La Trama Nupcial
La Trama Nupcial
La Trama Nupcial
SAYAKA
MURATA
La dependienta
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“Un regalo para cualquier persona que alguna vez se haya sentido un extraño en el mundo.”
Ruth Ozeki
Club de Lectura II
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BIOGRAFIA
obra ha aparecido en la prestigiosa revista literaria Granta y en 2016 fue Mujer del año
celebra voces tan importantes como la del premio Nobel Kenzaburō Ōe.
Club de Lectura II
La dependienta
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Keiko Furukura tiene 36 años y está soltera. De hecho, nunca ha tenido pareja. Desde
que abandonó a su tradicional familia para mudarse a Tokio, trabaja a tiempo parcial
como dependienta de una konbini, un supermercado japonés abierto las 24 horas del
un mundo predecible, gobernado por un manual que dicta a los trabajadores cómo
actuar y qué decir. Ha conseguido lograr esa normalidad que la sociedad le reclama:
todos quieren ver a Keiko formar un hogar, seguir un camino convencional que la
Con esta visión hilarante de las expectativas de la sociedad hacia las mujeres solteras,
Primeras líneas…
Las konbini están llenas de sonidos. La campanilla que suena cuando entra un cliente o la voz del
cantante de moda que anuncia un nuevo producto por megafonía. Las voces de los dependientes que
saludan a los clientes, el escáner de códigos de barras. Las cestas de la compra que se llenan, alguien
que coge una bolsa de pan o unos tacones que recorren los pasillos. Esta amalgama de sonidos forma el
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«ruido de la tienda» que cada día me bombardea los tímpanos sin cesar.
Alguien cogió una botella de plástico y la siguiente ocupó su lugar deslizándose por los rodillos del
dispensador. El ligero traqueteo de la botella al rodar me hizo levantar la cabeza. Muchos clientes
suelen coger una bebida fría cuando terminan de comprar, justo antes de pasar por caja, por eso me
pongo alerta inconscientemente al oír ese ruido. Observé de reojo a la mujer que llevaba la botella de
agua en la mano y comprobé que aún no tenía la intención de pagar, pues estaba buscando algo en la
sección de postres. Así pues, bajé la cabeza de nuevo.
Mientras con el cerebro interpretaba la información procedente del sinfín de sonidos repartidos por
toda la tienda, con las manos ordenaba los onigiri que acababan de llegar. A aquellas horas de la
mañana se vendían sobre todo onigiri, sándwiches y ensaladas. Sugamoto, dependienta por horas,
escaneaba artículos con un pequeño lector mientras yo alineaba meticulosamente la impecable comida
hecha por una máquina. En las dos hileras centrales coloqué la novedad, los onigiri de hueva de abadejo
con queso. A ambos lados hice otras dos hileras con los más vendidos, los de atún con mayonesa.
Reservé las hileras más alejadas del centro para los onigiri con virutas de bonito, que apenas tenían
salida. Era cuestión de velocidad, así que mi cuerpo no esperaba que le llegaran las órdenes del cerebro,
sino que actuaba automáticamente, según las reglas que tan interiorizadas tenía.
Me volví al oír el leve tintineo de unas monedas y eché un vistazo a la caja. Estaba atenta a aquel sonido
porque los clientes que llevaban dinero suelto en la mano o en el bolsillo solían comprar antes de irse un
paquete de tabaco o el periódico. Tal y como suponía, vi a un hombre dirigiéndose a la caja con una lata
de café en una mano y la otra en el bolsillo. Crucé la tienda corriendo y ocupé mi lugar en la caja para no
hacerlo esperar. Lo saludé con una pequeña reverencia y cogí la lata de café que el hombre me tendía.
ANÁLISIS
Llevaba ya un tiempo queriendo leer este libro por diversos motivos. El primero, me atraía mucho
físicamente (ya sabéis que la belleza entra, primero, por los ojos). El segundo, porque la literatura
japonesa es como una ola para mí: a veces la siento muy cerca y, otras, se aleja tanto que me cuesta ir a
por ella. Este libro se me acercó varias veces en librerías y en Instagram, así que, un día que fui a
comprar un libro para una amiga (no sé a vosotros, pero a mí me encanta regalar libros), no me pude
resistir y cayó en mis manos. 18
Además, me venía muy bien porque es un libro cortito (no me apetecía meterme en libros larguísimos)
y manejable, perfecto para leer en la piscina, que es el sitio donde más leo en verano.
Para no desvelaros más, voy directo a mi análisis de puntos fuertes y menos fuertes.
Puntos fuertes:
La ambientación: Japón siempre me ha atraído muchísimo, y este libro habla de una pequeña parte de
Japón (una tiendecita en un barrio japonés) que muestra muchos pequeños detalles de cómo es la
sociedad japonesa.
La sencillez: a veces me gusta leer libros con un lenguaje tan elaborado que se mezcla con la poesía
(como en el último libro que leí, “La juguetería mágica”) y, otras, me apetece leer algo sencillito y ligero.
Por el lenguaje que usa la autora y por la extensión, es una muy buena opción para leer sin más
pretensiones que disfrutar unos días de una buena historia.
a protagonista de esta historia tiene algo inquietante, tan familiar como indescifrable, que de algún
modo la emparenta, aunque sea en su reverso, con Bartleby el escribiente. Sin embargo, la autora que la
ha creado reconoce sin ambages no haber leído a Melville, sí en cambio a Abe Kobo, Rieko Matsuura,
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Shin'ichi Hoshi y otros grandes de las letras niponas del siglo XX. Con esa tradición a cuestas y de su
experiencia personal ha forjado el personaje de Keiko Furukura, una empleada por horas en un konbini,
una suerte de colmado y tienda de comidas tokiota de 24 horas. Keiko tiene 36 años, vive sola, no tiene
pareja ni futuro ni deseos ni aspiraciones. O quizá sí, sólo aspira a ser normal, o quizá al menos a
parecerlo. Cosa que consigue cuando se enfunda en el uniforme de La dependienta (Duomo), traducción
directa del japonés de Marina Bornas.
Se trata de la décima novela de Sayaka Murata (Inzai, 1979), una obra que no sólo le ha deparado el
prestigioso Premio Akutagawa 2016 -sin contar con que ganó el Yukio Mishima en tres ocasiones, el 18
Gunzo Prize a escritores noveles, el Noma Literary y un largo etcétera-, sino que la obra lleva vendidos
más de un millón de ejemplares en su país y va camino a repetir el fenómeno a escala global con la
traducción, de momento, a 31 lenguas.
La extraordinaria conexión con los lectores ya parece un misterio en sí, pero es aún más enigmática en
realidad la protagonista de esta novela. «Por lo que me han comentado, dentro y fuera de mi país, los
lectores sienten que hay una Keiko dentro suyo y yo también lo pienso. No es una historia extraña o
lejana, sino que descubre una verdad universal dormida en el interior de nosotros mismos», explica la
autora. Y, aunque no lo explicite, esa verdad pareciera resumirse en la certeza de que la normalidad no
existe. Al contrario, encajar dentro de esos parámetros, siempre nos supone un esfuerzo o el
aprendizaje de un laborioso oficio, como le sucede al personaje.
«En una de mis anteriores novelas se dice en un momento que la normalidad es lo único que
socialmente está permitido. Ese concepto quedó en mí y es el origen de esta novela», señala. Y se sabe
que no hay fronteras claras con respecto a la normalidad. «En el pueblo de mi padre lo normal es comer
insectos», apunta y no bromea.
También Sayaka Murata trabajó muchos años en una tienda konbini, hasta que el éxito de su décima
novela -y la proyección que le ofreció la revista británica Granta publicando la primera traducción de
una de sus historias- la alejó del trabajo de dependienta. Sin embargo, ahora trabaja en el comedor de
su editorial tokiota porque descubrió que necesita esa misma normalidad de la rutina cuadriculada para
seguir escribiendo.
“La dependienta” es una novela corta escrita por la autora japonesa Sayaka Murata. En esta pequeña
narración nos cuenta la historia de Keiko Furukura, una jóven la cual ha tenido problemas durante toda
su vida para encajar en la sociedad.
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La novela comienza con la problemática infancia de Furukura, problemática sólo por la forma de ser de
la protagonista, ya que la misma parece comportarse de una forma muy extraña para un ser humano.
Desde la falta de empatía por un pobre pájaro que ha perdido la vida, hasta querer detener el conflicto
entre dos compañeros de clases a punta de pala.
Desde el inicio de la novela a Furukura se le trata como a una persona que necesita cambiar, y, ante los
ejemplos expuestos en el párrafo anterior, es difícil no estar de acuerdo con los personajes que la
rodean. La palabra “curar” aparece regularmente entre sus seres queridos, sin embargo, Furukura es
incapaz de comprender que parte de ella se debe curar, y es en esta búsqueda, que encuentra una 18
Es así como Furukura cambia paulatinamente, sus compañeros de clase y sus maestros la aceptan de
mejor manera debido a que parece más “normal” y gracias a que sus problemas empiezan a disminuir,
Furukura decide vivir de esta manera.
Toda esta forma de comportarse continúa hasta su etapa adulta donde, al entrar a la universidad,
decide conseguir un trabajo de tiempo parcial en una “konbini” (tienda de conveniencia). Este
encuentro con la tienda parece predestinado, en un inicio, Furukura decide aplicar a esta recién
inaugurada tienda, debido a que estaba interesada en un trabajo a tiempo parcial, sin embargo, al
recibir la capacitación para atender el lugar, algo en ella hace “clic”.
Furukura, una chica que ha decidido imitar a los demás para ser “normal”, encuentra en aquella tienda
una especie de santuario. La “konbini” no sólo le impone un código de conducta y de vestimenta, sino
que es hasta cierto punto predecible. Es así, que en palabras de la misma Furukura, ella renace como
“dependienta”.
La historia a partir de aquí, seguirá concentrándose en la sociedad y cómo ésta desea que Furukura se
comporte así como las dificultades de nuestra protagonista para seguir el camino establecido.
La temática de “La dependienta” puede parecer sencilla, sin embargo, tiene una carga emocional
bastante fuerte, es sencillo, aunque no en todas las situaciones, identificarte con Furukura. Es cierto que
la sociedad nos exige desde el momento en que nacemos un cierto rol, una cierta forma de
comportarnos y unos ciertos objetivos finales. Esto no es diferente para Furukura, la diferencia es que
ella no siente el más remoto interés por estos objetivos “normales”. Algunos podrán no compartir el
deseo de querer hijos o de tener un gran empleo o de casarse, el problema de Furukura es que ella
simplemente no tiene ninguno de esos deseos y esto no significa que ella lleve una vida triste, todo lo
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contrario, al entrar a la “konbini” la vemos más alegre, en paz consigo misma. Es la exigencia de la
sociedad la culpable de sus problemas y de sus inseguridades.
Resulta curioso adentrarte tanto en este personaje pero, aun así, encontrar esas pizcas de extrañeza con
las que son imposible empatizar, esto parece estar asociado al discurso de la novela, aunque a todas
luces Furukura no es una persona “normal”, la crítica que hace está justificada, a lo largo de la lectura no
llegas a pensar en Furukura como en una persona como cualquier otra, sino en una que tiene derecho a
vivir su vida como le plazca.
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Otro elemento interesante, es adentrarte en la cultura japonesa, una cultura que como la nuestra, sufre
bastante de machismo y que a su vez se maneja de manera muy estricta con su gente.
“La dependienta” es, sin duda, una lectura llena de emociones, ya sea la empatía que te produce
Furukura al compartir sus alegrías y sus frustraciones, o la ocasional sorpresa por sus acciones o
pensamientos. Aunque corta, “La dependienta” es una novela muy recomendable si estás buscando algo
interesante que leer.
ARGUMENTO de LA DEPENDIENTA
«Eres demasiado rara: una solterona de treinta y seis años probablemente virgen que trabaja por horas
en una konbini, que día tras día se desgañita saludando a los clientes y que, a pesar de que parece gozar
de buena salud, no tiene la menor intención de buscar un empleo estable. Eres un bicho raro». (Página
125)
Así es Keiko Furukura, una mujer que trabaja en una konbini (tiendas que abren las veinticuatro horas
del día y en las que puede encontrarse de todo un poco). Pero ella no es como todos y un día decide
adaptarse para que puedan considerarla una persona “normal”.
Imaginad que un pequeño “super” del barrio tipo Día, Ahorramas, Carrefour express que no cerrase en
todo el día, porque ese es el tipo de establecimiento al que equivale una japonesa, pusiera un anuncio
ofreciendo un empleo y que respondiese alguien contestando:
“Mujer soltera, sin hijos ni compromiso ofreces para el puesto. Más de quince años ininterrumpidos de
experiencia en dicho trabajo. Solo trabajo por horas. Solo mañanas”.
Un chollo, a pesar de lo de querer trabajar por las mañanas. Nada de un puesto fijo. No. Solo trabajo por
horas. ¿Rarita no?
Club de Lectura II
Podría caberte la duda de si eso es normal en Japón, puesto que se trata de dos culturas muy diferentes.
Pero no. Keiko nuestra protagonista es considerada “rara” también por sus compatriotas. Aunque no
tanto porque tenga una auténtica vocación de dependienta, sino por lo de soltera y sola. Hasta ella es
consciente de que es un bicho raro, por lo que decide integrarse mejor con el resto de sus compañeros:
«El mundo normal es un lugar muy exigente donde los cuerpos extraños son eliminados en silencio, las
personas inmaduras son expulsadas.
Claro, por eso tenía que “curarme”. Si no me curaba, sería eliminada del grupo de la gente normal».
(Página 87)
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Con todo, no hay duda de que estamos tratando dos culturas totalmente diferentes. En la nuestra ya
tenemos un sabio refranero que nos dice que “el hábito hace al monje”. Pero en esta novela vemos muy
claro como eso no es así en Japón, en la que parece que el uniforme imprime carácter.
«Independientemente de nuestro sexo, nuestra edad o nacionalidad, al ponernos el uniforme nos
convertíamos en “dependientes” ya no había diferencias entre nosotros». (Página 48)
De todos modos, está claro de que rigen normas y modelos de comportamiento diferentes. Si no,
pensad en vuestra experiencia con los empleados de cualquier cadena de este tipo de tiendas que
conozcáis, que por más uniforme que lleven, cada uno parece, como por otra parte es normal, de su
padre y su madre. Nada que ver con estos empleados que casi parecen robots tan parecidos son unos a
otros con el uniforme puesto:
«Nos vestimos y arreglamos según el modelo dibujado en un cartel, recogiéndonos el pelo si lo
llevábamos largo y quitándonos relojes y accesorios. Después nos pusimos en fila, y aquellas personas
que hasta entonces formábamos un grupo variopinto nos convertimos de pronto en “dependientes”».
(Página 23)
Y algo de robot si que tiene en su personalidad Keiko, que se ve a sí misma como una pieza de un
engranaje. Un engranaje de algo que está al servicio de los clientes y se llama konbini.
«Empezaba un nuevo día. Era la hora en que el mundo se despertaba y los engranajes de la sociedad
empezaban a girar. Yo era uno de aquellos engranajes que giraban sin parar, una pieza del mundo
encajada en esa franja del día que llamamos “mañana”». (Página 13)
Y ese sentirse parte de un engranaje es lo que le da su seguridad a Keiko. Un espacio con normas claras
de vestido y de comportamiento y en el que sabe en todo momento lo que tiene que hacer.
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«La tienda disponía de un manual impecable y me desenvolvía muy bien como dependienta, pero no
tenía ni idea de cómo ser una persona normal en un lugar sin manual de instrucciones». (Página 29)
Nos dice la contraportada que La dependienta es una visión hilarante de las expectativas de la sociedad
hacia las mujeres solteras. No hagáis caso a este comentario, porque en ningún momento me ha
parecido una novela “hilarante”. No me he reído en ningún momento, puede que ni siquiera haya
sonreído. No son esos los sentimientos que en mí ha despertado esta novela con la que no tengo muy
claro si estoy ante una novela más o menos realista o ante un cuento.
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Un cuento en el que se nos habla de alguien que es diferente a los demás porque no busca su futuro en
aquellos que todos consideran “normal”: formar una familia, tener hijos y un buen trabajo.
Y sí, Keiko no es normal, no encaja con esos parámetros de la sociedad. Pero no lo es porque ha ido un
paso más allá de lo que la sociedad requiere. Ella no quiere la individualidad, sino ser parte perfecta en
un engranaje al servicio de la sociedad como es una tienda. Una tienda en la que ella siente, respira,
todo lo que está ocurriendo, anticipándose según el momento y la circunstancia del día a lo que los
clientes van a demandar de la tienda. O sea, un auténtico chollo para la tienda y la sociedad.
La dependienta es una novela que en manos de otro escritor, muy bien hubiera podido convertirse en
una terrible distopía o en un cuento de terror a lo Stephen King, porque Keiko está más allá de nuestra
realidad. Parece una de esas hormigas todas iguales entre sí, con una función que cumplir dentro del
hormiguero. Y no precisamente la de tener hijos, que eso queda para la reina.
Por eso más allá de la superficie, es una novela que tras acabarla me ha dejado con un come-come
interior de hacia qué tipo de sociedad en cierto modo deshumanizada, todos iguales entre nosotros
podríamos avanzar. ¿Se trata solo de diferencias culturales entre la cultura japonesa y la occidental? ¿O
tal vez en el fondo ese sea el futuro de una humanidad en la que cada uno sea un engranaje de un
mecanismo puesto al servicio del bien común?
Hilarante no es, ni mucho menos. Pero sí que es una novela que te obliga a pensar cómo es y hacia
dónde camina nuestra sociedad.
Sayaka Murata recrea en La dependienta una melodía de la vida donde parece que las notas
discordantes no tienen cabida por interpretarse a distinto ritmo. Keiko Furukura es una de esas tantas
notas que, por razones desconocidas, no encaja en la sociedad en la que vive, y ese sentimiento es
inherente a su biografía. Cuando mira a su alrededor, descubre el estupor y la tristeza que producen en
los demás las reacciones que a ella le resultan de lo más naturales.
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Por ello, conforme la protagonista va creciendo se despierta en ella un anhelo urgente y devastador, un
deseo irrefrenable: la aceptación, sentirse normal. Parece que este proceso articulado llega a su fin
cuando entra a trabajar por horas como dependienta en una Konbini, un supermercado japonés abierto
la 24 horas del día.
En la tienda le proporcionan un manual práctico de cómo hacer las cosas en cada momento y en cada
lugar. En él está todo regulado, desde el lenguaje al comportamiento, la uniformidad... en definitiva, en
una Konbini todo esta protocolizado en interés del cliente. Keiko recibe la formación adecuada para
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llegar a ser la dependienta perfecta y desempeñar su puesto a la perfección, y eso es lo que hace.
Pero con el transcurrir de los años empiezan a llegar los peros y los por qués, y comienzan a crecer esos
flecos que la sociedad, con su soberana legalidad, cuestiona sin ningún tipo de rubor ni sonrojo. A Keiko
le llegan directa o indirectamente todos estos runrunes que hacen que se desajuste y se descoloque en
ese engranaje perfecto que compone la Konbini, su microcosmos particular. Es en este momento de la
historia cuando La dependienta entra en acción: se acelera para ajustar todas esas razones y poder
seguir siendo parte de la unidad perfecta que es la sociedad normal.
Para que todo lo anterior ocurra hay que tener el arrojo y la energía suficientes, y nuestra extraordinaria
heroína sin duda los tiene. A pesar de sus peculiares circunstancias sitúa siempre a los demás por
encima, y así es como decide en cada momento lo que tiene o no tiene que hacer, lo que parece bien y
lo que está fuera de la sociedad normal.
Keiko ha cumplido 36 años y, por tanto, debe encontrar un trabajo fijo o debe casarse y formar una
familia. Eso es lo que se espera de ella y es lo que debe hacer. No le queda otra que emparejarse con
alguien; el amor, la cooperación o los intereses mutuos no tienen por qué tener cabida en esta ecuación
y, además, no tendría que dejar ese universo perfecto que es su querida Konbini. Así, de está manera se
ajusta para no desarticularse de la buena sociedad.
Cuando da los primeros pasos en su nueva vida descubre cómo todos aquellos que le rodean, ya sean
compañeros, amigos o familias, cambian y transforman su actitud hacia ella. Parecen felices porque, por
fin, Keiko Furukura se ha curado, ya forma parte de la normalidad... Su felicidad o infelicidad las dejo
aparte: en todas las casas cuecen habas, y estos dos parámetros al parecer no son de gran importancia.
Tú simplemente haz lo que debes, Keiko, lo que se espera que tienes que hacer.
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Y aquí es cuando la historia se transforma en moraleja... o no. A pesar de todo, Keiko sabrá mirar en su
interior y ver lo que realmente le interesa. Si descubre su lugar en el mundo y sigue con su misión y
todas las demás cosas y asuntos que el desarrollo personal aconseja, es algo que ya no os puedo revelar.
Sería llegar al final de la historia y, aunque sea corta, merece la pena leerla por todo lo que transmite y
el torrente de empatía que circula desde la protagonista hacia los lectores, sentimiento que Sayaka
Murata ha sabido encajar y diseñar de manera espléndida.
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Keiko Fukuruwa ten 36 anos, traballa a tempo parcial nun 'konbin'i, unha tenda de 24 horas, vive nun
pequeno apartamento en Tokio e é solteira. Ao parecer, non fixo nada reprobable na vida e segue esa
vella e sa premisa de vivir e deixar vivir. Aínda así, a súa familia, amigos e compañeiros de traballo
insisten en recordarlle que atopará un home respectable (ou non), un traballo digno e nenos antes de
que se esgote o arroz.
Esta é a trama da última novela do escritor xaponés Sayaka Murata (1979), 'La dependentienta' / 'La
noia de la botiga 24 horas' (Duomo / Empúries), que foi recoñecido co prestixioso premio Akutagawa
que lle trouxo un millón de exemplares vendidos en Xapón e os dereitos de tradución adquiridos para 31
países. É unha crítica feroz á presión exercida pola sociedade xaponesa sobre as mulleres solteiras para
que se axusten aos estereotipos de "boa nai" e "boa muller": "Moitas mulleres agradécenme por ter
verbalizado a presión social que sofren e confesáronme que sentiron a necesidade de casar e ter fillos,
de converterse no que se espera que sexan ”. A autora é consciente de que o seu país non é
precisamente un referente en temas de igualdade de xénero: "As mulleres están a vivir un momento
de conciencia colectiva".
Ata hai pouco, Murata, que debutou como novelista en 2003, combinaba os seus deberes de escritor
cun traballo a tempo parcial nun konbini. Unha decisión que, como lle ocorre á protagonista, o seu
círculo íntimo non acabou de entender.
Automatización social
Despois do éxito do seu último libro, deixou a tenda por escribir. "Estou escribindo o meu seguinte
libro," Un marciano na terra ", no comedor da editorial porque necesito ruído para concentrarme, como
no" konbini "
Club de Lectura II
onde traballei ”, confesa o autor. O microcosmos da tenda foi o que inspirou esta novela que, ás veces, é
terrorífica debido ás descricións dos empregados da tenda, máis preto dos autómatas que dos humanos.
E agóchase unha reflexión sobre a identidade e a individualidade, nunha sociedade de valores
tradicionais que premia a homoxeneización.
Outro tema que aborda Murata é a marxinación e a sobreexposición que experimentan aqueles, homes
e mulleres, que intentan vivir fóra das normas establecidas: “Keiko, o protagonista, decide levar o
máscara dunha persoa normal para deixar de ser interrogada constantemente ”. Non obstante, o único 18
lugar no que te sentes encaixado está na tenda: coas súas funcións de empregado e un manual de
instrucións
indica como debes proceder en todo momento. "Compartín coa protagonista a sensación de que todo o
mundo falaba de min por traballar a tempo parcial nunha tenda e polo meu modo de vida", di. E sábeo
ben, ela que decidiu vivir soa - ata hai pouco facíao cos seus pais - non moi lonxe da casa familiar.
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Cando se lle pregunta polas súas influencias literarias, Sayaka Murata cita a Reiko Matsuura, que
escribiu obras de carácter e pensamento feminista, a Yukio Mishima, que foi candidato ao premio Nobel
de literatura, e a Kobo Abe, quen
Este es uno de los libros que más se ha hablado en el último año. No soy mucho de leer libros populares
porque crean altas expectativas. Pero este libro me ha gustado mucho. No es todo lo que esperaba pero
he descubierto cosas muy interesantes.
Lo primero y principal de lo que hablan otros lectores es que este libro es muy importante porque la
autora habla de una mujer que rechaza entrar en unas normas sociales muy clásicas y rígidas. Y que
podemos ver en todas las sociedades actuales. Si es un tema que toca la autora. El que la sociedad
intenta regir sobre los individuos un mismo camino y si no lo sigues te excluyen. Y en esta ocasión la
Club de Lectura II
autora muestra a una mujer intentando reivindicar el feminismo. Pero no lo hace con la protagonista
adecuada. Me explico.
La protagonista que elige la autora y que nos presenta desde pequeña muestra unas diferencias muy
marcadas desde pequeña, tanto sociales como emocionales. En ningún momento la autora nos nombra
el problema o deficiencia que tiene la protagonista. Me imagino que para que sea incluida en la vida
adulta normal. Pero la protagonista muestra claros rasgos de TEA (Trastornos del Espectro Autista),
específicamente Asperger. Son personas que no saben mostrar sus emociones correctamente, en el
momento adecuado ni de la forma correcta. Tampoco saben relacionarse con sus iguales. Y muchos de 18
estos puntos los podemos ver en la protagonista desde pequeña y siendo adulta cuando su hermana le
dice como actuar en determinadas situaciones. Por ello no me parece la protagonista más adecuada
como ejemplo para hacer una crítica a esa alineación de la sociedad adulta. Si podría decirse del
protagonista adulto, que si es un inadaptado e incluso parásito aprovechándose de otros.
REPORT THIS AD
En conclusión, un libro que habla sobre la alineación de la sociedad en la vida adulta, sobre todo
dando importancia a esa presión que sufren las mujeres a determinada edad. Pero en el que la autora
ha elegido mal a la protagonista ya que ella sufre un trastorno de personalidad donde lo que más
problemas tiene es en las relaciones sociales.
Cuando estoy inmersa en la lectura de "La dependienta" de Sayaka Murata, me llega la información de
una serie de Netflix, "Unorthodox", y me llega mediante un enlace que me envía a un artículo de Berna
González Harbour en El País titulado "Seamos unorthodox", donde entre otras cosas muy interesantes
afirma que en esta situación de confinamiento que vivimos la crisis nos sirve "para repensar las capas de
encierros que afrontamos cada uno sin estado de alarma, los territorios en que cada uno somos
Club de Lectura II
ortodoxos al calor de una comunidad que espera tal comportamiento de nosotros a cambio de una idea
de pertenencia. La idea entonces de ser “unorthodox”, una “desortodoxia” inexistente en español pero
más interesante que “heterodoxo, nada o poco ortodoxo" [...] es suculenta. Acaso no es preciso romper
con el dogma, la secta, la idea fija, la religión. Sino no permitir que te aplaste".
Pero creo que ya me he ido por las ramas y os estaréis preguntando qué tienen que ver la serie, muy
recomendable por cierto, "Unorthodox" y un artículo sobre ella en El País, con "La dependienta". Ya
antes de ver el artículo de Berna González Harbour había yo reflexionado sobre esa inortodoxia o
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desortodoxia de Keiko Furukura, la protagonista de la novela.
Todos nacemos siendo unorthodox, cierto que unos más que otros. Los niños son espontáneos, no se
atienen a las normas, no hay encierros mentales que los aprisionen y los aplasten... hasta que llega la
educación y los somete al redil, los hace orthodox, los deja en condiciones de vivir en este
mundo. Puede que de otra forma, la vida en sociedad fuera invivible, puede que las normas nos
proporcionen el respeto y la tolerancia (?) necesarios para vivir en grupo, pero ¿hasta dónde llega lo
aceptable y dónde empieza la aniquilación mental que todos aceptamos de mejor o peor gana?
Keiko no encaja en este mundo desde muy pequeña, ni siquiera encajaba con otros niños, por muy
unorthodox que siguieran siendo, cuando un pájaro muerto los llenaba de angustia y a ella solo le hacía
pensar en lo rico que estaría frito. "A papá le gustaba el pollo, y a mi hermana y a mí nos encantaban los
fritos. Si el parque estaba lleno de pájaros, no entendía por qué no podíamos comerlo y teníamos que
enterrarlo". Más tarde, ya en el colegio, ante dos compañeros que se peleaban y la súplica de alguien
para que se separaran, "dispuesta a detenerlos, abrí el armario de las herramientas, saqué una pala, me
acerqué corriendo a los niños que se peleaban y golpeé la cabeza de uno de ellos. Los demás empezaron
a gritar a mi alrededor, y el niño se desplomó al suelo sujetándose la cabeza. Al ver que se quedaba
quieto con la cabeza entre las manos, levanté la pala con la intención de detener también al otro".
Keiko no sabe en qué obra mal. Su lógica tropieza con las normas, pero sabe que sus padres están
desconcertados y como no quiere disgustarlos ni que tengan que disculparse por ella, decide no hablar
casi y limitarse a imitar a los demás. Su hermana, dos años más joven pero "normal", la fue enseñando a
pasar desapercibida en un mundo que no entendía y que no la hubiera entendido a ella de no ser por las
excusas que su hermana le enseñaba: estaba delicada de salud, sus padres necesitaban sus cuidados.
Una forma de camuflarse porque "el mundo normal es un lugar muy exigente donde los cuerpos
extraños son eliminados en silencio. Las personas inmaduras son expulsadas".
Club de Lectura II
No, Keiko nunca ha encajado en las premisas de este mundo, al menos no encajó hasta que casualmente
vio que se necesitaban dependientes para una nueva tienda. La descubrió casualmente una noche
paseando. Era la próxima apertura de una Smile Mart frente a una estación. Las Smile Mart son konbini,
tiendas que abundan en Japón y que están abiertas de forma ininterrumpida las veinticuatro horas del
día los siete días de la semana. Era un buen trabajo para una estudiante. Un trabajo por horas que está
bien visto como manera de ganar algo de dinero mientras se estudia, como algo provisional propio de
gente muy joven. Un trabajo que para Keiko supuso mucho más que un trabajo provisional por horas
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porque ya el primer día "sentí por primera vez que formaba parte del mundo, como si acabara de nacer.
Aquel día había surgido una nueva pieza que encajaba con total normalidad entre las demás: yo".
El caso es que han pasado dieciocho años y Keiko sigue trabajando por horas, algo que ya nadie hace a
los treinta y seis años, sigue trabajando en el turno de mañana todas las mañanas excepto la del viernes,
y sigue soltera y sin tener hijos. Pero Keiko no entiende por qué debería cambiar su vida. Por fin,
encajada en la maquinaria de la konbini, se siente como una pieza colocada en su lugar. Es la
dependiente perfecta, la que más alto y con más alegría saluda a los clientes, la que mejor se preocupa
de colocar los productos en la forma perfecta para aumentar las ventas y la comodidad de los
compradores. En la tienda Keiko es feliz, aunque la critiquen sin comprenderla sus amigas y sus padres y
hasta su hermana.
Tan adaptada se encuentra que ya no se considera humana, sino más bien dependiente, aunque
disimule y finja: "pensé que estaba interpretando a la perfección el papel de «humana» y suspiré
aliviada". Y es que Tiene que fingir sentimientos humanos de los que se siente muy alejada. Cuando sus compañeras se
sienten indignadas ante la falta de compromiso de otro dependiente, ella no entiende esa indignación la ira no existe en sus
emociones. Tan solo una cierta incomodidad ante la escasez de personal válido.
Club de Lectura II
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Sayaka Murata
"La dependienta" es una novela metafórica. Es una metáfora de los compromisos con los que la vida nos
va atando a conveniencia de la sociedad de la que formamos parte y es también una metáfora de lo
poco que ha cambiado la vida en sociedad desde la Edad de Piedra, de lo cruelmente primitiva que sigue
siendo la sociedad con los especímenes que no se adaptan a lo que se espera de ellos. "El mundo no ha
cambiado desde la Edad de Piedra. Las personas que no aportan nada a la comunidad son marginadas,
como los hombres que no cazan o las mujeres que no tienen hijos. Aunque digan que la sociedad actual
es individualista, quienes no se esfuerzan por establecer algún vínculo con la comunidad reciben toda
clase de presiones y coacciones hasta que, al final, se les expulsa".
"La dependienta" no ha llegado a convencerme. Demasiada metáfora para mi gusto y una historia que
se me deshilvana entre los dedos sin llegar a tomar consistencia, me hacen sentir fría y poco satisfecha
ante la novela. Se trata de una crítica a la sociedad (no solo japonesa) y a sus exigencias, al
mercantilismo que hace que a cierta edad se espere de la gente que tenga un trabajo fijo y de cierto
nivel, al machismo que espera que toda mujer tenga que tener pareja y ser madre. Toda esa crítica
aparece, es cierto, pero me gusta que me lo cuenten con historias menos evidentes y algo más
elaboradas. Tal vez el problema sea que no termino de comprender la literatura oriental en general y
japonesa en particular.
Club de Lectura II
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