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Reseña
Índice
Capítulo 1
Una loba en el Capitolio
Contenido:
§. Los Reyes Malvados
§. El «cursus honorum»
§. Corrupción y soborno
sobre los que destacan, bordadas con hilo de oro, las siglas SPQR.
También pueden verse en las tapas metálicas de las alcantarillas de
Roma. Los romanos actuales, incorregibles bromistas, aseguran,
con un guiño pícaro, que las misteriosas siglas significan: «Sono
Porchi Questi Romani», pero en realidad quieren decir: Senatus
Populus Que Romanus, es decir: Senado y Pueblo Romanos. Esta
fórmula era la expresión del poder político en Roma, todo se hacía
en nombre del Senado y del Pueblo, representantes de las dos
castas en que se dividía la ciudad. La asamblea popular, o comicios,
elegía cada año al gobierno y el Senado, o parlamento vitalicio,
copado por la aristocracia, ratificaba esta elección. De este modo se
suponía que plebe y aristocracia quedaban equilibradas.
Sobre el papel pudiera parecer que la República romana era
democrática. Nada más lejos de la verdad. El peculiar sistema
electoral romano garantizaba el triunfo de la oligarquía aristocrática
en todas las votaciones. Quizá esto repugne al lector, educado en
las excelencias de la democracia moderna que hace a los
ciudadanos iguales ante la ley y establece que el voto de un
analfabeto vale tanto como el de un doctor en ciencias políticas.
Esto de un hombre es igual a un voto, lo que Borges censura como
abominable abuso de la estadística, constituye una conquista social
relativamente moderna. Los romanos no estaban tan evolucionados.
Entre ellos, los derechos políticos de un ciudadano estaban en
relación directa con su patrimonio y lo que contaba era el voto
colectivo, el voto del grupo. Por otra parte no era fácil que de la
plebe surgieran campeones capaces de liderarla en sus justas
§. El «cursus honorum»
Julio César era un patricio. A lo largo de este libro vamos a
contemplar su ascensión por el cursus honorum, es decir, su carrera
administrativa. No estará de más, por lo tanto, que dediquemos
nuestra atención a las distintas magistraturas o cargos políticos
comprendidos en aquel escalafón:
Cuestores (o indagadores): eran los funcionarios de Hacienda que
velaban por la tesorería y libraban los pagos. Cuando Roma era sólo
una modesta alcaldía eran dos, pero en la época de César el Estado
había crecido tanto que ya eran cuarenta. Ediles: eran concejales
municipales. Solían ser cuatro.
Pretores: eran altos funcionarios del ministerio de Justicia y del de
Interior. Ocupaban el lugar de los cónsules cuando éstos se
ausentaban de la ciudad. En la época de César eran ya dieciséis.
Cónsules (palabra que significa asociados): eran, como queda dicho,
los presidentes de gobierno con poderes casi absolutos. Presidían el
Senado y los comicios y capitaneaban el ejército. Como eran dos y
sus decisiones debían ser colegiadas, muy a menudo estaban
§. Corrupción y soborno
La expansión de Roma y su adquisición de un extenso imperio
colonial enriqueció a la aristocracia hasta extremos inimaginables.
El soborno y la corrupción estaban a la orden del día. Los
gobernadores amasaban grandes fortunas explotando los recursos
de los territorios conquistados, a menudo más en provecho propio
que en el del procomún, y luego adquirían latifundios en Italia, se
construían lujosas fincas de recreo y vivían de las rentas. En Roma
imperaba el capitalismo más feroz basado en la explotación de los
Capítulo 2
La guerra de Sertorio
Contenido:
§. La Renovación Militar
§. Mitrídates ataca Roma
§. César en Roma
§. La Renovación Militar
En el capítulo anterior vimos que, en sus remotos orígenes, Roma
estuvo habitada por tres tribus (latinos, etruscos y sabinos). Una
tribu constaba de diez curias o barrios, cada uno de los cuales
aportaba a la defensa de la ciudad cien soldados de infantería
(centuria) y diez de caballería (decuria). El total, treinta centurias y
treinta decurias, hacía la legión, es decir, el ejército de Roma. En su
origen este ejército romano sólo alistaba a los ciudadanos censados,
****
§. César en Roma
Al regreso de César, el panorama que ofrecía la política romana era
bastante confuso. Las reformas de Sila comenzaban a zozobrar. Los
nuevos cónsules, Catulo y Emilio Lépido, se detestaban. Catulo
pertenecía al grupo optimate y tenía fama de íntegro. Por el contrario
Lépido, aunque de origen patricio, era un trepador nato, fiel sólo al
dinero y habituado a cambiar de chaqueta según soplaran los
vientos.
Las diferencias no tardaron en aflorar. En el entierro de Sila surgió
la primera chispa. Lo presidieron con la solemnidad y concierto que
la ocasión demandaba, pero al despedirse intercambiaron insultos
en privado.
Desaparecido el dictador, soplaban vientos del pueblo. Lépido
presentó una ley frumentaria que aseguraba un subsidio de un saco
de trigo al mes a cada ciudadano que lo solicitase. Con esta
demagógica medida pretendía obtener el apoyo de la masa indolente
que abarrotaba Roma. Los senadores se llevaron las manos a la
cabeza. La ciudad era rica pero no tanto como para mantener
Capítulo 3
La guerra de Sertorio
Contenido:
§. César, rehén de los piratas
§. La guerra contra Ponto
§. La guerra de Espartaco
§. César en Hispania
****
noche Lúculo come con Lúculo. Para uno solo». En 1937 Julio
Camba recordó al personaje en el título de su precioso ensayo La
casa de Lúculo o el arte del bien comer.
Nuestro cuarto hombre es Lucio Licinio Craso (115-53), el hombre
más rico de Roma, el prototipo de todos los ricos que hacen fortuna
rápidamente con lo que en nuestros pecadores días se denomina el
pelotazo. La fortuna de Craso procedía de las confiscaciones que
Sila practicó en los populares y de otras fuentes no menos turbias.
Era el casero de media Roma: cuando se declaraba un incendio en
la ciudad (llena de edificios altos, como colmenas, deficientemente
construidos de madera y barro) apostaba en sus proximidades a su
retén de bomberos particular y se ponía en contacto con los dueños
del inmueble en llamas y los de los paredaños igualmente
amenazados, para comprárselos a precio de saldo. Cerrado el trato
ordenaba a sus bomberos que sofocaran el fuego y entraba en
posesión de magníficas viviendas que los angustiados propietarios
se habían visto obligados a vender por una miseria. Políticamente
procedía del campo optimate, sus parientes habían perecido durante
la represión de Mario, y él había sido lugarteniente de Sila. En
tiempos de César la decencia había desaparecido de Roma. Los
ciudadanos vendían sus votos al mejor postor y los políticos
aspiraban a llenarse los bolsillos lo más rápidamente posible. Entre
todos ellos había un hombre ferozmente honrado que destacaba
como mosca en la leche en medio de la podredumbre: Marco Porcio
Catón, llamado Catón de Útica, nuestro quinto hombre (95-46). Era
biznieto del famoso Catón el Censor y vivió mediatizado por la
§. La guerra de Espartaco
Mientras Pompeyo guerreaba en Hispania contra Sertorio, en Italia
habían surgido otros problemas. En la región de la Campania se
amotinó un grupo de sesenta gladiadores a los que rápidamente se
unieron muchos bandidos y esclavos fugitivos hasta constituir un
verdadero ejército. El cabecilla de la rebelión era un tracio llamado
Espartaco.
La rebelión de Espartaco logró poner en pie de guerra a unos
noventa mil hombres que durante dieciocho meses devastaron
§. César en Hispania
Capítulo 4
La conjuración de Catilina
diosa madre, en abril, que duraba una semana y venía a ser unas
fiestas de primavera, y la fiesta de Júpiter Capitolino, el dios
máximo, en setiembre, que se prolongaban durante una quincena. A
primera vista parecen muchos días de fiesta, pero téngase en cuenta
que los romanos no tenían Navidad ni Semana Santa.
Aquel cargo de concejal de festejos suministraba una excelente
ocasión de ampliar las fiestas. César organizó también unos juegos
funerarios (ancestral costumbre romana) en memoria de su padre.
La ocasión estaba un poco cogida por los pelos porque hacía quince
años de la muerte del prócer y ya nadie se acordaba de él. Era,
lógicamente, un mero pretexto para sobornar a la plebe, es decir, a
los votantes, con espectáculos gratuitos. César reunió nada menos
que trescientas veinte parejas de gladiadores, una cantidad
exorbitante y, por cierto, contraria a la ley. El Senado se alarmó
cuando conoció la cifra. ¿No será una estratagema? ¿No estaremos
todos en peligro? ¿No azuzará contra nosotros a esa gente terrible?
«Este César ya no mina a la República —comentó el senador
Catulo—: ahora la demuele directamente a golpes de ariete».
De este modo el joven César amplió el espacioso lugar que tiempo
atrás había ganado en el corazón de muchos romanos cuando,
desafiando las prohibiciones silanas, repuso en el Capitolio la
estatua de su tío Mario.
El partido de los optimates temía que sus adversarios políticos se
perpetuaran en el poder si se hacían con las riendas del Estado.
Para evitarlo recurrieron a una cirugía radical y sin embargo legal:
echando mano de todos los recursos que la ley ponía a su alcance,
Capítulo 5
Pompeyo regresa de oriente
Contenido:
§. César en España
§. El primer triunvirato
lupa, para desautorizarlos, los tratados que había suscrito con los
reyezuelos de Oriente. Además, le negaba la tierra que pedía para
sus veteranos. Cicerón puso la guinda declarándolo hominem dis
ac nobilitati perinvisum, es decir, «hombre aborrecido por el cielo
y por la nobleza».
Evidentemente se había precipitado al licenciar a sus tropas. Ahora
sólo le quedaba tener paciencia y ganarse amigos entre los
optimates. Nada mejor que emparentar con uno de los más
prestigiosos. Pompeyo pensó en casarse con una hija, una hermana
o una sobrina de Catón. Sería una boda doble: él y su hijo mayor
con las dos mujeres de la familia de Catón que el adusto senador
eligiera.
Catón, la viva conciencia de la ley, el insobornable, no sólo rechazó
el proyecto sino que montó en cólera: adivinaba que el pretendiente
quería comprarlo para tenerlo de su lado.
Para colmo, Pompeyo ni siquiera podía sacar partido de su
popularidad entre la gente común. Antes de un año no se podía
presentar a las elecciones, pues aún no se cumplían los diez de su
consulado. Se resignó, por lo tanto, a promocionar a uno de sus
más fieles seguidores, L. Afranio, y le consiguió el consulado, pero el
otro consulado fue para su enemigo Metelo Celer, así que su
influencia quedaba equilibrada. No obstante le hicieron una
procesión triunfal en la que pudo lucir una fastuosa clámide
encontrada entre los tesoros de Mitrídates. Se decía que había sido
tejida para Alejandro Magno, pero lo más probable es que sólo fuera
una leyenda. Eran ya los tiempos en que comenzaban a circular por
§. César en España
Así que César regresaba a España, esta vez cómo propretor. En
aquel extremo de Occidente encontró ancho campo para adquirir su
dimensión histórica, pues no sólo demostró sus magníficas dotes de
administrador sino también su genio militar. Llegaba el joven
funcionario dispuesto a labrarse una sólida fortuna y una firme
reputación que a su regreso a Roma lo catapultaran al consulado.
El procedimiento más directo para ganar popularidad era hacerse
acreedor de un triunfo y regresar como general victorioso. Incluso
algunos historiadores sospechan que la expansión del imperio por
toda la faz de la tierra fue consecuencia de la avidez de los
vanidosos romanos por esas procesiones triunfales.
El triunfo se ganaba solamente en la guerra. ¿Dónde encontraría
César su guerra? No tuvo que devanarse los sesos: en las tierras
lusitanas, nominalmente adscritas a su jurisdicción, existían
algunas tribus rebeldes que lejos de acatar la autoridad de Roma, se
§. El primer triunvirato
La candidatura de César fue debidamente admitida con todas las
reservas de los optimates. En España, César había demostrado ser
un magnífico general y un inteligente administrador. En Roma,
ahora, reveló sus excepcionales cualidades como estadista.
César lo tenía todo muy meditado. En sus días de forzada estancia
en la Villa Pública había mantenido conversaciones con Craso y
Pompeyo y se había esforzado en amistarlos, aunque sólo fuera
temporalmente, para formar un frente común contra el Senado. A
falta de términos más positivos sobre los que establecer la
colaboración de aquellos dos enconados enemigos, logró por lo
menos un compromiso de no emprender ninguna acción que
desaprobara el otro.
Fue solamente un acuerdo privado entre tres ambiciosos, pero los
historiadores han dado en denominarlo, indebidamente, primer
triunvirato; los historiadores romanos, con más claro juicio, lo
denominaron conspiratio continua (Tito Livio) y potentiae
Capítulo 6
La guerra de las Galias
Contenido:
§. La legión romana
§. Contra los germanos
§. La campaña véneta
§. Puente sobre aguas turbulentas
§. La muerte de Craso
§. La rebelión de Vercingetórix
§. La legión romana
Acabamos de asistir al primer episodio de la guerra de las Galias.
Quizá sea éste el momento de explicar el secreto de las
sorprendentes victorias romanas en su conquista del mundo,
luchando muy a menudo contra fuerzas superiores en número y no
inferiores en valor y acometividad. El predominio romano,
mantenido durante siglos, se debió principalmente a su superior
táctica y entrenamiento, a su disciplina y al inteligente diseño de
sus armas. También se debió al dominio de un concepto logístico
sorprendentemente moderno: la movilidad, la capacidad de
§. La campaña véneta
En el verano del 56 los ejércitos de César, reforzados por la ayuda
material de sus cada vez más numerosos aliados indígenas, se
multiplicaron por la vasta extensión de las Galias sometiendo
muchas tribus hostiles cuyos nombres resuenan extrañamente
salvajes: eburones, sexovis, únelos, vocates, tarusates…
César había mostrado a los galos quién era el nuevo amo de
aquellos territorios. Las embajadas de las tribus indígenas se
sucedían frente a su tienda. Todos rivalizaban por servirlo, le
enviaban presentes y le entregaban rehenes.
No todos eran sinceros, claro. Algunos sólo intentaban ganar tiempo
para preparar la guerra. Al año siguiente, un grupo de vénetos, una
tribu asentada al sur de la Bretaña francesa y aliada a otras tribus
vecinas, se atrevieron a secuestrar a un grupo de romanos que
****
§. La muerte de Craso
La entente entre César y Pompeyo se mantenía gracias a los buenos
oficios interpuestos por el tercer socio, Craso, y por Julia, la hija de
César casada con Pompeyo. Pero estos dos personajes
desaparecieron en los dos años siguientes. Julia murió de
sobreparto en el 54 y a Craso lo mataron los partos al año siguiente,
después de la desastrosa batalla de Carres.
Llegados a este punto, será mejor que prestemos atención a estos
partos. Entre el mar Caspio y Persia, en el territorio que hoy ocupa
la provincia iraní de Jurasan, se estableció, hacia el año 247, la
tribu escita de los paraos o partos. Los escitas eran jinetes de origen
§. La rebelión de Vercingetórix
rebelión, entre ellos a los aedos, que César consideraba sus fieles
aliados.
En vista del cariz que tomaban los acontecimientos, el romano
levantó el asedio y se alejó. Quería aprovechar la euforia de
Vercingetórix para atraérselo a un terreno más favorable.
Siguieron meses de incertidumbre. Los rebeldes continuaban
atacando guarniciones y colonias en los límites de la provincia
romana. César defendía el territorio incluso empleando
destacamentos de mercenarios germanos reclutados al otro lado del
Rin. El romano era predominantemente un soldado de infantería,
pero César empleaba la caballería germana para proteger sus
flancos y perseguir al enemigo en derrota. La caballería germana era
extraordinariamente móvil. Sus jinetes no usaban sillas y a menudo
transportaban a un infante a la grupa, lo que otorgaba gran
movilidad a su infantería. En las largas marchas el infante
caminaba detrás, agarrado a la cola del caballo, para que el animal
no se cansara excesivamente.
Finalmente Vercingetórix se vio obligado a ceder terreno y replegarse
con sus ochenta mil guerreros hacia el territorio de los aedos. Allí se
hizo fuerte en Alesia, un poblado situado en la cumbre de un cerro
cuyos escarpes cortados a pico le parecieron fáciles de defender. En
realidad la posición era una verdadera ratonera, pues estaba
rodeada por un anfiteatro de alturas superiores, pero al jefe galo le
pareció el emplazamiento ideal quizá porque en aquella altura
tenían los galos uno de sus santuarios más importantes y todavía
confiaba en la protección divina.
Capítulo 7
El paso del Rubicón
Contenido:
§. En España
§. César regresa a Italia
§. Batalla de Farsalia
más sensato poner tierra por medio, por si acaso. El recuerdo de las
sangrientas represiones de Mario y Sila estaba todavía fresco en la
memoria de la ciudad.
Los fugitivos, como rebaño en busca de pastor, siguieron a Pompeyo
y se trasladaron con él a Grecia. Allí se sintieron relativamente a
salvo: César no disponía de barcos.
César se adueñó de toda Italia en un paseo militar que duró tres
meses. Entró en Roma el 16 de marzo, dejando respetuosamente a
sus tropas fuera del pomeranium. Aunque era el amo virtual de la
ciudad, no tenía inconveniente en respetar las añejas leyes
republicanas siempre que no estorbaran a sus intereses. Por eso,
cuando el tribuno de la plebe L. Metelo le interpuso su veto para
evitar que confiscara el tesoro de la ciudad, guardado en los sótanos
del templo de Neptuno, se le quedó mirando fijamente y le dijo: «Me
resulta más fácil hacerte degollar que advertirte de que puedo
hacerte degollar». L. Metelo comprendió que hablaba en serio y
retiró el veto. César necesitaba aquel tesoro para sufragar los
cuantiosos gastos de la guerra que se avecinaba.
Después de esto, el general sólo permaneció en Roma por espacio de
una semana, durante la cual dictó oportunas y populares medidas
sobre el gobierno y el aprovisionamiento de la urbe, y dejándola bien
guardada prosiguió su triunfal campaña.
Italia pertenecía a César, pero el Senado disponía de tres ejércitos
en Albania, Sicilia y España, mandados respectivamente por
Pompeyo, Catón y Afranio. ¿Por cuál empezar? Decidió comenzar
por España, territorio proconsular de Pompeyo.
§. En España
César se dirigió a España por tierra, pero al llegar a Arles tuvo que
detenerse y construir doce naves para bloquear Marsella, que se
había rebelado y obedecía a un gobernador pompeyano.
Pompeyo contaba con muchos partidarios en España, especialmente
en la Citerior, donde, como quedó dicho en su momento, había
ganado la amistad de muchos caudillos indígenas durante su
campaña contra Sertorio. Un general pompeyano, Afranio, se había
establecido en la Citerior con tres legiones; otros dos oficiales,
Petreyo y Varrón, mantenían dos legiones cada uno a ambos lados
del Guadiana. En total siete legiones que sumaban unos setenta mil
hombres, de los que quizá un tercio eran españoles.
Además Pompeyo había enviado a España a otro oficial, Vibulio
Rufo, con instrucciones de cortar el paso de su oponente en los
Pirineos, pero César, adelantándosele, apresuró la marcha de las
tres legiones que había dejado acantonadas en Narbona y las hizo
cruzar los Pirineos antes que las tropas pompeyanas pudieran
interceptarlas. Siempre se adelantaba a los movimientos de su
enemigo: ése era uno de los secretos de sus éxitos. Mientras tanto
Petreyo unió sus dos legiones a las de Afranio.
Las tropas de César estaban ya en España. Los generales
pompeyanos pensaron en establecer una segunda línea en el Ebro,
pero cometieron la torpeza de concentrar sus efectivos en Ilerda
(Lérida), donde no pintaban nada.
§. Batalla de Farsalia
El 27 de junio del 48 los ejércitos de César y Pompeyo situaron sus
respectivos campamentos a unos cuatro kilómetros de distancia el
uno del otro, junto a la orilla del río Enipeo, no lejos de Farsalia.
Según la práctica militar romana, aquella noche circuló el santo y
seña para el día siguiente. En el campo pompeyano «Hercules
invictas»; en el de César, «Venus Victrix» (César se ponía bajo la
protección de la diosa familiar protectora de los Julios).
Cuando amaneció, los ejércitos se armaron y avanzaron pegados al
río hasta un punto equidistante de los dos campamentos. Cuando
estuvieron a sólo unos centenares de metros de distancia, se
detuvieron y formaron las líneas. Pompeyo disponía de doce legiones
de heterogénea procedencia, entre ellas siete cohortes de españoles.
En total unos cincuenta mil infantes y siete mil jinetes. César, por
su parte, tenía nueve legiones, unos veintitrés mil infantes y mil
jinetes galos y germanos. El ala derecha de Pompeyo, formada por
hispanos y orientales, se apoyaría en el río. Por este lado la
movilidad de las tropas iba a ser mínima. En el cuerpo central
colocó a las legiones sirias e italianas, y a su izquierda, en la zona
tenía motivos para sospechar que Bruto fuera hijo suyo, pues
Servilia, madre del chico y hermanastra de Catón, era su amante
cuando engendró al muchacho.
Pompeyo no se sintió seguro ni siquiera en su campamento
fortificado. Al día siguiente prosiguió su huida, acompañado por su
estado mayor, hacia una playa próxima donde lo esperaba una
nave, con la que se trasladó a Anfípolis y después a Mitilene, donde
lo aguardaban su esposa Cornelia y su hijo Sexto. Juntos
prosiguieron viaje a lo largo de la costa asiática rumbo a Egipto,
donde Pompeyo creía contar con buenos amigos, de los que no
fallan en la adversidad.
Capítulo 8
Fascinante Cleopatra
Contenido:
§. Cleopatra sucede a César
§. Alejandría, la ciudad
ella misma, por sus logros y por su valor», como la llama el obispo
Juan de Nikiu.
Regresemos ahora a la fascinante egipcia que sale de la alfombra
ante los asombrados ojos de César. ¿Qué hay de cierto en el
episodio de la alfombra? Probablemente nada. Seguramente fue
inventado por los romanos para demostrar que Cleopatra no
vacilaba en prostituirse para lograr sus ambiciosos objetivos. Parece
más lógico pensar que César convocara a los dos hermanos
enfrentados para reconciliarlos y de paso presentarles factura por la
deuda paterna. En cualquier caso sus gestiones no obtuvieron el
resultado apetecido. Incluso podría ser cierto que Tolomeo, al saber
que el romano pretendía que volviera a compartir el trono con su
hermana, incurriera en una rabieta de niño mal criado y se
arrancara la corona de la cabeza.
El ministro Potino, abrumado por las pretensiones de César, decidió
eliminarlo. Para ello hizo regresar a Aquilas con el ejército de
Pelusio. César se alarmó. Con los cuatro mil legionarios de que
disponía difícilmente podría hacer frente a los veinte mil infantes y
dos mil jinetes del ejército egipcio, a los que sin duda se sumaría
una multitud de milicianos civiles, porque los alejandrinos, en torno
al millón, le eran mayoritariamente hostiles. No obstante, como el
experto jugador que sabe ir de farol, prosiguió la partida sin
descomponer el gesto y envió un legado para conminar a Aquilas a
detener su avance. Aquilas decapitó al mensajero en el acto. La
máscara de untuosa diplomacia oriental había caído dejando al
descubierto el rostro cruel y oportunista de la camarilla egipcia.
§. Alejandría, la ciudad
Alejandría, la urbe fundada por Alejandro Magno en la
desembocadura del Nilo, era, sin lugar a dudas, la ciudad más
hermosa y cosmopolita del mundo con su población cercana al
millón de habitantes de heterogéneo origen: egipcios, griegos,
persas, armenios, judíos, sirios, nubios y árabes. Era una ciudad de
anchas calles empedradas y rectas, de suntuosos palacios, de
hermosos templos y edificios públicos, de bien trazados barrios con
casitas familiares de estilo griego o bloques de vecinos de varias
plantas. Sus puertos eran frecuentados por barcos del Nilo con
cargas de trigo y papiro. Frente a la costa estaba la isla de Faros,
con la famosa torre de señales que ha dado nombre a los faros en
español y otros idiomas. El faro, una de las siete maravillas del
mundo, tenía más de ciento veinte metros de altura. Una estatua
situada en lo alto giraba durante el día para señalar la trayectoria
del sol; otra apuntaba la dirección del viento; una tercera anunciaba
las horas y una cuarta daba la alarma si aparecía alguna flota
enemiga. Lástima que no haya quedado nada de todo ello. La torre
fue destruida por un terremoto y los mamelucos acabaron de
la antigüedad, entre ellos los egipcios y los romanos, creían que los
mortales pueden participar de los atributos divinos por nacimiento o
por méritos. Ello explica que los reyes de Egipto fuesen
descendientes de los dioses y que algunos romanos se consideraran
también de estirpe divina. César estaba convencido de que su
familia descendía de Afrodita. Tiempo atrás, en Éfeso, había sido
titulado «descendiente de Ares y Afrodita, Dios encarnado y Salvador
de la Humanidad».
En cierto modo esta creencia de que un mortal puede participar de
los poderes de los dioses se ha transmitido al cristianismo, por eso
se rinde culto a santos que fueron simples mortales pero de los que
se supone que pueden hacer milagros y obrar prodigios después de
muertos, es decir, que tienen poderes divinos. Y ése es también el
origen divino de las monarquías: la designación, por el propio Dios,
de una familia, transmitida por la sangre, para regir graciosamente
un país. Esta irracionalidad es la que justifica que teman
emparentar con plebeyos y el empecinamiento en los matrimonios
consanguíneos, con los desastrosos resultados que nos enseña la
historia.
Aceptemos que César y Cleopatra vivieron un idilio, e incluso se
embarcaron en un crucero de placer Nilo arriba, entre nubes de
feroces mosquitos, como cualquier pareja moderna de recién
casados, para conocer las maravillas del país de los faraones. Quizá
no exactamente como cualquier pareja de turistas modernos: el
equipaje de César y Cleopatra necesitaba, si concedemos crédito al
historiador Apiano, unos cuatrocientos barcos de apoyo. Algunos
Capítulo 9
¡África, te abrazo!
Contenido:
§. El triunfo de César
§. De nuevo en España
§. El asedio de Ulía
§. La batalla decisiva
§. El plátano de César
§. El calendario juliano
§. El triunfo de César
El Senado había votado cuarenta días de fiesta por las victorias de
César. Había que celebrar los cuatro triunfos a que tenía derecho.
El triunfo era el desfile apoteósico de un general victorioso por la Via
Sacra romana. Era, a un tiempo, desfile de la victoria y acto
religioso de acción de gracias ante Júpiter Capitalino por haber
favorecido a Roma en la batalla. Condición indispensable para la
celebración del triunfo era que el general agasajado hubiese
resultado vencedor en una guerra justa (bellum iustum) en cuya
batalla más importante hubieran perecido un mínimo de cinco mil
enemigos. La cifra de bajas enemigas en las cuatro guerras que
§. De nuevo en España
Pompeyo el Grande había muerto, pero quedaban sus hijos Cneo, de
treinta y un años de edad, y Sexto, de veintidós, y quedaban
muchos optimates en el exilio empeñados en mantener encendida la
llama de la guerra.
En Hispania, un número respetable de reyezuelos indígenas
reverenciaban la memoria de Pompeyo. Recordará el lector que el
general se había ganado el eterno agradecimiento de aquellas gentes
veinticinco años atrás, cuando tuvo el gesto magnánimo de
perdonarles la vida y les concedió la libertad en lugar de
decapitarlos o esclavizarlos por haber ayudado al rebelde Sertorio.
Así que Hispania militaba en el bando pompeyano. El caso es que
César, en su primera campaña peninsular, casi logró equilibrar la
balanza cuando derrotó a los pompeyanos en Ilerda (Lérida), lo que
le concitó las adhesiones inquebrantables que suelen acompañar al
vencedor, pero desde entonces el partido cesariano había perdido
mucha popularidad debido a la rapacidad de sus representantes.
§. El asedio de Ulía
Ulía llevaba dos meses cercado y sus defensores estaban a punto de
sucumbir. Bajo la iglesia parroquial existen todavía los restos de un
silo de época romana que ahora alberga el museo local. Entre
aquellos vetustos muros uno imagina las angustias del oficial de
suministros con el trigo tasado, el suelo casi barrido y los refuerzos
de César que no llegan. Pero llegaron: César amagó un ataque a
Córdoba para aliviar el cerco y Ulía recibió el esperado auxilio. Lucio
Junio Pacieco, uno de los oficiales de César, se las ingenió para
averiguar el santo y seña que los pompeyanos usarían cierta noche,
la palabra Pietas, y, declarándola donde fue menester, aprovechó
§. La batalla decisiva
En tiempos de César el peso principal de la batalla recaía en la
infantería, pero muy a menudo, desde que Aníbal lo enseñó
admirablemente en Cannas, los movimientos tácticos más decisivos
corrían a cargo de la caballería. En Munda, César supo sacar
excelente partido de su caballería, más numerosa que la del
adversario.
César, desplegadas sus tropas, colocada su Décima Legión en el ala
derecha y la masa de la caballería y tropas auxiliares en la
izquierda, avanzó hacia el centro de la llanura. Una vez allí se
detuvo, como invitando a Pompeyo a que hiciera el siguiente
movimiento. Pompeyo entendió el mensaje, pero permaneció
inmóvil. Obró exactamente como su padre en Farsalia, aunque
probablemente por distinto motivo: no quería perder su ventajosa
posición a un nivel superior, con la retaguardia protegida por los
muros de la ciudad, en la que sus hombres podrían refugiarse si las
cosas venían mal dadas. En vista de ello, César avanzó
provocadoramente hasta un arroyo cercano. En ello estaba cuando
Pompeyo lanzó su primer ataque.
La Décima Legión de César era un enemigo formidable. Trabado el
combate, Pompeyo decidió reforzar su línea izquierda con una legión
sacada de su derecha, aún a riesgo de debilitar este sector. Quizá
confiaba en que se sostendría a pesar de todo, puesto que estaba
§. El plátano de César
César, después de su victoria, atacó Córdoba. En ausencia de Sexto
Pompeyo era Escápula el jefe de los pompeyanos. Este antiguo
esclavo, viéndolo todo perdido, decidió morir con entereza romana.
Tomó un baño, se perfumó, cenó opíparamente, repartió joyas y
preseas entre sus amigos y los criados de la casa y se hizo decapitar
por un esclavo de confianza.
No fue el humo de la pira funeraria de Escápula el único que
ennegreció los cielos de Córdoba en vísperas de la entrada de César.
La ciudad fue presa del pánico, cundieron la anarquía y el
desorden. Los partidarios de someterse a César se enfrentaban con
§. El calendario juliano
César era un hombre ecléctico que aspiraba a modernizar Roma y
tomaba buena nota de los adelantos científicos que encontraba en
otros países del imperio, principalmente en Grecia y Egipto. La más
célebre y duradera reforma de César fue la del calendario, que sigue
actualmente en vigor en casi todos los países del mundo. El
calendario que César impuso en Roma fue ideado por el matemático
alejandrino Sosígenes, que a su vez se basó en los cálculos de
Calipo de Sísico, un científico griego del siglo IV a. de C. que había
cifrado el año natural en 365 días y cuarto.
El primitivo calendario romano sólo tenía en cuenta el año agrícola
comprendido entre los equinoccios de primavera. El invierno ni se
contaba. Este curioso año tenía diez meses que sumaban 305 días.
Capítulo 10
Los idus de marzo del 44
Contenido:
§. Una muerte anunciada
pico una ramita de laurel fue atacado y muerto por otras aves en la
sala de Pompeyo, en el Campo de Marte, sede oficiosa del Senado.
El catorce de marzo César cenó en la casa de su amigo Lépido. En la
sobrecena la conversación recayó sobre el tránsito a la otra vida, y
el anfitrión preguntó a César qué clase de muerte prefería. Nuestro
hombre, que en su dilatada vida militar había presenciado muchas
agonías laboriosas, no lo dudó un instante: «La más rápida». Aquella
noche el viento sopló sobre Roma con tal fuerza que las puertas y
ventanas de la casa de César se abrieron con estrépito y en el
templo de Marte, del que César era sumo sacerdote, la coraza
ceremonial del dios se desprendió del muro y se estrelló con
estrépito sobre las losas. César durmió mal, sufrió pesadillas y soñó
que volaba hasta la morada de Júpiter. Calpurnia, por su parte,
soñó que la casa se hundía y que su esposo moría en sus brazos.
Cuando amaneció, César se sintió indispuesto y casi había decidido
permanecer en casa y aplazar su visita al Senado cuando el traidor
Bruto llegó para acompañarlo y le hizo ver la conveniencia de
comparecer aquel preciso día pues los senadores lo aguardaban
para aclamarlo rey de Oriente. César accedió. Por el camino, un
anónimo ciudadano se le acercó y le entregó un memorial que
resultó ser la denuncia de la conjura para asesinarlo, con una lista
que incluía los nombres de cincuenta senadores implicados. Pero
César aplazó su lectura y el memorial, con el sello intacto, se
encontraría en la mano izquierda del cadáver.
El arúspice Spurinna había advertido a César, unos días antes, que
se guardase de los idus de marzo. Los romanos no conocían todavía
Senado sin escolta? ¿No sería una trampa para atrapar a todos los
conjurados y degollarlos allí mismo? Pero las cosas estaban tan
adelantadas que ya no se podía dar marcha atrás, así que hicieron
de tripas corazón y disimularon. Luego resultó que lo que la gente
sabía era que Casio aspiraba al cargo de edil o magistrado.
Cuando César entró en el Senado los conjurados lo rodearon como
tenían previsto, y uno de ellos, Tulio Cimber, le cerró el paso para
pedirle clemencia para un hermano suyo que estaba desterrado.
César, molesto, denegó la petición. Entonces Tulio se atrevió a
retenerlo por la toga como si quisiera insistir. Ésa era la señal para
que los conjurados sacasen las dagas que llevaban ocultas y lo
apuñalasen. César, sorprendido por el atrevimiento de Tulio Cimber,
le advirtió: «Esto es un acto de violencia».
En aquel momento recibió la primera puñalada, asestada por Casio
en la espalda. El asesino estaba tan nervioso que el puñal se le
escapó de la mano y cayó al suelo. El herido se volvió y agarró la
mano homicida: « ¿Qué haces, maldito?». Entonces recibió la
segunda puñalada, ésta en el costado, propinada por otro Casio, y
la tercera, de Décimo Bruto, en la ijada. Cuando vieron brotar la
sangre, los indecisos cobraron valor, se apiñaron en torno al herido,
estorbándose unos a otros, y lo cosieron a puñaladas. Marco Bruto
recibió un corte en la mano. Estaban tan nerviosos que se herían
accidentalmente entre ellos.
La tradición asegura que cuando César vio a Bruto con el puñal en
la mano, quedó tan dolorosamente sorprendido que renunció a
defenderse y solamente lo increpó: «Et tu, Brute?». «Bruto, ¿tú
Capítulo 11
Después de César
recibían sus cargos por vía de Caronte, el barquero que lleva las
almas al otro mundo, quien, según todos los indicios, parecía
haberse convertido en correo de César para traer sus disposiciones
a la orilla de los vivos.
Todo esto terminó al mes siguiente, cuando Octavio se presentó a
reclamar su herencia. ¿Quién era aquel Octavio heredero de César?
Pocos romanos habían oído hablar de él. Era un jovenzuelo de
diecinueve años, enteco y algo enfermizo, que había vivido casi toda
su vida en Apolonia, Iliria. César, además de su herencia material,
había dejado una herencia política que no figuraba en el
testamento. ¿Qué haría Octavio con esta herencia? ¿Se atrevería a
asumirla o se contentaría con hacerse cargo de la fortuna, dejando
el resto en manos de Marco Antonio y los otros prohombres del
partido de César?
Marco Antonio recibió amablemente a Octavio, pero eran caracteres
tan opuestos y sus intereses respectivos eran tan irreconciliables
que a poco chocaron. A Octavio lo irritaba la actitud paternalista de
Marco Antonio, y a Marco Antonio lo irritaba la altivez del recién
llegado.
El desmedrado jovenzuelo se reveló un hombre de estado dotado de
fina inteligencia… Octavio se comportaba como si Roma fuera ya
una monarquía hereditaria. Tenía instinto político el condenado.
Sabía atraerse al pueblo con pan y circo y sabía explotar tanto las
cualidades de sus colaboradores como las flaquezas de sus
adversarios. Podía enajenarse algunas voluntades al ocupar con el
mayor descaro el trono dorado de César en los juegos públicos, pero
Epílogo
Bibliografía
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