El Diezmo
El Diezmo
El Diezmo
Hace un poco más de veinte años, mi esposa y yo solíamos visitar a una querida anciana
cristiana que estaba muy débil para vivir sola, por lo que tuvo que cambiarse a un hogar para
ancianos. Ella vivía tan frugalmente y tenía tan poco en su alacena que uno pensaría que no
tenía un centavo. Pero cuando sus amigos de confianza llegaron a recoger las cosas de su
departamento rentado y empacaron sus pocas posesiones, encontraron en cajones y
aparadores, aquí y allá, sobres llenos de billetes destinados a varios misioneros. Era claro que
casi todo lo que ella poseía, después de pagar la renta y sus gastos básicos, lo ofrendaba al
Señor, pues todo su corazón era para Él y Su obra.
Este no fue un incidente aislado, pues años atrás uno a menudo se encontraba con indicativos
de la devota mayordomía de los creyentes de edad avanzada, independientemente de cuán
pobres eran financieramente hablando. Los pastores más veteranos en todas partes servirán
de eco de esta experiencia. ¿Acaso ha pasado esa era de abnegado amor?
Hoy en día tenemos tanto. Nuestros ejecutivos más jóvenes manejan carros de un lujo y
calidad que sus colegas de hace treinta años ni siquiera podían soñar. Nuestros recién casados
generalmente empiezan con todos los artículos para el hogar, y más, cosas que sus padres
tuvieron que adquirir gradualmente, en una larga marcha hasta la madurez. El hogar más
humilde tiene equipo de sonido y video, además de dinero para vacaciones sustanciales, y así
sucesivamente. Sin embargo, por lo que nos enteramos, iglesias y pastores en todo el país
tienen con frecuencia estrecheces financieras, y pocos proyectos de significado pueden
ponerse en marcha. Es ciertamente alarmante ver cuán pocos misioneros reciben apoyo estos
días. Asociaciones de iglesias financian un puñado de ellos, cuando uno esperaría que muchas
de las congregaciones locales fueran capaces de apoyar al menos un par de proyectos.
¿Están los cristianos en general menos comprometidos de lo que estaban antes? ¿Acaso la
nueva generación de convertidos no entiende el punto de la mayordomía de sus medios? ¿Nos
hemos convertido en una generación echada a perder, tan acostumbrada a un elevado
estándar de vida que no queremos deshacernos de mucho para darlo al Señor? Si es así,
entonces nos hacemos daño a nosotros mismos y perdemos una tremenda instrumentalidad
espiritual. Que el Señor bendiga para nuestros corazones este análisis de algunos versículos
grandiosos del Nuevo Testamento, que enseñan los deberes y las bendiciones del "diezmo"
por parte del pueblo de Dios.
El título de este artículo toca de inmediato una nota controversial, porque diezmar (el acto de
ofrendar un diez por ciento del ingreso), es una obligación de los judíos, y en ninguna parte del
Nuevo Testamento se menciona como un deber del cristiano. Sin embargo, usamos el término
en un sentido general más que literal. Para nosotros la palabra "diezmo" indica que el ofrendar
debería estar relacionado con los medios que poseemos, "según haya prosperado" (1 Corintios
16: 2) y no necesariamente tiene que ser un diez por ciento exacto. No obstante, más adelante
veremos que el diezmo del Antiguo Testamento tiene una base bíblica como el mínimo para el
pueblo de Dios en todas las épocas.
Este escrito examinará muchos textos del Nuevo Testamento, cada uno de los cuales presenta
algún aspecto del diezmo, incluyendo la actitud del creyente, los propósitos de Dios, la
proporción del diezmo, y algunas reglas prácticas para la mayordomía.
La gran lección aquí, y la norma para las ofrendas del cristiano, es que todo lo que poseemos le
pertenece al Señor. Si alguien desea debatir el valor preciso de un diezmo en la dispensación
cristiana, si es un décimo, o más, o menos, la respuesta del Señor es que es estrictamente todo
lo que tenemos.
Todo lo que somos y todo lo que tenemos es del Señor, y, aunque tenemos que proveer para
nuestra vivienda, ropa, comida y otras responsabilidades, vivimos de Su dinero, pues todo
nuestro ingreso es Suyo, y debe estar disponible para Él conforme se requiera. No decimos:
'¿qué proporción debería ofrendar?' Sino más bien 'puesto que todo es Suyo; ¿qué proporción
necesito retener?'
Únicamente esta actitud nos hará realistas acerca de cómo gastamos nuestro dinero: si en
cosas innecesarias o en cosas de mucho lujo o demasiado caras para nuestras necesidades.
Debemos acabar con la mentalidad que considera algunas cosas como nuestras y otras como
Suyas. Deberíamos pensar que todas las cosas son Suyas, y de ellas tomamos para nuestro
gasto, a fin de cubrir nuestras razonables necesidades terrenales.
El corazón del Señor fue conmovido por aquella mujer que comprometió todo lo que tenía. El
apóstol Pablo alaba esta actitud en sus palabras a los corintios: "no sois vuestros, porque
habéis sido comprados por precio." (1 Corintios 6: 19-20) El rey David entendió esto muy bien
cuando oró: "Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano de damos." (1 Crónicas 29: 14).
Amamos al Señor por sobre todas las cosas y nos hemos entregado completamente a Él. Por
consiguiente debemos emplear todos nuestros recursos y energías para Él, como hijos e hijas
privilegiados de un Salvador amado, soberano y glorioso.
¿Cuál es, precisamente, el propósito del diezmo o de la mayordomía? Una buena parte de la
respuesta se encuentra en 1 Corintios 9. Al final de trece versículos de poderoso razonamiento
escritural, Pablo dice: "Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan
del evangelio." (1 Corintios 9: 14). La ofrenda del pueblo de Dios es principalmente para el
engrandecimiento y la proclamación de la Palabra de Dios.
El Evangelio debe ser proclamado por todas partes; la viña del Señor debe ser plantada, y la
ovejas del Señor apacentadas (versículo 7). Los mensajeros del Señor ('el que ara y el que
trilla') deben tener la capacidad de entregarse a su obra (versículo 10). Entonces este es el
propósito más elevado de la mayordomía cristiana: la proclamación de la verdad salvadora de
Dios, y la instrucción de la iglesia.
De acuerdo con el texto, la idea de que los predicadores y otros obreros cristianos deben ser
sostenidos, no es algo que fue inventado por la iglesia, sino que fue ordenado por Dios (lo que
significa: prescrito, arreglado y ordenado por Él). Son el plan y la voluntad de Dios.
Es cierto que el pasaje más largo del Nuevo Testamento relativo a la mayordomía (en 2
Corintios 8 y 9), tiene que ver principalmente con el alivio de los creyentes afligidos, pero la
enseñanza de 1 Corintios 9 respecto al sostén de los predicadores, es tan enfático e
imperativo, que es claramente el primer deber y el principal.
Gálatas 6: 6 insiste también en el sostenimiento del ministerio de la Palabra. Pablo dice: "el
que es enseñado en la Palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye." La
palabra griega traducida como partícipe, significa compartir. Esto demuestra que somos
llamados a compartir con aquél que ha sido apartado para enseñar. Pablo nos ordena la
reciprocidad como oyentes y maestros, dando y recibiendo mutuamente.
Si la mayordomía en una iglesia es pobre, entonces la diseminación de la Palabra de Dios
sufrirá. El pastor será empobrecido, los misioneros recibirán escasa ayuda; la buena literatura
no podrá ser adquirida ni reproducida; los medios necesarios para el evangelismo y para la
escuela dominical, tales como alojamiento y vehículos, no estarán disponibles. Sin embargo, el
Señor ha ordenado que los mensajeros sean apartados y que la obra del evangelismo sea
sostenida con liberalidad.
3. La Manera de Diezmar
En 1 Corintios 16: 1-2, Pablo habla de la frecuencia y del espíritu de la mayordomía, diciendo:
"En cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en
las iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros ponga aparte algo,
según haya prosperado."
La frase "según haya prosperado" (la versión antigua traduce: 'lo que por la bondad de Dios
pudiere'), tiene un significado especial. La frase haya prosperado significa literalmente: "Según
que haya sido ayudado por Dios en el camino." Esto implica que las circunstancias de uno
pueden variar de una semana a otra, algo que en aquel tiempo era ciertamente verdad, y lo es
también en la actualidad. Los hogares cristianos calculaban sus necesidades y daban una
porción de su dinero al Señor. Entonces, si su ingreso se incrementaba, ellos lo veían como que
el Señor los prosperaba a fin de que destinaran más para la ofrenda. Si "Dios les ayudó en su
camino" no era únicamente para su propio beneficio, sino también para su mayordomía, y en
ese espíritu daban. Si los corintios no hubieran contribuido según el Señor los prosperaba,
habrían sido culpables de usar mal (malversar) lo que Él les dio con un propósito.
Tenemos una obligación en obediencia al mandato divino, a ser continuamente sensibles a las
necesidades de la obra de Dios, y también conscientes de la provisión divina para nosotros,
para que podamos ayudar a suplir estas necesidades. Este texto nos llama a ser sensibles
constantemente, vigilantes y responsables de nuestras ofrendas.
No es sorprendente que el apóstol enseñe que la ofrenda debería ser depositada en el día de
la adoración, puesto que la mayordomía es un acto de adoración, gratitud y dedicación.
Adoramos con nuestra mentes, nuestros corazones y también con nuestros bienes,
reconociendo que nada de lo que poseemos es nuestro, y que somos siervos del Señor.
Otro pasaje importante sobre la mayordomía cristiana es 2 Corintios 8 y 9, que presenta una
lista de retos y estímulos. Aquí Pablo dice a los corintios que ellos deberían saber acerca de "la
gracia de Dios que se ha dado a las iglesias de Macedonia" (2 Corintios 8: 1);
la gracia mencionada es el espíritu de generosidad y ayuda.
"Como en todo abundáis," dice Pablo, "en fe, en palabra, en ciencia, en toda solicitud. . .
abundad también en esta gracia (2 Corintios 8: 7). Evidentemente, los miembros de la iglesia
de Corinto tenían fe, un vibrante testimonio, un buen conocimiento de doctrina, y una gran
solicitud en muchas cosas, pero no habían comprendido plenamente el deber de la
mayordomía generosa.
Pero, ¿por qué la ofrenda, en este pasaje, es llamada una 'gracia'? Primero, porque es una
manifestación de la gracia de Dios en el corazón; una evidencia de Su obra transformadora y
santificadora. El apóstol Pablo dijo a los corintios que su generosa mayordomía sería una
prueba de la sinceridad de su amor (versículo 8). También les exhortaba con estas palabras:
"Mostrad, pues, para con ellos ante las iglesias la prueba de vuestro amor" (versículo 24).
Segundo, la mayordomía es una "gracia" por el espíritu con que se lleva a cabo. Damos
motivados por la gracia. El dador da voluntariamente y no espera recibir ningún beneficio
personal. Es motivado a dar porque Dios le ha mostrado Su favor libre y gratuitamente.
Si la iglesia fijara el diezmo como algo obligatorio para sus miembros, entonces sus ofrendas
ya no serían una "gracia." Si la gente ofrendara porque algún maestro del 'evangelio de la
prosperidad' los hubiera convencido de que Dios los recompensaría, entonces su ofrenda ya
no sería una "gracia." Para agradar a Dios, la dádiva debe provenir de un corazón sincero,
como un acto voluntario, sin ninguna expectativa de recibir alguna recompensa personal.
¿Cuál es nuestra condición ante el Señor? ¿Cuán grande es nuestro amor? ¿Cuán profunda es
nuestra convicción? ¿Cuán sincero es nuestro agradecimiento y nuestro deseo para el avance
de la obra del Señor y la gloria de Su nombre? Pablo, hablando bajo inspiración del Espíritu
Santo, dice que todas estas cosas son probadas por el vigor de nuestra mayordomía.
¿Por qué debe ser la mayordomía la prueba de ácido de nuestro amor y sinceridad? ¿Es una
prueba justa y precisa? Si alguien permite que su mayordomía decaiga, ¿significa que su
espiritualidad está decayendo? ¿Realmente indica falta de amor, de compromiso y de
profundidad?
En otras palabras, la mayordomía es una de las pruebas más reveladoras de nuestra semejanza
a Cristo, porque refleja muy claramente Su carácter. Él se dio a Sí mismo completa y
enteramente para beneficio de otros. Él se despojó de la gloria del cielo por la más profunda
humillación, aun hasta la muerte de cruz, motivado por Su compasión por los pecadores.
En un sentido Él "ha dado" su estado eterno por Su pueblo, tomando sobre Sí mismo un
cuerpo, ahora glorificado, que llevará para siempre en Su oficio de Rey, guardián y protector.
2 Corintios 8 pone delante de nosotros el ejemplo de un pueblo cuyos corazones fueron tan
entregados a la causa a la que contribuyeron, que no dieron sólo su dinero, sino también se
dieron ellos mismos (ver versículo 5).
Toda mayordomía verdadera y digna es como ésta, porque planta una diferencia en nuestras
vidas. No decimos: "voy a ofrendar únicamente una suma que me deje libre para gastar el
resto como yo quiera, y para disfrutar cualquier placer o posesión que quiera." Por el
contrario, nosotros debemos decir: "voy a darme a mí mismo al Señor y a Su obra, reduciendo
los gastos extravagantes, los lujos, las cosas superfluas y todos los deleites innecesarios, con el
fin de que el dinero que hubiese gastado en todas esas cosas, sea dedicado a la causa de mi
Salvador."
La mayor prueba de nuestra sinceridad, será nuestra disposición para asumir el privilegio de la
mayordomía. Pablo dice a los macedonios: "Pues doy testimonio de que con agrado, han dado
conforme a sus fuerzas, y aún más allá de sus fuerzas, pidiéndonos con muchos ruegos que les
concediésemos el privilegio de participar en este servicio" (versículos 3 y 4). Pablo les dice
después: "Ahora pues, llevad también a cabo el hacerlo. . . porque si primero hay la voluntad
dispuesta, será acepta según lo que uno tiene" (versículos 11-12).
Si encontramos que estamos renuentes a dar con generosidad, deberíamos estar muy
alarmados. Debemos escudriñar nuestras vidas para descubrir las cosas que nos han inducido
a dejar nuestro primer amor y a enfriarnos en el amor hacia Cristo. Una vez encontrado el mal,
debemos desarraigarlo.
¿Somos renuentes a repartir nuestro dinero para el Señor? ¿Nos resulta difícil elegir la gloria
de Cristo más que las comodidades del presente? Si es así, derramemos nuestro corazón en
arrepentimiento, por nuestra frialdad. Avivemos nuestra gratitud por nuestra salvación, y por
el amor redentor del Salvador, por la nueva naturaleza que hemos recibido, y por toda Su
paciencia, misericordia y amor para con nosotros.
Que nunca seamos contados entre aquellos que dan solamente porque tienen que hacerlo.
Más bien demos, porque nos hemos propuesto en nuestro corazón dar para la obra de Dios.
¡Cuánto nos alienta saber que la mayordomía alegre y voluntaria agrada al Dios Todopoderoso
del cielo!
Sin duda, la frase: "Dios ama al dador alegre," es demasiado profunda para que podamos
entenderla plenamente. ¿Acaso puede Dios amarnos más de lo que ya lo ha hecho, al enviar a
Cristo para que muriera por nuestros pecados? Estas notables palabras probablemente
significan que Dios manifiesta Su amor al dador alegre, por la manera en que Su bendición
recae sobre su ofrenda y Su abrazo especial es experimentado por el mayordomo voluntario.
Pero suponiendo que nos encontramos en dificultades económicas: ¿es razonable esperar que
demos generosamente? Nuestro pasaje en 2 Corintios 8 nos ayuda también en este punto,
porque define la generosidad bíblica en relación con nuestros medios, diciendo: "Porque si
primero hay la voluntad dispuesta, será acepta según lo que uno tiene, no según lo que no
tiene." (Versículo 12).
Si queremos dar para el Señor, y hacemos lo mejor que podamos en circunstancias difíciles, el
Señor se agrada y honrará y bendecirá nuestra ofrenda. Esto lo vemos en la blanca que
ofrendó la viuda. Desde la perspectiva divina, la "generosidad" es un asunto de las
circunstancias de cada uno.
Como J. C. Ryle lo expresó: "Las ofrendas de los creyentes pobres tienen tanta dignidad como
las ofrendas de un príncipe, porque Cristo toma en cuenta algo más que la simple cantidad de
nuestra ofrenda. Él mira a la proporción de nuestra ofrenda en comparación con todos
nuestros bienes, y también mira la abnegación que exige de nosotros."
Podemos pensar que en tanto que demos una porción de nuestro ingreso, (digamos un diez
por ciento), seremos reconocidos como unos siervos obedientes en el día del juicio. Pero, vean
otra vez a los creyentes de Macedonia, pues ellos se esforzaron en dar más allá de su
capacidad (versículo 3). No hay ninguna evidencia de que ellos daban una porción
"confortable" o "conveniente." Al contrario, hay un deseo profundo de esforzarse al máximo, y
esto es lo que el Espíritu Santo aprueba y recomienda.
¿Así sucede con nosotros? ¿Cuándo fue la última vez que revisamos nuestra mayordomía? ¿Es
nuestro deseo constante el avance de la obra de Dios? O, ¿hemos caído en el error de pagar
un 'impuesto' fijo al Señor, considerando todo el resto como "dinero para nuestros bolsillos"?
7. El Objetivo es el Motivo
Una de las palabras más útiles usada en conexión con la mayordomía aparece en 2 Corintios 9:
5, en donde Pablo dice: "Por tanto tuve por necesario exhortar a los hermanos que fuesen
primero a vosotros y preparasen primero vuestra generosidad antes prometida, para que esté
lista como de generosidad, y no como exigencia nuestra." La palabra traducida dos veces aquí
como "generosidad" (Versión 1960), se traduce en la versión antigua como "bendición." Esta
palabra griega significa algo más que un don generoso, puesto que incluye la idea de
comunicar un beneficio o una bendición.
Lo que los corintios tenían en mente no era solamente el alivio del hambre, sino que además
se preocupaban por la felicidad y el bienestar de los afligidos creyentes de Jerusalén. No fue
simplemente un intento de evitar el morir de hambre, sino más bien un beneficio positivo o
una bendición además de eso; una expresión de amor.
En el caso de los afligidos creyentes de Jerusalén, los corintios querían algo más que su
supervivencia. Querían darles salud, felicidad y ánimo espiritual. Su ofrenda iba acompañada
de sus oraciones que expresaban su preocupación, su afecto y su solicitud por ellos.
El apóstol Pablo se apresura a agregar que si ofrendamos con este espíritu, en verdad
redundará en una bendición: "Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará
escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará." (Versículo 6,
Versión 1960).
Las palabras de Pablo simplemente dicen que si sembramos escasamente (en nuestra
ofrenda), no seremos instrumentos para traer muchas bendiciones a las vidas de otros. Por
otra parte, si sembramos (damos) generosamente, con el fin de comunicar una bendición
grande o un beneficio a otros, entonces Dios bendecirá grandemente a aquellos a quienes fue
otorgado el don.
Las palabras de Pablo no dicen nada aquí acerca de nuestra prosperidad, ni de la cuestión de si
ésta será incrementada como resultado de nuestra ofrenda. El dador del don segará, en el
sentido de que su ofrenda producirá fruto. Si su motivo es el de bendecir a otros, a su debido
tiempo la semilla crecerá para una gran cosecha. Es un grave error trastornar este versículo
para apoyar a aquellos que ofrendan egoístamente o en la búsqueda de sus propios intereses.
Otra meta principal que debemos buscar por medio de nuestra mayordomía, es que sea una
alabanza y un agradecimiento a Dios. Este punto es destacado en 2 Corintios 9: 12, en donde
Pablo dice que la benevolencia de las iglesias redundó en esto: "Porque la ministración de este
servicio no solamente suple lo que a los santos falta, sino que también abunda en muchas
acciones de gracias a Dios; pues por la experiencia de esta ministración glorifican a Dios por la
obediencia que profesáis al evangelio de Cristo."
No importa si damos para aliviar el sufrimiento de otros creyentes, para la predicación del
evangelio, o para la enseñanza de los creyentes, el resultado de nuestra ofrenda (por la
bendición de Dios), es gratitud y amor para Él. ¿Puede existir un objetivo más elevado que
éste: multiplicar la alabanza y el agradecimiento para con Dios? ¡Cuán fuerte es este incentivo
para nuestra mayordomía, pensar que Dios quiere usarla para producir alabanza y adoración
en los corazones de otras personas!
8. La Seguridad Financiera y el Diezmo
A pensamientos semejantes a estos, Pablo dice: "Poderoso es Dios para hacer que abunde en
vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente,
abundéis para toda buena obra." (Versículo 8).
Dios cuidará de ti, dice Pablo. Toda gracia, en abundancia, fluirá hacia ti para que siempre
tengas lo suficiente, (fíjate bien, no demasiado, sino lo suficiente), para agradar al Señor, para
servirle y para crecer en la gracia.
Esta no es una promesa de recompensa material por nuestra mayordomía, sino una promesa
de gracia, la cual es un favor de Dios. La promesa puede cumplirse en la forma de un apetito
modesto y humilde, de tal forma que vivamos contentos sin muchas de las cosas que los
hombres del mundo consideran esenciales.
Seguramente el Señor nos dará un celo más grande por Su obra, y nos usará para producir
fruto eterno. "Como está escrito: Repartió, dio a los pobres; su justicia permanece para
siempre." (Versículo 9).
Los versículos 10 y 11 del capítulo 9 (la oración de Pablo a favor de los corintios), enseñan que
Dios puede incrementar los recursos de los mayordomos fieles, a fin de que su mayordomía se
incremente más. El apóstol escribe: "Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come,
proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia, para
que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por medio de nosotros
acción de gracias a Dios."
Es Dios quien provee los recursos para la mayordomía, quien da los resultados, y aun quien
incrementa los recursos de los mayordomos fieles. ¿Apreciamos el hecho de que el Señor nos
ha prosperado para este propósito? ¿Le defraudamos inconscientemente, guardando para
nosotros mismos, aquello que es para Su obra? Dios suministra o provee la "semilla" para que
Su pueblo siembre.
De este ingreso (dice Pablo, citando a Isaías), viene nuestro pan, y de ello tenemos que cubrir
los gastos de la familia y del hogar. Pero la porción que sembramos para la cosecha del Señor,
Dios la multiplicará.
Por lo tanto, nunca dejemos de orar por la ofrenda que damos, porque entonces el Señor no
magnificará su efecto en la obra del Reino. Pudiera ser que nosotros estemos entre aquellos
que el Señor llamará a una mayordomía que se incremente constantemente, gobernando
nuestras circunstancias de tal manera que estemos "Enriquecidos en todo para toda
liberalidad." (Versículo 11).
Hay un reto especial para nosotros que vivimos en este siglo de abundancia en 1 Timoteo 6: 6-
11 y 17-19. "Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento. . .así que
teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto."
Cuán esencial es para nosotros que tengamos una actitud razonable y reservada acerca de
nuestros requerimientos en esta vida. Sin contentamiento, siempre sentiremos la necesidad
abrumadora de que "algo más nos hace falta" y nuestros apetitos inquietos echarán a perder
la administración sabia de nuestros recursos, es decir, nuestra mayordomía.
Pablo advierte que "Todos los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo," y dice
también: "A los ricos de este siglo manda que no sean altivos," que quiere decir "engreídos."
Hace muchos años conocí a un hombre cuyos ingresos personales estaban muy por encima del
presupuesto anual de una iglesia grande a la cual asistía. No obstante, me dijo que su
mayordomía no era muy sustancial. Él mantenía dos casas muy costosas, varios automóviles
lujosos, además de otras comodidades proporcionadas por la riqueza. ¿Qué estaba
manifestando este hombre con ese estilo de vida? Estaba diciendo que él mismo tenía más
importancia que la obra entera de su iglesia. Si gastamos excesivamente en nosotros mismos,
estamos declarando lo que creemos acerca de nuestro valor y nuestra importancia. Ante los
ojos de Dios, aparecemos como el resto del mundo.
Pablo dice: "a los ricos de este siglo manda. . .que hagan bien, que sean ricos en buenas obras,
dadivosos, generosos," y esto quiere decir que estén dispuestos a compartir con generosidad,
y que no vean sus bienes como si les pertenecieran.
La codicia (que significa el deseo de tener más siempre), es profundamente ofensiva a Dios, y
cruelmente dañina para la vida espiritual. No hay nada que convierta más pronto al creyente
en un hipócrita que la codicia; ni tampoco hay algo más dañino para la mayordomía. Y sin
embargo, este es sin duda, uno de los pecados menos reconocidos o del que menos nos
damos cuenta, aun entre los creyentes.
El Señor dijo: "Mirad y guardaos de toda avaricia" (Lucas 12: 15). Pablo coloca la avaricia entre
la perversidad y la maldad, en la lista de pecados de Romanos 1: 29. En Efesios 5: 3, está
colocada junto con la fornicación y toda inmundicia y es destacada como algo que ni siquiera
se debería "nombrar entre nosotros."
En Colosenses 3: 5 se nos dice que hagamos morir a la avaricia, la cual se define como
idolatría. Hebreos 13: 5 dice: "Sean vuestras costumbres sin avaricia," es decir, este pecado
debe ser erradicado de nuestro estilo de vida, porque deberíamos estar completamente
satisfechos con el Señor mismo.
¿Cómo podemos prevenir la avaricia, que es uno de "los deseos carnales que batallan contra el
alma"? (1 Pedro 2: 10). ¿Cómo podemos contener nuestros apetitos, y así guardar el décimo
mandamiento: "No codiciarás"? El gran antídoto, junto con la oración y el contentamiento, es
la mayordomía planeada y generosa de los recursos que Dios nos ha dado. En otras palabras,
el pecado preciso que destruirá nuestra mayordomía, será restringido si tenemos una
administración bíblica y controlada de nuestros recursos.
Las palabras de Pablo a Timoteo, que los ricos deberían ser: "Ricos en buenas obras, dadivosos
y generosos" no son simplemente un buen consejo, sino un mandamiento solemne.
"Mándalos" dice Pablo.
El apóstol Pablo, en Romanos 12: 8, incluye el ofrendar o contribuir como un don espiritual,
diciendo: "El que reparte, hágalo en simplicidad." Pablo se refiere aquí a los creyentes que
tienen un ministerio especial en este asunto, presumiblemente porque han sido bendecidos
con mayor riqueza de la normal. Algunas personas pueden caer en la tentación de ofrendar
ostentosamente para atraer hacia sí mismos, la apreciación y la influencia. Tales personas
reciben la advertencia que eviten caer en esa trampa. Aunque ciertos peligros son
particularmente significativos para los que ofrendan grandes cantidades, no obstante, todos
deberían ser cautelosos para evitarlos.
"Simplicidad" es la norma; esta palabra significa: "con pureza o sinceridad." "La simplicidad"
(palabra usada por la Versión Antigua) quiere decir, que no deberían existir motivos ulteriores,
como por ejemplo, obtener influencia o ventajas para sí mismos. Este es un vicio que
frecuentemente motiva a los ricos en sus donativos a la iglesia, y es algo que puede
convertirse en un tropiezo para los líderes de la iglesia.
Una posible paráfrasis de las palabras de Pablo podría ser la siguiente: "que el que da, lo haga
sin ninguna clase de interés personal." Desafortunadamente, algunos dadores mal motivados
han usado muchas tácticas para asegurar que sus ofrendas les obtengan influencias. A veces
hay personas que quieren que la iglesia adquiera algo que no es aprobado por los oficiales.
Entonces, actuando de manera individual, compran la cosa y la donan a la iglesia. Esto
constituye una violación del orden y gobierno de la iglesia, porque acaba con el liderazgo
espiritual y los procedimientos normales para la toma de decisiones.
En ocasiones hay personas que donan artículos a la iglesia (por ejemplo, un nuevo piano), con
el fin de llamar la atención y ganar el aprecio de los demás. A veces, en algunos casos, hay
personas que quieren comprarle al ministro un 'regalo,' para asegurar algún privilegio o trato
especial (quizá para escapar de la disciplina o las consecuencias de su mala conducta).
Sin duda, muchos donativos directos a la iglesia y al pastor, son hechos con los propósitos más
puros, pero la práctica en sí es muy peligrosa. Por lo tanto, normalmente las ofrendas deberían
llevarse a cabo en secreto y dirigir todo a la "ofrenda común." Solamente así, no habrá
oportunidad para ninguna tentación y la iglesia podrá financiar su ministerio, libre de cualquier
influencia inapropiada.
Esto va de acuerdo con las instrucciones del Salvador en el Sermón del Monte: "Guardaos de
hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no
tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos. . . Mas cuando tú des limosna,
no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto." (Mateo 6: 1-
4).
El ofrendar debería ser, hasta donde sea posible, una actividad secreta; no debería asegurar
ninguna ventaja o privilegio para el dador. De esta forma, deberíamos reconocer la igualdad
de todos los oferentes ante los ojos de Dios, sin importar si son ricos o son pobres.
Tradicionalmente los cristianos han tomado el diezmo (el diez por ciento), como el punto
inicial o la base de la mayordomía, puesto que es visto como la proporción bíblica mínima.
Puede ser aumentada conforme el Señor lo prospere a uno. Dos preguntas son formuladas
comúnmente en relación a este asunto. La primera pregunta es: ¿por qué un requerimiento
judaico, invalidado por la venida de Cristo, debería estar en vigor hoy en día, pues parece ser
un legalismo?
La segunda pregunta, (dando por hecho que el diezmo es algo saludable) es: ¿debe ser un diez
por ciento del ingreso neto o global? (Neto se entiende como el ingreso después de pagar los
impuestos correspondientes).
En respuesta a la primera pregunta, el diezmo, como una base correcta para dar al Señor, no
está restringido al período del Antiguo Pacto judaico y las leyes ceremoniales. Es un grave
error identificar el diezmo con la ley dada a Moisés exclusivamente.
En Hebreos 7 leemos acerca de Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, quien
bendijo a Abraham cuando regresó de la derrota de los reyes, "a quien asimismo dio Abraham
los diezmos de todo." (Hebreos 7: 2).
Este grande y misterioso rey de Salem, fue reconocido por Abraham como el representante del
Señor, y el diezmo fue la respuesta correcta a la bendición recibida de él. Debemos dar por
hecho que el Señor reveló esto a Abraham.
El pasaje en Hebreos destaca el hecho que Melquisedec representa un sacerdocio más alto
que el de Aarón, a saber, el sacerdocio de Cristo Jesús. Pero, para nuestro estudio ahora,
simplemente hacemos la observación de que Abraham, muchos siglos antes de que la ley
ceremonial fuese dada, está consciente de que el diezmo era una base correcta para su
ofrenda.
Además, este conocimiento fue comunicado posteriormente a la familia, porque cuando Dios
se encontró con Jacob en Bet-el y lo bendijo con muchas promesas, Jacob de inmediato se
comprometió a dar un diezmo de todo lo que recibiera. (Génesis 28: 22).
Por lo tanto, el diezmar existió previo al pacto mosaico y no debería ser considerado como
perteneciente exclusivamente a la ley ceremonial, la cual fue abolida por Cristo. No tiene el
mismo carácter que la circuncisión (la cual fue también previa a Moisés), porque la
circuncisión ha sido claramente anulada por el Nuevo Testamento.
Vale la pena notar que en los tiempos del Antiguo Testamento, cuando una multitud mixta de
judíos fue obligada a diezmar, en realidad fueron obligados a dar mucho más que el diezmo.
Un estudio cuidadoso de los pasajes que mencionan el diezmo, demuestra que los judíos
dieron dos o hasta tres diezmos distintos, sin contar los costos adicionales de los sacrificios
personales sobre el altar.
El costo real de la mayordomía veterotestamentaria, ha sido calculado como una quinta parte
de su hacienda (veinte por ciento). Además, cuando recordamos que la gran mayoría de los
judíos realmente no experimentaron la gracia de Dios en sus corazones, seguramente
sentiremos que nuestra ofrenda no debería ser menos que la de ellos. Visto de esta manera,
un diezmo del ingreso global parecería ser una porción baja para la mayordomía de aquellos
que disfrutan la luz gloriosa del Evangelio y poseen una esperanza firme del cielo.
No debe sorprendernos encontrar que los primeros convertidos a Cristo, al ser librados de la
ley, rindieron sus bienes liberal y gratuitamente al Señor. Porque "Todos lo que poseían
heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los
apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad." (Hechos 4: 34-35).
(Fue también en aquel entonces que el Señor dio una advertencia solemne a las iglesias acerca
de la gravedad de la hipocresía en la mayordomía, una advertencia en el juicio que cayó sobre
Ananías y Safira, cuando conspiraron para defraudar a los apóstoles).
Seguramente el diezmo del Antiguo Testamento nos revela una porción básica como nuestra
responsabilidad. También nos muestra que el diezmo es el diez por ciento de "todo," y no
solamente del así llamado "ingreso disponible." Abraham dio un diezmo de todo, y Jacob dijo
al Señor: "De todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para Ti."
A veces se escucha la queja de que ninguno de los patriarcas ni sus sucesores tuvieron que
pagar impuestos al gobierno secular. Pero ellos incurrieron en costos directos por cosas que
nosotros pagamos a través de impuestos, por ejemplo, la provisión para todo el bienestar
social.
A un nivel práctico, del ejemplo apostólico se deduce claramente que el Señor requiere que se
rindan cuentas por el dinero ofrendado. Se nos ordena imitar el ejemplo de Pablo, quien se
esforzó para asegurar que las iglesias que ofrendaron para las necesidades de Jerusalén,
escogieran mensajeros de confianza para viajar con él y supervisar la distribución de los
fondos.
Pablo explica con claridad el motivo de estas medidas: "Evitando que nadie nos censure en
cuanto a esta ofrenda abundante que administramos, procurando hacer las cosas
honradamente, no sólo delante del Señor, sino también delante de los hombres." (Vea 2
Corintios 8: 18-23). Los siervos del Señor deben procurar estar muy por encima de toda
sospecha o calumnia.
En los últimos años hemos visto en los Estados Unidos los escándalos de ciertos tele-
evangelistas que fueron convictos por fraude y por desvío de fondos. Este desvío a gran escala
de los donativos, para su uso personal, fue posible porque los empleados responsables del
cuidado de estos fondos, actuaron bajo sus órdenes.
Al pueblo de Cristo se le ordena seguir procedimientos para el manejo del dinero, que están
por encima de todo reproche. Salirnos de estas normas no es solamente falta de sabiduría,
sino además una desobediencia espiritual.
Vivimos en tiempos en los que el ateísmo abunda y mucha gente tiene su mente lavada por las
fuerzas de la inmoralidad, llamando mal al bien y bien al mal. Nunca desde los tiempos
anteriores a la Reforma, la luz del Evangelio ha estado tan cerca de ser extinguida en el
continente europeo.
Estamos siendo testigos también de la erosión de los remanentes del cristianismo bíblico en
países como Estados Unidos. En América Latina, el catolicismo mantiene el dominio y la gran
mayoría de los evangélicos han sido leudados por las doctrinas pentecosteses, el arminianismo
y los métodos de la creencia fácil. ¿Es este el tiempo para que aquéllos que aman la verdad,
busquen enriquecerse en la tierra o sucumbir ante la autoindulgencia y las comodidades
terrenales?
¡Que Dios conmueva nuestros corazones para que nos rindamos a Él en servicio y
mayordomía! Hay tanto trabajo por hacer: predicadores que necesitan sostén, misioneros que
es necesario enviar, iglesias que necesitan ser fortalecidas, ministros que requieren
capacitación, la impresión de literatura y libros, y muchas otras tareas por hacer en estos
últimos días de oportunidad evangelística.
Seguramente nuestro gozo más elevado es el de asestar fuertes golpes contra el príncipe de la
potestad del aire, y buscar triunfos para el Evangelio y para la gloria de Cristo.
Hemos visto que la Palabra de Dios nos dice que todo lo que poseemos le pertenece al Señor.
Él nos prospera específicamente para la obra del Reino. Por lo tanto, debemos estar atentos
constantemente a las necesidades de la Iglesia.