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Concepcion Cabrera de Armida PDF

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CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA

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Primera Edición

JUNIO 2017

5,000 Ejemplares

1
Concepción Cabrera de Armida

Concepción Cabrera
de Armida nació en
San Luis Potosí,
México, el 8 de
diciembre de 1862.
Recibió la Gracia de
la Encarnación
Mística. Profetizó un
Nuevo Pentecostés que ocurriría para la santificación de
los Sacerdotes. Es un modelo de santidad como esposa,
madre, viuda, abuela y fundadora. Por la profundidad de
sus escritos, Conchita es reconocida como gran mística
del siglo XX. En 1894, a los treinta y un años, recibe el
Monograma de Jesús grabado en su pecho, teniendo
lugar los Desposorios espirituales, el 23 de enero de
1894, y tres años más tarde (9 de febrero de 1897) el
matrimonio espiritual, sobrepasado más tarde con la
Gracia de la Encarnación Mística (25 de marzo de 1906),
la cual “más allá” del matrimonio espiritual, es una forma
superior de “unión transformante”, ya que existe una

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infinidad de grados posibles de unión entre la criatura y
Dios.

La Venerable Concepción Cabrera de Armida, en sus


escritos, nos invita a vivir las limitaciones y los
sufrimientos causados por la enfermedad como un
medio para colaborar con Jesucristo en la salvación de la
humanidad y la santificación de los sacerdotes.

Carguen su cruz, hija mía, esta es mi voluntad. Te voy a


decir el secreto para aligerar su peso. En su práctica,
consiste en tres cosas:

•En la caridad con el prójimo,

•En el olvido propio y

•En el amor a Dios.

A medida que estas tres cosas crecen en el corazón, se


disminuye el peso de la Cruz. Y estas tres cosas son
inseparables, porque del conocimiento propio nace el
conocimiento de Dios, y del amor a Dios que produce
este conocimiento brota la caridad para con el prójimo,
porque el que ama de veras a Dios, ama santamente a su

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prójimo. Si pones en práctica esta lección verás qué bien
te va.

Las penas que sufras, Yo las he padecido antes, ya en la


misma Cruz y aun ahora todavía, porque lloro con los que
lloran y amo con especial amor a los que por mi causa
padecen.

El mundo está en un error, creyendo a las Cruces


castigos; en el cielo, hijita, verás lo que valen.

COMPROMISOS

•Aceptar con amor la enfermedad, como voluntad de


Dios.

•Poner todos los medios a mi alcance para recobrar la


salud.

•Ser muy agradecida/o con quienes me cuidan o me


ayudan.

•Unirme espiritualmente a todos los enfermos.

•Unir mis dolores al sacrificio de Jesús, para que sean


fecundos para la salvación de la humanidad y la
santificación de los sacerdotes.
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•Comulgar lo más frecuentemente posible; y si algún día
no puedes comulgar, hacer una comunión espiritual.

Sus vivencias giran en torno a la Encarnación del Verbo


por obra del Espíritu Santo en el seno de María,
acentuando el Desposorio con Cristo hasta compartir sus
mismos amores (especialmente hacia las almas y hacia
los sacerdotes). La vida espiritual, como vida trinitaria,
configuración con Cristo y vida en el Espíritu Santo, es el
desarrollo de los dones recibidos en el bautismo. Fueron
reconocidas sus virtudes heroicas por Juan Pablo II en el
año 1999.

Madre espiritual de las almas, especialmente de los


sacerdotes:

Concepción Cabrera de Armida (” Conchita”), guiada por


el Señor, fue tomando conciencia progresiva de ser
madre de las almas y, de modo especial, madre espiritual
de los sacerdotes. Estos grandes deseos, suscitados en su
corazón por el Señor, se convertían en una vida de
sintonía esponsal con Él, compartiendo su misma
oblación sacerdotal.

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Su maternidad espiritual se
orientó inicialmente hacia
la salvación y santificación
de todos los redimidos,
como se lo había indicado
el Señor: "Tú me darás
muchas almas"; "tú
salvarás muchas almas";
"miles de almas pasarán
por tus manos para
ofrecérmelas"; "muchas
almas se aprovecharán de
los favores que te he
hecho"; "ama tú a las almas como yo las amo".

Conchita no está centrada en sí misma, sino en el bien


de los demás, a imitación del amor de Cristo. El amor a
las almas se fue concretando en el deseo de santificación
de los sacerdotes: "Tú estás destinada a la santificación
de las almas, muy especialmente, a la de los sacerdotes".

Este amor de Cristo a las almas y de modo especial a los


sacerdotes, se refleja particularmente en el amor
materno de María, que será imitado por Conchita:
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"Porque eres madre (le dice Jesús a Conchita) con un
reflejo de María, místicamente mía y de mis sacerdotes".
Por esto, en el corazón de Conchita deberá reflejarse la
ternura materna que Cristo encontró en María: "Pues esa
ternura materna, derivada de la de María, vengo a buscar
en tu corazón de Madre, y en el corazón de los tuyos".
De ahí derivará para Conchita la necesidad de imitar a
María en su fidelidad generosa y en su inmolación con
Cristo: "Madre mía, Virgen santa, dame tu Corazón y tus
latidos para saber amar a Jesús".

El amor materno de María a los sacerdotes procede de


la unión e identificación de los sacerdotes con Cristo
como "otros Jesús": “Por eso María es más Madre de los
Sacerdotes, por estar Conmigo, en su seno inmaculado
aquella fibra sacerdotal unida a mi naturaleza humana
divinizada. Y por eso María tiene mucho espíritu
sacerdotal, y por eso María busca por justicia a su Jesús,
en cada Sacerdote, concebido Conmigo en su virginal
seno, al encarnarse el Verbo en sus entrañas purísimas".

Este mismo amor Cristo lo ha comunicado a su Iglesia.


Por esto, la vida de Conchita será una continua
inmolación por el bien de la Iglesia: "Sacrifícate por la
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Iglesia... Yo quiero que seas
víctima por la Iglesia". "Pues
mi primer amor, después de
mi Padre, es María, y
después mis Sacerdotes, mi
Iglesia, y en ella las almas.
Esos son mis amores, y en
estos inmensos amores,
están también mis dolores".

El amor de Cristo a sus sacerdotes se comprende a partir


de la Encarnación del Verbo, como partícipes que son del
mismo sacerdocio de Cristo de modo especial: "El (el
Padre), con su mirada amorosa de infinita ternura, puso
en Mí, su Verbo, su inteligencia o entendimiento, su
potencia, su amor; y en aquella mirada eterna que yo
comprendí y sentí, germinaron los Sacerdotes.

Del amor de Cristo al Padre en el Espíritu Santo, y de su


amor a María y a la Iglesia, nace, pues, el amor especial
para con los sacerdotes. "Yo amo a los ministros de mi
Iglesia, como a las niñas de mis ojos, y por lo mismo, más
me duelen las ofensas hechas por ellos a lo que más amo
y ellos debieran amar". "Mis sacerdotes en la tierra,
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después de María, son la obra perfecta del Padre, por ser
reflejo de su Hijo único... El padre sólo ve un Sacerdote
en la multitud de sacerdotes; sólo me ve a Mí en los
sacerdotes simplificados en Mí.

Este amor de Cristo a sus sacerdotes es el que quiere


contagiar a Conchita, para que se sienta madre suya
espiritual: "Los dolores íntimos de mi Corazón... son el
origen y la cuna del sacerdocio, y serán siempre la fuente
de las vocaciones... Nada hay tan íntimo en mi Corazón
como los sacerdotes".

La vida de Conchita es, pues, como un trasunto de estos


amores de Cristo, a modo de participación espiritual en
la realidad de Cristo Verbo Encarnado: “Al obrarse la
Encarnación Mística en tu corazón, el Espíritu Santo, por
la fecundidad del Padre, puso en tu alma el Verbo, y con
Él, hija, también a sus sacerdotes”.

La vida de Conchita está consagrada a la santificación de


los sacerdotes, como consecuencia de compartir las
vivencias y amores de Cristo Sacerdote. Este fue el
encargo que recibió del Señor: "por tu conducto, muchos
sacerdotes se incendiarán en el amor, y en el dolor ". “Te

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he pedido muchas veces que te sacrifiques por ellos, que
los recibas como tuyos, por el reflejo de María en ti".

Ella fue tomando conciencia de su maternidad espiritual


respecto a los sacerdotes, guiada por las indicaciones del
Señor: “Tú serás una madre espiritual oculta… Tu misión
es toda de cruz y toda escondida.". Su respuesta fue
inmediata y generosa, para orar y ofrecerse por los
sacerdotes: “Te ofrezco, oh mi amadísimo Jesús; por el
Purísimo Corazón de María, todos mis actos, sin
excepción, para tu mayor gloria, por la santificación de
los Sacerdotes, salvación y mayor

Ésa es la intención subrayada por el Señor: “Necesito


Sacerdotes santos, que, en manos del Espíritu Santo,
serán la gran palanca que levante al mundo
materializado y sensual. Anda, hija, ayúdame a que se
cumpla mi deseo. Una Cruzada se necesita para salvar a
los malos Sacerdotes, hay que santificarlos, activando su
celo y encendiendo en ellos el divino amor. Pero, ¿quién
puede hacer esto, sino el Espíritu Santo y los que son
suyos? Gran parte de los castigos que me he visto
precisado a mandar al mundo, han sido por los pecados

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de los Sacerdotes; que
cesen estos, que reine
el Espíritu Santo en
esas almas escogidas, y
el mundo reaccionará
en mi favor". “¿No ves
que deben ser un
reflejo de mi Padre, una imitación perfecta Mía, otros
Jesús? Insisto e insistiré en este punto capital de tu
misión en la tierra: los sacerdotes”.

El Señor la fue guiando en su programa de vida: “Tienes


que aumentar tu fe y amarme a Mí en los sacerdotes en
todas las formas que te he enumerado; tienes que
olvidarte de ti, y ser de ellos lo que eres para Mí. Llevarás
el peso que Yo llevo, en lo íntimo de tu alma, y
compartiré contigo mis dolores y mis anhelos, mis
secretos y las desgarradoras heridas que causan en mi
pecho los sacerdotes culpables”.

La respuesta oblativa de Conchita será continua y


perdurable: “Todo lo he ofrecido, en unión de mi divino
y amadísimo Verbo, por los sacerdotes tan queridos del
Corazón divino. Soy de ellos, soy su leña y hasta el último
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dolor y aliento de mi existencia, lo ofrendaré en su favor.
¡Oh sublime misión de dolor y de amor que no merezco!
Gracias, ¡Dios mío!, y en todos los sacerdotes te veré a
Ti, Sumo y primer Sacerdote a quien tanto quiero amar”.
“Yo siento que no me conformo en hacer la lucha de
santificarme yo, sino que anhelo dar a Jesús y por Él y con
Él, en un mismo sacrificio santificar a lo que Él más ama,
a sus sacerdotes queridos en todas sus jerarquías, a la
Iglesia en peso”. Jesús la confirmó en esta misión
permanente: “Como mis méritos son infinitos y
perdurables, aunque tu memoria se borre del mundo,
mis méritos quedan, y tu acción sacerdotal en la tierra
perdurará en la Iglesia, salvando y perfeccionando a
muchos sacerdotes; y tu acción en el cielo no concluirá,
aunque de otro modo, siempre en favor de mis
sacerdotes, por la impetración y por la caridad en mi
unión. Mi acción redentora y salvadora no concluirá
mientras haya un alma que salvar, y tu acción ahora de
inmolación y después implorante tampoco concluirá… Yo
soy dueño de mis gracias y de las almas: a ti, por mis altos
fines, te he escogido para mis sacerdotes; y en unión con
María las impartirá tu alma ahora, en el tiempo que vivas
y después de tu muerte. No se concluirán esas gracias,
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porque costaron los infinitos méritos de un Dios-
Hombre; y lo de Dios no se concluye jamás, no tiene fin".
Dios y la Virgen le piden a Conchita, que haga la unión de
las mujeres, para que hagan la misma vida de ella, y
entonces crea el Convento de las Madres de la Cruz,
uniendo a todas las monjas al Amor de Dios, del Espíritu
Santo, de la Virgen Maria y adicionalmente que tengan
amor por el prójimo, por los sacerdotes y que todos los
días le pidan a Dios, al Espíritu Santo y a la Virgen Maria,
por los sacerdotes, por los enfermos, por las madres y los
padres, para que acerquen a sus hijos a Dios. Conchita
está orgullosamente feliz del comportamiento de las
Monjas de la Cruz, y ahora ya no lucha sola, su espíritu
lucha en unión con las monjas que han aceptado estar en
el convento, y con esto, le damos gracias a Dios Padre, a
Dios Hijo, a la Virgen Santísima, que nos ha enviado el
Espíritu de Dios Padre a nuestros corazones.

Oración para unir los propios sufrimientos a los de Jesús

Padre nuestro, tú creaste al ser humano “a tu imagen y


semejanza” y lo formaste admirablemente para realizar
tu proyecto de “que todas las personas se salven y
lleguen al conocimiento de la verdad”.
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Te pido por todas las personas enfermas, incluyéndome
a mí; qué “completemos la pasión de Cristo en favor de
su Cuerpo que es la Iglesia”. Haz que encontremos en
Jesús nuestro modelo, y que unamos nuestros dolores y
enfermedades a los de tu Hijo, en favor de la salvación
de la humanidad y la santificación de los sacerdotes.

Te lo pido por intercesión de la Virgen María y de San


José, y en nombre de Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.

Jaculatoria para ofrecernos con Jesús al Padre:

Padre bueno, por María te ofrecemos a tu Hijo; en tu


Espíritu Santo, recíbenos con Él.

“¡Oh buen Pastor, quédate con nuestros ancianos y con


nuestros enfermos! ¡Fortalece a todos en su fe para que
sean tus discípulos y misioneros!”

En la Eucaristía está Cristo vivo, su cuerpo y su sangre, y


es el momento adecuado para pedirle que nos ilumine,
nos bendiga y nos cuide, para cumplir con la voluntad de
su padre Dios, y podamos hacer todo lo que nos ha
enseñado Concepción Cabrera de Armida.

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