Tio Celerino
Tio Celerino
Tio Celerino
Además, la autora se asoma a las vidas de otros escritores que intentaron profundizar en
este asunto irrelevante para ensayistas y filósofos, pero sustancial para el narrador. Refiere,
por ejemplo, aquella anécdota de Juan Rulfo, quien, preguntado por qué después de Pedro
Páramo apenas había escrito, contestó con mexicana sorna: "Porque se me murió el tío
Celerino, que era el que me contaba las historias".
El 13 de marzo de 1973, Juan Rulfo desveló la razón por la que había
renunciado a seguir escribiendo: "... Pues porque se me murió el tío
Celerino, que era el que me platicaba todo". Fue en la Universidad Central
de Venezuela, durante una conferencia, mucho tiempo después de que el
autor de Pedro Páramo y El llano en llamas hubiera optado por dedicarse
a la fotografía y a los guiones de cine, y fue muchas veces después de
que le formularan esa misma pregunta.
México D.F. Sábado 11 de octubre de 2003
''-O sea que se puso a hacer literatura". -transcribe Montemayor, que dice uno
de los entrevistadores.
''-Seguramente estaba yo en vena porque allí mismo aparecían personajes, se armaban los
cuentos. Apareció un cierto tío mío al que le decían el Bananas..."
-No, era Ceferino, no le decían el Bananas -recuerda Montemayor; ahí estaba inventando
de nuevo.
Montemayor remata la anécdota: "Este Rulfo, que ante mil 500 estudiantes se ponía a
hacer historias sobre su tío Ceferino y que a posteriores entrevistadores también les
reinventaba la historia, ese conversador, cuando estaba en vena, fue el gran cuentista de
las obras maestras que conocemos como El Llano el llamas y que hoy celebramos".
Este lunes 16 de mayo, celebramos 99 años del natalicio de Juan Rulfo y, con él,
de uno de los legados más valiosos de la narrativa latinoamericana. Señal
Colombia presenta la película 'El gallo de oro' este lunes a las 10:30 p.m.
El autor de 'El llano en llamas', 'Pedro Páramo' y 'El gallo de oro' logró con muy
pocas obras dejar un legado del que aún seguimos aprendiendo y al que
siempre es bueno volver. La profunda relación de la cultura mexicana con la
muerte, la búsqueda del origen y la identidad, así como el reconocimiento del
paisaje como algo más que un simple lugar para sus personajes, son los temas
que atraviesan el conjunto de su obra, y que siguen vigentes hoy a pesar del
paso de los años. Rulfo, quien declaró alguna vez que no volvió a escribir más
libros por la muerte de su tío Celerino (quien le platicaba todo) en los años 60,
tenía como eje fundamental de sus historias los relatos orales de los pueblos
que recorrió con su tío, y todo lo que vio le ayudó a nutrir esa visión
enriquecedora y compleja sobre la cultura tradicional que constituye su obra.
"¡Lea esa vaina, carajo. Para que aprenda!". Con esas palabras, Álvaro Mutis
invitó a un joven Gabriel García Márquez para que leyera 'Pedro Páramo', libro
que no pudo soltar hasta leer y releer, un momento que le cambió la vida y que
inspiró su visión de la literatura de ahí en adelante. Años más tarde, el mismo
García Márquez escribiría junto a Carlos Fuentes la adaptación cinematográfica
de 'El gallo de oro', dirigida por Roberto Gavaldón en 1964, película con la que
celebraremos en Señal Colombia la vida y la memoria de Juan Rulfo.
Esta es una oportunidad para volver a ver uno de los clásicos del cine
latinoamericano, redescubrir la obra de Rulfo o conocerla por primera vez si es el
caso. De todas formas, es un evento que no nos podemos perder para celebrar
también la riqueza de nuestra cultura latinoamericana, para reconocer todo lo
que nos une y las visiones que hay alrededor de nuestras perspectivas sobre el
mundo.
"Yo tenía un tío que se llamaba Celerino. Un borracho. Y siempre que íbamos del
pueblo a su casa o de su casa al rancho que tenía él, me iba platicando historias. Y
no sólo iba a titular los cuentos de El llano en llamas como los Cuentos del tío
Celerino, sino que dejé de escribir el día que se murió. Por eso me preguntan mucho
por qué no escribo: pues porque se me murió el tío Celerino que era el que me
platicaba todo… Pero era muy mentiroso. Todo lo que me dijo eran puras mentiras,
y, entonces, naturalmente, lo que escribí eran puras mentiras. Algunas de las cosas
que me platicó él fueron precisamente sobre la guerra de los Cristeros, el
bandolerismo, la miseria que él había vivido… Pero no era tan pobre el tío Celerino.
Él, debido a que era un hombre respetable, según dijo el arzobispo de allá por su
rumbo, fue nombrado para confirmar niños, de pueblo en pueblo. Porque ésas eran
tierras peligrosas y los sacerdotes tenían miedo de ir por allí. Yo le acompañaba
muchas veces al tío Celerino. A cada lugar donde llegábamos había que confirmar a
un niño y luego cobraba por confirmarlo. Toda esa historia no la he escrito, pero
algún día quizá lo haga. Es interesante cómo nos fuimos rancheando, de pueblo en
pueblo, confirmando criaturas, dándoles la bendición de Dios y esas cosas, ¿no? Y él
era ateo, además."
Fotografía de Juan Rulfo
La voz de Juan Rulfo ha llegado hasta nosotros gracias a Mª Elena Ascanio que
transcribió el encuentro y lo editó en la revista Escritura, Caracas 1976. Cabe
agradecerle también a Vila-Matas que lo haya resucitado en su Bartleby y compañía.
Juan Rulfo
Juan Rulfo llegó a contar que en realidad él no había escrito Pedro Páramo,
simplemente lo había copiado: "En mayo de 1954 compré un cuaderno escolar y
apunté el primer capítulo de una novela que durante años había ido tomando forma
en mi cabeza (…). Ignoro todavía de dónde salieron las intuiciones a las que debo
Pedro Páramo. Fue como si alguien me lo dictara [¿el tío Celerino?]. De pronto, a
media calle, se me ocurría una idea y la anotaba en papelitos verdes y azules".
Pero para ser una obra hablada, no puede haber novela más escrita. Tan escrita que
Juan Rulfo cercenó más de trescientas páginas para dejarla en las ciento veinte de la
edición que tengo aquí al lado. Porque, como decía Robert Louis Stevenson (que
además de narrador y poeta era un gran crítico y ensayista), sólo existe un arte en
la escritura: el de la omisión. La cualidad ambigua, fronteriza y fantasmática es un
efecto de la precisión de una prosa decantada hasta los bordes del delirio, una prosa
diríase que espectral, que está a punto de desvanecerse, de escurrírsenos como
arena entre los dedos. Una escritura que crea un habla que tuviera pasos pero que
no dejara huellas, pura tierra ya. Puro símbolo de los más íntimos confines.
Juan Villoro se hace eco de una escena mil veces contada por los feligreses de Pedro
Páramo, esa escena en que Juan Rulfo despliega las cuartillas que había escrito en
desorden sobre una mesa de ping-pong hecha por Juan José Arreola, con una laca
china que garantizaba el bote de 17 cm. de la pelota. La leyenda dice que la idea
original de Juan Rulfo era escribir una trama lineal y en las discusiones con Arreola
decidió cruzar escenas de distintos planos temporales (aunque mejor sería hablar de
universos paralelos en un tiempo suspendido). Quién sabe, quizá.
En todo caso, Arreola atinó al definir la visión de Rulfo como la mirada a través de
una rendija. Todo parece entrevisto y en cada escena Rulfo nos hace ver a través de
una rendija diferente el fragmento de un universo poblado por fantasmas
sonámbulos. Pero es tal el poder de la escritura que basta el hilo de una voz
envuelta en un favor del aire para atraparnos en la telaraña de un siseo de la lluvia
como un murmullo de grillos, en un laberinto cartografiado por los ojos de los
exilados del mundo de los vivos, en la promesa arrancada por la madre de Juan
Preciado. Y como a las manos de Juan Preciado les costó trabajo zafarse de sus
manos muertas, a nosotros nos cuesta desentrañarnos de las lejanías a donde nos
ha transportado Susana San Juan.
"Un fantasma recorre la obra entera de Juan Rulfo en forma de viento, polvo,
desolación y tristeza", ha escrito Augusto Monterroso quien encontró fuertes
resistencias entre conocedores del género fantástico a la hora de incluir en él a Pedro
Páramo, tal vez porque en México las cosas son así. Monterroso no pretende llevarles
la contraria. "Y bueno cada quien tiene los fantasmas que puede. Los de Rulfo son
tan humildes que no tratan de asustarnos sino tan sólo que le ayudemos a encontrar
el descanso eterno con una oración. Sobra decir que son fantasmas muy pobres,
como el campo en que se mueven, muy católicos y, sobre todo, resignados de
antemano a que no les demos ni siquiera eso. En pocas palabras, lo que ocurre con
los fantasmas de Rulfo es que son fantasmas de verdad".
Por eso están vivos. Como nosotros, y eso es más asombroso aún tras sumirnos
en Pedro Páramo. Y todo por culpa del tío Celerino, un cuaderno escolar y una mesa
de ping-pong. Hay que ver.