Obediencia Ignaciana
Obediencia Ignaciana
Obediencia Ignaciana
P. Luis Mª Mendizábal
Apuntes del P. Wenceslao Sánchez
Roma, 1958
STATUS QUAESTIONIS
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Lo que el superior manda es prácticamente infalible. De ahí se objeta que la obediencia
lleva a un absolutismo práctico y al «mediacionismo» del superior con respecto al súbdito y
a Dios. Y, naturalmente, vienen las reacciones contrarias. Este absolutismo práctico y
«mediacionismo» en la obediencia es la misma dificultad que tienen los protestantes en el
terreno dogmático con respecto a la Iglesia y al Papa. Así como los protestantes no pueden
entender –vi rationis (por la fuerza de la razón)– que la Iglesia, siendo infalible, sin embargo
no «mediatiza» nuestras relaciones con Dios; de manera semejante, estos no pueden
entender cómo el superior, siendo vicario de Dios, no «mediatiza» nuestras relaciones con Él
(S. Th. II-II, q.104, a.5).
b) Si se exagera que el superior es hombre como los demás:
“Aspecto humano”, falible…; luego el súbdito tiene derecho para juzgarlo todo (De
hoc S. Th. II-II, q.104, a.1; Cfr. Desauras, «Doctrina catholica de exigentiis et limitibus
obedientiae», in coll. Documentos, S. Sebastián, n.16, p.38-ss., 1954).
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c) Si la obediencia se entiende siempre como un medio para que el súbdito pueda
conseguir su personalidad adulta, se entenderá la obediencia mientras esté de por medio la
personalidad no formada aún. Por lo tanto, debe cesar cuando la personalidad esté ya
formada.
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VISIÓN GENERAL DE LA MATERIA QUE VAMOS A TRATAR
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Tomamos el texto de la Bula de Julio III:
1) Se urge la obediencia al Sumo Pontífice:
- En el nº 3: «sub Sanctissimi Domini nostri Pauli Papae III et aliorum Romanorum Pontificum
successorum eius fideli oboedientia, Deo militare» (Guerrear por Dios en fiel obediencia bajo
nuestro santísimo señor el Papa Paulo III y los demás Romanos Pontífices sucesores suyos). En
este mismo número: el voto acerca de las misiones (=ser enviados), y se indican las razones
por las que se hace el voto. (N.B.: No se trata ya del voto de obediencia religiosa, sino voto
de seguir el parecer de otro: el Sumo Pontífice).
- En el nº 5: que no deben preocuparse de estas misiones, ni por sí ni por otros, sino dejar
toda la iniciativa al Pontífice. (Esto no entra en la definición).
2) Se habla de la obediencia al Prepósito:
- En el nº 2: la distribución de los oficios (=ministerios, Cfr. MI, III, 2,676) esté toda en
manos del Prepósito General o de aquellos que «ipse sibi ea cum auctoritate substituerit» (él
mismo con su autoridad designe en su lugar). Luego también en fuerza de la Bula, los
Prepósitos inferiores nos manifiestan la voluntad de Dios.
¿Y qué debe mandar? Tiene derecho «ordinandi et iubendi ad DEI gloriam et commune
bonum pertinere in Domino videbuntur» (de ordenar y mandar lo que se considere conveniente
para la gloria de Dios y el bien común). Esto y lo que dice el comienzo del nº 3: «eius fideli
oboedientia Deo militare» (servir a Dios en fiel obediencia), se refiere directamente a la
obediencia objetiva, o elemento objetivo de la obediencia.
3) En relación con los súbditos:
- En el nº 6: «Voveant […] Societatis Praeposito […] obedientes fore» (Que hagan voto de ser
obedientes al Prepósito de la Compañía). El voto de obediencia en sentido propio y que
supone el orden objetivo.
- Por consiguiente, los súbditos en el superior «Christum veluti praesentem agnoscant et,
quantum decet, venerentur et in omnibus ad Institutum pertinentibus pareant» (Reconozcan a
Cristo como presente y, como conviene, le honren y le obedezcan en todas las cosas
pertenecientes al Instituto). .
- Y como del Prepósito se dice que «ordinandi et iubendi, quae ad DEI gloriam et commune
bonum pertinere in Domino videbuntur, ius totum habeat» (tenga toda la autoridad de ordenar
y mandar lo que se considere conveniente para la gloria de Dios y el bien común), el súbdito
está obligado a obedecer en estas cosas «in omnibus ad Institutum pertinentibus» (en todas
las cosas pertenecientes al Instituto) (y no, vg., en la prueba de un argumento o en la eficacia
de un medio de apostolado). Y las razones son: propter humilitatem; propter ingentes ordinis
utilitates (por la humildad; por las grandes ventajas del orden) (es decir, del buen orden).
Tampoco estas razones entran en la definición.
2. La Constituciones
Las Constituciones tienen una aprobación específica: dice Gregorio XIII in Litteris
Apostolicis «Ascendente Domino»: «Motu simili (proprio) et ex certa scientia nostra, deque
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Apostolicae Potestatis plenitudine, […] Constitutiones quoque ac statuta et decreta
qualiacumque, ac si ad verbum praesentibus insererentur, pro expressis habentes, tenore
praesentium approbamus et confirmamus» (Cfr.: Por la misma bula pontificia y de
confirmación específica, haciendo uso de la plenitud de nuestra potestad Apostólica, […]
aprobamos y confirmamos las Constituciones y Estatutos y cualquier clase de decretos, si, tal
como se expresa, estuvieran insertos en las presentes palabras.)
En la parte VII, las Constituciones tratan «De las missiones de Su Santidad». «Los de
la Compañía […] ahora sean enviados por orden del Vicario de Cristo N. S. por unos lugares
y otros, ahora por los superiores de la Compañía, que así mismo les están en lugar de su
divina Majestad» (c.1, n.1.) «Siendo puesto todo el entender y querer de la Compañía debajo
de Cristo N. S. y su Vicario…» (c. 1, n.2).
Se puede y se debe hacer la representación al Sumo Pontífice para saber su voluntad
(c.1, n.3).
La facultad de enviar se extiende:
- A los prepósitos de la Compañía: «Los Prepósitos de la Compañía, según la concesión
hecha por el Sumo Pontífice, podrán enviar donde les pareciere más expediente a
cualesquiera personas de la Compañía» (c.9, n.1). Cosa esta que excede y supera las
facultades de un superior religioso como tal; requiere, pues, delegación del Sumo Pontífice.
- A los superiores subordinados: «el Prepósito General o quien de él tuviera tal autoridad»
(facultad concedida por Paulo III: «Dicet debitum») (Circa «Praepositos» cfr. MI, III, II, 215).
Nótese bien, porque es importante: Constitución VI, 1 trata del elemento subjetivo
de la obediencia: cómo debe el súbdito de la Compañía obedecer. Pero todo el capítulo se
refiere a los que ya han hecho los últimos votos: «Para que los ya admitidos a profesión o
por coadjutores formados fructuosamente…». No habla, pues, de novicios sino de gente
formada, madura: «Todos se dispongan mucho a observar [la obediencia] y señalarse en
ella: no solamente en las cosas de obligación, pero aun en las otras, aunque no se viese sino
la señal…».
Esto supuesto, acerca de las fórmulas aclaramos lo siguiente, para evitar
complicaciones y malas inteligencias:
- Las fórmulas valen solo para la espiritualidad de la Compañía de Jesús.
- Valen solo de la obediencia de los profesos y coadjutores formados (que se supone han
llegado a la perfección de la obediencia) no de los principiantes: «…hoc Institutum omnino
humiles et prudentes in Cristo […] exigit» (Bula Julii III, n.9) (Este Instituto exige hombres
totalmente humildes y prudentes en Cristo) para que puedan ayudar y dirigir a otros.
Sabemos que para S. Ignacio «prudentes in Cristo» significa: la perfecta integración de la
personalidad en Cristo, con la discreción de espíritus; lograda la abnegación y ordenadas las
afecciones...
- Desde el principio hay que excluir el estudiar nuestra obediencia como si se tratara de
una obediencia educacional, para gente no formada. Esa era precisamente la mentalidad
antigua y admitida en tiempo de S. Ignacio. Véase, por ejemplo, lo que dice de la obediencia
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Guillermo de S. Teodorico «Epistola ad fratres de Montesi» (84, 317): «La obediencia perfecta
es, máxime en el principiante, indiscreta, es decir, no discierne qué ni por qué se manda,
sino únicamente busca que se haga fiel y humildemente, lo que manda el superior. La
censura de la discreción en la vida religiosa está en el P. Espiritual que juzga todo y a él nadie
le juzga. De él es propio el discernir, de los otros obedecer…. Así es imposible que un animal
discreto, un novicio prudente, un principiante sabio, puedan estarse mucho tiempo quietos
en la celda, permanecer en una reunión. Hágase necio para ser sabio: y esta sea para él toda
su discreción, que en esto no tenga él discreción. Esta sea toda su sabiduría, que en esta
parte no la tenga».
Se refiere a la obediencia de los principiantes. De donde deducían que los formados
no tenían necesidad de obedecer: de ahí la superioridad de la vida solitaria (soli Deo), a
donde se retiraban después de mucho ejercitarse en obedecer (S. Th. II-II, 1888).
Si la obediencia es indiscreta, máxime en los principiantes, consiguientemente al
llegar a la perfección no se debe obedecer, como lo afirma Enrique Herp en su «Teología
Mística», L.2. c.12: Dice que no es necesario hacer voto de obediencia para llegar a la
perfección; sin él se puede llegar: la obediencia sirve mientras el sujeto necesite que se le
ejercite para conseguir la perfección; pero los que son ya perfectos Spiritu Dei et gratia eius
aguntur (son movidos por el Espíritu de Dios y su gracia); estos no necesitan estar bajo la
obediencia y ser regidos por ella, especialmente en estos tiempos en que los superiores
están más entregados a las cosas exteriores que a las interiores; y para los que quieren llevar
una vida interior son un estorbo (habla, pues, de obediencia educacional). Este autor es del
tiempo de San Ignacio.
Y precisamente «illis temporibus» (en aquellos tiempos) fueron las deliberaciones
sobre la obediencia y S. Ignacio y sus compañeros decidieron ponerla a pesar de las
dificultades que ellos mismos se objetaban para no ponerla, que eran muchas: (Sonaba
entonces mal la palabra «obediencia»; se impediría la entrada de muchas vocaciones; los
podría el Papa obligar a seguir una Regla antigua, contraria a sus deseos de apostolado…).
Se trata, pues, de obediencia y de obediencia de un hombre formado, espiritual.
- Esta obediencia debe ser y se debe entender, iuxta Institutum (junto al Instituto):
«Voveant in omnibus quae ad Regulam huius nostrae observationem faciunt, Societatis
Praeposito […] obediens fore. (Que hagan voto de ser obedientes al Prepósito de la Compañía
en todas las cosas que conforman nuestra observancia de esta Regla). Ille autem omnem eam
auctoritatem et potestatem habeat supra Societatem, quae ad bonum eiusdem Societatis,
administrationem, correctionem et gubernationem utilis erit (Cfr.: Todo aquel que tenga esta
autoridad y potestad sobre la Compañía será útil al bien de la Compañía, a su administración,
corrección y gobierno). Iubeat autem ea quae ad constructionem proposito sibi a Deo et a
Societate finis cognoverit esse opportune» (Cfr.: Que mande las cosas que para la disposición
del propósito de Dios sobre él y para el fin de la Compañía conozca que sean oportunas)
(Fórmula II, n.6).
También aparece esto en MI, III, 2, 674. Decía: «ad exercitandum quodlibet medium in
adiumentum proximi» (para trabajar por cualquier medio en ayuda de los prójimos) y S. Ignacio
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corrigió escribiendo encima «eorum (mediorum) quibus utitur Societas» (aquellos medios que
utiliza la Compañía).
También en la carta de la obediencia: «Cuando un religioso toma a uno, no
solamente por superior, mas expresamente en lugar de Cristo Nuestro Señor para que le
enderece y gobierne en su divino servicio» (MI, 4, 672). No tiene, por tanto, derecho el
superior, ni siquiera el Sumo Pontífice, de mandar todo al religioso, sino solamente aquello
que sirve para la santificación del sujeto y la mayor gloria de Dios según su Instituto.
- Y esta obediencia ignaciana no cambia el sentido de las demás obediencias; vg. como
católico; como súbdito de tal nación… No estamos, pues, obligados como jesuitas a
ejercitar nuestra obediencia con respecto a otros superiores y en otros órdenes, pues la
obediencia religiosa no cambia el orden objetivo de otras obediencias.
Ni tampoco cambia a priori (a posteriori veremos) la obediencia de un religioso, erga
potestatem dominativam (con respecto a la potestad dominativa), en la comunidad. El
súbdito se da –primo et per se (primeramente y por sí)– al Instituto, in servitium Dei (para el
servicio de Dios); pero no se da a la cabeza de la comunidad. La relación primaria del súbdito
con el superior es para con su maestro en el espíritu. Que este sea a la vez la cabeza de la
comunidad (sobre la cual tiene potestad dominativa) es como una consecuencia; y la
obediencia de que tratamos, no se extiende per se al superior en cuanto cabeza de la
comunidad, sino en cuanto a «maestro de perfección».
Esto hay que aplicarlo también a las relaciones del religioso con la potestad civil (no
se entiende la obediencia ciega) y también con la autoridad administrativa de la Iglesia (vg.
no estoy obligado a creer y defender que los cánones del Derecho Canónico son
perfectísimos…) y aun con la potestad jurisdiccional del Sumo Pontífice.
Y explico: en todos estos casos el religioso debe comportarse como sujeto que busca
la perfección cristiana; y buscar la perfección de la obediencia según el orden concreto de
que se trate. Hay que lamentar que muchas veces se le quiera exigir al religioso obediencia
de juicio donde no se puede urgir: ya que en los casos referidos arriba, no se trata de estricta
vicariedad de Cristo. Si soy especialista en una materia que cae fuera de la autoridad del
superior y él propone su sentencia como la mejor, yo puedo disentir. No me obliga ahí la
obediencia de juicio, porque el superior no está puesto para esto; sino para que me rija en la
vida del divino servicio. Mi juicio contrario será falta, tal vez, de humildad, pero no estoy
obligado a someter mi juicio: él no es entonces vicario de Cristo, en sentido estricto.
Para evitar confusiones en esta materia, aclaramos:
A) Obediencia subjetiva = disposición del sujeto, diversa, según los diversos órdenes
objetivos (como hijo, como ciudadano…).
B) En el orden objetivo:
a) Orden familiar: se funda en que el hijo necesita la dirección del padre, indigencia
causada por la misma naturaleza, ya que el padre dio la vida al hijo. No basta para destruir
este orden que el padre tenga riquezas… y el hijo pueda disfrutar de ellas…
b) Orden civil: como tal, supone hombres maduros y que debe regirlos en los actos
externos que miran al bien común. No supone, per se, súbditos inmaduros, niños…
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c) Orden eclesiástico jurisdiccional: propio de una sociedad perfecta y tal sociedad
perfecta. Análogo al de la potestad civil. Complejo e incluye en sí muchos elementos.
d) Orden religioso (vida religiosa): como tal, se funda en un estado perfecto, no con
sujetos aún sin madurez. Dios determina un cierto orden objetivo por medio del cual
algunas personas a quienes Dios llama a ese orden se rijan para adquirir la perfección.
Hay que tener sumo cuidado para no mezclar estos diversos órdenes; así por
ejemplo, el padre no cambia sus relaciones para con el hijo, en cuanto padre, por el hecho
de ser al mismo tiempo presidente de la República.
Esto supuesto y aclaradas todas estas ideas, según las Fórmulas oficiales tenemos
este ESQUEMA DE LA OBEDIENCIA IGNACIANA:
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- Persuadiéndose de que al obedecer se conforman con la voluntad de Dios. Juzgando
que lo que se manda está bien mandado (este es el punto difícil).
- Dándose cuenta de que agradan más a Dios por la obediencia que por otra acción
cualquiera, aunque sea sublime.
Ante este sublime programa de obediencia, los puntos fundamentales (y también los
capítulos de dificultades) son estos:
Se propone una obediencia:
1. Específicamente apostólica, es decir, el trabajo apostólico cae debajo de la obediencia.
No es solamente una ejercitación ascética.
2. A cualquier superior religioso como tal, como a Vicario de Cristo, en el orden objetivo
(alrededor de este punto está la dificultad mayor); y, como consecuencia, en el orden
subjetivo: luego tengo que ver en él a Cristo. Porque, evidentemente, si en el orden
objetivo no es Vicario de Cristo, solo por una ficción puede verlo como tal; sería una mera
consideración subjetiva…
3. De ahí se sigue que obedeciendo a cualquier orden del superior, el súbdito se conforma a
la voluntad antecedente de Dios. Explico:
- Voluntad antecedente de Dios: Dios quiere lo que el superior manda.
- Voluntad consecuente de Dios: Dios quiere que yo obedezca al superior, que yo haga
aquello que manda el superior, sea lo que sea; y, consiguientemente, quiere la cosa
mandada.
Si solo se tratara de conformarse con la voluntad consecuente de Dios al cumplir
cualquier orden del superior, no hay dificultad: en efecto, en la voluntad consecuente no
tengo necesariamente que pensar que aquello que el superior manda es la voluntad de Dios
sino, ciertamente, que Dios quiere que yo obedezca y haga lo que el superior ordena. (Como
lo que sucede en un contrato: Dios quiere que yo cumpla mi palabra y haga lo que exige la
contraparte; pero puede ser que Dios no quiera que él me la exija).
La voluntad antecedente de Dios me exige que yo piense que aquello está bien
mandado por el superior; puesto que es Vicario de Cristo, que aquello que me manda es lo
mejor. En otras palabras: obediencia de juicio, obediencia ciega.
Estas, pues, son las consecuencias en la obediencia subjetiva:
1. La obediencia ciega: no veo, pero sé que es la voluntad de Dios.
2. Toda obra por obediencia es mejor que otra cualquiera hecha por propia voluntad, y
agrada más a Dios.
3. Se extiende también a las cosas interiores (vg. modo de orar…)
4. A la señal de la voluntad del superior sin expreso mandamiento.
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OBJECIONES
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- Parece que la obediencia no se puede extender a los actos internos; luego no se
extiende a todo.
Está tomada la objeción de S. Th. II-II, 104,5 (“De obedientia in genere”): en las cosas
interiores el hombre no está obligado a obedecer más que a Dios. Y Sto. Tomás lo toma de
Séneca, “De beneficiis”: el movimiento interior de la voluntad del esclavo no puede ser
imperado por el amo. Y se confirma esta dificultad –dice La Reguera– contra las Reglas de la
Compañía de Jesús de la obligación de dar cuenta de conciencia, pues parece demasiado
duro y ajeno del oficio del superior exigirlo…
- No se ve cómo en aquellas cosas que no están en la regla, sino que solo las insinúa el
superior, «ad signum voluntatis suae» (a una señal de su voluntad), se pueda ejercitar la
virtud de la obediencia.
Porque Sto. Tomás dice (S. Th. II-II, q. 104, a.2 ad 3): «El objeto propio de la obediencia
es el precepto». Luego donde no hay precepto, no hay obediencia; y mucho menos perfecta
obediencia. Y eso se confirma y urge.
- ¿Cómo puede ser obediencia perfecta, pero ni siquiera obediencia, lo que no solo no es
según la Regla, sino praeter regulam (más allá de la Regla)? ¿Cómo en aquello que está fuera
de la Regla, se puede tener obediencia según la regla?
Parece que esto envuelve contradicción. Oposición a la Regla.
- Parece una exageración decir que toda obra hecha por obediencia es opus máximum
(obra máxima) delante de Dios y que se le debe preferir a otra aun perfectísima.
- Acerca de la extensión de la obediencia, ¿qué se debe hacer en el caso de que se dude si
es o no pecado lo que se manda? ¿Basta la duda para dejar de obedecer?
- Cómo el superior sea vicario de Cristo. Dice La Reguera en la obj. 4: «Parece que es una
exageración lo que se dice de la obediencia religiosa, que se piense siempre que es Cristo
quien manda en el superior. Ahora bien: este es puro hombre, y quizá no mejor que los
otros; a veces peor. Luego no es prudencia espiritual obedecer de la misma manera al
superior bueno que al malo, lo mismo al prelado que a Cristo».
El mismo La Reguera insinúa una solución diciendo que hay que tomar estas
expresiones (los prelados hacen las veces de Cristo…) en su verdadero sentido; y si se
manda algo malo o contra la regla, es la excepción que confirma la regla…Pero esta es una
solución demasiado general.
N. B.: Frecuentemente en este punto hay una confusión que trae dificultades e
impide la solución verdadera; se ve el problema como si no hubiera ninguna diferencia entre
obediencia humana y divina. Tal vez, con una forma dura, pero con verdad, dice Urdanoz
(“Ciencia Tomista”, Teología de la obediencia religiosa, 83 (1956), p. 267): «Contra opinionem
sanctorum et auctorum spiritualium qui semper inculcant normam videnti Deum in superiore,
theologi resolvunt obedientiam religiosam esse obedientiam fundamentaliter et substantialiter
humanam, quae praebetur mandato hominum cum caracteribus humanis» (Contra la opinión
de los santos y autores espirituales que siempre presentan la norma viendo a Dios en el
Superior, los teólogos declaran que la obediencia religiosa es fundamental y sustancialmente
humana, que es presentada como mandato de los hombres con características humanas). De
esto habla el P. Nadal (Medit. in Dominica n.2 post Pent).
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En el artículo antes citado (p. 261) propone el P. Rahner uno de los puntos claves de
las dificultades: Yo me pongo bajo la obediencia al entrar en religión; podía no entrar…
¿Cómo se justifica el ponerse bajo la potestad de otro, potestad que Dios no me ha
impuesto por iniciativa suya? ¿Por qué entonces he de ver a Dios en el superior? ¿Por qué
me va a tener que guiar por medio de él? ¿No será mejor que retengamos nuestra propia
voluntad y libertad?
1. ¿Cómo, con qué método, se debe justificar el orden de la obediencia religiosa en general?
2. ¿Cómo sé que el superior religioso es para mí, en todas y cada una de sus órdenes, Vicario
de Cristo, y que me muestra la voluntad de Dios?
3. ¿Realmente este orden concreto de obediencia lleva consigo el que el superior en todas y
cada una de sus órdenes represente a Cristo?
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(Pío V había quitado a la Compañía el privilegio de no tener coro y que el Padre
General fuera ad vitam (vitalicio). Después, en tiempo de Gregorio XIII, se concedió volver a
lo anterior). El P. Nadal escribió al Cardenal Borromeo para que hablara con el Sumo
Pontífice, dándole razón del Instituto (año 1572) y le propuso el asunto en esta forma (MN,
v.4, p.168): «A este espíritu, a este Instituto, a estas aprobaciones, principalmente de la
Sede Apostólica y del Concilio Ecuménico, hemos creído en Cristo; fiados en ellas hemos
ejercitado nuestros ministerios». Y en la página 170: «Y nosotros a la verdad, de tal manera
nos sentimos (versamur) en nuestro modo de proceder (Instituti ratione) y observancia,
después de la confirmación de la Sede Apostólica, que creemos es el principio de nuestra
vocación, no admitimos ninguna duda; juzgamos que todo ha venido de Dios; confiamos en
Cristo que son tales estas cosas, en las cuales no puede errar la Sede Apostólica. Si estas
cosas no fueran verdaderas y firmes, no hubieran podido aprobarlas, ni la Sede Apostólica ni
el Concilio; […] ni nos apoyamos en los solos argumentos que pueden traerse para
comprobar la razón de nuestro Instituto, sino que únicamente nos basamos en la autoridad
y el espíritu aprobado por la Sede Apostólica. […] Porque en primer lugar creemos que son
verdaderos y útiles; luego presentamos razones con que los confirmemos y defendamos –
guardada la debida proporción– como hacemos con los dogmas de la fe católica. Porque, si
obráramos de otra manera, parecería que creemos no tanto a la Sede Apostólica y al
Espíritu de Dios, cuanto a la aprehensión y juicio de nuestro ingenio». Afirma que esto vale
de cualquier orden religiosa y trae el ejemplo de Sto. Domingo y de S. Francisco (pág. 166).
Aduce luego los inconvenientes que se seguirían de la mutación del Instituto (p.171):
«Nosotros nos apoyamos en la misma aprobación, si después el Sumo Pontífice cambia (lo
que primero aprobó) quam fidem habebimus? Cui fideremus?... » (¿Qué confianza tendremos?
¿En quién confiaremos?).
(In Arch. Rom, S.I., Instituti n: 221, folium 270): Tractatur de obedientia: Spiritu,
spiritualiter, intellegendo ex autoritate (approbatione Ecclesiae), deinde ex ratione (Se trata de
la obediencia: espíritu, espiritualmente, entendiendo sobre la autoridad (con aprobación
eclesiástica), después sobre la razón). La Iglesia no aprueba el sentido escolástico de la
obediencia, sino el modo de obediencia propio de una Orden.
Hay, pues, que proceder e investigar spiritu.
2. ¿Cómo sé que el superior religioso es para mí, en todas y cada una de sus órdenes,
Vicario de Cristo y que me muestra la voluntad de Dios?
Ya que hay que proceder in spiritu (=ex magisterio Ecclesiae, ex determinatione
Ecclesiae) (según el Magisterio de la Iglesia, según el mandato de la Iglesia), se responde así:
a) Cristo inspiró y la Iglesia aprobó tal orden concreto objetivo de obediencia.
b) El mismo Cristo me constituyó en este orden objetivo de obediencia.
c) Luego Cristo me rige por este orden concreto de obediencia.
d) Pero es así que este orden concreto de obediencia lleva consigo no solo la entrega de
la voluntad al superior, ni solo la aceptación de esta vida coram Ecclesia (ante la Iglesia), sino
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que lleva consigo el que el superior, en todas sus ordenaciones, es el representante de Cristo
y manifiesta la divina voluntad antecedente para mayor servicio de Dios y santificación de
los súbditos.
e) Luego, en todas sus ordenaciones el superior es para mí el Vicario de Cristo y me
manifiesta la voluntad antecedente de Dios.
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puede darse en la Iglesia, es decir, que la Iglesia puede comunicar tal autoridad porque la
tiene de Cristo; y segundo, declara que de hecho aquí se ha comunicado esta autoridad.
Decimos que aprobó specifice al menos en este sentido: que no se contiene allí
ningún error dogmático:
- En las Bulas no hay ninguna dificultad. Oigamos lo que nos dice el P. Coemans: «Cum
autem Formula haec a SS. Pontificibus approbata fuerit “motu proprio, ex certa scientia”,
habemus hic, secundum communem doctorum sententiam, “approbationem in forma
specifica”, non simplicem “approbationem in forma communi”. Quare merito dicitur in Epitome:
“In ius pontificium transit praesertim Formula Instituti, seu Regula fundamentalis Societatis
primum a Paulo III, deinde, exactius et distinctius expressa, a Iulio III in forma specifica
approbata”» (n. 5,2) (Introductio in studium Instituti, Bruxellie 1937, p.32)
(Cfr.: Como esta Fórmula fue aprobada por el Sumo Pontífice “por propia iniciativa, con
confirmación específica”, tenemos aquí, según la común sentencia de los doctores, “aprobación
en forma específica”, no simplemente “aprobación en forma común”. Por lo cual se dice con
razón en el Sumario: “La Fórmula del Instituto, o Regla fundamental de la Compañía fue
declarada particularmente de derecho pontificio en primer lugar por Paulo III, después,
expresada más exacta y precisamente, por Julio III, aprobada en la forma específica”).
- Tenemos además las otras letras Apostólicas en que se aprueba el Instituto y las
Constituciones: de Gregorio XIII, “Quanto fructuosius” (1,II, 1583); Gregorio XIV, “Ecclesiae
Catholicae” (28, VI, 1591); Paulo V, “Quantum Religio” (4, VIII, 1606); Clemente XIII,
“Apostolicum pascendi” (7, I,1765); Pío VII, “Sollicitudo ómnium ecclesiarum” (7, VII, 1814);
León XIII, “Dolemus inter” (13, VII, 1886); Pío XI, “Paterna caritas” (12, III, 1933) (Confirmavit
iuridice, post Codicem Iuris Canonici) (Se confirmó jurídicamente, después del Código de
Derecho Canónico).
- Vale la pena recordar, aunque no son aprobaciones específicas, las palabras de Pío XII
a los Padres de la XXX Congregación General hablando de la obediencia: «…que os dejó
escrita S. Ignacio en la célebre Carta de la virtud de la Obediencia. Están absolutamente
fuera de la verdad los que piensan que la doctrina de esta carta ya hay que dejarla a un
lado…».
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En la aprobación, por consiguiente, hay que distinguir el elemento jurídico y el
elemento dogmático → al menos, que se da en la Iglesia esta potestad (jurídico). Que de
hecho se ejerce (dogmático).
La Bula de supresión de la Compañía no niega que fuera verdadero el orden de
obediencia aprobado por la SS., sino que por otras razones (se alegaban: vera pax
(verdadera paz), que ya era imposible que hiciera fruto, etc.) suprime el orden objetivo,
como bien puede hacerlo; porque al aprobarlo es infalible, pero no inmutable [la Iglesia].
Y tan admitido y cierto es esto que uno de los impugnadores de la Compañía,
Vicente Juliano –contra el que escribió Belarmino–, en el prólogo de su obra dirige toda su
batería contra la Carta de la Obediencia, no contra el Instituto, del que afirma: «Esse
sanctissimum, et ab Ipso Deo datum Ecclesiae, […] sed corrumpi per epistulam quandam» (Es
santísimo y dado a la Iglesia por el mismo Dios, […] pero corrompido por cierta carta). Y por eso
procura mostrar discrepancias entre la Carta de la Obediencia y los Documentos
fundamentales…
Algunas objeciones:
Se suele decir: “Todo eso vale del Instituto, pero no de fórmulas “pías” de
obediencia”.
Respondo: lo que Ud. llama fórmulas pías, es algo más que fórmulas pías. Son cosas
serias, piadosas, que pertenecen al Instituto de la Compañía de Jesús. Veámoslo:
- Son propuestas por S. Ignacio en Documentos fundamentales, no en una platiquita…
Las palabras no tienen el mismo peso en una plática que en un Documento Pontificio.
- Esas fórmulas se encuentran en las Bulas y en las Constituciones (pertenecen al
Instituto), y es bien sabido con qué diligencia se eliminó todo lo que no fuera esencial…
- No se trata de mera consideración subjetiva, de dudoso valor; eso no se pone en una
Bula…: y así, no se puede entender como una piadosa imaginación, semejante a las que el
mismo S. Ignacio se proponía en París, cuando andaba buscando a un señor para ponerse a
su servicio a fin de ganar con qué vivir, y se imaginaba que servía a Cristo cuando obedecía
al maestro, y que servía a S. Pedro cuando obedecía a otros… (Obras Completas, BAC,
p.78, nº75)
- Si el modo de hablar aquí S. Ignacio no significara más que consideraciones “pías”,
habría introducido en la Bula una forma de piedad meramente subjetiva, lo que es contra
su modo de proceder y de pensar: en la dirección espiritual no quería ni admitía reglas fijas,
inmutables… No hay que prevenir, hay que seguir a Dios. Decía que no hay error más
dañoso en la vida espiritual que querer dirigir todas las almas por un solo camino: ¿cómo
vamos a pensar que pusiera una fórmula “pía”, suya personal, proponiéndola como
inmutable y punto substancial, en un documento pontificio infalible? Es un absurdo
pensarlo…
Otra objeción: pero la Iglesia, ¿sí tiene potestad para hacer que la obediencia se
extienda aun a los actos internos?
17
Respondo: S. Ignacio y sus compañeros no ignoraban que esta doctrina no era
admitida por los moralistas, sumistas… Y conscientes de esa dificultad, sin embargo
pusieron esta obediencia…
Por lo menos podemos decir: la Iglesia usó de su potestad y la impuso al aprobar la
Fórmula. Luego…
Sin embargo, es necesario aclarar bien los conceptos:
a) La Iglesia no tiene potestad jurisdiccional de imperar los actos internos por medio de
sus leyes; ya que esta facultad se refiere al bien común, mira el orden social. Luego no tiene
nada que ver con los actos internos.
b) Pero la Iglesia sí tiene potestad, recibida de Cristo, de conducir a cada uno de los
hombres a la perfección. Luego tiene la potestad de declarar o imponer aquellas normas de
perfección, tanto a los particulares como a la comunidad, que juzgue oportunas: como
consejo ciertamente, ya que es a los que libremente quieran seguir el llamamiento de Dios;
pero si entra a esta orden religiosa, tiene que cumplirlo.
- En la Carta de la Perfección (MI, I, 1, 497-498): «Mirad vuestra vocación cuál sea […]
Porque no solamente os llamó Dios “ex tenebris in admirabile lumen suum” (de las tinieblas a
su luz admirable), […] tuvo por bien sacaros del golfo peligroso de este mundo».
- En los Ejercicios (172): «… la cual elección no parece que sea voluntad divina…».
18
- En el Directorio dictado al P. Victoria (MIg. II, 2, 94-95): el que visita al que hace los
ejercicios no le hable de vocación «sino de cosas comunes y universales del servicio de Dios;
pero ninguna cosa de la cual se pueda colegir que directa o indirectamente le quiere traer a
la Compañía […] porque es contra la regla de los Ejercicios y puridad del espíritu de la
Compañía, que no quiere sino que liberalmente y por divino instinto y beneplácito, etiam
(antes bien) si fuere posible tan notorio que no haya que dudar, se muevan a entrar en la
Compañía y no otramente. Allende que hacer lo contrario es meter la hoz en la mies de Dios
N. S.».
- El P. Nadal en la “Apologia S.I.” (MN. IV, 158): «Severamente se manda […] que ninguno
debe ser inducido, ni a nuestro Instituto ni a ninguno otro Instituto religioso, […] queremos
que nuestros novicios tengan una vocación divina…»
- El mismo Nadal en el Tratado “De Professione et Choro” (MN. IV, 167): «…multi sint
vocati ad hoc Institutum, a Deo sollicet, ut nobis est persuasum. Nullum enim recipimus in
Societatem, quem non iudicemus a Deo esse vocatum» (Cfr.: Muchos son llamados a este
Instituto, atraídos por Dios, como estamos persuadidos. A ninguno recibimos en esta Compañía
que no juzguemos que está llamado por Dios).
- MN. IV, 843: «…alia est vocatio particularis […] quos vocat, vocatione sua Pater caelestis
[…] Vocatio vera tractio quaedam Patris Aeterni est gratuita…» (Cfr.: Otra es la vocación
particular […] a los que llama el Padre Celestial con su vocación. […] La verdadera vocación
con cierta atracción del Padre Eterno es desinteresada).
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2. d) El superior es el representante de Cristo y manifiesta la divina voluntad
antecedente para mayor servicio de Dios y santificación de los súbditos
Muchas de las cosas que hemos dicho hasta ahora se pueden aplicar a la obediencia
religiosa en general; otras, mutatis mutandis, a los diversos Institutos religiosos. Ciñámonos
ya a la obediencia propia del Instituto de la Compañía de Jesús:
Pero es así que este orden concreto de obediencia:
- lleva consigo, no solamente la entrega de la voluntad propia a Dios, por medio del
superior,
- ni solo la aceptación de esta vida coram Ecclesia (en la Iglesia), sino que lleva consigo el
que el superior, en todas sus ordenaciones es el representante de Cristo, y manifiesta la
divina voluntad antecedente, para mayor gloria de Dios y santificación de los súbditos.
Se prueba la menor: se trata, pues, del sentido íntimo de la obediencia del Instituto
ignaciano, en cuanto este sentido nos muestra la naturaleza de su obediencia, y de la que se
deduce que es tal y tiene los caracteres descritos: que es obediencia inspirada por Dios –a
Ignacio– y que la Iglesia la aprobó.
Acerca de la naturaleza de esa obediencia ignaciana, se han dado muchas
interpretaciones que, si fueran verdaderas, quién sabe hasta qué absurdo se extenderían sus
consecuencias…
- Algunos piensan que el sentido de la obediencia ignaciana se deriva de su educación
palatina y militar (Así Hugo Rahner, “Ignatius von Loyola”).
- Otros quieren ver un sentido maquiavélico más crudo, como si Ignacio fuera un
“dictador” espiritual, v.g. Marcusas, “Ignatius von Loyola” (Amsterdam, 1935).
- Otros quieren solo admitir de ella la eficacia apostólica de una acción organizada, como
Jiménez Duque: “La espiritualidad ignaciana y la espiritualidad contemporánea”, Manresa,
(1956) p.479 ss.; Mogener, en “Christus” (1955) p. 413 ss.
Razón general: «Si reconocemos a los Superiores mayores el derecho de decir a los
inferiores, a los súbditos, cuál es el espíritu de su Comunidad, una cuestión, con todo, se
presenta a todos: ¿dónde encontrar la expresión objetiva de este espíritu? Los superiores
mayores no pueden decidir según su gusto o su impresión, aun con toda buena fe y
sinceridad. Si el Superior mayor es el fundador y si él ha recibido de la Iglesia la aprobación
de sus ideas personales como norma de un estado de perfección, le es siempre lícito apelar a
sus propias intenciones. Pero, en el caso contrario, deberá volver a la idea del Fundador, tal
20
como está expresada en las Constituciones aprobadas por la Iglesia. No basta, pues, una
convicción subjetiva, aun aprobada por tal o cual pasaje de las constituciones…».
También Pío XI da esta razón general en “Unigenitus Dei Filius” (Enchiridion de
Statibus Perfectionis, v.1, p. 402): «Y antes que todo, exhortamos a los religiosos a que miren
como modelo a su propio Fundador y padre, si quieren participar copiosamente y con toda
seguridad de las gracias que brotan de su propia vocación…»; pues consta que estos
esclarecidísimos varones «obedecieron a la inspiración divina…» (etcétera).
Razón particular: en el caso peculiar de la obediencia ignaciana urge la necesidad de
recurrir a S. Ignacio, porque la obediencia ignaciana es uno de los puntos en que se le debe
considerar como fons theologicus (fuente teológica), vale decir, presenta una innovación, un
aspecto nuevo en la Escuela, en el que el Santo, bajo la luz de Dios, tiene un contacto
inmediato con las Fuentes de la Revelación; y la Iglesia lo reconoce así, que refleja el
contenido de la Revelación…
Y antes de entrar a estudiar directamente a S. Ignacio para conocer la naturaleza de
su obediencia, veamos cómo esa obediencia era de hecho una actitud fundamental nueva,
en cierto sentido, aunque S. Ignacio no la hubiera conocido así, reflejamente:
1. En la Carta de la Obediencia (MI, I, v. IV, 672): «…lo cual os parecerá menos
nuevo…».
2. De los textos del P. Nadal. Cuando promulgaba las Constituciones continuamente
se le presentaba esta dificultad de exponer e inculcar elementos nuevos en nuestra
obediencia. “Pláticas”, Nicolau, p. 165: «…nuestra obediencia se debe juzgar por lo que es
propio de ella…».
«…sic nostra […] peculiares gratias habet. Haec elucet praesertim in obedientia
iudicii…» (Así, nuestra [obediencia] tiene peculiares gracias. Esta se manifiesta principalmente
en la obediencia de juicio…) (“Jerónimo Nadal”, Nicolau, p.461; también p.148). «Nemo
habeat iudicia neque contra neque praeter obedientiam» (Nadie tenga juicios ni contra ni fuera
de la obediencia). (“Pláticas”) p.127: en que les dice a los estudiantes que deben evitar el
tener juicios y propias opiniones (acerca de la obediencia), basados en lo que están
estudiando: uno de los libros en que estudiaban era la “Suma Silvestrina”, que dice que los
súbditos no están obligados a obedecer en aquellas cosas que son contra o fuera de la
regla… (Folio 25).
Existe un Canon acerca de la obediencia, del mismo P. Nadal en ARSI (Archivum
Romanum Societatis Iesu) (no publicado) que dice: «Qui appellat ad theologos –praesertim
scholasticos et summistas– in obligationibus obedientiae, inobediens est» (Quien apela a los
teólogos –particularmente a los escolásticos y sumistas- en las obligaciones de la obediencia es
inobediente) (Cfr. MI, I, 12, 661).
3. Acerca de las dificultades, apud summistas (ante los sumistas), por causa de la
novedad de esta obediencia, puede verse:
- “Summa Silvestrina” (Silvester Mazzolino, O.P.): f. 176, v: «Non tenetur in interioribus
motibus voluntatis (a obedecer), quia in iis non subditur» (Cfr.: No se mantiene en los interiores
movimientos de la voluntad (a obedecer) porque en estas cosas no se somete). Y cita a S. Th. II,
21
II, p. 104, f. 178, r: 12º: «Quaeritur… ad signum superioris; quasi nihil apparet in Summa
Silvestri circa principium obediendi superiori sicut Deo. (Cfr.: Se pide un signo del superior; casi
nada aparece en la Summa Silvestrina acerca del principio de la obediencia al superior como a
Dios). Lo insinúa y no lo rechaza. Solo la voluntad preceptiva del superior es la norma de la
obediencia: el objeto de la conformidad (dice): quoad Deum = eius voluntas; quoad
superiorem = praeceptus concretum (Cfr.: en cuanto a Dios: su voluntad; en cuanto al superior:
el precepto concreto).
- Fumus. “Ius Canonicum” (1554): F.407 (En la paginación corregida.); f. 168, nn. 2, 3, 7, 8;
f. 368.
- A esta novedad atacaban muchos en sus objeciones; cfr. P. Santa Cruz apud Astrain.
Pueden verse las refutaciones:
- Ribadeneira, “De Instituto S.I.” c. 25-28.
- Belarmino, “Tractatus de obedientia”.
- Suárez, “De Religione S.I.” T.X.L. 4, c. 13 y 15.
- Nadal, Manarcus (se extiende a todo lo que no sea pecado).
Resumiendo, se puede enunciar así el argumento:
La concepción objetiva en la obediencia ignaciana era nueva en cierto sentido, no
deducida de los autores de entonces:
Es así que vemos por otra parte que es conforme con la Revelación y la Iglesia la
aprobó.
Luego, San Ignacio tomó inmediatamente (elementos…) en cierto sentido, de las
fuentes de la Revelación, y bajo la dirección del Espíritu Santo.
Y según esto, es verdadero fons theologicus y debemos acudir a él con el fin de
entender su obediencia.
(La parte que falta de la menor se confirmará más adelante ex Scritura et traditione
{de la Escritura y la Tradición}).
22
INVESTIGACIÓN HISTÓRICA
23
La obediencia ignaciana, como tal, no fue un punto inicial de la vida espiritual de
Ignacio: vino a aparecer completa después de 17 años.
Fuente principal
1. Accediendo a los deseos de sus compañeros dictó Ignacio su “Autobiografía” al P.
González de Cámara: en ella describe, con una originalidad histórica constante (cosas
que a otros no han sucedido), la intervención sobrenatural para llegar a fundar la
Compañía de Jesús, (MI, FII, I,354). El P. Nadal dice en el Prefacio de la “Autobiografía”:
«[…] peto a Patre atque obsecro, ut nobis vellet exponere, quemadmodum ad initio suas
conversionis illum Dominus gubernasset, ut nobis illa expositio esse posset loco testamenti
et paternae institutioni. (Le pedí constantemente al Padre que quisiese exponernos el modo
como Dios le había dirigido desde el principio de su conversión, a fin de que aquella relación
pudiese servirnos a nosotros de testamento y enseñanza paterna)».
24
ESQUEMA DE LOS ELEMENTOS DEL PROCESO HISTÓRICO
EN SAN IGNACIO
Desarrollo:
I. Docilidad radical, que es, con la consolación espiritual, el principio interno del
proceso espiritual en S. Ignacio, que debe permanecer bajo la obediencia y que esta supone.
Muy bien lo expresan las palabras escritas sobre el sitio en que Íñigo se convirtió, en Loyola:
«AQUÍ SE ENTREGÓ A DIOS ÍÑIGO DE LOYOLA». La primera noticia, el primer rasgo de
Ignacio es, pues, su entrega a Dios, su religiosa oblación a Dios («Quid me vis facere? » (¿Qué
quieres que haga?), «Ecce ancilla Domini» (He aquí la Esclava del Señor), «Ecce venio» (He aquí
que vengo)…)
Más adelante en los EE.EE. «…con grande ánimo y liberalidad […] para que su Divina
Majestad, así de su persona como de todo lo que tiene, se sirva» (5): es como germen de la
docilidad. «Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación…» (Contemplación del
Reino -98-): es la médula, el centro. «Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad…»
(Contemplación para alcanzar amor, -234- ): es la perfección, la consumación de la
docilidad.
Lo mismo en las Constituciones, se supone esa dócil oblación: «…se recibiesen en
ella (en la Compañía) personas ya deshechas del mundo y que hubiesen determinado de
servir a Dios totalmente…» (Examen, 4,1).
25
Luego la oblación de la vocación ignaciana es, fundamentalmente, conversión
afectiva del alma que se abandona a la moción de la gracia.
Pero esta oblación no fue instantánea en S. Ignacio, ni clamorosa como en San
Pablo, sino suave («…un ánimo encendido de Dios», Autob. n. 9), «como gota de agua que
entra en una esponja» (335), mientras leía libros espirituales, como si ese fuego de Dios no
se distinguiera de los nobles sentimientos del mismo Ignacio.
Ese fuego divino lleva ya desde el principio el elemento: discreción de espíritus
(consolación espiritual). No precisamente del estudio directo de sus pensamientos, sino del
fruto de ellos (consolación concomitante y consiguiente; aridez, desolación): «…empezó a
maravillarse de esta diversidad y a hacer reflexión sobre ella, cogiendo por experiencia que
de unos pensamientos quedaba triste, y de otros, alegre, y poco a poco viniendo a conocer
la diversidad de los espíritus que se agitan, el uno del demonio y el otro de Dios» (Autob. n.
8)
Tiene desde entonces en la práctica, un método de hacer elección (2º tiempo) (176).
Y de ello sacó en conclusión que habría de seguir solamente los deseos que vienen de Dios.
Y, en primer lugar, abandona su casa, sin dudar…
Esta prontitud y constancia en seguir las mociones de la gracia es como la chispita
inicial del espíritu y de la santidad de Ignacio (véanse Reglas de conocimiento de esp. 316 y
ss.). De él cuenta el P. Laínez: «…No entendía casi nada de las cosas de Dios; pero era de Él
ayudado, especialmente en la virtud de la constancia y fortaleza» (Ep. P. Lainii, PN, I, 78).
(También carta a Sor Teresa Rojadell, MI, I, 1, 101-106).
De aquí el equilibrio de S. Ignacio, pues era dócil a la gracia; y su originalidad (MI, IV,
i, 160,481): la gracia lleva a cada uno por su propio camino…
Toda su vida fue un buscar y seguir la moción divina: solía decir que sin consolación
(sentido ignaciano) no podía vivir. Cfr. Ribadeneira De Actis S. P. I. 31, p. 338 y 33, p. 339.)
Corolario
Si la vocación de Ignacio supone continuamente presente la consolación espiritual
(cfr. plática del P. Nedrus: Consolación, 2), supone también, naturalmente, un especial don
de castidad, ya que la castidad hace al corazón sensible a los toques del Espíritu Santo. Esta
castidad es el amor divino que aparta de todo lo que la pueda manchar: es el corazón limpio
ante los ojos de Cristo. Ignacio tuvo este don ya antes de salir de Loyola: «… cuya vista (de la
Virgen) por espacio notable recibió consolación muy excesiva, y quedó con tanto asco de
toda la vida pasada, y especialmente de cosas de carne…» (Autob. n. 10, FN. I, 374). El voto
de castidad: «… y porque tenía más miedo de ser vencido en lo que toca a la castidad que en
otras cosas, hizo en el camino voto de castidad…» (Ep. P. Lainii, n. 5, FN, I, 76).
Esta docilidad inicial no supone la obediencia, no basta para instaurar el régimen de
la obediencia. De su modo de proceder entonces, aparece que no tenía Ignacio ni una
obediencia pedagógica: Dios mismo lo dirigía (Autob. nn. 14, 17: sobre las penitencias que
26
se proponía; la vela de armas). Tenía su confesor, pero no era su director espiritual (Autob.
nn. 24,25: los ocho días sin comer por los escrúpulos; «mas venido el domingo, que era
menester ir a confesarse, como a su confesor solía decir lo que hacía muy
menudamente…»). Los mismos ejercicios no se dirigen a un régimen de obediencia:
aparece solo la obediencia en Nazaret… pero nada de obediencia religiosa. En uno de los
puntos capitales de ellos, las elecciones, dice en cambio: «… que aquel amor que me mueve
y me hace elegir tal cosa, descienda de arriba del amor de Dios» (184).
Cuando más tarde, a la luz de la consolación, se determine a poner la obediencia,
esta supondrá y perfeccionará este carácter: la docilidad, que continuará en adelante, pues
todos los que quieren seguir a Ignacio han de experimentar el camino de Ignacio (MP, 181-
182). La regla de conducta para sus seguidores será «la ley interna de la caridad y amor…»
(Proem. Const. 134) unida a una castidad angélica (de la que los primeros compañeros
hicieron voto en Montmartre, y de pobreza, mucho antes de que entrara la obediencia), que
la fórmula del Instituto presupondrá como una cosa obvia y por la que el hombre es llevado
a la indiferencia afectiva. La obediencia como régimen es, en su última esencia, docilidad a
la gracia… y usque ad mortem (hasta la muerte). S. Ignacio nos dice en el nº1 de los once
puntos circa obedientiam (acerca de la obediencia) dictados al P. Juan Felipe Vitio: «A la
entrada de religión, o entrando en ella, debo ser resignado en todo y por todo delante de
Dios N. S. y delante de mi superior» (FN, I, 595). El secreto de la obediencia ignaciana se
basa en el fuego del amor de Dios casto y “consolante” que establece al alma fiel en la
simplicidad de la indiferencia afectiva en relación con las criaturas.
II. Mayor servicio de Dios: segundo elemento básico, que dijimos era la norma
formal (Cfr. pág. 25).
Ignacio convaleciente dejó Loyola, no por los obstáculos que allí se le pondrían a su
santificación, sino movido de un gran amor: porque allí no podría hacer los extremos que
pensaba para servir a Dios. (Autob. n. 12). Siempre desde entonces se dirigirá a buscar el
mayor servicio de Dios. A su tiempo, un día, vendrá la obediencia para designar este mayor
servicio de Dios.
¿Y qué entendía él por mayor servicio de Dios?
«…con grandes deseos de servirle en todo lo que conociese […], no teniendo ya tanto
ojo a satisfacer por sus pecados, sino agradar y placer a Dios» (Autob. n.14). Esos deseos lo
llevaron a las grandes penitencias, a Montserrat, a Manresa… (FN, I, 74).
Para Ignacio, servicio de Dios era consagrarse a hacer su beneplácito, a agradar a
Dios (no precisamente hacer obras de apostolado). Su corazón de penitente serviría a Dios,
como hasta entonces había servido a su dama. Porque “servicio” para él sonaba lo mismo
que “amor”: servicio en el amor = abrazar como fin propio, con amor, la voluntad de Dios
amado: obedecer en el amor. (Cfr. Diccionario de Covarrubias).
27
Por lo tanto, el mayor servicio no era hacer grandes empresas que Dios pudiera
necesitar, salvar innumerables almas; su ideal no era aún apostólico: era hacer de la mejor
manera posible lo que Dios quería de él. ¿Dónde? El desierto, la Cartuja… no los excluía del
mayor servicio de Dios. «Servir a Cristo en pobreza y humildad» según lo que dice en los EE.
(146-147). Sale de Loyola… y luego va a Jerusalén, como una oblación inicial, pero todo está
aún indefinido: a medida que se vayan presentando las ulteriores indicaciones de la
voluntad divina, se irá entregando a ellas (MI, I, 1, 86).
Tampoco el mayor servicio de Dios vemos que basta para que instaure el régimen de
obediencia: induce, sí, a una obediencia evangélica: «quae placita sunt Ei facio semper»
(Hago siempre lo que le agrada), pero no a someter la propia vida a un intérprete humano…
De hecho, S. Ignacio, en este tiempo, vio su vida encuadrada bajo la obediencia, pero como
la vida de todo buen cristiano…
Estudiando la actitud de S. Ignacio entonces, podemos deducir:
- No pertenece al hombre escoger, por su gusto, el régimen de obediencia. Una
obediencia con base arbitraria y convencional no es virtud de obediencia (contra Rahner). La
virtud de la obediencia exige conformidad con la voluntad divina.
- No busca Ignacio la obediencia per se ipsam (por sí misma). Obediencia y sujeción son
cosas indiferentes: solo si Dios lo quiere (docilidad).
- Ignacio abraza las obediencias que se le ofrecen, en todo ese tiempo, en un orden
providencial concreto: de 37 años de edad, va a la escuela a estudiar 8 años porque Dios
quiere; piensa buscar un amo para ganar con qué vivir… En los EE. dirigirá a la obediencia si
Dios lo quiere…
Bajo la obediencia permanecerá y se perfeccionará esta actitud de mayor servicio
divino.
En el tiempo de las deliberaciones una de las razones de imponer la obediencia será
para poder encontrar el mayor servicio divino: así, la subordinación al Sumo Pontífice se
hace como a intérprete de la divina voluntad. Servire Ecclesiae (servir a la Iglesia) no es hacer
grandes obras en servicio y gloria de la Iglesia, no es ayudar a la Iglesia por nuestra cuenta y
riesgo, sino que la Iglesia, el Sumo Pontífice, use de nuestro ministerio en la forma que Él lo
desee. En la fórmula de Paulo III las palabras «soli Domino ac Romano Pontifici servire» (servir
solo al Señor y al Romano Pontifice), que podrían aparentar un sabor de jactancia, fueron
cambiadas en la de Julio III en: «soli Domino ac Ecclesiae, Ipsius sponsae, sub Romano
Pontifice […] servire» (Servir solo al Señor y a la Iglesia, su Esposa, bajo el Romano Pontífice).
Lo que le agrade a Dios y a su Representante en la tierra.
28
199). Peregrino se consideró toda su vida, hasta ser elegido Prepósito General de la
Compañía de Jesús; y peregrino espiritual permaneció siempre, aun aquellos 15 últimos
años de su vida que permaneció en Roma, de donde salió solamente tres veces (Tivoli,
Nápoles): el P. Cámara lo sigue llamando “el peregrino”; «Io dipoi queste cosa narrate,
domandai el pelegrino…» (Yo, después de narradas estas cosas, pregunté al peregrino…)
(Autob. n. 99).
El sentido de este destierro para S. Ignacio no era huir de las dificultades que se le
pudieran presentar en su casa de Loyola, ni por una razón propiamente ascética, que no la
conocía aún, sino por el buen deseo de mayor servicio de Dios; y aunque más tarde no
revista la noción de traslación geográfica, sí la de separación afectiva.
Esta idea de destierro no basta para introducir la obediencia, pero, en cambio, esta
actitud de destierro, de separación, permanecerá y se perfeccionará bajo la obediencia. Tal
fue la vida de Javier, de Fabro, de Laínez…: «… in vinea Domini ibi peregrinati fuerint…» (en la
viña del Señor serán peregrinos…). Paulo III; «existimare se semper peregrinum…» (Siempre se
consideró peregrino…) (Exhortationes Canisio, p. 448).
La misma obediencia al Sumo Pontífice debe retener esta nota: no puede
mandarnos permanecer siempre en una ciudad concreta, está expresamente excluido. Ni
tener cuidado espiritual de mujeres, ni dignidades, ni otras obras fijas, ni tampoco el P.
General lo puede mandar; escribía S. Ignacio: «Pontifex iubest fieri Episcopus (in Abisinia),
quia ego non possum» (Cfr.: El Pontífice manda que sea nombrado Obispo (en Abisinia), porque
yo no puedo) (MI, I, 8,698). Y la razón de todo ello es porque impediría la movilidad y el estar
dispuestos para acudir a donde fuera necesario y el Papa lo mandara.
«Haga cuenta de dejar el padre y la madre y los hermanos y hermanas y cuanto tenía
en el mundo […] como quien es muerto al mundo y al amor propio y vive a Cristo N. S.
solamente, teniendo a Él en lugar de padres y hermanos y de todas las cosas» (Ex. 4,7). Esta
es la vocación de Ignacio: de peregrino.
Sentido de la palabra missiones en las Constituciones (MI, III, m1, 159): divisiones seu
missiones (Cfr.: distribuciones o misiones), con separación afectiva de todo lugar, más aún del
propio juicio y voluntad.
29
terribles penitencias que tenía pensado» (Autob. n.12). Siempre conservó su afecto a los
Cartujos (Cfr. Nouv. Rev. Theol. 1956).
El hombre ideal para Íñigo, cuando dejó su casa, era S. Onofre (Leturia Estudies Ign. I,
97). Su búsqueda de Dios es esencialmente solitaria: en su casa, enfermo, Montserrat,
Manresa (Est. Ign. I, 113 ss.). Y más tarde nunca se reprendió de exageración en esto:
espantosas penitencias, 7 horas de oración diarias y todas ellas de rodillas (Autob. n. 26).
De camino para Jerusalén: «Y aunque se le ofrecían algunas compañías no quiso ir
sino solo; que toda su costa era tener a solo Dios por refugio […] y que esta confianza y
afición y esperanza la quería tener en solo Dios» (Autob. N. 35-36)
En tiempo de los estudios, los días de fiesta se iba a la Cartuja (MB. 615). Los votos
en la soledad de Montmartre… La profesión en S. Pablo Extramuros longe ab omni rumore
(lejos de todo ruido). En las deliberaciones de la obediencia piensa retirarse a la soledad 40
días a orar y pensar… (cf. Const. I, 1-7).
Todo esto en el orden material. Pero la soledad para Ignacio no estaba ligada al
desierto. En Manresa vivía en el hospital porque era peculiaridad de su vocación la
convivencia de la soledad con la vida evangélica: «hallar a Dios entre los mendigos». Pero
esto suponía que ya antes le había encontrado en la soledad (Cfr. Danielou, “Christus”,
1956). En medio de las más diversas ocupaciones siempre permanecerá en la unión divina; a
los hombres los verá como imágenes de Dios. El testimonio más elocuente de esta soledad
espiritual con Dios es su “Diario espiritual”, es el retrato de un extático: era entonces
General y en Roma… Se ve una nube más densa entre Ignacio y los hombres que entre
Ignacio y Dios. Uno que leyera el “Diario” sin saber de quién es, nunca diría que se trataba de
un hombre activísimo y ocupado en muchos negocios materiales.
Pero tampoco la soledad con Dios fue suficiente para introducir el régimen de
obediencia. La obediencia no ocupa un lugar esencial en la vida de Ignacio en esta época; su
vida de oración en soledad es dominio reservado a la dirección espiritual: Deus est abbas
eremitae (Dios es el abad del ermitaño). Y aunque al principio de la vida de oración, sobre
todo, se necesita la discreción de espíritus, Dios fue el único Maestro de novicios de Ignacio,
que experimentó las indiscreciones de la ignorancia. Dios, como buen maestro, no le
impidió las experiencias del fervor indiscreto.
Pero sí permanecerá esta soledad y será perfeccionada bajo el régimen de la obediencia:
la soledad afectiva y efectiva serán el carácter del Instituto ignaciano:
• «Curetque primo Deum […] ante oculos habere» (Y procure tener ante los ojos siempre
primero a Dios) (Fórmula).
• La misma vocación muchas veces se siente o se madura en el retiro de los Ejercicios.
• Los mismos estudios tendrán una función de purgación de los sentidos, de
apartamiento de la vida activa para formarse.
• Cuando el P. Oviedo pidió a S. Ignacio 7 años para retirarse a la soledad (cfr. Ep. Mix I,
467), no lo juzgó un absurdo, sino que le contestó que le parecía difícil por ser un ejemplo
peligroso para el modo de proceder de la Compañía y que habría que pensarlo mejor (MI, I,
2, 56-57).
30
• Las mismas Constituciones (VI, 2,5) admiten que se pueden retirar a la casa de campo a
recogerse: «… ni posesiones algunas […] fuera de lo que para su habitación o uso necesario
o muy conveniente les fuese; como sería si se tomase para los que convalescen, y se
recogen para insistir en las cosas espirituales».
• Los EE.EE. llevan a la soledad con Dios, inmediata: sola con su Criador y Señor, los
puntos con breve y sumaria declaración… En el religioso que vive en la Compañía, la
autoridad, en lo que toca a los ejercicios espirituales de oración, tiene función de consejera y
guía solamente; no ha de obstaculizar las relaciones directas del alma con Dios (Cfr. MN, IV,
652). Y esto vale mucho más en los que ya han hecho los últimos votos: «…no parece darles
otra regla en lo que toca a la oración, meditación […] sino aquella que la discreta caridad les
dictare».
Podría parecer que, sumergidos en esta soledad, nos hallamos lejos de la obediencia. En
realidad, estamos en su centro: nuestra voluntad se transforma íntegramente en la voluntad
divina.
31
espiritual, es la práctica permanente y habitual del tercer grado de humildad; y viceversa, la
práctica de la tercera manera de humildad es la mejor preparación para la sincera
obediencia de juicio. En las deliberaciones sobre la obediencia (1539) una de las razones en
pro de la obediencia y propuesta por S. Ignacio, fue: «Item, nihil ita prostrat superbiam
omnem et arrogantiam quam obedientia. Nam superbia magni facit ut sequatur propium
iudicium et propiam voluntatem, nulli cedens, ambulans in magnis et in mirabilibus super se;
contra vero per diametrum pugnat obedientia; semper enim sequitur iudicium alienum et
voluntatem alterius, omnibus cedit, et humilitati, quae inimica est superbiae, quam maxime
sociatur» (Pues nada postra tanto toda soberbia y arrogancia como la obediencia. Pues la
soberbia tiene en mucho seguir su propio juicio y su propia voluntad, sin ceder en nada, y el
caminar en pos de grandezas y pompas más altas; en cambio, la obediencia le es
diametralmente opuesta, pues sigue siempre el parecer ajeno y la voluntad de otro, ante todos
cede, y va asociada grandemente a la humildad, que es enemiga de la soberbia) (MI, III, 1, 7).
La obediencia es «humilitatis assiduum exercitium» (ejercicio asiduo de humildad). Ella
da al religioso el estar unido con Cristo, por la subordinación al superior, pero al mismo
tiempo le da el seguirlo en la vía de la cruz y de la humillación: para un hombre formado
dejar su determinación, prudentemente establecida en cosas en que es competente para
juzgar, y abrazarse con la determinación del superior, es una humillación más grande que
cualquier injuria… (Y no se venga con el cuento de que es “complejo de inferioridad”: está
precisamente en el extremo opuesto.)
32
Y no es que tuviera ninguna prevención contra la caridad organizada; en realidad,
por entonces él organizó muchas cosas; pero más bien suscita y coordina las buenas
voluntades, no las centraliza: era su tendencia.
Admitió siempre la supervigilancia de la Iglesia y estaba subordinado a Ella: ejercía
su vida apostólica abiertamente; nada ocultaba. Pero sí defendió el principio de la interna
libertad. Vg., así como en Alcalá, cuando el Vicario General le ordenó que no usara vestido
especial, obedeció (Autob. n. 58); en cambio, en 1527, recibida sentencia del tribunal de
Salamanca en que se alababa su vida, doctrina y obras, pero en que se le mandaba que en
cuatro años (mientras estudiaba) no predicara ni determinara sobre qué era pecado mortal y
venial, Ignacio respondió que así lo haría, pero que no aceptaba la sentencia, «puesto que
sin condenarle en ninguna cosa le cerraban la boca para que no ayudase a los prójimos en lo
que pudiese» (Autob. FN. I, 460, n. 70), y abandona Salamanca.
A lo largo de su vida, aun en los últimos años, nunca se reprendió de esta manera de
proceder como menos perfecta. Otra cosa sería si él se hubiera puesto bajo una autoridad
diocesana: no se movía, pues, como suele decirse, por liberalismo, insubordinación o
naturalismo. En su vida de laico, llevó a la práctica y a la perfección la obediencia común a la
jurisdicción de la Iglesia, en donde ciertamente no aparece la obediencia de juicio, pero se
acomodó a las más insignificantes maneras de ver de la Iglesia.
Esa santa libertad interior también la ejercitó cuando el Papa intervino
arbitrariamente (= sine documento autoritatis) y se opuso a la conservación integral de la
Compañía, ya jurídicamente aprobada por la misma Sede Apostólica. Resiste con todos los
medios, mientras no le sea mandado expresamente por el Papa, a cosas que iban contra el
Instituto aprobado por la Santa Sede. Y no se puede decir que no tenía obediencia de juicio,
porque esta no versa sobre la obediencia jurisdiccional…
En casos parecidos, puede existir la misma obligación del súbdito con respecto al
superior, es decir, de procurar enderezar las cosas por el camino por donde deben ir, cuando
van torcidas (vg. cosas arbitrariamente mandadas contra el Instituto…).
En cambio, cuando se trataba de hacerlo General, aunque le parecía que no era esa la
voluntad de Dios, -por su humildad-, deja todo en manos de su confesor, diciendo «…que él
se confesaría generalmente de todos sus pecados, […] descubriría todas sus enfermedades
y miserias corporales; y que después que el confesor le mandase en lugar de Cristo N.S. o en
su nombre le diese su parecer, […] sí aceptaría o refutaría el tal cargo, haciendo primero
oblación de la sentencia de su confesor un punto o no saldría, etiamsi (supuesto que) el Papa
le mandase al contrario, donde no fuese convencido de pecado» (FN. I, 19).
Esta actitud de S. Ignacio en los diversos casos, relativamente autárquica, nos
subraya dos principios de gran importancia:
a) En la espiritualidad cristiana, todos los hombres son llamados a realizar el bien de
que son capaces dentro de su vocación particular (= edificar). Este bien es sofocado por el
espíritu de centralización, de fiscalización que quiere meter a todos en su propio carril, en
bien de una obra organizada (vg. la Acción Católica mal entendida, que no admite otras
33
asociaciones u obras de apostolado…). Las obras individuales solo exigen la supervisión de
la Iglesia y no es preciso un demasiado control.
b) La obligación de ayudar a los prójimos. Dios ha confiado a todo hombre el cuidar
en cierta manera de sus prójimos, a título de fidelidad a la gracia (no bajo pecado, a no ser
en casos particulares). Existe un cierto mandato, cierta misión espiritual.
Pero toda esta actitud con respecto a los prójimos no introduce el régimen de
obediencia. Pero en cambio, la obediencia sí perfeccionará estos caracteres y facilitará el
apostolado de la Compañía: Cfr. Const. VI. 1,1: de lo que toca a la obediencia, de donde
están tomadas las RR. 33-36.
Y así, a los Hermanos Coadjutores se exhorta a que presentándose ocasión, se
esfuercen en aprovechar con pías conversaciones al prójimo…
También mandan las Constituciones que los que se hallan en misiones vean en qué
pueden trabajar en bien de las almas, fuera de aquello a que fueron destinados.
La obediencia ignaciana presenta la plena “eflorescencia” al espíritu de iniciativa
evangélica. Se dirige a formar hombres capaces de ser enviados sin que se presenten
obstáculos de ninguna naturaleza…
5. Asociación
Ignacio es social; su gusto por la soledad no era temperamental en él. Le agrada
conversar de las cosas divinas; acepta cuando se le invita a comer. De estas conversaciones
espirituales sacaba fruto (MI, I, 1, 97). Emprende largos viajes para hablar con personas
espirituales «aunque estuviesen en ermitas lejos de la ciudad»; pero no las pudo hallar que le
ayudasen como él deseaba… (Autob. FN. I, n. 21 y 37).
El oficio de S. Ignacio fue cooperar con la Providencia en la formación de los
compañeros (Obras, BAC, pág. 65, nota). Pero los compañeros definitivos los encontró en
París. La tendencia de Ignacio era ayudar a los compañeros, más bien que ser ayudado por
ellos; más aún, el auxiliar a los compañeros es para él el punto principal del ayudar a los
prójimos (PN. II, 8), y así ellos podrán después ayudar a todos. El fin de la asociación era la
mutua edificación. (Cfr. la narración de Fabro: FN. I, 32-33; ídem Rodríguez MH. Broet, 460).
Todos siguen a Cristo, no a Ignacio. Están sub Iesu (bajo el dominio de Jesús). Pero
Ignacio sí les infunde los elementos de su propia vocación y si viven con él lo hacen con
plena libertad. Todos son iguales: y así la fórmula de institución en la Bula se dirige,
nominatim (personalmente), a cada uno de los diez compañeros.
Así, pues, la asociación no induce per se (por sí) el régimen de obediencia. En París,
1534, hacen voto de castidad y de pobreza para cuando terminen los estudios; pero ni se
menciona, ni se vislumbra el voto de obediencia. Para que se conserve el orden,
semanalmente tienen una reunión.
34
deliberación común; y suele haber una tranquila unanimidad puesto que van a la oración
antes de las deliberaciones. La mayoría están dispuestos a renunciar a su parecer, puesto
que buscan únicamente la voluntad de Dios: por eso, al final siempre hay unanimidad, pues
una parte somete su propio juicio.
Esta prontitud ascética a renunciar a su propio juicio en bien del conjunto, del bien
común, es la base de la futura obediencia de juicio.
Hasta entonces tenían una conciencia de la bondad del régimen de vida que llevaban
y de que Dios estaba contento: consideraban completo el holocausto. Es cierto que Ignacio
tuvo preponderancia moral y de consejo (MH. Rod. 453). Pero cuando se ausentó de París,
dejó a Fabro para que hiciese las veces del hermano mayor (M. Fr. I, 104-105); y Fabro fue el
que pidió al Papa la facultad para dirigirse a Jerusalén. Parece que Ignacio quería orientar las
cosas para que Fabro fuera el que mandara más tarde… Un paso hacia la obediencia
aparece, en cierto modo, cuando en Venecia se dividen por ternas y cada uno mandaba una
semana y luego durante un mes. Ignacio obedecía, como todos, por turno. Pero esto no es
todavía el régimen de obediencia; es lo mínimo estrictamente necesario para la vida de
grupo. La Compañía fue antes vida juntos que organización. Y esta igualdad fraterna no
desaparecerá ni aun cuando se estableció la obediencia (Cfr. Const. VIII). En las cosas de
mucha monta se debe pedir el consejo de la mayor parte… La potestad ejecutiva del
General es total, pero solo ad aedificationem (para edificación) (C. IX. 3,1). Deficiencias del
General (C. IX, 4). La Compañía SE gobierna por medio de los superiores. El General es un
hombre enteramente gobernado y controlado. (Const. VII, 2, 1; MI, III, 3, 202) (C. IX).
6. Obediencia al S. Pontífice
Punto clave. La Autobiografía termina con la sentencia a favor de Ignacio en el
proceso romano (Autob. n. 98; MI, IV, 1, 627). Ignacio pone punto final a la prehistoria de la
Compañía de Jesús. Deja de ser el iniciador de la comunidad jerosolimitana, para
convertirse en el prototipo de los que «…sub crucis vexilla Deo militare, et soli Domino ac
Ecclesiae Ipsius Sponsae, sub Romano Pontifice… per verbi Dei ministerium…» (… servir a Dios
bajo la bandera de la cruz, y solo al Señor y a la Iglesia, su Esposa, bajo el Romano Pontífice…
para servicio de la Palabra de Dios…) quieren servir… Y todo el cambio viene porque se lo
mandó el Papa; ya no hay viaje a Jerusalén, por lo tanto, ¿cuál es, pues, el sentido de la
obediencia ignaciana?
Podría decir alguno que el sentido se podría deducir de las motivaciones contenidas
en la Bula, pero no es allí la fuente segura: no tienen la fuerza de la Bula; son solo raciones
jurídicas, explicaciones…
El sentido de la introducción del régimen de la obediencia nos lo da el mismo Ignacio
en la Const. VII, 1,1 y nota B. Hallamos aquí los elementos determinantes de la obediencia al
Sumo Pontífice:
a) La intención de la mayor gloria de Dios, en un plano universal y con los ministerios
propios, como criterio de elección. «… la intención del voto que la Compañía hizo de le
obedecer como a Sumo Vicario de Cristo, sin excusación alguna, ha sido para donde quiera
35
que él juzgase ser conveniente para mayor gloria divina y bien de las almas enviarlos entre
fieles o infieles…»
b) La falta de una luz cierta que guiara al grupo en la delimitación de este campo:
«…no entendiendo la Compañía para un lugar particular, sino para ser esparcida por el
mundo por diversas regiones y lugares deseando acertar más en esto con hacer la división
dellos el Sumo Pontífice […] por no errar in via Domini (en el camino del Señor) hicieron la tal
promesa o voto…» (B)
c) Y la adopción plena por parte de la S. Sede para sus servicios, de la asociación de
los primeros compañeros (en todo el nº 1; 603).
Esto supuesto hacen su voto de obediencia a la Santa Sede. Los documentos que
tenemos acerca de esto son algo posteriores y a primera vista inconciliables.
Bibliografía:
- Leturia, “Estudios ignacianos”, I, 181-256.
- Tacchi- Venturi, Historia Societatis, II.
- Schneider, art. in “Arch. Hist.” 1956, 488-513.
- Granero, art. in “Ciencia Tomista”, 1956, 529-572 (S. Ignacio al servicio de la Iglesia,
respuesta a Schneider).
- Schneider, Gregorianum, 1958, 137-142.
Exposición más completa de todo el proceso para la introducción de la obediencia de
la Compañía:
36
Todos estaban acordes en buscar el mayor servicio divino. No lo estaban en designar
el lugar del trabajo, si sería entre fieles o entre infieles (H. Rod. 457 ss.; Const. VII, 1, 1B). La
Tierra Santa les gustaba a todos, aunque no ignoraban las dificultades del lugar. Ignacio
personalmente se inclinaba a los infieles. Propuso una mitigación del voto: ir a Jerusalén,
examinar allá el asunto y, si estaban todos de acuerdo, quedarse allá; si no, volver a Roma
los que quisieran (Cfr. Orlandini, I, n. 91). (Autob. n. 85).
Lugar de la cláusula pontificia en el voto:
Ya recordamos antes las palabras de Laínez. Es evidente que el recurso al Pontífice
es una solución subsidiaria: le pedirían que les señalara lugar para trabajar, renunciando a su
propio juicio.
¿Y por qué al S. Pontífice? (Cfr. Leturia y Schneider):
- Por devoción a S. Pedro.
- Por reacción antiprotestante.
- Por la experiencia de la dificultad en las diócesis.
- Y, por último, porque recurriendo al Pontífice se encuadraban, como era su vocación, en
el trabajo apostólico universal: la determinación normal de este apostolado universal, a falta
de una luz divina inmediata, corresponde a la autoridad apostólica del S. Pontífice, sea
personal, sea delegada. De esta cláusula dice Simón Rodríguez que es prima Societatis
nostrae lineamenta (el principal rasgo de nuestra Compañía). Y de su realización dice el
mismo Ignacio ser «nostrum principium et principale fundamentum» (nuestro origen y
principal fundamento); y el P. Fabro la llama «totius Societatis fundamentum» (esencial
fundamento de la Compañía) (Memoriale n. 18).
¿Y de qué manera este recurso subsidiario de pedir consejo al Papa vino a convertirse
en el fundamento de la Compañía de Jesús?
Estaban llenos de incertidumbres: ya el Papa los había autorizado para ir a Jerusalén
(27 abril 1537. FN, I, 40, nota 37). Probablemente desde ese día se comience a contar el año;
ya el día 24 de julio era evidente que no hallarían barco para hacer la travesía (única vez que
en diez años faltó modo de viajar). Determinan devolver los 260 ducados a los bienhechores
que se los habían dado para el viaje (MI, I, 121). Aguardan más aún. Fabro, Laínez e Ignacio
son llamados a Roma (Memorial n. 17) y los demás se reparten por diversas ciudades. Fabro
y Laínez enseñan en la Sapientia. Paulo III los observa y les dice que probablemente no
hallarán manera de viajar. Es verosímil que el Nuncio de Venecia haya dado noticia de la
ordenación sacerdotal de los compañeros y de sus ministerios apostólicos; y quizá el Dr.
Pedro Ortiz haya hablado al Pontífice de Ignacio y sus compañeros.
Ignacio se dirige a Roma con cierta turbación espiritual y con temor de que se
deshaga su ideal: Dios no aceptaba el servicio en Jerusalén, había que buscar otro camino;
nov. 1537: continua oración. Acercándose a la ciudad tiene la visión de La Storta y es
confortado (Autob. n. 48, 52). Ignacio había llamado a Roma «terra sterilis et sicca» (tierra
estéril y seca) (FN. I, 6-14), pero el «Ego vobis Romae propitius ero» (Yo te seré propicio en
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Roma) no indicaba cómo les sería propicio: el primer pensamiento fue que sería por las
tribulaciones y el martirio.
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He aquí la obediencia de juicio en el nacimiento mismo de la obediencia ignaciana
(Cfr. Orlandini)
Así, la obediencia al S. Pontífice se convertía en la clave de la religión fundada por
Ignacio.
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Hasta este punto no se había fundado la Compañía y propiamente no se había
pensado en ella (1539). Formaban un grupo cuyo vínculo era la común vocación de Dios, el
deseo de servirlo, la unión de los ánimos. Dispersos por orden del Papa para ir a predicar, se
les presenta la cuestión de si convendría fundar una asociación u orden religiosa estable o
no; y ponen para hallar la voluntad divina todo su empeño, pues están persuadidos de que
su oblación al S. Pontífice no se extiende a su género de vida. A esta pregunta responderán
afirmativamente. ¿Deberán elegir a uno de ellos que sea el Superior de la asociación?
Responden también afirmativamente.
Dos momentos esenciales:
1) M. missivum (envío): cuando el Papa los acepta para enviarlos.
2) M. corporativum (corporativo): cuando se hacen un cuerpo religioso; de esto tratamos
ahora.
¿Cuando el Papa los aceptó, hicieron voto al Pontífice? No parece, pues no consta, ni
se ve claro en MI. III, 1, 3, 4,7. Sí se ve una plena dedicación.
Con el ejercicio de esta obediencia, temen la destrucción de su compañía por causa
de la dispersión, ya que el «donde mayor bien universal» sería para ellos separados, no
unidos. De aquí las dudas y deliberaciones.
Nótese cómo proceden bajo la luz y moción de Dios: Reglas de elección… «Nada por
su propio parecer, sino porque Dios se lo inspira y el Papa lo aprueba».
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b) Si al menos la mitad del día la dedicarían a meditar y orar, y la otra parte la emplearían
en los acostumbrados ejercicios de predicar, confesar… Negativa: sería en perjuicio del trato
de las almas…
Por fin, determinan tres puntos que les sirvan de preparación para la discusión:
• Insistir mucho en la oración, Misas y meditaciones para «hallar gozo y paz en el Espíritu
Santo» acerca de la obediencia.
• No cambiar pareceres entre sí, en esta materia.
• Juzgarse ajenos a la congregación y así dar su parecer con entera libertad.
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(Nota: no está por demás observar que en el enfoque que le dan a la obediencia no
aparece el sentido de vida de comunidad, conventual…)
3. Por fin, después de muchos días de orar, pensar y examinar, «con el auxilio de Dios,
no por mayoría de votos, sino por unanimidad, concluimos: que nos convenía más y era más
necesario prestar obediencia a uno de nosotros
- a fin de poder mejor y más exactamente cumplir en todos nuestros primeros deseos de
seguir la divina voluntad,
- para que mejor se conserve la Compañía,
- y, por último, para que se pueda proveer convenientemente a los negocios particulares
que se presenten, tanto espirituales, como temporales».
(Todo el texto de las deliberaciones se encuentra en Const. t.1, p. 1-7)
Esto sucedía en 1539. La Bula de confirmación de la Compañía se da en 1540. No
existían todavía diversas comunidades. Con el tiempo, no fue suficiente esta forma de
obediencia y vinieron las ulteriores determinaciones. La obediencia se introdujo en la
Compañía ut ordineratur Societas (para organizar la Compañía): empezaron a aumentar las
casas y colegios… Entonces nombra S. Ignacio los primeros superiores locales, como
emanaciones de la autoridad del Prepósito General, como si este estuviera presente, con la
autoridad –escribía S. Ignacio– «quam ego vellem habere» (que yo quisiera que tenga).
La obediencia fue siempre a los ojos de Ignacio una creatura (un medio); la abrazaron
cuando vieron que era una ayuda para su vocación, y una obediencia tal que sirviera para su
fin. La obediencia se puso, no para el bien de la Comunidad, sino para el del apostolado.
RÉGIMEN DE OBEDIENCIA.
NATURALEZA DE LA OBEDIENCIA IGNACIANA
a) La obediencia no es un fin en sí. No me dedico a los ministerios con las almas para
obedecer, sino que obedezco para el apostolado: obedezco para mejor ejercitar el
apostolado. La obediencia es perfectiva de mi propia vocación; luego no puede extenderse
más allá de los límites y fin del Instituto.
b) La obediencia especialmente ignaciana no es educacional, para lograr la madurez del
sujeto. Se refiere a los profesos. Puede ser medio para conseguir la madurez; pero así no es
específicamente ignaciana.
c) No es conventual (= la de los que viven en el convento). Si así será de hecho, es una
consecuencia de la vida en comunidad, pero no lo específicamente ignaciano, que busca
precisamente conseguir la unidad entre los dispersos. Por consiguiente, no se debe
extender a la obediencia conventual las cualidades de la obediencia específicamente
ignaciana, que no puede ser aplicada a todos indistintamente.
d) No es un cómodo refugio a la falta de autonomía personal en los ministerios: para un
sujeto que necesita de la ayuda del superior a fin de poder decidirse. (Así parece que no es
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del todo laudable la forma de expresarse el P. Fabro en el Memorial, p. 162, cfr. Const. VII, 3,
1-2: «Del moverse por sí a una parte o a otra»: con docilidad a la divina voluntad).
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vea si es espíritu de Dios. Se ve que no pensaban en una obediencia que fuera una cosa
mecánica…).
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pecado, tampoco lo hará por obediencia. Sin embargo, si el súbdito hace voto de obediencia
imponiéndose una obligación más estricta, por causa de este voto, puede pasar a ser objeto
de pecado lo que solo era campo de espíritu.
Esta obediencia es auténtica (porque es verdadera), pero por lo mismo no se dice
que sea infalible; más aún, es positivamente falible, pero normalmente no es errónea, por la
asistencia de Dios al superior, que se supone colabora a la gracia divina.
c) Apostólica: Este elemento especifica más la obediencia ignaciana, mejor y en
todo hacer la divina voluntad. La autoridad del S. Pontífice se ejerce como potestad
universal, como el Vicario de Cristo que los envía: por eso la puede delegar. Los superiores
de la Compañía tienen, pues, autoridad delegada para las misiones; y para las demás cosas
(no delegada) deben también ver y atender al bien universal: el fin de la autoridad es aquí
también apostólico, a saber, en cuanto determina el divino beneplácito cuanto al modo… de
los ministerios. Respecto a los que están en formación, es apostólico, al menos finaliter
(finalmente), a saber, en cuanto se ordena a prepararlos para la obediencia apostólica.
Por consiguiente:
- El fin de esta obediencia no es regir una compañía de vida común, sino presentarle a
los sujetos la voluntad divina: «ut prima desideria eorum» (como su primer deseo). Y esto
tratándose tanto de la obediencia del Papa, como del superior religioso. Así pues, al
superior se le da la autoridad primariamente no para que rija la comunidad para el bien
común, sino para que dirija al sujeto concreto conformándolo con la voluntad divina, al
manifestarle qué es lo que Dios quiere: sea que le muestre la voluntad de Dios que manda
bajo pecado, sea que solo le manifieste la voluntad del beneplácito. El superior no es un
tirano. Su oficio es de mediador e intérprete objetivo, es decir, antecedenter
(precedentemente) de la divina voluntad: es la voz de Dios. Así se obedece no al hombre,
sino a Dios.
- Y no es como un mero contrato entre el superior y el súbdito, sino un orden tal que la
autoridad, el superior, está entre Dios y el súbdito, con el correspondiente derecho de
manifestar la divina voluntad, y en que el súbdito tiene el deber de obedecer. Por eso solo
quiere Ignacio hombres que únicamente miren a Dios: MI, III, 1, 12, 1. En el recibir y despedir
los novicios, solo en tres casos el superior no tiene voto: si el novicio es su pariente, su
coterráneo, su dirigido espiritual; porque es estos casos hay peligro de que no mire tanto a
la divina voluntad.
De aquí la consecuencia evidente: es necesario obedecer aun a la señal de la voluntad del
superior, pues es la señal de la voluntad de Dios y esto basta al súbdito para obedecer.
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4. Que interpreta objetivamente: o sea, la voluntad antecedente de Dios.
Es cierto que el súbdito debe obedecer a su legítimo superior aunque no mande bien:
pues queda la voluntad consecuente de Dios (= quiere que yo obedezca). Pero esta no es la
obediencia de juicio.
Hay obediencia de juicio cuando estoy cierto de que ESTO que el superior me manda
es lo que Dios quiere, es la voluntad de Dios. Y porque el superior tiene que mandar lo que
Dios quiere, no lo que a él se le antoje, tiene obligación de buscar diligentemente cuál es esa
voluntad divina (lo mismo que el súbdito para conformarse con ella), es decir, que tiene que
someterse a ciertas normas para poder mandar como debe, como las tiene el súbdito para
poder obedecer. Por eso, si la presunta voluntad de Dios que halla el súbdito no coincide con
la que se le manifiesta al superior, el súbdito deja a un lado su propio parecer, convencido de
que en realidad el superior es el que conoce la divina voluntad.
Por consiguiente, dada la naturaleza de esta obediencia, constituida e inspirada por
Dios y confirmada por la Santa Sede, creemos que normalmente nos manifiesta la voluntad
antecedente de Dios, supuesto que el superior coopera a la gracia de su propio estado, pues
sería un absurdo que Dios, infinitamente sabio, inspirara un orden fundado en esta realidad
(es decir, que se base en la manifestación de la voluntad antecedente de Dios) y después
sucediera que esto no se cumple normalmente.
Es evidente que esta autoridad de la obediencia no es el motor principal, sino que se
supone siempre un hombre maduro, activo, que es movido por Dios y coopera con Él.
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en el grado en que Dios lo quiere: con obligación de pecado, solo de perfección… Por eso,
por el hecho mismo de indicarle la voluntad divina, le da al súbdito una norma de acción,
con la obligación correspondiente a esa voluntad.
Si el superior impone una obligación bajo pecado, cuando la voluntad divina era solo
de perfección (spiritus), la obligación vale en fuerza del voto (Cfr. Rodrigo, “Praelectiones
theol. Moralis”, II, 71, 4º). Luego, aunque nada se imponga al religioso bajo pecado, vi voti
(por la fuerza del voto), parece que en cualquier obligación se cumple el voto, aun en caso de
tratarse de obligación bajo perfección, pues el voto lo hizo de observar aquel orden de
obediencia concreto, como es aquel orden en que ahora se me manda.
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procedían Ignacio y sus compañeros antes de la sujeción al S. Pontífice. La eficacia proviene
de la concordancia con la divina voluntad.
Pero si Dios llama a uno a esta orden de obediencia, entonces sí, para él, la moción
del cielo se hace por la aplicación de la obediencia.
Para entender mejor esta moción instrumental, tengamos en cuenta el esquema de
la moción ignaciana de actividad apostólica (podría hacerse un estudio interesante de esto),
que es:
- Acción estrictamente sobrenatural.
- Acción sobrenatural, inmediata, de perfección espiritual, es decir, ministro de la palabra
de Dios: «seminare verbum Dei, rigare…» (sembrar la palabra de Dios, regar…)
- En que se da un concurso principal de Dios, de Cristo. El hombre es un instrumento de la
Cabeza, unido a Él; muy distinto del instrumento irracional.
Cómo se da el concurso principal de Dios:
- Se da según el orden designado por su Providencia; que debe hallar e interpretarse por
la obediencia…
- Cristo es el que abre el camino… (Por eso dice S. Pablo: «Si Deus det mihi viam ad vos…»
{Si Dios me abriera el paso hasta vosotros…}, «si aperiat mihi portam ad Evangelium» {Si el
Señor me abriera la puerta para el Evangelio}).
(Se insinúa un problema teológico que se podría proponer; supongamos que consta
ciertamente la voluntad de Dios: “No quiero que hoy prediques” (no es bajo pecado). ¿Si
predico, puedo esperar el concurso sobrenatural de Dios obrando contra su expresa
voluntad?).
LUEGO, por la obediencia es aplicado el instrumento según el movimiento dado por
Cristo-Cabeza, que es lo que venimos probando: que aplica (al súbdito) la moción
instrumental sobrenatural de Dios.
Así lo entendían nuestros padres, esta era la noción de la obediencia para Ignacio y
sus compañeros:
• Ignacio: Carta al P. Diego Mirón, 17, XII, 1552 (MI, I, 4, 561; BAC, obras p. 828):
«Porque, como vemos por experiencia que mediados talentos y del medio abajo son
instrumentos muchas veces de muy notable fructo y muy sobrenatural, por ser enteramente
obedientes y dejarse mover y poseer, mediante esta virtud, de la potente mano del autor de
todo bien; así al contrario se ve en talentos grandes trabajar más, sin mediano fructo;
porque moviéndose por sí mismos, es decir, de su amor propio, o no se dejando, a lo menos
bien mover de Dios N.S. por medio de la obediencia de sus mayores, no hacen efectos
proporcionados a la omnipotente mano de Dios N. S., que no los acepta por instrumentos,
sino a la suya muy débil y flaca».
• Fabro: MF. XX, p. 661 y 563.
• Laínez: ML. IV, 352; MN. IV, 639.
• Litterae Quadrimestres, V, 174; carta de un escolar al P. Laínez desde Praga, 20-IV-
1557. Le cuenta cómo un estudiante de la universidad, sin más, le dice que no cree en la
misa… que es invento de los hombres, que J.C. no dijo misa… y él no quiso disputar, pues se
lo tenía prohibido, y continúa: «Eorum enim quaestiones a puero christiano solui possent; sed
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tamen nobis a superiore iniunctum est, ne disputemus ullo modo, sed ad doctores aut
sacerdotes adducamus ac invitemus aut dicamus ut redeant paulo post, etc. Et hoc
observamus, ne, separantes nos ab obedientia, etiam nos eadem opera subtrahamus a gratia.
Nam sane hic, non tam opus est iam aliqua doctrina, quam discretione spirituali et gratia Dei et
unctione. Hic sane opus est ambulare sicubi alibi, per viam Spiritus Sancti, cuius gratiam cum
non simus habituri nisi obedientes perfecte, intelligunt fratres praecipuam suam spem in
obedientia potius esse, quam studio aut aliis quae sine obedientia et actuali praesentia et motu
Iesu Christi hic nihil prosunt et facile possent plurimum obesse»
(Cfr.: Sus cuestiones pudieran ser resueltas por el joven cristiano, pero sin embargo nos son
impuestas por el superior, para que no disputemus de ningún modo, sino que siempre
acudamos a los doctores o a los sacerdotes, y los invitemos y atraigamos para que vuelvan
poco después, etc. Y esto observamos, para que, distinguiéndonos por la obediencia, no nos
apartemos de la gracia. Pues verdaderamente aquí entonces, no se necesita tanto ya de
alguna manera la doctrina como el buen juicio espiritual y la gracia de Dios y la unción. Aquí
realmente se necesita caminar en una y otra parte por la vía del Espíritu Santo, como no
tengamos su gracia si no somos perfectamente obedientes, los hermanos entienden que su
particular confianza en la obediencia es preferible al estudio o a otras cosas que sin la
obediencia y actual presencia e inspiración de Jesucristo nada aprovechan y fácilmente pueden
perjudicar muchísimo).
49
estas dos cartas escritas el mismo día al P. Mirón (Obras Completas, BAC. Provincial de
Portugal) (1552).
«Ni es oficio del Prepósito Provincial, ni general, tener cuenta tan particular con los
negocios: antes cuando tuviese para ellos toda la habilidad posible, es mejor poner a otros
en ellos, los cuales después podrán referir lo que han hecho al Provincial, y él se resolverá,
entendiendo sus pareceres, en lo que a él toca resolverse: y si es cosa que se pueda remitir a
otro, así el tratar como el resolver, será muy mejor remitirse, máxime en negocios
temporales, y aun en muchos espirituales: y yo para mí este modo tengo, y experimento en
él no solamente ayuda y alivio, pero aun más quietud y seguridad en mi ánima. Así que,
como vuestro oficio requiere, tened temor, y ocupad vuestra consideración en el bien
universal de vuestra provincia; y para la orden que se ha de dar en unas cosas u otras, oíd a
los que mejor puedan sentir de ellas a vuestro parecer.
Para la ejecución, no os impliquéis, ni por vos os embaracéis en ellas, antes, con
motor universal, rodead y moved a los motores particulares, y así haréis más cosas, y mejor
hechas, y más propias de vuestro oficio, que de otra manera; y cuando ellos en algo
faltasen, es menor inconveniente que si vos faltásedes; y estaos mejor a vos aderezar lo que
vuestros súbditos faltasen, que no a ellos; ni a vos enmendaros ellos en lo que vos
faltásedes, lo cual sería muy ordinario entremetiéndose en los particulares más de los
justo…»
A continuación de esta que era para él solo y en que se le indica cómo debe
gobernar, le escribe la otra en que le da normas para proceder con los que no quieren
obedecer; escrita para que la pueda leer a los otros y que se enteren de cómo deben
obedecer y cómo deben actuar los superiores….
«Por la información que tengo del Dr. Torres, a quien envié en mi lugar a visitaros en
el Señor nuestro en ese reino, he entendido que hay falta notable entre algunos y no pocos
de los nuestros, en aquella virtud que más necesaria es, y más esencial que ninguna otra en
esta Compañía…»
«Y podéis pensar, de lo que tenéis entendido que yo debo y suelo desear esta virtud
en mis hermanos, cuánto contentamiento habré habido de entender, que hay entre ellos
quien sin acatamiento dice a su superior: “No me debíades mandar esto”, o “no es bien que
yo haga estotro”; y quien no quiere hacer lo que le es mandado; y quien en señales y obras
muestra tan poca reverencia y sumisión interior, como me avisan, a quien debe de
reverenciar como a lugarteniente de Cristo N. S., y como a tal en todo humillarse ante su
divina majestad. Esta cosa me parece habrá ido tan adelante por culpa de alguno, a quien
tocaba remediar y no lo ha hecho. Dios N. S. le perdone. Cuánto mejor fuera apartar del
cuerpo de la Compañía algún miembro estragado y asegurar los sanos, que dejar inficionar
de tan grande mal otros muchos con el ejemplo y conversación de ellos. Otra vez he hecho
escribir, como cosa que me agradaba, cómo Maestro Leonardo (Kessel) en Colonia había
despedido nueve o diez, que andaban mal, de una vez. Después el mesmo ha hecho otro
tanto y me ha parecido bien asimesmo, aunque si ocurriera al principio del mal, bastara por
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ventura despedir uno o dos. Ahora tarde se pone el remedio para allá. Siempre es mejor que
nunca. »
«Yo os mando a vos en virtud de santa obediencia que me hagáis observar esto
acerca della: que si alguno hubiere que no quiera obedeceros, no digo a vos solamente, sino
a cualquiera de los prepósitos o rectores locales que allá haya, que hagáis de dos cosas una:
o que le despidáis de la Compañía, o me lo enviéis acá a Roma, si os pareciere tal sujeto, que
con tal mutación se haya de ayudar para ser verdadero siervo de Cristo Nuestro Señor».
«…Porque, como vemos por experiencia que mediados talentos y del medio abajo
son instrumentos muchas veces de muy notable fructo y muy sobrenatural, por ser
enteramente obedientes y dejarse mover y poseer, mediante esta virtud, de la potente
mano del autor de todo bien; así al contrario se ve en talentos grandes trabajar más sin
mediano fructo: porque moviéndose de sí mesmos, scilicet (es decir), de su amor propio, o
no se dejando, a lo menos bien mover de Dios N.S. por medio de la obediencia de sus
mayores no hacen efectos proporcionados a la omnipotente mano de Dios N.S., que no los
acepta por instrumentos, sino a la suya muy débil y flaca…» (Obras Completas, BAC. p. 826-
829).
51
de la benignidad, mansedumbre y caridad de Cristo, del modelo de San Pedro y San Pablo; y
tanto él cuanto el Consejo miren constantemente a esta norma).
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c) dentro de los límites del propio oficio,
d) supuestas las cualidades (ciencia, buena conciencia) y disposiciones virtuosas (del
superior),
e) con la consideración atenta de las cosas,
f) y después de hecha oración ferviente.
EXPLANACIÓN:
a. Determinación espiritual. En Polanci Complementa II, 747, hablando de la formación
en la abnegación del propio juicio, admite Polanco que se pueda probar al novicio y dice que
se le puede probar mandándole cosas:
- en que haya duda;
- en sus cosas propias del novicio;
- para que admita que otros le juzguen;
- otros que tengan ciencia y buena conciencia; bien informados,
- después de dicha misa y hecha oración… den su parecer. El novicio, si no es un
soberbio, debe entender que el superior ve mejor que él.
Apoyada en la gracia del propio estado: Const. VIII, 3, 2, hablando de la Congregación
General dice que todos tendrán un solo voto y el General, dos. «Pero si el número estuviese
igual, será preferido el Provincial a los otros; y en igualdad de Provinciales, la parte a donde
se inclina el General […]. Porque como les es más necesaria la ayuda divina por el cargo que
tiene; así es de esperar que Dios N. S. se la dará más copiosamente para sentir y decir lo que
fuere de su servicio».
Cfr. MI. I, 12, 638: el Superior, en igualdad de circunstancias, puede mejor discernir
los espíritus.
Nadal: «Si quieres ser perfecto en la Compañía, no busques muchas maneras de
serlo; sino guarda la manera de la Compañía, y con su gracia llegarás a la perfección, con los
medios que Dios te prescribe mediante el superior. Sabes con certeza que Dios quiere tu
perfección, te puso al superior para que te dirigiera, es por tanto como un ministro de Dios.
Y el General tiene una gracia mayor que ningún otro en las cosas de la Compañía; y así el
Provincial mayor que todos los rectores; y el Rector la tiene por encima de sus súbditos»
(Nicolau, J. Nadal, p. 148).
b. Dentro de los límites del propio oficio. Cfr. la carta al P. Mirón citada más arriba (p.
48), donde dice cómo el Provincial no debe mezclarse en las cosas del Rector…
c. Supuestas las cualidades y disposiciones virtuosas (del Superior). Cualidades
naturales y sobrenaturales: la gracia no suple la naturaleza, sino que la eleva.
En la Fórmula, n. 6, se dice: «Qui (Generalis) ad hoc munus, quam fieri possit idoneus
[…] eligetur» (El cual [el General] será elegido para este cargo el más idóneo que fuese posible).
A la muerte de Paulo IV, que había impuesto a la Compañía el coro y el General ad
trienium (para un trienio), escribe el P. Laínez una carta a la Compañía, a los profesos, llena
de humildad, en que renuncia al generalato después del trienio, pues creía que no tenía las
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cualidades exigidas para ser General (!). Es al mismo tiempo un modelo del sentido de la
obediencia al Pontífice (M. Lainii, V, 225). Dice que siempre ha tenido una duda que hasta
ahora persevera:
a) Que no conviene a la Compañía ni el coro, ni el trienio.
b) Que fue una imposición ilegítima y que no podía durar: que fue impuesta por la
fuerza y en un momento de ira; y solo vivae vocis oráculo (como respuesta de viva voz): nada
escrito, y así que Paulo IV quita lo que otros Pontífices aprobaron por medio de Bulas. Y que
todos los teólogos consultados fueron del mismo parecer.
c) Por tanto, después del trienio, porque me faltan las cualidades, debo cesar en el
oficio de General, a pesar de la ilegitimidad del precepto de Paulo IV.
La Const. IX, 2, determina las cualidades que debe tener el P. General, por orden de
importancia:
- «Que sea muy unido con Dios N.S. y familiar en la oración.
- Sea persona cuyo ejemplo en todas virtudes ayude a los demás de la Compañía […]:
Caridad […]. Humildad verdadera […]. Debe ser libre de todas las pasiones, teniéndolas
domadas y mortificadas […]. Juntar la rectitud y severidad con la benignidad y
mansedumbre […]. Magnanimidad y fortaleza de ánimo […].
- Ser dotado de grande entendimiento y juicio […].
- Vigilante y cuidadoso para comenzar y strenuo (enérgico) para llevar las cosas al fin […].
- Sanidad, apariencia, edad […].
- Crédito y buena fama […].
- a la mano no le falte bondad mucha y amor a la Compañía y buen juicio acompañado de
buenas letras».
Y del rector dicen las Const. IV, 10,4:
«El Rector se procure que sea de mucho ejemplo y edificación y mortificación de
todas inclinaciones siniestras, especialmente probado en la obediencia y humildad; que sea
asimismo discreto, y apto para el gobierno y tenga uso en las cosas agibles y experiencia en
las espirituales; que sepa mezclar la severidad a sus tiempos con la benignidad; sea
cuidadoso, sufridor del trabajo y persona de letras y finalmente de quien se pueda confiar y
a quien puedan comunicar seguramente su autoridad los Prepósitos Superiores».
d. Con la consideración atenta de las cosas, es decir, bien informado. Debe tener ante
los ojos:
- El fin de la Compañía y de su vocación e Instituto.
- La moción de Dios en el súbdito y las cualidades de este. Qué es lo que Dios quiere de
este sujeto, cuál es la mayor complacencia divina sobre él…
- El fruto mayor dentro de la vocación. Cfr. Indust. Polac. ubi de ministeriis.
- Aprovecha
• que conozca las necesidades de la Iglesia;
• que considere la devoción de los fieles que piden nuestros ministerios: es una manera
como Dios nos puede manifestar su predilección por una obra apostólica...;
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• que lo que se mande sea proporcionado al fin, que sea oportuno y con conexión
objetiva. Cfr. MI, I, 1, 228: la carta de Ignacio al P. Viola. (Cuando le ha escrito Viola
que si cambia de maestro o quiere que siga perdiendo el tiempo… Le dice que no lo
entiende: su superior nunca puede mandar perder el tiempo A.M.D.G.). Cfr. Obras
Completas BAC. 684.
- Si el superior no conoce todos los detalles infórmese de otros y del mismo súbdito (Cfr.
Const. VII, 2: De las misiones del Superior de la Compañía). MN. p. 562: La inclinación del
súbdito… y la devoción del súbdito (Modo de gobierno, c.4, n.12).
De aquí se deduce la importancia y la necesidad de la cuenta de conciencia para
conocer las inclinaciones y mociones de Dios en el súbdito. «Asimismo, cuanto estuvieren
más al cabo de todas cosas interiores y exteriores de los tales, tanto con mayor diligencia,
amor y cuidado, los podrán ayudar y guardar sus ánimas de diversos inconvenientes y
peligros». «No solo importa mucho, mas sumamente, que el superior tenga plena noticia de
las inclinaciones y mociones […] para según aquello enderezarlos a ellos mejor […]; porque
mejor pueda el superior ordenar y proveer lo que conviene al cuerpo universal de la
Compañía» (Ex. 4,35).
- Informarse de las necesidades de la Iglesia: MI, III, 1, 163 y 218. Const. VII, 2. Indust.
Polanc. II, 780 ss. Para estas informaciones se debe consultar, mandar orar y celebrar
misas… a los miembros de la comunidad.
e. Y después de hecha oración ferviente. Y con abnegación del propio juicio en el
superior: indiferencia.
Ante todo, misas y oraciones: MI, III, 1, 118.
Después, llevar el problema a Dios en la oración, deponiendo el propio juicio…; y
determinar lo que parezca que es para mayor gloria de Dios… (Cfr. MI, III, 1, 163).
De una manera semejante, paralela a lo que enseña en los Ejercicios cuando se busca
la voluntad de Dios acerca de la elección de vida o reforma: sin la indiferencia no hay
posibilidades… En ambos casos se trata de hallar la voluntad antecedente de Dios: qué es lo
que Dios quiere.
El superior debe librarse de las afecciones desordenadas y del propio juicio; y sea
ejercitado en la obediencia y abnegación antes de ser superior y cuando lo es (Cfr. S.
Thomas in Ep. ad Hebraeos).
3. Modo de mandar
Se dice en la Fórmula nº 6: «Et in praelatione sua benignitatis ac mansuetudinis
caritatisque Christi, Petri Paulique formulae semper sit memor» (En su gobierno se acuerde
siempre de la benignidad, mansedumbre y caridad de Cristo, del modelo de San Pedro y San
Pablo). (Formulae Petri…=modus procedendi Petri et Pauli {modo de proceder de Pedro y
Pablo})
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a) Fin del mandato con esas cualidades:
Que mejor se conserve la Compañía, puesto que se defiende el amor de Cristo N. S.,
que nos une. «El vínculo principal de entrambas partes para la unión de los miembros entre
sí y con la cabeza es el amor de Dios N. S.; porque estando el superior y los inferiores muy
unidos con la su divina suma Bondad, se unirán más fácilmente entre sí mesmos por el
mesmo amor que della descenderá y se extenderá a todos próximos y en especial al cuerpo
de la Compañía» (Const. VIII, 1,8).
b) ¿Qué ayudará a que se consiga esta suavidad?
- Que el superior tenga las cualidades necesarias.
- Que el súbdito vea que realmente el superior tiene esas cualidades: «Muy
especialmente ayudará, entre otras cualidades, el crédito y autoridad para con los súbditos,
y tener y mostrar amor y cuidado dellos; en manera que los inferiores tengan tal concepto
que su superior sabe y quiere y puede bien regirlos en el Señor nuestro…» (Const. VIII, 1, G).
Cuando falten estas cosas es muy difícil exigir y que se dé la obediencia.
- Con modestia y mansedumbre. De manera que brota en el súbdito el amor más bien
que el temor: «Ayudará también que el mandar sea bien mirado y ordenado […], que de su
parte use el superior todo amor y modestia y caridad en el Señor nuestro posible; de manera
que los súbditos se puedan disponer a tener siempre mayor amor que temor a sus
superiores, aunque algunas veces aprovecha todo; asimismo remitiéndose a ellos en
algunas cosas, cuando pareciere probable que se ayudará con ello» (Const. VIII, 1, G). Esto
último, pues Ignacio supone el súbdito plenamente mortificado, se fía de él y de su
prudencia…
El P. Nadal tiene unas reglas sobre el modo de mandar del superior, complemento
muy bueno de la Carta de la obediencia. (ARSI y MN, IV, 435).
56
b) Modo de obedecer del súbdito (Cfr. p. 4)
La obediencia interpreta la voluntad antecedente de Dios como norma de nuestras
acciones; el superior es el instrumento de Cristo para esto; el hombre se somete primario al
beneplácito de Dios y secundario al hombre, como intermediario sensible (FN, I, 595) (11
documt, circa obed. [11 documentos referidos a la obediencia])
Es lo que nos dice la Fórmula de Julio III: «Singuli vero subditorum tum propter
ingentes ordinis utilitates, tum propter nunquam satis laudatum humilitatis assiduum
exercitium, non solum Praeposito, in omnibus ad Institutum Societatis pertinentibus parere
semper teneantur; sed in illo Christum, veluti praesentem agnoscant et, quantum decet,
venerentur» (Y cada uno de los súbditos, tanto por los grandes bienes que lleva consigo el
orden, como por el nunca bastantemente alabado ejercicio constante de la humildad, no solo
sean obligados a obedecer siempre al Prepósito, en todas las cosas que pertenecen al Instituto
de la Compañía, sino que reconozcan en él, como presente, a Cristo, y le reverencien cuanto
conviene).
Los elementos de la obediencia ignaciana se encuentran en las Constituciones, Carta
de la Obediencia, y lugares paralelos: MI, I, 1, 551 ss; I, 2, 54 ss; FN, I, 595.
57
sea menos perfecto (pecado sensu lato). Y las razones que dan para decir que este es el
sentido ignaciano son:
- Const., VI, I, 1: «… donde no se pueda determinar (como es dicho III, 1, 23) que haya
alguna especie de pecado»
- Const., IX, 3, 13 y X, 6: del rechazar las dignidades… El ejemplo de S. Ignacio se resistía,
vg. en su elección para Prepósito General, en el cardenalato de Borja, el obispado de
Laínez y Jayo (Cfr. los datos y citas en Obras Completas, BAC, p. 259-260, notas).
Y explican: S. Ignacio procedía así porque veía que lo que le mandaban era menos
perfecto que lo que él pretendía…
• En sentido estricto (sentencia que seguimos como verdadera):
a) Tratándose de potestad de jurisdicción, en su propio campo (donde no se da la
obediencia de juicio), hay que obedecer siempre, a no ser que:
- se mande un pecado stricto sensu (en sentido estricto),
- o una cosa que, aunque no es pecado, es contra el modo de proceder confirmado
objetivamente por la Santa Sede.
Luego el jesuita puede hallarse en dos posiciones, como se halló S. Ignacio, según los
casos:
1. NO OBEDECERÉ, sino en el caso de que se me demuestre que mi posición es
pecado estricto (sería el caso de que se me mande una cosa contra lo aprobado por la Santa
Sede, contra el Instituto… vg. no obedeceré aceptando un obispado, a no ser que se me
pruebe que mi posición es estricto pecado).
2. OBEDECERÉ según mi Instituto siempre, mientras no se me demuestre que es
estricto pecado el obedecer así.
Son las dos posiciones que adoptó S. Ignacio: la primera cuando se le mandaba algo
contra el Instituto. La segunda cuando la orden era según el Instituto, aunque pareciera un
absurdo…
b) Tratándose de potestad religiosa, el caso es diverso, puesto que lo que es meramente
imperfecto, o menos perfecto, me lo puede mandar el superior, y en un caso concreto
puede ser lo mejor para mí, para mi santidad. (Luego no es el “pecado” de que habla S.
Ignacio) Cfr. La Reguera, II, p. 850 (85?).
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En los otros casos se trataba de una posición inspirada por Dios y aprobada por la
Santa Sede.
La perfección de la obediencia
Aun en relación con los actos internos, se da cuando se obedece a la sola señal de la
voluntad del superior con obediencia de ejecución (se obedece formalmente), de voluntad
(se obedece libremente), y de entendimiento (se obedece estimando como mejor lo que se
manda).
A este plan de obediencia perfectísima se oponen algunas dificultades:
a) En cuanto a la obediencia de voluntad: dicen unos que amar lo que el superior ordena es
a veces imposible, porque el amor no se impone.
Respondo: Ignacio afirma, no manda: no ordena que se mande, sino declara que es
más perfecto obediente quien ama lo que se manda; y la experiencia nos está diciendo que
esto es muy posible: cuando se ama, se aman también los gustos… del amado. Es cierto que
el amor no se impone, pero hay casos en que el que no ama no es persona normal (por
ejemplo, una madre). La perfección de la obediencia es amar lo que el superior manda.
b) En cuanto a la obediencia de entendimiento, si debo pensar que lo que se manda es lo
mejor, que es la voluntad antecedente de Dios, la dificultad radica en la afección al propio
juicio: el discurso del entendimiento es desviado por el afecto…
Respondo: precisamente esta comprobación psicológica del influjo de los afectos en
la formación del juicio nos sirve para aprovechar esa fuerza a favor de la perfección de la
obediencia: el juicio puede inclinarse por el afecto de la voluntad (ejemplo de los dos
jóvenes que se burlaban de los jesuitas porque habían dorado un altar que valía mucho por
la talla en madera. Uno de ellos entra en la Compañía y cuando el otro le pregunta si está
contento en ella, le contesta: “¡Ahora el altar me parece precioso!”). La verdadera madurez
psicológica está en la moderada afección al propio juicio: al enfermo mental no hay quien lo
convenza de que está equivocado; lo mismo a los niños caprichosos…
Para llegar a esa perfección y madurez propone S. Ignacio: «...pero que querríades
ver cómo podréis conseguir la perfección de ella […]. Ninguna cosa hay difícil a los humildes
ni áspera a los mansos». Y luego: «Sin estos, tres medios en especial os represento, que para
la perfección de la obediencia de entendimiento mucho os ayudará»:
- Ver a Dios en el Superior: «antes mirad al que en el hombre…»
- Listos siempre para buscar razones a fin de defender lo que el superior ordena o a lo que
se inclina…
- Sin inquisición, inclinación habitual a hacer la voluntad del superior (=voluntad de Dios).
Obediencia ciega. Esta inclinación como instintiva se puede educar y fortalecer con el don
del Espíritu Santo. Y llegar a ser un verdadero carisma, como en S. Alonso Rodríguez.
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La perfección de la obediencia está, pues en la adhesión afectiva y por fuerza de esta
se extiende al juicio, si no lo impide la evidencia: obediencia amorosa.
60
Respondo:
- Ad maiorem (a la mayor): Ignacio exigía omnímoda obediencia de juicio y obediencia
ciega a sus hijos,
Ciega= irracional: NIEGO. Ciega: incluyendo la representación. SUBD.
representación= información, para «hacer capaz», CONCEDO; representación “decretista”,
NIEGO. Además, exigía la obediencia específicamente religiosa, iuxta Institutum (según el
Instituto). Y no en la obediencia jurisdiccional, en cuanto al juicio, ni tampoco en cuanto a la
ejecución cuando no se le manda bajo pecado, o se le ordena algo que era contra el modo
de proceder inspirado por Dios y aprobado por la Santa Sede.
- Ad minorem (a la menor): el mismo Ignacio no solo representaba, sino resistía, movía,
insistía sin descanso, es decir, no representaba, sino “decretista”.
Esos ejemplos aducidos a la vida de S. Ignacio se referían a la obediencia
jurisdiccional en cuanto a someter el juicio (cosa que no se le podía obligar, como hemos
visto); o en cuanto a la ejecución, pero en cosas contra lo que la Santa Sede ya había
aprobado: no se lo mandaba bajo pecado el que se lo podía mandar: el Papa; o se lo
mandaba quien no tenía jurisdicción…
El súbdito debe obedecer al superior en el orden religioso, según su Instituto, como
lo hizo S. Ignacio con el Pontífice en el orden, en el campo religioso: y a la verdad, no se
encuentra ningún caso en que Ignacio manifieste diversa opinión de la de los Papas, en
cosas que caigan bajo ese orden religioso de sujeción, en relación con las “misiones” (Cfr.
MI, I, 3, 414). Pero respecto a las dignidades el mismo Ignacio reconocía que ni él podía
exigir a sus súbditos: caso de Etiopía (MI, I, 8, 698).
61
someterse a él sin el voto; el voto no hace más que confirmar un orden objetivo), y a la cual
obediencia se abraza el hombre por el deseo de ser perfecto.
Hay dificultad en el fundamento escriturístico de la obediencia de consejo.
Recordemos lo que dice Rahner y que ya antes insinuamos (Stinmen der Zeit, 1956, p.206):
no es fácil fundar en la Escritura el consejo de la obediencia, en la imitación de Cristo,
porque Cristo fue obediente al Padre y este es un aspecto de su vida, ¿pero de dónde
sabemos que se haya sometido a una potestad sub aspectu perfectionis (bajo el aspecto de la
perfección)? Ni tampoco es fácil fundarla en un consejo evangélico explícito dado por Cristo,
que no se ve claro como la pobreza y la castidad. Ni de las palabras de S. Pablo, que habla de
potestad humana y necesaria. Ni se confirma por la tradición, ya que al principio había
ascetas y vírgenes, y no se hace mención alguna de obediencia religiosa, puesto que no leían
nada de ella en el Evangelio; los ascetas vivían solos y más tarde no se hizo el voto de
obediencia, simplemente celibato y monaquismo: vida en común en la que practicaban la
castidad y la pobreza y la estabilidad en un mismo lugar.
Aspecto previo:
¿Qué se entiende por consejo de obediencia? ¿Qué es ponerse bajo la obediencia?
Es someter la propia voluntad a un orden de autoridad preexistente (sea
jurisdiccional o de otra clase, sea bajo pecado o con otra obligación). Y no es, formalmente,
lo mismo que someter la propia voluntad a la voluntad de otro (aun haciendo un contrato)
que no tiene ninguna autoridad sobre mí.
Es evidente que puede existir este orden objetivo sin que se extienda a mí, mientras
yo no someta libremente mi voluntad (Cfr. Suárez, De Religione, S.I., VII, 1,10).
62
2. Aplicación al consejo de obediencia:
Quoad (respuesta al) a): Puede darse en el ejercicio de la obediencia necesaria, v.g.
de jurisdicción, en la que uno puede ir más allá de lo necesario para evitar el pecado. Pero no
se incluye en la misma línea de perfección la obediencia de juicio, ni la obediencia a la señal
de la voluntad del superior, puesto que la obediencia de necesidad (fuera del caso del
magisterio eclesiástico) no significa tal representación de Cristo, que es la que reclama la
sujeción del juicio… La perfección de la obediencia, en su línea, debe ejercitarla el que quiera
la santidad.
Quoad (respuesta al) b) y c): Según se le considere será el significado, y la
justificación corresponderá al sentido que se le dé.
Los sentidos b) y c) (consejo evangélico; consejo de vida evangélica):
- Difieren de a) (perfección en la línea de obediencia…) porque ahora no tratamos de la
perfección en la ejecución a la potestad necesaria.
- Concuerdan entre sí, porque tratan de la sujeción voluntaria a la potestad libre, al
menos en cuanto a su extensión a hombres concretos.
- Difieren entre sí en cuanto, como consta por la vida de Cristo, podría uno, sin que Cristo
lo admitiera a su seguimiento, hacer los tres votos. Cfr. Mc. 5, 18-20.
Jesús no admitió al poseso de Gerasa que quería seguirlo en la vida evangélica; pero
hubiera podido hacer los tres votos: ¿sería lo mismo? No. Tendría los tres votos y, sin
embargo, no seguiría a Cristo. Aparece cómo la justificación de los consejos evangélicos y la
del seguimiento de Cristo, son diversos. En el consejo de vida evangélica, se incluye los tres
votos, como connaturalmente, pero no son lo mismo.
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3. ¿Es esta obediencia necesaria para conseguir y actuar el estado de perfección cristiana?
4. ¿Es necesario o conveniente para la vida apostólica?
Es un camino muy largo y difícil.
B) Nosotros nos dirigimos directamente a la justificación del consejo de la obediencia en el
tercer sentido, es decir, de consejo de vida evangélica, y con los caracteres de la obediencia
ignaciana. No tanto insistimos en el aspecto de consejo u obligación, ni en que sea o no
modo de vivir más perfecto; sino en lo fundamental: LA EXISTENCIA DE ESTE ORDEN. Y lo
probamos con un doble paso:
1. Cristo invitó de hecho a este orden concreto de obediencia que, por lo tanto, existía
durante su vida mortal.
2. Este orden fue conservado por la Iglesia.
A) Por el significado formal del sequere me: nos lleva a la obediencia por dos caminos:
a) Imítame
Sequere me
b) Obedéceme
a) Imítame: Según S. Jerónimo (ML. 26.137) sigue a uno el que lo imita y va pisando
sus huellas: este verbo en griego (Ακολουθήστε) frecuentemente significa esto en el N.T.
Imitación se entiende:
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- En un sentido más completo, es decir, tal que contenga en sí el sentido de
seguimiento con obediencia (y entonces se reduce a b): obedéceme) «Imitatores mei estote
sicut et ego Christi» (Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo) (Cor 1, 4.16).
- En un sentido simple, es decir, de mera imitación (=copiar en sí un ejemplo propuesto;
imitar a Cristo en la obediencia).
Así, S. Th. II-II, q. 186 a.5: «Perfectio religionis maxime consistit in imitatione Christi
secundum illud Mt 19, 21: “Si vis perfectus esse […] sequere me”. Sed in Christo maxime
commendatur obedientia, secundum illud ad Phil. 2.8: “Factus est obediens usque ad
mortem”. Ergo videtur quod obedientia pertineat ad perfectionem religionis». (La máxima
perfección de la religión consiste en la imitación de Cristo, según aquello de San Mateo: “Si
quieres ser perfecto […] sígueme”. Pero en Cristo se recomienda principalmente la obediencia,
según aquello de Filipenses: “Se hizo obediente hasta la muerte”. Luego se ve que la
obediencia pertenece a la perfección de la religión).
Y Casiano, en la Colación XIX, c. 6 ad finem: «… usque ad finem subiectus abbati, illum
aliquatenus videar aemulari de quo dicitur: Humiliavit semetipsum factus obediens usque ad
mortem» (Phil. 2.8) (…el sometido al abad hasta el final, hasta cierto punto parezca emular a
Aquel de quien se dijo: Se humilló a Sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte).
Sin embargo, no faltan dificultades: puesto que hay una imitación de Cristo necesaria
para la salvación y otra para la perfección, se pregunta: ¿cómo es Cristo el ejemplo de la
obediencia de consejo y más con las características ignacianas? Porque Él es ejemplo de
toda santidad, aun de la obediencia: Él dio ejemplo de obediencia al Padre, ejemplo que
debe imitar todo cristiano (1 Ptr. 1, 13) y ejemplo de obediencia a la autoridad constituida.
Pero no se ve que haya llevado a la práctica la obediencia de consejo sometiéndose a
un maestro de perfección, ni a determinadas labores apostólicas…
Tal vez, (hilando delgadito), se podría pensar que Cristo practicó una cierta obediencia
de consejo, en cuanto toda obediencia para Él era libremente abrazada, al menos in signo
priori ad assumptionem (como signo primero de la asunción) de la naturaleza humana con sus
adjuntos; de manera especial se podría considerar así la vida de Nazaret, después del
hallazgo en el templo: entonces –por voluntad del Padre– había roto los vínculos familiares,
y las palabras «in his quae Patris mei sunt oportet me esse» (conviene que me ocupe de las
cosas de mi Padre) constituyen como el fundamento de su vida posterior, (ya que «ego quae
placitas sunt hi, facio semper» {Yo hago siempre lo que le agrada}). Estuvo, pues, sujeto en la
vida de familia como en una escuela de perfección para aprender las virtudes adquiridas, y la
Virgen María fue la Maestra de Cristo, ya que por gracia de Cristo, María era lo que era:
Madre y educadora del Verbo. Es una idea muy bella, pero no prueba mucho, aun
admitiendo que fuera así. Porque puede ser que Jesucristo hubiere procedido así para dar
ejemplo de humildad y para evitar escándalos, no precisamente para dar ejemplo de
perfección: de hecho, en otras ocasiones obró para evitar el escándalo, no por mostrar más
perfección; vg. Mt. 17, 27: el pago del tributo: «…ut autem non scandalizemus eos…» (para
que no los escandalicemos).
Y todavía más difícilmente aparecen las características de la obediencia ignaciana…
Por ejemplo, a la señal de la voluntad del superior… vg. «Calicem quem dedit mihi Pater, non
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bibam illum?» (El cáliz que me da mi Padre, ¿no lo voy a beber?), Jo 18,11: Lo dice para indicar
que quiere seguir la perfección de la obediencia, no para resolver una duda…
b) Obedéceme. Puede significar obediencia:
- Directamente: Así S. Th. II-II, q. 186 a.8 ad. 1: «Consilium obedientiae includitur in ipsa
Christi sequela: qui enim obedit sequitur alterius voluntatem» (El consejo de la obediencia
incluye en sí misma el seguimiento de Cristo: quien obedece sigue la voluntad de otro).
Otros deducen directamente la obediencia de las palabras sequere me, porque debe
seguir el tercer consejo…
- Indirectamente. Sea:
• por el capítulo abnegación.
• por el capítulo humildad.
• Capítulo abnegación: (Mt 16,24) «Si quis vult post me venire abnegat […] et sequatur
me» (Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese […] y sígame). Es decir: deje su voluntad y
abrace la mía. (Así, S. Basilio, Dictionaire de Spiritualité, I, 67 ss. Agustín no parece que haya
visto en la obediencia religiosa un consejo para la perfección cristiana).
• Capítulo humillación: (Mt 18,3; Mc 10,16) «Nisi efficiamini sicut parvuli, non intrabitis in
Regnum caelorum» (Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos), ubi
«intrare in Regnum caelorum» (donde “entrar en el Reino de los cielos”) es seguir a Cristo y,
por lo tanto, por la humildad se va a la obediencia. (Así Casianus, Inst. II, c.3).
Pero hay una dificultad: esta abnegación y humillación pueden entenderse y tratar de
cosas necesarias para la salvación, del seguimiento de Cristo en lo sustancial. Es cierto que
Cristo dijo. «Si quis vult…» (Si alguno quiere…), «Si vis…» (Si quieres…) y por eso puede
probablemente entenderse del consejo; pero, sea necesaria, sea de consejo esa abnegación
y humillación, en manera alguna aparece la necesidad de obedecer a un hombre, fuera de
Dios. El hombre debe procurar la abnegación y la humillación para que «sapiant quae Dei
sunt» (sepan lo que es de Dios) y para obedecer a las doctrinas de Cristo; pero ¿qué tiene esto
que ver con la obediencia a un superior no necesario? Por consiguiente, no parece que por
este capítulo se pueda fundar sólidamente en la Escritura la obediencia religiosa y menos la
obediencia ignaciana. (Así Suárez, De Religione S.I.).
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Expondremos esta forma especial de ser discípulo (discipulatus: discipulado, modo
particular de compañía corporal y exclusiva de Cristo, y estable)
Esto se prueba:
a) Por el sentido técnico de las palabras: akolouzeo (seguir, acompañar, adherirse) y
mazetés (discípulo) en el Nuevo Testamento (Cfr. Kittel, I, 210 ss.; IV, 417 ss.).
b) Esta compañía corporal, este entrar a seguir a Cristo en una comunidad familiar, con
entrega de persona a persona, aparece también en las exigencias reales de Cristo. Exigía:
- Dejar lo que poseía: «Vade, vende quae habes…» (Ve, vende lo que tienes…) (Mt 19,21).
- Dejar la familia: «Qui amat patrem… plus quam me…» (Quien ama a su padre… más que a
Mí…)
- Amar solo a Cristo y seguirlo en todo (Mt 10,37; 8,22)
c) Por lo que hicieron los apóstoles:
- «Relictis retibus et patre…» (Dejadas las redes y a su padre…) Mt 4, 20; Mc 1, 18.
- «Ecce reliquimus omnia…» (He aquí que lo hemos dejado todo…) Mt 19,27.
Este modo particular y estable de seguir a Cristo era:
a) Ciertamente, en cuanto a la voluntad, ya que dejan definitivamente todo, aun la
mujer; venden las cosas…
b) Probablemente con cierta obligación moral, pues no ve claramente que hubiera
culpa formal en abandonar a Cristo. Dice Jesús: «Nemo mittens manum suam ad aratum…
respiciens retro, aptus est regno Deis» (Nadie que pone la mano en el arado y vuelve la vista
atrás es apto para el Reino de Dios) (Lc 9,62), pero no dice que peque. «Coepit aedificare et
non potuit consumare» (Empezó a construir y no pudo terminar) (Lc 14,30) «et omnes […]
incipient illudere ei» (y todos […] empezaron a burlarse de él), pero no afirma que cometa
pecado. «Apostolatus de quo praevaricatus est Iudas» (El apostolado del que prevaricó Judas)
(Act 1,25): no dice que haya pecado formalmente por abandonar a Cristo, sino por haberlo
entregado.
Ni es tampoco cierto que esta obligación moral proceda de una obligación impuesta
por Cristo por la forma imperativa de la invitación, ya que no a todos los discípulos se hace
esta invitación imperativa y, en caso de darse, no parece que se trate de una obligación
moral: se podría quizá decir que existe esa obligación una vez que ellos hayan aceptado la
invitación.
Luego probablemente proviene la obligación moral de la voluntad de profesar esa
vida, en la cual profesión se incluía una promesa, sea explícita, sea implícita. Pues de lo
contrario, no se vería por qué es arduo el seguimiento de Cristo, si se pudiera abandonar en
cualquier momento. Sto. Tomás dice: «Immobilitas firmatur votum» (La inmutabilidad se
confirma por el voto).
Vemos ahora el aspecto nuestro, más específico: cómo la vida de obediencia se
contenía en todo esto; más aún, en el misterio de la voluntad humana de Cristo.
Claro está que en el «sequere me» (sígueme) la vida de obediencia se contenía en un
sentido general, que había una subordinación a Cristo, como la de todas las criaturas; pero
en el llamamiento de Cristo a seguirlo hay algo más profundo: esta vida de obediencia no la
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quería Él primariamente para la organización de la comunidad de los apóstoles (como vida
conventual), ni como una organización propagandística (como una milicia) sino como una
sumisión a Cristo que los introducía en la práctica de la perfección: el mismo Cristo los
formaba para la perfección, era el Maestro de la perfección: «Unus est magister vester» (Uno
es vuestro maestro) (Mt 23,8); «Vos vocatis me Magister et Domine» (Vosotros me llamáis
Maestro y Señor) (Jo 13,13); magisterio que se extiende a enseñarles a orar: «Orabitis autem
sic» (Oraréis así) (Mt 6,9) y a la designación y ejercicio de los ministerios apostólicos: «Ut
essent cum illo et ut mitteret eos praedicare» (Para que estuvieran con Él y para enviarlos a
predicar) (Cfr. Mc 3,14; 6,7; Lc 9,2; 10).
Esta obediencia se ejercitaba en el misterio de la voluntad humana de Cristo. Cristo
mandaba a los apóstoles: Él veía el rostro del Padre y comunicaba a los apóstoles lo que el
Padre le comunicaba a Él. La voluntad humana de Cristo da sus órdenes a sus apóstoles
según la voluntad objetiva del Padre: lo que el Padre le da, lo que le comunica a Él, lo da a
los apóstoles. Y esto se hace por medio del entendimiento humano de Cristo, como
hombre: el entendimiento humano de Cristo veía la voluntad del Padre y la comunicaba a
los apóstoles por el órgano inmediato de su cuerpo (=sensibiliter) (sensiblemente, por los
sentidos). Los demás, vg. Nicodemus, eran elegidos por Cristo, pero no sensiblemente; lo
mismo el endemoniado de Gerasa, puesto que toda gracia viene de Cristo. Es aplicación a la
Iglesia y al Cuerpo Místico.
El joven rico («si vis perfectus esse, vade, vende […] sequere me» {Si quieres ser
perfecto, ve, vende… sígueme}) es llamado a este apostolado de vida evangélica, como
puede verse por la consonancia con otros llamamientos semejantes, que son al apostolado
de la vida evangélica (vg. el del que quería ir antes a enterrar a su padre…)
Ergo el consejo de perfección en la vida evangélica lleva consigo una dedicación
personal, total, exclusiva a la dirección visible de Cristo visible (no de Cristo invisible, que se
da en todos los hombres aun en el A.T.), tanto en la formación de la perfección como en el
ejercicio del apostolado; en todos estos elementos se basa la dedicación total al
seguimiento de Cristo sensible, libres de lazos seculares que impiden dicha dedicación. En
esto consiste el verdadero holocausto de la vida religiosa, que incluye decisiones definitivas:
- De abandonar los bienes materiales: pobreza.
- De amar afectivamente a solo Cristo: castidad.
- De obedecer a Él sensibiliter (sensiblemente): obediencia.
Estos consejos se incluyen en el seguimiento de Cristo: no son, pues los consejos un
como medio para conseguir la misma perfección sino una modalidad intrínseca de la
perfección, de la caridad. El seguimiento de Cristo así considerado es una caridad
cualificada, intrínsecamente diversa de otras. Así como la virginidad es más perfecta que la
vida de matrimonio porque es una caridad cualificada, así también esta vida evangélica.
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Explicamos:
Se pregunta en qué sentido podemos decir que la vida de virginidad es más perfecta
que la vida de matrimonio. La dificultad que muchos proponen la expone así el P. K. Rahner:
hablar de que la virginidad es más perfecta en sí es verdadero (lo dice el Tridentino, Can. 10
Dz. 980) sed absonum (pero disconforme, incompatible), ya que in concreto (en concreto), no
se da «perfectior in se» (más perfecto en sí): es algo relativo. Si una persona no es llamada a la
virginidad, para ella es más perfecto casarse.
Respondo a la objeción: si eso fuera verdad, no podríamos decir que un hombre es
más perfecto que un perro, ya que no se da «perfección in se» (para el perro, «perfectius in
se» (más perfecto en sí) es ser perro perfecto. Más aún, un perro perfecto sería más perfecto
que un hombre enfermo o moribundo; o sería menos perfecto que el perro entendiera…. Así
pues, hay aquí un sofisma como veremos un poco más adelante. Y en realidad un hombre
enfermo…; en cuanto hombre es mucho más perfecto que un perro perfecto, en cuanto
perro.
La comparación nos aclara el problema que estamos tratando.
El estado de virginidad es más perfecto que el estado de matrimonio. Dice Suárez:
«Status matrimonii est essentialiter imperfectus» (El estado de matrimonio es esncialmente
imperfecto), es decir, como tal estado no es tan perfecto como la virginidad. Toda la
dificultad proviene de la forma como se concibe el “estado” con respecto a la caridad: es
decir, como medios para llegar a la perfección de una caridad: por consiguiente, si la caridad
a que tienden es la misma, es vía más perfecta para cada uno la que lo lleva a esa caridad.
Pero la caridad ut sic (como tal) no existe, en abstracto; sino que existen caridades
diversas, concretas, cualificadas. Lo mismo que en el cielo las caridades no serán iguales:
«Alia est claritas solis, alia est claritas lunae…» (Una es la gloria del sol, otra la gloria de la
luna…) (1 Cor 15, 41).
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De la misma manera afirmamos del estado de vida evangélica que es más perfecto:
- Ya que a ella invitó Cristo (y no lo hizo a la vida de matrimonio).
- Por razón intrínseca teológica. Que unos ponen en la cruz, otros en el dolor, otros en la
ascesis… Rahner lo pone en la visibilidad del amor escatológico ante la faz de la Iglesia: en la
vida de renunciación se tiene una expresión sensible, ante la faz de la Iglesia, de aquel amor
escatológico hacia Cristo.
Pero, ¿por qué este amor escatológico es, de se (de suyo), más perfecto? ¿Porque
supone un estado final? Con relación a la virginidad, se puede admitir; pero con respecto a la
obediencia hay dificultad, ya que no se ejercita escatológicamente, sino hacia un hombre
que hace de mediador.
Nosotros ponemos como razón intrínseca de la perfección de esta vida evangélica
que, por tal vida, el hombre se pone totalmente, se entrega en holocausto redentor, bajo la
dependencia de Cristo Cabeza-Mediador. El que no se encuentra en este estado es movido
por la gracia de Cristo, pero una gracia que obra, no sensiblemente, ni lo conduce
sensiblemente a una dependencia total personal; y, en cambio, en el estado de vida
evangélica esa gracia actúa inmediata, sensiblemente.
(Cfr. p. 64)
En las potestades necesarias.
Se pregunta: ¿cómo se justifica que la obediencia religiosa pueda considerarse como
continuación del seguimiento de Cristo, maestro de perfección y guía espiritual que mueve
visiblemente?
• Primer camino de prueba: se saca de las fórmulas del N.T. (no lo seguimos).
- Lc 10,16: «Qui vos audit, me audit» (Quien a vosotros escucha, a Mí me escucha), luego se
perpetúa esa vida en la Iglesia. Sic (Así) Suárez, Basilius, Benedicto, Columbano… Sin
embargo, esa expresión en sentido literal se refiere a la misión temporal de los discípulos
cuando Cristo les comunica su propia autoridad. Con derecho se aplica y se debe aplicar a
toda autoridad legítima en la Iglesia (Cfr. Dz. 341). Pero ¿cómo pruebas que esa autoridad
religiosa es legítima? Luego por este texto no se prueba la autoridad del superior religioso y
mucho menos en relación con la obediencia especial de juicio.
- Rom 13, 1-2: «Non est enim potestas nisi a Deo […] qui resistit potestati Dei ordinationi
resistit» (Porque no hay autoridad sino de parte de Dios […] quien se opone a la autoridad se
opone a lo establecido por Dios). Pero se trata aquí del principio general en que no se
propone la autoridad como intérprete de la voluntad antecedente de Dios en el sentido
explicado; sino que Dios estableció un orden humano y resiste a Dios el que resiste a este
orden.
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- Hbr 13,17: «Obedite praepositis vestris» (Obedeced a vuestros superiores). De manera
semejante, no indica la obediencia de la vida religiosa, sino una aplicación práctica como en
Rom 13, 1-2.
- Col 3,20: «Fili, obedite parentibus per omnia» (Hijos, obedeced a vuestros padres en todo).
- 1 Petr 2,18: «Servi, subditi estote in omni timore dominis» (Siervos, sed sujetos con todo
temor a vuestros amos).
- Tit 2,9: «Servos dominis suis subditos esse» (Que los siervos se sujeten a sus amos en
todo).
- Ephes 6,5: «Servi, obedite dominis carnalibus cum timore […] sicut Christo». (Siervos,
obedeced a vuestros amos terrenales con temor […], como a Cristo).
En todos estos textos se trata de las relaciones de los siervos para con sus señores:
no se dice nada nuevo, sino que se invita y exhorta a la observancia de lo mandado; no se
cambia lo establecido, sino más bien supuesto el orden, se indica que se le debe guardar
como corresponde a un cristiano para agradar a Cristo: «…hoc enim placitum est in Domino»
(…porque esto agrada al Señor) (Col 3,20).
Luego, en la ordenación de los señores o amos no aparece la interpretación de la
voluntad antecedente de Cristo: solo lo que dice Rom 13: «Qui resistit potestati, Dei
ordinationi resistit» (Quien se opone a la autoridad se opone a lo establecido por Dios).
Luego, del N.T. no se puede concluir directamente que el que obedece con
obediencia religiosa cumple un consejo evangélico, que obedeciendo al superior obedece al
vicario de Cristo. (Se seguiría, si se hubiera probado antes que esa autoridad religiosa
proviene de Cristo).
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Explanación:
1. Admitiendo este sentido del «sequere me» (= servire Ecclesiae... {Servir a la Iglesia})
no se le propone solo al joven rico, sino en general a todos como el mismo consejo de
perfección. En esta invitación «sequere me» se encuentra en germen la vocación religiosa en
la Iglesia; porque seguir a Cristo es seguir a la persona y preocuparse de su obra, servir a su
obra, la Iglesia –servir en sentido pasivo (=dedicarse a…)–, lo cual hacen los religiosos con su
obediencia; más aún, bajo esa misma obediencia se incluye la de los clérigos seculares a su
obispo, porque también sirven a la Iglesia.
Examen de este proceso:
No nos satisface, porque considera el consejo de obediencia como uno de los medios
para conseguir la perfección, la caridad (no caridad cualificada, cfr. pg. 67); parece admitir
que el consejo de obediencia es someter la propia voluntad a la voluntad de otro, no a la
dirección visible de Cristo visible… A lo más se podría admitir una autoridad organizativa.
Tercer camino: sacado de los caracteres de la Iglesia (ex Ecclesiología). Camino que
•
seguimos nosotros:
Difiere del anterior en la posición del problema. No investigamos acerca de la
posición de la autoridad religiosa con respecto a la autoridad de jurisdicción; sino que,
fijándonos en la misma constitución de la Iglesia, encontramos una potestad que,
inmediatamente, justifica la potestad religiosa.
Argumento:
La Iglesia, adornada de la potestad de orden, de magisterio y de jurisdicción, tiene la
potestad de perfeccionar a cada uno de sus miembros y potestad de dirigir su apostolado
evangélico (de ellos) en la perpetuación del misterio de la humanidad de Cristo.
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Ahora bien: la potestad ejercida en la vida religiosa es un modo de aplicación de la
potestad de dirigir y perfeccionar a cada uno de sus miembros según la vocación de cada
uno (Cfr. Salaverría, Bertrams).
Pruebo el argumento:
Se supone probado ya:
- Que la Iglesia está dotada de esas potestades.
- Que la Iglesia es una sociedad sobrenatural perfecta.
- Que tiene la potestad de perfeccionar: ya que la Iglesia por su misma primaria
institución tiene obligación y derecho de conducir a cada uno de los hombres a la
perfección, de santificarlos, no solo teórica sino prácticamente; no imperativamente, con
obligación bajo pecado, sino directivamente, con obligación spiritus o de perfección. Para
conseguir esta perfección, pertenecen de manera especial los actos personales que la Iglesia
puede moderar autoritativamente, de acuerdo con esa potestad directriz.
Pruebo la existencia de esta potestad de perfeccionar:
a) Con palabras de Pío XII en la “Mystici Corporis”: « (Cristo) elegía a los apóstoles,
enviándolos de la misma manera que el Padre le había enviado a Él, como doctores,
rectores, autores de santidad (sanctitatisque effectores) en la comunidad de los creyentes».
En la alocución a los superiores de Órdenes Religiosas (11, II, 58; Osserv. Rom. 12. II,
58): «El Instituto de la vida religiosa, en tanto es y en tanto vale, en cuanto está
estrechamente unido al mismo fin de la Iglesia, que se dirige a llevar a los hombres a
conseguir la santidad» (cfr. AAS, 1951, 9.28).
b) Con la Sagrada Escritura: Mt 28, 18-20: «Euntes ergo docete omnes gentes,
baptizantes eos in nomine Patris et Filii el Spiritus Sancti: docentes eos servare omnia
quaecumque mandavi vobis» (Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del
Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo: enseñándoles a observar todo lo que os he mandado).
Docete = matheteusate = haced discípulos, enseñad personalmente a cada uno a guardar
todas las cosas «donec formetur Christus in vobis» (hasta que Cristo sea formado en vosotros)
(Gal 4,19) «in mensuram aetatis plenitudinis Christi» (a la medida de la edad de la plenitud de
Cristo).
c) Con la Tradición: el Obispo tiene el carácter y el oficio de padre de los fieles y
también el nombre. Así se encuentra en S. Ignacio de Antioquía en sus cartas; en la
Didascalia Apostolorum (s. III). Más tarde se deriva el sentido de padre entre los monjes.
Orígenes defiende que los “espirituales” se pueden llamar padres, aunque no sean obispos,
con tal de que tengan la capacidad de conducir a la perfección; y da la razón: porque tienen
la capacidad de ejercer el oficio de los obispos, sc de conducir a la perfección.
d) Con razón teológica:
- De la nota “Santidad”. Pío XII en la alocución citada dice: «Porque no respondería
plenamente su Esposa la Iglesia al deseo de Cristo N.S., ni llenos de confianza los ojos de los
hombres se volverían hacia Ella como a “signo levantado ante las naciones”, si en su seno no
se encontraran los que con el ejemplo de vida más que con las palabras, brillaran
hermosamente con la belleza del Evangelio» (AAS, 25, III, 1958, 154).
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- Por la potestad de orden, magisterio y jurisdicción. El poder de santificar los miembros
es el poder primario, fuente. Para lograr este fin la Iglesia tiene la potestad del magisterio,
de orden y de jurisdicción; estas potestades se concentran en aquella potestad
santificadora, que bien puede llamarse la potestad dominativa de la Iglesia para cuidar del
Cuerpo Místico de Cristo. Esta potestad santificadora la tiene la Iglesia en cuanto sociedad,
en cuanto es Iglesia, pues la santificación se halla específica y únicamente en la Iglesia; y no
solamente por leyes universales, sino por la dirección personal: así, por ejemplo en la
confesión el ministro lo es en cuanto que es miembro de la Iglesia: Ella, como sociedad, le da
al sacerdote jurisdicción para que perdone los pecados; lo mismo sucede acerca de la
santificación, orientada por el P. Espiritual: debe estar constituido por la Iglesia, no basta la
mera iniciativa privada, (como sería si yo escogiera un seglar cualquiera para que me dirija
espiritualmente…). La Iglesia como sociedad perfecta, así como tiene las diversas
potestades, distintas entre sí, pero no separadas, de igual manera en el orden de la santidad
y de la santificación no tiene solamente la potestad de definir teóricamente las cosas que
conducen a la perfección, sino, juntamente, la de conducir en la práctica y en concreto a
cada uno hacia la santidad.
Nótese que no estamos hablando de la infalibilidad (=asistencia especial del Espíritu
Santo), distinta y superior a las potestades.
Segunda afirmación de la mayor: (La Iglesia tiene) potestad de dirigir su (de ellos)
apostolado evangélico.
Vamos a probar la justificación de la obediencia ignaciana como directriz en el
apostolado. Se procede de manera semejante a la anterior, para justificarla.
Cristo comunicó a la Iglesia el derecho y el deber de ejercitar el apostolado
evangélico y de dirigir a los que trabajan en este apostolado en conformidad con la voluntad
del Padre. Esto aparece y lo vimos en Cristo con respecto a la misión de los apóstoles. Esta
potestad en la Iglesia se deduce:
- bien de la potestad de formar a cada uno de los llamados al apostolado evangélico, es
decir, de designarle el modo de santificarse en el apostolado evangélico.
- o de la facultad de designar el campo del apostolado, para el bien universal.
a) Naturaleza de esta potestad:
• Con respecto a algunas cosas es libre. La Iglesia determina las leyes obligatorias y los
preceptos en relación con el bien común. Define las verdades de fe. Determina, por la
potestad de orden, las leyes para la administración de los sacramentos. Pero, respecto a la
vida espiritual, a la vida de santificación, da solamente normas: la autoridad no sustituye la
actividad espiritual de cada uno, ni se apropia la moción del Espíritu Santo, exclusivamente.
En cuanto a las cosas de perfección, la Iglesia no ejercita su potestad sino sobre aquellos
que, por la moción de Dios, se le confían. Puede, sin embargo, declarar autoritativamente,
en el orden de la perfección, que uno es llamado a esta vida de perfección y de dirección
sensible por medio de la Iglesia. Así procedía Cristo, que no dirigía sensiblemente a la
perfección a los que no le seguían, sino declaraba la vocación: «Si vis…» (Si quieres…).
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• Sin embargo, es verdadera potestad, aun en las cosas libres. (Nota: no se olvide la
quaestio de nomine (cuestión del nombre) y la realidad: si alguno a esta realidad no le quiere
dar el nombre de potestad y no admite que el acto correspondiente en el súbdito se llame
obediencia, porque Sto. Tomás dice que la autoridad es para el bien común, es quaestio
nomine, llámela de otra manera. La realidad, la sustancia existe, que es lo que nos interesa; y
es verdadera potestad aun en las cosas libres, pues).
- No es de la naturaleza de la potestad que sea infalible: en las aplicaciones concretas
todo el mundo lo admite: fuera del Magisterio Eclesiástico en cosas de Fe, todas las otras
potestades son falibles.
- No es de la naturaleza de la potestad que obligue bajo pecado: que sea bajo pecado es
una de las obligaciones que se pueden imponer. En la sociedad, para el bien común se
manda en esta forma, porque por obligación “de perfección” no se rige la sociedad: ¡nadie
obedecería! Sin embargo, la Iglesia atiende también a la santificación de cada una de las
almas, y aunque es cierto que no puede obligar a nadie, más allá, ni de forma distinta de la
que Dios quiere, con todo puede, y esta es verdadera potestad, declarar autoritativamente e
intimar a cada uno la obligación que tiene delante de Dios en algo relacionado con la
perfección. Es autoridad declarativa, pero verdadera. En esto la Iglesia es quasi-vicaria (en
cierta manera representante) de la voluntad de Dios, interpreta la voluntad de beneplácito de
Dios.
b) Sujeto de esta potestad:
¿Quién la tiene? ¿Dónde se halla? Ordinariamente en los sucesores de S. Pedro y de
los Apóstoles: Los Sumos Pontífices y los Obispos residenciales.
Por eso decimos de los obispos que están en estado de perfección “comunicada”.
Los demás, sacerdotes, monjes… son coadjutores del Sumo Pontífice y de los obispos para
santificar las almas (Cfr. Journet, “Theologié de l´Eglise” p. 156-158; IV Sent. d. 20, I, a.4.q. 1;
Housser, “Direction Spirituelle en Orient autre fois”, p. 105-125).
Aquí suelen poner esta dificultad: ¿luego, según eso, el Obispo, vi ordinationis (por la
fuerza de la ordenación) , tiene, por el mismo hecho, la capacidad de conducir rectamente a
la perfección? Y no sucede así…
Respondo: También puedo yo preguntar: ¿luego, en fuerza de la ordenación, el
Obispo tiene la capacidad de regir rectamente la diócesis? Claro que sí. Pues es lo mismo: en
fuerza de la ordenación se le da una potestad moral. Que la ejercite rectamente depende de
las cualidades naturales y sobrenaturales y de su correspondencia… Por eso, según
Orígenes y los Santos Padres, no debería ser consagrado Obispo el que no tuviera esas
cualidades, es decir, de conducir a los demás a la perfección y de saber regir la diócesis.
Podrá evidentemente y deberá ayudarse de otros peritos a quienes comunica su autoridad:
coadjutores, sacerdotes, monjes,… Pío XII dice en la alocución del 11 de febrero de 1958 a
los superiores religiosos: «In hac igitur parte Nostri muneris, (sc. sanctificandi…) vobis,
dilectissimi Filii, sive recto tramite, aliquid vobis per Codicem Iuris delegantes Nostrae
supremae iurisdictionis, sive per ipsa Nobis probata Regulas et Instituta vestra illius potestatis
vestrae, quam “dominativam” appellant fundamenta ponentes, vos socios Nostri supremi
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officii assumpsimus. Hinc fit ut Nostra plurimum intersit, ut ad mentem Nostram et Ecclesiae
hanc vestram auctoritatem exerceatis» (Cfr.: En esta parte de nuestro cargo [es decir, la
santificación], a vosotros, hijos queridísimos, o por el camino más corto, delegando a alguno de
vosotros por el Código de Derecho de Nuestra suprema jurisdicción, o por vuestras mismas
Reglas e Institutos aprobadas por Nos, poniendo los fundamentos de aquella vuestra potestad,
que se llama “dominativa”, os recibimos como colaboradores de Nuestro supremo oficio. De
aquí resulta que nos interese muchísimo, para que ejerzáis esta vuestra autoridad para nuestro
propósito y de la Iglesia) (AAS, 25, III, 1958, P. 154).
De lo dicho, pues, se ve claro que los que tienen esta potestad son los representantes
de Cristo, puesto que tienen la potestad de declarar la voluntad antecedente de Dios. Deben
tener los ojos fijos en cuál es la voluntad de Dios sobre cada súbdito en concreto. Por eso, en
el súbdito, correlativamente debe darse la obediencia de juicio (cosa que no se da en las
otras potestades de jurisdicción, como hemos visto).
Tercera afirmación de la mayor: (Esto se hace) en la perpetuación del misterio de la
Humanidad de Cristo.
Se sigue de todo lo que hemos dicho: la función de esa seguridad es investigar y
declarar la voluntad del Padre a imitación de Cristo, Dios y Hombre.
La Iglesia es «madre enseñando y enseña engendrando»; así los Obispos, los PP.
Maestros, son padres siendo maestros y son maestros siendo padres. Considerada en este
aspecto, la Iglesia es instrumento unido a Cristo para manifestar sensiblemente la voluntad
del Padre (análogamente al misterio de la voluntad humana de Cristo, que era la
manifestación de la voluntad del Padre); y con una asistencia, no siempre infalible, del
Espíritu Santo (diferencia con Cristo, que no se podía equivocar) (Cfr. Journet, “Theologié de
l´Eglise”, p. 124 ss.). Esta potestad “santificatriz” es estrictamente declarativa o
interpretativa, y autoritativamente de la voluntad del padre, tal como es respecto a un
hombre concreto: en el sentido, pues, de una vicariedad mediatriz.
¿Se ocurre preguntar desde cuándo se admitió en la Iglesia que ella tenía esta
potestad?
La potestad ejercida en una religión determinada es uno de los modos en que se
puede aplicar la potestad de perfeccionar que tiene la Iglesia y el derecho de conducir a la
perfección las diversas vocaciones que surgen en el Cuerpo Místico y que Dios se las
encomienda para que las guíe en la perpetuación del consejo de vida evangélica, más
perfecta en su género y forma intrínseca de caridad (caridad cualificada).
Que de hecho la vida religiosa institucional, comúnmente, antes de S. Ignacio,
hubiera recabado para sí, como recibida de la Iglesia esta dirección aun sobre los actos
internos, habría que estudiarlo históricamente.
Parece que sí, al menos tratándose de los primeros cenobitas. En cuanto a los
religiosos de su tiempo, parece que S. Ignacio pensó que ellos también entendían así la vida
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religiosa y la obediencia; dice en la Carta de la Obediencia: «Dios N.S. quisiese que fuese tan
entendida y practicada esta obediencia de entendimiento, como es a quienquiera que en
religión vive necesaria»; así también S. Buenaventura: «Sex alae seraphim» (Serafín de seis
alas) c.7. Otros, en cambio, más comúnmente lo niegan con S. Tho. II-II, q. 104, a.4; basados
en que el hombre en cuanto a lo interior solo está sometido a Dios. Y Sto. Tomás cita a
Séneca “De beneficiis” c.20: «Si el siervo puede hacer beneficios a su amo»: videtur quod non
(parece que no), porque el siervo le pertenece todo al amo; pero si lo hace con afecto, con
amor, sí. Porque el afecto no puede ser imperado por el amo. Todo esto es muy cierto en el
orden social porque los actos internos no son sociales; pero el problema aquí es si la Iglesia
con su Magisterio puede imponer actos internos… (vicariedad) y lo mismo se diga de la
potestad santificadora.
S. Ignacio afrontó directamente la dificultad, propuso la actuación de esa posibilidad
y la Iglesia se lo aprobó.
77
Respondo:
a) En realidad no presenta ninguna prueba objetiva sólida para que se tenga que
excluir del concepto de obediencia la sumisión que se funda en la mediación personal, que
no sea precisamente la autoridad pública (Cfr. Urdanoz, O.P. “Ciencia Tomista” (1956)
p.236). Sin embargo, este mismo autor admite que Jesucristo obedeció a particulares, no
siempre a autoridad pública; y admite que la obediencia sobrenatural tiene como primer
acto la obediencia de fe: ¿dónde está aquí el bien común?
2. Porque el hombre debería obedecer a la señal del superior, sin precepto. Ahora
bien, el objeto formal de la obediencia es el precepto. Luego donde no hay precepto no se
obedece. Cuando mucho, dicen, sería espíritu de obediencia…
Respondo:
78
La solución de la dificultad está en la obediencia “spiritus” (de espíritu), es decir, no
restringir la obediencia a la obligación sub peccato (bajo pecado); la primera también
obliga…
A. M. D. G
79
OBEDIENCIA DE ENTENDIMIENTO
La obediencia de entendimiento exige en el súbdito un esfuerzo de buena voluntad
para hacer suyo el juicio del superior «en cuanto la devota voluntad puede inclinar al
entendimiento» (MI, Epist. 4, 674 -Carta de la Obediencia-); no se pretende un imposible,
que el súbdito niegue una evidencia propia, sino «en muchas cosas en que no le fuerza la
evidencia de la verdad conocida». Se trata de una norma práctica de acción, pues en ese
orden estamos, y como da la experiencia, en el 99% de los casos en que el súbdito discrepa
del juicio del superior, las razones de este tendrán también su peso, el súbdito podrá por su
propia voluntad considerarlas, buscar otras que lo confirmen, y al fin decir: francamente,
también tiene sus ventajas el plan del superior. Esta última actitud la exige S. Ignacio no
solamente como un acto meritorio de obediencia, sino porque en el mecanismo psicológico
el acto afectivo y ejecutivo están engranados con el acto intelectual, «si no hay obediencia
de juicio, es imposible que la obediencia de voluntad y de ejecución sea cual conviene», será
cosa violenta obedecer con la voluntad, a la larga, contra el propio juicio, «a lo menos no es
cosa para durar, y así se pierde la perseverancia, y si esta no, a lo menos la perfección de la
obediencia, que está en obedecer con amor y alegría» (¡estado de ánimo tan interesante
para la vida espiritual y de trabajo!). «Hay en el obedecer, si el juicio no se sujeta,
descontento, pena, tardanza, flojedad, murmuraciones, excusas y otras imperfecciones e
inconvenientes grandes» (MI. Epis. 4, 676-7).
Para seguir esta obediencia de entendimiento, el mejor medio es la obediencia
ciega: «El tercer medio para sujetar el entendimiento es aún más fácil y seguro, y usado de
los santos Padres, y es: presuponiendo y creyendo (en un modo semejante al que se suele
tener en cosas de fe) que todo lo que el superior ordena es ordenanza de Dios N. S. y su
santísima voluntad, a ciegas, sin inquisición ninguna, proceder con el ímpetu y prontitud de
la voluntad deseosa de obedecer a la ejecución de lo que es mandado», sin mirar si lo
mandado es útil o inútil, posible o imposible (MI. Epis. 4, 679). Solo cae fuera del campo de
esta obediencia ciega y de la obediencia de entendimiento el caso de que lo mandado sea
pecado (puesto que entonces hay que obedecer a una ley superior, y el mandato de la
obediencia carece de fundamento); lo mismo sucedería en el caso de mandar algo contra la
propia vocación, hipótesis en la cual el súbdito no tendría que obedecer, vg., si a un cartujo
le mandase el superior hacer vida apostólica. Es decir, el campo objetivo de la obediencia
está limitado por el pecado y por la propia vocación, según las Constituciones; de igual
forma que cualquier ley está supeditada a toda ley superior y al bien común.
Doctrina tomada directamente de S. Basilio: «Como las ovejas obedecen al pastor
yendo por cualquier camino que él las lleve, así los ascetas deben obedecer a los superiores,
sin analizar curiosamente (=sin inquisición alguna) sus preceptos, cuando no contienen
pecado, cumpliéndose con entusiasmo y rapidez (=con el ímpetu y prontitud de la
voluntad). Como el carpintero o el albañil usa de los instrumentos de su oficio a su arbitrio
sin que el instrumento se oponga nunca a ser utilizado en lo que el artesano quiera
emplearlo, sino que se somete a él, así el asceta como un instrumento debe obedecer» (S.
80
Basilio, Const. Monastic. c. XXII MG, 3, 1409. Del mismo lugar están tomados otros pasajes
de la Carta de la Obediencia).
S. Francisco de Asís ponía ya la comparación del cuerpo muerto: «Dic nobis, Pater,
quae sit perfecta et summa obedientia. At ille, verum decribens obedientem sub figura corporis
mortui, respondit: Tolle corpus exanime, et ubi placuerit, pone. Videbis non repugnare motum,
non murmurare situm, non reclamare dimissum […] cur moveatur non diiudicat…» (Dinos,
Padre, cuál sea la perfecta y suma obediencia. Y él, describiendo al verdadero obediente bajo la
imagen de un cuerpo muerto, respondió: Toma el cuerpo muerto y déjalo donde desees. Verás
que no le repugna el movimiento, no murmura si le dejan quieto, no se enfada si le abandonan
[…], no juzga por qué se le mueve…) (2 Col 152, Analecta Franciscana X, I, p. 218).
La razón de esta obediencia ciega es que yo siempre podré, salvo en casos que se
trate de pecado, renunciar a enjuiciar los motivos específicos de un acto concreto de
obediencia (en el superior obedezco a Cristo, etc.) con obediencia incluso de entendimiento,
es decir, hago mío el juicio del superior, pareciéndome que lo que me manda es lo mejor,
precisamente porque me lo manda. Supongamos que entre varios medios –naturales o
sobrenaturales– que pudiera utilizar yo para un fin apostólico, uno de ellos fuese
desaconsejable; si el superior me manda usar precisamente ese, no es que por ello aumente
su valor intrínseco para el fin propuesto, sino que por el acto de obediencia obtengo un
mayor mérito, mayores gracias, lo que en definitiva, por el dogma de la comunión de los
santos, redunda en un mayor fruto apostólico. Luego, con razón, basándose en el motivo
formal de la obediencia y obedeciendo ciegamente, se puede hacer propio, con obediencia
de entendimiento, el juicio del superior, quien juzgó que aquel medio era el más apto, y
aunque directamente no lo era –y en eso se puede equivocar el superior– pero
indirectamente, como hemos explicado, siempre será el más apto si se le añade el mérito de
la obediencia. Por otra parte, los medios naturales poco pueden para conseguir un fin
sobrenatural; por ello, si un medio natural inadecuado lo utilizo yo por obediencia, lo
convierto ya en sobrenatural, y automáticamente consigo el fin sobrenatural –realizado
Dios sabe dónde y cuándo–, aunque el fin concreto que con dicho medio pretendía no se
realice. Habrá habido un fracaso aparente, pero un éxito que, aun quedando desconocido,
no será por eso menos cierto. Lo contrario sería absurdo: que por hacer un acto de virtud,
haciendo voto de obediencia, fuese la acción apostólica menos fecunda que sin él. Estaría
en contradicción con la Divina Providencia que cuanto más agradablemente a Dios obrase el
hombre, menos provecho se siguiese al resto de la Humanidad, a cuyo bien debe enderezar
sus acciones por el mandato divino de la caridad.
(Tomado de la tesis de P. José L. Urrutia, S.I.: “Régimen de las Órdenes religiosas a
mediados del s. XVI y aportación de S. Ignacio”).
Roma, mayo de 1958
A. M. D. G.
81
ÍNDICE
• ESQUEMA .................................................................................................. 9
• OBJECIONES ............................................................................................. 11
• INVESTIGACIÓN HISTÓRICA
DEL SENTIDO DE LA OBEDIENCIA IGNACIANA ....................................... 23
82
• ESQUEMA .................................................................................................25
I. Docilidad radical..............................................................................................25
II. Mayor servicio de Dios ................................................................................... 27
1. Destierro ..................................................................................................... 28
2. Solitudo Dei ................................................................................................ 29
3. Humillación con Cristo ................................................................................. 31
4. Ministerios con los prójimos......................................................................... 32
5. Asociación.................................................................................................... 34
6. Obediencia al Sumo Pontífice ...................................................................... 35
7. Voto de Montmatre......................................................................................36
8. Intervención del Sumo Pontífice .................................................................. 38
9. Deliberación acerca de formar una asociación .............................................39
10. Deliberaciones de la obediencia ................................................................ 40
83
• JUSTIFICACIÓN TEOLÓGICA DE ESTA OBEDIENCIA ...................................61
1. El consejo evangélico…………………………………………………...62
2. Aplicación al consejo de la obediencia ...................................63
3. Justificación ...........................................................................63
1. Cristo invitó a este orden de obediencia .................................................... 64
A. Por el significado formal .................................................................... 64
B. Por el significado real ........................................................................ 66
2. Este orden fue conservado por la Iglesia ....................................................... 70
. Primer camino de prueba de las fórmulas del N.T. .................................. 70
. Segundo camino de prueba del florecimiento de la obediencia .............. 71
. Tercer camino de prueba de las NOTAS de la Iglesia............................... 72
a) Naturaleza de la potestad religiosa ...................................................... 74
b) Sujeto de la potestad religiosa ............................................................. 75
• APÉNDICE
¿La obediencia ignaciana es verdadera obediencia? ............................................ 77
84