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Madurez y Ministerio Del Catequista

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PRINCIPIOS TEOLÓGICO-PASTORALES DE LOS

MINISTERIOS LAICALES

Ministerio y ministerios en la Sagrada Escritura

El concepto de ministerio y, por ende, el de ministro se encuentran muy


escasamente en el Antiguo Testamento. Pero no es así en el Nuevo
Testamento donde encuentra su fundamento en Jesucristo que no vino
a ser servido sino a servir (cf. Mt 20, 28). Por tanto, es importante
considerar de entrada que, al intentar entender los diversos ministerios
en la Iglesia, el servicio de Cristo es el paradigma de todo servicio que
realicen los bautizados en la comunidad cristiana o en la comunidad
social.

El principal término griego con que se designa el servicio en el NT es


diakonía que se deriva del verbo diakonéo que significa: servir, cuidar,
atender, y lo encontramos con mucha frecuencia en relación con Cristo,
los apóstoles y otros personajes. Esto manifiesta que desde el principio
hubo en la Iglesia ministerios y servicios variados (cf. Ef 11, 11-12). Así
es como hemos de entender la función principal del ministro o servidor
en toda comunidad eclesial.

San Pablo entiende su apostolado como un ministerio (cf. 1 Tm 1, 12; 2


Co 4, 1), pero muy pronto podemos observar que en la Iglesia naciente
el ministerio significa algo más que el apostolado al servicio directo del
evangelio, es decir, a su predicación propiamente dicha. Así, la
diversidad de ministerios se va sintiendo incluso necesaria por la
variedad de situaciones que exigen una atención específica como son
el servicio de las mesas, la colecta de los pobres de Jerusalén; pero
especialmente esto sucede con la aparición de los diferentes carismas
que se van dando en las comunidades.

Como ministerios se consideran, los carismas, entre los cuales se


colocan a la cabeza, como los más importantes, los que se refieren a la
palabra de Dios, tales como: el oficio de apóstol, profeta, doctor,
evangelista, sin excluir, desde luego, los servicios o cargos de carácter
pastoral al frente de la coordinación de las comunidades primitivas (cf.
Ef 4, 11-13).
Por otra parte, es muy provechoso saber que todos los ministerios o
servicios, desde el principio, tanto los jerárquicos como los más
elementales, son, en definitiva, expresión, extensión o continuación real
y actual del único ministerio mediador de Jesucristo como sacerdote,
profeta y rey. Lo que significa, dicho de otra manera, que pertenecen
intrínsecamente al misterio de la Iglesia.

No debemos ignorar tampoco el carácter institucional de estos


ministerios, pues son encargos de la comunidad, en muchos casos,
conferidos por la autoridad en nombre de Dios y de ella, al servicio del
evangelio y de la Iglesia; en ningún caso, salvo los falsos apóstoles
judaizantes (cf. 2 Co 11, 23), se autodesigna alguien como apóstol,
diácono, evangelizador... Esto es actual y no debe descuidarse al
considerar la necesidad y la conveniencia de ministerios laicales hoy.

El Concilio Vaticano II

El Concilio Vaticano II ha sido el acontecimiento eclesial más importante


de los últimos tiempos, fue el evento que vino a renovar a la Iglesia
reflexionando sobre su Ser y quehacer en el mundo, de tal forma que
sus luces siguen siendo en el momento actual referente obligado para
comprenderse a sí misma como pueblo de Dios, cuerpo de Cristo y
comunión de todos sus fieles.

En la inspiración de quien lo convocó, S.S. Juan XXIII, estaba el


principio de la necesidad de una renovación de la Iglesia en todas sus
estructuras que la llevaran a identificarse por su carácter pastoral, hecho
que queda plasmado en la gran riqueza de sus documentos, teniendo
como ejes fundamentales las constituciones Lumen Gentium y Gaudium
et Spes.

Lumen Gentium se convierte en la carta programática que delinea los


grandes ejes de la verdadera naturaleza de la Iglesia, recordando que
ésta es pueblo de Dios constituida o formada por todos los bautizados,
en donde esa separación radical existente entre jerarquía y laicado
queda sustancialmente desaparecida, unificando a todo el pueblo de
Dios por el sacerdocio bautismal unidos a la única cabeza que es Cristo
Jesús.
Esta visión revalorada y redescubierta por toda la Iglesia hace de todos
sus miembros protagonistas de una nueva época para la Iglesia, en
donde la diversidad de carismas inspirados por el Espíritu Santo nos
hacen un solo cuerpo al servicio del Reino de Dios, cada uno desde su
propio estado de vida, los obispos, presbíteros y diáconos haciendo las
veces de Cristo cabeza desde el ministerio ordenado; la vida
consagrada siendo signo del Reino a través de la vivencia de los
consejos evangélicos y los laicos, con la ardua tarea de santificar con
su presencia y acción las distintas realidades del mundo (cf. Lumen
Gentium 14).

Los conceptos de comunión y servicio a partir del Vaticano II serán los


ejes que marcaran la relación de los distintos miembros que formamos
la Iglesia, en donde por la orientación de Gaudium et Spes
comprendemos que todos somos una Iglesia al servicio del mundo, con
el fin de hacer ya presente desde el aquí y ahora el Reino de Dios, el
cual llegará a su plenitud en los tiempos escatológicos.

El concilio queriendo expresar con mayor claridad esta realidad del Ser
y quehacer de la Iglesia formada por todos los bautizados, a través de
sus distintos decretos va explicitando lo que a cada uno le toca desde
su estado de vida, así lo hace para los obispos a través de Christus
Dominus, para los presbíteros con Presbyterorum Ordinis, para los
religiosos con Perfectae Caritatis y para los laicos con Apostolicam
Actuositatem.

Así queda claro que la realidad ministerial de la Iglesia, no está


circunscrita solo a los ministerios ordenados o a los que se derivan de
la vida consagrada. Los fieles laicos también son llamados a
desempeñar ministerios y servicios eclesiales.

En el decreto sobre el Apostolado de los laicos, se ratifica su


participación dentro de la misión de la Iglesia (cf. n. 3), resaltando su
servicio al orden temporal, pero también ejerciendo su servicio al Reino
dentro de la Iglesia misma (cf. n. 10). Es de resaltarse el hecho de que
el concilio reconociendo el apostolado de los laicos como una acción
propia, urgente y necesaria subraya la necesidad de ofrecer una
formación específica a los laicos para que éstos de una manera más
cualificada presten un servicio orgánico y en comunión con toda la
Iglesia (cf. nn. 28-33).
En este mismo decreto el concilio habla de la “ministerialidad” de los
laicos derivada de su participación del ministerio sacerdotal, profético y
real de Cristo por el Bautismo y el don del Espíritu Santo dado en el
sacramento de la Confirmación (cf. nn. 2-3). Y al resaltar su
participación y misión desde la Iglesia, pero mirando hacia la
santificación de las realidades temporales, subraya su papel en “la
comunicación de la palabra de Dios sobre todo con la instrucción
catequética” (n. 10).

Magisterio Postconciliar

El magisterio derivado del concilio Vaticano II es abundante, en él se ha


profundizado en las grandes líneas trazadas en el camino de renovación
de la Iglesia para los tiempos actuales, entre los primeros documentos
destacan Evangelii Nuntiandi que en sintonía con Ad Gentes viene a
profundizar sobre el quehacer de la Iglesia que es la Misión
evangelizadora; subrayando el hecho de que la misión es tarea de todos
los bautizados; esta idea alcanzará una nueva luz en Redemptoris
Missio, en donde también se definen los campos en donde hoy se
realiza la misión como evangelización en la Iglesia y en el mundo (cf. n.
33).

En el caminar postconciliar se ha vuelto a meditar sobre la misión y las


tareas de los distintos miembros de la Iglesia, los obispos, presbíteros,
consagrados y consagradas y por supuesto los laicos. En Christifideles
Laici el Papa Juan Pablo II, retomando las orientaciones dadas en el
Vaticano II, reitera la vocación y misión de los laicos en el mundo desde
la Iglesia comunión, enfatizando su participación derivada del triple
ministerio de Cristo por el Bautismo y volviendo sobre su dignidad y
vocación al servicio del Reino (cf. n. 16).

La misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo dice Juan Pablo II


debe estar regida por el principio pastoral de la corresponsabilidad (cf.
nn. 23ss), concepto que se deriva de la imagen del cuerpo de Cristo de
San Pablo, imagen que utiliza para interpretar el sentido de pertenecía
de los fieles a la Iglesia, la cual animada por la acción del Espíritu de
Cristo se mantiene unida en una misma fe y en una misma comunión.
EL MINISTERIO DEL CATEQUISTA

En cuanto al ministerio del catequista, el CIC, da una luz, cuando al


referirse a la función de enseñar de la Iglesia habla del ministerio de la
Palabra divina, dicho ministerio en el n. 759 afirma “En virtud del
bautismo y de la confirmación, los fieles laicos son testigos del anuncio
evangélico con su palabra y el ejemplo de su vida cristiana; también
pueden ser llamados a cooperar con el Obispo y con los presbíteros en
el ejercicio del ministerio de la palabra”.

Más adelante el CIC, al referirse a los medios para transmitir la Palabra,


indica “Deben emplearse todos los medios disponibles para anunciar la
doctrina cristiana, sobre todo la predicación y la catequesis, que ocupan
un lugar primordial…” (c. 761).

A partir del n. 773 hasta el 780 se habla específicamente De la


formación catequética del pueblo cristiano. En la línea de este servicio
o ministerio de la palabra se señala que “La solicitud por la catequesis,
bajo la dirección de la legítima autoridad eclesiástica, corresponde a
todos los miembros de la Iglesia en la medida de cada uno” (c. 774 &
1).

En el n. 776, incluye a los fieles laicos como colaboradores en el servicio


de la catequesis y en el n. 780 menciona la obligación que tiene el
Ordinario del lugar “de que los catequistas se preparen debidamente
para cumplir bien su tarea…”.

El ministerio del catequista encuentra su identidad precisamente en lo


que el CIC señala como ministerio de la Palabra, es decir, su
especificidad está en el servicio de la Palabra, servicio que identificamos
con lo que ordinariamente en una división tripartita de la pastoral
llamamos “pastoral profética” o cuatripartita como “Martyria”.

El Directorio General para la Catequesis, señala la necesidad de que en


la Diócesis existan algunos que desempeñen el ministerio de catequista.
En esto radicaría la distinción entre el “servicio” y el “ministerio” cuando
afirma el documento: “Sentirse llamado a ser catequista y recibir de la
Iglesia la misión para ello puede adquirir, de hecho, grados diversos de
dedicación, según las características de cada uno. A veces, el
catequista sólo puede ejercer este servicio de la catequesis durante un
período limitado de su vida, o incluso de modo meramente ocasional,
aunque siempre como un servicio y una colaboración preciosa. No
obstante, la importancia del ministerio de la catequesis aconseja que en
la diócesis exista, ordinariamente, un cierto número de religiosos y
laicos estable y generosamente dedicados a la catequesis, reconocidos
públicamente por la Iglesia, y que –en comunión con los sacerdotes y el
obispo- contribuyan a dar a este servicio diocesano la configuración
eclesial que le es propia” (n.231).

Otra orientación de gran luz para comprender la identidad de este


ministerio y su acción específica es el hecho de reconocer que hay
“distintos tipos de catequistas” como son: los catequistas de tierras de
misión, los catequistas de poblaciones rurales, los catequistas en las
barriadas de las grandes metrópolis; así como la figura del catequista
de jóvenes, de adultos, de niños, de adolescentes; el catequista de
encuentros presacramentales, de personas de la tercera edad, de
personas con discapacidad, de catecumenado prebautismal o
postbautismal para la Iniciación Cristiana, así como de catequistas
ocupados de los aspectos propiamente kerigmáticos o de formación
permanente de la fe… (cf. Ib. 233)

La institución del ministerio del catequista significa “el reconocimiento


público, por parte de la comunidad cristiana” de un ministerio que de
hecho ya existe. Esta institución exige por lo mismo de una encomienda
oficial dada a través de un rito que implica de quien la recibe una
responsabilidad más estricta, y una cierta estabilidad y permanencia en
el servicio.

Este reconocimiento viene después de un discernimiento tanto del


catequista como de la comunidad, en donde el catequista debe
demostrar cualidades y capacidades concretas para ejercer el
ministerio. La encomienda implica un “Documento de envío” por parte
de la comunidad cristiana a través de quien la preside, después de
haber garantizado la idoneidad de quien ha de ser instituido.

Tareas de la catequesis

Según el Directorio General para la Catequesis, publicado por la


Congregación para el Clero, en el año 1997, para alcanzar la finalidad
de la acción catequística que, recordamos, es el encuentro con la
persona de Jesucristo y la confesión de la fe, se han de llevar adelante
diversas tareas que posibilitarán la formación y maduración de la fe.
La fe cristiana exige ser conocida, celebrada, vivida, orada, compartida
y anunciada. Estas seis acciones definen las tareas fundamentales y las
relevantes de la catequesis.

Las tareas fundamentales son:


1. Propiciar el conocimiento de la fe: el Símbolo de la Fe, es decir, el
Credo, como síntesis de la doctrina cristiana.
2. Educar para las celebraciones litúrgicas: preparar al discípulo
para la celebración consciente, activa y fructuosa en la Eucaristía
y los demás sacramentos.
3. Formar en la vida moral: asumir el estilo de vida de Jesús,
expresado en los Mandamientos de la ley de Dios y las
Bienaventuranzas.
4. Enseñar a orar: educar para la interioridad, en el diálogo sincero
con Dios.

Las tareas relevantes son:


5. Iniciar en la vida comunitaria: preparar para la integración en la
comunidad, asumiendo los valores necesarios para vivir la
comunión.
6. Iniciar en la acción misionera: animar al discípulo a desarrollar una
actividad apostólica que le permita testimoniar su fe.

Las dimensiones de la catequesis

1. Dimensión personal: tiene en cuenta las opciones personales;


propicia el encuentro personal de cada catequizando con
Jesucristo. “Ora en secreto a tu Padre que está allí, a solas
contigo” (Mt 6, 6).
2. Dimensión comunitaria: todo encuentro catequístico tiende a
fortalecer la vida de la pequeña comunidad: abrir al diálogo,
fortalecer vínculos. "Cuando Jesús cumplió los doce años, subió
con ellos a la fiesta" (Lc 2, 41-47).
3. Dimensión social: prepara para la actuación del cristiano en el
mundo, no como mero espectador, sino como participe necesario
en la transformación del mundo,
4. Dimensión cristocéntrica: Jesucristo es el centro de toda
catequesis. Esta dimensión recuerda que la Palabra de Dios, que
es Jesucristo, es el contenido esencial de toda acción
catequística. “Yo soy el Camino, y la Vida” (Jn 14, 6).
5. Carácter dinámico: sigue la Pedagogía de Dios, que sabe esperar
el momento oportuno.
6. Dimensión liberadora: alienta el compromiso con la sociedad
concientizando sobre las prácticas que buscan la verdadera
liberación del pecado. “Tampoco te condeno. Vete en paz” (Jn 8,
1-11)
7. Dimensión existencial e histórica: tiene en cuenta las aspiraciones
más profundas del ser humano; su punto de partida es la vida de
la comunidad.

«Las situaciones históricas y las aspiraciones auténticamente humanas


forman parte indispensable del contenido de la catequesis; deben ser
interpretadas seriamente, dentro de su contexto actual, a la luz de las
experiencias vivenciales del Pueblo de Israel, de Cristo, y de la
comunidad eclesial, en la cual el Espíritu de Cristo resucitado vive y
opera continuamente».10

ORIENTACIONES PRÁCTICAS PARA LA INSTITUCIÓN


DEL MINISTERIO DEL CATEQUISTA

Perfil del Catequista

Entiéndase por Perfil del catequista aquellas condiciones humanas y


cristianas que han de caracterizar al candidato para el Ministerio del
catequista, es decir, el conjunto de cualidades, capacidades, aptitudes
y actitudes que conforman su personalidad.

Entre las condiciones humanas, se han de considerar al menos


inicialmente: capacidad de diálogo y apertura para comunicar; capaz de
establecer relaciones sanas, comprometiéndose con los demás; tener
bien definida su identidad sexual (hombre o mujer); asumir y saber
resolver los conflictos. Con espíritu constructivo saber trabajar en
equipo (cf. DGC 239).

Entre las características, en orden al ministerio específico como servidor


de la Palabra, el catequista ha de manifestar las siguientes
características:

a) Conciencia de su vocación cristiana, es la llamada fundamental para


ser seguidor de Cristo, implica la experiencia del discipulado, significa
caminar con el Señor para estar dispuesto a ser enviado;

b) Conciencia de la misión, lo cual implica una actitud de ofrenda, un


obsequio de su persona y de su vida, puestas al servicio del Evangelio;
misión que debe partir de su relación privilegiada que mantiene con el
Señor Jesucristo, que se han de reflejar por una vida sacramental, de
oración y de obras de misericordia;

c) Vinculación con la tradición de la Iglesia; el que se pone al servicio


de la Palabra y del Mensaje cristiano sabe que no parte de cero, siendo
consciente que su servicio al mensaje es un eslabón más de una larga
cadena de tantos y tantas personas que han dado testimonio de la
Palabra de Dios. El catequista hace resonar el anuncio fundamental y
común de la fe, de ahí la necesidad de una formación más estricta,
sistemática y permanente en torno a la Palabra de Dios que lo ayude a
ser antes que un servidor de la Palabra un creyente: “Solamente quien
recibe con afecto y docilidad el mensaje de la fe, será después capaz
de anunciarlo con cariño y sin protagonismos”;

d) Fidelidad, “que empieza con la convicción de que los predicadores


del evangelio no se predican a ellos mismos, sino que anuncian la
persona y la obra de Jesucristo”. De ahí que el catequista con humildad
ha de recurrir constantemente a la Tradición y al Magisterio. “La
fidelidad del ministro de la Palabra tiene que pasar por la aceptación
sincera del mensaje que le han transmitido y del que él mismo se
convierte en transmisor bajo la guía de sus pastores”.

e) Actualización al momento presente. Significa no asumir una actitud


pasiva como de quien transmite solo cosas del pasado, sino que sabe
facilitar en sus interlocutores una experiencia de salvación y vida,
haciendo una transferencia al aquí y ahora del Mensaje evangélico. Esto
tiene que reflejarse en la vida del ministro de la Palabra con su propio
testimonio de vida, mostrando que vive lo que predica y enseña, y que
su vida responde al mensaje que anuncia.

Una exigencia a considerar como parte del perfil que el catequista ha


de tener, será el sentido de pertenencia a una comunidad de fe y vida
cristiana, tanto personal, como local: parroquia, decanato, vicaría,
diócesis (cf. DGC 233).

Otra exigencia para llenar el perfil será la obligación de conocer el plan


pastoral diocesano, así como el de la vicaría, decanato y parroquia.

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