Creta
Creta
Creta
CRETA, 1941
Una novela sobre la invasión de la isla por los paracaidistas alemanes recuerda la
presencia de republicanos catalanes entre las tropas británicas
“Ah, los catalanes, hay un lugar en mi corazón para ellos y para Cataluña”, me dice
Verbena (Ben) Pastor, escritora estadounidense de origen italiano, al preguntarle por
la escena. Como somos amigos me regocijo secretamente con la idea de que a lo
mejor un pelín he influido en ese cameo de los catalanes en la novela. En fin, en
realidad preferiría haber sido el modelo de Martin Bora, alto, guapo, elegante y de
ojos verdes; pero para él Ben se ha basado en Von Stauffenberg.
Yo siempre he tenido, desde niño, una fijación por Creta en la que se confunden la
mitología, la arqueología y la II Guerra Mundial. Los Fallschirmjägger de Student
cayendo hacia su muerte (los diezmaron en el aire) envueltos en las alas de seda de
sus paracaídas me parecen avatares de Ícaro y el cruel general Müller, lanzando
ciegas y brutales represalias —como la liquidación del pueblo de Anoyia— un
Minotauro atrapado en el laberinto de la Resistencia cretense, a la que une el audaz
correo Psychoundakis como un mercurial pastor. No es difícil que en Creta, cuna de
Zeus, se te mezclen las cosas. A Martin Bora también le pasa: los vieux
briscards catalanes surgiendo broncos entre los riscos le parecen lestrigones, los
gigantes antropófagos de la Odisea.
Creta, henchida de leyenda y guerra es para mí también una isla de amigos: el viejo
Paddy, Beevor, María Belmonte, Toni Sagarra. María y Toni han recorrido la isla
siguiendo los pasos del mito y de la historia en los senderos, los museos, los
cementerios y las tabernas. María incluso me ha traído una piedra del Monte Ida.
Ahora Ben y Martin, y los montaraces catalanes, se suman al círculo de la isla, lugar
mágico y áspero que, como dijo Seferis en un hermoso poema cretense, nos ofrece
ese consuelo del corazón que es levantar jardines en el aire.