguir suficientemente entre
el juicio de causalidad y el juicio de imputación y en consecuencia
más allá de la comprobación de la relación de causalidad, es
necesario un juicio de valor que el ordenamiento jurídico debe
realizar sobre la misma.
Recién en 1972 seria Claus Roxin quien funda la moderna
teoría de la imputación objetiva, tal como se le conoce hoy en día.
La importancia del aporte de Roxin a la teoría de imputación objetiva
ha sido reconocida de forma generalizada. Asilo ha puesto de relieve
CANCIO MELIÀ y SHÙNEMAN, en su estudio sobre imputación objetiva
que el nacimiento de la teoría de imputación objetiva se debe a
Claus Roxin quien trato la problemática “la creación de un riego
jurídicamente relevante de una lesión típica del bien jurídico.

TEORIA DE IMPUTACIÒN OBJETIVA (parte de tesis de Elmer


Fustamante Gálvez, para optar el grado de Maestro en
Derecho con Mención en ciencias Penales)
Dentro del derecho penal, uno de los

principales problemas que se siguen abordando

en la doctrina actual, es lo relacionado con

el curso causal de los hechos y la atribución

de esos hechos (cuando son típicos) a la

persona que los produjo. Es decir, la relación

de causalidad. Sin embargo, como menciona

Jakobs, “la causalidad es sólo condición

mínima de la imputación objetiva del

resultado; a ella debe añadirse aún la

relevancia jurídica de la acción causal entre

la acción y el resultado” (1997, 237).

En realidad, los conceptos de causalidad e

imputación pueden ser tomados como sinónimos

pero utilizados por distintas escuelas. La

escuela naturalista preferiría el nombre de

causalidad, mientras que la doctrina del

iusnaturalismo racionalista del siglo XVIII y

en los penalistas hegelianos del siglo XIX

prefirieron el nombre de imputación. Ahora

bien, “El concepto de ‘imputación objetiva’

nace en este clima, en 1927, aunque por obra

de un civilista hegeliano, Larenz, y ya en 1930

Honig lo propuso para el Derecho penal” (Mir

Puig 2005, 3). Por ello, a continuación


abordaremos los puntos más resaltantes sobre

la teoría de imputación objetiva.

3.1.1. La Teoría de la Imputación


Objetiva

Recibe este nombre la construcción

dogmática que trata de dar respuesta a la

pregunta de ¿cuándo puede ser utilizada la

relación de causalidad para imputar una

conducta como típica al sujeto activo? Es

decir, busca una forma de delimitar los hechos

propios de aquellos accidentales, por lo cual

sería una teoría de la tipicidad. A lo mejor

por ello se denomina imputación objetiva, pues

delimita la responsabilidad penal por un

resultado ya en el tipo objetivo, y relaciona

la victima por un lado, y al autor por el otro.

Al respecto es bueno aclarar que si bien es

cierto en los estudios sobre imputación

objetiva, y en este proyecto, se habla de

víctima y de autor (o sujeto activo), en verdad

propiamente no lo serían, pues, de lo que trata

justamente esta teoría es.

De comprobar que haya “víctima” y “autor”.


Por ello, el término “víctima” se utiliza
en el presente estudio en muchas ocasiones
en un sentido impropio –sencillamente, por
razones de comodidad y economía–, como
“persona lesionada”, al igual que el
término “autor”, como “persona que ha
intervenido en la lesión”. Pues la
determinación de que se trata en realidad
de una “víctima”, y, correlativamente, de
un “autor”, a la luz de la teoría del tipo,
es, precisamente, el objeto del presente
trabajo. (Cancio Meliá 2001, 21)

Efectivamente, lo manifestado por Cancio

Melia será de suma importancia y serán los

criterios que se tomarán en cuenta para la

realización de esta investigación.

En la actualidad se aceptada como principio

general de imputación objetiva el que la

acción humana haya creado un riesgo

jurídicamente desvalorado y ésta se haya

realizado en el resultado. Ello requiere, por

consiguiente, la comprobación de: a) la acción

ha creado un riesgo (en el sentido de la

equivalencia de condiciones): b) este riesgo

es jurídicamente desvalorado; c) se ha

plasmado en la realización del resultado

típico. Esto se puede representar en el

gráfico siguiente:
Resultado
típico

Desvalorada TIPICIDA
jurídicamente D
A

Riesgosa
--------

Permitida

Significa que una conducta humana ha

producido una acción (término jurídicamente

relevante) que ha creado un riesgo. Este

riesgo tiene que ser jurídicamente

desvalorado cuya consecuencia es un resultado

típico. Así, lo que se busca es valorar si la

conducta es susceptible de ser una de las que

el legislador ha definido en un determinado

tipo en la ley. Cuando sucede lo último,

concluiremos afirmando que la conducta es

típica, lo cual requiere, en los tipos de mera

actividad, la imputación objetiva del

comportamiento, es decir, que la conducta sea

de las previstas por el legislador en el tipo

en cuestión; y en los tipos de resultado,

además, que exista un nexo suficiente entre la


conducta y el resultado producido.

En los delitos de resultado1, el riesgo en

el sentido del tipo no se dará si no hay al

menos una conexión causal entre la conducta y

la modificación del mundo exterior. Pero esta

conducta tiene que generar un riesgo descrita

por el tipo (es decir desaprobada

jurídicamente), una vez comprobados los dos

pasos anteriores, se tiene que evaluar que el

resultado haya sido producto del riesgo creado

y no de otros factores.

Luego de haberse determinado la tipicidad

objetiva de la conducta, corresponde analizar

la tipicidad subjetiva, pero de esto ya no se

ocupa la teoría de la imputación objetiva, y

tampoco será motivo de investigación en la


1 Merece hacer una breve aclaración entre delitos de resultado y delitos de mera
actividad, para ello nos basaremos en lo que manifiesta Roxin. Así, para este autor, se
entiende por delitos de resultados a “aquellos tipos en los que el resultado consiste en
una consecuencia de lesión o de puesta en peligro separada espacial y temporalmente
de la acción del autor. Un delito de resultado es p.ej. el homicidio: entre la acción (v.gr.
disparar el revólver) y el resultado (muerte de la víctima) hay una distancia temporal y
espacial. Pero también son delitos de resultado la estafa […], en la que el perjuicio
patrimonial es subsiguiente al engaño, e incluso las injurias (§ 185) o la provocación de
escándalo público […], en los cuales el conocimiento por parte de un tercero es un
proceso autónomo frente a la acción del autor, pero necesario para que se cumpla el
tipo” (Roxin 1997, 328). En cambio, los delitos de mera actividad son “aquellos en los
que la realización del tipo coincide con el (último acto de la acción y por tanto no se
produce un resultado separable de ella. Así sucede en el allanamiento de morada […],
en el que el tipo se cumple con la intromisión, en el falso testimonio […], que no requiere
un resultado que vaya más allá del juramento en falso, o también en las acciones
sexuales […], que llevan en sí mismas su desvalor y cuya punibilidad no presupone
ningún resultado ulterior” (Roxin 1997, 328). Roxin es categórico el manifestar que “El
significado práctico de la distinción consiste sobre todo en que la teoría de la relación
causal, que en los delitos comisivos tiene gran importancia para la imputación al tipo
objetivo […], sólo desempeña un papel en los delitos de resultado. Es decir, que en los
delitos de mera actividad, para comprobar la consumación del hecho, sólo es preciso
examinar la concurrencia de la propia acción del autor; y en ellos también coincide la
tentativa acabada (o sea, el momento en el que el autor ha hecho todo lo necesario para
provocar el resultado) con la consumación del delito” (Roxin 1997, 328-329).
presente tesis.

La configuración de la teoría de la imputación objetiva

Un sector de la doctrina penal, anclada en una visión causalista


o finalista del delito, le niega utilidad a la teoría de la
imputación objetiva, en tanto la función que se le atribuye en la
teoría del delito puede ser perfectamente cubierta por otras
categorías dogmáticas. Por ejemplo, los aún defensores de una
comprensión causalista del delito sostienen que los problemas que
aparentemente soluciona la teoría de la imputación objetiva pueden
resolverse con los correctivos que ofrecen la causalidad, la
Antijuridicidad o la culpabilidad (dolo y culpa). Por su parte, los
representantes de la escuela finalista muestran también su
disconformidad con la creación de esta nueva categoría, en tanto,
según su parecer, se trata de cuestiones que pueden solucionarse
sin mayores complicaciones en la categoría de la acción, en el dolo
o que entran en el ámbito de la valoración específica de la
Antijuridicidad. Incluso para los delitos culposos, en donde existe
una clara similitud entre los criterios de la imputación objetiva
y la teoría de la infracción del deber objetivo de cuidado, se ha
considerado también superflua su utilización.

Si a cada una de las referidas objeciones contra la imputación


objetiva les asiste algo de razón, no vamos a resolverlo aquí. Para
responder a este sector doctrinal crítico, nos remitimos
básicamente a las razones que justifican la normativizarían de las
categorías jurídico-penales y, dentro de esta tendencia, el
desarrollo alcanzado por la teoría de la imputación objetiva. No
obstante, la idea de la normativización de las categorías penales
no goza de una unidad de pensamiento, sino que existen en la doctrina
penal actual distintos pareceres sobre cómo debe emprenderse tal
normativización y, por tanto, cómo debe configurarse la teoría de
la imputación objetiva. Por esta razón, vamos a hacer a continuación
una breve exposición de las propuestas más importantes de
normativización de la parte objetiva de la tipicidad, lo que nos
permitirá poner de manifiesto nuestro parecer sobre esta cuestión
central de la teoría del delito.

A. La función de prevención general de la norma penal

De acuerdo con la línea de pensamiento desarrollada por ROXIN, a las


normas penales (como amenaza penal) se les atribuye la función de
prevención general para impedir la lesión de bienes jurídicos. En
este sentido, la norma penal se configura como una norma de
determinación que se dirige a la voluntad humana con la finalidad
de decirle qué debe hacer o no hacer para evitar lesionar bienes
jurídicos. Aquellas lesiones a bienes jurídicos que no pueden ser
evitadas por la norma de determinación no podrán ser sancionadas
penalmente debido a la ausencia de un desvalor de la acción
(infracción de una norma de determinación). No obstante, para ROXIN
la norma penal constituye también una norma de valoración informada
por consideraciones político-criminales, es decir, que la
realización de un comportamiento prohibido debe producir además un
resultado contrario al ordenamiento jurídico. Por esta razón, para
determinar la conducta típica no basta un desvalor de la acción,
sino que es necesario además un desvalor del resultado, pues si no
existe una afectación de la paz jurídica, no habrá necesidad de
reaccionar penalmente.

En la concepción de ROXIN, la teoría de la imputación objetiva se


enmarca dentro de la teoría del tipo objetivo. Su función
consistirá, por tanto, en filtrar solamente aquellas conductas en
las que la norma penal ha podido ejercer una función de prevención
general. En este sentido, la imputación objetiva debe comprender,
en un primer momento, todas las acciones que desde una perspectiva
previa al hecho hubiesen podido evitarse de haberse observado la
norma de conducta (como norma de determinación). Pero la imputación
objetiva debe además limitar la imputación a los casos en los que
desde una perspectiva posterior al hecho siga siendo apropiada la
norma de conducta para evitar la lesión del bien jurídico, de manera
que se excluyan los casos en los que el peligro jurídicamente
desvalorado no se ha realizado en el resultado. Pese a la posibilidad
de diferenciar estos dos planos en la explicación de la imputación
objetiva, lo cierto es que para esta línea de interpretación se trata
de dos aspectos que se encuentran necesariamente vinculados.

B. La teoría de la conducta típica y la limitación de la imputación


objetiva

Otro sector de la doctrina penal, representado sobre todo por FRISCH,


parte de un concepto material del delito, según el cual el delito
es una conducta que aparece como merecedora y necesitada de pena.
La condición mínima del merecimiento y necesidad de la pena es la
realización de un injusto del que alguien resulte responsable,
entendiéndose por injusto el desconocimiento de las relaciones de
mutuo reconocimiento, es decir, la negación del reconocimiento de
las libertades jurídicas y de los bienes jurídicamente
constituidos. Sin embargo, la realización de un injusto no es
suficiente para justi-ficar la pena. No todo injusto culpable
resulta merecedor y necesitado de pena, sino que debe tratarse de
un injusto cualificado. La cualificación del injusto depende de
consideraciones de racionalidad y de justicia, e incluso, en algunos
casos, de fórmulas de consenso. De esta manera, los criterios de
merecimiento y necesidad de pena de un injusto culpable se
constituyen como una categoría adicional de adecuación de la pena,
a la que será necesario recurrir solamente si no puede ser alojada
ya en el tipo.

Las ideas anteriores se sitúan, sin duda, lejos de la teoría


de la imputación penal, pero son aspectos previos necesarios para
una comprensión integral del fenómeno penal. En el plano de la
imputación propiamente, FRISCH comienza el análisis del tipo penal
como el resultado de una ponderación general entre la restricción
de la libertad de acción y la protección de bienes jurídicos que
permite determinar las conductas penalmente desaprobadas. Los
elementos de esa ponderación general no forman parte de la
tipicidad, por lo que pueden presentarse casos concretos que pueden
subsumirse en el tenor del tipo penal, pero que se mantienen dentro
del ámbito de libertad general. Cuando esto sucede, la determinación
del injusto típico no puede limitarse a la constatación de los
elementos del tipo penal, sino que debe procederse a determinar si
existe una conducta merecedora y necesitada de pena. A este proceder
valorativo FRISCH denomina teoría de la «conducta típica»,
colocándola en el centro de su comprensión de la tipicidad. La
determinación de la conducta típica se corresponde, de alguna
manera, con el nivel de la creación de un riesgo jurídicamente
desaprobado de la teoría de la imputación objetiva defendida por
la doctrina dominante, pero para FRISCH se trata de un aspecto
independiente que no constituye un presupuesto de la imputación.
La imputación objetiva se limita solamente a comprobar que la reali-
zación de un resultado se corresponda con el peligro penalmente
desaprobado creado por el autor, siendo la causa de la inflación
de los problemas enmarcados en esta teoría un planteamiento
insuficiente de la teoría de la conducta típica. Las perspectivas
de análisis en cada uno de estos aspectos del tipo de los delitos
de resultado son distintas: mientras en la conducta típica se
realiza una determinación ex ante, en la realización del resultado
tiene lugar una determinación expost.

C. La infracción de un rol como defraudación de la norma

La teoría de la imputación objetiva adquiere una configuración


distinta en el planteamiento de JAKOBS. Para este autor, el Derecho
penal se encarga de devolver la vigencia a las expectativas sociales
defraudadas. La defraudación de estas expectativas garantizadas
jurídicamente sólo puede tener lugar por una conducta objetivamente
defectuosa, sin tener en cuenta los distintos aspectos individuales
del autor. La teoría de la imputación objetiva ofrece precisamente
el material que permite interpretar cuándo se ha realizado objeti-
vamente un comportamiento delictivo, esto es, cuándo se ha
defraudado de manera objetiva una expectativa social
institucionalizada o, lo que es lo mismo, una norma. Como puede
apreciarse, la teoría de la imputación objetiva de JAKOBS se deriva
de la misión que le atribuye a la imputación jurídi-co-penal.

El criterio que permite determinar objetivamente que se ha


infringido una norma penal se encuentra en el desempeño incorrecto
de un rol socialmente configurado. En este sentido, un hecho sólo
podrá imputarse objetivamente a un ciudadano si constituye la
infracción de un rol. Aquellos aspectos de la realidad que no forman
parte del rol atribuido al ciudadano no podrán serle imputados, aun
cuando éste haya podido fácticamente realizar estos aspectos o
evitar su producción. Si todas las personas fuesen competentes para
evitar todos los daños posibles, se produciría una paralización in-
mediata de la vida social. La imputación jurídico-penal requiere,
por tanto, de una base social objetiva que permita descartar los
hechos o resultados que no se pueden atribuir objetivamente.

D. Toma de posición

De las distintas líneas de interpretación de la imputación objetiva


que hemos expuesto, consideramos que la que se basa en la infracción
de roles se ajusta mejor a las necesidades punitivas del Derecho penal
actual. Un hecho puede imputarse a un sujeto sólo si constituye la
infracción de un rol social jurídicamente atribuido. Para precisar
cuáles son las exigencias que se derivan del desempeño de un rol en
la sociedad, debe recurrirse a las distintas normas formales e
informales que regulan los distintos sectores sociales de actuación.
En este sentido, lo determinante en la imputación objetiva es lo que
el sujeto debe objetivamente evitar o, lo que es lo mismo, su
competencia por el hecho. Lo subjetivo tiene importancia solamente
como conocimiento de lo objetivamente relevante. El conocimiento
subjetivo que va más allá de lo requerido, en principio, no debería
tener efecto alguno en la imputación penal.

Si la imputación objetiva depende de los distintos roles


asumidos, habrá que precisar cuáles son esos roles2. Como ya lo vimos
de manera general, por un lado se encuentra el rol general de
ciudadano y, por el otro, los roles especiales que dan lugar a deberes
especiales en virtud de una concreta institución social. La
infracción del rol no se produce del mismo modo en ambos casos. La
imputación objetiva en los delitos de dominio (infracción del rol
de ciudadano) sigue criterios de regulación distintos a los que rigen
en los delitos de infracción de un deber (infracción de roles
especiales). En lo que sigue, nos ocuparemos de exponer los contornos
que asume una teoría de la imputación objetiva asentada en la
defraudación de roles, distinguiendo precisamente la imputación ob-
jetiva en función de la diferencia entre delitos de dominio y delitos
de infracción de un deber.

La imputación objetiva en los delitos de dominio

El rol general de ciudadano genera la obligación originaria de


hacer uso de la libertad de organización sin perjudicar al resto.
A esta libertad de organización le corresponde, una responsabilidad
por las consecuencias lesivas derivadas de la organización. No
obstante, el hecho de que de la actuación de un ciudadano se deriven
causalmente resultados lesivos para otros, no le genera aún
responsabilidad penal. Solamente en el caso que el ciudadano haya
infringido su rol general de no hacer daño podrá atribuírsele
objetivamente el hecho y, dado el caso, una responsabilidad penal.
Este proceso de determinación objetiva se divide en dos partes: la
imputación del comportamiento y la imputación objetiva del
resultado.

2
Tesis Elmer Fustamante Gálvez
A. La imputación del comportamiento

La imputación del comportamiento en los delitos de dominio permite


determinar si un comportamiento riesgoso pueda imputarse a una
persona como infracción del rol general de ciudadano. Para llegar
a establecer esto, debemos precisar cuándo una organización
personal riesgosa sobrepasa los niveles de permisión establecidos
por el ordenamiento jurídico. Una vez determinado un riesgo como
penalmente relevante, habrá que responder a la cuestión de si su
creación puede imputarse penalmente al que lo ha producido o pudo
evitarlo. En este punto, el principio de confianza, la prohibición
de regreso y la competencia de la víctima se erigen como
instituciones imprescindibles. Finalmente, resulta pertinente
precisar las distintas figuras típicas que pueden fundamentarse ya
con la sola imputación del comportamiento, sin que sea necesario
el segundo elemento de la imputación objetiva, es decir, la
imputación del resultado.

a. La creación de un riesgo penalmente prohibido

Por pura lógica conceptual, los riesgos prohibidos son aquéllos


que están fuera del ámbito cubierto por el riesgo permitido. Esta
afirmación presupone que existen riesgos que no pueden dar lugar
a responsabilidad penal, en tanto están socialmente permitidos. El
origen histórico del concepto de riesgo permitido se remonta a la
época industrial en la que fue necesario, para no parar el progreso,
permitir ciertas actividades expectativas a pesar de su
peligrosidad. Así, pueden encontrarse ya en la doctrina penal de
la segunda mitad del siglo XIX referencias doctrinales a la
problemática de acciones peligrosas, pero necesarias para el
desarrollo de la sociedad. Sin entrar en las distintas soluciones
dogmáticas que desde entonces se han ofrecido para resolver esta
problemática, la doctrina penal actualmente dominante vincula el
concepto de riesgo permitido con la teoría de la imputación objetiva
como la faceta negativa de la imputación del comportamiento (o
creación de un riesgo jurídicamente desaprobado). Por el contrario,
un sector, minoritario de la doctrina se muestra crítico frente a
la posible utilidad dogmática del concepto de riesgo permitido o
lo considera simplemente un concepto formal que sólo permite agrupar
los distintos casos en los que se excluye el desvalor de acción.
Otro sector, ubicado en una posición intermedia, limita la
relevancia dogmática del concepto de riesgo permitido al ámbito de
los delitos culposos. Pese a los argumentos esgrimidos por los
detractores de la idea del riesgo permitido, consideramos que
existen razones de fondo para aceptar su relevancia en la configura-
ción de la imputación objetiva.

En nuestra comprensión de la imputación del comportamiento, el


riesgo permitido constituye un importante criterio de determinación
del carácter prohibido de la conducta realizada, pues no forma parte
del rol general de ciudadano impedir todos los riesgos de lesión,
sino solamente los que exceden el riesgo socialmente permitido. No
obstante, no basta hacer la afirmación general de que no puede
imputarse objetivamente riesgos permitidos, sino que se requiere
concretar lo que califica un riesgo como prohibido, para lo cual
resulta determinante tener en cuenta la actual configuración de
nuestra sociedad.

La concreción del riesgo prohibido constituye un proceso de


determinación sobre la base de normas jurídicas, normas técnicas
y reglas de la prudencia que rigen en los sectores sociales en los
que actúa el ciudadano que realiza la conducta riesgosa. Veamos este
proceso de manera más detenida.

Para determinar el carácter prohibido de un riesgo hay que tener


en cuenta, en primer lugar, lo que establece el propio ordenamiento
jurídico, pues normalmente en el Derecho positivo se precisan qué
conductas quedan excluidas del ámbito de lo permitido debido a su
peligrosidad. Esta prohibición puede tener lugar mediante normas
jurídicas de carácter penal o extrapenal. En el primer caso se
recurre, por lo general, a la técnica de tipificación propia de los
delitos de peligro abstracto, mientras que en el segundo caso se
utilizan normas o reglamentaciones administrativas que regulan de-
terminadas actividades sectoriales riesgosas (p. ej. el tráfico
rodado). No obstante, en el caso de simples contravenciones a la
reglamentación administrativa, la determinación del riesgo
penalmente prohibido requiere además que estén presentes los
restantes presupuestos exigidos por el tipo penal correspondiente.
Así, puede ser que el tipo penal exija para la prohibición penal
un elemento cualitativo adicional o una gravedad cuantitativa
especial de la conducta riesgosa. Un ejemplo del primer caso sería
el medio fraudulento para que la falta de pago de los tributos se
configure como una conducta típica de defraudación tributaria. Como
supuesto del segundo caso, podría mencionarse el delito de
contrabando, en el cual se establece que el valor del objeto del
delito supere las dos unidades impositivas tributarias para tener
relevancia penal.

En ámbitos que están sujetos a conocimientos muy especializados


y con un alto grado de dinamismo, la determinación del carácter
prohibido del riesgo tiene lugar por lo general sobre la base
de-normas o estándares técnicos que rigen en estos sectores
específicos. Puede ser incluso que sea la propia regulación jurídica
la que se remita expresamente a las normas técnicas del sector
respectivo. Dentro de los estándares técnicos deben incluirse no
sólo los métodos desarrollados por la técnica y la ciencia en la
realización de determinada actividad industrial (por ejemplo, los
estándares técnicos de los materiales de construcción o los
estándares de seguridad en la fabricación de automóviles), sino
también las diversas directivas técnicas desarrolladas al interior
de una empresa (por ejemplo, las indicaciones a los instaladores
en caso de empresas de gas urbano).

En la determinación del riesgo prohibido a partir de estándares


técnicos se discute especialmente si pueden utilizarse reglas
técnicas que se muestran inadecuadas para el control de la actividad
riesgosa. Si la inadecuación consiste en una exigencia excesiva
sobre el agente para controlar el riesgo, el incumplimiento de las
reglas en su parte de exceso no constituye un incremento del riesgo
penalmente relevante mientras el agente se haya mantenido en las
reglas que se perciben como adecuadas. Más discutible se presenta
el caso cuando el agente observa las reglas técnicas, pero éstas
resultan inadecuadas para controlar el riesgo. Si al momento de
actuar las reglas técnicas se muestran como reglas adecuadas para
el control de los riesgos, no se habrá creado un riesgo prohibido.
Solamente podrá considerarse objetivamente relevante el
cumplimiento de las reglas técnicas inadecuadas, si su adecuación
estaba ya cuestionada al momento de actuar. En estos casos, la regla
técnica deja de ser un criterio que autorice la creación de un riesgo
y, por tanto, puede dar a pie a una imputación del comportamiento.

Existen sectores de la vida que no cuentan con normas jurídicas


o estándares técnicos, por lo que será necesario encontrar algún
referente objetivo para poder determinar si el riesgo creado se
encuentra penalmente prohibido o no. En estos casos, el estándar
de actuación tendrá que determinarse mediante reglas de prudencia.
En ámbitos de actuación que requieren un nivel de especialización,
existen ciertas reglas del arte u oficio que deben seguirse para
evitar generar peligros excesivos o incontrolables. Así, por
ejemplo, la lex artis médica establece ciertas reglas de cuidado
que todo médico debe observar, tales como el deber de contar las
gasas utilizadas en una operación quirúrgica o excluir posibles re-
acciones alérgicas antes del suministro de determinados fármacos.
Por el contrario, en ámbitos no especializados se debe seguir el
criterio general del ciudadano prudente, desarrollado sobre todo
en el ámbito del Derecho civil. De lo que se trata es de establecer
hasta dónde habría llegado un ciudadano fiel al Derecho.
Un tema sumamente discutido es el tratamiento de las
compensaciones de riesgo. Como se sabe, ciertas actividades
riesgosas son permitidas bajo la observancia de determinadas
condiciones dirigidas a reducir el riesgo. La discusión se presenta
cuando estas condiciones no se cumplen, pero se utilizan ciertas
compensaciones que permiten reducir igualmente la peligrosidad de
la actividad riesgosa. Para decidir si en estos casos la creación
del riesgo sigue siendo prohibida, debe considerarse si las
condiciones o requerimientos de seguridad están impuestos por
normas jurídicas o solamente por normas técnicas. En el primer caso,
las compensaciones de riesgo no tendrán ninguna relevancia para
excluir la responsabilidad, mientras que si se trata sólo de normas
técnicas los mecanismos de protección podrían reemplazarse sin
problemas por otros nuevos igualmente o más efectivos. Si una com-
pensación de riesgos tuviese relevancia también frente a lo
establecido jurídicamente, se pondría en duda la vinculatoriedad
de la legislación y se aumentaría el peligro de un desorden en los
sectores regulados. Considerar que una determinada reglamentación
está desfasada, y por ello no cumplirla, significa colocarnos en
el papel de legisladores, lo cual en un sistema democrático no puede
determinarse de manera individual.

b. La competencia por la creación de un riesgo penalmente


prohibido

A partir de los criterios acabados de desarrollar, deter-


minaremos si una conducta riesgosa ha creado un riesgo penalmente
prohibido. Por esta razón, no es necesario comprobar si, en el caso
concreto, ha existido un interés preponderante sobre el riesgo
generado por la conducta, pues la tipicidad de la conducta se
establece en un plano abstracto. No obstante, para la imputación
del comportamiento no basta que se haya sobrepasado el límite de
actuación general permitida que establece el ordenamiento jurídico,
sino que se requiere determinar, además, la competencia del autor
por el riesgo prohibido creado con dicha conducta.

El hecho riesgoso se presenta, por lo general, en un contexto


interactivo, por lo que la intervención de varios sujetos en el hecho
puede oscurecer la determinación de los sujetos penalmente
competentes. Por esta razón, resulta conveniente que nos aboquemos
a resolver los problemas de delimitación de los ámbitos de
competencia en caso de intervención de varios sujetos en el hecho
delictivo. La competencia por el riesgo prohibido no necesariamente
debe corresponderle altitular del ámbito de organización del que
se deriva fácticamente el riesgo prohibido, sino que puede
plantearse también frente a terceros (principio de confianza y
prohibición de regreso) o puede incluso ser atribuida a la propia
víctima (ámbito de responsabilidad de la víctima). Si no es posible
afirmar la competencia jurídico-penal de alguna persona, entonces
cabrá tratar el hecho simplemente como un infortunio.

b.l) El principio de confianza

En sociedades organizadas, en las que la división del trabajo


libera al ciudadano competente de un control sobre las actuaciones
de los demás, el principio de confianza adquiere una especial
relevancia. El fundamento de este principio parte de la idea de que
los demás sujetos son también responsables y puede confiarse, por
tanto, en un comportamiento adecuado a Derecho por parte de ellos.
Lo específico del principio de confianza en cuanto al riesgo
permitido se encuentra en el hecho de que el desarrollo del suceso
no depende de la naturaleza, sino de otras personas. No obstante,
este principio requiere, como todo criterio de delimitación de
competencias, de una labor de concreción que permita establecer si
se mantiene la confianza o si, por el contrario, ésta decae. Para
poder llevar a cabo esta labor, debe tenerse en cuenta el sector
específico correspondiente, pues la configuración del principio de
confianza varía según las características de cada sector. Así, por
ejemplo, la confianza que rige en el tráfico rodado no se corresponde
con la que tiene lugar cuando se usa prestaciones ajenas en la
división del trabajo.

El principio de confianza frente a las prestaciones de terceros


tiene dos formas distintas de manifestación. En primer lugar, pueden
mencionarse los casos en los que una actuación se mostraría inocua
si la persona que actúa a continuación cumple con sus deberes. Así,
por ejemplo, el productor de determinados bienes que necesitan
mantenerse refrigerados no responderá por el carácter nocivo del
producto si la empresa distribuidora no observa, de manera dolosa
o culposa, las reglas especiales de transporte y convierte el
producto en peligroso para la salud de los consumidores. La
confianza en un transporte correcto de la mercadería hace que la
responsabilidad del productor se encuentre excluida. En estos
casos, solamente podrá existir un deber del primer actuante de
comunicar al segundo la necesidad de cumplir con ciertas condiciones
especiales en la transportación, lo cual, por otra parte, no será
necesario en caso de productos que evidentemente requieren de tales
condiciones (por ejemplo, el transporte refrigerado de productos
marítimos o lácteos).

La otra forma de manifestación del principio de confianza se


presenta cuando una situación concreta ha sido preparada
previamente por un tercero. En principio, se debe tener la confianza
en que este tercero ha actuado de manera correcta en la etapa
anterior. Así, por ejemplo, si el médico encargado de realizar una
operación quirúrgica infecta al paciente con un instrumental
quirúrgico que previamente debió ser esterilizado por la enfermera
encargada, no podrá hacérsele penalmente competente por el riesgo
que genera su actuación como médico, pues puede alegar legítimamente
haber confiado en que la enfermera cumpliría con su parte del
trabajo. El principio de confianza le autoriza a confiar en el
cumplimiento adecuado de las labores asignadas a la enfermera.

El principio de confianza, como todo principio general,


encuentra también ciertas circunstancias especiales que excluyen
su vigencia. Estos límites al principio de confianza pueden
clasificarse en tres: a) la confianza queda excluida si la otra
persona no tiene capacidad para ser responsable o está dispensada
de su responsabilidad; b) no hay lugar para la confianza si la misión
de uno de los intervinientes consiste precisamente en compensar los
fallos que eventualmente otro cometa; y c) la confianza cesa cuando
resulta evidente una conducta que defrauda las expectativas por
parte de uno de los intervinientes. Este último supuesto de
limitación de la confianza se muestra como especialmente extraño
en una comprensión objetiva del principio de confianza, pues se
sustentaría en un conocimiento subjetivo. Hay que precisar, sin
embargo, que tal situación de confianza no se rompe con una
desconfianza subjetiva derivada de conocimientos especiales, sino
sólo con una originada por situaciones que objetivamente permitan
poner en tela de juicio la confianza sobre la conformidad a Derecho
del comportamiento del otro.

b.2) La prohibición de regreso

Dejando de lado la discusión sobre si resulta correcto o no


utilizar el término prohibición de regreso en estos casos, se trata
de determinar aquí la responsabilidad de quien realiza un
comportamiento estereotipado que favorece al hecho delictivo de
otro. La doctrina penal ha desarrollado desde hace mucho distintos
criterios para sustentar la irresponsabilidad penal del autor del
aporte. En un primer momento, se discutió esta cuestión en atención
al supuesto de una contribución culposa en el hecho doloso de un
sujeto plenamente responsable. Las razones que se ofrecieron en ese
entonces para justificar la irresponsabilidad del contribuyente
culposo fueron muy diversas: la negación de una relación de
causalidad, la impunidad general de la participación culposa
(cómplice e instigador) o la ausencia de una mediación de la
voluntad. En la actual discusión doctrinal, la cuestión de la
prohibición de regreso se ha ubicado en el terreno de la imputación
objetiva, lo que ha motivado no sólo que se amplíen los supuestos
comprometidos, sino también que se desarrollen nuevos criterios de
solución de este antiguo problema jurídico-penal.

En el panorama doctrinal actual, el fundamento de la prohibición


de regreso acude a diversos criterios. Un sector de la doctrina
considera que se trata de comportamientos socialmente adecuados y,
por ello, no pueden dar lugar a una imputación objetiva. Otros
autores recurren al viejo criterio de la previsibilidad objetiva,
utilizado por los defensores de la «teoría de la adecuación», y
excluyen la responsabilidad en caso de intervenciones imprevisibles
de terceros. Una referencia más objetiva la ofrecen aquéllos que
sostienen que en los casos de prohibición de regreso no tiene lugar
una «dominabilidad» o «controlabilidad» del hecho. Un sector
importante de la doctrina justifica, sobre la base del principio
de confianza, la confianza del primer actuante en que el tercero
no realizará una conducta delictiva. Finalmente, un sector cada vez
mayor de la doctrina penal recurre al criterio de los ámbitos de
responsabilidad, según el cual una persona no tiene que
representarse las distintas posibilidades de comportamiento
ilícito que puede llevar a cabo el tercero.

De los distintos criterios arriba mencionados, consideramos que


el más adecuado para justificar la prohibición de regreso es el
criterio de los ámbitos de responsabilidad. Como ya lo hemos
precisado, la responsabilidad penal en los delitos de dominio se
configura por una organización defectuosa que infringe el deber
negativo de no lesionar a otro. Esta organización defectuosa puede
tener lugar por una organización individual o ser producto de una
organización conjunta. En el caso de una organización conjunta, no
basta que se realice una aportación (dolosa) al hecho, sino que es
necesario que ese aporte tenga el sentido objetivo de alcanzar
consecuencias delictivas. Ese sentido objetivo lo suministra la
infracción del rol general de ciudadano por la creación de un riesgo
prohibido. Por el contrario, una actuación de acuerdo con el
estereotipo de conductas socialmente permitidas no podrá constituir
una infracción del rol de ciudadano. El hecho de que el agente haya
actuado dolosa o culposamente respecto de la futura utilización de
su aporte por otro en un eventual contexto delictivo no cambia en
nada el carácter permitido de su actuación. Una imputación del
comportamiento no resulta justificada sólo porque exista una
conducta causal evitable, sino que es necesario que esta conducta
constituya una infracción del rol general de ciudadano. Si no tiene
lugar una infracción del rol de ciudadano, entonces estaremos ante
una prohibición de regreso.

Las formas de aparición de la prohibición de regreso pueden


clasificarse en dos grupos. En primer lugar están los casos en los
que no se hace responsable al sujeto que realiza un comportamiento
cotidiano, debido o estereotipado al que otro vincula
unilateralmente un hecho delictivo o se sirve del mismo para su
realización. Por ejemplo: no puede considerarse partícipe en el
delito de falsificación de moneda al deudor que le paga la deuda
al acreedor, quien adquiere con dicho dinero una máquina
fotocopiadora que utiliza para falsificar billetes. A los deudores
no les asiste un deber de controlar que los acreedores hagan buen
uso del dinero recibido de ellos. Una responsabilidad penal ni
siquiera podrá plantearse en caso el acreedor haya revelado al
deudor su designio delictivo.

El segundo supuesto de prohibición de regreso excluye la


responsabilidad penal de quien realiza una prestación generalizada
e inocua a otra persona que hace uso de ella para la materialización
de un delito. En estos casos tiene lugar una comunidad con el autor,
pero esta comunidad se encuentra limitada a la prestación de un
servicio socialmente permitido que el beneficiario no puede ampliar
unilateralmente. La ausencia de una imputación del comportamiento
tendrá lugar aun cuando el que realiza la prestación pueda suponer
los planes delictivos del autor, ya que objetivamente no se ha
producido una conducta dirigida a favorecer un delito, sino una
prestación consistente en la entrega de bienes, en la realización
de servicios o en el suministro de información a la que cualquiera
puede acceder.

La falta de competencia en virtud de la prohibición de regreso


presenta también ciertos límites normativos, más allá de los cuales
una responsabilidad penal del participante podría tener lugar
perfectamente. Para determinar estos límites, la doctrina penal ha
propuesto, desde hace mucho, criterios de solución a partir de
distintos principios y fundamentos jurídicos. Como bien lo ha
precisado FRISCH, el estado difuso de la discusión jurídico-penal
sobre el tema en cuestión se debe no sólo a la insuficiencia
legislativa para ofrecer criterios claros de solución, sino también
a que el problema se ha pretendido resolver desde distintas
categorías dogmáticas. En este sentido, antes de entrar en las
particularidades de la propuesta de solución, resulta conveniente
precisar la ubicación dogmática del problema.

Un sector de la doctrina penal intenta solucionar directamente


el problema en el lado subjetivo del hecho, al considerar que las
llamadas conductas neutrales del partícipe se prohíben cuando se
trata de un ataque accesorio doloso al bien jurídico. A esta
interpretación se le ha considerado poco convincente, sobre todo
porque podría exigirse para el dolo no más que el conocimiento de
la probabilidad del uso delictivo de su aporte, lo cual ampliaría
de manera intolerable la responsabilidad penal por la realización
de conductas normales de la vida diaria. Esta crítica parecería no
alcanzar, por el contrario, a aquellos que fundamentan una
responsabilidad penal sólo si existe un conocimiento seguro de la
utilización delictiva de la conducta neutral. Pero, de cualquier
forma, tal solución presenta ciertos cuestionamientos, pues
permitiría sancionar penalmente supuestos dudosos de elevación
dolosa del peligro causalmente producido como, por ejemplo, el que
contrata los servicios profesionales de una persona de la que sabe
con seguridad que deja de pagar fraudulentamente sus impuestos. En
este sentido, la doctrina penal mayoritaria considera que en estos
casos no basta un conocimiento del aprovechamiento delictivo de su
aportación, sino que es necesario ofrecer una restricción por encima
de la sola vinculación causal conocida.

En el plano causal se ha pretendido sustentar la prohibición de


regreso basándose en la idea de las causas de reserva o en la
causalidad hipotética. Este planteamiento parte de la idea de que
no tiene sentido prohibir penalmente la realización de un aporte
neutral si es que la negativa de dicho aportación no habría impedido
que el autor recurra a otra persona capaz de ofrecer el mismo
servicio sin revelar esta vez sus planes delictivos. Por eso, la
prohibición de regreso no podría hacerse valer en los casos en los
que no se puede acceder a una prestación similar. No obstante, los
problemas de prueba y la diferencia de soluciones por datos
simplemente accidentales del caso concreto que ofrece esta solución
basada en consideraciones hipotéticas, han llevado a que la doctrina
penal mayoritaria busque actualmente fundamentar la limitación de
la prohibición de regreso en un plano más allá que el causal, es
decir, en la tipicidad objetiva de la conducta.

Para poder afirmar la tipicidad objetiva de una aportación


neutral a la realización de un delito, se han ofrecido distintas
perspectivas. Por un lado, se encuentran aquellos que sustentan la
adecuación social de la conducta o su permisión en aspectos
subjetivos. A este parecer puede reprochársele, sin embargo, no
hacer finalmente ninguna restricción objetiva de la conducta
neutral, pues el sentido social del hecho queda supeditado al fuero
interno del sujeto. Para evitar esta preponderancia de lo interno,
se han propuesto teorías mixtas, es decir, aquéllas que determinan
el desvalor de la conducta a partir de criterios objetivos y
subjetivos. No obstante, y reconociendo que en la conducta prohibida
existen aspectos objetivos y subjetivos, una determinación
simultánea de ambos aspectos resulta incompatible con una solución
sistemática progresiva. Por esta razón, la doctrina penal dominan-
te se ha esforzado por resolver en el propio plano objetivo los
supuestos penalmente relevantes de conductas cotidianas re-
curriendo a diversos criterios normativos.

Los criterios ofrecidos por la doctrina penal para decidir la


tipicidad objetiva de un aporte profesional o estereotipado son de
distinto orden. Unos recurren a criterios cuantitativos como, por
ejemplo, «que el comportamiento del partícipe sea esencial para la
realización del hecho principal» o «que la prohibición de este
comportamiento sea relevante para la protección del bien jurídico».
Otros recurren, más bien, a criterios cualitativos como «la
solidaridad con el autor» o «que su aporte posea una referencia de
sentido claramente delictiva». En una variante intermedia, algunos
autores utilizan un criterio mixto basado en la cualificación y
cuantificación del riesgo. Como puede verse, existe una amplia
paleta de alternativas que lleva a reducir sustancialmente la
posibilidad de consenso en la solución del problema de los límites
de la prohibición de regreso.

En nuestra opinión, la determinación de los límites de la


prohibición de regreso requiere tener en cuenta el fundamento por
el cual una prestación profesional o estereotipada no alcanza
relevancia penal, es decir, los ámbitos de responsabilidad. En este
sentido, resulta lógico entender que el criterio para decidir cuándo
esta prestación deja de ser neutral debe encontrarse en la
competencia por el riesgo prohibido. La cuestión será fijar entonces
en qué momento el riesgo creado con la aportación estereotipada
resulta atribuible penalmente a su autor. Un sector de la doctrina
penal establece que la competencia penal por el aporte se determina
en función de los conocimientos que posea el profesional al momento
de su prestación, de manera que si le consta el futuro uso delictivo
de su prestación, será posible fundamentar su participación
punible. Otro sector de la doctrina penal vincula el criterio de
determinación de la competencia penal por el aporte a un plano
estrictamente objetivo, señalando que la conducta sólo dejará de
ser neutral si se enmarca objetivamente en un contexto marcadamente
delictivo. Según este parecer, para que la conducta del profesional
sea punible, sus labores deben haber abandonado objetivamente el
carácter de una prestación de servicios profesionales y constituir
una adaptación de los conocimientos profesionales a la comisión de
un hecho delictivo. Para explicarlo con un ejemplo: Una cosa es que
el abogado tributarista consultado se limite a señalar qué hechos
no se encuentran gravados con impuestos y otra muy distinta será
si absuelve la consulta sobre la forma concreta de evadir el pago
de determinado impuesto. En el primer caso, la conducta se mantiene
objetivamente en el ámbito de las labores permitidas de
asesoramiento jurídico-tributario, mientras que en el segundo caso
el aporte entra en un contexto marcadamente delictivo de
defraudación tributaria.

Conviene remarcar que aun cuando con una u otra teoría se


determine que la sola contribución causal se mantiene en el marco
de lo socialmente adecuado, esta situación no anula otros deberes
existentes que puedan dar pie a una responsabilidad penal. En este
sentido, si al sujeto que presta una actuación socialmente aceptada
le asiste alguna posición de garantía o, mejor dicho, otra
competencia por organización (introducción de un riesgo especial,
por ejemplo) o institucional (confianza especial, por ejemplo) o
deberes de solidaridad mínima (omisión del deber de socorro o de
denuncia), entonces una responsabilidad penal podrá tener lugar en
caso que esas competencias o deberes se infrinjan. El único aspecto
que la prohibición de regreso excluye es la responsabilidad penal
por la prestación estereotipada en sí misma, pero no la derivada
de cualquier otra razón penalmente relevante.

b.3) El ámbito de competencia de la victima


La figura de la víctima ha estado presente en las construcciones
jurisprudenciales y doctrinales del Derecho penal desde hace mucho
tiempo. Si bien actualmente se habla de un «redescubrimiento de la
víctima», lo cierto es que en el marco de la dogmática penal esta
tendencia debe entenderse, más bien, como el descubrimiento de la
utilidad que la teoría de la imputación objetiva tiene en la solución
de la problemática del comportamiento de la víctima. En este sen-
tido, son cada vez menos las fundamentaciones dogmáticas que ubican
esta cuestión fuera del ámbito de la teoría de la imputación
objetiva, como lo hicieron, por ejemplo, las que procuraron
solucionarla en el ámbito subjetivo como un supuesto de falta de
previsibilidad de la lesión por parte del autor, las que se ubicaron
en el terreno de la causalidad mediante la llamada teoría de la
«media causación» o teoría de la concurrencia de culpas, o las que
consideraron que se trataba de un problema específico de los delitos
culposos respecto de la configuración del deber objetivo de cuidado.
No obstante, el consenso de la doctrina dominante alcanza sólo a
la ubicación del problema de la conducta de la víctima al interior
de la teoría de la imputación objetiva, pues sobre su concreta
configuración dogmática reina todavía cierta polémica. Por nuestra
parte, vamos a ocuparnos de desarrollar el instituto dogmático de
la competencia de la víctima a partir de una teoría de la imputación
objetiva basada en roles.

En una explicación funcional de la imputación objetiva cabe


reconocer dos razones por las que las consecuencias de un hecho
delictivo pueden recaer sobre la víctima: o porque nadie resulta
competente por el delito (caso de infortunio), o porque la víctima
ha «actuado a propio riesgo» al infringir incumbencias de
autoprotección o realizar actos de propia voluntad. De estas dos
posibles razones de cargo a la víctima del resultado lesivo,
solamente la segunda constituye un caso de competencia de la propia
víctima, ya que en el caso del infortunio no tiene lugar propiamente
una atribución del hecho a la víctima, sino que simplemente sobre
ella debe pesar la desgracia. Una competencia de la víctima que se
sustente en el principio de autorresponsabilidad solamente podrá
existir en los casos en los que la víctima, en tanto persona
responsable, ha actuado a propio riesgo. Esta actuación de la
víctima puede tener lugar, a su vez, de dos maneras: Por la
infracción de incumbencias de autoprotección o por un acto de
voluntad (consentimiento). Esta diferenciación no significa una
reedición de la teoría de la diferenciación entre participación en
la autopuesta en peligro y heteropuesta en peligro consentida, sino
que, por el contrario, se asienta en criterios dogmáticos
diferentes.

Cuando la actuación a propio riesgo tiene lugar mediante la


infracción de incumbencias de autoprotección, estamos ante
supuestos en los que la víctima actúa de una manera que pueden
esperarse objetivamente consecuencias lesivas para ella. Se trata,
por tanto, de riesgos que se encuentran presentes en su interacción
con los demás y frente a los cuales resulta de su incumbencia
autoprotegerse. Ya que la complejidad de los contactos sociales
genera no sólo mayores beneficios para el progreso de la sociedad,
sino también mayores riesgos, parece lógico que el sistema jurídico
atribuya un conjunto de incumbencias de autoprotección a las
personas. La infracción de estas incumbencias por parte de la propia
víctima hace que en determinados casos los sujetos que le han produ-
cido causalmente la lesión no respondan penalmente o sólo lo hagan
de manera parcial en caso de mantener ciertas competencias por el
dominio del riesgo.

La figura del consentimiento constituye otra especificación de


la esfera de competencia preferente de la víctima. No obstante,
actualmente se intenta dejar de lado este instituto jurídico-penal
debido al fuerte contenido subjetivo que posee. Por nuestra parte,
consideramos que el uso del consentimiento en la teoría de la
imputación objetiva ofrece todavía ventajas dogmáticas, aunque para
ello debe dejar de entendérsele como un dato psíquico y
considerarlo, más bien, como un acto objetivo de manifestación de
voluntad. El consentimiento de la víctima tiene el sentido objetivo
de una ampliación voluntaria de los peligros que amenazan normal-
mente su ámbito personal, de manera que, en caso de realizarse el
peligro, el hecho podrá reconducirse al comportamiento voluntario
de la víctima.

Podría argumentarse, en contra del reconocimiento de la


relevancia del consentimiento en la imputación a la víctima, que
éste constituye también una infracción de incumbencias de
autoprotección y que, por ello, una diferenciación resulta ociosa.
Ante esta afirmación, cabe responder que la distinción entre la
simple infracción de incumbencias de autoprotección y el
consentimiento tiene relevancia no sólo en el plano subjetivo, sino
también objetivo, pues mientras la primera se refiere a conductas
peligrosas potencialmente lesivas, el segundo está en relación
directa con conductas lesivas. Resulta lógico que a partir de esta
distinción las consecuencias penales no necesariamente coincidan.
Por ejemplo: ¿tiene acaso el fabricante que vende un producto
defectuoso, a un comprador que ha sido informado de los defectos
de fabricación del producto, igual responsabilidad penal que aquél
que vende un producto defectuoso a un consumidor que lo utiliza
incorrectamente? No cabe duda que en el primer caso una
responsabilidad del fabricante se encuentra excluida, mientras que
en caso de infracción de incumbencias de autoprotección se mantiene
todavía una competencia del fabricante por el producto defectuoso.

La relevancia eximente del consentimiento de la víctima no debe


entenderse, sin embargo, en un sentido absoluto, pues la competencia
de la víctima decae en los casos en los que su consentimiento resulte
afectado por factores distorsionantes, es decir, que la víctima no
es, o ya no es, una persona responsable (por ejemplo, un inimputable
o un consentimiento viciado por coacción o error). Conviene dejar
precisado además que existen ciertos recortes normativos al
principio de autorresponsabilidad de la víctima. Por un lado, el
principio de autorresponsabilidad decae cuando tienen lugar
situaciones de superioridad en las que la víctima es
ins-trumentalizada por el autor (por ejemplo, el funcionario
penitenciario que obliga al preso a dormir sin ropa, enfermándose
éste gravemente). Por otro lado, la autorresponsabilidad se recorta
cuando existen deberes de control, protección o tutela frente a la
víctima derivados de un rol especial del autor que mantiene su
competencia por el hecho, aun cuando la víctima actúe a propio riesgo
(por ejemplo, el padre no puede dejar que el hijo menor de edad se
suba a las barandas del balcón).

c. Figuras típicas que se configuran con la imputación del


comportamiento

La imputación del comportamiento, como primer elemento de la


imputación objetiva, puede fundamentar por sí sola la realización
objetiva de determinadas figuras típicas, concretamente los delitos
de mera conducta, los delitos de peligro abstracto, la tentativa
en los delitos de resultado y los delitos de emprendimiento. No se
requiere, por tanto, una imputación objetiva del resultado para
fundamentar la imposición de una pena en estos casos, aunque su
verificación puede traer consigo un cambio en la razón de la
responsabilidad penal, por ejemplo, el delito de peligro cede ante
un delito de resultado o la tentativa deja su lugar al delito
consumado.

c.l) Los delitos de mera conducta

Los delitos de mera conducta se oponen a los delitos de resultado


en tanto no exigen para la consumación del delito un resultado
diferenciable espacio-temporalmente de la conducta. En este
sentido, para caracterizar los delitos de mera conducta, se pone
la atención en la ausencia de un resultado típico diferenciado de
la acción. Pero debe quedar claro que en estos delitos no es que
falte un desvalor de resultado, sino solamente la producción de un
resultado separado de la acción. Sobre la base de estas ideas, se
han diferenciado los delitos de mera conducta de peligro (concreto
o abstracto) y los delitos de mera conducta de lesión. No obstante,
pese a esta precisión dogmática, debe señalarse que el resultado
que permite ordenar la imputación objetiva no hace referencia al
desvalor del resultado, sino a la producción de un resultado
concreto. Normativamente todos los delitos (incluida la tentativa)
son de resultado, pues producen una defraudación de expectativas
normativas de conducta esenciales.

c.2) Los delitos de peligro abstracto

Los delitos de peligro abstracto se caracterizan por sancionar


comportamientos peligrosos sin que efectivamente se haya puesto en
peligro o lesionado un objeto valorado positivamente. Para poder
decidir cuándo tiene lugar la peligrosidad que fundamenta la
imputación del comportamiento, resulta necesario precisar, en
primer lugar, qué se entiende por peligro. La discusión doctrinal
sobre el concepto de peligro se centró al inicio en su naturaleza.
Mientras que la tesis objetiva definió el peligro como un hecho real,
la tesis subjetivista lo consideró una representación del
observador. En la discusión actual, KINDHÁUSER se ha encargado de
mostrar lo incorrecto de los primeros planteamientos, al señalar
que el peligro no es un juicio teórico sino un juicio práctico, es
decir, que no se trata de un juicio sobre un hecho puro, sino de
un juicio normativo sobre las posibilidades de existencia de un
bien. En este sentido, la tarea principal en el ámbito de la
imputación objetiva consiste en precisar los criterios normativos
para poder afirmar la peligrosidad de la conducta.

La peligrosidad de una conducta que fundamenta el injusto penal


en los delitos de peligro abstracto consiste en la infracción de
las competencias de organización atribuidas al ciudadano. En estos
delitos no interesa precisar si existe un peligro de lesión respecto
de un objeto concreto, sino que esta conducta per se constituye una
perturbación social por la peligrosidad ordinaria de tal conducta,
o más exactamente, por el cuestionamiento de la identidad normativa
de la sociedad. Este cuestionamiento al orden normativo de la
sociedad se produce cuando el autor se organiza objetivamente de
forma insegura, sin interesar si se ha afectado o no un objeto
material. De lo que se trata es de enjuiciar de forma objetiva si
la conducta del autor implica una falta de control o dominio de la
propia esfera de organización que configura social-mente una
situación de inseguridad. Sobre la base de estas ideas, puede
concluirse que la fundamentación de la imputación objetiva en los
delitos de peligro abstracto requiere solamente una imputación del
comportamiento en el sentido de organización peligrosa insegura.

Resulta indicado señalar, finalmente, que en el análisis de los


diversos delitos de peligro abstracto, la peligrosidad de la
conducta puede alcanzar un mayor grado de concreción sin llegar
propiamente al peligro concreto. En este sentido, la configuración
de la imputación objetiva en los delitos de peligro abstracto puede
asumir ciertas particularidades y dar lugar a formas especiales.
Las formas especiales que se reconocen por lo general en las
exposiciones doctrinales son las siguientes:

c.2.1) Delitos de peligro abstracto-concreto

Los delitos de peligro abstracto-concreto son aquéllos que


sancionan conductas en las que falta una lesión o una puesta en
peligro porque ningún objeto de ataque se encuentra en el ámbito
de actuación del autor. La peligrosidad en estos delitos se
manifiesta en la falta de dominio o incontrolabilidad del autor
sobre el peligro de la acción, así como en la falta de competencia
de otra persona por el dominio de los posibles riesgos derivados.
No obstante, la imputación objetiva en estos delitos requiere
solamente una imputación del comportamiento peligroso, pero no un
resultado concreto de peligro o daño. Se necesita únicamente que
la conducta haya sido capaz de producir en las circunstancias
específicas un resultado de lesión o de peligro penalmente
desvalorado, sin determinar si en el caso específico realmente
existió.

c.2.2) Delitos de preparación

En principio, los actos preparatorios no se encuentran dentro


del ámbito de lo punible, en tanto se les considera socialmente
irrelevantes. No obstante, puede que en determinados casos la
preparación de un hecho delictivo se demuestre ya como una
arrogación de un ámbito ajeno de organización y, por tanto, como
penalmente relevante. Un sector de la doctrina penal recurre a la
idea del peligro de bienes jurídicos para justificar la penalización
de ciertas conductas de preparación. Por nuestra parte,
consideramos que el recurso a esta idea no resulta plenamente
convincente, ya que supondría fundamentar la punibilidad en un
comportamiento sucesivo de carácter delictivo. Tal proceder
implicaría entrar en la esfera interna del ciudadano y abandonar
el principio del hecho.

En este sentido, la fundamentación de los delitos de


preparación no se sustenta en una especial peligrosidad de la
conducta respecto del bien jurídico, sino en el significado social
de estas acciones como en sí peligrosas. El delito de preparación
castiga determinadas acciones por la incalculabilidad de los
posibles cursos lesivos que pueden derivarse de los mismos y la
importancia social de la expectativa en cuestión.

c,2.3) Delitos de acumulación

Una especial discusión ha despertado en el ámbito de los delitos


medioambientales la formulación de KUHLEN sobre los delitos de
acumulación. Este autor parte de la imposibilidad de calificar
algunos ilícitos medioambientales como delitos de peligro o como
delitos de lesión, pues su lógica no se encuentra en un daño directo
al medioambiente, sino en un daño configurado cumulativamente.
Estos delitos de acumulación sancionan acciones individuales que
por sí mismas no pueden lesionar ni poner en peligro el
medioambiente, pero que vistas en conjunto con otras posibles
infracciones sí pueden generar tal peligro o lesión. El recurso a
esta forma de tipificación estaría justificado en la necesidad de
prohibir acciones de desprecio al medioambiente que dejan su cuidado
al comportamiento de los otros ciudadanos.

La legitimidad de los delitos de acumulación ofrecida por KUHLEN


ha sido criticada en el sentido de confundir funcionalidad con
legitimidad. Para evitar este reproche, WOHLERS recurre a la idea de
FEINBERG del rechazo a la utilización de los demás para el provecho
propio {Jreeloading}, lo que permitiría fundamentar el castigo de
la afectación no consentida de concretos intereses personales de
otros. A partir de esta fundamentación de los delitos de
acumulación, la discusión se trasladaría a la selección de las
normas de conducta que pretenden concretamente penalizarse. Para
decidir esta cuestión resulta necesario que se cumpla con dos re-
quisitos: a) la penalización debe limitarse a casos en los que los
efectos cumulativos pueden esperarse de forma realista y b) cada
contribución cumulativa individual debe poseer un peso específico
mínimo. Si estos aspectos se encuentran presentes, podrá admitirse
legítimamente la tipificación como un delito de acumulación.

En cuanto a la configuración de la imputación objetiva de los


delitos de acumulación, debe señalarse que éstos siguen la regla
general establecida para los delitos de peligro abstracto, es decir,
que no es necesario un resultado de peligro o de lesión, sino
solamente la imputación del comportamiento.

c.3) La tentativa en los delitos de resultado


En los delitos dolosos de resultado, la punición de la tentativa
requiere poder atribuir al ciudadano la creación de un riesgo
prohibido mediante el incumplimiento del deber negativo que se
deriva de su libertad de organización. Sin esa infracción objetiva
del deber, aun cuando se posea la voluntad de causar un daño, no
podrá fundamentarse la imputación de una conducta en grado de
tentativa. En cuanto al tipo objetivo, la tentativa requiere de una
imputación del comportamiento y la ausencia de la realización del
riesgo prohibido en el resultado considerado por el tipo penal
correspondiente. Por el contrario, si se realiza también el
resultado, entonces el castigo de la tentativa será consumido por
el castigo del delito consumado. No obstante, parece también posible
que la tentativa haya generado sólo un resultado de peligro concreto
en un delito de lesión, de manera que esta concreción del riesgo
podrá tenerse en cuenta en la individualización de la pena por
tentativa, pero no podrá hablarse propiamente de un delito de lesión
consumado.

c.4) Delitos de emprendimiento

Una imputación del comportamiento resulta igualmente suficiente


para los delitos de emprendimiento, en los que el tipo penal equipara
la tentativa con la consumación. En este sentido, no se requiere
para afirmar la imputación objetiva de una vinculación normativa
con un resultado, sino de la sola infracción de las competencias
de organización atribuidas al ciudadano. Un ejemplo de delito de
emprendimiento en nuestra legislación penal constituye el artículo
241a, inciso 2 del Código penal, que sanciona por fraude en remates,
licitaciones y concursos públicos al que intente alejar a los
postores por medio de amenazas, dádivas, promesas o cualquier otro
artificio. El efectivo alejamiento del resto de postores del
concurso no constituye un elemento del tipo, por lo que el delito
se consumará con la simple realización de acciones dirigidas a ello
(imputación del comportamiento).
B.La imputación del resultado

En los delitos de resultado, el tipo objetivo requiere, además


de la imputación del comportamiento, la imputación objetiva del
resultado. Sin embargo, no basta que tenga lugar una sucesión de
estos dos aspectos de la imputación objetiva para poder hablar de
un delito de resultado consumado, sino que es necesaria la
existencia de una vinculación objetiva entre ambos. Ya que la
consumación constituye no más que un aumento cuantitativo de la
infracción de la norma producida ya por la imputación del
comportamiento (tentativa), la imputación objetiva del resultado
no puede quedar abandonada a simples criterios causales, sino que
deberá asentarse igualmente en criterios normativos. En este
sentido, el resultado, para poder ser imputado al autor, debe ser
considerado normativamente como la consumación del comportamiento
previamente imputado al autor.

En lo que sigue, vamos a encargarnos de precisar cómo se


establece el vínculo objetivo entre el comportamiento prohibido y
el resultado típicamente relevante. De lo que se trata es de
demostrar que no es posible sustentar esta vinculación objetiva
únicamente en una relación de causalidad, sino que es necesario
encontrar un criterio normativo que permita imputar objetivamente
el resultado al comportamiento penalmente prohibido.
Posteriormente, nos ocuparemos de los supuestos problemáticos en
los que un resultado puede ser explicado por diversos riesgos.
Finalmente, haremos una indicación de las figuras delictivas cuya
realización típica requieren necesariamente de la imputación
objetiva del resultado y las particularidades que adquiere en cada
una de ellas.

a. El vínculo objetivo entre el comportamiento prohibido y el


resultado

La desmitificación del mundo moderno significó abandonar la


comprensión de los sucesos acaecidos como aspectos que escapan al
control de los hombres. El descubrimiento de las relaciones de
causalidad trajo como consecuencia reconocerle al hombre una
capacidad de manejar los sucesos y, por lo tanto, de poder responder
objetivamente por los hechos causalmente producidos. Bajo esta
lógica, los resultados lesivos dejaron de ser una especie de
maldiciones de los dioses o un capricho del desuno para convertirse
en el resultado de una actuación causal controlable por el autor.
En efecto, el conocimiento de las leyes causales que gobiernan el
mundo natural permitió que se le pueda imputar objetivamente la
producción de un resultado lesivo a quien manejó los factores
causales de ese resultado. Al margen de lo objetivamente imputable,
solamente quedaría aquello que no es causalmente esperable de la
actuación del sujeto. En una sociedad que no se rige ya por el
destino, sino por la planificación, no podrá imputársele al
comportamiento del autor un resultado que no se le pueda vincular
causalmente.

Pese a las dudas que sobre la causalidad han generado la física


cuántica y la teoría de la relatividad de EINSTEIN, parece claro que
estos cuestionamientos no afectan el campo de actuación del mundo
cotidiano, sino, más bien, el subatómico o de situaciones especiales
en dimensiones cósmicas. Por ello, la causalidad se mantiene, sin
mayor cuestionamiento, como el dato explicativo de la producción
de un resultado lesivo.

La constitución de la causalidad como vínculo objetivo entre


una conducta y un resultado ha hecho que se erija igualmente como
el vínculo objetivo entre la conducta prohibida y el resultado
lesivo. No obstante, hay que reconocer que la causalidad solamente
puede establecer una vinculación objetiva con el resultado en el
caso de las conductas activas, pues en la omisión no existe una
relación de causalidad con el resultado. La causalidad hipotética
o jurídica aducida en la omisión impropia no es propiamente una
relación de causalidad. Por otra parte, una relación de causalidad,
tal como se entiende en las ciencias naturales, tampoco podría
alegarse en los delitos de peligro concreto, pues no es posible
establecer un vínculo causal entre la conducta y el resultado de
peligro. En tanto el peligro es un concepto normativo y no una
realidad empírica, no cabe constatar una relación de causalidad de
la conducta peligrosa con la generación de un peligro concreto. Así
las cosas, la relación de causalidad solamente podría ser un factor
objetivo de vinculación entre la conducta y el resultado en el caso
de los delitos comisivos de lesión. Pero aun aceptando que la
causalidad pueda ser utilizada como criterio de vinculación
objetivo entre la acción y el resultado en los delitos comisivos
de lesión, tampoco esta determinación está libre de aspectos
problemáticos que resulta necesario resolver.

El punto de discusión más relevante sobre el entendimiento de


la causalidad en los delitos comisivos de lesión tiene lugar en
cuanto al nivel de certeza que se exige para poder vincular
causalmente un resultado lesivo a la conducta del autor. La certeza
de la causalidad puede verse afectada tanto en la formulación
general de la ley causal, como en la determinación de la causalidad
en el caso concreto.

En el caso de la ley causal, se sostuvo inicialmente que


solamente podía afirmarse una relación de causalidad penalmente
relevante si existía una ley causal indiscutida que establecía que
la acción realizada era la causa del resultado producido. En
consecuencia, si la ley causal utilizada para vincular la conducta
con el resultado lesivo era discutible en la ciencia natural
correspondiente, el axioma del in dubiopro reo obligaba a absolver
de la imputación del resultado al autor de la conducta. Sin embargo,
no hay que olvidarse que la limitación del conocimiento humano trae
como consecuencia que no se conozca plenamente los factores causales
de los sucesos producidos, lo que significa que las leyes causales
propuestas por los científicos no son infalibles, ni tienen que
gozar de un absoluto consenso en la ciencia natural correspondiente.
Por ello, el juez penal puede llegar perfectamente al convencimiento
de una relación de causalidad con una ley causal que no goce de
absoluto consenso en la ciencia natural correspondiente, estando
solamente prohibido apoyarse en leyes causales extravagantes o poco
plausibles. El in dubio pro reo solamente se aplica en el caso que
el juzgador no tenga la certeza de la relación de causalidad en el
caso concreto.

En el caso de la falta de convicción respecto de si la acción


realizada es realmente la causa del resultado con base en una ley
causal admitida, se discute si debe procederse a la absolución de
la imputación penal o no. Un sector anclado en una visión causalista
señala que solamente podría imputarse un resultado lesivo a una
conducta si es que se ha determinado plenamente la relación de
causalidad en el caso concreto. El problema de este planteamiento
es que limitaría sustancialmente la imputación en aquellos casos
en los que no es posible reproducir completamente las circunstancias
de la acción o no puede experimentarse para verificar la relación
de causalidad tal como sucede, por ejemplo, en los casos en los que
se busca determinar la capacidad de ciertas sustancias para producir
la muerte de personas. La imposibilidad de utilizar personas vivas
para experimentar cómo reaccionarían frente a ciertas sustancias
nocivas impide una determinación absolutamente cierta de la
causalidad entre el consumo de las sustancias y la lesión o muerte
de los consumidores. En estos casos, la determinación del vínculo
objetivo entre acción y resultado solamente podrá tener lugar con
base en leyes de probabilidad, por lo que habrá que precisar si en
estos delitos es posible fundamentar la vinculación entre conducta
y resultado con leyes de tales características. En nuestra opinión,
la necesidad de resguardar penalmente la integridad de las personas
en sectores tan dinámicos como la comercialización de productos o
sustancias farmacéuticas obliga a tener que sustentar una
imputación penal con base en leyes de probabilidad. Como puede
verse, la determinación de la vinculación objetiva entre el
comportamiento y el resultado requiere estar configurado
normativamente también en los delitos comisivos de lesión.

De lo expuesto, es posible concluir que la vinculación objetiva


entre el comportamiento penalmente prohibido y el resultado típico
en ningún caso puede ser una simple constatación de una relación
de causalidad, sino que siempre resulta necesaria una determinación
normativa. En la doctrina penal se han ensayado diversas propuestas
de determinación del vínculo normativo entre el comportamiento
penalmente relevante y el resultado típico. En lo que sigue, nos
ocuparemos de exponer las propuestas que han gozado de mayor acep-
tación, lo que nos permitirá luego tomar una determinada postura
al respecto.

a.l) La teoría de la evitabilidad

La teoría de la evitabilidad tiene su origen en las llamadas


consideraciones hipotéticas. En concreto, sucedía que la
constatación de la relación de causalidad a través del método de
la supresión mental presentaba resultados singulares en el caso de
la llamada causalidad hipotética, pues la supresión mental de la
conducta del autor no evitaba la aparición del resultado debido al
comportamiento hipotético de otra persona. De esta manera, se
concluía que una conducta, a pesar de ser causal del resultado, su
no realización no habría evitado la aparición del resultado. En la
actual discusión doctrinal, en donde la causalidad ha cedido su
posición de privilegio a la relación de imputación, las
consideraciones hipotéticas siguen considerándose relevantes para
decidir la imputación objetiva del resultado.

No obstante, el problema ha adquirido unos contornos distintos,


pues la pregunta se centra ahora en el llamado comportamiento
alternativo conforme a Derecho, es decir, en el hecho de si un
comportamiento conforme a Derecho del autor hubiese podido evitar
la producción del resultado. La teoría de la estabilidad sostiene
que habrá que excluir la imputación objetiva del resultado, si un
comportamiento alternativo arreglado a Derecho no habría evitado
el resultado.

a. 2) La teoría del incremento del riesgo

En la línea de rechazar el amplio margen exoneratorio de la


teoría de la evitabilidad se mueve la teoría del incremento del
riesgo. Esta teoría, desarrollada inicialmente por ROXIN y que goza
actualmente de amplio reconocimiento en la doctrina penal, surgió
a partir de un caso resuelto por los tribunales alemanes conocido
como el caso del camión o. del ciclista. Se trató de un
atropellamiento que se produjo por el adelantamiento estrecho de
un camión a un ciclista, quien se encontraba en estado de ebriedad.
La discusión se centró en el hecho hipotético de que si el camión
hubiese adelantado al ciclista respetando la distancia
reglamentaria, probablemente el ciclista igualmente habría caído
en las ruedas del camión por su estado de ebriedad. Ante este caso,
la tesis central de la teoría del incremento del riesgo fue que el
resultado debía imputarse como realización del riesgo típico si la
conducta generó un riesgo desaprobado, aunque no sea seguro que su
ausencia no hubiese evitado el resultado. En este sentido, la
imputación del resultado solamente podría excluirse en caso que un
comportamiento alternativo adecuado a Derecho hubiese producido con
seguridad el mismo resultado. No obstante, si la conducta
alternativa hubiese evitado el resultado sólo con un cierto grado
de probabilidad, entonces la imputación del mismo tendría aún que
mantenerse.

Pese a los argumentos esgrimidos en favor de la teoría del


incremento del riesgo, un sector importante de la doctrina le ha
dirigido certeras críticas, las cuales, en mayor o en menor medida,
pueden sintetizarse en el reproche de llevar a cabo una
configuración excesivamente incriminadora de la imputación del
resultado. La teoría del incremento del riesgo, al centrarse
únicamente en la probabilidad generada por la conducta del autor
y renunciar a una verificación de la relación de imputación con el
resultado, no sólo daría lugar a una infracción al principio del
in dubio pro reo en la determinación de la vinculación de la conducta
con el resultado, sino que convertiría también el resultado en una
condición objetiva de punibilidad y, de esta manera, los delitos
de lesión en delitos de peligro. Las ventajas de la teoría del
incremento del riesgo frente a la discrecionalidad de la teoría de
la evitabilidad se perderían finalmente por un excesivo
aligeramiento de los requisitos de imputación del resultado.

a.3) La teoría del fin de protección de la norma

La teoría del fin de protección de la norma fue desarrollada en


el Derecho penal por el Prof. español Enrique GIMBERNAT con la
finalidad de solucionar la problemática de las conductas
alternativas conforme a Derecho. La idea central de esta teoría es
que la norma penal no pretende evitar la producción de todos los
resultados posibles, sino solamente de algunos de ellos. La relación
de imputación del resultado no se determina, por tanto, a partir
del hecho de si un comportamiento alternativo conforme a Derecho
hubiese podido evitar o no la producción del resultado, sino sobre
la base del ámbito de protección de la norma. Si el resultado produ-
cido pertenece a la clase de aquellos resultados que la norma que
prohibe el riesgo busca impedir, entonces deberá afirmarse la
relación de imputación, aunque cualquier otro comportamiento
alternativo tampoco hubiese podido evitar su producción (por
ejemplo, el dependiente de una farmacia que vende un medicamento
restringido sin pedir receta médica, responderá por esta venta
ilegal aun cuando el comprador hubiese tenido una receta médica
falsa en el bolsillo que habría llevado al dependiente igualmente
a venderle el medicamento si es que le hubiese sido requerida al
comprador). Por el contrario, si el resultado no forma parte de los
resultados que la norma busca evitar, entonces su evitación en el
caso concreto será no más que un reflejo de la protección y, por
tanto, una casual capacidad de evitar el resultado lesivo que no
puede fundamentar la relación de imputación objetiva (por ejemplo,
si el propietario de un restaurante hubiese cumplido con su deber
de iluminación en la entrada, habría iluminado también la acera
pública y habría evitado que el transeúnte se lesionara el pie al
caer en un hueco).

a.4) Toma de posición

De los criterios normativos esbozados para establecer la


relación de imputación entre el comportamiento prohibido y el
resultado producido, nos inclinamos por la teoría del fin de
protección de la norma. Debe quedar claro que esta teoría no ofrece
un criterio que sustituya la relación de causalidad en los delitos
comisivos de lesión, sino que la presupone. Lo que hace este criterio
normativo es establecer qué resultado causalmente vinculado al
comportamiento prohibido puede imputársele objetivamente en
función del criterio del fin de prohibición de la norma. En este
sentido, no todo resultado producido por la conducta prohibida le
resulta objetivamente imputable al autor de dicho comportamiento.
En el caso de los delitos comisivos de lesión es necesaria una
determinación previa de la relación de causalidad. Tal como ya lo
adelantamos, la determinación de la relación de causalidad en un
proceso penal es un trabajo asignado al juez, para lo cual puede
acudir a leyes naturales que, aunque puedan discutirse, tengan
cierto respaldo científico, así como también a leyes de probabilidad
en ámbitos en los que solamente es necesario un peligro concreto
o no es posible una determinación cierta de la relación de causalidad
con el resultado lesivo.

b. Las explicaciones alternativas del resultado


Los problemas en la imputación objetiva del resultado se
presentan cuando el resultado puede encontrar explicación en otras
conductas o sucesos. En estos casos, ya no es solamente el
comportamiento prohibido del autor el que aparece en escena, sino
el comportamiento prohibido de un tercero, la propia conducta de
la víctima o simplemente un riesgo general de la vida. Se trata de
las llamadas explicaciones alternativas
LECCIÓN 1 2: TIPICIDAD II: EL TIPO OBJETIVO

Del resultado, en donde el resultado acaecido puede ser reconducido


a diversos riesgos. La discusión normativa se centra en establecer
concretamente a qué conducta creadora de un riesgo prohibido debe
atribuirse objetivamente el resultado producido. Para responder a
esta cuestión conviene que diferenciemos nuestra exposición en
función de las formas de aparición de los supuestos de explicaciones
alternativas del resultado: como concurrencia de riesgos o como
riesgos derivados.

b.l) La concurrencia de riesgos

La concurrencia de riesgos tiene lugar cuando el resultado puede


explicarse a partir de varios riesgos aparecidos en el mismo
momento. Esta concurrencia de riesgos puede manifestarse de dos
maneras: como riesgos concurrentes producidos por una misma
conducta o como riesgos concurrentes producidos por varias
conductas (incluida la de la propia víctima).

b.1.1) Riesgos concurrentes de una sola conducta: La aberratio idus

El caso de riesgos concurrentes provenientes de una sola


conducta presenta como supuesto problemático la llamada aberratio
ictus o error en el golpe. Se trata de los casos en los que el sujeto
dirige efectivamente su conducta contra determinado objeto pero no
consigue lesionarlo, realizándose el efecto lesivo en otro objeto.
Se ha intentado solucionar doctrinalmente estos supuestos como un
problema de objeto del dolo, pero se desconoce que, en primer lugar,
resulta necesario decidir si puede imputarse objetivamente a la con-
ducta del autor los resultados del fallo en el golpe. Si el riesgo
concurrente que lesiona al otro objeto resulta imprevisible, no
podrá afirmarse una relación de imputación objetiva, pues el
resultado no habría podido evitarse planificadamente. Si, por el
contrario, se afirma la relación de imputación objetiva por existir
una previsibilidad objetiva, habrá que precisar recién si cabe una
imputación subjetiva a título de dolo o culpa. La aberratio ictus
se presenta cuando el resultado realizado puede imputarse
subjetivamente a título de culpa, existiendo en este caso una
tentativa del delito doloso de lesión en concurso con un delito
culposo consumado. En otras palabras: en la aberratio ictus se
produce una imputación del comportamiento sin realización del
resultado en el caso del objeto proyectado y una realización del
riesgo en el resultado de lesión del otro objeto.

Conviene que, para dejar claro el panorama general, nos ocupemos


brevemente del caso en el que la lesión del objeto no proyectado
puede imputarse también a título de dolo. En estos casos, pueden
presentarse dos supuestos distintos que resulta pertinente
diferenciar para clarificar los efectos concúrsales. Por un lado,
puede presentarse un caso de dolo alternativo, en donde el autor
realiza un solo riesgo que puede realizarse en un objeto o en otro.
Como puede verse, no se trata, en sentido estricto, de un supuesto
de concurrencia de riesgos, sino de la creación de un solo riesgo
que puede realizarse en la lesión de un objeto o de otro. En estos
casos, no habrá propiamente un concurso de delito, sino un solo
delito consumado. La situación es distinta en el caso de un dolo
cumulativo, es decir, en el caso que la conducta genere varios
riesgos (p. ej. lanzar una granada a dos centinelas de un puesto
de vigilancia). En estos casos, sí existe un concurso de delitos
en caso ambos riesgos o uno solo de ellos se realice en un resultado
lesivo.
b.1.2) Riesgos concurrentes de varias conductas

El supuesto de riesgos concurrentes de varias conductas tiene


lugar cuando el resultado puede explicarse por diversos

Riesgos creados por varias personas (incluida la propia víctima).


Para determinar la imputación del resultado en caso de riesgos
concurrentes, debe diferenciarse los supuestos de riesgos
separables y los supuestos de riesgos inseparables.

Una concurrencia de riesgos separables tiene lugar cuando,


además del riesgo prohibido creado por el autor, se presenta un
riesgo general de la vida, un comportamiento arriesgado de la
víctima o el comportamiento de un tercero cuya incidencia en el
resultado puede diferenciarse claramente. Si el riesgo concurrente
con el del autor es el que se realiza en el resultado, entonces deberá
decaer la imputación del resultado al comportamiento del autor. En
caso que el riesgo concurrente provenga de un tercero, una
imputación del resultado podrá tener lugar frente al tercero, pero
se tratará de un proceso de imputación distinto al inicialmente
considerado. Por ejemplo: Una persona apuñala a otra, quien herido
toma un taxi con rumbo a urgencias del hospital más cercano, muriendo
en un accidente de tránsito como consecuencia del acto imprudente
de un motociclista que se cruzó en el trayecto del taxi. El riesgo
creado por el apuñalamiento y el riesgo creado por el conductor
temerario concurren en el caso concreto, realizándose en el
resultado solamente el riesgo del accidente de tránsito.

En los supuestos de concurrencia inseparable, el riesgo resulta


configurado por la confluencia de ámbitos de responsabilidad
distintos. Los problemas de explicación del resultado se presentan
en la medida que no resulta posible separar el aporte de cada
interviniente, de manera que pueda precisarse cuál aporte ha sido
eficiente y cuál no (por ejemplo, dos empresas vierten residuos
tóxicos por encima de lo permitido y se produce una contaminación
catastrófica del río). Una absolución completa de los
intervinientes sobre la base del in dubio pro reo se mostraría, sin
embargo, como injusta, pues el resultado lesivo se ha producido por
una conducta contraria al deber de ambos intervinientes. Por esta
razón, la solución más salomónica sería imputarle el resultado a
cada interviniente, aunque admitiendo una necesaria disminución del
injusto. Si bien el injusto pertenece a ambos, no es posible una
imputación completa de dicho injusto a ambos a la vez.

Un supuesto especial constituyen los supuestos conocidos como


riesgos sobrecondicionados, en los que los intervinientes realizan
cada uno una aportación suficiente para producir el resultado (cada
sujeto pone una dosis suficiente de veneno para matar a la víctima
en su bebida). Para poder decidir la imputación del resultado en
estos casos, debe precisarse si se ha presentado ya una infracción
perfecta de la norma por parte de alguno de los intervinientes (por
ejemplo, si un veneno produce sus efectos más rápido que el otro).
En caso que no exista aún una infracción de la norma, es decir, en
caso de riesgos simultáneos, cabrá afirmar una responsabilidad
penal de todos los intervinientes, pues cada uno debe partir de la
idea de un comportamiento adecuado del resto. En caso que exista
ya una infracción de la norma perfecta, el aporte posterior será
solamente una modificación de las circunstancias que no podrá
fundamentar una imputación del resultado.

b.2) Los riesgos derivados

Los casos de riesgos derivados comprenden los supuestos en los


que el comportamiento del autor genera una situación que permite
u ocasiona posteriormente una lesión por el comportamiento de otra
persona, de la víctima o la intervención de la propia naturaleza.
Para decidir si el segundo daño puede imputarse objetivamente al
autor del primer riesgo o daño, habrá que determinar si el segundo
daño puede incluirse en el fin de protección de la norma que prohíbe
el primer riesgo. Para responder a esta cuestión, resulta
conveniente diferenciar los daños derivados en los siguientes
grupos.

b.2.1) Creación de una situación de indefensión

En estos casos, el comportamiento del autor coloca a la víctima


en una situación de indefensión frente a otros riesgos que van, por
ejemplo, desde los casos de infección en las heridas provocadas
hasta la realización de un incendio en el hospital en la que la
víctima está internada. Para determinar si procede aquí una
imputación de los daños derivados de la situación de indefensión,
es necesario seguir dos pasos. En primer lugar, deben excluirse de
la relación de imputación los resultados provenientes de riesgos
generales de la vida a los que una persona razonable se expone, pues
lo contrario significaría permitir la entrada de supuestos de
versare in re illicita (por ejemplo, el paralítico que muere en un
incendio). Una vez calificado el resultado como ajeno a los riesgos
generales de la vida, deberá precisarse si existe una relación
planificable entre el comportamiento del autor y la lesión derivada
de la situación de indefensión. El autor no puede ser competente
por los daños inusuales derivados de la situación de indefensión
de la víctima, sino solamente por aquellos que puedan esperarse de
la situación en la que ha puesto a la víctima y que, por lo tanto,
resultan abarcados por el fin de protección de la norma.

b.2.2) Riesgos derivados para terceros

La creación de un riesgo prohibido para un bien jurídico puede


originar además riesgos derivados que pueden afectar a terceras
personas. En la doctrina penal se manejan fundamentalmente dos
supuestos: los daños por conmoción y los accidentes por alcance.
En los primeros, se discute si cabe imputar objetivamente al que
realiza ilícitamente un daño a una persona el daño por conmoción
que produce a los parientes y allegados al conocer la realización
del primer daño. La doctrina dominante rechaza en estos casos la
imputación, pues las normas que prohíben el primer riesgo no tienen
como fin proteger a personas distintas al afectado ante el peligro
de una conmoción anímica por la noticia del primer daño.

Los accidentes por alcance, por su parte, se presentan cuando


un accidente de tránsito ocasiona otros accidentes de los
conductores que vienen detrás, los cuales pueden afectar no sólo
a la misma víctima, sino también a terceros intervinientes en el
tráfico. En caso sea la misma víctima la afectada, el caso tendría
que resolverse con las reglas de la creación de una situación de
indefensión, pues el primer accidente expone a la víctima a ser
nuevamente afectada por otro interviniente en el tráfico. Si el
afectado por los accidentes posteriores es un tercero, entonces
tendrá que discutirse si el resultado de este riesgo derivado puede
imputarse objetivamente al autor del primer accidente. La doctrina
penal sostiene, al igual que los casos de conmoción, que el accidente
posterior no puede imputarse objetivamente al autor del primer
accidente, pues el fin de protección de la norma no alcanza a los
accidentes posteriores. La responsabilidad penal por el segundo
daño debe recaer sobre el conductor que provoca el segundo
accidente, pues si hubiese manejado reglamentariamente, habría
podido frenar a tiempo. FRISCH disiente, sin embargo, de este parecer,
pues entiende que en el tráfico rodado resulta normal que un
accidente traiga consigo otros accidentes por alcance. En nuestra
opinión, sólo los accidentes que no se deben a una imprudencia del
segundo conductor podrían imputarse objetivamente al primer
conductor, pues los riesgos que se generan por una actuación
antirreglamentaria del segundo conductor no están abarcados por el
fin de la norma que prohíbe los riesgos del primer accidente.

b.2.3) Riesgos derivados de cursos salvadores

Un supuesto especialmente problemático de riesgos derivados se


presenta en la imputación de los daños que se derivan, para la
víctima o un tercero, del emprendimiento o no de cursos salvadores
riesgosos. La determinación de los criterios de imputación requiere
diferenciar los casos en los que el daño recae sobre la propia
víctima y los casos en los que es un tercero salvador el que resulta
perjudicado.

En los supuestos en los que es la víctima la que padece un daño


derivado de la omisión o del emprendimiento defectuoso de cursos
salvadores, cabe hacer las siguientes consideraciones. Si el daño
se produce por la omisión de la víctima o de un tercero obligado
a realizar ciertas medidas esenciales para neutralizar el resultado
inicial, no podrá imputarse al autor del primer riesgo una lesión
más grave (por ejemplo, si la víctima no atiende la herida en un
centro hospitalario). Por el contrario, si quien emprende el curso
salvador comete errores incidentales en su actividad salvadora que
se corresponden con los riesgos usuales, la relación de imputación
objetiva del resultado respecto del daño derivado no quedará
excluida (por ejemplo, una complicación anestésica durante la
intervención quirúrgica a la que se somete el herido). El primer
actuante responderá igualmente por el daño derivado. La situación
cambia si es que los riesgos generados por el curso salvador son
imputables al comportamiento defectuoso del salvador y que pudieron
ser excluidos sin mayores complicaciones (por ejemplo, no
suministrar una antitetánica a un herido con un verduguillo
oxidado).

El emprendimiento de cursos salvadores puede que no afecte a la


víctima, sino a aquél que emprende la acción de salvamento. Si
procede una imputación objetiva de estos daños al autor de la
situación requerida de salvación, es una cuestión discutida en la
doctrina penal. Un sector de la doctrina entiende que si el salvador
es un sujeto libre y, por tanto, plenamente responsable de las
consecuencias de su acto de salvamento, la relación de imputación
no alcanza a los daños producidos por su actuación. Por ello,
adquiere una especial importancia determinar las condiciones de un
comportamiento libre y responsable, de manera que pueda excluirse
tal consideración si el salvador no se encuentra en situación de
valorar el riesgo o la acción adecuada a los hechos (por ejemplo,
por embriaguez). No obstante, el núcleo de la discusión no se ubica
propiamente en las condiciones de una actuación libre y responsable,
sino en los casos en los que el salvador se encuentra obligado a
actuar. En este contexto de ideas, la imputación del resultado no
se establece para los obligados al salvamento con las reglas de la
libre voluntad, sino en función de criterios que permitan reconducir
objetivamente el resultado al autor.

Algunos autores determinan la imputación del resultado en


función de los ámbitos de responsabilidad, es decir, si al salvador
le corresponde un deber de salvamento, mientras que otros sólo
admiten la relación de imputación en caso de acciones de salvamento
debidas si el peligro generado y dirigido por el primer actuante
es causal en un sentido objetivo. Respecto de los daños producidos
a los salvadores no obligados, un sector de la doctrina rechaza que
puedan imputarse al causante de la situación necesitada de
salvación. Se dice que en estos casos el salvador emprende una
«satisfacción personal» que no puede trasladársele al causante de
la situación de riesgo. Cargarle los riesgos de salvamento al autor
de la situación necesitada de salvación llevaría a un «cálculo in-
digno» sobre la conveniencia para el autor de solicitar ayuda. Este
planteamiento desconoce que la acción de salvamento constituye
también la materialización de un deber de solidaridad, por lo que
el salvamento debido no podrá ser una actuación arbitraria
completamente irracional. En este sentido, una imputación del
resultado se podrá excluir solamente en los casos en los que la
conducta de salvamento se muestre como irrazonable o claramente
desproporcionada. Finalmente, un sector de la doctrina penal
entiende que la diferencia entre salvadores jurídicamente obligados
y moralmente obligados no tiene ningún sentido, pues la fuerza de
motivación es la misma en ambos casos.

Por nuestra parte, consideramos que la solución de la res-


ponsabilidad penal por los daños en cursos salvadores depende de
si la conducta salvadora puede imputarse a la libre organización
del salvador. No obstante, esta libertad de organización no debe
determinarse en sentido psicológico sino normativo, lo cual
significa que debe precisarse el ámbito de competencia del salvador.
En caso de existir un deber de salvamento, la libre organización
(autorresponsabilidad) alcanza solamente a aquello que va más allá
de lo jurídicamente exigible. Por el contrario, si se trata de
salvadores voluntarios, la arbitrariedad del salvador se
manifestará únicamente en caso se produzca un daño excesivo o se
utilice medios desproporcionados para el salvamento. En este
sentido, sólo el daño producido por la acción salvadora voluntaria
dentro de lo razonable podrá imputarse objetivamente al creador de
la situación original de peligro, pues esta acción se enmarca dentro
del deber de solidaridad general que existe entre las personas.

b.2.4) Transformación por otros del riesgo inicial

Como ya lo vimos, en la llamada prohibición de regreso una


persona realiza una aportación que favorece la conducta delictiva
de un tercero, pero que no da lugar a una imputación del
comportamiento debido a que no ha infringido su rol general de
ciudadano. Por el contrario, en los supuestos de transformación del
riesgo inicial, una persona realiza una conducta contraria al deber
que luego es utilizada por otro para realizar otro resultado
penalmente prohibido (por ejemplo, los directivos de una empresa
contaminan el medio ambiente vertiendo residuos tóxicos al río y
un trabajador utiliza estos residuos tóxicos para envenenar a otra
persona). La cuestión discutida será si cabe en estos casos imputar
también al primer actuante el resultado realizado por el segundo
actuante.
Para solucionar la imputación del resultado en estos supuestos
puede recurrirse, al igual que en la prohibición de regreso, al
principio de autorresponsabilidad. Una persona solamente podrá
responder por las consecuencias derivadas de su hecho. En el caso
de los partícipes, hay que recordar que el hecho principal es también
su hecho y, por tanto, deben responder también por las consecuencias
del mismo. En este sentido, si la conducta del segundo actuante no
constituye un hecho del primer autor, sino que el efecto lesivo de
la conducta del primer autor es simplemente utilizado
unilateralmente por el segundo para la realización de otro delito,
el riesgo transformado no puede ser imputado al primer autor.

Solamente si el fin de protección de la norma infringida por el


autor incluye la evitación de una posterior transformación del
riesgo por parte de un tercero, podrá imputarse al primer autor el
resultado de la conducta del tercero. En estos casos, la prohibición
penal tomaría la forma típica de un delito cualificado por el
resultado, en el que se agravaría la pena en caso de darse, de manera
evitable por el primer autor, el resultado de la transformación del
primer riesgo.

b.2.5) Daños tardíos

Los daños tardíos son aquéllos que tienen lugar como realización
de una situación de riesgo generada por un daño permanente producido
con mucha anterioridad. La opinión más extendida frente a estos
supuestos señala que si la primera lesión se encuentra ya curada,
no hay responsabilidad por las lesiones posteriores. No obstante,
como lo resalta acertadamente JAKOBS, esta argumentación resulta
cuando menos mal formulada, pues los casos analizados están
definidos como daños residuales permanentes. En este sentido, lo
que debe hacerse es determinar, más bien, si el daño tardío encuentra
explicación preferente en otros ámbitos de competencia.

Si se trata de riesgos generales de la vida que afectan a las


personas disminuidas o es la propia víctima la que ha omitido
incumbencias de autoprotección al no compensar su nueva situación
de deficiencia o enfermedad, el resultado obtendrá explicación en
estas circunstancias y no en el causante del daño permanente. Si,
por el contrario, el daño permanente muestra un riesgo
suficientemente fuerte de aparición de consecuencias lesivas
posteriores frente a los cuales no puede adoptarse medidas de
autoprotección, la imputación del resultado al causante del daño
permanente se encontrará justificada. El espacio de tiempo que
existe entre el daño permanente y el daño tardío no tiene por qué
levantar la imputación objetiva en estos casos.

Pese a lo acabado de decir, hay que reconocer que existen ciertas


dificultades prácticas para la imputación objetiva de los daños
tardíos. Por mencionar las más relevantes: la dificultad
probatoria' del vínculo entre el daño permanente y el daño tardío,
los plazos de prescripción de los delitos y, todavía más importante,
el carácter de cosajuzgada de un primer pronunciamiento judicial.
En consecuencia, puede ser que en muchos casos la imputación del
daño tardío sea estructuralmente posible, pero no puede llevarse
a cabo porque se trata de casos judicialmente cerrados. El
impedimento de la imputación se deberá más a cuestiones procesales
que a materiales.

c. Figuras típicas que requieren la imputación del resultado

A diferencia de los delitos de mera actividad y los delitos de


peligro abstracto, en los llamados delitos de resultado una
imputación del resultado aparece como necesaria para poder imponer
la pena por delito consumado. Dentro de los delitos de resultado
se agrupan los delitos de peligro concreto, los delitos de lesión
y los delitos cualificados por el resultado, siendo lo común en todos
estos delitos la exigencia típica de un resultado. Sin embargo, las
propias particularidades de cada uno de estos delitos hacen que el
requisito de la realización del resultado se exprese de manera
distinta.

C l) Los delitos de peligro concreto

Los delitos de peligro concreto requieren, además de una


imputación del comportamiento, una imputación del resultado. Como
lo señala JAKOBS, «el peligro concreto es un resultado, ya que es algo
más que la realización de una acción en determinadas circunstancias
subjetivas, esto es, la producción de una situación de peligro para
determinado objeto de ataque existente en la realidad». En este
sentido, para la configuración de los delitos de peligro concreto
no basta sólo con una conducta peligrosa, sino que es necesario que
se genere un peligro concreto para un objeto de ataque. Si tiene
lugar únicamente una imputación del comportamiento, pero no un
resultado de peligro concreto, esta conducta sólo podrá sancionarse
en grado de tentativa. La imputación objetiva en estos delitos
requiere la imputación del comportamiento y la realización del
riesgo en el resultado.

La imputación del comportamiento en los delitos de peligro


concreto se determina de acuerdo con las reglas generales del riesgo
prohibido que ya hemos tenido oportunidad de exponer. La
particularidad de los delitos de peligro concreto se encuentra, más
bien, en el segundo aspecto de la imputación objetiva, es decir,
el resultado de peligro concreto. Un sector de la doctrina penal
cuestiona la necesidad de este segundo nivel de imputación y, con
ello, la consideración de estos delitos como delitos de resultado.
No obstante, si se sigue esta interpretación de los delitos de
peligro concreto, entonces no tendría ningún sentido diferenciarlos
de los delitos de peligro abstracto. En la medida que consideramos
que existe una diferencia estructural entre ambos grupos de delitos,
un resultado de peligro concreto es indispensable en la
configuración de la imputación objetiva de los delitos de peligro
concreto.
Debido a que en los delitos de peligro concreto no existe un
resultado de lesión, en estos delitos no podrá exigirse propiamente
una relación de causalidad. Por esta razón, entre la peligrosidad
de la conducta y el resultado de peligro concreto sólo podrá
establecerse una relación de imputación de carácter normativo. La
jurisprudencia alemana recurrió, en un primer momento, al criterio
de la probabilidad de producción de un daño, centrándose la
discusión en los criterios para establecer tal probabilidad: una
exacta descripción científica, una experiencia general de la vida
en el caso concreto, el criterio del mejor observador posible o
solamente la perspectiva del autor. El criterio de la probabilidad
se mostró, sin embargo, insuficiente, pues descuidaba la
determinación expost en el caso concreto de un resultado de peligro
generado por la conducta peligrosa. Por esta razón, la doctrina
penal parte en la actualidad de la idea de que un delito de peligro
concreto requiere la entrada del objeto positivamente valorado en
el ámbito de peligro del autor (probabilidad), pero además que el
daño efectivo no haya tenido lugar únicamente por casualidad. Las
diferencias de la doctrina surgen en los criterios de determinación
de esa casualidad: la imposibilidad de explicación científica, lo
que no puede esperarse, la ausencia de mecanismos normales de
salvamento, la ausencia de la posibilidad sería de salvamento, la
ausencia de dominio del curso de peligro o la imposibilidad de
impedir de manera planeada la relevancia lesiva de la conducta. Si
bien las diferencias de detalle no afectan la similar orientación
de los criterios señalados, nos inclinamos por asumir la última
propuesta mencionada, ya que se ajusta más a nuestra comprensión
de la imputación del resultado basada en el criterio de la
planificación.

c.2) Los delitos de lesión

En los delitos de lesión debe tener lugar también un resultado,


el cual está constituido por un perjuicio efectivo sobre el objeto
de ataque de la acción. Este resultado debe poder imputarse al
comportamiento del autor, en la medida que la lesión de un objeto
valorado positivamente habría podido evitarse si no se hubiese
llevado a cabo la conducta penalmente prohibida. Para poder
sancionar por un delito consumado de lesión, es necesario no
solamente una imputación del comportamiento, sino que a este
comportamiento, a su vez, se le pueda imputar objetivamente el
resultado de lesión contemplado en el upo penal correspondiente.
Hay que tener presente que no basta con una relación de causalidad
entre la conducta y el resultado, sino que el resultado lesivo debe
estar vinculado normativamente por el fin de protección de la norma
con la conducta que crea el riesgo prohibido. En este sentido,
solamente los resultados lesivos que forman parte de la clase de
resultados que la norma que prohíbe el riesgo quiere impedir podrán
imputarse objetivamente a la conducta que ha creado el riesgo
prohibido por la norma.

c.3) Los delitos cualificados por el resultado

Una modalidad muy controvertida de delitos de resultado son los


llamados delitos cualificados por el resultado. Estos delitos se
estructuran sobre la base de un delito básico normalmente doloso
al cual se le impone un marco penal especial para el caso que su
realización traiga consigo un resultado adicional más grave
subjetivamente atribuible al autor. La doctrina penal alemana
dominante considera que el resultado cualificante del delito debe
ser una lesión. Sin embargo, no apreciamos una razón contundente
para excluir los supuestos de cualificación por un resultado de
peligro concreto, pues una situación de peligro adicional puede per-
fectamente aumentar también el injusto del hecho. En este sentido,
puede hablarse de un delito cualificado por el resultado tanto para
los casos en los que la consecuencia cualificadora sea una lesión,
como cuando se trate de un peligro. Ejemplo de este segundo supuesto
es el delito de contaminación ambiental agravado del artículo 305",
inciso 1 del Código penal («peligro para la salud de las personas
o sus bienes»).

Si se pone atención en el origen histórico de los delitos


cualificados por el resultado, surge inmediatamente la impresión
de estar ante una forma de responsabilidad objetiva. Esta carga
histórica explica por qué aún hoy existe un sector doctrinal todavía
crítico frente a estos delitos, a los que se les reprocha tener un
carácter inconstitucional por afectar el principio de culpabilidad
y el principio de igualdad. Estas críticas, justificadas
ciertamente en algunos supuestos específicos, no deben llevar, sin
embargo, a un rechazo general de los delitos cualificados por el
resultado. Si en estos delitos se exige una imputación subjetiva
mínima respecto del resultado cualificado, el reproche de una
responsabilidad objetiva quedará plenamente descartado. Para
cumplir con el requisito de una imputación subjetiva bastará, por
lo tanto, con exigir cuando menos una producción culposa del
resultado cualificado.

Solucionado el aspecto subjetivo de los delitos cualificados por


el resultado, los problemas de legitimación se trasladan a la
cuestión de si puede justificarse el establecimiento de una
penalidad distinta a la derivada del concurso entre el delito básico
y el correspondiente al resultado cualificado. Por nuestra parte,
consideramos que la necesidad de restablecer la vigencia de
expectativas sociales esenciales puede justificar que en
determinados casos graves (por ejemplo, en los que está en juego
la vida de personas) se recurra a una pena por encima del delito
básico y que no podría procurarse con las reglas ordinarias del
concurso de delitos. En estos supuestos, el autor comete un delito
doloso al que normalmente están unidas consecuencias desfavorables
para otras personas, lo que hace que el injusto en los delitos
cualificados por el resultado sea considerablemente mayor al
concurso de los tipos penales individuales que el tipo penal
combina. Sin embargo, habrá que determinar, en cada caso, si el
cambio en las reglas de determinación de la pena en el concurso de
delitos (principio de exasperación y de acumulación) mantiene aún
la necesidad de ciertos delitos cualificados por el resultado.

La imputación objetiva en los delitos cualificados por el


resultado asume ciertas particularidades. Para evitar una res-
ponsabilidad por la simple producción causal del resultado
cualificado, la jurisprudencia alemana exigió en estos delitos una
«relación directa» entre el delito básico y el resultado
cualificante, aunque también en algunos casos la negó. Este
requisito pone de manifiesto, aunque con una denominación no muy
feliz, que no basta una simple vinculación causal para imputar el
resultado cualificante, sino que debe existir además una relación
directa entre el delito básico y el resultado cualificante. Esta
formulación se muestra, sin embargo, tan general que apenas ofrece
criterios claros para determinar cómo se constituye el mencionado
vínculo objetivo. ¿Es imputable objetivamente al intento de
violación la muerte que la propia víctima se causa al tirarse de
un quinto piso para evitar la consumación de una violación (artículo
177- del Código penal).

Con la finalidad de precisar el criterio de vinculación


objetiva, se han ensayado en la doctrina penal otras fórmulas de
descripción. En el plano de la causalidad se ha recurrido, por un
lado, a la idea de un «nexo adecuado» y, por otro, al llamado
«principio de continuidad», según el cual sólo podrá afirmarse el
vínculo específico entre el delito básico y el resultado más grave
si el delito básico consumado es parte necesaria de la explicación
causal del resultado más grave. Otros autores consideran más
adecuado restringir la simple vinculación causal en el ámbito del
tipo penal, para lo cual han ofrecido distintas formulaciones: «nexo
típico», «nexo de consecuencia específico del tipo», «las
consecuencias típicas del delito básico» o «los resultados
pronosticables con base en el upo sin atender a circunstancias
anormales». Por nuestra parte, creemos que lo más, conveniente es
buscar los criterios objetivos de restricción en el ámbito de la
teoría de la imputación objetiva. En este sentido, el vínculo entre
el delito básico y el resultado cualificante debe establecerse de
acuerdo con el fin de protección de la norma, lo que obligaría a
determinar si el resultado producido se engloba en los resultados
que el tipo penal cualificado por el resultado busca evitar
planificadamente. Por ejemplo: la muerte que se causa a sí mismo
el secuestrado no puede imputarse objetivamente a sus captores como
resultado que cualifique el delito de secuestro.

3. La imputación objetiva en los delitos de infracción de un deber

Los criterios de la imputación objetiva presentan ciertos


rasgos particulares en los delitos de infracción de un deber. Como
primera cuestión, cabe señalar que en los delitos de infracción de
un deber los elementos de la imputación objetiva son los mismos:
se requiere de una imputación del comportamiento y, en el caso de
delitos de resultado, de una realización del resultado. No obstante,
hay que precisar que el contenido de cada uno de estos aspectos no
coincide con los desarrollados en los delitos de dominio. En los
delitos de infracción de un deber, la imputación del comportamiento
se determina por la infracción de un deber positivo específico,
mientras que la realización del resultado no se aprecia como la
realización del riesgo prohibido, sino como una forma de
configuración de la sociedad que el vinculado institucional debió
haber evitado.

A. La imputación del comportamiento

La imputación del comportamiento en los delitos de infracción de un


deber está constituida por el incumplimiento de un deber específico
que exige una prestación positiva en el marco de una vinculación
institucional. En este primer nivel de la imputación objetiva debe
responderse fundamentalmente a tres cuestiones: quién está
institucionalmente obligado, cómo se infringe el deber institucional
y los límites de la competencia institucional.

En cuanto a la primera cuestión, hay que decir que autor de un delito


de infracción del deber no puede serlo cualquiera, sino solamente
el obligado institucionalmente (por ejemplo, el juez en el delito
de prevaricato). Para determinar la calidad de obligado
institucional se recurre, por lo general, a un proceso formal de
atribución con ciertos procedimientos preestablecidos. La sola
asunción fáctica de una posición institucional no permite afirmar
el surgimiento de una vinculación institucional. Únicamente en los
casos en los que la institución está configurada sólo socialmente
y no responda, por tanto, a una acuñación previa hecha por otra
ramajurídi-ca, podría admitirse la entrada excepcional de criterios
fácticos para determinar la titularidad del deber especial. Pero la
regla general es que solamente aquéllos que están formalmente
vinculados a una institución social específica son titulares

los deberes especiales que surgen de esa relación institucional.


Los extraneu a la vinculación institucional especifica no podrían
responder ni siquiera como partícipes del lito de infracción de un
deber, pues el delito se sustenta ore la base de una competencia
institucional que no admite una graduación cuantitativa. Por otra
parte, no hay mane-que la infracción de competencias por
organización, por muy grave que sea, configure una competencia
institucional secundaria. En este sentido, sólo el
institucionalmente obligado puede responder penalmente como autor
de un delito: infracción de un deber.

Determinada la titularidad de un rol especial, debe presarse el


contenido de los deberes institucionales correspondientes mediante
las normas formales o excepcionalmente formales que configuran la
institución social en cuestión, sujeto institucionalmente vinculado
está inmediatamente metido a los deberes especiales derivados de la
institución pacífica, de manera que, para determinar su infracción,
no teresa el quantum organizativo en el hecho infractor, sino
simplemente que no haya cumplido con el deber especial impuesto. Por
esta razón, a los obligados institucionales les corresponde un deber
de salvamento frente a un ataque a la institución protegida
penalmente, aunque éste se haya desarrollado completamente sin su
intervención. En este orden i ideas, puede decirse que la imputación
del comportamiento tiene lugar solamente con la posibilidad de
cumplimiento un deber especial que se ha incumplido. Si bien la
vinculación institucional puede ser en algunos casos más intensa que
i otros (la vinculación padre-hijo es más intensa que la del médico-
paciente), la infracción del deber se configura con independencia
del dominio organizativo del institucionalmente-: obligado.
Como tercera cuestión, resulta pertinente precisar si la
competencia institucional resulta absoluta o si los contextos de
actuación establecen ciertas limitaciones. Si bien resulta viable,
para responder a esta cuestión, recurrir a los institutos
delimitadores de la competencia desarrollados en el marco de los
delitos de dominio, debe advertirse que éstos sufren ciertos
recortes, pues la posibilidad de desligarse de las vinculaciones
institucionales se presenta mucho más compleja que la renuncia a
la competencia por el riesgo de los delitos de dominio. En primer
lugar, debe señalarse que las instituciones sociales establecen,
por lo general, un procedimiento formal para desvincularse de las
mismas: los padres deben dar al hijo en adopción, los esposos deben
seguir un procedimiento de divorcio, el funcionario debe pedir su
cese, el administrador presentar su renuncia. Solamente si se ha
seguido el procedimiento establecido para la desvinculación
institucional será posible alegar una falta de competencia. No
obstante, las instituciones sociales conocen también ciertos casos
de desvinculación temporal, pues una competencia activada en todo
momento implicaría la reducción de las posibilidades de desarrollo
personal. En este sentido, resulta posible que los padres dejen a
su hijo con una niñera, que los funcionarios no cumplan su función
fuera del horario de trabajo o que el administrador nombre delegados
para la realización de algunos negocios de la empresa. Hay que
señalar, sin embargo, que estos supuestos no implican una
liberación del vinculado institucional, pues siempre existen
deberes de selección, control e intervención que justifican una
recuperación de la competencia institucional.

Como cuestión final de este apartado, resulta conveniente


destacar que muchos delitos de infracción de un deber están
configurados estructuralmente como delitos de mera con-
PERCY GARCÍA CAVERO

ducta (por la pura infracción del deber), por lo que, en estos


casos, la imputación objetiva tendrá lugar únicamente sobre la base
de la imputación del comportamiento, sin necesidad de un resultado
objetivamente imputable al comportamiento de incumplimiento del
deber. Así, por ejemplo, en el delito de rehusamiento de
información financiera a instituciones de control, la imputación
objetiva se fundamenta solamente con la infracción del deber
especial de contribuir con las labores de supervisión. La
producción de un resultado jurídicamente desvalorado no resulta
relevante para la imputación objetiva del delito.

B. La realización del resultado

En el caso de delitos de infracción de un deber que requieren


adicionalmente un resultado, no será suficiente la imputación del
comportamiento, sino que deberá verificarse además una imputación
del resultado al comportamiento del institucionalmente obligado.
Hay que tener presente que en los delitos de infracción de un deber
el resultado no se presenta como la realización de un riesgo
prohibido, sino como la producción de una situación que no se
corresponde con la pretendida por la institución social en
cuestión. Por esta razón, una vinculación puramente causal entre
la infracción del deber especial y el resultado no es constitutivo
de la tipicidad objetiva del delito. Entre la infracción de las
competencias institucionales y la producción de un suceso
contrario al orden impuesto por una institución social existe
solamente una relación normativa: la falta de vigencia real de la
institución social se explica en el incumplimiento del deber
especial del obligado institucional.
LA COMISIÓN POR OMISIÓN

I. INTRODUCCIÓN

El artículo 132 del Código penal peruano regula la figura de


la comisión por omisión o, llamada también, omisión impropia. Sobre
la base de este dispositivo penal, se castigan ciertas conductas
omisivas que no impiden la producción de un delito, como si éste
hubiese sido causado de manera activa. Esta posibilidad de castigar
ciertas omisiones como realización activa de un delito implica dos
aspectos lógicamente vinculados: Una omisión puede llegar a ser
tan grave como una conducta activa y, por otra parte, no toda
omisión de evitar un delito puede equipararse a la realización
activa del mismo. Los criterios para llevar a cabo esta
equiparación entre omisión y comisión han sido diferentes a lo
largo de la historia de las ideas dogmáticas, por lo que resulta
pertinente que, antes de entrar en las particularidades de nuestra
regulación legal, hagamos una breve referencia a cómo ha
evolucionado la figura de la comisión por omisión en la doctrina
penal. Sólo así podrá captarse adecuadamente el sentido de la
disposición normativamente fundamentan la imputación penal en caso
de una realización activa del correspondiente tipo penal de la
parte especial. En este sentido, la conducta omisiva del garante,
para poder ser castigada como comisión por omisión, debe reunir
los elementos de la imputación objetiva, así como el elemento
subjetivo requerido por el tipo penal correspondiente (dolo o
culpa). A esta comprensión de la cláusula de correspondencia, a
la que se le ha llamado de valoración global, se le ha criticado
realizar una doble valoración innecesaria, pues ya en la
determinación de si existe una posición de garantía se responde
a la cuestión de la equivalencia de la omisión con la realización
activa del tipo. No obstante, no creemos determinante este
cuestionamiento, pues una cosa es determinar la competencia
general del garante y otra el análisis del hecho concreto como
imputable objetiva y subjetivamente al garante. La imputación es
única, pero cabe diferenciar los pasos de este proceso de
atribución.

a. La imputación objetiva

A los delitos en comisión por omisión se le deben aplicar


plenamente los requisitos de la imputación objetiva. Como una
cuestión previa, habría que preguntarse si esta relación de
imputación exige, en primer lugar, la determinación de un nexo de
causalidad. Es evidente que no se trata de una relación de
causalidad natural entre la omisión y el resultado, pues la omisión
no despliega una fuerza causal sobre el resultado, sino que se hace
alusión a la llamada por la doctrina causalidad hipotética, la cual
consiste en suponer que la realización de la acción exigida habría
impedido con una seguridad rayana en la certeza el resultado.
Apoyada en la cláusula de equivalencia, la doctrina dominante
entiende que esta relación de causalidad hipotética resulta
necesaria, pues solamente de esta forma podría afirmarse la
equivalencia entre la comisión por omisión y la realización activa
del tipo penal. Esta conclusión es, sin embargo, apresurada, pues
tampoco resulta incontrovertido que el tipo penal, en un supuesto
activo, requiera necesariamente una comprobación certera de la
relación de causalidad. La imputación objetiva en los delitos
activos podría fundamentarse aunque no exista una relación de
causalidad plenamente comprobada, sobre todo en los casos de cursos
causales que no pueden verificarse experimentalmente de forma
completamente segura, como en el famoso caso del aceite de colza
o del producto protector para el cuero. Si bien algunos autores
prefieren presentar este aligeramiento de las condiciones de la
imputación en el plano de la prueba, en el fondo constituye una
manifestación más de la configuración jurídico-penal del delito
a partir del concepto de riesgo.
a.l) La creación de un riesgo penalmente prohibido

El primer aspecto que debe determinarse en el plano de la


imputación objetiva es que la conducta concreta del garante haya
creado un riesgo penalmente prohibido. El riesgo que se mantiene
controlado con deberes de aseguramiento o salvamento por parte de
un garante se convierte en prohibido cuando se omite cumplir estos
deberes y el riesgo se muestra corno capaz de afectar a terceras
personas. No obstante, debe quedar claro que la sola posibilidad
de impedir el delito no permite imputar el riesgo al garante como
creador del mismo, sino que debe tratarse de un riesgo por el que
el garante resulta competente, es decir, de un riesgo por cuyo
dominio resulta responsable el autor. En este sentido, por ejemplo,
el salvavidas no es competente por el riesgo de insolación que pueda
sufrir un bañista que está largo tiempo expuesto al sol.

Las lesiones producidas sobre el bañista no podrán serle atribuidas


en comisión por omisión al salvavidas, que conoce de la situación
de peligro y no advierte al bañista del riesgo, en la medida que
no resulta competente por los riesgos de insolación en la piscina.
Su competencia se limita al dominio de los riesgos de ahogamiento
cuando se muestra como salvavidas en las cercanías de una piscina.
Por esta razón, si un bañista sufre un calambre paralizante
mientras se baña en la piscina, el riesgo de ahogamiento sí se le
atribuirá objetivamente al salvavidas en caso de incumplir éste
su compromiso de evitar el ahogamiento, pues si una persona se mete
en la piscina lo hace con la confianza de que, si algo le sucede,
el salvavidas se encargará de contener el riesgo.

La imputación objetiva adquiere especiales contornos en los


delitos de infracción de un deber. En estos casos, las competencias
específicas del garante no se determinan por el dominio del riesgo,
sino por los elementos configuradores de la institución específica
que vincula al autor especialmente con otras personas o con cierta
situación socialmente deseable. Por eso, un padre será competente
por la muerte de su menor hijo, aun cuando el riesgo haya sido creado
por un tercero, siempre que el padre haya podido evitar la creación
de dicho riesgo o su realización. En este sentido, el dominio del
riesgo que se realiza en el resultado no configura la imputación
objetiva en los delitos de infracción de un deber, sino únicamente
la no evitación de la situación cuya evitación resulta exigida por
un deber especial.

a. 2) La realización del riesgo en el resultado

En el caso de los delitos de dominio de resultado, la imputación


objetiva requiere adicionalmente la producción del resultado
típico. Pero no basta la competencia del garante por la creación
del riesgo prohibido, así como tampoco la realización del
resultado, sino que es necesario que el comportamiento del autor
esté vinculado objetivamente con el resultado típico producido.
En efecto, para que se dé la plena identidad normativa en el plano
objetivo con la realización activa del tipo penal de resultado,
es necesario que el riesgo, por cuyo dominio el garante es
competente, se realice en el resultado. Para determinar si el
resultado es la realización del riesgo prohibido, dicho resultado
debe encontrarse dentro del fin de protección de la norma que exige
la actuación del garante para impedir la producción del resultado,
es decir, que se trate de la clase de resultados que la norma, que
le impone el deber de actuar al garante, quiere impedir. Así, si
el bañista que no recibe auxilio entra en una crisis nerviosa que
le genera un infarto fulminante, la muerte producida no será la
realización del riesgo de muerte que produce la omisión del deber
de intervenir del salvavidas.

La muerte acaecida será la realización de un riesgo ordinario


de muerte al que cualquier persona con dolencias cardíacas se
expone en situaciones de desesperación. Para la plena identidad
normativa con la realización activa del resultado, el resultado
debe estar normativamente vinculado al riesgo de competencia del
garante. En caso de que no exista una vinculación normativa con
el resultado, la omisión del garante que crea un riesgo solamente
podrá castigarse a título de tentativa.

b. La imputación subjetiva

La identidad normativa debe presentarse también en el aspecto


subjetivo del hecho. La doctrina exige, por ello, que exista un
dolo o culpa en el garante. En este tema, llama especialmente la
atención que la doctrina penal defienda, cada.
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ESCUELA ACADÉMICO PROFESIONAL DE DERECHO

I) DATOS GENERALES

1. EXPERIENCIA CURRICULAR: Derecho Penal I.


2. SEMESTRE ACADÉMICO: 2017 - II
3. CICLO/SECCIÓN: II
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Fundamenta de forma satisfactoria los elementos de la Teoría, a partir de la doctrina y


la jurisprudencia, para comprender la implicancia del Derecho Penal como mecanismo
de control social.

III) PROGRAMACIÓN

CAPACIDADES TEMÁTICA PRODUCTO


ACADÉMICO

Explica la teoría del delito Acción y resultado,


relación de causalidad. La
Teoría de la Imputación Organizador Visual
Objetiva. Segundo
examen parcial.
Estructura Ontológica de
la Omisión. La acción
esperada. Los delitos
omisivos propios e
impropios o de la
Comisión por Omisión

IV) ACTITUDES

• Practica la responsabilidad
• Demuestra respeto.
• Busca la verdad.
• Innova permanentemente

V) SECUENCIA METODOLÓGICA

MEDIOS Y
ACTIVIDADES DE INICIO TIEMPO
MATERIALES
Preámbulo o introducción respecto a los temas, que
se tratarán en la sesión de aprendizaje.
Pizarra, borrador,
marcadores. 1hora y 20
Cuestionamiento a los alumnos, sobre el
minutos
conocimiento preliminar que tengan respecto a los
Retroproyector
temas a tratar.

MEDIOS Y
ACTIVIDADES DE PROCESO TIEMPO
MATERIALES

Exposición de los temas. (disposivas) N°…..


Diapositivas
Análisis conjunto con los alumnos sobre los temas 2 horas y 10
expuestos. Cuaderno de clase minutos
N° 01
Absolución de inquietudes o preguntas.

MEDIOS Y
ACTIVIDADES FINALES TIEMPO
MATERIALES

Exposición de conclusiones.
Diapositivas
Afianzamiento respecto a los temas desarrollados,
1 hora y 10
con preguntas y repreguntas realizadas por la Jurisprudencia
minutos
docente y dirigidas al alumnado. Análisis de
Jurisprudencia. Lecturas

VI.-DISEÑO DE EVALUACIÓN

INDICADORES DE
CAPACIDADES INSTRUMENTO
LOGRO
Determina el origen y la
Conocer Los elementos
evolución del derecho
estructurales de las
PENAL- TG Teoría General del
Delito

COMPORTAMIENTOS
ACTITUDES
OBSERVABLES

• Responsabilidad Formula preguntas coherentes.


• Respeto
• Trabajo en equipo Plantea casos relacionados con
el tema en exposición.

Debate con sus compañeros de


forma alturada y respetuosa

VII) REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS


CÓDIGO TÍTULO EDITORIAL
Oxford University Press Mexico, S. A.
340.00172 B58 V.3 Derecho penal
De C. V.
Oxford University Press Mexico, S. A.
340.00172 B58 V.7 Lecciones de derecho penal
De C. V.
341.77 A49 Estudios del derecho penal internacional /Editorial Idemsa/
342.0202 T55 2003 Constitución Y Derecho Penal. Palestra Editores S. R. L -
345 B12 EJ.1 Derecho Penal Parte General Ara Editores E. I. R. L. -
345 B12 EJ.2 Derecho Penal Parte General Ara Editores E. I. R. L. -
345 C21 2010 Estudios De Derecho Penal Palestra Editores S. R. L -
345 C35 EJ.1 Principios De Derecho Penal Parte General Gaceta Juridica S. A -
345 C35 EJ.2 Principios De Derecho Penal Parte General Gaceta Juridica S. A -
El Derecho Penal Frente A Los Desafios De La
345 D68 2010 Ara Editores E. I. R. L. -
Modernidad
345 F36 Concepto y límites del derecho penal Editorial Temis S.A. -
345 G21 EJ.1 Tratado De Derecho Penal Editora Normas Legales S. A. C. -
345 H96 EJ.1 Manual De Derecho Penal Parte General Editora Juridica Grijley -
345 H96 EJ.2 Manual De Derecho Penal Parte General 1 Editora Juridica Grijley -
345 H96 EJ3 Manual De Derecho Penal Editora Juridica Grijley -
345 H96 T.1 2011 Manual De Derecho Penal: Parte General. Idemsa
345 H96 T.2 2011 Manual De Derecho Penal: Parte General. Idemsa
345 L92 T.1 EJ.1 Derecho Penal Parte General Gaceta Juridica S. A -
345 L92 T.2 EJ.1 Derecho Penal Parte General Gaceta Juridica S. A -
345 L92 T.2 EJ.2 Derecho Penal Parte General Gaceta Juridica S. A -
345 L92 T.3 EJ.1 Derecho Penal Parte General Gaceta Juridica S. A -
345 L92 T.3 EJ.2 Derecho Penal Parte General Gaceta Juridica S. A -
345 M38 Introducción a la ciencia del derecho penal Grupo Editorial Lex & Iuris
Editora Y Distribuidora Ediciones
345 M39 Los principios del derecho penal
Legales E.I.R.L
345 P34 2007 Derecho Penal Parte General Editorial Rodhas S.A.C.
345 P34 2015 Curso elemental de derecho penal: Parte general Ediciones Legales E.I.R.L.
345 P34 T.1 Derecho Penal: Parte General; T.1 Idemsa
345 P34 T.2 Derecho Penal: Parte General; T.2 Idemsa
345 R74 2004 Estudios De Derecho Penal Jurista Editores E.I.R.L
Las Transformaciones Del Derecho Penal En Un
345 R76 V.2 Editorial Adrus E.I.R.L. -
Mundo En Cambio
345 R88 2000 Derecho Penal. Universidad De Lima
345 R88 2010 EJ.1 Derecho Penal Y Modernidad Ara Editores E. I. R. L. -
345 R88 2010 EJ.2 Derecho Penal Y Modernidad. Ara Editores E. I. R. L. -
345 V72 2006 Derecho Penal Editora Juridica Grijley -
345 V72 2013 EJ.1 Derecho Penal: Parte General Editora Juridica Grijley E.I.R.L.
345 V72 2013 EJ.2 Derecho Penal: Parte General. Editora Juridica Grijley E.I.R.L.
345 V75 1998 Derecho Penal: Parte General Editorial San Marcos
345 V75 2001 Derecho Penal: Parte General Editorial San Marcos
345 Z17 T.1 EJ.1 Manual De Derecho Penal. Parte General. Ediciones Juridicas -
345 Z17 T.1 EJ.2 Manual De Derecho Penal.Parte General .I. Ediciones Juridicas -
345 Z17 T.2 EJ.1 Manual De Derecho Penal. Parte General. Ediciones Juridicas -
345 Z17 T.2 EJ.2 Manual De Derecho Penal. T.Ii Ediciones Juridicas -
Fundamentos Y Ensayos Críticos De Derecho Penal Y
345.0102 A49 2010 Palestra Editores S. R. L -
Procesal Penal
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