Leonel Fernández Reyna: República Dominicana, Presidente de La República (2º Ejercicio)
Leonel Fernández Reyna: República Dominicana, Presidente de La República (2º Ejercicio)
Leonel Fernández Reyna: República Dominicana, Presidente de La República (2º Ejercicio)
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Biografía
El muchacho retomó las clases escolares en Nueva York y concluyó su educación secundaria
en la Louis D. Brandeis High School, sita en el Upper West Side de Manhattan. Tras retornar a la
República Dominicana en 1968, cursó la carrera de Derecho en la Universidad Autónoma de
Santo Domingo (UASD), por la que se doctoró magna cum laude en 1978 con una tesis titulada
El delito de opinión pública, que luego se convirtió en un manual de obligada consulta por los
estudiosos de los aspectos jurídicos de la labor periodística. También recibió el premio J.
Humberto Doucudray como el alumno más destacado de su promoción.
Fernández se destacó como líder estudiantil antes de alcanzar notoriedad en su triple faceta
de jurista, docente y periodista. En la Escuela de Derecho ejerció de secretario general de la
Asociación de Estudiantes de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la UASD, y
participó activamente en las agitaciones reivindicativas contra el régimen derechista de Joaquín
Antonio Balaguer Ricardo, aupado a la Presidencia de la República en 1966 y descabalgado de
la misma en las elecciones de 1978 antes de recuperar el poder en 1986, al cabo de un
interregno perredeísta de ocho años.
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Al iniciarse la década de los noventa, Fernández, todavía en mitad de la treintena, era el
paradigma del mulato (aproximadamente, el 73% de la población presentaba esta variedad
racial, incluido el elemento mestizo, frente a un 11% de negros descendientes de los esclavos
traídos de África y un 16% de blancos de estirpe española, siendo éstos últimos por tradición
los integrantes mayoritarios de la élite política nacional) ascendido por méritos propios a los
escalafones altos de la sociedad.
Personaje ubicuo en los círculos intelectuales y creadores de opinión pública, en estos años el
profesor publicó los libros Los Estados Unidos en el Caribe: de la Guerra Fría al plan Reagan y
Raíces de un poder usurpado, éste un análisis crítico del proceso electoral de 1990, que
hurtó la victoria a Bosch en favor de su viejo archirrival, Balaguer. Fernández era autor también
de un buen número de artículos sobre comunicación social, política internacional, historia
contemporánea, cultura y derecho. Además del español, hablaba con fluidez el inglés y el
francés.
Con un currículum profesional tan rico (aunque algunos echaron en falta una mínima
experiencia en el ejercicio de funciones públicas, bien en la Administración del Estado, bien en
la política representativa), y siendo miembro de la plana mayor del PLD, no causó extrañeza
que el octogenario Bosch, que le tenía por discípulo, le escogiera para acompañarle como
candidato a vicepresidente de la República en las elecciones del 16 de mayo de 1994. Sin
embargo, la votación fue ganada de nuevo, de manera escandalosamente fraudulenta, por
Balaguer, caudillo sempiterno del Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) y tan provecto
como su inveterado adversario peledeísta. Balaguer se llevó su sexto mandato cuatrienal, y
Bosch y Fernández continuaron en la oposición.
De cara a las presidenciales anticipadas de noviembre de 1995 (la fecha se trasladó luego a
mayo de 1996), convocadas tras suscribir el 10 de agosto el PRSC, el PRD y el PLD el llamado
Pacto por la Democracia con el fin de superar la grave crisis política que habían generado los
comicios de 1994 y para reformar la Constitución con un espíritu de perfeccionamiento
democrático del sistema, Fernández se convirtió en el centro de todas las miradas de sus
conmilitones una vez que Bosch, imitando a Balaguer y acosado también por los achaques
(padecía una aguda arteriosclerosis y un principio del mal de Alzheimer), anunció que no sería
candidato de nuevo y que se retiraba de la conducción partidaria. El adiós nominal ?que no real-
de Bosch al liderazgo político se representó el 10 de octubre de 1994. Fue en el V Congreso del
PLD, el cual le otorgó la presidencia vitalicia de la formación.
Sus propuestas económicas no eran muy precisas, pero apuntaban a un liberalismo sin
complejos, aunque también inclusivo, según se desprendía de la exhortación a asentar en la
República Dominicana un modelo de "economía social de mercado". Más en el terreno de lo
concreto, el candidato opositor propuso fortalecer la industria manufacturera de trabajo intensivo
orientada a la exportación y lograr un crecimiento anual no inferior al 6% (en 1995 el PIB había
aumentado el 4,8%).
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los jóvenes, las mujeres (los analistas de campaña subrayaron la soltería del candidato, ya
divorciado de su esposa, Rocío Domínguez, como un elemento nada baladí) y los
profesionales de las clases medias urbanas. La cuestión de la imagen y la mercadotecnia
electoral irrumpieron con fuerza en la campaña. Por ejemplo, Fernández se publicitó con
anuncios televisivos en los que aparecía jugando al baloncesto, deporte de enorme
predicamento entre los jóvenes frente a la pasión que el béisbol levantaba en los adultos, con
ritmos musicales de moda como telón de fondo. Los corresponsales internacionales no tuvieron
inconveniente en endilgarle la etiqueta de populista por abusar de los llamamientos a terminar
con la pobreza y la corrupción.
Gracias a Fernández, el PLD, que blandió el eslogan "Servir al partido para servir al pueblo",
abandonaba la situación de tercero en las preferencias de voto, se metía en un competitivo
segundo puesto y recuperaba la condición de principal alternativa al oficialismo balaguerista, que
había perdido en 1994. Ahora bien, su tirón electoral no era tan grande como para anular las
posibilidades del aspirante del PRD, el veterano opositor izquierdista José Francisco Peña
Gómez, líder negro con fama de honesto y aureola de mártir que lanzaba su tercera tentativa
presidencial después de, literalmente, ver robada la victoria dos años atrás.
Fernández se mostró cauto en las críticas al partido del Gobierno y en cambio focalizó sus
ataques en Peña, al que presentó como un "peligro público" para la estabilidad del país,
debido a su "personalidad indefinida" y a su condición de "hombre díscolo, emocionalmente
inestable y con delirio de persecución". Había insinuaciones racistas en la propaganda contra
Peña, pero el PLD aseguraba que lo que ponía en tela de juicio no era el color de su piel, sino
sus aptitudes para gobernar y la cuna de sus progenitores, que él situaba en la República
Dominicana cuando había fundados indicios del origen haitiano de, al menos, el padre. A su
vez, el PRD arremetió contra Fernández por su inexperiencia en los asuntos de Estado, por
articular un discurso que le parecía vacío de contenido y por aceptar la financiación del "anillo
palaciego" en torno a Balaguer.
Esta última imputación la realizó el partido socialdemócrata sin aportar pruebas. No dejaba de
ser una presunción, pero todo apuntaba a que el anciano mandatario saliente, en un ejercicio de
maquiavelismo político que era audaz incluso para él, estaba en tratos con Bosch para apoyar
a Fernández y cerrarle el paso al miembro de una raza, la negra, de siempre despreciada por
las élites dominicanas, amén de tratarse el dirigente socialista del mayor enemigo político de
ambos. De hecho, el postulante oficial del PRSC, el vicepresidente de la República Jacinto
Peynado Garrigosa, se quejó por el escaso respaldo recibido desde su propio partido, pero luego
se resignó a hacer de figurante en esta intriga de altos vuelos.
La coalición de intereses del PRSC y el PLD, insólita en dos formaciones que habían sido
adversarias acérrimas durante décadas, se estrenó en las elecciones presidenciales de 1996
con éxito total. Las encuestas no erraron y el 16 de mayo Peña se puso en cabeza con el
45,9% de los sufragios seguido de Fernández con exactamente siete puntos de voto menos.
Descalificado para la segunda vuelta, requerida al no alcanzar ningún candidato el 50% más
uno de los votos (una de las novedades legales alumbradas por el Pacto por la Democracia),
quedó Peynado, que sólo recabó el 15%.
Fue entonces cuando afloró el resultado del sorprendente conciliábulo de los dos patriarcas,
otrora irreconciliables, de la política dominicana: Balaguer, próximo a entrar en su novena
década de vida y medio ciego (físicamente apenas veía ya, pero sus maniobras demostraban
que conservaba intacta su legendaria astucia), saltó a la palestra para anunciar un Frente
Patriótico Nacional (FPN) entre su partido y el PLD, y para reclamar el voto para Fernández y
su compañero de fórmula, el psiquiatra Jaime David Fernández Mirabal. El histórico acuerdo
del FPN fue suscrito por Balaguer y Bosch el 2 de junio en olor de multitudes en el Palacio de los
Deportes de Santo Domingo.
Espoleado por este formidable patrocinio, Fernández endureció su discurso contra Peña y le
lanzó dardos verdaderamente deletéreos, como la acusación de ser "un hombre atado que
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responde a las directrices de dos ex presidentes condenados tanto en Venezuela como aquí por
actos de corrupción". Se refería a Carlos Andrés Pérez, dos veces presidente de país
sudamericano y antiguo líder del partido socialdemócrata Acción Democrática (AD), y
Salvador Jorge Blanco, presidente de la República Dominicana entre 1982 y 1986, y figura
descollante del PRD. La suerte parecía echada y el 30 de junio, en efecto, el peledeísta se
impuso con un margen de votos que, sin embargo, fue más exiguo de lo que habría podido
colegirse de la unión de fuerzas del centro-derecha: Fernández sacó el 51,2% y Peña el
48,7%.
El político izquierdista podía considerarse, por enésima vez, víctima de los tejemanejes de
Balaguer, pero la victoria de Fernández era inobjetable porque los observadores locales e
internacionales certificaron la limpieza de los comicios, seguramente los más depurados en la
historia de la República Dominicana. Hasta la toma de posesión, Fernández puso mucho
énfasis en desmentir que el FPN encerrase cláusulas secretas en forma de algún tipo de
gratificación por el respaldo recibido del PRSC, negó que existiera un plan bipartito antes de la
ronda del 16 de mayo y afirmó que se alió con Balaguer por puro pragmatismo político, por
necesidad de la coyuntura y para satisfacer la "matemática" electoral.
Tras la firma del FPN, Fernández había elogiado al presidente saliente por su "talento" y "su
intelecto agudo". Preguntado ahora por cómo valoraba que los balagueristas hubiesen
distribuido "sobrecitos" con dinero al tiempo que solicitaban el voto para su candidatura,
respondió que ése era "el estilo de Balaguer", una práctica clientelista que él no empleaba y
que le parecería un "comportamiento reprobable" si se demostrara que los sobornos electorales
habían involucrado a fondos públicos.
Por otra parte, toda vez que el PLD venía experimentado una derechización en los últimos
tiempos, el anuncio del frente con el PRSC podía ser percibido como el afianzamiento de la
tendencia, en el partido que un día se había calificado a sí mismo de marxista. El presidente
electo insistió en que el PLD mantenía su identidad progresista y no salía desnaturalizado de
la firma del FPN. En cuanto a él, en absoluto se veía como una suerte de "prisionero
comprometido" del caudillo socialcristiano.
Tan amigo como era de cuadrar los números, Fernández no podía pasar por alto la relación
de fuerzas parlamentarias. Los dos partidos del FPN sumaban 63 diputados sobre 120 y
exactamente la mitad de los 30 senadores. Toda vez que los peledeístas sólo tenían 13
escaños en la Cámara baja y dependían completamente de sus socios socialcristianos para
sacar adelante los proyectos de ley (al menos, hasta el final de la legislatura en 1998, cuando el
Congreso sería renovado), en la nueva mayoría oficialista asomaba un cariz de precariedad e
incertidumbre, ya que no se sabía el alcance del aval de Balaguer, o, viéndolo de otra manera,
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se desconocía hasta qué punto estaba dispuesto Fernández a concertar y, eventualmente,
transigir.
Por de pronto, Fernández tomaba las riendas de un país de marcados claroscuros. Balaguer
había dejado numerosos proyectos desarrollistas en curso, con muchas obras públicas
centradas en la mejora de la red de carreteras y aeropuertos. El sector turístico, acogido al
modelo de hotel y playa, y orientado a clientes de Europa y América con poder adquisitivo medio-
alto, estaba en franca expansión y mostraba un potencial sin rival en el área caribeña. La
pujanza de la construcción coadyuvaba a obtener un crecimiento del PIB de en torno al 7%
anual. En cuanto a la inflación, empezaba a abandonar la lista de preocupaciones.
Pero el panorama estaba lejos de ser idílico. Además de la pobreza estructural en extensas
capas de la población, estaban el alto desempleo (el 20%), el dogal de la deuda externa (4.300
millones de dólares) y los números rojos del erario público, con un bajo nivel de ingresos
fiscales y, lo más grave, la virtual bancarrota en que se encontraban la Corporación Dominicana
de Electricidad (CDE) y el Consejo Estatal del Azúcar (CEA), las empresas más emblemáticas
del Estado.
Los lastres estructurales de la CDE eran básicamente los mismos (obsolescencia de las
instalaciones por la ausencia de inversiones, exceso de burocracia, ineficiencia y corrupción
internas, deudas millonarias), pero su impacto social era mucho mayor porque repercutían
directamente en el servicio que recibían los abonados, que eran toda la población. Debía
hablarse, en realidad, de falta de servicio, ya que las plantas generadoras tenían por costumbre
castigar a barriadas y ciudades enteras con apagones que podían durar un día o incluso más
horas, de lo que no se libraban cientos de miles de habitantes de Santo Domingo.
El presidente instó a los dos partidos mayoritarios que controlaban el Congreso a que trabajaran
conjuntamente con el Gobierno y el PLD para la aprobación del nuevo marco legal de las citadas
corporaciones. Los objetivos no eran otros que mejorar el suministro energético y liberar de
gastos al Estado. El PRSC y el PRD tomaron en consideración el vasto proyecto, pero en
cambio pusieron múltiples objeciones al primer borrador de los presupuestos del Estado de
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1997 que les presentó el Ejecutivo, obligando a Fernández a negociar las oportunas
correcciones. No transcurrió, pues, mucho tiempo hasta poder dictarse el acta de defunción del
FPN. Es más, los socialcristianos, guiados por Balaguer con su celo habitual, tendieron a
alinearse con los perredeístas, generando la imagen de un presidente atado de pies y manos
por el Legislativo.
La campaña anticorrupción, una de las banderas políticas del PLD, conoció sus limitaciones
tan pronto como apuntó al entorno de funcionarios que debían sus prebendas al balaguerismo.
Algo más de éxito tuvo el presidente en la extensión de su autoridad al estamento castrense,
consiguiendo el cese de varios oficiales de alta graduación amonestados por asuntos de
insubordinación o corrupción, así como el arresto, en marzo de 1997, de tres generales en la
reserva, Joaquín Antonio Pou Castro, Salvador Lluberes Montás y José Isidoro Martínez
González, por su presunta participación en el asesinato del periodista Orlando Martínez
Howley en 1975, uno de los crímenes sin resolver de los ominosos doce años (1966-1978) de
Balaguer.
Donde sí encontró Fernández el espíritu de consenso que reclamaba a los partidos fue en
torno al plan de privatizaciones. Tras pasar el escrutinio de las dos cámaras del Congreso
Nacional y obtener el respaldo unánime de la oposición, la llamada Ley General de Reforma de
la Empresa Pública fue promulgada el 24 de junio de 1997 y a continuación se puso en marcha
la Comisión de Reforma de la Empresa Pública (CREP) como el organismo encargado de
conducir el proceso de capitalización. Pero los modos, mediante licitación, y los resultados de
esta transformación histórica iban a ser harto discutibles, por no decir censurables.
Esta última valoración atañó sobre todo a la privatización de la CDE, que no fue total porque el
Estado retuvo algunos servicios y se reservó una participación de capital en calidad de
copropietario, a través de la nueva Corporación Dominicana de Empresas Eléctricas Estatales
(CDEEE). El patrimonio de la antigua CDE fue dividido en tres áreas, generación, transmisión,
y distribución y comercialización, permitiéndose la entrada del capital privado en los ámbitos
primero y tercero, y manteniendo el Estado la titularidad del segundo (así como las presas
hidroeléctricas en la parte de generación). Se constituyeron dos empresas generadoras, EGE
Haina y EGE Itabo, otorgadas al consorcio New Caribbean Investment, y tres de distribución,
EDE Norte, EDE Sur y EDE Este (también llamadas Edenorte, Edesur y Edeeste), que fueron
ganadas por dos transnacionales extranjeras, la española Unión Fenosa y la estadounidense
AES Corporation. La CDEEE puso el 50% de capital de las EDE Norte y Sur, quedando la otra
mitad en manos de Unión Fenosa.
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sociedad civil en la discusión de las grandes problemáticas del país no dio los frutos
apetecidos.
Con todo, el dominicano medio cargaba con las subidas de los precios de los alimentos y los
combustibles. Había más trabajo que antes, pero en las clases populares se tendía a percibir
como no equitativos los beneficios de la nueva prosperidad. En el terreno electoral este malestar
se manifestó inapelablemente. En las legislativas del 16 de mayo de 1998, el PRD, beneficiado
en añadidura por la corriente de simpatía que había levantado la muerte de Peña Gómez
días atrás, se hizo con una mayoría absoluta de 83 escaños en la Cámara de Diputados
(aumentada a los 149 miembros). El PLD metió 50 diputados y 4 senadores, lo que representaba
una considerable ganancia con respecto a 1994 pero que en las actuales circunstancias sabía a
derrota. El partido del poder vio frustradas sus esperanzas de obtener, no ya una mayoría
suficiente para sacar adelante los presupuestos sin componendas, sino meramente el tercio de
legisladores en ambas cámaras que permitiría a Fernández hacer valer su derecho de veto a
las decisiones parlamentarias de la oposición.
Sin concesiones populistas y con estilo tecnocrático, tras los comicios de mayo de 1998
Fernández pisó el acelerador en sus políticas neoliberales, tal como eran calificadas por
doquier. En el mes de junio, el Gobierno decidió una devaluación del peso del 8,5% para
estimular las exportaciones, seguida en febrero de 1999 de la congelación de los gastos
públicos para el resto del año. La gran economía siguió dando buenas noticias: en 1998 la
inflación cayó por debajo del 5% y la subida del nivel de reservas internacionales del Banco
Central permitió al Estado cumplir satisfactoriamente con los compromisos del servicio de la
deuda externa, que se recortó hasta los 3.500 millones de dólares. La República Dominicana
adquirió la fama de país solvente y de bajo riesgo para las inversiones de capìtal.
Antes de llegar al poder, Fernández había prometido dinamizar en los próximos cuatro años
las relaciones exteriores de la República Dominicana. Pues bien, al finalizar el período, podía
sacarse en limpio que los objetivos trazados en 1996 estaban cumplidos con creces, a tenor de
una retahíla de éxitos diplomáticos y comerciales. En verdad, el estadista exudó activismo y
se forjó un perfil bastante alto en política internacional, sintiéndose cómodo en un terreno
sobre el que ya había asesorado en su partido e impartido magisterio en la universidad. De
puertas afuera, Fernández fue considerado el "primer presidente moderno" de su país,
haciéndose acreedor del elogio y el respeto generales.
Decidido a ensanchar los canales diplomáticos en todas las direcciones, Fernández intensificó
la cooperación con España -cuyo presidente de Gobierno, el conservador José María Aznar,
eligió precisamente la República Dominicana como el destino de su primer viaje al continente
americano en septiembre de 1996-, participó en las cumbres iberoamericanas anuales y asistió
como invitado a la cumbre de presidentes de los cinco países del Sistema de la Integración
Centroamericana (SICA) celebrada en San José el 8 de mayo de 1997. A la cita en la capital
costarricense también acudió el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, quien un año más
tarde, el 10 de junio de 1998, iba a recibir a Fernández en la Casa Blanca con carácter privado.
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Entre el 5 y el 7 de noviembre de 1997 Santo Domingo fue el escenario de una cumbre especial
con los presidentes de los siete estados centroamericanos dedicada a estudiar el inicio de
negociaciones sobre un Tratado de Libre Comercio de bienes, servicios e inversiones entre el
país caribeño y el istmo. Definido con suma rapidez, el TLC Centroamérica-República
Dominicana fue firmado por Fernández y sus colegas en la misma ciudad el 16 de abril de 1998
y debía estar vigente para el 1 de enero de 1999, pero el proceso de ratificación, país por
país, se ralentizó hasta el extremo de imposibilitar la entrada en servicio del tratado en la actual
presidencia.
No menos relevante fue la actuación de Fernández en el espacio geográfico que era propio de
la República Dominicana, el Caribe insular, donde, sin embargo, el país adolecía de un muy
escaso nivel de integración comercial, ni a nivel bilateral ni en el ámbito multilateral. El
presidente puso fin a esta desconexión histórica participando el 8 de julio de 1997 en Montego
Bay, Jamaica, en la XVIII Cumbre de la Comunidad del Caribe (CARICOM), organización
económica hasta entonces estrictamente anglosajona, y haciendo de anfitrión del 20 al 22 de
agosto de 1998 en Santo Domingo de una cumbre especial del CARIFORO o Foro del Caribe de
los Estados ACP (Asia, Caribe y Pacífico), esto es, signatarios de la Convención de Lomé IV
establecida en 1989 con la entonces Comunidad Europea para la recepción de la ayuda
concedida por el Fondo Europeo de Desarrollo (FED).
El CARIFORO surgió por la necesidad que había de coordinar estas ayudas europeas en un
entorno de cooperación e integración regionales a raíz de la participación de la República
Dominicana y Haití, los dos estados que conforman la isla de La Española, en Lomé IV, toda
vez que el país hispano y su vecino francófono no eran miembros del CARICOM y la
Secretaría de este organismo ya no resultaba suficiente para monitorizar los recursos FED
destinados a la región.
En la reunión del CARIFORO en Santo Domingo, que coincidió con el quinto centenario de la
fundación de la capital dominicana, Fernández firmó, el 22 de agosto, un Acuerdo de Libre
Comercio con el CARICOM (que tampoco pudo entrar en vigor bajo la actual Administración) y
además sostuvo un histórico encuentro con el dictador cubano Fidel Castro, que asistía a la
cumbre a título de observador, escenificando el restablecimiento de las relaciones
diplomáticas, después de 39 años de incomunicación, producido el 16 de abril anterior. En
noviembre de 1999 Fernández aprovecharía la asistencia a la IX Cumbre Americana para
prestar una visita oficial a La Habana. En lo sucesivo, el dominicano cultivó los lazos de amistad
con Castro y subrayó lo anacrónico del bloqueo estadounidense a Cuba, que le parecía una
reliquia de la Guerra Fría.
El mandatario participó también bajo la sombrilla del Centro Carter de Atlanta, de cuyo Consejo
de Presidentes y Primeros Ministros del Programa de las Américas se hizo miembro en 1997, en
los trabajos de la Agenda para Las Américas, la iniciativa inaugurada en 1994 a instancias de
Estados Unidos para crear una vasta área de libre cambio panamericana en torno a 2005. El 16
y el 17 de abril de 1999 Fernández volvió a captar la atención del hemisferio al dirigir en Santo
Domingo la II Cumbre de la Asociación de Estados del Caribe (AEC), foro que integraba a 25
países ribereños y que en aquella ocasión sentó las bases para el establecimiento de una
zona de libre comercio propia. Por otro lado, la República Dominicana fue admitida en el Grupo
de Río en junio de 2000, coincidiendo con la XIV Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno en
Cartagena de Indias, Colombia.
Mejoraron asimismo los tratos con Haití. Así, en junio de 1998 Fernández realizó en Puerto
Príncipe la primera visita de un presidente dominicano desde hacía nada menos que 62 años,
siendo recibido por su homólogo haitiano, René Préval. Esto fue posible a pesar de que el
Ejecutivo peledeísta prolongó (y practicó con fruición) la política tradicional con respecto al
trato dispensado a los inmigrantes haitianos clandestinos, a saber, el lanzamiento de redadas y
las expulsiones masivas al otro lado de la frontera con poca o ninguna consideración de la
dignidad de los afectados, expuestos a sufrir malos tratos físicos como agravio añadido. Las
operaciones, conducidas por el Ejército, afectaron también y no por error a un número incierto
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pero sin duda significativo de dominicanos de color.
El disgusto social apuntado en las legislativas de 1998 volvió a pasarle factura al PLD en las
presidenciales del 16 de mayo de 2000, que fueron ganadas por el candidato del PRD, Rafael
Hipólito Mejía Domínguez, cuyo programa otorgaba prioridad al capítulo social. El postulante
del oficialismo, Danilo Medina Sánchez, secretario de Estado de la Presidencia en estos cuatro
años, ex presidente de la Cámara de Diputados, responsable de la campaña electoral del PLD
en 1996 y hombre de la máxima confianza de Fernández, sufrió una abultada derrota con el
24,9% de los votos, justo la mitad de los cosechados por el perredeísta.
Aunque técnicamente debía disputarse una segunda vuelta porque Mejía no alcanzó el
preceptivo 50% más uno por unas pocas miles de papeletas, Medina arrojó la toalla tras
constatar que no iba a recibir el apoyo del PRSC, es decir, a repetirse el escenario de 1996.
Balaguer, en su novena liza presidencial (pese a estar ya completamente ciego, sordo e
incapacitado para hablar o mantenerse en pie más que unos pocos minutos), quedó en un
meritorio tercer lugar y a punto estuvo de desbancar a Medina. Balaguer iba a fallecer en julio de
2002, ocho meses después de extinguirse también el otro ilustre nonagenario de la política
nacional, Bosch.
Fernández siguió muy atento el devenir del nuevo curso político desde su puesto en el Comité
Político del PLD y al frente de un centro de estudios y reflexión puesto en marcha tan pronto
como dejó el poder, la Fundación Global Democracia y Desarrollo (FUNGLODE). Mitad think
tank dominicano, mitad plataforma de promoción personal, para no perder ascendiente público,
la FUNGLODE se definía como una institución privada sin afán de lucro dedicada a "formular
propuestas innovadoras de naturaleza estratégica y coyuntural sobre temas relevantes de
interés nacional, elevar la calidad del debate nacional y elaborar políticas públicas cruciales
para la gobernabilidad y el desarrollo económico y social de la República Dominicana".
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elementos imprescindibles en cualquier estrategia de desarrollo social y de superación de la
pobreza en los países latinoamericanos. En 2002 el Centro Carter le encargó la misión de
evaluar la situación política en Venezuela a petición del presidente Hugo Chávez.
Todo este trajín académico e internacional no impidió a Fernández seguir tomando el pulso al
devenir político de la República Dominicana, que empezó a ofrecer un cariz preocupante. Una
colusión de factores externos (contracción económica y de los intercambios comerciales en toda
la región y en Estados Unidos, impacto negativo de los atentados del 11 de septiembre de 2001,
debilidad de los precios agrícolas, encarecimiento del petróleo) repercutió en los ingresos por el
turismo, las exportaciones industriales y, sobre todo, las exportaciones agrícolas. El crecimiento
del PIB inició la senda descendente, el montante de la deuda pública, interna y externa, apuntó
a la dirección inversa, y la perpetuación de los insufribles cortes eléctricos junto con las alzas en
los precios los combustibles decretadas por el Gobierno empezaron a concitar rechazo social a
la presidencia de Mejía.
El 20 de enero de 2002, ya fallecido Bosch y quedado, por tanto, vacante el mando supremo del
partido, Fernández se proclamó presidente del Comité Político del PLD con el 99,3% de los
votos en una elección primaria abierta a los afiliados. Ya entonces dio a entender que sería
aspirante presidencial en 2004, cosa que el actual articulado constitucional le permitía al estar
de por medio el período de cuatro años en blanco. El ex jefe del Estado hizo una profesión de
fe del PLD, al que definió como una organización "progresista, humanista y solidaria, enmarcada
en la línea del centroizquierda", y empezó a lanzar fuego graneado contra Mejía.
Para el líder peledeísta, la gestión del antiguo ingeniero agrónomo estaba siendo
"catastrófica" y un "fracaso rotundo". "Arrogante", "atropellante", "irresponsable", "insensible",
"cruel", "intolerante", "incompetente", "falto de visión" y "socialmente indiferente" fueron algunos
más entre los muchos epítetos, a cual más hiperbólico, de que Fernández se sirvió para
arremeter contra un ejecutivo que, en su opinión, comprometía seriamente el desarrollo y la
estabilidad nacionales, y dilapidaba el legado de su actuación entre 1996 y 2000. Merecían sus
catilinarias fenómenos como la espiral del endeudamiento público, el crecimiento de la plantilla
de funcionarios a sueldo del Gobierno y el desvío de partes sustanciosas del presupuesto
nacional al gasto corriente. Y eso que la verdadera crisis económica y las mayores convulsiones
sociales aún estaban por llegar.
Las legislativas del 16 de mayo de 2002 no sonrieron al PLD, que retrocedió a los 41 diputados y
perdió dos de sus cuatro senadores. Cogido por sorpresa, Fernández se quejó de una serie de
defectos de forma en el proceso electoral e incluso declaró que los resultados de los comicios no
eran "enteramente confiables". En el mes de julio, el proyecto de reforma constitucional de
Mejía para introducir la renovación presidencial por un segundo período de cuatro años no
prorrogable (uno de los cambios alumbrados por el Pacto por la Democracia en 1994 había sido
el final de la reelección indefinida, introducida por y para Balaguer) salió adelante con los votos
del PRD y el PRSC. Los asambleístas del PLD se posicionaron en contra de esta enmienda
porque entendían que su objetivo inmediato era satisfacer la ambición reeleccionista de Mejía,
por mucho que éste lo negara. Nominado candidato presidencial por su partido frente a un
contrincante sin posibilidades, el ex vicepresidente Fernández Mirabal, y acompañado esta vez
como aspirante a la Vicepresidencia por el veterano jurista y funcionario Rafael Alburquerque de
Castro, Fernández Reyna denostó el carácter unilateral y partidista de la revisión de la Carta
Magna, pero se hizo a la idea de que en mayo de 2004 Mejía iba a contender con él.
A lo largo de 2003, Fernández continuó haciendo su precampaña sin dejar de poner de vuelta
y media a Mejía. Estímulos para criticar el proceder del Gobierno no le faltaban. El año, uno
de los más calientes, social y políticamente, de las últimas décadas, conoció tres olas de
revueltas populares en Santo Domingo, con su corolario de muertos y heridos, y una primera
jornada de huelga general cuyos detonantes fueron la supresión de los subsidios a la
electricidad, el descontrol alcista de los precios y los tipos de interés, el anuncio de nuevos
impuestos y, en suma, las recetas de austeridad que se vio obligado a aplicar el Ejecutivo ante la
caída general de los ingresos y la fuerte depreciación del peso con respecto al dólar, y para
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satisfacer las demandas del FMI.
Ni Mejía, que le tocó en suerte encajar el colapso del Baninter pero que hasta la víspera del
mismo había elogiado la absorción de la entidad por el Banco Dominicano del Progreso
(operación a raíz de la cual se destapó todo el escándalo), ni Fernández, bajo cuya
presidencia habían tenido lugar importantes reestructuraciones del sector bancario (el mismo
Baninter, en 1997, fue autorizado a comprar el Banco de Comercio, Bancomercio), aceptaron
tener responsabilidad alguna en el desaguisado. 2003 iba a cerrar con un retroceso del PIB del
1,3%, y aunque Fernández podía esgrimir el balance de resultados de su primera presidencia,
resultaba evidente que la actual crisis hundía sus raíces en un modelo económico apoyado en
una estructura doméstica engañosa y, a la vez, sumamente vulnerable a los factores externos.
En lo personal, 2003 fue un año señalado para Fernández porque celebró segundas nupcias y
fue padre por tercera vez, luego de procrear con su anterior esposa, Rocío Domínguez, a
Nicole, nacida en 1987, y a Omar Leonel, nacido en 1991. Así, el 10 de febrero, formalizando
una prolongada relación, el ex presidente contrajo matrimonio con Margarita Cedeño Lizardo,
una abogada titulada por la UASD que estaba divorciada también.
En 2009 la prensa nacional iba a hacerse eco de un extraño episodio de la vida marital de
Fernández. A los medios se dio a conocer un joven de 28 años, Ángel González, que,
esgrimiendo la posesión de documentación supuestamente acreditativa, aseguraba ser hijo
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biológico del presidente. Según González, nació en 1978, el año en que su madre, Yolanda
Lucinda Robles Peña, contrajo matrimonio con el entonces estudiante de doctorado de la UASD.
Robles había fallecido en 2006 sin, aseguraba su hijo, haberse divorciado de Fernández, un
extremo que de ser cierto habría convertido a Fernández en bígamo dos veces, primero
cuando estuvo casado con Rocío Domínguez y luego cuando se matrimonió con Cedeño. En
junio fue divulgada una copia de un extracto con fecha presente del acta del matrimonio de 1978,
del que el público no había tenido noticia hasta ahora. En cuanto a Ángel González, alias
Adrian y Leonel Adrian, reclamó a Fernández ?con el que tenía un notable parecido físico-
que se sometiera a una prueba de ADN para demostrar o descartar su paternidad de él. Desde
el Palacio Nacional no se quiso comentar estas informaciones.
La propaganda del PLD aventó eslóganes elementales pero muy eficaces, del tipo Estábamos
mejor con Leonel, y Vuelve Leonel, vuelve el progreso, que apelaban al recuerdo de la
prosperidad y la estabilidad económicas del período 1996-2000. En febrero de 2003 el dólar se
cambiaba a 18 pesos, pero un año largo después la tasa, definida por la flotación, rozaba los
42 pesos. Ahora mismo, la inflación interanual marcaba el 43%, la tasa más elevada del
continente, el paro registrado era del 17% y la deuda externa alcanzaba los 7.600 millones de
dólares, el doble que en 2000. El Banco Central acusaba una severa penuria de fondos a raíz
de su intervención a los tres bancos comerciales quebrados el año anterior, y el déficit fiscal
rondaba los 500 millones de dólares y seguía creciendo. Sin embargo, los signos de
recuperación productiva ya asomaban en el horizonte, permitiendo calcular un balance anual sin
recesión.
En su alocución inaugural, Fernández lamentó heredar un erario "sin un solo centavo", anunció
la creación de un fondo de emergencia para cubrir los sueldos del personal de la Administración
pública y otras necesidades vitales, y decretó un período de austeridad "para recuperar la
confianza". En primer lugar, la confianza de los fiadores internacionales, ya que el grueso del
préstamo stand-by de 600 millones de dólares a dos años acordado con el FMI en agosto del
año anterior estaba en suspenso al considerar el organismo que el ejecutivo saliente había
incumplido su carta de intenciones, y tomando en cuenta la ineficacia de las medidas adoptadas
para controlar la inflación y estabilizar el peso.
El paquete de rigor iba a consistir en la reducción de los gastos del Estado un 20%, la supresión
de cargos superfluos y sinecuras en el Gobierno y la Administración, y un control estricto del
endeudamiento con la banca local. Se pretendía ahorrar, pero también ingresar más. Así, el
presidente instó al Congreso a que diera luz verde a un ramillete de gravámenes, de entre el
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10% y el 20%, sobre el tabaco, el alcohol y el consumo telefónico, que el Gobierno iba a
presentarle próximamente. La reforma era demandada por el FMI para reanudar su asistencia
crediticia, y Fernández expuso que, de acuerdo con las estimaciones del Fondo, la
estabilización de la economía iba a requerir un ajuste fiscal del 4% del PIB, equivalente a
30.000 millones de pesos (750 millones de dólares). De ese 4%, el 2,5% correspondería al
ingreso tributario extra y el otro 1,5% saldría de la austeridad en el gasto corriente y de la
reducción de subsidios, en particular los del gas y la electricidad.
Transcurrido el año de transición de 2004, que terminó con un crecimiento del PIB del 2%, los
abundantes signos de estabilización y recuperación, junto con la inequívoca voluntad del
presidente de sacar adelante las reformas fiscal, bancaria y del sector eléctrico, indujeron al FMI
a aprobar la carta de intención del Gobierno y a desbloquear su asistencia a la República
Dominicana. Así, el 31 de enero de 2005 el FMI aprobó un crédito stand-by de 665 millones de
dólares a 28 meses, del que 80 millones eran liberados de manera inmediata. El enderezamiento
del rumbo fue un hecho en 2005, cuando la economía creció un espectacular 9,3%, el doble de
la media latinoamericana, y la tendencia fue aún más fausta en 2006, cuando la tasa alcanzó
el 10,7%. Entre tanto, la inflación, el déficit público y el valor del tipo de cambio (luego una
apreciación monetaria) descendieron considerablemente.
El país caribeño optó por levantar las tarifas y otras barreras a los intercambios con Estados
Unidos insertándose sobre la marcha en el Tratado de Libre Comercio de Centroamérica
(CAFTA), firmado en mayo de 2004 por aquel país más Costa Rica, El Salvador, Guatemala,
Honduras y Nicaragua. El 5 de agosto siguiente, días antes del cambio de Administración en
Santo Domingo, la Secretaría de Estado de Industria y Comercio adoptó el texto del CAFTA, en
lo sucesivo denominado CAFTA-RD, dando comienzo un proceso de asimilación del mismo por
la legislación nacional. El Senado ratificó el Tratado el 26 de agosto de 2005 y la Cámara de
Diputados le dio su aprobación, convirtiéndolo en ley, el 6 de septiembre siguiente con 118
votos a favor y cuatro en contra.
Fernández, que en mayo había realizado con sus colegas centroamericanos una gira por
Estados Unidos para intentar vencer las resistencia del Congreso de ese país a la ratificación
del Tratado, sin el cual el futuro de la República Dominicana le parecía "ruinoso", fue
presionado por importantes sectores políticos, empresariales y de la sociedad civil de casa,
donde se articuló un movimiento de rechazo expresado con huelgas y bloqueos, para que
introdujera medidas compensatorias antes de la entrada en vigor del CAFTA-RD, cuyo impacto
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en las producciones agrícola, pecuaria e industrial estas voces críticas temían.
El Ejecutivo fue mucho más sensible a los avisos de los estadounidenses de que la legislación
dominicana aún debía experimentar algunas modificaciones para una correcta adaptación del
Tratado. Así, durante todo 2006, Gobierno y Congreso trabajaron a contrarreloj para reformar
las leyes sobre Propiedad Industrial y Derecho de Autor, sobre Compras y Obras del Estado, y
otras. Satisfecho, el presidente George Bush anunció la entrada en vigor del CAFTA-RD en la
República Dominicana el 1 de marzo de 2007.
Las protestas contra el CAFTA-RD se enmarcaron en un malestar más de fondo que tomaba
nota de cómo el sensacional crecimiento económico no estaba teniendo un reflejo equivalente
en la creación de empleo ?el paro seguía siendo elevado, en torno al 16%- y, peor, dejaba
intactos la inequidad en el reparto de la riqueza y el nivel de la pobreza, superior al 40%, umbral
que seguía estando muy por encima del que había antes de la crisis de 2003.
El presidente despachó las acusaciones de obsesionarse con las cifras macro, de complacerse
en la retórica modernizadora y de carecer de un verdadero programa social que corrigiera los
profundos desequilibrios en la distribución de la renta poniendo sobre la mesa las partidas de
gasto en sanidad y educación, y explicando que con la política económica no había que
"ideologizar", ya que "un déficit fiscal no es de derechas ni de izquierdas, sino un problema de
gestión". Su modelo era, insistía, la "economía social de mercado", binomio que asociaba en
un provechoso equilibrio al mercado, en su papel de "instrumento de asignación de recursos en
una economía de libre competencia", y al Estado, como "garante de una redistribución
equitativa de la riqueza creada".
La existencia de tensiones sociales y políticas se puso de relieve tras el cierre de los colegios
en la jornada electoral del 16 de mayo de 2006, que renovó el Congreso y los 151 municipios del
país. Diversas reyertas entre militantes violentos de partidos rivales provocaron una decena de
víctimas mortales. Pero el veredicto inapelable de las urnas fue de reconocimiento y aprobación
de la labor de gobierno de Fernández: con el 52,4% de los votos, 96 diputados (sobre 178) y 22
senadores (sobre 32), el Bloque Progresista, alianza oficialista de seis partidos ampliamente
dominada por el PLD, se impuso a la inédita Alianza Rosada, muñida por el PRD y el PRSC, y
conquistó la mayoría absoluta en las dos cámaras del Legislativo. Ahora, el Ejecutivo podía
llevar adelante sus reformas económicas con mucha más facilidad ?como pudo apreciarse en
los retoques legales previos a la entrada en vigor del CAFTA-RD- y acelerar la construcción,
iniciada el año anterior con un presupuesto de 700 millones de dólares, del sistema de metro de
Santo Domingo, la obra pública emblemática de la actual Administración.
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dominicana en Petrocaribe y el CAFTA, y Fernández, que pensaba que América Latina debía
trascender la disyuntiva entre "populismos y neoliberalismos", se congratuló por ello.
En cuanto a los tratos con Cuba, alcanzaron la excelencia al hilo de una relación personal con
Fidel Castro en la que el viejo comandante se dirigía a Fernández, quien le confesaba su
preocupación por el descontrol mundial de los movimientos especulativos de capital y materias
primas, y sus enfoques críticos de las guerras de Estados Unidos en Irak y Afganistán, con un
afecto cuasi paternal.
Por otro lado, Fernández condujo el 7 de marzo de 2008 en Santo Domingo la XX Reunión del
Grupo de Río, donde empleó sus buenos oficios para lograr la reconciliación entre Chávez y el
ecuatoriano Rafael Correa por un lado, y el colombiano Álvaro Uribe por el otro, protagonistas de
un virulento cruce de acusaciones luego de retirar Caracas y Quito a sus embajadores en
Bogotá en protesta por la incursión militar colombiana en territorio ecuatoriano que mató al
comandante guerrillero de las FARC Raúl Reyes.
En la campaña para las presidenciales del 16 de mayo de 2008, Fernández hizo un alarde de
sus dotes comunicativas, pasando revista a sus logros de gobierno y prometiendo más
solvencia ahora que el país entraba en una etapa de crecimiento económico más modesto -y
con unas perspectivas muy inquietantes a corto y medio plazo por el fantasma de la recesión en
Estados Unidos, a punto de sumirse en el huracán financiero desatado por la quiebra de
Lehman Brothers-, afrontaba la escalada de los precios internacionales del petróleo y los
alimentos básicos, experimentaba un repunte inflacionario, ingresaba menos divisas por el
descenso del turismo y las remesas de la emigración, y sufría como nunca los embates de la
criminalidad y el narcotráfico. Su sosegadora puesta en escena, ofreciendo una respuesta
articulada para cada cuestión y transmitiendo la imagen de que tenía todo bajo control, le
concitó acusaciones de "mesianismo".
El caso fue que los ciudadanos querían que les siguiera gobernando Fernández, ganador del
mandato hasta 2012 con el 53,8% de los votos. Tras conocer los resultados, el titular reelecto
explicó que la confianza le había sido renovada para continuar "por el sendero de la estabilidad,
el crecimiento y el progreso". Los derrotados en esta edición fueron Miguel Vargas Maldonado
por el PRD y Amable Aristy Castro por el PRSC. La oposición denunció el origen sospechoso de
parte de los fondos empleados para financiar la campaña del PLD y el uso abusivo de los
recursos del Estado por el partido del Gobierno, una seria irregularidad que motivó la
advertencia a Santo Domingo de la OEA. En su informe de evaluación de los comicios, la OEA
constató el empleo de publicidad estatal con fines proselitistas.
Una vez iniciada su tercera Administración el 16 de agosto, con una ceremonia más austera de
lo habitual, Fernández abrió un proceso de revisión de la Constitución Política, ya tocada por
las reformas de 1994 y 2002, en aras de la "racionalidad" y la "eficiencia" del Estado dominicano.
La Reforma Constitucional, que depararía al país una "revolución democrática", sería
paralela al arranque de un plan económico integral dirigido a obtener un crecimiento promedio
del PIB del 6% anual y a mantener la inflación en el único dígito. El mandatario veía posible,
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todo a la vez, crecer a buen ritmo, gastar más en educación, salud y vivienda, y mantener a
raya los déficits público y por cuenta corriente, cuya financiación podría sostenerse gracias a
los préstamos y la inversión extranjera directa. La dependencia del petróleo debía y podía
reducirse sacando partido de los biocombustibles.
En enero de 2009 Santo Domingo envió al FMI una carta de intención en la que informaba que,
debido a la concatenación de adversidades internas y externas ?encarecimiento del petróleo y
los alimentos, turbulencias económicas en Estados Unidos y recesión de las economías
desarrolladas, sucesión de dañinas tormentas tropicales-, se había visto obligado a aumentar
el gasto público en asistencia alimentaria y los subsidios a la energía y el transporte para
atender a las capas más vulnerables de la sociedad. El Gobierno quería relajar la política
monetaria para estimular la producción y se comprometía con la consolidación fiscal, pese a la
coyuntura de ingresos a la baja, todo bajo el esquema de monitorización post-programa del FMI.
En noviembre, el organismo aprobó para la República Dominicana un crédito stand-by de 1.700
millones de dólares a 28 meses con el fin de apoyar la estrategia del país para "enfrentar los
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efectos adversos del entorno económico global" y "preservar los logros de los últimos años".
Además de su tesis doctoral y de los ya citados Los Estados Unidos en el Caribe: de la Guerra
Fría al plan Reagan y Raíces de un poder usurpado, el dirigente dominicano es el autor del
ensayo La globalización y la República Dominicana: nichos y líneas de defensa (1999). Su
obra escrita se enriquece con recopilaciones de discursos, como La República Dominicana
hacia el nuevo siglo (1999), ponencias para eventos, como Gobierno, partido y sociedad (2000),
y artículos de prensa, siendo el caso de Nuevo Paradigma (2003). Otros libros, de tipo
memorándum institucional, tienen un perfil más propagandístico de su persona porque en
ellos vindica su obra de gobierno. Se citan aquí: Memorias del primer año de gobierno del PLD
(1997); Hablando la gente se entiende: el presidente Leonel Fernández y el Diálogo Nacional
(1998); Promesas y realidades: 3 años de logros, 1996-1999 (1999); La modernización de la
República Dominicana: memorias de una gestión, 1996-2000 (2000); Ningún Gobierno había
hecho tanto en tan poco tiempo; y, Diez años de una visión, el camino de la modernidad y el
progreso.
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