La Pintura Novohispana, Gutíerrez Haces, IIE PDF
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Estado de la cuestión
C
aracterizar la pintura novohispana no es una tarea sencilla; po-
demos distinguir una pintura peninsular de una americana, pero no
definir esta última. Existen tal cantidad de elementos discordantes
que se vuelven inexplicables en conjunto debido a la diversidad de orígenes,
tradiciones, escuelas, etc., que sólo han llevado a conclusiones opuestas y, a
1. Una versión preliminar, sintética y sin algunas novedades que últimamente he trabajado,
fue presentada en el “Encuentro Internacional sobre Barroco Andino” en Santa Cruz de la
Sierra, Bolivia, en diciembre de 2002.
2. Rogelio Ruiz Gomar, “La colección de pintura colonial del Ateneo Fuentes, en la ciudad
de Saltillo, Coahuila”, Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, núm. 60, Universi-
dad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1989, p. 88.
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3. José Bernardo Couto, Diálogo sobre la historia de la pintura en México, estudio introducto-
rio de Juana Gutiérrez Haces, notas de Rogelio Ruiz Gomar, México, Consejo Nacional para
la Cultura y las Artes (Serie Cien de México), 1995.
4. Couto, por boca de José Joaquín Pesado, uno de los interlocutores en el “Diálogo”, decía:
“Mas sea lo que fuere de las obras de los indios, ellas nada tienen que hacer con la pintura que
hoy usamos, la cual es toda europea, y vino después de la Conquista. Si los mexicanos pinta-
ban (y en efecto pintaron mucho), ése es un hecho suelto que precedió al origen del arte entre
nosotros; pero que no se enlaza con su historia posterior”, op. cit., p. 71. A pesar de esta con-
tundente declaración, el Diálogo sobre la historia de la pintura en México está enteramente es-
crito con el objeto de reconocer una “escuela nacional” de pintura.
5. Francisco Diez Barroso, El arte en la Nueva España, México, edición del autor, 1921. “En
efecto, cuando ha existido mezcla de civilizaciones, la mezcla de las tendencias artísticas tam-
bién ha aparecido, produciendo tantas manifestaciones híbridas como nos revela la historia
del arte y que caracterizan a los periodos de transición […] Algo similar hubiera acontecido
en la Nueva España si hubiera habido mezcla de civilizaciones, de religiones, de costumbres
[…] Pues bien, nada semejante aconteció en Nueva España […] Por ello puede decirse del
modo más categórico que no hubo la menor mezcla de tendencias artísticas, sino substitución
completa y absoluta […] Así, pues, el carácter fundamental del arte en Nueva España fue su
españolismo, esencial y exclusivo, al grado de que aquél debe considerarse y estudiarse como
una rama, genuina y fecunda, del maravilloso arte español”, pp. 25-26.
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6. Estos temas han sido en múltiples ocasiones tratados por Ernst H. Gombrich. Citaremos
sólo algunos de los artículos donde los trata: “La necesidad de la tradición. Interpretación
poética de I. A. Richards (1893-1979)”, en Tributos. Versión cultural de nuestras tradiciones, Mé-
xico, Fondo de Cultura Económica, 1991, pp. 180-204; “Los viejos maestros y otros dioses fa-
miliares”, publicado en The Independent, 6 de enero de 1990, con motivo del 40º aniversario
de la primera edición inglesa de La historia del arte, en Gombrich esencial. Textos escogidos sobre
arte y cultura, edición de Richard Woodfield, Madrid, Debate, 1997, p. 38; y, desde luego, Arte
e ilusión, Barcelona, Gustavo Gili, 1979, y Meditaciones sobre un caballo de juguete, Barcelona,
Seix Barral, 1968.
7. Rogelio Ruiz Gomar, “La tradición pictórica en el taller novohispano de los Juárez”, en
Primer seminario sobre pintura virreinal, Lima/México, Organización de Estados Iberoame-
ricanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura/Fomento Cultural Banamex/Instituto de
Investigaciones Estéticas (en prensa), y Juana Gutiérrez Haces, “The Painter Cristóbal de Vi-
llalpando: His Life and Legacy”, en New World Art Symposium, Denver, Denver Art Museum
(en prensa).
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8. Lo interesante es encontrar que esta actitud sobre la tradición artística no sólo se observa-
ba pictóricamente en la Nueva España, sino también en la literatura artística contemporánea
al leer algunos párrafos sobre los pintores en la obra de Sigüenza y Góngora, Triunfo parténico,
primero, y después, por ejemplo, en la transcripción de un texto perdido del pintor José de
Ibarra, por Miguel Cabrera, en su Maravilla americana, por citar sólo dos ejemplos.
9. En “Un apunte autobiográfico”, transcrito a partir de la grabación de una charla informal
ofrecida en la Rutgers University, Nueva Jersey, en marzo de 1987. Publicado en Gombrich
esencial…, pp. 33-35. En dicho “apunte” reconoce su deuda con Karl Popper.
52 j ua n a g u t i é r r e z h ac e s
(1883),13 dieron su veredicto, cada uno desde posturas políticas diferentes (los
dos primeros del bando conservador, el segundo del liberal), y concluyeron
que lo que se hacía en México era pintura española. Sin embargo, ellos mis-
mos se daban cuenta de que la pintura hecha en estas tierras era diferente
a la escuela española, de la misma forma como nosotros lo hacemos. El si-
glo xix solucionó todo hablando de un clima, una tierra más benéfica y una
condición racial más dulce, muy acorde con los determinismos decimonó-
nicos en boga. Fue sólo hasta 1893 que Manuel Revilla considera que el arte
virreinal tiene características tales como para considerarlo original y diferen-
te; así, dice: “Mas no bien entrado el siguiente siglo, míranse rodeados de
discípulos nacidos muchos en la Colonia, a quienes transmiten su saber, y
debido a las multiplicadas demandas de obras que unos y otros reciben, la
producción aumenta y aparece una nueva manifestación artística que, aunque
derivada de los españoles, puede ser considerada indígena.” A esta afirma-
ción, que se debe entender como la primera declaración de reconocimiento
de un arte posterior a la conquista diferente del español y con origen en estas
tierras, Revilla también añade, por primera vez, dentro de un libro dedicado
al arte, un apartado dedicado únicamente al arte prehispánico y no sólo re-
conoce que parte del carácter del arte mexicano se debe a la presencia del ar-
te indígena, esta vez entendido como el de los indios y no como originario
de estas tierras, pero además considera que hay continuidad entre un perio-
do y otro, aunque para la reedición de su libro en 1923 acaba por hacer un
reconocimiento mayor a la deuda con España.14
relativa, para entrar después en una época de decadencia. En México no sucedió así: la pintura
fue importada de España en su mejor época, ya formada, aun en sus procedimientos materia-
les de ejecución, y desde principios del siglo xvii hasta fines del xviii, ha seguido una marcha
decadente con muy ligeras oscilaciones”, p. 5. Para Couto, op. cit., nota 3. La primera edición de
Couto fue en 1872 como edición póstuma.
13. Ignacio Manuel Altamirano, “Revista artística y monumental”, en el Primer almanaque
histórico, artístico y monumental de la República mexicana, publicado por Manuel Caballero,
Nueva York, 1883-1884, recogido en Ignacio Manuel Altamirano, Obras completas, escritos de li-
teratura y arte, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1989, t. 3, pp. 179-201.
Altamirano desprecia profundamente la pintura virreinal, a la cual califica por primera vez de
colonial, además de que su acendrada religiosidad le disgusta, lo que le hace concluir que esta
escuela colonial no tiene nada de nacional.
14. Manuel Revilla, El arte en México en la época antigua y durante el gobierno virreinal, Mé-
xico, Secretaría de Fomento, 1893. Revilla dice: “Y es de ver a este propósito cómo en México
desde remota antigüedad se rinde culto a lo bello, apareciendo las manifestaciones de tal culto
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dotadas de patente de originalidad; pues no obstante las analogías que puedan existir entre las
construcciones de los indios, por ejemplo, y las de algunos pueblos del Oriente, o entre la pin-
tura cultivada después de hecha la Conquista y la propiamente española, ello es que las prime-
ras ofrecen rasgos típicos inconfundibles, que la pintura al domiciliarse entre nosotros adqui-
rió caracteres y variantes que en vano se buscarán en autores españoles. Por tanto, sería lo
mismo que truncar la historia de las nobles artes el desdeñar y omitir el estudio de los palacios
de Mitla, de las pinturas de los Juárez o de las estatuas de Tolsá”, p. 8. La segunda edición co-
rregida y aumentada es El arte en México, México, Porrúa, 1923.
15. El empleo del de o del en no deja de tener sus consecuencias: el mismo Moreno de Alba,
op. cit., citando a Montes, a Rivarola y a sí mismo, explica: “Sobre el empleo de esta preposi-
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ción en en lugar de de escribió Montes (1989: 644): ‘el uso de en en este caso en vez de de pare-
ce envolver una concepción del español americano como algo ajeno, importado y no creado
(o cocreado) por los americanos en su uso diario a lo largo de cinco siglos’. Ciertamente pare-
ce convincente esa opinión, pues no puede uno sino estar de acuerdo en que el español de
América, como español de México o español de España, son entidades históricas identificables,
planteamiento sustentado ‘en las colectividades humanas que las emplean, las desarrollan, re-
flexionan sobre ellas, las integran a su conciencia cultural, las convierten en señas de identi-
dad’ (Rivarola, 1990a: 24). Sigo creyendo, empero, que, lingüísticamente hablando, no hay
una entidad americana que pueda oponerse, como un todo, a otra totalidad (el español euro-
peo). No falta quien, como yo, prefiere emplear la preposición en mejor que de: ‘Lo que se
suele llamar ‘español de América’ es un conjunto de dialectos, un suprasistema o diasistema, es
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decir, una abstracción irrealizable en sí misma […] Según ese planteamiento, en lugar de ha-
blar de español de América, sugiriendo la presencia de una modalidad, sería más apropiado re-
ferirse al español en América, con lo cual se insinúa al menos la idea de varias modalidades
lingüísticas americanas. (Moreno de Alba, 1992: pp. 63 y ss.)’”, pp. 7-8.
16. Resulta importante observar que Ferdinand de Saussure consideraba que: “todo cuanto
se refiere a la extensión geográfica de las lenguas y a su fraccionamiento dialectal cae en la lin-
güística externa. Sin duda, éste es el punto donde la distinción entre ella y la lingüística inter-
na parece paradójica: hasta tal extremo está el fenómeno geográfico estrechamente asociado
con la existencia de toda lengua; y, sin embargo, en realidad, la geografía no toca el organismo
interno del idioma”, op. cit., p. 68. Moreno de Alba dice al respecto: “Sin dejar de reconocer la
necesidad de emprender una historia del español de América menos eurocentrista —como lo
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sugiere Roth (1986: 266): en los estudios de historia del español americano ‘el criterio decisivo
lo constituye el criterio diferencial, esto es, la diferencia frente a la norma europea’— no pue-
den evitarse, en un libro como éste, creo yo, las referencias casi constantes a las semejanzas y,
sobre todo, a las diferencias observables entre el español en América y el español en España.
Resulta innegable, a mi ver, la necesidad de explicar cómo y por qué el español, en América,
sin perder su unidad esencial con el europeo, va adquiriendo, en los diversos niveles (fonológi-
co, fonético, gramatical y léxico), su propia fisonomía que debe contrastarse necesariamente
con la del español peninsular”, op. cit., p. 10.
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17. Fernando Lázaro Carreter, Diccionario de términos filológicos, Madrid, Gredos (Biblioteca
Románica Hispánica), 1971, p. 386.
18. Pedro Henríquez Ureña, Observaciones sobre el español de América, Revista de Filología
Española, núm. 7, 1921, pp. 357-390. Citado en Fontanella, “La conformación de las distintas
variedades del español americano”, en El español de América, Madrid, Mapfre, pp. 25-54 .
19. Amado Alonso, “Examen de la teoría indigenista de Rodolfo Lenz”, en Estudios lingüísti-
cos. Temas hispanoamericanos, Madrid, Gredos (Biblioteca Románico Hispánica ii, Estudios y
Ensayos 12), 1976, p. 268 [1a. ed. 1953]. Amado Alonso, a pesar del gran respeto que profesaba
por Lenz, el cual hace patente en una nota de reconocimiento por su valía académica, va refu-
tando una por una sus tesis probando que este autor había hecho sus estudios sobre la lengua
de su época sin considerar que, de la misma forma que había evolucionado el español a partir
del siglo xvi, lo había hecho el araucano, y que todos los elementos que él había considerado
araucanos preexistían en la lengua española. Por desgracia, uno de los problemas de quienes
hicieron este tipo de estudios es que no conocían a profundidad la evolución del español mis-
mo, ya que para ese momento se sabía poco al respecto. Sin embargo, tratando de eliminar
dudas respecto a su posición, Amado Alonso agregó: “El tema del sustrato en el español de
América tiene que ser uno de los más importantes objetos de estudio. De ningún modo me he
propuesto hacer para el chileno una averiguación de limpieza de sangre, ni defender al español
de América de la sospecha de mestizaje. En la investigación histórica, los hechos o interpreta-
ciones firmemente averiguadas nos deben dar la misma satisfacción —en el terreno científi-
co— tanto si halagan como si hieren a otras actitudes vitales e interesadas”, p. 319. Esta última
aseveración la hace en función del reconocimiento al esfuerzo académico y científico de Lenz.
Alonso enumera algunas exigencias metodológicas que deberán guiar los estudios a futuro, y
entre ellas, la última, afirma: “Es obvio que se requiere un conocimiento seguro de las tenden-
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mente rebatida por Amado Alonso y una larga lista de lingüistas al conside-
rarla absolutamente equívoca por difícil que nos parezca a los que no somos
lingüistas.20
hicieran creer que existe un español mestizo. Incluso algunos, como Bertel
Malmberg, concluyen que: “no deben considerarse como fenómenos de sus-
trato aquellos en que la influencia se reduce a meros préstamos lexicales, sino
que se debe restringir la denominación a los casos en que haya interferencias
fonológicas o morfosintácticas”.22 Debemos observar, para los legos en estos
curan registrar alfabéticamente todos los variados vocablos indígenas que podían documentar
de una u otra manera. Sin embargo es necesario considerar parámetros sociolingüísticos, la di-
fusión geográfica, la productividad y la riqueza semántica de los préstamos indígenas”, p. 62.
22. Aún hoy la discusión está viva y se toma en cuenta para discutir las posiciones lexicales,
la glotalización yucateca, los gentilicios mexicanos terminados en “eco” y el caso entero de Pa-
raguay no sólo por su aislamiento, sino por un bilingüismo vivo hasta nuestros días. Citado
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por Moreno de Alba, op. cit., p. 111, y Fontanella, op. cit., pp. 29-30. “Dentro de su concep-
ción estructuralista, Malmberg considera que en el estudio de la evolución lingüística debe
optarse siempre por las explicaciones generales frente a las particulares; que se han de preferir
las explicaciones internas frente a las externas; que los cambios que significan una simplifica-
ción en el sistema son explicables preferentemente por una reducción interna más que por el
influjo de sustrato; y que antes de adoptar una interpretación sustratista debe tenerse en cuen-
ta si la situación sociocultural la justifica”, Fontanella, op. cit., pp. 30-31.
23. Citado por Fontanella, op. cit., p. 29. Resulta interesante que Manuel Toussaint, al escri-
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bir su Pintura colonial en México, utilice en la primera página de su libro, escrito en 1935, al re-
ferirse a los orígenes de la pintura novohispana, un ejemplo lexical para explicarla; así, dice:
“Difícil es, para quien no se ha especializado en estudios prehispánicos, emprender un estudio
acerca de la pintura anterior a la conquista, pero es necesario intentar ese estudio, como co-
mienzo de todo nuestro movimiento pictórico: la cultura europea no se implantó de golpe;
fue sustituyendo paulatinamente a las costumbres indígenas y en más de un caso el elemento
aborigen predominó sobre el extranjero; así por ejemplo, la palabra tlapalería, con que se de-
signa en la actualidad a los establecimientos en que venden colores y, por extensión, a las pe-
queñas ferreterías, es híbrida y se compone de tlapalli, palabra nahua que significa color, y de
la terminación española ría, usada para indicar establecimientos comerciales. La persistencia
de esta palabra hasta nuestros días indica cómo ciertos elementos del arte indígena persistie-
ron durante toda la colonia y llegaron al mismo México independiente.” En Manuel Tous-
saint, Pintura colonial en México, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Insti-
tuto de Investigaciones Estéticas-Imprenta Universitaria, 1965, p. 1.
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8. Casa del Deán, Puebla. Mural de las Sibilas. Conaculta-inah-Méx. Reproducción autorizada
por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Foto: Guillermina Vázquez, Archivo Fo-
tográfico iie-unam.
Muchas fueron las causas para este fenómeno de la sola persistencia lexical
en la lengua española, pero vale la pena nombrar, entre ellas, la gran variedad
de lenguas autóctonas que existían y su fragmentación;25 la enorme facilidad
por parte de los indígenas para aprender otras lenguas obró en contra de
ellos mismos. A pesar de que, durante toda la época virreinal, tanto frailes
como el grueso de la población usaban alguna lengua indígena, después de
las independencias de los países americanos, por razones de “unidad nacio-
nal”, fueron desapareciendo paulatinamente. El uso de los frailes de lenguas
indígenas fue parte de las tácticas que se emprendieron para realizar la evan-
gelización: “era más asequible que uno aprendiese la lengua de muchos que
muchos la lengua de uno”, pero también porque se daba dentro de una polí-
tica de proteccionismo ante el temor de que los indígenas aprendieran, a tra-
vés de la lengua, malos hábitos españoles, siendo así que, durante la evange-
lización, quienes se adaptaron al nuevo universo lingüístico fueron en
realidad los españoles.26 Otra razón que obró contra la permanencia de las
lenguas indígenas, por contradictoria que parezca, fue la utilización de una len-
gua indígena como el náhuatl como lengua franca.27
Pero lo que queda al fin y al cabo, a pesar de este proteccionismo, es el
avance del idioma español de forma arrolladora y no sólo por ser la lengua
impuesta, sino también por el prestigio que otorgaba a quienes la hablaban,
pues, como dice Moreno de Alba: “Más que la ley, o la expulsión de los je-
suitas, el impulso del castellano se explica por otras causas: disminución de
exploraciones y colonizaciones, el ascenso de los mestizos, partidarios como
nadie de la lengua española, la influencia de la ilustración, etcétera.”28
Resulta inquietante el hecho de que las lenguas indígenas fueron conser-
vadas durante el periodo virreinal y sólo reste de ellas un uso lexical; en cam-
bio parecería que el lenguaje pictórico fue suplantado por completo desde
los primeros años de la colonia.
compleja, y los problemas surgidos en la primera hora se prolongaron hasta hoy”. Moreno de
Alba, op. cit., pp. 70 y 77.
26. Ibid., pp. 70, 72 y 76. La casi absoluta aniquilación de las lenguas indígenas se dio a par-
tir de las guerras de independencia, ya que durante el gobierno español siguieron usándose
con preferencia. Se ha dicho que en algunas zonas esta destrucción se dio a partir de la expul-
sión de los jesuitas. Además Carlos III, en 1770, expide su célebre Cédula de Aranjuez, en la
que se ordena que “de una vez se llegue a conseguir el que se extingan los diferentes idiomas
de que se usa en los mismos dominios (América y Filipinas) y sólo se hable el castellano”. Pa-
rece que esta cédula se expidió por insistencia del arzobispo de México, Francisco Antonio
Lorenzana y Buitrón.
27. Ibid., p. 71.
28. Ibid., pp. 75-76.
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¿Evolución precipitada?
Con un claro paralelismo con la lengua, los cronistas dan cuenta de la facili-
dad e inmediatez con la que los indígenas reproducían las convenciones figu-
rativas occidentales; ya fray Jerónimo de Mendieta decía: “Mas después que
fueron cristianos y vieron nuestras imágenes de Flandes y de Italia, no hay
retablo ni imagen, por prima que sea, que no la retraten y contrahagan.”29
De la misma forma, el padre Las Casas aseveraba: “De los oficiales que entre
ellos había y hoy hay, pintores de pincel y el primor con que las cosas pinta-
das que quieren hacen, es ya tan manifiesto y claro, que será superfluo deci-
llo por novedad, mayormente después que se dieron a pintar nuestras imáge-
nes, las cuales hacen tan perfectas y con tanta gracia cuanto los más proprios
oficiales de Flandes.”30
Las escuelas de artes y oficios de fray Pedro de Gante en San José de los
Naturales en San Francisco de la ciudad de México, de Vasco de Quiroga en
Santa Fe, también en la ciudad de México, y más tarde las experiencias en
Tiripitío, Michoacán, entre otras, hicieron bien su trabajo. Después, la llega-
da de pintores europeos y la utilización de grabados hicieron el resto. Pero
cabría preguntarse: ¿Por qué si las lenguas indígenas se usaron de forma ge-
neral hasta la época de la Independencia, y desde luego en forma parcial has-
ta nuestros días, la creación de imágenes en el lenguaje figurativo indígena
no tuvo la misma persistencia (o resistencia)? Desde luego debemos tener en
cuenta que se conservó por un tiempo, a través de los códices hechos des-
pués de la Conquista, pero éstos son considerados escritura, es decir, serían
equivalentes a la forma de registro de un lenguaje verbal, aunque tienen una
gran comunidad figurativa con la pintura, lo que representa un problema
aparte. También sabemos que el temor religioso a las imágenes indígenas
siempre estuvo presente, sobre todo porque para los hombres del Renaci-
miento era evidente su fuerza; el mismo Leonardo había escrito en su Trata-
do de la pintura, preguntándose cuál era el monstruo más dañino, el ciego o
el mudo, y su respuesta era contundente: “El nombre de Dios escrito sobre
29. Fray Jerónimo Mendieta, Historia eclesiástica indiana, México, Díaz de León y White,
1870, p. 404. Citado por Manuel Toussaint, Pintura colonial en México, México, Universidad
Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Estéticas, 1965, p. 10.
30. Fray Bartolomé de las Casas, Apologética historia de las Indias, Madrid, 1909, cap. LXI,
pp. 159-61. Citado por Toussaint, op. cit., p. 22.
66 j ua n a g u t i é r r e z h ac e s
9. Casa del Deán, Puebla. Cenefa del mural de las Sibilas. Conaculta-inah-Méx. Reproducción
autorizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Foto: Raúl Flores Guerrero, Ar-
chivo Fotográfico iie-unam.
una pared es menos venerado que su imagen.” Este temor a las imágenes
paganas persistió incluso hasta el mismo Siglo de las Luces, como puede
comprobarse en los escritos de León y Gama, donde se abunda sobre la clasifi-
cación de éstas.31 Pero también pueden existir respuestas diferentes y más
simples, más allá del temor religioso y el sometimiento imperial.
Es evidente que, como primer impacto, las características de la pintura
indígena, que a través de sus vestigios podemos observar, la hacían diferente
a la producida por los europeos, ya que un análisis formal de ellas deja ver, en
primera instancia, entre otras características: la ausencia de sombras emitidas
por cuerpos opacos; la falta de leves gradaciones tonales para crear sutiles
31. Antonio León y Gama, Descripción histórica y cronológica de las dos piedras, México, Po-
rrúa, 1978. Reproducción facsimilar de las primeras ediciones mexicanas, primera parte, 1792,
segunda parte, 1832. Véase también: Juana Gutiérrez Haces, “Las antigüedades mexicanas en
las descripciones de don Antonio León y Gama”, en XV Coloquio Internacional de Historia del
Arte. Los discursos sobre el arte, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto
de Investigaciones Estéticas, 1995, pp. 121-146.
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32. Mendieta decía: “Pintores había buenos que pintaban al natural, en especial, aves, ani-
males, árboles y verduras y cosas semejantes que usaban pintar en los aposentos de los señores.
Mas los hombres no los pintaban hermosos, sino feos, como a sus propios dioses…”, op. cit.,
p. 404. Es decir, debemos tener en cuenta que no sólo existía la pintura religiosa con un alto
grado de abstraccionismo, sino también una profana, como la que había para adornar pala-
cios, donde se hacía evidente el naturalismo e incluso la copia del natural.
33. Más allá del significado particular de cada figura, debemos observar, como dice Gom-
brich: “el común denominador entre el símbolo y la cosa simbolizada no es la ‘forma externa’,
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sino la función”. “Meditaciones sobre un caballo de juguete o las raíces de la forma estética”, en
Meditaciones sobre un caballo de juguete, Barcelona, Seix Barral, 1968, p. 15.
34. De esto ya se ha hablado en varios estudios cuando se hace hincapié en algunos actos re-
ligiosos como la comunión y otros cuyo significado no le era ajeno al indígena, sino incluso
equivalente en algunos de sus ritos, por lo cual no es difícil pensar que en la creación de la
imaginería se pudieran hacer adaptaciones similares. La fealdad de los dioses, a ojos de los es-
pañoles, no impide que el proceso de cargar simbólicamente a una figura fuera similar.
35. El uso del dibujo está a simple vista tanto en códices como en murales, pero también po-
demos citar a Motolinía cuando hace la descripción del uso de la plumaria y, para bien o para
mal, y sea el resultado satisfactorio o no, el uso del dibujo es considerado como el “diseño”, en
el sentido que el Renacimiento le daba, pero también como parte de los diversos pasos de eje-
cución, como lo haría cualquier artista contemporáneo del otro lado del Atlántico, que tam-
bién los habría malos y buenos, pero no por eso se invalidan sus procesos pictóricos: “y si al-
guna obra de esta ha ido a España imperfecta e las figuras e imágenes feas, halo causado la
imperfección de los pintores que sacan primero la muestra y debujo, y después el amantécatl,
que ansi se llamaba el maestro que asienta la pluma, […] si a estos amantecas les dan buena
muestra de pincel, tal sacan otra de pluma; y como los pintores se han mucho perficionado o
dan buenos debujos, hácense ya muy preciosas imágenes y mosaicos romanos de pluma y
oro…” Memoriales, París, 1903, p. 91. Citado por Toussaint, op. cit., p. 18.
36. “Pues si vamos al ornato de los templos, digo que es tan necesario entre estos indios, que
me atrevo a afirmar que es una de las mayores partes de su devoción y conservación en la fe,
porque eran tan dados a la curiosidad de ellos, que los había en todos los pueblos, así grandes
como pequeños, muy hermosos y curiosos y adornados de toda la más hermosura que su en-
tendimiento podía alcanzar: y después de ser cristianos es tanto lo que ellos se han esmerado,
que pone admiración. Esto digo de los que son de los Religiosos que los tenemos a cargo, porque
para ello les hemos dado ripio a la mano, con que han seguido en sus edificios y adorno su na-
tural inclinación, y así son las iglesias […] hacen mucho en ser tan buenas, llenas de altares,
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numerables autores de todos los siglos, respecto a que muchas de estas pintu-
ras eran escritura donde la “narración” ocurría con otro sistema lingüístico.
Pero aun así, podemos concluir que, a pesar de algunas diferencias forma-
les, había intenciones, características y convenciones pictóricas que hacían a
la pintura y a los pintores no sólo parecidos sino coincidentes al tratar, por
ejemplo, algunos temas de corte más naturalista,37 pero incluso también al-
gunos más conceptuales. Respecto a otras convenciones como la representa-
ción del espacio por medio de la perspectiva renacentista o la ausencia de
sombras provocadas por cuerpos opacos, si bien la pintura indígena no las
poseía, sí poseía otros sistemas espaciales que la hacían parecida a la pintura
hecha por los europeos antes del Renacimiento; incluso podemos suponer,
debido a esto, que al hacer los indígenas las primeras imágenes encargadas
por los españoles los resultados no serían tan diferentes a algunas pinturas
medievales o del temprano Renacimiento con las que pudieran estar familia-
rizados frailes y conquistadores; el mismo Toussaint (y no sólo él) habla de
los parecidos con Cimabue, Giotto o con la escuela de Siena, probablemente
refiriéndose a Duccio di Buonisegna. Aunque no es probable que algún frai-
le trajera consigo alguna imagen antigua (ya que estos pintores son de finales
del siglo xiii y principios del xiv y estamos hablando de la producción del si-
glo xvi), sí podríamos suponer que tuvieran algunas con dejos arcaizantes,
pero más bien debemos pensar que sistemas similares de técnicas y conven-
ciones pictóricas dan imágenes parecidas. Lo que sí cambiaba radicalmente
eran los motivos y narraciones —los cuales marcaban las diferencias—, pero
no cierta parte de las convenciones y prácticas pictóricas usadas. Así que, cuan-
do se utilizan espacialidades bidimensionales, colores enteros, líneas como lí-
mite de una figura, los resultados deben ser parecidos para ambos sistemas de
representación y no necesariamente hijos de la copia de obras del trecento.38
cuajadas de retablos de talla y de pincel y tan costosos que vale cada uno una gran suma de
dineros.” Códice Mendieta, ii, p. 174. Citado por Toussaint, op. cit., pp. 17-18.
37. Tanto para un pintor europeo como para uno indígena americano “el vocabulario con-
vencional de formas básicas es siempre indispensable para el artista como punto de partida,
como foco de organización”, Gombrich, op. cit., p. 21.
38. Gombrich, refiriéndose al uso de convenciones pictóricas, dice: “Para el investigador de
los estilos, ese descubrimiento de que una misma forma básica puede representar una diversi-
dad de objetos quizá llegue a ser todavía significativo. Pues mientras que resulta muy dura de
tragar la idea de imágenes realistas deliberadamente sometidas a una ‘estilización’, en cambio,
la idea opuesta, de que hay un limitado vocabulario de formas sencillas utilizado para cons-
70 j ua n a g u t i é r r e z h ac e s
Más adelante, con la llegada de grabados de todas las épocas y estilos en uso
en Europa, la adquisición de arcaísmos e innovaciones fue por la vía de la copia
y aplicados, por analogía, a las nuevas producciones y en algunas ocasiones sólo
se confirmaba parte de un sistema ya conocido por los indígenas. Por lo tanto,
debemos considerar que, en la primera producción pictórica, había dos tipos de
convenciones técnicas: aquellas que de una u otra forma el indígena ya había
practicado dentro de su sistema de representación y aquellas totalmente nuevas
que se le imponían de forma arbitraria dentro de la estructura formal de su len-
guaje pictórico. Pero bastaría un solo tlacuilo que iniciara la innovación de la tri-
dimensionalidad para considerar adoptada la convención, ya que a partir de la
reducción que él hiciera se facilitaría la lectura y visión al resto de los pintores
indígenas. Recuérdese que “un uso nuevo comienza siempre por una serie de
hechos individuales” y, desde luego, “sólo en el momento en que una inno-
vación, repetida con frecuencia, se graba en la memoria y entra en el sistema
tiene el efecto de trastornar el equilibrio de los valores, y con ello se encuentra
ipso facto y espontáneamente cambiada”.39
truir diferentes representaciones, encajaría mucho mejor con lo que sabemos del arte primiti-
vo”. Ernst H. Gombrich, Meditaciones, op. cit., p. 19.
39. Charles Bally y Albert Sechehaye, al publicar el Curso de lingüística general de Saussure,
¿ l a pi n t u r a n ovo h i s pa n a co m o u n a KOINÉ ? 71
Cabe aclarar que debemos tener cuidado con las pinturas indígenas que
se comparan, pues tenemos la tendencia a considerarlas un bloque estilístico
estático del cual sacamos conjeturas, en lugar de pensar que también la pin-
tura indígena evolucionó y no todo descubrimiento arqueológico-pictórico
hacen pocas anotaciones al margen sin embargo, ya que Saussure consideraba que las innova-
ciones del habla (no de la lengua) mientras siguen siendo individuales no habría que tomarlas
en cuenta. Los editores aclaran que Saussure no hizo nunca lingüística del habla, por lo que
ellos corrigen lo antes anotado arriba, diciendo: “que un uso nuevo comienza siempre por una
serie de hechos individuales”. Saussure, op. cit., p. 235. Sin embargo, al explicar Saussure, más
adelante, las innovaciones analógicas (una forma analógica es una forma hecha a imagen de
otra o de otras muchas según una regla determinada) dice: “todos los fenómenos evolutivos
tienen una raíz en la esfera del individuo […] hizo falta que un primer sujeto lo improvisara,
que otros lo imitaran y lo repitieran, hasta imponerlo en el uso”, pp. 260 y 271. De forma si-
milar, en muchas ocasiones Gombrich afirma lo mismo respecto a los cambios de estilo, ya sea
en su libro El arte y la ilusión o categóricamente en la entrevista con Didier Eribon cuando ex-
plica su larga lucha contra la idea del “espíritu de la época” diciendo: “Mi fin era simplemente
volver a un nivel más individual. He sido siempre muy crítico respecto a cualquier forma de
colectivismo. No es una conciencia colectiva la que crea un estilo. Hace falta que alguien lo
invente”, en Ernst Gombrich y Didier Eribon, Lo que nos cuentan las imágenes, Madrid, Deba-
te, 1992, p. 72.
72 j ua n a g u t i é r r e z h ac e s
40. La creación de “imágenes convincentes” está unida al principio de “testigo ocular” expli-
cado por Gombrich, en el cual no sólo son importantes los avances técnicos, sino la posición
de la sociedad hacia la imagen realista; en especial Gombrich explica la participación de la
Iglesia, en la que en buena parte tuvieron que ver órdenes como franciscanos, dominicos, etc.,
y la moderna forma de predicar que tuvo que ver con la revolución de la imaginación y la
creación de imágenes durante el Renacimiento y el Barroco. Gombrich y Eribon, op. cit.,
pp. 68 y ss.
41. Ramón Menéndez Pidal, “Sevilla frente a Madrid. Algunas precisiones sobre el español
de América”, en Miscelánea homenaje a André Martinet. Estructuralismo e historia, Diego Cata-
lán (ed.), Universidad de La Laguna (Canarias), 1957, vol. III, p. 99.
¿ l a pi n t u r a n ovo h i s pa n a co m o u n a KOINÉ ? 73
esto no quiero decir que la pintura indígena estuviera, por ejemplo, prepa-
rando la entrada de la perspectiva lineal a su pintura, eso nunca lo sabremos,
pero sí que existía un sistema de representación espacial, para el momento
bidimensional, que los preparaba mental, conceptualmente, para entender
un agregado más, como sería la tercera dimensión, que completaría, una vez
asimilados los nuevos esquemas, una imagen espacial de “la realidad” total-
mente novedosa.
Debido a que los cambios en la forma de pintar se dieron por ajustes téc-
nicos a través de la enseñanza iniciada por los frailes, el indígena pudo con
rapidez dar excelentes resultados, ya que tenía las bases del oficio suficientes
para entender las nuevas propuestas o, por lo menos, la habilidad para co-
piarlas y así conseguir los mismos efectos que tenían los modelos españoles,
como lo atestiguan con admiración los cronistas del siglo xvi ya nombrados.
Así, Sahagún puede decir:
El pintor en su oficio sabe usar de colores y debuxar o señalar las imágines con car-
bón, o hacer buena mezcla de colores, y sabellas bien moler y mezclar. El buen pin-
tor tiene buena mano y gracia en el pintar, e considera muy bien lo que ha de
pintar, y matiza muy bien la pintura, y sabe hacer las sombras y los lexos, y pintar
los follajes. El mal pintor es de malo y boto ingenio, y por esto es penoso y eno-
joso, y no responde a la esperanza del que da la obra, ni da lustre en lo que pinta,
y matiza mal. Todo va confuso; ni lleva compás o proporción lo que pinta, por
pintallo de priesa.42
Como se ha hecho notar, es evidente que Sahagún está hablando de los pin-
tores contemporáneos, ya que habla de sombras, pero no sólo eso llama la
atención, pues al utilizar la palabra lexos y proporción se sugiere el uso de
la perspectiva y la ley de la proporción ligada a ella; al usar matiza supone la
disolución de los colores enteros, no sólo para permitir transparencias, sino
también ilusión de volúmenes; y la palabra confuso vendría a significar que la
norma es la composición ordenada. Para nuestros fines es importante dicha
cita, pues demuestra lo que ya poseían técnicamente los artistas indígenas y
42. Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, introducción,
paleografía, glosario y notas de Alfredo López Austin y Josefina García Quintana, México,
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Alianza Mexicana, 1989, pp. 596-597. Las cursi-
vas son mías.
74 j ua n a g u t i é r r e z h ac e s
lo que estaban adquiriendo, sin que se hiciera evidente, para el cronista, que
hubiera demasiada diferencia entre unas y otras prácticas, lo que sólo viene a
probar, de nuevo, la pronta asimilación de las novedosas técnicas “impues-
tas”.43 Además, debemos recordar que, al fundar los frailes las escuelas de ar-
tes y oficios, tuvieron muy en cuenta la toltecáyotl, es decir, la maestría en las
artes mecánicas, aprendidas por la nobleza indígena en el calmécac.44
Es evidente que no todo el fenómeno de adquisición de un nuevo lengua-
je pictórico queda explicado; ésta es simplemente una hipótesis que quizá
pueda ser aplicada sólo en parte, pero sirve para formular de nuevo la serie
de preguntas que necesita el estudio de nuestro arte virreinal. Además, debe-
mos considerar que esta adaptación técnica tuvo sus tropiezos; por ejemplo,
veamos lo que escribe el virrey Velasco en 1552:
43. La conservación de muchas de las técnicas indígenas en las escuelas misionales ha sido no-
tada por Elena Isabel Estrada de Gerlero en “Las utopías educativas de Gante y Quiroga”, en El
otro Occidente. Los orígenes de Hispanoamérica, México, Teléfonos de México, 1992, p. 117.
44. Elena Isabel Estrada de Gerlero, op. cit., pp. 110-141.
¿ l a pi n t u r a n ovo h i s pa n a co m o u n a KOINÉ ? 75
Por cuanto soy informado que algunos indios pintores, así de la parte de México
como de Santiago, pintan imágenes así en sus casas como en otras partes, los
cuales como no están examinados hacen dichas imágenes sin aquella perfección
que se requiere en oprobio y de servicio de Dios Nuestro Señor, por lo cual con-
viene que ningún indio, no pinte las dichas imágenes sin que primeramentes
sean examinados y los que hubieren de pintar, sean en la capilla de San José del
convento de San Francisco de esta ciudad.45
Es decir, no se les impide hacerlas, sino sólo deben cumplir con una serie de
medidas que, aseguran, harán que las imágenes se produzcan en forma co-
rrecta, esto es, siendo examinados, y así poner a prueba la asimilación de los
elementos nuevos y hacerlas dentro de un plantel que vigile y proteja el de-
coro y fidelidad de las formas. Podríamos decir, para el caso de los indígenas
involucrados, parafraseando a Gombrich, que probablemente “el vocabulario
46. Reflexión que se hace Gombrich al hablar sobre un artista chino que pinta paisajes in-
gleses en E.H. Gombrich, Arte e ilusión, Barcelona, Gustavo Gili, 1979, p. 86.
47. El caso más evidente, aunque no único, es el del ayate de la Virgen de Guadalupe, que
el mismo Miguel Cabrera asegura que está pintado en el estilo de los indios; considero que tal
afirmación no es sólo un recurso retórico. Cabrera escribe: “y el avernos dexado nuestra Dul-
cissima Madre esta milagrosa Memoria, bellísimo Retrato suyo, parece que fue adaptarse a el
estilo, o lenguaje de los indios; pues como sabemos, no conocieron ellos otras escrituras, Syla-
bas o Frases mas permanentes, que en expresivos symbólicos, o geroglíficos del pincel”. Véase
Miguel Cabrera, Maravilla americana y conjunto de raras maravillas observadas con la dirección
de las reglas de la pintura en la prodigiosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de México,
México, Imprenta del Real y más Antiguo Colegio de San Ildefonso, 1756, p. 29.
¿ l a pi n t u r a n ovo h i s pa n a co m o u n a KOINÉ ? 77
ve periodo, que con gran esfuerzo podríamos alargar hasta finales del siglo xvi
y principios del xvii, coexistieron, mezclados, algunos rasgos indígenas evi-
dentes con las convenciones pictóricas españolas; esto es particularmente visi-
ble en algunas de las pinturas murales del siglo xvi que han sobrevivido.48
Préstamos lexicales
Al estudiar la pintura del siglo xvi tenemos que separar y no confundir lo que es
un proceso de adquisición de un lenguaje pictórico ajeno, que avanza a través de
prueba y error, y lo que es la introducción de elementos “puros” del mundo in-
dígena. Así, los toscos intentos de entender la perspectiva no son un elemento
indígena aplicado a una solución pictórica europea, sino un difícil camino de
incomprensiones, pero también de aprendizaje, ya que no se trataba sólo de re-
presentar la profundidad sobre el plano, sino de entender una nueva estructura
del universo, no naturalista ni científica, sino cultural; lo mismo podríamos de-
cir de la luz local, del claroscuro y, desde luego, de las sombras emitidas, sólo por
mencionar algunos procesos de aprendizaje cuyas toscas interpretaciones de
ninguna manera son elementos indígenas, sino eso, procesos de aprendizaje
que, como dicen los cronistas, fueron alcanzados con gran rapidez y talento. Sin
embargo, aparte de este ajuste técnico, no podemos negar la inclusión de ele-
mentos netamente indígenas, es decir, formas de su universo figurativo como,
por ejemplo, sólo por nombrar algunas, en las pinturas del sotocoro de Tecama-
chalco, pintadas supuestamente por el tlacuilo Juan Gerson, donde se pueden
observar claramente estos elementos, como bien ha señalado Pablo Escalante,49
al percibir un glifo de topónimo entre los objetos arrastrados por la corriente de
agua del diluvio. Igual sucede con las pinturas que sobre Sibilas y Los Triunfos
de Petrarca mandara hacer el deán don Tomás de la Plaza en su casa en la ciudad de
Puebla; particularmente me refiero a algunos motivos en las cenefas de ambas
habitaciones, como, por ejemplo, los monos o changuitos con vírgula de la pa-
48. Aunque dentro de esta discusión tienen un papel importante los códices, los haremos
por el momento a un lado, sobre todo por lo ya dicho, que, siendo como son registros de otro
sistema lingüístico, merecerían una digresión aparte.
49. Pablo Escalante, “Fulgor y muerte de Juan Gerson o las oscilaciones de los pintores de
Tecamachalco”, ponencia presentada en el XXVI Coloquio Internacional de Historia del Arte.
El proceso creativo, celebrado en Saltillo, Coahuila, en diciembre de 2003.
78 j ua n a g u t i é r r e z h ac e s
labra a la usanza indígena que acompañan a las Sibilas. Sin embargo, parecerían
suceder, a semejanza del estudio de la lengua española en América, que sólo son
elementos lexicales.50 Se agregan a una representación europea salida de un gra-
50. Elena Lozanova, op. cit., nota 7, p. 62, observa: “Los préstamos se caracterizan por los si-
guientes rasgos: son elementos aislados e independientes que otras lenguas adoptan fácilmente
y frecuentemente; la introducción de estos elementos no afecta a la estructura de la lengua que
los toma prestados; usualmente los recibe; las lenguas tienden a seleccionar de aquellas zonas
de la lengua extranjera que, al menos exteriormente, se correspondan de una manera aproxi-
mada con esas mismas zonas en su propia lengua; tendencia al ajuste mínimo.”
El hecho de que los préstamos lexicales observados en estas pinturas sean un “mono” o el glifo
de un topónimo afirma el hecho de que sólo sean lexicales los préstamos, ya que, como dice
¿ l a pi n t u r a n ovo h i s pa n a co m o u n a KOINÉ ? 79
Lozanova: “El método del estudio del léxico de una lengua conocido como ‘palabras y cosas’
parte de la observación de que muchas palabras, al paso de una lengua a otra, circulan siempre
unidas a las cosas que denominan. Por consiguiente, la etimología de la palabra se estudia pa-
ralelamente a la historia de la cultura; el discurso verbal es un discurso cultural porque crea un
enlace entre el hombre y su entorno humano y cósmico.” Op. cit., nota 10, p. 63.
51. Saussure, op. cit., p. 69, nos recuerda: “Pero ante todo, las palabras de préstamo ya no
cuentan como tales préstamos en cuanto se estudian en el seno del sistema; ya no existen más
que por su relación y su oposición con las palabras que les están asociadas, con la misma legi-
timidad que cualquier signo autóctono.”
52. La investigadora Alessandra Russo tiene sus reservas, sobre todo ante la creación de imá-
80 j ua n a g u t i é r r e z h ac e s
Desde luego, al igual que los lingüistas, se deberá tener en cuenta el real
peso demográfico y social de la población indígena en los casos analizados y
su “sistema de representación”, lo mismo que aquel que los españoles de la
región estudiada traen consigo, ya que la inclusión de elementos indígenas
deberá ser considerada sólo cuando no resulten explicables en los usos de re-
presentación española, y partiendo del hecho de que el estudio no puede ser
unilateral, porque las innovaciones y cambios tienen una importancia equi-
valente en ambos sistemas,53 lo que dará como resultado mayor facilidad al
buscar el origen de los cambios, pues éstos dependerán de su desarrollo en el
tiempo y no de la geografía en la que se den. Lo anterior nos lleva más que
nunca a conocer y analizar la pintura indígena, la pintura española, o la fla-
menca o la italiana para no incurrir en algunos errores que tuvieron los lin-
genes con la técnica de la plumaria. Sin embargo, reconociendo la problemática, ya que las
plumas tenían un significado específico para la cultura indígena, si tomamos, por ejemplo, la
representación del Salvatore mundi en plumas, este hecho no altera el que sea el Salvatore
mundi de la tradición cristiana, ya que está “pintado” como los europeos utilizando las plumas
en lugar de pinceladas, lo que podría equivaler a que éstas son una parte externa del lenguaje;
son sólo medio de transmisión y no parte del lenguaje interno, pues no existen en la figura
cambios morfológicos y sintácticos [formas y relaciones]. El “pintar con plumas” puede agre-
gar contenido simbólico, pero eso pertenece a la iconografía del cuadro, no a su composición
formal. Saussure nos recuerda con un ejemplo muy cercano a nuestro problema que: “Para la
lingüística interna la cosa es muy distinta: la lingüística interna no admite una disposición
cualquiera; la lengua es un sistema que no conoce más que su orden propio y peculiar […] in-
terno es todo cuanto concierne al sistema y sus reglas. Si reemplazo unas piezas de madera por
otras de marfil, el cambio es indiferente para el sistema; pero si disminuyo o aumento el nú-
mero de piezas, [la comparación es a partir de un juego de ajedrez] tal cambio afecta profun-
damente a la ‘gramática del juego’”, op. cit., p. 70. Por otra parte, el valor de las plumas estaría
ligado a una conexión asociativa in absentia en una serie mnemónica, y no a la sintagmática in
praesentia, apoyándose en dos o más términos presentes en una serie efectiva. Saussure, op.
cit., pp. 207-213. El mismo Saussure nos da de nuevo un ejemplo ligado al arte: “Desde este
doble punto de vista una unidad lingüística es comparable a una parte determinada de un edi-
ficio, una columna por ejemplo; la columna se halla, por un lado, en cierta relación con el ar-
quitrabe que sostiene; esta disposición de dos unidades igualmente presentes en el espacio ha-
ce pensar en la relación sintagmática; por otro lado, si la columna es de orden dórico, evoca la
comparación mental con los otros órdenes (jónico, corintio, etc.), que son elementos no pre-
sentes en el espacio: la relación asociativa”, p. 208. Es así que el uso de la pluma, al igual que el
uso del orden dórico, evoca un significado no presente en la representación por ser asociativo,
que no transforma de ninguna manera la representación física del Salvatore mundi. Sin embar-
go, reconocemos que está abierta la discusión y que es pronto para sacar conclusiones.
53. Saussure, op. cit., p. 315.
¿ l a pi n t u r a n ovo h i s pa n a co m o u n a KOINÉ ? 81
54. Fontanella, op. cit., p. 29. Fontanella especialmente cita el estudio de B. Malmberg:
“L’espagnol dans le Nouveau Monde, problème de linguistique générale”, al igual que Amado
Alonso, op. cit., pp. 320-321.
55. Juan Antonio Frago García, Historia del español de América, Madrid, Gredos, 1999,
pp. 51-52. Según observa el autor, el americanismo al que se refiere es al uso de lo que los lin-
güistas denominan el fenómeno de las ceceantes-seseantes: aunque admite que tendría que ver
el trazo de la “ese final” de la palabra en cuestión en el manuscrito original, dichos rasgos han
sido identificados por algunos como influencia andaluza; para otros es más vasto el campo de
este uso en España, pero lo que importa es que se convierte en característico del habla ameri-
cana. Respecto a los ribetes arcaizantes en la forma de hablar del deán, también Zamora Vi-
cente, citado por Moreno de Alba, op. cit., p. 22, opina: “el fondo patrimonial idiomático (del
español americano) aparece vivamente coloreado por el arcaísmo y por la tendencia a la acen-
tuación de los rasgos populares”. El citado documento del deán de Tlaxcala está incluido en
Concepción Company Company, Documentos lingüísticos de la Nueva España. Altiplano cen-
tral, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1994. Estos elementos, aun cuando
una carta es poco para juzgar, nos acercan de alguna forma a no extrañarnos de que en los
murales que encarga para su casa haya motivos indígenas. La cultura del deán, por otra parte,
nos hace suponer que podía considerar como normal la admisión de estos elementos como
una nueva integración a la cultura judeocristiana romana, actitud bastante normal en los
hombres del Renacimiento.
82 j ua n a g u t i é r r e z h ac e s
ocurre el mismo fenómeno con lo que manda pintar en los salones de su ca-
sa de Puebla y en su habla.
Otro elemento a tomarse en cuenta, al analizar los préstamos lexicales en la
pintura, es observar la vitalidad de este léxico indígena, para posteriormente en-
tender su rápida desaparición en la pintura de los siglos siguientes; aunque en el
xviii, por razones políticas, algunas pinturas se cargan de símbolos reivindica-
¿ l a pi n t u r a n ovo h i s pa n a co m o u n a KOINÉ ? 83
59. Fernando Lázaro Carreter en su Diccionario de términos filológicos, p. 96, define una coi-
né o koiné como: “Lengua común, de base ática, que adoptan los griegos desde fines del s. iv
a. J.C. dando fin al periodo dialectal. Por extensión del significado anterior, cualquier lengua
común que proceda de una reducción a unidad más o menos artificial, de una variedad idio-
mática”, p. 96. También J. Siegel dice: “Una koiné inmigratoria se desarrolla en una comuni-
dad inmigratoria amalgamada y a menudo es la lengua materna de la primera generación
nacida en esa comunidad.” Citado por Fontanella en op. cit., p. 48. Saussure indica que: “la
diversidad absoluta plantea un problema puramente especulativo. Por el contrario, la diversi-
dad en el parentesco nos pone en el terreno de la observación y puede ser reducida a unidad
[…] No hay que imaginar que el idioma trasplantado será el único en modificarse, mientras el
idioma originario quedaría inmóvil; tampoco lo inverso se produce de manera absoluta; una
innovación puede nacer de un lado, o del otro, o de ambos a la vez”. Y agrega: “La diversidad
geográfica es, pues, un aspecto secundario del fenómeno general. La unidad de los idiomas
emparentados no se vuelve a hallar más que en el tiempo. Éste es un principio con el que los
comparatistas deben compenetrarse si no quieren ser víctimas de engañosas ilusiones”. Saussu-
re, op. cit., pp. 314-316. Debemos agregar, hablando de la nivelación, que la “analogía” es un
caso de nivelación ya que consiste en la adopción de comportamientos y rasgos lingüísticos se-
mejantes, los cuales nos pueden ser útiles en el estudio de la pintura, quizá para analizar la
asunción y generalización de convenciones salidas de grabados o pinturas europeas. El calco
(de esquema y de significación) y el préstamo (léxico por lo general) también son fenómenos
86 j ua n a g u t i é r r e z h ac e s
de nivelación [o la favorecen]. Lázaro Carreter, op. cit., p. 293. Esto traería a los indígenas a
participar en la nivelación.
60. “Los dialectos son modalidades adoptadas por una lengua en cierto territorio, dentro del
cual está limitada por una serie de isoglosas, es decir, por una línea ideal que puede trazarse en un
territorio, señalando el límite de un rasgo o fenómeno lingüístico […] Sin embargo, cuando se
han querido dar los límites geográficos de un dialecto, se ha tropezado con el hecho de que son
frecuentemente borrosos y graduales […] De ahí que se haya manifestado la idea de que los dia-
lectos forman un ‘continuum’ sin límites precisos que varían insensiblemente…” Fernando Láza-
ro Carreter, op. cit., pp. 140-141. Idea que se podría aplicar a las transformaciones del lenguaje pic-
tórico a través de toda América pero con el objeto de registrar las áreas dialectales dentro de un
diasistema “dentro del cual las discrepancias entre los sistemas no serán más que variantes de una
misma unidad pictórica”. Idem. Saussure prefiere utilizar, para señalar estas sutiles líneas fronteri-
zas, el término “ondas de innovación”. Saussure, op. cit., p. 323. La utilización de dialecto [enten-
diéndose como variedad de una lengua] no sólo se justifica porque habla de la relación entre los
lenguajes comparados, sino también por cuestiones de comprensibilidad. No hay comprensión
cuando hay lenguas diferentes, en cambio sí la hay entre dialectos.
¿ l a pi n t u r a n ovo h i s pa n a co m o u n a KOINÉ ? 87
una implícita labor creativa y original que las hace diferentes de la pintura de
origen. La formación de áreas pictóricas distintas en el continente americano
se dará, al igual que en la lengua, en todos los puntos de dominio de este len-
guaje pictórico originario cuando es abandonado a su evolución natural. Es-
88 j ua n a g u t i é r r e z h ac e s
64. José Antonio Frago García, Historia del español de América. Textos y contextos, Madrid,
Gredos (Col. Biblioteca Románica Hispánica), 1999, pp. 8-11.
65. Ibid., p. 12.
66. Tovar de Teresa nos dice que Gestoso y Pérez en su Diccionario de artífices sevillanos así
lo registra. Guillermo Tovar de Teresa, Pintura y escultura en Nueva España (1557-1640), Méxi-
co, Grupo Azabache, 1992, p. 52.
67. Toussaint, op. cit., p. 218.
68. Tovar de Teresa, op. cit., p. 67.
69. Ibid., p. 56.
70. Frago, op. cit., p. 12.
90 j ua n a g u t i é r r e z h ac e s
¿Qué lenguaje llevaban consigo estos españoles al entrar en los barcos expedicio-
narios? Pues el practicado en la región respectiva. [Y lo mismo podemos decir del
estilo de los pintores que llegaron desde los primeros años, ya que eran bastante
variadas sus procedencias: Amberes, Sevilla, Carmona, el país Vasco, de no des-
preciable influjo, Valladolid, Toledo, etcétera.] Aquellos españoles, como todos
los demás humanos, hacían funcionar sus hablas [y su pintura] entre los dos ex-
tremos que Ferdinand de Saussure llamó “espíritu de campanario” e “intercour-
se”, un anglicismo que traducimos por intercambio, tendencia a lo general, co-
municación de mayor radio de alcance que la aldea natal. Cada expedicionario,
como todo hablante, [y después cada pintor] hacía oscilar su lenguaje entre el
uso local y el uso general. El uso local lleva a la fragmentación indefinida […]
El uso general lleva a las lenguas nacionales, y se va cumpliendo e imponiendo
por nivelaciones y compromisos, cada vez más extensos y más profundos, orien-
tados generalmente desde el hablar de la región directriz: [en el caso de la lengua]
desde el reino de Toledo, cuyo hablar era tenido por todos los españoles como el
mejor, identificado con el hablar cortesano, y sobre el cual habían formado y se-
guían formando entre todos los poetas y escritores españoles, castellanos o no, la
lengua literaria, a su vez el más poderoso instrumento de nivelación general.71
71. Amado Alonso, op. cit., p. 41. A pesar de que la norma “toledana” es aceptada, Ramón
Menéndez Pidal, op. cit., acusa que para la segunda mitad del siglo xvi, ésta entra en crisis:
“La revolución de fines del siglo xvi no fue, en efecto, sino la última y decisiva batalla librada
por una norma dialectal castellano-vieja contra el prototipo lingüístico cortesano-toledano.
Esa batalla fue, sin duda, ganada gracias al auge político-cultural de Madrid en la España fili-
pina”, p. 101. “Al mismo tiempo que el fonetismo dialectal castellano-viejo, con su avance al
Sur del Guadarrama, amenazaba derrumbar la norma ‘cortesano-toledana’, que había venido
rigiendo secularmente el español medieval, Andalucía contribuía a la crisis del español rebe-
lándose también contra la primacía lingüística de Toledo. La Andalucía había alcanzado a par-
¿ l a pi n t u r a n ovo h i s pa n a co m o u n a KOINÉ ? 91
tir de los últimos años del siglo xv un extraordinario engrandecimiento, gracias a las dos ma-
yores fuerzas propagadoras del idioma que entonces operaron, la reconquista y los descubri-
mientos geográficos”, p. 104.
72. Se debería partir de un censo (hasta donde los documentos lo permiten, ya iniciado por
Toussaint y seguido por Tovar y otros) para ver qué pintura regional se traía a América, don-
de, por ejemplo, al igual que de los andaluces, habría que considerar el peso de los vascos en la
primera oleada de emigrantes.
73. Resulta interesante observar cómo a partir de Rubens muchos pintores novohispanos
ajustan su estilo y, a pesar de palpar la filiación al rubenismo, pudieron avanzar de forma ori-
ginal e innovadora, como en el caso de Cristóbal de Villalpando.
74. Amado Alonso, op. cit., pp. 41-42.
92 j ua n a g u t i é r r e z h ac e s
Los lenguajes americanos, tanto el verbal como el pictórico, tenían que evo-
lucionar, como también lo hizo el de España.
dente la influencia de Zurbarán.82 Aunque ahora sabemos que más bien se-
guía los pasos de Pacheco, Juan de Roelas y Francisco Herrera el Viejo y en
momentos los del joven Velázquez.83 Alrededor del año de 1640 se embarca
para América y al igual que Pereyns quizá forma parte de un séquito virrei-
nal, en este caso del marqués de Villena. Claroscurista y muy atento a la for-
ma de pintar de Zurbarán, cambia en la Nueva España su forma de hacer
pintura, tanto que Xavier Moyssén dice:
82. Guillermo Tovar de Teresa, Repertorio de artistas en México. Artes plásticas y decorativas,
México, Grupo Financiero Bancomer, 1996, p. 280.
83. Comunicación personal de Rogelio Ruiz Gomar.
84. Xavier Moyssén, “Sebastián de Arteaga (1610-1652)”, en Anales del Instituto de Investiga-
ciones Estéticas, vol. XV, núm. 59, unam-Instituto de Investigaciones Estéticas (México, 1998),
p. 25.
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Diez Barroso (1921) repitió, con Revilla, que el cuadro “presenta bastante pa-
recido con las obras de Echave, el Viejo”. Manuel Romero de Terreros (1951)
al referirse a este cuadro dijo que tenía “una composición luminosa y brillan-
te colorido de influencia rafaelesca”; Manuel Toussaint agregó en 1934 (1965)
que: “El tipo de la Virgen nos recuerda las madonas rubias del Perugino; la
coloración cálida resuena con todos los tonos del arpa romanista”. Es decir,
agrega la pintura de Umbría, escuela a la que pertenecía Perugino, y añade
muy decimonónicamente: “y sin embargo, hay diferencias que parecen im-
puestas por el medio…” porque alude a Roma. También Diego Angulo en
1950 opina, y dice encontrar que en él, la pintura tenebrista aparecía “dulcifi-
cada” a pesar de que se hiciera evidente que era discípulo de Zurbarán, pero
agrega que en este cuadro se halla el germen de lo que será el estilo de José
Juárez. Justino Fernández, en 1959, la ve rafaelesca pero arcaizante; cuando se
llega a Martín S. Soria (1959) de plano se dice que es una obra del taller de
Arteaga pero con el estilo de José Juárez, tanto que pasó de inmediato a ser
considerada como obra de Juárez.85 Nelly Sigaut en su trabajo sobre José Juá-
rez (2002)86 no la atribuye ni menciona este parentesco notado por algunos
historiadores, pero se muestra de acuerdo con Juan Miguel Serrera en que en
una obra como la Incredulidad de santo Tomás la monumentalidad de las fi-
guras y la forma de tratar los paños recuerdan a Herrera el Viejo; los tipos
físicos de los apóstoles, al joven Velázquez, y el Cristo, a modelos italianos,
en particular genoveses, especialmente en el empleo de la luz que lo vincula
a los caravaggescos, pero ante toda esta riada de influencias su juicio es duro,
ya que dice: “La carrera de Arteaga […] desde que llegó a México es tan im-
portante como sorprendente. Arteaga, más que ecléctico, se muestra oportu-
nista: su trabajo padece de la oscilación de un merolico visual, de alguien que
está buscando satisfacer al cliente —‘que siempre tiene la razón’— sin la me-
nor concesión hacia su propia personalidad.”87
Lo que todos estos juicios revelan es que el problema de Arteaga no es un
problema y menos moral, sino que sólo es un pintor en proceso de nive-
haya podido producir. Mientras que la prospección resulta de una simple narra-
ción y se funda toda entera en la crítica de los documentos, la retrospección exi-
ge un método reconstructivo, que se apoya en la comparación.88
91. Juan Antonio Frago, op. cit., p. 300, dice: “Por criollización es evidente que no entiendo
aquí la formación de una nueva lengua surgida de la mezcla del español con otra, sino la alte-
ración del español dialectalmente diferenciado llevado a América, base no ya fundamental,
sino casi exclusiva, del fenómeno de regionalización lingüística que venimos considerando, a
partir del cual surgió el ‘español americano’, nueva modalidad a su vez dotada de variedades
socioculturales y geográficas menores, que no sólo se extenderían a todos los ‘criollos’, o naci-
dos en Indias, sino que acabaría siendo asumido por éstos como rasgo distintivo de su perso-
nalidad americana.”