Teología Contemporánea-Karl Barth
Teología Contemporánea-Karl Barth
Teología Contemporánea-Karl Barth
Barth piensa que la revelación de Dios es una crisis de la historia que se va incluso contra
las fuerzas de la cultura, especialmente en una época en la que los Nazis hablaban de una
revelación a través de identidad nacionalista. Para Barth, la verdadera Iglesia no es la
estructura que está con las voces oficiales, sino la comunidad que es fiel en la predicación
del Evangelio de la Gracia y la Reconciliación a todos los seres humanos, sin
discriminación ni racismo.
El punto de partida de Barth es que Dios habla (Dominus dixit), y este lugar de revelación
se da en Cristo, no en la Biblia por sí misma ni en la teología, puesto que en las palabras de
la Biblia está la Palabra a descubrir, el mensaje de Gratuidad y Reconciliación. Así lo
asume en su Comentario a la Carta a los Romanos, donde pretende interpretar la Biblia con
la ayuda del método histórico-crítico de la teología liberal, pero asumiendo que este método
solamente ayuda a fijar el texto, a dar el primer paso para una interpretación más honda.
Esto se debe a que el interés de Barth por las Escrituras está en el contenido y no en la
forma, en el mensaje que pone en crisis al ser humano. Por esto Barth compara su modo de
interpretación con el arte expresionista, el cual subraya el grito y la desesperación, la
búsqueda por el sentido en medio de la angustia, yendo más allá de la prosa de los exégetas.
Por esto la dialéctica de Barth es crítica no sólo contra la cultura simpatizante del
nacionalismo alemán, sino también contra la Iglesia. El teólogo suizo pone en contradicción
la fe con la religión, incluyendo a la propia religión cristiana. A diferencia de otros
pensadores, sus polémicas no van dirigidas contra el ateísmo, sino contra el cristianismo, o
el protestantismo para ser más exactos. Barth ve a la Iglesia protestante aliada a los poderes
de turno como Dostoievski ve a la Iglesia ortodoxa en «El gran inquisidor»: ella impide que
Cristo se manifieste a los creyentes. Pero la fe supera toda limitación humana. La fe no
tiene estructuras y ni siquiera puede diferenciarse claramente de la no-fe. Sin embargo, la
Iglesia debe existir como una comunidad que se mira a sí misma con un aliento sospechoso,
puesto que es ella la portadora de una tradición que la supera: el mensaje del Evangelio. Y
por lo tanto está llamada a vivir en el mundo.