Michel Henry Palabras de Cristo
Michel Henry Palabras de Cristo
Michel Henry Palabras de Cristo
PALABRAS DE CRISTO
EDICIONES SÍGUEME
SALAMANCA
2004
Cubierta diseñada por Christian Hugo Martín
ISBN : 84-301-1521-8
Depósitio legal: S. 1693-2003
Impreso en España / Unión Europea
Imprime : Gráficas Varona S.A.
Polígono El Montalvo, Salamanca 2004
CONTENIDO
PALABRAS DE CRISTO
Miguel García-Baró
¿Es aún posible que haya algún gran pensador francés que
esté por ser descubierto en España? Michel Henry fue leído
por algunos hace treinta años, cuando, al día siguiente de la
muerte prematura de Merleau-Ponty, cualquier texto francés o
alemán adscribible a la fenomenología era material obligado
de estudio para un grupo selecto de gente joven con aspira-
ciones a renovar la vida universitaria española. Fue leído, aun-
que apenas quedaron huellas de tal cosa en la literatura. La
esencia de la manifestación -mil páginas técnicas y, a la vez,
deliciosas , estimulantes como pocos textos del siglo XX-
ocupa un lugar especial en ciertas bibliotecas privadas. Hubo
una tesis. Alguien oyó decir a Pierre Aubenque que el mayor
filósofo francés vivía retirado en Montpellier. El Marx de
Henry -otras mil páginas admirables, en las que la polémica
absoluta con el cientificismo marxiano de Althusser ocupa un
buen espacio- parece que corrió la misma suerte: admiración
rendida ... y silenciosa (eran los primeros setenta).
Henry, en efecto, es uno de esos rarísimos grandes intelec-
tuales franceses que escogen no estar en las candilejas de Pa-
rís. No sé que tal cosa haya sucedido desde los tiempos de
Blondel, recluido felizmente de por vida , él también, en el
Mediterráneo . Piensen en un filósofo comentado por Levinas
en la Sorbona; dedicado a prolongar las intenciones de la obra
de Husserl asumiendo con maravillosa originalidad la heren-
cia de Bergson y, sobre todo, de Maine de Biran ; absorbido
en la tarea de criticar a Heidegger; pero que, a la vez que lan-
JO Presentación
26 Palabras de Cristo
l. Ireneo de Lyón, Contre les hérésies , Éd. du Cerf, Paris I 991, 631.
Palabras de Cristo considerado como hombre 37
44 Palabras de Cristo
tristes[ ... ], los que tienen hambre y sed[ ... ]. Dichosos seréis
cuando os injurien y os persigan, y digan contra vosotros to-
da clase de calumnias ... » (Mt 5, 5.6.10.11) . Son las mismas
afirmaciones desconcertantes que se encuentran en la versión
de Lucas: «Dichosos los pobres [ ... ], los que ahora tenéis
hambre[ ... ], los que ahora lloráis[ ... ]. Dichosos seréis cuan-
do los hombres os odien , y cuando os excluyan , os injurien y
maldigan vuestro nombre ... Alegraos ese día y saltad de go-
zo» (Le 6, 20-23). A estas bienaventuranzas se añaden, en la
versión de Lucas, cuatro maldiciones: «En cambio, ¡ay de
vosotros, los ricos [ . .. ], los que ahora estáis satisfechos [ ... ] ,
los que ahora reís! [ ... ] ¡Ay, cuando todos los hombres ha-
blen bien de vosotros .. . !» (Le 6, 24-26).
Esta subversión general de todos nuestros sentimientos es
de forma idéntica la de la lógica inherente a ellos. En efec-
to, ¿cómo puede la dicha ser idéntica a la sensación doloro-
sa del hambre o la sed, a los sufrimientos de las persecucio-
nes padecidas, a las vejaciones de la calumnia; o incluso a la
incomodidad de la pobreza, a los llantos, al odio, a los ultra-
jes, a las humillaciones que el desprecio de los otros suscita
en nosotros?
Y sin embargo, este trastocamiento de la lógica interna de
todos nuestros afectos implica a su vez la del conjunto de re-
laciones que los hombres anudan espontáneamente entre sí.
No en vano, esta inversión es explícita . Así, en Lucas: «Amad
a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bende-
cid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. Al
que te hiera en una mejilla, ofrécete también la otra; y a quien
te quite el manto, no le niegues la túnica. Da a quien te pida ,
y a quien te quita lo tuyo no se lo reclames».
El trastocamiento interno de los afectos y las relaciones
afectivas no sólo está formulado por Cristo en esta presenta-
ción abrupta que le confiere, a pesar de la paradoja, una es-
pecie de fascinación; sus consecuencias se encuentran ex-
puestas también con toda claridad, las relaciones humanas
Desi111
egració11del mundo humano 47
cae también sobre él, que es quien les dirige esta palabra.
Con todo, esto no es más que una primera indicación.
He aquí pues una demanda que no puede ser diferida. En
el texto denominado «discurso inaugural de Jesús» 1, Cristo
ha comunicado a los hombres una revelación extraordinaria
sobre sí mismos, desvelándoles su realidad verdadera. Y de
esta realidad impensada hasta entonces, ha sacado unas con-
secuencias no menos extraordinarias al denunciar los lazos
humanos más naturales y más queridos. Ha enunciado pro-
posiciones incomprensibles sobre la vida misma de cada
uno, llamando bienaventurados a los que se hallan en des-
gracia, identificando alegría y pena, risa y lágrimas. Ahora
bien, todas estas aserciones no se presentan como exhorta-
ciones, abjuraciones, mandamientos de orden ético, y toda-
vía menos como sentencias o consejos de un sabio con miras
a la consolación de una pobre humanidad sufriente . Su for-
mulación categórica , su tono sin réplica, el carácter solemne
de las circunstancias que rodean a lo que no es una predica-
ción, sino más bien una Revelación sagrada, hacen de estas
palabras inauditas otras tantas verdades absolutas.
De ahí la inevitable pregunta de réplica, ese retorno de la
mirada de aquellos a quienes se hace la Revelación a Aquel
que la profiere: ¿cómo sabe él todo eso?, ¿quién es él, pues,
para detentar un saber semejante? Así es como las palabras
que Cristo dirige a los hombres sobre su condición humana
recaen inevitablemente sobre él mismo y lo cuestionan gra-
vemente, conminándole a justificar unas propuestas tan des-
concertantes, cosa que no puede hacer más que justificándo-
se a sí mismo. Y cuanto más avanza Cristo en el análisis de la
condición humana hacia su relación oculta con Dios, más se
alejan sus declaraciones de lo que los hombres, instruidos o
no, creen saber de sí mismos; más se descubren, imbricados
me 'agua viva'? Nuestro padre Jacob nos dejó este pozo.[ ... ]
¿Acaso te consideras mayor que él?». Jesús le respondió: «To-
do el que bebe de esta agua, volverá a tener sed; en cambio, el
que beba del agua que yo quiero darle, nunca más volverá a
tener sed ... » (Jn 4, 9-13). El extraordinario diálogo, cuyo con-
tenido todavía no es plenamente inteligible para nosotros, ter-
mina con el acto de fe en el que la mujer declara saber que «el
Mesías, es decir, el Cristo, está a punto de llegar» ... Y Jesús le
dice: «Soy yo, el que está hablando contigo».
La sed, el hambre, esas palabras que se repiten tan a me-
nudo en el Evangelio y que hemos encontrado principalmen-
te en las «bienaventuranzas», están investidas de una signifi-
cación tan grave sólo porque designan una vida finita, la vida
de una carne como la nuestra, que no es capaz de bastarse por
sí misma, de traerse a sí misma a la vida, siempre en necesi-
dad, deseante y sufriente; o, como hemos dicho en términos
filosóficos, una vida que no es su propio fundamento. A esta
vida se opone la vida infinita de Dios, que se trae a sí misma
a la vida y al goce de vivir. Al ser portadora de toda esta om-
nipotencia, no muere nunca. «Y el agua que yo le daré será
dentro de él fuente de la que brote vida eterna» (Jn 4, 14). El
Mesías, el Ungido, en el sentido en que Cristo lo entiende, no
es otra cosa ni más ni menos que Aquel que, detentador de la
vida eterna, es asimismo capaz de dispensarla a quien quiera.
Contra esta declaración contundente y desprovista de
equívoco, no sirve de nada objetar que es parte de un texto
tardío o presuntamente tal. Aunque en él sea objeto de una
formulación reiterada, la identificación de Cristo con el Ver-
bo de Dios no es en absoluto patrimonio privativo del Evan-
gelio de Juan. Se encuentra por todas partes en los sinópticos,
sea bajo la forma de declaraciones explícitas, sea que resulte
directamente de las palabras de Cristo o de sus actos. Esto es
lo que demuestran tanto las «bienaventuranzas» como los
desarrollos que les siguen. Sólo el que conoce el Reino, como
hemos reconocido, puede desvelar a los hombres la manera
Palabras de Cristo sobre sí mismo 79
2. Existe una razón más profunda para esta crítica: ¿cómo Cristo, si es
la Palabra de Dios, podría ciertamente someterse a la precariedad de una
palabra humana? Es menester toda la presunción, superficialidad y cegue-
ra del humanismo para que uno de sus más patentes representantes ose de-
clarar: «Soy siempre yo quien decidirá si la voz es la voz del ángel». ¿Có-
mo un viviente, siempre ya dado a sí mismo en la vida, que no oye nunca
en él otra cosa que esta Palabra de la Vida, podría en verdad juzgar, auten-
tificar o denigrar una Voz que le precede desde siempre, a él, cuya existen-
cia misma no es otra cosa que la escucha? Pero estas notas son prematuras.
Legitimación de las palabras pronun ciadas por Cristo 99
las cosas -las piedras, las flores, la tierra y el cielo, los pro-
ductos de la tierra, las herramientas y las máquinas, los hom-
bres mismos-, todas estas realidades se nos muestran en el
mundo. A partir de ahí surge la creencia difundida por todas
partes que define eso que se llama el «sentido común» y se-
gún la cual el mundo es el medio de toda manifestación po-
sible. Con otras palabras: el universo de lo visible es el úni-
co que existe, el que define el lugar de la realidad.
Ahora bien, si únicamente podemos hablar de lo que se
nos muestra, y si todo lo que se nos muestra se nos muestra
en el mundo, entonces toda palabra está vinculada al mundo
por una relación infranqueable. Únicamente podemos hablar
de lo que se nos muestra en el mundo. No se trata tan sólo de
los objetos sensibles, como las piedras, las montañas, los ár-
boles, las casas, los campos, las fábricas o también los seres
humanos, sino de todas las cosas que en efecto vemos con
nuestros ojos, y cuyas cualidades, olores y sonidos percibi-
mos con el conjunto de nuestros sentidos. A éstas hay que
añadir igualmente las cosas «inteligibles» e insensibles, como
las propiedades geométricas, las relaciones matemáticas o ló-
gicas: a ellas también las «vemos» con los ojos de nuestro es-
píritu, podemos apercibirlas en una serie de «evidencias». Lo
que quiere decir que, gracias a un tomar distancia de ellas, se
mantienen de la misma manera ante nuestro espíritu, en la ex-
terioridad de un «mundo». Se nos muestran en la luz de este
éxtasis. De modo que, en efecto, podemos describirlas, anali-
zarlas y, en primer lugar, nombrarlas, hablar de ellas.
«Palabra del mundo» quiere decir, por tanto, una palabra
que habla de lo que se nos muestra en esa exterioridad que el
mundo es. Así es como, de forma concreta, el aparecer se
propone como la condición de posibilidad de toda palabra,
por cuanto sólo podemos hablar de lo que se nos muestra. Es-
te aparecer, condición de posibilidad de la palabra, no es sino
aquello que los griegos llamaban Lagos. Pero si la palabra en-
cuentra su posibilidad en el aparecer, ¿no deben depender en-
Palabra del mundo. palabra de la vida 105
Las más de las veces esta lectura sigue siendo en efecto in-
genua. En primer lugar, considera este texto como una des-
cripción empírica de los orígenes de la especie humana so-
bre la tierra, sin relación alguna con todo aquello que la
ciencia puede enseñarnos en la actualidad. En verdad, el Gé-
nesis nos propone una cosa totalmente diferente: el primer
análisis verdadero y riguroso de la condición humana. En
lugar de atenerse a una presentación exterior de hechos , se
remonta a la posibilidad interior de la existencia de un ser
como el hombr¡::.Ahora bien, si se considera este análisis de
una forma más atenta, se ve un desdoblamiento: el hombre
es comprendido de dos formas diferentes, a partir de la idea
de creación y también a partir de la idea de gen eración . Por
una parte, Dios ha creado el mundo como exterior a él -tan-
to el mundo como todas las cosas que se muestran en su ex-
terioridad, incluido el hombre - . Éste entonces es interpreta-
do como todavía lo hace el objetivismo contemporáneo, ya
sea el propio del sentido común o el de la ciencia: como un
ser-del-mundo , explicable a partir de este.
¿Cómo no ver que a dicha interpretación, que cae por su
propio peso, se superpone otra, en efecto, totalmente diferen-
te? Según la afirmación fundamental del Libro del génesis ( 1,
26), Dios ha hecho al hombre a su imagen y semejanza. Des-
de ese momento, la sustancia de la que está hecha la realidad
humana es la misma realidad divina: Siendo Dios Vida, el
hombre es un viviente. La comprensión de esto último supo-
ne la sustitución de la relación extrínseca con el mundo por
una relación completamente distinta : la de la Vida con el vi-
viente como relación de inmanencia radicalmente ajena al
mundo. El Prólogo describe esta relación inmanente de la Vi-
da con el viviente. La describe en el lugar en que ella se pro-
duce originariamente: allí donde la Vida absoluta se engendra
a sí misma al engendrar en ella el Primer Viviente. Además,
ya que este proceso de auto-generación de la Vida como ge-
neración en ella del Primer Viviente es aquel en que la vida se
124 Palabras de Cristo
1. Hemos consagrado una obra reciente (En carna ción. Una filo sofi a
de la carne , trad. de J. Teira, G. Femández y R. Ranz, Sígueme, Salaman-
El Verbode Dios 125
no. Esta es la razón por la que este Juicio, al que nadie escapa,
es implacable. Y la superioridad de Caín sobre los hombres de
nuestro tiempo, lo que tal vez le valga la gracia de un perdón
inconcebible, radica en que él lo sabía. Lo sabía cuando apar-
taba su rostro de la cólera de Dios. Pues él era, él también, un
Hijo, no de Adán y de Eva, sino de la Luz.
Entre las palabras de Cristo, encontramos algunas que de-
nuncian el odio a la verdad y son las más terribles. De qué
dependa este odio, es algo que acabamos de comprender. Si
cada modalidad de nuestra vida, cada movimiento de nuestro
corazón , es revelado a sí en la auto-revelación de la Vida ab-
soluta, en ese caso todo mal pensamiento, envidioso, hostil o
criminal, todo acto que resulte de ellos, resulta desenmasca-
rado. Nuevamente es Juan quien refiere estas palabras sin
respuesta de la conversación con Nicodemo: «Todo el que
obra mal detesta la luz y la rehúye por miedo a que su con-
ducta quede al descubierto» (Jn 3, 20). Pero esta Luz que es
la Verdad de la Vida absoluta, que da testimonio y emite el
Juicio, ¿qué otra cosa es sino la auto-revelación de esta Vida
en su Verbo? Este Verbo de Dios del que el Prólogo afirma:
«El Verbo era la luz verdadera que, viniendo a este mundo,
ilumina a todo hombre. Estaba en el mundo y por Él fue he-
cho el mundo , pero el mundo no le conoció. Vino a los suyos,
pero los suyos no le recibieron» (Jn 1, 10-11 ). Los hombres
consagrados al mal odian al Verbo -este Verbo venido al
mundo para aportar la Verdadera Luz y salvarlo- porque el
Verbo es la revelación completa que ilumina el secreto de los
corazones. De tal modo que para aquellos que han rechazado
esta Luz, la salvación se ha convertido en su condena . Cosa
que afirma el contexto de la conversación: «El motivo de es-
ta condenación está en que la luz vino al mundo, y los hom-
bres prefirieron las tinieblas a la luz, porque hacían el mal.
Todo el que obra mal detesta la luz ... » (Jn 3, 19-20).
Como si se tratase de un tema obsesivo, el Evangelio de
Juan vuelve una y otra vez sobre este odio al Verbo venido al
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Palabras de Cristo sobre la posibilidad de oír
su Palabra por parte de los hombres