Resumen Emociones
Resumen Emociones
Resumen Emociones
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Todas las emociones, tanto las agradables (alegría, orgullo, felicidad y amor) como las
desagradables (dolor, vergüenza, miedo, descontento, culpabilidad, cólera, tristeza), están
profundamente arraigadas en la biología. La mayoría de las respuestas de las reacciones
emocionales, en especial aquellas que se asocian con conductas defensivas o agresivas, han
existido desde hace mucho tiempo y surgieron como parte de un proceso de adaptación y
supervivencia de la especie humana.
La palabra emoción se deriva de la palabra latina emover, que significa remover, agitar, conmover,
excitar. De hecho, tanto la palabra “emoción” como la palabra “motivo” tienen significados
similares, y las dos pueden despertar, sostener y dirigir la actividad del organismo.
Darwin definió y clasificó ocho emociones básicas: alegría, malestar psicológico (distress), interés,
sorpresa, miedo, enojo/rabia, disgusto, y vergüenza. De acuerdo con Darwin, estas ocho
emociones básicas se observan tanto en los animales como en los humanos. También propuso que
el fenómeno emocional y su expresión están estrechamente relacionados al señalar que la
expresión facial y el cuerpo son los medios primarios de la expresión emocional (Levav, 2005).
LAS EMOCIONES
Así pues, se ha descrito que existen ciertas emociones básicas que son similares en todas las
sociedades y, de acuerdo con la teoría evolutiva, tienen una importante función de supervivencia.
Estas ayudan a generar reacciones apropiadas en momentos de peligro producidos por el entorno,
como la súbita aparición de un depredador. Sin las emociones, los seres humanos seríamos poco
más que máquinas que trabajan de la misma manera día tras día. No conoceríamos los goces del
amor ni la felicidad del éxito. No experimentaríamos simpatía por el desdichado ni dolor por la
pérdida del ser amado. Desconoceríamos el orgullo, la envidia y los celos. La vida sin sentimientos
ni emociones sería superficial e incolora, pues carecería de valor y significado.
La emoción se refiere a una serie de respuestas que se desencadenan desde determinadas zonas
del cerebro y tienen lugar en otras zonas de este y del cuerpo. El resultado es un estado
emocional: el conjunto de los diferentes cambios corporales que experimenta el individuo.
Por otro lado, se ha descrito que el componente emocional es básico en el proceso del
pensamiento racional. En el caso de pacientes con daño frontal, se ha observado que su
comportamiento es irracional y no miden las consecuencias de sus actos debido en parte, a su
incapacidad para modular las emociones. Esto ha conducido a la afirmación de que la emoción es
un elemento clave para el aprendizaje y la toma de decisiones. Cuando realizamos un mal
negocio, sentimos malestar, lo cual nos permite actuar con más precaución la próxima vez. No
podemos decidir con quién nos casaremos o como organizaremos nuestras finanzas solo
basándonos en nuestro razonamiento. El elemento emocional es decisivo en la toma de decisiones
racionales.
La manera específica como se expresan las emociones es determinada en gran parte por la
cultura del lugar donde vive un individuo. Por ejemplo, en México, los hombres rara vez lloran,
mientras que las mujeres lo hacen con mucha facilidad. Por otra parte, los franceses lloran más
fácilmente que los estadounidenses. En México, sacar la lengua puede malestar, pero entre los
chinos indica sorpresa. Cada cultura enseña cómo expresar los sentimientos de manera
socialmente aceptable.
Asimismo, las emociones son un producto de evolución y como tal existen debido a que cumplen
su función de supervivencia (LeDoux, 1996). Para Damasio (1994), una emoción parece ser
esencialmente la respuesta corporal de un proceso de evaluación realizado por el cerebro. La razón
de que aparezca es que esas respuestas corporales tienen un valor de supervivencia.
El articulo Efecto del Polimorfismo DRD4 Sobre la Relación Entre Corteza Orbitofrontal y Empatía
por Romero y Ostrosky, propone que la empatía puede estar siendo regulada por áreas de la
corteza cerebral, específicamente la corteza orbitofrontal/ventromedial, así como con algunos
polimorfismos genéticos del sistema dopaminergico, el alelo 7+ de DRD4; encontrando un papel
moderador en el desempeño orbitofrontal de hombres adultos en escalas de empatía.
BIBLIOGRAFIA
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Mercadillo, R. E.; Díaz, J. L. & Barrios, F. A. (2007). Neurobiología de las emociones morales. Salud
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La prevalencia del TAP se ha estimado en un 3 % de los hombres y en un 1 % de las mujeres de la
población general. Sin embargo, dependiendo del contexto las prevalencias alcanzan un 30 % (APA,
2002). En el contexto colombiano, son escasos los estudios que reportan la prevalencia de este
trastorno. Entre estos, se destaca el realizado por Echeverry, Córdoba, Martínez, Gazón y Gómez
(2002), quienes identificaron una prevalencia en la cárcel La Cuarenta en Pereira cercana al 50 %
en los condenados por homicidio y/o tentativa de homicidio. Asociadas al TAP se han encontrado
disfunciones en los lóbulos frontales que comprometen las funciones ejecutivas y la cognición
social (CS) (Cervera et al., 2001; Navas & Muñoz, 2004). Como lo señala Goldberg (2002), los
lóbulos frontales son el director de orquesta del cerebro, es decir, son los encargados de coordinar
el funcionamiento general del cerebro. Para esto juegan un papel fundamental las llamadas
funciones ejecutivas que son definidas por este autor como habilidades mentales superiores
requeridas para la solución de problemas complejos y que, como lo explican Restrepo y Molina
(2011), están relacionas con la Unidad funcional III que propuso Luria (1979), implicada en la
organización, ejecución y regulación de la acción. De otra parte, de estos lóbulos depende también
la CS que se refiere al conjunto de competencias, experiencias cognoscitivas y emocionales que
rigen las relaciones y explican los comportamientos del ser humano con su entorno familiar y social
(Gil & Arroyo, 2007; Nosek, Hawkins y Frazier, 2011; Frith y Frith, 2012; Shook, 2012; Fiske, 2013;
Wyer, 2013). Lo planteado anteriormente sugiere que el TAP podría ser objeto de intervención o
rehabilitación cognitiva. Portellano (2005) plantea que usualmente, cuando se habla de
rehabilitación cognitiva, se hace referencia a la rehabilitación neuropsicológica, ya que su objetivo
es mejorar las funciones mentales que han sido afectadas como resultado de un daño cerebral. Por
lo general las funciones sobre las que se hace un especial énfasis son: funciones ejecutivas,
memoria, lenguaje, atención, percepción, motricidad y conducta emocional. A lo largo de la
historia, algunos autores han afirmado que los tratamientos a personas con TAP no son tan
exitosos (Abram, 1989; Forrest, 1992), mientras que otros han encontrado un panorama más
alentador al respecto (Messina, Wish, Hoffman y Nemes, 2002). Actualmente, se cree que las
estrategias para dichas intervenciones deben centrarse en la reserva cerebral y la reserva cognitiva
con la que cuenta cada individuo (Kluwe et al., 2013). Otero y Scheitler (2001) señalan que en la
rehabilitación cognitiva juega un papel importante la plasticidad neuronal que consiste en la
capacidad que tienen las neuronas para regenerar dendritas. Lo anterior es muy importante para
alcanzar el objetivo de una rehabilitación cognitiva que busca mejorar el funcionamiento
adaptativo de las personas en sus contextos familiares y laborales. Benedict (1989, citado por
Otero y Scheitler, 2001) agrupa las estrategias y técnicas de rehabilitación en tres niveles: a)
Restauración. Se busca mejorar las funciones cognitivas comprometidas actuando directamente
sobre ellas, b) Compensación. Se da por hecho que la función alterada no se puede restaurar y se
intenta potenciar mecanismos alternativos o habilidades que se mantienen intactas y c)
Sustitución. En esta intervención se pretende enseñarle al paciente estrategias que le ayuden a
minimizar los problemas que presenta utilizando ayudas externas. En el presente artículo, por
tanto, se pretende hacer una revisión de los aportes que diferentes autores han hecho sobre la CS
en personas con TAP, con el fin de orientar las estrategias de intervención con esta población.
Características principales del TAP A continuación se mencionarán las características conductuales
que algunos autores identifican en este trastorno. Según Alcázar, Verdejo, Bouso & Bezos (2010) de
forma general las personas que han sido diagnosticadas como TAP son impulsivas, no reparan en
consecuencias de sus actos, no cuentan con responsabilidades personales y sociales. Además,
tienen un déficit en la solución de problemas, sentimientos de amor o culpabilidad y una gran
pobreza afectiva. Arana (2012) y Lara (2005) añaden que esta patología se caracteriza por ser
una conducta desviada y de tipo persistente, con estructura de personalidad particular como
egocentrismo y ausencia de remordimiento, que pueden evidenciarse claramente en personas que
están condenadas por homicidios y delitos graves. Arana (2012), al igual que Concha (2002),
identifican la influencia que tiene en estas personas un estilo de vida inestable, una clase
socioeconómica baja, comportamientos criminales y una baja escolaridad. Según Irwin, Sarason &
Sarason (2006, citado por Arana, 2012) lo que caracteriza a estas personas más que los delitos, es
cómo ellos ven la vida y a las personas en general ya que se presenta una tendencia a asumirla
como un juego donde ellos pueden manipular y utilizar a todos como objetos para su propio
beneficio. Adicionalmente a lo ya reportado, Goldberg (2008, citado por Arana, 2012) plantea que
en las personas con TAP su historia de vida ha estado marcada por ausencias sin permiso,
expulsiones y fugas del colegio y de su casa, repetitivas mentiras, conducta sexual precoz, consumo
de sustancias psicoactivas, alcoholismo, irresponsabilidad, irritabilidad, incapacidad para planear
con anticipación, indiferencia temeraria por la seguridad de ellos mismos y de los demás, y
manipulación sobre las otras personas. De otra parte, Vallejo (1980, citado por Garzón & Sánchez,
2007) menciona que las personas con TAP son frías, distantes, carentes de miedo y prudencia ante
el peligro y el riesgo, a diferencia de otras personas que no cuenten con dicho trastorno. Por lo
anterior, este autor plantea que es común notar desde muy temprana edad esta clase de
comportamientos y evidenciarlos de forma continua a través de la niñez, la adolescencia, la
juventud y la adultez. Por su parte, Mercadillo, Díaz & Barrios (2007) comentan que esta psicopatía
se caracteriza también por una distorsión en la interpretación o aplicación de los valores morales
socialmente aprendidos. Arias & Ostrosky-Solís (2008) señalan que las personas con TAP, a pesar de
recibir castigos repetitivos, continúan presentando conductas violentas; además, se les dificulta la
planeación y la organización; todo esto les genera dificultades a la hora de ocuparse laboralmente.
Adicionalmente, son incapaces de establecer fuertes vínculos emocionales y son carentes de
empatía, lo que también les genera dificultades para ser aceptados socialmente. Otros autores que
coinciden con lo anterior son Paumard, Rubio & Granada (2007) quienes plantean que el self de
estas personas se vuelve inestable, cambiante, saturado de múltiples perspectivas, y los vínculos
interpersonales se multiplican, a la vez que se forjan superficiales y evanescentes. En la revisión
que hacen De la Peña (2003), Muller (1997), Tirapu, Pérez, Erekatxo & Pelegrín (2007) proponen,
además de las características conductuales ya mencionadas anteriormente, la búsqueda de
sensaciones, baja evitación al daño, incapacidad para postergar gratificaciones, falta de
religiosidad, baja motivación, rigidez, dificultad para adaptarse a la realidad, lo cual debilita su
capacidad operacional y en general patrones desadaptativos. En cuanto al diagnóstico de esta
patología, Arana (2012) recuerda que no se puede hacer sino hasta que el individuo tiene 18 años.
Sin embargo, Tirapu et al. (2007) señalan que los problemas persistentes de la conducta aparecen
como una curva continua a lo largo de todo el neurodesarrollo. Por lo regular, la violencia, el
crimen y la delincuencia se empiezan a encontrar como un patrón estable después de los 15 años.
Paumard et al. (2007) señalan que para muchos el problema clínico de los Trastornos de
Personalidad es un subproducto emergente de la sociedad postmoderna, ya que las tendencias
sociales actuales complican el desarrollo de la conciencia de la identidad propia y social. En cuanto
al perfil neuropsicológico del TAP, Arias & Ostrosky (2008) señalan que las personas violentas y
antisociales se caracterizan por tener alteraciones neuropsicológicas en comparación con la
población que no cuenta con estas características. Los resultados neuropsicológicos, de acuerdo
con la clasificación que hacen Barratt, Stanford, Kent et al. (1997, citados por Arias & Ostrosky,
2008) de individuos violentos e impulsivos, muestran que fácilmente se pueden diferenciar de los
individuos no violentos. Lo anterior, debido a un deterioro cognitivo significativo en atención,
memoria y funciones ejecutivas. Asimismo, identifican un deterioro interpersonal y afectivo que
favorece la desviación social.