Este documento presenta información biográfica sobre el músico y compositor colombiano Juancho Polo Valencia. Detalla eventos clave en su vida como su nacimiento en 1918 en Concordia, Magdalena, su matrimonio con Alicia Cantillo y la muerte prematura de ella, lo que lo llevó a una vida errante como músico. También describe su estilo musical y composiciones más famosas como "Alicia Adorada". Finalmente, relata los detalles de su muerte en 1978 en Fundación, Magdalena.
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Este documento presenta información biográfica sobre el músico y compositor colombiano Juancho Polo Valencia. Detalla eventos clave en su vida como su nacimiento en 1918 en Concordia, Magdalena, su matrimonio con Alicia Cantillo y la muerte prematura de ella, lo que lo llevó a una vida errante como músico. También describe su estilo musical y composiciones más famosas como "Alicia Adorada". Finalmente, relata los detalles de su muerte en 1978 en Fundación, Magdalena.
Este documento presenta información biográfica sobre el músico y compositor colombiano Juancho Polo Valencia. Detalla eventos clave en su vida como su nacimiento en 1918 en Concordia, Magdalena, su matrimonio con Alicia Cantillo y la muerte prematura de ella, lo que lo llevó a una vida errante como músico. También describe su estilo musical y composiciones más famosas como "Alicia Adorada". Finalmente, relata los detalles de su muerte en 1978 en Fundación, Magdalena.
Este documento presenta información biográfica sobre el músico y compositor colombiano Juancho Polo Valencia. Detalla eventos clave en su vida como su nacimiento en 1918 en Concordia, Magdalena, su matrimonio con Alicia Cantillo y la muerte prematura de ella, lo que lo llevó a una vida errante como músico. También describe su estilo musical y composiciones más famosas como "Alicia Adorada". Finalmente, relata los detalles de su muerte en 1978 en Fundación, Magdalena.
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DATOS PARA LA HISTORIA DE ALICIA ADORADA
Del 18 de septiembre de 1918 al 22 de julio de
1978 hubo 60 años de lucha y folclor, más de medio siglo de deambular acompañado de un acordeón en busca de parrandas y alegrías, aunque muchas veces también encontró tristezas: la muerte temprana de su primera esposa Alicia Cantillo (quien falleció por eclampsia), fue tal vez el motivo que lo tiró al mundo de bohemio y compositor Usaba siempre sombrero vueltiao echado para el lado derecho porque en El Retén, un negro antillano le mordió parte de la oreja en una pelea callejera: -¡Gran hijueputa, Nandito, Dios te saque de su Santo Reino! –fue su sentencia final, mientras se llevaba una mano al vacío de la concha auricular y al lóbulo para afrontar la realidad.
Juancho Polo Valencia, nació en Concordia
(Magdalena), un corregimiento del Cerro de San Antonio, aunque otras poblaciones pelean su natalidad, entre ellas Flores de María, en cuyas calles el viejo trovador buscaba a su Alicia adorada Lo de Valencia fue un apodo que le puso su abuela Manuela Berdugo por el poeta Guillermo Valencia, candidato conservador a la presidencia en 1918, ya que éste era de cabeza calva y brillante, igual que el niño, y declamaba bien. le dijo a su madre María Cervantes cuando ésta lo regañó porque andaba con una dulzaina en la playa de la ciénaga, sin ir al colegio: -¡Yo nací como el renacuajo, a orillas del agua! Uno es como quiere ser, niña May, no como los demás quieren que uno sea. Y para ser lo que uno quiere hacer, hay que comenzar haciendo lo que se aspira ser. A mí me gustaría ser boxeador, o trabajar como carromulero en Barranquilla o como timonel de barco marítimo. Yo sé lo que quiero de mí, pero tampoco voy a corretear ahora una gallina cuando el sancocho va a ser de pescado. El hijo dice que a su padre le enseñó un duende, alguien, así como un cabalgante mohán de ébano, vestido de caqui y sandalias montaraces, que lo visitaba en el espejismo que producen los primeros rayos del día, y le inspiraba las notas de un acordeón vienés de cabezotes angulares que nadie vio llegar a Caimán, nombre con que se conoce a Concordia. El hijo dice que a su padre le enseñó un duende, alguien, así como un cabalgante mohán de ébano, vestido de caqui y sandalias montaraces, que lo visitaba en el espejismo que producen los primeros rayos del día, y le inspiraba las notas de un acordeón vienés de cabezotes angulares que nadie vio llegar a Caimán, nombre con que se conoce a Concordia primero piensa en ti, que te guste; después imagínate quién te va a escuchar. La música es como una hamaca que envuelve al cuerpo, cada hebra es fuerte y cuando se tejen, se vuelven irrompibles. Así mismo, para tejer una pieza musical hay que conocer el tejar, el molde y los hilos. La música es cuestión de artesanos. “Yo cargo un duende, / duende maligno. / Ése no duerme y me da el camino. Yo cargo un duende, / duende maleante. / Ése no duerme./ Quiere que le cante...” Al tocar su acordeón se emocionaba tanto que, de pronto, frenaba la canción en seco, sacudía los hombros y se hablaba a sí mismo (en segunda persona) con una exclamación que le salía del alma: ’¡Muévete, cuerpo viejo, que yo te traje fue pa’ que te divirtieras!’ Usaba siempre sombrero vueltiao echado para el lado derecho porque en El Retén, un negro antillano le mordió parte de la oreja en una pelea callejera: -¡Gran hijueputa, Nandito, Dios te saque de su Santo Reino! –fue su sentencia final, mientras se llevaba una mano al vacío de la concha auricular y al lóbulo para afrontar la realidad. El día en que Juancho Polo Valencia cantó por primera vez Alicia adorada, también se le murió el alma. El cuerpo sin dientes que encontró su nieto, tendido en una hamaca al lado de una botella de ron, era sólo el pozo de los guayabos que su Alicia le había dejado. Pero en ese pozo también quedaban los ecos de Alicia, que se había vuelto canción, pero que él no quería tocar con alegría. Y yo recuerdo lo que él decía, o lo que Salcedo Ramos dice que Juancho Polo Valencia decía: “¡Muévete, cuerpo viejo, que yo te traje fue pa’ que te divirtieras!”, como si después de pasar cada trago se tratara de sacudir los recuerdos de ella, su Alicia, su compañera. Ya lo dijo el mismo Salcedo Ramos, en su Elogio de la parranda: “Lo que busca el parrandero no es olvidarse de la muerte sino llenarse de coraje para enfrentarla “.
Por la década de 1930 había en ese caserío una
tienda-cantina de propiedad de José Meza con el mismo nombre del pueblo: “Tienda Coso Solo”. A esa cantina donde parrandeaban con tragos de Ron Caña, llegó por esa época Juancho Polo Valencia, con un viejo acordeón. Fue tanto el encanto de sus notas musicales que José Meza ofreció regalarle un acordeón nuevo a cambio de que fuera más constante a tocar a la tienda, de manera que el propietario de la cantina viajó a Barranquilla y le regaló el nuevo acordeón.
Flores de María es famoso como caserío de
nativos, mestizos, mulatos. Todos adocenados en casas de bahareque, porque conformó el núcleo de sirvientes de un potentado llamado Andrés Gamarra Meza, cuya finca en esta población alcanzaba las 35 mil hectáreas. Flores de María, población hoy día corregimiento de San Ángel Magdalena, donde Juancho Polo Valencia, se mudó muy joven con sus padres y otros familiares, buscando tierras para sus cultivos, y donde el cantor vallenato solía lucirse leyendo discursos de inspiración propia en ceremonias cívicas y en secciones solemnes El ganadero Andrés Gamarra Meza, era el padrino de Juancho Polo Cervantes “Valencia”. Se comenta que su padrino Andrés Gamarra, fue quien lo apodó “Valencia”, porque Juancho Polo desde muy joven tenía la cabeza pelada (sin pelos) y era prodigio recitando poesías en la escuela de primaria de Flores de María. Por donde iba, Juancho Polo se paseaba con su pinta estrafalaria de camisas multicolores y brillantes y pantalones de dril de botas de campana. A la cintura llevaba, por lo general, una correa ancha que se abrochaba al centro con una hebilla plateada. Tenía el cabello crespo y negro. Era delgado, y aunque por herencia tenía que ser moreno, lucía más bien pálido. Isaac Villanueva, por ejemplo, lo recuerda amarillo como si siempre hubiera tenido cirrosis, con apariencia de anciano pese a que cuando Víctor Moreno se lo presentó, Juancho Polo apenas había superado los 50 años de edad Uno de los dos hijos del matrimonio conformado por Juan Polo Meriño y María del Rosario Cervantes, Juan Manuel Polo Cervantes nació el 18 de septiembre de 1918. El lugar de su nacimiento se los disputan varios pueblos del Magdalena como Flores de María, Fundación y Concordia. A pesar del misterio, Sebastián Polo Hernández, primogénito del acordeonero, despejó la duda hace muy poco cuando le contó al periodista Héctor Castillo Castro lo siguiente: “Mi viejo nació en Candelaria, corregimiento del Cerro de San Antonio que llaman Caimán. En 1942, el disipado mozo de rasgos indígenas, desposó a Alicia Cantillo en la parroquia del Cerro de San Antonio, ubicada en el corregimiento de Flores de María, donde fueron a vivir. Dos años más tarde Alicia quedó embarazada. Mientras se batía en una juerga monumental en Pivijay le llegó la noticia de que su esposa yacía enferma, presa de una letal hemorragia. Obligado a emprender el regreso a casa, Juancho Polo llegó a Piñuela donde le avisaron que Alicia necesitaba medicamentos. Se devolvió a Pivijay donde continuó de parranda y no salió del trance etílico sino hasta unos días más tarde cuando, al arribar a Flores de María supo que su musa estaba muerta. A las cuatro y media de la tarde, en el cementerio, frente a la tumba de su amada, soltó el lastimero canto que inmortalizó tiempo después Alejo Durán, el primero en grabarla. Sumido en la pobreza, el pendenciero de Candelaria, murió en 1978. Él llegó en la noche el 21 de julio, Su muerte es rememorada por “Chan” de la siguiente manera: después de una parranda en Fundación, se acostó en una hamaca y amaneció muerto el 22 de julio de 1978. Fue enterrado dos días después en Fundación. Ese día yo me estaba bañando, iba a visitar a un primo que se había desnucando al tirarse a un río. Alicia, la hija mía, fue a llevarle el café y le tocaba la puerta y no se despertaba; llegó un muchacho, Andrés Pérez, empujó la puerta y lo encontró muerto. El señor Edgardo de León regaló el cajón; fue enterrado en una bóveda prestada, vino gente de todos lados. Juancho Polo, también picado por la lírica, caminaba por estos senderos y gustaba de la poesía tanática, que tiene en nuestra región Caribe como máximo representante al olvidado soledeño, Gabriel Escorcia Gravini, creador de ‘La Miseria Humana’. Se batió a versos con muchos músicos del Magdalena Grande y pensaba de la vida lo mismo que Escorcia Gravini, cuando enfermo llegaba al cementerio de Soledad acompañado de su guitarra, a dejar plasmado en hermosas décimas, lo insignificante y grotesco de la vanidad humana. 22 de julio de 1978.Para entonces, Juancho Polo Valencia, el juglar, llevaba más de una década inmerso en una vida azarosa, sin rumbo, suicida, sin ambiciones, y nunca había hecho lo que hizo esa noche calurosa de julio, después de beber con desenfreno y de cambiar su talento por licor durante cuatro días consecutivos en las fiestas de Aracataca. Los recuerdos y el sentimiento de culpa tras la muerte de Alicia Carrillo, su primera esposa, lo habían convertido en un hombre solitario, que vivía sin saber vivir y que parecía encontrar en el licor y los aplausos de sus seguidores pequeñas dosis de felicidad que se evaporaban con el sopor de los tragos, cuando se hundía borracho en su hamaca. “Cuando Juancho llegó con los remedios que le habían mandado a buscar, ya Alicia había muerto y estaba enterrada y el viejo se desmadejó. Quedó deshecho. No sabía qué hacer y no volvió más al rancho en donde se había instalado con Alicia. Reunió a su conjunto, tres hombres que lo seguían con los ojos cerrados a todos lados, sin preguntar a donde, y se fueron a la tumba, donde lloró por varias horas y compuso Alicia Adorada. La cantó mil veces y se marchó sin rumbo, en una sola correría sin destino. Se marchó a rodar sin frenos para morir en la casa de su hijo Sebastián”, “Sabíamos que estaba en Aracataca por las noticias de la radio. Pero él se había ido una semana antes sin decir a donde iba a estar. Por eso, cuando llegó ese 21 de julio a las diez de la noche, no nos causó impresión, aunque mandó a llamar a Sebastián enseguida”, señala, aún entristecida, Carmen Carmona. Juancho Polo Valencia llegó silencioso. Estaba sobrio, pero se le notaba agitado y preocupado. Se instaló en su habitación frente a la casa de su hijo y lo mandó a llamar con uno de sus nietos. “Yo estaba leyendo una revista y llegué pronto. Mi papá me miró con un inmenso amor y me entregó su acordeón sin más ni más. Me dijo ve a esa parranda y regresa. Me dijo que lo reemplazara, no que lo acompañara; por eso, aunque todos sabían que yo soy Sebastián, el hijo, esa noche, imité su voz y canté sus canciones como sólo él lo sabía hacer”, rememora. Sebastián llegó a la casa a las dos de la mañana y se acostó. No quiso molestar a su padre y pensó: “Mejor le cuento mañana que me fue muy bien”, relató. A las cinco en punto de la mañana Carmen Carmona despertó a Juan, uno de sus hijos, y le puso una enorme taza de café tinto caliente en las manos: “Vaya y llévele a su abuelo”, le ordenó. El joven cuenta que llamó varias veces al anciano, pero no recibió la respuesta acostumbrada: “Ya va, ya va”. Preocupado, empujó la puerta de madera, que estaba asegurada al marco por un lío de alambres entorchados y metió su mano hasta alcanzar la punta de la hamaca, en la que sobresalían los pies de Valencia y la empujó. “Mami, mami, mi abuelo está muerto, porque esa hamaca está muy pesada y él no se mueve ni responde”, le dijo angustiado el joven a su madre. Andrés Pérez, el guachara quero de Sebastián, escuchó al niño y atravesó corriendo la calle sin pavimentar que separaba la habitación del juglar con la casa de los Polo en esa invasión. “Le pegó una patada a la puerta y la hizo volar. El viejo estaba muerto en su hamaca. Serenito, como si estuviera durmiendo.
JUANCHO POLO Y ALICIA
ALICIA CANTILLO MENDOZA: Flores de María, hoy día corregimiento del municipio de San Ángel Magdalena, donde Juancho Polo Valencia, fue llevado por sus padres pocos días después de su nacimiento en el año 1918 en Candelaria, "Caimán", municipio Cerro San Antonio Magdalena. Ellos, buscando tierras nuevas para cultivos, se trasladaron a esa rica región conocida en aquel entonces como "La Montaña". Para la década del cuarenta, Juancho Polo, al que todos llaman “Valencia”, en un viaje realizado a Concordia Magdalena, se enamora de una linda joven de 16 años llamada Alicia Cantillo Mendoza, hija Esteban Cantillo y Felicidad Mendoza, nacida el 14 de diciembre del año 1922, en el antiguo Malabrigo. Su amor es tan grande que se la ha robado, contrariando el odio de su madre Felicidad Mendoza, quien siempre consideró a Juancho Polo Valencia, un borracho buena-vida, indigno de su bella hija. Se la "Sacó", como decían antes, llevándosela a lomo de mula hasta la población de "Caimán", y de aquí a Flores de María, entonces corregimiento de Pivijay Magdalena. Fue Calixta Alicia Cantillo Mendoza (1922-1944), su primera mujer, quien muriera de parto en Flores de María, a los 22 años de edad y, fue ella la inspiradora de la famosa canción "Alicia Adorada". Murió solita como dice la canción y todos en el pueblo culparon de su muerte de parto al irresponsable parrandero de su marido. Cruz Gamarra madre del ganadero Andrés Gamarra Meza, al ver llegar a Juancho Polo Valencia sobre un caballo, aún con la borrachera de varios días, rencorosa le salió al paso, acusándolo: - “Irresponsable, esa pobre mujer murió por culpa suya”. Esa muerte de Alicia Cantillo Mendoza, trastornó por completo la vida de Juancho Polo Valencia, a partir de entonces, se dedica al trago y le importa su forma de andar.
un día perdido en la memoria el trovador de
camisa colorida y pantalones de pana, alucinado por el licor y las ganas de seguir en parranda, se colgó el acordeón en el hombro y, olvidándose de sus obligaciones maritales, se marchó en un caballo prestado a Pivijay, desamparando a su joven compañera Alicia Cantillo. Ella tenía veinte años y afrontaba en cama un embarazo con serios problemas de salud. Ella era la misma muchacha hermosa de rasgos de ninfa que en 1942 había raptado a sus progenitores. Él era un mozalbete de pómulos indígenas, atolondrado e irresponsable con apenas 24 años. La madre de ella, Felicidad Mendoza, se había opuesto a las relaciones endemoniadas con ese músico feo, borrachín y vagabundo que la había ilusionado con sus coplas inauditas y declamaciones en palabras que nadie de abarcas entendía. Tras recorrer interminables trochas y parajes pantanosos, el hombre del acordeón y el caballo se unió a una ruidosa juerga pivijayera que le reconoció. Fueron tres días de felicidad, de abrazos y cantos recios con tufo a formol que les hacían olvidar el mundo. Hasta allá llegaron noticias de la esposa exhausta, presa de una letal hemorragia, que clamaba la presencia de su amado Juancho Polo. El médico que la asistía admitió su derrota ante la preclamsia y la falta de medicamentos. Casi obligado, el músico se encaramó en la jaca y emprendió el regreso. Llegando a Piñuela unos aldeanos le avisaron de la urgencia de medicamentos. Volvió a Pivijay buscando una farmacia. Ahí se topó con la misma “farrita” que le ofreció los sorbos que el cuerpo pedía. De nuevo muchos poemas recitó, demasiada canción les interpretó hasta que los borrachos más generosos le encimaran unos pesos y fue a tumbos por los medicamentos… al final, no supo cuántos frascos traía ni cuántas horas o días transcurrieron. En el viaje a Flores de María se enteró que Alicia había sido sepultada. Unas matronas de rostros maltrechos que conversaban en la entrada del rancho del velorio le vieron llegar casi abrazado al cuello del alazano. Fue recibido con una agria retahíla de reproches y decepcionados meneos de cabezas. El ajumado pidió con dulzura que no le regañaran y que más bien le dieran un trago porque venía cargado de pesadumbre por su mísera suerte. A las cuatro y media de la tarde dirigió la bestia al campo santo llevando el acordeón vencido. Ató al animal en el portón y se dirigió al montículo que cubría el féretro de su amada. Enjugó los ojos humedecidos. Sollozante recriminó la frágil existencia humana. En ese momento de sobriedad sintió ganas de soltar todos los padecimientos que le oprimían el corazón: Con el asomo de la noche serrana salió del panteón y se alejó galopando como un loco para seguir embriagándose el resto de sus días. La pérdida prematura de Alicia y el acusante sentimiento de culpa le daban suficientes motivos para echarse de lleno a las oscuridades del desarraigo.