Confesionario
Confesionario
Confesionario
Colección:
Premios Michoacán de Literatura 2016
Categoría Ópera Prima Narrativa
Jurados:
Maribel Arreola Rivas
Xareni Coral Camacho Carrasco
José Carlos Serrano Vargas
Coordinación editorial:
Fedra Ela del Río Ortega
Mara Rahab Bautista López
Diseño de Colección:
Jorge Arriola Padilla
ISBN: 978-607-9461-38-6
7 Presentación
I
11 Ave María Purísima
15 El Confesionario
18 La matriz perforada por el diablo
22 Shadow
29 Opresión
38 Pederasta
II
55 Sin pecado concebida
59 El sombrero del capitán
67 Norton
74 El ciego que podía ver a dios
79 Siete confesiones
92 El misterio de la luz
Presentación
Lista de pecados:
• He cogido como unas quince veces. La primera
fue, aunque creo que no se le consideraría un acto
sexual con un hombre como tal, con un consolador
que encontré en el casillero de Sor Inés. Bueno, es-
toy seguro que estás sorprendido, porque yo tam-
bién lo estuve en cuanto se cayó algo en el interior
del mueble mientras lo limpiaba. Yo sólo quería
acomodar lo que había tirado, y fue cuando en-
contré el objeto que me permitió salir de tu pri-
sión. Claro que la madre nos prohibía husmear
en cosas ajenas, pero no es mi culpa su estupidez, o
¿por qué no lo aseguró con un candado? Lástima
que hace más de veinte años que se murió, siempre
le quise preguntar si estaba igual de desesperada
que yo; imagínate su cara cuando no encontró su
juguetito, pero no te preocupes, se lo regresé: sin
que nadie se diera cuenta lo metí a su ataúd…No
fuera ser que viniera a reclamarlo. La segunda
vez lo hice con un vagabundo de los que tocan la
puerta cada semana, al principio tenía miedo,
pero cuando comprobé que el hombre era ciego
fue como si tú mismo quisieras que lo hiciera y yo 33
37
Pederasta
53
II
—¿Y Lucía?
Comienzo a sudar un poco. Suelto una lágrima.
—Le hice lo que se le hace a las traidoras, padre.
—¿Cómo?
Otra lágrima.
—La silla.
Se queda todo en silencio un rato. Imágenes de Lucía
amarrada, encuerada y sentada sobre una silla aparecen en
mi cabeza. Me ruega que la perdone, me dice que ella no
tuvo la culpa, que me ama…No puedo hacerlo yo y le doy
la sierra eléctrica al Chupirul, le doy la espalda…Gritos.
—Se lo merecía, hijo. Se lo merecía, mi “Capitán”
Mendoza—me dice el sacerdote con un sincero pésame.
Sus palabras hacen que las imágenes se pierdan.
—¿Usted cree? —le pregunto con gratitud.
—No sólo lo creo, lo sé. Hazme caso a mí, que en mi
palabra está la del Señor, que mi boca es la suya.
—Gracias, padrecito. Que la Virgen lo tenga en su
santa gloria.
Escucho un “clac” frente a mis rodillas, una rendija
se impulsa hacia arriba y una cuarenta y cinco bañada en
oro aparece.
—Mire, Capitán, ya le hice el favor que me pidió la
62 otra vez…
Tomo el arma, la veo, ésa sí que siempre me será fiel,
y más si está bendecida.
—¿Si pudo? —pregunto viendo al padre entre los
pequeños orificios.
—Bendecida por el mismísimo Obispo. Yo no le iba
a quedar mal, si usted ha sido parte importante en la re-
construcción de esta ciudad, gracias a usted aumento el
turismo y por lo tanto el diezmo.
Me enfundo el arma. Me cae que cuando uno está
de la chingada, sólo el poder de Dios puede ayudar a que
las penas no sean tan malas. Saco mi cartera, tomo el fajo
de billetes, ni los cuento, la neta es que me vale madres
cuánto sea, todo se lo merece este pinche padrecito.
—Aquí tiene, para su iglesia, y para usted, cómpre-
se lo que quiera—digo mientras le paso el dinero por
la rendija.
—Eso es mucho dinero, Capitán—susurra.
—Tómelo, padre, usted sabe que se lo merece…
Los billetes desaparecen, escucho como si los contara.
—Padre…
—Ah, perdón, hijo, ¿eso es todo lo que querías
confesarme?
—No, hay una cosa más.
Me rasco la barbilla, no le pensaba confesar esto, 63
66
Norton
nitora a su creación.
El ciego se rió para sus adentros. Observó al mucha-
cho a través de sus oídos, en su mente aparecieron unas
manchas auriazules con formas humanas; encontró a un
pequeño de unos diez años, regordete y de pies grandes.
Panchito no recordaba cómo había perdido la vista,
según su tía Rosa, la que se había hecho cargo de él, así
había nacido: mal hecho. Por lo tanto, no encontró en
su ausente vista una razón para sufrir el despojo de uno
de los sentidos, de hecho, a los quince años, se enteró del
por qué de todo:
Después de visitar la tienda de don Cuco, se sen-
tó en la esquina del templo, donde se decía que podías
confesarte con el mismo Dios debido al fenómeno que
emanaba de una luz mística.
Pero él no encontró la voz de Dios, sino su imagen.
Cierto era que Panchito nunca se había preocupado por
profesar alguna religión, pero, como buen mexicano, si-
guió la costumbre de los rezos y peticiones a santos per-
tenecientes del catolicismo.
—Ave María Purísima—pronunció el padre Jonás.
Silencio.
—Hola, ¿tú eres Dios? —soltó Panchito.
76 —Se contesta “Sin pecado concebida”, niño. No, mi
nombre es Jonás.
—No hablo contigo, sin con él.
Jonás observó bien al pequeño hombre que tenía
enfrente, se dio cuenta de su ceguera en segundos. Segu-
ramente le estaría pidiendo a Dios que su vista volviera,
tal vez había escuchado del misterio de la luz y se había
tomado tan en serio eso de que podías hablar con el mis-
mísimo Señor, que él, el mensajero del Todo poderoso,
pasaba por desapercibido para el ciego. Pensar en eso le
causó gracia. Sintió curiosidad.
—¿Con quién?
—Con quien está detrás de ti.
Por puro reflejo, Jonás volteó encontrando su sombra.
—No hay nadie detrás de mí.
—Sí, si hay y lo puedo ver.
Panchito podía ver a Dios. No había duda, sabía que
era él porque no tenía la forma de una mancha auriazul
como todos las demás, sino era blanca, con los bordes
brillantes, como, como algo que jamás había percibido.
—¿Por eso estoy ciego? ¿Para poder verte? —soltó.
La mancha se hizo grande, después pequeña, como
si entendiera lo que Panchito le estaba diciendo.
1. No creo en Dios
—¿Por qué? —preguntó el padre Geremías.
—Porque no tengo necesidad de creer en algo que 79
no existe—afirmé.
—No eres de por aquí, ¿verdad?
—¿Lo supo por mi acento o porque todos los de por
aquí creen en Dios?
El padre se llevó el puño a la boca, apenas podía
apreciar su rostro entre los pequeños orificios que sepa-
ran al pecador del sacerdote.
—Si no crees en Dios, ¿por qué estás aquí? —. Igno-
ró mi pregunta anterior.
—Esa respuesta será mi séptima confesión…
—¿De dónde eres?
—¿Esto está permitido?, quiero decir, en su Iglesia,
¿los sacerdotes pueden sostener pláticas con los que se
confiesan?
Respiró profundamente.
—Mi Iglesia es tu Iglesia.
Sonreí.
—¿Cómo sabes que Dios no existe? —preguntó
Geremías casi susurrando.
—Porque si existiera no podría ser tan cruel como
lo fue conmigo, sin embargo, el que haya llegado hasta
aquí me hace pensar ciertas cosas…
—¿Qué cosas?
80 Volví a sonreír.
—¡Cállate!
Noté como mi respiración se aceleró, tenía que cal-
marme, no podría echar a perder todo por un simple
impulso.
—Creo que ya fue suficiente…—soltó el sacerdote
amenazando con dar fin a la conversación.
—No puede hacerlo, ¿qué no es su obligación? —
Logré que el tono de mi voz se tornara a un agudo el cual
emulaba impotencia—. Tiene que salvarme, padre, tiene
que perdonar mis pecados o nunca seré libre…
—Busca a Dios en tu corazón—dijo con tranquilidad.
—¿Y cómo hago eso?, ¿tú lo encontraste?, ¿a qué
se refieren?, cómo voy a encontrar algo dentro de mí, si
sólo hay odio ahí—volví a remarcar mientras fruncía el
entrecejo.
—Rezar sería un buen primer paso.
—Enséñame…
—Repite conmigo. Padre Nuestro…
—Padre nuestro…
Me empezó a dar calor, decidí despojarme de mi
abrigo mientras seguía repitiendo el rezo, se escuchó un
golpe seco al dejar caer mi ropa, sin embargo el sacerdote
continuó como si no hubiera escuchado nada.
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El misterio de la luz
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José Martín García Campos es licenciado en Ciencias
de la Comunicación. Su tesis “Propuesta de Taller para
la creación de personajes literarios con trastornos de
personalidad usando la psicología médica y el DSM-5”,
ha sido llevada a la aplicación práctica en la FILIT, FO-
TOVIVA y en la SEMICH. Es miembro de la Sociedad
de Escritores Michoacanos. Ha publicado su trabajo en
diversas revistas literarias. Fue becario en el Encuentro
Regional de Literatura Los signos en Rotación del Fes-
tival Interfaz del ISSSTE. Su libro de cuentos “Confe-
sionario” fue ganador en la categoría Ópera Prima de
los Premios Michoacán de Literatura 2016. Con el cor-
tometraje Des-Enlace fue ganador en las categorías de
Mejor Guión y Mejor Dirección en el 8 Festival de Cine
Universitario UVAQ. Es titular del programa de radio
(UVE Radio) llamado El Eco de las Letras, cuyo conte-
nido pertenece al ámbito literario.
Se terminó de imprimir en abril de 2017
en los talleres gráficos de Impresora Gospa
ubicados en Jesús Romero Flores no.1063,
colonia Oviedo Mota, C.P.58060
Morelia, Michoacán, México