Daños y Perjuicios
Daños y Perjuicios
Daños y Perjuicios
DOCTRINA NACIONAL
CONSIDERACIONES SOBRE EL DAÑO, CON ÉNFASIS EN EL DAÑO MORAL.
Miguel Oscar Bajac Albertini.
I) Introducción; II) Concepto del Daño; III) Daño Patrimonial; III) Daños Materiales
IV) Daño Emergente; V) Lucro Cesante; VI) Daño Extrapatrimonial; VI) Daños Inmateriales;
VII) Daño Moral Diferencias entre el Daño Moral y el Daño Psicológico VIII) La cuestión de la
legitimación activa en el Daño Moral, según el Código Civil paraguayo; IX) Bibliografías
X)Anexo.
JURISPRUDENCIA ANEXA:
JUICIO: “GANADERA RIERA S.A. Y ENRIQUE MANUEL RIERA FIGUEREDO C/
BANCO DEL PARANÁ S.A. S/ INDEMNIZACIÓN DE DAÑO MORAL”.---
ACUERDO Y SENTENCIA NÚMERO:DOSCIENTOS TREINTA Y SIETE.
En la Ciudad de Asunción, Capital de la República del Paraguay, a los veinte y seis días, del mes
de Abril del año dos mil siete, estando reunidos en su Sala de Acuerdos los señores Ministros de
la Excelentísima Corte Suprema de Justicia, Sala Civil y Comercial, JOSÉ RAÚL TORRES
KIRMSER, MIGUEL BAJAC ALBERTINI y VÍCTOR NÚÑEZ, éste último por inhibición del
Ministro César Antonio Garay, bajo la presidencia del primero de los nombrados, por Ante mí el
Secretario autorizante, se trajo al acuerdo el Expediente intitulado: “Ganadera Riera S.A. y
Enrique Manuel Riera Figueredo contra Banco del Paraná S.A. s/ indemnización de daño moral”,
a fin de resolver los Recursos de Apelación y Nulidad interpuestos por los representantes de las
partes actora y demandada contra el Acuerdo y Sentencia Número 41 de fecha 22 de Marzo del
2.005 dictado por el Tribunal de
Apelación en lo Civil y Comercial, Segunda Sala de la capital. --------------------
Previo estudio de los antecedentes del caso, la Excelentísima Corte Suprema de Justicia,
Sala Civil y Comercial, resolvió plantear las siguientes: ------------------------------------------
CUESTIONES:
¿Es nula la Sentencia apelada?.
En caso contrario, ¿se halla ajustada a Derecho?.
Practicado el sorteo de Ley para determinar el orden de votación, dio el siguiente resultado:
TORRES KIRMSER, BAJAC ALBERTINI y NÚÑEZ.
CUESTIÓN PREVIA: Conviene tratar como cuestión previa la admisibilidad del recurso
interpuesto por el Abog. Alberto Rodríguez Alcalá, en representación del Banco del Paraná S.A.,
contra el Acuerdo y Sentencia Número 41 del 22 de marzo de 2005, dictado por el Tribunal de
Apelación en lo Civil y Comercial, Segunda Sala de la capital. --------------------
El referido acuerdo y sentencia resolvió “Confirmar, con costas, la sentencia recurrida en la parte
que hizo lugar a la reparación por daño moral para el actor Enrique Manuel Riera Figueredo, con
retasa en Gs. 150.000.000”, en la parte pertinente. -------------------------------
El pronunciamiento así expresado modificó lo resuelto en primera instancia, por S.D. Nº 419 del
18 de junio de 2004, que condenó al demandado a pagar la suma de G. 300.000.000 (trescientos
millones de Guaraníes) al accionante Enrique Riera Figueredo.---
El Art. 403 del Código Procesal Civil establece que serán recurribles en tercera instancia las
sentencias definitivas dictadas por el tribunal, que revoquen o modifiquen la sentencia dictada en
primera instancia y, en el último caso, el recurso será concedido con relación a lo modificado.
En el caso que nos ocupa, la responsabilidad de la entidad bancaria hoy demandada por los daños
morales causados a Enrique Riera Figueredo, ha sido estudiada en dos instancias y confirmada
por el Tribunal y, por lo tanto, se halla firme. En lo referente al monto, debe señalarse que la
suma establecida por el Tribunal es inferior a la del pronunciamiento realizado en primera
instancia; por lo cual, debe entenderse que el monto establecido se halla firme para el
demandado, Banco del Paraná S.A., quien no tiene legitimación para recurrir contra lo
modificado, ya que la disminución del quantum indemnizatorio redunda en su favor. El agraviado
por la modificación de la sentencia de primera instancia es el demandante, ya que la disminución
del monto indemnizatorio es en su perjuicio y ello lo legitima a recurrir en tercera instancia.
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Por lo previamente explicitado, los recursos interpuestos contra el apartado 3º del acuerdo y
sentencia apelado por el Abog. Alberto Rodríguez Alcalá, en representación del Banco del Paraná
S.A., deben ser declarados mal concedidos. --------------------------------------------
A SUS TURNOS, LOS SEÑORES MINISTROS BAJAC ALBERTINI Y NÚÑEZ DIJERON:
Que se adhieren al voto precedente por sus mismos fundamentos. -----------------
A LA PRIMERA CUESTIÓN PLANTEADA, EL SEÑOR MINISTRO JOSÉ RAÚL TORRES
KIRMSER DIJO: La parte recurrente desistió expresamente del recurso interpuesto. Por lo
demás, no se advierten en la resolución recurrida, ni en el procedimiento anterior a la misma,
vicios o defectos que autoricen la declaración oficiosa de la nulidad. Por tanto, debe tenérsela por
desistida del recurso de nulidad interpuesto. -----
A SUS TURNOS, LOS SEÑORES MINISTROS MIGUEL OSCAR BAJAC ALBERTINI y
NÚÑEZ DIJERON: Que se adhieren al voto precedente por sus mismos fundamentos.---- A LA
SEGUNDA CUESTIÓN PLANTEADA, EL SEÑOR MINISTRO JOSÉ RAÚL TORRES
KIRMSER DIJO: El presente juicio fue promovido por Ganadera Riera S.A. y Enrique Manuel
Riera Figueredo contra el Banco del Paraná S.A. por indemnización de daño moral emergente de
la comunicación al Sistema Financiero de la inhabilitación de la Ganadera Riera S.A. para operar
en cuentas corrientes bancarias por diez años, emanada de la Superintendencia de Bancos, debido
a un comunicado errado emitido por la entidad bancaria demandada.
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El Acuerdo y Sentencia N° 41 del 22 de marzo de 2005, dictado por el Tribunal de Apelación en
lo Civil y Comercial, Segunda Sala, resolvió: “Rechazar el recurso de nulidad; Revocar, con
costas, la S.D. N° 419 del 18 de junio de 2004 en cuanto hizo lugar a la demanda por daño moral
respecto a Ganadera Riera S.A.; Confirmar, con costas, la sentencia recurrida en la parte que hizo
lugar a la reparación por daño moral para el actor Enrique Manuel Riera Figueredo, con retasa en
Gs. 150.000.000; Revocar la sentencia en cuanto impuso intereses por dos razones: 1. No fueron
pedidos. 2. No se estableció el porcentaje ni tampoco se solicitó aclaración oportuna y
debidamente; Anotar...” (sic.) (fs.
263/271).
El Abog. Manuel Riera, en representación de la parte actora, expresó agravios en los términos del
escrito presentado a fs. 292/303 de autos. En lo atinente a la indemnización fijada en reparación a
los daños sufridos por Enrique Riera Figueredo, señaló que la suma fijada por el tribunal no es
adecuada a los perjuicios causados. Se agravió, además, contra el rechazo del rubro de intereses
contenido en el acuerdo apelado. En cuanto a los derechos de Ganadera Riera S.A., solicitó que el
acuerdo y sentencia apelado sea revocado. -----------
La adversa contestó el traslado en los términos del escrito obrante a fs. 306 a 308 de autos.- En
autos se discute la suma fijada en concepto de indemnización de daño moral a favor de Enrique
Riera Figueredo; la procedencia o no del reclamo de indemnización de daño moral realizado por
Ganadera Riera S.A. y la procedencia o no de los intereses. ----------------------
En cuanto al monto fijado por el Tribunal como indemnización de daño moral, a la luz de la
prudente estimación de las circunstancias fácticas que envuelven al hecho sindicado como
dañoso, considero adecuado aumentar a G. 200.000.000 (doscientos millones de Guaraníes) la
indemnización en concepto de reparación por el daño moral sufrido por Enrique Riera. Por tanto,
la sentencia recurrida debe ser modificada en este punto. -----------
Lo referente al reclamo por resarcimiento de daños producidos a una persona jurídica –en la
especie, una sociedad anónima- bajo el aspecto de daño moral, nos plantea, desde luego, un viejo
debate: ¿Pueden sufrir –y consiguientemente aducir- daño moral las personas jurídicas?.
En orden de contestar esta pregunta, definitoria para el sub examine, es pertinente hacer una serie
de consideraciones previas. -----------------------------------------------------------------
En primer lugar debemos intentar definir el concepto de daño moral, dado que de este
presupuesto –es decir, del modo como se lo conciba- dependerá la aplicabilidad de la idea de
daño moral a las consecuencias perjudiciales de los actos ilícitos y su extensión en los hechos.
Existen varias teorías acerca de la naturaleza del daño moral; algunos lo definen sobre la base de
los derechos, del bien o del interés jurídico lesionado, en contraposición a daño material. Así,
habrá daño moral toda vez que el ilícito haga relación con bienes o intereses extrapatrimoniales.
Otros van más allá y hacen depender la clase de daño del resultado producido en el sujeto, con
independencia de los derechos, intereses o bienes a los cuales, en principio, se dirige
directamente la acción dañosa. Así se entiende por daño moral toda modificación desvaliosa del
espíritu que lesione derechos o intereses legítimos de orden extrapatrimonial.
Si nos atenemos estrictamente a esta definición, diríamos que el daño moral como pasible de
acontecer a una persona jurídica, quedaría desde ya excluido, dado que las personas jurídicas
carecen de espíritu. En efecto, la ficción que crea el derecho al regular la existencia y
desenvolvimiento de las personas jurídicas, si bien les provee de un nombre, un domicilio, un
patrimonio, y hasta incluso una cierta reputación, no alcanza a dotarles de “espíritu” en sentido
puro. Por lo tanto, daño moral sería una minoración de la subjetividad en el sentido de lo humano
y no cabría predicarlo de las personas jurídicas. Así lo han entendido numerosos tratadistas y un
reciente fallo de la jurisprudencia argentina, emanado de sus más altos órganos jurisdiccionales
(ED, 73-717; LL, 1991-A-50; LL, 1991-A-51.).
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No obstante esta acotación, creemos que las palabras “espíritu” y “subjetividad” deben ser
redimensionadas, o cuando menos reinterpretadas. En efecto, las personas jurídicas carecen de
espíritu, pero comparten ciertos elementos que podríamos llamar inmateriales. Esto es cierto
sobre todo respecto de las personas jurídicas cuyo objeto no es patrimonial, como las
fundaciones, las asociaciones sin fines de lucro, las universidades, la Iglesia, los Municipios e
incluso el Estado, las cuales amén de su patrimonio tienen una serie de intangibles que proteger.
En efecto, la fama y consideración colectivas son esenciales a la actividad de las mentadas, sobre
todo de las primeras. Los daños que podrían provocarse atacando ilícitamente una fundación o
iglesia, no serían en modo alguno de orden económico, sino que provocarían una lesión a
intereses metapatrimoniales y afectarían –según su mayor o menor gravedad- su propio
funcionamiento y razón de ser. En este sentido, podría considerarse o protegerse como
“inmaterialidad” el daño moral causado a una persona jurídica del tipo o clase referidos.
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Ahora bien, es sabido que el objeto de las personas jurídicas hace a su ser. Es decir, ellas son o
tienen entidad en cuanto es su objeto. Las personas jurídicas con finalidad económica o
patrimonial, como las sociedades civiles o comerciales, tienen una entidad netamente patrimonial
y por lo tanto su ámbito de acción se circunscribe a ello. Si bien poseen activos inmateriales, de
éstas no cabe hablar en cuanto a “inmateriales” en el sentido en que hemos empleado más arriba.
En efecto, los activos inmateriales como el nombre, la reputación o incluso el posicionamiento en
el mercado, si bien son incorporales, no por ello dejan de ser activos, en su acepción más técnica.
Esto es, componen parte del patrimonio de la persona jurídica y no una parte de su subjetividad
extrapatrimonial, como el caso de las fundaciones aludido más arriba. Por ende, todo daño en
estos activos inmateriales redundará en definitiva en un detrimento económico, es decir, en una
pérdida patrimonial. Así, vgr., una minoración a su fama o reputación podrá en todo caso
provocar una depresión de su mercado o de la posibilidad de captar su demanda, o ampliar o
mantener su oferta. En suma, no existen aquí lesiones a esferas que no se traduzcan en una
pérdida económica. ---------------------------------
Esto no quiere decir que a la hora de juzgar sobre daños ocasionados a las sociedades comerciales
o civiles, no se deba tomar también en consideración cualquier lesión a aquellos activos
inmateriales ya referidos. La cuestión en este punto es cómo ha de hacerse el juzgamiento. Y aquí
creemos que el análisis debe desprenderse de la rígida y tradicional tesitura de que es al lesionado
a quien corresponde toda la tarea de probar la entidad y el quantum del daño. Esta concepción
debe ser dejada en favor de un sistema probatorio más flexibilizado, congruente con la doctrina
de las cargas probatorias dinámicas. Y de este tenor, se deben emplear en la argumentación lógica
los principios que se aplican para el daño moral, esto es, presumir que si hay lesión a estos
activos intangibles, ello redundará siempre en un detrimento patrimonial para la persona jurídica.
Entonces, subsumiendo el caso en estudio a las conclusiones expuestas ut supra, podemos decir
que la accionante y recurrente es una sociedad anónima y por lo tanto una persona jurídica de
objeto y accionar neta y exclusivamente patrimoniales. También debemos señalar que los daños
que reclama “oportunidad de negocios” -como literalmente lo refiere en su expresión de agravios
(f. 300) - constituyen daños puramente patrimoniales. En efecto, dichos daños se traducen en
eventuales provechos económicos que la sociedad pudiera haber incorporado a través de esos
hipotéticos negocios, que ya no se darán a raíz del hecho antijurídico. Es lo que se conoce como
pérdida de chance –puesto que no hay certeza de que los negocios se hubieran, efectivamente,
concluido, sino solo la mera eventualidad de ello-, lo cual lo distingue del lucro cesante, que se
refiere a ganancias futuras esperadas y no a simples esperanzas de futuros beneficios. Pero sigue
siendo una pérdida de chance patrimonial y no de otra índole.
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Ahora bien, a esta pérdida de chance le son aplicables analógicamente los principios lógicos y
argumentativos del daño moral de las personas físicas, como ya lo hemos referido más arriba,
puesto que el evento dañoso –en la especie la inhabilitación para operar en cuenta corriente
impuesta a una sociedad comercial- ostensiblemente redunda en una inmediata pérdida de
oportunidades comerciales, esto es, pérdida de chance. Ello, además, ha sido abonado
indirectamente con las instrumentales de fs. 146, 151, 181/2, 193/4 y 198, en las que entidades
bancarias –típicas intermediadoras del crédito y del factor capital, esencial en el funcionamiento
de las empresas- y proveedores de bienes y servicios dan cuenta de que a los clientes
inhabilitados normal y usualmente se les priva de crédito. De este modo, no es necesario probar
qué negocios concretos fueron frustrados, sino solo que se ha perdido la ocasión o eventualidad
de dichos negocios. Ésta es, desde luego, la naturaleza propia y peculiar de la “perdida de
chance”: su carácter hipotético y eventual, y no cierto y actual. Asimismo, como no se requiere la
prueba de la concreción de los negocios efectivamente frustrados, tampoco podrá probarse –ni
será necesario- la cuantificación exacta de las pérdidas en pecunia derivadas de la frustración.
Esto deberá deducirse razonable y prudentemente por el órgano juzgador, teniendo como
parámetro el volumen de los negocios y la entidad del patrimonio de la sociedad, así como la
extensión en el tiempo –o trayectoria temporal- de la empresa.
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En suma, se concluye que el daño reclamado es resarcible, pero bajo el rubro de daño patrimonial
–recalificación que es de iure y se hace por aplicación del principio iura novit curia-. Y tomando
en consideración los parámetros referidos, que surgen de la instrumental de fs. 16/17 y 24/48, se
estima prudente la cuantificación del mismo en la suma de G. 200.000.000 (doscientos millones
de Guaraníes), en la cual ha de ser fijada la condena indemnizatoria. El apartado 2º de la
resolución apelada debe ser revocado en este sentido.-- En lo atinente a la procedencia de los
intereses desde la interposición de la demanda, coincido con el Tribunal en que los mismos no
fueron reclamados en el escrito de demanda; por tanto, vista la forma en que fue trabada la litis,
dicha pretensión deviene improcedente. Esto sin perjuicio de los intereses moratorios que pueda
generar el eventual incumplimiento de la condena establecida en la sentencia, desde el reclamo de
pago por parte de los demandantes. La resolución apelada debe ser confirmada en este punto.
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Las costas deben ser impuestas a la parte demandada y perdidosa, Banco del Paraná S.A., en las
tres instancias. ------------------------------------------------------------------------------------
A SUS TURNOS, LOS SEÑORES MINISTROS BAJAC ALBERTINI Y NÚÑEZ DIJERON:
Que se adhieren al voto que precede, por sus mismos fundamentos. ---------------
Con lo que se dio por terminado el acto, firmando SS.EE. todo por ante mí, de que certifico,
quedando acordada la sentencia que inmediatamente sigue: ---------------------------
SENTENCIA Nº237 Asunción, 26 de Abril de 2007.
Y VISTOS: Los méritos del Acuerdo que antecede, la Excelentísima,
CORTE SUPREMA DE JUSTICIA
SALA CIVIL Y COMERCIAL
RESUELVE:
DECLARAR mal concedidos los recursos de apelación y nulidad contra el apartado 3° del
acuerdo y sentencia apelado, interpuestos por el Abog. Alberto Rodríguez Alcalá, en
representación del Banco del Paraná S.A. TENER por desistido al Abog. Manuel Riera del
recurso de nulidad interpuesto en representación de Enrique Riera Figueredo y Ganadera Riera
S.A. REVOCAR el apartado 2° del acuerdo y sentencia apelado y, en consecuencia, hacer lugar
a la demanda de reparación de daños y perjuicios instaurada por Ganadera Riera S.A. contra el
Banco del Paraná S.A., y condenar a la demandada al pago de G. 200.000.000 (doscientos
millones de Guaraníes) a favor de Ganadera Riera S.A., que esta Corte fija como indemnización
por pérdida de chance. --------------------------------------------------------
MODIFICAR el apartado 3° del acuerdo y sentencia apelado y, en consecuencia, condenar a la
demandada al pago de G. 200.000.000 (doscientos millones de Guaraníes), que esta Corte fija
como indemnización por el daño moral causado a Enrique Riera Figueredo.
CONFIRMAR, el apartado 4° del acuerdo y sentencia apelado, en cuanto rechaza la procedencia
de los intereses desde la fecha en que la demanda fue incoada.
IMPONER LAS COSTAS a la demandada y perdidosa, Banco del Paraná S.A., en las tres
instancias. ANOTAR, registrar y notificar.
FIRMADO: TORRES KIRMSER, BAJAC ALBERTINI Y NUÑEZ.
LA RESPONSABILIDAD CIVIL:
UNA MATERIA EN CONSTANTE EVOLUCIÓN.
LA RESPONSABILIDAD SIN CULPA.
RAUL TORRES KIRMSER.
1. Responsabilidad civil. Aproximación al tema. 2. Dos ángulos distintos para ver el mismo
objeto: De la deuda de responsabilidad al crédito de indemnización. 3. Responsabilidad
contractual y responsabilidad extracontractual: Una distinción siempre vigente. 4. Un factor
gravitante para tener en cuenta: La distinción entre obligaciones de medios y de resultado. 5. La
responsabilidad precontractual. 6. Fundamento de la responsabilidad. Responsabilidad subjetiva y
objetiva. 7. Génesis de la responsabilidad en el Código Civil paraguayo. 8. Responsabilidad sin
culpa. 8.1. Ejercicio de actividades peligrosas. 8.2. Responsabilidad por la cosa o con ella. 8.2.1.
Daño causado por el hombre con la cosa. 8.2.2. Daño causado por la cosa. 8.2.3. Fallos referidos
a la responsabilidad en casos de colisión entre vehículos de diferentes envergaduras. 9. A manera
de síntesis.
9. A manera de síntesis
Como operadores del derecho no podemos permanecer ajenos al progresivo desarrollo del tema
de la Responsabilidad Civil, denominado incluso “Derecho de Daños”, por algunos autores que
ansían erigirlo como disciplina autónoma.
En este afán, hemos intentado hacer una referencia muy somera a algunas de las discusiones y
teorías que consideramos más enriquecedoras a los efectos de resolver casos prácticos de
indemnización de daños.
La comprensión acabada de las diferencias existentes entre los distintos ámbitos de
responsabilidad, así como de los matices tan especiales que nos presentan la responsabilidad
objetiva y la teoría del riesgo, estimamos, redundará fructuosamente a la hora de proponer
demandas con fines resarcitorios.
En igual o mayor magnitud, el hecho de contar con nociones más claras y precisas sobre los
nuevos institutos y modalidades de la disciplina, incidirá notablemente al momento de conjugar
las cargas probatorias y enfocar mejor la materia sobre la cual versarán las pruebas; verbigracia:
en casos en donde pueda darse el vicio o riesgo de la cosa, será en vano insistir sobre la prueba de
la existencia o inexistencia de la “culpa”, factor sin incidencia en el ámbito de la responsabilidad
objetiva.
Todo ello, en aras de optimizar la calidad jurídica de nuestros escritos y resoluciones judiciales.
EL IMPACTO DE LA VIOLENCIA EN EL EJERCICIO DE LOS DERECHOS
HUMANOS
Elodia Almiron Prujel.
I) Introducción; II) Concepto de violencia; III) Deslinde conceptual de la violencia; IV) Tipos de
violencia; V) Violencia estructural; VI) Los resultados de la violencia estructural; VII) Causas de
la violencia estructural; VIII) Los sujetos de la violencia; IX) Los campos de la violencia
estructural; X) Los problemas de la violencia estructural; XI) La violencia de los derechos
humanos; XII) La crisis en la administración de justicia; XIII) El dogal de la deuda externa; XIV)
La concepción economicista de la vida; XV) El impacto de la violencia económica y los
comportamientos humanos; XVI) El reto futuro; XVII) Bibliografía.
Introducción
Como lo expresa el filósofo italiano Sergio Cotta37, referirse a la violencia no es hoy una
novedad sino que, por el contrario, resulta un tema casi obligado para quien no se desentiende de
los acontecimientos cotidianos. Esta reflexión formulada por el autor hace más de dos décadas,
tiene lamentablemente, una dramática realidad.
Vivimos en un periodo histórico en el cual la violencia nos acompaña como una amarga
presencia en la cotidianidad de nuestra existencia. La violencia estalla por doquier, tanto en la
calle como en el campo, en la televisión y en los medios de comunicación en general, en las
relaciones internacionales, generando situaciones de gravosas violaciones a los derechos
humanos. La violencia parecería ser la piedra de toque que caracteriza a nuestro tiempo.
Dicha realidad se hace dramáticamente patente en los países en vías de desarrollo, aunque
tampoco resulta ser un fenómeno extraño, en algún grado o medida, en otras latitudes del planeta.
De ahí que pueda sostenerse que en toda reflexión sobre el derecho, la ley, el Estado o la
sociedad se encuentra presente la coacción o, más genéricamente, la violencia. La violencia es la
anticultura. Por ello, hay que investigarla y estudiarla para erradicarla. Es tarea de todos, en la
medida en que estamos inmersos en la violencia y comprometidos, por consiguiente, con la
pacificación de nuestra sociedad.
El desarrollo del tema propuesto en este trabajo, que se centra en el impacto de la violencia en los
comportamientos humanos y las violaciones de derechos humanos –que generan a su vez
reparaciones por los daños provocados y sufridos-, supone despejar algunas cuestiones previas
que conforman su marco teórico.
De ahí que sea conveniente aproximarnos a la noción misma de violencia, para determinar su
naturaleza, precisar sus alcances, grados y manifestaciones en la vida del ser humano, tanto
individual como colectivamente considerado. Del mismo modo, es necesario deslindar sus
diferencias con otros conceptos que le son afines, como los de fuerza, coerción o poder. No es
tampoco ajeno al desarrollo de la cuestión planteada el indagar sobre el comportamiento humano,
en cuanto objeto sobre el cual impacta la violencia. Ello, a fin de determinar las modalidades que
ella asume al actuar sobre dichas conductas o relaciones sociales y cuáles serían los resultados
que produce en las mismas.
Dicho marco teórico, que supone el tratamiento abstracto de tales cuestiones, se ha de utilizar
luego en el análisis específico de la violencia en un determinado tiempo histórico y en un espacio
concreto. La violencia actúa de modo diverso tanto en relación con el desarrollo alcanzado por
las comunidades nacionales como en función del grado de realización del ser humano individual,
según sea el caso.
Al revisar los tópicos relativos al tratamiento de la violencia se advierte que no existe al respecto
unanimidad de pareceres entre los especialistas que abordan tan compleja cuestión. Un asunto
que, por ejemplo, ha desatado polémica entre ellos es nada menos que el relativo a la existencia
misma de la llamada violencia estructural. Para ciertos autores el concepto de violencia
estructural resulta ser un sistemático y serio intento de interpretación de la realidad, mientras que
otros lo ignoran o sostienen que constituye una falsa simplificación omniexplicativa de la
realidad.
Otras cuestiones no menos debatidas son las que se centran en la etiología de la violencia, así
como aquella que de manera específica se refiere a su directa relación con la pobreza extrema.
Igualmente discutible, tal como se ha señalado, es el asunto concerniente a saber si existe o no en
el hombre una violencia instintiva.
Es conveniente destacar que la violencia sólo se ejerce en las relaciones interpersonales, por lo
que no puede confundirse con la fuerza ejercida por la naturaleza sobre el hombre, o con aquella
que éste aplica en un proceso de destrucción de la naturaleza.
Concepto de Violencia
Los especialistas en el tema consideran que la interpretación de la violencia formulada por Johan
Galtung es una de las más consistentes y, por ello de utilidad para su aplicación a las diversas
realidades históricas38.
Precisamente, sus propuestas sirvieron como uno de los puntos de partida para el valioso y
difundido trabajo que sobre la violencia se realizara en seminarios internacionales. Para Galtung
la violencia no significa tan sólo quitarle al hombre lo que actualmente posee, sino también
disminuir las posibilidades de desarrollar las capacidades que le son inherentes a su peculiar
naturaleza. Galtung postula una descripción del fenómeno de la violencia que recoge,
básicamente, el concepto antes transcripto. Así manifiesta que: “la violencia está presente cuando
los seres humanos se ven influidos de tal manera que sus realizaciones efectivas, somáticas y
mentales están por debajo de sus realizaciones potenciales”39. Como se aprecia se trata de una
concepción amplia de lo que es la violencia, lo que permite su aplicación de diversas
manifestaciones de la misma. La definición de Galtung constituye más bien una descripción de la
violencia que una definición en sentido estricto, desde que el autor se refiere a los resultados pero
sin mencionar en qué consiste, cuál es su naturaleza. Se advierte también en su intento de
objetividad, lo que saludable, no obstante no distinga realizaciones efectivas de realizaciones
potenciales; así también se percibe que el concepto de violencia que nos ofrece Galtung se ha
construido sobre la base de las realizaciones personales, dejando de lado las consideraciones
generales de la sociedad y del Estado. Si bien el autor no se desentiende de los problemas
sociales, en la raíz misma de su concepción se halla presente un supuesto esencialmente liberal. Y
esto es explicable, pues Galtung responde a una posición que tiene en cuenta específicas
realidades sociales como las de Estados Unidos de Norteamérica y Europa. En estas regiones
vinculadas con realizaciones colectivas han sido satisfechas, por lo que es atendible que el centro
de las preocupaciones de las naciones que las integran gravite mayormente sobre el grado que
cada ser humano pueda alcanzar en su realización personal. Esto no es exactamente la realidad de
aquellas zonas del planeta donde existen necesidades básicas colectivas aún insatisfechas, como
en el caso de América Latina y de África. En estos vastos y poblados continentes, así como en
determinadas zonas de Asia, no se han solucionado problemas acuciantes como los de salud, la
educación, el trabajo, la extrema pobreza. De ahí que para los latinoamericanos sean tan
importantes las realizaciones personales como las colectivas, por lo que el planteamiento en torno
a la violencia debe ser integral, sin dejar de lado ninguna de ambas vertientes, las que, por lo
demás, están esencialmente vinculadas en la medida en que el ser humano, aparte ser individual,
es también estructuralmente social. Es decir, no se le puede abstraer, aislar del contexto social
donde desarrolla su existencia. De otro lado, se hace notar, que Galtung, no se ocupa de la
etiología de la violencia, así como también que su propuesta es atemporal, por lo que su
abstracción hace posible aplicarla a cualquier realidad.
Se caracteriza a la violencia como una presión de naturaleza física, biológica o espiritual,
ejercitada directa o indirectamente por el ser humano sobre el ser humano, que, pasado cierto
umbral, disminuye o anula su potencial de realización, tanto individual como colectiva, dentro de
la sociedad de que se trate. En esta definición se utiliza la comprensiva noción de “presión“ para
incluir dentro de sus linderos conceptuales todas la varias modalidades que pueden emplearse,
tales como al fuerza en todas sus manifestaciones -la coerción, la coacción o el poder-, que
actúan como vectores de la violencia.
La precedente definición está sujeta a diversos matices, como aquel referido al grado más o
menos aceptable de utilización de la fuerza, o el que tiene relación con su eticidad o con su
legitimidad, así como el que se vincula con los patrones generales de presión aceptables en una
sociedad dada, “por aplicación de un determinado sistema político y de las exigencias
consecutivas”. Debe también atenderse a los requerimientos de un mayor empleo de la violencia
exigido en ciertas situaciones, como serían aquellas relacionadas con los Estados de Excepción,
por ejemplo.
La presión a la que se alude en la citada definición puede consistir en una agresión directa – es
decir, la ejercida por un determinado ser humano contra otro u otros- o, por el contrario, ella
puede ser indirecta, como en el caso en el cual, por ejemplo, las estructuras sociales fuerzan a
muchos a sobrevivir en un estado de miseria por falta de puestos de trabajo u otras causas.
En lo que atañe al concepto de “umbral”, empleado también en la definición de violencia que
estamos glosando, debe tenerse en cuenta que esta noción supone el límite o la frontera que
separa la resistencia social, que mantiene un estado de latencia de la violencia estructural, de su
traspaso o desborde a través de la explosión o estallido de sus resultados, con los efectos
negativos que le son inherentes.
Es decir, se trata de un punto de ruptura del estado de latencia de la violencia estructural, lo que
comporta resultados adversos al desarrollo de la realización personal, así como al comunitario.
La violencia, según se ha hecho patente, tiene el efecto devastador de disminuir o anular el
potencial de realización tanto de un individuo en particular como de una cierta comunidad. Ello
genera un estado de insatisfacción, cuajado de frustraciones, amarguras, resentimientos y ánimo
vindicativo contra quienes ejercen la violencia, ya sea ésta directa o indirecta. En este último
caso, al no poderse determinar quién o quiénes la generan, estos sentimientos se vuelcan contra el
sistema imperante. O, por el contrario, la presencia de la violencia puede concretarse en un estado
de aceptación o resignación, en el que la persona o la comunidad consideran que su situación es
obra de un cierto fatalismo al cual obedece la violencia que los constriñe.
De otro lado, es evidente que este potencial o de aceptación de la violencia cambia de sujeto a
sujeto, dada la peculiar característica ontológica del ser humano, así como también admite
variables espaciales y temporales. Esto es del todo evidente, ya que nada de lo que tenga como
protagonista al ser humano es estático. La vida es de suyo dinámica, fluida, temporal, histórica.
El ser humano es libre y temporal.
Clases de Violencia
Se suelen encontrar en la violencia dos manifestaciones. La primera, que se conoce como
violencia “institucionalizada”, es aquella aceptada como conducta social legítima, jurídicamente
correcta. Aquellos que la padecen generalmente la internalizan, se resignan a ella en la medida en
que es una costumbre consagrada en el derecho positivo. Es el caso, entre otros, de la
discriminación racial, o el de la que se da en detrimento de la mujer en relación con el varón, o
aquella existente entre los cónyuges o los hijos según su procedencia. La violencia, de este modo,
está institucionalizada, y participa del reconocimiento del ordenamiento jurídico.
Es de advertir que la violencia institucionalizada puede ser aceptada tan sólo desde un punto de
vista puramente formal, en el sentido de que, si bien no es realmente aceptada por los sujetos que
la padecen, ellos reconocen la conveniencia de su existencia (es decir, se resignan a ella). En
cambio, su aceptación material supone que tales sujetos acuerdan con el contenido de la misma
(no la rechazan).
La violencia no institucionalizada –o simplemente violencia “estructural”- es aquella que se
produce al margen del ordenamiento jurídico o aquella otra que, no obstante ser jurídicamente
descalificada, se presenta actuando contra los preceptos normativos. Es éste el caso de los
derechos humanos, que, no obstante estar amparados por las convenciones y los tratados
internacionales y las Constituciones nacionales, en la práctica son, a menudo, violados, negados o
desconocidos. En esta situación los derechos constitucionales no operan en la realidad. En la
práctica, trágicamente, se les niega. Se trata de los casos, nada infrecuentes, de democracias
formales o aparentes que son, en realidad, dictaduras o autoritarismos de diverso grado,
intensidad o signo ideológico. En estas democracias formales, a pesar de los claros mandatos
constitucionales, como es bien conocido, se ignoran muchos o algunos de los derechos
fundamentales del ser humano sobre la base de un gélido pragmatismo, para el cual lo único que
cuenta es la realización de los objetivos concretos propuestos por los gobiernos. Se antepone en
estos casos el interés o afán de dominio de un grupo frente a los derechos de los ciudadanos. Esta
situación surge aún en ciertos países de nuestro subcontinente, donde el Estado de derecho es
frágil, existe con graves limitaciones o, simplemente, se le niega.
Violencia estructural
La violencia estructural se distingue de las otras formas de violencia conocidas, en que ella actúa
sobre el ser humano desde y en las estructuras sociales. El individuo no puede marginarse de este
tipo de violencia, que lo envuelve y compromete por el solo hecho de ser miembro de una
determinada comunidad. El ser humano encuentra esta violencia estructural instalada y latente en
las formas como se relaciona con los demás seres en el seno de la sociedad, y en el aparato de
reglas que regulan estas relaciones.
Cabe distinguir entre la violencia personal o directa, la institucionalizada y la estructural o
indirecta. Esta última “está edificada dentro de la estructura y se manifiesta como un poder
desigual y, consiguientemente, como oportunidad de vida distinta ”40. En esta situación los
recursos disponibles están desigualmente distribuidos, ya sean ellos de carácter económico,
cultural o médico. Estas carencias, que repercuten en los estratos sociales de bajos niveles de
vida, se hallan siempre vinculadas entre sí. Para Galtung, esta violencia estructural puede también
denominarse “injusticia social”. Galtung descarta el uso del término “explotación” para designar
esta situación, por cuanto esta palabra “pertenece a un vocabulario político y tiene bastantes
connotaciones políticas y emocionales, por lo que el uso del término difícilmente podría facilitar
la comunicación”. En segundo lugar, considera que dicho vocablo “se presta demasiado
fácilmente a expresiones en las que interviene el verbo explotar, cosa que a su vez puede desviar
la atención de lo estructural en cuanto ha puesto a
la naturaleza personal de ese fenómeno, y puede llevar incluso a acusaciones a menudo
infundadas en relación a una violencia estructural premeditadas”.
Es el ser humano el que crea y modela la violencia indirecta o estructural. Pero, a diferencia de la
directa, no existe un determinado o determinados seres humanos que ejerzan directamente la
violencia sobre ciertas personas.
No sólo cabe mencionar el hecho de la existencia y presencia actuante de estructuras sociales que
son fuente generadora de violencia, sino que es dable advertir que las estructuras son, de suyo,
violentas en la medida en que la contienen. La violencia estructural se encuentra emboscada,
oculta, no se manifiesta de modo elocuente. Está en forma larvada, pero actuante. Por ello, la
violencia se halla en estado latente y, por consiguiente, puede estallar en cualquier momento.
Ello, como está dicho, porque está presente en las estructuras. La violencia estructural, por lo
tanto, hay que descubrirla, hay que hacerla evidente, comprenderla conceptualmente.
Es del caso señalar que cuando una estructura está cargada de violencia se hace patente la
tendencia a reproducirla, de donde resulta ser causa y efecto al mismo tiempo. Metafóricamente
se puede imaginar a la violencia estructural como un caldero que se encuentra sometido a la
acción permanente del fuego, al que figurativamente se puede asimilar a las presiones o tensiones
ínsitas y actuantes en las estructuras sociales.
Es decir que, el fuego puede actuar debajo del caldero por un tiempo indeterminado durante el
cual, si bien el agua está caliente, ella no llega a su punto de ebullición. Pero puede ocurrir que el
agua empiece a hervir, con la consecuencia de que, en cierto momento, el caldero explote, con los
resultados negativos que son previsibles. Ello acontece cuando las presiones o tensiones son muy
intensas y desbordan la fuerza de resistencia que sustenta el sistema.
Si bien es cierto que la violencia estructural tiene un umbral, éste sólo puede ser identificado
frente a situaciones concretas, ante ciertas circunstancias en un tiempo y un lugar determinados.
La violencia estructural sólo eclosiona y genera diversos efectos negativos o perjudiciales,
cuando sobrepasa el mencionado umbral. Por ello, así como sus manifestaciones varían de
intensidad y de uniformidad, según las circunstancias, también es posible que ella se mantenga
latente sin alcanzar el punto que se denomina umbral.
La conclusión operativa es que la violencia estructural no muestra comportamientos uniformes en
tiempo y lugar, por lo que de ello se deduce que la violencia estructural debe ser estudiada en
relación con situaciones concretas, a fin de medir sus efectos prácticos eficientes. De ahí que la
violencia estructural no pueda ser cabalmente conocida en abstracto.
En la violencia estructural se perciben, dos tipos de fuerzas que interactúan. Una es la fuerza de
agresión –o sea, la presión ejercida sobre el sistema- y la otra es la fuerza que la enfrenta-es decir,
la fuerza de resistencia-. Ellas, por estar ínsitas en la madeja de la estructura social, no son fáciles
de percibir y, por consiguiente, de medir o evaluar. La fuerza que sustenta al sistema, es de
carácter estático. Ella comprende diversas manifestaciones, como hábitos, tabúes, sanciones
cultura general. Por el contrario, las presiones o tensiones actuantes en el sistema son dinámicas y
se evidencia, a través de la carrera armamentista, la hostilidad mutuamente disimulada, los
cambios en la posición económica o en el poder político. Todas ellas son, normalmente difíciles
de identificar. A las tensiones ya conocidas, se pueden agregar otras como la miseria
institucionalizada, la erosión de las ideologías subversivas, la discriminación de todo tipo.
Los efectos de la violencia estructural
No debe confundirse la violencia estructural, considerada en sí misma – es decir, como el
conjunto de factores que, en diversa medida e intensidad, presionan permanentemente sobre la
estructura social- con sus resultados una vez que tales tensiones han traspasado el umbral, que
consiste en el momento de ruptura en el cual se desencadenan sus efectos negativos y
perjudiciales.
Los análisis que pueden desarrollarse en torno a los resultados de la violencia estructural
permitirán, sin duda, una más clara percepción de esta última, pero, como está dicho, los efectos
no se pueden confundir con la violencia estructural: la misma que es halla latente en la estructura
social. El análisis de conjunto de factores que generan la violencia estructural, por su amplitud y
heterogeneidad, obliga a un necesario estudio de carácter interdisciplinario. Son muchos los
enfoques que se requieren para su aprehensión, por lo que no pude prescindirse de la sociología,
entre otras disciplinas. Su complejidad hace necesaria una visión que no deje de lado ninguno de
los aspectos que contribuyen a su formación.
Es importante resaltar que el estudio de la violencia estructural, de su causa eficiente y de sus
resultados tiene sentido en cuanto sirve para encontrar los cauces que conduzcan a la pacificación
de un país o de una región. Sólo atacando las causas de la violencia se logrará un resultado
exitoso, ya que preocuparse de tan sólo eliminar sus efectos no contribuirá al logro de una
solución más o menos duradera. El puro tratamiento de los efectos de la violencia podría,
probablemente, significar que, más tarde o más temprano, se llegará nuevamente al umbral a
partir del cual se desencadenarían nuevos resultados negativos.
El estudio integral y multidisciplinario del fenómeno de la violencia estructural, en cuanto
miembros de una determinada comunidad, debe conducir a efectuar los cambios estructurales
positivos tendentes a disminuir las presiones propias de la violencia estructural y evitar, así,
llegar al umbral que, es la frontera más allá de la cual se manifiestan, en toda su crudeza, los
efectos de aquélla. Ello sólo es posible si hay voluntad política para efectuarlos, si realmente se
ansía considerar la pacificación integral de la sociedad. Lamentablemente, es frecuente observar
cómo no siempre se realiza un estudio interdisciplinario de la violencia estructural, por lo que se
desconocen cuáles son las causas de la misma, no siendo posible elaborar un plan destinado a
lograr la pacificación de un país sometido a su constante presión.
Para ello, como ésta referido, es necesario aceptar algunos cambios positivos en ciertos aspectos
del sistema, instituciones o reglas, que son potenciales generadores de tensiones sociales.
Fundamentos de la violencia estructural
La violencia estructural puede también identificarse con la injusticia social. La violencia – ya sea
la que se manifiesta en la calle, en el hogar o la que surge de las guerrillas, del terrorismo, de la
policía o de las fuerzas armadas- es un fenómeno muy distinto de la pobreza. Los procesos que
producen y mantienen la pobreza son totalmente distintos de los procesos que producen y
mantienen la violencia, aunque, como todo en la vida, de alguna manera todo tiene que ver con
todo.
Es evidente que la pobreza extrema o miseria y la injusticia social en sus diversas expresiones
tienen un rol importante en la generación de la violencia estructural, a pesar de que no son los
únicos factores desencadenantes de la misma. Es sabido que, al lado de ellas, interactúa un
conjunto de otros factores, tales como las instituciones y las reglas sociales vigentes, las que
constituyen otros tantos elementos determinantes de la violencia estructural. Ellas, al igual que la
pobreza y la injusticia social, contribuyen a su conocimiento. Si bien la pobreza extrema o
miseria y la injusticia social no explican, por sí solas, el fenómeno de la violencia estructural,
están presentes, en mayor o menor medida según las circunstancias de tiempo y lugar, en su
generación y presencia. Su gravitación es intensa en el fenómeno al cual ya se ha hecho
referencia.
La interacción entre las causas de la violencia estructural obliga a ponerlas en evidencia y a
establecer las conexiones existentes entre ellas. Esta labor no puede realizarse de una sola vez y
para siempre, ya que el dinamismo de las presiones que actúan constantemente sobre las
estructuras puede mostrar, como consecuencia, la variación de alguna o algunas de ellas, un
cambio en su intensidad o ritmo. La variación de alguna de las estructuras sociales es el resultado
de una tensión demasiado pronunciada. Como la estructura, en sentido integral, constituye una
totalidad, la transformación producida en una parte de ella –que es un todo-repercute
necesariamente en el conjunto, lo que hace indispensable un nuevo estudio de la situación, que
conduzca a una redefinición de cada una de las estructuras que componen el conjunto.
Los sujetos de la violencia
El sujeto pasivo de la violencia estructural es parte integrante de la estructura, ya que está situado
en ella y percibe sus presiones. El agredido o sujeto pasivo está comprometido con la violencia.
Como está dicho, la víctima que sufre la acción de la violencia ve disminuida o, tal vez, anulada
su posibilidad de realización personal. La violencia, que discurre por la estructura, la envuelve, la
arremete, en mayor o menor medida, en virtud de la especial ubicación de la víctima en el
contexto social.
Pero, y esto es importante anotarlo, todo el que se beneficie de la existencia de la violencia
estructural será, a la larga, víctima de ella. La violencia estructural latente es capaz de explotar de
manera tal que no sólo afecte a los que la padecen permanentemente sino a quienes, de alguna
manera, han obtenido beneficios de ella a costa de aquellos que ven frustradas sus expectativas
existenciales, sus proyectos de vida.
El sujeto pasivo de la violencia estructural forma parte de la violencia estructural, ya sea a través
de una resignada o vencida aceptación de la misma o mediante una actitud de enfrentamiento.
Como la estructura está transida de violencia o, dicho con otras palabras, es de suyo violenta, es
posible que el sujeto pasivo de la violencia estructural la acepte desde una determinada
dimensión ideológica, por lo que no es infrecuente que devenga cómplice de la misma.
Los ámbitos de la violencia estructural
Los campos-eje son grandes ámbitos de la problemática social, en los cuales se recoge el
fenómeno de la violencia estructural y de la violencia institucionalizada, mostrada a través de
muchos problemas específicos. Los campos-eje constituyen segmentos de la sociedad civil y
política en los cuales pueden operarse armónicamente los cambios conducentes a la pacificación.
Estos campos-eje son, de acuerdo con el mencionado estudio, la textura de la organización social
y política en sentido amplio, la situación de la mujer, la pobreza y el proceso de socialización de
la persona.
Se entiende por la textura de la organización social y política la organización y las reglas de
funcionamiento de la sociedad civil en sus diversas manifestaciones. Ella tiene que ver con el
Estado, con su organización democrática y su administración y con la tarea de gobierno en
general.
La situación de la mujer se relaciona con la situación crónica de postergación de que ella adolece
en los diversos sectores y actividades de la sociedad frente al varón. La pobreza extrema es aquel
estado del sujeto en el cual carece de los bienes esenciales para la satisfacción de las necesidades
propias del cotidiano. El proceso de socialización de la persona es aquel en el cual ella forma su
cultura.
LA PÉRDIDA DE CHANCE
Y SU APLICACIÓN
EN EL DERECHO PARAGUAYO
CARMELO CASTIGLIONI.
I-GENERALIDADES SOBRE PERDIDA DE CHANCE: 1-introducción. 2-Acercamiento a un
concepto de pérdida de chance.3-La pérdida de chance es un daño cierto, no un daño incierto. 4-
Problema epistemológico para establecer la pérdida de chance II-CÓMO SE JUSTIFICA SU
APLICACIÓN: 1-Fundamentación jurídica de la pérdida de chance en el Derecho Paraguayo. 2-
La plenitud hermética del derecho niega la posibilidad de negar justicia por falta de norma
especifica.3-La pérdida de chance puede aceptarse a partir del propio sistema legal. 4-La pérdida
de chance es una consecuencia mediata del generador del daño material actual o es un daño
diferente que puede producirse a sin daño material. 5- En producción de prueba del nexo entre el
hecho generador y la pérdida de probabilidad debe apreciarse si el daño era mediato y previsible.
6-Las consecuencias causales no generan responsabilidad por pérdida de chance. 7- La pérdida de
chance también se fundamenta en la reparación integral. 8- El que pide daño moral puede invocar
perdida de chance porque ambos supuestos son independientes. 9- Conclusión de la segunda
sección. IIICÓMO SE CALCULA LA PÉRDIDA DE CHANCE: 1-Cómo se prueba y se calcula
la pérdida de chance? 2-El cálculo de la pérdida de chance en el derecho paraguayo. 3- La
equidad, en la
SUMARIO:
I-GENERALIDADES SOBRE PERDIDA DE CHANCE: 1-introducción. 2-Acercamiento a un
concepto de pérdida de chance.3-La pérdida de chance es un daño cierto, no un daño incierto. 4-
Problema epistemológico para establecer la pérdida de chance
II-CÓMO SE JUSTIFICA SU APLICACIÓN: 1-Fundamentación jurídica de la pérdida de
chance en el Derecho Paraguayo. 2- La plenitud hermética del derecho niega la posibilidad de
negar justicia por falta de norma especifica.3-La pérdida de chance puede aceptarse a partir del
propio sistema legal. 4-La pérdida de chance es una consecuencia mediata del generador del daño
material actual o es un daño diferente que puede producirse a sin daño material. 5- En producción
de prueba del nexo entre el hecho generador y la pérdida de probabilidad debe apreciarse si el
daño era mediato y previsible. 6-Las consecuencias causales no generan responsabilidad por
pérdida de chance. 7- La pérdida de chance también se fundamenta en la reparación integral. 8-
El que pide daño moral puede invocar perdida de chance porque ambos supuestos son
independientes. 9- Conclusión de la segunda sección
PRIMERA SECCION
GENERALIDADES SOBRE PERDIDA DE CHANCE
De ambas enunciaciones puede observarse en forma prístina que de Gásperi optó por un sistema
fuertemente dualista de responsabilidad civil. Hay un sistema de responsabilidad contractual (en
el cual se mide la culpa del deudor en forma concreta) y un sistema de responsabilidad
extracontractual (en el cual la culpa se mide más bien en forma abstracta, desde el punto de vista
de la “persona razonable” o “reasonable person”).
Todavía más: de Gásperi defiende con bastante firmeza su tesis dual, por lo que no debe pensarse
que hubo un desliz o descuido por parte del jurista en su ciclópea tarea de armar el Anteproyecto.
Tal es así que de Gásperi explícitamente defiende esta dualidad, acudiendo para ello al gran
jurista argentino Bibiloni, yendo expresamente en contra de Vélez Sarsfield y la prestigiosa
Comisión de Reformas del Código Civil que redactó el Proyecto de Código Civil de 1936.
Dice de Gásperi en la extensa (y jugosa) apostilla a su art. 2468:
Admitiendo que la culpa consista en un error de conducta, como la conciben los hermanos León y
Henri Mazeaud y Geny, en cuanto el agente que en ella incurre ha causado daño injusto en
violación de una obligación o de una prohibición legal por no haber medido con certeza y
seguridad las consecuencias probables de sus actos, queda por saber si su apreciación debe
hacerse in concreto, como lo preceptúa nuestro art. 843 segunda parte, trasiego del art. 512 del C.
Argentino, relativo a la culpa contractual, de suerte que los daños y perjuicios derivados del
incumplimiento de la convención dependen de la apreciación que al juez inspiren la naturaleza de
la obligación y las circunstancias de las personas, del tiempo y del lugar, consideraciones por
donde se podría llegar al extremo de eximir al deudor de toda responsabilidad, o si por el
contrario debe la culpa apreciarse in abstracto por comparación del homo diligens, cuidados,
exacto, y preguntarse cómo éste se habría conducido en análogas circunstancias.
Vélez Sarsfield que, al disciplinar la culpa contractual, desechó la clasificación de los tres
clásicos grados de la culpa in abstracto del Derecho francés, y optó por la idea unitaria de ella, tal
como lo dispone el art. 512 de su Código, análogo al art. 1104 del Código español, omitió
referirse a la culpa
extracontractual o aquiliana, al tratar de los actos ilícitos, como si a su juicio debiera aplicarse la
noción de la culpa in concreto a toda clase de relaciones jurídicas.209
Nótese, en la última frase, una suerte de reproche de De Gásperi a Vélez: ¿cómo aplicar la noción
de la culpa in concreto a la responsabilidad extracontractual? Esto le parece inconcebible a De
Gásperi, razón por la cual defiende la postura de Bibiloni de definir a la culpa extracontractual in
abstracto en forma distinta a la tradicional definición veleziana “de la naturaleza, el tiempo y del
lugar” del cumplimiento de la obligación. Y es que la Comisión de Reforma que realizó el
Proyecto de Código Civil de 1936 – Proyecto de gran valía intelectual y de importante influencia
en nuestro Código – decidió separarse nuevamente de la idea de Bibiloni de dos “culpas” y
decidió unificar a ambas culpas bajo la culpa in concreto del art. 512 de Vélez.
De Gásperi estaba tan convencido del acierto de Bibiloni en prever dos regímenes de culpa – y
del consecuente error de Vélez y la Comisión de 1936 – que ante una crítica efectuada por el
jurista argentino Colombo a Bibiloni por este tema, el propio de Gásperi sale en defensa de éste y
en contra de aquél:
La reforma esbozada por Bibiloni le valió la censura de parte de Colombo por incurrir en una
contradicción doctrinal, crítica que no podemos compartir, porque, aún cuando la culpa
contractual y la extracontractual conduzcan a la reparación del perjuicio causado en violación de
una obligación o de una prohibición legal, dado que ambas constituyen actos ilícitos, y la
indemnización debida en ambos casos es por su naturaleza pecuniaria, tanto que para Planiol y
Saleilles la distinción entre ambas culpas es una mera “ilusión”, la verdad es que en el orden
procesal el acreedor de una obligación contractual no tiene necesidad de producir la prueba de la
culpa de su deudor, sino justificar su contrato y acusar de incumplido a éste, para obtener su
condenación al pago de los daños y perjuicios; al paso que la víctima de un daño delictivo o cuasi
delictivo debe probar la culpa o el dolo del agente del hecho, porque, en este orden de ideas, ni el
dolo ni la culpa se presumen. Como lo hemos destacado bajo el No. 1266 del t. II de nuestro
Tratado de las Obligaciones, Bartin, discrepante de Planiol sostiene que no hay manera de borrar
la diferencia entre ambas culpas, porque si la culpa contractual es regida por los arts. 1150 y 1151
del C. Francés, en cuanto el deudor incumplido no responde sino de los daños e intereses
previstos o que han podido preverse, sin poder exceder de lo que sea consecuencia inmediata y
directa de la falta de cumplimiento del contrato, la reparación debida por el agente del hecho
ilícito, delito o cuasidelito, es integral del
210
perjuicio.
Este párrafo citado es esencial para definir la postura de De Gásperi con respecto a la dualidad
fuerte del sistema de la responsabilidad civil .211 No se le escapará al estudioso de la
responsabilidad civil que en la época en la cual De Gásperi estaba redactando su Anteproyecto, la
tesis de la dualidad de las culpas era minoritaria (por no decir que ya tenía un carácter casi
histórico), sirviendo como ejemplo fundamental de la posición unitaria el monumental Traité de
los hermanos Mazeaud212 – a quiénes como vimos de Gásperi leyó y conocía a profundidad.
Vale decir, no se trata de un mero desliz del jurista paraguayo: su dualidad es intencional, y está
fundamentada en forma bastante profusa.
¿Es correcta o no la posición de Gásperi, de incluir dos concepciones de la culpa en un solo
cuerpo normativo?
En este punto todavía no nos expediremos sobre el fondo de la cuestión, es decir, sobre si ambas
concepciones de la culpa son inconciliables (ver Movimiento 6, infra).
Nos limitaremos por tanto a concluir el presente Movimiento señalando que el sistema de
responsabilidad civil del Anteproyecto es absolutamente “dualista”, en el sentido que hemos
denominado “fuerte”: existe por expresa declaración de su autor una “dualidad” de culpas, y por
tanto, un régimen de responsabilidad civil para incumplimiento contractual y otro para los actos
ilícitos.
5. Quinto movimiento: La culpa en nuestro Código Civil de 1987
Esta última conclusión podría llevar a más de uno a pensar que, como el Anteproyecto es
fuertemente dualista, sin dudas el Código Civil de 1987 también debe serlo. Por supuesto que no.
Pero justamente uno de los errores más usuales que puede escucharse sobre nuestro Código Civil
es que el mismo está basado, casi absolutamente, en el Anteproyecto que había redactado de
Gásperi. Si bien el Anteproyecto fue tenido como base importante del Código, no puede dudarse
ni por un instante que el resultado definitivo es manifiestamente distinto al que había previsto de
Gásperi originalmente.
En efecto, el Código Civil Paraguayo es en realidad un agregado multiforme de fuentes tan
heterogéneas que es imposible adscribirlo a “la única fuente” (en este caso el Anteproyecto),
como comúnmente se cree. La gran diferencia en el número de artículos (el Anteproyecto tiene
781 artículos más) debe servir ya como un primer indicio que las cosas no son tan sencillas. Pero
esto es, por supuesto, sólo un indicativo menor. Existen diferencias estructurales de gran
importancia entre el Código vigente y el Anteproyecto, en la forma de concebir los institutos, en
artículos claves que fueron insertados posteriormente, en conceptos lógicamente opuestos a los
acogidos por de Gásperi. Por eso, parece más acertado apuntar con Moreno Rodríguez que
el Código reconoce (en verdad) una diversidad heterogénea de fuentes... el Anteproyecto De
Gásperi ha tenido menos influencia en el texto definitivo del Código Civil de lo que pudiera
parecer, si se considera que ha sido tomado como base para los trabajos de la Comisión Nacional
de Codificación, la cual, sin embargo, modificó un importante número de sus artículos .213
En pocos lugares puede notarse la diferencia que existe entre el Anteproyecto y el Código final
como en la responsabilidad civil; existen contrastes que son verdaderamente fundamentales. Aquí
no podremos apuntar todas estas diferencias en detalle214, pero si debemos detenernos en una
que nos compete directamente: la concepción de la culpa.
En materia de la culpa, hubo un rechazo expreso y tajante al dualismo radical que había
incorporado de Gásperi, y muy especialmente, a la adopción del criterio abstracto de la “persona
razonable” (llegado del common law inglés) como parámetro para determinar si
hubo o no negligencia en sede extracontractual. A diferencia del Anteproyecto, el Código acogió
un concepto unitario de la culpa, y no fue éste el modelo abstracto utilizado en la mayoría de los
códigos continentales (Francia, Alemania, España, etc.), sino el modelo in concreto que nos había
regido ya durante los 110 años de vigencia de Vélez Sarsfield en el país.
Así, el Código dispone en el art. 421
Habrá culpa cuando se omitieren aquellas diligencias exigidas por la naturaleza de la obligación y
correspondan a las circunstancias de las personas, tiempo y lugar.
Este artículo, a su vez, debe ser leído en conjunto con otro que, si bien está más de 1.000 artículos
más adelante, lo complementa de forma tal a que cubren una situación normativa única. Nos
referimos al art. 1855 del Código:
Para apreciar la culpa o el dolo del responsable del daño, así como para la liquidación de éste, se
aplicarán, en cuanto sean pertinentes, las normas de este Código sobre incumplimiento de las
obligaciones provenientes de los actos jurídicos.
Todo esto amerita más de una observación.
En primer lugar, el hecho que se incorporó una sola noción de la culpa, y no dos, como había
previsto originariamente de Gásperi. El primer artículo consagra la regla adoptada, mientras que
el segundo, el 1855, tiene especial relevancia, desde que expresamente establece una concepción
unitaria de la culpa (a diferencia de lo que había hecho de Gásperi), a ser apreciada desde el
punto de vista del art. 421.
Y, por último, debe notarse que cuando se decidió por una de las dos concepciones, se decidió
por la de la culpa in concreto de Vélez y no la in abstracto, que, en este caso, reconocía la
inspiración anglosajona.
No existe, hasta donde sabemos, una justificación de porqué ello fue así, es decir, porqué hubo un
abandono a de Gásperi y porqué se adoptó una concepción de la culpa por sobre la otra.
Lo único que queda, entonces, es el terreno de la conjetura, de la hipótesis. Aquí aventuraremos
una, para intentar explicar porqué no fue incorporada la noción abstracta de la negligencia.
Quizás, a los codificadores les pareció que optar por una concepción de la culpa tan extraña a
nuestra tradición como en este caso es la inglesa (“reasonable person”) hubiese sido demasiado,
y, dada nuestra cercanía jurídica con la argentina, se prefirió optar por la fórmula tradicional
nuestra para evitar una disrupción demasiado intensa en el sistema.
En el próximo movimiento nos detendremos más sobre este punto, es decir, sobre cuál
concepción de la culpa debería de haber sido aprobada. En lo restante de éste, por otro lado, nos
detendremos para escudriñar un poco más sobre el concepto de culpa que fue adoptado
finalmente.
En primer lugar, debe destacarse la ubicación del artículo, desde el punto de vista de la técnica
legislativa. Lo usual en otros sistemas de derecho comparado es que, al haberse adoptado un
concepto de la culpa, éste sea el de la culpa extracontractual, y que luego se lo
aplique por extensión a la responsabilidad contractual. Un buen ejemplo de ello es lo que sucede
con el Codice de Italia de 1942, en donde la regla extracontractual del “buen padre de familia”
fue extendida a situaciones contractuales.215 En el Código nuestro, sin embargo, las cosas se dan
exactamente al revés.
La definición de la culpa no aparece en lo atinente a la responsabilidad extracontractual (ello
sería en el Libro III, arts. 1833 y sgts.) sino que lo hace en el Libro II, en el título referido a las
obligaciones en general. Específicamente, se incorpora a la definición de la culpa en lo referente
a los efectos de las obligaciones en general, como algo aplicable a todas las obligaciones,
incluyendo a las nacidas desde la órbita extracontractual. De ahí que, en virtud al art. 1855, esta
definición contenida en lo referente a las obligaciones en general, será aplicable a la estimación
de los daños y perjuicios causados en sede aquiliana.
Una segunda cuestión que debe ser apuntada es que no se corrigió el defecto gramatical que había
planteado ya la doctrina argentina con relación a la defectuosa redacción de este precepto, rectius,
la utilización de la palabra “diligencias” en lugar de “diligencia”. Como explica Bueres,
El art. 512 se refiere a las “diligencias” que omitió el deudor, y esta expresión es objetable, pues
debió aludirse a la “diligencia”, en singular. Efectivamente, la palabra “diligencia” quiere decir
“cuidados”, en tanto que “diligencias” – en plural – significa “tramitaciones”. El art. 1104 el Cod.
Civil español, en su apartado primero reconoce como fuente nuestro art. 512, pero habla de
diligencia – correctamente – del mismo modo que lo hacía el art. 569, 2ª parte, del Proyecto de
1936.216
Se trata, por supuesto, de una cuestión menor de error legislativo, que tampoco debe obstar a la
correcta interpretación, quedando sin embargo hecha la salvedad correspondiente.
Por último, debe estudiarse, para cerrar este movimiento, el hecho de si la concepción de la culpa
en nuestro Código es una concepción “psicologista” o “psicológica”, en el sentido de juicio de
reproche interno respecto de la conducta llevada a cabo por el causador del daño.
Esta es, por supuesto, la concepción más tradicional de la culpa, aquella que la ve como una
suerte de “pecado jurídico” en la gráfica expresión de Josserand. Se trata de una sanción a un
sujeto por no haberse comportado en forma adecuada, por haber “pecado” desde el punto de
vista, y por tanto, se imponía por sobre todo el análisis de su fuero interno y la correspondiente
sanción, a través de la condena de indemnización de daños y perjuicios. En esta concepción de la
culpa, se “juzga del acto a través del agente, porque sondea la conciencia de este último y porque
no lo condena a la reparación más que si descubre una culpa moral” .217
La idea de la culpa como suerte de reproche moral, sin embargo, ha sido abandonada hace
bastante tiempo, tanto en el derecho penal218 como en el civil219, y, en éste último, tanto
en el ámbito continental como en el common law. Es clásica en este sentido la referencia al
famoso libro The Common Law de Oliver Wendell Holmes, Jr., quién hacia 1880 ya proclamaba
que la culpa se media en forma “objetiva” es decir, desde el punto de vista puramente externo, y
no adentrándose en la psiquis del sujeto.220 En el ámbito civilista, los hermanos Mazeaud y Tunc
se expidieron en forma igualmente vehemente en contra de la concepción psicológica de la culpa,
señalando que
el juez civil no tiene que escudriñar en conciencias. Debe examinar el acto culposo en si mismo,
separado del agente; proceder por comparación, preguntarse lo que habría hecho otro individuo,
un tipo abstracto: apreciar la culpa in abstracto. 221
En Alemania, Medicus explica parecidamente el estado de la cuestión, señalando en forma
categórica que la culpa es un concepto “normativo” y como tal la, “definición no sitúa la
negligencia en la precaución o cuidado que el deudor individual puede prestar: la negligencia del
Derecho civil es objetiva”.222
Así, como enseña Medicus (con cita de señeros fallos del Tribunal Supremo alemán), ello
significa que
no disculpa de la falta de experiencia de un conductor que tiene el permiso de conducir desde
hace un día (BGH Vers R. 1958); o el esfuerzo excesivo y la excitación de un médico operando
(BGH Vers R. 1953).223
Hoy en día, ya no existen dudas a nivel de derecho comparado de que el parámetro de medición
de la diligencia es objetiva: se compara la conducta externa del sujeto con un standard o tipo
abstracto, y sólo se lo considera negligente si desde el punto de vista puramente exógeno el
mismo no se adecuó al parámetro de medición. 224 En caso contrario, se estaría efectivamente
hacia esa escuela de juristas psicólogos que tanto criticaba el alemán Bekker (“Dios nos libre de
una escuela de civilistas psicólogos”). 225
En síntesis, hace ya tiempo que se ha abandonado a la concepción de la culpa como una suerte de
puro “reproche moral”, suplantándola por la concepción “objetiva” de la culpa
– entendida como la falta del sujeto en cuestión de haberse ceñido al estándar de conducta
aceptado en el tráfico social.226
Dicho esto, sin embargo, debe concederse que el modelo objetivo tampoco es absoluto. Conoce
de ciertas excepciones y morigeraciones, y por más de una razón. En primer lugar, porque ciertas
características personales del causante del daño son de hecho tenidas en cuenta por el Código
Civil; muy especialmente, su incapacidad mental o física.
Así, el art. 1837 establece que no podrán incurrir en responsabilidad los afectados por “trastornos
generales y persistentes de sus facultades mentales, que les priven de discernimiento”, e igual
cosa dispone para los menores de 14 años. Ello, no obstante a que el art. 1844 vuelve a abrir la
puerta para que el incapaz quede obligado a indemnizar si hubiere obrado con “discernimiento”
(lo que será una cuestión a resolver caso por caso), y de que el art. 1850, célebremente, permite la
“indemnización equitativa” en ciertos casos por daños causados por personas privadas de
discernimiento.
La segunda matización se deriva de determinar, una vez que se acepta que el principio es
“objetivo” y no “subjetivo”, si ese criterio de comparación se lo debe hacer con un modelo
abstracto – como el clásico “buen padre de familia” o “hombre razonable” – o con un modelo
concreto – como el deudor del caso en particular, y sus circunstancias personales peculiares. A
resolver este problema precisamente está destinado el siguiente movimiento.
6. Sexto movimiento: ¿Culpa “in abstracto” o “in concreto”?: la concepción “tornasolada” de la
culpa en nuestro Código Civil
Hemos dicho ya que tradicionalmente se han distinguido dos modelos o criterios de apreciación
de la negligencia; el primero de ellos conocido como el de la culpa in concreto, y el segundo,
como culpa in abstracto. La cuestión hace referencia al patrón o tipo objetivo que debe utilizar el
juez para comparar la conducta del demandado; es decir, para contrastar si el sujeto al cual se le
imputan los daños obró o no en forma negligente (y, por ende, si debe o no abonar los daños y
perjuicios correspondientes).
La así llamada culpa in concreto atiende, en principio, a las circunstancias propias de la persona,
y más el tiempo, lugar y naturaleza de la ejecución de la obligación contractual. El parámetro
sería el deudor en ese caso concreto. La segunda concepción de la culpa, por otro lado, hace
referencia a la “culpa in abstracto”, en la cual se toma como base no el deudor particular de la
obligación, sino más bien un modelo general de “hombre diligente”, “buen padre de familia” o
“persona razonable”, y ahí se realiza la comparación para determinar si el sujeto en particular se
conformó o no a ese standard general.
A estas alturas de esta investigación, no pueden caber dudas de que en nuestro Código Civil se ha
optado por la concepción de la culpa “in concreto”, ya que, en lugar de
la tradicional regla de inspiración romana del “buen padre de familia” - acogida por el Code y sus
imitadores - se prefirió seguir a Vélez Sarsfield, quién justamente plasmó la concreción
legislativa más acabada de la concepción concreta de la culpa en derecho comparado. Nuestro
artículo 421 del Código Civil es, ya dijimos, una copia casi in litteris del art. 512 del Código
argentino.
Pero, ¿no es esto un error de nuestro Código? ¿No recomiendan todos los sistemas de derecho
comparado (salvo el argentino) la adopción de un parámetro abstracto, alejado de los
subjetivismos del sujeto en el caso particular? ¿No debe ser el parámetro el del buen padre de
familia, o el de la “persona razonable” (como el propio de Gásperi, se ha visto, insistía)?
Esto nos lleva a cuestionar si, efectivamente, el modelo acogido por el Código nuestro es
exclusivamente concreto, o si puede de alguna manera hablarse de un concepto abstracto que
evite la caída en subjetivismos que sirvan para liberar, o condenar, injustamente a un sujeto en un
caso particular.
Se ha dicho, con bastante vehemencia, que ambos criterios de medición de la culpa – el concreto
y el abstracto – son discordantes. Así, el jurista español Lacruz Berdejo, ha sostenido que los dos
criterios son “incompatibles en sus propios términos, pues cada uno por separado serviría para
regular la cuestión”. 227 En uno se atendería al tipo abstracto, general, y en el segundo a la
persona del deudor individualmente determinado. Uno general, otro particular, no podrían
coexistir al mismo tiempo.
Si seguimos estas ideas, parece claro que en nuestro Código sólo existiría el parámetro concreto y
nunca podría hacerse referencia al abstracto, por la incompatibilidad evidente. Pero, ¿es ello así
realmente?
Si nos atenemos al clásico tratamiento de la materia efectuada por los hermanos Mazeaud, con
André Tunc, nos veríamos forzados a llegar a la conclusión afirmativa. 228 Ello, pues desde esta
óptica, la culpa in concreto y la culpa in abstracto son inconciliables, contrarias, y no pueden ser
por ello acogidas al mismo tiempo por un mismo cuerpo normativo.
Pero esta contrariedad es sólo aparente. Es que, si escarbamos un poco más la superficie,
podremos notar que para los tratadistas franceses la noción de culpa in concreto necesariamente
debe interpretarse como una “noción puramente subjetiva, que (obliga a) sondear el estado
espiritual del agente”.229
Pero ¿qué sucede si negamos, a priori, que la culpa in concreto implique necesariamente un
concepto psicologista, como arguyen los Mazeaud? Precisamente esto es lo que hicimos en el
movimiento anterior, en el cual desechamos por arcaica y disfuncional toda concepción
puramente psicologista de la culpa. Además, esto es lo que ha venido haciendo, hace ya mucho
tiempo, la doctrina argentina con relación al art. 512 del Código de Vélez: ha reconocido que si
bien se trata de un esquema in concreto, no por ello debe uno convertirse en psicólogo del agente,
sino que de ahí puede tratarse un tipo abstraído, que
pueda servir como parámetro para juzgar la conducta desde el punto de vista estrictamente
“externo” – no “interno”. Así, se ha dicho que
La culpa no es sólo un descuido, una incuria, una desatención (mera relación sicológica) – lo que
en el Derecho anglosajón se grafica al señalarse que the diligence is a state of mind -, sino que es
una conducta (por cierto que calificada).230
Aceptemos, entonces, que la culpa in concreto no necesariamente lleva a una concepción
psicológica de la negligencia.
Resuelta esta cuestión, sin embargo, queda la diferencia que existe entre medir en forma objetiva
(i) la diligencia que debió prestar el deudor particular en las circunstancias del “tiempo y el
lugar”, que es una cosa, y (ii) la diligencia que debió prestar el buen padre de familia, o la
persona razonable, en abstracto, que es otra. Parecería ser que todavía estamos ante dos nociones
claramente contradictorias.
Pero ello ocurre, nuevamente, sólo en apariencia.
En realidad, y como se verá seguidamente, ni los sistemas clásicamente “in abstracto” como
Francia o Italia, ni los sistemas clásicos del “in concreto” como la Argentina, son “puros”, en el
sentido que aplican a rajatabla y sin contaminación uno solo de los dos principios en la praxis
judicial. Ello resulta difícil – por no decir imposible.
Ya hace muchos años ese gran jurista argentino que fue Alfredo Colmo había perspicazmente
notado esto, en galana prosa que requiere cita in extenso:
Parece que hay como una antinomia entre ambos criterios: el primero, general, rígido, más de una
vez injusto, etc.; el segundo, individualizado, variable en todos los casos, ajustado a las
contingencias ambientes, etc. Sin embargo, no corresponde exagerar tal oposición, que lo es más
en las palabras y en los principios escritos que en la realidad. El tipo del padre de familia o del
comerciante honesto y leal puede ser forjado con arreglo a las circunstancias sería difícil que un
juez sensato pretendiera que en nuestro país puede haber un tipo inmutable, que deba conducirse
de igual suerte en Buenos Aires, o en las montañas de Catamarca o Jujuy. Además, la apreciación
concreta siempre supone un principio de fondo que la oriente: ¿cuándo dirá un juez que en tal o
cual situación ha habido culpa de parte de un obligado, sino cuando vea que en esa situación se
ha incurrido en omisiones o imprevisiones indisculpables? Pues bien, lo indisculpable de tales
omisiones o imprevisiones no puede resultar sino del juicio comparativo que se
establece, hasta sin pensarlo ni quererlo, con relación a lo que en dicha situación hubiera hecho (o
no hecho, según los casos) el término medio de los individuos, el común de la gente,
precisamente porque las leyes son hechas no para lo excepcional sino para lo que es de regla, sin
perjuicio de que se las acomode luego a las contingencias que correspondan. De ahí que, en
definitiva, no haya diferencia fundamental entre los dos criterios, sabiéndose aplicarlos. Y de ahí
que ambos se complementen recíprocamente.231
A la luz de éstas, valga la redundancia, lúcidas palabras, la doctrina argentina se comenzó a
plantear si la distinción es, efectivamente, tan importante como algunos suponen. Porque más que
oposición insuperable, parecería ser que, efectivamente, ambos criterios se mezclan o
retroalimentan en sede judicial.
Construyendo sobre estas sólidas ideas, el respetado jurista argentino Alberto Bueres ha realizado
una profunda reconstrucción interpretativa del sistema del art. 512 del Código de Vélez
(plenamente aplicable a nuestro art. 421), que termina conjugando ambos criterios de evaluación.
En este análisis, existen dos momentos en el razonamiento del juez para determinar si existió o no
una conducta negligente, a saber:
(i) en un primer momento se toman en consideración las circunstancias personales del sujeto,
del tiempo y del lugar (por ej: un conductor de ómnibus manejando a plena luz del día y pasando
una esquina concurrida), y
(ii) luego se pasa a construir un modelo abstracto a partir de esa figura, para contrastar la
conducta del demandado con ese standard o “constructo” realizado
por el juez (que haría un conductor de ómnibus razonable, o diligente, o bueno – no el mejor ni el
peor – en esas circunstancias).
De este doble análisis debe salir, a la postre, la decisión del juez en sentido afirmativo o negativo.
Como explica certeramente Bueres:
La culpa se aprecia inicialmente en concreto, sobre la base de la naturaleza de la obligación y de
las circunstancias de personas, tiempo y lugar... Con estos elementos concretos, el juez
conformará un tipo abstracto de comparación, flexible, circunstancial, específico, que represente
la conducta que debió obrar el agente en la emergencia. Y de la confrontación entre el actuar real
y el actuar debido (idealmente supuesto) surgirá si hubo o no culpa.232
Este análisis, que consideramos plenamente correcto, es aplicable al derecho paraguayo. Y se ve
que, en el curso del mismo, se borran los márgenes de la tajante distinción teórica
“abstracto/concreto”, pues ni uno ni el otro pueden existir por separado en forma químicamente
pura, como bien percibe Bueres (que, no es coincidencia, es un destacado camarista en la
Argentina). Así las cosas, no existiría la tan mentada dualidad tajante, aproximándose la
concepción veleziana de la culpa a la tradicional romana, algo que también nota el autor que
venimos citando:
Esta manera de individualizar la culpa a partir de elementos concretos, es muy similar al criterio
abstracto propiciado en algunos cuerpos de leyes y por cierta opinión doctrinal. Esto obedece a
que el punto de vista subjetivo, que es el hito inicial en el sistema del Código... en manera alguna
desdeña el dato objetivo, al igual que sucede, con mayor o menor ajuste, en los sistemas
abstractos que inexorablemente tienen en cuenta elementos concretos.233
Aquí, al final, el jurista argentino da en el clavo jurídico, pues ello es efectivamente así: si se
repasan las obras doctrinarias más prestigiosas, y, asimismo, los fallos de los tribunales
superiores de países que han acogido el sistema abstracto – Italia, Francia, o Alemania – puede
notarse con claridad que los jueces, en forma inevitable, inexorable y hasta inescapable, recurren
una y otra vez a circunstancias particulares “de la naturaleza de las personas, el tiempo y el
lugar”.234
Esto quiere decir que el sistema originalmente concreto, en algún momento (nosotros lo hemos
denominado segundo estadio del análisis más arriba) necesariamente recurre a un tipo abstracto,
mientras que el sistema abstracto, en algún momento de su raciocinio, recurre
por necesidad al sistema concreto. Hay una diferencia mínima, por no decir, identidad sustancial,
más allá del nominalismo que rodea la cuestión.
Para volver a la cuestión original que suscitó este movimiento: ¿cuál criterio, en suma, debe
entenderse como incorporado a nuestro Código Civil?
Pues bien, podemos concluir con Bueres que nuestro sistema de culpa es verdaderamente
“mixto”, es decir, “concreto-abstracto”.235
O, en las palabras más poéticas de Mosset Iturraspe, nuestro derecho (al igual que el argentino),
tiene una concepción “tornasolada” de la culpa236, que a la par de permitir la mayor flexibilidad
posible al juez en el análisis de los casos que ante él se le presentan.
Estamos, en consecuencia, ante una feliz concepción de la culpa, que permite al juzgador –
siempre actuando con la debida jurisprudencia 237 – entender si en un caso determinado ha
existido o no culpa. El sistema del art. 421 del Código le permite al juez valorar con flexibilidad
si en el caso concreto ha actuado o no como un “médico diligente” (que no es ni el peor ni el
mejor médico), sin necesidad de crear una nueva figura especial como la polémica figura de la
responsabilidad profesional.238
Esta concepción “tornasolada” de la culpa evita justamente el mayor problema que tienen los
países que han incorporado el criterio objetivo abstracto del “buen padre de familia”, como
recuerda la notable jurista Aída Kemelmajer de Carlucci (al referirse específicamente al derecho
italiano):
No podemos dejar de enaltecer la sabiduría de Vélez Sarsfield, quien en el siglo XIX acuñó la
fórmula casi perfecta del art. 512 (equivalente al 421 nuestro) del Código Civil, que al admitir la
valoración en concreto, permite atender a todas las particularidades, posibilidad al parecer vedada
al intérprete italiano (que tiene una pauta abstracta, “el buen padre de familia”) .239
Aquí no estaría demás agregar, para abonar lo que venimos sosteniendo, que incluso en un
sistema en el cual realmente existió un desliz fundamental, esta duplicidad de concepciones de la
culpa no llevó al colapso del sistema, ni mucho menos. Nos referimos al conocido caso del
Código Civil de España, que por un lapsus de su codificador incorporó, ¡en un mismo artículo
(art. 1104)!, a ambos criterios: el del buen padre de familia y el de Vélez. Esto no ha impedido,
por supuesto que la doctrina y jurisprudencia hayan armonizado correctamente para poder
aplicarlos razonablemente en la práctica. 240 Como explica el Prof. Yzquierdo Tolsada – en
palabras que podrían adoptarse al criterio mixto que propone Bueres – la cuestión funcionaría de
la siguiente forma:
El deudor ha asumido la obligación desde su condición de experto, de la naturaleza de la
obligación y de las circunstancias de las personas se deducirá como patrón de medida la
diligencia del buen profesional... Pero atendiendo a las circunstancias del tiempo y lugar, no se
exigirá la misa diligencia al piloto que atraviesa el Atlántico con unas condiciones
meteorológicas óptimas que al
que lo hace bajo los efectos del ciclón caribeño, ni al cirujano que opera en perfectas condiciones
de asepsia en el quirófano que al que se ve obligado a intervenir en el cuerpo de un accidentado
sobre la cuneta de una carretera.241
Y, en definitiva, la pregunta será, siempre (más o menos la siguiente): “¿qué diligencia prestaría
un hombre recto y cabal si fuera un piloto de líneas áreas (o cirujano, o abogado) colocado en
tales circunstancias de tiempo y lugar?”
Estas palabras son precisas para concluir este movimiento y pasar al siguiente. Pues: una vez que
se admite que la culpa es un fenómeno “normativo”, es decir, objetivo y no subjetivo (como lo
hemos venido haciendo), para muchos es natural que la fórmula para medirla en la praxis judicial
debe ser, ni más ni menos, que la del famoso Juez norteamericano Learned Hand.
7. Séptimo movimiento: Sobre la aplicabilidad de la fórmula de Hand en nuestro derecho
Efectivamente: no son pocos los autores que han entendido que el abandono de las concepciones
subjetivistas de la culpa y la adopción de una noción “objetiva” de la misma lleva, a la larga y
necesariamente, a la adopción de la de la famosa “fórmula de Hand ”242, para determinar si la
conducta del agente fue o no culposa. Un ejemplo paradigmático es el esfuerzo del Profesor
catalán Pablo Salvador para incluir una noción económica de la culpa en el derecho continental
(en su caso, el derecho civil español-catalán). Para este destacado jurista, una cosa - la noción
objetiva de la culpa – parece llevar forzosa pero naturalmente a la otra: la adopción de la fórmula
de Hand en la evaluación de la responsabilidad civil.
Como en un movimiento anterior de este ensayo hemos rechazado expresamente la noción
puramente subjetivista de la culpa, quizás podría argüirse que también hemos preparado el
camino para la aparición y utilización de la fórmula de Hand en Paraguay.243 ¿Es ello así?
Antes de responder a esta cuestión, sería conveniente referir al menos algunos rasgos esenciales
de la fórmula de Hand. Se trata de una idea matriz del movimiento de “law & economics” o del
análisis económico del derecho, escuela jurisprudencial que busca aplicar las herramientas de la
economía a la dilucidación de los problemas jurídicos. Aquí no podemos extendernos in extenso
sobre esta influyente (sobre todo en los Estados Unidos y en algunos países de
Europa) escuela iusfilosófica244, pero sí debemos brevemente referirnos a la regla de Hand,
utilizada por el análisis económico del derecho para dilucidar el concepto de la culpa o
negligencia.
Lo primero que debe apuntarse es el aire de paradoja de la regla, pues la idea central del análisis
económico de los accidentes se debe no a un exponente del movimiento en sí, sino a un
prestigioso Juez americano que desarrolló, años antes del advenimiento de ésta escuela – avant la
lettre -, lo que actualmente se conoce como “la teoría económica de la culpa”245, teoría que
explica en gran parte el énfasis puesto por los economistas-legales en el aspecto preventivo del
sistema (es decir, en el hecho que el derecho de responsabilidad civil debe servir como un
instrumento disuasorio para prevenir accidentes y otros costos sociales ineficiente s246). Este
Juez, como se adelantó, era Learned Hand, y el caso resuelto, uno de los más conocidos de la
historia de la responsabilidad civil: el célebre leading case U.S. v. Carroll Towing Co247 .
Los hechos del caso fueron los siguientes: la parte demandada Carroll Towing Co. era una
remolcadora que trabajaba estirando barcazas en el puerto de Nueva York. En un momento dado,
empleados de la Carroll comenzaron a reajustar las amarras de las distintas barcazas, pero el
ajuste fue mal efectuado y una de las chatas, Anna C, se soltó, fue a la deriva, y chocó con otro
barco, hundiéndose
con toda su carga. En Primera Instancia, la compañía demandada fue hallada negligente y
condenada al pago de una indemnización a la propietaria de la barcaza Anna C. La Carroll
Towing Co. apeló la sentencia arguyendo que hubo culpa concurrente de la parte actora, ya que
no había previsto la contratación de un “lanchonero”, que, según la Carroll Towing Co., de haber
estado al bordo de la barcaza al momento del reajuste de la barcaza, hubiera evitado el accidente.
El Juez Hand estuvo de acuerdo con los argumentos del apelante, y en el fundamento de su fallo
fijó una fórmula matemática para ayudar a determinar en que casos puede considerarse a una
conducta como “negligente”:
De la revisión precedente se concluye que no existe ninguna regla general para determinar
cuando la ausencia de un lanchonero u otro asistente hará responsable al dueño de una barcaza
por los daños causados a otros barcos si se suelta de sus amarras. Dado que hay ciertas ocasiones
en las que cualquier barco se soltará de sus amarras y se convertirá en una amenaza para los
barcos cercanos, la obligación del dueño de tomar precauciones contra los daños resultantes es
una función de tres variables: 1) la probabilidad de que el barco se suelte; 2) la gravedad del daño
resultante en tal caso y 3) la carga de las precauciones adecuadas. Quizá convenga poner de
relieve esta noción expresándola en términos algebraicos: si la probabilidad es P, el daño es L, y
la carga de precaución es B, la responsabilidad entonces depende de que B sea menor que L
multiplicado por P.248
En el caso de marras, Hand estimó que el demandante había contribuido al accidente con su
propio actuar negligente, ya que “B” – la carga de contratar un lanchonero – hubiese sido menos
costoso que el accidente (“L”) y su probabilidad (“P”).
Es decir, siguiendo el razonamiento fijado por Hand, un sujeto será responsable siempre y
cuando:
BPx
L
O, puesto en palabras: un sujeto será negligente y deberá pagar una indemnización siempre y
cuando los costos para evitar el accidente (“B”) sean menores que el daño producido (“L”) y la
probabilidad que suceda el accidente (“P”). Cuanto más alta sea la probabilidad del accidente y
las pérdidas posibles, más precaución se le debe exigir al sujeto, y viceversa. Esto, a su vez lleva
al siguiente corolario: una persona solo evitará un accidente si le es más barato pagar los costos
de prevención que los daños hipotéticos, de lo contrario preferirá obviamente el accidente y la
consecuente indemnización ya que esto es más eficiente desde su óptica.
Si bien Hand redactó su voto, como hemos adelantado, años antes del auge del Law &
Economics, sus cultores no tardaron en entender la lógica económica de la fórmula Hand de la
culpa. Si solo se responde por daños en los casos que B P x L, es claro que el sistema cumple con
el objetivo de la eficiencia, que es reducir el costo total de los accidentes. Como dice Posner, una
inversión en la prevención de accidentes significará una reducción marginal en los costos totales
de los daños causados por los accidentes. Al sostener que una persona solo será responsable bajo
la fórmula de Hand, es decir, cuando no haya tomado las precauciones necesarias para evitar el
accidente, el derecho de
responsabilidad civil cumplirá inevitablemente con su misión: evitar los accidentes, que son
esencialmente ineficiente s.249
Lo verdaderamente fascinante de la regla de Hand es el hecho que parece resolver, con una
exacta y simple fórmula matemática, uno de los problemas más insolubles de la responsabilidad
civil: determinar, con cierta precisión, en qué casos un tribunal considerará que hubo culpa, y en
qué casos no. Como el concepto de la “culpa” es un concepto “indeterminado” – pues sus
contornos son en extremo borrosos y vagos – la fórmula viene a aliviar uno de los dolores de
cabezas más grandes que han tenido los jueces y juristas para saber cuándo una conducta debe ser
negligente y cuándo no. El juez sencillamente tiene que realizar un cálculo en base a los hechos
del caso, y determinar si la carga (“B”) era menor que la posibilidad del accidente y el daño; si
ello es así, el causante del daño deberá ser tenido por responsable.
No se puede dudar que la fórmula de Hand provee un modelo extremadamente atractivo,
especialmente en nuestra época
cientificista que busca resolver todo problema mediante la solución puramente “científica ”250 –
en este caso, la económica. Tampoco puede negarse que se trata de una herramienta sumamente
interesante para determinar si hubo o no negligencia, es decir, si no se atendieron los patrones
mínimos de corrección en el tráfico social. Y, no puede negarse asimismo que otro gran aporte de
esta concepción radica en el hecho que pone de manifiesto que no puede exigirse,
irracionalmente, la toma de precauciones infinitas para evitar accidentes; ello supondría, claro
está, la imposibilidad del tráfico social y de la realización de emprendimientos económicos de
envergadura (pues, muy pocas empresas invertirían ya que buena parte de su inversión iría a la
prevención de accidentes). Esta lección es de suma relevancia especialmente en nuestro país,
cuyo sistema jurídico no se caracteriza precisamente por su eficiencia económica.
Esto último supone, por tanto, un correctivo
especialmente útil para los sistemas del derecho continental, en donde muchas veces se asume
que las partes deben realizar todos los costos imaginables para evitar un accidente. Así, Salvador
Coderch recuerda (y critica) la idea de la jurista española Encarna Roca – compartida por la
mayoría de los civilistas – según la cual “hay que poner toda la diligencia precisa para evitar el
accidente”, es decir, evitar el accidente a toda costa, a cualquier costo. 251 Pero esta regla
aplicada en forma absoluta puede llevar, en algunos casos, a
soluciones no del todo sensatas (y a entorpecer el
crecimiento económico).
Reconocido todo esto, tampoco debe caerse en el error de enamorarse de la simpleza matemática
de la fórmula de Hand. No todas son rosas; hay muchas espinas aquí también.
En primer lugar, la fórmula de Hand supone que se puede aplicar un criterio cuantitativo a un
objeto que es, en principio, inconmensurable. Esto es algo que el propio Hand notó en su fallo,
pero que sus seguidores en el análisis económico del derecho repetidamente olvidan. Como se ha
venido explicando con solvencia y contundencia en el ámbito de la filosofía moral y política en
los últimos años, la inconmensurabilidad de los bienes humanos presenta problemas insalvables
para este tipo de “balanceo” o “mixtura” de intereses hecho de una forma tan simple y
calculadora.252 Si bien aquí no podemos referirnos a este problema, es innegable que los
economistas no han tomado demasiado en serio al grave dilema que supone la
inconmensurabilidad para un “balanceo” cuasi-científico como el que proponen los analistas
económicos de la negligencia.
Pero, lo que es más importante, debe recordarse con el maestro Tony Honoré que la búsqueda de
la eficiencia, de la maximización de la riqueza, y de la prevención de accidentes, debe siempre
hacerse dentro de parámetros moralmente defendibles.253 Vale decir, no se debe supeditar todo a
la economía - incluso la moral y la más elemental justicia -, sino que más bien las cosas deben ser
al revés. O, en
palabras de un notable jurista de raigambre aristotélica: “los principios de los economistas sólo
dejan de llevar a resultados absurdos si se asume que las preferencias de los individuos han sido
formadas con la virtud de la prudencia, y que el dinero en la sociedad ha sido distribuido en
forma justa”.254
Esto, claro está, no sucede en la actualidad ni sucederá en un futuro previsible.
Por ello, no podrá divorciarse nunca, al menos en forma absoluta, a una institución legal de la
idea de la justicia. Un concepto economicista tout court de la culpa es, desde este punto de vista,
algo irrazonable.
Pero, por otro lado, como también recuerda Honoré, si bien la eficiencia no es el valor supremo
del ordenamiento, si es uno de los valores que un sistema jurídico debe satisfacer o intentar
satisfacer 255, ya que, “si todo es ineficiente, nada puede ser justo”.256 Así, con las debidas
matizaciones, debe reconocerse que la fórmula de Hand es una herramienta importante (¡no la
única!) a la hora de definir el concepto de culpa, y especialmente los deberes de cuidado
exigibles, pues “no pueden imponerse todo tipo de costos de prevención sin tomar en
consideración los efectos perniciosos que ello puede producir”.257
Pero esto último debe hacerse, siempre, con los caveats “morales” (por decirlo de un modo) que
hemos indicado arriba.
8. Octavo movimiento: La culpa profesional: ¿existe en nuestro Código?
Otra cuestión que ha exigido la atención de la literatura sobre responsabilidad civil es la así
llamada “culpa profesional”. Nuestro Código Civil, a diferencia de otros cuerpos legales no ha
incorporado explícitamente la figura de la “culpa profesional”. Sucintamente: ¿es ello una
equivocación?
Antes de responder a esta pregunta, quizás convenga mencionar otra sorpresa que depara el
estudio del Anteproyecto de Luis de Gásperi. Efectivamente, así como había incorporado el
concepto de “persona razonable” propio del common law, o previsto un sistema radicalmente
dualista en cuanto a la responsabilidad civil, de Gásperi incluyó otra innovación (para nuestra
cultura jurídica), al insertar expresamente en su normativa el concepto de “culpa profesional”. Sin
dudas, estamos ante otra muestra del continuo aggiornamento jurídico de de Gásperi.
El principio de la culpa profesional, que puede ser remontado históricamente a los trabajos
perennes de Domat y Pothier,
servía para individualizar una especie de culpa en el comportamiento de quien desarrolla una
cierta actividad sabiendo que carece de una adecuada preparación técnica. Se decía que a un
profesional, que generalmente es un técnico previsto de determinada especialización, se le debe
exigir más de lo que se pide a un particular, esto es, a un individuo cualquiera, porque a aquél se
le atribuyen competencias específicas. Por lo tanto, incurre en culpa si, conforme la prueba de los
hechos, él se muestra desprovisto de estas competencias.258
De Gásperi se apartó aquí de Vélez, quién no había seguido la idea de incorporar una noción
profesional de la culpa. Nuestro jurista, en el art. 798 del Anteproyecto, segundo párrafo,
estableció el parámetro especial de la culpa profesional:
En el cumplimiento de las obligaciones inherentes al ejercicio de una actividad profesional, la
diligencia debe valorarse en relación a la naturaleza de la actividad ejercida.
La fundamentación de su inclusión la da el propio de Gásperi:
la segunda parte de nuestro art. 798 es coherente con la primera en cuanto permite al juez valorar
la culpa imputada al médico, al abogado, al arquitecto, no según un tipo abstracto de
comparación, sino de acuerdo con la naturaleza del servicio profesional de que se trata.259
Esto permite determinar lo que era fundamental para de Gásperi: se trata no de un tipo especial de
culpa, sino más bien de la infracción de ciertos deberes especiales que cada profesión técnica
impone, ya que como señala López Mesa, “es obvio que quien se desempeña en una profesión
debe poseer los correspondientes conocimientos teóricos y prácticos, y obrar con ajuste a las
reglas y métodos pertinentes con la necesaria diligencia y prudencia”.260
En otras palabras, se trata de acudir no al modelo del “buen padre de familia” o de la “persona
razonable” – éste último es el término que había incorporado de Gásperi, como se
vio (supra, “Movimiento 3”) sino al del “abogado diligente” o del “buen médico” o “el escribano
razonable” (y así sucesivamente).
Dicho esto, puede entenderse mejor porqué de Gásperi incorporó explícitamente la noción de
“culpa profesional”. Y es que, al haber acogido (en lo extracontractual) un modelo abstracto de la
negligencia, la idea de la culpa profesional permite acercarla más a las circunstancias de la
persona en concreto, es decir, tomar como factor de valoración la profesión del causante del daño
y a partir de ahí determinar si existió o no negligencia. De esta forma, la culpa profesional
permite “concretizar” un poco más la culpa “abstracta”, como apunta expresamente de Gásperi en
su apostilla precitada. Era esa la función que jugaba en el sistema del Anteproyecto la idea de la
culpa profesional.
Entonces, parecería ser que la inclusión de De Gásperi de la culpa contractual fue positiva,
mientras que su omisión por el Código de 1987, como categoría autónoma, un error.
Las cosas no son así, sin embargo, en la práctica. En efecto, la respuesta sensata debe quedar
clara a la luz de lo dicho supra, en el “Movimiento 6” de este trabajo. Ni los sistemas de culpa “in
abstracto” ni los de la culpa “in concreto” son, como vimos, absolutistas en la praxis judicial, por
la sencilla razón que el abstracto debe bajar a las circunstancias de las personas, el tiempo y el
lugar para llegar a una solución justa, y viceversa, el concreto debe postular un modelo abstracto
en algún momento para poder efectuar la comparación de la conducta ideal con la del sujeto que
causó el daño.
Así, la idea del art. 421 de nuestro Código es precisamente la de atender a la naturaleza de las
“personas”, en cuya órbita debe caer, necesariamente, si la persona es o no un profesional, y del
“tiempo y lugar”, bajo cuyo ejido debe considerarse incluida la “naturaleza de la actividad
ejercida” que de Gásperi propugnó en su propuesta de artículo.
En otras palabras, un entendimiento correcto de la cuestión torna innecesaria o redundante la
inclusión de la culpa profesional como tal (si es que la misma en efecto existe, como se ha
cuestionado un notable jurista peruano261), pues el sistema tornasolado y flexible de nuestro
Código permite una solución adecuada del tema. A igual solución se ha llegado incluso en
sistemas de valoración abstracta de la culpa, como nos recuerda en España Diez-Picazo:
La ausencia de toda relación entre las partes podría hacer pensar que las características generales
del sujeto no deben ser tenidas en cuenta. Sin embargo, en nuestra opinión hay que entender que
cuando un daño se produce como consecuencia de un comportamiento que se está llevando a
cabo
profesionalmente, la diligencia que se debió emplear es la profesional (p. ej., el conductor de un
autobús o de un camión que tiene un accidente de circulación).262
La cuestión, así, se termina por disolver claramente. Lo mismo ha sucedido incluso en el ámbito
del common law, en donde en el importante caso Bolam v. Friern Hospital Management
Comittee (a propósito de un caso de responsabilidad médica) que
en caso de un profesional médico, ser negligente significa no haber actuado de acuerdo con los
estándares de los hombres razonablemente competentes de su momento histórico... No es
negligente quién ha actuado de acuerdo con una práctica aceptada por un cuerpo responsable de
médicos calificados en un arte en particular.263
Pueden encontrarse fallos similares en Francia, Italia, Alemania y otros países del derecho
continental.264
Si juntamos los hilos de este análisis, tenemos que nuestro art. 421 puede incorporar con extrema
facilidad la noción de la culpa de un profesional, sin necesidad de recurrir a otras categorías
extra-legales. Aplicando el análisis de dos niveles o etapas para determinar si hubo o no culpa
que expusimos más arriba, tenemos que: (i) primero se analizan las circunstancias personales, del
tiempo y el lugar – por ej. se trata de un médico anestesista, debe tratárselo como tal, o un médico
clínico general, etc.; y (ii) ahí se postula el modelo abstracto comparativo, por lo que si es un
anestesista, se lo compara con un anestesista de diligencia media, o razonable, más si es un
médico clínico no se lo compararía con un anestesista (o cardiólogo, etc.) sino con un médico
clínico general razonable, diligente, etc.
A igual conclusión llega Bueres en la Argentina, y así nos dice que una vez realizada la etapa (i)
del análisis,
el juez imaginará el tipo abstracto que le sirva de comparación. Ese estándar será flexible,
variable, fluido y estará referido al obrar de un médico diligente, prudente, cuidadoso, etcétera, de
la categoría o clase a la que pertenezca el obligado (... la diligencia exigida al especialista es
mayor que la que corresponde al generalista, pero aquélla es siempre la diligencia normal u
ordinaria para los especialistas).265
Es así que a mayor grado de capacidad profesional, se exigirá mayor grado de diligencia, mayor
grado de conocimiento de la “lex artis ” de cada profesión. Pero para ello no es necesario, con la
amplitud de la formulación del art. 421 de nuestro Código, recurrir a figuras foráneas.
Todo esto no quiere decir, por supuesto, que la responsabilidad civil de profesionales (como
médicos 266, abogados, etc.) carezca de complejidades, como la prueba de la culpa, la distinción
de obligaciones de medio/resultados, etc. Más bien todo lo contrario. Pero son éstas otras
cuestiones que escapan al ámbito de este ensayo, y que, por lo demás, no afectan a la estructura
conceptual de la culpa en sí. Concluimos este movimiento, entonces,
señalando que la correcta interpretación del art. 421 hace innecesario tener que recurrir a una
noción extra-legal de “culpa profesional”.
9. Noveno movimiento: La culpa y la responsabilidad civil como derecho esencialmente judicial
El último movimiento de este ensayo debe resolver algo que ha venido quedando latiendo en el
fondo de las distintas discusiones realizadas hasta aquí, y que, por otro lado, supone la necesidad
de efectuar las observaciones más generales y abstractas que pueden hacerse sobre el rol que
juega la “culpa” en el sistema de responsabilidad civil paraguayo (y de buena parte de los
sistemas de derecho comparado también). Estas observaciones conectan al sistema de la
responsabilidad civil con las normas más fundamentales del derecho y, también hay que decirlo,
de la moral.
Desde que los legisladores franceses del Code decidieron regular lo atinente a la responsabilidad
civil en unos meros (pero excelentemente redactados) 5 artículos, no puede sino reconocerse que
el derecho de daños es, al final de cuentas, eminente y esencialmente un derecho judicial. Es
decir, a diferencia de lo que ocurre en otras ramas del derecho, en ésta el legislador da al juez un
poder amplio – amplísimo para decirlo en superlativo – para el desarrollo del derecho, su
aplicación e interpretación. A diferencia de lo que ocurre en otras ramas (por ejemplo, el derecho
administrativo o penal), en la responsabilidad civil el legislador ha decidido fijar sólo los
parámetros más generales en la ley, y permitir que sea el juez quién esté a cargo de “echar a
andar a la máquina”. Existe, en verdad, una remisión del poder decisorio del legislador al juez en
esta sede tan importante que puede decirse sin temor a equivocarse que en esta materia delega
casi totalmente el poder legislador al magistrado.267
Así, y como hemos venido diciendo en estas páginas, la ley apenas define, da unos rasgos
esenciales, a la idea de la culpa, por lo que el resto del trabajo debe ser llevado a cabo
indefectiblemente por el juez. Quizás no se haya apuntado con demasiada insistencia aún que el
rasgo más notable del sistema de responsabilidad civil, desde el punto de vista “macro” y a
diferencia de lo que ocurre en otros sectores del derecho, es justamente que el legislador delega al
juez la construcción de (casi) todo el sistema.
Aquí conviene hacer un brevísimo excursus que nos permitirá aclarar porqué ello es así, y cómo
funciona el concepto de la culpa dentro del marco mayor del fenómeno jurídico y la
razonabilidad práctica.
Ya hemos dicho que el concepto de culpa es un clásico ejemplo de “concepto abierto” o “cláusula
general”. Como tal, funciona en la práctica como una de las formas de “derivación” de la ley
positiva a partir de la ley natural (proceso de derivación tan incomprendido por autores
positivistas como Kelsen268), a través del mecanismo que Tomás
de Aquino denominó determinatio, y que puede traducirse como “determinación” o
“concretización”.
Para resumir la idea: la ley positiva puede “derivar” de la natural de dos formas; (i) por un
proceso parecido a la deducción lógica, llamado por Aquino “conclusión”, o (ii) por un proceso
de libre elección del legislador (o del juez), para aplicación a un caso en particular, o
“determinación”.269 Así, la norma del Código Penal que prohíbe el homicidio doloso deriva de
los principios generales de la ley natural (“no debe dañarse intencionalmente la vida”); por el
contrario, la norma que fija la pena por el homicidio (10 años, 25 años, prisión perpetua, pena de
muerte, etc.) es un supuesto de “determinación” (pudo haber sido fijado en 30 años en lugar de
25, y así sucesivamente). Tomás de Aquino enseña que el primer tipo de normas jurídicas posee
su fuerza del hecho que es parte de la ley natural (“la moral”), mientras que los casos de
determinación sólo son derecho positivo “puro”, y por ende, esencialmente mutable (y hasta
cierto punto contingente: la solución legal pudo haber sido otra, v.gr. manejar a la izquierda y no
a la derecha). Los múltiples casos de “determinación” explican la gran variedad de normas que
existen entre distintos sistemas jurídicos - incluso aquellos relacionados más estrechamente,
como por ejemplo, el italiano y el francés.
Dentro de este marco conceptual, puede apreciarse sin mayor esfuerzo que la culpa se utiliza
como “determinación” o “concretización” de ciertos valores sociales más generales, haciéndolos
más particulares y señalando en qué casos se deberá indemnizar y en qué casos no. Sólo si se
entiende este concepto se puede entender que, a través de largos procesos de determinación y
concretización por vía de cuantiosos fallos, la jurisprudencia francesa ha desarrollado
extensamente los 5 breves artículos del Code referidos a la responsabilidad civil. Este proceso de
determinación de la cláusula abierta ha permitido que un sistema previsto para una sociedad
eminentemente agraria pueda ser utilizado en una sociedad post-industrial, como lo es la francesa
de la actualidad. Y se trata de un proceso que, como han aclarado algunos autores desde una
posición cercana a la hermenéutica jurídica, es inacabable desde el punto de vista práctico.270
Así, como lo ha podido notar incluso un alguien ajeno a la tradición – el jurista escocés citado a
inicios del trabajo, Neil MacCormick – el concepto de determinatio utilizado por Tomás de
Aquino explica cómo funcionan ciertos conceptos-maestros del derecho – como el caso de la
culpa – en el interminable afán por reconciliar intereses y valores que en ocasiones están en
disputa en los casos concretos:
Una determinatio o concretización de un principio no es una deducción simple, ni el
descubrimiento de un significado implícito; es el acto de establecer una exigencia más concreta y
categórica en el espíritu del principio, y que se ve guiado tanto por un sentido de lo que es
prácticamente realizable (o ejecutable), y por un reconocimiento del riesgo de conflicto con otros
principios o valores, que a su vez se ven concretizados a través de otras determinationes.271
De esta forma, los tribunales, mediante sucesivas determinationes, van dando un contorno
racional al concepto abstracto de culpa, el cual precisamente aparece en casos de conflicto de
intereses (o bienes jurídicos) entre personas. Esa noción vaga va adquiriendo así una forma más y
más definible (o al menos, debería hacerlo en teoría). En efecto: mediante la definición de
deberes más precisos de diligencia, los fallos de responsabilidad civil van construyendo un
sistema más racional, el cual, si bien nunca estará completo (ello va en contra de la interminable
necesidad de co-ordinación que existe en la vida social), al menos tendrá reglas más claras y
definidas (si bien nunca del todo definidas).
Por ende, el derecho de responsabilidad civil está así destinado a ser siempre mayormente
judicial, a través de las determinationes de los jueces. Y ello ocurre no solo en los derechos de
raigambre anglosajona (en donde nadie discute esto), sino lo que es todavía más sorprendente (al
menos a priori), en los derechos continentales o de civil law. Por ello, es imperativo que nuestro
derecho, el cual por razones históricas e ideológicas ha prestado mayor atención a la ley yla
doctrina que a los fallos judiciales, empiece a detener su mirada en los fallos judiciales.272 Como
el derecho de la responsabilidad civil será mayormente determinado por los tribunales, la
atención de los juristas debe enfocarse hacia ellos en el futuro, criticando o valorando
debidamente esa praxis judicial, en un diálogo que lleve al derecho a la senda de la justicia.
La conclusión es, entonces, que el derecho de responsabilidad civil es eminentemente judicial.
Hecha esta observación, sin embargo, debe decirse inmediatamente que ello supone, por un lado,
una gran ventaja, pero también un grave peligro que no debe ser descuidado.
La ventaja: es bien evidente y ya ha sido apuntada más arriba; un sistema construido de esta
forma posee una gran flexibilidad y capacidad de adaptación a distintos cambios sociales, pero
también a diferentes situaciones fácticas. El hecho que el sistema no esté construido sobre una
“camisa de fuerza” jurídica, permite que los jueces lleguen a soluciones lo suficientemente
elásticas pero sin necesidad de escindirse abiertamente del ámbito legal. En apariencia, la noción
de la culpa permite la realización de la más radical forma de justicia, la que concilie debidamente
los intereses en pugna en el caso concreto .273
El peligro: que supone tan abierta y elástica concepción debe resultar, sin necesidad de mayor
esfuerzo, igualmente evidente. El concepto elástico de la culpa abre un enorme hueco para la
arbitrariedad judicial, para que los jueces se vean tentados a utilizar libremente ese concepto vago
para resolver casos según su opinión o capricho personal, es decir, en base a criterios no-
racionales. Aquí no está demás recordar que precisamente fue el concepto de “culpa”
(negligence) el que había causado que el jurista norteamericano Leon Green introdujera su idea
de que se trata de una verdadera “caja negra” (black-box) de la cual podía
salir cualquier cosa para llegar a la solución del caso; un molde vacío que puede ser llenado a
piacere por el juez.274
En suma, a la par de la flexibilidad y ductilidad, el concepto general de la culpa trae consigo el
peligro de un poder casi ilimitado por parte del juez.
¿Quiere decir esto último que estamos condenados a una inevitable arbitrariedad judicial? No. Lo
que esto significa es que debemos recurrir a algo que Aristóteles hace más de 2.500 años insistió,
y algo que los romanos – en su mejor momento – aplicaron a raja tabla: la virtud perenne de la
prudencia.275 La prudencia era la virtud de llegar, en los casos particulares, a los mejores fines, a
las mejores soluciones, consideradas todas las cosas. Es una virtud que no posee cualquier
persona, sino sólo aquellos que tienen la “sabiduría práctica” (sería la traducción más
contemporánea) para determinar, en cada caso concreto, cuál es el mejor curso de acción. Por
ello, un juez que tenga la virtud de la prudencia – el phronimos aristotélico – podrá llegar a
soluciones justas en los casos que se le presenten, por más impreciso o vago que sea el término
jurídico en cuestión.
Por tanto, si ello es así, la discreción inicial que supone el término “culpa” no termina siendo fatal
– incluso, en algunos casos es algo que más bien debe ser bienvenido.
No es un accidente – por el contrario, es algo que la modernidad jurídica no ha terminado en
comprender a cabalidad – que en la antigüedad el derecho era llamado “jurisprudencia”, la
aplicación de esta virtud a los asuntos de la justicia.276 Y que los jueces, los buenos jueces, eran
precisamente los jurisprudentes, aquellos equipados intelectual — – y lo que es más importante –
moralmente para impartir justicia. Repetimos: la palabra utilizada era jurisprudencia. Esto no era
casualidad.
Para concluir: la elasticidad de la noción de la culpa, acompañada por la virtud de la
jurisprudencia, pueden unirse para llevarnos por la senda de una casuística que busque soluciones
que puedan ser más o menos justas, más o menos razonables, siempre perfectibles. Esta
conjunción es la única valla que existe para que la primigenia flexibilidad de la cláusula general,
o del concepto indeterminado de la culpa, no abra la puerta a una arbitrariedad o discrecionalidad
insoluble. Por ésta razón, a final de cuentas, lo más importante en el ámbito de la responsabilidad
civil - como derecho eminentemente judicial - no es tanto la forma en que están redactados los
artículos o concebido el sistema, sino más bien, la forma en que los jueces y los tribunales lo
aplican, o mejor, lo deben aplicar: con jurisprudencia.277
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