El Genio de Occidente
El Genio de Occidente
El Genio de Occidente
CAPITULO II
La revolución que los griegos iniciaron en las ciencias y las artes afectó también a sus
relaciones sociales. Tanto la democracia ateniense como la geometría deductiva son
productosdel racionalismo griego.
Las leyes de Solón garantizaban la libertad civil de los griegos a lo largo de su historia al
prohibir la esclavitud de deudores insolventes;1as 1eyes de Pericles garantizaron la
igualdad política al inaugurar el pago de honorarios por servicios públicos, lo que permitió
a 1osciudadanos de condición humilde acceder al ejercicio de cualquier cargo civil excepto
aquellos relacionados con la seguridad de la ciudad. En lo concerniente a la ley, cada uno
era libre de vivir como quisiera. Aquí tenemos una de las más grandes innovaciones
sociales en la larga historia de la sociedad humana.
Nuestro gobierno se llama una democracia porque su control está en las manos
de muchos, no de unos pocos. Todos los hombres son iguales ante la ley en
el arreglo de sus pleitos privados, y los honores públicos se otorgan a un hombre
según su mérito, y no porque pertenezca a una clase determinada... Nadie queda
marginado de cargos públicos en razón de su pobreza o su rango; se espera que
sirvan al estado todos los que están en condiciones de hacerlo. Tucidides, Historia,
II, 37.
Los griegos reservaban el término polis para una ciudad gobernada por la ley. Desde su
aparición en algún momento en los siglos séptimo u octavo antes de Cristo, el imperio de
las leyes sancionadas por la Asamblea de los ciudadanos modificó toda relación humana y
creó una forma de vida social completamente nueva. La simple obediencia a una autoridad
superior fue reemplazada por la discusión entre iguales; la solidaridad no provenía de la
fuerza sino de la persuasión.
Una nueva fuerza hizo en este momento su aparición: el poder de la palabra hablada. Los
griegos hicieron de ella una divinidad… Pero ya no se trataba de palabras provistas de
algún sentido mágico o religioso. Tampoco era igual que los edictos de los reyes de las
leyendas homéricas. El nuevo concepto de ley se fundamentaba en discusiones libres y
razonadas que generaban convicción, que a su vez generaba decisiones. Todas aquellas
cuestiones que antes eran decididas por sacerdotes y reyes sin posibilidad de apelación
ahora eran planteadas ante la asamblea, que ponderaba los diferentes argumentos y decidía
el asunto por medio del voto.
Una segunda característica de la polis griega era la publicidad que se otorgaba a todas las
más importantes manifestaciones de la vida civil. En lugar del decreto del rey, producto del
examen de su propia conciencia o luego de consultar con sus consejeros privados, todo
asunto importante de interés general era discutido abiertamente y en público. Poco a poco,
la participación en todos los asuntos serios relacionados con la ciudad en su conjunto,
inicialmente limitada a pequeños grupos aristocráticos, religiosos o militares, fue
extendiéndose a los miembros de todas las clases reconocidas como poseedoras de las
cualidades requeridas para la ciudadanía. Una tercera característica era el continuo control
popular de las acciones de los magistrados.
Aquí encontramos por primera vez la noción de “responsabilidad” (tener que rendir
cuentas), a diferencia del “capricho” del rey que afirma que gobierna por derecho divino, o
del tirano que no responde a nadie.
Una cuarta característica era el sentimiento que los griegos describían como isonomía (en
ninguna lengua occidental existe equivalente exacto): la idea de que, ante la ley, cada
ciudadano es igual a cualquier otro. Los lazos de subordinación fueron reemplazados por
lazos de reciprocidad. Cualquiera que participara en asuntos de estado se declaraba, y se
sentía, un igual , entre iguales.
Con la democracia nació una nueva fuerza -—el patriotismo—- entendido no como lealtad
hacia la persona de un príncipe sino como un amor por la ciudad, el sentimiento de que al
defender la ciudad uno defendía una parte de sí mismo. Los griegos estaban convencidos de
que mientras más libres fueran los hombres, más fuertes serían. Las guerras persas
confirmaron esta convicción. ¿Cómo podría ser de otra manera, si el pequeño ejército de la
democrática Atenas había aplastado la enorme maquinaria de guerra persa? Al volverse
ciudadano, el griego se convirtió en patriota, un luchador mucho más formidable que los
mercenarios enviados a la batalla por déspotas asiáticos. Unos mercenarios jamás habrían
lanzado el grito de los marinos griegos en Salamina: “Adelante, hijos de Grecia, salven su
tierra natal, salven a sus hijos, sus esposas, sus templos y las tumbas de sus antepasados” El
griego luchaba con un propósito porque luchaba por su hogar.
Las minas de Laurio proporcionaban a los atenienses la plata para sus famosos dracmas. Y
nunca en su larga historia, a pesar de las dificultades que pudieran tener, cambiaron los
atenienses el titulo legal o el peso de su moneda. Por eso los “búhos” atenienses —los
tetradracmas áticos— se convirtieron en una moneda internacional, como la libra esterlina
en el siglo XIX, hasta el momento en que Alejandro introdujo una única moneda valorada
según la unidad ética y que fue la base del denario romano.
En una época en que la mayoría de las otras ciudades griegas aún vivían de los frutos de sus
tierras y de la producción casera, los atenienses habían desarrollado una economía de
intercambio basada en el dinero. Los corredores de cambios se convirtieron en banqueros
que aceptaban depósitos, efectuaban préstamos con garantías, y emitían cartas de crédito.
Atenas creó el derecho comercial, inauguró un sistema de pesas y medidas, y estableció un
sistema de inspectores, llamados agoranomoi y metronomoi, para verificar la precisión de
las pesas y la calidad de la mercancía.
Hacia 450 a.C., Atenas constituía el primer ejemplo de un estado dispuesto a confiar en
regiones de ultramar para su abastecimiento de alimentos, pagando por éstos mediante la
producción de unos pocos cultivos especiales (vino y aceite) y bienes manufacturados
adecuados a sus recursos y aptitudes naturales (plata, mármol, cerámica fina). Hacia el siglo
cuarto, Atenas importaba cuatro veces más grano que lo que producía, y gozaba de lo que
hoy en día llamaríamos una balanza comercial favorable — pagando con bienes
terminados, tales como jarrones, joyería, armas y telas finas, por sus importaciones de
materias primas, alimentos, metales, oro de Tracia, tintes de Fenicia, cueros de Siria, y trigo
de Egipto y Escitia.
Se han encontrado cerámicas áticas en las remotas estepas de Rusia, en la cuenca del
Danubio, y en el sur de Alemania. Estos intercambios tan distantes fueron facilitados por la
ausencia de las barreras aduaneras que caracterizan a épocas posteriores. Por lo general, los
únicos gravámenes sobre el comercio eran ligeros cobros efectuados en los puntos de
origen y destino.
Progresos en el arte de la navegación dieron a los atenienses el dominio del mar, debido en
parte al mayor tamaño de los barcos veleros y al uso intensivo de remos, y en parte a
mejores conocimientos sobre las rutas comerciales. Este dominio proporcionó una fuente
adicional de ingresos —— el tributo pagado por aliados para la protección.
Por último, y a diferencia de las otras ciudades aristocráticas de Grecia, la democrática
Atenas no despreciaba el trabajo manual o artesanal. Los mercaderes y los artesanos eran
ciudadanos; los artesanos extranjeros eran bienvenidos. El gobierno contrataba las obras
públicas con hombres libres o incluso con extranjeros residentes en la ciudad. Las minas de
Laurio dependieron por mucho tiempo del trabajo de hombres libres.
En resumen, Atenas tuvo en el periodo de su grandeza lo que hoy llamaríamos una
economía de mercado libre, y esto fue lo que le dio su liderazgo indiscutido en riqueza y
cultura, liderazgo que sobreviviría a la derrota militar y la pérdida de su imperio. Su
consuelo fue que, al perder su imperio, no perdió por ello su riqueza.
Puesto que la moralidad se consideraba una ciencia, siempre era encomiable enseñarla y
tratar de reencauzar a los malvados hacia el buen camino. La meta de la ética es la
realización del mayor bien posible, al vivir en conformidad con la naturaleza. Puesto que el
hombre es por naturaleza razonable, se deduce que vivir la vida en conformidad con la
razón es moral. La virtud más altamente estimada era la moderacióncontrolar las propias
pasiones, subordinación de las facultades al control de la razón. La moderación era un arte:
ejercer tacto y medida y evitar los extremos. Sócrates enseñaba que las más grandes
virtudes eran la moderación, el justo medio, y la palabra o la acción oportuna.
Poseer belleza interior, ser dueño de su propio destino, nunca ser sorprendido por los
eventos, poder gozar de “calma” hasta el último día de la propia existencia, todo esto es
haber vivido la buena vida guiada por la sabiduría. Todo lo demás constituía arrogancia,
insensatez e hipérbole. El pecado imperdonable era el extremismo, la hybris homérica que
lleva a los necios a pensar que pueden igualar a los dioses. El primer obsequio irónico que
Zeus otorgaba a los que deseaba destruir era la imprudencia que proviene de la vanidad.
Así como la moderación era la primera virtud para el individuo, la justicia era la primera
virtud del ciudadano. Platón definía la justicia apelando a otras tres virtudes: templanza,
valor y prudencia. La justicia es el principio unificador que los une en perfecta armonía. La
armonía es belleza, sea del alma o del cuerpo. Para los griegos, la belleza era una
manifestación de lo bueno. Su humanismo se resumía en la frase: “Alma hermosa en un
cuerpo hermoso” (República, 443D-E)
La singularidad de Grecia se explica por una serie de accidentes afortunados. Uno de los
más notables fue la fonetización de la escritura en los siglos XII y XI a.C.
El alfabeto fenicio, creado por las necesidades del comercio, enriquecido con vocales por
los sutiles griegos, se convirtió en el instrumento necesario y perfecto para la comunicación
de ideas. Veinticuatro letras, más unas pocas tildes, bastaban para transcribir todas las
modulaciones de la palabra hablada. Desde entonces, y sin un esfuerzo excesivo, la lectura
estuvo al alcance de cada vez más personas; y por medio de la palabra escrita, el
conocimiento pudo preservarse y difundirse con facilidad.
Después de viajar durante 67 años por toda Grecia, Jenófanes de Colofón observó que los
hombres en todas partes representaban a sus dioses según su propia imagen.
`
“Los etíopes tienen dioses con narices achatadas y pelo negro;
los tracios tienen dioses con ojos grises y pelo rojo... Si los bueyes,
caballos y leones tuvieran manos y pudieran pintar y esculpir
como los hombres, representarían a sus dioses según
sus propias formas; los caballos harían dioses en forma de ca— `
ballos, y los bueyes los harían como bueyes. “
El hombre primitivo no sólo dio a sus dioses forma mortal; también les dotó de
sentimientos, pasiones y vicios. Jenofanes dirigía sus sátiras contra Homero y Hesíodo,
quienes “han atribuido a los dioses todas aquellas cosas que son vergonzosas y criticables
en los humanos: robo, adulterio y traición mutua”. Sobre este punto, estuvieron de acuerdo
filósofos, dramaturgos e historiadores. Las fábulas de los poetas, dijo Píndaro, eran
brillantes fantasías “gracias al encanto de la poesía, lo único que tiene el poder para tornar
creíble aquello que es poco plausible”. Píndaro pensaba que de los dioses “solo deben
decirse cosas hermosas”. Pero aun despojándolos de sus atributos humanos, ¿realmente
existían los dioses? Demócrito consideraba que no eran más que productos del temor del
hombre primitivo por los eventos naturales, que le parecían terroríficos únicamente por su
incapacidad para explicarlos. “Nuestros antepasados, al observar extraños eventos en los
cielos, el rayo y el trueno, cometas y eclipses del Sol y la Luna, sentían temor. Pensaban
que los dioses eran los causantes de estos fenómenos. ”Los sofistas, al observar la
diversidad de dioses adorados en diferentes partes de Grecia y entre los bárbaros, no
dudaron en concluir que eran meros productos de la convención y que no existían en la
naturaleza. Los primeros legisladores, según los sofistas, crearon estos dioses en sus
imaginaciones a fin de asegurar la santidad de los contratos, el respeto a los juramentos, y
el mantenimiento del orden público. Un siglo y medio de reflexión había convertido en
escépticas a todas las mejores mentes en Grecia.
Los griegos estaban convencidos de que sus conocimientos eran ampliamente superiores a
los de los bárbaros del Este. Eran conscientes de sus deudas para con el Oriente, pero
sabían que habían hecho buen uso del préstamo. Nadie lo ha expresado mejor que el
emperador romano Juliano, quien observó:
El racionalismo no era, por supuesto, la única corriente que operaba en el mundo griego.
Junto al espíritu de Apolo estaba el espíritu de Dionisio. Las restricciones impuestas por la
sabiduría iban acompañadas por arrebatos de insensatez. Los osados vuelos del
pensamiento
de los jónicos se contrapesaban con la sobria y práctica moralidad de Sócrates. Junto a la
Academia y al Liceo, que se ocupaban del mundo de las ideas y de la naturaleza, estaba el
Eleusinio, donde los hombres trataban de descifrar los misterios del más allá. En oposición
a la sociedad abierta de Pericles estaba la sociedad cerrada de Platón.
Para nuestros propósitos, es suficiente recordar aquellos aspectos de la mente griega sin los
cuales nunca se habría producido la civilización occidental. Otras civilizaciones hicieron
importantes contribuciones a su manera. Pero fueron los griegos quienes dieron sentido a la
palabra logos, una característica del comportamiento humano altamente valorada por ellos:
razón y raciocinio, palabra y discurso, relación y proporción.