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MONTEVIDEO
ENERO - JUNIO - 1 9 5 0
nú m e r o
HA PUBLICADO
las siguientes obras:

JORGE L U I S BORGES
Aspectos de la literatura gauchesca.

IDEA VILARIÑO
Paraíso perdido.

SARANDY CABRERA
Conducto.

PREPARA:
FRANCISCO ESPINÓLA
El rapto y otros cuentos.

J U A N CARLOS ONETTI
Sueño realizado y otros cuentos.

Próximamente:
E M I R RODRÍGUEZ MONEGAL
La novela contemporánea.

M A N U E L ARTURO CLAPS
Tres ensayos filosóficos.

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De nuevo en su vieja esquina:
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ginas olvidndiiH (11)85) S 0,75
ARDAO, Arturo.— Filosofía Pre-Univcrsitarin en el Uruguay (1945) . . " 1,50
CAILLAVA, Dgo. A . — Historia de la litera tm-a gauchesca en el Uru­
guay 1810-1040 (1945) *' 2,25
CARRERAS, Roberto de las.— Poalmos, Epístolas y Poemas (1944) " 1,50
D E L G A D O - B R I G N O I J E . — V i d a y obra do Horacio Qniroga (1980) " 2,25
KRUGONI, Emilio.—Poema» civiles (1941) " 0,75
LASPLACES, Alberto.—Antología del cuento uruguayo (1944), 2 tomos. 8,00
QU1ROGA, Horacio.—Cuentos (Tomos 1T-IV, " E l Crimen del otro". IX, v

"PnBado Amor". "Historia de un amor turbio". "Los arrecifes


de coral"). Cada tomo • M
0,75
RODO, JOBO Enrique.—El camino de Paros (1940) " 2,25
VIANA, Javier de.—Abrojos (cuentos camperos) (198(5) " 0,75
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JORGE L U I S BORGES. ÁNGEL ROSENBLAT.

Q. CABRERA PIÑÓN. PEDRO SALINAS.

VICENTE FATONE. ERNESTO SABATO.

RAIMUNDO LIDA. DEREK TRAVERSI.

A . LLAMBÍAS DE AZEVEDO. JOSÉ CLAUDIO W I L L I M A N (h.).

y CALIP50, pieza en tres actos de


ALEJANDRO PEÑASCO.
n ú m e r o
SUMARIO DEL NUMERO 5

LA ASIMILACIÓN DEL PASADO Karl Jaspers.


E L PRESUPUESTO Mario Benedetti.
LAS TEORÍAS DE BERARD H. Rodriguez' Masone.
POEMAS Liber Falco.
ESE OTRO, ¿ Q U I É N E S ? Mary McCarthy.
ORFEO (conclusión) Carlos Denis Molina.
NOTAS :
JORGE LUIS BORGES Y LA L I T E ­
RATURA FANTÁSTICA E. Rodríguez Mone gal.
¿ Q U É ES EL I-IOMBRE? L A RES­
PUESTA DE MARTÍN BUBER Marnici A. Claps.
CRISIS DEL CUADRO-OBJETO Hans Platschek.

CRÓNICAS, RESEÑAS, INVENTARIO.

Sr. Administrador de la Revista

n ú m e r o
18 de Julio y 1333. Planta Baja:

Ruego me suscriba a esa revista por el término

de un año, a cuyo efecto incluyo el importe de

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yV) Yyt^nk RODO.— El que vendrá " 1,50
1_^G[ RODO-— El camino de Paro» " 1,20
^ ^ " ^ V ^ Ittnnn.—Nuevos motivoH de Proteo " 1,20
•" ^ FLORENCIO SÁNCHEZ.— Teatro (2 lomos),.. "1,80
CARLOS REYLES.— El embrujo de Sevilla M
0,00
CARLOS REYLES.— El gaucho llorido " 0,90
CARLOS REYLES.— Panorama del mundo actual " 0,90
ZUM FELDE.— Proceso intelectual del Urufruny " 1—
EMILIO ORIBE.— Pensamiento Vivo de Rodó " 1.60
LA.UXAU.— Motivos do Crítica (II. y Rcissipr, M. K. Va?. Fe­
rreira y Zorrilla de San Martín " 1,20
HERMINIA II. y REISSIG.— Herrera y Ueissijr {Grandeza en
el infortunio) " «1»—
PEREDA VALDES.— Antología de la moderna poesía urtitiffiíyn. " 2,—

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Introducción y notas de

EMIR RODRÍGUEZ MONEGAL

Edición limitada de 100 ejemplares

E N T O D A S L A S L I B R E R Í A S
NUMERO
MONTEVIDEO, ENERO-JUNIO 1950

Año 2. N? 6-7-8

SUMARIO
PAG.
E N EL CINCUENTENARIO 11

AMBIENTE ESPIRITUAL DEL 9 0 0 C. Real de Azúa. 15

L A GENERACIÓN DEL 9 0 0 E . Rodríguez Monegal. 37

VALORACIONES

L A CONCIENCIA FILOSÓFICA DE
RODÓ Arturo Ardao. 65

V A Z FERREIRA: NOTAS PARA U N


ESTUDIO M . A. Claps. 93

JULIO HERRERA Y REISSIG Idea Vilariño. 118

L A S POETISAS DEL 9 0 0 Sarandy Cabrera. 162

PARA UNA REVISIÓN DE CARLOS


REYLES Mario Benedetti. 187
TRIPLE IMAGEN DE V I A N A Jorge A. Sorondo. 198
OBJETIVIDAD DE HORACIO Q U I -
ROGA E . Rodríguez Monegal. 208

E L NATURALISMO EN EL TEATRO
DE FLORENCIO SÁNCHEZ Antonio Larreta. 227

(a la vuelta)

Publicación bimestral. Consejo de dirección: SARANDY CABRERA


(director gráfico), MANUEL A. CLAPS, EMIR RODRÍGUEZ MO-
NEGAL (Red. responsable, J. L. Osorio, 1179, Ap. 1, Montevideo),
IDEA VILARIÑO, Administrador: HÉCTOR D'ELIA, 18 de Julio,
1333, Planta Baja. Se imprime en la Imprenta ROSGAL, Ejido, 1624.
Suscripción anual, $ 7,— m/urug. Ejemplar ordinario, $ 1,50 m/urug.
TEXTOS PÁG.

Dos CARTAS SOBRE " G U R Í " José E. Rodó. 239


Carlos Reyles.
CARTAS A MIGUEL DE U N A M U N O José Enrique Rodó. 242

PSICOGRAMAS Carlos Vaz Ferreira. 246


Los PRECURSORES Horacio Quiroga. 249
SOBRE LA CREACIÓN Y LA
MUERTE Horacio Quiroga. 255

CRÓNICA

LA "REVISTA NACIONAL DE L I ­
TERATURA" J. E. Etcheverry. 263

L A "REVISTA DEL S A L T O " E. Rodríguez Monegal. 287

D E " L A REVISTA" A " L A NUEVA


ATLÁNTIDA" José Pereira Rodríguez. 293
RODÓ Y ALGUNOS COETÁNEOS E. Rodríguez Monegal. 300

TRES POLÉMICAS LITERARIAS 314

Láminas: José E. Rodó, Julio Herrera y Reissig, Horacio Quiroga


y Carlos Vaz Ferreira.

TODOS LOS MATERIALES HAN SIDO ESCRITOS ESPECIALMENTE PARA ESTE


NÚMERO, SALVO MENCIÓN EN CONTRARIO.

Para la realización de este NÚMERO se ha utilizado parcial­


mente la documentación inédita de los Archivos de Rodó, He­
rrera y Reissig y Quiroga que se custodian en el Instituto Na­
cional de Investigaciones y Archivos Literarios; también se ha
consultado el Archivo de Javier de Viana en el Museo Histó­
rico Nacional y el material bibliográfico de la Biblioteca Na­
cional. Queda expresado aquí nuestro agradecimiento a los
directores y encargados de las citadas instituciones, D. Carlos
Alberto Passos, D. Juan E. Pivel Devoto y D. Dionisio Trillo
Pays, por la colaboración prestada, así como por la autorización
para reproducir los textos inéditos.
EN EL CINCUENTENARIO

QUIZÁ PAREZCA SUPERFLUO — o e x c e s i v o — pretender repa­


sar, una vez más, el mensaje de Ariel, la validez de su enseñan­
za. Y no lo es. Los cincuenta años transcurridos, aunque apor­
taron valiosos enfoques — u n o , de Emilio Oribe, concibe la obra
de Rodó como una Paideia americana— no han eliminado tra­
dicionales malentendidos, cuya persistencia arroja luz lamen­
table sobre la inconexión de nuestra cultura.
El más insigne de ellos —fuente, asimismo, de muchos
o t r o s — es el que enjuicia la obra imaginándola repertorio de ,
soluciones prácticas para los problemas americanos, cuando enf
realidad sólo propone —modesta y profundamente— trasladar
las cuestiones del día, de todos los días, a un plano de consi­
deración futura, proyectándolas sobre el porvenir, examinán­
dolas ( c o m o se ha escrito) sub especie aeternitatis. El porve­
nir es el ámbito en que se piensa Ariel. Los que cotejan sus
páginas con las realidades de América — o m e j o r : de ciertas
zonas de A m é r i c a — no advierten la clave en que están escritas.
En el mismo tipo de error han recaído los que sobrevalo-
rizan la censura a Norteamérica. No es posible exagerar las
cuidadas proporciones del discurso. Apenas una sexta parte
está dedicada al tema y en la misma la censura aparece pre­
cedida por el rechazo ( m u y justificado) de la nordomanía y
por el elogio de las virtudes del adversario. El propio Rodó
intentó anticipar ( y despejar, por consiguiente) el malenten­
dido al publicar en la prensa —antes que apareciera la obra—•
una advertencia: No es exacto que el tema principal de la nue­
va obra sea, como se ha dicho, la influencia de la civilización
anglosajona en los pueblos latinos. Sólo de manera accidental
se hará en el libro un juicio de la civilización norteamericana.
Esto no significa que la censura no sea acre. O, lo qué es
mucho más grave, que no sea injusta. Y a que Rodó no tuvo
presente este principio o regla de oro que fijara oportunamen­
te un pensador contemporáneo: La civilización de un pueblo
adquiere su carácter, no de las manifestaciones de su prosperi-
12 NUMERO

dad o de su grandeza material, sino de las superiores maneras


de pensar y de sentir que dentro de ellas son posibles. (La
frase es del mismo R o d ó ; está — y a se s a b e — en Ariel.)
Si se ha exagerado la importancia real o textual de su
censura es por lo que ella implica virtualmente. Y aunque
Rodó apenas alude a la guerra de Cuba (Su grandeza titánica
se impone así, aun a los más prevenidos por las enormes des­
proporciones de su carácter o por las violencias de su historia),
todos los lectores del 900 leyeron entre líneas la denuncia del
enemigo. Pero el hecho de que Rodó haya soslayado el punto
debió provocar la reflexión. H o y resulta claro este silencio:
Rodó temió más la dominación cultural que el imperialismo
militar. Otros textos permiten asegurar ( c o n Real de A z ú a )
que no sospechó el imperialismo económico.
Esta es la parte perecible de Ariel, la que no tiene vigen­
cia, la que leyeron sus contemporáneos y ya no cabe leer. Que­
da intacto, sin embargo, el centro del discurso: la urgencia de
un programa para toda generación ascendente; el optimismo
paradójico que se edifica sobre la lucidez y la realidad; la con­
cepción plena, integral, del h o m b r e ; la eficacia moral de la
educación estética; la previsión de una democracia que no
excluya la selección y la jerarquía natural; la confianza en el
porvenir de América. Queda en pie, sobre todo, la actitud
espléndida del pensador. Superando limitaciones normales de
su época, proyecta su visión sobre una perspectiva universal
y concibe América — s u A m é r i c a — c o m o heredera de la cul­
tura occidental y la quiere realizándose en tal sentido. Su
visión profética no se empaña aquí. Y si pudo equivocarse
en el detalle al afirmar que era vana la pretensión de los Es­
tados Unidos a la hegemonía del mundo, no se equivocó al con­
cebir la América del porvenir, de nuestro porvenir.
El discurso de sus veintinueve años — d e la madurez de
su juventud— adquiere una particular densidad cuando se ad­
vierte que es apenas el pórtico de la obra futura. Allí están los
fundamentos de Motivos de Proteo, y aunque los manuscritos
no lo confirmaran minuciosamente, la atenta lectura de ambas
EN EL CINCUENTENARIO 13

obras descubriría la simultaneidad de concepción. El hombre


c u y o programa vital traza Ariel es el que dibuja la clara inti­
midad de Proteo. En el discurso están los temas que se des­
arrollarán l u e g o : la vocación, la voluntad; incluso están allí
la técnica de composición sucesivamente expositiva y parabó­
lica (la novia enajenada, el rey hospitalario, el esclavo filóso­
f o ) . ¿ Y qué es toda la obra sino una majestuosa, inagotable,
parábola?
PROPÓSITO

E L CINCUENTENARIO DE ARIEL es, también, el de la genera­


ción del 900. Por eso, y sin desconocer la validez muy particular
de ese texto, ha parecido más oportuno dedicar este NÚMERO
al examen de los rasgos fundamentales del grupo entero —cu­
ya significación no ha sido superada en nuestra literatura—
desde la doble perspectiva que suponen los cincuenta años y
otra nueva generación.
CARLOS REAL DE AZOA

AMBIENTE ESPIRITUAL
DEL N O V E C I E N T O S
I

EL CUADRO

E N UNA PROVISORIA APROXIMACIÓN, podría ordenarse esce­


nográficamente el medio intelectual novecentista hispanoame­
ricano. Colocaríamos, como telón, al fondo, lo romántico, lo {
tradicional y lo burgués. El positivismo, en todas sus modali­
dades, dispondríase en un plano intermedio, m u y visible sobre
el anterior, pero sin dibujar y recortar sus contornos con una
última nitidez. Y más adelante, una primera línea de influen- ¡
cias renovadoras, de corrientes, de nombres, sobresaliendo los !

de Nietzsche, Le Bon, Kropotkin, France, Tolstoy, Stirner,


Schopenhauer, Ferri, Renán, Guyau, F o u i l l é e . . .
Tal ordenación indica, naturalmente, que no creo que
pueda hablarse de una "ideología del 900", sino, y sólo, de un
ambiente intelectual caracterizado, como pocos, en la vida de la
cultura, por el signo de lo controversial y lo caótico. Por ello,
el esquema que intento aquí tiene un mero fin de claridad;
quisiera ser aguja de navegar diversidades y no la artificiosa
construcción de un corte realizado en la historia. Hacerlo, val­
dría desconocer que hay una temporalidad de las ideas muy
distinta de la de las cosas, y que no cabe ensamblar, en un mis­
m o panorama, con una entidad común, igualitariamente cola­
cionadas, la muy diferente vitalidad de lo retardado, de lo ger­
minal, de lo vigente y de lo minoritario.
No aparecen tampoco muy impositivamente los límites cro­
nológicos que permitan acotar un coherente período. Los anun-1
cios de la crisis de las convicciones dominantes en Hispano­
américa durante la segunda mitad del siglo pasado se escalo-
nan copiosamente a lo largo de su última década. Desde núes-
16 NUMERO

tra perspectiva uruguaya, sería un inicio significativo la apari­


ción de El que vendrá, de José Enrique Rodó, en junio de
1896. Sus páginas, angustiadas y grávidas, eran síntoma insos­
layable de una inquietud histórica y de una inminente revisión.
La clausura de estos años se marca en cambio, con mayor
claridad, hacia 1910. Fué la hora de los diversos centenarios
de las naciones continentales. Estuvo subjetivamente marcada
por una mentalidad de balance y de prospecto. Accedió por
entonces a la vida americana una nueva generación, diversa­
mente llamada "arielista" o "centenarista" o " d e 1908" ( p o r el
primer congreso estudiantil en ese año realizado). Nuevas in­
fluencias intelectuales —James, Xenopol, Hoffding, Bergson—
cobraron una imperatividad de la que habían carecido.
Diversos libros —algunos de ellos ejemplares, como la His­
toria de la Cultura en la América Hispánica de Pedro Hen-
ríquez Ureña— nos han mostrado el proceso cultural ameri­
cano en una organización formal que, si no es falsa, resulta,
por lo menos, una sola de las dos caras o planos de la rica e v o ­
lución de nuestro espíritu. Se ha dado, y se da, en estos países,
el proceso cultural como lógica secuencia personal, y grupal,
.; de creaciones, de empresas y de actitudes. Neoclasicismo, r o -
| manticismo, realismo, positivismo, modernismo, insurgencia y
surrealismo, tienen, según esta perspectiva ( q u e es también un
método) su etapa de lucha, sus hombres y obras representati­
vas, sus planos de pasaje y su agotamiento. Pero en Hispano­
américa, mucho más acendradamente que en Europa, tales pro­
cesos no agotan la realidad de la cultura como vigencia objetiva
de cada medio y época, como sistema actuante de convicciones
de vastos sectores letrados y semiletrados, verdaderos protago­
nistas de la vida del continente.
En este ámbito, en estos repertorios de "ideas y creencias"
cuya indagación hacia 1900 es en realidad mi objetivo, no asu­
me la misma importancia que en el anterior la creación per­
sonal americana, la auténtica respuesta del individuo o la es­
cuela a la sugestión foránea. Doctrinas hay, que han influido
hondamente, sin una perceptible o recordable elaboración por
nuestra parte. ¿La han tenido, acaso, el biologismo evolucio-
AMBIENTE ESPIRITUAL DEL 900 17

nista o el organicismo sociológico? No aparece ahí tampoco


una rigorosa sucesión de obras o de escuelas. Todo — o casi
t o d o — está librado al azar, que en esta historia tiene el nombre
de editoriales. Un capricho, o una manía, o un sectarismo, han
obrado a veces decisivamente al lanzar a un autor a ancha pu­
blicidad, o al escamotear la obra o trascendencia de otros.
L o que impone — y anoto como rasgo final— la frecuente co- i;

existencia de orientaciones antagónicas, cuya conflictualidadj


casi nadie v e y que se instalan así, cómodamente, en la incohe­
rencia mental del hombre medio.
Todos estos rasgos pueden comprobarse en el medio inte­
lectual del 900. Por lo pronto, el origen transatlántico, no sus­
citado en lo americano, de esas corrientes y de esas ideas. Cierto
que el hecho es general en toda nuestra historia ideológica,
pero en otras etapas de ella hubo una más clara suscitación de
necesidad hispanoamericana y, sobre todo en lo literario, un
orden m e j o r de agotamiento y renovación. Y aun entonces,
mayor calidad en lo sensible e imaginativo. Por un Darío, un
Lugones, un Herrera y Reissig, o un Díaz Rodríguez, poco sig­
nifican un Ingenieros, un Bunge o un García Calderón. Están
menos radicados o son menos valiosos. ( E x c l u y o a Rodó del
cotejo por el carácter dual —arte y pensamiento— de su obra.)
En esta realidad, cobra una primordial importancia la labor
de las editoriales españolas y francesas, sobre todo la de las
primeras. Unamuno tronó algunas veces contra "el alcanismo"
y la "literatura mercurial". Es evidente, sin embargo, que los
grandes y verdes Alean ( d e filosofía y sociología), los más
pequeños roji-naranjas de Flammarion (de las mismas mate­
rias) o los amarillos del Mercure de Trance ( d e literatura)
influyeron, gracias a la amplia difusión del francés, sobre el
sector creador y protagónico de la cultura. Es, en cambio, con
las listas de publicaciones de las grandes editoriales españolas
que puede reconstruirse casi medio siglo de influencias inte­
lectuales sobre estratos mucho más grandes o profundos. En lo
que importa a la ideología novecentista, debe iniciarse la n ó - ¿
mina con las series de La España Moderna, magnífica e m - ?
presa madrileña de fines de siglo. Tuvieron después gran re-
18 NUMERO

percusión la Biblioteca Sociológica Internacional de Heinrich,


de Barcelona, y, desde la misma ciudad, la selección de
Los Grandes Pensadores publicada por Maucci (más gene­
ralmente dedicada, al igual que Hernando, a la literatura)
como instrumento propagandístico del pensamiento anárquico-
positivista-ateo de la Escuela Moderna, de Francisco Ferrer.
Por la misma época, la casa valenciana de Sempere (más
tarde Editorial Prometeo) recogió en sus catálogos muchos
de los títulos de las editoriales anteriores y ejerció en América
una importancia global decisiva e incontrastable. Daniel Jorro,
desde Madrid, continuó esta serie de grandes influencias edi­
toriales, oficiando, en cierto modo, de enlace entre esa época
y los años marcados por el imperio de la Revista de Occidente
que presidió la formación intelectual de estos países hasta el
año 1936 en que se inició la guerra de España (para ser su­
cedida en su función — y desde A m é r i c a — por el Fondo de
Cultura Económica).
También se v e en este medio intelectual del 900 esa coexis­
tencia anotada de posturas y corrientes. No es difícil sorpren­
der la tonalidad romántica en los sentimientos, en la ideología
política y en la filosofía de la historia, conviviendo con el p o -
i sitivismo ortodoxo y sus derivaciones, o con lo tradicional en
!
las costumbres — y a veces en las creencias religiosas—, y a
todos y cada uno de estos temperamentos con las reacciones
o superaciones del positivismo, sin que la noción de su múltiple
conflicto inquiete largamente.
Y es que si toda visión del mundo, o conjunto, o retazos
de ellas, se adapta inflexiblemente —determinando y siendo de­
terminada— a una situación histórico-social, pocas parecen ha-a
cerlo con la libertad, y aun con la imprecisión, con que lo rea- 1

liza en la situación hispanoamericana, la ideología novecentista.


No debe exagerarse, ante todo, el volumen real que ese
pensamiento tiene en estos países ni su trascendencia en las
convicciones generales de la sociedad. Muchas de sus notas
más características permanecieron confinadas en cenáculos más
o menos juveniles sin irradiación contemporánea o posterior so­
bre medios más amplios.
AMBIENTE ESPIRITUAL DEL 900 19

Por otra parte, aun en obras tan dignas y preocupadas


c o m o el Ariel, parece estrictamente al margen de toda for­
mulación intelectual esa realidad hispanoamericana del 900.
En casi todo el continente es, políticamente, la hora de las
dictaduras. Gobiernan Cipriano Castro en Venezuela, Manuel
Estrada Cabrera en Guatemala y Porfirio Díaz en México.
Cuba se encuentra bajo la ocupación militar norteamericana.
Chile, Argentina y Brasil en las manos de sus oligarquías libe­
rales y progresistas. En el Uruguay, el constitucionalismo de­
mocrático ha vencido al pretorianismo y se prepara a radica­
lizarse. Sobre esta diversidad de regímenes se vive en general
una seguridad m a y o r ; crecen constantemente, fomentadas por
la paz y las garantías, las posibilidades de un trabajo útil y
altamente remunerativo. T o d o esto favorece un bienestar más
extendido que otrora; la inversión extranjera colabora en este
proceso de alumbramiento y desarrollo.
M u y pocos ven — o pronostican— el fenómeno imperialista:
es todavía la hora de miel del "capital honrado". Sólo en el
norte de Hispanoamérica los Estados Unidos son una amenaza
de orden militar y territorial; en el resto del continente se e x ­
tiende apenas un vago temor, salvo en hombres o minorías ais­
ladas, llamados a la realidad de la potencia norteña por su v i c ­
toria de 1898 sobre España, o por sus manejos de 1902 en el
istmo de Panamá.
Mientras estos países se convierten en lo que habían de
ser dócilmente durante casi cuarenta años: los grandes abaste­
cedores de materias primas del m u n d o ; y sus carnes, sus v e ­
llones y sus metales se hacen indispensables en la vida econó­
mica de Europa, en el campo se transforma decisivamente la
explotación campesina y en las ciudades sube una potente clase
media. En las capitales del costado atlántico se va formando
por aportes extranjeros lo que ya tiene fisonomía de un prole­
tariado; es allí también que las corrientes inmigratorias dan a
la vida un tono que se ha calificado equívocamente de cosmo­
polita y que más valiera calificar de multinacional.
M u y a menudo como reacción ante ese fenómeno, el nacio­
nalismo es y a una realidad, que estimularían hacia 1910 las
celebraciones centenarias y su caudaloso cortejo verbal. A m é -
20 NUMERO

rica, en cambio, es una presencia borrosa o intermitente; sólo


alguna obra excepcional — u n Ariel, unas Prosas Profanas—
o la noticia de algún desafuero tiránico o revolucionario
rompe el insular silencio de las naciones. Europa es la gran
presencia. Su imperio es absoluto en lo económico, en lo cul­
tural y en lo humano. Europeas son las ideas; nuestra econo­
mía depende de las alternativas de sus ciclos y de la intensi­
dad de sus compras; el inmigrante replantea todos los días — e n
nuestras calles y en nuestros c a m p o s — la discusión de su v e n ­
taja o desventaja, el debate de las excelencias o peligros de
sus respectivas naciones.
El tono de la vida es bonancible, esperanzado y burgués;
parece definitivamente positivo, y muy poco dispuesto a am­
bientar los dilemas espirituales de la Europa finisecular.
No se extiende hasta su ideología, la buena literatura de
que disfruta, en general, el 1900. Parecería que fuese más fácil
volverse, enternecidamente, sobre el aire y el porte, ya clausu­
rados, de una época, que llevar esa emoción, esa ternura, hasta
ideas y doctrinas cuyas consecuencias, y a veces terribles trans­
formaciones, se viven y se sufren.
Sus mismos hombres — o j ó v e n e s — representativos diver­
gen en el tono de su evocación hasta esta medida abismal que
separa éstos de dos textos que espigamos de una larga anto­
logía posible:
"Soñábamos un orden mejor, no consistente c o m o el nuevo
que hoy se preconiza con la palabra y con la fuerza, en la r e ­
gresión a los imperios rebaños de la antigüedad, sino en una
sociedad armoniosamente organizada sobre la ley de una más
justa distribución de los bienes de la vida ( . . . ) . Socialistas
revolucionarios, que pensaran transformar catastróficamente el
orden social los había pero eran los menos. Vagamente se creía
que el fruto, sazonado por el irresistible calor de los movimien­
tos populares, caería maduro del árbol. Y a veíamos la lumi­
nosa ciudad soñada, al extremo de la oscura calle por donde
marchaba desde tantos siglos, fatigada y doliente, la humani­
dad. . . " (Roberto Giusti.) 1

1. Siglos, Escuelas, Autores. Buenos Aires, 1946, pfigs. 352, 353.


AMBIENTE ESPIRITUAL DEL 900 21

"Lecturas imprudentes y atropelladas, petulancia de los


años mozos, y el prurito de contradicción, que es el peor riesgo
de la juventud, m e llevaron ( . . . ) a frisar en la heterodoxia.
Nietzsche, con sus malsanas obras y especialmente su Genealo­
gía de la Moral, me contagió su virus anticristiano y antiascé­
tico. Polco después, el confuso ambiente universitario, la indi­
gestión de los más opuestos y difíciles sistemas filosóficos, la
incoherente zarabanda de las proyecciones históricas, pautada
apenas por el tímido eclecticismo espiritualista de Fouillée, o
tiranizada y rebajada por el estrecho evolucionismo positivista,
m e infundieron el vértigo de la razón infatuada, engreída de
su misma perplejidad y ansiosa trepidación. iCuántos ingre­
dientes tóxicos se combinaron en aquella orgía del pensamiento!
A l rojo frenesí de Nietzsche el demente, se sumaron el negro
y letal sopor del budista Schopenhauer, las recónditas tenebro­
sidades del neokantismo, la monótona y grisácea superficiali­
dad disciplinada de Spencer, y la plúmbea pedantería de sus
mediocres acólitos, los sociólogos franceses de la Biblioteca Al-
can. Espolvoreando la ponzoña, disfrazaban la acidez de estos
manjares intelectuales las falaces mieles del diletantismo rena-
niano, la blanda progenie de Sainte-Beuve, el escéptico, la ele­
gante sorna de Anatole France y las muecas de R e m y de Gour-
mont." (José de la Riva-Agüero.) 2

II

LAS VIGENCIAS

Fué el positivismo filosófico — e n su versión spenceriana—


el ingrediente de más volumen de ese ambiente intelectual de
fin de siglo. Las casas editoriales españolas dieron a la obra
del filósofo inglés una difusión que posiblemente, ni antes ni
después, haya tenido entre nosotros pensador alguno. El i m ­
pacto spenceriano oscureció completamente el prestigio de
Comte, muy fuerte en tiempos anteriores, pero cuyas conclu-

2. Por lo Verdad, la Tradición y lo Patriu. Lima, 1937, pág. *,i74.


22 NUMERO

siones en materia político-social resultaban indeseables, y hasta


repelentes, a la mentalidad hispanoamericana.
Desde el enciclopedismo francés, ningún movimiento ha­
bía corporizado históricamente, con tal prestigio y coherencia,
como el positivismo inglés del último tercio del siglo pasado,
las que podrían calificarse de "tendencias de larga duración"
del pensamiento de occidente a partir del Renacimiento.
La visión del mundo y de la vida edificada sobre las ideas
de razón, de individuo, de progreso, de libertad y de naturaleza,
halló en ese positivismo, y en su doble aptitud sincrética y sis­
temática, un instrumento de difusión que llevó la tonalidad
inmanentista y antropocéntrica a sectores hasta entonces in­
munizados a lo moderno por sólidas barreras tradicionales.
Ese positivismo fué un repertorio bien arquitecturado de
ideas, pero tuvo mucho también de un catálogo de suficiencias
y de un método de exclusiones o ignorancias. En numerosas
expresiones —tantas veces las más vulgares, pero también las
más influyentes— le movieron una caricaturesca idolatría de
la Ciencia ( c o n olvido de las modestas y trabajosas ciencias),
un racionalismo, un agnosticismo y un relativismo suficiente,
que postergaba o mutilaba sin beneficio la incontenible tenden­
cia hacia la verdad y hacia el conocimiento cabal por la totali­
dad de sus vías posibles. Ignoró o despreció lo psíquico, lo m e -
tafísico, lo vital y lo histórico. Aplicó a todas las zonas de lo
óntico las categorías y los métodos de las ciencias físico-natu­
rales; se detuvo — c o m o ante un v a c í o — allá donde el conoci­
miento experimental parecía no funcionar. Determinista y cau-
salista, asociacionista, cuando se trataba de explicar todo trán­
sito entre lo simple y lo complejo, tuvo mucho de un balance
y de un reposo, pero fué también la vía muerta de la que el
conocimiento salió con grandes dificultades y nó sin inolvida­
bles lesiones.
Resultó el positivismo el núcleo generador de eso que Joad
ha llamado comprensivamente "the world of nineteenth cen-
tury materialism": un mundo de sólida materia primordial
que se diversifica y afina hasta lo psíquico y que se mueve y
perfecciona desde lo inorgánico hasta lo humano, en una orde-
AMBIENTE ESPIRITUAL DEL 900 23

nada escala en el que cada uno de sus peldaños está determi­


nado por una estricta causalidad desde el inferior.
Una de las características más firmes de esta corriente in­
telectual es la que encarnó ejemplarmente M a x Nordau, y su
explicación del genio en Degeneración. Se han referido a ella,
contemporáneamente, Jean Grenier y Arthur Koestler. Es la
constante operación disociadora y negativa que explica — y
socava— el ámbito superior de los valores por la actuación
de lo prosaico, de lo interesado, de lo morboso o de lo inconfe­
sable. Esta filosofía del "no es más que. . tendría su más
esplendorosa manifestación en toda la construcción derivada del
psicoanálisis freudiano; ya gozaba por esos años de una difu­
sión en la que no es posible desconocer uno de los rasgos men­
tales más tenaces de la modernidad.
Su fondo ético era el de un utilitarismo bastante limitado;
deformado —especialmente en A m é r i c a — hasta un materialis­
m o práctico que dio a nuestro ambiente ese tono "fenicio" o
"cartaginés" al que tantos se han referido; refinado — e n los
m e j o r e s — en una sistematización social en que la última pala­
bra era la adaptación a las vigencias de la generalidad, o la
solidaridad, o los deberes, hacia la especie.
Históricamente, fué la concepción del mundo de la clase
burguesa triunfante y de un tipo de vida movida variable, pero
en la entraña paralelamente, por el ansia de placer o de lucro.
L e caracterizaba una acción de tipo y finalidad individua­
lista, que poseyó, en última instancia, una liberal comprensión
de lo diverso, pero que en la práctica era fundamentalmente
homogénea y estaba sellada por una tonalidad común, de la
que el hombre no se salía sin riesgo o sin escándalo.
Cuando hablamos de positivismo vigente en 1900, englo­
bamos dentro de él, en puridad, una serie de corrientes colu­
didas con su significación, lateralmente poderosas y de presti­
gio autónomo. Ejercieron una honda influencia en América el
llamado "positivismo penal", el evolucionismo biológico de Dar- ¡
win y Huxley, las teorías deterministas de Hipólito Taine, el 1
monismo materialista de Buchner y de Haeckel, y la crítica
religiosa y la exégesis bíblica protestante, liberal o atea.
24 NUMERO

La escuela criminológica italiana, de abundantes proyec­


ciones sociales y políticas, fué ampliamente difundida por Es­
paña Moderna y por Sempere. Lombroso, Ferri, y Garófalo,
sobre todo; Rossi, Longo y Sighele, laboraron sobre la línea
de la explicación mesológica y antropológica del delito, afir­
mando la preeminencia de los factores económicos, biológicos
y sociales. En esta difundida concepción, según la cual el de­
lincuente es más que nada una víctima o un enfermo, se liqui-
% daba, siquiera indirectamente, las nociones de responsabilidad
y libertad éticas.
El evolucionismo levantó en Hispanoamérica su inexorable
ola de polémicas y dejó su trascendente huella en la visión del
hombre y de la vida, con un corolario y serio debilitamiento
de la noción creacionista de raíz religiosa.
La doctrina forjada por Hipólito Taine para la explicación
del producto artístico y cultural por los tres factores de raza,
medio y momento, llevó (ayudada por su atractiva simplici­
dad) el modo de pensar asociacionista, determinista y mesoló-
gico a la condición de un dogma que — c o n detrimento de la
libertad humana y de la acción misteriosa del espíritu— do­
minó hasta hace pocos años en ambientes que no pueden cali­
ficarse completamente de vulgares.
Había sido anteriormente intenso el debate histórico-reli-
gioso. Parecía vencedora, hacia 1900, la corriente doctrinal ad­
versa al cristianismo y a toda religión revelada. Corrían en
materia de exegética y filosofía o historia religiosa, las obras
ide Renán, Harnack, Strauss, el libelo de Jorge Brandes, los tra­
tados y manuales de Salomón Reinach y M a x Müller. Se re-
ditaban los libros, de intención antirreligiosa, de Volney, de V o l -
taire, de Holbach, de Diderot, el catecismo del cristianismo de­
mocrático y romántico de Lammenais, Paroles d'un croyant,
se vertían al español los más actuales y ambiciosas ataques de
Laurent, de Lanfrey, de Sabatier y de Guignebert. Sin necesi­
dad de estos golpes frontales, las vigencias filosóficas poco te­
nían para respaldar la fe tradicional y en casi todo servían para
denostarla o ignorarla; el monismo materialista, el evolucio- ¡
nismo y sus conclusiones sobre el origen del hombre — p u n t o ?
AMBIENTE ESPIRITUAL DEL 900 25

central de una repetida pugna—, el pesimismo de Schopen-


hauer o el amoralismo y anticristianismo de Nietzsche. A c e p ­
tábase, salvo esta última excepción, el magisterio humano de
Jesucristo; érase terminante en la negación del aspecto sobre­
natural e histórico del cristianismo; mostrábase en la historia
de la iglesia la de una entidad tiránica y anticultural, perma­
nente conspiradora contra la libertad y la justicia humanas.
El monismo materialista, que tuvo el valor de algo así
como un superlativo de las negaciones positivistas, contó con
las aportaciones significativas de Buchner y Moleschott, y es­
pecialmente con la de Ernesto Haeckel, cuyos difundidísimos
Enigmas del Universo — d e 1899— publicó poco después
Sempere. Con su rigurosa argumentación naturalista y la fa­
cilidad vulgarizadora que le permitía llegar a un vasto sector
semiculto, fué contribución decisiva a esa imagen del materia­
lismo decimonónico a que nos hemos referido. También Gui­
llermo Oswald, por aquella época traducido al francés, y Félix
L e Dantec dentro de un inflexión vitalista colaboraron en la
misma corriente.
Llevó el sello de todas las corrientes anotadas la sociología
de esa época. Fué también causalista, determinista, mesoló-
gica; tendió a asimilar lo psíquico y lo social a las realidades
de la naturaleza, examinándolos con los métodos de las cien­
cias de ésta. Tuvo la ambición y la suficiencia de las grandes
construcciones y el gusto por las fórmulas abarcadoras. En Le
Bon, en Letourneau, en Novicow y en Gumplowicz, puede ras­
trearse la función principalísima que esta sociología asignó a
las categorías biológicas de la Raza y del Organismo, el papel
que en ellas desempeñaron las nociones evolucionistas de lucha,
de selección y de herencia.
Tarde y Durkheim (algo después), sin particularizarse del
todo de estas características, purificaron los métodos, reencon­
traron la sustantividad de lo social o destacaron la realidad de
lo psíquico; Tarde fué figura destacada del clima intelectual
finisecular y sus seductoras Leyes de la Imitación desperta­
ron admiración unánime; Durkheim, en plena producción hacia
el final del siglo, no se difundió en realidad en España y A m é ­
rica hasta las publicaciones de Jorro.
26 NUMERO

Se entendía la ciencia como dominio progresivo de la na­


turaleza y como explicación exhaustiva del universo, destinada
a reemplazar la filosofía como instrumento cognoscitivo y a la
religión, recluida a las zonas cada vez más alejadas de lo in­
cognoscible. El entusiasmo del Renán j o v e n de El Porvenir
de la Ciencia; su fe — f e de unos pocos hasta décadas anterio- i
r e s — se hizo desde entonces religión difundida y consoladora,
esperanza socializada y secularizada. La vulgarización cientí­
fica cobró una gran fuerza en casi todos los sectores; en una
rama especialmente, en la de la Astronomía, Camilo Flamma-
rion produjo una abundante obra que tuvo resonancia univer­
sal y es paradigma del género y de su intención. La facilidad
literaria de sus páginas la hacía apta para llegar a manos de
todos; su central afirmación de la inmensidad cósmica en con­
traste con la pequenez humana terráquea ejerció un hondo
efecto en la crisis de las ideas religiosas y en la desmonetiza­
ción de la imagen teocéntrica del mundo.
La fe en la democracia c o m o corriente histórica incoerci-|¡
ble era generalísima y las reservas que se le oponían lo eram M

en calidad de atenuaciones a sus excesos posibles o en condi­


ción de límites al agotamiento de su dialéctica.
^ D e los tres clásicos postulados revolucionarios, el de la
libertad era el más vivencialmente prestigioso. La igualdad era
poco apreciada, salvo en los medios revolucionarios, y la fra­
ternidad tropezaba con las negaciones del evolucionismo. La li­
bertad se concebía, sobre todo, como ilimitada posibilidad de
autónoma determinación, en conexión con una concepción in-
manentista de la personalidad, como progresista eliminación
de cortapisas ambientales y sociales.
A l combinarse el movimiento ascensional de las clases m e ­
dias, la imagen positivista y naturalista del mundo, la fe inde­
clinable en el porvenir y en la ciencia y un anticlericalismo
que autorizaban las corrientes intelectuales dominantes y nacía
de una actitud social m u y generalizada en los países medite­
rráneos, se definió el llamado "radicalismo", que aglutinó en
Francia el asunto Dreyfus y triunfó al alborear el siglo con las
leyes de Combes, como fuerza política más actual y en rigor
AMBIENTE ESPIRITUAL DEL 900 27

más novedosa. El batllismo uruguayo fué en Hispanoamérica


una temprana expresión de la tendencia y de los factores que
la configuraron. También se benefició este temperamento " r a ­
d i c a r ' del poderoso aval literario e ideológico que importaban
el grupo de escritores del X I X francés que profesaron un libe­
ralismo optimista teñido de socialismo o mesianismo, y del
equipo republicano español. Las obras del Victor Hugo poste­
rior al 1851, de Quinet, de Michelet y de Z o l a ; de Pi y Margall
y de Castelar circularon mucho en Hispanoamérica y definie­
ron un tipo y una mentalidad que las sobrevivió largamente.
El liberalismo, de tono doctoral y universitario, siguió, sin
embargo, siendo el rasgo más general del pensamiento político^
hispanoamericano. Mucho más liberal que democrático — e s de­
cir: mucho más amigo de la libertad de una clase superior y
media que preocupado e imantado por lo popular (recuérdese
si no aquella observación uruguaya sobre "las blusas" y "las le­
vitas" en una recepción política de principios del s i g l o ) — res­
petó, en verdad hondamente, los conceptos básicos de represen­
tación, soberanía, constitución y garantías individuales; se in­
flexionó a menudo de aristocratismo, como imperativo de adap­
tación a una realidad social oligárquica o como gesto de impa­
ciencia ante la inoperancia de las multitudes; asintió, sin e m ­
bargo, a la perspectiva de un final y reivindicador adveni­
miento mayoritario.
Como oficio, c o m o preocupación y aun como divulgación,
la política ocupó en estos años hispanoamericanos un lugar que
el afán cultural o los empeños económicos se esforzaron por
minorar, no sin teñirse algunas veces del color de sus pasiones,
fáciles, violentas, olvidadizas.

III

REACCIONES Y DISGREGACIONES

\ Este cuadro de creencias fundamentales permaneció sin


\ cambios en sus elementos hasta m u y avanzados los años de
b u e s t r o siglo. Su signo fué pasando, sin embargo, de lo actual
28 NUMERO

a lo superviviente; su imperio perdió terreno, a grandes quites,


en el espíritu de los sectores realmente creadores y dirigentes
de la cultura continental.
A la negación de lo antiguo, unióse entonces la de lo que
se calificaba c o m o moderno. Poseídos los hombres de un m i ­
nucioso frenesí revisor (valga aquí la interpretación de Fede-
\ rico de Onís del Modernismo, como versión hispanoamericana
de la crisis mundial de las ideas y las letras después de 1885),
nunca tuvo esta faena de demolición histórica tales señas de
alegre intrepidez y tal semblante de confiada — e ingenua—
seguridad en el poder palingenésico de la afirmación intelec­
tual y en su capacidad para derrotar intereses, pasiones o tra­
diciones. Nunca tal gesto de desprejuiciado aventar lo que pa­
recía un patrimonio fácilmente mejorable y reemplazable de
formas y contenidos de pensamiento, de acción, de convivencia.
La quiebra del positivismo arrastró consigo la de su ines-
cindible fe en la ciencia, como mágica solución de todos los
conflictos. Las ideas sobre su faillite que enunció con elocuen­
cia Ferdinand Brunetiére ( y subrayó el escuchado Paul Bour-
get) tuvieron tanta resonancia como las ya referidas de Renán
en el período auroral de esta esperanza. El mismo Brunetiére,
que arrimó a la batalla su poderosa pasión polémica y su pres­
tigio crítico y docente, lanzó en 1896 su pronóstico sobre el re­
nacimiento del idealismo: una vasta y compleja serie de anun­
cios pareció ratificarlo. El positivismo ético utilitario había
escorado en un superficial materialismo y la indigencia onto-
lógica de la filosofía en boga hacía nacer, en el sesgo de lo lite-
l rario y lo social, un caudaloso reclamo de últimas razones de
existir y de actuar. Fué la hora de la importante conversión de
Paul Claudel y la de ese idealismo social que se vertió por vías
tan distintas como el evangelismo anárquico de Tolstoy, el so­
cialismo cristiano de de Mun y La Tour du Pin y el reformismo
de los sectores marxistas occidentales.
El simbolismo, y especialmente la obra de Maurice Maeter-
linck, se fortaleció y prestigió en la creencia de que había redes­
cubierto el alma, rescatando de la brutal realidad cuantitativa
los veneros de la intimidad. Fouillée, con su doctrina de las
AMBIENTE ESPIRITUAL DEL 900 29

J ideas-fuerzas, restituyó al Espíritu su estilo de actuación en lo


1
histórico; Dostoiewsky, conocido en Hispanoamérica a través
de Maucci y de España Moderna, aportó con terrible y pode­
rosa potencia esta dimensión de lo espiritual que parecía olvi-
? dada, o reducida cuando más al pequeño chispazo confortable
de lo psicológico, dentro de un limitado inmanentismo.
No se hicieron sentir hasta el final del período que reco­
rremos las verdaderas fuentes de renovación filosófica del p o ­
sitivismo. Sólo la línea ecléctica y espiritualista del pensa- ;

miento francés que buscaba suscitar el ideal del seno de lo realf


con Guyau y Fouillée, sobre todo, o el pragmatismo de James,
tuvieron una amplia circulación americana. Las tres venas por
las que —partiendo de raíz positivista— se disolvió el edificio:
la de la historia y el historicismo ( D i l t h e y ) , la de la vida
(Nietzsche), la de la intuición y el movimiento ( B e r g s o n ) ,
más el replanteo del problema gnoseológico que significó el
neokantismo, fueron de actuación posterior, y aun muy pos­
terior en nuestro ambiente intelectual. La boga bergsoniana |
fué posterior al 10; la de Nietzsche, en lo más fino y entraña­
b l e de ella, se dio más tardía y diluidamente; la de Guillermo
Dilthey no se ejerció hasta treinta o cuarenta años después.
Pero aun puede particularizarse el deterioro de la concep­
ción decimonónica en una serie de significativas disgregaciones:
La primera fué la del individualismo, que cabría llamar,
más correctamente, la del egocentrismo, o la del heroísmo p r o - ;

tagónico.
El siglo x i x había sido — e n todo su curso— el gran siglo
individualista; su cosecha de grandes figuras resulta, a la dis­
tancia, más rica tal vez que la de cualquier otro período de la
historia. Hacia las postrimerías de la centuria el tono de la
vida que se entendía " m o d e r n a " , el industrialismo, el adveni­
miento de las multitudes a través de la democracia, la obsesión
utilitaria, junto a otro temor que en seguida esbozamos, pare-
ció suscitar éste, de un agotamiento o desaparición de la ener­
?

gía creadora del individuo. De un Nietzsche simplificado hasta


lo más grueso y esquemático — " e l superhombre", "la voluntad
de potencia", "más allá del bien y del mal"; "la moral de los
30 NUMERO

esclavos y la moral de los señores"— salió lo más sustancial de


esta gran protesta finisecular. Ibsen la robusteció con el pres­
tigio de sus tesis, en las que se enfrenta el hombre fuerte y ais­
lado contra la cobarde rutina social. M a x Stirner, con El Único
y su propiedad, fué un puente de unión entre el anarquismo y
este fiero individualismo intelectual. La postulación heroica
recibió el apoyo de la más conocida obra de Carlyle, y el pres­
tigio de los Hombres Representativos de Emerson.
El planteo del problema social como antítesis de indivi­
dualismo y socialismo, tan característico y nuevo en estos tiem­
pos, permaneció incambiado hasta el fin del primer tercio del
siglo x x .
Segundo: por lo estético. T u v o abundante versión hispa­
noamericana la apelación europea contra lo burgués y meso-
crático, contra la fealdad moderna, contra " l a muerte del ideal"
y el "calibanismo". Un largo rol de escritores, en el que se
destacan Barres, Huysmans, Wilde, D'Annunzio, Ega de Quei-
roz y France, reivindicó los fueros de la belleza y del arte, de , j
la delicadeza, de la inteligencia, del desinterés, amenazados al f
parecer vitalmente por la sed de felicidad en un aquí y un
ahora, por el espíritu de lucro y la vulgaridad de una sociedad
crecientemente igualitaria, sellada por la coerción ciega de las
multitudes.
Tercero: por lo social. En la segunda mitad del 800, prodú-
jose la transferencia desde los ideales de libertad nacional a los
de reivindicación social de ese mesianismo reformador iniciado
por el romanticismo. El optimismo progresista y ético, de indi-
simulable raíz cristiana, confirió a la final epifanía del pobre
una necesidad confortadora de persecuciones y desventuras.
El marxismo había cerrado la etapa utópica del socialismo:
poco había llegado de él a América hispana hacia 1890 y 1900.
Corría un breve digesto de El Capital editado por Sempere,
algo de Engels, y más tarde breves recopilaciones de Jaurés,
y obras de Kautsky y de los Labriola. El gran contradictor,
Proudhon, estaba, en cambio, muy bien difundido; su ardor,
su individualismo, su contenido ético triunfaban, empero, de
manera más clara en el anarquismo, que fué la gran realidad
de la protesta social hispanoamericana de principios de siglo.
AMBIENTE ESPIRITUAL DEL 900 31

Con fuerte raigambre ítalo-española cuadraba mejor a los


elementos inmigratorios y citadinos, impregnables por los cre­
dos revolucionarios. T u v o un gran prestigio literario a través
de Kropotkin, Bakunin, Stirner y Reclus, sus dioses mayores.
Junto a ellos, una amplia publicidad española difundió las obras
de Faure, Grave, Etzbacher, Nakens, Fabbri y Enrico Malatesta.
Característica fundamental en esta América del 900 es su
frecuente — y casi diríamos general— conmixión con el sesgo
individualista y la inclinación estética. Ilustró esta mezcla,
m u y reiterada entre nosotros, la figura del poeta elocuente y
libertario — " v a t e " todavía— tocado a la vez por la disolución
decadentista o por el orgulloso reclamo de la exquisitez dis­
tinguida. También el español Rafael Barret representó en el
medio rioplatense, con mejor entraña humana y más quilates
de expresión, esta después irrepetida coexistencia.
El anarquismo, credo individualista y acentuadamente éti­
co, propicio al gesto airoso y mosqueteril, prestó su franquía
a una protesta que no quería dejar en las aras de ninguna
coordinada disciplina los fueros del y o sagrado.
Otro rasgo de esa actitud social es el de su optimismo y
la ingenuidad con que desconoció la capacidad de resistencia
de las fuerzas orgánicas sociales o confió en el nudo impulso
de un entusiasmo suscitado por la palabra tonante y exaltada.
Propiedad, Estado, L e y y Familia fueron puestos, tumultuosa
y benignamente, en entredicho.
Dominó también en ella esa tonalidad ética que concebía
la reforma social como una parte, y casi como una consecuen­
cia, de la reforma individual, una palingenesia de lo íntimo
con sentido religioso, al m o d o del evangelismo tolstoiano, de
tan enorme prestigio y difusión en esos años.
No faltaron, sin embargo, las apelaciones a una violencia
teatral y aislada, ni estuvo ausente la confianza en "la huelga
general", apocalipsis del orden burgués, a la que Sorel diera
años después tan despiadada elocuencia.
Pero "la huelga general" no bastó. Parecía excesivamente
visible, resultaba una utopía demasiado manuable. Para satis­
facción de la necesidad imaginativa, esta edad vio enriquecerse
32 NUMERO

un género que abarcó desde los ensueños materialistas de B e -


llamy con su Año 2.000, hasta La Isla de los Pingüinos de A n a -
tole France. (Sumamente típico de ese tiempo es ese linaje de
"la utopía optimista", lejana descendiente de M o r o y Campa-
nella. Cuando en el nuestro se produzcan prospectos seme­
jantes, éstos serán inexorablemente estremecedores, en el
grado variable en que pueden serlo Brave New World o Ape
and essence de Aldous Huxley o Nineteen-Eighty-Four del
irreemplazable George Orwell.)
Henry George, con su pausada argumentación económica
de Progreso y Miseria gozó también de gran difusión en esos
años; su prestigio sobrevivió largamente y es visible hasta en
la vetusta tradición fiscal de nuestro país.
I La esperanzada creencia en un mundo de trabajo, justicia
y abundancia, de igualdad, concordia y amor, unificado por la
victoria sobre fronteras y recelos históricos, estuvo centrada
en la influencia espiritual de Emilio Zola, y de sus Evangelios.
El autor de Nana conservó su prestigio ideológico —robuste­
cido por su intervención en el asunto D r e y f u s — cuando la hora
del naturalismo hubo pasado. Máximo Gorki también repre­
sentó para muchos este aspecto de la beligerancia social del
escritor. Las persecuciones que tuvo que sufrir del régimen
zarista (cuando todavía estaba en el bando de los perseguidos)
conmovieron hondamente a los sectores avanzados de Ibero­
américa.
Cuarto: por el vitalismo. El impacto nietzscheano no se
, limitó al reclamo del superhombre. Su voluntad de poderío,
\ su conmovido énfasis sobre la vida, desencadenaron una difun-
Idida reacción contra el intelectualismo idealista que afirmó
fervorosamente las nociones de voluntad, energía, fuerza, tra­
bajo y salud. Whitman y Kipling contribuyeron a su prestigio
literario, la sociología y la biología evolucionista le prestaron
argumentación m u y copiosa y dogmática. (Reyles resultó en­
tre nosotros la versión más ajustada de la corriente.)
La influencia de estas ideas fué significativa en el orden
político: el imperialismo y el nacionalismo cobraron fuerzas
hacia 1900 de un repertorio de razones que las mencionadas
AMBIENTE ESPIRITUAL DEL 900 33

posturas de vitalismo energetista permitían inferir inequívo­


camente. Sin embargo su boga se limitó en general a la Europa
del centro y occidente; en Hispanoamérica, predestinado sujeto
pasivo de aquellos poderes su huella resultó mucho menos v i ­
sible.
/ Otras presencias fueron la del escepticismo, la del amora-
/ lismo, la del pesimismo.
^ Renán, R e m y de Gourmont y Anatole France — e l último
especialmente— hicieron escuela de esa sonrisa pronta y bur­
lona que fué toda una postura de pensamiento ante realidades,
ideas y valores. El gesto tuvo sus tornasoles variantes desde
la blanda melancolía hasta la mueca rutinaria; aspiró a ser
inteligente y a presentarse c o m o tal: no puede negarse su fre­
cuente éxito en tal sentido. La dispersión diletante, el nihi­
lismo ético, el escepticismo filosófico resultantes de un clima
vital fácil y de una ideología sin exigencias, hicieron nacer esa
superficial fineza — s i corre la contradicción— que se impuso
así como arquetipo de una actitud novedosa y de una inteli­
gencia aguda.
Un complejo de corrientes, en verdad ya muy menciona­
das en estas páginas: el determinismo materialista, el escepti-i
cismo, el nihilismo ético, el amoralismo nietzscheano, el esteta
cismo, la concepción decimonónica de la libertad, suscitó hacia
fin de siglo — c o n abundante ilustración en la literatura—
cierta divinización del impulso erótico y genésico sin trabas,
m u y diverso, sin embargo, de la trascendente pasión romántica
encarnada en las grandes figuras de 1820 y 1830. L o que le
peculiarizó entonces, en la doctrina del amor libre, fué un sesgo
político-social de protesta contra la regla burguesa y de des­
afío a las convenciones de la generalidad. Tampoco se le c o n ­
cibió (nuestro Roberto de las Carreras vivió entrañablemente
esta actitud) sin el refinamiento y la buscada perversidad d e ­
cadentista, sin la sed de lo extraño y de lo mórbido, sin la
sazón cultural de algo a espaldas y contramano de la natura­
leza. No se le separaba de la urgencia de experiencias nuevas,
vinculadas al valor que las últimas escuelas estéticas habían
asignado a los sentidos, ni se le desgajaba de la rebelión nece­
saria y hasta estrepitosa contra la ética tradicional.
34 NUMERO

Arturo Schopenhauer fué el gran estimulante filosófico


de un caudaloso pesimismo que no deja de ser ingrediente e x ­
traño en época por lo común tan eufórica y esperanzada.
El pensador alemán era más conocido por su divulgadísimo c o ­
cido español de El Amor, las Mujeres y la Muerte que por sus
obras fundamentales, aunque El Mundo como voluntad y re­
presentación se tradujo y difundió a través de la editorial La
España Moderna.
El pesimismo era un resultado del vacío extremo del di­
letantismo y del escepticismo (además de ser una inclinación
constante del alma humana) y un fruto natural en la historia
moderna, de los conflictos y amenazas de la época. Hacia fin
de siglo tuvo el poderoso refuerzo de esa especie de milena-
rismo acongojado que suscitó en algunos la clausura de una
centuria y la iniciación de otra. Mientras unos se exaltaban
ante la perspectiva de lo venidero, otros veían, como Rubén,
que "un gran vuelo de cuervos mancha el azul celeste" y creían
—tan proféticamente— que los sueño de la historia sólo eran
capaces de parir monstruos imprevistos y terribles.
I | El esteticismo, el individualismo, lo biológico, la preocupa­
ción social pusieron por ese tiempo en entredicho, dentro de las
minorías, lo más sustancial de los postulados democráticos.
Libros como el famoso de Henri Bérenger, UAristocratie
intellectuelle, de 1895 ( d e gran influencia sobre Rodó y sobre
C. A. Torres) sistematizaron un debate en el que se alegaba
variablemente o la incompatibilidad del triple lema revolucio­
nario Libertad-lgualdad-Fraternidad con la realidad cósmica
de jerarquía, estructura, lucha e implacable selección, o la con­
tradicción entre la efectividad del progreso científico, obra h e ­
roica de unos pocos, y toda presión, dirección, concurso multi­
tudinario.
El esteticismo enrostró abundosamente al régimen de vida
democrático su presunta fealdad y su inocultable vulgaridad:
tuvo en su requisitoria asombroso aunque efímero éxito.
La preocupación reformadora anarco-socialista denunció
en la democracia occidental la satisfacción puramente política
de la igualdad, escamoteando paramentalmente una positiva
AMBIENTE ESPIRITUAL DEL 900 35

estructura económica jerarquizada por el poder del dinero, d o ­


minador, en las instancias decisivas, del contralor de la opinión
pública y la cultura.
El individualismo planteó, con más estridencia que efica-
/ cia, el presunto conflicto entre la democracia y la aparición y
afirmación de las grandes figuras (en verdad, todo ello al mar­
gen de que el período finisecular las haya producido en abun­
dancia y definiera, en puridad, el último medio histórico m e ­
dianamente propicio a la libre realización personal).
A la difusión de estas ideas, de evidente curso continental,
se juntó en Hispanoamérica la preocupación por la crisis racial.
La raza —confusa noción que oscilaba desde lo histórico-cul-
tural hasta lo b i o l ó g i c o — era concebida, y aun sentida, como
el modo más natural de integración supernacional de las c o m u ­
nidades con características afines. La idea racial había sido
prestigiada por el romanticismo, el positivismo, la sociología
evolucionista y la mayor parte de las corrientes de la época.
Entre 1895 y 1900 aparecieron, casi simultáneamente, varios
libros en los que se denunciaba o presagiaba la decadencia la­
tina y el triunfo inminente de lo sajón o lo eslavo. El más
difundido de ellos fué el de Edmond Desmoláis: A quoi tient
la superiorité des anglo-saxons, de 1897 y traducido en España
dos años después. El tema tuvo, desde este lado del Atlántico,
una modalidad especial. Fué la de la colusión, casi nunca evi­
tada, entre la decadencia de lo español, vencido en Cuba en
? 1898, y la incapacidad de lo mestizo, pronosticada por el ra­
c i s m o arianista, ya entonces actuante. Las dos ideas se ayun­
t a r o n para esparcir una alarma que fué intensa y que se acen­
dró con la presencia y la expansión triunfal de la potencia y
el modelo estadounidense. El Ariel rodoniano se concibió en
ese clima.
Sin ser nuevos, se robustecieron hacia fin de siglo los lazos
;de filiación con lo francés, m u y visibles en la literatura pero
que no lo fueron menos en el orden de las ideas y las doctri­
nas. Respecto a España, hubo una rápida liquidación del pres­
tigio de los grandes nombres de la Restauración ( o generación
del 6 8 ) , aunque Castelar, a través de las innumerables histo-
36 NUMERO

rías de sus años parvos, mantuvo una amplísima circulación en


América. En la última década, el cuarto centenario del descu­
brimiento de América y la guerra de Cuba fueron ocasión de
verbosas, aunque sinceras, exteriorizaciones de lealtad hispá­
nica. En cambio, se inició triunfalmente la irradiación de las
grandes figuras del 98: Unamuno, Barojá, Valle Inclán, M a ­
chado, Azorín, Maeztu. Se vio estimulada por la intensa labor
periodística de algunos de ellos (Unamuno y M a e z t u ) , o por
la corroborante de algunos escritores menores. Francisco
Grandmontagne y José María Salaverría fueron también m u y
leídos e influyentes.
Comenzó, paralelamente, la inquisición rigurosa de lo ame­
ricano en obras de naturaleza panfletaria o de aparatoso argu­
mento científico. (Sólo el Ariel resultó una excepción a estos
rasgos por su brevedad, su seriedad y su carácter programá­
tico. )
La Universidad iberoamericana se halló en esos años rela­
tivamente ausente del proceso creador de la cultura. Asumie­
ron los autodidactos el papel protagónico de la renovación inte­
lectual; tuvieron en la peña del café —completada a veces con
la mal provista biblioteca— el natural sucedáneo de la clase,
del foro y del desaparecido salón.
En realidad, en países c o m o los nuestros, faltos de una
tradición de cultura cabal, con sus zonas forzosamente esotéri­
cas o simplemente difíciles, la autodidaccia o la formación uni­
versitaria no presentan la misma diferencia que asumen en
otras partes. A m b a s se realizan a base de libros extranjeros,
a los que tan poco agrega la exposición servil como la aprehen­
sión tumultuosa y solitaria. Escasos matices hubieran podido
anotarse entre la demorada deglución horaria de la cátedra,
ilustrada por un solo texto (realidad general de nuestra ense­
ñanza hasta hace m u y pocos años) y la lectura ferviente y e m ­
peñosa de un Spencer, un Durkheim, un Cosentini, un Duruy,
un Menéndez Pelayo o un Lanson. Siempre fué el libro, y sólo
el libro, el ineludible vehículo trasmisor de esos contenidos,
cuya diversidad hemos tratado de ordenar.
EMIR RODRIGUEZ MONEGAL

LA GENERACIÓN
APUNTE PRELIMINAR
DEL 900
NO OBEDECE A UN CAPRICHO DE LA MODA LITERARIA la apli­
cación del concepto de generaciones al grupo de escritores
uruguayos del 900. Antes que la publicación sucesiva de textos
capitales actualizara el tema, se había referido la expresión — y
sin sospechar sus proyecciones metodológicas— a la literatura
del período en el Proceso Intelectual del Uruguay de Alberto
Z u m Felde. Es cierto que allí no se desentrañaba (quizá ni
1

se intuía) la problemática del concepto. Pero no es menos cier­


to que se discernían empíricamente, y de manera discontinua,
algunas generaciones en la historia literaria del país, al tiempo
que se dibujaba el mundo histórico-cultural en que se desarro­
llaron.
Este trabajo pretende precisar el examen de Z u m Felde,
recurriendo con tal fin a las conclusiones aportadas por la re­
flexión metodológica más reciente, así como a la información
que facilitan las investigaciones realizadas en los últimos años.
Quizá no sea superfluo indicar que no pretende agotar el tema,
de incalculable vastedad, y que, además, el autor posee clara
conciencia de las limitaciones del procedimiento y, por consi­
guiente, del resultado.

Conviene advertir, desde ya, que aquí se intenta precisar


— y legitimar así sea parcialmente— un concepto de generación
literaria. Resulta, por tanto, marginal toda discusión sobre
la trascendencia historiográfica del término, y no se entrará
a dilucidar si ( c o m o quiere Ortega) es "el concepto más i m -

1. Montevideo, Imprenta Nacional Colorada, 1930, 3 vol. En 1921 había publicado


el autor una Crítica de la literatura uruguaya (Montevideo, Maximino García) que puede
considerarse germen del ProccBo.
38 NUMERO

portante de la Historia y, por decirlo así, el gozne sobre el que


ésta ejecuta sus movimientos" ; o si ( c o m o opina Lain Entral-
2

go)es sólo un "suceso histórico de contorno más o menos con­


vencional". Tampoco se podrá considerar el tema, tan fas­
3

cinante, de la no coetaneidad de las distintas artes — t e m a que


ha generado las especulaciones de P i n d e r — . Esto no significa
4

que no se haya tomado posición en el problema; significa que


tal discusión excede los límites naturales o propuestos del tra­
bajo.
Algunas intuiciones, opiniones o teorías de los filósofos e
historiadores permiten acceder a un concepto válido de gene­
ración. Prescindiendo de algunos nombres importantes (el de
5

Comte, el de Mannheim, por e j e m p l o ) es posible trazar la


evolución del concepto a partir de una afirmación de Stuart
M i l l : " I n each successive age the principal phenomena of so­
ciety are different from what they w e r e in the age preceeding,
and still m o r e different f r o m any previous age: the periods
which most distinctly mark these succesive changes being in­
tervals of one generation, during which a n e w set of human
beings have been educated, have g r o w n up from childhood,
and taken possession of society". Prolonga allí Mill alguna
0

indicación de Comte, señalando concretamente la existencia


de las generaciones históricas, su comunidad de estudios y su
ascenso al poder. En 1875 intenta en Alemania una definición.
Wilhelm Dilthey (a quien y a preocupaba el tema desde su
ensayo sobre Novalis, 1 8 6 5 ) : una generación es " u n estrecho

2. El tema de nuestro tiempo. Madrid, Cnlpc, 1923, pág. 20.


3. Las generaciones en la historio. Madrid, Instituto de Estudios Políticos. 1945,
pág. 281.
4. El problema de las generaciones en la historia del arte de Europa. Buenos Aires.
Editorial Losada. 194G, págs. 173-192.
6. He manejado tres exposiciones o resúmenes de la historia del problema: el de
Julius Petersen: Dio Litcrnrischcn Gcncrntioncn, 1930 (trad. cnst.: Lns generaciones lite­
rarias, en Filosofía de la Ciencia literaria, obra colectiva publicada bajo la dirección de
E. Ermatinger, México, Fondo de Cultura económica, 1946, págs. 137-193) ; el de Pedro
Lain Entralgo en 1945 (ob. cit., págs. 207-264); el de Julián MnrínB en 1949: El método!
histórico de las generaciones (Madrid, Revista de Occidente, 192 págs.). Por su rigor, por
su lucidez, por su sabiduría filosófica, es la última la mejor. Con ella tiene una gran
deuda este trabajo.
6. Citado por Marías, ob. cit., pág. 32.
LA GENERACIÓN DEL 900 39

círculo de individuos que, mediante su dependencia de los


mismos grandes hechos y cambios que se presentaron en la
época de su receptividad, forma un todo homogéneo a pesar
de la diversidad de otros factores". Por su parte, en 1923,
7

Eduardo Wechssler señala: " A distancias desiguales, se pre­


sentan promociones nuevas, m e j o r dicho, los voceros y cabeci­
llas de una nueva juventud que se hallan trabados íntimamente
por supuestos similares, debidos a la situación temporal y, e x ­
ternamente, por su nacimiento dentro de un término limitado
de años". A q u í la fecha de nacimiento aparece c o m o elemento
8

de caracterización, importante aunque externo, y enfrentada


a la de promoción.
Ninguno de estos autores había alcanzado a construir una
teoría de las generaciones y, además, sus observaciones apa­
recían inconexas, sin encontrar fundamento en una concepción
total del mundo y de la historia. En 1923 se publicó la obra
en que por vez primera expondría nítidamente Ortega y Gasset
su idea de las generaciones: El tema de nuestro tiempo. Allí
escribe: "Las variaciones de la sensibilidad vital que son deci­
sivas en la historia se presentan bajo la forma de generación.
Una generación no es un puñado de hombres egregios, ni sim­
plemente una masa: es como un nuevo cuerpo social íntegro,
con su minoría selecta y su muchedumbre, que ha sido lanzado
sobre el ámbito de la existencia con una trayectoria vital d e ­
terminada". 0

No cesará Ortega de elaborar el concepto que se enraiza


en su concepción filosófica más profunda, donde hay que si­
tuarlo para alcanzar su plena intelección. Pero — y esto es m u y
típico de su política literaria— nunca lo explanará totalmente
en un solo cuerpo. Y será necesario rastrearlo a través de unos
quince textos dispersos a lo largo de treinta años, o remitirse
a la exposición coherente y didáctica de Julián Marías. A la

7. Citado por Peterscn, ob. cit., pág. 154.


8. Citado por Peterscn, ob. cit.. p á g . 161.
9. Ob. cit., paga. 19-20. Luín señala atinadamente que a diferencia de Dilthcy
—que se refiere a un estrecho círculo, a una minoría—, Ortega concibe la generación
como un cuerpo social íntegro.
40 NUMERO

definición y a transcripta cabría agregar otras observaciones


complementarias en las que abunda el libro citado. Pero i m ­ 10

porta más ahora ver su desarrollo en trabajos posteriores, como


por ejemplo uno de 1933 que establece la distinción capital ( y a
indicada por Pinder) entre contemporáneos y coetáneos:
1 1

" T o d a actualidad histórica, todo " h o y " , envuelve en rigor tres


tiempos distintos, tres " h o y " diferentes, o dicho de otra ma­
nera, que el presente es rico de tres grandes dimensiones vita­
les, las cuales conviven alojadas en él, quieran o no, trabadas
unas con otras, y por fuerza, al ser diferentes, en esencial hos­
tilidad. " H o y " es para unos veinte años, para otros cuarenta,
para otros sesenta; y eso, que siendo tres modos de vida tan
distintos tengan que ser el mismo " h o y " , declara sobradamente
el dinámico dramatismo, el conflicto y colisión que constituyen
el fondo de la materia histórica, de toda convivencia actual. Y
a la luz de esta advertencia se ve el equívoco oculto en la
aparente claridad de una fecha. 1933 parece un tiempo único,
pero en 1933 viven un muchacho, un hombre maduro y un
anciano, y esa cifra se triplica en tres significados diferentes,
y a la vez abarca los tres: es la unidad en un tiempo histórico
de tres edades distintas. Todos somos contemporáneos, vivi­
mos en el mismo tiempo y atmósfera — e n el mismo m u n d o — ,
pero contribuímos a formarlo de modo diferente. Sólo se coin­
cide con los coetáneos. Los contemporáneos no son coetáneos:
urge distinguir en la historia entre coetaneidad y contempo­
raneidad. Alojados en un mismo tiempo externo y cronológico,
conviven tres tiempos vitales distintos". Cada generación,
12

pues, no actúa sola sino en presencia de otras, contra otras.


Más adelante, precisará Ortega este concepto al señalar
que "la más plena realidad histórica es llevada por hombres
que están en dos etapas distintas de la vida, cada una de

10. Por ejemplo, éeta: "Cada generación representa una cierta actitud vital, desde
la cual se siente la existencia de una manera determinada". (Véase ob. cit., puf?. 21.)
11. Véase, especialmente. La "no contemporaneidad" de lo contemporáneo, ob. cít.,
págs. 45-50.
12. Los tres " h o y " diferentes de cada " h o y " , en La Nación, Buenos Aires, 10-IX-
1033, 29 вес, pág. 1.
£>?n</nc Rodò.
Julio Herrera y Reissig.
LA GENERACIÓN DEL 900 41

quince años: de treinta a cuarenta y cinco, etapa de gestación


o creación y polémica, de cuarenta y cinco a sesenta, etapa de
predominio y mando. Estos últimos viven instalados en el
mundo que han h e c h o : aquéllos están haciendo su mundo. No
caben dos tareas vitales, dos estructuras de la vida más dife­
rentes. Son pues, dos generaciones y — ¡ c o s a paradójica para
las antiguas ideas sobre nuestro asunto!— lo esencial en esas
dos generaciones es que ambas tienen puestas sus manos en
la realidad histórica al mismo tiempo —tanto que tienen p u e s ­
tas las manos unas sobre otras, en pelea— formal o larvada.
Por tanto, lo esencial no es que se suceden, sino, al revés, que
conviven y son contemporáneas, bien que no coetáneas. P e r ­
mítaseme hacer, pues, esta corrección, a todo el pasado de
meditaciones sobre este asunto: lo decisivo en la idea de las
generaciones no es que se suceden, sino que se solapan o e m ­
palman. Siempre hay dos generaciones actuando al mismo
tiempo, con plenitud de actuación, sobre los mismos temas, y
en torno a las mismas cosas, pero con distinto índice de edad
y, por ello, con distinto s e n t i d o " . 13

D e toda esta especulación analítica ha podido extraer Or­


tega, una concisa definición: "El conjunto de los que son coetá­
neos en un círculo de actual convivencia, es una generación.
El concepto de generación no implica, pues, primariamente
más que estas dos notas: tener la misma edad y tener algún
contacto vital". - 1 1

Quedan en pie, sin embargo, algunos problemas de distinta


entidad. Ante todo el que se refiere a la precisión de la edad.
Ortega aclara una confusión en que ha incurrido hasta Huizin-
g a : no se trata de edad matemática, sino vital. " L a edad es,
dentro de la trayectoria vital humana, un cierto m o d o de vivir
— p o r decirlo así; es dentro de nuestra vida total una vida con
su comienzo y su término: se empieza a ser j o v e n y se deja
de ser joven, como se empieza a vivir y se acaba de vivir. ( . . . )
La edad, pues, no es una fecha sino una zona de fechas y tienen

13. El pasado, entraña de lo actual, en La Nación, Buenos Aires, 24-IX-1933,


2 a
вес, púg. 1.
14. Los tres " h o y " , etc., pub. cit.
42 NUMERO

la misma edad, vital e históricamente, no sólo los que nacen


el mismo año, sino los que nacen dentro de una zona de f e ­
chas". 15

Otro problema se refiere a la naturaleza de los cambios


históricos. Ortega deslinda dos posibilidades: A) cuando
cambia algo en nuestro m u n d o ; B) cuando cambia el mundo.
Cada generación postula un cambio en el mundo — c a m b i o que
no suele ser (salvo en caso de crisis histórica) excesivamente
pronunciado—. L o que se modifica es la estructura de las
vigencias. (Marías aclara: " L o s usos sociales, las creencias,
las ideas del tiempo se imponen automáticamente a los indi­
viduos; éstos se encuentran con ellos y con su presión imper­
sonal y anónima; no quiere esto decir que forzosamente hayan
de plegarse a los contenidos vigentes; pero tienen que contar
con ellos, tienen que habérselas con ellos, para aceptarlos o
para rechazarlos, y eso quiere decir tener vigencia".) 1 0

Un tercer problema surge al determinar la duración de


las generaciones. Escribe Ortega: "El sistema de vigencias en
que la forma de la vida humana consiste, dura un período que
casi coincide con los quince años. Una generación es una zona
de quince años durante la cual una cierta forma de vida fué
vigente. La generación sería, pues, la unidad concreta de la
auténtica cronología histórica, o, dicho en otra forma, que la
historia camina y procede por generaciones. A h o r a se c o m ­
prende en qué consiste la afinidad verdadera entre los hombres
de una generación. La afinidad no procede tanto de ellos c o m o
de verse obligados a vivir en un mundo que tiene una forma
determinada y única." 1 7

Con estas consideraciones concluye la parte analítica de la


teoría. Un último problema —determinar la serie histórica de
las generaciones— pertenece ya a la empírica. Y aquí es donde
se abandona el acento afirmativo, la posición sólida, para in­
gresar en el terreno de la hipótesis y, por consiguiente, de la
polémica. Conviene advertir, ante todo, que Ortega no ha de­
terminado la serie; ha esbozado sin embargo, una posible su-

15. Citado por Marías, ob. cit., páff. 99.


16. Ob. cit., pácr. 84.
17. Citado por Marías, ob. cit., pág. 104.
LA GENERACIÓN DEL 900 43

cesión de generaciones, a partir del siglo x i x , y cuya fecha cen­


tral (es decir, el año medio de cada período de quince) sería:
1812, 1827, 1842, 1857, 1872, 1887, 1902, 1917, 1932, 1947. Con
esta hipótesis germinal — t a n peligrosa para quien no sepa
manejarla— se cierra por ahora su teoría que, como señala
Marías, es la única que coloca en su verdadero lugar y da fun­
damento filosófico al problema de las generaciones. 18

Dentro de cada generación histórica pueden deslindarse


pedagógicamente varios grupos o unidades según el punto de
mira que se elija: política, ciencia, arte, etc. Tal procedimien­
to resulta legítimo si no se pretende afirmar que Én la realidad
histórica y a se dan aislados, y, por el contrario, se independizan
( c o n clara conciencia de artificio) las unidades políticas de las
literarias, las científicas de las plásticas. A l aplicar, c o m o se
hace aquí, el método de las generaciones al estudio de un grupo
literario, se conoce perfectamente el margen de convenciona­
lismo, de arbitrariedad, que ello supone. Este margen aumenta
rápidamente si lo que se intenta es determinar no una gene­
ración ideal, sino una específica: la uruguaya del 900. En
efecto, cómo fijar la existencia de tal generación del 900 ( p o r
imprecisa que sea la fecha) si no es apoyándose en una serie
histórica que — y a se ha v i s t o — aún no ha sido determinada.
Así planteado, parece insoluble el problema. Pero si del te­
rreno teórico se pasa al empírico, no es imposible afirmar la
existencia de un importante grupo de escritores — c u y a s cabe­
zas principales serían Viana, Reyles, Rodó, Vaz Ferreira, H e ­
rrera y Reissig, María Eugenia Vaz Ferreira, Sánchez, Quiroga
y Delmira Agustini— que imperan hacia el 1900. Tal grupo
parece postular la existencia de una generación literaria. Del 19

examen de su mundo, de sus vinculaciones, colectivas e inter­


individuales, se intentará extraer los elementos que permitan
fundamentar esta existencia.

18. Es posible señalar algún reparo a la labor tan espléndidamente cumplida por
Marías. En B U afán de reivindicar la originalidad de la teoría de B U maestro, olvida
a veces el papel que les corresponde a otras, como fuentes de su pensamiento. Así, por
ejemplo, Marías expone a Ortega —cuya teoría recién empieza a adquirir cuerpo en
1923— antes de la indudablemente más modesta de Francois Mentré (Les generntions
sociales, 1920). Esta alteración cronológica no parece justificada.
19. Para simplificar cBte estudio he usado, casi siempre, el ejemplo de estos nuevo
«scritoreB. Esto no significa que ellos solos compongan la genoración.
44 NUMERO

II

En su estudio sobre las generaciones literarias establece


Petersen ocho factores básicos que las forman. Aunque no
pueda aceptarse que todos forman ( o determinan) la genera­
ción, y aunque sea necesario afinar en casi todos los casos el
criterio interpretativo, puede resultar provechosa la aplicación
del esquema al grupo del 900. Hay que evitar, sin embargo,
confundirlo con la prueba del 9 de las generaciones. 20

1. Herencia. El grupo del 900 presenta un ejemplo ilus­


tre: Carlos y María Eugenia Vaz Ferreira. No costaría señalar
en el genio de cada uno los rasgos comunes, atribuíbles pre­
suntamente a la herencia familiar: la limpia inteligencia, la
lograda profundidad, la tendencia a la especulación. Podrían
apuntarse también las notas disyuntivas: una organización más
lúcida, más nítida, en la problemática del filósofo; una irre­
sistible vocación metafísica, de caracteres angustiosos, en la
poetisa. El caso de los hermanos Vaz Ferreira no es único.
Podría recordarse en otro plano a Héctor y César Miranda, a
Daniel y Carlos Martínez V i g i l . Por otra parte, no debe
21

concederse demasiada importancia a este " f a c t o r " que confun­


de generación con genealogía.

2. Fecha de nacimiento. Los mayores del grupo (Viana


y Reyles) nacen en 1868; en 1886, la menor, Delmira A g u s -
tini. 22
Queda establecida así una zona de fechas que abarca
diez y ocho años. Apoyándose en esta diferencia, bastante con-

20. En confusión semejante parece haber incurrido Pedro Salinas: El concepto do


generación literaria aplicado a la del 1)8. en Revista de Occidente, año XIII, N ° CL, Ma­
drid, diciembre de 1935, paga. 249-259. El texto ha sido incluido en Literatura española
siglo XX, México, Editorial Séneca, 1941, págs. 43-58.
21. Otro caso: el de Alberto Sánchez, el Gurí, hermano del dramaturgo. Una vez
Roberto J. Payró, entusiasmado por B U inteligencia, le dijo: "Untcd no es el hermano
de Florencio. Florencio es hermano suyo". (Fernando García EBtcban refiere el episo­
dio en Vida de Florencio Sánchez, Stgo. de Chile, Editorial Ercilla, 1939, págs. 153-55.)
22. Rodó nace en 1871; Vaz Ferreira en 1872; en 1875 Herrera y ReiBsig, Sán­
chez y María Eugenia Vaz Ferreira; en 1878, Quiroga.
LA GENERACIÓN DEL 900 45

siderable, sostuvo Vaz Ferreira, en conversación privada, que


le parecía inadecuado hablar de una generación. El lapso p o ­
dría reducirse algo si se atiende a una advertencia, sumamente
pertinente, de Ortega: " . . . las mujeres de una generación son
constitutivamente, y no por azar, un poco más jóvenes que los
hombres de esa generación, dato más importante de lo que a
primera vista p a r e c e " . Habría que tener en cuenta, además,
23

la precocidad de Delmira, que le permitió incorporarse desde


1902, aunque puerilmente, al movimiento literario de sus ma­
yores. 24

3. Elementos educativos. Un rasgo sumamente caracte­


rístico de este grupo es que (con excepción de Vaz Ferreira)
sus integrantes no fueron universitarios. En otra oportunidad
he señalado este divorcio, indicando que las vinculaciones de
sus componentes con la Universidad fueron tenues y azarosas.
En efecto, la mayoría de ellos, no logró títulos universitarios.
(Algunos no aspiraron; otros los menospreciaron.) Y aunque
es cierto que sus nombres pueden resultar lateralmente vincu­
lados a la Universidad — R o d ó fué algunos años catedrático de
Literatura; Rey les fué maestro de conferencias— esos enlaces
casuales parecen acentuar más la falta de un vínculo directo,
central. Frente a la cultura universitaria floreció a fines del
25

siglo la cultura adquirida paciente o penosamente en el libro,


con entusiasmo y distracción en la mesa de café y en el exal­
tado ambiente de los cenáculos. Los escritores del 900 fueron
en realidad autodidactos. 20

La comunidad de lecturas es, por otra parte, m u y visible,


especialmente si se discierne dentro de la unidad los subgrupos
que la integraban y que se deshacían y recomponían incesan­
temente. Un e j e m p l o : hacia 1900, por sus lecturas y hasta por

23. El Pesado, entraña de lo actual, pub. cit.


24. La primera publicación suya que se registra es Poesía, en Rojo y Blanco,
Montevideo, 27-IX-1902.
26. Literatura y Universidad, en Número, año I, N9 2, Montevideo, mayo-junio do
1949, pág. 79.
26. Véase Proceso Intelectual del Uruguay, t. II, págs. 60-55; también, Carlos
Real de Azúa: Ambiento espiritual del 900, en eBto mismo Número.
46 NUMERO

algunos desplantes personales, Roberto de las Carreras y Herre­


ra y Reissig pudieron incorporarse a una corriente anarquista
en la que militaban ya Sánchez y Vasseur; de éstos los aislaba
la posición estética o el ostentoso dandysmo de las actitudes.
Todo esto no significaba, por otra parte, que extrajeran idén­
tica enseñanza de los mismos autores. Baudelaire fué para
Herrera una influencia formativa ( n o sólo de su arte, sino de
su personalidad). R o d ó vio en él, en cambio, una fuente para
la comprensión de cierta sensibilidad exquisita, de alguna in­
vención poética, de la exaltación dionisíaca — q u e , también,
estudió en Nietzsche—, En este mismo Nietzsche se apoyó
27

Reyles para combatir, en La muerte del cisne, la prédica arie-


lista. 28
Lecturas comunes, es cierto, aunque no común asimi­
lación.
Podrían rastrearse otros elementos que, en definitiva, con- |
tribuyen a la formación de una concepción colectiva del mundo. I
Uno, sobre todo, merece decirse: el periodismo. En él se formó
Sánchez. (Recuérdese su primera obra importante: Cartas de
un flojo, 1897.) A él aportaron por largos períodos o aisladas
incursiones mucho de lo m e j o r de su vida y de su obra, Viana,
Rodó, Herrera y Reissig, Quiroga. Incluso podría afirmarse
que llegó a ser, en algunos casos, deformativo. L o fué de Viana,
a quien la falta de rigor y la dura necesidad redujeron a la
fabricación de relatos en serie; lo fué de Rodó, cuyos menes­
teres periodísticos malograron o entorpecieron tanta creación.

4. Comunidad personal. Puede destacarse un hecho sin­


gular: sólo dos de los principales creadores del 900 nacen fue­
ra de Montevideo (Viana en Canelones, Quiroga en S a l t o ) . P e ­
ro éstos también acuden a la capital a estudiar y se vinculan
con los montevideanos. Hay que contemplar, sin embargo, las

27. En «no de loe cuadernos preparatorios de Proteo —el que su autor llamara
Azulejo, por el color de las tapas— pueden vei'Be resúmenes, con transcripciones y co­
mentarios, de Los paraísos artificiales de Baudelaire y de textos de Nietzsche que se
refieren al vino y a la embriaguez como elementos de transformación de la personalidad.
EstoB cuadernos se custodian en el Archivo Rodó.
28. En su eBtudio sobre Reyles ya señalaba Lauxar en 1918 el propósito del escri­
tor y su aprovechamiento de la filosofía de Nietzsche tal como él la interpretaba.
LA GENERACIÓN DEL 900 47

desviaciones o excentricidades. Tres de ellos (Viana, Sánchez,


Quiroga) vivieron parte considerable de su vida en la Argen­
2 0

tina. Allí crearon obras, allí fueron reconocidos o consagrados.


También Reyles residió algún tiempo en Buenos Aires —resi­
dencia que alternaba con dilatados viajes a Europa—.
Esta vinculación entre Montevideo y Buenos Aires — q u e
ha pretextado, con mayor o menor fundamento, la anexión de
algunos de los escritores citados a la literatura argentina— se
robustece por las visitas que todos, sin excepción, han reali­
zado a la Argentina. Y contribuye a subrayar la necesidad,
ya denunciada por muchos, de integrar el estudio de nuestras
letras en el de la literatura rioplatense. A ú n es posible ampliar
el objetivo, ya que si se pretendiera alcanzar la precisión, ha­
bría que establecer un cuadro del 900 proyectado sobre una
perspectiva hispanoameilcana. 30

No se logra la comunidad personal, la conexión interindi­


vidual, por el solo hecho de vivir en la misma ciudad. En las
publicaciones literarias, en los cenáculos, en el trabajo c o m ­
partido del aula, en los periódicos, hay que buscar los puntos
de contacto. Este grupo del 900 conoció las revistas bajo sus
más diversos aspectos, desde la audaz y aislada empresa j u v e ­
nil que fué la Revista del Salto (1899-1900), hasta la más con­
servadora (por eso mismo más duradera) Vida Moderna (1900-
1903). Tampoco faltaron los cenáculos, de signo poético ( c o ­
81

m o el Consistorio del Gay Saber o la Torre de los Panoramas)


o de actitud anárquica ( c o m o el Polo Bamba y el Centro Inter­
nacional de Estudios Sociales). Esta necesaria diversidad de­
nuncia la ausencia de un centro rector, al tiempo que muestra"
el agrupamiento sucesivo y cambiante de los principales v a ­
lores.

29. La situación de Quiroga es la más excéntrica, ya que no sólo se ausentó casi


definitivamente del Uruguay en 1902, sino que vivió durante largos períodos en Misiones,
incomunicado del ambiente literario rioplatense. El mismo señaló su apartamiento en
una carta a José María Delgado que éste transcribe en su Vida y obra do Horacio Qui­
roga, Montevideo, Claudio García y Cía., 1939, págs. 241-42.
30. Cf. Marías, ob. cit., pág. 1G6.
31. Véanse en la Crónica de este mismo Número los trabajos de J. E. Etcheverry,
J. Pereira Rodríguez y E. Rodríguez Monegal sobre las revistas literarias de la época.
48 NUMERO

No toda conexión era del tipo cordial. Y aunque no fal­


taron claros ejemplos — l a amistad no desmentida entre Del-
mira y María Eugenia V a z Ferreira— hubo, hay siempre, gue­
rrillas; hubo polémicas y hasta desafíos caballerescos; hubo
hostilidad y deliberada indiferencia. T o d o esto no podía afec­
32

tar la unidad del grupo, por motivos que Pinder ha denunciado


nítidamente: " L a unidad de problema, c o m o fórmula para una
comunidad generacional, no excluye en m o d o alguno la ten­
sión ni los antagonismos más vigorosos: antes bien hasta re­
quiere la posibilidad de su existencia. Pues sólo implica una
unidad en cuanto a la tarea impuesta, mas no una unidad en
cuanto a la solución" . Más importante que las ocasionales
3 3

discrepancias es estar frente al mismo sistema de vigencias.


Otro elemento de vinculación ( y de antagonismo) fué la
política, que entre 1895 y 1905 llevó varias veces a las armas 1
a los partidos tradicionales. En la nota sobre Rodó y algunos
coetáneos se aporta un ejemplo concreto de divergencia política
dentro del mismo partido. También podría recordarse el caso
(citado por García Esteban) de la intervención de Sánchez y
Quiroga en los dos bandos que se enfrentaron en 1897 ; la 3 1

vinculación de Rodó y Rey les a través del club Vida Nueva fun­
dado en 1901 por el último. Estas conexiones de tipo político
tienden a incorporar el grupo a la generación de la que ha
sido aislado por el análisis, y, por intermedio de ellas, es p o ­
sible lograr un más exacto conocimiento del lugar que le c o ­
rresponde en el ámbito histórico.

5. Experiencias de la generación. Para este grupo la e x ­


periencia fundamental fué el Modernismo. El cambio en la
sensibilidad vital ( q u e reclama Ortega) estaba indicado e x ­
plícitamente por el contenido de Prosas Profanas y Los raros
(ambos de 1896). Los jóvenes del 900 captaron ese cambio

82. Véanse en este mismo Número el artículo sobre Rodó y algunos coetáneos y
las Tres polémicas literarias exhumadas.
33. Ob. cit.,pág. 249.
34. Ob. cit., pag. 48. García Esteban no documenta este suceso que no han reco­
gido los biógrafos de Quiroga.
LA GENERACIÓN DEL 900 49

y apuntaron en sus primeras obras su ansia de nuevas fórmu­


las, de nuevas rutas, de nuevos maestros. Léanse, sucesivamen­
te, el prólogo de las Academias, el estudio de Rodó sobre el
mismo texto (La Novela Nueva) y la hermosa anticipación: El
que vendrá (todos de 1896). Se recoge allí, en variantes esti­
lísticas, una misma situación.
Reyles expresa la ambición de crear un arte " q u e no sea
indiferente a los estremecimientos e inquietudes de la sensi­
bilidad fin de siglo, refinada y complejísima, que trasmita el
eco de las ansias y dolores innombrables que experimentan las
almas atormentadas de nuestra época, y esté pronto a escuchar
hasta los más débiles latidos del corazón moderno, tan enfermo
y gastado"; también señala su respetuoso apartamiento de las
fórmulas galdosianas, que han engendrado "obras verdadera­
mente hermosas, pero locales y epidérmicas, demasiado epidér­
micas para sorprender los estados de alma de la nerviosa gene­
ración actual y satisfacer su curiosidad del misterio de la
v i d a " ; subraya su voluntad de estudio, no de entretenimiento,
y afirma: "la novela moderna debe ser obra de arte tan exqui­
sito que afine la sensibilidad con múltiples y variadas sensacio­
nes, y tan profundo que dilate nuestro concepto de la vida con
una visión nueva y clara"; para concluir con arrogancia, ha­
blando en nombre de su generación: " T e n g o mi verdad y tra­
taré de expresarla valientemente, porque y o , asombrado lector,
humilde y todo, pertenezco a la gloriosa, aunque maltrecha y
ensangrentada falange, que marcha a la conquista del mundo
con un corazón en una mano y una espada en la otra".
Por su parte Rodó sienta el principio de una literatura
universal, apuntando que la intención de Reyles "parecerá pu­
nible a los que defienden, como el sagrado símbolo de la nacio­
nalidad intelectual, el aislamiento receloso y estrecho, la fiereza:
de la independencia literaria, que sólo da de sí una originalidad;
obtenida al precio de la incomunicación y la ignorancia can-;
dorosa; parecerá punible a los huraños de la existencia colee- \
tiva, a quienes es necesario convencer de que la imagen ideal ^
del pensamiento no está en la raíz que se soterra sino en la
copa desplegada a los aires, y de que las fronteras del mapa no
50 NUMERO

son las de la geografía del espíritu, y de que la patria intelec­


tual no es el terruño"; asimismo amplía la perspectiva del no­
velista al exclamar: "rumbos nuevos se abren a nuestras mi­
radas, allí donde las de los que nos precedieron sólo vieron la
sombra, y hay un inmenso anhelo que tienta cada día el hallaz­
go de una nueva luz, el hallazgo de una ruta ignorada, en la
realidad de la vida, en la profundidad de la conciencia".
A estas palabras cabría agregar las de los dos párrafos de
El que vendrá en que explana su esperanza mesiánica: "Entre­
tanto, en nuestro corazón y nuestro pensamiento, hay muchas
ansias a las que nadie ha dado forma, muchos estremecimientos
cuya vibración no ha llegado aun a ningún labio, muchos d o ­
lores para los que el bálsamo nos es desconocido, muchas in­
quietudes para las que todavía no se ha inventado un n o m ­
bre. ( . . . ) Todas las torturas que se han ensayado sobre el v e r ­
b o , todos los refinamientos desesperados del espíritu, no han
bastado a aplacar la infinita sed de expiación del alma humana.
También en la libación de lo extravagante y de lo raro han lle­
gado a las heces, y hoy se abrasan sus labios en la ansiedad de
algo más grande, más humano, más puro. Pero lo esperamos en
vano. En vano nuestras copas vacías se tienden para recibir
el vino n u e v o : caen marchitas y estériles en nuestra heredad,
las ramas de las vides, y está enjuto y trozado el suelo del la­
gar . . . ( . . . ) El vacío de nuestras almas sólo puede ser lle­
nado por un grande amor, por un grande entusiasmo; y este
entusiasmo y ese amor sólo pueden serle inspirados por la
virtud de una palabra nueva. Las sombras de la Duda siguen
pesando en nuestro espíritu. Pero la Duda no es, en nosotros,
ni un abandono ni una voluptuosidad del pensamiento, como
la del escéptico que encuentra en ella curiosa delectación y
"blanda almohada"; ni una actitud austera, fría, segura, como
en los experimentadores; ni siquiera un impulso de desespera­
ción y de soberbia, como en los grandes rebeldes del romanti­
cismo. La Duda es en nosotros un ansioso esperar; una nostal­
gia mezclada de remordimientos, de anhelos, de temores; una
vaga inquietud en la que entra por mucha parte el ansia de
creer, que es casi una c r e e n c i a . . . Esperamos; no sabemos a
LA GENERACIÓN DEL 900 51

quién. Nos llaman; no sabemos de qué mansión remota y os­


cura. También nosotros hemos levantado en nuestro corazón
un templo al dios d e s c o n o c i d o " . 35

La sensibilidad aquí expresada encuentra su ámbito en el


Modernismo.
Por Modernismo (aclaro) no debe entenderse únicamente
la revolución poética promovida por Rubén Darío en las dos
últimas décadas del siglo x i x . Una interpretación tan limita­
da — e n la que incurrió parcialmente Salinas — no parece 3 0

adecuada. Se puede compartir, en cambio, la interpretación


amplia de Federico de Onís: " E l modernismo es la forma his­
pánica de la crisis universal de las letras y del espíritu que
inicia hacia 1885 la disolución del siglo x i x y que se había de
manifestar en el arte, la ciencia, la religión, la política y gra­
dualmente en los demás aspectos de la vida entera, con todos
los caracteres, por lo tanto, de un hondo cambio histórico cuyo
proceso continúa h o y " . 37
Más amplia aún, aunque ya no utili-
zable aquí, es la de Juan Ramón Jiménez: " E l "modernismo",
aceptado en nombre o no por los que le dieron motivo y razón,
el auténtico " m o d e r n i s m o " que, como un río, corría bajo su
propio nombre con destellos ideales y espirituales posibles pa­
ra él, fué, es, seguirá siendo la realidad segura con expresión
accidental mejor o peor, de un cambio universal ansiado, ne­
cesitado hacia 1900, repito: un reencuentro fundamental de
fondo y forma humanos o más que humanos ( y a Nietzsche,
actual y universal por escritura y espíritu, fué un "modernis­
ta' ' en su A l e m a n i a ) . "3 8

El Modernismo aparece incorporando simultáneamente a


la literatura nacional un conjunto de corrientes que en las l e -

35. Laa Academias han sido reeditadas por C García y Cía. (Montevideo, 1940) ;
véanse los textos citados en las pAginas 33-36. Los doB ensayos de Rodó, publicados por
vez primera en la Revista Nacional, fueron recogidos en el primer opúsculo de su autor:
La vida nueva (Montevideo, 1897).
36. El problema del modernismo en España, o un conflicto entro dos espíritus, en
ob. cit., págs. 15-41.
37. Antología de la poesía española e hispanoamericana (1882-1932), Madrid, Cen­
tro de Estudios Históricos, 1934, pág. X V .
38. Crisis del espíritu en la poesía española contemporánea, en Nosotros, 2 época,
a

año V, N9 48-49, Buenos Aires, marzo-abril 1940, pag. 167.


52 NUMERO

tras y el pensamiento europeos ( c o m o ha señalado el mismo de


Onísj se presentaban desvinculadas y, a veces, antagónicas:
Parnaso y Simbolismo, en poesía; naturalismo y psicologismo
¡ e n novela y teatro; positivismo e idealismo en filosofía; socia­
lismo y anarquismo en sociología.' Entendido esto así, parece
10

imposible seguir refiriéndose a una escuela modernista, y sí,


únicamente, a un movimiento modernista ; lo que explicaría,
10

al mismo tiempo, la diversidad de actitudes que una mirada su­


perficial denuncia en el grupo del 900: junto al laborioso ( y
malo) análisis psicológico del primer Viana, la sutileza de
R o d ó ; junto al crudo naturalismo de algunos dramas de Sán­
chez, la barroca arquitectura de ciertos poemas de Herrera y
Reissig. Y a Salinas había señalado oportunamente (contra la
empecinada confusión de Baroja) la distinción capital entre
generación y escuela literaria: " . . . las escuelas literarias no
son otra cosa sino las distintas soluciones que una generación
ofrece a un único problema".' 11

6. Caudillaje. En sentido absoluto no hay ningún cau­


dillo en el grupo, lo que, por otra parte, está de perfecto acuer­
do con el culto de la propia personalidad, con el individualis­
m o acrático, del Modernismo. Hay, en cambio, un modelo o
paradigma, ante quien oscilaron los escritores del grupo entre
la aceptación plena y el desvío consciente: Rubén Darío. Y no
sólo para los poetas; también fué maestro de prosistas: de
Víctor Pérez Petit, cuyos Modernistas ( 1 9 0 3 ) , continuaron (qui-

39. En el prólogo a las Academias mencionaba Rcylcs algunos nombres que repre­
sentaban tales corrientes: Bourget, Huysmans, Barros, Tolstoy, Ibsen, D'Annunzio, Scho-
penhaucr, Wagncr, Stendhal, Renán, los Goncourt. En carta a Rodó del 12-IV-1899 apunta
otros, exclusivamente franceses. Escribe: "Se lee mucho a Baudelaire, a Mallarmó y
Verlaine; algo menos a Moréas, Hercdia, Coppce y Rcgnicr, y poco, aunque también
algo, a Rimbaud, Francis Jammes, Viélé-Griffin y Hugues Rebell. Entre los noveladores
reinan aún los pontífices del naturalismo. Flaubert, Zola y Goncourt, dejándose también
sentir la influencia de Stendhal, Mcrimée, Bourget, Huysmans, Franco y Barres. Remy
de Gourmont, casi todos los poetas y noveladores que escriben en el Mcrcure do Franco»
L'Ermitagc, La Plume y otras revistas de la misma índole, empiezan a leerBe, pero no
puedo decii-sc que inspiren a nadie". (La carta se conserva en el Archivo Rodó.) Véase,
también, el artículo ya citado de Real de Azúa.
40. Véase la distinción que establece JOBO E. Etchevcrry entre Modernismo y No-
vecentismo en B U estudio sobre la Revista Nacional, en este mismo Número.
41. Ob. cit., pág. 64.
LA GENERACIÓN DEL 900 53

sieron continuar) la línea de Los raros; de Rodó, que dedicara


un libro a la exégesis de Prosas profanas, aunque más tarde
— e n su condición de varón americano— llegara a presentarse
casi como antagonista. 42

Pora otra parte, parece evidente el intento del mismo Ro­


dó, de Herrera y Reissig, de imponer su jefatura. Desde el
noble magisterio de Ariel pretendió el j o v e n crítico no sólo
adoctrinar a la "juventud de A m é r i c a " , sino también a su pro­
pia generación, ya que la labor de porvenir que esbozaba le
competía también a ella; tampoco puede ignorarse el propó­
sito que abrigó Herrera de implantar desde la Torre de los
Panoramas, una dictadura poética. La parte de broma que
hubiera en sus decretos o en su actitud de Imperator, no e x ­
cluía la firme voluntad de encauzar en un sentido determinado
la nueva poesía uruguaya. Y si se enfoca colectivamente el
13

problema —si se contempla el conjunto y no sólo las figuras


capitales— parece indudable que tanto Rodó como Herrera
ejercieron una jefatura intelectual o poética sobre sus contem­
poráneos. 41

7. Lenguaje generacional. Nada resulta hoy más eviden­


te. Por encima de la variedad de estilos, se acusa la unidad
de estilo. Su lenguaje es él del Modernismo, con lo que la v o f
implica de renovación de los medios expresivos, de transforma­
ción idiomática, de imaginería verbal. Esta circunstancia no
estatuye la uniformidad; por el contrario, cada uno usó el len­
guaje común, acentuando ciertos efectos o borrándolos; a jus­
tando el ritmo de todos a su propio pulso, a las necesidades de
su escritura.

42. Parte del desvío de Rodó se debió a un incidente personal, de enojosas con­
secuencias —cuyo resumen puede verse en este mismo Número—. Pero quizá lo funda­
mental esté en la circunstancia de que para Rodó, Darío siguió siendo el cantor versa­
llesco y sensual de Prosas profanas: un poeta puro. (Véase, en este sentido, Roberto
Ibáñcz: José Enrique Rodó y lo poesía pura, en Marcha, año IX, N9 877, Montevideo,
2-V-1947, pág. 14.)
43. Véase la Polémica en torno de Herrera y Reissig, en este mismo Número.
44. Actúan aquí dos de los tipos señalados por Petersen: el direclivo y el dirigido.
Su acuerdo contribuye a acentuar la impresión de unidad que, vista desde fuera, pre­
senta la generación.
54 NUMERO

8. Anquilosamiento de la vieja generación. El testimo­


nio, y a invocado, de Reyles y de R o d ó demuestra que la inquie­
tud de los jóvenes no hallaba eco en la obra de sus mayores.
Esto no significa que hubiera que romper, por medio de la
violencia, con la generación anterior. Hasta es posible señalar
en una primerísima etapa un acuerdo cortés que se evidencia,
por ejemplo, en el tono general de la Revista Nacional (1895-
97). 4 5
De esa misma etapa es la afirmación, tan conciliadora,
del j o v e n R o d ó : "Para quien las considera con espíritu capaz
de penetrar, b a j o la corteza de los escolasticismos, en lo dura­
ble y profundo de su acción, las sucesivas transformaciones ?
literarias no se desmienten: se esclarecen, se amplían; no se
destruyen ni anulan: se c o m p l e t a n " . 40

Por otra parte, algunas figuras de la vieja generación con­


tinuarán alternando con los jóvenes. Destaco d o s : Zorrilla de
San Martín, A c e v e d o D í a z . Todo esto resulta normal y a que
47

es éste un período de gestación y, por consiguiente, para los j ó ­


venes es tanto más deseable la interacción de ambas gene­
raciones.
N o menos cierto es, sin embargo, que la publicación de
El extraño de Reyles ( 1 8 9 7 ) , del Rubén Darío de R o d ó ( 1 8 9 9 ) ,
de Los arrecifes de coral de Quiroga (1901) y la fundación de
la Torre de los Panoramas (hacia 1901), significaban un r o m ­
pimiento con la anterior generación, los primeros actos que
conducían a la toma del poder. Esto puede confirmarse, tam­
bién, en las obras colectivas, en el programa de presentación
de las revistas juveniles, desordenada profesión del descontento
y del deseo de renovar el ambiente, que asoma detrás de los
convencionalismos del género. Así, por ejemplo, la Revista Na­
cional de Literatura y Ciencias Sociales expresará en su Pro-

45. VonBe J. E. Etchevcrry, nrt. cit.


4G. La vida nueva, pág. 42.
47. Si se consulta el sumario de lns revistas de la generación ee verá aparecer
ambas firmas entre las de los jóvenes. Esto se debió no sólo a su longevidad —sobre­
vivieron a Herrera y Reissig, a Sánchez, a Delmira, a Rodó—; B U S relaciones con los
jóvenes fueron cordiales y, en algunoB casoB, de verdadera amistad. Un ejemplo: Zorrilla
compartió con Manuel Ugarte y Carlos Vaz Ferreira el honor de ser testigo de la novia
en la boda do Delmira con Enrique Job Royes.
LA GENERACIÓN DEL 900 55

grama la voluntad de "sacudir el marasmo en que yacen por


el momento las fuerzas vivas de la intelectualidad uruguaya".
En el primer número de La Revista traza Herrera y Reissig
el cuadro del m o m e n t o : " . . . la Literatura ( . . . ) es entre nos­
otros o bien un feto que está por nacer, o un pantano que se
pudre en la más vergonzosa estagnación, sin que una sola c o ­
rriente trate de darle vida y sin que sea posible asegurar que,
en tiempo no lejano, llegue a ser considerada c o m o el más
ridículo de los mitos. ( . . . ) Pero, de todos modos y en cual­
quier época los literatos han sido considerados y estimulados
honrosamente y, aquellos tiempos, no lejanos, en que los triun­
fos del orador y del poeta llenaban de aplausos las salas en
que se verificaban los certámenes, forman raro contraste con
estos días de enervamiento y frivolidad, en que no existen cen­
tros literarios, y en que se fundan jootballs, presenciándose, al
revés del triunfo de la cabeza, el triunfo de los pies, y, mien­
tras el Ateneo, no es, en realidad, sino un bello cadáver de
arquitectura que luce su robusta mole frente a la estatua de la
Libertad", Y hasta Vida Moderna — t a n conciliadora, en v e r ­
d a d — no vacila en declarar: " Y a eso venimos; a sacudir el
marasmo en que viven los hombres de pensamiento [aunque
a ñ a d e : ] y a recoger con el respeto y la veneración que mere­
cen, los frutos, de los que a pesar de todo luchan, de los que
trabajan en la sombra, de los que se agotan en estériles esfuer­
zos, condenadas sus obras a no ver jamás la l u z " . 4s

A l reseñar el ensayo de Petersen señala sagazmente Marías


que de los ocho factores indicados, tres se refieren directa­
mente a la vida colectiva (fecha de nacimiento, elementos edu­
cativos, anquilosamiento de la vieja generación) y apuntan a
los mismos elementos que indicaba Ortega bajo el nombre de
zona de fechas y vigencia; dos se refieren a la vida interindi­
vidual (comunidad personal, experiencia de la g e n e r a c i ó n ) ;
otros dos, al grupo abstracto, en este caso literario, que se es-

48. Véanse Revista Nacional, año I, N9 1, Montevideo, 5 de marzo de 1895, pág. 1 ;


La Revista, año I, N9 1, Montevideo, 20 de agosto de 1899, pógs. 1-6; Vida Moderna,
año I, N9 1, Montevideo, noviembre de 1900 ; págs. 5-G.
56 NUMERO

tudia (caudillaje, lenguaje generacional); el primero, en fin,


es de carácter biológico. De aquí cabe deducir fácilmente — y
el examen realizado lo confirma— que únicamente los indica­
dos en primer término apuntan a elementos decisivos en la
determinación de las generaciones.

III

¿Es posible extraer del examen cumplido la convicción de


que el grupo del 900 vivía en un mismo mundo de vigencias;
üe que ios problemas se les planteaban del mismo modo a sus
integrantes? Se ha visto que pese a claras diferencias ( p o r
radicales que parecieran s e r ) , en lo fundamental —zona de
fechas, vigencias compartidas, actitud polémica frente a la g e ­
neración anterior— evidenciaban una postura común. Incluso
pouria anotarse en todos una misma posición frente a la crea-,
cion literaria o intelectual, independiente de la tendencia en
que militasen. Todos la concibieron desde un plano universal,
levantando el punto de mira, incorporando su obra a la gran
tradición literaria occidental ( y no meramente española). Ni
siquiera aquellos que practicaron con voluntad el regionalismo
(Viana, Quiroga, Sánchez, Rey Jes) se redujeron a un estrecho
nacionalismo. Intentaron —aunque no siempre pueda asegu­
rarse que lograron— trascender las limitaciones de lo regional.
Quiroga en Los desterrados, Sánchez en Barranca abajo, levan­
taron luminosos ejemplos. En otro orden, puede asegurarse que
R o d ó construyó su americanismo a escala universal.' " Vaz F e - 1

rreira repensó, desde esta latitud, la problemática del 900.


Herrera y Reissig — c u y o exotismo nadie puede ignorar— es­
bozó en un curiosísimo discurso de 1909 la armonización de lo

49. En curta u Rufino Blanco Fombona de noviembre de 1897 establecía Rodó una
distinción imporLanie entre su americanismo y el de su corresponsal: " Y o profesaré siem­
pre el lema americanista que una vez escribí y que tan grato ha sido a V d . ; pero nos
diferenciamos en que su americanismo me parece un poco belicoso, un poco intolerante;
y yo procuro conciliar con el amor de nuestra América, el de las viejas naciones a las J
que miro con un sentimiento filial". El borrador B C conserva en el Archivo Rodó.
Horacìo Quìroga.
Carlos Vaz Ferreira
LA GENERACIÓN DEL 900 57

primitivo gauchesco con lo primitivo helénico, señalando los


términos de una alianza que la muerte le impidió quizá
tentar. 50

Esta interpretación (es claro) no agota el problema. A p e ­


nas ayuda a concebir los fundamentos sobre los que podrá rea­
lizarse un examen detenido. Habría que proceder ahora a la
reconstrucción del proceso histórico de la generación, trazando,
en primer término, el cuadro total de las vigencias, señalando
luego las distintas etapas por las que pasa (desde su período
de gestación hasta la retirada), para extraer entonces sus ras­
gos más característicos, si} intransferible figura. Tal empresa
— q u e no podría prescindir del estudio de la generación histó­
rica entera— excede los límites de este trabajo. Sólo es posible
apuntar aquí — y a m o d o de anticipo— las líneas fundamen­
tales de tal labor.
Nada cabe agregar a lo enunciado ya con respecto a la
experiencia generacional, sobre todo si se tiene en cuenta la
necesaria referencia^allí indicada) al completo estudio de Car­
los Real de Azúa sobre el Ambiente espiritual del 900. Pero
es imprescindible completar aquellas precisiones con el trazado
de las etapas en que se realiza esta generación.
La proximidad de los años de nacimiento permitía esta­
blecer empíricamente una zona de fechas cuyos topes serían
1865 y 1880. Tomando como base este período, cuya fecha cen­
tral ( d e nacimiento) es 1872, puede establecerse una segunda
etapa (1880-1895) en la que la generación se educa y forma,
y una tercera (1895-1910) que corresponde en este caso al pe­
so. Hacia 1907 expresaba Herrera y Rcissig el programa americanista de su re­
vista La Nueva Atlántida, a travcB de la pluma de su fiel César Miranda: " D a d a la
existencia, por otra parte, en el sentir y en el pensar de los pueblos de América, como
entidad superior —Begún dijo no ha mucho el proBista de Ariel-— de una gran patria
Americana como reBumen y por cima de todas laB patrias pequeñas, urge necesariamente
la publicación de una revista que vivifique ya que parece agotarse por dispcrsu, en un
haz maravilloso, la producción americana, do triunfudorus florescencias de juventud, es­
trechando a la par, para hacerlas más fuertes y más íntimas, IUB relaciones culturales
de América, como único medio de alcanzar, lo más pronto posible y para siempre, en
este continente del Futuro, por sobre desconfianzas y fronterus, como un anhelo secular
del alma colectiva, la suprema armonía de todos los ingenios". (Véase pub. cit., año I,
N9 1, paga. 74-76.) El discurso fúnebre pronunciado en memoria de Alcides de María
está publicado en Lo Razón (2G-V-1909).
58 NUMERO

ríodo llamado de gestación, es decir, el momento en que la gene­


ración accede a la vida pública, señala una actitud de revisión
de valores e intenta imponer su sistema de vigencias. Es un
momento polémico, que apunta contra la anterior generación. 01

La fecha central de esta etapa (1902) es la central de la gene-


1
ración, que debiera llamarse, con mayor precisión, la genera­
ción de 1902. 62
Una cuarta etapa (1910-1925) muestra a la
unidad ya en el poder, cumpliendo su gestión y enfrentándose
¡ con una generación más nueva que la combate e intenta su­
plantarla. La última etapa (1925-1940) señala la retirada, que
no es lícito entender en términos absolutos.
De las cinco etapas fijadas empíricamente dos revisten par­
ticular importancia: la tercera y la cuarta. En esta generación
se da un caso singular: la más intensa no es esta última sino
la etapa anterior. En efecto, en los quince años que corren
desde 1895 se producen y publican algunas de las obras capi­
tales del grupo. El período se abre con los libros, inmaduros
o precursores, de un Roberto de las Carreras: Al lector (1894)
y Sueño de Oriente ( 1 8 9 9 ) ; con las más ambiciosas narracio-
}./ nes de Viana: Campo ( 1 8 9 6 ) , Gaucha (1899) y Gurí y otras
novelas ( 1 9 0 1 ) ; con las Academias modernistas de R e y l e s : /
Primitivo ( 1 8 9 6 ) , El extraño ( 1 8 9 7 ) , El sueño de Rapiña
( 1 8 9 8 ) ; Vaz Ferreira renueva la enseñanza y las concepciones
vigentes con la Psicología experimental ( 1 8 9 7 ) ; Rodó publica
trabajos significativos, de j o v e n madurez: La vida nueva
( 1 8 9 7 ) , Rubén Darío (1899) y Ariel ( 1 9 0 0 ) . Entre 1903 y
, 1905, estrena Sánchez, vertiginosamente sus mejores piezas:
1 M'hijo el dotor ( 1 9 0 3 ) , La gringa ( 1 9 0 4 ) , Barranca abajo, Los
muertos, En familia ( 1 9 0 5 ) . Los poetas aparecen algo retra­
sados. Los arrecifes de coral (1901) de Quiroga es obra inma- •
dura y agria; señala, además, una vocación errónea. Tampoco

51. Con respecto a la polémica entro generaciones ha expresado Ortega: " N o es,
por fuerza, de signo negativo, sino que, al contrario, la polémica constitutiva de las
generaciones tiene en la normalidad histórica la forma, o es formalmente secuencia, dis­
cipulado, colaboración y prolongación de la anterior por la subsecuente". (Véase Los tres
" h o y " , etc., en pub. cit.)
52. Recuérdese que Ortega había detex-minado también para España una genera­
ción cuya fecha central era también 1902.
LA GENERACIÓN DEL 900 59

facilitan las primeras obras de Herrera y Reissig una imagen


cabal de su poesía; habrá que esperar a Las Pascuas del Tiempo ¿!

( 1 9 0 1 ) , a Los Maitines de la noche ( 1 9 0 2 ) , a La Vida (1903),"


para descubrir las posibilidades del gran lírico —aunque su
m e j o r producción se logre más tarde aún, entre 1904 y 1909.
Tampoco puede olvidarse el extraordinario florecimiento de
las revistas en este período, desde la perdurable Revista Nacio­
nal (1895-97) hasta la fugaz Nueva Atlántida ( 1 9 0 7 ) .
Los últimos años ofrecen una asombrosa producción. Cabe
señalar, por lo menos, las siguientes obras: cuatro de Vaz F e -
rreira: Problemas de la libertad ( 1 9 0 7 ) , Moral para intelec­
tuales ( 1 9 0 8 ) , Pragmatismo (1909) y Lógica viva ( 1 9 1 0 ) ; la
dostoievskiana Historia de un amor turbio y Los perseguidos
(1908) de Quiroga; Motivos de Proteo (1909) de R o d ó ; Los
peregrinos de piedra (1910) de Herrera y R e i s s i g ; los Cantos 53

de la mañana (1910) de Delmira Agustini; La muerte del cisne


(1910) de R e y les; Macachines (1910) de Viana. Este mismo es­
plendor se compensa, cruelmente, con la desaparición en 1910
de Herrera y Reissig y Sánchez. La muerte no tiene para
51

ambos el mismo significado: Florencio fallece en el colmo de


su fama, impuesto ya su teatro; Julio Herrera muere en plena
lucha, negado por muchos, exaltado ilimitadamente por otros.
Para el primero este período no fué sólo de gestación; para el
segundo, la gestión la realizaría la propia obra, cuya influencia
sobre la generación siguiente no cesó de crecer, hasta conver­
tirse en voz directriz para la poesía ultraísta. 55

La cuarta etapa ofrece también su cosecha de muertes.


Después de la culminación de Los cálices vacíos (1913) y an­
tes de publicar Los astros del abismo, muere asesinada, en 1914,

53. Julio Herrera preparó la edición de Los peregrinos. En BU Archivo BO cus­


todian pruebas de galera corregidas por él miBmo. Por otra parte, la primera edición
dice en su portada la fecha de impresión: 1009. Causas circunstanciales retrasaron la
impresión total de la obra y el poeta murió antes de poder verla concluida y en las
librerías.
54. Es asombrosa la coincidencia cronológica de Herrera y Sánchez. El primero
nació el 9 de enero de 1875; el segundo el 17 de enero del mismo año. Murieron, res­
pectivamente, el 18 de marzo y el 7 de noviembre de 1910.
55. Véase Guillermo de Torre: Literaturas europeas de vanguardia, Madrid, Caro
Kaggio, 1925, págs. 114-124.
60 NUMERO

Delmira. R o d ó explana su magisterio en El Mirador de Prós­


pero ( 1 9 1 3 ) , pero fallece (1917) antes de completar Proteo.
(Editores postumos, no siempre bien intencionados, se encar­
gan de El camino de Paros, 1918, y del incompleto Epistolario,
1921.) Hacia el final del período, mueren María Eugenia Vaz
Ferreira ( 1 9 2 4 ) , que alcanzó a preparar una rigurosa auto-
antología: La isla de los cánticos, y Javier de Viana (1926) que,
con criterio simétricamente opuesto, abundó en títulos de irri­
tante, de reiterada mediocridad, convirtiéndose en el best-se­
ller de la generación. Por otra parte, mucho antes de su muerte
había perdido el narrador toda auténtica significación litera­
ria; mientras que los últimos años de María Eugenia estuvie­
ron ensombrecidos por la locura.
El grupo quedó reducido a tres figuras mayores (Reyles,
Vaz, Q u i r o g a ) . En esos años alcanzan plena madurez. Qui-
roga publica sucesivamente: Cuentos de amor de locura y de
muerte ( 1 9 1 7 ) , Cuentos de la selva ( 1 9 1 8 ) , El salvaje y Las
sacrificadas ( 1 9 2 0 ) , Anaconda ( 1 9 2 1 ) , El desierto ( 1 9 2 4 ) , La
gallina degollada y otros cuentos (1925) y Los desterrados
( 1 9 2 6 ) . Vaz Ferreira recogerá su enseñanza viva en algunos
libros ocasionales, sin sistematizar nunca su pensamiento: So­
bre la propiedad de la tierra ( 1 9 1 8 ) , y Estudios pedagógicos
(1921-22). Reyles publica El terruño ( 1 9 1 6 ) , los Diálogos olím­
picos (1919) y El embrujo de Sevilla ( 1 9 2 1 ) . El éxito reso­
nante de esta última novela no puede disimular, sin embargo,
que su autor estaba ya agotado c o m o creador y que casi todas
sus novelas son intentos, no siempre afortunados, de dilatar un
suceso ya ejecutado c o m o c u e n t o . 00

Este período de gestión no alcanzó la significación nece­


saria precisamente por la ausencia irreemplazable o por la neu­
tralización de tantas figuras. Por su parte, la guerra del 14
-—y su desorientada postguerra— ejemplificarían un cambio en
la sensibilidad vital que habría de clausurar, en gran medida,
la vigencia de toda la generación.

56. Véase el estudio de Mario Benedetti sobre Reyles en este mismo Número.
LA GENERACIÓN DEL 900 61

En la última etapa escasean los títulos. Quiroga publica


una mala novela (Pasado amor, 1929) y un volumen de cuen­
tos desiguales (Más allá, 1 9 3 5 ) ; Vaz Ferreira dos obras signi­
ficativas: Sobre feminismo (1933) y Fermentario (1938), Rey-
Íes cuatro: El gaucho Florido ( 1 9 3 5 ) , Incitaciones ( 1 9 3 6 ) , Ego
Sum y A batallas de amor... (ambas de 1939, postumas).
Gracias a editores perfectibles realiza Rodó una fugaz reapa­
rición: los Últimos Motivos de Proteo ( 1 9 3 0 ) . En 1937 se sui­
cida Quiroga; Rey les muere al año siguiente; Vaz Ferreira los
sobrevive y se sobrevive, aportando un luminoso ejemplo de
longevidad en una generación que estuvo retaceada por la
muerte.
La temprana desaparición de muchos de sus creadores más
significativos reduce la actuación colectiva de esta generación
— n o la aislada de cada individuo— a un lapso de unos treinta
años: 1895-1925. Esto si afectó a su obra —producida intensa­
mente, en breve espacio— no afectó a su vigencia. Por el con­
trario, la generación que debió enfrentarla y que la sucedió, no
sostuvo una actitud iconoclasta. Prolongó, dentro de lo posi­
ble, con ejemplar docilidad, su enseñanza poética e intelectual.
(El único realmente negado fué Rodó, quizá por lo mismo que
su obra poseía mayor densidad, comprometía más ancho campo.
Pero hoy es posible advertir que esa negación dejó intactos
los fundamentos éticos y estéticos de su obra.)
Esta misma aquiescencia de los herederos podría explicar
la impostergable necesidad que todos sienten ahora de proceder
a la revisión de valores de este grupo literario, de esta genera­
ción del 900. Como una contribución a esa tarea se han trazado
estos apuntes.
I.
VALORACIONES

U N A P A L A B R A sobre algunas ausencias. Se ha preferido


examinar individualmente la vigencia de cada creador —es de-
cir: la zona de su obra que hoy ofrece mayor significado o la
que ha sido menos estudiada—, a la consideración colectiva de
cada género, de cada corriente. Se ha querido ganar así en la
precisión de los valores lo que pueda haberse perdido en am­
pliación del campo visual, en panorama. Sólo de haber predo­
minado este último criterio resultaría inexcusable la omisión
de un Roberto de las Carreras, de un Alvaro Armando Vasseur,
de un Víctor Pérez Petit, de un Ernesto Herrera, para citar
algunos ejemplos que el recuerdo evoca rápidamente.
ARTURO ARDAO

LA CONCIENCIA
FILOSÓFICA DE RODÓ'
I

R O D Ó N O F U É U N P E N S A D O R sistemático. No lo fué en los


planos psicológico y ético, aquellos en los que, desde el punto de
vista filosófico, más se detuvo. Menos pudo serlo en el de la fi­
losofía primera, al que evitó siempre deslizarse cada vez que la
pluma lo condujo hasta él. Pero si no hay sistema elaborado
ni doctrina orgánica en sus escritos, un conjunto coherente de
meditaciones, esporádicamente ofrecidas, nos aproxima de
alguna manera a sus convicciones fundamentales. Aunque no
gustara nombrarlas, se van revelando a través de la persis­
tente inquietud gnoseológica y metafísica que pasa, en un
estremecimiento de espiritualidad entrañable, por entre los
mármoles y los bronces de su prosa.
No existen dudas respecto a dónde se hallan sus fuentes
filosóficas iniciales. Se hallan en el positivismo.
Como en toda América, el positivismo tenía gran ascen­
diente en la Universidad de Montevideo en los años de su for­
mación. A l largo reinado del esplritualismo ecléctico había
seguido en las aulas, en las dos últimas décadas del siglo, la
entronización del espíritu ciencista, especialmente en la direc­
ción del evolucionismo spenceriano. El influjo sobre R o d ó se
hace y a visible en la asiduidad y reverencia con que cita, desde
los escritos primerizos de la Revista Nacional, en 1895 y 1896,
hasta las páginas más maduras de su obra, a los primaces posi-

* De este trabajo, escrito en 1947, sólo dimos a conocer entonces un breve frag­
mento. Nos detuvo el anuncio de la publicación de materiales inéditos de Rodó que
lo presentarían bajo una nueva imagen. Como esa publicación no ha sido hecha aún,
lo damos ahora, en la oportunidad del cincuentenario de Ariel, tal como fué concebido
inicialmente. Sírvanos de justificación la esperanza de que estas páginas, limitadas a
una exégesis de la conciencia agonista del Maestro apoyándose exclusivamente en B U
obra edita, resulten acaso una contribución a esa misma imagen que ee anuncia.— A . A .
66 NUMERO

tivistas de Francia e Inglaterra. En particular a Renán y Spen-


cer, los autores de quienes, junto con Guyau y Taine, más se
benefició en el campo de las ideas generales.

Pero él mismo se encargó de reconocerlo expresamente.


L o hizo en términos formales en 1899, al finalizar su ensayo
sobre Rubén D a r í o :

" Y o pertenezco con toda mi alma a la gran reacción que da


carácter y sentido a la evolución del pensamiento en las postrime­
rías de este siglo; a la reacción que, partiendo del naturalismo lite- \
rario y del positivismo filosófico, los conduce, sin desvirtuarlos en I
lo que tienen de fecundos, a disolverse en concepciones más altas."

N o se puede exigir, dentro de la síntesis, mayor precisión.


Toda su trayectoria espiritual, anterior y posterior, se halla
encerrada en esa frase. Surgido en el seno del positivismo
— d e l cual el realismo naturalista llegó a ser, en cierto m o ­
mento, su modalidad estética— militó en el movimiento fini­
secular que quiso, sin negarlo esencialmente, superarlo. Sus
ideas sobre el conocimiento c o m o su actitud frente a lo real,
aspiraron a ser, en una preocupación que atraviesa toda su
obra, las de un positivista emancipado. Un positivista que
conduce a su doctrina, "sin desvirtuarla en lo que tiene de
i fecundo, a disolverse en concepciones más altas".

II

L o que a su juicio tenía de fecundo el positivismo lo explí­


cito en 1910 en un estudio sobre el colombiano Carlos Arturo
Torres que forma parte de El Mirador de Próspero. Señaló
1

allí lo evidente de su oportunidad histórica:

. . . "ya en el terreno de la pura filosofía, donde vino a abatir idea-


| lismos agotados y estériles; ya en el de la imaginación artística, a
\ la cual libertó, después de la orgía de los románticos, de fantasmas

1. Rumbos Nuevos.
RODO 67

y quimeras; ya, finalmente, en el de la práctica y la acción, a las


que trajo un contacto más íntimo con la realidad."

Oportunidad histórica que ha dado sus frutos:

"La iniciación positivista dejó en nosotros, para lo especulativo


| í - como para lo de la práctica y la acción, su potente sentido de rela­
ja tividad; la justa consideración de las realidades terrenas; la vigilan­
cia e insistencia del espíritu crítico; la desconfianza para las afir­
maciones absolutas; el respeto de las condiciones de tiempo y de
lugar; la cuidadosa adaptación de los medios a los fines; el recono­
cimiento del valor del hecho mínimo y del esfuerzo lento y paciente
en cualquier género de obra; el desdén de la intención ilusa, del
arrebato estéril, de la vana anticipación."

Ese reconocimiento de los aspectos favorables de la d o c ­


trina iba unido en su espíritu a una veneración profunda por
la ciencia experimental, asentada en una lúcida comprensión
de su metodología lógica, su historia, sus contenidos y sus r e ­
sultados. Su adhesión a la ciencia es manifiesta en las páginas
de Ariel. La defiende allí del reproche de fomentar el espíritu i
de utilidad, o de dañar el de religiosidad o el de poesía, sos­
teniendo que es, por el contrario, uno de los dos insustituibles
soportes sobre los que descansa nuestra civilización; el otro
es la democracia que, a su vez, recibe poderosos fundamentos ¡
de la propia ciencia, fuente inagotable de inspiraciones morales.
Pero muestra especialmente su identificación con el espí­
ritu de la ciencia en Motivos de Proteo, cuando exalta el t e m ­
peramento científico de Leonardo, cuando trata de los viajes
en la revelación y el desenvolvimiento de las vocaciones cien­
tíficas, y, sobre todo, cuando discurre a propósito de la apti­
tud científica haciendo un penetrante análisis de las relacio­
nes entre filosofía y ciencia, entre ciencias abstractas y cien­
cias concretas, entre ciencias naturales y ciencias del espíritu,
entre ciencia teórica y ciencia aplicada, desarrollado en una
feliz combinación de los puntos de vista lógico y psicológico,
que revela, c o m o pocas de sus páginas, la severidad de su dis­
ciplina mental. 2

2. Fragmentos XLI, XCVII. CVin.


68 NUMERO

Declara, empero, en el citado trabajo sobre Torres:

"El positivismo, que es la piedra angular de nuestra formación


intelectual, no es ya la cúpula que la remata y corona." Sucumbe
a dos exigencias fundamentales del espíritu, relativa una al conoci­
miento y la otra a la acción: "así como, en la esfera de la especu­
lación, reivindicamos, contra los muros insalvables de la indagación
positivista, la permanencia indómita, la sublime terquedad del anhelo
ciue excita a la criatura humana a encararse con lo fundamental del
misterio que la envuelve, así, en la esfera de la vida y en el criterio
¡de sus actividades, tendemos a restituir a las ideas como norma y
íobjeto de los humanos propósitos, muchos de los fueros de la sobe­
ranía que les arrebatara el desbordado empuje de la utilidad". (Leal,
no obstante, a sus grandes maestros, cree necesario hacer la salvedad
de "que si el espíritu positivista se saborea en las fuentes, en las
cumbres, un Comte o un Spencer, un Taine o un Renán, la sobe­
rana calidad del pensamiento y la alteza constante del punto de
J mira infunden un sentimiento de estoica idealidad, exaltador, y en
¡ningún caso depresivo, de las más nobles facultades y las más altas
aspiraciones".)

La insatisfacción frente a la estrechez positivista la había


expresado magistralmente desde la primera hora en La Novela
Nueva y en El Que Vendrá, escritos aparecidos en la Revista
Nacional, en 1896, antes de que los reuniera en un opúsculo
al año siguiente.
En el primero de ellos manifestaba:

"La dirección de nuestro pensamiento, la nota tónica de nues­


tra armonía intelectual, el temple de nuestro corazón y nuestra alma,
son hoy distintos de lo que fueron en tiempos en que sucedía el
imperio de una austera razón a la aurora bulliciosa del siglo, y sólo
estaba en pie, sobre el desierto donde el fracaso de la labor ideal
de generaciones que habían sido guiadas por el Entusiasmo y el
Ensueño parecía haber amontonado las ruinas de todas las ilusiones
humanas, el árbol firme y escueto de la ciencia experimental, a cuya
sombra se alzaba, como el banco de piedra del camino, la literatura
de la observación y del hecho. Un soplo tempestuoso de renovación
ha agitado en sus profundidades al espíritu; mil cosas que se creían
para siempre desaparecidas, se han realzado; mil cosas que se creían
conquistadas para siempre, han perdido su fuerza y su virtud; rum­
bos nuevos se abren a nuestras miradas allí donde las de los que
nos precedieron sólo vieron la sombra, y hay un inmenso anhelo
RODO 69

que tienta cada día el hallazgo de una nueva luz, el hallazgo de


una ruta ignorada, en la realidad de la vida y en la profundidad
de la conciencia."

Nuevas fórmulas estéticas reclama y anuncia. Pero para


que traduzcan los estremecimientos y presagios de la concien­
cia de su tiempo, descreída de los dogmas positivistas sin que
la fe nueva le hubiera llegado todavía. Es lo que hace par­
ticularmente en El Que Vendrá, verdadera j o y a ideológica
fuera de artística, que si en su intención inmediata fué una
profecía estética, en un sentido más profundo fué una confe­
sión filosófica. En sus párrafos conmovidos, era una genera­
ción la que hablaba. Con acento patético y en un lenguaje
universal, expresaba el vacío que siguió en los espíritus a la
caída del positivismo como visión científica del universo y /¡
concepción mecanicista de la existencia humana. Difícilmente
en otro documento, americano o europeo, se recoge como en
esas páginas suyas la dramática vivencia de aquella desolación
filosófica finisecular, para la que no encuentra otra salida que
el entusiasmo y el amor "inspirados por la virtud de una p a <
labra nueva '}3

Su pluma juvenil pasa allí revista, a través de las escue­


las literarias, a la parábola moral del siglo. Después de la
gran fiesta romántica, el imperio de la escuela naturalista.
La acusación que le dirige apunta directamente a la filosofía
de que era engendro:

"Quiso ella alejar del ambiente de las almas la tentación del


misterio, cerrando en derredor el espacio que concedía a sus mira­
das, la línea firme y segura del horizonte positivo; y el misterio
indomable se ha levantado, más imperioso que nunca en nuestro
I cielo, para volver a trazar, ante nuestra conciencia acongojada, su
% martirizante y pavorosa interrogación."

Estallaron las protestas.

Unos se alzaron "poseídos de un insensato furor contra la rea­


lidad, que no pudo dar de sí el consuelo de la vida, y contra la

8. Del autor: Esplritualismo y Positivismo en el Uruguay (en prensa).


70 NUMERO

Ciencia, que no pudo ser todopoderosa". Otros "volvieron en la


actitud del hijo pródigo a las puertas del viejo hogar abandonado
del espíritu, ya por las sendas nuevas que traza la sombra de la
cruz, engrandeciéndose misteriosamente entre los postreros arrebo­
les de este siglo en ocaso, ya por las rutas sombrías que conducen
a Oriente". Nada de eso lo conforma: " E l vacío de nuestras almas
sólo puede ser llenado por un grande amor, por un grande entu­
siasmo; y este entusiasmo y ese amor sólo pueden serles inspirados
por la virtud de una palabra nueva. Las sombras de la Duda siguen
pesando en nuestro espíritu. Pero la Duda no es, en nosotros, ni un
abandono y una voluptuosidad del pensamiento, como la del escép-
tico que encuentra en ella curiosa delectación y blanda almohada;
ni una actitud austera, fría, segura, como en los experimentadores;
ni siquiera un impulso de desesperación y de soberbia como en los
grandes rebeldes del romanticismo. La Duda es en nosotros un an­
sioso esperar; una nostalgia mezclada de remordimientos, de anhelos,
de temores; una vaga inquietud en la que entra por mucha parte
el ansia de creer que es casi una creencia. . . Esperamos; no sabe­
mos a quien. Nos llaman; no sabemos de qué mansión remota y
obscura. También nosotros hemos levantado en nuestro corazón un
templo al dios desconocido".

Desde el abismo R o d ó izaba la esperanza; el anhelante


presentimiento de una revelación cuya divisa no podía, sin e m ­
bargo, adivinar. Ese presentimiento, tal c o m o lo formuló allí,
n o traducía una actitud racional, no definía una posición de
la inteligencia. Era sólo, lo que acrece en cierto sentido su
.interés documental y humano, la efusión afectiva de una nos-
Italgia intelectual. P e r o un pasaje de La Novela Nueva —del
mismo año, según y a d i j i m o s — , encierra, en cambio, el desa-
S fío de la razón al enigma metafísico:

"Creo en los pueblos jóvenes. Pero si la juventud del espíritu


significase sólo la despreocupación riente del pensar, el abandono
para el que todos los clamores de la vida son arrullo, la embriaguez
de lo efímero, la ignorancia de las visiones que estremecen y el des­
dén de la esfinge que interroga, sería bien triste privilegio el de la
juventud, y yo no cambiaría, por la eternidad de sus confianzas, un
solo instante de la lucha viril en que los brazos fuertes desgarran
jirones de la sombra y en que el púgil del pensamiento se bate
cuerpo a cuerpo con la Duda."
RODO 71

Perdura cuatro años más tarde la vibración de ese trance,


vertido en expresiones que por momentos son casi las mismas,
en el proemio del Ariel. R o d ó , que es Próspero, es también,
a las veces, el grupo j u v e n i l a quien el maestro adoctrina.
El discurso de éste constituye, en cierto m o d o , un diálogo del
I; autor con sus demonios interiores.
Les recuerda las pasadas tribulaciones:

"Vuestras primeras páginas, las confesiones que nos habéis he­


cho hasta ahora de vuestro mundo íntimo, hablan de indecisión y
de estupor a menudo; nunca de enervación, ni de un definitivo que­
branto de la voluntad. . . Cuando un grito de angustia ha ascen­
dido del fondo de vuestro corazón, no lo habéis sofocado antes de
pasar por vuestros labios, con la austera y muda altivez del estoico
en el suplicio, pero lo habéis terminado con una invocación al ideal
que vendrá, con una nota de esperanza mesiánica." Y en seguida
agrega, dándole todo su imperio a la libertad crítica de la razón:
"Por lo demás, al hablaros del entusiasmo y la esperanza, como de
altas y fecundas virtudes, no es mi propósito enseñaros a trazar la
línea infranqueable que separe el escepticismo de la fe, la decepción
de la alegría. . . Ninguna firme educación de la inteligencia puede
fundarse en el aislamiento candoroso o en la ignorancia voluntaria.
Todo problema propuesto al pensamiento humano por la Duda; toda
sincera reconvención que sobre Dios o la Naturaleza se fulmine,
del seno del desaliento y el dolor, tienen derecho a que les dejemos
llegar a nuestra conciencia y a que los afrontemos. Nuestra fuerza
de corazón ha de probarse aceptando el reto de la Esfinge y no
esquivando su interrogación formidable."

| Réplica a la evasiva filosófica del positivismo. Pero al


mismo tiempo, arrogancia racional que erguía, con melancó-J
lico gesto, frente a la confortable atracción de la fe tradicio­
nal. Quedaba atrás la espera profética de El Que Vendrá, que
había sido más que nada un angustioso l l a m a d o : "¡Revelador!
¡Revelador!". La inteligencia asumía su responsabilidad; la
empresa metafísica era postulada.

III

Partiendo del positivismo filosófico, había dicho R o d ó en


1899, se trataba para el pensamiento de su época de conducirlo,
72 NUMERO

sin desvirtuarlo, a disolverse en concepciones más altas. ¿Cómo


entendía él esas concepciones? Las llamó con un nombre ge­
nérico que usó profusamente: el idealismo. La afirmación del
idealismo está presente, expresa o tácitamente, en todas las
producciones anteriores a Ariel; es la nota insistente del dis­
curso de Próspero; y cuando el Rodó maduro arquea, en el
estudio sobre Torres, la conciencia filosófica de su generación,
es el término que encuentra para nombrar su carácter:

" N o cabe duda de que las más interesantes, enérgicas y origi­


nales direcciones del espíritu contemporáneo, en su labor de ver­
dad y de belleza, convergen dentro de un carácter de idealismo, que
progresivamente se define y propaga."

Recordando, no obstante, cuánto debe a la formación p o ­


sitivista — q u e era en lo especulativo, c o m o vimos, el "potente
. sentido de relatividad; la justa consideración de las realidades
\ terrenas; la vigilancia e insistencia del espíritu crítico; la des­
confianza para las afirmaciones absolutas"— cree necesario
precisar el alcance gnoseológico de aquella definición:

"Sólo que nuestro idealismo no se parece al idealismo de nues­


tros abuelos, los espiritualistas y románticos de 1830, los revolucio­
narios y utopistas de 1848. Se interpone, entre ambos caracteres de
idealidad, el positivismo de nuestros padres. Ninguna enérgica di­
rección del pensamiento pasa sin dilatarse de algún modo dentro de
aquella que la sustituye. . . Somos los neo-idealistas, o procuramos
ser, como el nauta que yendo, desplegadas las velas, mar adentro,
tiene confiado el timón a brazos firmes, y muy a mano la carta de
marear, y a su gente muy disciplinada y sobre aviso contra los enga­
ños de la onda."

Por estos párrafos pasa su meridiano filosófico. Ellos lo


sitúan en el campo del conocimiento en una característica
actitud de cautela crítica. Se ha visto cuan exigente era su
necesidad de creer, con qué fuerza rechazaba desde lo más
íntimo la resignación escéptica. Un robusto instinto de equi­
librio intelectual lo defiende, empero, de la especulación in­
controlada, a base de generalizaciones abstractas y conclusio-
RODO 73

nes absolutas. En el mismo pasaje saluda, entre las nuevas


corrientes que llama idealistas, "el poderoso aliento de re­
construcción metafísica de Renouvier, Bergson y Boutroux".
P e r o no se enfeuda a ninguno. Apresando el sentido más
sutil de las tendencias de su tiempo, h u y e de la construcción
sistemática, comprensivamente advertido, de acuerdo con esas
mismas tendencias, de las celadas encubiertas en las relacio­
nes entre el lenguaje y el pensamiento, así c o m o entre la psi­
cología y la lógica de la inteligencia. M e r e c e subrayarse de
especial m o d o este aspecto de su posición mental.

' 'El lenguaje —escribe en Motivos de Proteo— instrumento de


comunicación social, está hecho para significar géneros, especies,
cualidades comunes de representaciones semejantes. Expresa el len­
guaje lo impersonal de la emoción; nunca podrá expresar lo personal
hasta el punto de que no queden de ello cosas inefables, las más
sutiles, las más delicadas, las más hondas. . . Piedras, piedras irre­
gulares con que intentamos cubrir espacios ideales, son las palabras."

El intelectualismo abstraccionista del lenguaje es denun­


ciado ahí teniendo en cuenta, ante todo, la subjetividad del
sentimiento. En otro pasaje lo es desde el punto de vista de
las propias ideas:

" N o ya la inmutabilidad del dogma en que una idea cristaliza,


y la tiranía de la realidad a que se adapta al trascender a la acción:
el solo, leve peso de la palabra con que la nombramos y clasifica­
mos, es un obstáculo que a menudo basta para trabar y malograr,
en lo interior de las conciencias, la fecunda libertad de su vuelo.
La necesidad de clasificar y poner nombre a nuestras maneras de
pensar, no se satisface sin sacrificio de alguna parte de lo que hay
en ellas de más esencial y delicado. . . Para quien piensa de veras
¡cuan poco de lo que se piensa sobre las más altas cosas, cabe signi­
ficar por medio de los nombres que pone a nuestra disposición el
uso! No hay nombre de sistema o escuela que sea capaz de reflejar,
sino superficial o pobremente, la complejidad de un pensamiento
vivo/' *

4. Fragmentos, CXLVI, CXXIX.


74 NUMERO

Sobre el espíritu de sistema, en relación c o n la insuficien­


cia del lenguaje, d e j ó todavía un expresivo fragmento, de los
que m e j o r pueden servirnos para captar la naturaleza de su
temperamento filosófico. Se halla incluido, sin mención de
fecha ni de procedencia, en la edición postuma de El Que Ven-
drá. 5
Véasele:

"Es constante que, después de conocer de verdad a los grandes


pensadores, leyéndolos directamente y por entero, y meditando lo
leído, reconozcamos cuan insuficiente idea de su manera de pensar
y del espíritu de su doctrina nos daban las clasificaciones usuales,
que, para encerrar al pensamiento individual dentro de una fórmula
conocida, le aplican un nombre de los que definen grosso modo de­
terminado orden de ideas: deísmo o panteísmo, esplritualismo o ma-
terialismo. Estas generalizaciones, que pueden definir satisfactoria­
mente las pocas y mal depuradas ideas que refleja un espíritu ce­
rrado y estrecho, rara vez son aplicables, sin cierta inexactitud, al
pensamiento personal, original y hondo; al pensamiento de aquél
que ha laborado una concepción propia del mundo, la cual no se
comprenderá jamás por la forma descarnada y escueta en que luego
la resumen los expositores y los críticos, privándola, al pretender
condensarla, de su nervio de originalidad y de su más profundo y
delicado sentido. Cuando se ha trabado real y entrañable relación
con la mente de un pensador de los que conciben honda y original­
mente las cosas, vese la insuficiencia y la vanidad de aquellos tér­
minos de escuela, que groseramente identifican dentro de un mismo
nombre genérico, espíritus separados por distancias enormes y pro­
fundas antipatías ideales, levantando, en cambio, impenetrable muro
entre espíritus que tienen las afinidades más íntimas y verdaderas."

A l leer los pasajes transcriptos surge imperativamente el


recuerdo p r ó x i m o de V a z Ferreira. Notable resulta la afini­
dad que, b a j o distintos aspectos, se descubre entre los espíri­
tus de estos dióscuros de nuestro incipiente humanismo. Se r e ­
vela ante t o d o en las dos ideas básicas de la ética intelectual
de a m b o s : la idea de libertad y la idea de tolerancia; ideas
c u y o dualismo cabe en el plano de la formulación conceptual
y en el de las instancias activas, p e r o que nacen, sin duda, de

G. Fragmentos.
RODO 75

una misma raíz del espíritu. Una concepción abierta e inte­


grante de la personalidad, los conduce a destacarlas con pare­
cidos acentos morales, para salvaguardia del pensamiento en
su creación, tanto como en su expresión y su expansividad.
Lugares comunes de la filosofía jurídica y de la moral práctica,
esas ideas de libertad y de tolerancia adquieren, en las páginas
de uno y otro, un enriquecimiento humanista que marca, his­
tóricamente, el ingreso de la inteligencia uruguaya a un exci­
tante sentido de recepción y efusión de lo universal.
Pero la afinidad se muestra todavía en un plano más pre­
ciso, que nos interesa destacar aquí: el plano del conocimiento.
Evadidos del positivismo, cuya limitación especulativa recha­
zan, asumen ambos, empero, una prudente actitud gnoseoló-
gica, basada en el análisis de las condiciones psicológicas de la
razón. Es en Vaz Ferreira que desde el punto de vista téc­
nico ese análisis alcanza profundidad y rigor, a través de los
sutiles esclarecimientos de la Lógica Viva. Pero R o d ó se nos
revela solidarizado con el espíritu de esta obra. En el prólogo
de la misma, aludiendo a uno de sus temas capitales, decía
V a z Ferreira: "Quizá se está efectuando actualmente ( y no
la sentimos porque estamos en ella) la revolución o evolución
más grande en la historia intelectual humana, más trascen­
dental que cualquier transformación científica o artística, por­
que se trata de algo aun más nuevo y más general que todo
e s o : del cambio en el modo de pensar de la humanidad, por
independizarse ésta de las palabras. Se habría confundido m u ­
cho el lenguaje con el pensamiento: se habrían aplicado a
éste, propiedades y relaciones de aquél. Varios pensadores
contemporáneos —nombraré a Bergson, J a m e s — son los que
tienen una parte personal más grande en este movimiento.
Pero él es ambiente." Tan lo era, que se reflejaba en v i g o ­
rosos atisbos, como se ha podido apreciar, en las páginas de
Motivos de Proteo, aparecido por una coincidencia digna de
anotarse, en el mismo año 1909 en que fué dictado el curso
de la Lógica Viva.
Como V a z Ferreira, Rodó se orienta así a la valoración
de lo concreto, lo real, lo v i v o del pensamiento, en consonan-
76 NUMERO

cia con el renovado empirismo de la época. Para mencionar


una aplicación expresiva de semejante paralelismo mental,
Retórica Viva podría haber sido el título — p o r la similitud
de fondo con la intención didáctica de la Lógica de V a z F e -
r r e i r a — de la obra cuya necesidad denunciaba en El Mirador
de Próspero: 0

"Abatir esa armazón vetusta de clasificaciones y jerarquías;


probar a distribuir el variadísimo contenido de la actividad literaria
propia de la civilización y la cultura modernas, según un orden fun­
dado en las formas que realmente viven y en la subordinación que
les señala su grado de importancia actual, su mayor o menor adap­
tación a las condiciones de nuestro espíritu y de nuestro medio;
podar la parte convencional y estrechamente retórica de la precep­
tiva, y vigorizar la que reposa sobre alguno de los dos seguros fun­
damentos de la ciencia estética y de la historia de las literaturas;
adaptar a la expresión didáctica los principales resultados y adqui­
siciones de esa labor inmensa y prolija que la crítica del pasado
siglo ha realizado en el estudio de la obra literaria y de sus vincu­
laciones con el ambiente social y físico en que se produce: tales
serían los lincamientos generales de un texto de teoría literaria que
hablase al estudiante, no, como los textos actuales, del concepto clá­
sico de las letras, sino del tipo de literatura que el natural desen­
volvimiento de la vida ha modelado para nosotros."

La expresión vivo en alusión al pensamiento —típica­


mente vazferreiriana— la hemos visto subrayada p o r el p r o ­
pio R o d ó en uno de los párrafos de Motivos de Proteo trans­
criptos más arriba. Insistiendo, dice todavía en el mismo
fragmento:

"Una idea que vive en la conciencia es una idea en constante


desenvolvimiento, en indefinida formación: cada día que pasa es,
en algún modo, cosa nueva; cada día que pasa es, o más vasta, o
más neta y circunscrita; o más compleja, o más depurada; cada día
que pasa necesitaría, en rigor, de nueva definición, de nuevo credo,
que la hicieran patente; mientras que la palabra genérica con que
has de nombrarla es siempre igual a sí misma. . . Cuando doy el
nombre de una escuela, fría división de la lógica, a mi pensamiento

6. La enseñanza do la Literatura.
RODO 77

vivo, no expreso sino la corteza intelectual, de lo que es en mí, fer­


mento, verbo, de mi personalidad entera; no expreso sino un residuo
impersonal, del que están ausentes la originalidad y nervio de mi
pensamiento y los del pensamiento ajeno que, por abstracción, iden­
tifico en aquella palabra con el mío."

Es sugestivo el empleo — h e c h o también en otros pasa­


j e s — para caracterizar el aspecto viviente y germinal de la
idea, de la expresión fermento, tan cara en idéntico sentido
a Vaz Ferreira, el filósofo de Fermentarlo. 1

C o m o V a z Ferreira también, no obstante pasar por los


mismo riesgos, evita la caída en el intuicionismo irraciona­
lista. De la intuición dijo, profundamente, "que sabe el se­
creto del orden de la naturaleza, no siendo ella misma, quizá,
sino el oculto poder constructivo de la naturaleza que obra
en el alma sin ingerencia de la reflexión". Pero reduce su i m ­
perio a la invención poética y a la inspiración moral, a la con­
cepción de lo bello y a la realización de lo heroico. El arbitro
supremo en el campo del conocimiento será siempre la razón,
cuya autoridad "puede exigir de ti el abandono del error que
ella ha disipado y el amor por la verdad que ella te enseña".
Sólo que la razón ha de marchar constantemente junto a la
vida. La parte noble y elevada del espíritu que Ariel repre­
senta, en oposición a "los bajos estímulos de la irracionalidad",
es, a un tiempo mismo, "la razón y el sentimiento". Tanto
c o m o la "austera razón" experimental de la era positivista,
desdeña la "razón razonante" de Descartes; exalta junto a la
del entendimiento "la sabiduría del corazón" y admira a Goe­
the "cuya filosofía es, con la luz de cada aurora, cosa nueva,
porque nace, no de un formalismo lógico, sino del vivo y fun­
dente seno de un alma". 8

En esa compenetración de la razón con la vida reposa la


concepción de la verdad que ofrece en La despedida de Gor-

7. Repite su empleo con igual significación en los fragmentos CXXXVII y CXLVII


de la misma obra.
8. Los Últimos Motivos do Proteo, págs. 277 y 313. Motivos do Proteo, CXXXIII,
L X X X I I . Ariel y Liberalismo y Jacobinismo (Ed. Cervantes, Barcelona, 1930), págs. 14,
33, 110, 190, 205. El Quo Vendrá (Bib. " R o d ó " , Montevideo, 1941), págB. 115 y 119.
78 NUMERO

gias, la más excelsa de sus parábolas, aquella cuya moral "va


contra el absolutismo del dogma revelado de una vez para
siempre".
Pone estas palabras en boca de Gorgias:

" Y o os fui maestro de amor: yo he procurado daros el amor


de la verdad; no la verdad que es infinita. Seguid buscándola y
renovándola vosotros, como el pescador que tiende uno y otro día
su red, sin mira de agotar al mar su tesoro. Mi filosofía ha sido
madre para vuestra conciencia, madre para vuestra razón. Ella no
cierra el círculo de vuestro pensamiento. La ^verdad que os haya
dado con ella no os cuesta esfuerzo, comparación, elección: some­
timiento libre y responsable del juicio, como os costará la que por
vosotros mismos adquiráis, desde el punto en que comencéis real­
mente a vivir.. . Las ideas llegan a ser cárcel también como la letra.
Ellas vuelan sobre las leyes y las fórmulas; pero hay algo que vuela
aun más que las ideas, y es el espíritu de vida que sopla en direc­
ción a la Verdad."

El lenguaje —palabra, f ó r m u l a — es incapaz de asir la


intimidad del pensamiento que siempre lo trasciende; la ra­
zón —concepto, i d e a — no lo capta a su vez sino a costa de
una renovación continua, porque el pensamiento es, en defini­
tiva, uno solo con la corriente de la vida. Sólo cuando se llega
realmente a vivir se alcanza nueva verdad y es por verdades
nuevas cada día que se expresa la verdad infinita. He ahí su
concepción vivencial de la verdad, cuya inspiración había r e ­
cibido, sin duda, aunque para darle un sello personal, de la
filosofía de la vida y de la acción característica de su época,
en especial el bergsonismo. A ella se vinculan estrechamente
todavía las ideas que emitió sobre las relaciones entre el cono­
cimiento, la acción y la voluntad, dentro de la visión tempo-
ralista y dinámica del ser que constituye el fondo de Motivos
de Proteo.
"El tiempo es el supremo innovador" —escribe al frente
de dicha obra—. "Su potestad, bajo la cual cabe todo lo
creado, se ejerce de manera tan segura y continua sobre
las almas como sobre las cosas". Concepto éste en el que
funda la que él mismo llama su "filosofía de la acción
RODO

y la vida", en otros términos, la doctrina proteica de la p\


sonalidad. Conocimiento de sí mismo, "mas no en inmóvil con­
templación, ni por prurito de alambicamiento y sutileza; no
como quien, desdeñoso de la realidad, dando la espalda a las
cien vías que el Mundo ofrece para el conocimiento y la ac­
ción, vuelve los ojos a lo íntimo del alma, y allí se contiene
y es a un tiempo el espectador y el espectáculo. . . Yo te ha­
blo del conocerse que es un antecedente de la acción, del co­
nocerse en que la acción es, no sólo el objeto y la norma, sino
también el órgano de tal conocimiento". Por este conocimiento
renovarse, transformarse, rehacerse, a través de inventos de
la voluntad b a j o la mirada vigilante de la inteligencia — " l a
voluntad es, tanto como el pensamiento, una potencia inven­
tora"— para dar forma a lo potencial e inconsciente de nues­
tro ser; reserva inexhausta de la realidad, incomparablemente
más honda y rica que lo superficial y actual de la conciencia. 0

IV

Del positivismo al idealismo; tal la curva filosófica de


Rodó, según él mismo la indicara. Como hemos visto, habló
alguna vez de neo-idealismo para hacer la distinción con el
clásico. Era distinta la actitud en el campo del conocimiento;
en lugar del dogmatismo de la razón abstracta, el alerta sen­
tido crítico — d e b i d o , como lo reconocía, a la propia iniciación
positivista— de una razón identificada con la experiencia vital.
Descartada esa prevención gnoseológica, de que ocasional­
mente daba cuenta con el prefijo neo, ¿qué sentido asumía en
él la definición esencial de idealismo? Se hace necesario pre­
cisarlo. Pocos términos filosóficos tan vagos y equívocos como
éste. Por otra parte, nadie más dispuesto que Rodó, como ya
sabemos, a reconocer que "no hay nombre de sistema o escuela
que sea capaz de reflejar, sino superficial y pobremente, la
complejidad de un pensamiento vivo".

9. Motivos do Proteo, I, II, VII, XVI, XVIII, XIX, XXXV.


80 NUMERO

\ Nada tiene que ver con el suyo, sea dicho ante todo, el
idealismo ontológico que disuelve el mundo en la conciencia,
que reduce toda la realidad a pensamiento o idea, entendida
ésta ya como ente conceptual, ya como contenido psicológico
de la percepción. Semejante problema no se lo planteó R o d ó
de un m o d o expreso, lo que no significa que no tuviera noción
de él. En una cita de Hartmann alude al reconocimiento que
éste hace de "la superioridad de la filosofía cristiana en cuanto
afirma la realidad del mundo, sobre el idealismo nihilista que
ha detenido la evolución de los arios asiáticos". Referencia
harto escueta y sin duda indirecta, pero que alcanza a mos­
trar, no sólo que poseía el sentido metafísico del término idea­
lismo, sino también que no era precisamente ése —actuali­
zado entonces por ciertos aspectos de la restauración filosó­
fica de su t i e m p o — el que lo seducía. D e la Realidad —escrita
con mayúscula— reclamó "una concepción amplia y armó-
nica, la que comprende lo mismo el vasto campo de la vida
exterior, que la infinita complejidad del mundo interno".
10

Su idealismo, en cuanto expresión filosófica, no procede


directamente de idea, como en aquel sentido metafísico, sino
|de ideal. Este término deriva a su vez de idea, pero aquí no
como adjetivación o predicado, sino con la significación sus­
tantiva de idealidad. La idealidad es, para R o d ó , una esfera
* generada por la existencia plural del ideal, que su pensamiento
distingue y opone con insistencia a la de la realidad. El ideal
existe, aunque sólo en idea; mas, no en calidad de represen­
tación abstracta o de concepto puro, engendro formal de la
lógica. Existe, para decirlo con el término que ha hecho f o r ­
tuna en la filosofía contemporánea y cuya proyección Rodó
no tuvo tiempo de conocer, c o m o valor que apunta a la rea­
lidad aspirando y exigiendo ser trascendido de algún m o d o a
ella. Es por esta afirmación, y sólo por ella, del ideal c o m o
valor, que oponía el idealismo al positivismo, considerado éste
en todas sus manifestaciones —estéticas, éticas y especulati­
v a s — como realismo.

10. Liberalismo y Jacobinismo, 149. El Quo Vendrá, 122.


RODO 81

En primer lugar, en el orden estético, concibe el arte de


su tiempo como una reacción idealista contra el realismo na­
turalista de las generaciones anteriores. Reacción idealista
constituida, en esencia, por la búsqueda de la belleza en el en­
sueño, rescatado de una proscripción que no se pudo soportar.
En sus críticas tempranas de la Revista Nacional, destaca a
menudo, con simpatía, los anhelos de "restauración ideal", la
"infinita sed de un ideal", las "nostalgias ideales" que estre­
mecen a las manifestaciones artísticas de fines del siglo; y de
la obra de Rubén Darío declara poco después que "es en el
arte una de las formas personales de nuestro anárquico idea­
lismo contemporáneo". 11

Pero este renacimiento estético idealista no ha de ser a


costa de la realidad bien entendida. Uno de los terrenos en
que se había hecho sentir la oportunidad histórica del positi­
vismo, era "el de la imaginación artística, a la cual libertó,
después de la orgía de los románticos, de fantasmas y quime­
ras". Esa conquista debe defenderse. El arte debe tener un
"contenido humano", guardando "solidaridad y relación con
las palpitantes oportunidades de la vida y los altos intereses
de la realidad".

"¿Necesitamos, los que tenemos la sed de una nueva fuente es­


piritual para nuestro corazón y nuestro pensamiento, desandar el
camino andado, volver la espalda a aquellas fuentes que brotaron
ayer de los senos de la Realidad?. . . Comienza la cuestión del arte
contemporáneo —ha dicho un crítico— cuando una vez sancionada
como su condición general la Realidad, dirígese el alma humana al
artista y al pensador y le pregunta: ¿Qué género de realidad vas
a escoger? ¿Qué aspecto de la vida vas a tomar como base de ins­
piración y de trabajo? Viene, pues, el espíritu nuevo a fecundar,
a ensanchar, no a destruir." 12

En segundo lugar, ese sentido del idealismo, con punto,


de partida en la realidad, en la vida, para sublimarlas, reapa­
rece enriquecido en el campo de la ética. A q u í también el

11. El Que Vendrá, 14, 29, 40, 61, 62, 127.


12. El Que Vendrá, 122, 123, 149.
82 NUMERO

idealismo se opone al realismo positivista, que se había lla­


mado utilitarismo, como allí naturalismo. El positivismo, in­
terpretado con un criterio estrecho — e n especial como llegó
a divulgarse en A m é r i c a — "llevaba a una exclusiva conside­
ración de los intereses materiales; a un concepto rebajado y
mísero del destino humano; al menosprecio o la falsa com­
prensión, de toda actividad desinteresada y libre; a la indife­
rencia por todo cuanto ultrapasara los límites de la finalidad
inmediata que se resume en los términos de lo "práctico" y lo
\ "útil".. . L a crítica del utilitarismo, como positivismo prác-
í tico, es uno de los asuntos centrales del Ariel, donde se par-
I ticulariza en el enjuiciamiento de los Estados Unidos, "encar­
nación del verbo utilitario". La prédica moral de Próspero se
orienta así a exaltar el ideal desinteresado, a revelar "la fe
en el ideal", a "devolverle a la vida un sentido ideal". *
1

i Pero aquí tampoco, como en el arte, el idealismo ha de


importar el sacrificio de la realidad; antes bien, se la ha de
tener constantemente en vista, no ya para transfigurarla por
la imaginación, sino para mejorarla por la inserción activa de
i la idealidad en lo real. El positivismo había sido también opor­
tuno "en el terreno de la práctica y la acción, a las que trajo
un contacto más íntimo con la realidad". Esa es conquista que
también debe defenderse. Sin duda que "donde quiera que
elijamos la potencia ideal, y aun cuando nos lleve en dirección
de algo vano, equivocado o injusto, ella, con sólo su poder de
disciplinarnos y ordenarnos, ya encierra en sí un principio de
moralidad que la hace superior a la desorientación y el des­
concierto". Pero es a encarnarse en la realidad que se dirige
¿' esencialmente. Es a la acción, frecuentemente invocada, que
Próspero refiere "el pensamiento idealizador". Por eso admira
en Atenas — m o d e l o imperecedero de la humanidad— el que
haya sabido "engrandecer a la vez el sentido de lo ideal y de
lo real". * 1

En tercer lugar, en fin, no sólo en los campos del arte


y de la acción el idealismo de su tiempo renovaba al positi-
13. Ariel, 16, 17, 18, 22, 28, 29, 32.
14. Motivos de Proteo, CXI. Ariel, 31, 108.
RODO 83

vismo. También, dijo, "en la esfera de la especulación reivin-j


dicamos, contra los muros insalvables de la indagación pos№
tivista, la sublime terquedad del anhelo que excita a la cria­
tura humana a encararse con lo fundamental del misterio que
la envuelve". El idealismo se opone aquí, igualmente, al rea­
lismo; a aquel realismo que en el campo del conocimiento se
daba por satisfecho con la superficialidad aparente del mundo
de los sentidos. Pero no para afirmar por discursos más o m e ­
nos lógicos, al estilo de la vieja metafísica, la existencia d e /
un orden ideal suprasensible, fundamento último de la expe­
riencia: el positivismo había sido evidentemente oportuno
"en el terreno de la pura filosofía, donde vino a abatir idea­
lismos agotados y estériles". Es en la noción de ideal como
valor que reposa también en este aspecto el idealismo de Rodó. #
Esa "sublime terquedad del anhelo que excita a la criatura
humana a encararse con lo fundamental del misterio que la 1

envuelve", se confunde en él con la necesidad de alcanzar la f

fuente última de los ideales, es decir, de los valores. Su idea- <


lismo se presenta entonces c o m o una axiología; una axiología
que, al mismo tiempo que fundamenta su filosofía de la acción,
se relaciona íntimamente con su visión metafísica del ser.
Afirma los valores como "aquellas nociones superiores^
que mantienen fija la mirada en una esfera ideal: bien, ver­
dad, justicia, belleza". A l igual que las ideas platónicas, esas
altas nociones, "elementos superiores de la existencia racio­
nal", se corresponden entre sí, convergiendo hacia un centro
armonioso constituido por "el sentimiento de lo bello, la visión
clara de la hermosura de las cosas". Dar a sentir lo hermoso
es obra de misericordia y también de sabiduría. "Aquellos
que exigirían que el bien y la verdad se manifestasen invaria­
blemente en formas adustas y severas, me han parecido siem­
pre amigos traidores del bien y la verdad". Pero tal corres­
pondencia no es como en Platón producto de un orden tras­
cendente; y mucho menos conclusión discursiva imponiéndose
por su validez lógica. Es, simplemente, la creencia "en el en­
cadenamiento simpático de todos aquellos altos fines del alma",
84 NUMERO

considerándose "a cada uno de ellos como el punto de partida,


no único, pero sí más seguro, de donde sea posible dirigirse al
encuentro de los otros".
Es que los ideales — l o s v a l o r e s — no tienen un funda­
mento a priori, ni racional ni teológico. Surgen de la e x p e ­
riencia. Los crea la vida en el seno de la Naturaleza. L o al­
canzó a decir, rápida pero expresivamente en la oración de
Próspero. En nombre de aquella esfera ideal obra Ariel.
Y Ariel no es sino

, . . " e l término ideal a que asciende la selección humana, rectifi­


cando en el hombre superior los tenaces vestigios de Calibán, sím­
bolo de sensualidad y de torpeza, con el cincel perseverante de la
v i d a . . , Ariel es, para la Naturaleza, el excelso coronamiento de su
obra, que hace terminarse el proceso de ascensión de las formas
organizadas con la llamarada del espíritu".

Contrariamente a lo que suele decirse, estamos lejos de


los platonismos y de los cartesianismos, de los arquetipos eter­
nos y de las ideas innatas, derivados de un cerrado ordena-
i miento racional anterior a toda experiencia. Es el naturalis­
m o evolucionista, ambiente en la filosofía de su época — S p e n -
cer había sido uno de sus grandes maestros— lo que sirve de
fondo metafísico a su teoría de los valores; un naturalismo
evolucionista refrescado por la naciente filosofía de la vida
que procedía de él. Naturaleza, Evolución, Vida —escritos a
menudo con mayúscula— son conceptos que recorren el Ariel,
c o m o por otra parte el resto de su obra, jalonando una con­
cepción inmanente al mismo tiempo que abierta, progresiva y
optimista del ser. En nombre de "la causa del espíritu", que
"corona la obra de la Naturaleza"; sin confiar más que "en la
eterna virtualidad de la Vida", convoca a la juventud para
"el aceleramiento continuo y dichoso de la evolución", porque
"lo que a la humanidad importa salvar contra toda negación
pesimista, es, no tanto la idea de la relativa bondad de lo pre­
sente, sino la de la posibilidad de llegar a un término mejor
por el desenvolvimiento de la vida, apresurado y orientado
mediante el esfuerzo de los hombres".
RODO 85

Portadora del espíritu, la humanidad culmina "el proceso


de ascensión de las formas organizadas". Viene de la oscura
raíz animal. La fraternidad con los animales que manifestó
tan delicadamente en Mi Retablo de Navidad™ uníase en su
espíritu a la convicción intelectual de la solidaridad biológica
de las especies:

"La investigación científica, reduciendo considerablemente la


distancia que el orgullo imaginara entre nuestra especie y las infe­
riores; patentizando entre una y otras las similitudes de organiza­
ción y el parentesco probable, tiende a rehabilitar aquellas simpa­
tías, nacidas del natural instinto, por cuanto ofrece, como ellas, fun­
damentos para la piedad y compasión respecto de seres que reco­
nocemos dotados de todas las capacidades elementales de nuestra
sensibilidad, muy ajenos del automatismo sin alma que en un tiempo
se atribuía al animal, identificado casi por los cartesianos con los
muñecos de resorte."

Inspirando "los débiles esfuerzos de racionalidad del hom­


bre prehistórico" — n o como reminiscencia de una perdida pa­
tria celeste— comenzó la gesta de Ariel. Él es, desde entonces,
"el héroe epónimo en la epopeya de la especie, el inmortal pro­
tagonista", acudiendo ágil, "como al mandato de Próspero, a
la llamada de cuantos le aman e invocan en la realidad". ¿De
dónde su imperio? "Su fuerza incontrastable tiene por impulso
todo el movimiento ascendente de la vida." El ideal, por tanto
— e l v a l o r — , no reconoce otra fuente que la vida misma en
su acción incesantemente creadora. A m a d o e invocado desde
la realidad, interviene para modificarla, remontándola a un
término mejor. Tal el fundamento último de su filosofía de
la acción, de sus ideas sobre la relación entre el pensamiento
y la vida y, en definitiva, de su doctrina proteica de la per­
sonalidad. Doctrina que tenía por centro la vocación, porque
la vocación, orientada hacia un "ideal concreto", marca en la
profundidad viviente de la conciencia — e n la realidad— "el
polo de idealidad" que imanta al alma individual. 10

15. El Mirador do Próspero»


86 NUMERO

La historia humana que Ariel protagoniza, expresión cul­


minante del movimiento ascendente de la vida, no responde
a un impulso ciego ni a un determinismo mecánico. Las "ar­
monías de la historia y de la naturaleza" — m á s de una vez
aludidas— no son resultado del azar ni tampoco de la causa­
lidad. Hay en el universo una "oculta potestad que rige las
cosas", y en la historia, un "nissus" secreto que empuja la con­
ciencia de la humanidad a la realización de un orden, al cum­
plimiento de una norma de verdad y de belleza". Un escon­
dido finalismo, un ignorado plan, guía, pues, la obra de Ariel.
Se alcanza, no obstante, el destino último de ese plan: el
triunfo definitivo del espíritu sobre la materia. Ariel

. . . "cruzará la historia humana, entonando, como en el drama


de Shakespeare, su canción melodiosa, para animar a los que traba­
jan y a los que luchan, hasta que el cumplimiento del plan ignorado
a que obedece, le permita —cual se liberta, en el drama, del servicio
de Próspero— romper sus lazos materiales y volver para siempre
al centro de su lumbre divina". 17

Su lumbre d i v i n a . . . No es un tropo literario. Llegados


a este punto nos sale al encuentro, en el pensamiento de R o d ó ,
su vivencia religiosa de lo absoluto. La atracción del enigma
lo persiguió desde la primera hora. El positivismo ortodoxo
había querido alejar su tentación del ambiente de las almas.
Pero, dice patéticamente en El Que Vendrá, "el misterio
indomable se ha levantado más imperioso que nunca en nues­
tro cielo, para volver a trazar, frente a nuestra conciencia
acongojada, su martirizante y pavorosa interrogación". La frase
es característica. Más que pensar a lo absoluto c o m o problema
lo sintió como misterio. Esta expresión, de raíz religiosa, re­
aparece constantemente en sus escritos, sirviendo de fondo a

1 6 . Ariel. 1 1 0 , 1 1 1 . Motivos de Proteo» X I I , X V I I I .


1 7 . Ariel, 1 9 , 1 0 6 , 1 1 1 . Motivos do Proteo, X V I , X X X V I . Liberalismo y Jacobi­
nismo, 2 0 8 .
RODO 87

la contenida efusión emocional de aquella su "ansia de creer


que es casi una creencia..confesada también en El Que
Vendrá.
Es inevitable reconocer en este plano de su espíritu, el
poderoso influjo de Renán, su admirado maestro, quien p r e ­
sidió a fines del siglo pasado una profunda remoción del sen­
timiento religioso en el campo del libre pensamiento. Hace
R o d ó la declaración de que nadie ha definido de manera que
m e j o r le satisfaga

. . . "la posición de la conciencia libre frente al problema reli­


gioso. . . Hay en la manera cómo este extraordinario espíritu toca
cuanto se relaciona con el sentimiento y el culto del eterno Mis­
terio, un tacto exquisito y una facultad de simpatía y de compren­
sión tan hondas, que hacen que se desprenda de sus páginas —escép-
ticas y disolventes para el ariterio de la vulgaridad— una real ins­
piración religiosa, de las más profundas y durables, de las que
perseveran de por vida en el alma que ha recibido una vez su bal­
sámica u n c i ó n " .
18

P e r o la más profunda fuente de su religiosidad no fué,


sin embargo, ésa que le llegaba de los libros. Fué la existen-
cial del Dolor, amarga deidad — n o m b r a d a casi siempre con
m a y ú s c u l a — cuya compañía n o lo abandonaba y que acaso
lo c o n d u j o al tránsito final.

"Esa otra común falsedad —escribió en Los Últimos Motivos


de Proteo— que consiste en olvidarse del misterio del mundo y des­
deñar las voces graves con que las cosas que nos rodean nos pregun­
tan sobre la sombra de donde salimos y la sombra a donde vamos;
esa falsedad que nos encierra dentro de lo temporal y sensible, sin
un pensamiento trascendente, sin una nostalgia de lo alto, quizá sin
una emoción de idealidad y de ternura ¿quién la deshace como el
dolor, de cuya inspiración nacieron siempre los supremos desprendi­
mientos respecto de los bienes efímeros y las más puras consagra­
ciones a la incorruptible virtud de las ideas? ¿Dónde para la ele­
vación del espíritu a alturas religiosas, habrá tan sublimador aci­
cate como él? ¿Cuándo se piensa más en lo que sale fuera de la

18. Liberalismo y Jacobinismo, 227.


88 NUMERO

averiguación de las cosas naturales, que cuando la amargura del


corazón sale a provocar ese inmortal apetito de la mente?'* i ü

N o obstante esa disposición de espíritu, se mantuvo ra­


cionalmente en una posición agnóstica, de cuyas reservas da
cuenta expresa en un pasaje de Liberalismo y Jacobinismo:

" L a preocupación del Misterio infinito es inmortal en la con­


ciencia humana. Nuestra imposibilidad de esclarecerlo no es eficaz
más que para avivar la tentación irresistible con que nos atrae, y
aun cuando esta tentación pudiera extinguirse, no sería sin sacrificio
de las más hondas fuentes de idealidad para la vida y de elevación
para el pensamiento. Nos inquietarán siempre la oculta razón de
lo que nos rodea, el origen de donde venimos, el fin a donde vamos,
y nada será capaz de sustituir el sentimiento religioso para satis­
facer esa necesiüad de nuestra naturaleza moral, porque lo absoluto
del Enigma hace que cualquiera explicación positiva de las cosas
quede fatalmente, respecto de él, en una desproporción infinita, que
sólo podría llenarse por la absoluta iluminación de una fe. Desde
este punto de vista la legitimidad de las religiones es evidente." 2 0

Guarda relación esta actitud con su convicción respecto a


los límites de la razón en el campo del conocimiento. N o creía
que en este aspecto se pudiera refutar esencialmente al posi­
tivismo en la formula de Spencer, de la cual había sido anti­
cipo la evolución final del propio Comte, al "transfigurarse
el tono de su pensamiento y dilatarse los horizontes de su
filosofía en la perspectiva ideal y religiosa". Spencer ha

. . . "remontado su espíritu soberano a la esfera superior desde


la cual religión y ciencia aparecen como dos fases diferentes, pero no
inconciliables del mismo misterio iniinito. . . 'La posición central de
las religiones es inexpugnable', ha dicho en aquel maravilloso ca­
pítulo cié Los Primeros Principios, que se intitula fteconcüiación,
y en el que la austeridad del pensamiento científico llega —sin otra
fuerza patética que su propia desnuda eficacia— a producir en nues­
tro ánimo conmovido el sentimiento de concordia, de paz, de beati-

19. Púfif. 228.


20. Pág. 225.
RODO 89

tud, con que el espectador del teatro antiguo asistía, en el solemne


desenlace de la tragedia, a la solución y purificación de todo con­
flicto de p a s i o n e s . . . " .
2 1

El sentimiento religioso, en cuanto "amor de lo absoluto",


"amor de lo suprasensible", es "la idealidad más alta". Pero
sólo es legítimo supliendo a la razón más allá de sus límites.
Las cuestiones religiosas son aquéllas en que por más parte

entra el fondo «inconsciente» e inefable de cada espíritu, y en


que más se ha menester de esa segunda vista de la sensibilidad
que llega a donde no alcanza la perspicuidad del puro conoci­
miento". Hasta donde ésta alcanza la razón es soberana. Por
eso condena las religiones históricas en cuanto ellas aspiran
a ofrecer la verdad absoluta. "Flaquean en lo que tienen de
circunscrito y negativo; flaquean cuando pretenden convertir
lo que es de una raza, de una civilización o de una era: el
dogma concreto y las formas plásticas del cuito, en esencia
eterna e inmodificabie." Y por eso habló alguna vez del "sen­
timiento de protesta y de angustia con que se asiste al espec­
táculo de un espíritu capaz de desplegar con amplia libertad
su vuelo y a quien contienen y limitan las trabas de dogmas
dificümente conciliables con los fueros de la Libre investiga­
ción y de la razón independiente". 22

En nombre de esa razón independiente abandonó la fe


tradicional. A historiar, en el fondo, ese trance, al mismo
tiempo que a suscitarlo en los demás como una superior eman­
cipación del espíritu, dedicó algunos de los pasajes fundamen­
tales de Motivos de Proteo: "Nubla tu fe una leve duda; la
ahuyentas, la disipas; y cuando menos la recuerdas, torna de
tal manera embravecida y reforzada, que todo el edificio de
tu fe se viene en un instante y para siempre al suelo". T e acu­
sarán de apóstata. Pero "el dogma que ahora es tradición sa­
grada, fué en su nacer atrevimiento herético. Abandonándolo

21. Motivos de Proteo, LIV. Liberalismo y Jacobinismo, 207, 226.


22. Ariel, 70. Liberalismo y Jacobinismo, 228, 226, 224.
90 NUMERO

para acudir a tu «verdad», no haces sino seguir el ejemplo del


maestro que, por fundarlo, quebrantó la autoridad de la idea
que en su tiempo era dogma" * Á

Semejante posición frente al sentimiento religioso por un


lado, y a las religiones históricas por otro, expresaba en el
plano de la inteligencia y de la doctrina una dualidad radical
de su espíritu: el racionalismo eminente y rector, en contraste
con un oculto misticismo asentado en los estratos más profun­
dos de la personalidad. Se sospecha que ese dualismo espiri­
tual — d e l que fué reflejo estético e ideológico la simultánea
devoción por el paganismo helénico y el cristianismo primi­
tivo aprendida en R e n á n — se tradujo en un lacerante conflicto
viviente, en una titánica lucha, presidida por aquellas sus dei­
dades amigas, la Duda y el Dolor. Fiel a una norma de equi­
librio y armonía, lo veló cuanto pudo en la serenidad prodi­
giosa de su expresión intelectual y artística. No tanto, sin
embargo, que no llegara a hablarnos directamente de él.
L o hizo en Los Últimos Motivos de Proteo, describiéndonos
las dos personalidades que convivían en su alma, representa­
das plásticamente, una y otra, por lo que llamó la "noche sin­
fónica" y la "noche estatuaria": la del " y o " más profundo y
personal, con su morada en el sentimiento, y la de Glauco,
pagano huésped, con su morada en la razón:

. . . "Aun en el torbellino de la acción, aun en el seno de la


multitud. . . la idea del enigma indescifrable, suele aparecérseme
de súbito; y cual si fuera un llamado imperativo y angustioso, me
sustrae a la preocupación del instante. Pero con Glauco esto pasa
y se disipa. Cuanto reconozco mío en las ansiedades de un Pascal,
en los estremecimientos de un Carlyle, deja de pertenecerme. Como
si el viento se tornara, las campanas que suenan del otro lado del
abismo quedan mudas. Todo lo de la tierra, en cambio, se magni­
fica y realza. Me complacen los límites de la naturaleza, amorosos
brazos de la Forma, que no dejan lugar a aspiración mayor, ni al
impulso con que el alma busca su centro fuera de ellos". " . . . mas
yo quiero también para mi alma aquella parte de mí que no es de

23. Motivos do Proteo, X X X V , CXXVI.


RODO 91

Glauco. Porque con él están la claridad, la paz y la armonía; pero


en la austeridad, en la sombra, que en el alma quedan fuera de su
cerco de luz, hay manantiales y veneros para los que él no sabe
el paso.. . Allí nutre sus raíces el interés por el sagrado e infinito
Misterio; allí brota la vena de amor cuya pendiente va a donde es­
tán los vencidos y los míseros; allí residen la comprensión de otra
beldad que la que se contiene en la Forma, y la tristeza que lleva
en sí su bálsamo y cuyos dejos son mejores que las dulcedumbres
del d e l e i t e . 2 4

VI

T u v o la intención, o sintió la necesidad, de formular en


términos explícitos su agnosticismo religioso. "Cuando me
llegue el turno —escribió a alguien una v e z — yo le hablaré
con igual íntima verdad, de la manera cómo a mi alma se im­
pone la atracción del formidable enigma, y de lo que creo y
de lo que dudo". ¿Llegó acaso a hacerlo? No hay constancia
en la parte edita de su obra. Sólo accidentalmente insinuó
sus convicciones sobre la inmortalidad del alma y sobre la di­
vinidad. En cuanto a la primera — e x c l u i d a la imagen esté­
tica que de la misma ofrece en El Camino de Paros— reveló
una inclinación escéptica en Ariel, considerando que si la hu­
manidad hubiera de desesperar definitivamente de la inmor­
talidad de la conciencia individual, el sentimiento más reli­
gioso con que podría sustituirla sería el de la persistencia en
las generaciones futuras de lo m e j o r que ella ha sentido y ha
soñado. 25

En cuanto a la divinidad, en cambio, aunque bajo la for­


m a de hipótesis, avanzó en una ocasión ideas afirmativas de
un panteísmo evolucionista, cuya significación filosófica ar­
moniza estrechamente con su visión metafísica de la realidad.
Aquélla que hemos llamado concepción inmanente, al mismo
tiempo que abierta, progresiva y optimista del ser que sirve
de fundamento a su axiología de cuño naturalista. Se encuen­
tran dichas ideas en un pasaje de Mi Retablo de Navidad:

24. Páff. 186, 168, 248 a 252.

25. Liberalismo y Jacobinismo, 2 2 9 . El Camino de Paros, 1 5 0 . Ariel, 1 0 8 .


92 NUMERO

"Antes que lamentarse porque Dios no sea niño de veras du­


rante un día del año, acaso es preferible pensar que Dios es niño
siempre, que es niño todavía. Cabe pensar así y ser grave filósofo.
El Dios en formación, el Dios in fieri en el virtual desenvolvimiento
del mundo o en la conciencia ascendente de la humanidad, es pen­
samiento que ha estado en cabeza de sabios. Y hemos de conside­
rarla la peor, ni la más desconsoladora de las soluciones del Enig­
ma? . . . jNiño-Dios de mi retablo de Navidad! Tú puedes ser un
símbolo en que todos nos reconciliemos. Tal vez el Dios de la ver­
dad es como tú. Si a veces parece que está lejos o que no se cura
de su obra, es porque es niño y débil. Ya tendrá la plenitud de la
conciencia y de la sabiduría, y del poder, y entonces se patentizará
a los ojos del mundo por la presentanea sanción de la justicia y la
triunfal eficiencia del amor. Entre tanto, duerme en la cuna. . .
Hermanos míos: no hagamos ruido de discordia; no hagamos ruido
de vanidad, ni de feria, ni de orgía. Respetemos el sueño del Dios-
niño que duerme y que mañana será grande. ¡Mezamos todos en
recogimiento y silencio, para el porvenir de los hombres, la cuna
de Dios!".

Y más no dejó entrever de la Ultima Thule de su alma.


/ MANUEL ARTURO CLAPS

CARLOS V A Z FERREIRA
NOTAS PARA UN ESTUDIO

Es D I F Í C I L ESCRIBIR sobre Vaz Ferreira, pero es necesario.


Hay que intentar el análisis y la valoración de su obra desde
nuestra perspectiva, es decir, expresar lo que significa para nos­
otros, luego de los cuarenta años largos transcurridos desde su
iniciación, años en los que se ha operado un cambio radical en
la atención filosófica y acontecimientos terribles han estreme­
cido la conciencia del h o m b r e . 1

Esclarecernos con respecto a Vaz Ferreira es, en cierto


sentido, esclarecernos con respecto a nosotros mismos, dado que
su personalidad ha influido de un m o d o determinante en la for­
mación de nuestro ambiente espiritual.
Primeramente se deben establecer algunos hechos. Vaz F e ­
rreira es el primer hombre que en Hispanoamérica ha pensa­
do de un m o d o original. Los anteriores estaban — e n mayor
o menor g r a d o — predeterminados en pensadores europeos. Es
a partir de él que el pensamiento hispanoamericano se inde­
pendiza, comienza a existir, en el sentido exacto de la palabra.
Pensó por su propia cuenta, prescindiendo de todas las teorías.
Y se destaca más su actitud en contraposición con la de otros,

1. Hay que tener en cuenta que Vaz no ha escrito en rigor ningún libro. Todos
ellos son versiones taquigráficas de sus conferencias. Ésta ha sido su verdadero órgano
de expresión. Cito siempre según las ediciones indicadas con las correspondientes abre­
viaturas: Lógica Viva, Montevideo, Barrciro y Ramos, 1920: L. V . ; Moral pora intelec­
tuales, El Siglo Ilustrado. 1920: M. I . ; Fermentarlo, Tipografía Atlántida, 1938: F . ; Cono­
cimiento y Acción, Barrciro y Rumos, 1920: C. y A . ; Los problemas de lo Libertad, pu­
blicado en la Revista de la Facultad de Humanidades y Ciencias, año I, N9 I, 1947: P. de
L. (No cito la edición original porque es inhallable) ; Sobre lo propiedad de lo Tierra,
Barrciro y Ramos, 1918: P. de T . ; Sobre los problemas sociales, Buenos Aires, Losada,
1939: P. S . ; Trasccndcntolizacioncs matemáticas ilegítimas, Bs. As., Instituto de Filosofía,
de lo Fac. de Fil., 1940: T. M. I . ; Lo actual crisis del mundo, Bs. As., Losada, 1940: C.
del M . ; Lecciones sobre Pedagogía y cuestiones de Enseñanza, volumen III, Barreiro y
Ramos, 1910: L. P. y E.
94 NUMERO

que con materiales ajenos, y a veces heterogéneos, reorganizan


y recomponen un remedo de pensamiento.
Es el típico pensador de problemas. Ha replantado proble­
mas mal planteados con originalidad asombrosa, llevando el
pensamiento a las fuentes mismas de las cuestiones. Sus plan­
teos abren perspectivas para seguir pensando, instauran la cla­
ridad, fiel a la forma de la filosofía como pensamiento de la
distinción. En su obra se asiste una vez más al triunfo de la
2

razón analítica.
Con Vaz Ferreira se llega, en la historia cultural del país,
al ámbito de la filosofía, a la real dimensión del pensamiento. 3

Por eso su influencia ha sido más profunda. Desde las pri­


meras publicaciones hasta ahora, su obra ha sufrido las vicisi­
tudes previsibles. Ha conocido la devoción y el rechazo y ha
llegado un momento en que ha quedado al margen de las pre­
ocupaciones de la juventud. Hay que hacer constar este h e ­
cho, aunque implique una injusticia. Vaz Ferreira es poco
leído; más aún, sin haberlo practicado hay una predispo­
sición contra su pensamiento. Es cierto que ésta es una
reacción indirecta, ya que la mayoría de los que lo re­
chazan ni siquiera lo han leído, y reaccionan contra los

2. Según la nfirmnción do Benedctto Croce: " L a investigación filosófica es in­


ducción y deducción a la vez, pensamiento de la distinción y pensamiento de la xmidad
en la distinción". Lógica. Bari, Ed. Later/a, 1920, pág. 175.
3. Rodó y Vaz Ferreira. Hay entre ellos una diferencia de plano. En el pri­
mero predomina el escritor, en el segundo la preocupación la constituyen los problemas,
do ahí el mal gusto que a veces se le reprocha por parte de escritores, mal gusto del
que se disculpa: "perdón por las palabras, es para p c n B a r " (P. S., 73). En Vaz el len­
guaje es sólo vehículo, se disimula en beneficio del pensamiento (estilo de hombre de
ciencia ha dicho Lida) m i e n t r a s que en Rodó es motivo especial de a t e n c i ó n .
A pesar de ser coetáneos —Vaz nace un año después que Rodó, y el curso
de Lógica Viva se dicta el mismo año en que aparece Motivos de Proteo— parece que
hay una diferencia de años, de generación, entre ambos. Las coincidencias que señala
Ardao, me parecen debidas a la época y a las influencias en parte comunes, pero hay
una diferencia muy grande en la manera de realizar esos propósitos afines. Así como
Rodó estaba extraordinariamente dotado para la expresión verbal, tenía un dominio y
una fruición del idioma, Vaz lo está para el pensamiento.
Con respecto al criterio do la verdad, hay en Rodó un eclecticismo, lo que podría­
mos llamar según la feliz expresión de AldouB Huxley un "acercamiento ontológico a la
verdad", mientras que en Vaz el criterio es la evidencia misma.
Además hay en Rodó una digresión constante, un vagabundeo de la meditación,
que aunque obedezca a un mismo centro originario BC dispersa en mil formas, mientras
que en Voz hay una obstinada permanencia en el problema.
VAZ FERREIRA 95

que de un m o d o u otro parecen continuar su actitud frente a


los problemas. Uno de los propósitos de este trabajo es ana­
lizar las causas de este hecho. Hecho grave, más para un maes­
tro, y más aún en nuestra América, pobre de tradición, en
donde la necesidad de figuras rectoras se hace sentir imperio­
samente.
Aparte de la causa apuntada, hay otra que es el cambio
de horizonte filosófico operado, necesidad de metafísica a toda
costa, de impulso hacia el ser, en esta época en que menos se es,
y que no encuentra satisfacción en su obra. Paralelamente se
manifiesta un desinterés por un pensamiento del tipo del suyo,
que en Francia, por ejemplo, se traduce en el desvanecimiento
de la influencia de Bergson.
Pero antes de arribar a una conclusión se debe revisar bien
las ideas fundamentales que el maestro nos propone: con res­
pecto al método, a la filosofía, a la razón, a la religión, a los
problemas sociales, a la moral.
Así c o m o se intentó hace años — y parece continuarse aho­
r a — una revisión de Rodó no parece inoportuno iniciar una
4

revisión de Vaz Ferreira, —aunque se realice de un modo par­


cial y fragmentario. Esta tarea se hace más urgente a medida
que la crisis espiritual se agudiza y nuevas corrientes aparecen
en el campo del pensamiento. Luego de la desorientación y el
peregrinaje de los últimos años se siente una necesidad de
"entrar a puerto" de algunas creencias fundamentales, y hay
5

que resolver si se puede continuar en la dirección iniciada por


el maestro o se debe comenzar de nuevo.
Esta necesidad de juicio está pues en función de nuestra
necesidad de acción — e n los dos sentidos, espiritual y social—
y a que como dice Croce "se juzga para seguir actuando, esto
es, para vivir. Después de acabada la vida el juicio es vano
(vana alabanza o paraíso, o vana crueldad o i n f i e r n o ) " . 0

4. VÓHBC los dos artículos de F. González Areosa, aparecidos en la Revista Ariel.


(En realidad la Revista Ariel a pesar de su nombre acusa la influencia de Vaz Ferreira
más que la de Rodó.)
5. Expresión de Vaz Ferreira. en Fermentario, páff. 112.
6. Croce, Filosofía dclla Pratica, Bari, Laterza, 1015, pág. 65.
96 NUMERO

LAS INFLUENCIAS

La época de formación de Vaz Ferreira coincide con los


últimos años de la influencia del positivismo y con los primeros
de la crisis que siguió. Años verdaderamente críticos para la
filosofía en que comienza una nueva etapa cuyos representan­
tes más significativos van a ser Henri Bergson y Edmund
Husserl. A l coincidir pues, los años de su formación con
esta etapa crítica, retiene del positivismo lo m e j o r ; aque­
llos supuestos que ya Rodó ha señalado con precisión:
" L a iniciación positivista dejó en nosotros, para lo especu­
lativo como para la práctica y la acción, su potente sentido de
relatividad; la justa consideración de las realidades terrenas;
la vigilancia e insistencia del espíritu crítico; la desconfianza
para las afirmaciones absolutas; el respeto de las condiciones
de tiempo y de lugar, la cuidadosa adaptación de los medios a
los fines; el reconocimiento del valor del hecho mínimo y del
esfuerzo lento y paciente en cualquier género de obra; el des­
dén de la intención ilusa, del arrebato estéril, de la vana an­
ticipación." 7

Quien quiera conocer las fuentes del pensamiento de V a z


deberá consultar ante todo en Moral para Intelectuales una lis­
ta de obras que recomienda a los estudiantes, lista m u y signi­
ficativa porque en ella se encuentran junto con los nombres
de los autores que han influido sobre él, un índice de sus pre­
ferencias y la manifestación de las características de su pensa­
miento. Figuran allí Guyau (casi toda su o b r a ) , Fouillée, Hoff-
ding, James, Stuart Mili, Bergson, Los Evangelios, Montaigne,
Groussac, Nietzsche, Renán, Rodó, Diderot, Unamuno, Anato-
le France, Barret. 8

7. El mirador de Próspero, Barcelona, Ed. Cervantes, 1928, págs. 47-48.


8. Moral para IntelcctunleB, págB. 14 y 15. Esta lista BC comenta, se corrige y
BC completa en el tomo III de las Lecciones sobre Pedagogía y cuestiones de EnBcñanza,
págs. 71 a 128.
VAZ FERREIRA * 97

Como se puede observar predominan los autores contem­


poráneos. No hay ningún clásico ni de la literatura ni de la
filosofía antigua — e x c e p t o los Evangelios— y de otras épocas
elige a dos franceses: Montaigne y Diderot. No figura tampoco
ninguna obra histórica. Se advierte aquí una característica del
pensamiento de V a z : la ahistoricidad, en sus dos aspectos, en
cuanto meditación de las obras del pasado y en cuanto cono­
cimiento de la historia como disciplina. También es significa­
tiva (por lo que representaba entonces) una ausencia: la de
Spencer.
Algunos nombres se van a destacar con mayor relieve a
lo largo de la obra de V a z : Stuart Mili, James, Bergson, Guyau.
Constituyen lo que llamaré influencias determinantes.
Stuart Mili va a influir en la concepción de la lógica y
en la actitud frente al problema religioso (también aquí G u ­
y a u ) . En la concepción de lo psíquico y en el problema gno-
seológico, Bergson y James.
Hay que destacar otra lectura que puede haber influido
de un modo lateral por corroborar sus puntos de vista sobre
los procesos psíquicos; se trata de Fr. Paulhan. 0

Consideraré ahora, en particular, la de Stuart Mili.

Con él tiene una congenialidad, una afinidad de mentali­


dad. Es una influencia total, no sólo del pensador sino también
del hombre. Vaz ha sentido a Mili, al hombre Mili, de un modo
especial, se ha encontrado en é l . Véase este pasaje del final
10

del estudio sobre El Pragmatismo, donde lo defiende frente a


William James y dice que "hubiera hecho de esta doctrina una
crítica de la cual estoy seguro, dará una idea esta mía —como
puede darla de una obra maestra, un imperfecto aunque since­
ro esbozo". ( C A., pág. 172.)

9. Sobre todo por BUS libros Esprits logiques et esprit faux, Pnris, Alean 1896 y
Analystes ct esprits synthctiques, id., 1903. El mismo Vaz Ferreira recomienda el primero
en L. V., pág. 237 y lo cita en M. I., pág. 151. So refiere también a Paulhan en F.,
pág. 153.
10. OtroB pasajes en este Bentido sobre Mili en P. de T., págs. 10 y 84 a 98, y
en C. A „ págs. 170-71.
98 NUMERO

De las obras de Stuart Mili ha influido especialmente el


System of Logic, lo que se advierte en la preocupación por al­
gunos temas comunes como el problema del error, y el del sin
sentido de las proposiciones. Véase, por ejemplo, cómo una
observación que Mili hace sobre un razonamiento de Spencer
va a ser aplicada por Vaz Ferreira a un pasaje de James. Dice
el primero: "Es m u y importante tener presente en el espíritu
este doble sentido de la palabra inconcebible, pues el argumen­
to sacado de aquí gira casi siempre sobre la sustitución alter­
nativa de una de estas acepciones a la o t r a " . Vaz Ferreira 11

denomina a esta sustitución de sentidos sofisma dinámico y di­


c e : "El estado de espíritu de los pragmatistas es una oscilación
entre dos sentidos que dan a la palabra «verdad»". ( C . A. pág.
111).
Hay otro pasaje de Stuart Mili que va a tener su eco en
Lógica Viva y es en el que denuncia la confusión entre la idea
y la realidad que "domina la filosofía, no sólo de Descartes,
sino de todos los pensadores que recibieron de él su impul­
s i ó n . . . " y más adelante agrega: "Hasta m e inclino a creer
que este sofisma ha sido la fuente de las dos terceras partes
de mala filosofía, y especialmente de mala metafísica que el
espíritu humano no ha dejado de producir." Es difícil deter­
1 2

minar a quién pertenece este texto. Hasta el m o d o mismo en


que está enunciado el pensamiento es característico del maes­
tro uruguayo.
Se puede decir que Vaz Ferreira es discípulo de Stuart
Mili, en el sentido de continuador. Pero hay un punto en
que el discípulo se separa del maestro, y con el impulso
ya recibido comienza sus propios desarrollos. Este punto con
respecto al problema de los sofismas está indicado por el p r o ­
pio Vaz en un pasaje de Un Paralogismo de Actualidad. Allí
dice refiriéndose a Mili: "pero creo que se equivocó al suponer

11. SyBtcm of Logic, cap. VII. Este capítulo que llamó especialmente la aten­
ción de Vaz en L. V-, 126-28, no está traducido en la edición española (Jorro, Madrid,
1917). Se trata en él el problema de los principios lógicos, a través de una discusión
con Spencer y Hamilton.
12. Ob. cit.. Libro V. cap. III.
VAZ FERREIRA 99

que las falacias de confusión eran una clase de las falacias;


más bien, y ya que es fuerza establecer esas clases (...) hay
que presentar las falacias de confusión, no como una clase de
falacias, sino como un modo de caer en las falacias, sea cual
sea su clase". (F. pág. 131.) De la conciencia de este error
nace la Lógica viva.
También se da cuenta Vaz Ferreira de la insuficiencia de
la psicología de Mili y a que éste, afirma, "se equivocó mucho,
notablemente en psicología, donde se encerró en doctrinas es­
trechísimas: en las fórmulas más insuficientes del asociado-
nismo y del empirismo abstracto". ( P . de la T., pág. 85.)
Y aquí, se toca otro aspecto en el que se diferencia de
Mili: la concepción de lo psíquico. Vaz adhiere a la con­
cepción de William James y Bergson. Dije antes que de esa
distinción de las falacias nacía la idea de la Lógica Viva; hay
que agregar ahora la concepción de lo psíquico expuesta en
los Principies of Psychology y Les données immédiates de la
conscience.

II

EL MÉTODO

La atención prestada al m o d o cómo se piensa, al método,


ya que es forzoso emplear esta palabra que parece connotar
una manera infalible de hallar la verdad, es una de las carac­
terísticas del pensamiento de Vaz Ferreira. Y esta insistencia
en el modo, es precisamente lo más valioso de su pensamiento
y lo importante para nosotros los hispanoamericanos que re­
cién comenzamos la tarea propiamente filosófica. Pero el mé­
todo concebido no como un deus ex machina, sino como un es­
fuerzo, como "una dirección definible y seguida regularmente
en una operación del espíritu." 1 3

13. Véase Mcthodc en el Vocafoulairc Icchniquc ct critique de philosophie de la


Sociedad Francesa de Filosofía, 4 ed., 1932, t. I, pág. 464.
a
100 NUMERO

Esta preocupación por el método encuentra su desarro­


llo en la Lógica Viva, libro inagotable en su inocente y m o ­
desta apariencia. Se ha dicho con verdad que es el Discurso del
método americano. 14

Hay una primera instancia negativa en el acercamiento


a la verdad y ésta consiste en saber como se puede caer en el
error. La Lógica Viva es una "filosofía del error" y ya que la
verdad es difícil de hallar, siguiendo ciertas reglas, " p o r lo m e ­
nos no se tomaría el error por ella".
Se adquiere así lo que Stuart Mili llama perfección ne­
gativa.™ Aunque parezca paradójico, esta perfección negativa
es el primer paso en el camino del conocimiento.
Los modos más comunes de caer en el error son: la falsa
oposición, la confusión de las ideas con los hechos, la confusión
de las palabras con el pensamiento, la falsa precisión, la falsa
sistematización, la confusión de los problemas explicativos con
los normativos. Cada uno de estos puntos necesitaría un des­
arrollo por separado pero vamos a prescindir de él y a entrar
directamente en el estudio del método en cuanto tiene que ver
con los problemas. (Sobre estos puntos véase Lógica Viva.)
El primer paso en el estudio de un problema es determinar
su naturaleza, es decir, si es normativo o explicativo, si se tra­
ta de saber cómo son las cosas o si se trata de saber cómo se
debe obrar ( L . V . págs. 77 a 107).
Analizaremos primero los problemas explicativos porque
éste es el orden teórico y sistemático que les corresponde
y porque los problemas filosóficos son problemas explicativos
en su mayoría.

14. A. C. Arias, Vaz Fcrrcira, México, 1048, pág. 101. Esta afirmación quizá pueda
fundamentarse en la conciencia de la insuficiencia de la lógica clásica. A partir de
Descartes la lógica se sustituye por el método (en el pasaje clásico en que enuncia las
cuatro reglas). Es difícil distinguir en cierto plano la idea de método de la de modo:
Descartes aclaraba que su "designio no es enseñar el método que se debe seguir para
conducir bien la razón, sino hacer ver de quó modo ha conducido la suya". El método
no es algo meramente teórico sino que no so puede separar de la actividad del espíritu
sobre objetos concretos, enseñado sobre ejemplos. Es la apelación al buen sentido, que
identifica con la rnzón. Recuérdese el clásico error con que comienza el Discurso (a pe­
sar de las aclaraciones siguientes). En la necesidad de no asentir más que a lo que
se dé clara y distintamente a la conciencia.
15. Ob. cit., Libro V, cap. I.
VAZ FERREIRA 101

Los problemas explicativos. L o primero que se debe hacer


en el estudio de un problema filosófico es prescindir completa­
mente del planteamiento primitivo, estudiar los hechos de nue­
v o y plantear el problema en sus justos términos. El falso
planteamiento se traduce en una falsa formulación. (Véase la
Introducción a Los Problemas de la Libertad.)
La verdad se debe buscar directamente, por eso afirma
Vaz Ferreira que es más peligroso que haya "problemas hechos
que soluciones hechas". ( P . , pág. 157.)
"El verdadero pensamiento, el legítimo, consiste en pen­
sar directamente, de nuevo y siempre de la realidad" Descri­
birla "lo más adecuadamente posible con los inconvenientes
forzosos de la insuficiencia de las formulaciones y de la insu­
ficiencia misma del espíritu humano". (F. págs. 74, 75 y 76)
El no darse cuenta de estas limitaciones lleva a cometer lo
que denomina el paralogismo de los metafísicos que "consiste
en atribuir a la realidad las contradicciones en que a menudo
se incurre en la expresión de la realidad, en transportar la
contradicción, de las palabras a las cosas, en hacer de un hecho
verbal o conceptual un hecho ontológico." (F. P. 126) (Esta
es una idea en la que insiste mucho Vaz Ferreira. La contra­
dicción es un hecho lógico, no ontológico. En esto es decidi­
damente antiheracliteano y antihegeliano.)
Luego, se debe pensar el problema con todas las ideas p o ­
sibles, dejándolas reordenarse naturalmente según sus relacio­
nes lógicas. (Es decir, aprovechar todas las ideas anteriores en
lo que tienen de utilizable, y las ideas nuevas que surjan del
estudio de los hechos.)
Es increíble que se haya podido hablar de eclecticismo a
propósito del pensamiento de Vaz Ferreira, cuándo tan dis­
tinta es su manera de pensar tanto desde el punto de vista del
método, cuanto de su realización y habiéndose él referido e x ­
plícitamente a este punto en reiteradas ocasiones. Como, por
ejemplo, cuando afirma: "Es interesante [observar] que la ma­
nera de pensar peor que existe se confunda tan fácilmente con
la manera de pensar mejor; que la manera de pensar indirecta,
que parte de lo ya pensado, se confunda con la manera de pen-
102 NUMERO

sar directa..., pero es cosa diferente y en verdad opuesta."


(F. p. 74) o, en otro pasaje: "El eclecticismo es un modo de
pensar mezquino, pobre, en realidad ininteligente, que consis­
te en pensar con lo pensado; tomar lo bueno de lo que han
pensado los demás: en más o menos casos, puede llevar a acier­
tos; pero es condenarse de antemano a quedar dentro de lo
pensado, o en todo caso a determinarse por lo pensado." ( P . S.
pág. 9 1 ) . (Más extenso e n : P. de la T., págs. 102 y 103.)

Los problemas normativos. Este es el otro grupo de p r o ­


blemas que se le presentan al hombre, problemas de una c o m ­
plejidad extrema porque no sólo son teóricos sino que tienen
una proyección en la acción; problemas en que se trata de sa­
ber qué debe hacerse y cómo debe hacerse algo. ( Y a se señaló
que uno de los cuidados que hay que tener es evitar que se
trate una cuestión normativa como una cuestión explicativa.)
Luego de determinada la naturaleza del problema, el exa­
men de la cuestión comprende teóricamente tres momentos:
1. Especificación de todas las soluciones; 2. Estudio de las
ventajas e inconvenientes, de los bienes y males de cada so­
lución, 3. Elección.
Hay que tener presente siempre en esta clase de proble­
mas el hecho de que no tienen una solución única, sin incon­
venientes, es decir, que no tienen solución en el sentido de los
problemas explicativos, c o m o los matemáticos, por ejemplo,
sino que hay varias maneras de resolverlos, que hay que elegir.
Y entonces es cuando aparecen las cuestiones de grado, y a
que intervienen las circunstancias y los ideales, y ni el razo­
namiento ni la experiencia alcanzan. Hay que apelar al buen
sentido. Este buen sentido no es el sentido común, encarecido
en este siglo por el neotomismo, que ha querido darle voz y
voto en las cuestiones filosóficas, " y el que con tanta razón
10

ha sido el estigma de la filosofía y de la ciencia, el que ha ne­


gado todas las verdades y todos los descubrimientos y todos
los ideales del espíritu humano" y que " es inconciliable con la

16. Garrigou Lagrangc, El sentido común, Ed. Dcsclée de Brower, Buenos Aires.
VAZ FERREIRA 103

lógica" Es el que "viene después del razonamiento, o mejor,


junto con él. Cuando se ha hecho toda la lógica (la buena ló­
gica) posible, cuando las cuestiones se vuelven de grado, llega
un momento en que una especie de instinto —lo que yo llamo
el buen sentido hiperlógico— es el que resuelve las cuestiones
en los casos concretos." ( L . V., págs. 163 y 164.)
No se puede menos que recordar la conferencia de Berg-
son sobre el mismo t e m a . Se podría decir que el buen sen­
17

tido es en el plano lógico, lo que la intuición en el plano


ontológico. Recuérdense las características que Bergson le asig­
na: su semejanza con el instinto, su facultad de elegir, su r e ­
lación con el presente, su relación con la justicia.
Este buen sentido sería el criterio de la verdad, —liárnos­
lo así, aunque en realidad no hay criterio— para los problemas
normativos.

III

LA CONCEPCIÓN DE L A FILOSOFÍA

Hay pocos elementos en la obra de V a z Ferreira para lle­


gar a una concepción teórica de la filosofía, pero para obtener
una idea aproximada de lo que se entiende por ella, se pueden
reunir los raros pasajes en que se refiere al tema y considerar,
además, el desenvolvimiento de su obra, es decir, ver cómo
ha realizado la tarea filosófica.
Los dominios de la filosofía y la metafísica se confunden:
la filosofía es la metafísica. ( S e encuentran usados los dos tér­
minos indistintamente.)
Su concepción de la metafísica acusa la influencia del p o ­
sitivismo, tomado en sentido amplio; la metafísica en cuanto
análisis y una crítica de la experiencia (entendida en su t o ­
talidad) y en cuanto está íntimamente relacionada con la
ciencia.

17. Le bon sena et lea études classiques, Ed. de L'epervier, 1947.


104 NUMERO

No se pronuncia Vaz Ferreira sobre si la diferencia entre


metafísica y ciencia es una diferencia de naturaleza o de gra­
do, más bien parece inclinarse a pensar que es sólo una dife­
rencia de grado, una diferencia de grado de abstracción: "a ese
análisis [se refiere al análisis de las nociones] se llega insensi­
blemente por la sola impulsión del pensamiento en su esfuer­
zo por precisar ciertas ideas; y se llega así sin solución de con­
tinuidad, a especulaciones ampliamente filosóficas, si basta pa­
ra merecer este nombre un gran carácter de generalidad". Y
más adelante expresa: "Por consiguiente si hay algún momen­
to preciso en que el proceso inteligente presenta un carácter
nuevo, es sin duda aquel en que se emprende la crítica de los
datos de la percepción y del conocimiento." ( P . de la L. nota,
pág. 5 0 ) .
L a filosofía, pues, aparece entendida como crítica de los
datos de la conciencia y c o m o crítica de las ideas, en la que se
concilian lo m e j o r del empirismo y del racionalismo. (Tal c o ­
m o la realizaron, por ejemplo, Bergson, Bertrand Russell y
Whitehead.)
En un pasaje m u y divulgado adhiere Vaz a la definición
de Willian James — q u e califica de genial— y según la cual la
metafísica consistiría en el "esfuerzo inusitado por pensar cla­
ramente". ( F . p. 115.) Nótese que se insiste sobre el m o d o de
pensar y no sobre el objeto pensado. Por ello, esta pseudo de­
finición además de no aclarar mucho tiene el peligro de llevar
a un olvido del objeto, ya que la ciencia — a pesar de lo que
dice James en los párrafos siguientes— también es " u n esfuer­
zo por pensar clara y consistentemente".
Parece innecesario señalar que estamos m u y lejos de una
metafísica entendida c o m o ontología o como teoría del ser.
El análisis comenzado por la ciencia misma en su preocu­
pación teórica se continúa en la metafísica, por eso "nada tan
digno de atención como el aspecto que ha tomado hoy esa re­
gión intermediaria entre el conocimiento positivo y la especu­
lación propiamente filosófica" ( F . p. 115). Esta región es el
dominio de la epistemología. "La ciencia, dice en otro lugar,
emite filosofía" (T. M. I p. 10) y esta emanación de la ciencia
VAZ FERREIRA 105

entraña el peligro de las falsas trascendentalizaciones de las que


debe cuidarse la metafísica. En esta zona intermedia es donde
comienza la tarea que la filosofía debe proseguir hasta llegar
a los fundamentos de las nociones, a las ideas claras y distintas.
La metafísica es pues, "legítima, más que legítima" (L. V .
p. 1 3 7 ) ; es "la manifestación más elevada y más noble de la
actividad del pensamiento y del sentimiento humanos" ( M . I.
p. 1 9 8 ) ; y por esto la más difícil y la que está expuesta a caer
más fácilmente en el error.
En otro pasaje, en torno de la imagen central del tém­
pano, desarrolla el mismo pensamiento sobre la relación entre
la metafísica y la ciencia, afirmando que "esa morada [la cien­
cia] perdería su dignidad si los que la habitan no se detuvieran
a veces a contemplar el horizonte inabordable, soñando con
una tierra definitiva; y hasta si continuamente, algunos de ellos,
un grupo selecto como todo lo que se destina a sacrificios, no
se arrojaran a nado, aunque se sepa de antemano que hasta
ahora ninguno alcanzó la verdad firme y que todos se ahoga­
ron indefectiblemente en el océano para el cual no se tiene
barca ni vela". (F. págs. 117 y 18.)
El témpano, está "hecho de la misma agua del océano",
pero en un estado distinto, por eso los modos de conocer de
la metafísica tienen que ser diferentes de los de la ciencia. Por
el hecho que el hombre pueda conocer con exactitud algunos
objetos, no puede pretender conocerlos todos con la misma se­
guridad; tiene que saber que las leyes que rigen el témpano no
son las mismas que rigen el océano, es decir, que porque puede
racionalizar una parte de la realidad, puede racionalizar toda
la realidad, como quería el racionalismo clásico.
Tres grandes peligros debe evitar la metafísica según Vaz
Ferreira: la falsa precisión, la falsa sistematización y las fa­
lacias verbo-ideológicas. Con respecto al primero parece inne­
cesario aclarar que el hecho de combatir la falsa precisión no
significa que se deba desechar la precisión en filosofía. Berg-
son mismo, que no puede ser acusado de irrespetuoso para con
la realidad, la ha encarecido. Y Vaz Ferreira la ha practicado
en toda su obra de un m o d o admirable.
106 NUMERO

Coincide V a z con la crítica contemporánea en censurar


la precisión bajo el aspecto de exactitud de tipo matemático,
pero no desdeña el rigor, no proclama la vaguedad, ni preco­
niza lo indefinido. Si es falso querer hacer una metafísica m o ­
re geométrico, también es falso confundirla con un estado de
alma.
Vaz Ferreira tan cuidadoso de la legitimidad, que es la
forma lógica de la sinceridad, no consiente en resolver proble­
mas filosóficos con soluciones de otros dominios, y a que esto
entraña además de una ilegitimidad, una debilidad y una r e ­
nuncia al pensamiento.

LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA

El juicio de V a z Ferreira sobre este punto necesita rec­


tificación. Es uno de los pocos temas en que su juicio es e x c e ­
sivo. Tal vez influye aquí el ambiente general de su época y
el poco interés p o r la lectura de grandes filósofos que trasuntan
sus libros. Es uno de los aspectos en que n o supera la insufi­
ciencia del positivismo. Su concepto de la historia de la filoso­
fía es semejante al del siglo x v n cuando se la consideró como
"la historia de los errores del espíritu h u m a n o " . 18

La historia de la filosofía es un ejemplo de las falacias


verbo-ideológicas, de falsa precisión y de sistematización ile­
gítima. Así afirma: "Casi toda la metafísica, casi toda la filo­
sofía tradicional es un vasto ejemplo, una inmensa ilustración
del paralogismo que estamos estudiando" ( L . V., pág. 1 3 3 ) .
Y en otro lugar reitera: " . . . es cierto que la humanidad no
había acabado de comprender que desde los tiempos de Aris­
tóteles, había estado confundiendo durante más de veinte si­
glos el pensamiento con el lenguaje" L a acusación es fuerte,
y h o y resulta imposible suscribirla. Obsérvese bien el alcance

18. Emile Brchier, La pliilosophie ct son pasaóc, Paria, Alean, 1940.


VAZ FERREIRA 107

que tiene, y se advertirá que en ella están comprendidos los


pensadores más profundos de Occidente. Además, en este pa­
saje, "desde los tiempos de Aristóteles", quiere decir también
desde los orígenes de la filosofía griega.
En los juicios sobre los filósofos que hay incidentalmente
en su obra no se pronuncia Vaz sobre la esencia de sus doc­
trinas, sino que se limita a comunicar observaciones laterales.
De acuerdo con su opinión la filosofía no se ha realizado
plenamente, y estamos en la época inicial. Véase este pasaje:
" Y pensaba yo que la filosofía será completamente distinta,
habrá nacido de nuevo — o habrá nacido, sencillamente— el
día en que los filósofos sepan damos toda su alma, todo lo
que piensan, todo lo que psiquean, diré, para emplear un verbo
más comprensivo.
Imagínense ustedes que Kant no nos hubiera dado sola-
mente su sistematización (...) sino que hubiéramos sabido lo
que Kant dudaba y lo que ignoraba, y sobre todo, cómo du­
daba: cuan provechoso nos sería esto, para fermento pensante!
Las teorías de Kant han hecho su bien, han hecho también su
mal; y ha llegado un momento en que han dejado tal vez de
'ser útiles a la humanidad; pero aquel fermento nos hubiera
sido de utilidad eterna." ( L . V . p. 158.)
También parece necesaria aquí una rectificación. Este jui­
cio sobre Kant no refleja la verdad. Kant no nos ha dado sola­
mente su sistematización y él mismo era consciente, además,
de las dificultades y de los problemas, como estos textos, ele­
gidos al azar en la Crítica de la Razón Pura, lo confirman:
" ¿ Q u é puede haber más funesto a los conocimientos que
comunicarnos pensamientos falsos, ocultar las dudas que sin­
tamos y elevar nuestras afirmaciones bajo calor de evidencia
con argumentos que a nosotros mismos no nos pueden satis­
f a c e r ? " A l preguntarse sobre si es posible el conocimiento por
razón pura, dice que el resolver este problema " e x i g e una re­
flexión mucho más sostenida, más profunda y más penosa que
la obra metafísica más extensa." 1 0

19. Crítica de la Razón Pura, Secc. II, Teoría traBc. del mát. y Prolegr. (Más am­
pliamente los capítulos finales de la Crítica y todo los Proleg.)
108 NUMERO

Por otra parte, el "fermento pensante" cuya ausencia la­


menta V a z en Kant, está en su obra escrita y nos es de "utili­
dad eterna"; c o m o está en la obra de todos los grandes filóso­
fos — e n la de algunos en mayor cantidad que en la de otros—
como lo ponen de manifiesto sus resurrecciones periódicas.
Hay que hacer estas aclaraciones —quizás o b v i a s — por­
que además del error que encierran pueden hacer mucho mal
entre la juventud, ya que el juicio viene prestigiado con la
autoridad del maestro.

LA RAZÓN

Hay en la obra de Vaz consideraciones aisladas sobre la


razón que permiten configurar su posición al respecto. ( A d e ­
más puede afirmarse que toda ella es una aplicación de la ra­
zón — y del sentimiento— a diversos problemas c o n c r e t o s — ) .
No hay por cierto, una teoría de la razón pero sí una "reivin­
dicación y valoración de la razón, y ta demostración no ya de
su dignidad, sino de su valor práctico." ( C M. p. 23)
Piensa Vaz que la razón es una "razón humana", desarro­
llada a lo largo de la historia, y un elemento singular en la
conquista de lo desconocido. No cree, pues, que tenga un valor
de conocimiento ontológico, pero cree en cambio, que tiene un
valor de conocimiento, y como consecuencia de ello un valor
práctico.
Hay una correspondencia esencial entre la acción y el
pensamiento, entre el bien y la verdad, entre la justicia y la
lógica. Considérense estos textos: "Principios en el buen sen­
tido, son los convertibles" en acción. "Principios son pensa­
mientos a crédito" de la experiencia futura. "La lógica ema­
na bondad por medio de la justicia" (F. págs. 5 y 176). ( Hay
en su obra, material suficiente para desarrollar una teoría de
las relaciones del pensamiento con la acción, pero esto reque­
riría estudio aparte.) La Historia nos ha mostrado y demos­
trado — a d e m á s — que la razón "no puede ser vulnerada en
vano".
VAZ FERREIRA 109

Hasta se podría decir, si la palabra no estuviese excesi­


vamente unida a una significación de sistema, a "una men­
talidad que aunque mejor que aquella a la que se oponía, era
realmente limitada y parcial" ( C . A., p. 1 6 ) , que Vaz F e -
rreira es un racionalista. Algunos textos autorizan a pen­
sarlo. Este p. e j . : "Y de nuevo otra manera de ser racionalista,
más modesta y más moderada en que se aprecia todo el valor
de la razón, aunque se reconozcan sus limitaciones. (Recordar
aquella imagen de Diderot, sobre lo absurdo de que alguien,
con el pretexto de que no es un sol, apagara su linterna)". (M.
I. p. 2 0 4 ) . O este otro, que lo completa: "Pero también podría
llamarse racionalismo en un sentido más hondo, más noble y
mejor, a otra actitud: la luz de la razón no será el sol, que hay
que adorar con inconsciente adoración primitiva, no: es débil,
temblorosa, de alcance limitado; rodeada de penumbra, y, más
allá, de una oscuridad completa, en cuyo seno muy poco po­
demos avanzar ni vislumbrar; pero ese es precisamente un mo­
tivo más para no dejarla apagar del todo, para cuidarla con
más cariño y con más amor." ( L . P. y E. p. 84)

Y por eso hace esta luminosa advertencia respecto de los


que atacan a la razón con tanta irresponsabilidad: "es fa­
cilísimo declamar contra la ciencia y contra la razón y contra
la lógica; los que lo hacen saben muy bien que la ciencia, la
razón y la lógica siguen trabajando por ellos y para ellos".
(F. p. 215.) El ejercicio de la razón es difícil, es "el quijotis­
mo supremo" del h o m b r e : "Investigar y explicar sin térmi­
no; comprender para comprender más, sabiendo que cada com­
prensión hace pulular más incomprensiones, sabiéndolo de an­
temano y darse a eso gozando y sufriendo, es el quijotismo su­
premo. Atacamos molinos de viento ideológicos sin la ilusión
de creerlos gigantes ni la de vencerlos. . " (F. p. 187.) No
porque seamos débiles de razón, debemos convertir esa debi­
lidad en virtud. El mundo no deja de ser infinito tampoco para
la razón. Se puede advertir la permanencia y la actualidad de
tal actitud, comparándola con las concepciones contemporáneas.
110 NUMERO

IV

EL PROBLEMA RELIGIOSO

El problema religioso es "el más capital de los problemas"


puesto que de su solución depende el sentido de la vida. Por
esto Vaz Ferreira hace constar estas dos evidencias: "Que la
vida no tiene sentido sin religión es evidente. Y también que
hasta ahora no se ha encontrado una religión capaz de dar sen­
tido a la vida". (F. p. 175.)
Dos hechos originan la actitud religiosa: la ignoran­
cia respecto al origen del mundo y la muerte. Esta ignorancia
indescartable crea en el hombre un estado de espíritu que le
conduce a la actitud religiosa, sentimiento sui generis en el
que interfieren factores intelectuales. El mismo lo precisa: "La
religiosidad entendida como sentimiento de lo trascendente
posible: toda clase de sentimientos, aspiraciones, deseos, temo­
res, esperanzas, dudas, etc. que tienen que ver con lo descono­
cido, y a que corresponden estados de los más altos a la vez
racional y afectivamente. (...) "Religiosidad" en el sentido de
sentimiento de la posibilidad e importancia de lo trascendente
o desconocido..." ( L . V. p. 210.)
Por eso la actitud que da origen a la religión es legítima,
y ésta no debe ser sustituida por la ciencia o la filosofía, sino
"por el sentimiento solemne de nuestra ignorancia y de las posi­
bilidades trascendentes que caben en ella (una ignorancia con
posibilidades trascendentes)". ( C . A. p. 59.)
Con respecto al problema de la muerte la filosofía tradi­
cional había adoptado una actitud falsa, que Vaz Ferreira de­
nuncia: c o m o "una especie de actitud vergonzante. Parece, a
veces, como si quisiera escamotearlo o escamotearse a él. En
sistemas filosóficos, vemos esta cuestión, la más grande de to­
das, tratada de paso, episódicamente, como una simple pieza
del sistema, y como si no valiera la pena insistir sobre ella".
( L . P. y E , p. 104.)
VAZ FERREIRA III

O también había creído resolverlo apelando al pretendido


instinto de sobrevivencia. Pero tal instinto no existe, según la
observación de V a z : "Si se hace una introspección sincera y
lúcida" se encuentra que el estado de espíritu real no es "el de
sobrevivencia ni el de no sobrevivencia". Por el contrario,
"más que toda presunción o prueba basada en el instinto, con­
suelan las posibilidades que se basan en el no saber, en el no
entender, posibilidades que encierra la incomprensión. Más
consoladora es la incomprensión que el instinto". (F. p. 124.)
Tampoco sirven las pruebas tradicionales de la inmortali­
dad del alma ya que está convencido de "que nadie, en el fondo
de su espíritu pueda creer simplemente en ella por «razones»,
como las que encontramos en los tratados". ( L . P. y E. p. 104.)
Por todas estas consideraciones adopta y propone frente
al problema religioso una actitud "cuya fórmula suprema se­
ría "sinceridad" ya que no se debe consentir el engaño con­
solador de la esperanza no fundada racionalmente (debemos
ser "sinceros hasta con nuestras esperanzas") que implica la
abolición de la razón o su menoscabo, tal como se pone de ma­
nifiesto en el credo quia absurdum del cristianismo

Para dar una idea cabal de la actitud de Vaz Ferreira


frente a este problema no puedo menos que transcribir íntegra
una página de las Lecciones, página de antología en la que
está resumida su actitud total frente a la religión y a la filo­
sofía, en la que está íntegro él m i s m o : "El espíritu es como
una llama que tiene un doble aspecto de luz y de calor, de
razón y de sentimiento. (Y esta comparación, dicho sea de paso,
podría prestarse a desenvolvimientos. Desde cierto punto de
vista, esas dos funciones pueden considerarse opuestas, así co­
mo en una llama la función de calor suele ser concomitante
con la disminución de poder luminoso, y puede, en cambio, ob­
tenerse un poder luminoso intensísimo con una llama casi fría.
Desde otro punto de vista, en cambio, la luz y el calor son as­
pectos o funciones de la llama, y, por consiguiente, complemen­
tarios e inseparables...) Y bien: con respecto a la luz es triste
y equivocada la actitud de esa doctrina, que, usando, en el me-
112 NUMERO

nos bueno de los sentidos, el nombre de «racionalismo», pro­


cura exaltar como omnipotente, todopoderosa y única, a la ra­
zón. Pero también podría llamarse «racionalismo» en un sen­
tido más hondo, más noble y mejor, a otra actitud: la luz de la
razón, no será el sol, que hay que adorar con inconsciente ado­
ración primitiva; no: es débil, temblorosa, de alcance limitado;
rodeada de penumbra, y, más allá, de una obscuridad completa,
en cuyo seno muy poco podemos avanzar ni vislumbrar; pero
ese es precisamente un motivo más para no dejarla apagar del
todo, para cuidarla con más cariño y con más amor. Y en
cuanto al sentimiento, al sentimiento en general, y más espe­
cialmente al sentimiento de lo trascendente —en su «posibili­
dad»— a ese sentimiento en general, y más especialmente al
sentimiento que no hay inconveniente en llamar religiosidad o
sentimiento religioso en el sentido más amplio de todos, hay
que mantenerlo en una atmósfera siempre libre y viva, para
que se alimente y subsista, y caliente y trabaje. El aire libre,
aunque parezca apagarla, es lo que alimenta esa llama. En
cuanto a los dogmas, no son más que cenizas de ella, que tien­
den a ahogarla; limpiar la llama de esa ceniza, es precisamente
en alto sentido función religiosa". ( L . P. y E., págs. 83 y 84.)

UNA MIRADA SOBRE EL MUNDO

En sus conferencias sobre La actual crisis del mundo, V a z


Ferreira insiste paradójicamente en que, en lo esencial, se tra­
ta de una crisis de racionalidad. No cree que haya decadencia
moral, más, cree que hay progreso moral. "De hecho, en ma­
teria de progreso, el discutible podrá ser él intelectual; pero él
moral es indiscutible" ( C . M. p. 11.) De hecho, pero ¿de qué
clase de hecho? ¿Histórico o psíquico? Parece que de hecho
histórico, según lo da a entender en un pasaje ( C . M. p. 12) aun-
VAZ FERREIRA 113

que en otro habla de hecho psíquico. "Lo que se agregó no jué


el mal, sino la resistencia creciente al mal (...) más resisten-
cia psicológica": ( C . M. p. 14.) Como progreso de estado de
espíritu parece sostenible, pero no en cuanto hecho histórico,
objetivo.
Es en este último aspecto, pues, en que la tesis de Vaz
m e parece equivocada. Fué formulada en años anteriores a la
última guerra mundial (Primera versión 1932, repetida en el
36 y 3 9 ) . Está bien que el filósofo defienda a la razón contra
las apariencias, que no sea inducido a engaño por ellas, que
crea que la paradoja es la verdad. (Toda verdad es una para­
doja, en el sentido etimológico.) Y que afronte el riesgo de la
crítica de la opinión ante sus afirmaciones, esa m e parece una
de las funciones esenciales de la filosofía, pero en este caso,
las apariencias son la realidad, por tratarse de hechos de orden
social.
Precisamente, de hecho, es que no se puede afirmar que
haya más resistencia al mal. Y a en la época de las conferencias
estaban sucediendo en el mundo hechos terribles, la aventura
subhumana del fascismo, en China, en Abisinia, la guerra de
España, las " p u r g a s " de la Unión Soviética, la persecución ra­
cial, los campos de concentración en Alemania. Después vino
la guerra, la guerra más horrorosa que registra la historia hu­
mana, donde todos los procedimientos de la técnica se pusieron
al servicio del mal, de la crueldad más atroz, donde los bárba­
ros emplearon todos los medios de la civilización para satis­
facer sus instintos, todo esto culminó en Buchenwald y en Hi­
roshima . . .
Porque puede no haber progreso moral, es difícil decirlo,
pero valuando bien los factores, y no por el simple afán de
contradicción, aunque sea doloroso confesarlo, hay decaden­
cia moral. Y cabe preguntarse: ¿Se puede ser todavía opti­
mista, a pesar de todo? Los que creemos en el hombre, en sus
posibilidades, sin deseo de engañarnos, podemos seguir siendo
"optimistas de v a l o r ' " . . .
114 NUMERO

Tal vez Vaz ha proyectado su afectividad sobre los h e ­


chos, y la ha hipostasiado, ha creído descubrir en ellos lo que
es su anhelo más ferviente. Pero la tarea del filósofo es la de
no dejarse engañar, "sincero hasta con sus esperanzas", tam­
bién en el orden social y soportar la vida, actuando siempre en
el sentido del bien, aunque el alma de los hombres sea más
inmodificable que la misma materia.

VI

Hecho el repaso de algunas ideas fundamentales, precisa­


remos las características de su obra y de su pensamiento.
A n t e todo, se debe tener presente que Vaz Ferreira es un
hombre completo, " h o m b r e de pensamiento, de sentimiento y
de acción" bien situado en todos los aspectos de la realidad:
2 0

el inteligible, el artístico, el social; adaptado a su circunstan­


cia sin perderse por ello en lo inmediato.
Dotado de una inteligencia excepcional, unida a un buen
sentido admirable, ha pensado problemas concretos con una
precisión analítica hasta entonces desconocida en el pensa­
miento de lengua española. Su obra constituye una respuesta
21

afirmativa a la pregunta por la posibilidad de la filosofía en


Hispanoamérica.
Tiene esta obra una discontinuidad formal pero una con­
tinuidad profunda. Desde los primeros hasta los últimos en­
sayos los temas persisten con notable unidad (se desarrollan,
se varían, se c o m p l e t a n ) . Las preocupaciones fundamentales

20. Pura emplear una expresión suya a propósito <lc Rafael Barrct, (L. P. y E.,
pág. 123).
21. Dentro de sus contemporáneos su obra se puede parangonar con Ja de Josó
Ortega y Gasset, IOB ensayos de Unamuno y las reflexiones filosóficas de Antonio M a ­
chado, en cuanto a calidad y a importancia. Con respecto a las reflexiones de Juan
de Mairena es curioso señalar aparte de la forma fragmentaria, l a meditación de temas
comunes y la coincidencia de opinionos. VóaBe en Juan de Mairena los fragmentos sobre
la incomprensión (pág. G83), la inccrtidunibrc (pág. 087), la no coincidencia del pensar
y del ser (pág. 707), el descontento como baBe de la ética (pág. 7751), el escepticismo
(p. 779), la muerte (786), estar a la altura de las circunstancias (813), la creencia, CriBto.
Cito según la edición de Séneca, México, 1940.
VAZ FERREIRA 115

son: lo psico-lógico y lo moral. Se puede decir que dos son


los títulos de su vida: Lógica Viva y Moral Viva. 22

Hay en esta obra mucho pensamiento "simplemente en­


trevisto, sugerido, a medio pensar" como él mismo lo ha o b ­
servado ( P . de T. p. 319) pero hay también mucho logrado, c o ­
m o por ejemplo, el estudio de los sofismas, los problemas de
la libertad, los problemas sociales, los problemas pedagógicos,
las relaciones entre la ética y la acción.
Dentro de ella hay pasajes, cuando llega al límite de los
problemas, de un patetismo auténtico, contenido, en los que
se siente el estremecimiento del contacto con la realidad, y en
los que el pensamiento no abdica, dentro de sus propios domi­
nios, en favor de los emocionales.
Ha realizado la tarea filosófica en una de sus funcio­
nes, muy propia de la época, en que la crisis de la metafísica
hacía que el pensamiento se orientara en el sentido de los pro­
blemas concretos, sometiendo al análisis los fundamentos de
las ciencias. Representa entre nosotros el espíritu filosófico,
según la denominación de Dilthey, espíritu que "aparece allí
donde un pensador, libre de la forma sistemática de la filosofía,
somete a examen lo que en el hombre se presenta aislada y
oscuramente como instinto, autoridad o creencia ( . . . ) donde se
someten los valores y los ideales de la vida a un nuevo exa­
men. Lo que aparece desordenado o luchando hostilmente den­
tro de una época o en el corazón de un hombre debe ser re­
conciliado en el pensamiento, lo oscuro debe ser aclarado, lo
inmediato, lo yuxtapuesto, debe ser mediatizado y puesto en
conexión. Este espíritu no deja inconexo ningún sentimiento
de valor, ninguna aspiración aislada, ningún precepto y ningún
saber; para todo lo válido pregunta por la razón de su v a ­
lidez." 2 3

Las características de su pensamiento se pueden resumir


así: una atención predominante concedida al método, que se
manifiesta en una actitud analítica frente a los problemas y

22. Título ni que aparecen referidos en Fermentarlo los fragmentos destinados a


un libro sobre Moral y del que Moral para Intelectuales no es más que una parte.
23. La esencia de la filosofía, Losada, Buenos, AircB, 1944, pág. 200.
116 NUMERO

crítica frente a las doctrinas (no ha hecho sistema " n o por


falta de síntesis sino por sobra de crítica y análisis" ( L . V. p.
7 4 ) ; un cierto psicologismo, m u y propio de la época, y que
está en función de su extraordinaria capacidad para captar lo
psíquico, y como consecuencia de ello una historicidad, y final­
mente, un escepticismo y un humanismo que informan su pen­
samiento.
Estas características requieren algunas aclaraciones. El
psicologismo se manifiesta en la importancia concedida al es­
tado de espíritu en la explicación de los problemas, sobre todo
en el moral y en el lógico. El escepticismo, es un escepticismo
sui generis.
Está fundamentado en el dualismo de la psicología y la
lógica, enunciado en Lógica Viva y tiene dos aspectos: un es­
cepticismo de ignorancia y un escepticismo de contradicción,
y este último se presenta de dos maneras, erga verba y erga
res. El primer escepticismo —usamos la palabra a pesar de la
resistencia de Vaz Ferreira a usarla, y él mismo se ha visto
precisado a hacerlo en otros pasajes— es "la única actitud
mental en que el hombre puede conservarse sincero ante los
otros y ante sí mismo, sin, para eso, mutilarse el alma.. " Con­
siste en "saber qué es lo que sabemos y en qué plano de abs­
tracción lo sabemos; creer cuando se debe creer, en el grado
que se debe creer; dudar cuando se debe dudar, y graduar
nuestro sentimiento con la justeza que esté a nuestro alcan­
ce; en cuanto a nuestra ignorancia no procurar ni velarla ni
olvidarla jamás; y en ese estado de espíritu, obrar en el sentido
que creemos bueno, por seguridades o probabilidades o por po­
sibilidades, según corresponda, sin violentar la inteligencia,
para no deteriorar por nuestra culpa este ya tan imperfecto y
frágil instrumento, —y sin forzar la creencia". ( C . A . p. 12.)
En cuanto al escepticismo de contradicción es legítimo en
la primera forma, es decir, erga verba, pero es ilegítimo en la
segunda, erga res, y a que aparte de su falsedad lógica condu­
ce a un pesimismo de conocimiento. (Véase ampliamente Un
paralogismo de Actualidad ( 1 9 0 8 ) , que todavía la sigue te­
niendo.)
VAZ FERREIRA 117

En cuanto a las posiciones que sostiene en la problemá­


tica filosófica, deben destacarse con estricta justicia, las si­
guientes: la vuelta a los problemas, la crisis del sistema, la
atención a la epistemología, los cuidados críticos frente al len­
guaje, la posibilidad de una lógica del sin sentido. Todas ellas
conservan una vigencia y una actualidad indiscutible.
Con respecto al problema social su ¿planteo parece teóri­
camente inobjetable y su solución — c o m o lo ha advertido A l ­
fonso R e y e s — decididamente revolucionaria. Hay que obser­
var, eso sí, la omisión del marxismo, el que además de ser una
fuerza teórica considerable es una formidable fuerza histórica
de la que no se puede prescindir.
La influencia de esta obra presenta un doble aspecto: uno
positivo, en tanto ha enseñado a pensar bien, y otro negativo
porque ha inhibido m u c h o : por su insistencia en el peligro del
sofisma y por su mismo ejemplo de perfección en el pensa­
miento. Desgraciadamente los hombres no pueden pensar sin
error, con pureza absoluta. El pensamiento, como los metales,
no se da casi nunca en estado puro, se da con escoria que la
crítica va separando luego. (Los hombres de más genio son
los que han pensado también con más error.)
Pero él ha cumplido su misión de un modo irreprochable,
sabiendo ser maestro en el más alto sentido, no entregándole
a sus discípulos la verdad perfecta, sino enseñándoles el modo
de buscarla.
IDEA VILARIÑO

JULIO HERRERA Y REISSIG


SEIS AÑOS DE POESÍA
UN DESCONOCIDO

Si CORTA fué la vida de Julio Herrera y Reissig, su tarea


de poeta, que abarca casi exactamente la mitad de aquélla, se
aprieta en una más excepcional brevedad. Si deducimos toda­
vía los años de iniciación, aquellos en que sus poemas gustaban
al público del Montevideo finisecular, sorprende aun más el
lapso en que su poesía se realiza. En general se toma el año
de 1900 como punto de referencia detrás del cual quedan rele­
gados los poemas desechables, las desechables prosas. Tal vez
el prestigio del número redondo ayuda a creer que justamente
allí se parte esta obra en peor y mejor, pero el mismo Herrera,
para Los Peregrinos de Piedra — ú n i c o libro que preparó él
1

m i s m o — , elige a partir de 1904, y es m u y posible que no se


equivoque Lauxar cuando afirma que el poeta no hubiera con­
sentido "esa divulgación irreflexiva, hecha sin discernimiento,
de cuanto había escrito con diversos gustos, en diez largos
años". En la composición de aquel volumen se cree estar, a
2

primera vista, frente a la misma capacidad crítica "a poste-


riori" que revelan los borradores, por la elección, con exacto
instinto, entre la avalancha de palabras y giros — a menudo
fáciles, o cursis, o torpes—, de que le proveía el primer i m ­
pulso. Pero la realidad es más sencilla y m e j o r : la simple
ordenación cronológica tiende una línea que pasa por el año
1904. Es cierto que Las Pascuas del Tiempo, La Vida, Cues
Alucinada, se hacen tomar en cuenta — y m u c h o — , abundando
en ellas, formuladas o en germen, sus posteriores facultades,

1. Montevideo, O, M. Bcrtani, editor, 1910. Después figura como tomo I de las


Obras Completas (1913).
2. Lauxar, Motivos de crítica, Montevideo, Palacio del Libro, 1929.
HERRERA Y REISSIG 119

pero, hechas esas respetables excepciones, hay que andar toda­


vía un tramo para dar con lo mejor. No se quiere, ni se puede,
invalidar así el resto de la producción de esos años, pero sí
afirmar que, ignorándola, se ignoran sus pecados de juventud,
sus balbuceos, y se le juzga en su mayoría de edad espiritual
y poética. Considerando, pues, que murió en marzo de 1910,
tiene un plazo que llega apenas a los seis años para su tarea
mayor, en la cual no hay casi desecho.
El desorden en que se agruparon las piezas en las Obras
Completas que publicó Bertani, contribuyo a formar la idea

de un artista mucho más irregular, mezclado y caótico de lo


que fué en realidad, y tal vez el m e j o r homenaje a rendírsele
consistiría en juzgarlo sólo por lo que él mismo eligió en defi­
nitiva o en separar, entre lo que quedó fuera, con su misma
exigencia.
Muerto Herrera a los treinta y cinco años, no nos deja afir­
mar que había llegado a la plena madurez de su personalidad
de hombre y de poeta. El tiempo le fué escaso y tenía que so­
brepasar una serie de cosas, salir del deslumbramiento de la
nueva poética, ahondar su verdadera voz. Es cierto que todo
parece insinuar que no hay una voz propia, que este hombre no
era más que un formidable instrumento en disponibilidad.
Lo insinúa en primer término su propia obra, repartida en
rubros tan impares, independientes, opuestos, que cada uno
aparece como sustentado por un espíritu distinto, en un paisaje
diferente, y a partir de experiencias vitales o espirituales in­
conciliables o, por lo menos, que se resisten a ser concebidas
en un mismo tramo de vida. Y estas consideraciones culminan
corrientemente en la convicción de hallarse frente a un artista
extraordinario y a una corta dimensión humana. " F u é uno de
esos hombres — d i c e D. L. B o r d o l i — que se forman desde
afuera".' La pobreza, el vacío interior, convienen a satisfac­
1

ción a la capacidad de objetivar que se pone constantemente


de manifiesto, y al exotismo de motivación o de puntos de refe-

8. Obrna Completas, en cinco tomos, 1 9 1 3 .


4. Revista Nacional, año V I I , N ° 9 5 , Montevideo, noviembre de 1 9 4 5 , paga. 217-21,
NUMERO

rencia que se puede señalar en cada poema. Pero, como se v i o


antes, Herrera tuvo pocos años, y difíciles. Fué el objeto de
una vasta invasión que atacaba por todos los flancos; tuvo que
habérselas con avasallantes innovaciones en materia de ritmos,
sonido, figuras, temas, estados de espíritu; tuvo que sacarse de
encima al Romanticismo, con la dificultad de que se le encon­
traba a la vuelta de la esquina, porque el padre Hugo había
provisto a todos y en todos renacía, que asimilar denodada­
mente, que elegir entre una selva de arte-poéticas, que sentir
el jrisson nouveau, y que ponerse, en fin, a escribir como un
poeta de su época, desentendiéndose en lo posible del aire p r o ­
vinciano, para entrar en la lengua universal, tratando de p o ­
nerse al día, de levantar la incomunicación con la gran poesía
contemporánea. Naturalmente, era fácil errar, inevitable errar
5

mucho, largándose, c o m o l o hizo Herrera, corriendo todo el


riesgo. P o r tanto es cierto, también, que habrá que echar abajo
su "falsa leyenda", c o m o dice Lauxar; que " s e ha exagerado
0

mucho su cultura libresca", como pasó con Mallarmé según


A. T h i b a u d e t ; que trabaja a menudo con elementos conven­
7

cionales "tomados de la literatura", como observa A . Z u m


F e l d e ; que, hasta cierto punto, su mundo aparece — c o n pa­
8

labras de D . L. B o r d o l i — "hecho con fragmentos de lecturas,


retazos de estampas, y un trozo m u y pequeño de realidades
que él vivió y a m ó " . Es cierto, en otro terreno, q u e su corres­
pondencia amorosa parece oscilar entre la grandilocuencia para
los sentimientos y una pequeña y directa eficacia para e x p r e ­
sar la sensualidad superficial y juguetona corriente; que cuando
dice " a m o y soy un moribundo" no sabemos si está agotando
en un verso esa tremenda verdad de su vida, o si es un paso
para caer en la imagen de calvario con q u e sigue jugando la
décima; es cierto, p o r último, que la idealización de su figura

6. Casi nunca hemos dejado de tener un retraso en relación a los coetáneos euro­
peos. En esto caso la vinculación se limitaba a los contemporáneos de una, dos, o más
generaciones anteriores.
6. Ob. cit.
7. La pocaie do Stcphane Mallarmé, Paria, Gallimard, 1926.
8. Crítica de la literatura uruguaya, Montevideo, M. García, 1921.
HERRERA Y REISSIG 121

por quienes lo conocieron de cerca hace la tarea más difícil;


pero se vuelve urgente, desde el momento en que se juzga
necesario saber de quién se trata, ir a un estudio a fondo — d o ­
cumentos no faltan— de su personalidad, aplazando la toma
de posición en uno u otro sentido.
En un primer acercamiento aparece demasiado sencillo el
hombre Herrera, más de lo que acostumbra a serlo hombre
alguno. Es casi seguro que hay que romper la imagen y seguir
buscándolo.

ECLECTICISMO, MIMETISMO, ALOCALISMO

Es seria la resistencia que ofrece la obra de Herrera y


Reissig si se intenta clasificarla en bloque. Se ha buscado
hacerlo tomando diferentes puntos de partida, en diversos sen­
tidos y con distinta suerte, por quienes lo han estudiado. Una
cosa parece innegable y es su ubicación entre las primeras figu­
ras del Modernismo. Cumple brillante y extensamente con cada
uno de los caracteres que lo definen en el terreno poético: o b j e ­
tividad y evasión de la realidad, renovación de la lengua es­
pañola, cultivo de la sensación, sensualidad, imágenes novedo­
sas, lujo, uso de la palabra como elemento musical, adaptación
del sonido y del ritmo al tema, libertad en la acentuación, en
los cortes, combinaciones de versos nuevas, raras o desusadas,
empleo de neologismos, galicismos, voces antiguas y científicas.
Hay que hacer notar dos circunstancias. En un primer tér­
mino, la resistencia que presentó Herrera a esa corriente m o ­
dernista. Publicados en 1896 Los Raros y Prosas Profanas,
conociendo el famoso estudio de Rodó sobre este último libro
( 1 8 9 9 ) , le fué necesaria la influencia decisiva de dos hombres
con quienes lo enfrentó su actuación como director de "La Re­
vista": 0
Vidal Belo y, en seguida y más resueltamente, Roberto
de las Carreras, de tal m o d o que se podría partir su obra y

9. 1899-1900.
122 NUMERO

su posición estética en dos épocas: antes y después de "La


Revista". En segundo lugar, la poca acción directa que tuvie­
ron sobre él los precursores americanos, Darío, y, en general,
el Modernismo, que iba siendo una envolvente realidad en tan­
tos órdenes. Las influencias intensas, definidoras y perdura­
bles le llegaron de Europa. La de Darío es una acción breve
y de paso aunque, c o m o señala Pino Saavedra, reaparece cu­ 10

riosamente en la Berceuse Blanca, último poema que escribe.


La que ejerce en seguida Lugones, según parecen dejar demos­
trado las puntualizaciones hechas por el Prof. Pereira Rodrí­
g u e z , es innegable pero limitada y no definitiva. Pero, aparte
11

de su ubicación en pleno Modernismo, corresponde hacer algu­


nas precisiones sobre las variadas corrientes que se unen, cru­
zan y oponen en su obra y que hacen de él el modernista
que es. Como es natural, cambia el sistema de valores según
se estudie su obra desde el punto de vista del Modernismo
— f e n ó m e n o hispanoamericano— o del de su discipulaje de los
poetas europeos: románticos, parnasianos, simbolistas, deca­
dentes, armonistas, melodistas, etc.
Emilio O r i b e d i c e : Romántico, parnasiano, simbolista,
1 2

hermético, exótico, gongorino, pastoril. Podría agregarse: clá­


sico, surrealista, y otros calificativos señaladores. Se podría
objetar que casi todo gran poeta puede reclamar todos o algu­
nos de esos calificativos, pero difícilmente podrán hallarse tan­
tos y tan nítidamente cumplidos como en Herrera. Es éste un
punto en que se acuerda, c o m o siempre, su obra con sus ideas.
En un artículo de sus veinticuatro años, Conceptos de Crítica,
plantea para el crítico la necesidad y la obligación de ser ecléc­
tico, de ser "un gastrónomo de apetito desigual y fino paladar,
en cuya mesa se sirve el sencillo guisado de aldea y el extra­
vagante plato romano: faisanes aderezados con perlas". Debe
ser capaz de seguir y comprender en sus evoluciones y r e v o ­
ló. La poesía de Julio Ilerrern y Reissig. Sus temas y su estilo, Santiago, Uni­

versidad de Chile, 1932.


11. Los sonetos de Herrera y Rcissig, en La Cruz del Sur, N ° 28, Homenaje a Julio
Herrera y Reissig, Montevideo, 1930.
12. Poética y Plástica, Montevideo, 1930.
HERRERA Y REISSIG 123

Iliciones al arte que muere y renace, trasmigra por las épocas,


las civilizaciones, los países, "ha sido en todo tiempo la expre­
sión del estado social" y por tanto ha sufrido las "verdaderas
enfermedades de vitalidad de que está llena la historia de las
naciones". D e todo ese repaso de las vicisitudes del arte, se
desprenden la reivindicación del eclecticismo en un sentido t o ­
tal, y una toma de posición frente a "la revolución decaden­
tista" —limitado este fenómeno, en el artículo, a la poesía fran­
cesa de la segunda mitad del diez y n u e v e — . Tiene para ella
palabras de condenación y frases despectivas, cosa que se hace
notar a menudo por sus críticos porque implica una seria cen­
sura para lo que el mismo Herrera producirá inmediatamente
después. Pero no hay que olvidar que agrega una amplia j u s ­
tificación en la cual compara las épocas decadentes con los del­
tas húmedos y malsanos pero de fertilidad indescriptible, y r e ­
pasa las innumerables virtudes de aquéllas en tanto que r e v o ­
lución de la prosa, del lenguaje, y del hecho poético en todos
los c a m p o s . Esto es de 1899. Del mismo año es Wagnerianas,
13

que y a tilda a su autor de decadente. Sorteando los incómodos


intentos de esa época, y los y a serios y considerables que luego
se suceden, vamos a dar en la que hemos llamado su poesía
mejor, donde puede uno moverse entre segura belleza y corro­
borar esas condiciones, los antecedentes y estímulos de su p o e ­
sía, en su mayor bondad.
Entre las influencias europeas se acostumbra a destacar
la de Samain, pero no es fácil discernir las señales de sus ad­
miraciones. Las hay de Víctor Hugo, Baudelaire, Heine, R o -
denbach, Musset, Poe, Verlaine, Sully Prudhomme, Heredia,
Góngora, Dante, Virgilio — e s difícil detener la enumeración—,
y se manifiestan en distintas proporciones, en distintos planos,
en distintas épocas, aunque m u y a menudo se mezclan y se
ayudan en la misma pieza. No puede negarse que a veces
damos con formas imitadas m u y de cerca, que otras — m u y
raras— ha caído en el plagio, pero, en general, las diferentes
influencias se hacen imponderables, conjugadas o sobrepasadas

13. Prosas, Valencia, 1918.


124 NUMERO

en fórmulas de una expresividad nueva y propia — a menudo


cobran en su pluma una intensidad que no tenían—, y, por
sobre todo, el rastro ajeno está casi siempre reivindicado y
transfigurado por una poderosa, vivísima intuición que lo r e ­
crea y lo salva. Es casi ocioso ocuparse con respecto a Herrera
de influencias; sólo como historia se justifica la insistencia en
ellas. Su reconocimiento no afecta, en general, el valor abso­
luto de ningún poema. Esto en cuanto se refiere a la expresión
formal, los temas y circunstancias cantados. Hay otro aspecto
del problema que no se podría tocar de paso y que merecería
un capítulo aparte en el estudio de la personalidad de este h o m ­
bre de ser exacta la afirmación ya citada de BordolL Puestos
en su punto de vista, cobraría, naturalmente, enorme impor­
tancia todo cuanto ha podido incorporársele: historia, experien­
cias, vivencias, calidad humana, fórmulas líricas y hasta sines-
tesias, de los otros.
Comparando las producciones de Herrera y Reissig con
las de sus modelos siempre nos topamos con lo m i s m o : cada
uno de ellos tiene lo que Herrera ha tomado y algo más. Eso
es lo que le hace cumplir más justamente con el ideal parna­
siano, cuando se pone a ello, que el mismo Heredia, y mucho
más que Leconte de Lisie. En éstos hay, a menudo, además
de la cuidada manufactura, una densidad, una carga de ideas,
tal vez rezago romántico, cuyo denominador común da un es­
píritu, hasta un sistema, y que conspira contra la querida o b j e ­
tividad. Muchas veces los poemas de éstos están sirviendo de
expresión, de válvula de escape a sus autores, aunque hay una
voluntad expresa de no exhibirse, actitud que, literariamente
considerada, no hace más que cumplir con la reacción anti­
romántica, pero que, en concreto, es la revelación de la volun­
tad, del estilo de un hombre. Dice de Lisie en Les montreurs:

Je ne danserai pas sur ton tréteau banal


avec tes histrions et tes prostituées.

Herrera, en cambio, da el cuadro exótico libre de impu­


rezas y si alguna vez se mete a sí mismo dentro no es más
HERRERA Y REISSIG 125

que c o m o otro elemento o personaje, empleando ese yo equi­


valente a él que manejan a menudo los poetas. Por otra parte
aquí el ideal parnasiano, es decir, lo que fué todo Heredia o
todo Leconte de Lisie, no es más que uno de los pasos de la
poesía.
En cambio el exotismo es común a toda su obra, mien­
tras en sus modelos —piénsese en Hugo, Samain, Verlaine,
M o r é a s — se limita a ciertas piezas, épocas, libros. Hay quie­
nes dejan aparte La Muerte del Pastor y hasta Los Éxtasis de
la Montaña, pero en realidad no corresponde establecer grados
de mayor o menor exotismo entre estas obras y Las Clepsidras
por ejemplo. En diversa proporción según los temas, acentua­
das en uno u otro sentido, se exhiben a través de la obra
entera todas las formas de exotismo posibles: de lugar, de pai­
saje, de época, de costumbres, de vestidos, de circunstancias,
y, ajustándose a ellas en la escritura misma, exotismo de v o c a ­
bulario: nombres propios, de flora y fauna, de lugares geográ­
ficos, de fenómenos naturales, de objetos, etc. Brie explica 1 4

el exotismo c o m o una evasión causada por el hastío del gas­


tado mundo cotidiano y por la búsqueda de sensaciones más
intensas o nuevas que debe proveer la fantasía cuando el pro­
pio ambiente las niega. Esa puede ser una de las explicaciones
—aunque todo mundo sabe ser r i c o — , pero hay otras igual­
mente plausibles para este caso. Se podría conceder a un ar­
tista como Herrera, cuyas ideas han sido reiteradamente expli­
cadas en sus prosas, que no hizo más que aplicar aquéllas.
"Pienso que el triunfo de un verdadero estilo está precisa­
mente en una compenetrabilidad hermética y sin esfuerzo de
lo que llamaremos subestilos, palabra y concepto. Si se hace ,,

extensiva esta idea —explicada en El Círculo de la Muerte—


a toda la parte formal representada aquí por palabra se ha­
cen comprensibles muchas cosas: por ejemplo que Herrera
haya escrito, paralelamente, poemas tan distintos como los de
Los Parques Abandonados y El Laurel Rosa; que los últimos
versos que escribió en su vida hayan sido, a una distancia que

14. Friedrich Brie, Exotismus der Sinne, citado por Pino Saavedra. Ob. cit.
126 NUMERO

se puede medir por días, los de La Torre de las Esfinges y los


de la Berceuse Blanca. Hay una firme voluntad de artista, pues,
aplicándose en 1908 a la clara perfección incomparable de El
Laurel Rosa. Su solo exotismo es el de la máquina pagana
puesta en movimiento; el lenguaje es claro; las figuras poéti­
cas de la más clara y plástica belleza; los adjetivos se ajustan
sobre la íntima esencia de sus nombres; sus 222 octosílabos al­
ternan la rima en oe, sólida y eufónica, que es de las más her­
mosas y escasas en castellano. En 1909 es La Torre de las
Esfinges que reclama ese esfuerzo. Se pasa a la décima, a los
tironeos del quinto verso unido por la rima a la redondilla
que se deja atrás y por el sentido a lo que sigue, a la tarta­
mudez de la rima del primero y cuarto verso, a un vocabula­
rio complicado, filosófico, clínico, especializado, abstracto, con
adjetivación psicológica a veces, parado jal siempre, a la ima­
gen de clave m u y difícil o sin ella. Y en el mismo año de 1909,
a la Berceuse Blanca que no es nada más que una canción arru-
lladora:

Silencio, oh Luz, silencio! Pliega tu faz, mi Lirio!


No has menester de Venus, filtros para vencerme,
Mi pensamiento vela como un dragón asirio.
Duerme, no temas nada. Duerme, mi vida, duerme!...

A menudo se lamenta su exotismo como una tacha. Tal


vez no sea tan grave pecado; tal vez toda la poesía sea un e x o ­
tismo de la expresión con las mismas motivaciones de evasión,
insatisfacción del lenguaje corriente, etc. Tal vez las influen­
cias en tanto que proveedoras de temas no deban importarnos
mucho. El pretexto y los elementos expresivos, exóticos o no,
no interesan tanto como la fuerza vivencial que los rehace y
el impacto expresivo que logran. Tal vez la poesía, c o m o hace
la pintura, por ejemplo, pueda tomar datos de una realidad
que no hay por qué limitar y crear un equilibrio independiente.
Hay que aceptar que la poesía no es siempre un desahogo, que
a veces puede ser también un arte, con los mismos derechos
HERRERA Y REISSIG 127

y deberes que las otras. Pero hay más. Aceptado el exotismo,


por ejemplo, el de su poesía pastoril, comprobado una vez más
que, como recordara Sábat Ercasty recientemente toda o casi 1 5

toda "la poesía de campo ha sido escrita por hombres extraor­


dinariamente cultos y refinados'' y que tal poesía tiene la cos­
tumbre y la obligación de ser idealizadora en lo que se refiere
a su paisaje y mentirosa en cuanto a nombres, realidad social
y delicadezas psicológicas, eróticas o verbales de sus actores,
tenemos que aclarar lo siguiente: toda su poesía campesina
fué escrita después de su estada en Minas — e n 1900, por la
época en que moría La Revista—. Sus propias confesiones al
respecto son claras: explica cómo se había soñado frente a la
naturaleza de Rousseau, Lamartine, Horacio. "Nanea — d i c e
en seguida-— pensé ver realizado este espejismo de la fantasía
en las campiñas de la patria cuya belleza monótona sonríe
siempre con su misma sonrisa de modestia orográfica" Era eso
lo que había codiciado — s i g u e — "esas toscas facciones de la
geometría, esas grandes líneas anormales, esos grandes lóbulos
de la psique del paisaje, esa tempestad momia de sierras que
se destaca como un símbolo bajo la inmensa rotonda impávida.
Es eso mismo lo que yo adoraba en alucinación en mi primera
fe de sensibilidad, en mi primer hervor de clara poesía". Y a ha­
bla aquí de "los horizontes abstractos", del "anfiteatro severo
de alturas que sonríen en la mañana de cristal, con los mil plie­
gues de su rostro venerable", de "Zas chozas candidas", de "esos
abismos que hacen muecas fantásticas al vacío", de "esas ter­
cas rutas", de "la naturaleza pensativa" y del vago sueño v i o ­
leta de las sierras en los crepúsculos dulces y solemnes. Dice
aún de Minas: "reveladora a mis ojos de una realidad poética
que embriaga mi espíritu con fresco olor a tomillo y a hino­
jos de la Biblia y de la Odisea y cuya sombra alucinará para
siempre mis evocaciones. . . " . Y , todavía, con un sentido dis­
tinto del que aquí cobra dice de ella al terminar: "Yo necesito
esa preclara limosna de tu genio virgen".™ La necesitaba, sí,

15. J. II. y R. Lectura comcntndn. Conferencia en el neto de clausura de la


ÍV Semana Cultural Médica. Mont., abril, 1050.
16. A la ciudad de Minas, en Prosas.
128 NUMERO

y la aprovechó intensamente. Su exotismo no es, pues, del


todo, el pecado de lesa patria que se le reprocha. Con la mis­
ma tremenda capacidad debe haberse incorporado y transfor­
mado otras cosas que también t u v o : las quintas del Prado en
que pasó su infancia, las de la zona del actual Parque Rodó
donde vivió algún tiempo, los paisajes de río y de saltos de
agua que conoció en una temporada pasada en una estancia de
Salto, y aún, de una manera insospechada, el panorama, las
vicisitudes del cielo y el mar que dominaba desde la azotea
que rodeaba la Torre de los Panoramas. Que todo eso lo haya
impresionado de una manera literaria y en tanto repetía los
lugares comunes del paisaje europeo, es fácil de sostener apo­
yándose en la exterioridad de su poesía, pero es difícil de con­
ciliar con estas afirmaciones: "Yo soy el hijo de la Naturaleza.
En su adoración me embriago horas y horas como un sacer­
dote. A través de sus maravillas mi alma penetra profunda­
mente en Dios, el sublime Poeta cuya inspiración oscura pal­
pita en el corazón sencillo y a la vez impenetrable de las cosas
y de los seres". 17

L o que no expliquen todas esas declaraciones del mismo


Herrera y las demás consideraciones expuestas lo ilumina su
firme convicción de que "una sociedad ya no es hoy una fami­
lia de fanáticos", de que "la comunión de las naciones está a
punto de ser un hecho", de que, por consiguiente, pronto des­
aparecería "como una niebla incómoda el espíritu de localis­
mo", de que los nuevos Cruzados del pensamiento repartirían
por igual de sus bandejas "por toda la tierra", toda ella una
sola enorme colmena.
En un momento tal, cuando la civilización, la cultura, es­
tán a punto de ser una en toda la tierra, todo el acervo h u ­
mano está en la mano del poeta y le corresponde usarlo; él
pisa tierra suya en el presente y en el pasado, en el norte y
en el este, en la realidad y en todo aquello que ha creado, so­
ñado, imaginado el hombre.

17. Ibidem.
HERRERA Y REISSIG 129

FUENTES, M O D E L O S , REMINISCENCIAS

Y a se dijo que al hablar de influencias se acude siempre '


en primer término a Samain. Es indudable que el conjunto
de poemas de Aux Flanes du Vase — d e l cual tradujo los que
figuran en el tomo V de las Obras Completas—, y sobre todo
los sonetos de Le Chariot d'Or, cuadros de campo y aldea en
el mismo tono sereno e irónico a veces, que usan Los Éxtasis
de la Montaña, dejan su sello en la obra pastoril de Herrera;
que, sobre todo, perdura en ella la organización peculiar del
soneto de Samain, como dice González Guerrero, en el mismo
artículo donde transcribe el siguiente:

L'horloger, pâle et fin, travaille avec douceur...


Vagues, le seuil béant, somnolent les boutiques;
Et d'un trottoir à l'autre ainsi qu'aux temps antiques
Les saints du matin échangent leur candeur.

Panonceaux du notaire et plaque du docteur...


A la fontaine un gars fait boire ses bourriques;
Et vers le catéchisme en files symétriques
Des petits enfants vont, conduits par une soeur.

Un rayon de soleil dardé comme une flèche


Fait tout à coup chanter une voix claire et fraîche
Dans la ruelle obscure ainsi qu'un corridor.

De la montagne il sort des ruisselets en foule,


Et partout c'est un bruit d'eau vive qui s'écoule
De l'aube au front d'argent jusqu'au soir aux yeux d'or. 19

Pero buscando ejemplos concretos de esa influencia, se


encuentran las cosas de que ya se hablara, deshechas, digeri­
das diríamos, y nacidas de nuevo con otro valor, re-vividas,
creadas.

18. Julio Herrera y Reissig, en La Cruz del Sur, № 28.


130 NUMERO

Uenfant s'est détaché mür enfin pour la nuit

dice Le Bonheur y, Las Madres:

el pletórico seno de donde penden


sonrosados infantes, como frutos maduros.

La idea es la misma: los niños como frutos maduros. Pero


no hay coincidencia en el uso de los elementos: Herrera se
queda en la comparación, el francés alcanza la metáfora.
Ni coincidencia en el fin buscado: en Samain es un detalle
de paso en un cuadro hogareño; en Herrera es el rotundo re­
mate de un soneto y de una jornada. El mismo caso se da en
el primer verso de La Maison du Matin:

La maison du matin rit au bord de la mer

que se puede proponer como origen del soneto La Casa de la


Montaña. Éste culmina así:

y ríe de tal modo que parece una niña.

Pero el verso de Samain es el primero de un poema di­


verso y bastante largo, en tanto que el de Herrera es, de nuevo,
el remate de una organización de cosas que ríen en muchas
partes, y con distintas ganas, y que se estructura en forma de
soneto. Esta última es una diferencia significativa; Herrera es
en general más breve que sus modelos. Salvo los contados p o e ­
mas largos echa mano al soneto, condensador y exigente. Eso
lo ayuda a ser más intenso que Samain, quien acostumbra a
extenderse.
El triple ejemplo que sigue parece indicar la poca impor­
tancia que tiene este tipo de contactos, que además es univer­
sal, eterno y común a todas las épocas.

Tout Vespace frissonne au vent frais du matin.

(Samain, La Maison du matin.)


HERRERA Y REISSIG 131

Vertige! voici que frissonne


L'espace comme un grand baiser

(Mallarmé, Autre Éventail.)

Hay un gran beso de duelo


en la quietud del ambiente

(Herrera, La Muerte del Pastor.)

¿Contagio, plagio, aire de época? No hay mucha urgencia


en contestarlo. Lo esencial es que cada uno diga lo suficiente
como para restar importancia al asunto. No deja de ser signi­
ficativo que el verso de Mallarmé provea a los otros dos.
La "diéresis silenciada'' que Samain emplea con frecuen­
cia y en cuyo uso le sigue Herrera y Reissig, quien lo proclama
y exhibe desde las páginas del Almanaque Artístico del si­
glo XX ( 1 9 0 3 ) , no es privativa de aquél más que en la aludida
omisión del signo gráfico, y apenas se destaca por una mayor
abundancia y flexibilidad, de la que frecuentaba la lírica es­
pañola.
Una de las formas cómo los poetas franceses han incidido
más en esta poesía es la epítesis. Pino Saavedra repasa su
evolución desde el epíteto idealizador de los antiguos — p a ­
sando por la Pléyade, Goethe, Heine, Hugo, el Parnaso, y ha­
ciéndolo culminar en Sully P r u d h o m m e — hasta el de los sim­
bolistas empeñados en la búsqueda del epíteto intensamente
evocador, sugestivo, significativo, ligador de sensaciones, esta-
blecedor de correspondencias. Pero, a pesar de esto y de la
fervorosa admiración por Prudhomme que proclama El Laurel
Rosa, son Hugo y Baudelaire quienes le dan una de sus m e j o ­
res armas: se trata de los epítetos raros, paradojales y anti­
téticos:

O fangueuse grandeur, sublime ignominie!

(Baudelaire, Tu mettrais Vunivers...)


132 NUMERO

Lorsque tu dormiras, ma belle ténébreuse

(Idem, Remords Posthume.)

Un Job resplendissant!

(Hugo, Ce que dit la Bouche d'Ombre.)

L'araignée éclatante

(Idem, i d e m ) ;

de la epitesis en términos mundanos que hace superficiales


nombres que no lo son:

aimable Remords
(Baudelaire, Au Lecteur.)

aimable pestilence

(Idem, Le Flacon.)

O squelettes musqués
(Idem, Danse Macabre.)

También el epiteto constituido por un sustantivo:

amours de Vàme monstre et du monstre univers

(Hugo, Ce que dit. . .)

D e Baudelaire y Hugo retiene aûn la gran imagen român-


tica por el ejemplo d e :

Et sur cet amas d'ombre, et de crime, et de peine,


Ce grand ciel formidable est le scellé de Dieu.

(Idem, idem.)
HERRERA Y REISSIG 133

La comparación animando lo inanimado:

où la Fatuité promène son extase

(Baudelaire, Le Masque)

o, al revés:

Le rire joue en ton visage


Comme un vent frais dans un ciel clair!
(Baudelaire, A celle qui est trop gaie.)

Et le ver rongera ta peau comme un remords.

(Idem, Remords Posthume.)

D e Baudelaire le viene también el uso del horror como


elemento estético:

De tes bijoux VHorreur n'est pas le moins charmant.

(Hymne a la Beauté);

la complicación, el entrecruzamiento de las sensaciones, la


complejidad de las sinestesias, las correspondencias:

O métamorphose mystique
De touts mes sens fondus en un!
Son haleine fait la musique,
Comme sa voix fait le parfum!

(Toute Entière.)

De Hugo, además, el sentimiento de una naturaleza viva,


expresiva, con un mensaje:

Non, Vabîme est un prêtre et Vombre est un poëte;


Non, tout est une voix et tout est un parfum;
Tout dit dans Vinfini quelque chose à quelqu'un.

(Ce que dit...)


134 NUMERO

Ese sentimiento deriva naturalmente hacia la prosopopeya.


El poeta hace hablar, actuar, sentir, a todo lo que le rodea.
L o hace Hugo, pero también lo hacen Samain, Rodenbach,
que d i c e :

La tristesse de la vieillesse des maisons


A genoux dans Veau froide et comme en oraisons:

(Paysages de ville, IV.)

la doucer
De l'aube qui regarde avec des yeux de soeur.

(Du silence, XXIV.)

En Hugo, en Le Cantique de Bethphagée, hay algunos v e r ­


sos arrulladores que muestran un aire de familia con La Ber­
ceuse Blanca, para la genealogía de la cual se echa mano siem­
pre a Darío:

Son cœur tout en dormant m'adorait, douce gloire!


Un ange qui venait des deux, passant par là.
Vit son amour, en prit sa part et s'envola;
Car où la vierge boit la colombe peut boire.

y
Ne la réveillez pas avant qu'elle ne veuille;
Par les fleurs, par le daim qui tremble sous la feuille,
Par les astres du ciel, ne la réveillez pas!

Es el caso de Las Pascuas del Tiempo que puede hallar


un ascendiente tan directo c o m o en la poesía de Darío, en
Albertus ou l'Ame et le Peché, de Th. Gautier, pieza ésta que
no es más que una muestra de una línea de poesía muy fre­
cuentada en esa época:

Le Belzébuth dandy fit un signe et la troupe,


Pour ouir le concert se réunit en groupe.
HERRERA Y REISSIG 135

Ni Ludwig Beethoven, ni Gluck, ni Meyerbeèr,

Le concerto fini les danses commencèrent.


Les mains avec les mains en chaînes s'enlacèrent.
Dans un grand fauteuil noir le Diable se plaça
Et donna le signal.

Quedarían aún por ver las influencias, los parecidos, que


muestra la lectura de Mallarmé, Moréas, Rimbaud. Véase del
primero, con quien tiene Herrera, personalmente, curiosas coin­
cidencias, Apparition, por ejemplo, y otros, muchos, versos
sueltos :

... le marais livide des automnes

(L'Azur.)

que dore le matin chaste de l'Infini.

(Les Fenêtres.)

o en esos "mendieurs d'azur" que se singularizan en un verso


hermosísimo y perdido:

Mendigo del azul que me avasalla!

De Moréas, sorprendentemente:

Et maintenant, mes vers, d'une mortelle plaie


vous êtes le sang noir!

(Stances.)

De Rimbaud:

J'ai vu le soleil bas taché d'horreurs mystiques

et l'éveil jaune et bleu des phosphores chanteurs


136 NUMERO

Moi qui tronáis le ciel rougeoyant comme un mur

(Le Bateau Ivre.)

Faltaría repasar, aparte de otros de su siglo, los poetas de


otras épocas, los clásicos que amó, los españoles, Dante que
se hace presente concretamente en la sexta parte de La Torre
de las Esfinges y, lo que es más importante, en la idea del viaje
metafísico por un mundo de mitos y alegorías, que aparece en
La Vida. También en versos perdidos c o m o en ese "océano
Aristóteles" de El Laurel Rosa, que recuerda al Virgilio, "mar
de toda ciencia", de La Divina Comedia.
El detalle de las influencias sería inagotable y, como se
dijo, no interesa más que como historia y parangón. Tal vez
no se deba hablar de influencias. Tal vez lo que se trasmite
es un impulso, la clave para ver otro color del mundo, y todas
las demás son coincidencias, hermandades.

UN COETÁNEO EUROPEO

Hay un punto que rehusa terminantemente ser tratado


entre las influencias. Es la coincidencia con un coetáneo euro­
peo, Paul Valéry, nacido en 1871. Los encuentros se multipli­
can en versos aislados. Hay evidentes semejanzas en poemas
de la primera época de Valéry con algunos de Los Parques
Abandonados. Pero el caso más curioso, más atractivo lo ofre­
cen las aproximaciones entre UÉbauche d'un Serpent y La To­
rre de las Esfinges. El primero pertenece a Charmes, que
comprende la producción de 1918 a 1922. Está compuesto en
estrofas de diez versos, en octosílabo francés, y da, en cuanto
a la rima, la misma impresión que La Vida, la de ser décimas
desordenadas; en algún caso —estrofa 1 7 — la primera mitad
es la de una décima, en la segunda mitad una rima desubicada
cambia la estrofa.
Teniendo el poema una intención distinta de la que movía
a Herrera se leen en la cuarta estrofa unos versos que podrían
aplicarse al autor de La Torre de las Esfinges:
HERRERA Y REISSIG 137

Toi qui l'enfermes d'un sommeil


Trompeusement peint de campagnes,
Fauteur de fantômes joyeux
Qui rendent sujette des yeux
La présence oscure de l'âme.

En la tercera hay otros dos, íntimamente emparentados


con ideas que se repiten en Reissig:

Que l'univers n'est qu'un défaut


dans la pureté du Non-être!

y que también en Valéry cambian de f o r m a :

Jusqu'à l'Etre exalte l'étrange


Toute-Puissance du Néant!

Está la idea de Dios-poeta:

Des astres le plus superbe


Qu'ait parlé le fou créateur.

La invocación con diferente objeto, pero de parecido aliento


y medios expresivos:

Objet radieux de ma haine


Je te buvais, o belle sourde!

Hay otro poema de Valéry que tiene algo en común con


La Torre: es La Jeune Parque. No por el poema en sí, que,
c o m o hecho poético es m u y otra cosa, sino por la intención
que hay en su origen, por su ambición c o m o aventura poética.
Dice Valéry de La Jeune Parque: "Songez que le sujet
véritable du poème est la peinture d'une suite de substitutions
psychologiques, et en somme le changement d'une conscience
pendant la durée d'une nuit.
138 NUMERO

J'ai essayé de mon mieux, et au prix d'un travail incro­


yable, d'exprimer cette modulation d'une vie. Or, notre lan­
gage psychologique est d'une extrême pauvreté. Il fallait l'ap­
pauvrir encore, puisque le plus grand nombre des mots qui le
composent est incompatible avec le ton poétique."
La obra lograda puede consentir algún paralelismo con la
de Herrera, pero tal vez el único concreto sea el de su oscu­
ridad.

JULIO H E R R E R A , P O E T A OSCURO

El interés que presenta el estudio de La Torre de las Es­


finges radica por una parte, en que es, al mismo tiempo, el
estudio de Herrera c o m o poeta oscuro; por otra, en que se
aborda el tema que le obsesionó fundamentalmente. No se ha­
bla de su tema, a secas, porque podría llamarse así, con igua­
les derechos, el sentimiento de la compenetración, afinidad, sim­
patía de lo animado y lo inanimado que los vincula y los con­
funde " c o m o si fuesen procedentes de un mismo t o d o " de que
hablan Sabat Ercasty y Pino Saavedra, que hace posible — d i c e
el ú l t i m o — "tal transfusión de elementos objetivos y subjeti­
vos que se llega a la existencia de una realidad sin paradigma".
El otro tema, el de su poesía oscura, es más reacio y difícil,
y sólo trabajosamente se puede aislar; entonces todo se ilu­
mina de golpe. A u n q u e asoma, por momentos, en versos dis­
persos, está encerrado en tres poemas separados en el tiempo:
La Vida, Desolación Absurda, La Torres de las Esfinges.
Roberto Ibáñez habla de una línea de poesía nocturna
1 0

que llegaría desde Los Maitines de la Noche hasta La Torre


de las Esfinges, y, en la misma conferencia, del parentesco es­
trófico de este último poema con la Desolación Absurda y del
de su línea poética con La Vida, aclarando además que no hay
que buscar un tema preciso en él. Guillermo de Torre se­ 2 0

para esos tres poemas en la que llama una faz " d e línea b a -

19. La Torro do las Esfinges, conferencia. Resumen publicado en " E l País", Mon­
tevideo, 25 y 26 de octubre de 1946.
20. Estudio preliminar en Poesías completas, Buenos Aires, Ed. Losada, 1942.
HERRERA Y REISSIG 139

rroca, con intenciones semimetafísicas, de fondo subconciente


y expresión por veces abstrusa". Hay, es verdad, una línea
que une los tres poemas. Es más; se puede afirmar que no
son más que tres estados de un mismo poema o, si se prefiere
así, un mismo asunto retomado tres veces, con diferencias de
estado de espíritu y de poderío poético. Asistimos al esplén­
dido movimiento de un tema que desde el año 1903, es decir, 21

desde el umbral de esos años últimos de su vida y únicos de


su poesía, insiste en buscar forma, consiguiendo cada vez m a ­
yor densidad, mejor estructura, oscuridad más cerrada. Es ésta
una oscuridad que proviene exactamente de los tres órdenes de
causas que señala Valéry. En primer término "la difficulté
m ê m e des sujets qui se proposent à l'écrivain ( . . . ) Or, les
objets de pensée ou les états complexes d'un être vivant sont
choses mal dénommées. On ne peut les déterminer qu'en accu­
mulant les relations et les combinaisons''. En segundo lugar
" l e nombre des conditions indépendantes que s'impose le p o è ­
t e " . Puede suceder, incluso " i l doit arriver que la complexité
de son effort, l'indépendance des conditions qu'il s'est assi­
gnées, l'exposent à surcharger son style, à rendre trop dense
la matière de son œuvre, à user de raccourcis, d'ellipses qui
déconcertent les esprits du lecteur". No hay que olvidar que
'Toscurité d'un texte est le produit de deux facteurs: la chose
lue et l'être qui lit. Il est rare que ce dernier s'accuse soi-
m ê m e " . La tercera causa es un efecto compuesto de las otras
d o s : "elle consiste dans l'accumulation sur un texte poétique
d'un travail trop p r o l o n g é " . El mismo Herrera justifica e x ­
22

tensamente la oscuridad de la poesía en su "Psicología Lite­


raria". Dice por e j e m p l o : "Domina una tendencia favorable
a la simplicidad. Se juzga ingenuamente que lo sincero, lo real,
lo espontáneo, es siempre lo simple: (...) No se pregunta a
la frase cómo se ha formado para ser tan diáfana; su tardía

21. Pino Saavcdra, De Torre, Ibáñez, coinciden en eoloenr el poema Ln Vida en


1900. Los primeros, borradores están fechados en 1903, la publicación del poema acabado
es de 1906. El mismo Herrera en la polémica con Roberto de las Carreras, teniendo,
como se comprende, interés en llevar lo más atrás posible la fecha, lo eitúa en 1903.
22. Frédéric Lcfcvrc, Entretiens avec Paul Valéry, Paris, Le Livre, 1926.
140 NUMERO

aventura por las selvas enmarañadas del pensamiento. (...)


Hay como un instinto imbécil, como una rabia turca en repeler
sin examen las cosas jiñas, sinuosas, afiligranadas, reflectantes,
en que se evoca por asociación y sugestivamente. No se repara
en que lo sutil es a veces lo vital, lo expresivo, lo exacto mismo".
Y cita a G u y a u : "El espíritu no igualará jamás a las cosas en
ramificaciones, en sinuosidades". Es vano "pretender engarzar
en formas materiales de sentido los entresueños de la concien­
cia, la impresión fugaz, la urdimbre arcana de lo incompleto
en el alma, el utópico asociacionismo psicológico que se com­
plica oscuramente (...) Mientras el ojo ve luz, la mano toca
sombra". Y hasta lo inverosímil es verdadero: "Es que hay
dos mundos: uno en masa y otro en espectro. La naturaleza
tiene también su fantasía, sus emociones, sus rarezas y sus ín­
cubos; una pujanza de imaginación que no será jamás igua­
lada". Y para terminar, una coincidencia con Valéry, al afir­
mar que el arte que obra por sugestión "necesita, para ser sen­
tido, de un receptor armonioso". *
2

Era imprescindible, antes de entrar en el tema, aclarar esto


de la oscuridad consciente, deliberada o no, único camino para
expresar algo que se resiste a la exposición razonable y a la
expresión lógica, para hacer a un lado, de entrada, todas las
afirmaciones erróneas al respecto: snobismo, locura, drogas,
afán de "épater les bourgeois", ausencia de tema, delirio.
La llave para entrar a los otros dos poemas está en La Vida.
Este poema alegórico se vería casi tan poco accesible como ellos
si le faltaran las notas al pie de página que agregó el poeta
para ayudar a seguirle. En la forma, es el antecedente directo,
un borrador, de las espinelas de las otras piezas. Está escrito
en octosílabos como ellas y, las estrofas, que son dispares, quie­
ren ser décimas a menudo. Comienzan por una redondilla,
como aquéllas, y unas veces se quedan en eso; otras, siguen o
mechan versos blancos. En algunos casos se hace la mitad
justa de la décima — A B B A A — ; en otros se juntan esos mis­
mos elementos con el orden alterado — A B B A B . El oído está

23. En Prosas.
HERRERA Y REISSIG 141

esperando décimas siempre. Se echa mano al mismo tipo de


aliteraciones que abundan en La Torre de las Esfinges. La sin­
gularidad de La Vida consiste en que los episodios están enla­
zados por el viaje metafísico, y en que la oscuridad proviene,
fundamentalmente, del sistema de alegorías que se pone en
j u e g o ; en resumen, en las dos reminiscencias dantescas o m e ­
dioevales que inciden en el poema, y que después se verán so­
brepasadas por procedimientos más evolucionados y persona-
lísimos. Procedimientos que se acercan tal vez a lo que dice
Thibaudet de la lógica de Mallarmé, que " n e relie pas elle-
même ses termes. Ni syllogisme ni déduction: des images suc­
cessives".
En La Torres de las Esfinges el y o del poeta naufraga en­
tre las cosas ya sin su caballo viajador y esa Amazona, que
representaba demasiadas cosas, restringe, a la vez que profun­
diza, su sentido, descabalga y parece confundirse con la p o e ­
sía, con la vida que lo solicita, lo arroba y lo mata con sus
dádivas exigentes y avasalladoras. Deslumhra la certeza de
que se trata de la poesía cuando repite una idea que y a bus­
caba expresión en Conceptos de Crítica: las producciones de
los decadentes, decía, "eflorescencias enfermizas de un orga­
nismo viciado", o, y a más explicitado: Mi ulceración —en tu
lirismo retoña —y tu idílica zampona —no es más que para­
sitaria —bordona patibularia —de mi celeste carroña! Es así,
pues, su mal celeste, su celeste carroña, el alimento de su li­
rismo, el campo que alimenta hasta a esos parásitos: sus l i m ­
pias eglogánimas. La poesía vive como un cáncer en él, como
la muerte. Hay una inversión de lo masculino y lo femenino
en estas aventuras creadoras. El principio femenino es el que
sabe ser activo, al cual se pide la acción devastadora, mortal
y amorosa; el corazón, la herida del poeta, su lepra divina, son
el terreno donde germina la floración poética, con sus mias­
mas, sus parásitos, sus virus: como un cultivo de astros —en
la gangrena nocturna. Parece también la poesía, la que es un
—vértigo de ensambladura, * de la cual d i c e : —Bordoneaba la
2

24. La Torro do las Esfinges.


142 NUMERO

marea —de sus cabellos en hilas —de diamante musical, 25


la
—mariposa nocturna —de mi lámpara suicida de que y a ha­

blara en las Prosas. Parecen hablar de la muerte todas las


acusaciones de voraz, antropófaga, carnívora — e n los borra­
dores se ve aún caníbala, vampiro—, y los nombres arrojados:
Fedra, Molocha, Caína, Clitemnestra; las exhortaciones — y
sórbeme por la herida —sediciosa del pecado —como un pulpo
delicado, o —deja que en tu mano pálida —agua de olvido
27

y perdón —se enfríe mi frente pálida —y duerma mi corazón; 28

las definiciones —la paradoja del Ser —en el borrón de la


Nada. 2d
Es su vida que arrastra su muerte la que — l u e g o en
un rapto de luz —suspiró y enajenada —me abrió como un
libro erótico —sus brazos y su mirada; la que le hace hablar
3 0

de su vida moribunda.* 1

No podemos saber de cuál Ella habla, cuando dice: — C ó m o


resistir a todo —su poderío intangible — Y o la amaba por su
modo —de conjugar lo imposible! 32

Las oscilaciones entre el paisaje simbólico u objetivador


y las invocaciones, que en La Vida estaban justificadas por el
viaje, en la Desolación Absurda y en La Torre de las Esfinges
se eslabonan como si en la alta noche, luchando con un mundo
que no cabe en sus versos, el poeta dejara sus dolorosas visio­
nes para llamar, invocar a la poesía, armada de su poder terri­
ble, que sabe hacerlo rendir bien y extenuarlo, o como si, pi­
diendo tregua a su conciencia torturante, invocara a la vida,
al amor, que saben hacerlo vivir y extenuarlo hasta la muerte.
Pero la Desolación Absurda parece un estadio intermedio.
Es más mesurado, más equilibrado que los otros dos poemas.
Tanto en el balance de estrofas entre una y otra voz, como en
los procedimientos. A q u í asistimos también a la animación or-

25. La Vida.
26. Desolación absurda.
27. La Torre de las Esfinges.
28. La Vida.
29. Desolación.
30. La Vida.
31. Desolación.
32. La Vida.
HERRERA Y REISSIG 143

ganizada del paisaje: — a b r e un bostezo de hastío —la perezosa


campaña; pero el paisaje no es atormentado; la Amazona de
La Vida, alegórica de los mejores impulsos vitales e intelec­
tuales, que atrae, solicita y huye, para que el hombre siga siem­
pre tras ella, viviendo, buscando la verdad última, la perfección
de la forma, ya se ha transformado en un demonio femenino
y tiene mayor carga de fatalidad y de muerte: — m e espeluzna
tu erotismo —que es la pasión del abismo — p o r el Ángel Te­
nebroso! Pero aun puede invocársela en busca de ayuda o de
consuelo: — q u e en la copa decadente —de tu pupila profunda
— b e b a el alma vagabunda —que me da ciencias astrales —en
las horas espectrales — d e mi vida moribunda! He aquí un
verso de verdad dolorosa que insiste dos estrofas más adelante:
— a m o y soy un moribundo. Pero el poema respira un aire
más sereno que el de sus pares; su numen es menos excesivo,
el paisaje es más feliz, las imágenes, las comparaciones, los
adjetivos, son más armoniosos; no buscan la paradoja, sino un
ajuste dichoso y significativo. Esos dos versos quedan ahí
c o m o sangre. Hay que elegir entre templar todo el poema en
ese tono, o aliviar a aquéllos de sentido.
Además del símbolo femenino, de la estructura formal, de
cerrarse con muerte, de jugar de un lado esa mortal fascina­
ción, y de otro las vicisitudes del Y o inquieto y angustiado
— e n La Vida la separación se hace en amazona y c o r c e l — , de
la nocturnidad, de la simbología del paisaje objetivador, hay
datos más externos, que hacen saltar la evidencia del triple
parentesco: la referencia al signo de Saturno: —Saturno in­
funde el fatal —humor bizco de su influjo; 33
— B a j o los signos
fatales de Saturno y del Zodíaco; 31
la nocturnidad: en La Vida,
que pasa del alba a la noche, y en La Torre de las Esfinges,
que pasa del crepúsculo a la noche, se v e un anochecer pare­
cido: — L e n t a m e n t e , vagamente —cautamente y mortalmente
—como un discreto reproche —se deslizaba la noche; 35
—Cap-
ciosa, espectral, desnuda, —aterciopelada y muda, —desciende

33. La Torre.
34. La Vida.
35. La Vida.
144 NUMERO

en su tela inerte —como una araña de muerte —la inmensa


noche de Budha™ Hay todavía una fórmula de tránsito en
los borradores de esta última: —Sigilosamente muda, — d e s ­
ciende en su tela inerte.* En Desolación Absurda la noche
7

está también hecha de cosas que se mueven c o m o individuos;


que bostezan, rezongan, obseden, fingen, acechan, pero, a p e ­
sa* de todo, corresponde más bien, al Et noctem quietam con-
cedet Dominus.. . que encabeza la parte V de La Torre de las
Esfinges. Esas tres noches tienen un espectador y un intér­
prete; se animan bajo el o j o de una conciencia vigilante y
simpática. El poeta, ante el enigma del mundo, siente bullir,
dentro de sí, pensamientos, intuiciones, dudas que torturan
su cerebro. En La Vida está también la idea del Y o que h u y e :
—iba el audaz palafrén —terrible
38
y congestionado —por el
Enigma, y yo en pos!, idea que se repite en La Torre: — Y hosco
persigo en la sombra —mi propia entidad que huye. En los
tres poemas aparece la imagen de su espíritu atravesando tela­
rañas de prejuicios, ideas hechas, superstición, creencias. Com­
pletamente transfigurada y traspasada a su realidad de paisaje
en los otros, en La Vida guarda la forma de una comparación
dentro de la alegoría: — Y en su estupendo camino —perforar
cual ígnea mosca —la inmensa tela de araña —de los co­
metas del Sino; en Desolación Absurda, es — e l meteoro,
—como metáfora de oro —por un gran cerebro azul; en La To­
rre: — Y se suicida en la extraña —Vía Láctea el meteoro
—como un carbunclo de oro —en una tela de araña. Esto úl­
timo, en la versión definitiva; en los borradores escribe se
desangra, por se suicida, mostrando así m e j o r su origen en el
esfuerzo del espíritu desgarrándose, atravesando vallas, y
mosca por carbunclo, c o m o decía en La Vida. La música de
las esferas se oye en este último p o e m a : — E l Incognoscible
atómico — l o hipnotizaba en su ascenso —zumbando el scherzo

3G. La Torre.
37. Manuscritos de La Torre de las Esfinges, existentes en el Instituto Nacional
de Investigaciones y Archivos Literarios. Estos manuscritos han Bido ordenados según
sus diversos estados por el Prof. Roberto Ibáñez.
38. El Yo concicnte del Poeta, nota a La Vida.
HERRERA Y REISSIG 145

inmenso —de un orquestrión astronómico. Se ve en La Torre:


— Y en su gran página atómica —finge el cielo de estupor, —el
inmenso borrador —de una música astronómica. La atracción
erótico tanática del demonio vital y creador halla expre­
siones parecidas: — m e espeluzna tu erotismo —que es la pa­
sión del abismo — p o r el Ángel Tenebroso: —Es un cáncer 30

tu erotismo —de absurdidad taciturna —y florece en mi sa­


turna —fiebre de virus madrastros —como un cultivo de as­
tros —en la gangrena nocturna: Pero en los borradores se
10

leen aún dos fórmulas de paso: — m e devora tu erotismo


—como un cáncer luminoso, y : — e s un cáncer tu erotismo
—que en su taciturnidad. . . El antecedente está también en
La Vida, sin el paralelismo formal, especialmente en los versos
que dicen: — . . . un sordo placer —fúnebre me avasallaba
— Y sentí como una cava —en lo más hondo del ser! Estas
otras fórmulas, en cambio, son casi paralelas; hasta en su v o c a ­
bulario: — T o d o es postumo y abstracto —y se intiman de
monólogos —los espíritus ideólogos —del Incognoscible Abs­
tracto . . .
4 1
y — A su divino contacto —llenábanse de monólo­
gos — l o s tenebrosos ideólogos —del inconcebible Abstracto! 42

En esa realidad espectral, alucinante, objetivadora, en que


una visión doble separa y mezcla lo de adentro y lo de afuera,
se repite una serie de elementos concretos y simbólicos a la
v e z : la luna, el mar, el molino, el tembladeral o el precipicio
en acecho.
A través de las aventuras nocturnas y agotado por las e x i ­
gencias de la creación y de la vida, el espíritu se da con la
muerte. En La Vida, la amada inalcanzable — t r o c ó s e como
a un conjuro —en un caballero oscuro —el cual con una esto­
cada —me traspasó el corazón!; en la Desolación Absurda, la
muerte sin ser nombrada, parece moverse en la estrofa X I I :
—beberán tus llantos rojos —mis estertores acerbos —mien­
tras los fúnebres cuervos, —reyes de las sepulturas —velan co­
so. Desolación abourda.
40. La Torre.
41. La Torre.
42. La Vida.
146 NUMERO

mo almas oscuras —de atormentados protervos; y en la última:


—que en el drama "inmolador" —de nuestros mudos abrazos
•—yo te abriré con mis brazos —un paréntesis de amor; en La
Torre, culminando el crescendo de potencias voraces y morta­
les activas en la parte V , en la V I —officium tenebrarum—,
parece rematar el poema. Hay una capilla ardiente, signos
entre los astros y un gato negro estrangulador. —Sangra un
puñal asesino, que evoca el del caballero oscuro de La Vida;
la Intrusa, que — a b r e — e n t r e sordos cuidados —Zas puer­
tas, con solapados —llaveros agrios, parece no ser otra que la
muerte; hay además los gestos sacramentales del sauce, un
charco que hace las veces de tragaluz de los Avernos y por fin
una visión del otro mundo o tal vez el descenso a un infierno
de clara filiación dantesca. Como siempre, faltan los puentes,
y se vacila entre considerar la descripción como la vista que
ofrece el tragaluz, o como la mise-en-scéne que espera a nues­
tro héroe después de los sacramentos, cuando cerrado su ciclo
terrestre, debe esperar entre las sombras de los reprobos la
barca murciélago de Caronte mientras que la carcajada de
Plutón rubrica c o m o un último sarcasmo. El final de Numen
( V I I ) , cuyo comienzo en pasado parecía engañosamente dar
por terminado el ciclo agónico, cierra de nuevo con una cita
para la muerte — e s o s í — en un tono de galantería macabra
al uso baudeleriano, que de golpe le da al resto del poema un
aire de juego. Ese aire,.y las décimas narradoras y que fingen
darlo todo en cada arresto, son más culpables, tal vez, que la
falta de clave y de puentes, que la paradoja y la hipérbole,
de la facilidad que ofrece a la lectura y de la dificultad que
opone al acceso, a la comprensión, la idea perturbadora y
compleja que Herrera quiso comunicarnos.

GOZNES DEL ESTILO


A) IMPRESIONISMO Y SIMBOLISMO

Es poco menos que imposible agotar el estudio de los ca­


racteres estilísticos de Herrera. A los y a vistos en el repaso
de su poesía llamada nocturna hay que agregar los m u y dis-
HERRERA Y REISSIG 147

tintos de las "eglogánimas" y de las "eufocordias". Los Éxta­


sis de la Montaña se apoyan en la descripción objetiva, no son
nunca sentimentales; en todo caso, hay una ternura por las
cosas y a menudo una ironía enternecida; usan un erotismo
sano y gozoso; viven en ellos almas sencillas, ingenuas y fra­
ternales. La naturaleza es animada por esos mismos atributos.
Hay una tendencia a la naturalidad —aunque se trate de un
falso naturalismo—, en los sentimientos, las situaciones, en la
imagen de la mujer y en los atavíos. La comunión con la na­
turaleza es una fraternidad panteísta. Usa el alejandrino.
En Los Parques Abandonados la narración gana más campo
que la descripción, y es subjetiva, confidencial. Son, por sobre
todo, sentimentales, la ironía cariñosa se trueca por cierto ci­
nismo y, especialmente la que había por cosas y personajes
de la liturgia católica, se cambia por la burla o la alusión sa­
crilega. El erotismo es romántico, doloroso, sádico, maso-
quista, macabro, morboso; muy pocas veces franco, despreocu­
pado y feliz. Campea la noción de pecado en un sentido más
desaprensivo que en la poesía baudeleriana. Los seres son sa-
turnianos, sentimentales, angustiados, más complejos; los sen­
timientos, las ropas, evaporados, artificiosos y, en general, de
lujo, y, las situaciones, de escaramuza sentimental o erótica
que pocas veces se torna juego profundo. Los fenómenos que
se trasponen entre los seres y la naturaleza son casi siempre
de carácter sentimental o psicológico. Son endecasílabos.
Pese a tantas y tan pronunciadas divergencias es posible
aislar en el conjunto de la obra varios troncos —diríase— de
los que se desprenden los caracteres parciales que lucen en el
detalle de las piezas. Ellos son, en primer lugar, dos procedi­
mientos algo emparentados: la prosopopeya y la dramatización.
En segundo lugar — a veces en p r i m e r o — el impresionismo,
verbal o conceptual, y el simbolismo en lo eufonía o, también,
en el concepto.
Impresionismo y simbolismo — d i c e Thibaudet— "ont
voulu éveiller l'action de Toeil ou de Fesprit, leur faire
creer ou construiré, au lieu de donner quelque chose de
cree et de construit". El impresionismo, en poesía como
148 NUMERO

en pintura, busca provocar en el que recibe una "impres­


sion active" en lugar de darle "une expression évoquée toute
faite". El simbolismo, del mismo m o d o que aquél, sobrepasa en
la realidad las definiciones que se le dan, pero puede servirnos
en este caso la suma de las definiciones de P. Valéry y de
F. Lefevre: "l'intention commune a plusieurs familles de p o e ­
tes (d'ailleurs ennemies entre elles) de reprendre a la Musi­
que leur b i e n " y "Les symbolistes ont mis l'honneur de leur
école à trouver des nouveaux rapports entre les choses".
Impresionismo y simbolismo se mezclan, se someten, m e ­
joran a los otros dos procesos. La preocupación fonética y la
capacidad de Herrera para explotar la lengua en ese sentido
son admirables. Son constantes apoyos de la hermosura del
verso las aliteraciones, las onomatopeyas, la simbología de las
vocales. En las consonantes, en general, no se puede hablar de
simbología. Casi siempre su uso especial busca un resultado
imitativo, una especie de onomatopeya en el sentido más am­
plio y mejor, extendida a la frase, a la estrofa, al poema entero.

Del charco que se nimba


estalla una gangosa balada de marimba.

(La Vuelta de los Campos.)

Rasca un grillo el silencio


(El Teatro de los Humildes.)

En algunos casos se da el uso sugestivo de consonantes,


sin mediar onomatopeya:

y el sol un postrer lampo, como una aguja fina


pasa por los quiméricos miradores de encaje.

(ídem.)

Antes de llegar a encaje la idea, y a está dada por quimé-


ricosmiradoresde.
HERRERA Y REISSIG 149

El uso imitativo, onomatopéyico, pero sobre todo simbó­


lico, de las vocales, tiene en Herrera amplio y seguro empleo
y espléndido rendimiento. B a j o su pluma el idioma se trans­
forma; parece estar constituido exclusivamente por vocablos
felices, de gran potencia de sugestión. Con una naturalidad
que raras veces consiguió el simbolismo europeo, hace sus ver­
sos plegando los sonidos al concepto, enriqueciendo las ideas
por los sonidos. Prefiere a veces, por simple placer auditivo,
las sucesiones de una misma letra, las palabras que repiten
tres, cuatro veces si es posible una misma vocal, los versos a
base de dos vocales:

se raja la carcajada

(La Torre...)

se duerme la tartana lerda del mercachifle

(Bostezo de Luz.)

y ríe la mañana de mirada amatista


(La Flauta.)

En el último ejemplo ya tienen las vocales un uso sim­


bólico, la a cuyo uso expreso corresponde a las cosas blancas,
ingenuas, buenas, o despreocupadas; la i que sirve para las
risueñas, alegres, ridiculas o pequeñitas. Véanse las íes d e :

con tímidos arrobos repica la alcancía

(La Iglesia.)

o de este otro e j e m p l o :

mientras el perro en ímpetus de lealtad amena


describe coleando círculos de alegría

(El Regreso.)
150 NUMERO

donde además del uso de la i, se puede observar una obligada


diéresis en cole-ando que subraya el movimiento que dice la
palabra.
El mismo empleo de la diéresis se ve en ese vi-aje ren­
gueante d e :

Hacia la era, inválidos, bajo una gloria de oro


vacilan los vehículos su viaje sonoro
(La Siega.)

El ritmo también puede contribuir sugestivamente:

después de agrias posturas y esperezos felinos,


gimiendo un ¡ay! glorioso se abrazan a las ondas
que críspanse con lúbricos espasmos masculinos...

(El Baño.)

En los dos primeros versos se pueden contar cinco acen­


tos; son versos nerviosos, movidos, crispados de frío; en el ter­
cero en cambio las cuatro palabras largas, de las cuales dos
son esdrújulas, dan los movimientos urgentes pero prolonga­
dos y sin nervios de las aguas.
En ciertos poemas c o m o La casa de la montaña se llega
a una perfecta unión de letras onomatopéyicas y simbólicas
y de efectos rítmicos:

Ríe estridentes glaucos el valle; el cielo franca


risa de azul; la aurora ríe su risa fresa;
y en la era en que ríen granos de oro y turquesa

Abundan la r por la risa, la i por la alegría; y el ritmo


de intensidades va de los ritmos amplios de las risas del valle
y del cielo a las risitas chicas de los granos en la era.
Todo eso unido, y al servicio de un profundo sentido de
las correspondencias, produce los mejores versos de Herrera:
HERRERA Y REISSIG 151

maniobran hacia el valle de tímpanos agudos


los celosos instintos de los perros lanudos
de voz ancha que integran los ganados dispersos.

(Los Perros.)

El último verso tiene los acentos en a e a e. Esto es ha­


bitual en Herrera y significa que no sólo la rima final cumple
esa función, sino que por dentro se la emula. Es habitual, y
de superior efecto, la combinación interna correspondiente a la
redondilla; el verso redondo:

Y ríe la mañana de mirada amatista.

(acentos en i a a i.)

Y el monte que una eterna candidez atesora

(acentos en o e e o.)

Todo eso con sus juegos evidentes y sus admirable des­


pliegues va a conjugarse, deslumhrando con su clara tarea de
evocar, en El Laurel Rosa. Allí oímos las palabras rindiendo
hasta su último poder sonoro, yuxtapuestas con la máxima
eficacia de sugestión, de provocación intelectual, emotiva, e v o -
cativa. En este sentido ese poema es un verdadero tesoro.

B) D R A M A T I Z A C I Ó N Y PROSOPOPEYA

Impresionismo y simbolismo se mezclan, se someten como


se dijo a las otras dos formas permanentes, la dramatización
y la prosopopeya. Estos fenómenos, los reciben, ayudan, ne­
cesitan, ocupan.
La dramatización es evidente en los sonetos todos. Un tí­
tulo de Los Éxtasis de la Montaña da una clave muy signifi­
cativa: El Teatro de los Humildes. Es claro un manejo tea­
tral de los temas; a menudo se ocupan los cuartetos en la
152 NUMERO

instalación de un paisaje donde en seguida los tercetos plan­


tearán la acción. Otras veces una descripción que abarca todo
el poema se cierra con un toque dramático. No faltan las indi­
caciones de luz, sonido, hora, ambiente: Cae un silencio aus­
tero, Anochece; no faltan los diálogos. El primer cuarteto de
El Despertar podría ser una indicación teatral. A menudo el
agonista es el día. Son muchos los sonetos que desarrollan las
vicisitudes de un crepúsculo, a veces de todo un día. Abundan
las expresiones c o m o de tres en tres, sorbo a sorbo, agonía a
agonía, de roca en roca, que detallan la acción, la retienen,
dan el tiempo. El tiempo es pues, también, una dimensión del
poema.

El olivo y el pozo... Dormida una aldeana


en el brocal... A un lado la senda viajadora,
y un hombre paso a paso.

(Los Perros.)

Cien estrellas lozanas han abierto una a una.

(El Teatro de los Humildes.)

Eso tiene algo que ver con la habilidad para dar el m o ­


vimiento de un gesto:

Mas de pronto se vuelve con piadoso desvelo,


la cabeza inclinada y los ojos al cielo
pues ha oído que llora la zampona por ella.

(La Zampona.)

y los movimientos de c o n j u n t o :

Y al hombro las alforjas, leñadores austeros


tornan su gesto opaco a la tarde tranquila.
( Claroscuro.)
HERRERA Y REISSIG 153

Entonces los egregios Zoroastros,


en un inmenso gesto de exterminio,
erizaron su barba de aluminio,
supramundanamente hacia los astros.

(Misa Bárbara.)

Esta inclinación a lo teatral por momentos se toca con la


atracción que ejercía lo litúrgico sobre Herrera. La liturgia
católica sobre todo. Se hace presente en muchos títulos y en
el manejo de su terminología. L e sirve para indicar m o v i ­
mientos o gestos, pero sobre todo para dar ritualidad, religio­
sidad en actos no trascendentes. Hay ejemplos en toda la obra.
En los Éxtasis de la Montaña se hace un uso un tanto irrespe­
tuoso aunque en un tono de chanza cariñosa:

Oficia la apostólica dignidad de los bueyes!

(La Misa Cándida.)

Y en sus manos canónicas, golondrinas y grullas


comulgan los recortes de las hostias que fríe.

(El Ama.)

En Los Parques Abandonados las alusiones tienen a veces


un aire de blasfemia, de profanación:

Al fin de mi especioso simulacro


de un largo beso te apuré convulso
hasta las heces como un vino sacro!

( Consagración.)

Ajáronse las últimas estrellas...


El Cristo de tu lecho estaba mudo

(Fiat Lux.)
154 NUMERO

La dramatización se alia m u y bien a la prosopopeya, pero


esta última es sin duda de una importancia mucho mayor que
aquélla y que todo lo que se ha visto hasta ahora del estilo.
Es de una riqueza de ramificaciones increíble. La vivificación,
sobre todo en su primer estado, no es ninguna novedad c o m o
figura poética. Es evidente su parentesco con el mito. La p o e ­
sía española, especialmente, la ha frecuentado de antiguo.
En estos que parecen ser los primeros hexámetros castellanos,
de Manuel de Villegas, en 1617, se v e claro precedente:

Lícidas y Coridón, Coridón el amante de Filis,


pastor el uno de cabras, y el otro de blancas ovejas,
ambos a dos tiernos mozos, ambos árcades ambos,
viendo que los rayos del sol fatigaban al orbe
y que vibrando fuego feroz, la canícula ladra,
al pulcro cristal que cría la fuente sonora, e t c . . . .

Pero tiene en ciertas aplicaciones una filiación claramente


romántica. Dice H u g o :

Ma maison me regarde
et ne me connait plus
(Tristesse d'Olimpo.)

En Herrera conoce todas las formas: se aplica a cosas,


ideas abstractas, fenómenos naturales, etc.

la fuente decrépita

(Las Madres.)

La inocencia del día se lava en la fontana

(El Despertar.)

La noche en la montaña mira con ojos viudos


de cierva sin amparo que vela ante su cría

(La Noche.)
HERRERA Y REISSIG 155

Quedándose en la simple animación puede ser ya fisio­


lógica o espiritual —sentimental, psicológica, intelectual—:

La tarde suda fuego

( Canícula.)

El perejil humilde

(El Granjero.)

Conspira en acres vahos la insinuación fecunda


de la Naturaleza por siembras y rastrojos

(El Espejo.)

Pero llega a menudo a la personificación:

Y Cibeles esquiva su balsámica ubre


con un hilo de lágrimas en los párpados vagos

(Otoño.)

Hace de un objeto un ente activo o pasivo, según sufra


o ejecute la acción:

Salpica, se abre, humea como la carne herida,


bajo el fecundo tajo la palpitante gleba

(El Ángelus.)

Y su piedad humilde lame como una vaca.

(El Cura.)

Puede ser total o parcial según se reduzca a una figura


de paso o involucre todo el poema, constituyendo lo que Pino
Saavedra llama un mito, c o m o El Monasterio o el Burgo. Gra-
156 NUMERO

maticalmente puede ser adjetiva, verbal, o afectar la oración


completa; en los primeros casos no pasa de la metáfora; en el
segundo alcanza la imagen.
L a mayor parte de las peculiaridades de la poesía de H e ­
rrera se deben a la necesidad de cumplir con ella. La sirven
el verbo, el epíteto, las figuras, que cambian sus costumbres
para hacerlo. La transitivación del verbo, por ejemplo, a m e ­
nudo está en función de la prosopopeya:

Ríe estridentes glaucos el valle

(La Casa de la Montaña.)

Se hacen reflexivos verbos que no acostumbran a serlo y


viceversa:

Se exhalan a Diana, rubios


muezines, los girasoles.

(El Laurel Rosa.)

Como un exótico abanico de oro


cerró la tarde en el pinar sonoro

(Óleo Brillante.)

Algunos verbos impersonales dejan de serlo:

y en la sorda ebriedad de nuestros mimos


anocheció la tapa y nos dormimos

(Idilio Espectral.)

Nevó la luna

(Óleo Brillante.)

La epítesis también logra algunas de sus mejores sutilezas


cuando se empeña en animar las cosas. En esta función se ocu-
HERRERA Y REISSIG 157

pan los epítetos metafóricos, los raros, los epítetos sustantivos,


los onomatopéyicos:

La atónita desnudez de las cosas

( Éxtasis.)

en los porfiados
cascotes de la vía gritan las diligencias
(Las Horas Graves.)

Y la hiedra misántropa que su mármol remuerde


(Claroscuro II.)

La noche en la montaña mira con ojos viudos

(La Noche.)

Tumban las carrasqueñas voces de los arrieros

(Claroscuro I.)

Las figuras, comparación, metáfora, imagen, son enrique­


cidas por las otras riquezas parciales. En los mejores sonetos,
recibimos de una manera activista, creadora, el objeto poético
no por la mera descripción intelectual ni por la sola visión
plástica que se nos alcance; tenemos, para conocerlo en la total
riqueza que el mundo acumula, olores, temperatura, colores,
gustos, sonidos, estados de alma, hora, funciones. Y en la sín­
tesis más aproximada a la que alcanza la realidad. Esa es la
fuente de sus metáforas dobles o triples, y la explicación de
su eficacia. Ese es el producto y al fin de cuentas también el
medio de su procedimiento favorito.
El comienzo de La Casa de la Montaña muestra un buen
ejemplo:

Ríe estridentes glaucos el valle; el cielo franca


risa de azul;
158 NUMERO

En la primera oración el verbo intransitivo es transitivado


y siendo indicador de acción humana se refiere a un sujeto
que no lo es. Glauco es un adjetivo usado c o m o sustantivo, un
color usado como sonido, y a que es la cosa reída; es un
complemento adecuado al sujeto de la oración pero no al verbo
que lo afecta. Estridente es un adjetivo para intensidad de
sonido usado para intensidad de color, que conviene por su
sentido al verbo pero no a lo adjetivado.
En la oración siguiente, el verbo — e l í p t i c o — sigue siendo
el mismo y conserva las cualidades, se transitiva, adjudica ac­
ción humana al cielo, acción, como en el caso anterior, que
afecta centros auditivos y que el lector debe sustituir por otra
que ocupa centros ópticos; risa se adecúa al verbo y tiene un
adjetivo — f r a n c a — de índole psicológica, que es natural junto
a risa, pero no referido a ese sujeto. Éste se corresponde, en
cambio con el último adjetivo. Estas interferencias sinestési-
cas, son el producto de un notable sentido de las corresponden­
cias. La presencia de factores psicológicos, que conjugan esos
elementos en cuadros vivos, con progresión dramática, se vin­
cula a un procedimiento que conserva cierta independencia: el
uso del paisaje objetivado, que halla su plenitud en La Torre
de las Esfinges, pero que está ya en Ciles alucinada:

Todo lo que ella ha sentido


lo contempla en el paisaje, trasmigrado y confundido.

La mano del poeta alcanza a ciertas cosas insignificantes,


malolientes, a funciones poco dignas, a situaciones que tradi-
cionalmente no tienen interés literario. Revive algunas tan
vulgares que la sensibilidad corriente ya no las registra.
En realidad al lado de Herrera, el hombre común parece casi
ciego, casi sordo, sin olfato ni paladar, c o m o no sea para lo
imprescindible, Tiene una gran valentía para imponer pala­
bras prohibidas:

Escupe rosas en la faz del día

(Amazona.)
HERRERA Y REISSIG 159

Bosteza el buen domingo

(Dominus Vobiscum.)

El incienso sulfúrico que arde por los abonos

(Bostezo de Luz.)

irrumpe la gloriosa turba del gallinero

(La Iglesia.)

atisban con los húmedos dedos en las narices


(Dominus Vobiscum.)

Los vahos que trascienden a vacunos y a cerdos

(Claroscuro I.)

Y el sol colgaba del cénit triunfante


como un ígneo testículo fecundo

(Fecundidad.)

No se puede dejar de lado el fenómeno opuesto a la ani­


mación. A u n q u e es más fácil y corriente, en Herrera consigue,
por momentos, gran validez estética. L o lleva hasta sus últi­
mas consecuencias. Por ejemplo en El Despertar donde todo
lo inerte se va animando y hasta la placidez puede soñar, las
cosas vivas se ven despojadas de su condición, para provecho
de las inanimadas en el primero de estos ejemplos:

la sotana
del cura se pasea gravemente en la huerta

agudas golondrinas
como flechas perdidas de la noche en derrota.
160 NUMERO

La alegoría que en Emblema Afrodisíaco hace de un cuerpo


v i v o un castillo, atraviesa todo el soneto. La siguiente locución
apositiva de Decoración Heráldica acerca a una abstracción un
objeto v i v o :

Tu pie, decoro del marfil más puro

En este mismo poema, y a en otro terreno, se observa un


recurso m u y particular, cuya genealogía se remonta a Homero
y cuya riqueza alaba y explota como maestro Francisco Espi­
nóla. Se trata del empleo de la comparación para enriquecer
la obra literaria con datos y referencias de una realidad que
por la índole de la pieza no cabe en ella. En este soneto que
comienza así:

Soñé que te encontrabas junto al muro


glacial donde termina la existencia,
paseando tu magnífica opulencia
de doloroso terciopelo oscuro.

dice el primer terceto:

mi dulce amor que sigue sin sosiego,


igual que un triste corderito ciego,
la huella perfumada de tu sombra

Una realidad de la vida sencilla del campo se mete de esa


manera en otra suntuosa, compleja y ultraterrena. Abunda
el fenómeno opuesto, también.

Hay mucho más que ver, aún, en lo que respecta al estilo.


Este repaso sumario no hace más que señalar filones a e x p l o ­
tar que deben ser agotados. Del mismo parece desprenderse
la certeza de un poderío poético sin par en nuestra literatura,
HERRERA Y REISSIG 161

de una fuerza de imaginación también única, de una capacidad


de frescura, ingenuidad y asombro que señala al poeta, de una
individualidad, en fin, más rica, poderosa y consecuente con
ideas insistentes y probadas en la práctica, más lúcida tam­
b i é n , de la que se acostumbra a concederle.
43

43. Lucidez que sólo Federico de Onís le ha reconocido plenamente: "Fué un ar­
tista conciente, y supo muy bien la correspondencia de su época con la del decadentismo
culterano; aprendió mucho de Góngora y se adelantó a sus máB recientes intérpretes,
etc.". Antología de la poesía española c hispanoamericana (1882-1932), Madrid, Centro de
Estudios Históricos, 1934.
SARANDY CABRERA

LAS POETISAS DEL 900

Si S E M I R A con atención paralelamente a Delmira A g u s -


tini y a María Eugenia V a z Ferreira, puede verse que entre
ellas hubo semejanzas profundas y diferencias de esencia.
L o que parece acercarlas más, el carácter común que ade­
más las define por separado, es su condición de imaginativas
y, consecuencia de ello, su condición de mujeres inhibidas de
accionar e inadaptadas al mundo ambiente.
Una y otra son, además de creadoras del mundo especial
y distinto que cada poeta formula, dos almas en flor, sosteni­
das por sus sueños y sus ideaciones.
Pero de una especial manera, y tanto que esos mundos
ideados fueron los únicos ámbitos posibles en que sus vidas
pudieron realizarse.
La vida común, diaria, a la vez que pauta de su inade­
cuación, fué para ambas, fuente de desilusiones y desencanto,
nunca manantial de circunstancias para transferir al terreno
de la poesía.
En María Eugenia, ese desentendimiento con la realidad
del mundo se resolvió en tedio, melancolía y conciencia de su
soledad y su limitación.
En Delmira, quizá sin la fortaleza moral espiritual y ra­
cional de la Vaz Ferreira, la conciencia de su inadecuación
desembocó en la idea de la supervivencia en otra estirpe " s u ­
blimemente loca". La primera estaba masculinamente dotada
para la nada que acecha en el fondo de la vida; Delmira por
femenina, se rindió —espiritualmente, desde luego, porque su
carne no había sido hecha para quemarse precisamente— a su
vencedor, intuyendo ser más que un ente perdido en sí, más
que un ser sin destino, un ser preñado de la posibilidad de
florecer en una nueva raza de superhombres.
Así pues mientras María Eugenia se encara con su des­
tino, melancólicamente resignada a perderse, como una som-
LAS POETISAS DEL 900 163

bra, profundamente resignada a su ausencia de destino, Del-


mira trastrueca el sentido del suyo propio mediante la erección
del salvador que crean sus fabulaciones de amor, aunque final­
mente hasta éste le falte.
Y paradójicamente, mientras la Vaz Ferreira no quiere
consumirse y sí salvarse del tiempo, negándose a la carne, la
Agustini se ofrece a ella para ser destruida, para ser con­
sumida.
Así es que en la primera, contenida para no vivir, no apa­
rece la muerte como cruel espejo de privación de la vida, y
en la segunda la muerte se aparece y escamotea continuamente
como lógico correlato anímico de una vida que quiere ser
bebida hasta su mayor hondura.
Ambas fracasarán en la vida: María Eugenia si se la mira
desde fuera, no así si se comprende que ella pretendió c u m ­
plir con un programa de vida que por otra parte llevó a cabo
hasta su muerte.
Delmira sí, desde fuera y desde dentro, dado que no pudo
sostener su mundo ideado y fundamentalmente intuido, cuando
quiso hacerlo una presencia efectiva.
De cualquier m o d o hay dos circunstancias que las distin­
guen fundamentalmente.
La primera que, mientras María Eugenia tuvo idea de su
situación y conciencia de su destino, Delmira solamente intuyó
su signo, su profundo sentido entrañable, formulándolo m e ­
diante su propio don natural adivinatorio. Porque en ella ha­
bía mayor fuerza lírica, mayor intuición, mientras en la Vaz
Ferreira la entraña era la idea misma.
La segunda circunstancia, que puede relacionarse con la
primera, es que mientras la Vaz Ferreira formula su obra c o m ­
pletamente por motivo del mayor desarrollo de su vida cerrán­
dose en la frontera final de su propia definición, la obra de
Delmira aparece como incompleta. Esa obra a pesar de su ca­
lidad y de su intensidad no alcanzó a formularse y redondearse
definitivamente.
A pesar de todo, si algo las hermana por encima de estas
diferenciaciones, ese algo es el hecho de que ambas tomaron
164 NUMERO

contacto con la esencia de la poesía, vale decir, con la más


auténtica entraña del hombre.
Así, puede afirmarse, que la permanencia de ambas poe­
tisas se asegura, más que por sus valores "literarios", por la
formulación poética, por eso esencial, de asuntos humanos sin
tiempo.

MARÍA EUGENIA VAZ FERREIRA

... como una sombra por el jardín humano...

D E ACUERDO O a pesar de las imágenes que de la poetisa


puedan darnos quienes la conocieron, ella misma fué quien
construyó su imagen valedera para siempre.
No en los casos de todos los poetas es posible pedir a sus
obras los datos correspondientes para formar la imagen dura­
dera de su autor.
Sí, en María Eugenia Vaz Ferreira, que en una de las dos
ramas en que puede desgajarse su obra, cantó de manera esen­
cial al y o que guardaba.
Y c o m o cantó de manera coherente, edificó una imagen
de sí misma que es compacta y valedera y que el tiempo pre­
ferirá, sin duda, como creación de una vida misma, si es que
tal vida no hubiese existido.
Así es que la lectura de La Isla de los Cánticos, nos
provee de tal imagen si desbrozamos lo débil e insustancial,
y atendemos a aquellas voces que deben llamarse definitorias
y que determinan inequívocamente su perfil.
Si excluimos unas cuantas composiciones de la obra edita
en el volumen de la poetisa —composiciones convencionales
en su contexto, de adjetivación modernista e imágenes olím­
picas, todas ellas obras de mediano v a l o r — nos hallaremos
con un pequeño conjunto de poemas, cuya intensa calidad al­
canza para balancear su escasez.
MARIA EUGENIA VAZ FERREIRA 165

En ellos, que son lo medular de la Vaz Ferreira, se e x p o ­


nen los tópicos que la definen.
María Eugenia fué un alma poseída por sueños y anhelos
que la asediaban:

Mírame como Ahasvero


siempre triste y solitaria
soñando con las quimeras
y las divinas palabras...

Y de esos sueños y fantasmas está formado su material


poético. Aquellos fantasmas inapresables invocados y presen­
tidos, mas nunca formulados, no llegaron a crear para la poe­
tisa un mundo de paz, vale decir, un mundo que fuera ámbito
donde su vida pudiera sentirse colmada.
María Eugenia solamente sacó de aquellos sueños una pro­
funda melancolía y un tedio atroz.

Quiero juntar a la sonante boca


mi nebulosa trágica de tedio...

Así como Delmira Agustini quería quemarse para dar una


nueva raza de superhombres, la Vaz Ferreira luchó contra el
insondable enigma del deseo, para permanecer fuera del tiempo,
y volver a la tierra con la virginidad de las estatuas.
Y esa virginidad sostenida a todo trance, acentuó aun
más su tedio y su desesperanza con el fantasma de la infe­
cundidad que la poetisa quiso, no porque no sintiese los lla­
mados de la carne, sino porque a propósito prefirió vivir para
su espíritu solamente.

También como a vosotros


más de una vez las manos me tendieron
más de una vez riéronme los labios
y se deshizo en cálidos aromas
la brasa de sus rojos incensarios...
166 NUMERO

Mas seguí torvamente y tristemente


porque también me ungieron en mal hora
con sedes y ambiciones sobrehumanas
con deseos profundos e imposibles,

D e esa manera, María Eugenia no desconoció su destino


de pasar como una sombra.

... y el orgulloso día le dijo al sol: "espera";


Quien sin besarla aspira la flor de Primavera,
pasa como una sombra por el jardín humano.

La conciencia de su esterilidad, de sus inhibiciones, se da


en su poesía de una manera inequívoca: todo en ella es idea
de inutilidad, de desesperanza, de frustración, c o m o expresa
en tres poemas distintos:

.. .y voy como vosotros


también inaccesible e impotente...

Mírame por mi camino,


como por una vía apia
de sonrisas incoloras
y de vacías miradas...

Alma mía,
que la red seca y vacía
no te atreviste a arrojar.

Y su esperanza, si la tiene, es ciega, y no alcanza a levan­


tar su vida con la creencia de una vida verdadera.

Mi esperanza, yo sé que tú estás muerta.


No tienes de los vivos
más que la instable fluctuación perpetua;
no sé si un tiempo vigorosa fuiste,
ahora, estás muerta.
MARIA EUGENIA VAZ FERREIRA 167

Como María Eugenia no apura el cáliz de la vida, no recibe


c o m o lógica contraposición el signo de la muerte y su discurrir
por el mundo se hace sin consideración angustiosa de tales
extremos del vivir humano.
A María Eugenia no la tientan la vida ni la muerte.
No canta a la primera, y recibe la idea de la segunda simple­
mente, sin pánico, con la sola satisfacción de su pureza man­
tenida a través del oleaje humano.

He de volver a ti, propicia tierra,


como una vez surgí de tus entrañas,
con un sacro dolor de carne viva
y la virginidad de las estatuas.

Su ideal de vida es entonces estático, su sentir se concen­


tra en su alma que arde sin quemarse, engendrando tedio y
soledad.
Criatura inadaptada, María Eugenia halló en la soledad y
la forma que llamó más propicia, la noche, el clima que mejor
se correspondía con su soledad de estatua de carne.

SóZo tú, noche profunda


me fuiste siempre propicia;
noche misteriosa y suave,
noche muda y sin pupila,
que en la quietud de tu sombra,
guardas tu inmortal caricia.

Oh noche embriagadora
hecha de soledad y de desesperanza.. .

L o trágico en María Eugenia es su conciencia de lo inútil


de su rebeldía contra el signo de la carne.

He de volver a ti gloriosamente,
triste de orgullos arduos e infecundos
con la ofrenda vital inmaculada.
168 NUMERO

Comprende la terrible magnitud de su negativa a consu­


mirse aunque ella la aniquile y detenga. Pero su destino era
ser fiel a su designio mental, a la línea de conducta emanada
de su elemental moralidad.
P o r todo ello debe tenerse a María Eugenia Vaz Ferreira,
c o m o un ser profundamente mental, dicho esto en el m e j o r
sentido del vocablo, que cumplió el destino de la razón en
lucha contra los apetitos y creó, m e j o r dicho, expresó de m a ­
nera genial, vale decir poética, el mundo consecuencia de esa
imposición.
En los llamados de la carne, en los llamados de su esencia
femenina, María Eugenia ideó un amor, pero de una magni­
tud que lo puso fuera del orden humano. Sus poemas con
asunto en el amor pecan precisamente por su carencia de in­
tuiciones, y lo evidencian c o m o un amor mental y a veces r e ­
tórico, quizá asidero para no despeñarse en la nada con que
su desesperanza la amenazaba.
Y aun cuando María Eugenia pudo imaginar al vencedor
de su conciencia moral, levantado para defenderla, aun cuando
integrase la figura de su vencedor con los atributos más s o ­
bresalientes a su propia altivez, su orgullo le impediría creer
efectivamente, vitalmente, en aquel vencedor que había creado
y fingido; le impediría creer en aquella imaginación. Y de
tal modo que le llevarían hasta vencer precisamente a su v e n ­
cedor, en un nuevo arresto de su conciencia de mujer invicta
e intocada.

Y o quiero un vencedor de toda cosa,


invulnerable, universal, sapiente,
inaccesible y único.

Que posea la copa de sus labios


el licor de la vida,
el virus de la muerte,

el gran vencedor doble y deponga


cabe mi planta sus rodillas ínclitas.
MARIA EUGENIA VAZ FERREIRA 169

Así que, aun cuando, desengañada de sus sueños, María


Eugenia buscaba ordenar su vida de acuerdo al signo feme­
nino bajo el que había nacido, se hallaba con el callejón sin
salida de su orgullo, su esterilidad final.
El entregado confía en quien se entrega: la mujer en él
hombre que la vence, el hombre en Dios que sobre él puede;
pero quien como María Eugenia no podía ser vencida, se halla
inexorablemente al borde de la nada, lo que es lo mismo, para
quien no sentía a Dios como telón último de la razón, con la
imagen infecunda de su desesperanza. Más agrandada aún por­
que los pequeños menesteres humanos, los opios del día coti­
diano, no eran para ella alimento apetecible, sino fuente de
desencanto.
De un amor fingido, volvía pues María Eugenia, en mortal
círculo al centro de su desesperanza, a su tedio vital y a su
angustia.
De aquella zona fronteriza, donde María Eugenia, envuelta
mortal y lúcidamente en su angustia radical, tomaba por m o ­
tivo de ella contacto con la nada, procede su poesía. Poesía cen­
trada en la desolación y la nada, cuya circunstancia parece acla-
. rarse con las palabras de Heidegger ( ¿ Q u é es metafísica?).
"El que esta actitud anonadante atraviese de punta a punta
la existencia, testimonia la perenne y ensombrecida patencia de
la nada, que sólo la angustia nos descubre originariamente. Así
se explica que esta A N G U S T I A RADICAL esté casi siempre repri­
mida en la existencia. La angustia está ahí: dormita. Su hálito
palpita sin cesar a través de la existencia: donde menos, en la
del "medroso"; imperceptible en el "sí, sí" y "no, no" del hom­
bre apresurado; más en la de quien es dueño de sí; con toda
seguridad, en la del radicalmente T E M E R A R I O . Pero esto último
se produce sólo cuando H A Y ALGO A Q U E OFRECER L A V I D A con
objeto de asegurar a la existencia la suprema grandeza.
"La angustia del temerario no tolera que se la CONTRAPONGA
a la alegría, ni mucho menos a la apacible satisfacción de los
tranquilos afanes. Se halla —más allá de tales contraposicio­
nes— en secreta A L I A N Z A con la serenidad y dulzura del anhelo
creador"
170 NUMERO

María Eugenia testimonia claramente esta fundamental


experiencia:

La vaciedad de mi profundo hastío


rima con él el dúo de la nada.

Mi esperanza. ..

Te han roído quién sabe


qué larvas metafísicas que hicieron
entre tu dulce carne su cosecha.

Vencedora de la carne, pero vencida de su desesperanza,


y obsedida por la nada, María Eugenia Vaz Ferreira v e sola­
mente en la muerte la liberación de su sin sentido, la libera­
ción a su oficio de rastrear en la sombra con la desolación de
una esperanza ciega. Por eso aunque no ansia la muerte, y a
que como queda dicho, la poetisa no la siente sino como des­
enlace ajeno a sí misma, comprende que solamente en ella
hallará la silenciosa respuesta a las angustiosas apariciones
e ideaciones de su soledad.

Alguna vez me llamarás de nuevo.


y he de volver a ti, tierra propicia,
con la ofrenda vital inmaculada,
en su sayal mortuorio toda envuelta
como en una bandera libertaria.

Sus palabras dicen con exactitud en qué medida sabía


que ésta era la única salida liberadora de su angustia sin ob­
jeto, alimentada también por el desencanto de su amor inven­
tado y de sus inhibiciones.

No es extraño entonces, que siendo María Eugenia una


poetisa de gran claridad de ideas, sus poemas den su mundo
con nitidez meridiana. Sus asuntos son, y a la resurrección de -
su alma bajo el influjo de la voz de la poesía, mundo ideal
MARIA EUGENIA VAZ FERREIRA 171

que no atentaba contra su carne; el canto a la noche con sus


silencios propicios para recibir el latir de la soledad; las sedes
y las ambiciones sobrehumanas, que la consumen sin explici-
tarse; la confesión de su incapacidad para decidirse, minada
por un escepticismo esencial; la conciencia de su inutilidad que
mata su esperanza, etc. Elementos todos de sus territorios de
tedio, melancolía, nada, soledad y desesperanza.
Dada su unidad y su coherencia, en estos personalísimos
dominios y con estos caracterizados asuntos, María Eugenia
integra un macizo cuerpo poético.
A pesar de que en alguna oportunidad se la ha tachado
de descuidada y ligera, sorprende la seguridad con que do­
mina verso a verso, en aquellos poemas que llamáramos defi-
nitorios, el material con que trabaja. Sus ideas centrales son
siempre redondeadas y definidas, aun cuando se refieran a
entes indefinidos, vagos e incorpóreos. Las líneas, los renglo­
nes de María Eugenia, están siempre llenos de carne poética,
enervados con intuiciones auténticas o ideas poéticas cuando
éstas faltan, sin que se vea entre ellas desliz o relleno de
materiales extraños o de filiación dudosa.
Si se leen en revistas de comienzo del siglo algunas com­
posiciones de María Eugenia sorprende pensar qué lejos estaba
entonces no y a de su forma de madurez, sino de la poesía
misma y se evidencia cuan atinada fué la selección que ella
hiciera en circunstancias de decidir, en los últimos tiempos
de su vida, editar La Isla de los Cánticos. Esta severidad en
la selección en una obra abundante, es lo que ha formado este
conjunto final de poemas de casi pareja densidad y peso, que
permite una tan clara comprensión de su poeta.
Esta citada densidad de asuntos, puede afirmarse, es lo
que impresiona primordialmente en su poesía a pesar de que
como queda dicho, haya composiciones entre su obra edita en
volumen, de oficio poético menor, espejo de las modalidades
en boga o de lecturas del romanticismo español.
El estilo de María Eugenia al igual que el de Delmira
se presenta bajo dos formas: una modernista, y otra más di­
recta y personal que es, desde luego, la más substancial, y a
172 NUMERO

la que la poetisa llegó luego de ejercitarse por mucho tiempo


en formas de penoso mal gusto y g r a n d i l o c u e n c i a , y a m e ­
dida que conseguía desnudar su centro poético.
El primero sirve para permitir verificar de paso simple­
mente, en las composiciones de La Isla de los Cánticos las ha­
bilidades que adornaron a María Eugenia Vaz Ferreira en tanto
poeta convencional, dado que mucho de lo publicado en revis­
tas y no recogido en La Isla no merece tenerse en cuenta.
El segundo, que da la pauta de lo que era personal en la
poetisa, manifiesta su natural tendencia a usar de adjetivos,
símiles e imágenes nobles, de cierta jerarquía convencional,
que no caen sin embargo en lo pomposo y lo hueco, sostenidos
efectivamente por ideas definidas. Esa forma de magnifica­
ción debe tomarse como una disposición natural, acentuada
por los valores en alza de su tiempo que la llevan al uso de
expresiones tales c o m o :

Quiero tenderme en éxtasis beato


cabe la fuente rítmica del verbo
y escuchar en polífona armonía
el himno espiritual del pensamiento,
engarzado en fantásticas palabras
que le revistan con su idioma excelso.

Expresiones de cierto énfasis, que si bien no son la m o ­


neda corriente de la poesía de hoy, no eran quizá sino la única
forma posible de expresión de la sensibilidad y el alma de
María Eugenia.
No todo tiene, sin embargo, ese cariz excelso. Muchas de
sus imágenes y expresiones vivencialmente entrelazados c o n ­
sigo misma manifiestan también, por otro conducto, al poeta
auténtico, en tanto ser dotado de la gracia de la comunicación
de las esencias, con un lenguaje justo, hondamente sugeridor
de luminosas imágenes.

Mi corazón ha rimado
con el corazón del día
МАША EUGENIA VAZ FERREIRA 173

en un palpitar flameante
que se convirtió en cenizas. ..

noche muda y sin pupila,


que en la quietud de tu sombra
guardas tu inmortal caricia.

la tierra está borrosa y las estrellas


me han vuelto las espaldas.

Estas son expresiones provenientes de la zona más esti­


mable de sus posibilidades de poeta, tales como otras de fi­
liación becqueriana, poeta con quien María Eugenia muestra
algunas afinidades. Un lirismo fino cual el de Bécquer, una
concitación de climas impalpables y su musicalidad, están pre­
sentes también en ciertos poemas.

Adentro del pecho escondes


una jaula de coral;
de su misteriosa puerta
la llave, dónde estará?

¡Cuántas cosas, dueño mío,


cuántas hay que nos separan;
roca, abismo, mar y cielo,
eternos tiempo y distancia...

Viento suave del crepúsculo,


viento de las leves alas,
azulmente solitarias,
anónimo pasajero
fugaz en todas las patrias,
en las misteriosas selvas
y en las grutas oceánicas,
viento suave del crepúsculo,
viento de las leves alas...
174 NUMERO

Es curioso verificar la existencia de estas formas de pura


estirpe lírica, sentimental y musical en María Eugenia, por­
que no siempre la poetisa es graciosa, sino más bien áspera,
cargada de ideas hasta en las oportunidades en que se refiere
a sus ensoñaciones imprecisas. Es curioso también esta última
especie de poemas sobre asuntos pasajeros; en ella que poeti­
zaba sobre el signo de las cosas, sobre el destino de sus sueños
y su vida más que sobre experiencias inmediatas.
Musicalmente dada en oportunidades, hosca, áspera y
olímpica, la poesía de María Eugenia es profundamente unita­
ria sin embargo. No ya el hálito general que la auna, sino la
persistencia sobre asuntos de igual procedencia, centrados en
una personalidad auténtica, poseída de una angustiosa proble­
mática, dan unidad definitiva a esta breve obra, a la vez que
definitiva permanencia.

II

DELMIRA AGUSTINI

. . . 2/o soy el cisne errante de los sangrientos rastros


voy manchando los lagos y remontando el vuelo.

D E L M I R A A G U S T I N I es un fenómeno inexplicable c o m o todo


verdadero poeta. Los enigmas brillantes que dejó pendientes
con su voz única no se diferencian específicamente de los
que presenta todo auténtico creador.
Y a hubo quien se preguntó cómo pudo crear aquella obra
una j o v e n de formación cultural media, viviendo entre facto­
res burgueses de influencia contraria a la creación poética.
Parecería, aunque se amenace con simplificar temeraria­
mente el problema, que la explicación del milagro de su crea­
ción debe cargarse a la dosis divina del poeta, su verdadera
esencia posiblemente; a esa posibilidad de ver sin mirar, de
calar con toda hondura en los mundos que la experiencia no
ha aportado, así como en el signo del propio destino.
DELMIRA AGUSTINI 175

Y de tal manera que, y este sí m e parece un enigma fuen­


te de sorpresa y asombro, que la poetisa parecía intuir, adivi­
nar, el destino sangriento que le estaba deparado, su trun-
cación, la línea de sangre en que se anegaría,, sorprendiendo
con una fuerza honda y conmovedora cuando lo enunciaba en
versos como el que se ha tomado para acápite de este escrito.
La dosis divina es la única explicación posible si además
consideramos que Delmira Agustini fué, como persona, no más
que una encantadora criatura burguesa, j o v e n y fresca de
convencionalismos, en un Montevideo finisecular. Pero que
guardaba bajo su diaria apariencia, la divina posibilidad de
transportarse en trances poéticos (según testimonio de sus
familiares escribía como poseída, y si no alcanzase este testi­
w

monio está el alentar de su obra que lo evidencia) —transpor­


tarse á la región en que pasaba a ser un ente visionario, una
divina criatura asombrada con la entraña develada de las pa­
siones humanas, y especialmente del amor que fué su eje bri­
llante y sangriento.
En esta verificable dualidad de Delmira que, como es de
suponer, se hace notoria a través de su obra, está, presumible­
mente, su carácter determinativo, porque Delmira fué funda­
mentalmente una inadecuada, comida por la dualidad realidad-
sueño. Su mínima, si no inexistente experiencia del duro hacer
diario, común destino del hombre vulgar, su crianza en m e ­
dio de facilidad y favores — l a enseñanza le fué impartida
individualmente, sin contacto con las aulas, su hogar no tenía
apremios de dinero—, le permitieron inventar y sostener un
fabuloso mundo de sueños y preservarlo de la realidad exte­
rior vedado para sí, y en sus trances.
Mundo que coexiste sin tropiezos con la cara opaca de la
medalla, su vida común y burguesa, en tanto esta oscura con­
traparte no atenta contra aquellos ámbitos ideales, aunque no
siempre luminosos.
D e ese mundo ideal es el amor que inflama a la poetisa
en los tiempos de su poetizar erótico primero; proveniente de
sí misma, sin duda accidentalmente avivado por sus relacio-
176 NUMERO

nes amorosas, proveniente también de la zona indiferenciada


de los deseos sexuales adolescentes idealizados y cargados de
ideaciones brillantes.
Del mismo modo, de dónde sino de su entraña divina
inexplicable podrían proceder, en medio de estas ideaciones
adolescentes, sus intuiciones de la muerte como trasfondo os­
curo del amor o de las esencias amargas de la vida.
Sin embargo, aquellos verdaderos mundos de ensueños
no tenían la suficiente fortaleza contra la vida cotidiana ni
contra el verdadero y completo amor humano.
Bastó que el amor completo atentara contra todo aquel
fabuloso aparato de ideaciones y sueños para que se hiciera evi­
dente su fragilidad, y la inadecuación de Delmira a esas crue­
les experiencias llenas de desencanto.
El mundo físico, el orden burgués por conducto de su
matrimonio no podían tocar sin herirlos y mancharlos a aque­
llos mundos ideales donde transcurría la poetisa. Su fracaso
matrimonial, la separación de su marido, componente de una
sociedad de buenas costumbres, fué un resultado coherente
con las circunstancias que determinaban a Delmira.
Su tragedia se originó, dejando de lado otras circunstan­
cias, en esa prueba de fuego a que inconscientemente fueron
puestos sus mundos imaginados, para los cuales quedaría de
entonces en más, un oscuro sentido sangriento, una tónica de
amargura, de fracaso, de suciedad en el alma.
En ese choque profundamente conmovedor para Delmira,
deben habérsele evidenciado, sin duda cruelmente, sus inca­
pacidades: la una de amar como corresponde a una mujer,
otra la de realizar el amor soñado y fraguado en los sueños,
amor dotado de los atributos mejores, amor origen de su­
perhombres.
Este doloroso choque de donde mana la tragedia que ter­
minó con su vida, marca su obra, c o m o puede suponerse, de
manera singular.
El amor, que en la poesía de Delmira se había mostrado
identificándose con potencias vivificantes y de una cierta ale­
gría, y que sin dejar de considerar al dolor y a la muerte no
DELMIRA AGUSTINI 177

los palpaba efectivamente, adquiere por virtud de este enfren-


tamiento con la realidad, un acento más sombrío, se hace un
amor oscuro, un amor lleno de la presencia dolorosa y aniqui­
ladora de la muerte. A la vez que se hace carne en la poetisa
su conciencia de estar enlodada y herida sin objeto. Había
llegado al límite que María Eugenia Vaz Ferreira nunca quiso
tentar, adivinando su incapacidad, su condición de alma sola­
mente hecha para el mundo de las ideas y los sueños. Recién
ahora consigue lo que le habían negado sus facilidades ante­
riores, pero para la cual no estaba dotada.
Paradójicamente, Delmira, que cantó al amor físico sin
veladuras gazmoñas, hallará en él, sólo fracaso.
Pero es fundamental para comprender a la poetisa, no
engañarse con la apariencia de que la poesía de Delmira toma
asunto solamente en el amor físico vivido. Es verdad que
cantó al amor físico, pero este amor fué casi siempre intuido,
sentido desde la potencialidad de amar completamente, que su
condición de hembra humana le confería. Ella es la poetisa
de un amor de sueño, de un amor que como pudo verse, no
podrá soportar su trasmutación en experiencia de la carne.
En alguna oportunidad se discutió si el carácter saliente
de Delmira Agustini era la sensualidad o la sexualidad. Todo
lleva a hacer pensar que Delmira fué movida por deseos con­
fusos o idealizaciones de evidente filiación sexual.
Deseos confusos idealizados, espiritualizados, poetizados,
que fueron transformados en verbo y hecho válidos en el te­
rreno de la poesía.
Poco sensual parece por el contrario la poetisa: la ape­
tencia y experiencias de sentidos que aparecen en su obra son
mínimos o por lo menos sin la entidad necesaria como para
caracterizarla.
D e cualquier modo, la obra de Delmira Agustini toma
centro en el amor humano, sea de sueños en origen, o el c o m ­
pleto amor del alma y de la carne, y toda su obra es, precisa­
mente, canto del alma y del cuerpo absorbidos por esa pasión.
Porque en Delmira parecía haberse objetivado aquella clásica
178 NUMERO

forma: alma-cuerpo, a pesar de que ella, desconociéndose a sí


misma, fuera una inadecuada para cumplir el camino de toda
carne.
Esta angustiada filiación humana de sus asuntos coloca
de antemano su poesía en una zona (dado que su formulación
es verdaderamente poética y en muchos versos genial) donde
se valida indefinidamente por referirse a lo humano sin tiempo
a una circunstancia totalizadora del alma.

Si Delmira Agustini puede considerarse en algunos de


sus aspectos como un poeta modernista, debe hacerse la sal­
vedad de que es, general como tal, un poeta menor, no sufi­
cientemente compenetrado del credo implícito en sus cabezas
mayores, y que, cuando verdaderamente alcanza su mayor di­
mensión, no lo hace como pudiera hacerlo un Rubén Darío o
un Herrera y Reissig, por medio de aquel armonioso vehículo,
sino por una vía propia y personal.
Allí precisamente radica uno de los elementos que le con­
fieren vitalidad y actualidad permanentes. Caduca ya la flora
y fauna modernistas, Delmira padece sólo lateralmente esa
caducidad, porque los elementos estrictamente literarios, en
las piezas que dan su verdadera medida pareció haberlos sacri­
ficado a su idea central, a su poder personal, al empuje de su
alma y de su talento.
De cualquier modo, y como es lógico suponer, Delmira
no fué ajena, en grande parte de su obra, a los tópicos en
uso, a las metáforas en vigencia en su tiempo, aunque pueda
afirmarse que hizo de ellas el uso que su naturaleza persona-
lísima le permitió; uso por otra parte ejecutado por momentos
con discernimiento e intuición.
Tuvo también rebeldía, no sé si consciente, contra lo lite­
rario de la hora, cuando necesitó atender a su voz interior.
Si a un poeta recuerda la Agustini, medida por sus obras
mayores, es a Unamuno. En una carta que le dirigiese el
maestro, desmañada c o m o tantas de las que escribiría a los
empujones el gran vasco, puede verse que Unamuno había
entendido aquella poesía turbulenta y genial.
DELMIRA AGUSTINI 179

Esa búsqueda de la hondura del alma, esos abrazos hasta


morderse el alma, ese m o d o de consumirse apasionadamente
el poeta, en una obra llena de borbotones y destrucciones es
un punto tangencial para ambos poetas y por donde el rector
de Salamanca debió sentir a la uruguaya.
Unamuno volcado en otros asuntos, en Dios con profunda
hondura, Delmira volcada en un Dios humano, salvador de su
alma, ambos fueron poseídos entrañablemente por la poesía
y por la vida. Como Unamuno, pero sin el señorío idiomático
y cerebral del gran vasco, su preocupación fué el fondo de la
obra aunque como desquite de auténtica poetisa que era, no
crease sino una forma en el m e j o r sentido del v o c a b l o : forma-
fondo-poesía.

Los asuntos de la poesía de Delmira son con sus debidas


correlaciones: el amor, la vida y la muerte. Aunque paralela­
mente con estos lineamientos generales, haya una serie de
composiciones de asunto ajeno a estos fundamentales, pero
de gran belleza propia.
Inicialmente el tema del amor aparece dado como una
fuerza emanada de la vida y recíprocamente una fuente de
dinamismo para el vivir, siendo su contrapartida la vida mis­
ma, expresada por símbolos casi siempre luminosos y amables.
Esos símbolos que son espejo de su alegría, su floración y
sus impulsos, se explicitan en sus poemas:

Si la vida es amor, bendita sea!

Mi corazón moría triste y lento...


Hoy abre en luz como una flor febea;
¡La vida brota como un mar violento
Donde la mano del amor golpea!

Mi vida toda canta, besa, ríe!


Mi vida toda es una boca en flor!
180 NUMERO

Y el beso cae ardiendo a perfumar su planta


En una flor de fuego deshojada por dos. . .

Y h o y río si tú ríes, y canto si tú cantas;


Y si tú duermes, duermo como un perro a tus plantas!
Hoy llevo hasta en mi sombra tu olor de primavera;
Y tiemblo si tu mano toca la cerradura
Y bendigo la noche sollozante y oscura
que floreció en mi vida tu boca tempranera!

¡Ah, yo me siento abrir como una rosa!


Ven a beber mis mieles soberanas:

Y todo luce y vibra, todo despierta y canta


Como si el pálido rosa de su luz viva y santa
Abriera sobre el mundo la aurora de mi amor,

Delmira vive entonces a la sombra del árbol de la vida, y


su vida se le aparece eterna y olímpica.
Del amor y de la vida le nace su idea de sentirse origen
de otra gran raza que será mañana.

¡Así tendida soy un surco ardiente,


Donde puede nutrirse la simiente,
De otra estirpe, sublimemente loca!

Asunto al que aludía en varias oportunidades; rastro de


su conciencia maternal implícita, manifestación de sus deseos
de permanecer indefinidamente, de sobrevivirse.
Luego de esta temática, se coloca entre esa luz la sombra:
es la muerte; pero aunque ésta se muestre terrible y atra-
yente, la poetisa mantiene su fe en la supervivencia de su
alma y de su sangre. La muerte se hace un abismo embriaga­
dor, es correlato de la vida, en cierto modo una atracción más
de ella porque emerge del amor donde se reúnen los contrarios,
donde el placer y el dolor se entrelazan, donde vida y muerte
se funden.
DELMIRA AGUSTÍN! 181

Porque tu cuerpo es la raíz, el lazo


Esencial de los troncos discordantes
Del placer y el dolor, plantas gigantes.

Porque emerge en tu mano bella y fuerte,


Como en broche de místicos diamantes
El más embriagador lis de la muerte.

Porque sobre el Espacio te diviso,


Puente de luz, perfume y melodía,
Comunicando infierno y paraíso.

Da a las dos sierpes de su abrazo, crueles


Mi gran tallo febril... Absintio, mieles,
Viérteme de sus venas, de su boca...

El tema del amor, por influencia del tema de la muerte,


por rastro de lecturas de poetas malditos presumiblemente, o
simplemente por ideaciones propias, se hace de más en más
oscuro. La poetisa comprende en qué medida el amor bordea
a la muerte, en tanto choque, violencia, destrucciones, reunión
de contrarios, tal como ella lo había entrevisto.
Este amor oscuro, sádico, se evidencia en "El V a m p i r o "
con toda plenitud.

En el regazo de la tarde triste


Yo invoqué tu dolor. . . Sentirlo era
Sentirte el corazón! Palideciste
Hasta la voz, tus párpados de cera,

Bajaron. . . y callaste. . . Pareciste


Oír pasar la Muerte. . . Y o que abriera
Tu herida mordí en ella — ¿ M e sentiste?
Como en el oro de un panal mordiera!

Y exprimí más, traidora, dulcemente


Tu corazón herido mortalmente,
182 NUMERO

Por la cruel daga rara y exquisita


De un mal sin nombre, hasta sangrarlo en llanto!
Y Zas mil bocas de mi sed maldita
Tendí a esa fuente abierta en su quebranto.

¿Por qué fui tu vampiro de amargura?. . .


¿Soy flor o estirpe de una especie oscura
Que come llagas y que bebe el llanto?

Este itinerario de Delmira bajando por los círculos infer­


nales del amor, se oscurece definitivamente con las experien­
cias de la carne. Las relaciones de amor y muerte, intuidas
en toda su verdad, se hacen ahora presentes con una luminosa
patencia.
El Rosario de Eros y Diario Espiritual dan testimonio de
ese amor herido y tocado por gérmenes de destrucción.

Los lechos negros logran la más fuerte


Rosa de amor; arraigan en la muerte,
Grandes lechos tendidos de tristeza,
Tallados a puñal y doselados
De insomnio; las abiertas
Cortinas dicen cabelleras muertas;

Si así en un lecho como flor de muerte,


damos llorando...

—Gloria al amor sombrío,


Como la Muerte pudre y ennoblece.

El tema del amor magnífico y victorioso, el casto amor de


cuerpos y de almas, es reemplazado entonces por otro en que
había la idea del mal y del pecado. Su amor soñado no la tenía;
ésta viene recién como secuela de las acciones del amor físico.
DELMIRA AGUSTINI 183

Cerrar la puerta cómplice con rumor de caricia,


Deshojar hacia el mal el lirio de una veste...

La muerte y sus dolores la obsesionan con el mal.

Lejos como en la muerte


Siento arder una vida vuelta siempre hacia mí,

Todas esas cabezas me duelen como l l a g a s . . .


Me duelen como muertos. . .
¡Ah. . . y los ojos. . .

Copa de vida donde quiero y sueño


Beber la muerte con fruición sombría,

El alma de Delmira había sido quebrada y herida mortal-


mente, en ella quedaba la conciencia de haber perdido su
pureza, de haber sido manchada indeleblemente.

Mi alma es un fangal
llanto puso el dolor y tierra puso el mal
Hoy apenas recuerda que ha sido de cristal;

Nunca engarza una gema en el oro del día


Llanto y llanto el dolor, y tierra y tierra el mal

Esa profunda turbación de su alma, la idea de la mons­


truosidad, del pecado.

. . . Con calma
Curiosidad mi espíritu se asoma a su laguna
Interior, y el cristal de las aguas dormidas,
Refleja un dios o un monstruo, enmascarado en una
Esfinge tenebrosa suspensa de otras vidas.
184 NUMERO

El amor, floreciente u oscuro, que es el centro de la obra


de la poetisa, recién con ella se encuentra (si prescindimos de
la antigüedad) cantado desde un enfoque femenino.
Porque la situación desde la que canta el amor Delmira,
no es masculinizante ni usa de la formulación tradicional de
la poesía amatoria de origen masculino, c o m o lo hicieron las
poetisas que le preceden.
Este amor de Delmira proviene de su y o totalmente f e ­
menino, expresado de una desnuda manera singular, que tan­
tas émulas producirá más tarde, aunque ninguna de ellas con­
siga la condición poética de la Agustini, a pesar de que abor­
den los asuntos del amor con mayor licencia si se quiere, pero,
en esto no cabe duda, con menor condición poética, condición
que, a la vez que quitar el signo moral al asunto, tan despojado
de convencionalismos como se da en Delmira, le confería su
verdadero valor humano y trascendente.

El estilo poético y las imágenes de Delmira son desiguales.


No ya de poema a poema, cosa comprensible en la línea de
evolución de un poeta sino, y esto es lo que desconcierta y
menoscaba el valor de ciertas piezas, dentro de un solo poema.
Por eso, y si consideramos que la vida de Delmira se truncó
en el momento en que parecía conseguir su madurez poética;
que se encontraba, por imperio de las dificultades espirituales
de su vida, cargándose de profundas vivencias; que se eviden­
ciaba apta para su mayor vuelo poético, y que los aciertos e
intuiciones de la poetisa eran de real calidad, debemos inferir
que su obra se concluyó sin haber cumplido totalmente con el
destino que le esperaba.
Sin embargo sus experiencias poéticas, aseguran para su
obra la perdurabilidad, porque su poesía se atuvo a la pre­
sencia de auténticas imágenes con enfoque y posición profun­
damente actuales y originales.
La verificación de la sana contextura de sus elementos de
figuración poética, es definitiva para su inclusión en el terri­
torio de los verdaderos creadores.
DELMIRA AGUSTINI 185

Sus imágenes más originales pueden agruparse, según sus


modos característicos, en cuatro tipos.
Unas, aquellas imágenes concitadas que toman propia o b ­
jetividad aparte de su finalidad originaria, ya sea por la fuer­
za de su aparición, o por los diferentes predicados que la aislan
y definen fuera del ámbito del poema, como sería:

taciturno a mi lado apareciste


como un hongo gigante, muerto y vivo,
brotado en los rincones de la noche,
húmedos de silencio,
y engrasados de sombra y soledad.

Otras, aquellas en que se da objetividad y presencia a


hechos, no ya ocurridos en el y o del autor, cosa posible, sino
en el de otras personas o cosas. Se necesita un gran poder
poético para conseguir dar, como verdadera, una imaginación
de esta naturaleza. Delmira lo logra.

Cuando en tu frente nacarada a luna


Como un monstruo en la paz de una laguna,
surgió un enorme ensueño t a c i t u r n o . . .

¡Ah! tu cabeza me asustó... Fluía


de ella una ignota vida... Parecía
no sé qué mundo anónimo y nocturno. ..

En tercer término veamos esta imagen de la misma natu­


raleza que la anterior pero dada en estado primario, abortado.
Parecería hubiese flaqueado la temeridad al poeta en el m o ­
mento de l a aventura definitiva; se ha conseguido sin embargo
una gran belleza:
... Tus ojos me parecen
dos semillas de luz entre la sombra,

y hay en mi alma un gran florecimiento


si en mí los fijas; si los bajas, siento
c o m o si fuera a florecer la alfombra.
186 NUMERO

Finalmente también da Delmira imágenes expresadas en


muy apretada síntesis, de gran fuerza vivencial y convicción,
donde las omisiones de parte del asunto lo expresan con ilu­
minada precisión. Ejemplo sería:

Mi alma es frente a tu alma como el mar frente al cielo:


pasarán entre ellas, tal la sombra de un vuelo,
¡la Tormenta y el Tiempo y la Vida y la Muerte!

Lamentablemente, desconcertantemente y rebajando de


modo sensible el alto nivel poético conseguido, Delmira padece,
creadora desigual, de males propios y de su tiempo. Así en
ciertas oportunidades en que gobierna su poema línea a línea
remata una hermosísima cadena de imágenes con una solución
pensada de cuño extrapoético, c o m o ocurre precisamente en el
poema Mis Amores.
O cambia sin motivo poético el sujeto invocado en el
poema — h o m b r e por D i o s — dejando la convicción de un esca­
moteo, de una falsedad estética. Véase el poema Oh, tú, m u y
hermoso en casi todo su desarrollo.
O contrapone a imágenes de verdadero cuño otras de menor
interés, producto de la retórica en uso o de la peor retórica
convencional.
Del mismo modo, paga tributo a su tiempo y sus fórmulas
de dudoso 'gusto y a palabras afrancesadas de la poesía de se­
gundo orden, y evidenciando un contralor poético desigual, que
puede explicarse por su formación lateral y su breve vida.
Así y todo, en sus mejores momentos su invención, con­
siderada como posibilidad de encontrarse frente a frente con el
objeto inventado, es formidable. No muy a menudo se han
visto en nuestro idioma circunstancias poéticas tan iluminadas,
tan profundamente vivenciales.
Con todo, Delmira Agustini tiene un sitio durable en el
aprecio de las distintas generaciones, más allá de sus defectos
y sus limitaciones y en función de sus mayores latitudes p o é ­
ticas alcanzadas, con versos que son el verdadero testimonio
de un alma envuelta en el amor, asunto de todo tiempo.
MARIO BENEDETTI

PARA UNA REVISIÓN


DE CARLOS REYLES
Q U I E N M A N T E N G A VIVO SU interés por el hecho literario aun
después de la época liceal, hallará seguramente que cada vez
que retoma un autor de programa para efectuar, con definida
intención crítica, una tercera o cuarta lectura, la nueva impre­
sión purga el recuerdo de todo encuentro adolescente —cuando
Dumas lograba interesarnos más que Dostoievsky o nos atraía
Dickens por muy diversos motivos que ahora— y hasta m o ­
difica sustancialmente el concepto que entonces habíamos fa­
bricado.
Tal vez ello se explique por la ausencia de sorpresa.
Ahora sabemos que lo que nos asombraba no eran los recur­
sos de un autor determinado sino los de la literatura en gene­
ral. Recién descubríamos el mundo literario, la mera posibi­
lidad de la ficción, y confundíamos ese descubrimiento con el
de un sector del mismo, acaso insignificante.
De cualquier modo, toda revisión de este tipo resulta casi
siempre tan desalentadora como saludable, ya que ayuda a
encontrar el núcleo verdadero de atracción, que es frecuen­
temente bastante más reducido de lo que esperábamos.
Enfrentar con criterio revisionista la obra de un autor
cercano como Carlos Reyles, incluye el riesgo de medirlo con
prejuicios de vecindad. No obstante, es menester correr ese
riesgo, porque de lo contrario las opiniones críticas — o seu-
docríticas— hechas sobre el molde de otras anteriores, pueden
convertirse en meras prolongaciones de un dictamen oficial,
tácitamente autorizado y nunca puesto al día.
Es evidente que una lectura total, o casi total, de la obra 1

literaria de Reyles, provoca en el lector una reacción de anti-

1. Aljsún t í t u l o , c o m o Por la vida, resulta en la a c t u a l i d a d imposible de conseguir.


R e y l e s r e t i r ó de c i r c u l a c i ó n los e j e m p l a r e s de eBta obra, incluso los que deben permanecer
en la Biblioteca Nacional.
188 NUMERO

patía que no resulta fácil de pormenorizar. Nadie pone en


duda la competencia de este escritor, ni siquiera su conoci­
miento del oficio. Nadie se atrevería a afirmar que sus nove­
las carecen de una trama adecuada ni sus ensayos de una
intención. No obstante, el mundo literario de Reyles resulta
incómodo, desagradable, y no puede evitarse un pequeño des­
quite de satisfacción cuando se le abandona.
Después de todo, ¿qué falta allí, qué escondido desequi­
librio impide la comunicación entre la conciencia del perso­
naje y la del lector? Acaso pueda interpretarse a Reyles en
función de su carácter de hacendado. A ello nos autoriza el
hecho de que en buena parte de su obra haya concedido tanta
importancia a la ganadería como a la misma literatura.. Ribero
en Beba, Mamagela en El terruño, don Fausto en El gaucho
florido y el propio Paco en El embrujo, conocen el haz y el
envés de la vida ganadera. Con razón ha visto Torres R í o -
seco que Beba resulta una especie de tratado de economía
rural. Sabemos más de toros Durham y de ovejas merinas
2

que de los estados de ánimo de los personajes, y cuando, c o m o


en Beba, va a suceder algo sorpresivo — e l hijo engendrado
por Tito y su sobrina nacerá muerto y de monstruoso as­
p e c t o — los animales se habían adelantado en su lección, y a
que resultaron anormales los potros que eran hijos de consan­
guíneos.
A u n el naturalismo zoliano sabía esquivar tan incondu­
cente prolijidad. A Reyles le agrada pasar por realista, y por
eso mismo sorprende hallar pasajes c o m o la cursi descripción
que hace Beba de su imaginada alcoba de casada o, en El em­
brujo, la huida de Pura y el Pitoche después de herir a Paco,
momento que no parece el más adecuado para que los fugi­
tivos se pongan a rememorar los espeluznantes dramas y las
tétricas visiones vinculadas a cada una de las plazas y las
calles de Sevilla.
En realidad, poco puede esperarse de semejante natura­
lismo. Sólo en contadas oportunidades consiente Reyles en
2. Arturo Torrcs-Itíoseco, Novelistas contemporáneos de America, Santiago de Chile,
Nascimento, 1939, páff. 321.
REYLES 189

apearse de su condición de hombre acomodado, desde la cual


no resulta difícil formular una ideología de la fuerza o una
metafísica del oro. Todas sus obras tienen un símbolo, una
intención moralizante; en todas ensaya dar una lección. Pero
a veces los símbolos se contradicen, la moral se vuelve arbi­
3

traria o la lección no sirve. Por lo general, las figuras e j e m ­


plares, es decir, los únicos personajes que no son viciosos o
crápulas o miserables, son los que tienen dinero en abundan­
cia. Mientras tiene dinero. Ribero es un bravo ejemplar nietz-
cheano, un hombre de carácter, un tenaz. Pero en cuanto c o ­
mienza a perderlo, se transforma en un débil, en un pobre
tipo que no aguanta sus culpas, Crooker, Mamagela y don
Fausto, son, en las novelas que respectivamente animan, las
figuras sin tacha y con dinero, cuyo gobierno difunde la única
moral posible. En El embrujo es el señor Míguez — q u e ade­
más de tener dinero en abundancia, posee (¿cuándo n o ? ) m u ­
chos y buenos t o r o s — quien se convierte de la mañana a la
noche de ogro en protector y merece por ello sonrisas amables,
frecuentes "hola, don A n t o n i o " y la consabida palmadita en
el hombro, familiar y respetuosa a la vez.
Lo cierto es eme la realidad social y económica está fuera
del mundo naturalista de Reyles. Para sus personaies, aun los
más miserables, el problema económico no resulta tal. Los
desocupados escriben para los diarios o se casan con una mujer
de fortuna. La peor tortura que sufre Cacio es no poder se­
guir el fastuoso tren de Arturo. Ana, nacida en un boliche,
padece lo indecible porque los Crooker la reciben en el c o m e ­
dor y no le ofrecen la casa. De modo que los problemas son
de envidia, no de necesidad. El autor ve la miseria de arriba
abajo, es decir, del lado afortunado; de ahí que los únicos p o ­
bres de La raza de Caín tengan para Reyles el grave incon­
veniente de que molestan a los ricos y causan —siempre por
envidia —su irreparable desgracia. Para el pobre de sus n o ­
velas, la solución no consiste en emanciparse sino en cobijarse

3. Obsérvese que El sueño de Rapiña es la negación anticipada de La muerto


del cisne.
190 NUMERO

bajo el alón del rico, seguir su corriente y vegetar, es decir,


merecer que permitan su vegetación. Hay para Rey les — e n
especial para el "último R e y l e s " — un solo tipo de pobreza
que merece simpatía: la del que tuvo fortuna y la ha perdido,
la del equívoco Pepe de A batallas de amor... campo de pluma.
En realidad, Reyles no siente horror por la pobreza, no
teme caer en la miseria física y moral del pobre vergonzante.
Siente en cambio el orgullo de la propia fortuna y es evidente
su incomodidad cuando su oro desaparece, y a que, de acuerdo
c o n su cantada metafísica, ello significa para él el más abomi­
nable de los fracasos. (Es entonces cuando produce sus dos
libros menos eficaces — E g o sum y A batallas de amor...
campo de pluma— ensayando sin éxito en el primero una
débil retirada idealista y otorgando en el segundo a su mal­
parado personaje un final de anodina espectacularidad.) Por
otra parte, Reyles prefiere que sus pobres sean a la vez inte­
lectuales, a fin de representar dos caricaturas en una. Tóeles,
que ha fracasado política y económicamente, es también un
escritor abortado, un mequetrefe lleno de teorías ajenas y que
carece del mínimo valor para sobrellevarlas. Como hace más
de treinta años señalara Lauxar, Tóeles no es un idealista sino
un ilusionista. No es un intelectual, puesto que carece de
4

paciencia en la investigación y de rigor para consigo mismo,


ni tampoco es un poeta, y a que su obra está totalmente des­
provista de gracia y él mismo se halla demasiado apegado a
la vanidad, a la gloria circunstancial, a la bambolla de los
círculos. En el fondo, Tóeles no se rebela contra ningún orden
falso, contra ninguna moral de engañabobos, sino pura y e x ­
clusivamente contra su propia torpeza, contra su manifiesta
incapacidad para el acomodo.
Pero no es éste el único intelectual que el autor ridiculiza.
También Cacio y Menchaca —las dos figuras más desprecia­
bles de La raza de Caín— tienen veleidades de literatos. Uno
escribe para dar rienda suelta a sus odios; el otro, para crearse
una aureola. Pero ni Tóeles ni Cacio ni Menchaca tienen por

4. Lauxtir, Carlos Reyles. Montevideo, Barrcivo, 11)18, pftir. 132.


REYLES 191

las letras otro interés que el lucimiento o el desahogo perso­


nales. El sacrificio del arte no les seduce, ni siquiera parecen
enterarse de su posibilidad.
Reyles se coloca en una posición falsa cada vez que arre­
mete contra un clan enemigo, ya sea éste de los pobres o de
los intelectuales, porque en general elige de uno u otro los
representantes más abyectos, es decir, los que m e j o r justifi­
can su reacción. Su realismo aparece por ello c o m o parcial­
mente deshonesto, desde que se limita a subrayar los rasgos
que se oponen a su propio temperamento de escritor. La crí­
tica objetiva de las costumbres, el tratamiento desapasionado
de los caracteres, que fueran apreciadas virtudes del natura­
lismo, se hallan ausentes de sus retratos. Todos los personajes
están cargados de Reyles: unos, de lo que él es o quiere ser,
otros, de lo que evita llegar a ser. La ingrata impresión que
causa Beba se debe en primer lugar a la intromisión simul­
tánea del autor en los dos caracteres principales; tanto Ribero
c o m o Beba dicen las palabras y piensan los pensamientos de
Reyles, y desde esa novela en adelante sus personajes m o s ­
trarán cierta condición equívoca —cercana a veces al incesto
o a la homosexualidad— debida principalmente a su estruc­
tura inacabada, es decir, a que cada uno de ellos es la contra­
parte de algún otro y no tiene por tanto valor autónomo. Por
lo general, el carácter del autor se divide en dos personajes
principales. Podría decirse que Reyles está formado por Beba
más Ribero, o Guzmán más Arturo, o Mamagela más Tóeles,
o Cuenca más la Pura, o don Fausto más Florido. Siempre
existe un personaje depositario de la parte oficialmente admi­
tida como noble, y otro de la parte desagradable con la que
Reyles guarda, en último rigor, soterraña correspondencia.
No obstante, no se resigna ni se decide a ser desagradable por
completo, a chocar de una vez por todas con los prejuicios del
lector. En toda su trayectoria novelística es posible advertir
esa fatal indecisión que es, al fin de cuentas, por la que su
obra se destruye a sí misma. En la narrativa contemporánea
han aparecido otros desagradables, como Céline, Faulkner o el
192 NUMERO

propio Sartre, que han sabido sin embargo decidirse y cuyo


talento reside precisamente en haber dado a ese choque, ya
una formidable verosimilitud, ya un original sesgo filosófico.
Reyles en cambio fracasa, no precisamente por falta de
talento, sino — y esto es lo más lamentable— por no haber
querido quemar todas sus naves. Sin duda presume que le c o n ­
viene reservar alguna retirada, pero parece ignorar que esa
retirada no concuerda con el aparato ideológico de un pre­
sunto nietzscheano, que no tiene, sin embargo, del terrible pro­
fesor de Basilea, ni su obsesionante atracción por la verdad
ni su visión de lo demasiado humano.
Toda arremetida contra las convenciones es corriente­
mente disculpable. Será además altamente plausible, siempre
aue se vea dignificada por un imponente y generoso impulso.
Pero cuando la mueve sólo el egoísmo, sólo el ansia de poder
o de figuración, entonces es preciso volverse momentáneamente
convencional a fin de defenderse de una reacción que no tiene
en sus raíces suficientes garantías de sinceridad. Claro que la
falta de verosimilitud y hasta la inconsecuencia literaria con
su ambiente o con su tiempo, suelen convertirse en virtudes
de un escritor que busque precisamente aleiarse de la reali­
dad, y hasta pueden ser imprescindibles, por eiemplo, en el
caso de un escritor fantástico. Pero un declarado naturalista
no se halla honestamente en situación de hinchar hasta lími­
tes intolerables la existencia de sus criaturas.
No es mera coincidencia aue los personajes de Reyles r e ­
sulten artificiales hasta el ridículo, ni es asombroso que esos
mismos personajes incurran en actos a cual más chocante.
El lector es siempre consciente de que trata con personajes,
nunca con personas. Torres-Ríoseco señala, a propósito de
Beba, que algunas veces el estilo es excesivamente literario en
circunstancias en que sería de rigor una perfecta sencillez, lle­
gando a veces a una verdadera aberración; v. gr. cuando Beba
y Ribero son arrastrados por la corriente, a lo que ellos creen
una muerte segura, él exclama: "¿No ves a la vieja e inexora­
ble Parca?", palabras que sonarían mejor en un drama de Víc-
REYLES 193

tor Hugo que en una novela realista". Agreguemos a ello la


5

personalidad imposible de Menchaca, con su cadena de estú­


pidas humillaciones; en El terruño, la salida seudoquijotesca
de Papagoyo o el discurso que pronuncia Mamagela envuelta
en la bandera patria; en El gaucho florido, la inopinada muerte
de Mangacha; en A batallas de amor las páginas en que Pepe
espía los escarceos equívocos entre su antigua y su futura es­
posa, pasaje en el que Reyles, que admiraba a Proust, no se 0

decide a tocar francamente el tema de la homosexualidad y


sólo se permite la licencia de insinuarlo y negarlo a la vez, de­
jando empero en el lector un sedimento como de algo inal­
canzablemente morboso, casi pornográfico, por lo menos mu­
cho más grosero que cualquiera de los sórdidos capítulos de
Sodome et Gomorrhe.
Por supuesto que Reyles gusta de cierto sensacionalismo,
de los más habilidosos golpes de efecto. El menosprecio que
experimenta por el público y los intelectuales, se traduce apro­
ximadamente en su constante afán de desconcertar tanto a
uno como a otros. Es preciso reconocer que nadie espera la
muerte de Mangacha — a l menos, esa m u e r t e — ni el derrumbe
espiritual de Ribero, ni la reacción insólita de la Pura. Pero
no basta con desconcertar. Para que la sorpresa valga lite­
rariamente, es menester que lo que sorprende esté incluido
en las posibilidades del protagonista, en los rasgos factibles de
su carácter. L o contrario es un recurso fácil, demasiado ba­
rato para ser ponderable. Es así que el asesino de Mangacha
resulta un tal Banega, a quien el lector prácticamente desco­
noce; que Ribero, un fuerte que arrasa con todos los prejui­
cios y todos los escrúpulos, luego se arrepiente y resulta más
débil, menos varonil que la misma Beba; que el relato de los
amores de Paco y la Pura ( m u y distinto, por cierto, del que

5. A. Torrea-Ríoscco, ob. cit., pág. 322.


6. Véase el ensayo Marccl Proust y s\i mundo fantasmagórico y rcalísimo, surgido
de la memoria del olvido, incluido en Incitaciones, Santiago de Chile, Ercilla, 1936, pág.
109/125. El mencionado pasaje de A batallas de amor tiene su probable modelo en una
página de Conibrny donde Marcelo ve casualmente, a través de una ventana abierta, los
juegos en apariencia inocentes a que se dedican la hija de Vinteuil y una amiga.
194 NUMERO

se presenta en el Capricho de Goya, cuento que da origen a


la novela y que la supera en varios aspectos) no justifica en
absoluto el arrebato ciego de la bailarina en defensa del chulo.
C o m o puede apreciarse, la receta consiste sencillamente en
trampear al lector.
Reyles no posee — c o m o Quiroga o como el mismo V i a n a —
condiciones naturales de narrador, verdadero olfato de la pe­
ripecia. Su pobreza narrativa le impide desligarse de sus re­
latos cortos iniciales, y así Primitivo se transforma en El te­
rruño, El extraño en La raza de Caín, Capricho de Goya en
El embrujo de Sevilla, y Mansilla en El gaucho florido. En ge­
neral, estas transformaciones han resultado poco afortunadas.
Casi siempre el relato breve supera a la novela, que viene así
a resultar un cuento artificialmente prolongado. A veces R e y ­7

les no se limita a estirar las Academias sino que, mediante l e ­


ves variantes, les arrima otros episodios que hubieran podido
existir aislados, y la novela nace entonces — c o m o La raza de
Caín— del entrecruzamiento de esas anécdotas. No obstante,
las costuras de unión resultan siempre demasiado visibles, m á ­
x i m e cuando ha sido preciso agregar algún personaje de enlace.
Otra alarmante fisura del agresivo naturalismo de Reyles
es sin duda su notoria incomprensión del ambiente. El hecho
de que aun hoy se le considere como un fiel intérprete, tanto
de la realidad gauchesca como de la estentórea Sevilla, es úni­
camente atribuible a nuestra alarmante escasez de narrado­
res. Sólo gracias a ella puede Reyles sobresalir c o m o uno de
los pocos valores estimables de nuestra literatura narrativa.
El apoyo de ese renombre podría estar constituido, sin e m ­
bargo, por las buenas páginas descriptivas que ha dedicado
Reyles a algunas tareas y a algunos momentos de nuestra vida
rural, tales como el cruce del río por la tropa, al comienzo de
El gaucho florido — n o v e l a en la que se hallan, pese a su fra­
caso desde el punto de vista argumental, los más dignos m o ­
mentos de su estilo— o el breve relato Mansilla, uno de los

7. Con la sola excepción de Primitivo, cuyo desenlace ha mejorado alf?o al ser


tvnsladado a El torruño.
REYLES 195

pocos trabajos literarios en que el autor ha acertado en forma


cabal. Por lo demás, el gaucho de Reyles es un retrato bas­
tante adulterado. Así como v e a los pobres con su arbitraria
visión de. millonario, también considera únicamente al gaucho
desde su inamovible condición de estanciero. En la portada
de El gaucho florido pudo Reyles parafrasear en estos térmi­
nos la dedicatoria de Güiraldes en Don Segundo Sombra: " A l
estanciero que llevo en mí, sacramente, como la custodia lleva
su hostia \
,

Reyles nos da del gaucho una pintura sólo exterior, en la


que los dichos abundan y los refranes surgen a borbotones,
c o m o si fuera prurito del autor dejar bien sentado que está
haciendo folklore. No obstante, el verdadero y contradictorio
carácter gauchesco, en el que conviven el primitivismo y la
civilización, el machismo desconfiado junto al romanticismo
ingenuo, no aparece en el campo de Reyles. El gaucho real
es menos dicharachero y más parco, menos florido y más fru­
gal. Es el gaucho de Espinóla y —descontados sus símbolos—
también el de Güiraldes.
Por supuesto que si había derecho a reclamar de Reyles
un tratamiento más adecuado de su propio ambiente, no puede
ya sorprender que su versión de Sevilla adolezca de parecidos
defectos. Si bien ensayó dejar cuidadosamente a un lado la
Andalucía de pandereta que solía contrariar a la Pura, el pan-
deretismo — c o m o representación de la parte más burda de lo
sevillano— se ha colado igual en su interpretación del mis­
terio andaluz. La Andalucía de Reyles mete mucho ruido,
tanto como debe parecerle a un extranjero más que a un se­
villano. Reyles entra en pormenores de Baedeker que pare­
cen un tanto pueriles. Los antecedentes históricos o simple­
mente míticos de cada monumento o cada calle pueden acaso
interesar al turista pero no flotar con semejante insistencia en
las parrafadas conmemorativas con que mutuamente se afli­
gen esos ardientes sevillanos que proclaman ser la Pura y el
Pitoche, Paco y el pintor Cuenca. El propio Reyles revela en
Incitaciones que Sevilla le dijo al o í d o : Si quieres conocerme
tal como soy ahora y en mi recóndita intimidad, no me bus-
196 NUMERO

ques en las historias, los monumentos y los museos; eso todos


lo saben. Sevilla tenía razón: todos lo saben. Pero, inexpli­
cablemente, el prudente consejo no fué seguido por su r e ­
nuente admirador.
Es preciso admitir que en El embrujo el corriente arti­
ficio del autor se ve aminorado por una circunstancia fortuita,
que en cierto m o d o contribuye a dotar a la novela de un i m ­
pensado, ocasional equilibrio. El secreto reside quizá en que
el tipo sevillano de tablado y redondel es también enfático y
artificial, gran sollozador y m e j o r llorador, y prefiere siempre
una histérica angustia postiza al degradante fracaso de no te­
ner penas que retorcer en su cante. Después de los decaden­
tes de La raza de Caín, que a duras penas sobrellevan sus
mentalidades acalambradas, habrá sido para Reyles juego de
niños el representar caracteres de tan lujoso exterior como los
asistentes a la tertulia y al espectáculo de "El T r o n í o " . Ello
explica en parte que El embrujo sea una novela presentable y
que su melodrama resulte en ciertos pasajes hasta c o n m o v e ­
dor, pues el equilibrio que debe existir entre los tipos origi­
nales y sus representaciones literarias, se establece allí en un
plano de artificio que, después de todo, conviene a la índole
de la obra. Pero es ésta una receta que no sirve para más
de una vez.
Si Reyles hubiera escrito únicamente El embrujo, ten­
dríamos quizá una impresión m e j o r de esta novela y aun de
su autor. Aparecería entonces como posición deliberada lo que
en realidad fué en él un defecto corriente. Sus personajes son
exageradamente afectados, no porque así convenga al am­
biente sevillano de la obra, sino porque todas las criaturas de
Reyles son fatigosamente literarias y falsas.

P o r supuesto que resultaría de interés una revisión más


detenida de la obra de Reyles. Debido tal vez a un absurdo
escrúpulo patriotero, se ha rehuido siempre un estudio impar­
cial de la misma. Acaso exista también una secreta convicción
de que peor es menearlo, ya que eso nos dejaría sin el único
de nuestros novelistas que posee un prestigio internacional.
REYLES 197

Estoy convencido de que este prestigio no desaparecería total­


mente, pero sí de que se reduciría en forma notable. Es posi­
ble que de Reyles estén destinados a sobrevivir su notoria ha­
bilidad descriptiva y algunas pocas páginas de limpio estilo
(presentes, en su mayoría, en la primera mitad de El gaucho
florido); como obra completa, su cuento Mansilla... y nada
más. El resto es hinchazón, merced a la cual consiguió Reyles,
en su momento, el sensacionalismo que perseguía. Han bas­
tado empero unos pocos años de distancia para que su men­
saje aparezca ya c o m o inactual y limitado.
Además, y esto no es tan pueril como parece, el hombre
que surge por debajo de esta obra literaria, no es interesante.
Ni siquiera francamente desagradable. Orwell expresa que
cuando leemos cualquier escrito marcadamente individual te-
nemos la impresión de ver un rostro tras la página. No tiene
por qué ser el rostro real del escritor. . . L o que uno ve es el
rostro que el escritor debería tener. El rostro que trasmite
8

la obra de Reyles mantiene sin pausa una expresión dura y


despectiva. No sé si ese hombre desagradable que lleva en
sí la obra, se aproxima al Reyles de carne y hueso. Pero si
un libro de cerrada intención hagiográfica como el de Jose­
fina L. A. de Blixen deja empero suficientes resquicios como
J)

para apreciar un carácter arbitrario, egoísta y mandón, es


probable que ambos hombres — e l que encubre la obra y el
auténtico— se hayan correspondido y hasta recíprocamente
venerado. Es probable también que ni uno ni otro hayan sido
nunca demasiado admirables.

8. Gcorge Orwell, Ensayos críticos, trac!, de B. R. Hopcnhnym, Buenos Airee, Sur,


1948,pág. 75.
9. Josefina Lerena Acevedo de Blixen, Reyles, Biblioteca de Cultura Uruguaya,
Montevideo, 1943.
JORGE AUGUSTO SORONDO

TRIPLE I M A G E N
DE JAVIER DE V I A N A
I

L A P R O D U C C I Ó N N A R R A T I V A DE V I A N A se agrupa natural­
mente en tres períodos. El primero comprende sus títulos más
ambiciosos: Campo ( 1 8 9 6 ) , Gaucha ( 1 8 9 9 ) , Gurí y otras no­
velas ( 1 9 0 1 ) . El segundo, tres volúmenes de cuentos: Maca-
chines ( 1 9 1 0 ) , Leña seca ( 1 9 1 1 ) , Yuyos ( 1 9 1 2 ) . El tercero
abunda en obras de inferior calidad: Sobre el recado. Abrojos
y Cardos ( 1 9 1 9 ) ; Ranchos, Paisanas, Bichitos de luz y De la
misma lonja ( 1 9 2 0 ) ; Del campo y de la ciudad ( 1 9 2 1 ) ; Potros,
toros y aperiases ( 1 9 2 2 ) ; La Biblia gaucha y Tardes del fo­
gón ( 1 9 2 5 ) .
La discriminación de estos períodos o ciclos, no obedece a
la simetría, al capricho del crítico. Viana tuvo su momento de
artista, su momento de artífice, su momento de fabricante. La
falta de rigor, la facilidad criolla, las circunstancias económicas
adversas, abarataron su obra, haciéndole bajar cada vez más el
punto de mira, reduciéndolo a la innata — i n n e g a b l e — calidad
de anecdotista, casi oral.
El tránsito entre el primer y el segundo momento está
marcado nítidamente por la revolución de 1904, en la que per­
dió Viana lo que le quedaba de hacienda, yéndose a Buenos
Aires a vivir de sus cuentos. Pudo mantener la calidad — y las
pretensiones— durante cierto tiempo, pero empezó a escribir
sin tasa ni medida para comer. ("Estoy muy ocupado conclu­
yendo una comedia que debo entregar mañana a fin de ganar
el puchero del mes") 1
o para cumplir sus obligaciones más
inmediatas (Repórter: "¡Cuatro cuentos en tres horas!"; V i a -

1. Carta n BU hermana Deolinda (Buenos Aires, 15-IX-1914) ; el original está en


el Mufleo Histórico Nacionnl.
VIANA 199

na: "La necesidad obliga a cosas peores") o para seguir v i ­


2

viendo ("Yo estoy, mi querido Bertani, "a bout de forces". Si


esa mano amiga que solicito no se me tiende liquido con media
onza de plomo en el cerebro")*
Del segundo al tercer período el pasaje es, pues, insensi­
ble. T o d o consiste en abandonarse, soslayar los escrúpulos,
dejarse llevar por un público cada día más vasto ( y b a s t o ) ,
más ávido. Nada queda ya del artista de Gaucha en el narra­
dor de Abrojos —nada, salvo la felicidad de contar. Esta mis­
ma decadencia de su arte se dibujó en su figura. De sus últi­
mos años se ha dicho, magistralmente: "Se disimulaba su gran­
deza, se olvidaban sus méritos, y él mismo concluyó por disfra­
zarse de mediocre. . ." . 4

Queda fuera de esta consideración su obra de periodista


político: Crónicas de la revolución del Quebracho ( 1 8 9 1 ) , Con
divisa blanca (1904)."'
Quedan fuera, también, su labor periodística múltiple, aún
dispersa; sus piezas de teatro, no publicadas. Sobre los volú­
menes de cuentos, únicamente se alza esta triple imagen.

II

Quien examine Campo o Gaucha o Gurí, se enfrenta a


Viana en su momento de plenitud. Algunos críticos han apro­
vechado esta circunstancia para desentenderse del resto de su
producción. L o que no es lícito. No sólo porque esos títulos
no dan un Viana entero, sino porque ni siquiera dan el mejor
Viana.
2. VCUBC Un rato de charla con Javier ele Viana por Eduardo S. Taborda, on
Nuestra América, Buenos Aires, 30-IX-192G. Debo a Carlos A. Pasaos la comunicación del
texto completo de esta entrevista, así como casi todo el material documental sobre Viana
que él ha ido reuniendo pacientemente para un futuro trabajo.
3. Carta a su editor, Orsini M. Bertani (Montevideo, 5-VIII-191<J) ; el original está
en el Instituto Nacional de Investigaciones y Archivo» Literarios.
4. Nota necrológica publicada en Atlántido, BuenoB Aires. Está transcripta en
Pago de deuda y Campo amarillo (Montevideo, C García y Cía., 1934), obra postuma
de Viana.
5. Las Crónicas fueron recogidas en volumen por Juan E. Fivcl Devoto quien lus
precedió con un estudio (Montevideo, C. García y Cía., 1944) ; Viana mismo publicó la
segunda (Buenos Airea, Imprenta Tribuna, 1904).
200 NUMERO

Nadie negará, sin embargo, que allí el escritor ha realizado


su esfuerzo más visible. Viana empezó a escribir (él mismo
lo afirma) para destruir la imagen convencional del gaucho
que vendían los narradores de su época. Usó del naturalismo 0

para dar el gaucho y su mundo. Pero no se propuso sólo hacer


obra de ciencia y aportar un testimonio — o un documento,
c o m o decían entonces. Quiso hacer también obra de artista.
Esto se ve m u y claro si se lee con atención Gurí ( p o r e j e m p l o ) .
L a nouvelle se abre con una lenta descripción del ambiente
— e n la que cohabitan el poder verbal y la persistente cursi­
lería. La escritura quiere ser artística. Así, dice Viana con
precisión: "De lo alto, el sol, de un color oro muerto, dejaba
caer una lluvia fina, continua, siempre igual, de rayos ardien­
tes y penetrantes, [y completa con metáfora h e c h a : ] un inter­
minable beso, tranquilo y casto, a la esposa fecundada". Más
adelante repite el efecto: "En diario contacto con la Natura­
leza [Gurí] era incapaz de advertir sus encantos, así como el
hijo es quien menos sabe apreciar los méritos de la madre".
Un último e j e m p l o : "Todo el paisaje respiraba fiereza, y su
gesto altivo de bruto no domado complacía al paisanito, tra-
yéndole reminiscencias ignotas de lejanas y aún no olvidadas
proezas de su raza". 7

Esta es la envoltura, el trabajo exterior. La torpeza o el


mal gusto de Viana no impiden que domine la narración y que
se dé, todo el drama, en el suceso m i s m o : la ligadura que su­
gestiona al protagonista, que lo entrega, impotente, a la des­
trucción. En el realismo del relato, en el acentuado regiona-

C. En ln citnda entrevista, declara Viana que escribió La trenza, su primer cuento,


a los 17 años, "indignado por el criollismo falso que se abría campo bajo el empuje do
escritoros que en esa época desconocían en absoluto lo que era nucslra campiña y nues­
tros paisanos". Ya se sabe lo que eran para Viana: corruptela política, barbarie, pros­
titución, caudillaje criminal, decadencia. Pero, también, una áspera nobleza, un ardido
amor por la tierra.
7. En La yunta de Urubolí hay una buena descripción, estropeada por una fraso
hecha: " E n tanto, sobro ios trigales qucbrndos, triturados, arrancados de cuajo por las
pezuñas de las bestias, sobre el ffran campo silencioso, sobre la esmeralda del bosque,
sobre el cristal del arroyo, dobre la piel luciente de la loma, sobre los muros de la capilla
y sobre la tosen cruz de hierro, el sol .meridiano caía en lluvia de oro, recalentando la
tierra sorda, hinchadas laB simientes que habrían de germinar y ser plantas, flor y fruto,
en la eterna fecundidad de la madre prolífica, indiferente a las miserias do los hombres".
VIANA 201

lismo de los tipos y del habla, se salvan las pretensiones del


escritor y se alcanza un arte rudo y eficaz.
M e j o r que Gurí, más perdurable, es ¡Por la causa! No8

hay intenciones científicas o artísticas que entorpezcan la lim­


pieza narrativa, y todo lo que de alegato político encierra el
cuento — s u tema: unas elecciones de campaña en que el g o ­
bierno hace f r a u d e — se desvanece frente a la realidad de los
hechos, a la verdad de los personajes. Por otra parte, emplea
aquí Viana, con habilidad insuperable, un recurso narrativo
que habría de mecanizar en sus malos tiempos: el final ines­
perado. La sorpresa radica — c o m o en todo buen cuento— en
el elemento psicológico. El protagonista, capitán Celestino R o ­
jas, es presentado al lector de tal manera que en seguida des­
confía de él; aunque se habla de su valentía, de su rectitud,
se piensa que es un flojo, un inmoral. Viana lo muestra enre­
dándose en una intriga política, mintiendo o trampeando; el
lector llega a sentir desprecio o compasión. Cuando se ha
arraigado la falsa imagen, lo da entero, capaz de hacerse matar
por la causa, aunque de nada sirva, aunque a nadie importe.
El arte consiste en no decir nada, en sugerir todo; o m e j o r di­
cho, consiste en decirlo de manera de sugerir lo contrario.
Este cuento autorizaría una teoría sobre la ambigüedad de
Viana.
D e bondad menos ostensible pero no menos cierta es La
yunta de Urubolí, cuento que le gustaba a R o d ó . Aquí la 0

anécdota pasa a segundo plano y lo que vale es la oposición


o acuerdo de los caracteres: Segundo Rodríguez y Casiano Mie-
res. Viana los concibe enteros y traza con mano magistral sus
primeros contactos: el odio que ata como el amor, la traición
deliberada y grosera, que encarece al traidor y lo hace estima­
ble, digno de la amistad del traicionado. Hay aquí más verdad
psicológica — y m o r a l — que en los pretenciosos relatos psico­
lógicos. El final insiste en el convencionalismo sensiblero o
patriótico, pero es lujo que el lector le paga a Viana a cambio
de tan limpia amistad.

8. En Cnmpo (189G).
9. En Gurí (1901), pero fué escrito en junio do 1899.
202 NUMERO

IIII

Gaucha merece consideración aparte. Es la única novela


que escribió Viana y presenta — a b u l t a d o s — los defectos de
1 0

su m e j o r manera: insuficiencia psicológica de los personajes,


abuso de las descripciones, simbolismo discutible, copiosa cur­
silería. Presenta, además, con ejemplar nitidez un vicio de
origen: Viana ( c o m o buen cuentista) es un maestro de la si­
tuación, de la anécdota, pero no sabe dar un proceso. Y lo
que la novela quiere es eso precisamente.
Para llenar el molde, se v e obligado a separar sin motivo
verdadero a sus criaturas o a juntarlas con la misma arbitra­
riedad. Intenta sustituir la verdadera acción con el incoherente
movimiento, y para estirar aun más la obra abunda en imperti­
nentes descripciones cuya aislada eficacia podrá no discutirse,
pero cuya interpolación resulta casi siempre abusiva. (Viana
estaba orgulloso de ellas y llegó a declarar: "Mi vista es un
lente fotográfico muy diafragmado; hago un inventario visual
muy minucioso y a veces no me conformo con el resultado
obtenido... En "Gaucha" tengo cuatro descripciones ds un
mismo bañado; lo observé en diferentes horas, en días distintos
y con distintos estados de alma...") 1 1

Para sostener la armazón narrativa concibe Viana una


heroína más digna del arte impreciso y fofo de Zorrilla de San
Martín que de su voluntario naturalismo. Juana padece — c o ­
m o el Hamlet que leyeron los románticos— una misteriosa abu­
lia. Vaga indecisa por el bañado, sin poder decidirse a acep­
12

tar ( o a rechazar) a Lucio, su prometido; se arrastra desga­


nada, melancólica o enferma, hasta el suicidio, que no comete,
y soporta — e n perfecto estado de pasividad— la violación de

10. Antee de morir, proyectnba una novela de ambiente colonial, Mbucú. Véaae el
reportaje citado.
11. Consúltese el citado reportaje.
12. El mismo Viana alude a Hamlet y parafrasea una frase del primer monó­
logo (I. 2) :
O ! that thls too too solid flcsh would melt.
VIANA 203

un matrero. Parece víctima de extraña herencia — o (quizá)


de las ideas de la escuela naturalista sobre herencia. Tal es
Gaucha. ( P o r su parte R o x l o interpreta o inventa: "Gaucha es
nuestra tierra. Su lucha es la lucha de nuestra raza. ¡Enso­
ñadores godos e instintos selváticos, ansias de subir que no
pueden subir por culpa de la materia primitiva que los apri­
siona! (...) Gaucha es nuestra tierra. Lo maternal, el suelo,
la empuja hacia el monte —lascivia y libertad,— en tanto que
la rama paterna, el espíritu, la empuja hacia lo azul, —fanta­
sía y código. ¡Así tiene que ser, hasta que la cultura del suelo
verde ascienda hasta la dolorosa perfección de los imagina­
res".) *
1

En el prólogo a la tercera edición, Viana asegura que la


muchacha existió realmente: "Un día, en otra excursión cam­
pestre, conocí a "Juana", una tierna y sentimental criatura,
una descolorida flor silvestre que se moría de un mal extraño
e invisible, en un rancho humilde semi escondido entre las
frondas del Olimar". Quizá sea cierto; quizá sea cierto, tam­
bién, que Viana no la entendió. Toda la obra revela su inca­
pacidad para dar vida a dos seres —Juana y L u c i o — , some­
tidos a un torpe análisis psicológico que sólo consigue desrea­
lizarlos, volverlos impalpables e inverosímiles. Dos ejemplos
apenas del procedimiento (hay m u c h o s ) : Lucio practica la in­
trospección y descubre: "Había en su alma dos almas, de las
cuales una hacía el mal y la otra era impotente para oponerse.
Ahora sí que veía palpable su desemejanza con los demás hom­
bres; ahora sí que se manifestaba con toda claridad su imper­
fección, su inferioridad desconsoladora. . . " Por su parte, Juana,
insomne, reflexiona: "Ni aun la certeza de su inferioridad, de
la incomprensible idiosincrasia que, diferenciándola de sus se­
mejantes, le hacía imposible la existencia, apenábala en lo
más mínimo. Seguía haciendo su propio análisis como si se
tratara de otra persona cualquiera. De idéntico modo estudia­
ban su amigo favorito, al pobre amigo ausente. ¿Qué haría él

1Ü. Historia crítica de la literatura uruguayo, V I , p. 1 4 8 .


204 NUMERO

a esas horas? ¿Sufriría, dudaría, estaría atormentado y que­


joso, víctima también de complicada organización psíquica?..."
El simbolismo empeora las cosas. Los protagonistas, bas­
tante nebulosos y mentidos ya, son barajados por Viana hasta
la total vaguedad, hasta representar lo débil que es destrozado
y suplantado por lo fuerte. El mismo autor no vaciló en ha­
cérselo intuir a Juana, en su agonía: "En el Puesto del Fondo,
ya nada queda, —pensaba—. Don Zoilo y Lucio han muerto;
los . ranchos han desaparecido consumidos por las llamas; el
rubio Lorenzo y sus compañeros han triunfado. Ellos quedan,
los fuertes, los representantes de la raza indomable. ( . . . ) L o
que desaparece es lo débil, lo muy viejo como el huraño tren-
zador y los ranchos de adobe, lo insignificante como Lucio y
ella, lo que no tiene objeto, lo que es extraño y está de más en
el mundo. .." Y c o m o si no bastara ese nietzscheanismo de
segunda mano, el propio autor se encarga de mostrar en la ima­
gen final del libro —Juana muerta, amarrada desnuda a un
á r b o l — el último símbolo de esta historia híbrida: ". . .las gra­
ciosas curvas de su cuerpo, la blancura de su piel, el oro de
sus cabellos parecían significar un ideal delicado, una poesía
dulce y sensitiva sucumbiendo al abrazo del medio agreste y
duro".
Es cierto que esta última frase y el episodio que la c o n ­
tiene pertenecen a la primera versión de la novela — q u e Viana
desechó para la edición princeps—. No menos cierto es que
aún el texto mutilado dejaba asomar detrás de cada personaje,
el símbolo más o menos previsible. No cabe duda: esos capítu­
los finales — q u e reaparecen en la tercera edición— alteran el
equilibrio de la novela. En vez de culminar en la violación de
Juana — c u y a pasividad está íntimamente de acuerdo con la len­
tísima o b r a — , Viana hace padecer, en corto lapso, terribles
vicisitudes a la heroína, la que muere después de haber sido
ferozmente ultrajada por la pandilla de Lorenzo.
Un cierto sadismo manifestado en las escenas de estupro
y crimen, combinado a estados masoquistas en que desde la
niñez se sumen los protagonistas, presta a esta obra una carac-
VIANA 205

terística inconfundible a la que quizá no sea del todo ajena la


confesada predilección de su autor por las obras de Sacher-
Masoch. 11

IV

Quizá la m e j o r narración del segundo período sea Fa­


cundo Imperial que cuenta la degradación de un estanciero
a quien le codicia la mujer un comisario. Viana consigue
15

un retrato excelente en páginas apretadas y ricas. No quedan


rastras de la hinchazón (amplificación oratoria, complicación
psicológica, excesos descriptivos) que estropeaba tantos buenos
momentos de sus primeros cuentos; tampoco aparece el esque­
matismo superficial y obligado de su última época. Y hasta
el análisis psicológico, no por sumario o convencional parece
menos eficaz. Todo el cuento, por otra parte, con su marcha
dócil e inevitable, se concentra en el último instante de cul­
minante degradación, cuando la tensión acumulada hábilmente
se resuelve con un golpe inesperado y verdadero.
Otros cuentos lo muestran dueño absoluto de la materia
narrativa, capaz de un tour de forcé como el de Puesta de
sol:
10
dos paisanos viejos conversan trivialidades, mientras ma­
tean y el sol se pone. Un fino sentimiento de inutilidad, de
vida vivida para nada, se desprende de la narración, que con­
tiene — a d e m á s — una de las mejores descripciones de Viana:
"En el fondo del galpón empezaban a instalarse las sombras.
Las pilas de cueros lanares de un lado y las pilas de cueros
vacunos de otros, parecían mirarse, echándose recíprocamente
en cara sus rigideces de cosas muertas que habían sido ropajes
de cosas vivas. En medio, junto a un muro sin revoque, blan­
queado por las llamas, rojeaba débilmente el fogón, y al frente,
a través del ojo vacío de la puerta, se divisaba el campo, infi-

14. En el citado reportaje reconoce cuatro maeetros: Zola, Maupaeeant, Turgué-


niev, Sacher-Maeoch.
16. En Leña веса (1911).
16. En Macachince (1910).
206 NUMERO

nito, en el finito poder de la visual humana. Las últimas luces


parecían escapar con premura, cual si hubieran tocado llamada
en un punto dado del horizonte..." (En su vejez recordaba
con orgullo: "Tardé casi cuatro meses para darle forma y ter­
minarlo, es decir, para no darle ninguna forma... Es una na­
rración sin unidad, pero en la que la misma falta de ilación
constituye su belleza".) 1 1

También merece recordarse Jugando al lobo, donde un


16

padre es asesinado ante los ojos de sus hijos pequeños que no


entienden nada. Una ternura cruel —comparable a la que supo
manejar esplendorosamente Quiroga— se desprende del relato.
La necesidad de producir mucho (parece indudable) obligó
a Viana a abandonar sus pretensiones de novelista psicológico
( c o n lo que salió ganando) y de estilista (lo que produjo re­
sultados diversos). Debió ceñirse, concentrarse, eliminar lo
accesorio y ornamental, dando el apunto en breve espacio, des­
nudo y fuerte. Y como tenía muclio que contar y condiciones
naturales para hacerlo, pudo estirar, largo rato, la apariencia
de calidad. La apariencia, no la verdad.
En su último período, la concentración d i o lugar a la v a ­
guedad insustancial, a la anécdota trivial, al sentimentalismo
burdo. Hay una degradación del hombre que duele más que
la del artista. Léase, por ejemplo, Inmolación: 10
en su lecho
de muerte, una buena vieja confiesa a su esposo un desliz de
su juventud. El hombre, para aliviarla, le miente que él tam­
bién ha pecado en sus mocedades, que ha sido ladrón. Y a no
se trata sólo de tirar por la borda el arte; se trata de tirar la
dignidad y la verdad, tirarse Viana mismo.
Y , sin embargo, si se busca puede verse aún (en aisladas
ocasiones) que el escritor no ha desaparecido del todo. Está
reducido a su condición mínima, apenas decorosa: la de anec­
dotista, la de hombre que sabe contar. Viana siempre supo
extraer partido de una situación; supo golpear la sensibilidad

17. Véase el reportaje citado.


18, En Yuyos (1912).
10. En Abrojos (1010).
VIANA 207

del oyente con una solución inesperada y feliz. (Quiroga, más


profundo, había advertido: "Un buen día me he convencido
de que el efecto no deja de ser efecto (salvo cuando la historia
lo pide) y que es bastante más difícil meter un final que el lec­
tor ha adivinado ya".) 20

Detrás de estas tres imágenes, de desigual entidad, hay un


mismo h o m b r e : un testigo que supo dar, con cruda visión, la
decadencia del gaucho de su hora; un cuentista de enorme en­
canto, un narrador nato. Esto basta para asegurarle —aunque
retaceada— la inmortalidad.

20. En carta a José María Delgado (San Ignacio. 8-VI-1917). Véase J. M. Del­
gado y A. J. Brignolo: Vida y obra do Horacio Quiroga. Montevideo, 1939, p. 242.
EMIR RODRÍGUEZ MONEGAL

OBJETIV I D A D DE
HORACIO QUIROGA
I
No escribas bajo el imperio de la emoción.
Déjala morir y evócala luego. Si eres capaz en­
tonces de revivirla tal cual fué, has llegado en
arte a la mitad del camino. H. Q., D E C Á L O G O DEL
PERFECTO CUENTISTA.

N o P A R E C E H A B E R H I P É R B O L E en afirmar que de la produc­


ción narrativa de Horacio Quiroga conserva casi intacta su
vigencia una décima parte. Ignoro qué valor estadístico puede
1

tener ese hecho. Sé que, en términos literarios, significa la


supervivencia de una figura de creador, la más rotunda afir­
mación de su arte. Ese grupo de cuentos, que una relectura
minuciosa permite distinguir del conjunto, tiene una común
esencia: expresa, por encima de ocasionales divergencias te­
máticas o estilísticas, una misma realidad, precisa una acti­
tud estética. Si se quisiera expresarlo en una fórmula habría
que referirse a la objetividad de esta obra. 2

Nada más fácil en este terreno que una grosera confu­


sión de términos. Por eso mismo, conviene ventilar — y pre-

1. Hay muchas narraciones que Quiroga no recogió en volumen. Algunos fueron


publicadas bajo seudónimo (Aquilino Dclagoa, Fragoso Lima. Dum-dum). La editorial
Claudio García y Cía., de Montevideo, ha reunido buena parte de ellas en los volúmenes
de su colección de Cuentos de Quiroga (especialmente, los tomos IX a X I I ) . Una atenta
lectura permite concluir que, salvo contadas páginas, no merecían la reimpresión, que
BU autor había actuado atinadamente al olvidarlas. En este trabajo se ha prescindido
de ellas.
2. La obra de Quiroga se ordena fácilmente en cuatro períodos, de límites reto-
cables: el primero, 1897-1904, comprende su iniciación literaria, su aprendizaje del Mo­
dernismo, BUS estridencias decadentistas, BU oscilación expresiva entre verso y prosa;
culmina y concluye con dos obras: Los arrecifes de coral, 1901; El crimen del otro, 1904.
El segundo, 1904-1917, lo muestra en doble estudio minucioso: del ámbito misionero, de
la técnica narrativa, al tiempo que recoge muchas de las obras del período anterior y oe
QUIROGA 209

cisar— su exacto significado. La objetividad en materia es­


tética es la condición esencial de todo arte de raíz clásica.
Significa la superación de la adolescencia y del subjetivismo;
significa haber padecido, haber luchado y haber trascendido
ese padecer, esa lucha, en términos de arte. La objetividad no
se logra por mero esfuerzo de voluntad, o por insuficiencia
pasional; no es don que pueda heredarse. No es objetivo quien
no haya sufrido, quien no se haya vencido a sí mismo. La o b ­
jetividad del que no fué probado no es tal, sino inocencia de
la pasión, ignorancia o insensibilidad.
Quiroga alcanzó —estéticamente— la objetividad después
de dura prueba. El exacerbado subjetivismo del fin de siècle,
los modelos de su juventud (Darío, Lugones, P o e ) , su mismo
temperamento de aguzada sensibilidad, parecían condenarlo
a una viciosa actitud egocéntrica. No es ésta la ocasión de
trazar minuciosamente sus combates.* Baste recordar que de
3

esa compleja experiencia — q u e incluye una breve aventura


parisina— extrajo Quiroga Los arrecifes de coral (1901) y
muchos relatos de sus libros posteriores.
Pero el tránsito por el Modernismo no fué sólo un paso
en falso para Quiroga por la inmadurez y la inautenticidad
de sus productos. L o fué, principalmente, porque conducía
al artista hacia erróneas soluciones. Es claro que esta misma
experiencia actuó providencialmente. Arrojado al abismo,
pudo perderse Quiroga, c o m o tantos de su generación. De su
temple, de su esencial sabiduría, da fe el que haya sabido

cierra con BU libro más rico y heterogéneo: Cuentos de amor de locura y de muerte. 1917.
El tercero, 1917-1926, presenta un Quiroga magistral y sereno, dueño de su plenitud ;
encuentra su cifra en el libro más equilibrado y auténtico, Los desterrados, 1926. El
último período, 1926-1937, registra su Bcgundo fracaso como novelista (Pasado amor,
1929), su progresivo abandono del arte, su sabio renunciamiento. (La publicación de
Más allá, 1935, con relatos desiguales y, en ou casi totalidad, del tercer período, no modi­
fica para nada el cuadro.) Un estudio cronológico de sus cuentos que partiera de la
primera publicación en periódicos, permitiría, sin duda, una clasificación más fina y
sensible. Hay, por otra parte, una estrecha relación entre CBtos períodos y los ciclos
do su vida, pero explicitarla conduciría demasiado lejos. Quede para otra oportunidad.
3. En la Introducción y en las Notas que acompañan mi edición del Diario do
viajo a París de Horacio Quií'oga, señalé sucintamente la naturaleza y el alcance de
esta experiencia modernista. (Véase ob. cit., en la Revista del Instituto Nacional de Inves­
tigaciones y ArchivoB Literarios, Año I, N9 1, Montevideo, Diciembre 1949, pp. [47J-185.)
210 NUMERO

cerrar con dura mano un ciclo poético e iniciar lenta, caute­


losamente, su verdadero destino narrativo. Su doble madura­
ción —humana y literaria— habría de conducirlo al descubri­
miento estético de Misiones, a la objetividad. 4

II
... la divina condición que es primera en las
obras de arte, como en las cartas de amor: la
sinceridad, que es la verdad de expresión interna
y exlerna. H. Q., Miss D O R O T H Y P H I L L I P S , M I
ESPOSA.

Algún crítico ha señalado la indiferencia de Horacio Qui-


roga por la suerte de sus héroes, su respeto no desmentido
por la Naturaleza omnipotente, verdadero y único protago­
nista de sus cuentos. Creo que tal apreciación encierra, pese
5

a reiterados aciertos de detalle, un error de enfoque. Como


artista objetivo que supo llegar a ser, Quiroga d i o la relación
hombre-naturaleza en sus exactos términos. Sin romanticis­
mo, sin innecesaria crudeza, registró la implacable, ciega
fuerza de la naturaleza tropical y la desesperada derrota del
hombre. Ello no implica, de ningún modo, que no fuera capaz
de compasión por ese mismo hombre que la verdad de su arte
le hacía mostrar anonadado, capaz sólo de fugaces victorias.
Piénsese que algunos de sus más duros cuentos (En la noche,
El desierto, El hijo) tienen contenido autobiográfico. La an- 0

4. Este trabajo abarca únicamente aquella zona de la producción quiroguiana que


conserva, a mi juicio, BU vigencia. Es la que se centra, particularmente, en los cuentoB
do nmbiente misionero. Con más tiempo y espacio, examinaré en otra oportunidad el
conjunto de la obra.
5. Véase Antonio M. Grompone: El sentido de la vida de llorado Quiroga, en Ensa­
yos, Año II, N9 11, Montevideo, Mayo 1937, pp. [90]-104.
6. El primer cuento se apoya en una experiencia personal que, en el relato, aparece
transferida a una mujer. (Véase, al respecto, J. M. Delgado y A. J. Brignole, Vida y
obro do Horacio Quiroga, 1939, p. 243.) Los otros dos cuentoB derivan de los trances de
BU viudez: en uno, Be preservan BUS curiosas enseñanzas pedagógicas; en el otro, según
ha referido Darío Quiroga, una anécdota do BU propia juventud ha provocado el relato.
QUIROGA 211

gustia que desprenden naturalmente sus narraciones no sería


tan auténtica, su lucidez tan impecable, si el propio Quiroga
no hubiera vivido —así fuera parcial o simbólicamente— las
atroces, las patéticas circunstancias que describe.
Pero si esta realidad autobiográfica no bastara, piénsese
cuánto más eficaz es la compasión que fluye intolerable, in­
contenible, de estas narraciones, que el blando lamento com­
pasivo, capaz de darse sólo en palabras. Por su misma exce­
siva dureza sacuden al lector más eficazmente estos cuentos
y provocan la buscada, la deseada, catharsis. Como supremo
artista que era, lo sabía Quiroga.
Y si se observa bien n o es compasión únicamente lo que
se desprende de sus narraciones más hondas: es ternura.
Reléanse a esta luz los cuentos arriba mencionados. Quiroga
se detiene a subrayar — c o n finos t o q u e s — aun las más suti­
les situaciones. E j e m p l o : el padre de El desierto, en su deli­
rio agónico, descubre que sus hijitos se morirán de hambre:
"Y él quedaría allí mismo muerto, asistiendo a aquel horror
sin precedentes". Nada puede comunicar con mayor precisión,
más dolorosamente, la impotencia que ese cadáver asistiendo
a la destrucción de sus hijos.
Por otra parte, todo el volumen que lleva por título Los
desterrados (1926) responde al signo de la ternura. Los tipos
y el ambiente misionero ( d e San Ignacio, más precisamente)
aparecen envueltos en la cálida luz que arroja la profunda
mirada de Quiroga. A h í están Joao Pedro y Tirafogo, V a n -
Houten o el hombre muerto, o Juan Brown, para probarlo. 7

En la pintura de estos ex-hombres, de sus extrañas aventu­


ras, de sus manías o vicios, en la expresión de su alma can-
dida y única, ha puesto el artista su amor al hombre, su m á ­
gica comprensión.

7. En San Ignacio, durante un breve viaje realizado en 1949, tuve oportunidad de


conocer a los originales de algunos de estos personajes. Quiroga supo recrearlos con toda
BU fuerza esencial; principalmente a Juan Brun, sobre quien escribió cierta vez a
Martínez Estrada: " S i los hados lo traen a Vd. aquí algún día, va a conocer lo quo
es un gran hombro, visible y palpable en su ser moral". (El original de esta carta, fechada
en 2/IX/936, se custodia en el Archivo do Horacio Quiroga, ÍIBÍ como el resto de las
cartas inéditas citadas en este trabajo.)
212 NUMERO

Esta ternura alcanza, ya se sabe, a los animales. Quiroga


supo, c o m o pocos, recrear el alma simple y directa, la vani­
dad superficial e ingenua, la natural ferocidad de los anima­
les. No sólo en los famosos Cuentos de la selva ( 1 9 1 8 ) , o en
las más ambiciosas reconstrucciones a la Kipling (Anaconda,
1921; El regreso de Anaconda, 1926), sino, principalmente,
en dos de sus cuentos magistrales: La insolación y El alambre
de púa. Con impar intuición hace vivir Quiroga a los perros
del primer cuento y a los caballos del segundo una experien­
cia que los sobrepasa (la muerte, la destrucción) pero que
los afecta como testigos apasionados o como puros espectado­
res. Esta hazaña parecería imposible sin una comprensión
amorosa.
No c o m o un dios intolerante se alza Quiroga sobre sus
criaturas ( h o m b r e o a n i m a l ) , sino c o m o compañero lúcido y
severo. Sabe denunciar sus flaquezas. Pero sabe, también,
aplaudir sutilmente su locura, su necesaria rebelión, contra
la Naturaleza, contra la injusticia. Esto puede señalarse m e ­
j o r en sus relatos sobre los explotados obrajeros de Misiones.
(Los mensú, La bofetada } Los precursores, por ejemplo.)
No abandona Quiroga su imparcialidad para denunciar, a la
vez, el abuso que se comete contra esos hombres y su misma
degradación que consiente el abuso. La aventura de Cayé y
Podeley (Los mensú) es, en este sentido, ejemplar. Ni un solo
momento la compasión, el fácil — e i n n o c u o — alegato social,
inclinan la balanza. Quiroga no embellece a sus héroes; por
eso mismo puede concluir la sórdida y angustiosa aventura
con la muerte alucinada de uno, con el inconsciente ingreso del
otro en el círculo vicioso de explotación, rebeldía y embria­
guez del que pretendió escapar. Esta lucidez preserva intacta
la fuerza de su testimonio. 8

8. En un argumento cinematográfico inédito. La jangada florida, que se conserva


en su Archivo, acude Quiroga, como solución al problema social de los obrajes, al enten­
dimiento entre patrones y obreros. En realidad, siguió allí un esquema fácil y
previsible, utilizando los recursos de suspenso más característicos del film de aventuras
de la época. Su argumento puede resumirse así: un ingeniero, inspector del Departamento
del Trabajo, se hace pasar por mensú para investigar de cerca las condiciones de los
mensualeros. Interviene en una revuelta de éstos con la finalidad de apaciguar los ánimos.
QUIROGA 213

III

Soy —como decía mi personaje— capaz de rom­


per un corazón por ver lo que tiene adentro.
A trueque de matarme yo mismo sobre los restos
de ese corazón. H. Q., C A R T A A E Z E Q U I E L M A R ­
TÍNEZ ESTRADA (8/IX/936).

Es claro que hay relatos de esplendorosa crueldad ver­


bal. Hay relatos de horror. Quizá el más típico sea La gallina
degollada. Este cuento, que por su difusión, ha contribuido
a forjar la imagen de un Quiroga sádico del sufrimiento, en­
cierra ( c o m o es bien sabido) la historia de una niña asesi­
nada por sus cuatro hermanos idiotas. Del examen de sus
procedimientos surge, sin embargo, el recato estilístico en el
manejo del horror, un auténtico pudor expresivo. Las notas
de mayor efecto están dadas antes de culminar la tragedia:
en el fatal nacimiento sucesivo de los idiotas, en su condición

administrar justicia y poder rescatar a la hija del capataz, de la que está enamorado. Al
revelarse su verdadera identidad, después de angustiosas peripecias, casa con la muchacha
y se pone al frente de un obraje modelo. Este documento está viciado del conven­
cionalismo inherente a todo libreto de cine comercial. Más importante es la actitud, ya
glosada, que documentan sus cuentos o la que aportan algunas cartas de su Epistolario.
Así, por ejemplo, una del 13/VII/93G, a Martínez Estrada: "Casi todo mi pensar actual
al respecto [se refiere a la cuestión social] proviene de un gran desengaño. Yo había
entendido siempre que yo era aquí muy simpático a los peones por mi trabajar a la par
de los tales, siendo un sahib. No hay tal. Lo averigüé un dia que estando yo con la
azada o el pico, me dijo un peón que entraba: —"Deje esc trabajo para los peones,
p a t r ó n . . . " —Hace pocos días, dcHclc una cuadrilla que cruzaba a cortar yerba, se me
gritó, estando yo en las mismas actividades: " — ¿ N o necesita personal, patrón?" Ambas
cosas con sorna. Yo robo, pues, el trabajo a los peones. Y no tengo derecho a trabajar;
ellos son los únicos capacitados. Son profesionales, usufrucluadores exclusivos de un
dogmn. Tan bestias son, que en vez de ver en mí un hermano, se sienten robados.
Extienda un poco más esto, y tendrá el programa total del negocio moral comunista.
Negocio con el dogma Stalin, negocio Blum, negocio Córdova Iturburu. Han convertido
el trabajo manual en casia aristocrática que quiere apoderarse del gran negocio del
Estado. Pero respetar el trabajo, amarlo sobre todo, minga. El único trabajador que
lo ama, es el aficionado. Y este roba a los otros. Como bien ve, un solitario y vale­
roso anarquista no puede escribir por la cuenta de Stalin y Cía." Tal era su opinión,
por lo menos en los últimos años de su vida. (Otra es, sin embargo, la interpretación
que da Luis Franco a sus relatos mensualcros. Véase Otra faz de Horacio Quiroga, en
Babel, Año X , N9 49, Sgo. de Chile, primer trimestre de 1949, pp. 39-41.)
214 NUMERO

cotidiana de bestias, en el lento degüello de la gallina, ejecu­


tado por la sirvienta ante los ojos estupefactos de los mucha­
chos. En el momento culminante, cuando los idiotas se apo­
deran de la niña, bastan algunas alusiones laterales, una ima­
gen ambigua, para trasmitir todo el horror. (Dice, por e j e m ­
p l o : "Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los bucles
como si fueran plumas" . . . ) Dos notas estridentes, de m u y
distinta naturaleza, cierran necesariamente el cuento: el piso
inundado de sangre, el ronco suspiro de la madre desmayada.
( A lo largo de la obra quiroguiana puede advertirse una
progresión —verdadero aprendizaje— en el manejo del h o ­
rror. Desde las narraciones, tan crudas, de la Revista del
Salto 0
hasta las de su último volumen (Más Allá, 1935), es
lícito trazar una línea de perfecta ascensión. En un primer
momento, Quiroga debe nombrar para suscitar el horror; abusa
de la descripción que imagina escalofriante y es, por lo gene­
ral, neutralizadora. E j e m p l o : [El muerto] "Iba tendido sobre
nuestras piernas, y las últimas luces de aquel día amarillento
daban de lleno en su rostro violado con manchas lívidas.
Su cabeza se sacudía de un lado para otro. A cada golpe en el
adoquinado, sus párpados se abrían y nos miraba con sus ojos
vidriosos, duros y empañados. Nuestras ropas estaban empa­
padas en sangre; y por las manos de los que le sostenían el
cuello, se deslizaba una baba viscosa y fría que a cada sacudida
brotaba de sus labios" (Para noche de insomnio, 1899). Qui­
roga aprende luego a sugerir con fuertes trazos, c o m o en el
el pasaje ya citado de La gallina degollada; como en ese alarde
de sobriedad que es El hombre muerto, en que el hecho fatal
apenas es indicado: "Mas al bajar el alambre de púa y pasar
el cuerpo, su pie izquierdo resbaló sobre un trozo de corteza
desprendida del poste, a tiempo que el machete se le escapaba
de la mano. Mientras caía, el hombre tuvo la impresión su­
mamente lejana de no ver el machete de plano en el suelo".

9. Uno do eatoB cucntoB (Para noche do insomnio) fué reproducido en el Apéndice


documental de mi edición del Diario de viaje a París de Horacio Quiroga. (Véase pub.
cit., pp. 168-71.) Para la Revista del Salto, consúltense las páginas correspondientes en
la miBma publicación.
QUIROGA 215

Y a en plena madurez logra aludir casi imperceptiblemente,


en un sutil juego de sospechas y verdades, de alucinación y
esperanza frustrada, como en El hijo, su más perfecta narra­
ción de horror — h o r r o r , por otra parte, secreto y casi siempre
rescatado por algún rasgo de incontenible felicidad. Quizá no
sea casual, por eso mismo, que este cuento constituya uno de
los más eficaces ejemplos del manejo de la ternura.)
T o d o esto parece indiscutible. ¿ C ó m o se compadece, pues,
con el enfoque anteriormente esbozado? No se debe desechar,
ante todo, la clave aportada por Quiroga en el título —tan
significativo— de uno de sus mejores volúmenes: Cuentos de
amor de locura y de muerte ( 1 9 1 7 ) . Aparecen audazmente
sintetizadas en esta fórmula tres de las dominantes de su
mundo real —tres dominantes que, por lo demás, se daban (se
dieron) muchas veces fundidas en un mismo instante, en un
mismo relato. ( N o debe extrañar que el amor conduzca a la
muerte, como en El solitario; que la locura se libere con la
muerte, como en El perro rabioso.) A toda la zona oscura y
alucinada de su alma ( q u e se alimentó siempre en Poe y Dos-
toievski) pertenece esta creación de morosa crueldad.
Pero el horror y la dureza — h a y que insistir— no res­
pondían a indiferencia, a lujuria verbal, sino al auténtico h o ­
rror que padeció el creador en su propia vida y que hechizó
tantos momentos de su existir. ( L a muerte brutal de su pa­
drastro; el involuntario asesinato de uno de sus mejores ami­
gos; el suicidio de su primera esposa.) Y los cuentos de h o ­
rror y crueldad, así considerados, parecen liberaciones — o b j e ­
tivaciones— de sus pesadillas de sueño y vigilia. Demasiado
sincero para ocultarse el horror del mundo, su minuciosa cruel­
dad, o para trazar con su arte una vía de escape, prefirió Qui­
roga explorar hasta el delirio, hasta la fría desesperación, esos
abismos. 10
(En carta a Martínez Estrada habría de expresarlo,

10. Martínez Estrada ha escrito al respecto: " L a naturaleza compasiva lo proveyó


de nBpectOB terribles para la defensa de su delicado individuo interior. A los hombres
magníficos sólo se los puede ver do adentro para afuera. Fué una ternura patética e
infantil, no cruel. Sus cuentos son crueles. Ni su aspecto ni su crueldad le pertenecían.
Lo que se le entraba al alma no se parecía a lo que exhalaba". (VéaBc Discurso do
E . M . E . , en Nosotros, 2& época, Año I I , N9 12, BB. Aires, Marzo 1937, p. 82G.)
216 NUMERO

con su peculiar franqueza, el 2 6 / V I I I / 9 3 6 : "Le aseguro que


cualquier contraste, hoy, me es mucho más llevadero, desde
que puedo descargarme la mitad en Vd. Este es el caso que es
el del artista de verdad. Verso, prosa: a uno y otra va a des­
embocar el sobrante de nuestra tolerancia psíquica. Pues vivi­
das o no, las torturas del artista son siempre una. Relato fiel
o amigo leal, ambos ejercen de pararrayo a estas cargas de
alta frecuencia que nos desordenan".)
En su madurez supo trascender Quiroga todo lo que ha­
bía de morboso en esta tendencia al horror. Esto no significa
que haya podido eliminar sus rastros. B a j o la forma de cruda
alucinación, de locura y obsesión, estará presente hasta el úl­
timo momento. Pero la calidad de su visión profunda le per­
mitió algunas hazañas narrativas en que del más puro h u m o ­
rismo se pasa, casi sin transición, al horror. Quizá sea en Los
destiladores de naranja donde aparece más clara la línea que
separa uno y otro registro del alma. Los elementos anecdóti­
cos de la historia ( q u e parte de un suceso autobiográfico), la
acentuación de las circunstancias cómicas, la feliz pintura de
algún personaje, no permiten sospechar el tremendo — y efec­
tista— episodio final, cuando el químico, en su delirio alcohó­
lico, confunde a su hija con una rata y la ultima. No elude
aquí Quiroga los gruesos brochazos melodramáticos y cierra
su cuento en una nota de insuperable y helado horror: "Y ante
el cadáver de su hija, el doctor Else vio otra vez asomar en la
puerta los hocicos de las bestias que volvían a un asalto final".
También en Un peón se produce el mismo salto del humor
juguetón y satírico al golpe de efecto, duro y absurdo, con que
culmina la aventura —aunque en este cuento sean más deli­
cados, menos violentos, los contrastes y toda la narración apa­
rezca bañada en luz más cálida. 11

Este rescate por el humor, esta fusión de horror y risa,


es otro signo inequívoco de la objetividad del arte de Quiroga.
11. Aun en cuento tan horrible como La gallina degollada CB posible rastrear algún
signo, levísimo es cierto, de humor, como éste, cuando los idiotas acechan a la niña:
" L a pequeña, que habiendo logrndo calzar el pie, iba ya a montnr a horcajadas y a
caerse del otro lado, seguramente, sintióse cogida de la pierna". Ese: " . . . y a caerse del
otro lado, seguramente,..." oficia de fugaz escape humorístico a la tensión, alivio casi
imperceptible y, para muchos lectores atropellados, inexistente.
QUIROGA 217

IV

Aunque mucho menos de lo que el lector supone,


cuenca el escritor su propia vida en La obra de
sus protagonistas, y es lo cierto que del tono ge­
neral de una serie de libros, de una cierta atmós­
fera fija o imperante sobre todos los relatos a
pesar de su diversidad, pueden deducirse modali­
dades de carácter y hábitos de vida que denun­
cien en este o aquel personaje la personalidad
tenaz del autor. H. Q., U N RECUERDO.

Y si se pasa de la obra al hombre — c o m o se ha hecho ya,


insensiblemente— toda la documentación hasta ahora cono­
cida no hace sino justificar el enfoque propuesto. L o que no
puede extrañar a nadie, ya que la obra üe Quiroga está enrai­
zada en su vida. No es casual que la casi totalidad de sus
mejores cuentos procedan o de su propia experiencia ( c o m o
actor, c o m o testigo) o se ambienten en el territorio al que
entregó sus mejores años. Esta vinculación tan estrecha en
vez de acentuar el subjetivismo de la obra (en vez de aislarla
dentro del c r e a d o r ) , la asienta poderosamente en la realidad,
l a objetiva (es decir: .vuelca al creador en la o b r a ) .
Las mismas antítesis que denunciaba el examen de su
obra se reproducen si se procede al examen de su vida. T a m ­
bién fué acusado Quiroga de indiferencia o de crueldad; tam­
bién es posible restituir su verdadera y profunda imagen de
ternura y lealtad. Una de las personas que lo conocieron m e ­
12

jor, el ilustre escritor argentino Ezequiel Martínez Estrada,


lo ha expresado así, en distintas oportunidades: " S u ternura,

12. Lo señalabn ya en BU oración fúnebre, el Dr. José María Delgado: "Así pasas-
tes delante de los que no pudieron penetrarte y sólo te juzgaron por la morfología aguda
de tus huesos, la espesura cimarrona de tus barbas, la riscosidad de tus ademanes, y
la lealtad hirButa de tus expresiones como alguien desposeído de todo sentimiento naza­
reno, encastillado en un yo árido como la peña. Pocos conocían qué manantial de ternura
brotaba de esa piedra cuando la tocaba la vara mágica de la belleza o del amor". (Véase
A Horacio Quiroga, en Ensayos, Año II, N9 11, Montevideo, Mayo 1037, p. 110.)
218 NUMERO

acentuada en los últimos tiempos hasta un grado de hiperes­


tesia chopiniana, no tenía, sin embargo, ningún matiz de fla­
queza o sensiblería de conservatorio" (Mascarilla espiritual
de H. Q., en Sech, № 4, marzo de 1937). Y también: " L a
amistad lo retornaba al mundo, a donde regresaba con el can­
dor de un niño abandonado que recibe una caricia. La ternura
humedecía sus bellos ojos angélicos, celestes y dóciles, y por
entre las fibras textiles de su barba diabólica, sus labios deli­
cadísimos y finos borbollaban en anécdotas y recuerdos" (Qui-
roga y Lugones, en El Hogar, 2 4 / 1 1 / 9 3 9 ) .
Y él mismo, en su correspondencia, insistía en la necesi­
dad de cariño, de amistad fiel. Mírense estas espontáneas de­
claraciones a Martínez Estrada: "Sabe Vd. qué importancia
tienen para mí su persona y sus cartas. Voy quedando tan,
tan cortito de afectos e ilusiones, que cada una de éstas que
me abandona se lleva verdaderos pedazos de vida" (29/111/
9 3 6 ) ; "Yo soy bastante fuerte, y el amor a la naturaleza me
sostiene más todavía; pero soy también muy sentimental y
tengo más necesidad de cariño —íntimo— que de comida" ( 1 1 /
I V / 9 3 6 ) ; "Hay que ver lo que es esto de poder abrir el alma
a un amigo —el A M I G O — , supremo hallazgo de toda una eterna
vida. ¡Cómo voy a estar solo, entonces!" ( 2 0 / V I / 9 3 6 ) . O és­
tas, a Julio E. P a y r ó : "Como el número de los amigos se va
reduciendo considerablemente conforme se les pasa por la hi­
lera, los contadísimos que quedan lo son de verdad. Tal Vd.;
y me precio a mi vez de haberlo admirado cuando Vd. era aún
un bambino, o casi" ( 2 1 / V I / 9 3 6 ) ; "No sabe cuánto me enter­
nece el contar con amigos como Vd. Bien visto, a la vuelta
de los años en dos o tres amigos de su laya finca toda la ho­
nesta humanidad" ( 9 / I X / 9 3 6 ) . O ésta, a Asdrúbal E. Del­
gado: "No dejes de escribirme de vez en cuando, pues si en
próspero estado los pocos amigos a la caída de la vida son in­
dispensables, en mal estado de salud forman parte de la pro­
pia misma vida" ( 2 1 / X I / 9 3 6 ) .
Estos testimonios no ocultan que Quiroga haya tenido su
lado sombrío. Era hombre de carácter fuerte y apasionado, de
QUIROGA 219

sensibilidad casi enfermiza, capaz de súbitas violencias. Supo


golpear, y herir. Pero supo, también, recibir los golpes. Y asi­
milarlos con entereza.
La locura no fué en su obra un tema literario. Durante
toda su vida estuvo obsesionado por ella. Y a desde su inicia­
ción había sabido reconocer que "la razón es cosa tan violenta
como la locura y cuesta horriblemente perderla"; había des­
cubierto "esa terrible espada de dos filos que se llama racio­
cinio. . (Los perseguidos, 1908). Pero concebía la locura no
en el sentido inmediato del chaleco de fuerza, sino en el más
sutil y traicionero de la histeria. Siempre se creyó un fron­
terizo ( c o m o califica al héroe de El Vampiro). L o prueban
dos testimonios tan alejados en el tiempo como estos dos que
convoco ahora. En su Diario de viaje a París, anota el 7 de
abril de 1900: "Hay días felices. ¿Qué he hecho para que hoy
por tres veces me haya sentido con ganas de escribir, y no
solo eso, que no es nada; sino que haya escrito? Porque éste
es el flaco de los desequilibrados. No desear nada; cosa
mortal. 2?: Desear enormemente, y, una vez que se quiere
comenzar, sentirse impotente, incapaz de nada. Esto es terri­
ble". Y en carta a Martínez Estrada confirma, 36 años más
tarde: "Bien sé que ambos, entre tal vez millones de seudo
semejantes, andamos bailando sobre una maroma de idéntica
trama, aunque tejida y pintada acaso de diferente manera.
Somos Vd. y yo, fronterizos de un estado particular, abismal
y luminoso, como el infierno. Tal creo" ( 2 1 / V / 9 3 6 ) . (Hay
otros testimonios en su correspondencia. En carta a Martínez
Estrada, del 3 0 / V I / 9 3 6 , se califica de "neurastenizante"; en
otra, del 2 2 / V I I I / 9 3 6 , de h i s t é r i c o y comenta: "Los
íí ,,
histé­
ricos son la flor de la humanidad —decía Widacowick. Y nada
más cierto. Pero tenemos que pagar en frutos amargos el es­
plendor de esa flor".)
Esta convicción nacía del conocimiento de su hipersensi-
bilidad. El remedio fué — e s siempre— el dominio objetivo
de sí mismo. Así como supo aconsejar al j o v e n narrador: "No
escribas bajo el iynperio de la emoción..."; así supo enterrar
en lo más profundo del corazón la trágica muerte de su pri-
220 NUMERO

mera esposa. Esto no significó abolir la realidad del ser q u e ­


rido sino sus imágenes destructoras. Durante toda su vida,
13

a lo largo de toda su obra literaria, exploró Quiroga el amor.


Sus cuentos, sus novelas, sus testimonios íntimos, lo muestran
c o m o f u é : apasionado de aguda sensibilidad, un poderoso sen­
sual, un sentimental. Cuatro grandes pasiones registran sus
biógrafos, pero hubo sin duda m á s : pasiones súbitas, consu-
14

miaas velozmente; pasiones incomunicadas. A la obra trasegó


el artista esta suma de erotismo más o menos trascendido.
Pero no supo recrearlo en su plenitud objetiva. Logró m e m o ­
rables, parciales, aciertos —abundan estos relatos en sutiles
notas, en fuertes intuiciones— sin alcanzar la redondez cabal
de.sus cuentos misioneros.
Tampoco fué el horror un recurso mecánico, descubierto
en Poe. El horror estaba instalado en su v i d a . Y también 15

la crueldad. La había descubierto y sufrido en la propia carne


antes de aplicarla a sus criaturas. Cuando la mujer de En la
Noche rema enloquecida, hora tras hora, contra las correderas
del Paraná para avanzar algunos centímetros, Quiroga no con­
templa impasible el esfuerzo agotador y sobrehumano; Quiroga
rema con ella. Pero su arte para realizarse necesita esa o b j e ­
tividad que jerarquiza y que, como ha expresado magistral-
mente Martínez Estrada, consiste en la eliminación de lo
accesorio. ("Casi todo lo que se entiende por trágico en su
vida y en su obra proviene de que había eliminado sin piedad
lo accesorio y ornamental. Cuando la vida o el arte se despojan
de sus atavíos, hállase la amarga pulpa de la almendra fun­
damental.") l ü

13. Quiroga nunca hablaba de su primera esposa. Una vez, sin embargo, al pasar
por el cementerio de San Ignacio le dijo a Julio E. Payró (quien ha comunicado la
anécdota) : "Está enterrada allí". Payró le preguntó si visitaba la tumba. Quiroga le
contestó que jamás. Y agregó: "Me he olvidado completamente de todo eso". "Parecía
muy duro", advirtió Payró. "pero dcspuéB he llegado a comprender que esa era la única
manera de seguir viviendo para el que queda".
14. Véase J. M. Delgado y A . J. Brignole: Vida y obra do Horacio Quiroga, 1039.
15. Nada más atroz, más sórdido, que la muerte de Ferrando. Las crónicaB de la
época preservan, en su condición de comunicados periodísticos, el horror del BUCCSO.
16. Véase art. citado, p. 325.
QUIROGA 221

Y a su propia vida aplicó esa objetividad. Para el que


examina cuidadosamente su existir, tal como lo registra la
crónica, parece indudable que Quiroga se forjó a sí mismo. De
un ser físicamente débil, ensombrecido por la histeria, extrajo
una figura indestructible, endurecida en su intimidad con el
silencio, por un esfuerzo de voluntad cuyo modelo habrá que
buscar en el mundo de I b s e n . Pudo sobrevivir. Pero no mató
17

la ternura sino que la preservó intacta, para su profunda inti­


midad. Y derramó esa ternura en sus últimos años, sobre los
seres que acompañaron su pasión: sus hijos, sus amigos.
Con franqueza ejemplar se exponen y comentan allí todos
los episodios de sus últimos años: la arbitraria destitución
como cónsul uruguayo en Misiones; los penosos trámites de su
jubilación; el divorcio de su hija Eglé; las desavenencias con­
yugales que casi culminaron en una separación total; el creci­
miento implacable de su enfermedad. Quiroga no acostumbra­
ba comunicar su intimidad y es necesario que esté bien enfer­
m o para que entere a sus amigos, por medio de alusiones in­
cidentales al principio, por la escueta mención de los hechos
luego, de sus molestias en las vías urinarias. Y sólo cuando la
prostatitis está m u y avanzada decide contar al detalle sus
males. Sabía bastante medicina como para no hacerse ilusiones
respecto a la seriedad de su maladie ( c o m o le gustaba escribir
a P a y r ó ) . Pero deseaba engañarse y vivir. Y a través de las
cartas puede advertirse el complejo balanceo entre su sinceri-

17. En la correspondencia con Martínez Estrada expresa Quiroga su afinidad ínti­


ma, su entusiasmo por Brand. " E s mi hobby", llega a afirmar (2/IX/03G). Y en carta
memorable comenta aBÍ la tragedia: "Brand: jPcro amigo! Es el único libro que he
releído 5 ó 6 veces. Entre los " t r e s " o "cuatro" libros máximos, uno de ellos es "Brand".
Diré más: después de Cristo, sacrificado en aras de su ideal, no se ha hecho nada en
ese sentido superior a Brand. Y oiga Vd. un secreto: yo, con más suerte, debí haber
nacido así. Lo siento en mi profundo interior. No hacen 3 meses torné a releer el
poema. Y creo que le he sacado de la biblioteca cada vez que mi deber —-o lo que yo
creo quo es— flaqucaba. No so ha escrito jamás nada superior ul 4o. acto de Brand, ni
se ha hallado nunca nada más desgarrador en el pobre corazón humano para servir do
pedestal a un Ideal. También yo tuve la revelación de Inés cuando exigida y rendida
por el "todo o nada", exclamó: "Ahora comprendo lo que siempre había sido oscuro para
m í : El quo ve el rostro de Jchová debe morir". Sí, querido compañero. Y también
tengo siempre en la memoria una frase do Emerson, correlativa do aquélla: "Nada hay
que el hombre no pueda conseguir; pero tiene que pagarlo". (25/VII/93G.) En otras car­
tas, principalmente una del 2/IX/936, discute con su amigo el final de la pieza cómo
una concesión do Ibscn al gran público.
222

dad natural y la serie de excelentes razones que él mismo en­


cuentra o que otros le acercan, para no desesperar. La letra
endiablada, sin rastros de dandysmo ni de la esmerada caligra­
fía juveniles, y hacia el final, el pulso vacilante, dificultan
enormemente la lectura de estas cartas. (Sus mismos amigos
se quejan; Payró le pide que escriba a máquina.) Pero esas
líneas, esos ganchos, trascienden una profunda agonía. Cuan­
do se leen esas páginas y cuando se advierte que la ternura
—tan escondida pero tan cierta, que siempre quiso disimular
tras una máscara insensible e hirsuta— aflora incontenible en
cada línea, y este hombre Quiroga se aferra a sus viejos ami­
gos de la adolescencia o a los más jóvenes e íntimos de ahora;
entonces no puede importar que en su trágica simplicidad las
cartas no parezcan de un literato, ni que en muchas ocasiones
la memoria se enturbie o construya mal sus frases. El lector
sabe que aquí toca un hombre — c o m o quería Whitman.
Quiroga recibía golpe tras golpe y su alma se iba despo­
jando de toda especie subjetiva — c o m o supo hacer antes su
arte. De su lápiz fluía, sin ningún aliño la ternura, la máxima
sabiduría del hombre. Y se iba transfigurando. Martínez Es­
trada ha evocado el proceso con estas palabras: " L o s últimos
meses de su vida lo iban elevando poco a poco al plano de lo
sobrenatural. Era visible su transfiguración paulatina. Todos
sabemos que su marcha a la muerte iba regida por las mismas
fuerzas que lo llevaban a vivir. Su vida y su muerte marcha­
ban paralelamente, en dirección contraria. Seguía andando,
cuando ya la vida lo había abandonado y por esos días trazó
conmigo sus más audaces proyectos de vida y de trabajo. P o ­
breza y tristeza que contemplábamos con el respeto que inspira
el cumplimiento de un voto supremo. Llegaba a nuestras casas
y hablábamos sin pensar en el mal. Recordaba su casa tan
distante, construida y embellecida con sus manos. Y se volvía
a su cama de hospital, con paso de fantasma. Entraba a su
soledad y a su pobreza y nos dejaba nuestros vidrios de colores.
Así se aniquilaban sus últimas fuerzas y sus últimos sueños." 1 8

18. Véase, en eBte mismo volumen, el fragmento de la carta del 29/IV/936, a


Martínez Estrada, sobre su actitud ante la muerte.
QUIROGA 223

Era en ese plano de objetividad que encontraba lo mejor


de su obra el adecuado, el necesario complemento.

Yo sostuve (...) la necesidad en arte de vol­


ver a la vida cada vez que transitoriamente aquél
pierde su concepto; toda vez que sobre la finísima
urdimbre de emoción se han edificado aplastan­
tes teorías. Traté finalmente de probar que así
como la vida no es un juego cuando se tiene con­
ciencia de ella, tampoco lo es la expresión artís­
tica. Y este empeño en reemplazar con rumora­
das mentales la carencia de gravidez emocional, y
esa total deserción de las fuerzas creadoras que
en arte reciben el nombre de imaginación, todo
esto fué lo que combatí por el espacio de veinti­
cinco años. H. Q.: A N T E E L T R I B U N A L .

¿Cabe desprender una lección del sucinto examen de esta


obra? Es evidente que sí. Más aun: Es lícito extraer varias.
La principal —objetividad de su arte— ha sido ya suficien­
temente explicitada. Pero quizá merezcan relevarse algunas
complementarias. Ante todo la que se refiere a su experiencia
narrativa múltiple. Quiroga intentó dos veces la novela (His­
toria de un amor turbio, 1908; Pasado amor, 1929) y una, el
cuento escénico (Las sacrificadas, 1920). En las tres oportuni­
dades erró. El ámbito de su arte era el cuento corto. Refle­
xionando sobre las formas de la narración, sostuvo en distintas
oportunidades (Decálogo del perfecto cuentista, La retórica del
cuento, Ante el tribunal) una distinción entre novela y cuento
que llegó a expresar así: "Luché por que no se confundieran
los elementos emocionales del cuento y la novela; pues si bien
idénticos en uno y otro tipo de relato, diferenciábanse esen­
cialmente en la acuidad de la emoción creadora que a modo
224 NUMERO

de corriente eléctrica, manifestábase por su fuerte tensión en


el cuento y por su vasta amplitud en la novela. Por esto los
narradores cuya corriente emocional adquiría gran tensión,
cerraban su circuito en el cuento, mientras los narradores en
quienes predominaba la cantidad, buscaban en la novela la
amplitud suficiente". N o se equivocaba en cuanto a una d e
las necesidades del cuento (la intensa concentración), pero al
definirlo, en otro lugar, c o m o "una novela depurada de ripios",
ponía en evidencia, indirectamente, las causas de su fracaso en
este género. Es claro que ahora interesa explayar su estética
10

del cuento, la que redondeó, sucesivamente, en estas fórmulas:


"El cuento literario (...) consta de los mismos elementos su-
cintos que el cuento oral, y es como éste el relato de una his­
toria bastante interesante y suficientemente breve para que
absorba toda nuestra atención. Pero no es indispensable (...)
que el tema a contar constituya una historia con principio,
medio y fin. Una escena trunca, un incidente, una simple si­
tuación sentimental, moral o espiritual, poseen elementos de
sobra para realizar con ellos un cuento"; "En la extensión sin
límites del tema y del procedimiento en el cuento, dos calida­
des se han exigido siempre: en el autor, el poder de trasmitir
vivamente y sin demoras stis impresiones; y en la obra, la sol­
tura, la energía y la brevedad del relato que la definen". Supo,
también, codificarla sagazmente, aconsejando al novel cuen­
tista: "No empieces a escribir sin saber desde la primera pala­
bra adonde vas. En un cuento bien logrado las tres primeras
líneas tienen casi la misma importancia que las tres últimas"
(En otra oportunidad habría de escribir: "Luché porque el
cuento (...) tuviera una sola línea, trazada por una mano sin
temblor desde el principio al fin"); "Toma a los personajes de
la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa

10. Con mayor p r e c i s i ó n en los térmlnoB, Bordes h a b í a s o s t e n i d o : " L a p a l a b r a cnonto


se j u s t i f i c a , pues cada pormenor existe en función del a r g u m e n t o general; esa rigurosa
evolución puede s e r necesaria y admirable en u n t e x t o breve, pero resulta fatigosa en
una novela, género que p a r a n o parecer demasiado artificial o mecánico requiere u n a
discreta adición de rasgoB independientes". (Véase Hugh Walpolc, en "La Nación",
Buenos Aires, enero 10 de 1043.)
QUIROGA 225

que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo


que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector.
Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una
verdad absoluta aunque no lo sea."
De esta lección se desprende inmediatamente otra: sobre
el estilo. En Quirogá se ajustó a las exigencias de brevedad y
concentración ya subrayadas. Y su Decálogo lo expresa ma-
gistralmente: "Si quieres expresar con exactitud esta circuns­
tancia: «desde el río soplaba un viento -frío», no hay en lengua
humana más palabras que las apuntadas para expresarla" 20

"No adjetives sin necesidad. Inútil será cuantas colas adhieras


a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él, solo, ten­
drá un color incomparable. Pero hay que hallarlo."
También merece relevarse su opinión sobre el regionalis­
m o en arte. Y a se sabe que lo practicó voluntariamente, y la
mejor parte de su obra fué (en esencia no en apariencia) r e -
gionalista. Pero ahí no se liquida el problema, ya que él apor­
tó al regionalismo una perspectiva universal. No buscó el color
local, sino el ambiente; no buscó la peculiaridad anecdótica
sino el hombre. Unas frases de su artículo sobre la traducción
castellana de El ombú, abordan con entera lucidez el proble­
m a : "Cuando un escritor de ambiente recurre a ella [la jerga]
nace de inmediato la sospecha de que se trata de disimular la
pobreza del verdadero sentimiento regional de dichos relatos,
porque la dominante psicología de un tipo la da su modo de
proceder o de pensar, pero no la lengua que usa. (...) La jerga
sostenida desde el principio al fin de un relato, lo desvanece en
su pesada monotonía. No todo en tales lenguas es caracterís­
tico. Antes bien, en la expresión de cuatro o cinco giros loca­
les y específicos, en alguna torsión de la sintaxis, en una forma

20. Puede vincularse esta enseñanza con aquella célebre de Juan do Mairena:
—Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: Los eventos consuetudinarios que
acontecen en la rúa.
" E l alumno escribe lo que se le dicta.
"—Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
" E l alumno, después de meditar, escribe: Lo que pasa en la calle.
"Mairena. —No está mal."
(Véase Antonio Machado, Obras completas, 1040, p. 443.)
226 NUMERO

verbal peregrina, es donde el escritor de buen gusto encuentra


color suficiente para matizar con ellos, cuando convenga y a
tiempo, la lengua normal en que todo puede expresarse".
Otra lección, directamente vinculada: Quiroga inscribió
su obra en la gran tradición narrativa occidental. Sus maes­
tros fueron, sucesivamente: Poe, Maupassant, Dostoievski,
Kipling, Chejov, Conrad, Wells. No temió las influencias
—ningún escritor fuerte las t e m e — , ni se distrajo en averi­
guar la patria de sus modelos. T o m ó de ellos lo que importaba
a su arte: la visión estética y humana, el oficio de artífice y las
motivaciones temáticas. A esa poderosa corriente, sumó un
territorio inédito, no transcribiéndolo en sus minucias turísti­
cas sino expresándole el a l m a . 2 1

Una última lección, ligada estrechamente al tema de este


NÚMERO: Quiroga supo pasar por la experiencia modernista
viviéndola en su plenitud y en su extravagancia; supo aban­
donarla luego para crear un arte que le permitía superar el
período. Esto sucedió así, no sólo porque la vida le dejó cerrar
su órbita. (También R e yles superó cronológicamente el p e ­
ríodo, sin lograr una forma verdaderamente independiente.)
Fué porque asimiló las enseñanzas estéticas profundamente y,
también profundamente, logró vivir su vida; supo, en fin, v i ­
virse y realizarse. No es extraño, pues, que su obra sea hoy,
indiscutiblemente, la más actual de su generación. Y sea, por
lo mismo, la más ejemplar.

21. Ea sintomático que habiendo vivido tantos años en San Ignacio no usara
del magnífico escenario natural de las ruinas jesuíticas para ninguno de sus cuentos.
(Aparecen mencionadas, al pasar, en Los desterrados.) También es sintomático que (con
excepción de El salvaje) prescindiera de las cataratas del Iguazú. De la lectura suce­
siva de dos de sus artículos (Cuatro literatos, en Cuentos, X I I ; El sentimiento de la
catarata, id., XIII) puede extraerse la razón profunda de su actitud.
ANTONIO LARRETA

EL NATURALISMO
EN EL TEATRO DE
FLORENCIO SÁNCHEZ

L A POSTERIDAD ha sido impertinente con Florencio Sánchez


y no le ha consentido todavía a su obra dormir ese sueño r e ­
parador —años de olvido, de indiferencia— del que autores
o escuelas suelen ser despertados, con cautela y regocijo, para
la valoración desapasionada y, tal vez, el laurel. Durante los
cuarenta años que han seguido a su muerte, el teatro nacional
( o su espectro), para mantener viva la ilusión de su existen­
cia, ha debido mantener vivo a Sánchez, forzando su perma­
nencia, decretando su actualidad. Cruel tributo que ha podido
pagar no sin desmedro de opinión y simpatía. La falta de pers­
pectiva con que se le ha visto ( y también representado) ha
venido a sumarse a las evocaciones sentimentales y a los arre­
batos ditirámbicos que ya habían hecho lo suyo para obstacu­
lizar la comprensión de Sánchez, una aproximación desprejui-
ciada a su obra. A despecho de los afanes de exégetas y bió­
grafos sensatos, la fama sigue prefiriendo la leyenda cursi, y
Sánchez, fuera de un recinto estrecho de iniciados, es nombre
siempre aunado a formas plebeyas y desdeñables de la litera­
tura, habiéndose terminado por confundir la suya con la de
su claque.
Las circunstancias han exigido esa violentada presencia
del autor. El teatro rioplatense nace y muere con Sánchez,
aunque en su breve existencia, los cinco años que van de M'hijo
el dotor a Los derechos de la salud, no haya vivido sólo en él.
Y aun quienes ponen empeño en atenuar su principalidad en
aquel explosivo movimiento teatral, reconocen que éste se des­
vanece al entrar el siglo en su segunda década, cuando se adue­
ña de la escena el apetito de lucro y de éxito fácil. ¿Pero no es
228 NUMERO

esto acaso la tácita confesión de una incapacidad para el arte,


para el éxito difícil? ¿No es evidenciar que a fuerza de talento
y honestidad, Sánchez abrió un paréntesis entre el circo y el
negocio?
Sin autores y sin obras, mal pudo haber una evolución de
normas escénicas que fuera creando nexos entre el teatro de
Sánchez y una estética actual que ha de tender a rechazar y
quizás a desconocer la suya. Pero es el hecho que una pre­
sente o venidera, real o hipotética generación de dramaturgos,
siente a Sánchez pisando sus talones, antecesor único, y siente
a un tiempo lejana su inspiración, ajena su sensibilidad, e x ­
traño su gusto. Y así como en el terreno de las ideas, sus efu­
siones ideológicas sólo despiertan hoy una indulgencia b u r ­
lona, así también en el terreno estrictamente dramático se le
otorga una adhesión mutilada, circunscrita a la mecánica de
sus obras, pero que no alcanza a su estilo literario propiamente
dicho. Que si por un lado existe esa contigüidad entre Sán­
chez y la nueva generación, por el otro las nuevas corrientes
estéticas del teatro están en el polo opuesto del naturalismo en
sus modos crudos y extremos, que fueron los que aquél profesó.

" P e r o ahora que todo se ha derrumbado y se han vuelto


inútiles espadas y capas, es el momento de basar nuestras obras
en la verdad. . h a b í a dicho Zola, y la verdad por la cual
abogaba era la verdad objetiva de los hombres de ciencia.
Treinta años más tarde, Sánchez iba a identificarse plenamente
con los principios de aquella escuela de escritores que se sen­
tían mucho más cerca de economistas y biólogos que de poetas
y hombres de letras. Él ignoró el desenvolvimiento ulterior
de la escuela; no supo c ó m o , aun dentro de ella, la mera v i ­
sión de la realidad fué trascendida por la crítica ( S h a w ) , por
la poesía ( C h e j o v ) o por la metafísica ( S t r i n d b e r g ) . Cuando
en 1910, Sánchez agonizaba en Italia, surgía en Alemania uno
de los movimientos más agresivos contra el naturalismo — e l
expresionista—, pero ya no era " s u " naturalismo el que se
combatía. Thérése Raquin había perdido su causa y Antoine
y a no era un dios.
SANCHEZ 229

Discernir las razones del sometimiento casi total de Sán­


chez a las formas primitivas de aquella literatura, conduce al
dominio de las hipótesis, pero ninguna de ellas parecerá, sin
duda, demasiado aventurada. La primera atiende a la circuns­
tancia del escritor, al teatro que encontró y debió sacudir.
La escena rioplatense estaba por entonces entregada a una
dramaturgia (si así cabe llamarla) de baja estirpe circense en
que los temas criollos daban pie a los peores dislates. Una
política de higiene parecía necesaria, combatiendo por un ri­
guroso realismo los malos convencionalismos de la escena y
los malos hábitos del público. Era la manera de abrir paso
(a un futuro que después no a v i n o ) . Luego lo unía a los pon­
tífices del naturalismo, su credo de revolucionario finisecular:
la doctrina socialista, la fe en el progreso científico, la ética
liberal. Y a esta afinidad ideológica, puede añadirse una afi­
nidad temperamental: el sentimentalismo, el culto a la rebel­
día, el denuedo. Mas sobre todas estas razones, prima la de
su disposición literaria.
El talento del escritor encauzábase espontáneamente ha­
cia el diálogo naturalista. La facilidad fué en este caso una
trampa; no era la forma de expresión que él prefería. Y a en
su primera obra importante —lWhijo el dotor— adviértese una
ruptura violenta entre lo que es en ella reproducción feliz de
la realidad campesina y el desdichado uso de formas intelec-
tualizadas de lenguaje. Cuando se atiene a lo primero, escribe
sus mejores obras. Cuando se obstina en lo segundo, escribe
Nuestros hijos y Los derechos de la salud. Pero éstas son, p r e ­
cisamente, con toda su mala retórica, las más ambiciosas de
su pluma, aquellas en que cifró sus más caras esperanzas. ¿Por
qué? Porque en ellas escapaba a un estilo que no le satisfa­
cía, al cual lo había llevado, antes que toda consideración es­
tética, su aptitud natural. Conocía las limitaciones de un ins­
trumento que usaba con maestría.
No hay escritor que deba imponer mayor sacrificio a su
estilo personal que el autor de comedias naturalistas; si sus­
tituye su gusto literario al del personaje o el ambiente, la ilu­
sión de autenticidad se rompe. "Escribir b i e n " (cosa que al-
230 NUMERO

gunos críticos le reprochaban no hacer) debía consistir, para


Sánchez, en mantenerse consecuente con la verdad objetiva,
con el mal hablar de sus personajes, cuyo nivel de educación
era, las más de las veces, bajísimo; requería la "fidelidad m i -
m é t i c a de que habla uno de sus críticos. ( ¿ N o cabría variar
,,

levemente la satisfactoria definición de Salaverri, diciendo


" f o n ó g r a f o " en lugar de " f o t ó g r a f o " e s t u p e n d o ? ) . Más por
desordenada experiencia que por prolijo estudio, y en virtud
de un generoso don de retentiva, Sánchez obtuvo ese caudal de
modos lingüísticos populares del campo o del suburbio, que le
hizo posible su exactitud costumbrista. Si bien no le bastaba,
justo es decirlo, una exactitud superficial. Por un proceso de
selección, de reelaboración dramática, sabía cargar de sentido
el más gastado de los modismos, y en el montaje y los ritmos
de sus diálogos " p i c a d o s " o sus largos parlamentos puede es­
tudiarse un estilo personal, sí, y asaz vigoroso.
Los críticos serios, al margen de la difundida hipérbole,
suelen convenir sobre los méritos y defectos de la obra de Sán­
chez; la verdad, y ella no implica una subestimación, es que
Sánchez, a la distancia y sin el fervor polémico que alguna
de sus obras pudo encender en su momento, es un dramaturgo
de cualidades inequívocas que no dan mayor lugar a discusión.
(Debe, empero, protestarse ya una "muletilla": la de Sánchez
"intuitivo genial" o simplemente "intuitivo". Fuera de un
fastidioso romanticismo, ¿qué se quiere expresar con ello?
¿Que no era un escritor culto? Falso. Tenía la cultura nece­
saria a sus fines. El campo de su conocimiento, que a la postre
era el que determinaba el campo de su intuición, era amplio
en la materia que habitualmente trabajó. ¿Que ignoraba las
leyes aristotélicas sobre la poesía dramática? El conocerlas no
ha hecho, hasta hoy, un dramaturgo. ¿Que poseía la intuición
en grado excepcional? Error. Cuando intentó dar vida a a m ­
bientes y gentes que le eran extraños, como en Nuestros hijos,
cayó en la parodia involuntaria.) Ese consenso crítico sobre
el teatro de Sánchez recae sobre sus obvias excelencias: la v i ­
talidad del diálogo, la severa economía de la acción escénica, el
sentido plástico de la composición, el juego sabio de los efec-
SANCHEZ 231

tos, el preciso diseño de los tipos. Esas excelencias soportan


otras de determinación más vaga (fuerza dramática, esponta­
neidad, humanidad. . . ) y configuran al hombre de teatro, al
maestro de su oficio. Pero, ¿es esa toda su virtud de drama­
turgo? ¿Perduraría su obra sobre base tan frágil como la des­
treza, y en todo caso el fiel testimonio de una época que gra­
cias a aquélla pudo dejarnos? Es de temer que, si así fuera,
el teatro tendría que ceder a Sánchez a la historia.

En tiempos en que se trata de restaurar el prestigio p o é ­


tico del teatro, semejante valoración es negativa, o al menos,
insuficiente. Hoy día el naturalismo, imbatible todavía en su
formidable fortaleza del teatro comercial, es el blanco de to­
dos los enconos, el tirano nefasto que urge derrocar. La "piéce
bien faite" ha pasado a ser una categoría despreciable donde
cabe toda la historia del teatro burgués, desde Scribe hasta
los "Broadway hits". Y a no interesa proclamar que Sánchez
fué un comediógrafo expertísimo o un minucioso costumbrista.
Interesa descubrir si fué, además de esas cosas, un poeta dra­
mático, si su teatro puede inscribirse, más que en la cronología
de un movimiento literario caducado, en la historia de la p o e ­
sía dramática.
Es un hecho notable que pese al furor apologético, la pa­
labra poeta haya sido casi unánimemente rehuída en los j u i ­
cios sobre Sánchez, y si alguna vez asoma con timidez, nunca
ocupa el proscenio. Existía en verdad un prejuicio contra ella
( ¡ ! ) entre las gentes de teatro formadas en el santo horror de
los excesos románticos y en la liturgia de la prosa cotidiana,
y esas gentes llegaban a suponer que " p o e t a " y "dramaturgo"
eran términos antitéticos. ( ¿ N o es acaso la opinión dominante
todavía en nuestro medio, donde se tiene por apogeo de la "tea­
tralidad" el servicio — y la ingestión— de un almuerzo en es­
cena, y se reputa "anti-teatral" una tirada de Giraudoux, por el
solo pecado de ser poética?) Esta aberración no roza el pro­
blema como el juicio implicado en el silencio de los críticos
cultos, quienes, es presumible, eludían toda referencia concreta
232 NUMERO

a la poesía hablando de Sánchez, para no someter a éste a una


comprobación desfavorable, dando por sentado que Sánchez no
era poeta, sino feliz autor teatral.
Y aquí sí hemos tropezado con un e q u í v o c o : el de enten­
der que el primor verbal es la esencia misma de la poesía dra­
mática y no su instrumento. Es cierto que la emoción poética
es " u n a " , como quiere Croce y no admite distingos, pero es
cierto también que son diversos los caminos que nos conducen
a ella, y que la emoción poética del teatro no nace solamente
del lenguaje, sino que tiene otras fuentes en la atmósfera es­
cénica, en la acción aramática, en la situación. Seguramente,
si creyéramos que el dramaturgo no tiene una vía de e x p r e ­
sión poética propia, distinta de la lírica, no tardaríamos en con­
cluir que Sánchez era muy pobre poeta. En sus empeñosos
intentos de elevación literaria, el autor se consiente un len­
guaje seudopoético de cargosas metáforas, literariamente m u -
clio más detestable que sus más groseras voces lunfardas. Pero
no es por ese estudio, menudo y desarticulado, de su estilo,
que descubriremos en Sánchez al poeta. Veamos si fué capaz,
alguna vez, de dar a su obra ámbito propicio a la comunión
del espectador con su drama en un plano elevado de la e m o ­
ción. Es entonces que debemos considerar, en su solitaria
grandeza, una de sus creaciones: Barranca abajo.

En Barranca abajo Sánchez ha superado, por única vez,


sus limitaciones de escritor y las propias de su escuela. Es pa­
radoja, y tal vez prueba de que no hay vallas para el auténtico
impulso poético, que no haya, entre sus obras mayores, una en
que se haya mostrado observador más fiel y estricto del estilo
naturalista. No comete un solo desliz retórico; ni una sola vez
el autor se sustituye al personaje; no se permite nunca usar
más lenguaje que el habla campesina, tosca y reacia a la abs­
tracción, como precio de su colorido y su expresividad. Y sin
embargo, ¡cuánto dista Barranca abajo del mero cuadro de
costumbres, qué insuficiente es para ella la categoría de "tran-
che de v i e " ! (Una confrontación con Los muertos, su obra
de realismo más agresivo y su más grande alarde de técnica,
SANCHEZ 233

es ilustrativa. T o d o el efecto trágico de Los Muertos está en


la peripecia escénica, en la crónica, bajo la cual no hay una
realidad trágica profunda. No hay abstracción poética, sino
mera transposición.)
Cabe ahora preguntarse si Sánchez en Barranca abajo fué
tan fiel al espíritu como a la letra del naturalismo. Y en ese
sentido, evocar lo sucedido a raíz del estreno. Parte de la crí­
tica reprochó a Sánchez el suicidio del protagonista, y Lucas
Ayarragaray, en un estudio publicado en " L a Nación" bajo el
título de " E l suicidio en las pampas argentinas", aseguró que
el gaucho no llega nunca al suicidio. Tales objeciones care­
cían, claro está, de alcance estético, pero denuncian ya la dis­
crepancia de la obra con la manera fotográfica. Más tarde dirá
Giusti refiriéndose al parlamento final de Z o i l o : " Q u e la deses­
peración, que la turbación de un espíritu impidan absoluta­
mente a un gaucho entrerriano o uruguayo expresarse de ese
modo en trance semejante es asunto que ignoro si pueden afir­
mar o negar los sociólogos y estadígrafos; de mí diré que el
hecho m e parece m u y verosímil"; y luego Dora Corti: " a u n ­
que . . . el inventor del suicidio en las pampas fuera Zoilo Ca-
rabajal, la obra no perdería por ello su lógica h u m a n í s i m a . . . " .
Con ello, sin responder a la acusación, no hacen más que afir­
mar la robustez artística de la obra, su verdad poética.
¿Pudo escapársele a Sánchez esa infidelidad a la verdad
objetiva, al precepto de veracidad? En m o d o alguno. Hasta
accedió a retocar el desenlace en un aspecto secundario, pero
mantuvo la solución del suicidio, sordo a las reclamaciones de
toda otra verdad que no fuera aquella que desde dentro se le
imponía. Por única vez se dejó arrebatar por una convicción
poética (las convicciones éticas, en cambio, lo arrebataron más
tarde con consecuencias entonces sí graves para toda v e r d a d ) .
Por única vez el naturalismo no es más que forma de e x p r e ­
sión. A q u í no intenta, c o m o en sus otras obras rurales, plan­
tear un problema de la circunstancia histórica o geográfica,
ni lo guían, como en sus dos últimos dramas, propósitos didác­
ticos; tampoco hay, c o m o en todas sus otras obras grandes, el
motivo polémico, la confrontación de dos criterios de vida.
234 NUMERO

A q u í plantea una situación trágica cuya validez universal ya


ha sido aclamada y lo mueve la fe poética de su tema y la con­
frontación es la del hombre y su destino. Estamos en el domi­
nio puro de la tragedia.

Barranca abajo tiene la concepción ceñida de un poema,


su unicidad de inspiración, sus contrastes rítmicos, su creci­
miento y cima de la emoción. P o r debajo de las pequeñas in­
trigas, avanza inexorable, escueta, necesaria, la acción trágica.
L o demás —realismo escenográfico, habla regional— perte­
nece al mundo fenoménico de la obra, que casi no se permite
peripecias ni desarrollos laterales. De ese juego de la obra en
dos planos (el de su acción profunda, que sólo atañe a Zoilo,
y el exterior de la intriga que mueven los otros personajes)
se derivan efectos sorprendentes. El discurso trágico está dado
por contraposiciones, por elipsis, y se exterioriza, absorbiendo
ambos planos, en un mínimo de ocasiones; entre tanto el feroz
realismo del diálogo y de las situaciones adquiere un valor
dramático de contraste que explica sus excesos y neutraliza
sus defectos. Es el parlerío chillón y desagradable de las m u ­
jeres que, idiotizadas por la pereza o exacerbadas por el ins­
tinto, permanecen ajenas al drama que desencadenan, frente
al silencio o al laconismo de la conciencia trágica: Zoilo.
Y las veces que éste habla, es la de sus palabras una sen­
cilla pero grande elocuencia. A h í está ese largo parlamento
de la última escena, en que Zoilo define, sin salirse de lo colo­
quial, su trance agónico. Pocos ejemplos habrá más rotundos
de prosa, pobre prosa, sublimada en poesía por la necesidad
dramática, como el magnífico " ¿ G ü e ñ a pa q u é ? " que clausura
la acción de la tragedia.
Sería exageración pretender que la observancia de la ma­
nera naturalista no ha causado algún menoscabo a la obra.
Concesiones a la oportunidad pintoresca no faltan en ella. Pero
nada son esas pequeñas taras a la vera de ciertos hallazgos de
expresión trágica que aquella manera ha hecho posibles. Como
el de la muerte de la tísica, por ejemplo. El telón cae en el
segundo acto ante una Robustiana esperanzada, ante la mani-
SANCHEZ 235

festación más vehemente de su anhelo de vida, y al levantarse


en el tercero descubre un mudo testigo de su muerte: la cama
de hierro desarmada en el exterior de la casa. Es difícil ima­
ginar un más formidable aporte del naturalismo a la tragedia
que ese efecto ¡de utilería! El nexo emocional es tan estrecho
que apenas puede tolerar el intervalo que el realismo exige.
En verdad la obra toda tiene tal configuración clásica que pese
a sus cambios de escena y discontinuidades de acción, resulta
de ella una impresión de maciza unidad.
Otras obras de Sánchez interesarán siempre como testi­
monio de las costumbres de una época — E n familia, los saine-
tes— o del lirismo combativo de una generación —Nuestros
hijos, M'hijo el dotor, Los derechos de la salud—. La gringa,
un plan poético irrealizado, tendrá vida tan larga como actua­
lidad su problema; Los muertos quedará como el gesto más
audaz de una modalidad escénica pasada; pero es Barranca
abajo la obra que perdurará por su poesía, por la nobleza de
su emoción y su procedimiento.

Es también la obra de Sánchez a que una nueva genera­


ción puede sentirse afecta. Y es el momento de preguntarse:
¿El viejo Zoilo no está en camino más cierto para el teatro na­
cional que semidioses, princesas y juglares? Es sin duda camino
más espinoso para la creación poética, camino que hay que
abrir, pero las dificultades deben ser acicate y no freno para
el poeta, y hoy veríamos con menos pesadumbre el penoso es­
fuerzo y aun el fracaso en esa lucha, que el dócil acogerse a
fábulas exóticas de nuestros dramaturgos en germen. En su
fuga indiscriminada, su comprensible horror al naturalismo,
cárcel que quieren evitar, se ha traducido finalmente en una
repugnancia a la realidad, a la realidad nuestra, del lugar y
del tiempo, como si a ella pudiera y debiera permanecer ajeno
el teatro. ¿Acaso no habría otras vías para expresarla?
TEXTOS

A L G U N A S P R E C I S I O N E S con respecto a los textos inéditos.


Los originales de las cartas de Rodó y Reyles, enviadas a Viana
con motivo de la aparición de Gurí (1901), están en el Museo
Histórico Nacional, en la sección Correspondencia de y a Javier
de Viana. Los borradores de las cartas de Rodó a Unamuno inte­
gran el Archivo Rodó que es custodiado en el Instituto Nacional
de Investigaciones y Archivos Literarios. (Otros borradores fi­
guran allí, pero como es intención del profesor Roberto Ibáñez,
director del mencionado Instituto, publicar la correspondencia
completa, se transcriben aquí, de acuerdo a su autorización,
únicamente dos piezas. Las respuestas de Unamuno pueden
verse en el № 1 de la revista montevideana Ensayos, julio de
1936.) Los originales de la correspondencia de Horacio Qui-
roga —de la que se incluyen fragmentos significativos— perte­
necen al Archivo del Instituto. Los Psicogramas de Carlos Vaz
Ferreira han sido cedidos por el propio autor para la publica­
ción en la revista.
También se ha considerado oportuno reproducir un texto
edito: Los precursores de Horacio Quiroga, cuento cuya impor­
tancia no necesita encarecerse. (Fué publicado, por vez pri­
mera, en "Sech", revista de la Sociedad Chilena de Escritores,
№ 4, marzo de 1937.)
DOS CARTAS SOBRE «GURÍ»
JOSÉ E. RODÓ - CARLOS REYLES

Montevideo, 20 de Mayo 1901.


Sr. Javier de Viana.
Estimado compañero y amigo:
Tengo el placer de acusar recibo del ejemplar de " G u r í "
con que se ha servido Vd. obsequiarme. Placer — d i g o — y no
podría ser de otro m o d o , porque á lo grato del obsequio en sí
mismo se une el valor que le añade la procedencia de él; pero
la verdad es que Vd. ha puesto en el hermoso regalo una punta
acerada, cuyo contacto no ha dejado de m o r t i f i c a r m e . . . aun­
que no más acá de la epidermis. M e refiero, c o m o Vd. sospe­
chará, á la reconvención amistosa de la dedicatoria; reconven­
ción que, con toda sinceridad, no comprendo. Á no mediar en
este caso alguna pequeña miseria de uno de esos corre-ve-y-di-
les de la intriga chiquita, no concibo la causa posible de ese
asomo de resentimiento, porque, lo mismo en presencia que en
ausencia de Vd., he tenido y o siempre para su privilegiado ta­
lento de escritor frases sinceras de admiración y simpatía.
Y quien dijere lo contrario, miente! como dice el soneto
de Cervantes.
Si con referencia á determinada página suya, ó á tal ó
cual idea literaria ó filosófica de Vd., ó á tal ó cual juicio por
Vd. formulado, he expresado y o alguna vez opiniones desfa­
vorables, creo conocerle á V d . bastante ( y conocerle bajo un
aspecto suficientemente honroso) para que se m e ocurra que
semejante cosa pueda ofenderle á Vd., que no es un espíritu
afeminado, sino un hombre serio y un escritor de conciencia.
L o de que " y o no le envío mis obras"... es inexacto, así
en plural. Mis dos primeros folletos creo haber cumplido con
el deber de mandárselos; y en cuanto al último, ya le signifi­
qué verbalmente la razón de la omisión. En suma: si por "buen
240 NUMERO

compañero de arte" se entiende el que es capaz de apreciar á


los demás en lo que valen, y declarar en toda ocasión el alto
concepto que de ellos tiene cuando lo merecen ( c o m o en el caso
de V d . ) y asociarse de todo corazón á las satisfacciones de sus
triunfos bien adquiridos, crea Vd., amigo Viana, que no me
remuerde la conciencia por mi conducta respecto de V d . Pero
si en algo inconscientemente he faltado á los deberes de c o m ­
pañerismo, que conceptúo sagrados en esta azarandeada caba­
llería de las letras, y o le pido que me manifieste V d . el cuándo
y el cómo, con la seguridad de que mis explicaciones han de
tardar menos que su exposición de agravios.
Salgo esta tarde para Buenos Aires y me llevo á Gurí de
compañero de viaje. Sólo he leído La yunta de Urúbolí, que
m e parece admirable. No he visto ningún juicio sobre la
o b r a . . . ni lo he oído tampoco, porque hace varios días que no
m e acerco á los círculos del oficio.
Conversaremos, pues, sobre Gurí, en lugar de conversar
sobre resentimientos imaginarios.
Le estrecha afectuosamente la mano

JOSÉ ENRIQUE RODÓ.

Buenos Aires, Julio 13 de 1901.


Sr. Dn. Javier de Viana.
A m i g o y compañero:
Antes de todo perdone que no le haya escrito antes dándole
las gracias por " G u r í " pero sucedió que cuando fui á Monte­
video últimamente, llegó su libro á Buenos Aires, donde paso
el invierno; hubo mudanza de domicilio, metieron su obra con
los otros y sólo hace algunos días la encontré por casualidad
revolviendo los estantes de mi biblioteca.
Los que ponderan á " G u r í " c o m o un cuento, no saben lo
que dicen. " G u r í " es una verdadera novela, no sólo porque es
un todo armónico en que las partes concurren á la creación de
la misma belleza, sino porque en ese trabajo aparecen reuni-
TEXTOS 241

das, visibles y espléndidas las cualidades de su talento de n o ­


velista que defectos de composición ocultaron en " G a u c h a " .
Usted ha encontrado su vía; V d . va sacando de la materia iner­
te de nuestras costumbres gauchas, la substancia psíquica, los
elementos estéticos, los valores humanos que hasta ahora nadie
había podido desentrañar. Usted ama aquellas costumbres, á
mi entender prosaicas y sin alma pero su amor las transforma,
anima y embellece hasta comunicarles los estremecimientos
misteriosos de la vida ideal.
Si persevera, si oye sólo las voces de su instinto creador
y se burla de los preceptos y sobre todo de los que no com­
prenden, que son los críticos, coronarán sus esfuerzos un gran­
de triunfo. Éste será tardío á no dudarlo, pero V d . sabe m e j o r
que y o , que en nuestro país los obreros del pensamiento deben
conformarse por ahora con las alegrías del trabajo solamente.
Y , en medio de todo, V d . no esperará m u c h o ; su verdad artísti­
ca, aunque no sea comprendida de todos inteligentemente ni
en toda su amplitud, será por casi todos sentida porque es una
verdad nuestra. Sus libros llegarán pronto al pueblo, elevarán
su inteligencia de las cosas y ésto es ya, si no la gloria, una
verdadera satisfacción. Luego vendrá lo otro, á lo que aspiran
los escritores que merecen el nombre de tales.
L o saluda y lo felicita calurosamente su amigo y c o m ­
pañero
C. REYLES.

P. D. Le ruego no publique la presente porque es m u y


insignificante y porque deseo conservarme íntegro para cuando
V d . dé á la estampa la novela de que me habló.
CARTAS A MIGUEL DE UNAMUNO
JOSÉ ENRIQUE RODÓ

Montevideo, 20 de marzo de 1904.


Sr. Miguel de Unamuno.
Salamanca.

M u y estimado amigo: Grata fué para mí su última carta,


no sólo por ser de Vd. sino por las esperanzas de reacción y
regeneración de que V d . m e habla, refiriéndose al presente
estado de alma de España. A l g o de eso había y o vislumbrado
por hechos significativos, y celebro que la autoridad de su
juicio confirme ahora mis presunciones. Realícense tan hala­
gadoras esperanzas! He seguido con interés la campaña v a ­
liente y generosa de Grandmontagne, que coopera a esa mis­
ma tarea salvadora, y estoy atento a todo lo que pasa en esa
tierra digna de m e j o r destino, que considero mía también por
mi sangre y por el afecto que le consagro.
De mi país, nada nuevo ni bueno puedo decirle. La gue­
rra civil no es cosa nueva, tratándose de estos pueblos donde
parece haber arraigado casi como una diversión o sport nacio­
nal. Sin embargo, aunque tal guerra sea cosa triste, injustifi­
cable y vergonzosa, y nos perjudique y afrente, he de decir
a Vd. que no considero el porvenir inmediato de estos países
con el criterio pesimista de muchos; creo que los males de
ahora pasarán; percibo que, en medio de tantas tribulaciones,
vamos adelante, aún en lo político y administrativo, y veo tanta
vitalidad, y tanta riqueza, y tanta fuerza almacenada en estas
tierras bendecidas por la Naturaleza, que tengo por cuestión de
tiempo el triunfo sobre los resabios del pasado y el predomi­
nio definitivo de los hombres de pensamiento sobre los cau­
dillos levantiscos.
TEXTOS 243

L o indudable es que, para los que tenemos aficiones inte­


lectuales y tendencias a una vida de pensamiento y de cul­
tura, resultan más que incómodas, desesperantes, las condi­
ciones (siquiera sean transitorias) de este ambiente donde
apenas hay cabida sino para la política impulsiva y anárquica,
que concluye por arrebatar en su vértigo a los ánimos más
serenos y prevenidos. Y o no aspiro a la "torre de marfil":
me place la literatura que, a su modo, es milicia, pero cuando
se trata de luchar por ideas grandes, de educar, de redimir.
En fin: estoy m u y hastiado de lo que por aquí pasa; y tal vez,
tal vez, si logro arreglar mis asuntos, no pasará un año antes
de que me vaya a oxigenar el alma con una larga estadía en
esa Europa.
Tengo casi terminado mi libro, que probablemente haré
imprimir en Madrid o en Barcelona. Es extenso. El tema se
relaciona con lo que podríamos llamar "la conquista de uno
m i s m o " : la formación y el perfeccionamiento de la propia
personalidad; pero desenvuelto en forma m u y variada, que
consiente digresiones frecuentes y abre amplio espacio para
el elemento artístico. Es un libro, en cierto modo, a la inglesa,
en cuanto a los caracteres de la exposición, que puede tener
parecido con la variedad y relativo desorden formal de algunos
ensayistas británicos. Veremos qué resulta.
La vida literaria se arrastra por aquí ( y , en general, en
A m é r i c a ) m u y perezosa y lánguida. Hay cierto estupor. Por
fortuna va pasando, si no ha pasado ya, aquella ráfaga de de­
cadentismo estrafalario y huero que nos infestó hace ocho o
diez años. Y o creo que pocas veces, en pueblos civilizados del
todo, se habrá dado ejemplo de tan pueril trivialidad litera­
ria, y tanta perversión del gusto, y tanta confusión de ideas
críticas, y tanta ignorancia audaz, y tanta manía de imitación
servil e inconsulta, como se vio en algunas partes de nuestra
América con motivo de aquella carnavalada. En Montevideo,
n o es donde hizo más estragos, por fortuna. A q u í hay for­
mado un cierto espíritu de crítica perspicaz y vigilante, y res­
piramos un ambiente más europeo en estas cosas, que en otras
244 NUMERO

partes de América, sin exceptuar algunas donde la grandeza


material es mayor y la civilización más aparente y suntuosa.
(Aquí se interrumpe el borrador.)

Montevideo, 2 de agosto de 1907.


Sr. D. Miguel de Unamuno.
Salamanca.

Querido amigo: Hacía tiempo, mucho tiempo, que de­


seaba conversar epistolarmente con Vd., y me mortificaba un
poco el remordimiento de que, por culpa de mi silencio, estu­
viese interrumpida nuestra comunicación epistolar. Pero no
lo atribuya V d . a desidia. Hace años y a que escribo poquísi­
mas cartas, por sobra de preocupaciones y atenciones, y el
resultado es que he perdido el hábito de escribirlas. M e p r o ­
pongo reaccionar contra esto, por lo menos en lo que se re­
fiere a mi comunicación con espíritus c o m o el suyo, a quien
ni un solo momento he dejado de seguir en su producción lite­
raria, pero con quien me interesa y contenta cultivar, además,
la relación personal que se mantiene por medio de la corres­
pondencia. ¡Lástima que la forma escrita ni se preste a la
expansión ilimitada de la conversación, de la confidencia tete
a tete! ¡Cuánto y de cuántas cosas conversaríamos s i - p u d i é ­
ramos vernos, h a b l a r n o s ! . . . Cuando uno empieza a escribir,
en la hermosa adolescencia, el deseo es hacerse escuchar de
todos y por medio de la pluma. Pero llega época en que se
prefiere referir lo que se siente y piensa a algún espíritu esco­
gido y amigo, con el abandono y la sinceridad de la charla ín­
tima, libre de vanidades literarias y de "respetos humanos".
Si habláramos, haría ver a V d . lo que mi espíritu ha e v o ­
lucionado, y no sé si progresado, en los últimos tiempos. Soy
esencialmente el mismo en ideas y devociones; pero creo c o m ­
prender m e j o r otras ideas y otras posiciones de espíritu; por
lo cual, desde luego, m e siento en muchas cosas más cerca de
V d . que cuando empecé a leerle. ¿ N o habrá pasado en Vd-,
como en todo espíritu progresivo y educable, algo semejante;
TEXTOS 245

lo que contribuiría a explicar que estemos más c e r c a ? . . . Ello


es que nuestros puntos de partida eran diferentes, casi opues­
tos; y sin embargo, en mucho de lo que Vd. escribe hoy sobre
cuestiones tan fundamentales, y tan características del tono
general del pensamiento, como el problema religioso, encuen­
tro interpretado lo que íntimamente siento y pienso. Así, por
ejemplo, jcon qué satisfacción de alma leí su penetrante Salmo
reconociendo en él la expresión perfecta y pura de un estado
de espíritu, de un género de fe, a que y o había procurado dar
forma en un fragmento de la última parte de " P r o t e o " , mi
obra inédita e inconclusa, que aun no sé cuándo podré revisar
y terminar!
L o último que he publicado en libro es "Libera- (Aquí
se interrumpe el borrador)
PSI C O G R A M A S
CARLOS VAZ FERREIRA

CRITICAR lo que otros, con buena intención, realizan, sin


decir, y bien concretamente, lo que se hubiera hecho en su
lugar, puede llegar hasta ser cobarde y, siempre, es vano.

Cuando perdemos la vanidad nos damos cuenta de que


hemos hecho con vanidad no sólo las cosas malas sino muchas
de las buenas.

Teorías y razonamientos m o r a l e s . . . Mientras un hombre


puede explicar o explicarse por qué es bueno, es que todavía
no es bueno del todo.

La intolerancia con que algunos quieren llevar las discu­


siones, hace pensar que si dos hombres coincidieran totalmen­
te, en todas sus opiniones sobre todo, uno de ellos sobraría;
y tal vez los d o s . . .

Hay ironías de las ciencias económicas. Por e j e m p l o : Pri­


varse de cosas necesarias, útiles o gratas para tener más di­
nero, en los individuos se llama avaricia; en las naciones, se
llama balanza favorable.
TEXTOS 247

De pensamientos para no ser pensados.


L o único que consuela de que el tiempo tenga que pasar
es que el tiempo tiene que pasar. ¿ Y si la vida no fuera más
que un insomnio de la muerte?

Recuerdo con respecto a hombres de aquella generación


de nuestros políticos románticos. Solían poner prosa en sus
versos; pero, ¡cuánta poesía solían poner en su acción!

Ejemplos de pensamientos para ser rotos. En las con­


versaciones de fin de vida la fe expulsa a la vanidad; pero el
fin más triste es cuando se pierde la vanidad sin poder adqui­
rir la fe.

De pensamientos para no ser escritos. Hubo en religión,


un hijo tan bueno que adoptó a un padre malo. Por eso los
Protestantes sofistican el V i e j o Testamento y los católicos lo
escamotean. ¿Qué será más deseable?

Las religiones occidentales son las únicas que ofrecen lo


que importa: la inmortalidad personal del y o y de los seres
queridos. Sólo que hace demasiado tiempo que ya no están
en escala con la ciencia ( h o y conocemos hasta nebulosas e x -
tragalácticas). Las religiones orientales con sus números algo
astronómicos y sus desmesurados fantasmas, estarían más en
escala. Pero esas no ofrecen nada.
248 NUMERO

Metafísica de la física moderna. " E l espectro del cuerpo


oscuro". Pero en ese espectro no habrá rayos en el verde? Se
entrevén, sí, pueden entreverse. Sólo que así c o m o la ciencia
físico-matemática moderna se ha esforzado cada vez más en
prescindir de la "representación física", ha de intentar la re­
ligiosidad un esfuerzo en el mismo sentido, aún más intenso:
esfuerzo éperdu ( ú n i c o ) que puede dar esperanza, pero que
puede darla.
LOS PRECURSORES
HORACIO QUIROGA

Y o SOY AHORA, che patrón, medio letrado, y de tanto hablar


con los cates y los compañeros de abajo, conozco muchas pa­
labras de la causa y m e hago entender en la castilla. Pero los
que hemos gateado hablando guaraní, ninguno de esos nunca
no podemos olvidarlo del todo, c o m o vas a verlo en seguida.
Fué entonces en Guavirómi, donde comenzamos el m o ­
vimiento obrero de los yerbales. Hace ya muchos años de esto,
y unos cuantos de los que formamos la guardia vieja —así no
más, patrón!— están hoy difuntos. Entonces ninguno no sa­
bíamos lo que era miseria del mensú, reivindicación de dere­
chos, proletariado del obraje, y tantas otras cosas que los guai­
ños dicen hoy de memoria. Fué en Guavirómi, pues, en el b o ­
liche del gringo Vansuite ( V a n S w i e t e n ) , que quedaba en la
picada nueva de Puerto Remanso al pueblo.
Cuando pienso en aquello, y o creo que sin el gringo V a n ­
suite no hubiéramos hecho nada, por más que él fuera gringo
y no mensú.
¿ A usted le importaría, patrón, meterte en las necesidades
de los peones y fiarnos porque sí? Es lo que te digo.
¡Ah! El gringo Vansuite no era mensú, pero sabía tirarse
macanudo de hacha y machete. Era de Holanda, de allaité, y en
los diez años que llevaba de criollo había probado diez oficios,
sin acertarle a ninguno. Parecía mismo que los erraba a p r o ­
pósito. Cinchaba c o m o un diablo en el trabajo, y en seguida
buscaba otra cosa. Nunca no había estado conchabado. Traba­
jaba duro, pero solo y sin patrón.
Cuando puso el boliche, la muchachada creímos que se
iba a fundir, porque por la picada nueva no pasaba ni un
gato. Ni de día ni de noche no vendía ni una rapadura. Sólo
cuando empezó el movimiento los muchachos le metimos de
firme al fiado, y en veinte días no le quedó ni una lata de
sardinas en el estanto.
250 NUMERO

¿Que cómo fué? Despacio, che patrón, y ahora te lo digo.


La cosa empezó entre el gringo Vansuite, el tuerto Malla-
ria, el turco Taruch, el gallego G r a c i á n . . . y opama. Te lo
digo de veras: ni uno más.
A Mallaria le decíamos tuerto porque tenía un o j o gran-
dote y medio saltón que miraba fijo. Era tuerto de balde,
porque veía bien con los dos ojos. Era trabajador y callado
c o m o él solo en la semana, y alborotador c o m o nadie cuando
andaba de vago los domingos. Paseaba siempre con uno o dos
hurones encima —irará, d e c i m o s — que más de una vez habían
ido a dar presos a la comisaría.
Taruch era un turco de color obscuro, grande y crespo
c o m o lapacho negro. Andaba siempre en la miseria y descalzo,
aunque en Guavirómi tenía dos hermanos con boliche. Era
un gringo buenazo, y bravo c o m o un yarará cuando hablaba
de los patrones.
Y falta el sacapiedra. El v i e j o Gracián era chiquito, bar­
budo, y llevaba el pelo blanco todo echado atrás como un
mono. Tenía mismo cara de mono. Antes había sido el pri­
mer albañil del pueblo; pero entonces no hacía sino andar duro
de caña de un lado para otro, con la misma camiseta blanca y
la misma bombacha negra tajeada, por donde le salían las
rodillas. En el boliche de Vansuite escuchaba a todos sin abrir
la boca; y sólo decía después: " G a n a s " , si le encontraba razón
al que había hablado, y "Pierdes", si le parecía mal.
D e estos cuatro hombres, pues, y entre caña y caña de n o ­
che, salió limpito el movimiento.
Poco a poco la voz corrió entre la muchachada, y primero
uno, después otro, empezamos a caer de noche al boliche, don­
de Mallaria y el turco gritaban contra los patrones, y el saca-
piedras decía sólo " G a n a s " y " P i e r d e s " .
Y o entendía ya medio - medio las cosas. Pero los chucaros
del Alto Paraná decían que sí con la cabeza, como si compren­
dieran, y les sudaban las manos de puro bárbaros.
Asimismo se alborotamos la muchachada, y entre uno que
quería ganar grande, y otro que quería trabajar poco, alzamos
como doscientos mensús de yerba para celebrar el primero de
mayo.
TEXTOS 251

¡Ah, las cosas macanudas que hicimos! Ahora a vos te


parece raro, patrón, que un bolichero fuera el jefe del m o v i ­
miento, y que los gritos de un tuerto medio borracho hayan
despertado la conciencia. Pero en aquel entonces los mucha­
chos estábamos c o m o borrachos con el primer trago de justi­
cia — ¡ c h a , qué iponaicito, patrón!
Celebramos, c o m o te digo, el primero de mayo. Desde quin­
ce días antes nos reuníamos todas las noches en el boliche a
cantar la Internacional.
¡Ah!, no todos. Algunos no hacían sino reírse, porque te­
nían vergüenza de cantar. Otros, más bárbaros, no abrían ni
siquiera la boca y miraban para los costados.
Así y todo aprendimos la canción. Y el primero de mayo,
con una lluvia que agujereaba la cara, salimos del boliche de
Vansuite en manifestación hasta el pueblo.
¿La letra, decís, patrón? Sólo unos cuantos la sabíamos,
y eso a los tirones. Taruch y el herrero Mallaria la habían c o ­
piado en la libreta de los mensualeros, y los que sabíamos leer
íbamos de a tres y de a cuatro apretados contra otro que lle­
vaba la libreta levantada. Los otros, los más cerreros, grita­
ban no sé qué.
¡Iponá esa manifestación, te digo, y como no veremos otra
igual! H o y sabemos más lo que queremos, hemos aprendido a
engañar grande y a que no nos engañen. A h o r a hacemos las
manifestaciones con secretarios, disciplina y milicos al frente.
Pero aquel día, burrotes y chucaros como éramos, teníamos una
buena fe y un entusiasmo que nunca más no veremos en el
monte, añamembuí!
Así íbamos en la primera manifestación obrera de Gua-
virómi. Y la lluvia caía que daba gusto. Todos seguíamos
cantando y chorreando agua al gringo Vansuite, que iba ade­
lante a caballo, llevando el trapo r o j o .
¡Era para ver la cara de los patrones al paso de nuestra
primera manifestación, y los ojos con que los bolicheros mi­
raban a su colega Vansuite, duro como un general a nuestro
frente! Dimos la vuelta al pueblo cantando siempre, y cuando
volvimos al boliche estábamos hechos sopa y embarrados hasta
las orejas por las costaladas.
252 NUMERO

Esa noche chupamos fuerte, y ahí mismo decidimos p e ­


dir un delegado a Posadas para que organizara el movimiento.
A la mañana siguiente mandamos a Mallaria al yerbal
donde trabajaba, a llevar nuestro pliego de condiciones. De
puro chambones que éramos, lo mandamos solo. Fué con un
pañuelo colorado liado por su pescuezo, y un hurón en el b o l ­
sillo, a solicitar de sus patrones la mejora inmediata de todo
el personal.
El tuerto contó a la vuelta que los patrones le habían
echado por su cara que pretendiera ponerles el pie encima.
—¡Madona! —había gritado el italiano. ¡Ma qué pie ni
qué nada! ¡Se trata de ideas, y no de hombres!
Esa misma tarde declaramos el boycott a la empresa.
Sí, ahora estoy leído, a pesar de la guaraní que siempre
me se atraviesa. Pero entonces casi ninguno no conocíamos
los términos de la reivindicación, y muchos creían que don
Boycott era el delegado que esperábamos de Posadas.
El delegado vino, por fin, justo cuando las empresas habían
echado a la muchachada, y nosotros nos comíamos la harina y
la grasa del boliche.
¡Que te gustaría a usted haber visto las primeras reuniones
que presidió el delegado! Los muchachos, ninguno no entendía
casi nada de lo que el más desgraciado caipira sabe hoy día
de memoria. Los más bárbaros creían que lo que iban ganan­
do con el movimiento era sacar siempre al fiado de los boliches.
Todos oíamos con la boca abierta la charla del delegado;
pero nada no decíamos. Algunos corajudos se acercaban des­
pués por la mesa y le decían en voz baja al caray: "Enton­
ces . . . Me mandó decir el otro mi h e r m a n o . . . que lo dis­
culpes grande porque no pudo v e n i r . . . "
Un otro, cuando el delegado acababa de convocar para el
sábado, lo llamaba aparte al hombre y le decía con misterio,
medio sudando: " E n t o n c e s . . ¿ Y o también es para venir?
¡Ah, los lindos tiempos, che patrón! El delegado estuvo
poco con nosotros, y dejó encargado del movimiento al gringo
Vansuite. El gringo pidió a Posadas más mercaderías, y nos­
otros caímos como langosta con las mujeres y los guaiños a
aprovistarnos.
TEXTOS 253

La cosa iba lindo: Paro en los yerbales, la muchachada


gorda mediante Vansuite, y la alegría en todas las caras por
la reivindicación obrera que había traído don Boycott.
¿Mucho tiempo? No, patrón. Mismo duró muy poco. Un
caté yerbatero fué bajado del caballo de un tiro, y nunca no se
supo quién lo había matado.
¡Y ahí, che amigo, la lluvia sobre el entusiasmo de los
muchachos! El pueblo se llenó de jueces, comisarios y milicos.
Se metió preso a una docena de mensús, se rebenqueó a otra,
y el resto de la muchachada se desbandó como urús por el
monte. Ninguno no iba más al boliche del gringo. De albo­
rotados que andaban con la manifestación del primero, no se
veía más a uno ni para remedio. Las empresas se aprovechaban
de la cosa, y no readmitían a ningún peón federado.
P o c o a poco, un día uno, después otro, los mensús fuimos
cayendo a los establecimientos. Proletariado, conciencia, rei­
vindicación, todo se lo había llevado A ñ a con el primer patrón
muerto. Sin mirar siquiera los cartelones que llenaban las
puertas aceptamos el bárbaro pliego de c o n d i c i o n e s . . . y
opama.
¿Que cuánto duró este estado, dice? Bastante tiempo.
Por más que el delegado de Posadas había vuelto a organizar-
nos, y la Federación tenía en el pueblo local propio, la mucha­
chada andábamos corridos, y como avergonzados del movimien­
to. Trabajábamos duro y peor que antes en los yerbales. Ma-
llaria y el turco Taruch estaban presos en Posadas. De los de
antes, sólo el viejo pica-piedra iba todas las noches al local de
la Federación a decir c o m o siempre " G a n a s " y "Pierdes".
¡Ah! El gringo Vansuite. Y ahora que pienso por su re­
cuerdo: Él es el único de los que hicieron el movimiento que
no lo vio resucitar. Cuando el alboroto por el patrón baleado,
el gringo Vansuite cerró el boliche. Mismo, no iba más nadie.
No le quedaba tampoco mercadería ni para la media provista
de un guaiño. Y te digo m á s : cerró las puertas y ventanas del
rancho. Estaba encerrado todo el día adentro, parado en medio
del cuarto con una pistola en la mano, dispuesto a matar al
254 NUMERO

primero que le golpeara la puerta. Así lo vio, según dicen, el


bugré Josecito, que lo espió por una rendija.
Pero es cierto que la guainada no quería por nada cortar
por la picada nueva, y el boliche atrancado del gringo parecía
al sol casa de difunto.
Y era cierto, patrón. Un día los guaiños corrieron la n o ­
ticia de que al pasar por el rancho de Vansuite habían sentido
mal olor.
La conversa llegó al pueblo, pensaron esto y aquello, y
la cosa fué que el comisario con los milicos hicieron saltar la
ventana del boliche, por donde vieron en el catre el cadáver
de Vansuite, que hedía mismo fuerte.
Dijeron que hacía por lo menos una semana que el gringo
se había matado con la pistola. Pero en lugar de matar a los
caipiras que iban a golpearle la puerta, se había matado él
mismo.
Y ahora, patrón: ¿qué m e dice? Y o creo que Vansuite ha­
bía sido siempre medio loco —tabuí, decimos. Parecía buscar
siempre un oficio, y creyó por fin que el suyo era reivindicar
a los mensús. Se equivocó también grande esa vez.
Y creo también otra cosa, patrón: Ni Vansuite, ni Malla-
ria, ni el turco, nunca no se figuraron que su obra podía alcan­
zar hasta la muerte de un patrón. Los muchachos de aquí no lo
mataron, te juro. Pero el balazo fué obra del movimiento,
y esta barbaridad el gringo no la había previsto cuando se puso
de nuestro lado.
Tampoco la muchachada no habíamos pensado encontrar
cadáveres donde buscábamos derechos. Y asustados, caímos
otra vez en el yugo.
Pero el gringo Vansuite no era mensú. La sacudida del
movimiento lo alcanzó de rebote en la cabeza, media tabuí,
c o m o te he dicho. Creyó que lo perseguían. . . Y opama.
Pero era gringo bueno y generoso. Sin él, que llevó el
primero el trapo r o j o al frente de los mensús, no hubiéramos
aprendido lo que hoy día sabemos, ni este que te habla no ha­
bría sabido contarte tu relato, che patrón.
SOBRE LA CREACIÓN Y LA MUERTE
HORACIO QUIROGA

¡Qué perra cosa tornar con letanías económicas después


de 18 años de tranquilidad que uno creía definitiva! Escribo
siempre que puedo, con náusea al comenzar, y satisfacción al
concluir.

(Carta a Asdrúbal E. Delgado, [San Ignacio,


Misiones], Octubre 23 [de 1935].)

No puedo dejar de conocer de memoria todos los cuentos


de Kipling y menos ciertamente Al borde del abismo, así tra­
ducido en francés. Y entre otros motivos, por aquel extraor­
dinario final, cuando el protagonista fué enterrado bajo 18'
de agua, él que había protestado de que ya hubiera 12 — K i ­
pling entero.
V a y a por el último asociado de Kipling-Maupassant-Poe.
Sin género de duda provengo de estos hombres, pero mucho
más del primero. C o m o V d . anota y sabe, hay muchos pun­
tos de feliz contacto en el m o d o de entender el arte — p r i m e ­
r o — , y los recursos artísticos, luego. También como Kipling,
creo que el hombre de acción ocupa en mi ser un lugar tan
importante c o m o el escritor. En Kipling la acción fué política
y turística. En mí, de pioner agrícola. Esto explica que, cum­
plida a mi m o d o de sentir mi actividad artística, resucite m u y
briosa mi vocación agreste.
Y sobre esto de la conclusión de mi jornada: Vd. sabe
que y o sería capaz, de quererlo, de compaginar relatos como
256 NUMERO

algunos de los que he escrito, 190 y tantos. N o es, pues, de­


cadencia intelectual ni pérdida de facultad lo que m e enmu­
dece. No, es la violencia primitiva de hacer, construir, m e ­
jorar y adornar mi habitat lo que se ha impuesto al cultivo
artístico — ¡ a y ! — un poco artificial. Hemos dado — h e d a d o —
mucho y demasiado a la factura de cuentos y demás. Hay en
el hombre muchas otras actividades que merecen capital aten­
ción. Para mí, mi vida actual. Por esto, m u y difícilmente ha­
ría cine. Mi impresión sobre todo ello es semejante a la de
un hombre ya serio que no comprende la preocupación de los
mozalbetes de vestir bien, de adquirir butacas en el Colón, etc.
¿Cuestión de edad? Tal vez. Pero de cualquier modo los pre­
cedentes celebérrimos abundan. No es tampoco cuestión de
renuncia; sí de una visión nueva, de una tierra de promisión
para quien dejó muchas lanas en la senda artística, y su obra
cumplida en mares de sangre a veces.
Hay además una candida crueldad en exigir de un escri­
tor lo que éste no quiere o no puede dar. ¿Cree V d . que la
obra de Poe no es total, e id. la de Maupassant, a pesar de
la temprana muerte de ambos? ¿ Y el silencio en plena
juventud y éxito, de Rossini? ¿ C ó m o y por qué exigir más?
No existe en arte más que el hecho consumado. Tal las obras
de los tres precitados. ¿Con qué derecho exigiremos quién
sabe qué torturas sin nombre de quien murió o calló, so pre­
texto de que pudo haber escrito todavía un verso para nues­
tro regocijo? M e refiero a los que cumplieron su obra: tal
Heine a los 24 años. Podía haber desaparecido en ese ins­
tante — ¿ n o cree V d . ? — sin que el arte tuviera que llorar.
Morir y callar a tiempo es en aquella actividad un don del
cielo. Si hace 20 años Kipling (tenía 50 entonces) hubiera
dejado la pluma, nada se hubiera perdido.

(Carta a Julio E. Payró. [San Ignacio, Misio­


n e s ] , A b r i l 4 [de 1935].)
TEXTOS 257

Hablemos ahora de la muerte. Y o fui o me sentía creador


en mi juventud y madurez, al punto de temer exclusivamente
a la muerte, si prematura. Quería hacer mi obra. Los afectos
de familia no [colmaban] la cuarta parte de aquella ansia. Sabía
y sé que para el porvenir de una mujer o una criatura, la exis­
tencia del marido o padre no es indispensable. No hay quien
no salga del paso, si su destino es ese. El único que no sale
del paso es el creador, cuando la muerte lo siega verde. Cuando
consideré que había cumplido mi obra — e s decir, que había
dado ya de mí todo lo más fuerte—, comencé a ver la muerte
de otro modo. Algunos dolores, ingratitudes, desengaños, acen­
tuaron esa visión. Y hoy no temo a la muerte, amigo, porque
ella significa descanso. That is the question. Esperanza de
olvidar dolores, aplacar ingratitudes, purificarse de desenga­
ños. Borrar las heces de la vida ya demasiado vivida, infan-
tilizarse de nuevo; más todavía: retornar al no ser primitivo,
antes de la gestación y de toda existencia: todo esto es lo que
nos ofrece la muerte con su descanso sin pesadillas. ¿ Y si
reaparecemos en un fosfato, en un brote, en el haz de un
prisma? Tanto mejor, entonces. Pero el asunto capital es la
certeza, la seguridad incontrastable de que hay un talismán
para el mucho vivir o el mucho sufrir o la constante desespe­
ranza. Y él es el infinitamente dulce descanso del sueño a que
llaman muerte. Y o siempre sentí (aun desde m u y p e q u e ñ o ) ,
que la mayor tortura que se puede infligir a un ser humano
es el vivir eternamente, sin tregua ni descanso ( A h a s v e r u s ) .
¿Se da cuenta V d . de un sobrevivir de mil años, con las m e z ­
quindades de sus jefes, de sus amigos a cuestas? ¡Ah, no!
La esperanza del vivir para un joven árbol es de idéntica esen­
cia a su espera del morir cuando ya dio sus frutos. Ambas son
radios diametrales de la misma esfera.

(Carta a Ezequiel Martínez Estrada. [San Ig­


nacio, Misiones], Abril 29 [de 1936].)
258 NUMERO

Más conforme al final con mi situación ante la muerte y a


comentada en mi carta anterior, sólo veré mañana o pasado
en el sueño profundo que nos ofrezca la naturaleza, su apaci­
bilísimo descansar. No creamos, sin embargo, que este senti­
miento es derrotista en mí. He de morir regando mis plantas,
s

y plantando el mismo día de morir. No hago más que inte­


grarme en la naturaleza, con sus leyes y armonías oscurísimas
aun para nosotros, pero existentes.

(Carta a Ezequiel Martínez Estrada. [San Igna­


cio, Misiones], Mayo 21 [de 1936].)

Querido Julio. Para que afloje de uno y otro lado la cuerda,


esta vez es V d . quien está en deuda epistolar. No le reprocho
ni lo urjo, sabe Dios. Los amigos se diferencian de los que
no lo son, en que los primeros escriben cuando es necesario
—tal los artistas en su obra—. Y sobre esto de escribir:
¿siente V d . — V d s . — un poco menos el deseo de estrujarme
para que cuente aún? Sin embargo, y de acuerdo con lo ante­
rior, m e hallo desde hace un tiempo con ganas de empezar
alguna vez un libro, el libro de mi vida, en fragmentos. Segu­
ramente influencia de Munthe. Y más seguramente, influen­
cia de la edad. A la mía, se evoca con gran dulzura el pasado.
Allá veremos.

(Carta a Julio E. Payró. [San Ignacio, Misio­


n e s ] , Junio 5 [de 1936].)

Sobre el asunto muerte, querido Estrada, y o creo que lo


que pasa es que V d . y y o estamos colocados en dos puntos de
vista: V d . en la plena madurez-juventud de la vida, y y o en
la madurez-declinación de la misma. Naturalmente, V d . mira
TEXTOS 259

con desconfianza un hecho que para V d . es aún prematuro.


Y o , n o ; de aquí mi conformidad y hasta — ¿ q u é q u i e r e ? — cu­
riosidad un poco romántica por el fantástico viaje.

(Carta a Ezequiel Martínez Estrada. [San Ig­


nacio, Misiones], Junio, domingo (creo que
14) [de 1936].)

Bien, querido compañero. Pero no tan bien sus líneas fi­


nales: " H a y cosas que hacer todavía. ¡Escriba, no se aban­
done!"
Ni por pienso. Podría objetarle que por lo mismo que
hay mucho que hacer — ¡ y tanto!— no tengo tiempo de escri­
bir. Lejos de abandonarme, estoy creando como bueno una
linda parcela que huele a trabajo y alegría como a jazmines.
¿Qué es eso de abandonar mi vida o mi ser interior porque
no escribo, Estrada? Y o escribí mucho. Estoy leyendo ahora
una enciclopedia agrícola de 1836 — u n siglo justo—, por
donde saco que m u y poco hemos adelantado en la materia.
Tal vez escriba aún, pero no por ceder a deber alguno, sino
por inclinación a beber en una u otra fuente. M e siento tan
bien y digno escardando como contando. Y o estoy libre de
todo prejuicio, créame. Y Vd., hermano menor, tiene aún la
punta de las alas trabadas por un deber intelectual, cualquiera
que fuere. ¿No es así? Piense en esto para comprenderme:
Y o le llevo fácilmente 15 ó 17 años. ¿No cree que es y supone
algo este handicap en la vida? V d . está subiendo todavía, y
arrastra las cadenas. Y o bajo ya, pero liviano de cuerpo.
Ojalá no m e entienda mal, amigo, y asegúremelo así.

(Carta a Ezequiel Martínez Estrada. [San Ig­


nacio, Misiones], Junio 22 [de 1936].)
260 NUMERO

Se ha dicho que y o m e abandoné. ¡Qué absurdo! L o que


hay es que no quiero hablar media palabra de arte con quien
no me comprende. V d . lo sabe por V d . mismo.

(Carta a Ezequiel Martínez Estrada. [San Ig­


nacio, Misiones], Julio 2 8 - A g o s t o 1«? [de
1936].)

Escribir en " L a Prensa": A n d o madurando dos o tres t e ­


mas experimentales, como Vd. dice muy bien. Más que se­
guro que, urgido por la necesidad, m e decido en estos días a
ponerle mano. Y a propósito: valdría la pena exponer un día
esta peculiaridad mía (desorden) de no escribir sino incitado
por la economía. Desde los 29 ó 30 años soy así. Hay quien
lo hace por natural descargo, quien por vanidad; y o escribo
por motivos inferiores, bien se ve. Pero lo curioso es que
escribiera y o por lo que fuere, mi prosa sería siempre la misma.
Es cuestión entonces de palanca inicial o conmutador inter­
calado por allí: misterios vitales de la producción, que nunca
se aclararán.

(Carta a Ezequiel Martínez Estrada. [San Ig­


nacio, Misiones], Agosto 26 [de 1936].)
C R Ó N I C A
No SE HA TRAZADO aún la historia literaria de esta genera­
ción. Los trabajos que aquí se recogen pretenden aportar una
contribución a esa historia. Queda mucho por explorar y el
lector informado sabrá completar las omisiones flagrantes que
aquí se enumeran: la de los cenáculos —desde el juglaresco tu­
multo del Consistorio hasta la fabulosa Torre—; la de algunas
polémicas, más o menos doctrinarias: sobre la novela nueva, en
que intervinieron Clarín y Valera, Rodó y Reyles; la que se
liquidó en Liberalismo y Jacobinismo; sobre la inquisición po­
licial del plagio en que se vieron enredados Lugones y Herrera
y Reissig, por iniciativa de César Miranda y Pérez Petit; tam­
bién sabrá relevar el lector la omisión de la obra realizada por
otras revistas significativas y por esforzados editores.
JOSÉ ENRIQUE ETCHEVERRY

LA «REVISTA NACIONAL»
( 1 8 9 5 - 18 9 7 )

La consideración de la Revista Nacional de Literatura y Cien-


cias Sociales dentro de una publicación dedicada a la literatura del
novecientos puede juzgarse, a primera vista, improcedente. Los lí­
mites cronológicos de la revista (1895-1897) parecen colocarla fuera
de la época considerada. Su contenido, el conjunto de las colabora­
ciones que reúne y de los escritores que aportaron su concurso, no
permitiría adjudicarle, por lo menos en sentido total, una filiación
novecentista o modernista. 1

Relegando para el final la consideración de este segundo pro­


blema, cabe recordar, en cuanto al primero, el valor meramente
aproximativo de las fechas, su naturaleza simplemente instrumental,
su intrínseca relatividad y provisionalidad, con relación a los movi­
mientos literarios, formas particulares de los movimientos más am­
plios de la cultura y de la historia. La dimensión cronológica no
determina realidades que la superan y rebasan; sólo si garantiza, y
en un sentido casi didáctico, su más firme comprensión, su inteligi­
bilidad más acabada. El modernismo hispanoamericano, el novecen-

1. Conviene fijar, desde el comienzo, el valor que BC a s i g n a en el preBente estudio


a los rótuloB, imprecisos en sí, de modernismo y novecentismo. Federico de Onís, en
la Introducción a la Antología de la poesía española c hispanoamericana (1882-1932),
Madrid, 1934, da del Modernismo la Biguicnte definición, extraordinariamente amplia:
" E l modernismo CB la forma hispánica de la crisis universal de las letraB y del espí­
ritu que inicia hacia 1885 la disolución del siglo X I X y que se habría de manifestar
en el arte, la ciencia, la religión, la política y gradualmente en los demás aspcctoB
de la vida entera, con todos los caracteres, por lo tanto, de un hondo cambio histórico
cuyo proceso continúa hoy." (Pág. X V . ) En cfltnB páginas preferimos identificar al
Modernismo con aquella parte especial del mismo que Rubén Darío capitaneara y q u e
Rodó y Clarín denominaban decadentismo azul o candoroso (ver nota 33). Aunque, acla-
remoB, no todo el Modernismo se agote en la manera rubendariana.
La definición de De Onís, que reputamos certera, nos parece mejor aplicarla al
novecentismo. Éste, con relación al modernismo, es una calificación de mayor capacidad.
Dentro del novecentismo es lícito y procedente incluir al modernismo. Pero hay un
dilatado espacio del primero que no se colma con elementos del modernismo literario.
Por ejemplo: el movimiento americanista, fruto genuino, en BU foi'mulación intelectual,
del novecientos, sólo si por descuido puede involucrarse en el modernismo que tiende,
en la consideración de la crítica contemporánea, a restringir BUB fronteras y BU contenido.
El modernismo —corriente acrática e individualista— rechazaría la calidad gregaria, los
aglutinantes ideológicos que parecen ser características de la tendencia americanista.
264 NUMERO

tismo uruguayo, no eluden estas puntualizaciones. Y si ambos cul­


minan o dan sus frutos más genuinos en los primeros años del siglo
veinte — e l solo nombre de novecentismo ya impone una compro­
bación de índole temporal— ambos encuentran su raigambre y, aún,
producen obras memorables, en las postrimerías del siglo anterior.
La Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales surgida
y desaparecida antes de la alborada del siglo nuevo, merece, no obs­
tante, ser considerada una publicación del novecientos. A demos­
trarlo están dirigidas estas páginas.

II

Los orígenes de la Revista Nacional han sido relatados por


Víctor Pérez Petit en el libro Rodó. Su vida. Su obra. (Montevideo,
1937). Señala el autor, en primer término, que el surgimiento de
la revista respondió a la evolución de una idea más ambiciosa con­
cebida por José Enrique Rodó, los hermanos Martínez Vigil, Félix
Bayley y Eduardo Pueyo: la de fundar una Academia Nacional cuyo
fin fuera velar por el idioma. Pero " . . . los incipientes académicos
descubrieron ser más práctico fundar una revista l i t e r a r i a . . . " ; . .la
nueva generación tenía necesidad de una revista propia, que fuera
libre palenque de las especulaciones espirituales." (Op. cit., pág. 6 6 ) .
Recuerda, también, su ingreso en el grupo directivo de la publica­
ción —en el que figuraban Rodó y los Martínez Vigil, habiéndose
apartado las otras dos personas mencionadas— luego de los infruc­
tuosos intentos para obtener el concurso de Benjamín Fernández y
Medina. Y continúa: "En frecuentes entrevistas, celebradas ora en
la casa de Martínez Vigil, ora en la redacción de Montevideo Noti-
cioso, que dirigía J. A. Zubillaga, quedamos todos de acuerdo. Y o
también había tenido el propósito, más de una vez, de fundar una
revista ( . . . ) Pero, la falta de editor, había dado siempre al traste
con todos mis deseos. Juzgúese, pues, si recogería con entusiasmo la
idea de aquellos compañeros. Sin más rodeos ni embajes, discutimos
el formato de la publicación, el nombre que le pondríamos, el tipo
en que sería impresa, la elección de materiales, etc." (Op. cit., pág.
6 8 ) . Extiende después, en varias páginas, datos para una historia
pintoresca de la revista que ilustra con profusión de anécdotas, el
relato de las dificultades que hubieron de vencer para mantener su
continuidad, la acogida que le dispensó la prensa, el éxito alcan­
zado, etc.
Publicación de jóvenes, la Revista fué el medio apto para dar
cauce y salida a entusiasmos literarios, a energías nuevas necesitadas
REVISTA NACIONAL 265

de un objeto digno al que aplicarse. Sin embargo, las directivas que


desde un principio le fueron impuestas, la línea temática adoptada, la
seriedad y el cuidado en la elección de los colaboradores, evitaron
lo que ha sido y sigue siendo carácter predominante en esta clase
de publicaciones: la exuberancia adolescente privada de rigor, la
inseguridad propia de los primeros pasos. Alcanzó desde su naci­
miento una rara madurez; la mantuvo, con infrecuentes altibajos, a
lo largo de toda su existencia.

El 5 de marzo de 1895 apareció el primer número de la Re-


vista. Dejó de aparecer con el № 60 correspondiente al 25 de
2

noviembre de 1897. Expone la Redacción al final del número men­


cionado: "Desde el número próximo la REVISTA NACIONAL modifica
sus condiciones materiales y aparecerá en la forma adoptada umver­
salmente por las principales publicaciones de su índole. Su publica­
ción será mensual y cada número constituirá un opúsculo de 64
páginas del formato de la Revue de Deux Mondes y de La España
Moderna. El presente número cierra, pues, el tomo tercero de la
publicación, cuyo índice y portada serán repartidos á los suscritores
conjuntamente con el próximo número de la REVISTA. Nuestros fa­
vorecedores sabrán seguramente apreciar la importancia de esta
mejora, que pone de manifiesto nuestro constante afán de hacerla
cada día más digna del crédito de que goza dentro y fuera de la
República.' (Tomo III, pág. 192.)
,

Pese a esa voluntad de prosecución esta vez el cese de la


revista fué definitivo. Sus causas podemos rastrearlas en dos fuen­
tes: el libro mencionado de Víctor Pérez Petit; el epistolario de
José Enrique Rodó.
Dice Víctor Pérez Petit: " L a guerra que había azotado al país
durante el año 1897, contra el Presidente Idiarte Borda; la fatiga

2. Las entregas se fueron sucediendo quincenalmente —los días 5 y 20 hasta el


N9 8; los días 10 y 25 del N9 9 en adelante—; se interrumpió su aparición en dos
ocasiones: marzo de 189G. abril y mayo de 1897 (antes de comenzar los tomos segundo
y tercero respectivamente y con el fin de regularizar las fechas adaptándolas a la reali­
dad de laB entregas, según se aclara en las doB oportunidades: ver Tomo I, pág. 394
y Tomo II, pág. 384). LOB números, scBenta en total, BC distribuyen en tres tomos
(Tomo I: Non. 1-24; 5/III/895 a 25/11/896. Tomo II: Nos. 25-48; 10/IV/89G a
25/111/897. Tomo III: Non. 49-G0: 10/VI/897 a 25/XI/897). Los tres tomos reúnen, res­
pectivamente, 394, 384 y 192 páginas. La Revista publicó dos índices alfabéticos de
autores correspondientes a los dos primeros tomos. Las entregas, en general, totalizaban
16 páginas. Sólo hay dos excepciones: el N9 2, 20 de marzo de 1895 —18 páginas—; el
N9 24, 25 de febrero de 1896 —24 páginas—. El texto de cada página, .en octavo, apa­
rece a tres columnas. Los cuatro primeros números fueron impresoB en Tipografía y
Encuademación L'Utilc; los números 5 a 9 en Establecimiento Tipográfico L ' " l t a l i a " ; los
restantes, en Tipo-Lito Oriental de Peña Hnos.
266 NUMERO

mental que tres años de esfuerzos y preocupaciones continuos nos


había propiciado; la necesidad de ejercer nuestra acción en otro te­
rreno —otras más pequeñas causas aún—, nos condujeron a hacer
cesar la Revista Nacional con el número 60, aparecido el 25 de
Noviembre de 1897." (Op. cit., págs. 136-137.)
Estas causas aparecen expuestas de modo más explícito en
cartas de José Enrique Rodó. El motivo político, la guerra civil de
a

1897, ya había suscitado amargas confidencias del escritor a Juan


Francisco Piquet: "¿Quién se acuerda de nuestra querida literatura
en días como los que pasan? La existencia de la Revista significa
ahora un esfuerzo casi heroico de nuestra voluntad! ¿Quién escribe?
¿quién fee? El frío de la indiferencia ha llegado a la temperatura
del hielo, para estas cosas." (Fechada: marzo 28 de 1897.) Y en
una importante carta al mismo destinatario, de 21 de abril de 1897:
" L a «Revista» puede decirse que aparece para ser leída y circular
en el extranjero. De allí vienen ahora los testimonios de estima y
las muestras de que se la lee. Si no fuera por eso y por que nuestra
voluntad empecinada no se resigna á arriar el pabellón, hubiéramos
abierto un paréntesis en su vida. Pero tenemos la convicción de
que hacemos una obra buena, patriótica y de que algo de lo que
suena la Revista por esos mundos se traduce en crédito para el país,
aunque ese crédito no se cotize (sic) en el mercado de Londres.
Leopoldo Alas dice de la Revista en que se refleja el movimiento
literario del país «que es una excepción honrosa en América». Ma­
riano de Cavia, en El Liberal, comentando la batalla de 3 Árboles,
habla con orgullo de raza del valor de nuestros soldados, por des­
gracia empleado en depedazarse entre sí!—Problema: ¿cuál de los
dos juicios honra más á la República? — No se lo pregunte Ud. á
nadie, pero dígame ¿no vale eso la pena de meditarse bien?". Otro

3. El lector encontrará, en las paginas que siguen, mencionado con abundancia


el nombre de JOBO Enrique Rodó; también, transcripciones frecuentes de trozos de BU
epistolario. Esa reiteración obedece a tres razones fundamentales: 1) Si bien no creemos
que la Revista Nacional sea exclusivamente José Enrique Rodó, no vacilamos en afirmar
que es Rodó BU escritor más importante. Porque si bien encontramos en el índice de
la publicación autores que se le equiparan —Rubén Darío por ejemplo— el aporto de los
mismos a la Revista de ningún modo iguala, en cantidad y calidad, al del crítico uru­
guayo. Y aunque no se trate de establecer paralelos antipáticos entre Rodó y sus amigos
—los co-redactores de la Revista— no es posible asignar a ninguno de ellos una signi­
ficación superior. 2) Como se destaca en el texto, consideramos que la tendencia his-
panoamcricanista de la publicación, su aspecto más trascendente, le fué impuesto, en
grado principalísimo, por José Enrique Rodó. ÍJ) Hemos tenido acceso, unidamente, a l
Archivo de Rodó existente en la Biblioteca Nacional de Montevideo. De él proceden la
totalidad de laB cartas que, en forma fragmentaria, transcribimos en el presente estudio
o aquellas a las que remitimos en las notas. La consulta de los papeles que pertenecieran
a los tres redactores restantes podrá aportar elementos de valor para el esclarecimiento
de algunos aspectos de la Revista.
REVISTA NACIONAL 267

motivo del mismo carácter (al que se refiere oscuramente Pérez Petit
cuando habla de "la necesidad de ejecutar nuestra acción en otro
terreno") fué el ingreso de Rodó, Carlos Martínez Vigil y el propio
Pérez Petit en la redacción de El Orden, diario de índole política
surgido a raíz de los sucesos que culminaron con el asesinato del
presidente Idiarte Borda. En varias cartas Rodó se refiere a este
hecho. Recogemos, por ser el más ilustrativo, un trozo de la que
dirigiera, con fecha 15 de marzo de 1898, a Andrés Mata (que inte­
resa, además, porque refrenda esa voluntad de prosecución que se
reflejaba en el suelto transcripto, y a la que dedicaremos en seguida
algunas líneas): "Exigencias de la lucha política, que á todos nos
arrastró al terreno de la propaganda y la controversia, nos obligaron
á abandonar la Revista por algún tiempo para consagrarnos en
cuerpo y alma á la prensa diaria. Pero restablecida la tranquilidad,
la Revista volverá á labrar su surco dentro de breve tiempo."
A estos motivos políticos debe sumarse un motivo económico.
Leemos, en carta de Rodó a Leopoldo Díaz fechada el 10 de junio
de 1898: "Por una transición muy fácil me lleva este orden de con­
sideraciones á hablarle de la Rev. Nacional, por la que Ud. me pre­
gunta. La Revista no ha desaparecido definitivamente, pero su re­
aparición no es tampoco cosa segura: depende del éxito de gestiones
que hemos iniciado para garantir su vida mediante una suscripción
del Estado á cierto n9 de ejemplares. Sin eso, nuestra convicción
adquirida es la de que su resurrección sería p£ muy poco tiempo.
Vea Ud. lo que ha pasado con La Biblioteca de Groussac y lo que
pasa con todas las revistas, buenas y malas, que despliegan el vuelo
en nuestra América para caer al poco trecho como heridas por una
perdigonada certera. Si El Cojo Ilustrado vive prósperamente en
Caracas es casi seguro que lo deba á la protección ilustrada del go­
bierno. Pero los gobiernos de América tienen poco de atenienses; no
abundan los que se den cuenta de la significación real de las letras
en una sociedad civilizada." Que el panorama económico de la
•Revista'no era muy halagüeño lo prueba, además, el hecho de que
años después de su desaparición aún recibía José Enrique Rodó
conminaciones de pago por parte de los imprenteros de un saldo que
todavía por entonces estaba pendiente. *
Por último, y ya en el campo personal de los redactores, cabe
señalar una causa particular a José Enrique Rodó: su designación
para llenar la cátedra de Literatura en la Universidad de la Re­
pública. 5
Esta tarea ocupó su tiempo en grado importante, según

4. Ver cartas do A. Peña, por la Tipo Litografía Oriental, a José Enrique Rodó,
de 10 de octubre de 1900, 30 de abril de 1901 y 22 de febrero de 1902.
5. El nombramiento de Rodó para dicho cargo es de fecha 9 de mayo de 1898.
268 NUMERO

surge de una carta del escritor a Juan Francisco Piquet: " M e tiene
usted muy atareado con mi designación p^ ocupar la cátedra de
Lit9- de la Universidad, vacante como Ud. sabrá por renuncia del
Dr. Blixén. En el próximo junio me haré cargo de la cátedra." (Fe­
chada: Mayo 19 [1898]).
Sin embargo, la interrupción que se decretó con el № 60, de
la que da cuenta el suelto indicado, no fué considerada en ningún
momento definitiva. Meses antes, y frente a rumores de que la
Revista dejaría de aparecer, Rodó escribía a Piquet estas palabras
optimistas: "La «Revista» no ha muerto, ni piensa en morirse. Tiene
algo de ave de tormenta: cuanto peores y más borrascosos son los
tiempos se siente más llena de bríos y de orgullo. Si se reprodujera
el Diiuvio universal ese mismo día saldría del tamaño de «Ei Sigio»."
(Fechada: 4 de enero de 1897.) Aun después del 25 de noviembre
de 1897, Rodó hablaba del carácter temporario de la suspensión,
alegando como motivo el cambio de formato, señalando una época
más o menos precisa para su resurgimiento, pidiendo colaboraciones,
o afirmando que determinado articulo habría de aparecer en el
próximo número. Todavía, en junio de 1898 Rodó emplea el mismo
ü

tono de seguridad, aunque ya lo atempera con un "acaso": "Esa


idea de unidad intelectual americana íué una de las inspiraciones
que nos estimularon en la dirección de la «Rev. Nac.»—periódico
que fundé con distinguidos compañeros y cuya reaparición no se
hará esperar acaso mucho tiempo." (En carta a Baldomero Sanín
Cano de 19 de junio de 1898.) En el mismo sentido, el trozo arriba
transcripto de la carta a Leopoldo Díaz (10 de junio de 1898).
El proyecto de hacer resurgir la Revista Nacional fué mante­
nido durante algún tiempo en especial por José Enrique Rodó y
Víctor Pérez Petit. "Con Rodó, en efecto, hablamos de dar a luz
una revista mensual de 64 u 80 páginas de texto, según el formato
de la Revue de Deux-Mondes o La Lectura. Pero el temor de que
fueran a creer las gentes que habían surgido desinteligencias con
los otros dos compañeros de la Revista, hizo desistir a Rodó de sus
propósitos. Por dos o tres veces, más tarde, me volvió a hablar de
la posibilidad de resucitar la publicación; pero, ya habíamos dejado
de ser muchachos. . . " (V. P. P., op. cit., pág. 137.) Para el autor de
Ariel siempre fué una idea entrañable la publicación de una revista
americana que significara el agora intelectual de las nuevas genera­
ciones y el instrumento más adecuado para lograr la confraternidad

6, Cartas a Leopoldo Díaz (23 de enero y 10 de marzo de 1808), a Andrés J,


Montolíú (8 de febrero de 1898), a Fruncisco García CisncroB (8 de febrero de 1898), a
J. M. Herrera e Irisoyen (abril de 1898). a Ricardo Jaimes Frcyre (2 de abril de 1898).
REVISTA NACIONAL 269

literaria y cultural del Continente. La Revista Nacional pudo haber


7

llenado ese papel. Desaparecida ella se perdió una oportunidad in­


mejorable de hacer del Uruguay, de una revista uruguaya, el centro
de gravedad del movimiento; la repercusión que alcanzara la Revista,
las vinculaciones que ya había logrado, permiten sostenerlo. Alguna
tentativa aislada, algún tímido principio de realización, no llegaron,
después, a dar los frutos deseados.

III

En el primer número de la Revista Nacional se publicó un


Programa, el constante y por lo general prescindible programa de
esta clase de publicaciones con el que los redactores buscan iluminar
la ruta que habrían de recorrer.
Se le asigna allí, como finalidad primaria y primordial, la de
dotar a la nueva generación de una revista "que fuera su expresión
genuina en cuanto atañe a los elevados ideales que persigue en ma­
teria científica y literaria, y que no tuviese atingencia con el carác­
ter distintivo de las hojas diarias de publicidad, las cuales, por el
propio ministerio para que han sido fundadas, prestan más atención
al teje maneje de la política y á las informaciones del noticierismo
sensacional, que á los trabajos de la abstrusa ciencia ó de las letras
'humanas." En tal sentido, la Revista habría de representar, para
la generación del momento, el mismo papel que para las anteriores
significaron El Iniciador, La Revista del Plata, La Bandera Radical,
Anales del Ateneo y la Revista de la Sociedad Universitaria. Con
cierta severidad se enjuicia la realidad intelectual uruguaya; la Re-
vista Nacional estaría destinada " a sacudir el marasmo en que yacen
por el momento las fuerzas vivas" de esa misma intelectualidad.
El Pro grama no es, por cierto, ejemplo de originalidad. Plan­
tea, en general, la situación literaria en que ha de desarrollarse y
actuar. Recorre algunos nombres conocidos. Impone normas y con­
diciones para los trabajos que publicaría en sus columnas. De ningún
modo se enfrenta al verdadero problema del momento, a sus nece­
sidades; ni propone soluciones, aquellas por las que la Revista habría
de luchar. Se recoge la impresión de que los redactores sólo apor­
taban a la empresa su entusiasmo y su devoción por la literatura.

7. Rafael Alberto Arrícta, refiriendo una entrevista mantenida con Rodó "un año
antes de BU muerte", dice: " H a b l a m o s . . . Habló el maestro, de arte, de letras y hombreB,
de un vasto plan de revista latinoamericana que no llegó a realizar." (En Ariel Corpóreo
—Letras extranjeras— "Una hora con José Enrique Rodó". Editorial "Buenos Airea",
1026, páff. 163,)
270 NUMERO

Se echa de menos una ideología rectora, una declaración de princi­


pios, un principio eje a partir del cual la Revista desenvolviera su
acción. Sólo si al final del Programa, y luego de prestigiar, con algu­
na cursilería, las virtudes del trabajo, se estampa un lema —labo-
remus— cuya vaguedad y amplitud lo hacen intrascendente.
Esta misma indeterminación en sus propósitos permite desde
ya señalar una característica de la Revista que creemos fundamental.
No fué una publicación de círculo o escuela literaria, generalmente
aglutinadas en virtud de un principio o de una fórmula. Careció,
quiso carecer seguramente, de una actitud polémica aún en el menos
comprometedor campo del arte literario. Fijó desde un principio,
y a través del recuerdo de algunos nombres de la generación ante­
rior, su voluntad de no romper bruscamente con el pasado, de no
aspirar a gestos iconoclastas. De donde se deriva una contradicción
más aparente que real: la Revista Nacional, revista de jóvenes, que
quiso ser tribuna de la juventud, no fué una revista juvenil. Careció,
para serlo, de la exageración en el entusiasmo y en el repudio. Se
le podría catalogar, primariamente, como una revista de transición. 8

Sin embargo no siempre careció la Revista Nacional de esa


idea rectora que se echa de menos en sus comienzos. Y es la asun­
ción a la misma lo que le confiere su actual importancia, su indu­
dable permanencia. La idea americanista o, mejor, hispanoamerica-
nista, llegó a constituir, efectivamente, su principio eje. Y así, una
revista que sólo aspiraba a ser, al iniciarse, expresión y voz de la
joven intelectualidad uruguaya, pasó a constituir, por la voluntad
consciente de sus redactores y por la acogida que en América se le
dispensó, el órgano de la nueva generación americana.
Pueden encontrarse en la misma Revista y en el epistolario
de José Enrique Rodó las pruebas de esta ascensión al americanismo.
Y hasta puede señalarse con una fecha el momento inicial de ese
cambio de rumbo. En el № 26 correspondiente al día 25 de abril
de 1896, se publica una carta de José Enrique Rodó a Manuel B.
Ugarte, director de la Revista Literaria de Buenos Aires, fechada
el 19 de abril del mismo año. Es útil reproducir, sin comentarios
0

8. "Libro de exclusivismos odiosos y de parcialidades censurables, la REVISTA


NACIONAL ha permanecido fiel a su propósito de atraer á sus páginas todo lo que
represente una fuerza moral ó intelectual enderezada al bien, a la verdad y á la belleza.
Los viejos y los jóvenes, los veteranos y reclutas del pensamiento han fraternizado bajo
la sombra de la bandera desplegada por la REVISTA en la obra meritoria de mantener
vivo el entusiasmo por las bellas letras y en la de pugnar briosamente por el triunfo
de las aspiraciones de que esa misma bandera es simbólica expresión." (Fragmento del
primer Suelto correspondiente al N9 24 —final del primer tomo— pág. 304.)
9. El N9 26 es el segundo de IOB del tomo segundo. Merece destacarse este hecho.
El primer tomo de la Revista obedece al rumbo inicial, el nacionalista; ya desde el
principio del segundo la nueva tendencia —la hispanoamericaniata— se impone.
REVISTA NACIONAL 271

algunos párrafos de esta importante carta, suficientemente ilustrativos


por sí mismos: "Aludo al sello que podemos llamar de internacigna-
lidad americana, impreso por V. á esa hermosa publicación, poí el
concurso solicitado y obtenido de personalidades que llevan á sus
páginas la ofrenda intelectual de diversas secciones del Continente.
Lograr que acabe el actual desconocimiento de América por América
misma, merced á la concentración de las manifestaciones, hoy disper­
sas, de su intelectualidad, en un órgano de propagación autorizado;
hacer que se fortifiquen y se estrechen los lazos de confraternidad
que una incuria culpable ha vuelto débiles, hasta conducirnos á un
aislamiento que es un absurdo y un delito, son para mí las inspira­
ciones más plausibles, más fecundas, que pueden animar en nuestros
pueblos á cuantos dirigen publicaciones del género de la de V . " El
párrafo final de esta carta interesa como compendio de la misma y
porque tiende a substituir el deslavado lema inicial por uno nuevo
—más substancioso y trascendente— que desde ese momento pasa a
ser, virtualmente, el de la Revista Nacional: "Grabemos, entre tanto,
como lema de nuestra divisa literaria, esta síntesis de nuestra pro­
paganda y nuestra fe: Por la unidad intelectual y moral de Hispano-
América/' 10
Y en carta a Tomás O'Connor D'Arlach de 13 de octu-

10. El epistolario de Rodó permite seguir, a travéB de tres cartas, la mencionada


expansión al americanismo; y permite sostener que la misma tuvo un brevísimo momento
intermedio: el rioplatense. En carta a Aurelio Berro del 24 de febrero de 1896, y man­
teniéndose todavía en los primitivos límites de la Revista, expresa: " L a redacción de la
«Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales», de la que formo parte, aspira á
hacer de esa publicación el fiel reflejo de la intelectualidad de nuestra tierra, y conceptúa
un deber que le impone ese propósito audaz pero bien intencionado que la anima, el
ofrecer las páginas de la Revista á todos aquellos que por sus talentOB probados honran
y dignifican el pensamiento nacional en cualquiera manifestación de su actividad." Luego,
el 0 de marzo de 1896, escribe a Manuel Ugarte: "Retribuyendo el galante ofrecimiento
que de las páginas de su interesante Revista Literaria hizo Vd. á los redactores de la
Revista Nacional, y aprovechando la oportunidad en que ésta se diBpone á poner término
é BU tomo primero con un número en el que procurará que figuren las más conocidaH
y mejor conceptuadas firmas de la literatura del Río de la Plata, me es grato dirigirme
á Vd. solicitando para esc número su valiosa colaboración." (En un Bcntido semejante
había escrito el 23 de febrero de 1896 al poeta Leopoldo Díaz.) Por fin, la carta al
mismo Manuel Ugarte de fecha 19 de abril de 1896 de la que transcribimos algunos
párrafoB en el texto. Conviene reproducir, también, dos fragmentos ilustrativos: de la
evolución operada en la Revista, el primero; del indicado deseo de comunión espiritual
con la juventud literaria de América, el segundo. "Realizado ya el principal objetivo que
se tuvo en viBta al fundarla, por cuanto el movimiento literario de esta república tiene
en ella BU más fiel y exacto reflejo, nuestra atención y n u c B t r o interés se contraen desde
ahora á esa otra vehemente aspiración de nuestro espíritu ["el acercamiento intelectual
y moral de los pueblos de la América Española"]. El más seguro medio de alcanzarla
nos ha parecido el de dirigirnos á aquellas personalidades cuyo valer y significación en
la literatura de América pueden hacer de su nombre una bandera p i ' C B t i g i o s a cuando se
la inscribe entre los de loe colaboradores de una publicación que lleva los propósitos de
272 NUMERO

bre de 1896, Rodó concreta, en frase certera, la finalidad del


quincenario: "Nuestra «Revista» cifra su aspiración más alta en tener
por patria la América."
Hemos indicado en la nota 13 dos pedidos de colaboración a
escritores argentinos. Fuera de ellos, el primero que, en un sentido
americanista, encontramos en el epistolario de Rodó es el dirigido
a Rafael Pombo, escritor colombiano, en carta del 16 de abril de
1896. A partir de esa fecha se suceden copiosamente en la corres­
pondencia del uruguayo las solicitudes a escritores de distintos países
de América. Y se expresa el deseo de los redactores de la Revista
Nacional de vincularse con los grupos literarios de esos países, con
sus publicaciones, con el espíritu y el ideal que los animaba. 11

la nuestra." (En carta a Rafael M. Merchán de 18 de abril de 1896. Consúltese, también,


la que dirigiera a Nicanor Bolct Peraza el 10 de mayo de 1896.) " Y o creo que en el
arte, en la literatura, es donde principalmente puede contribuirse, hoy por hoy, á estre­
char los lazos de esa nucBtra unidad casi disuclta. Y creo que son las generaciones
jóvenes las que mejor pueden y deben esforzarse en tal sentido. Por eso yo anhelo la
amistad de aquellos que como Ud. tienen derecho A influir, é influyen, efectivamente,
en la marcha de nuestra generación." (En carta a Rufino Blanco Fombona de no­
viembre [1897].)
11. José Enrique Rodó aspiraba al estrechamiento de los vínculos entre los grupos
literarios de América y España por medio de la acción paralela y encadenada de sus
órganos de publicidad, en tanto no fuese posible aspirar a un foco unitario lo sufi­
cientemente capaz c importante. " L a producción de la intelectualidad americana es hoy
muy vasta y compleja para que ella pueda ser, en cualquiera de sus manifestaciones,
fielmente representada en las páginas de una publicación que no se modele en un plan
extraordinario. Pero cada una de las que dan voz y reflejo á las parcialidades nacionales
de nuestra literatura, pueden contribuir por el espíritu de su propaganda y por los
medios de comunicación facilitados entre ellas, A la obra de unificación literaria que
tendría su expresión ideal en un «Repertorio Americano» del presente. La labor de la
inteligencia puesta al Bervicio de la unión, de la fraternidad, no necesita ser, ciertamente,
en esto caso, de allanamiento de obstáculos que se funden en la naturaleza, la historia ó
las ideas, sino tan sólo de reparación de alejamientos y de olvidos bajo los cuales so
mantiene, inalterable y poderosa, la vieja y fundamental unidad." (José Enrique Rodó:
En el aniversario de America. En América, Año II, N9 28, Buenos Aires, 19 de setiem­
bre de 1896, pág. 306.) Los contactos que Rodó mantuvo con distintas publicaciones
hispanas y americanas tendían a la realización de ese programa. La acción del escritor
uruguayo se desarrolló por la vía del intercambio epistolar con los directores de esas
publicaciones y de la colaboración asidua que prestó a las mismas.
Interesa referirse aquí a las vinculaciones entre la Revista Nacional y la Revista
Literaria de Buenos Aires. Rodó pensaba que eran convergentes las trayectorias de ambaB
publicaciones. Ya señalaba, en la carta a Manuel Ugarte, director de la revista, de
19 de abril de 1896 transcripta en el texto, el sello de "internacionalidad americana" que
tenía la revista porteña. Anteriormente, en carta de 9 de marzo de 1896, ofrecía a Ma­
nuel Ugarte las páginas de la Revista Nacional como retribución a idéntico ofrecimiento
hecho por el director de la Revista Literaria (Ver nota anterior). Puede seguirse el
decurso de esta relación entre Rodó y Ugarte en las cartas del primero fechadas el 24
de marzo, 20 de mayo y 10 de junio de 1896. Con motivo de la desaparición del órgano
literario bonaerense escribía Rodó al mismo destinatario: "No necesito decir A Ud. cuan
desfavorablemente nos ha impresionado esa noticia, pues Ud. sabe bien que le acompa-
REVISTA NACIONAL 273

Según se destaca en el capítulo siguiente la Revista tuvo éxito


en su intento de acercamiento de los intelectuales americanos. Ya
en el último año de vida de la publicación decía Rodó a Francisco
García Cisneros: "Es Ud. muy benévolo con nosotros y con la
Revista. Sin duda, lo que inspira a Ud. su benevolencia es lo pres­
tigioso y fecundo de la idea que nos guía en nuestra empresa lite­
raria: la confraternidad, la unidad espiritual de América. De esta
noble idea que es nuestra musa, nos enorgullecemos: nó del des­
empeño de nuestra labor. Y á la fecunda inspiración de nuestra
propaganda debemos que sea hoy la Revista Nacional tan querida
y estimada en América que nos sentimos verdaderamente compla­
cidos, pues por lo que se refiere á nuestro caso, la experiencia ha
desmentido enteramente el criterio decepcionado y pesimista con
que suele juzgarse de la suerte de tentativas como la nuestra, en
estos pueblos." (Fechada: 3 de mayo de 1897.) Y comentaba las
razones del éxito obtenido en carta a Rafael Merchán de 31 de mayo
de 1897: "Si la Revista Nacional ( . . . ) tiene algunas probabilidades
de buen éxito en su propaganda americanista, lo debe sólo á la
acogida benévola que entre los hombres de más significación y pres­
tigio en la intelectualidad americana ha tenido la suerte de encon­
trar." Por otro lado, basta recorrer los índices correspondientes a
los dos primeros tomos de la Revista para comprobar el notable
aumento de firmas extranjeras que sé registra en el tomo segundo
con relación al primero. Y pese a que el tomo tercero totaliza la

fiábamos con todos nuestros afectos y todos nuestros votos en BU muy honrosa y meri­
toria labor. Nuestra Revista se cree, pues, obligada a renovarle en esta oportunidad el
ofrecimiento de BUB columnas, rogándole quiera considerarla tan de Ud. como la misma
que con tanto acierto dirigía." (Fechada: 23 de enero de 1807.) Esta carta mereció
contestación de Ugarte; de ella entresacamos un párrafo elocuente: "Una racha de viento
adversa Be llevó mi revista; la de Vds. queda: la idea está salvada." (Fechada: 12 de
febrero de 1897.) En la Revista Nacional pueden encontrarse, también, algunas referen­
cias a la publicación porteña. En cuanto n las colaboraciones de Rodó en la Revista
Literaria, fueron únicamente dos: Para " L a Revista Literaria" (en el N9 15, Buenos
Aires, 16 de abril de 1896, págs. 214-215 ; es la carta que también se publicó en la Revis­
to Nacional, N9 26) y Crítica (en el N9 18, Buenos AireB, 30 de mayo de 1896, pág. 271).

Igualmente conviene señalar las vinculaciones con la Revista Critica española que
dirigía Rafael Altamira (Ver nota siguiente).
Por último, en carta a J. M. Herrera Irigoyen, director de El Cojo Ilustrado de
Caracas, expresa Rodó: " E n la «Revista Nacional» hacemos activa propaganda por la
fraternidad de nuestros pueblos de América. Su periódico Birvc eficazmente al mismo
generoso ideal. El arte eB motivo poderoso de simpatía." (s/f. [setiembre de 1897].) Y
en la que con fecha 20 de mnyo de 1896 dirigiera a Joaquín Rodríguez del Campo soli­
citaba "quiera indicarle cuáles son en la actualidad los principales periódicos literarios
ecuatorianos a fin de q* la Revista pueda establecer canje con ellos y conocer debidamente
el movimiento intelectual que loeticnen las nuevas generaciones en esa culta y floreciente
república."
274 NUMERO

mitad del número de páginas que cada uno de los que lo prece­
dieron, aumenta en él, aún, la cantidad de colaboradores hispano­
americanos.
Una precisión importante: no sólo hacia los países del nuevo
continente dirigió la Revista su atención y su cuidado; no sólo quiso
estrechar lazos con las ex-colonias españolas. Ese estrechamiento
reconocía en sus bases una comunidad de lengua, una comunidad de
raza. De la unidad a que aspiraba no podía quedar, en consecuencia,
excluida España. Y fué por intermedio de figuras calificadas de la
intelectualidad española que se trató de rehacer los vínculos comu­
nes, relegando, por cierto, los de índole política; afirmando los únicos
que podían ya mantenerse: los de naturaleza cultural. Son ilustra­
tivas para el tema las cartas enviadas por Rodó a Leopoldo Alas y
Salvador Rueda; y la que remitiera Rafael Altamira al escritor uru­
guayo, reproducida en el № 60 de la Revista Nacional, 1 2

El interés primordial por lo hispanoamericano y lo español de


esta revista —que se llamó Nacional en vista de sus propósitos pri­
merizos pero que pudo llamarse lícitamente Americana o Hispano-
americana por la evolución de esos propósitos y el claro derrotero
que emprendió desde los comienzos de su segundo tomo— interés
que hemos tratado de probar apoyándonos en los datos explícitos que
surgen del epistolario de Rodó y en el dato implícito constituido
por el apreciable aumento en las firmas foráneas que a partir del

12. Pueden consultarse las cartas a Leopoldo Alas de 30 de junio y 5 de setiembre


de 1897. De la primera recogemos un párrafo importante: "Bien ha interpretado Ud.
uno de los sentimientos en mí más intensos y poderosos, cuando en las líneas que me
consagra en un periódico de Barcelona, me presenta como partidario de la unión estrechí­
sima de España y América. A contribuir en la medida de mis fuerzas á tan fecunda
xinión, he dedicado y me propongo dedicar en lo futuro, muchos de los afanes de mi
labor literaria." En la segunda expresa: "Los redactores de la Revista agradecemos en
el alma sus palabras de aliento y tenemos muy en cuenta sus indicaciones. Aunque
nuestra publicación no dejase otra señal de su paso que la de haber contribuido un poco á
dar á conocer las aspiraciones y las tendencias de la nueva generación americana y
haber llevado su grano de arena á la grande obra de la unidad y fraternidad de IOB
pueblos de habla española, satisfechos quedaríamos del resultado y nos daríamos por bien
retribuidos de nuestros esfuerzos." Interesa la contestación de Leopoldo Alas a la carta
de 30 de junio, fechada en Candas (Asturias) el 11 de agosto de 1897 (de la que repro­
ducimos unas líneas en la nota 33). También, las cartaB de Rodó a Salvador Rueda
de 2 de mayo de 1897 y junio del mismo año. Dice Rodó en la última: "Por eso he
procurado que la RcviBta Nacional de Montevideo llegue ú manos de cuantos personifican
la gloria intelectual de la España contemporánea y he dedicado muchas de las páginas
que llevo escritas á mantener vivo en el espíritu de mis compatriotas esc sentimiento
de unión, hablando con insistencia de las cosaB buenas que nos llegan de la producción
literaria española y procurando mostrar cómo puede conciliarsc con la fidelidad á la
tradición de la raza el culto de los ideales nuevos y el amor del progreso y de la
libertad." La carta de Rafael Altamira publicada en la Revista Nacional (Tomo III,
pág. 179) está fechada en Oviedo el 2 de noviembre de 1897; se conserva en el Archivo
de Rodó un borrador, Bin fecha, de la contestación.
REVISTA NACIONAL 275

mismo tomo segundo pueden notarse, está, además, abonado por un


ejemplo importante: el carácter de las colaboraciones que aportó a
la Revista quien fuera su crítico más ilustre: José Enrique Rodó.
Frente a la crítica ejercitada por Víctor Pérez Petit desde esas
mismas páginas, cuya nota dominante es el exotismo de los autores
que comenta —figuras centrales o secundarias de las nuevas ten­
dencias en la literatura mundial— verificamos en las páginas de
Rodó una línea temática constante en el sentido de no dedicar su
atención sino a aquellos temas y a aquellos autores vinculados a la
lengua española. l:j

En efecto: de los veintiún títulos que, en materia crítica, con­


figuran la totalidad del aporte de Rodó a la Revista Nacional sólo
si dos —El que vendrá, Notas sobre crítica— no responden estricta­
mente a la tendencia indicada. El resto de sus trabajos, ya tengan
el carácter de nota bibliográfica, o de ensayo a propósito de un
escritor o de un tema global o de ura publicación periódica, o con­
figuren tan sólo una nota necrológica, o se trate de cartas o fragmen­
tos de cartas, todos, de un modo o de otro responden a una temática
hispanoamericana (incluyendo en el término también lo español).
Considerada esta realidad y teniendo en cuenta la elocuencia de al­
gunos párrafos del epistolario que hemos transcripto, parece posible
afirmar que esa tendencia hispanoamericanista, que pasó a constituir
el eje sustancial de la Revista Nacional, fué impuesta, predominan­
temente, por José Enrique Rodó. Y esto tiene una importancia
singular, que no ha de escapar al lector, en lo que se refiere al
temprano despertar que en el escritor uruguayo tuvo el ideal his­
panoamericano. 1 4

IV

El título mismo de la publicación que comentamos señala el


contenido principal de sus páginas: la literatura y las ciencias
sociales.

13. Alberto Zum Feldc señala esta orientación a lo exótico de Víctor Pérez Petit;
y la contrapone, acertadamente, a la actitud moderadora de José Enrique Rodó: "Mientras
Rodó —que ya muestra su espíritu ponderado y ecuánime, inclinado al ejercicio de
un magisterio grave— se reserva el comentario crítico prudente —siendo algo así como
la fuerza controladora y moderadora del movimiento—, Pérez Petit, míiB inquieto y mas
brioso, se encarga de ir descubriendo laB nuevaB figuras originales de la intelectualidad
europea, los artistas y pensadores revolucionarios de aquella hora." (En Proceso Intelec­
tual del Uruguay y crítica de su literatura. Editorial Claridad, Montevideo, 1941, pág. 204.)
14. Para el estudio de la obra crítica de Rodó en la Revista Nacional véase la
Introducción del Dr. JOBO Pedro Segundo al primer tomo de las Obras Completas de José
Enrique Rodó (Montevideo, 1945, págB. X I - L V ) .
276 NUMERO

Dentro de lo literario los renglones más explotados fueron la


poesía, la narrativa (cuentos, novelas en folletín, trozos de novelas),
la crítica literaria (que adopta la forma simple de nota bibliográfica
o la más ambiciosa del ensayo). A estos tres rubros fundamentales
cabe agregar el género dramático y, en un plano de importancia
secundaria, el poema en prosa, los pensamientos. Cabe, por último,
mencionar las traducciones de poemas. Es en esta clase de colabo­
raciones donde en grado más característico se reflejan los principios
cardinales de la Revista, los que hemos recorrido en el capítulo
precedente.
El cultivo de las ciencias sociales tuvo, también, marcada im­
portancia. Ya en el Programa inserto en el № 1 se decía: "Siendo
el carácter de esta publicación científico y literario de consuno, no
rechazará ninguna clase de trabajos que versen sobre aquellas ramas
de los conocimientos humanos, aunque, como su mismo nombre lo
indica, dentro de la parte científica se preocupará especialmente de
las cuestiones que dicen relación con las ciencias sociales. No se
ha creído propio del caso circunscribirse á la jurisprudencia, porque
las publicaciones de este género sacrifican la parte filosófica y doc­
trinaria de la ciencia á la reglamentaria y práctica. Proponiéndose,
entre otros fines, ser útil á la juventud universitaria, la REVISTA
NACIONAL atenderá solícitamente á aquella rama que está vinculada
con lazos íntimos á las especulaciones de la filosofía y al substratum
del derecho." Las colaboraciones de naturaleza jurídica —alejadas,
como bien dice el Programa, del exclusivo terreno jurisprudencial;
casi todas ellas de carácter doctrinal y exegético— versan sobre las
distintas ramas del Derecho: civil, comercial, procesal, penal, cons­
titucional, internacional. Además, hay escritos vinculados a la So­
ciología, a la Economía Política, a la Medicina Legal. También
confirma lo dicho en el Programa el que la mayor parte de los tra­
bajos tengan un inmediato fin didáctico. Muchos son apuntes de clase;
abundan las conferencias dictadas en aulas de la Universidad, etc.
Pero no sólo a la literatura y a las ciencias sociales dedicó la
Revista su espacio. En sus columnas hallaron lugar temas de Gra­
mática, de Filosofía (lógica y estética), temas de carácter histórico
o biográfico y, aún, la mera crónica circunstancial o el apunte de
viaje. O, finalmente, las transcripciones de cartas, discursos y
conferencias.
Merece una consideración aparte, no por su valor literario in­
trínseco sino por la proyección que tiene para determinar el tono de
la Revista, el conjunto de Sueltos que aparece en la mayor parte de
los números. Esos Sueltos son para la Revista Nacional uno de los
medios de inmersión en la realidad literaria del momento, inmersión
REVISTA NACIONAL 277

que, en un grado más importante, se obtiene a través de la nota


bibliográfica. En ellos se recogen noticias sobre las novedades lite­
rarias y culturales del país y del extranjero; breves notas a propó­
sito de libros y publicaciones periódicas recibidas; menciones de los
nuevos colaboradores que se incorporan a la Revista; transcripciones
de los juicios que sobre la misma fueron emitidos por diarios y re­
vistas o que constan en cartas dirigidas a los redactores; transcrip­
ciones de artículos breves o de cartas significativas; notas relacio­
nadas con la administración interna de la Revista; fe de erratas;
necrológicas, etc. Estos Sueltos, debidos a las plumas de todos los
redactores de la publicación, vinculan inmejorablemente a la Revista
con el aire de su época. Dan a la misma una agilidad y una flexi­
bilidad sumamente oportunas para matizar el tono serio, y en algunas
ocasiones endurecido, que es característico de sus columnas. Son,
además, de evidente utilidad para el investigador actual.

Nos hemos referido antes al carácter transicional de esta re­


vista. La consideración de sus colaboradores evidencia netamente
ese carácter y hace posible su demostración.
Claro está que es en el terreno literario donde el mismo se
acusa particularmente. Las ciencias sociales aunque fueran trata­
das por personajes de la antigua y de la nueva generación no da
lugar, en el caso de la Revista, para una diferenciación de tendencias.
En cambio, la irrupción en el campo de la literatura de una nueva
corriente literaria, de una nueva manera cual fué la modernista,
permite escindir en dos grupos diferenciados a los colaboradores de
la Revista.
Sin embargo, no se presenta aquí un problema de oposición,
de beligerancia. En la Revista Nacional esos dos grupos coexis­
lc

tieron sin rozamientos. Y al lado de escritores fundamentales del


modernismo literario figuran, cómodamente, elementos por completo
alejados del mismo (pertenecientes, algunos de ellos, a la nueva
generación aunque no embanderados en las nuevas tendencias; lo

16. Tal ausencia de beligerancia podría explicarse en función del carácter que
Baldomcro Sanín Cano asigna al modernismo literario: "Este movimiento tuvo como rasgo
histórico el haber carecido en un todo de carácter de reacción. ( . . . ) En el pensa­
miento y en la acción de los escritores de este período, que nunca pretendieron llegar
a formar escuela, eBtaba excluida la actitud demoledora. ( . . . ) Las pocas señales de
espíritu combativo que se dieron a conocer en los pródromos de esa renovación proce­
dieron de quienes la atacaron desconociéndola." (En Letras Colombianas. Fondo de Cul­
tura Económica, México, 1944, págB. 177 y 178). La opinión expuesta contrasta con la
de Federico de Onís: " . . . e l modernismo nació como una negación de la literatura pre­
cedente y una reacción contra ella." (Op. cit., pájr. X I U . )
278 NUMERO

que hace necesario substituir la oposición viejos-jóvenes por la más


exacta de modernistas-no modernistas). 10

Destacados autores nacionales, de notoriedad ya adquirida,


prestaron desde un principio su concurso a la Revista Nacional. De
tal modo ella alcanzó pronto la difusión que en nuestro ambiente
pudieron asegurarle esos nombres. Merecen recordarse, entre otros,
los de Orestes Araújo, Washington P. Bermúdez, Alcides De María,
Luis D. Destéffanis, Carlos M. Maeso, Orosmán Moratorio, Daniel
Muñoz, Alberto Palomeque, Carlos María de Pena, Abel J. Pérez,
Joaquín de Salterain, José Sienra Carranza, Pedro Ximénez Pozzolo
(muchos de ellos integrantes del grupo ateneísta y colaboradores
asiduos de los Anales del Ateneo). Y, entre los poetas, Constantino
Becchi, Manuel Bernárdez, Antonio Lamberti, Santiago Maciel, Ri­
cardo H. Passano, Elias Regules, Guillermo P. Rodríguez, Ricardo
Sánchez, Ramón de Santiago. También publicó la Revista, aunque
no con el carácter de colaboración personal, páginas de Eduardo
Acevedo, Juan Carlos Blanco, Pedro Bustamante, Enrique Azaróla;
cartas de Francisco Bauza, etc., etc.
En cuanto a los escritores extranjeros el índice de la Revista
recoge, entre los españoles, los nombres de Leopoldo Alas, Manuel
Tamayo y Baus, Rafael Altamira, autores de cartas que se transcri­
bieron en la publicación. De América llegaron también firmas coti­
zadas: Ricardo Palma, Eduardo de la Barra, Rafael M. Merchán,
Fidelis P. del Solar, Miguel Luis Amunátegui Reyes, Rafael Obli­
gado, etc.
Sin embargo, no está en las producciones de estos escritores
lo más perdurable de la Revista. Más que la obra que en sus pági­
nas ellos pudieron dejar, interesa la que aportaron figuras de la
nueva intelectualidad, las que se revelaron con la Revista o que
por su intermedio se difundieron en nuestro medio.
Sus cuatro redactores, en primer término. Si bien Víctor Pérez
Petit ya había alcanzado cierto prestigio en el ambiente uruguayo,
los otros tres —Carlos y Daniel Martínez Vigil, José Enrique Rodó—
empezaron a ser conocidos por sus escritos de la Revista. E interesa
en especial el caso del último de ellos, ya que si otros no hubieran
sido los méritos de la Revista Nacional merecería de todos modos
ser recordada sólo por el hecho de haber revelado e impuesto al
futuro autor de Ariel. En la misma Revista se recogieron juicios en-

1G. No BC nos escapa la relatividad de los términos escuela, grupo, generación,


aplicados a la literatura. Los utilizamos, sin embargo, por la claridad y practicidad de
IOB mismos. De ningún modo admitimos, al referirnos a grupos literarios, la conciencia
contemporánea y lúcida, en sus componentes, de integrarlos; ni creemos en la realidad
de una escuela modernista (Ver Federico de Onís, op. cit., Introducción).
REVISTA NACIONAL 279

comiásticos sobre el joven crítico. Su nombre, desde entonces,


17

comenzó a circular — y a interesar— fuera de fronteras; desde en­


tonces, inició Rodó amplias vinculaciones con el elemento intelectual
de América y España, preparando así el ambiente propicio para la
efectiva resonancia de sus obras posteriores.
Si bien no en el grado alcanzado por José Enrique Rodó, tam­
bién Carlos Martínez Vi gil obtuvo reconocimientos y juicios valiosos
determinados, preferentemente, por su actividad en el terreno lin­
güístico, actividad que supo de choques polémicos con caracterizados
escritores americanos. Menor, en cambio, fué la resonancia que
1 8

alcanzó Daniel Martínez Vigil cuyas colaboraciones son, acaso, las


menos memorables entre las del grupo de redactores.
Resulta reducido el número de escritores nacionales, estimables
como figuras importantes en la corriente modernista, que colabora­
ron en la Revista Nacional. Aparte de José Enrique Rodó, que sólo
con múltiples reservas puede ser catalogado como modernista si es
que asignamos al término un sentido restringido, hay apenas dos
autores que merezcan señalarse: María Eugenia Vaz Ferreira, en
los primeros pasos de su obra poética; Carlos Rey les, del que si
1J)

apenas un cuento publicó la Revista. -° Junto a ellos abundaron


escritores de rango menor; y otros que han caído en el olvido más
absoluto.
Pero el modernismo literario estuvo eficazmente representado
en la Revista a través de escritores de otros países americanos y
alguno de España. La sola mención de los nombres basta para afir-

17. De Leopoldo Alas, en carta fechada en Oviedo el 29 de diciembre de 1895 (Tomo


I» pág. 339) ; del mismo en un artículo publicado en La Saeta de Barcelona y reprodu­
cido en el N9 45 de la Revista (Tomo II, pág. 33G) ; de Pierre Villc, en carta a José
Enrique Rodó de 14 de octubre de 1897 (Tomo III, págs. 1G2-1G3) ; de Mercedes Cabello
de Carbonera en un artículo sobro la La Vida Nueva I , aparecido en El Comercio de
Lima y transcripto por la Revista (Tomo III, págs. 1G9-170) ; de Rafael Altamira en
carta a Rodó fechada en Oviedo el 2 de noviembre de 1897 (Tomo III, pág. 179) ; de
José L. Gomensoro, en carta a Rodó a propósito do La Vida Nueva I (Tomo III, pág. 187).
18. Carlos Martínez Vigil mantuvo dos importantca polémicas deBde las páginas de
la Revista. La primera, con FidcliB P. del Solar, reputado lingüista chileno (Véanse las
cartaB enviadas por Carlos Martínez Vigil y publicadas en el Tomo II, págs. 70-71, 149-
151 y 337-339 ; y las contestaciones de Fidelis P. del Solar que aparecen en el mismo
tomo, págs. 113-115 y 210-212). La segunda, menos extensa, con Ricardo Palma, a pro­
pósito del folleto Sobro Lenguaje (Montevideo, 1897), donde C. M. V. recogiera los artícu­
los que, con el mismo título y sobre un libro de Ricardo Pulma, publicara en el Tomo
II de la Revista (págs. 8-9, 35-37, 58-59, 8G-87, 103-104, 119-120, 139-140). Consúltese, en
el Tomo III de la Revista, la carta de Ricardo Palma a C. M. V., fechada en Lima el
31 de agosto de 1897 (pág. 113) y la contestación del uruguayo fechada en Montevideo
el 25 do octubre de 1897 (págs. 14G-149).
19. Las poesíaB de María Eugenia Vaz Ferreira publicadas en la Revista Nacional
son: " L a Eterna Canción" (Tomo I, pág. 5) y " ¿ P o r qué?" (Tomo I, pág. 378).
20. " L a Odisea de Perucho" (Tomo I, págs. 195-197).
280 NUMERO

marlo, aunque no entremos a considerar, en esta revisión sintética,


el valor intrínseco de sus colaboraciones ni la distinta naturaleza de
las mismas. Rubén Darío, Leopoldo Lugones,
2 1
José Santos Cho-
2 2

cano, Enrique Gómez Carrillo, Ricardo Jaimes Freyre, Salvador


Rueda, Rufino Blanco Fombona, Manuel Díaz Rodríguez, Eugenio
Díaz Romero, Leopoldo Díaz, Manuel B. Ugarte, Luis y Emilio Be-
risso, Julio Bambill, Andrés A . Mata, José Rivas Groot, etc., etc.
Semejante conjunto de colaboradores basta para justificar —para dar
permanencia— a cualquier publicación.

Las opiniones que mereciera la Revista Nacional entre sus con­


temporáneos pueden extraerse de sus mismas páginas donde fueran
reproducidas con abundancia.
Así, la acogida que la prensa de la época dispensó al primer
número donde el tono simpático, la actitud esperanzada, se subor­
dinan a un prudente interrogante abierto al futuro. * El aplauso 2;

entusiasmado que esa misma prensa supo dedicarle al cierre del


primer t o m o . El juicio ampliamente favorable de intelectuales
24

americanos y españoles. 2 5

También el Archivo de José Enrique Rodó suministra algunos


datos de interés, ya en los borradores de sus cartas, ya en aquellas 2(5

21. L A B colaboraciones de Rubén Darío en la Revista Nacional fueron: La Klcpsidra


(Tomo II, paß. 161) ; Marina (Tomo II, pág. 321) ; El amor y la saudade, traducción de
un poema de Eugenio de Castro (Tomo II, pág. 364) ; una carta a Víctor Pérez Petit
(Tomo II, pág. 368) ; De Rubén Darío, poema escrito en un álbum (Tomo II, pág. 376).
22. Leopoldo Lugones publicó BCÍS poemas en la Revista: Flores de pesadilla - Oda
a la desnudez (Tomo II, pág. 149) ; A la amante (Tomo II, págs. 366-357) ; Cuadro (Tomo
II, pág. 379) ; El pañuelo, poema que podría suministrar un importante argumento a
uno de los bandoB en la polémica Lugones-Hcrrera y RciBsig (Tomo III, pág. 67) ; véase,
al respecto, Lauxar: Motivos de crítica hispanoamericanos, Montevideo, 1914, págs. 425-426;
Tu piano (Tomo III, pág. 88) ; La cabellera (Tomo III, pág. 134).
23. Ver Revista Nacional, Tomo I, págs. 33-34.
24. Ver Revista Nacional, Tomo II, págs. 14-16, 30-32 y 47-48.
25. Así, los de Pedro Pablo Figucroa (Tomo II, págs. 34-35), Adolfo Valderrama
(Tomo II, pág. 65), Rafael Merchán (Tomo II, págs. 281-282), Eduardo de la Barra
(Tomo II, págs. 288 y 289), Eloy G. González (Tomo II, pág. 326), Leopoldo Alas (Tomo
II, pág. 336), Salvador Rueda (Tomo III, pág. 38), Rosendo Villalobos (Tomo III, pág. 62),
JOBO M. Barreto (Tomo III, pág. 63).

26. Ver las cartas de Rodó a Francisco García Cisncros y a Rafael Merchán de
3 y 31 de mayo de 1897 respectivamente, transcriptas en el capítulo III. Y la que, con
fecha 4 de octubre de 1897, dirigió a Juan Francisco Piquet, donde hace refex-encia a
un elogio de Julio Herrera y ObcB publicado en La Razón.
REVISTA NACIONAL 281

que le fueron dirigidas. ? Y, aun, en ejemplares de revistas y diarios,


2

nacionales y extranjeros, que se conservan en su sección Impresos. 2 8

Además, es índice de la aceptación que tuvo en su tiempo el


hecho de que repetidas veces publicaciones periódicas del exterior
reprodujesen trabajos en ella aparecidos.
Sólo si dos o tres voces aisladas señalaron su disentimiento
a lo largo de sus tres años de existencia. La que alcanzó más reso­
nancia, por la fama de su autor y la indignada reacción que desper­
tara, fué la proveniente del crítico español Antonio de Valbuena,
malintencionada y rastrera, que sólo si a título histórico merece ser
recordada. Oposición tan menguada no alcanza a deslustrar el gene­
ral acuerdo, la prácticamente unánime aprobación de que la Revista
gozó en su época. 2 9

Un enjuiciamiento general del contenido de esta revista actua­


liza la declaración formulada por José Enrique Rodó en carta a un
destinatario todavía no identificado, cuyo borrador se conserva en
el Archivo del escritor: " . . . á las revistas es aplicable, con más
conveniencia que á los libros, aquello de que «no hay libro absolu­
tamente malo». La revista es, por naturaleza, obra de muchos, y

27. Por ejemplo, las de Leopoldo Díaz de 6 de diciembre de 1896 y 7 de enero


de 1897; la de J. M. Bárrelo de 18 de abril de 1897 ; la de Rufino Blanco Fombona
de 8 de setiembre de 1897. También, la de Leopoldo Alas de 11 de agosto de 1897 señalada
en las notas 12 y 33.
28. La Revista de Derecho, Jurisprudencia y Administración, Año II, N9 14, Mon­
tevideo, 2 de abril de 1896, pág. 221. Revista Argentina, Año II, N9 11, Buenos Aires,
30 de enero de 1897, pág. 148. La Saeta, Año VIII, N9 327, Barcelona, 25 do febrero
de 1897, págs. [2-31 (con el juicio de Clarín mencionado en otras notas). Flor de Lis,
Tomo I, N9 23, Guadalajara (México), 19 de marzo de 1897, pág. 230. La Verdad, Año
III, 2 época, N9 93, Rivera, 21 de marzo de 1897, pág. [11 (con el artículo de Pedro
a

Cosió sobre la Revista Nacional, reproducido en la misma, Tomo II, págs. 327-328) ; La
Tribuna Popular, Año XIX, N9 5344, Montevideo, 28 de mayo de 1897, pág. [ 1 ] ; Flor
de Lis, Tomo II, N9 9, Guadalajara (México), 15 de setiembre de 1897, pág. 90. Etc., etc.
29. La crítica de Valbuena a que hacemos referencia apareció en El Correo de
España, Año IV, N9 158, Buenos Aires, 6 de junio de 1897. Quien desee documentarse
Bobre esta incidencia puede consultar: Víctor Pérez Petit, El gramaticastro Valbuena,
artículo recogido en el Tomo IV —Lecturas— de sus Obras Completas (especialmente
la parte segunda: El espantajo y la Revista Nacional, págs. 213-232), Montevideo, 1942 ;
Víctor Pérez Petit, Rodó. Su vida. Su obra, Montevideo, 1937, págs. 134-136; en la
Revista Nacional, Confidencias epistolares (carta de Carlos Martínez Vigil a Fidelis P.
del Solar, Tomo III, págs. 19-20; y contestación respectiva, Tomo III, págs. 97-98),
una carta de Alberto del Solar a Carlos Martínez Vigil (Tomo III, págs. 63-64) y
Sueltos correspondientes al N9 54 (Tomo III, pág. 96) ; en el epistolario de Rodó, cartas
de J. E. R. a Juan Francisco Piquet, de 12 y 15 de junio y 10 de julio de 1897. Críticas
de menor importancia aparecieron en los diarios de Montevideo El Bien (18 de agosto
de 1897) y La Razón de 13 de noviembre de 1897 (carta firmada por Martín Píriz y
dirigida a Víctor Pérez Petit).
Por último, y para complementar las noticias que sobre la resonancia de la
Revista hemos recogido, consúltese Víctor Pérez Petit, op. cit., págs. G9-71, 74-75, 77-79,
84, 131, 134-136.
282 NUMERO

obra que persiste y se desenvuelve en el tiempo; y habría que su­


poner en quien la dirija una rara infalibilidad «negativa», una in­
verosímil fatalidad de mal gusto y de mal tino, para aceptar que, ni
aun por excepción, logre tener cabida, entre lo malo, alguna cosa
buena."
Estas palabras pueden asignarse, aunque en un sentido algo
más favorable, a la Revista Nacional. En ella, junto a los trabajos
realmente memorables y que conservan todavía hoy vigencia e inte­
rés, se deslizaron a menudo el poema intrascendente, la inexcusable
efusión lírica, la vulgaridad en el tema o en la realización, la cola­
boración de validez transitoria. No escapa hoy, a una lectura me­
dianamente exigente, la calidad de relleno que denuncian muchas
de sus páginas. Irregularidades de tal especie son previsibles — y
tolerables— en una publicación de carácter quincenal. No es lícito a o

exigir en ella una constante e invariable calidad, una tensión man­


tenida sin altibajos.
De cualquier manera el tono general de la Revista se mantiene,
por encima de esas claudicaciones del rigor, dentro de una dignidad
francamente ejemplar. Lo que hace plenamente explicable el gene­
ral beneplácito con que fué acogida por la opinión del público ilus­
trado dentro y fuera de fronteras.
Conviene, además, no perder de vista, para una valoración
actual, el insubstituible aire de época de sus columnas, ni juzgar las
mismas a partir de una mentalidad rígidamente contemporánea. Se­
mejante actitud, aparte de ser anticientífica, haría peligrar la segu­
ridad y justeza del juicio; e impediría contemplar, en su verdadera
dimensión, las excelencias y las imperfecciones de la Revista.

Creemos oportuno, para terminar este capítulo de balance y


en el ánimo de justificar la revisión y el análisis efectuados, repro­
ducir las palabras con que Guillermo de Torre jerarquiza el estu­
dio de las revistas y que son especialmente aplicables a esta
;n

Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales que ha pasado a


constituir en el pensamiento de algún crítico local, uno de los hitos
calificativos de nuestra evolución literaria,

30. Como prueba de IUB dificultades que se presentaron para colmar cada dos
semanas las columnas de la Revista, véase lo que dice Víctor Pérez Petit, op. cit., pfigs.
71-74, 76 y 70-80.
31. Guillermo de Torre: La generación española de 1898 en las revistas del tiempo*
Nosotros, 20- época. Año V I , N9 G7, BuenoB Aires, Octubre de 1941, p a g a . 3-38.
32. " Y para corroborar esto, que no es presunción, sino realidad, basta mencionar
los tres ciclos de nuestra evolución intelectual: la época de la Defensa, la del Ateneo
del Uruguay y la de la Revista Nacional." (Víctor Pérez Petit, op. cit., pág. 39.)
REVISTA NACIONAL 283

"En efecto, acostúmbrase a estudiar exclusivamente los escrito-


" res y las tendencias en sus libros. Pocas veces — y en todo caso
" excepciónalmente, nunca de un modo sistemático— la referencia y
" la búsqueda llegan a la revista, al artículo perdido, al manifiesto
" suelto. La superstición exclusivista del haz de páginas encuader-
" nadas, la tendencia a considerar ese bloque compacto que forma
" el libro como único testimonio, nos ha privado generalmente de
" muy sabrosos complementos en las historias literarias. Sin embar-
" go, yo entiendo que el perfil más neto de una época, el esguince
" más revelador de una personalidad, el antecedente olvidado o re-
" negado de cierta actitud que luego nos asombra, en tal o cual es-
" critor, se hallan escondidos, subyacentes, no en los libros, sino en
" las páginas de las revistas primiciales. Aun más, suele acontecer
" que el escritor si es enterizo, genuino, está ya preformado en aqué-
"llas; allí aparece su imagen quizá imperfecta, pero más pura y sin-
" cera, en su primer hervor, en su sarampión de virulencias.
"Deberíamos, pues, tender a considerar siempre las revistas
"como fuentes de conocimiento esencial. Aludo, claro es, no a los
" magazines plurales — a l modo actual, que cada día van suplantando
" más lastimosamente a las auténticas revistas de expresión libre—
"sino a las publicaciones de ámbito todo lo minoritario que guste
" reprochárselas, pero de espíritu muy individualizado. Aludo a las
"revistas que son órgano de un grupo, alma de una generación,
"vehículo de nuevas aportaciones."
Expresa, más adelante, De Torre: " E l papel desempeñado por
" l a s revistas, su peso y trascendencia, no sólo en la evolución de la
" sensibilidad, el gusto y la cultura de una época y un país, sino más
"particularmente en la evolución de una literatura o de una co-
" rriente del pensamiento, aun no ha sido justipreciado, si bien ya
" amanecen síntomas favorables. ( . . . ) Mas yo presiento que ese
"papel histórico adjudicado a las revistas irá creciendo en lo suce-
" sivo, a medida que vayan cambiando los métodos de escribir las
" historias, y paralelamente a la importancia que ya está adquiriendo
."•en las mismas el concepto de generación." E insiste con estas pala­
bras que ponen fin a nuestra cita: "Por mi parte confesaré que
" desde hace años me ha tentado la idea de escribir una historia lite-
" raria contemporánea ( . . . ) en función de las revistas, no prescin-
" diendo — l o que sería descomedido— de los libros, pero sí teniendo
" en cuenta primordialmente la misión desempeñada por las revis-
" tas en el surgimiento, evolución y plenitud — o dispersión— de las
"generaciones. Junto a la historia, la «petite histoire». Ello permi-
" tiría quizá, entre otras ventajas, eliminar ese aire necrológico,
" didáctico-escolar que suelen asumir casi todas las historias litera­
r i a s , tornando el género obsoleto en algo vivido y actual, dando
284 NUMERO

" su parte a lo anecdótico, reconstruyendo ambientes, momentos y


" escenas; en suma, forjando una suerte de nueva historia literaria
" vista y revivida desde dentro." Una empresa semejante, que Gui­
llermo de Torre proyectara y realizara respecto del noventaiochismo
español, merece ser acometida con relación a nuestro novecentismo.
Sirva este trabajo como contribución a esa impostergable tarea.

VI

La consideración de la Revista Nacional propone, en último tér­


mino, dos problemas.
El primero de ellos, que adelantáramos en el capítulo inicial,
puede formularse así: ¿Constituye la Revista Nacional una publica­
ción novecentista? La respuesta afirmativa que entonces escogimos
puede refrendarse, ahora, con los elementos de juicio que hemos in­
tentado exponer en las páginas anteriores. La asunción a un idea­
rio americanista; la calidad de las firmas que agrupó, sobre todo a
partir del tomo segundo, representantes elocuentes del novecentismo
americano; la orientación a un evidente propósito de modernidad
por la consideración de temas y autores significativos de las nuevas
tendencias; la lúcida voluntad renovadora que, sin necesitar de pos­
turas combativas, supo imprimir en grado creciente a sus columnas;
todo ello parece desvincular a la Revista Nacional del siglo que
terminaba e introducirla, según la perspectiva que hoy podemos asu­
mir, en el novecientos. Por otro lado, las revistas no llegan a cons­
tituir un ente diferenciado de los hombres que las construyen, que
les dan existencia. Y es significativo que esos hombres de la Revista
Nacional, aquellos por la que ella perdura e importa, pasaron a en­
grosar, a menudo en forma señera, las filas de la generación nove­
centista. Ya indicamos que, pese a no ser una revista juvenil, fué
la Revista Nacional una revista de jóvenes. Esos jóvenes no esca­
paron a su manifiesto destino. Fué el novecientos el ámbito de su
crecimiento y su culminación.
El segundo problema ya se restringe a un campo más formal.
Radica en la influencia que le cupo a la Revista sobre el movimiento
modernista. Porque si a esa corriente pueden adscribirse una serie
de nombres importantes que transitaron sus páginas, cabe pensar
que un hipotético adoctrinamiento pudo emerger de las mismas. Con­
viene renovar aquí las palabras de Sanín Cano que constan en la
nota 15. Si el modernismo, como escuela o agrupación de escritores,
despreció la acción proselitista, también la descuidó la Revista Na-
cional que, en ningún momento, aspiró a una militancia modernista.
REVISTA NACIONAL 285

La influencia que pudo haber tenido no emana, entonces, de una


actitud ni de un programa. Sin embargo, creemos que ella existió.
La difusión que entre toda la intelectualidad de habla española al­
canzara — a l punto de que bien puede decirse que fué la más difun­
dida entre las publicaciones americanas de su género en su época—;
el hecho de que en sus páginas lucieran trabajos de los máximos
exponentes de la tendencia modernista; el cuidado que a la misma
dedicó por medio del ejercicio de la crítica, contribuyeron en me­
dida notable a la expansión y extensión del modernismo literario.
Hizo que el modernismo creciera en tanto le dio cabida, en tanto le
permitió expresarse. Ese es, para nosotros, el sentido que puede
asignarse, en este caso, a la palabra influencia. Aunque, insistimos,
la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales no haya sido,
en sí, una revista modernista. 3 3

33. Alberto Zum Fclde, procurando fijar l a filiación de la Revista Nacional, BUB
determinantes ideológicas, sostiene en Proceso Intelectual del Uruguay y crítica de su
literatura (Editorial Claridad» Montevideo, 1941): " L a «Revista Nacional de Literatura
y Ciencias Sociales», publicada desde marzo del 95 hasta noviembre del 97, es el órgano
de expresión más representativo de laB nuevas tendencias, y a que e n él, de modo más
definido y categórico, repercute el múltiple movimiento operado en el seno de l a cultura
occidental durante aquel último tercio del X I X . (...) Recién hacia el 95, y en las
páginas de la «Revista Nacional», cuajan las corrientes modernas y encuentra resonancia
aquella compleja agitación que en los centros de ultramar había renovado tan profunda­
mente, en los últimos lustros, las ideas y laB formas." (págs. 195-19G.) Y corrobora:
"Literariamente, el nuevo período se inicia, pues, en laa páginas de la «Revista Nacional»,
siendo dos de sus jóvenes directores, Rodó y Pérez Petit, BUB más activos agentes; con­
curre n poco Rey les, con sus Academias." (pág. 204.) Más udclante incurre en una
evidente contradicción al afirmar: " L a «Revista Nacional», como índice del estado
intelectual de aquel último lustro del Ochocientos, n o presenta, fuera de los artículos de
Rodó y de Pérez Petit, mayores síntomas de modernismos, n i literarios n i ideológicos.
Sólo se percibe, a través de ella, el vasto influjo del positivismo realista, en l a literatura
y en las ciencias sociales. La Revista misma, dado su programa ecléctico, n o responde
en su dirección a tendencias determinadas. Algunas producciones poéticas, dentro de
laB nuevas modalidades, aparecen en ella firmadas por escritores extranjeros: Rubén
Darío, Leopoldo Díaz, Jaimes Frcyre, Lugones; ninguna por uruguayos." (págs. 206-207.)
Zum Fclde, que pensaba a l hacer las primeras puntualizacionea en un sector —importante
pero parcial— de l a publicación, ae refiere, cuando expone l a final, a l a totalidad de l a
Revista. Y es esta última l a que consideramos acertada, ai bien eB necesario atemperurla
y precisarla en mérito a laa conclusiones expuestas en el texto.
Creemos útil, por fin, recoger las opiniones de Clarín a propósito de l a Revista ya
que laa mi8mas señalan l a evolución cierta que, con respecto a l modernismo literario, se
operó en BUS páginas. En el palique que publicara el 25 febrero de 1897 La Saeta de
Barcelona (ver notas 17, 25 y 28) dice Clarín: " E n América se publican muchas reviBtae
literarias de jóvenes que imitan á los decadentes franceses, y esas revistas, por lo gene­
ral, aon de insoportable lectura. Pero hay una, que no es decadentista, titulada Revista
Nacional do Literatura y Ciencias Sociales, que se publica en Montevideo, l a cual es una
honrosa excepción, por lo discreta, seria, original 6 ilustrada." Más tarde, en l a carta
de 11 de agosto de 1897 (ver notas 12 y 27), comentaba: "Mis elogios de l a Revista
Nacional eran espontáneos y sinceros. Y para que vea Ud. esta sinceridad, le diré que
recibí hace unos meses unos cuantos números que y a no me parecieron tan bien, pues
286 NUMERO

vi con dolor en ellos demasiado azul, y excesiva intervención de esos señoritos que Ud.
llama, con gracioso eufemismo, candorosos. DespuéB vinieron otros números máB serios
y sentenciosos. Sigan Uds. aBÍ. Menos sinsontes disfrazados de gorriones parisienses, y
más crítica seria, de gusto y conciencia, como la de Ud. y la de Pérez Pctit." (Rodó, en
la carta a Leopoldo Alas de 30 de junio de 1897 —ver nota 12— decía del modernismo
americano: "Otro de los puntos sobre los que yo quisiera hablar detenidamente a Vd. es
el de mi modo de pensar en presencia de las corrientes que dominan en nuestra nueva
literatura americana. Me parece haberlo afirmado alguna vez: nuestra reacción anti­
naturalista es hoy muy cierta pero muy candorosa; nuestro modernismo apenas ha paBado
de la superficialidad. En América, con los nombres de decadentismo y modernismo, se
disfraza a menudo una abominable cBcucla de trivialidad y frivolidad literarias; una
tendencia que debe repugnar a todo espíritu que busque ante todo, en la literatura,
motivos para sentir y pensar. Los que hemos nacido a la vida literaria, después de
pasados los tiempos heroicos del naturalismo, no aceptamos de su legado sino lo que nos
parece una conquista definitiva; los que vemos en la inquietud contemporánea, en la
actual renovación de las ideas y IOB espíritus algo man, mucho más, que ese prurito ente­
ramente pueril de retorcer la íraBC y de jugar con las palabras a que parece querer
limitarse gran parte de nuestro decadentismo americano, tenemos interés en difundir un
concepto completamente distinto del modernismo como manifestación de anhelos, necesi­
dades y oportunidades de nuestro tiempo, muy superiores a la diversión candorosa de los
que se satisfacen con los logogrifos del decadentismo gongórico y las ingenuidades del
decadentismo azul." Y en la de 5 de setiembre de 1897 —ver la misma nota 12— fijando
su posición del momento con respecto a las nuevas tendencias y BU concepto en cuanto
al verdadero modernismo, insistía: "Con esta carta recibirá Ud. un ejemplar del primer
opúsculo de La Vida Nueva, colección de folletos literarios que me propongo publicar. Si
no desconfiase de mis fuerzas para tal empresa, diría que el plan de esa colección oc
basa en el anhelo de encauzar al modernismo americano dentro de tendencias ajenas a
las pervei-sas del decadentismo a z u l . . . o candoroso según Ud. y yo hemos convenido en
llamarle, valiéndonos, como Ud. dice, de un eufemismo.") La receptividad para ese
modernismo azul, lamentada por Clarín, ha quedado evidenciada en el capítulo IV de este
trabajo, con la comprobación del aumento de escritores de esa corriente que prestaron BU
colaboración a la Revista. El N9 47 —Año III, Tomo II, 10 de marzo de 1897— cuyo
índice reúne las firmas de Víctor Pérez Pctit, L U Í B BCIUBSO, Rubén Darío (los dos últimos
como traductores de páginas en proBa y verso de Eugenio de Castro), Leopoldo Lugones,
Ricardo Jaimes Freyrc, Eugenio Díaz Romero, sería una prueba más de la tendencia
anotada que, si no permite, en último término, catalogar a la Revista Nacional como
revista modernista, la vincula en grado importante a ese movimiento literario.
EMIR RODRÍGUEZ MONEGAL

LA « R E V I S T A DEL SALTO»*
El aborto es siempre menos bochornoso
que la esterilidad.— HORACIO QUIROGA.

E N 1 8 9 9 INTENTA QUIROGA una empresa de ambiciosas proyeccio­


nes: la publicación de su propio semanario. La fecha es significa­
tiva. En este año de 1 8 9 9 ya hacía dos que Carlos Reyles publicara
lá primera novela modernista uruguaya: El extraño, explorando si­
multáneamente la nueva sensibilidad y el nuevo lenguaje. * Y a ha­
cía un año que — e n paradójico anacronismo— saliera a luz el Canto
a Lamartine de Julio Herrera y Reissig, único volumen de versos
que se publicó en vida del gran lírico y del que bien pronto éste
renegaría. El mismo 1 8 9 9 vería la edición — e n elegante opúsculo—
del Rubén Darío de José Enrique Rodó: penetrante glosa crítica del
poeta y oportuna adhesión del joven ensayista al Modernismo. ( " Y o
soy un modernista también", escribía.) - La labor de Quiroga se
inscribe, pues, en los orígenes mismos del modernismo literario en
nuestro país y debe ser juzgada proyectándola sobre ese fondo
animado.
Es en este 1 8 9 9 que Quiroga emprende la inaudita hazaña de
publicar en el Salto una revista de tendencia modernista, con el sub­
título —que inmediatamente evoca la de Rodó, Pérez Petit y los
hermanos Martínez Vigil— Semanario de literatura y ciencias so-
ciales. Contaba con la colaboración frecuente de sus amigos Atilio
y Alberto J. Brignole, Asdrúbal Delgado, José María Fernández Sal-
daña. Pero, contaba, sobre todo, con su enorme voluntad de difun­
dir el nuevo credo estético, de realizarse poética y literariamente.
Y lanzó su programa y desafío a un medio que necesariamente debía

* Una primera versión de esta nota integró la Introducción con que presenté el
Diario de viaje a París de Horacio Quiroga. (Véase Revista del Instituto Nacional de
Investigaciones y Archivos Literarios, año I, N9 1, Montevideo, 1049, págs. 71-76.) Muchos
de los textos citados en cBte trabajo ac transcriben en el Apéndice documental que
acompaña al Diario.
1. El Diario de viaje preserva, felizmente, la opinión de Quiroga sobre este libro:
"He concluido anoche de leer El Extraño de Reyles. No es mala obra. Le hallo los
mismos defectos que a "Beba", "Primitivo" y " E l sueño de Rapiña": mucho prosaísmo
de fraBO, bastante chabacanería, cierta presunción que respira toda la obra. Me parecen
buenas cualidades la finura de las observaciones, cierta poesía y rectitud de algunas
comparaciones o imágenes, la incisión do la palabra, y buen talento dialoguista. Total:
una obra buena, no mucho" (19 de abril).
2. Véase, al respecto, Roberto Ibáñez: Americanismo y modernismo, en Cuadernos
Americanos, año V I I , N9 1, México, enero-febrero de 1948, págs. 230-252.
288 NUMERO

escandalizarse ante su actitud. Es claro que la Introducción con que


presentaba el nuevo semanario no contiene ningún pensamiento sub­
versivo; apenas si alguna imagen altera la marcha normal del dis­
curso. Desde la primera página Quiroga invita a colaborar a todos
3

"los que en el Salto meditan, analizan, imaginan, y escriben esas


meditaciones, esos análisis, esas imágenes". El propósito de la pu­
blicación no puede ser más sencillo: ofrecer una oportunidad para
que alcance la luz esa producción que permanece desconocida. Y la
necesidad imperiosa de publicar que siente toda generación ascen­
dente se expresa con ejemplar nitidez a través de este programa
que Quiroga sintetizó con gráfica imagen: El aborto es siempre me-
nos bochornoso que la esterilidad. 4

El semanario no fué totalmente modernista. No hubiera podido


serlo. Debió tolerar, incluso, la intromisión de textos ajenos a las
letras y aun a toda cultura. Pero recogió suficiente cantidad de
c

poemas y relatos de aquella tendencia como para escandalizar no ya


a la ciudad del Salto sino a todo el país. Así, por ejemplo, el nú­
mero 5 se inaugura con un artículo, titulado Aspectos del moder-
nismo, en el que Quiroga acepta, con evidente desafío, el dicterio
de "Literatura de los degenerados" con que se ha querido aniquilar
a la nueva escuela. Toda la nota merece examinarse. También G

ostenta un acento de deliberada provocación el trabajo titulado Sa-


dismo-Masoquismo que firman conjuntamente Alberto Brignole y
Horacio Quiroga. En realidad, se trata de una doble narración: la
primera parte traza el delirio de un sádico, cuyo erotismo intelectual
se complace en crudas visiones; la segunda, que afecta la forma
7

de ensayo, trata de dibujar la compleja psicología del masoquista.


La reacción contra tales páginas no se hizo esperar, y en el número
siguiente ambos autores debieron publicar una Aclaración o Defini-
ción de dos palabras: Sadismo y Masoquismo, donde reivindican, para
ambos términos, con cierta pedantería estudiantil, el calificativo de

3. Por ejemplo, ni escribir: " . . . cuando el genio vive en la sangre como una
neurosis, cuando acaso con un golpe de alaB se puede salvar una bruma tenaz".
4. Véase Revista del Salto, año I, N9 1, Salto, Beticmbre 11 de 1899, pág. 1.
6. Una empeñosa educacionista publicó a lo largo de siete números, pintorescas
fichas "psicológicas" de sus alumnas, bajo el título, quizá excesivo, de Biografías escolares.
6. Véase Revista del Salto, año I, N9 5, Salto, octubre 9 de 1899, pág. 37.
7. En esta narración hay una imagen que prolonga morbosamente estos verso3
de la Oda a l a desnudez, de Leopoldo Lugones:
Yo pulsare tu cuerpo, y en la noche
Tu cuerpo pecador sera ana lira.
Brignole y Quiroga escribieron, entonces:
"¡Pulsar un cuerpo como una lira, y después, enardecido con la vibración, rom­
per las c u c r d a B I "
REVISTA DEL SALTO 289

neurosis, despojándolos implícitamente del significado de vicios, con


que sin duda habrían sido designados. 8

Quizá no implique ninguna injusticia para los otros colaborado­


res de este semanario la afirmación de que su interés actual parece
limitado a las páginas que firma su director. No faltaron nombres
ilustres (desde Bécquer a Manuel Gutiérrez Nájera); pero puede
asegurarse que estas colaboraciones fueron involuntarias. Y del
grupo que realmente redactaba la revista el único que puso todo de
sí fué Horacio Quiroga. Su colaboración es abundante y de valor
especialísimo para determinar las influencias que obraron con ma­
yor constancia en su formación literaria. La Revista recoge, ante
9

todo, los mejores frutos de su aprendizaje con Lugones. Ya se sabe


lo que significó para el joven poeta el encuentro, en 1897, de la
Oda a la desnudez. Esta fuerte composición precipitó una evolución
hacia el modernismo que debía de cumplirse fatalmente. En ella en­
contró Quiroga el modelo insuperable del nuevo arte: la magia ver­
bal, el poderoso erotismo, la fuerza y el empuje de las imágenes.
Todo lo que en Bécquer y sus epígonos había alimentado hasta en­
tonces su sensibilidad se encontró ahora doblemente enriquecido por
la perspectiva que le descubría Lugones. Quiroga emprendió entu­
siasmado la nueva r u t a . 10

Quizá la muestra más obvia de la influencia de Lugones sea el


poema que se titula, transparentemente, L. L. Aunque, sin duda,
no es la mejor. Quiroga ha forzado a su musa, ha incurrido en ver­
sos cacofónicos, y las imágenes logradas se resisten al olvido, no

8. Sadismo-Masoquismo, fué publicado en la Revista del Salto, año I, № 17, Salto,


enero 3 de 1900, págs. 136-137; la Aclaración, en el mismo semanario, año I, N9 18*
Salto, enero 15 de 1900, págs. 148-49.
9. Además de las colaboraciones firmadas, publicó muchas otras anónimas, bajo
rubros tan diversos como Teatro o Sociales. Véase la lista completa en Revista del Salto,
año I, N9 20, Salto, febrero 4 de 1900, pág.' 166.
10. La " O d a " entró a constituir el alfa de su abecedario lírico, aseguran B U »
biógrafos, José María Delgado y Alberto J. Brignole. Asimismo afirman que Brignolc es
responsable del descubrimiento de Lugones: Estando en Montevideo, un día del año 97,
Brignolo, por casualidad, so encontró con un hallazgo excepcional ( . . . ) el descubri­
miento de un poeta. Había dado con él leyendo las páginas de una publicación trans­
platina caída en sus manos al acaso. Había allí una "Oda a la Desnudez", firmada por
un desconocido, Leopoldo Lugones, en la que todo parecía grandiosamente virgen: la
simbología, la sonoridad, la fuerza lírica. (Véase Vida y obra de H. Q., págs. 88-90.)
Sin embargo, un año antes había sido publicada la Odo, como primicia, en la Revista
Nacional, que publicaban en Montevideo Rodó y sus amigos. (Véase pub. cit., año II,
tomo II, N9 34, Montevideo, agosto 25 de 1896, pág. 149, cois. 1 y 2.) El mismo año
en que descubrió la Oda (1897, según sus biógrafos) la copió Quiroga, con rebuscada
caligrafía, en un cuaderno de composiciones juveniles. Luego la reprodujo en la Revista
del Salto, año I, N9 4, Salto, octubre 2 de 1899, pág. 30. (Para mayor información sobra
el cuaderno de composiciones juveniles, véase la Introducción al Diario, págs. 64-69.)
290 NUMERO

por su perfección o secreta gracia, sino por su extravagancia. Versos


como éstos pueden ser representativos:

En el fondo de histéricos idilios


Hay una gota amarga de fosfato
Que acusa la impureza de los filtros. 11

Una influencia mejor asimilada y de expresión más plena, tras­


luce el poema erótico que, sin título, publicó en el número 15. Aun­
que Quiroga aparece aquí tout sonore encoré de los ritmos y la
imaginería de la Oda a la desnudez, se advierte cierta tónica perso­
nal en el acento más duro y cortante de sus endecasílabos. 12

Como si no bastara la reproducción de la Oda en el semanario


o el evidente homenaje que constituyen los poemas arriba indicados,
Quiroga publicó en los números 11 y 12 un trabajo apologético y
desordenado en el que su admiración por Leopoldo Lugones le dic­
taba estas frases:
"Como creador es un genio; como estilista es un coloso.

" S e impone, no seduce.


"Arrebata, no encanta.
"Han dicho que Lugones —perdiendo con los años la fogosidad—
ganaría mucho como escritor.
"Creemos lo contrario. Su mérito es ese: la potencia de las
concepciones, el nervio de la frase.
" S u juventud es un látigo; y el día que no tenga fuerzas para
esgrimirle, caerá.
"Entretanto, vive en perpetua excitación y nosotros en constante
deslumbramiento.
"Él tiene lo primero que es el genio y nosotros lo segundo, que
es el primer poeta de A m é r i c a " . 13

Pero ya las páginas de Quiroga en la Revista del Salto empeza­


ban a reflejar una influencia que sería mucho más duradera, una
influencia que, en realidad, actuaría en el joven escritor como agente
catalítico, precipitando su hasta entonces informe vocación narrativa.
Se trataba del impacto producido por la lectura de Edgard Alian
Poe. 1 4
La primera composición que registra su huella es una titu-

11. Véase Revista del Salto, nño I, N9 7, Salto, octubre 23 de 1890, pág. 60. ;
12. Véase Revista del Salto, año I, N9 16, Salto, diciembre 19 de 1899, pág. 124.
13. Véase Revista del Salto, año I, N9 11 y 12, Salto, noviembre 20 y 27 de 1899,
paga. 87-88 y 99-101, respectivamente.
14. Sobre la influencia de Poe en Horacio Quiroga, véase John E. Englekirlc:
Edgar Alian Poe in Hispanic Litcraturc, New York, Instituto de las Españas, 1934,
págs. 340-368. Englekirlc no conocía entonces estas publicaciones periódicas de Quiroga,
y no pudo utilizarlas en su trabajo. Hay traducción cuBtellana de au ensayo en Número,
año I, N9 4, Montevideo, setiembre-octubre de 1940, págs. 323-339.
REVISTA DEL SALTO 291

lada Fantasía nerviosa. * El protagonista padece una neurosis que


1

le impulsa a matar —algo semejante al amok—; asesina a una des­


conocida en la calle, luego regresa a su casa y duerme, para desper­
tarse de golpe al ver penetrar en el cuarto y tenderse a su lado a
la segunda víctima. Este es uno de los primeros ensayos de Quiroga
en el difícil género del cuento y lo muestra muy novicio aún, crudo.
El horror está manejado mecánicamente y nace más de las palabras
que lo conjuran que de la intuición misma de los sucesos. La in­
fluencia de Poe es clarísima. En otro cuento, Para noche de in-
somnio, Quiroga reconoce la vasta deuda para con el poeta norte­
americano desde un epígrafe en que cita unas penetrantes palabras
del ensayo de Baudelaire. El tema mismo — e l muerto que resucita
ante los ojos desorbitados de sus amigos— y la atmósfera enrarecida
en que se desarrolla, indican fuertemente la filiación poeana, al
tiempo que la ligera irresponsabilidad con que maneja la fantasía
el joven escritor revela su inmadurez y lo distingue del rigor con
que trabaja sus delirios. P o e . Un tercer cuento, Episodio, se nutre
1(J

en la misma fuente. La historia de un individuo que se convierte


en gigantesco gusano para obsesionar las noches del relator, deriva
en una insoluble pesadilla que reitera la irresponsabilidad ya
denunciada. 17

Con fecha 4 de febrero de 1 9 0 0 se publicó el último número del


semanario. Un largo artículo, suscrito por Horacio Quiroga, explica
"Por qué no sale más la REVISTA DEL S A L T O " . Allí se reconoce, con
altivez, que su fin se debía a no haberse sabido adaptar al ambiente,
y se afirma, con ingenuidad, que "era una publicación seria, más o
menos bien escrita, con buenos artículos de cuando en cuando, y so-
cial, en el alto sentido de la palabra". Pero, como no era entretenida
y quería hacer pensar, fué rechazada con indiferencia. Porque (agre­
ga lúcidamente) "una publicación ( . . . ) que intenta el más insig­
nificante esfuerzo de amplitud y penetración, cae. No se la discute,
no se la exalta, no se la elogia, no se la critica, no se la ataca: se la
deja desaparecer como una cosa innecesaria. Muere por asfixia,
lentamente". Y a pesar de lo que acaba de decir, su mismo artículo
demuestra, más abajo, que hubo resistencias, que no todos aceptaron
la postura literaria de la Revista; lo señalan estas palabras con que
prosigue: "Toda tentativa de mostrar nuevas lontananzas, toda idea
audaz que, presintiendo una nueva aurora trata de hacer desviar la
vista de aquellos paisajes impuestos ya por la obcecación de una
constante dirección de ojos, será rechazada por extravagante, absur-

.15. Véase Revista del Salto, año I, N 4, Salto, octubre 2 de 1890, págs. 34-36.
1G. Véase Revista del Salto, año I, N9 9, Salto, noviembre 6 do 1899, págs. 73-75.
17. VéaBe Revista del Salto, año I, N9 19, Salto, enero 24 de 1900, págs. 155-157.
292 NUMERO

da e individual". Y después de una extensa cita de Maupassant con­


cluirá Quiroga con estas duras y arrogantes palabras:
"Simbolismo, estetas coloristas, modernismos delicuescentes, de­
cadentismo, son palabras que nada dicen. Se trata de expresar lo
más fielmente posible los diversos estados de alma que, para ser re­
presentados con exactitud, necesitan frases claras, oscuras, comple­
jas, sencillas, extrañas, según el grado de nitidez que aquéllos tengan
en nuestro espíritu.
"Todo se rebela; la ganga contra el pulido, la bruma contra el
horizonte, el caballo contra el freno, y la imbecilidad contra la
aurora rasgada sobre el viejo paisaje.
"Damos gracias a los que nos han acompañado en la tarea que
finaliza con el número de h o y " . 1 8

Tal es el epitafio de su aventura como editor modernista. Ese


mismo año, el 21 de marzo, Quiroga se embarcaría en el Montevideo
rumbo a la capital, desde donde partiría, el 30 del mismo mes, en
el Cittá di Torino, hacia Genova, hacia París, en realidad.

18. El artículo cata fechado en enero 29 de 1900. Véase Revista del Salto, año I,
N9 20, Salto, febrero 4 de 1900, págs. 162-G6.
JOSÉ PEREIRA RODRÍGUEZ

DE « L A REVISTA»
A « L A NUEVA ATLANTIDA»
i
HACE ALGUNOS AÑOS, ese inquieto cazador de temas literarios que
es Guillermo de Torre, publicó un excelente ensayo para dar visión
retrospectiva de la actividad cumplida por los más destacados inte­
grantes de la generación de 1898 y, más concretamente, del grupo
VABUMB — ( V a l l e Inclán, "Azorín", Benavente, Unamuno, Maeztu,
Baroja)— que resume el merecido prestigio literario de dicha gene­
ración. Guillermo de Torre no exponía en dicho estudio la "biografía
de la generación del 9 8 " —hecha más tarde por Lain Entralgo en un
libro excelente— sino que mostraba la inquietud trascendente de aquel
conjunto intelectual de descontentos, a través de las revistas en que
exteriorizaron su preocupación político-literaria.
Tal como lo escribió Valéry Larbaud — y lo recuerda de Torre
en el mencionado estudio— "las revistas jóvenes son los borradores
" de la literatura del mañana" y tienen, según Ortega y Gasset, "una
" misión placentaria". En ellas se nutre el cuerpo de un grupo, de
1

un equipo o de una generación. Viven por causa de este perentorio


e inaplazable destino, breve tiempo: el necesario para mostrar las
figuras descollantes del grupo, del equipo o de la generación; y, aún
para salvar del olvido a los que se pliegan al núcleo inicial, lo acom­
pañan con entusiasmo en sus prolegómenos y luego, desplazados por
otras tareas absorbentes o, sencillamente, desencantados, se desvin­
culan del movimiento y, por fin, lo abandonan.
Acaso por interpretar de este modo la trascendencia que debe
asignarse a los movimientos literarios ocurridos en nuestro medio, en
los comienzos del siglo, NÚMERO quiere mostrar, en apretada síntesis,
lo que fueron las revistas, voceros de aquellos movimientos fugaces.

II

Uno tras otro, habían desaparecido los periódicos, más o menos


literarios, más o menos políticos, que aparecieran bajo el título de
"La Revista del Plata", "La Bandera Radical", "Anales del Ateneo",
"Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales", cuando el 20

1. GUILLERMO DE TORRE: " L a generación española de 1898 en lns revistas


del tiempo". Nosotros, Segunda época. Año VI, N9 67. Buenos Aires, octubre de 1941.
294 NUMERO

de agosto de 1899, Julio Herrera y Reissig publica el primer número


de LA REVISTA. A los pocos días, Javier de Viana edita, por intermedio
de Barreiro y Ramos, su novela Gaucha. Antes del año, Ariel levan­
ta su vuelo ante el asombro continental de Hispanoamérica; Juan
Zorrilla de San Martín reúne en un folleto las páginas religiosas de
Huerto Cerrado, por mandato de Mariano Soler; y La raza de Cain
atrae la atención del mundillo rioplatense sobre la personalidad de
Carlos Reyles. . . Bastan estos hechos singulares para dar la eviden­
cia de que Montevideo congregaba en aquellos instantes a un núcleo
excepcional que no ha sido superado. María Eugenia Vaz Ferreira
ya era la primera y única poetisa hispanoamericana y Eduardo Ace-
vedo Díaz continuaba forjando sus novelas históricas. Hasta este
momento, Herrera y Reissig seguía siendo el sobrino de Julio Herrera
y Obes...
Pero aparece L A REVISTA, y Herrera y Reissig se siente conduc­
tor, de igual manera que, años después, se va a declarar "empera­
dor" . . . No obstante, la producción literaria de Herrera y Reissig,
hasta el momento, sólo mostraba como presea el Canto a Lamartine,
de 1898, con sus catorce páginas de cuatrocientos setenta y seis versos
horrorosos en la combinación hepto-endecasílaba.
L A REVISTA alcanza a publicar dos tomos y se enorgullece de su
cronométrica aparición quincenal. El tomo I —se hace constar en la
última página del mismo— está formado por 288 páginas, en las que
figuran los primeros literatos del país y muchos extranjeros, de pri­
mera categoría. (Es curioso que, entre los autores que LA REVISTA
congrega, no aparezca el nombre de José Enrique Rodó, ni el de
Eduardo Acevedo Díaz.)
El tomo I consta de nueve números y, al final del mismo, se
agrega esta aclaración singular: " . . . c o n el [ejemplar] del 5 de
" enero, se abre la segunda serie de nuestra publicación, o sea el
" segundo tomo, el que se clausurará el 20 de junio del año entran-
" t e " . . . Lo anticipado, casi se cumple al pie de la letra: LA REVISTA
deja de aparecer, con el número 13, exactamente, el 10 de julio de
1900, con quinientas sesenta páginas.
Cuando aparece este tomo II, Herrera y Reissig no puede resis­
tir la tentación de confiarle a sus lectores estas afirmaciones jubilosas:

L A REVISTA sale vestida de gran gala, con tipo nuevo,


" llegado recientemente de Alemania, y por la elegancia de
" la forma y por la nitidez del impreso, bien podemos asegu-
" rar, excluyendo nuestra modestia, que honra a la tipografía
" nacional, no habiendo, hasta la fecha, visto la publicación
" ninguna otra publicación en su género tan ricamente ata-
" viada y tan aristocrática en su porte". . .

Evidentemente esta afirmación es, por egocéntrica, excesiva.


LA REVISTA 295

III

Pasan unos años, y en mayo y en junio de 1907, Julio Herrera


y Reissig vuelve, con renovado entusiasmo, para publicar una "revis­
ta de altos estudios", que titula L A NUEVA ATLÁNTIDA. Creo que de
esta publicación, solamente, aparecieron los dos números menciona­
dos. No he podido obtener ningún dato relacionado con esta "revista
de altos estudios", pues en ninguna de las bibliografías del poeta,
publicadas hasta la fecha, la he visto mencionada. Se publicó en la
Tipografía de la Escuela Nacional de Artes y Oficios, y tuvo la Di­
rección ubicada en la Torre de los Panoramas: calle Ituzaingó, 235. . .
César Miranda, el albacea literario de Herrera y Reissig y su amigo
más íntimo, vagamente recuerda ahora que Julio publicó una re­
vista . . . después de LA REVISTA. Y sin embargo, en el primer núme­
ro de L A NUEVA ATLÁNTIDA, en las últimas páginas, se transcribe un
elogioso artículo, publicado en La Razón de Montevideo, bajo el
pseudónimo "Aladino" que, evidentemente, es de César Miranda...
La hermana de Herrera y Reissig, al dedicar algunas páginas de su
biografía del poeta a L A REVISTA no menciona en ningún momento
a L A NUEVA ATLÁNTIDA . . . Todo traduce, sin embargo, la evidencia de
que, cuando Herrera y Reissig se propuso realizar la empresa de
esta segunda publicación tenía el propósito de llevar a cabo una
singular tentativa. "Aladino" escribe, anticipando información:
" . . . aparecerá en abril próximo, será mensual, de cien páginas y con
" colaboradores de reputación universal. . . " L A NUEVA ATLÁNTIDA vi­
ve solamente dos meses: mayo de 1907 y junio de 1907; son ciento cin­
cuenta y seis páginas en total. Nunca más volvió Herrera y Reissig
a intentar parecidos esfuerzos; pero, en ambos casos evidenció sus
generosos afanes culturales. Es realmente extraordinaria la demos­
tración que estas páginas dan de su actitud de conductor: solamente
escribe el programa de acción que se propone cumplir —lo titula
"En el circo"— en las tres primeras páginas del primer número.
Pero, no en vano transcurre poco más de un lustro entre una
y otra revista. El Herrera y Reissig que redactara el "Programando"
inicial de L A REVISTA, no parece ser el mismo que escribe "En el
circo". Si se quisiera una prueba terminante de la renovación in­
telectual que se opera en el poeta, desde una a otra revista, bastaría
cotejar paralelamente estos dos "prólogos". La forma difiere funda­
mentalmente. Herrera y Reissig evoluciona de manera radical y de­
finitiva. El prologuista de 1899, escribe desde su Torre, indiferente
al medio, enjuiciando:
296 NUMERO

" . . . estos días de enervamiento y de frivolidad, en


" que no existen centros literarios, y en que se fundan foot-
" balls, presenciándose, al revés del triunfo de la cabeza, el
" triunfo de los pies, y, mientras el Ateneo, no es, en reali-
" dad, sino un bello cadáver de arquitectura, que luce su
" robusta mole frente a la estatua de la Libertad."

Y el prologuista de 1907 alza su grito fervoroso, en un estilo


hecho de vibración espiritual, y exclama:

" . . . Y el templo de Minerva cerrado yace.


" Una multitud de acróbatas profanos trepa por sus colum-
" ñas, entre los peristilos y las paredes ruinosas.
" Y del Campo Sacro, de sus jardines devastados se
" h a n hecho canchas de football y de carreras... ¡Oh
" sarcasmo!
" . . . Hagamos pueblo y no rebaños... Forjemos al-
" mas, no sólo músculos. ( . . . )
" Tracemos la periferia psicológica futura de la nacio-
" nalidad. Concursos. Academias. Baños públicos. Liceos
" populares. Congresos internacionales de estética. Certá-
" menes de artes plásticas. Propiedad literaria legalizada por
" e l Estado. Asociación de escritores amigos. Retribución
" del trabajo cerebral. Franquicias y protección a la publi-
" cidad. Subvenciones a los intelectuales y ubicación de los
" literatos en los puestos públicos de alta categoría y en la
" diplomacia, para mayor gloria de la nacionalidad. Pensio-
" nes de estudio en el extranjero. Juegos florales. Premios.
" Lauros. Becas. Cátedra de enseñanza libre. Apoteosis del
" talento. Estatuas de los más altos espíritus en plazas y
" paseos p ú b l i c o s . . . "

Antes, en la misma página había pedido con una aguda visión


del porvenir y de la realidad de la República lo que aún hoy es
aspiración nacional:

"Escuelas de agronomía, agropecuaria y de mineralo-


" gía en los departamentos. Enseñanza nocturna para obre-
" ros. Difusión de las Artes plásticas. Universidad libre.
" Ateneo de verdad. Liceos de enseñanza preparatoria y
" gimnasios en toda la República. Educación política de las
" masas. Fiestas escolares. Democratización de las Ciencias.
LA REVISTA 297

" Alta pedagogía. Centro de bellas artes. Glorificación his-


" tórica de los héroes y de los grandes hombres. Exposicio-
" nes y Certámenes cosmopolitas. Fundación de una Aca-
" demia de h o n o r . . . "

Asombra pensar que tan vigorosa visión del porvenir fuera el


fruto del que, en ese mismo instante, estaba forjando los sonetos de
Los peregrinos de piedra. A veces los poetas suelen tener del futuro
un anticipo profético.

IV

Hacia 1900 — e l año inaugural del siglo es hito y punto de


partida— nace en nuestra literatura el "modernismo" que Juan Ra­
món Jiménez define con vehemencia, de este modo:

" . . . nombre ocasional, esterno en apariencia y destino,


" que encierra en sí, en su verdad fatal, mucho más de lo
" creyeron sus nombradores o de lo que suele pensarse, es-
" cribirse o decirse hoy por los que lo nombran sin conoci-
" miento ni sentido profundos." 2

De este modernismo —"reencuentro fundamental de fondo y


forma humanos o más que humanos", según el citado Juan Ramón—
fué nuestro Julio Herrera y Reissig, con sus revistas, paladín genial.
Recurrió a las publicaciones periódicas, en un ambiente hostil, para
recoger las voces dispersas. No fué excluyente, aunque falten algu­
nos nombres preclaros contemporáneos en las páginas de sus revis­
tas. No se dejó desalentar por la reiteración del fracaso. Cumplió
su misión rectora de manera singularmente generosa: de todos, más
que de él, hay muestras en las páginas de sus periódicos. Quien
quiera estudiar la evolución prodigiosa de Herrera y Reissig deberá
abrevar en estas fuentes de extraordinaria elocuencia. 3 En L A R E ­
VISTA aparecen Roberto de las Carreras, Toribio Vidal Belo, Juan

2. J U A N RAMÓN JIMÉNEZ: "Crisis del espíritu en la poesía española contem­


poránea". Nosotros, Segunda época, Año V, N9 48-49, Bs. Aires, marzo-abril, 1940.
3. AdemáB del artículo de presentación ya mencionado, Herrera y Reissig publicó
en La Revista los siguientes trabajos originales: Conceptos de crítica (20/X y 21/XI/899) ;
La musa de la playa, poema (5/XI/899) ; Holocausto, poema (5/XII/899) ; Wagncrianas,
poema, (10/1/900) ; A Guido y Spano, poema (26/1/900) ; Sueño de Oriente" de Roberto
de las Carreras, reseña crítica (26/IV/900) ; Psicología de unos ojos negros, poema
(10/VI/900) ; " L a Chacra" de José G. del Busto, reseña crítica (10/VI/900) ; Plenilunio,
poema (26/VI/900).
298 NUMERO

José Illa Moreno, los tres poetas que ejercen sobre Herrera y Reissig
una influencia decisiva. Y lo que traduce gallarda actitud: una ge­
nerosidad sin límites, una ausencia de vanidad y un sentido cordial
de convivencia. En las dos revistas de Herrera y Reissig publican
quienes más tarde van a resultar figuras señeras; pero, entre loores,
entregan, de igual modo, sus producciones al "joven poeta", los que
ya tenían personalidad literaria. El poeta acoge con estimulante
optimismo a los que llegan y saluda con respetuosa consideración a
los que cada vez más se van a distanciar de sus predilecciones- A
Zorrilla de San Martín, ya procer en el éxito continental de su
Tabaré, Herrera y Reissig rinde homenaje publicando su retrato y
alabando su poesía con encendido elogio.
Una firma llama la atención: María Eugenia Vaz Ferreira
decora el primer número de L A REVISTA, del mismo modo que el
primer número de L A NUEVA ATLÁNTIDA. En la primera da la vi­
brante nota de los espléndidos endecasílabos titulados Triunfal y los
serenos versos Un sano; y en la segunda, bajo el título Poesía, canta
una elegía becqueriana. Esta notoria preferencia por engalanar el
doble comienzo de sus empresas literarias con el nombre de María
Eugenia, señala un aspecto de Herrera y Reissig que tiene hondas
significaciones.

Entre L A REVISTA y L A NUEVA ATLÁNTIDA describe su armonio­


sa parábola cultural VIDA MODERNA, desde la cual Raúl Montero
Bustamante, con una ejemplar dedicación, lleva a cabo una rectoría
intelectual que, todavía, espera que se le haga merecida justicia. 1

Paralelamente, con el nuevo siglo, comienza a morir el Almanaque

4. Entre noviembre de 1900 y setiembre de 1903 aparecieron, más o mcnoB men-


eualmcnte, 34 números de Vida Moderna. Loa primeros 27, bajo la dirección conjunta
de Rafael Alberto Palomcquc y Raúl Montero BuBtamunte, quedando luego éste al
frente de la revista. En el N9 34 —que habría de ser el último— se incorporó a la
dirección Julio Lerena Joanicó. Vida Moderna publicó algunas colaboraciones da
Eduardo Accvedo D í a z , José Enrique Rodó, Alberto Palomcquc (que fuó su inspirador
en la primera época), Lucio V. Mansilla, A. Bonilla y San Martín, Alvaro Armando
Vasseur, María Eugenia Vaz Ferreira, Alberto Nin Frías, Julcs Superviellc (sus pri­
meros versos) y los dos actos inicialcB de una traducción de Hamlct por Juan Zorrilla
do San Martín. Entre todas las colaboraciones descuellan lns do Julio Herrera y
ReisBig: Epílogo wagneriano a " L a política de fusión" (N9 22, setiembre de 1902) ; una
docena de sonetos de Los Maitines de la Noche, con l a advertencia do que dicho libro
"aparecerá en París" (N9 31, junio de 1903) ; Aguas de Aquerontc, relato (N9 32, julio
de 1903) ; Ciles alucinada, poema ya publicado en el Almanaque Artístico del Siglo X X
(N9 33, agosto de 1903) ; Desolación absurda, poema (N9 34, setiembre de 1903).
LA REVISTA 299

Artístico del Siglo XX que, primero en España y, luego, en el Río


de la Plata había recogido, anualmente, las manifestaciones inicia­
les del "modernismo". En este Almanaque Artístico del Siglo XX,
Herrera y Reissig publica sus traducciones de Samain, Zola y Bau-
delaire; Rodó escribe páginas antológicas; Lugones alza sus mag­
níficos versos hugonianos; Darío "decadentiza" —como él dice—
sobre temas sutiles, anticipando poemas en prosa que, luego, displi­
centemente, olvida. . . > r

Y tras toda esta extraordinaria actividad literaria, poco a poco


se yerguen dos faros luminosos: uno se enciende en el "Consistorio
del Gay Saber" para prevenir Los arrecifes de coral que levanta
Horacio Quiroga en recuerdo del título idéntico de un estudio cien­
tífico de Charles Darían, y otro lanza sus ramaladas de luz, desde
la azotea de la "Torre de los Panoramas" para iluminar el camino
a Los peregrinos de piedra. . .

5. Dirigían el Almanaque Artístico del Siglo XX, Francisco G. Vallarino y Juan


Picón Olaondo. En los tres númcroB publicados entre 1901 y 1903 hay valiosas cola­
boraciones de José Enrique Rodó, Roberto de las Cari-eraB, Horacio Quiroga, Federico
Ferrando (el famoso Encuentro con el marinero), Eduardo Acevedo Díaz y Leopoldo
Lugones. Julio Herrera y Reissig publicó allí Las Pascuas del Tiempo; un soneto titulado
Rosada y Blanca; dos págimiB en prosa, una sobre Alfonso Daudet, la otra sobre Carlos
de Santiago (N9 1, 1901) ; cinco sonetos de Los Maitines de la Noche, firmados Julio He­
rrera y HobbcB (N9 2, 1902) ; Cilcs alucinada, poema (N9 3, 1903). También publicó sus
traducciones de Albort Samain (El sueño de Canope), Charles Baudclairc (Una carroña)
y Emile Zola (Nina), acompañadas de algunas notas sobre la diéresis silenciada (N9
3, 1903).
EMIR RODRÍGUEZ MONEGAL

R O D Ó Y A L G U N O S COETÁNEOS

No SE HAN ESTUDIADO suficientemente las relaciones que unieron


(o desunieron) a los escritores uruguayos del Novecientos. Y nada
más importante para la cabal comprensión de cada uno que el mi­
nucioso examen de esas relaciones. El tema ha sido abordado, casi
siempre, unilateralmente: desde Rodó, desde Herrera y Reissig, desde
Florencio Sánchez, desde Quiroga, desde Reyles, desde Javier de
Viana, desde María Eugenia Vaz Ferreira, desde Delmira Agustini,
para citar algunos ejemplos ilustres. Quizá no sea vana tarea la de
intentar (a modo de ejemplo) un esquema plural de las relaciones
que mantuvieron Rodó y Julio Herrera, Rodó y Florencio Sánchez.
Con esta nota no se pretende agotar el tema o llegar a conclu­
siones definitivas. Tal pretensión resultaría vana en el actual estado
de esta investigación. Se pretende, en cambio, exponer objetiva­
mente los elementos que un primer y rápido estudio puede aportar;
se pretende, también, trazar algunas coordenadas que faciliten el
ulterior desarrollo del tema; no se pretende en fin, introducir reve­
laciones sensacionales sino actualizar una documentación que pese a
ser conocida por los estudiosos permanece ignorada hasta por aque­
llos que no se recatan de opinar o decretar. 1

n
Las relaciones personales entre Rodó y Julio Herrera sufrieron
diversas alternativas cuyo trazo quizá quepa en estas líneas: de una
primera época en que se frecuentaban, pasando por una (casi inme­
diata) en que sus tendencias literarias y hasta políticas se oponen,

* Una primera verBión de este trabajo se publicó en Marcha, año X , N9 452,


Montevideo, 29-X-48, págs. 13 y 15. La documentación ha sido ampliada ahora consi­
derablemente.
1. EBte tema ha sido pre-ocupado por el profesor Roberto Ibiiñez. En su curso
sobre Julio Herrera y Reissig (Facultad de Humanidades, 1947) ; en algunas publicacio­
nes periódicas (Marcha, Anales del Ateneo, Cuadernos Americanos); en su libro inédito,
Imagen documental de Rodó, Ibáñez se ha remitido repetidamente a los mismos textos,
n los mismos testimonios, a los mismos documentos que HC utilizan aquí. La coincidencia
en el enfoque es, en muchos casos, inevitable y corresponde, por tanto, reconocer una
vez más la deuda hacia esta labor ejemplar.
RODO Y ALGUNOS COETÁNEOS 301

hasta un momento final en que Rodó, sin alterar ni violentar sus


convicciones, pudo reconocer —objetivamente— la indiscutible cali­
dad del poeta.
La primera etapa se halla hoy bastante bien documentada.
Cuando Julio Herrera y Reissig publica en 1898, y en folleto, su
Canto a Lamartine, Rodó —cuatro años mayor pero mucho más ma­
duro— gozaba ya de una sólida reputación de crítico literario, adqui­
rida por su labor en la Revista Nacional (1895-97) y por su opúsculo
La vida nueva I (1897) —reputación que fuera sancionada, además,
por los juicios de personalidades tan eminentes en su época como
Leopoldo Alas, Salvador Rueda y Rafael Altamira. El novel poeta
envía entonces su Canto al joven crítico con esta reticente dedica­
toria: "Al distinguido Literato, autor de la «Vida Nueva» José E.
Rodó". 2
Aunque se ignora si Rodó acusó recibo del poema, es casi
seguro que lo haya hecho. Y no sólo porque acostumbraba cumplir
con las normas de la más elemental cortesía literaria, sino también
porque debe haber mirado con benevolencia la producción del joven.
Lo cierto es que no publicó ningún juicio crítico sobre el Canto a
Lamartine. E hizo bien, ya que Julio Herrera y Reissig era entonces
un anacrónico epígono del romanticismo español, un mediocre versi­
ficador, un lírico trivial. (En una estrofa canta:

Tu casta poesía
Vivirá mientras haya juventud,
Mientras que pueda el alma sollozar,
Mientras inspire gloria la virtud,
Mientras derrame un beso de armonía
El corazón humano al despertar!)

Y Rodó ya se encontraba bajo el influjo de la poesía de Rubén


Darío.

2. Por esa misma época, y en un papel que n o llegó a ser publicado, Julio He­
rrera satirizaba el artículo de Rodó, intitulado El que vendrá, precisamente u n o de los
doB que integran La vida nueva. Escribía entonces: " A propósito, la ingenuidad de un
crítico uruguayo que para dar a entender en una de sus obras que la Humanidad des­
alentada espera su salvación de un poeta o de un novelador. No [hay e n ] las historias
de las infelicidades místicas y candorosas algo que se pueda comparar a la invocación
con que el visionario del porvenir de la especie remala su animado opúsculo. Nada ген
presentan los Darwin, los Comtc, los Spcnccr, los Littrc, los Renán, los Claudio Bcr-
nard, los Proudhon, los Marx, los Stirncr, los Arnold Rudge, los Ruskin, los Nictzucho.
No es un filósofo quien desentrañará la verdad, quien marcará nuevos rumbos al ser
humano; no sera un pensador, un sociólogo, el [profeta] iluminado del siglo X X . Los
que piensan, al sentir del crítico, son los literatos. Ellos son los que adormecerán con
su nephente milagroso las desventuras humanas. Oigamos a nuestro crítico; anonade-
monos ante su unción de Bautista inquieto y apesadumbrado, nunciador de un orto nuevo
de progreso y de felicidad. (En el Archivo Julio Herrera y Reissig se custodia este texto
quo pertenece a una obra inédita: Parentesco del hombre con el suelo.)
302 NUMERO

Anticipándose algo a la metamorfosis de Herrera y Reissig, Rodó


penetraba en el clima del Modernismo. Su ensayo sobre Rubén
Darío, publicado en 1899, testimonia su entusiástica incorporación a
esta corriente poderosa que modificaría profundamente el curso de
la literatura en lengua española. (Alguna reserva, algún reparo cir­
cunstancial, la independencia espiritual que Rodó siempre preser­
vara, no disminuyen demasiado su cálida adhesión —en espíritu y
forma— al Modernismo.) Rodó envió a Julio Herrera un ejemplar
del ensayo, y el joven poeta se apresuró a agradecerle el libro en un
par de tarjetas que documenta doblemente su aplauso a la obra crí­
tica y su tácito reconocimiento de la jerarquía de su autor. El poeta,
que prodigaba sin rubores el incienso, dice: "Julio Herrera y Reissig
saluda afectuosamente a José Enrique Rodó y le agradece el envío
de su preciosa producción, en la que ha vuelto a cincelar y a sondar
con una galanura de lenguaje y profundidad de juicio admirables.
Puede estar satisfecho el laureado Rubén Darío de esta nueva conde-
coración de triunfo, al haber encontrado un prosista poeta y un Fi-
dias crítico que haya adivinado y esculturado, al mismo tiempo, la
Musa exótica y crepuscular del autor de Azul, presentándola en
todas sus andrajosidades sublimes, y todas sus exquisiteces voluptuo-
sas, sus lujos orientales, su coquetería parisiense, su sensualidad ar-
tística, su rareza bizantina, su desnudez aristocrática, su galantería
Borbónica y su delicadeza florentina! Rodó es un anatómico que
enflorece donde examina y hace hablar lo que cincela. La antorcha
de su erudición rasga y alumbra; su lente acerca sin agrandar; su
intuición de Moisés artístico, señala y profetiza. Su pluma, des-
pierta: es el Pigmaleon [sic] de nuestra literatura! ¡Choque su copa
con la de su particular amigo . La relación personal parece esta­
79

blecida.
En julio del mismo 1899, Herrera solicita de Rodó una colabo­
ración para su próxima publicación literaria: La Revista. Le escribe
en términos de profundo aprecio y le ruega que pase "por ésta su
casa", pagándole así una de las tantas visitas que le adeuda. Se des­
pide reiterándose su siempre amigo. De estas expresiones puede
deducirse un trato personal. Lo que quizá no signifique verdadera
amistad. ¿Acaso era posible? Aunque en ese momento ninguno de
los dos había completado su fisonomía —humana y literaria—, y
ambos estaban en vísperas de una poderosa transformación que los
dividiría profundamente, sus intereses pudieron no coincidir. Por
otra parte, ya los separaba, por un lado, la mayor madurez intelec­
tual de Rodó, su constante ejercicio del pensamiento, y, por el otro,
la pasajera indiferenciación poética de Julio Herrera, su acusado
sensualismo.
RODO Y ALGUNOS COETÁNEOS 303

El 1900 presenciaría una transformación radical en estas rela­


ciones superficiales. Para Rodó significó, con la publicación de Ariel
(que no envió al poeta), la sustitución de su entusiasmo moder­
nista por la milicia de América, al mismo tiempo que una subordi­
nación mayor de la crítica desinteresada a una política literaria de
proyecciones continentales. * Para Herrera y Reissig el Novecientos
;

trajo con el agravamiento de su corazón la revelación de su autén­


tica personalidad poética. El joven eufórico y convencional del Canto
a Lamartine aprende a conocerse gracias a la veloz madurez que
opera la taquicardia, gracias (también) a la doble presencia poética
y humana de Lugones y Roberto de las Carreras. Herrera fundó
entonces la Torre de los Panoramas, cenáculo literario que escan­
dalizó a nuestros abuelos. (Era, en realidad, un altillo desmantelado,
en la casa paterna, donde Julio recibía a sus amistades. Cuando mu­
rió don Manuel Herrera, en 1907, el poeta debió abandonar la Torre.)
Los destinos de Rodó y Julio Herrera se separaron entonces
definitivamente. Si nunca había existido entre ambos más que una
relación superficial, ahora no podía subsistir ni siquiera esa relación.
Rodó abandonaba disgustado el mundo poético del Modernismo para
entregarse a la lucha americanista, mientras Herrera se amurallaba
en su Torre para crear la más pura poesía de nuestras letras, para
cultivar la leyenda escandalosa de su intensa personalidad, para
ingresar como príncipe en ese mismo Modernismo que Rodó ya aban­
donara. Éste creyó entonces que la hora de América no permitía
exquisitices exóticas, torres de marfil o estremecimientos decadentes.
Y en carta privada a Manuel Díaz Rodríguez (21-1-1904) resumiría
su posición con estas palabras: " . . . siempre que me ha tocado dar
juicio sobre la literatura contemporánea he insistido en que su de-
fecto radical y más grave es su despreocupación infantil respecto de
toda idea, de todo sentimiento, de todo alto interés que afecten a las
sociedades en que esa literatura se produce. Vive cultivando formas,
sonidos y colores. Y yo, que como el que más gusto, en el arte lite-
rario, de lo que esencialmente es arte; yo que venero la forma, el
estilo, y me deleito en el color, no por eso limito mi concepto de la
literatura a lo que en ella hay de desinteresado, de asimilable al
«juego» —como del arte opina Spencer—; sino que he creído siem-
pre en la trascendencia social, en lo que tiene de propaganda de ideas,
de eficaz instrumento de labor civilizadora". No advirtió (no pareció
advertir) Rodó que la milicia americanista podía no abolir ese
mundo enrarecido pero americano del Modernismo. Y desde enton-

'¿. En carta a Unamuno escribiría el 20 do marzo de 1004: " Y o no aspiro a la


torre de marfil: me place la literatura que, a su modo, es m i l i c i a . . . " . (Véase el texto
completo en CBtc mismo Número.)
304 NUMERO

ees calló casi unánimemente frente a Rubén Darío, frente a Leopoldo


Lugones, frente a Julio Herrera, frente a Quiroga. No quiso com­
batirlos pero predicó su mensaje al margen de aquellos artistas.
Y como si el azar quisiera ahondar más la diferencia de carác­
ter y tendencias que separaban ya a Julio Herrera de Rodó, la pe­
queña y poderosa pasión política vino a enfrentarlos. A fines de
1900 Rodó capitanea, con otros jóvenes, el movimiento unificador
del Partido Colorado, dividido entonces en fracciones rivales que
aseguraban su debilidad, su segura derrota, frente al Nacionalismo.
Para lograr la unificación, los jóvenes prepararon activamente un
banquete mayúsculo en el que confraternizarían los cabecillas de
cada fracción. En una violenta conferencia (19-XII-900), el poeta
Julio Herrera y Reissig desciende a la arena política y pretende li­
quidar, por el ridículo, el acto. Su posición puede sintetizarse en
esta frase que él mismo acuñó: "¡Anhelamos, queremos, ansiamos
una confraternización de ideales, pero nos reímos de una confrater-
nización de estómagos]". Toda la inflamada y fácil diatriba no
4

impidió el triunfo total de los unificadores y el banquete se realizó


el 21 de enero del 901. Rodó, que fué uno de sus oradores, predicó
entonces (según palabras de un diario de la época), la obediencia
a los principios y no a las pasiones, a la fuerza y no a la violencia. 5

En 1902, y para subrayar aun más su posición política, Julio


Herrera publica en la revista Vida Moderna ( № 22, setiembre) su
escandalosa carta a Carlos Oneto y Viana: Epílogo wagneriano a
"La política de fusión" con surtidos de psicología sobre el Imperio
de Zapicán. Allí, bajo la protección de un epígrafe de Nietzsche
0

(donde se dice, entre otras cosas: abomino todo sacrificio al dios


vulgo o al dios éxito. Me repugna lo trivial), el poeta insulta con
brío al Uruguay, a los partidos tradicionales, a los cabecillas y pro­
pone una política sin partidos. En su furor apocalíptico hace algu­
nas honrosas excepciones. (La suya, es claro; no la de Rodó, por

4. En un folleto de 16 páginas publicó Herrera In conferencia (Montevideo, Tipo­


grafía L'Italia al Plata, diciembre 19 de 1900). El Día del 20 de diciembre insertó una
nota que resumía, con rara objetividad, el contenido de la pieza oratoria: " E l Sr. He­
rrera y Reissig disertó sobro el banquete de la confraternidad colorada, oponiéndose re­
sueltamente a su realización, porque él no implica otra cosa que simples uniones esto­
macales, según el criterio del conferenciante. También el Sr. Herrera comentó a pro­
pósito de esta fiesta, la política de algunos personajes colorados, expresándose en términos
severos. En algunos párrafos de su conferencia fué muy aplaudido el señor Herrera
y Reissig'*.
5. La actuación de Rodó está reseñada en la biografía de Pérez Petit (ed. de
1937, págs. 200-210). En El Día (22-1-901) se transcribió, íntegro, el discurso de Rodó,
del que el libro citado ofrece sólo algunao páginas.
6. Ha sido reeditada por Claudio García y Cía. (Montevideo, [1943]), con un
prólogo anónimo en el QUO se comenta el paradójico patriotismo de Julio Herrera.
RODO Y ALGUNOS COETÁNEOS 305

cierto.) ¿Cómo pudo juzgar Rodó aquella conferencia y esta carta?


Es probable que las considerara un exabrupto. Y aunque quizá no
sea legítimo deducir que este antagonismo político haya suscitado
uno personal, parece evidente que estas actitudes del poeta no pue­
den haber contribuido a borrar diferencias. 7

En los años subsiguientes, Rodó y Julio Herrera realizan con


total independencia sus respectivas obras. La separación entre am­
bos parece ahondarse, como lo indican, indirectamente, algunas car­
tas del Archivo Rodó. De 1904 es el borrador de una, a Juan Fran­
cisco Piquet, en el que Rodó escribe: "También le envío una pre-
ciosa composición publicada en un diario, y que lleva al pie la firma
de una eminencia que con obras de esa magnitud no tardará en le-
vantarse a la sublime altura de los super-hombres nietzschianos, de-
jando humillados y casi abollados a los más grandes vates de los
tiempos presente y futuros". Quizás estas palabras no se refirieran
a Julio Herrera. Pero parece indudable que aluden a un tipo de
poema en que solía incurrir el pontífice de la Torre. Apoyan esta
interpretación unos párrafos de una carta contemporánea en que
Rodó agradece a Quiroga el envío de El crimen del otro ( ¿ 9 0 4 ) . Con
una clara alusión al decadentismo del primer libro de Quiroga (Los
arrecifes de coral, 1901) le expresa: "Me complace muy de veras
ver vinculado su nombre a un libro de real y positivo mérito que se
levanta sobre los comienzos literarios de Ud., no porque revelaran
falta de talento, sino porque acusaban, en mi sentir, una mala orien-
tación" (9-IV-904). En el mismo sentido, y esbozando un panorama
americano, había escrito, el 20 de marzo del mismo año, a don Mi­
guel de Unamuno: "La vida literaria se arrastra por aquí (y, en ge-
neral, en América) muy perezosa y lánguida. Hay cierto estupor.

7. Puede señalarse aún otro elemento —lateral— de fricción. En la polémica


sostenida entre Vnsscur y Roberto de las Carreras —que se transcribe en este miBmo
Número— puede verse una malévola alusión a Rodó. Al trazar de las Carreras una
larga teoría de literatos que (según él) despreciaban a su contrincante, incluye a Rubén
Darío y lo califica: el titcador de Rodó. Se alude aquí, sin duda, al desdichado episo­
dio de la edición aumentada de Prosas Profanas (París, Bourct, 1901). Darío Bolicitó
y obtuvo de Rodó la autorización para transcribir como pi'ólogo del libro su estudio,
publicado independientemente en 1899. Pero por lamentable descuido (cuya responsa­
bilidad total recae sobre el poeta) el estudio se imprimió Bin firma, lo que suscitó Ta
justificada amargura en Rodó. Por la mención que hace de las Carreras puede verse
que algunos aprovecharon el incidente para envenenadas apreciaciones. Rodó no pudo
desconocer este puntazo del extravagante compatriota; tampoco pudo desconocer que
en esta polémica de las Carreras estuvo estrechamente asistido (si no sustituido) por
Julio Herrera y Rcissig. (Sobre las relaciones, personales y literarias, entre Rodó y
Darío ha preparado un largo ensayo, aun inédito, el profesor Ibañez. Allí se estudia
detenidamente el incidente de la edición Bouret y se transcriben las cartas y docu­
mentos que lo ilustran.)
306 NUMERO

Por fortuna va pasando si no ha pasado ya aquella ráfaga de "deca-


dentismo" estrafalario y huero que nos infestó hace ocho o diez años.
Yo creo que pocas veces, en pueblos civilizados «del todo», se habrá
dado ejemplo de tan pueril trivialidad literaria, y tanta perversión
del gusto, y tanta confusión de ideas críticas, y tanta ignorancia
audaz, y tanta manía de imitación servil e inconsulta, como se vio
en algunas partes de nuestra América con motivo de aquella carna-
valada. En Montevideo, no es donde hizo más estragos, por fortuna.
Aquí hay formado un cierto espíritu de crítica perspicaz y vigilante,
y respiramos un ambiente más «europeo», en estas cosas, que en
otras partes de América, sin exceptuar algunas donde la grandeza
material es mayor y la civilización más «aparente» y suntuosa".
No es ilícito suponer que Rodó vinculara, de alguna manera, este
decadentismo a ciertas expresiones poéticas, a ciertas actitudes, de
Julio Herrera y Reissig. 8

La deliberada y minuciosa hostilidad de Julio Herrera hacia el


burgués ambiente montevideano favorecía el desconocimiento o la
incomprensión de su poesía. También favorecía el desconocimiento
o la incomprensión, su mala política literaria. Es cierto que Herrera
publicaba sus versos y sus artículos críticos en revistas y periódicos,
pero descuidaba recogerlos en volumen y sólo los muy devotos po­
dían seguir la trayectoria de su poesía al través de las dispersas
publicaciones. (Aun hoy no se ha trazado su bibliografía completa.)
Es cierto, además, que en 1905 Raúl Montero Bustamante escogió
19 poemas de Julio Herrera para su generoso y poblado Parnaso
Oriental. Pero eso no significaba la consagración, ya que Julio He­
rrera alternaba con otros noventa poetas (incluso Rodó) y sus com­
posiciones competían con unas trescientas; además, el editor acom­
pañó sus versos de una nota en que divagaba abundantemente sobre
él, al mismo tiempo que lo envejecía en dos años. (Entre otras co­
sas expresaba, en las págs. 285-86: "De su musa extraña y versátil,
de su misantropía literaria, de su rebeldía intelectual, de su «dan-
dysmo» sombrío y trágico a lo Jorge Brummel, de su rara imagina-
ción, macabra hasta Verhaeren, alegre hasta los copleros populares,

8. La resistencia que ofreció Rodó u lo que 61 calificaba de decadentismo data


de los orígenes de su carrera literaria. En su Archivo se puedo ver el borrador de una
carta a Leopoldo Alas en que expresa: " S i no desconfiara de mis fuerzas para tal em­
presa, diría que el plan de esa colección [alude a La vida nueva, cuyo primer volumen,
recién publicado, le envía] se basa en el anhelo de "encauzar" al modernismo americano
dentro de tendencias ajenas a las perversas del decadentismo " a z u l " . . . o "candoroso",
según Ud. y yo hemos convenido en llamarle, valiéndonos, como Ud. dice, de un eufe­
mismo". La fecha C B : 5-IX-897. Dos años después, Rodó acusaría el impacto de Prosas
Profanas en BU estudio Bobre Darío (1899), para volver, en 1900, a una posición de
enjuiciamiento severo del Modernismo en lo que tenía de exotismo decadente.
RODO Y ALGUNOS COETÁNEOS 307

de sus canciones de un enfermo sonambulismo, sólo queda en el es-


píritu una perturbación vaga, un temor lejano de algo descono-
cido. . .")
Cuando en 1908 Rodó presentó ante la Cámara de Representan­
tes el Proyecto de Ley para pensionar a Florencio Sánchez en su
viaje a Europa, los amigos de Herrera y Reissig se escandalizaron,
y uno de ellos, Pablo de Grecia, salió a la prensa a preguntar por
qué no mandaban también a Europa al poeta. Su artículo (La Razón,
7-IV-908) desencadenó una polémica cuyo resultado final fué divi­
dir la opinión pública en tres partidos: el de los que negaban de
plano al pontífice de la Torre, el de los que lo admitían pero lo igua­
laban o postergaban a un Roxlo, a un Papini y Zas, a un Frugoni,
a un Falco, y el de los que lo proclamaban —con celo casi electo­
ral— el mayor poeta uruguayo. En ese instante César Miranda
J)

pudo haber dicho a Julio Herrera lo que años antes dijera Valéry
a Mallarmé: "Uno le censura; otro le desdeña. Irrita usted, causa
lástima. El gacetillero, a expensas de usted, divierte fácilmente al
universo, y sus amigos sacuden la cabeza. . . Pero ¿sabe usted, siente
esto: que hay en cada ciudad de Francia un joven secreto que se
haría despedazar por sus versos y por usted mismo?". Rodó no era
(nunca fué) ese joven secreto. Si durante la polémica hubiera es­
crito en favor del poeta, el peso de su palabra magistral hubiera
quizá consagrado objetiva y definitivamente a Julio Herrera y Reis­
sig. Pero Rodó guardó silencio porque no creía a Herrera el mayor
poeta uruguayo, porque no podía aceptar su (para él) enrarecido
mundo poético. Ese silencio significativo traducía, además, la pro­
funda y recíproca incomprensión que el tiempo había ahondado en­
tre ambos.
Dos episodios ocurridos con escaso intervalo no contribuyeron
a mejorar la situación. El Concurso de obras teatrales en un acto
organizado por el Conservatorio Labardén, de Buenos Aires, en los
primeros meses de 1908, fué la ocasión escogida por el azar para
enfrentar —una vez más— a Rodó y Julio Herrera. Queda de este
episodio el testimonio ofrecido por Pérez Petit en su Rodó (págs.
269-278). El caudaloso ensayista integró con Rodó y Elias Regules
el jurado que debía fallar en dicho concurso. Al mismo presentó
Herrera una pieza, titulada La sombra, que no alcanzó a ser juz­
gada porque se perdió el único ejemplar enviado. Pérez Petit adju­
dica la entera responsabilidad de tal pérdida a Rodó, a quien (por
otra parte) presenta como desaprensivo en el cumplimiento de sus
deberes de jurado. De su relato surge, sin embargo, otra posibilidad:

9. En cate mismo Número se transcriben o resumen los textos de esta polémica.


308 NUMERO

la de que haya sido él mismo el involuntario responsable de la pér­


dida. Ahora parece bastante difícil resolver el punto. Puede supo­
nerse, sin mayor violencia, que este incidente debió haber suscitado
una reacción nada favorable al jurado en el p o e t a . 10

A l año siguiente, Rodó tuvo ocasión de tributar a Julio Herrera


un equívoco homenaje que, por su especial difusión, no pudo pasar
inadvertido a este último. Como colaborador de la discutida Biblio-
teca Internacional de Obras Famosas, y encargado de la selección
de autores uruguayos, Rodó escogió tres poemas de Herrera (El banco
del suplicio, El suicidio de las almas, El viaje) y los presentó con
una nota de insuperable sobriedad, de casi invisible elogio, que de
ningún modo puede estimarse como juicio crítico. Dice allí: "Julio
Herrera y Reissig, nació en Montevideo en 1878. Fundó, siendo casi
un niño, el periódico literario «La Revista», donde aparecieron sus
primeras composiciones poéticas y ensayos de crítica y literatura,
de que también era autor. Formó alrededor suyo un grupo de juven-
tud apasionada por las letras, que recibía las influencias del movi-
miento literario modernista. Luego de haber trabajado con gran
asiduidad en aquel periódico y en otros de que fué colaborador, den-
tro y fuera de su país, su producción ha sufrido breve eclipse, del
que resurgirá pronto con el anunciado libro «Los peregrinos de pie-
dra», que ya está en prensa". (Véase ob. cit., tomo X X , págs. 10224-
25.) La selección no permite asegurar, por otra parte, que Rodó
conociera bien la producción herreriana, ya que puede suponerse
que se limitó a transcribir algunos de los poemas escogidos por Mon­
tero Bustamante para su Parnaso de 1905. (Adviértase, al pasar, que
Rodó leyó mal, en el mismo libro, la fecha de nacimiento del poeta:
por error dice allí: 1873, y al confundir el tres con el ocho, Rodó
rejuveneció a Herrera en tres años.)
Luego de la muerte del poeta, cuando aparece en 1910 su pri­
mer volumen de versos (Los peregrinos de piedra), Rodó continúa
guardando silencio hasta encontrar, el 14 de julio de 1913, la oca­
sión de testimoniar su respeto y su alta estima por la obra de Julio
Herrera y Reissig. En el Informe con que se acompaña el Proyecto
de Ley presentado ante la Cámara de Representantes y en el que
se propone destinar la cantidad de dos mil pesos para costear la
publicación de las obras inéditas del poeta, se encuentra, suscrito
por Rodó, el más amplio reconocimiento del valor objetivo de estas

10. Durante mucho tiempo se creyó perdida La sombra. Actualmente se han con­
seguido reunir en el Archivo Herrera y Reissig varias copias autografiadas por fami­
liares y amigos del poeta. Su lectura confirma el juicio que (siempre según Pérez Pctit)
emitió Rodó sobre el conjunto: " . . . si las hacemos representar todnB, n o s matan".
(Véase ob. cit., pág. 276.)
RODO Y ALGUNOS COETÁNEOS 309

obras. Allí se aclara el sentido de la Ley con estas palabras, en


que puede advertirse la intención reparatoria: "No se trata, pues,
de un simple propósito de lucro, sino de un intento más elevado y
plausible: procurar que no permanezcan inéditas e ignoradas, las
producciones de un gran ingenio, digno de una consagración postuma
que repare, en cuanto es posible, el olvido a que se ha relegado el
prestigioso escritor, precisamente en los días en que era más necesa-
rio estimular sus afanes creadores, y premiar con el aplauso público
sus indeclinables optimismos de artista". Es claro que esta declara­
ción, infortunadamente, sólo podía interesar a la inmortalidad del
gran lírico.

ni
Si el destino de Julio Herrera aparece muchas veces enfrentado
con el de Rodó, no sucede lo mismo con el de Florencio Sánchez. Y
aun prescindiendo de las distintas esferas sociales en que actúan o de
la orientación intelectual de cada uno (Rodó catedrático, diputado,
crítico literario, pensador; y Sánchez bohemio, dramaturgo, anar­
quizante) y atendiendo únicamente a las obras respectivas, resulta
evidente que mientras Rodó representa al literato de gabinete, Flo­
rencio representa al escritor de la calle. Es claro que el triunfo
unánime del teatro de Sánchez lo impone a la consideración de todos
los públicos, y sus obras logran también el aplauso de los enten­
didos. En Montevideo fué Samuel Blixen — e l primer crítico teatral
de la • época— quien consagró a Florencio con ocasión del estreno
en esta capital de M'hijo el dotor, el 15 de octubre de 1903. Es po­
sible que entonces Rodó no acostumbrara concurrir habitualmente
al teatro. (Se hallaba sumergido en la creación de Proteo y en una
intensa labor política.) Pero fué invitado a una lectura privada del
drama de Florencio Sánchez a realizarse el 5 de setiembre de 1903
en la redacción del Diario Nuevo, y allí pudo conocer y hasta rela­
cionarse con el dramaturgo. No ha quedado, sin embargo, ningún
testimonio de esta aproximación. Aunque no es difícil conjeturar
que la vinculación entre ambos, por cordial que pudiera haber sido,
no podía afectar en nada la profunda divergencia de sus obras.
El idealismo filosófico de Rodó, su arte depurado y sereno, la so­
briedad y limpieza de sus recursos, nada tenían en común con el
crudo naturalismo de Sánchez, con su vigoroso melodramatismo, con
su pensamiento simplista y directo. Es cierto que, más tarde, Flo­
rencio evolucionará hacia formas más refinadas, menos eficaces,
quizá, desde el punto de vista teatral. Pero en este primer momento,
310 NUMERO

se comprende fácilmente que Rodó no pudiera sancionar con su


adhesión absoluta el teatro de Florencio Sánchez, n
Si no se han podido documentar las relaciones personales entre
Rodó y Florencio Sánchez en 1903, las mismas resultan evidentes
hacia 1908. La carrera de éxitos del joven dramaturgo volvía impe­
riosa una consagración universal. Florencio soñaba con estrenar en
Europa. Pero no podía irse. Una gestión directa ante el presidente
Williman fracasa por motivos circunstanciales y entonces Rodó de­
cide presentar ante la Cámara de Representantes, y al frente de
una coalición de diputados de distintos partidos, un Proyecto de Ley
para enviar a Florencio a Europa. La iniciativa la reconoce el mis­
mo dramaturgo en una carta contemporánea a don Joaquín Sánchez
Carballo, su primo: "Rodó presentará la semana próxima probable-
mente un proyecto por el que se me acuerda una pensión de 200
pesos por dos años. Irá firmado por un grupo de diputados blancos
y colorados de los más representativos y tengo la seguridad casi de
que se vote por unanimidad". En la exposición de motivos que
12

acompañaba al Proyecto de Ley se elogiaba ampliamente al drama­


turgo y se transcribían, como la opinión más autorizada, estas pala­
bras de Blixen: "Si fuera posible enviar a Sánchez al viejo mundo,
pensionándolo para que allí trabajara tranquilo tres o cuatro años,
el país podría hacer ese pequeño sacrificio para proporcionarse el
lujo de contar dentro de poco con un hijo umversalmente célebre".
(V. Diario de la Cámara de Representantes, 4-IV-908.) El Proyecto
murió en la Cámara de Senadores. Pero Williman decidió mandar
directamente a Florencio.
Es imposible no subrayar la paradoja que implican estas ges­
tiones de Rodó. Desde 1903 estaba decidido a irse a Europa. Durante
muchos años ambicionó publicar allí su Proteo. (En uno de los cua-

11. Pnra la misma Biblioteca Internacional seleccionó Rodó el actor tercero de


NucBtros hijos. La nota de presentación, que permite deducir cuáles eran sus piezas
favoritas, dice: Florencio Sánchez, autor dramático uruguayo. Sus obras han sido repre­
sentadas con extraordinario éxito en los teatros de su país y de la República Argentina.
Cultiva preferentemente el drama llamado "do tesis". Entre sus producciones han sido
las más celebradas: "Nuestros hijos" y "Los derechos de la salud". En 1909 fué n
Europa, pensionado por el gobierno de su país, con el propósito de hacer representar
algunas de sus obras en los teatros europeos. (Véase ob. cit., tomo X X , pp. 10151-62.)
12. Esta carta fué publicada por el diario montevideano Las Noticias el 7 de no­
viembre de 1922. Por error se indica allí que el destinatario era D. Joaquín de Vcdia;
por error, también, Fernando García Esteban (Vida de Florencio Sánchez, 1939) retrasa,
en un año, la fecha de publicación.
RODO Y ALGUNOS COETÁNEOS 311

demos preparatorios de dicha obra, conservado en el Archivo Rodó,


se encuentra un proyecto de carátula, así concebido:

José Enrique Rodó

PROTEO
. . . p u r a los que están de la parte de
afuera, todo se hace por vía de parábolas,
San Marcos, cap. IV, v. 11.

Barcelona
1905.)

Sin embargo, ya desde 1904 se puede documentar, con la co­


rrespondencia, su voluntad de publicar la obra en Europa, tal como
lo expresa, p. ej., en carta a Juan Francisco Piquet (20-IV-904):
"Lo que sí está decidido es que «Proteo» se publicará fuera del país,
no bien esté terminado". Su tan acariciado proyecto, que suponía
1:1

(es claro) un viaje a Europa, se refleja, con insistencia y a través


de patéticas fluctuaciones, en sus cartas. Ya en 1904 le habla a
Unamuno de ir a oxigenar el alma con una larga estadía en Europa
(20-V-904). Pero es a Piquet, confidente de sus más íntimos pro­
yectos literarios, al que seguramente escribe, en plena exaltación,
estas líneas cuyo borrador preserva los irregulares trazos de la ex­
trema tensión emocional con que fuera compuesto: "¡Gloria in ex-
celsis Deo! He terminado [mi] labor! Con esta fecha envío a la casa
de Fernando Fe, en Madrid, los originales de Proteo, —por interme-
dio de una casa librera de esta ciudad. Y para fines del
futuro abril (o del futuro mayo, a más tardar para fines de junio)
está completamente resuelto mi viaje al viejo continente. Iré, pri-
mero, por pocos días a Madrid —a fin de ver terminada la impresión
de la obra— de allí pasaré a Salamanca, a ver a Unamuno; a Oviedo,
a ver a Altamira y Posada; a Sevilla, a ver a Rueda; a Valencia, a
ver a Blasco Ibáñez: todo de paso. Terminaré mi gira por Barce-
lona; sólo a fin de conocer la tierra de mis abuelos —y de allí, tras
brevísima permanencia, me pondré en Italia— (esto será, según
calculo, para comienzos de julio)— y de Italia (dos meses de estadía)
en París donde permaneceré cuatro meses; y a Londres, donde que-
daré un mes —hasta marzo de 1906, en que regresaré a mi país
•—para ver cómo están las cosas. Luego, según todas las probabili-

13. Esta carta puede lecrBC en el Epistolario de Rodó (ParÍB, 1021, pág. 34). En el
Archivo Be encuentran borradores de cartas a Piquet (10-1-004; 190B), a Unamuno (20-
in-004) y a Francisco García Calderón (2-VIII-904 ; 28-VI-90G) que corroboran la decisión.
312 NUMERO

dades, regresaré a Europa para radiearme definitivamente: desde


fines de 1906". "
Un fuerte quebranto económico y la minuciosa explotación a
que lo sometieron algunos individuos, a quienes Pérez Petit califica
—quizá sin exceso— de vampiros (6b. cit., pág. 2 4 8 ) , impidieron
que Rodó pudiera costearse el viaje tan anhelado. Y su orgullo le
prohibió siempre pedir para sí lo que solicitaba para otros. Por otra
parte, su franca oposición a la política gubernista le costó alguna
injustísima postergación, como, p. ej., cuando fué suplantado, por
alguien más adicto a los poderes públicos, en la delegación uruguaya
que asistió a las fiestas del centenario de las cortes de Cádiz, en 1912.
Estas humillaciones ahondaban más su natural reserva que sólo
podía franquearse — y con tanto pudor y tantas reticencias— en las
cartas íntimas. En una a Hugo D. Barbagelata escribe Rodó con
lucidez: "Respecto de mi viaje a Europa, bien quisiera realizarlo...
pero no entra eso en el número de las posibilidades actuales. Ya sabe
Vd. que ni de este gobierno puedo esperar atenciones, ni yo las acep-
taría, siendo radicalmente adversario de él y combatiéndolo, como
lo combato, por la prensa. Si yo fuera argentino o chileno habría
ido a Europa veinte veces, porque en esas vecindades se cotiza un
poco más alto la representación de ciertos nombres... Acuérdese
Vd. de lo que pasó cuando las cortes de Cádiz. Estas son pequeneces
de nuestro terruño, de las que no debemos hablar más que entre
nosotros mismos". (El borrador aparece fechado el 11-11-914.)
Y recién en 1916 podrá Rodó realizar su ambición. Pero no irá a
Europa pensionado por el gobierno (como Sánchez o como Ernesto
H e r r e r a ) ; irá como corresponsal de la revista argentina Caras y
15

Caretas. (Esta digresión podrá parecer inoportuna. La creo nece­


saria hoy, que tantos olvidan o ignoran sobre qué agonía doméstica
se levantaba la figura del que toda América proclamaba Maestro.)
Después de la muerte de Florencio Sánchez, Rodó documenta
una vez más su respeto y alta estima por su obra. Al tasar en 21 mil
pesos las piezas del dramaturgo escribe en el Informe con que acom-

14. El espacio en blanco en la transcripción de esta carta corresponde al del


original. Por las indicaciones del mismo texto puede conjeturarse que fué escrita a
fines de 1904 o a principios do 1905, aunque quizá esto último sea lo más probable.
Otras cartas aportan elementos en el mismo sentido, principalmente una a Manuel Díaz
Rodríguez (20-1-904), otra a Alfredo L. Palacios, en la que se anuncia como inminente
la partida (29-IV-905), y tres a Piquet que permiten seguir el proceso de su desilusión
(19-1-904; 20-IV-904 ; 20-VIII-909).
15. Tampoco debe olvidarse que Rodó presentó, el 24 de abril de 191.1, ante la
Cámara do Representantes, y en compañía de Zorrilla, Callorda, Fcrrer Oíais, Saltcrain,
Schinca y Ramón Guerra, un Proyecto de Ley que concedería a Ernesto Herrera "una
pensión graciable de novecientos sesenta pesos anuales por el término de tres años, con
el objeto de que perfeccionase BUS condiciones artísticas en Europa".
RODO Y ALGUNOS COETÁNEOS 313

paña la tasación: "Teniendo en cuenta la alta valía literaria de di-


chas obras y el excepcional favor de que disfrutan en el público del
Río de la Plata", etc., etc. (El texto completo puede verse en La Ra-
zón del l l - X I - 9 1 1 . )

IV

Algunas publicaciones de los últimos años han dado cierta ac­


tualidad al silencio de Rodó frente a Julio Herrera y Reissig, frente
a Florencio Sánchez. El examen de sus relaciones personales per­
mite afirmar, creo, que ese silencio no obedeció ni a indiferencia
ni a desconocimiento, sino a una profunda divergencia de criterios,
de tendencias artísticas, de política literaria, de gustos, de caracte­
res, hasta de calidades humanas. También permite enunciar estas
conclusiones: Rodó, después de 1900, entregado como estaba a la
creación de Proteo y a la milicia americanista, y luego de espaciar
cada vez más el ejercicio de la crítica literaria, no tenía obligación
de vocear los nuevos valores que surgieron en América. Parece
seguro que Rodó no publicó ningún juicio crítico importante sobre
Florencio Sánchez o sobre Julio Herrera y Reissig. Es incierto, sin
embargo, que no los haya conocido. Pudo no gustar del naturalismo
de uno o del decadentismo del otro, pero en varias oportunidades
documentó eficazmente su i espeto y su alta estima por las obras de
ambos.
TRES POLÉMICAS
LITERARIAS
L A POLÉMICA como género literario no ha logrado desprenderse
en nuestro país de los vicios, quizá originales, de una formación
(o deformación) típicamente demagógica. Se ha buscado siempre
causar el mayor daño posible al adversario, entendiendo por tal a
la persona y no a la posición intelectual de la misma. Se le han de-
tallado, o inventado, vicios, implicaciones; se ha invalidado su inte-
ligencia o su moral; se ha trazado, con evidente acopio de sombras,
su genealogía. Nunca se ha discutido lo que importa: el método, el
enfoque del problema, las conclusiones. Nunca se ha atacado la
substancia misma de la polémica.
Estas comprobaciones resultan triviales hoy; lo eran, también,
hace cuarenta o cincuenta años. Dos de las tres polémicas literarias
que exhumamos se inician, se dilatan y concluyen en el ataque per-
sonal. La tercera, aparente excepción confirmatoria, no condesciende
a la injuria porque se limita a presentar —no a fundamentar— dis­
tintas valoraciones de un mismo tema.
Creemos que la exhumación de estos textos puede contribuir al
mejor conocimiento de las relaciones personales que existieron entre
los escritores del Novecientos.
1

ROBERTO DE LAS CARRERAS


ALVARO ARMANDO VASSEUR *

i
Siluetas de Open-door
Un "raté"

De entre sus congéneres uruguayos, éste es, acaso, la expresión


más acabada del raté literario, que por las circunstancias del medio
en que actúa, se ostenta, para singularizarse, y por chifladura here­
ditaria, con una teatralidad alcibiadesca, elevada hasta el famoso
paso que hay más allá de lo sublime. . .
En el fondo, e intelectualmente, es un pobre diablo parasitario,
tomador de viento, cuya cerebración morbosa vegeta en perpetuos
disparatares de imaginación. Para imponerse a la admiración de
los tontos y de las damiselas románticas, se ha ido forjando poco a
poco una vaga glorióla de matón de academia.

* Los textos son suficientemente explícitos. Parece necesario señalar, sin embargo,
que al artículo de de las Carreras debió replicar uno de su contrincante. Pero la prensa
no lo quiso publicar y su autor se vio obligado a imprimirlo en un Folleto de Ultratumba
para hombres solos [Montevideo, 1901], en el que recogía su versión de la polémica y de­
volvía (o multiplicaba) injuria por injuria. Asimismo, corresponde señalar que esta
polémica tuvo para de las Carreras vistosas derivaciones. Como consecuencia de un suelto
publicado en El Deber ( l l / V I / 9 ( / l ) y en donde se elogiaba la página de Esfumino porque
revela ( . . . ) un desprecio absoluto de las falsas fórmulas y un alto espíritu de justicia
raro en nuestros tiempos de "bombo mutuo", de las Carreras envió sus padrinos (Arturo
Pozzili y Florencio Sánchez) al autor del suelto, D. Mariano Pcrcira Núñez (hijo). No hubo
duelo, sin embargo, ya que se pudo establecer que de IOB ataques personales para, nada
se había ocupado el señor Pcrcira Núñez; y en cuanto a los juicios literarios, les había
dispensado un aplauso por la independencia de criterio que demostraban, y por la creen­
cia de que se emprendía con ellos una cumpaña do crítica estética, sin intención per­
sonal de ninguna clase. (Véase El Día, 13/VI/901.)
Al día siguiente, en otro diario (El País, 14/VI/901) se censuró, sin dar nom«
bres y en un editorial titulado Por el honor do la prensa, el tono personal de la polé­
mica, señalándose que tales procederes, son más ofensivos todavía para la sociedad a
quien so supone capaz de leer los procaces rebuscamientos del confeccionador de insultos
y do tomarlos en cuenta, que al mismo a quien se pretende herir, desdoran más que al
groseramente calificado, ni torpe calificador que apela a las rudezas de la palabra en
vez de inspirarse, si vio atacado su nombre y fama, en las altiveces do honrada con­
ciencia y en las serenidades de razón equilibre. Tal publicación dio pretexto a de las
Carreras para desafiar a su autor, D. Lorenzo W . Cheroni. Por BU parte, loo padrinos
316 NUMERO

En pequeño, y guardando las distancias, es una suerte de Hamlet


o de Rene, injertado en cepa criolla, frenético y moralmente pusilá­
nime, tan incapaz de lógicas perseverancias cuotidianas como de
largos esfuerzos tendentes a cualquier especie de equidad, de digni­
ficación y de superior idealidad.
Es un unilateral, dentro de la insignificancia de su intelecto.
Simboliza a las mil maravillas el tipo esencialmente moderno, que
florece entre la juventud desorientada de la época, enferma de letra
impresa, de retórica y de degeneración. Ser extraño a la realidad,
que vive en las antípodas de sí mismo, sin la conciencia real del
mundo, de la vida, de la sociedad y del ambiente en que se desarrolla
petulante e histriónico y tonto de solemnidad.
Tipo de intelectualoide, pervertido por algunas malas lecturas
indigeridas, que suele eructar, algunas veces en folletos que ni si­
quiera llegan a la mediocridad. Tipo afinado por el ensueño viciado
por el ocio, corroído por la vanidad, todo rubio de egolatría y siem­
pre mecido por prolíficos sueños de autograndezas.
Ha viajado sin ver, como tanto imbécil que anda por ahí, en son
de civilizado. De sus excursiones no ha traído más cosechas que
algunos recuerdos mal hilvanados por la garrapata de su snobismo.

del desafiado (doctores Duvimloso Terra y Andrés Lorcnn) le aseguraron: a nuestro


juicio el suelto referido no da base para la gestión del señor de las Carreras, por lo
mismo que es de carácter francamente doctrinario, sin alusión a persona determinada
y, en consecuencia creemos que usted no eiitá obligado en su calidad de caballero pun­
donoroso, que nos complacemos en reconocerle, a aceptar el lance de nuestra referencia.
(Véase El País, 15/VI/901.)
Roberto de las Carreras no aceptó tal solución y desde El Día (16/VI/901) cubrió
de insultos a Chcroni y a sus padrinos, a lo que replicó el agredido con la publicación,
en El País (18/VI/901) de un escrito presentado el día anterior unte el Juez Letrado
Correccional solicitando que se proceda a un examen médico de Roberto de las Carreras,
a fin do averiguar si este individuo se halla o no en el ejercicio pleno de sus facultades
mentales. (En el mismo número del diario apareció un editorial que, bajo el título
Por el honor de la prensa, censuraba a toda hoja de publicidad que admite el libelo
infamatorio y lo hace así posible.) De las Carreras optó, entonces, por la acción per­
sonal. De tal episodio recogemos la versión publicada en El Día (19/VI/901). Dice la
crónica: El señor do las Carreras, ( . . . ) so dirigió a la imprenta do " E l País" y mandó
pedir al señor Chcroni, por intermedio de un amigo, que saliese a la callo que tenía
necesidad de hablarle. El señor Chcroni contestó que saldría dentro de un momento.
Como la espera se hiciese un poco larga, el señor de las Carreras volvió a insistir.
Pocos momentos después el señor Chcroni apareció en la calle acompañado de un em­
picado de la Policía de Investigaciones. Cuando el señor de las Carreras so dirigió
al señor Chcroni, el pesquisante le dio la voz de preso y le pidió que lo acompañara
a la jefatura. El señor Roberto de las Carreras fué puesto en libertad algunas horas
después, previo pago de multa. El señor de las Carreras manifestó a un repórter de
" E l Diario" que contestaría al escrito presentado por el señor Chcroni al Juez Correc­
cional ( . . . ) con otro escrito que concluirá pidiendo que se mande reconocer a su de­
mandante por personas competentes para presentarle sus excusas en el caso de que no
resulte hombre. Aquí concluyen las publicaciones.
TRES POLÉMICAS 317

Su sensibilidad es exagerada como la de un andrógino de decadencia.


Nadie será jamás su amigo sino a condición de considerarlo un genio
y de lustrarle mil veces por ahora las botas de cien leguas de su
amor propio.
Cuando pasa por esas calles de Dios, con algunos de sus raros
adlaterillos, parece que caminara abrumado bajo el fardo tremendo
de su gloria. Si saluda lo hace como quien brinda un tesoro; pero
por lo general no saluda. Pasa fiero, en su altivez de "hombre de
letras", cuyo nombre anda por ahí en las vidrieras de las librerías,
donde entre paréntesis, nunca entra nadie a comprar las tonterías
ultra violetas de sus folletos.
Como muchos otros de su tierra, él también, está atacado por
lo que Groussac llama el "furor de la chapucería" que es el afán
de gentes chicas por hacer obras grandes. También, como ellos, pa­
dece la enfermedad latina de una mala educación. Es brusco y cruel;
cuando sin querer algunos de sus íntimos se le muestra irreverente,
él suele tener frases como éstas: Eres de un refinado mal gusto;
Te ruego que me perdones mi superioridad, etc.
No obstante no es del todo insignificante; si lo fuera, no nos
ocuparíamos de él. Tiene un lado bueno. Es artista a medias; el
fuego del arte llamea larvalmente en su cerebro. De cuando en
cuando una imagen feliz, aunque con olor a plagio, tiembla bajo
su pluma o brota de sus labios.
La frecuencia literaria ha complicado su neurosis y refinado la
incoherencia impotente de sus pensamientos. No es de extrañarse
pues, que sepa hacer algunas frases discretas donde a las veces, pal­
pita, la tentativa de un estilo modernizante, con sus ribetes de "gali­
cismo integrar'.
Confesamos que esta silueta la hacemos con cierta indulgencia
paternal. Es que el tipo en cuestión, es suficientemente interesante
como caso de clínica patológica; vaya pues la bondad por amor a
la ciencia.
Por lo demás, ya pasarán por esta sección otros tipos más gro­
tescos y solemnes. Tiempo tenemos por delante para ser veraces
hasta la llaga-viva, para hundir el escalpelo hasta en la carne sana.
Hoy, nos concretaremos a esbozar a grandes rasgos psicológicos,
esta anímula blándula vágula que como la del poeta desearíamos que
un día Dios la cogiera en su seno como en un hospital.
Él, profesa en alto grado el culto nacional del coraje "pour la
galerie". Como Dorian Gray, el amado de Osear Wilde, él daría
todo, hasta su vida, por la celebridad. Es lo que Valera refirién­
dose al chico y pedantesco Gómez Carrillo, llama "un loco lindo".
Éste, como aquél, tiene la vanidad cósmica y la maledicencia fe-
318 NUMERO

menil. Cuando habla, hace reír por sus aires de infalible, lo mismo
que cuando critica en orden a un criterio, que según parece misia
Naturaleza mandó hacer expresa y especialmente para él.
Ha escrito versos pornográficos que de tales no tienen más que
la apariencia; ha escrito prosas escatológicas que de tales no tienen
más que la pueril intención.
De todos sus esfuerzos intelectuales no ha brotado jamás ni
una armonía serena, ni un impulso fecundo, ni una belleza plausi­
ble, ni una página vital.
Como el de la silueta anterior, aunque sin su noble autoridad,
éste también pasará por la vida sin comprenderla, sin pensarla, por
obra y gracia de una herencia psico-fisiológica fatal.

A sus compatriotas en general los considera como a seres de


una especie inferior. Para él nadie vale nada, salvo los que le admi­
ran y por esa sola razón.
Adulado por uno que otro párvulo de su calaña, él, cree since­
ramente existir, en el sentido intelectual de la palabra.
Más aún; se cree un crítico de fuste; el desdichado cree tener
"sprit"; ¿se habrá visto mayor ingenuidad?
¡Sí! se cree un crítico terrible; ha dicho por ahí que su ironía
es insuperable y que lo que él dice consagra y queda. ¡Pobre diablo!
De ahí, a creerse un Dios y a adorarse como tal, hay poco tre­
cho. Sólo se necesita afiliarse a alguna comandita de bombos mutuos
y asumir por norma de inteligencia, un perpetuo desdén por todo
colega nacional.
¡Ah! bien claro está que todo eso no es más que el resultado
del propio fracaso intelectual. Eso, hiede a despecho, a envidia, a
impotencia, a maldad. Estos sentimientos son la contraseña legítima
del "raté", es decir del fracasado, del que pretendió mucho y no
logró nada, del que se presentó en la palestra de la ambición enjae­
zado con los progi'amas más grandiosos, con los ideales más ideales
y los proyectos más sublimes, y a poco andar dejó ver bajo las men­
tidas gualdrapas, la osatura seca, el esqueleto enclenque, y en lugar
de la carnación sonrosada, la matadura f e r o z . . .
Él, no comprende que el hecho de despreciar por sistema, de
ningún modo significa superioridad.
Decir que los demás son malos no es probar que uno es bueno;
decir que los demás son mediocres no es probar que uno es mejor.
Pero él cree que sí: además a él le basta su opinión; de las
almas ajenas no consiente más que los homenajes y éstos para justos
han de ser incondicionales en razón de su excepción personal.
TRES POLÉMICAS 319

Por lo demás, como degenerado de primer orden, desdeña la


moralidad. Para él, la moral, es ridicula; tiene gusto a barbarie;
sólo sirve para la estúpida humanidad.
Él, abusa de ella. De hecho, de palabra y de pluma. Y en esto
también se revela "raté".
Él afirma cínicamente, como cualquier Diógenes de suburbio,
que la moral es un asunto de hipocresía y que como tal no es digna
del acatamiento de un hombre superior como él. Y en esto también
se revela "raté".
Mas como no es tres veces degenerado, él cree simplemente
tener razón, y para sostenerla escribe sueños sobre sueños y afro-
disías sobre afrodisías.
En resumen, él no tiene mayormente la culpa de lo que es.
Culparle su degeneración sería tan ridículo como culpar a un bac­
terio su infecciosidad, o a un áspid su condición de tal.
El pobre, aunque no lo sepa o no lo crea, está condenado a
ser lo que es para siempre, hasta que se lo lleve Mandinga.
De él, será inútil esperar ni una gota de justicia, ni un adarme
de ecuanimidad. Ser, entre instintivo y pasional, más o menos semi-
consciente e impulsivo, yacerá hundido como hasta hoy en la vida
inferior de la emoción. Jamás el contenido de su conciencia se
enriquecerá con ninguna noble verdad, con ningún estado realmente
equitativo, con ninguna virtud intelectual.
Si algún día llega a tener ideas, esas ideas serán del color de
sus pasiones; vegetarán a la sombra de sus sentimientos, como saté­
lites menores discurriendo en la órbita menor de sus prejuicios, entre
las centelleantes constelaciones de vanidades y de impotencia de
su alma.
Pedancio eterno, de pie sobre el famoso paso más allá de lo
sublime, vivirá siempre intoxicado de soberbia bajo los diez mil
alfilerazos de su neurosis mental.
Para él todo talento nuevo, toda grandeza naciente, toda repu­
tación en auge, serán objeto de escándalo, motivo de tormento, raíz
de indignación. Porque un "raté" es imposible que perdone a nadie
que obtenga lo que él no pudo lograr, ni que sea lo que él no pudo
ser. Porque lo que el "raté" quiere para consuelo de su impotencia
es que todos resulten "ratés"; más aún, lo que el "raté" desea es
que los demás sean peores que él, por aquello de que para él más
vale ser primero entre los últimos que último entre los primeros,
o mejor, que él prefiere ser entre otros cabeza de burro que cola
de cisne o de león.
Tal, es en parte, este bacterio literario, fracasado para siempre
jamás; bacterio, que por otro lado, si es que en verdad aun tiene
320 NUMERO

esperanzas y ambición, tendría todavía que estudiar largo y tendido


para llegar algún día, quizá, a ser una modesta mediocridad.

Esfumino [Alvaro Armando Vasseur].

( E L TIEMPO, año I, N? 16, Montevideo, junio


10 de 1901, pág. 1, cois. 6 y 7.)

n
Personal
"Explicación de una silueta"
"Acta en un acto"
"Armandito Vasseur"
"(Esfumino)"

"Armandito Vasseur a quien todos conocen en Buenos Aires por


los deliciosos epítetos de Ovejita, Cachua, Ovejita loca (Florencio
Sánchez), Sulamita, y a quien todos se permiten en aquella ciudad
palmearle mimosamente las caderas y darle besitos en las mejillas;
Armandito Vasseur, una síntesis de tilinguería, un tonto célebre, un
arquetipo de la estulticia, un ingenuo, un pobrecito hablador, un
bebé literario, un biscuit, un paraninfo, un alienado inferior, "un
vate", un guaranguito de extramuros, un palurdo, autor de estafas,
un mandria, un ex-despachante de un almacén de bebidas de la
calle Agraciada, que ha pretendido echarla de bastardo adulterino
fingiéndose hijo del vizconde de Lautremont, [sic] y acusando a
su madre de un delito que se halla fuera de la jurisdicción de las
villanas; un titiritero de la gacetilla, arrojado de " E l Tiempo" por
inepto, echado a patadas de " E l Mercurio de América", de quien
se ríen en Buenos Aires las mujeres, en su propia cara, aludiendo
picarescamente a su falta de sexo; un pordiosero del amor, desairado
una y mil veces por una señorita de Montevideo a quien ha dedicado
versos revulsivos: ejemplo, los desechados en el concurso que hubo
de ser, y que acusan en su autor un microcéfalo indigno; andrajo
fisiológico, lisiado por bajos erotismos, molusco plebeyo, sietemesino
ridículo, producto miserable de la inercia matrimonial, en cuya fiso­
nomía hébete está inscripto el bostezo trivial con que fué engen­
drado; abrumado por una herencia patológica de tarambanismo, en
el último grado de la tuberculosis intelectual, modelo de raquitismo,
príncipe de los granujas, estólido palafrenero, efebo inmigrante, que
TRES POLÉMICAS 321

ha llegado de Buenos Aires corrido por el manoseo de ironía que


le prodigaron hasta saciarse, hasta hacerlo llorar, Rubén Darío, el
titeador de Rodó; Lugones, Fray Mocho, Ezcurra, Jaimes Freyre,
Oliver, Ugarte, Estrada, Geraldo, Ingenieros, Arreguine, Naón, Or-
tiz, Noé, Berisso, Goycochea Menéndez, Payró, Tiberio, Riu, Sumay,
etc., —acribillado de risa en el Rosario y en La Plata, pateado, gol­
peado, insultado, ultrajado hasta por los tipógrafos de las imprentas
de Buenos Aires; secretario cafften de Payró, camarero de Rubén
Darío, cuyo ridículo en Buenos Aires corre de mano en mano y es
tan familiar como cualquier monumento público;— Armandito Vas-
seur, ha tenido la inconsciente osadía de provocarme.
Este heretista cobarde, este despechado viscoso, este sucio, al
borronear la silueta con que me ha querido aludir, ha obedecido
a la hidrofobia que le causó el desdén, la sonrisa de piedad que le
he dejado ver en varias ocasiones. No puede pedirse mayor elogio
de mi ironía, de mi superioridad sobre esta gentecilla de grafóma­
nos asalariados y testaferros, de estos rufianes del periodismo, que
la cólera desentonada de Armandito. Su rabieta de niño, sus espu­
marajos de damisela desairada, me han llenado de satisfacción.
Quiero hacer constar que este femenino es de una cobardía
inverosímil, y que su audacia tiene por explicación que él jamás
pensó en responsabilizarse; prueba de ello el seudónimo con que se
ha ocultado y la respuesta dada a mis padrinos los señores Julio He­
rrera y Reissig y Juan Picón Olaondo por sus representantes, dos
mensajeros de paz elegidos en lo más conspicuo del partido católico
por el arzobispo Soler.
He aquí el acta:
En Montevideo, a doce de junio de 1901, siendo las 6 y 15 p.m.,
reunidos los señores doctor José H. Espalter y Juan B. Schiaffino,
como representantes del señor Alvaro Armando Vasseur y los Sres.
Julio Herrera y Reissig y Juan Picón Olaondo como representantes
del señor Roberto de las Carreras, después de canjeados sus respec­
tivos poderes, los señores representantes del señor Roberto de las
Carreras, manifestaron:
Que consideraban gravemente ofendido a su ahijado, por parte
del señor Vasseur, en la silueta aparecida en " E l Tiempo" con fecha
10 del corriente, y que por lo tanto exigían una plenísima retracta­
ción por pa¿. del señor Vasseur, de los conceptos injuriosos con­
tenidos en dicha silueta, o en su defecto una inmediata reparación
por las armas.
Los representantes del señor Vasseur manifestaron, que a su
juicio caben bastantes dudas respecto del carácter injurioso de los
conceptos contenidos en el artículo de que se ha hecho mención, a
los efectos de determinar un lance de honor, por cuanto, el mencio-
322 NUMERO

nado artículo, inviste un carácter pura y exclusivamente de agresión


a la personalidad literaria del señor Carreras; que supuestas estas
dudas, juzgan que sería del caso la designación de un tribunal de
honor encargado de resolver sobre si los conceptos del artículo mo­
tivo de este incidente deben originar un caso de duelo.
Expusieron los representantes del señor Roberto de las Carre­
ras, que la silueta del señor Vasseur es ostensiblemente injuriosa y
agresiva, de carácter absolutamente personal, sin el menor viso de
censura literaria; y que por lo tanto exigían enérgicamente y a la
mayor brevedad, una reparación por las armas, replicando a los
representantes del señor Vasseur, que estaba en la conciencia pública
la grotesca agresión del señor Vasseur, y en ese concepto no acep­
taban la designación de ningún arbitraje, por considerarlo obvio y
ridículo.
Agregaron que estaban convencidos de la absoluta carencia de
buena fe de criterio que asiste a los señores representantes del señor
Vasseur al excusar a éste de la agresión personal contenida en la
silueta. Y por último declararon que el criterio equívoco de los
señores representantes del señor Vasseur implica una evasiva sin
honor por parte del ahijado de los señores Espalter y Schiaffino.
Los señores representantes del señor Vasseur expusieron que
al proponer el arbitraje proceden por inspiración propia juzgando
que es la manera discreta de dirimir la cuestión previa de si hay o
no lugar a duelo, duelo a que iría el señor Vasseur si hubiera lugar
a ello: que juzgan ligero el juicio de los señores representantes del
señor Carreras sobre su conducta y la de su ahijado a quien con­
sideran un caballero.
En este estado dieron por terminada la misión que se les con­
firió por parte de sus respectivos representantes.— Julio Herrera y
Reissig, Juan Picón Olaondo; Juan B. Schiaffino, José Espalter.

Roberto de las Carreras.

( E L DÍA, 2 * época, año X I , № 3 5 1 3 , Montevi­


deo, junio 1 3 de 1 9 0 1 , pág. 1, col. 8 y
pág. 2, col. 1.)
2

ROBERTO DE LAS CARRERAS


JULIO HERRERA Y REISSIG*

i
Robo de un diamante

Señor Director de "La Tribuna Popular".— Afable señor: — E l


soñador Julio Herrera y Reissig se halla en erupción, como el Ve­
subio y el Tacoma. Se diría que la presentación de la mancha solar,
signo cósmico, que según los sabios ha dado lugar a la pintoresca
agitación de esos volcanes, ha obrado la misma fulguración sobre
el poeta Reissig. En consecuencia, éste cubre la segunda página de
La Democracia con un profuso derrame, del que ha tenido el buen
acierto de darnos la clave, enterándonos de lo que él pretende quie­
ren decir sus versos. E ] 1

Hace tiempo que yo soñaba con una clave en las obras de nues­
tros decadentes. El público no puede menos que sentirse grato al
alivio que le proporciona Reissig al fin de su obra, velada como
Isis, dolorosa de comprender como la Esfinge: parto del juicio.

* Aquí aparecen enfrentados dos de los aliados de la polémica anterior. Ahora


no cuenta de las Carreras con la colaboración de Julio Herrera y ReisBig —colaboración
que, según este insinúa en su Replica, llegó a ser sustitución. Y el antagonismo parece
tanto más violento cuanto fué ardiente la anterior amistad.
Quizá no sea del todo ocioso recordar —al margen de la polémica— que la imagen
cuya propiedad reivindican con tanto brío ambos poetas, desciende ilustremente de este
verBO de Quevedo (Retrato de Lisi):
Relámpagos de risa carmesíes

Amado Alonso ha Bcfíalado la trasmisión de la Imagen desde Quevedo, pasando


por Bécqucr, hasta Pablo Neruda, en su Poesía y estilo de Pablo Ncruda (Buenos Aires,
1940, pp. 173-74). No hay en su estudio ninguna alusión a eBte pleito entre los líricoB
uruguayos que, seguramente, desconocía.
[1] Herrera y RciBsig había publicado La Vida en La Democracia del 16 de abril
de 1906. El poema iba precedido de la siguiente dedicatoria: Al inagotable Carlos Roxlo,
siempre inspirado, siempre joven, siempre Poeta, por cuyos versos de apasionada fluidez,
que tienen sangre y nervios heridos, corre el ardor de los charrúas indómitos, y el
melancólico rocío del amoroso sauce do. Mussct —dedica este Alto Poema Apocalíptico,
uno do sus más grandes esfuerzos de pensamiento y de labor, trasunto filosófico de su
vida espiritual, sudado en largas horas visionarias, a orillas del Flcgetón. Su hermano
olímpico. Algunas notas ilustraban el texto.
324 NUMERO

El poema es prologado en la primera página, como se merece,


por el celebrado colega de su autor, el poeta Lavagnini, el que se
lamentaba de que habiendo sido abandonado por su novia, no le
quedaba más que el cuerpo de Venus y de Afrodita, con los cuales
se hubiera contentado cualquiera que no tuviera el gusto tan inacce­
sible como el acariciador de "La Vida".
Las llamas del Vesubio lamen, airosas, la techumbre del Cielo
ante los favorecidos napolitanos, en cuyos ojos se refleja el incen­
dio . . . Así en las retinas sonámbulas de los admiradores de Reissig
luce el resplandor de las imágenes de "La Vida", hijas adoptivas
de Lavagnini. En esa obra, que el mismo poeta no puede menos de
reconocer alta, en la dedicatoria a Roxlo, confundido por el soñador
con un pozo artesiano, llamado inagotable, a más del cumplimiento
de revelarlo poeta, cosa esta última tan popular que es indigna de
la clave, que el soñador confiesa haber sudado en largas horas visio­
narias, he tenido un encuentro emocionante, en medio de la confu­
sión y el estruendo del cataclismo lírico, con una de mis más risue­
ñas imágenes, algo desfigurada por las circunstancias, asustada, cu­
bierta de impurezas, como que ha sido vomitada por un cráter.
Un no sé qué de vivido en sus ojos fundiéndose en el relámpago
nevado de la sonrisa.
El poeta volcánico la arroja en esta forma:

Cuando al azar en que giro


Me insinuó la profetisa
El relámpago luz perla
Que decora su sonrisa!

Tal es la impurificación que la hija de mi fantasía ha sufrido


en las entrañas plutónicas.
El relámpago de la dentadura no puede decorar la sonrisa, pues
es la sonrisa misma. En cuanto a la "luz perla" es la lava que se
ha pegado a la imagen.
Ahora bien, afable señor director: me veo en la más absoluta
imposibilidad de ceder a Reissig la imagen que la casualidad me ha
hecho encontrar en el arrebato magnífico de su erupción, a causa
de que es sencillamente un diamante de la diadema sideral de la
Onda Azul. Apoderarse de ella es como sustraer una piedra, menos
preciosa, a la corona de Inglaterra y ponérsela en el dedo sobre el
guante... como robar al cielo la estrella S i r i o . . . ¡Es modesto
Reissig!
¡Profanar a la Onda robándole una de sus preseas!...
TRES POLÉMICAS 325

Espero, señor director, que compartirá usted mi indignación.


El sacrilegio impone que le sea cortada la mano al raptor..,
Confío en su apoyo, en su ecuanimidad de usted, a fin de verme
feliz y rápidamente reintegrado en la posesión del diamante tenta­
ción de Reissig, que me apuraré a colocar en el engarce de la corona
de la Onda.
Con sonrisas.
Roberto de las Carreras.

(LA TRIBUNA POPULAR, año XXVII, № 9226,


Montevideo, abril 1 8 de 1 9 0 6 , pág. 2 , cois.
4 y 5.)

II

Réplica literaria

Nuestro distinguido compatriota y colaborador Julio Herrera y


Reissig, una de las intelectualidades más robustas del país, nos di­
rige la carta que va en seguida, a cuya publicación accedemos gus­
tosos :

Palabras del buen ladrón

Señor Director: Viborea ayer en Tribuna un exquisito chasca­


rrillo en prosa puntiaguda del afortunado Amador y popular iro-
nista Roberto de las Carreras, Sultán de Montevideo y dandy lite­
rario como Barbey.
Roberto, el "decadente del charco de París", como él se llama,
el esfíngido, el ultra-violeta, el macabro neurasténico de última hora,
el Vesubio del amor libre, el Tacoma de los erotismos especiosos,
usando de su rico vocabulario, me llama en la persona de mi Poema,
con iluso y risueño desparpajo: Esfinge, Hijo de Isis, visionario so­
ñador, volcánico y parado jal, esto es, me condecora gratuitamente
con todos sus atributos de naturaleza: ¡Merci, Monsieur! ¡Mil fois
merci! Como antes me llamara en un enajenamiento de Santa Te­
resa: "Dios de la Torre", "Gran Julio", "Proteo genial", "Fenómeno
de fecundidad", "Hermano mío por Byron", "Obsesión de Pecado",
y "Pontífice del P l a c e r " . . . Y el que en un tiempo, en horas acia­
gas, "en que el honor era oscuro", implorara febril y alicaído mi
326 NUMERO

absolución pontifical (véase El Trabajo de 1901) [ ] con palatinas2

unciones y magníficas pirotecnias de Sofisma, aquel que requiriera


—(exhausto por la derrota, chupado por el vampiro de la fatalidad
en sus naufragios morales, enfermo, cálido del pensamiento)— mi
salvavidas literario, esto es, páginas enteras que yo he cincelado y
que él firmara, [ ] ahora me vuelve graciosamente la espalda, da
3

cuatro pataítas en el tintero, escupe por el colmillo alguna frase


impertinente y se enoja con su Majestad ¿y por qué se enoja mi
buen Roberto?
19 Porque adoptando un temperamento racional, dada la ín­
dole de mi poema, aclaro para los filisteos, a la manera de Carducci
y otros grandes poetas, algunos versos difusos a fin de evitar, como
se comprende, interpretaciones caprichosas o meramente indivi­
duales.
Dante y Shakespeare, Águilas del Símbolo, ofician con su cauda
de apéndices y comentarios, por no haber hecho la luz en los Bára­
tros de sus enigmas.
Y así sucede con otros grandes escritores, a quienes cada crítico
aplica el lente personal de su temperamento y de su casuística.
29 Porque llamo a Roxlo "siempre poeta", es decir, Poeta en
sus actos más triviales, Poeta en la prosaica política, Poeta en sus
opúsculos de diario. (Roberto se hace el niño. . . )
39 Porque incienso a Roxlo como "inagotable" (bien por lo
de pozo artesiano, ¡qué gracioso este Roberto y qué sutil! Ni Aris­
tarco, ni Demócrito, ni Voltaire) esto es, porque llamo a Roxlo fe­
cundo, radio-activo, potente y joven como el Sol.
Luego, después de hacernos reír tanto, que los labios se nos
juntan con las orejas, el torito se arremolina, chispea y blande su
testuz contra Lavagnini (¡esos celos, S u l t á n ! . . . esos celitos litera­
rios) a quien da como prologuista de mi Poema en La Democracia
(mis laureles le quitan el sueño) siendo así que el buen Lavagnini
me envió ese mismo día una cordialidad desde San Ramón, en donde
se encontrara desde el Jueves Santo.
Ya no sabiendo qué decir Roberto, desarzonado de su Pegaso,
furibundo ante mis éxitos y porque se me elogia en todas las pautas
de los periódicos recurre a la mentira, manjar del diablo, según
San Epifanio!...
(¿Y qué diría Roberto si me diese por publicar las felicitaciones
que me han llovido?)

[2] Se alude aquí a l a escandalosa carta que publicó Roberto de las Carreras
en El Trabajo (8/X/901) y donde solicitaba de Julio Herrera la absolución suprema,
como Pontífice del libertinaje, por haberse visto obligado a contraer matrimonio, trai­
cionando SUB comunes doctrinaB libertarias.
[3] Julio Herrera parece aludir aquí a su intervención esencial en la polémica
entre Roberto de las Carreras y Alvaro Armando Vasseur (1901).
TRES POLÉMICAS 327

¿De qué lúgubre enfermedad, de qué infección verde-amarilla


será víctima, oh desdichado, cuando aparezcan las críticas sobre " L a
Vida"?
i Fuera piedad silenciar!
Quedamos, pues, en que toda la primera parte del candoroso
J'accusse de mi ex admirador ha sido pulverizada por una sonrisa
y sin que haya sido esta vez original y mucho menos gracioso, a pe­
sar de que Roberto tiene gracia.
Ataco ahora la segunda parte, es decir: " E l Rapto del Dia­
mante" del célebre Le Sansy, del plutónico Gran Mongol, del lucero
cautivo de la Corona de Inglaterra, de la divina presea del Rajan
Niapur; más aún, de la princesa Sirio, que ha hurtado mi mano
sacrilega de la diadema azul del Esteta, a la manera que Prometeo
el fuego Olímpico de los dioses:

Luis de Sajonia, que tantos


pobres, sentara a su mesa
no recogió hasta su huesa
sino envidia y desencantos,
entre sus muchos quebrantos,
se dice de un traficante
en quiebra, a quien Luis galante
le abriera una joyería,
el cual acusólo un día
de haberle hurtado un diamante!

Pues bien, —aparte del epigrama,— la verdadera historia del


robo es ésta: Roberto conoció mi poema La Vida cuando aun él no
soñaba en su Onda Azul. El borrador de mi poema se halla firmado
y lacrado dentro de mi archivo, con fecha 1903, época en que lo
recluí severamente para luego salubrificado y pujante, con todo el
relieve de la perfección y el pulido molecular de los años, ofrecerlo
a Roxlo, digno del Poema.
La Onda Azul, señorita literaria a quien no tengo el gusto de
conocer, como tampoco he leído el Canto a la Cavallieri que de­
volví a su autor sin haberle desflorado siquiera, fué publicado en
1906, es decir tres años después de nacido el poema La Vida. [ ] 4

Son testigos de lo que afirmo: Andrés Demarchi, Illa Moreno, Mi-


nelli González, Aratta, López Rocha, los dos Miranda, Lerena Jua-
nicó, Maturana, Brignole, Quiroga, Perotti, Barreto, Saldaña, de

[4] En un año so equivoca Herrera y RCÍSBÍGT. Ambos libros fueron publicados


por la misma casa (Talleres gráficos de A. Barrciro y Ramos) en 1905. Por otra pnrte,
los títulos originales son: En onda a z u l . . . y Psalmo a Venus Cavalicri.
328 NUMERO

Santiago, Asdrúbal Delgado, Cabrera, Medina Betancort, Barreda


Montero, Soiza Reilly, Picón, de Santiago Maciel, Vicente Martínez,
Ramasso, Guaglianone, Teodoro Herrera, Carlos Méndez, Vallejo,
Cibils, Fernández Oca y tantos otros que frecuentaban " L a Torre"
y se deshacían en alabanzas fragorosas respecto al Poema.
El mismo Roberto, obsesión del Cenáculo, inquilino de " L a
Torre" (inquilinus urbis Romae, como Catylina) quedóse petrificado
de admiración y de sublime respeto, turboneando elocuentes hipér­
boles de homenaje en una apertura solemne de brazos y de ojos.
Y en verdad, culpo más a su retentiva prodigiosa, a su película re-
miniscente, que a una tentación de rapto lírico, aquello de que, — a l
revés de lo que él afirma,— dispusiera en su Onda Azul de esta
originalísima piedra preciosa.

El relámpago luz perla


que decora su sonrisa.

De la misma manera tal vez sirvióse, con elegante familiaridad,


como si fueran bombones, de muchos otros solitarios y carbunclos
de mi gruta poética, pues, en todas sus escintilantes minutas lite­
rarias se hallan dispersos relámpagos petrificados, almas de luz de
mi Zodíaco inspirado.
Y por pereza magnánime, mi dedo señalador de Fouquier Tin-
ville no planea sobre el laberinto de sus páginas incordinadas, tris­
tes enfermas de la derrota y de la orfandad!
No sólo La Vida sino diversas lucubraciones que me pertenecen,
han sentido el desgarrón alevoso de manos ingratas, que antes me
acariciaban y ahora me castigan...
Recuerdo que por aquella época, algunos de mis amigos, se
apresuraron a hacerme notar el plagio o la infeliz coincidencia del
"relámpago gris perla" con el "relámpago nevado", augurándome
suspicaces lo que acaba de ocurrir, es decir, la aviesa acusación
del raptor ante la víctima munificiente, — y no pocos se alarmaron
de muchos otros papagayeos especiosos, o automatismos mediánicos
de mi contrincante, que tenían su génesis efervescente en mi lite­
ratura opulenta, durante aquellas reuniones a diario del Cenáculo,
en que —muezin abandonado a mi entusiasmo lírico y a mi ingenua
honradez,— trasparentaba en fogosos recitados mis oraciones inédi­
tas, destinadas a ser pasto de los cuervos que hoy me devoran...
Tal es así, que no fueron una, sino dos, cinco y veinte las mila-
grosas coincidencias de imaginación entre Roberto y yo, a tal punto
que se nos diera por los Hermanos Siameses de la Literatura.
Pero es el caso (voici la clave) que siempre se determinaban
esas consustanciaciones psíquicas después de algunos cónclaves ínti-
TRES POLÉMICAS 329

mos en mi gargoniére, durante los cuales yo entonara alguna nueva


creación artística, y en que lejos de ser simultáneas esas telepatías
de asociacionismo, transcurría fatalmente un embarazo de dos o tres
meses de parte d'il mió fratello.
Lo que hay en claro, señor Director, y lo que se adivina a tra­
vés de las cuatro bombitas de jabón de nuestro querido Roberto,
es el insomnio de Temístocles, la lividez de Caín, el antro de Job,
la náusea verde de Leopardi, el dolor tétrico del vencido, el terrible
dolor que roba el sueño y ante el cual me inclino acongojado de
lacerante piedad.
¡Lloro, señor Director!
Julio Herrera y Reissig.

(LA DEMOCRACIA, año III, N? 422, Montevideo,


abril 19 de 1906, pág. 2, cois. 4 y 5.)

III

El atentado contra la ONDA.


¡Reissig marital!

¡Merci Monsieur! Como dice el poeta del P A N contestando a


mi reclamo con una caricia aduladora. No agregaré como él: ¡MIL
FOIS MERCI! porque esa gatería no ha sido nunca francesa. Es una
versión mimosa del castellano.
Es increíble que Samain no haya enseñado a Reissig a escribir
correctamente el francés, habiéndole regalado todos sus versos.
Nótase que la lengua de la fineza, de la distinción que según
Tailhade "posee la última vibración atómica de los cuerpos" no es
para hablada por el hombre de las patadas augustas. El francés
huye por instinto de una musa que come pan como los chiquitos y
se solaza con resuellos.
¡Pretende Reissig que yo sigo sus huellas espirituales y litera­
rias! Es como si mi espejo me acusara de imitarlo.
Entre los gestos que religiosamente refleja se halla el de mi
evocación parisiense.
Reissig no se da cuenta de que yo al nacer di mi primer vagido
en griego y el otro en francés, comprendiendo que este último es el
griego de la época; en una palabra, hice la traducción del vagido
con el espíritu de discernimiento el cual hace que algunos poetas
imperfectos de los cuales no gusto me declaren "un cometa" des­
orbitado . . .
330 NUMERO

Yo no puedo menos de agradecerles este resentimiento por mi


crítica.
Reissig, si bien es cierto es un marido nato, está lejos de ser
un parisiense de la misma categoría. A l contrario de mí, pretende
hablar francés después de hallarse saturado de un español que en
vano yo, su amparo intelectual, quise extraerle yodurándolo esté­
ticamente, provocando su juicio a los afinamientos; tratando de em­
pavesar su inteligencia, de hacerle posible la originalidad, lleván­
dolo por el camino de la discreción al amor de las cosas bellas, mien­
tras con don galano podaba su estilo de los excesos malignos, de los
adjetivos que se parecían, que se parecen aún a cadáveres que lleva
una corriente...
Reissig el empollado de mi benevolencia crítica, me da la im­
presión de una mascarita que delira hacerse pasar por Gautier y a
la cual yo gran conocedor de disfrazados de Literatura contesto:
Te conozco, tú eres el canario Reissig, descendiente de una de las
siete familias famosas... tus antepasados, en su vida política, dis­
tinguiéronse como tú en el rapto. No me extraña pues que robes
las piedras preciosas a los sueños de los verdaderos estetas.
Con el mismo candor que lo hace digno de ser comido a besos
con que se disfraza de francés, pretendiendo apoderarse de la ciu­
dad que yo luciera en la BOUTONNIERE, sueña opíparamente Reissig
haber sido consagrado por las burbujas estrepitosas de mi champañe
[sic] verbal!
Mi apóstata hace justicia a la importancia que representa mi
elogio. Si él llora como dice en la despedida de su artículo, es por­
que como lo confiesa, doliente, en otra parte, "las manos que ayer
le acariciaban hoy le castigan".
Y o no tengo ningún motivo para ocultar que mis elogios eran
tan poco sinceros como los que él mismo, con coquetería felina, me
prodigara.
Cuando yo, comprendí que mi discípulo no sería nunca un ar­
tista, que mi esfuerzo divagaba en vano frente a sus irreductibles
metáforas semejantes a ídolos etíopes, desenfrené la ironía del diti­
rambo, dejé a la admiración con los senos flojos.
En esto no hacía otra cosa que corresponder por una intuición
misericordiosa al apóstata que después de ofrecerme solaces de ado­
ración estética, bombones de cumplido, apenas yo me esfumaba
después de concluir la tarea de corregirla se quedaba torciéndose
de risa en compañía de su hermanito y de algún íntimo. La dife­
rencia entre la risa de Reissig y la que él me inspira consiste en
que las arrugas burlescas de Reissig eran como sus frases, sin sen­
tido, mientras que mi risa es capaz de encontrar a oscuras los reco­
vecos de las debilidades del que, como Vasseur, no halla tropiezo en
TRES POLÉMICAS 331

proclamarse divino. Hay otra diferencia, ésta consiste en que la risa


de Reissig como él lo manifiesta en su enojo nos proporciona el
espectáculo curioso de un fenómeno sísmico de la fisonomía —que
los labios se le junten con las orejas.
En reconocimiento a lo inofensivo de sus ataques le remito un
proyecto generoso que puede abrirle los brazos de la fortuna eco­
nómica que tan débilmente le ha sonreído en su empleo en La Prensa
donde era remunerado con doce pesos mensuales para cigarros.
He aquí la idea salvadora con que acaricio el corazón de Reissig
que él tiene en el bolsillo. Que se exponga en una barraca, exhi­
biendo un fenómeno humano nunca visto. A este fin no tiene más
que presentarse él mismo y reír entremezclando labios y orejas.
La entrada: un real.
Reissig reía de que yo tenga un talento que algunos hombres
me negarán, pero cierto ninguna mujer. Si Reissig lo duda no tiene
más que interrogar a su amante la señorita de M. cuya admiración,
bien lo sabe Reissig, es evidente por éste su compañero de tareas...
¿Reissig no considera que si hay un hombre en Montevideo de
cuya testuz puede hablarse es él? Ataca para no ser atacado: es
una táctica. No debe olvidar Reissig que yo soy algo esgrimista y
conozco todos los secretos del arte de hablar y esconder el blanco.
La diferencia entre Reissig y yo ante la infidencia femenina
consiste en que yo la he empollado en invernáculo, autorizado, glo­
rificado, mientras él ha debido soportar contra toda su áspera vo­
luntad que yo acaricie a la madre de su hijita natural.
Los tiros de Reissig caen a mis pies como las balas sin alcance
de los rusos que se hundían en las aguas sin inmutar a los inaccesi­
bles navios japoneses.
Yo no soy una víctima del Matrimonio como insinúa pobremente
Reissig, el cual se halla perfectamente convencido de mi bello gesto,
Soy su destructor. Ibsen dijo: " Y o pongo una bomba bajo el arca".
Yo puse una bomba bajo el código la cual ha volado con gran dolor
del escapulario bendito que Reissig lleva al cuello y besa antes de
acostarse, cosa que no negará pues ha cumplido esa ceremonia en
mi presencia.
A mis pies está la ley domada; esa ley que maniata a los infe­
lices y deja las manos del superhombre Roberto lo bastante libres
para que éstas ondulen en la única querida que ha logrado el satí­
rico Reissig.
Roberto de las Carreras.
(Continuará.)
(LA TRIBUNA POPULAR, año XXVII, № 9231,
Montevideo, abril 2 3 de 1 9 0 6 , pág. 2 , cois.
4 y 5.)
332 NUMERO

IV

EL ROBO DEL DIAMANTE

Polémica de las Carreras-Reissig

En el deseo de evitar que se diluciden por medio de la prensa


las cuestiones de índole personal, solicitamos de nuestro ilustrado
colaborador el señor Roberto de las Carreras la supresión de algu­
nas asperezas contenidas en el tercer artículo de contestación a nues­
tro también ilustrado colaborador señor Julio Herrera y Reissig.
Entendiendo el señor de las Carreras que él ha sido provocado
por su contrincante y obligado a descender a este terreno, no ha
creído posible acceder a lo que de él solicitamos, retirando de nues­
tro poder los originales.
Lamentamos la determinación del señor de las Carreras, que
priva a nuestros lectores, creemos que por el momento, de las pro­
ducciones siempre originales del vigoroso estilista.

( L A TRIBUNA POPULAR, año XXVII, № 9232,


Montevideo, abril 2 4 de 1 9 0 6 , página 6 ,
col. 4 . )
3

POLÉMICA EN TORNO
DE JULIO HERRERA Y REISSIG
i
Entre abril y junio de 1908 se desató una polémica en torno
de Herrera y Reissig. Un motivo circunstancial —el viaje de Floren-
cio Sánchez a Europa, pensionado por el gobierno— pretextó un ar-
tículo de Pablo de Grecia [César Miranda], bajo el provocativo título:

SI V A A EUROPA FLORENCIO S Á N C H E Z . . . ¿POR QUÉ


NO HA DE IR TAMBIÉN JULIO HERRERA Y REISSIG?

La idea que medita un grupo de legisladores de acordar un


subsidio a nuestro compatriota Florencio Sánchez para que vaya a
buscar inspiración y ambiente en lejanas riberas, hallóla sabia, justa
y hasta elegante. En esta época de utilitarismo mal comprendido, de
desdén por todo lo que significa educación estética y manifestación
artística, la iniciativa mencionada tiene que parecer extraordinaria y
bella a todos los que aún no han desterrado los viejos ídolos y que,
en la quietud de sus gabinetes de estudio, sueñan arte y gloria como
en los mejores tiempos literarios.
Pero la laudable iniciativa peca de estricta. Florencio Sánchez
no está solo en nuestro medio intelectual; es preciso no olvidar a ese
excelso sonámbulo y lírico prodigioso, Julio Herrera y Reissig, que
pule en la sombra y en los rigores de la difícil existencia, la mara­
villa de sus creaciones. Si va a Europa nuestro primer dramaturgo,
justo es que vaya también nuestro primer poeta.
Julio Herrera y Reissig, obliga la admiración de propios y ex­
traños por la vastedad de su talento, por la exquisitez de su numen,
por su desinterés visionario de artífice fanático.
Julio Herrera y Reissig es nuestra mayor gloria literaria, su
labor de cíclope y su constancia de hormiga, su habitual bonhomía,
son condiciones excelsas que merecen el ditirambo ilimitado y la
consideración ilimitada.
Es tiempo ya de que cesen las criminales indiferencias hacia
esos divinos esforzados del verbo, hacia esos peregrinos de un ideal
único, fanáticos de un evangelio superior que, distribuyendo a manos
llenas el oro de sus creaciones, viven, no obstante, olvidados en la
334 NUMERO

necesidad de sus gabinetes de trabajo. Reos de su misma grandeza


alumbran como las antorchas consumiendo su propia vida.
No es con la satisfacción que da la conciencia de una gloria
postuma, como se alienta en su obra a esos labradores del ideal
—la historia está llena de doradas ironías—, sino inciensándolos en
vida, sin cercenarles por ello su lote de inmortalidad.

PABLO DE GRECIA [César Miranda]

(La Razón, año X X X , № 8692, Montevideo, abril 7 de 1908,


pág. 1, cois. 1 y 2.)

II

Dos días después se publicó, en el mismo periódico, la siguien-


te réplica:

UN FAUSTO QUE PUEDE SER FAUSTINO, CONTESTA A PABLO


DE GRECIA. EL TEATRO Y L A POESÍA; LOS DRAMATURGOS
Y LOS POETAS

Pablo de Grecia no ha meditado bien su insinuación literaria


de ayer a pesar de vivir como Frollo, la vida de los gabinetes silen­
ciosos y empolvados donde los sabios cristalizan sus ideas acodados
sobre infolios milenarios.
Pablo de Grecia que llama hasta elegante el proyecto de Arena
y Rodó pensionando a Florencio Sánchez, padece una lamentable
equivocación al querer demostrar que si nuestro primer dramaturgo
es acreedor al favor del gobierno, Julio Herrera y Reissig es igual­
mente digno de él. Y ahí está el error. Florencio Sánchez no es
una esperanza del teatro nacional, no es un embrión de autor escé­
nico; no señor, Sánchez no es una promesa, es una realidad, como
escritor dramático. Él no va sino a confirmar sus triunfos america­
nos; a que se aplaudan sus obras de ayer, en tanto concibe las de
mañana; a eso va Sánchez a Europa; a que se escuche su prosa, y
se analicen sus ideas, en los mismos tablados que se interpreta a
Braceo, Rovetta, Sardou, Bernstein, Rusiñol y Benavente, a beber en
las fuentes donde han bebido los maestros la sabiduría de la vida;
a extender sus pupilas escrutadoras por aquellos horizontes incon­
mensurables que incitan a explorar el más allá, a psicologar los seres
de allende los mares y leer en sus fisonomías, como en libros abier­
tos, las pasiones que les animan, ya bajas, viles y egoístas, ya eleva­
das, nobles y generosas. A eso va Sánchez, a buscar el alma de los
personajes que en sus dramas expongan problemas de honda y tras-
TRES POLÉMICAS 335

cendental sociología, capaces de enseñar a la sociedad donde está el


mal que se debe combatir y el bien que se debe premiar, única forma
de preservarla de los vicios, y sustraerla a los prejuicios que la minan
y la falsean. Y eso se adquiere estudiando, observando y cultivando
aquellas sociedades extrañas a la nuestra por su ambiente, sus usos
y costumbres, y Florencio va a observar, estudiar y proclamar la
verdad sea cual fuere.
Aunque allí como aquí la vida se revela en toda su intensidad,
es indudable que a los escritores que como Sánchez se dedican a es­
cribir para el teatro, el conocimiento de aquellos países, aquellos
escenarios mundanos, que traen aparejados nuevas emociones que
sacuden violentamente el espíritu y la mente, les reporta grandes
provechos y beneficios que luego redundarán en nuestra propia gloria.
Julio Herrera y Reissig no está en el mismo caso. Los drama­
turgos son raros, aún los comediógrafos y hasta los sainetistas. Poe­
tas como Reissig hay muchos. Los poetas se multiplican con más
facilidad que los bíblicos panes de Cristo. Los hay buenos y malos,
de toda clase y especie, pero no debe olvidar Pablo de Grecia que
el poeta nace y no se hace. Con ir a Francia, Italia, Atenas y Es­
paña, nadie se improvisa en Musset, Hugo, Stechetti, Leopardi, Ana-
creonte, Lope, ni Garcilaso, si no ha nacido para ello. Es cierto que
Herrera y Reissig es poeta, pero tampoco se desconocerá que con
fletarlo para Europa no producirá mejores ni peores versos que
en Montevideo.
El poeta es un vidente, un iniciado, que percibe la belleza de
la vida y de las cosas que los demás mortales no presienten. Y estas
iluminaciones o videncias se experimentan bajo todos los cielos del
Universo. La inspiración, como los ensueños, no tiene patria. Sán­
chez va a robustecer sus ideas y consolidar su criterio acerca del
teatro moderno, muy poco explotado todavía, pero, ningún poeta
podrá aprender en Europa, más rima, metrificación, fondo, forma
externa e interna, que los que puede saber en América, puesto que
en todas partes rigen las mismas reglas en poesía. A estos caballe­
ros del ideal —entre los que se cuenta el que suscribe— no les
está vedado merecer la protección del gobierno para recorrer el
mundo, pero no se haga recurso del caso de Florencio Sánchez que
no puede servir de precedente. Como Reissig hay muchos que llevan
una lira bajo el brazo y un Paraíso en el cerebro. Y antes que
Reissig están Roxlo, Frugoni, Papini y Falco, que tienen más garra,
más fibra y más estro.
FAUSTO

(La Razón, año X X X , № 8694, Montevideo, abril 9 de 1908,


pág. 2, cols. 1 y 2.)
336 NUMERO

III

Casi un mes y medio más tarde, otro polemista, bajo el seudó-


nimo de Sincero, pretendió rectificar a Fausto (o Faustino, como por
error lo llama) al tiempo que inauguraba un nuevo enfoque sobre
el discutido poeta.

JULIO HERRERA Y REISSIG SERÍA NUESTRO PRIMER POETA


NACIONAL SI DESCENDIERA A L A VIDA

La poesía en los países incipientes de esta patria de América,


como factor de progreso y como palanca en la cuesta de su evolución
indefinida, juega un rol secundario entre otros que se agitan en la
labor constante y afanosa de su organización social. Aquí, el lite­
rato profesional es la más vana de las superfluidades. Aquí más que
en ninguna parte necesita identificarse por entero con la vida febril
y prosaica de los días que transcurren. Debiera ser el labrador feliz
que sudando sus gloriosos sudores sobre la tierra indócil de la vida,
canta sus canciones de esperanza frente al misterio amigo de los
horizontes! Debiera ser, no el solitario "que se consume como una
antorcha" entre el tumulto de penumbras de una torre de marfil,
sino el austero soldado de la vida, orgulloso de sus cicatrices y amigo
de sus victorias y de sus derrotas...
Mas he aquí que en nuestro país, como en muchos otros, ha
cundido la epidemia, terriblemente infecciosa, que se ha dado en
llamar el "Turrieburnismo".
Turrieburnismo quiere decir, ante todo, desprecio a las cosas
más serias y fundamentales.
Hablad a uno de esos exquisitos de algunas de nuestras cosas
locales, habladles del estado social, económico o político de nuestro
medio, habladles de nuestros problemas históricos o de nuestros en­
sueños de porvenir, indicadles algunas de nuestras honrosas figuras
nacionales y les oiréis súbitamente exclamar en un dramático enco­
gimiento de hombros: ¡qué p a í s ! . . . ¡qué chatura!...
( Y si aguzáis al punto la imaginación les sabréis impolutos,
alejarse de la tierra con dos alas de armiño [sic] como huidos de
tanta pedestre vulgaridad.)
Y es así que fracasan algunas intelectualidades de esta tierra
y es a esto que se debe la poca consideración que merece a nuestra
sociedad.
Porque en lugar de ser los obreros inteligentes en la obra de
nuestro perfeccionamiento, son los críticos insensatos que a fuer de
TRES POLÉMICAS 337

inadaptables se encajan una Atenas, una Roma, o un París fantás­


ticos dentro de la cabeza y luego le colocan delante de nuestra joven
nacionalidad para reír con la torpeza que reiría el que viera un niño
aniquilado en la lucha con un gigante...
Una breve polémica, suscitada hace días entre "Pablo de Gre­
cia" y "Faustino", ambos colaboradores de La Razón, ha tenido la
virtud de confirmar terminantemente la verdad de nuestras ob­
servaciones.
Julio Herrera y Reissig es en realidad el primer poeta del
Uruguay y sin embargo "Faustino" no lo cree así. ¿Y acaso ignoráis
que por boca de éste habla la casi totalidad de los compatriotas del
poeta?
Sí; ya "Pablo de Grecia" lo ha expresado en su prosa finísima
y vibrante como un cristal de baccarat: es lamentable el olvido que
como un block de hielo oprime la invalorable personalidad intelec­
tual de Herrera y Reissig. Todos le desconocen su mérito de incan­
sable orfebre de magníficas orfebrerías ideales. Y en su bohardilla
miserable de bohemio vive muriendo...
¿Por qué esa indiferencia de sus compatriotas para con el que
reconocido un excelso poeta es admirado en todos los rincones de
América donde se respire un poco de oxígeno de arte o de belleza?
¿Es que acaso vivimos en pleno campamento de charrúas?
¿Es que acaso pretendemos hacer eclipse de despechados sobre
su personalidad única?
Y siendo así ¿hemos de exclamar al fin con el desdén del "im­
poluto aquel: ¡qué país!. . . ¡qué chatura! ?. . .
Ciertamente que no; nuestro país no es una toldería de charrúas
ni se complacen sus hijos en anular "porque sí" sus relevantes
intelectualidades.
No ya la lucha por la vida, sino la prudencia y hasta la buena
educación, obligan al individuo, si no a aceptar, a respetar el medio
en que vegeta por satisfacción íntima o por interés personal.
Julio Herrera y Reissig jugó al fantasma y llegó a serlo in­
esperadamente. .
En las brillantes etapas de su carrera literaria si no se señalan
desfallecimientos, se registran en cambio las huellas de sus excentri­
cidades y de sus extravagancias. ,
Rióse de la sociedad de su país con el único fin de "épater
les bourgeois", violentando a menudo las inclinaciones de su alma
ingenua de niño por sugestiones extrañas a su temperamento. . .
Y cuando el país le reclamaba, sospechando en su hermosa
juventud radiante el germen de una futura gloria nacional, se en­
castilló en el egoísmo de su torre.
338 NUMERO

Y cuando los adeptos de ésta se dispersaron por los mil surcos


de la vida convencidos de la infecundidad de tanto esfuerzo cabe
el marfil amable de la torre, él se resistió a formar en la falange
audaz que sin abandonar sus tesoros interiores no vacilaba en con­
fundir sus voces en el concierto formidable de las "trescientas ocas"!
Todos menos él se lanzaron hacia la realidad siempre fría, tem­
plando sus individuales en el yunque complejamente armonioso
de la hora presente.
Lamentamos con "Pablo de Grecia" la hostilidad de sus com­
patriotas para con su poeta más intensamente lírico, más hondamente
emotivo, más exquisitamente refinado, pero reconocemos sinceramen­
te que es sólo él el culpable de tanta iniquidad.
Por esto cuando vimos a algún "Faustino" criticarle acerba­
mente y posponerle a Roxlo, a Papini, a Frugoni y a Falco, no nos
extrañamos por ello, encontramos lógicas sus críticas, aunque conce­
bidas en el círculo estrecho de un admirable sentido común, porque
si cualquiera de los poetas mencionados no llega a la superioridad
intelectual de Herrera posee en cambio otros atributos que lo hacen
digno de los demás como luchadores afanosos en la contienda del
mejoramiento humano.
Carlos Roxlo y Papini y Zas "han bajado a la vida" siempre
que ésta ha tocado llamada con su clarín de hierro; ellos han sido
unidades de una valiente falange juvenil que de retorno de los jar­
dines del Ideal, entonaban el himno de nuestras grandezas cívicas,
orgullosos de mostrar al mundo el libro sencillo pero grande de nues­
tro pasado y de señalar la estrella vaticinadora de nuestro porvenir!
No estuvieron con ellos las burlas infundadas ante el cúmulo
de nuestras deficiencias pretéritas o de nuestros tanteos del presente,
porque tuvieron la visión clara de nuestros destinos y por caminos
diferentes ambos soñaron llegar a la misma Meca en un ensueño
de grandeza f u t u r a . . ,
Lejos de Emilio Frugoni y de Ángel Falco la epidemia de la
misantropía y el vicio del retraimiento individual.
Ellos a pesar de ser dos finos imaginativos, no titubearon cuan­
do fué necesario descender al arroyo de las miserias sociales, riman­
do sueños de generosas reivindicaciones, y señalando jubilosos la
alborada entrevista en medio a la niebla de un futuro prometedor!
Y ello fué que los unos como los otros al ser justamente admi­
rados merecieron ser respetados con el respeto que provocan los
caracteres fuertes y las fuertes voluntades... Fueron soldados de la
Vida a la vez que soldados del Ideal.
No así Julio Herrera y Reissig...
Sólo entonces desaparecerían la injusticia de aquel olvido y
el desaliento de su vida musulmana...
TRES POLÉMICAS 339

Mezclados a la agitación cuotidiana y abandonando su espí­


ritu —flor de los más tibios invernáculos—, a los vientos incle­
mentes de la vida. . .
"Viviendo tanto como sueña".
¡La Vida reclama al poeta de los paraísos de Mahoma!
¡Que vaya a ella, pues, Herrera y Reissig y sólo entonces todos
le sabrán "el primer poeta del Uruguay"!
SINCERO

(La Razón, año X X X , № 8729, Montevideo, mayo 22 de 1908,


pág. 1, cois. 4-6.)

IV

El 30 de mayo de 1908, bajo el título de Nadie ha negado a


Herrera y Reissig, aclara Fausto el equívoco sobre su seudónimo,
resume su posición, se manifiesta de acuerdo con Sincero en que
Reissig "es su propia víctima" (quiere decir: es víctima de sí mismo)
y afirma:

Julio Herrera y Reissig ha llevado una existencia de espiritua­


lización eterna, de idealidad inacabable, consagrando su vida a loar
las iridiscencias de la luz; las violáceas tonalidades de unas ojeras;
el escintilar de las estrellas de la zafírica donde la luna se muestra
como una medalla de plata bruñida; el gris mayor de las tristezas
invernales; el tenue glauco de las melancolías de otoño. Nunca ha
cantado al valor y la fuerza desplegados como estandarte de gue­
rra; nunca ha cincelado una estrofa de bronce a la libertad; nunca
ha puesto su pensamiento al servicio de la sociedad que espera del
talento el consejo sano y fuerte que le indique el camino que ha
de llevarle al grado de perfección y progreso a que aspiran las clases
civilizadas; nunca ha elevado un himno a los inauditos alumbramien­
tos de la naturaleza, ni a las fecundidades de la tierra en concubinato
con el sol.

Unos veinte días más tarde (el 19 de junio) Aulo Gelio, "lírico
ignorado", según se le califica desde los titulares del periódico, in-
terviene preguntando: El solitario de la "Torre de los Panoramas"
por qué no desciende a la arena. Su argumentación parafrasea, in-
voluntariamente, la conocida, y citada, frase de Valéry (Je disais
quelquefois a Stéphane M a l l a r m é . . . Variété III):
340 NUMERO

Hablase de Julio Herrera y Reissig. Unos le aman; ámanle los


que le conocen y comprenden. Otros le discuten. Aquellos le niegan.
(Ni siquiera falta el "jeune homme secret":)
Apenas uno, retraído en el silencio, en el fecundo silencio,
hablase a sí mismo del talento incomprendido y balbucea en su
mundo interior: ¿Un poeta? Julio Herrera y Reissig... todo un
poeta...
Aulo Gelio justifica luego el aislamiento del poeta (justifica
incluso lo que él llama "el hada morfina") y concluye:
Julio Herrera y Reissig no desciende de la Torre; dejémosle
vivir la vida de las emociones. Es un poeta. No le juzguéis con el
sentido práctico vulgar. . ,

VI

La polémica se cierra con palabras de Pablo de Grecia: " L a


Torre" ha preparado el porvenir literario de la República (23 de
junio). Después de hacer, con tono nostálgico, la historia del cenáculo
(desaparecido a la muerte de Manuel Herrera y Obes, en 1907), afir-
ma el cronista que hay que salvar el recuerdo de la Torre, menciona
la obra, virtualmente inédita de sus integrantes (Pablo Minelli, López
Rocha, Illa Moreno, Vidal Belo, Lerena Joanicó, Picón Olaondo, son
evocados) y termina con estas frases de desafío:
A Julio Herrera y Reissig, el Pontífice de la Torre, el solitario
como se ha dado en llamarle, el encantador de serpientes que gusta
envolverse en su imperial púrpura y dialogar con los cisnes, el alu­
cinado a quien la Muerte hablara en voz baja y a quien la Vida
sonríe como a un hermano; a Julio Herrera y Reissig, el más grande
de los poetas del Uruguay, pese a los que no pueden comprenderle,
no le ha sido dado publicar un solo libro de poesías, teniendo mate­
rial inédito para colmar una biblioteca.
Consecuencia de todo ello es que se ignore el valor de la
obra del Cenáculo. El público ha mirado su interior por el ojo de
la cerradura, como quien dice. El día que se conozca todo el tesoro
acumulado, el respetable rebaño quedará mudo de asombro.
La Torre es acaso ejemplo único en América, de solidaridad,
de amor y de desinterés. Su tarea de propaganda finalizó victo­
riosamente. La higienización literaria del ambiente, el aniquilamien­
to de falsos ídolos, el derrumbe de una superstición retardataria, la
fustigación de los mercaderes del templo, ha sido labor exclusiva­
mente suya.
Pero no es su máxima gloria; su gloria más pura "que resistirá
la marea del olvido", es el haber preparado el porvenir literario
de, la República.
1
SUMARIO
C. JReai de Azúa
AMBIENTE ESPIRITUAL DEL 900

E. Rodríguez Monegal
LA GENERACIÓN DEL 900

Arturo Ardao
LA CONCIENCIA FILOSÓFICA DE RODÓ

M. A. Claps
VAZ FERREIRA

Idea Vilariño
JULIO HERRERA Y REISSIG

Sarandy Cabrera
LAS POETISAS DEL 900

Mario Benedetti
REVISIÓN DE CARLOS REYLES

Jorge A. Sorondo
TRIPLE IMAGEN DE VIANA

E. Rodríguez Monegal
OBJETIVIDAD DE HORACIO QUIROGA

Antonio Larreta
EL NATURALISMO EN FLORENCIO SÁNCHEZ

J. E. Etcheverry
L A ''REVISTA NACIONAL DE LITERATURA"

E. Rodríguez Monegal
LA "REVISTA DEL S A L T O "

José Pereira Rodríguez


D E " L A REVISTA" A " L A NUEVA ATLANTIDA"

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