Teología de La Revelación
Teología de La Revelación
Teología de La Revelación
TRATADO I
YO CREO EN EL DIOS QUE SE REVELA
I.- YO CREO
1.- Los datos de la Sagrada Escritura
2.- Fe en el hombre y fe en Dios
3.- Características de la fe
3.1.- certeza y libertad de la fe
3.2.- La oscuridad de la fe
3.3.- La fe como acto eclesial
Tratado I
YO CREO EN EL DIOS QUE SE REVELA
transmitida a través de los siglos por la Iglesia. A este dato externo se le une la actual e interna
del Espíritu, que abre el corazón del hombre para que acepte esa Palabra (Hch 16, 14).
I.- YO CREO
He aquí la definición de fe que da el CEC: «La fe es la respuesta del hombre a Dios
que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz sobrenatural al hombre que
busca el sentido último de su vida» (n. 26). En esa respuesta, ocupa un lugar preeminente la
actitud de libre obediencia por parte del hombre, es decir, la escucha obediente de la Palabra,
el someterse libremente a la Palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios,
la Verdad misma. La respuesta de la fe solo es posible porque Dios se adelanta al hombre y
hace resplandecer en él la luz de la verdad, porque le hace ver y le ilumina los ojos del
corazón. La fe en el corazón del hombre debe ser entendida siempre como obra del Padre
celestial (Mt 16, 17) o como don de Cristo (Hb 12, 2) o como efecto de la acción del Espíritu
Santo en su corazón (Jn 14, 26).
Rechazan la fe aquellos que niegan al lenguaje religioso en general la capacidad de
significar algo real. El criterio decisivo para saber qué significa un lenguaje -dicen- es su
verificación. Si no puede controlarse empíricamente lo que una proposición afirma o niega,
entonces hay que concluir su falta de significatividad. Una nueva postura negativa con
relación a la fe proviene del campo de la praxis: la fe es una ideología sin eficacia práctica;
es una alienación, una ideología, es decir, un sistema de afirmaciones y usos elaborados no
en relación con la realidad verdadera, sino para justificar y consolidar una situación social,
concretamente la sociedad feudal y clasista. Para Freud freudianos, la fe es una neurosis
colectiva, que se acabaría por ella misma a medida que con el desarrollo y el equilibrio
cultural consiga el hombre liberarse de las fuerzas traumatizantes de la cultura actual. ¿Cómo
responder estos retos? Proponiendo con claridad la verdad de nuestra fe…
La promesa de Dios y la fe de Abraham, que acepta salir de su tierra, son los dos
aspectos que fundamentaron la alianza, la cual implica una comunión de vida (Gn 15, 18).
La fe de Abraham se manifiesta también en su confianza en Dios, que le prometió el
nacimiento de su hijo Isaac (Gn 18, 14), siendo él mayor de edad y su mujer -Sara- estéril.
Dios aparece así como la fuente de vida. La narración del sacrificio de su hijo Isaac intenta
poner de relieve la firmeza de la fe de Abraham, su confianza plena en la palabra de Dios
(Gn 22). La carta a los Hebreos subraya estos tres momentos de la vida de Abraham (Hb 111,
7-12.17-19). Por su firmeza y abandono en Dios, Abraham viene a ser «el padre de los
creyentes» (Rm 4, 11. 18).
En el libro del Éxodo -capítulos 4 y 14-, el autor describe por vez primera la fe y la
incredulidad del pueblo de Israel. Con presencia del mediador Moisés, el pueblo aprende a
caminar unido y el acto de fe personal se inserta en el nosotros del pueblo. Por causa de las
dificultades que surgieron durante la larga marcha a través del desierto, los israelitas
rechazaron bastantes veces «ceer a Yahvé» (Nm 14, 11). Este rechazo se describe como
negación de las intervenciones de Dios, desconfianza en su palabra y rebelión contra el
mandato divino. La incredulidad muestra así por contraposición la dimensión de la fe. Ante
la incredulidad de Acaz -rey de Judá-, Isaías condensa en una fórmula, plena de significado,
todo el sentido de la fe: «Si no creéis en mí, no seréis firmes», o también: «Si no creéis en
mí, no subsistiréis» (Is 7, 9), es decir, no permaneceréis, porque para Isaías creer y ser son la
misma cosa. Solamente apoyándose en la palabra de Yahvé, el rey y su pueblo serán salvos.
En varias ocasiones la Biblia recoge el credo (o símbolo) que los israelitas recitaban, y que
es una narración de los hechos de Yahvé a favor de su pueblo. De este modo la luz de la fe
se vincula a la crónica concreta de la vida, al recuerdo agradecido de los beneficios de Dios
y al cumplimiento progresivo de sus promesas. La fe de Israel incluye inseparablemente
unidos: la confianza en Dios, la sumisión a sus mandatos y el conocimiento-confesión de su
Persona y de sus obras. Por último, como respuesta al Dios de la alianza, la fe incluye la
comunión de vida con Yahvé.
eso, podemos decir que creer es un acto del entendimiento del hombre que asiente la verdad
divina por medio de la voluntad, a la que Dios mueve mediante la gracia.
La fe en el Dios revelado, la fe en Cristo, como acto del entendimiento humano,
adquiere un sentido absolutamente único, porque el tú en quien creo es Dios, el fundamento
de toda verdad y de toda realidad, también de la realidad del sujeto que cree. Por eso, la fe se
convierte en un dinamismo que lleva a la entrega absoluta del hombre. Este es el significado
más propio y natural del creer en Cristo: seguirle incondicionalmente. Además, la aceptación
de Cristo se traduce como gesto normal en testimonio, en ser su testigo mediante la palabra,
la vida y hasta la muerte. El creyente se ha entregado a una persona tal que tiene la capacidad
de exigir el don total -y sin condiciones- de la vida y de la muerte. Esta persona solo puede
ser Dios, porque solo Dios puede pedir esa entrega al hombre. Cuando el hombre se entrega
de esa manera a Dios, no se pierde a sí mismo, sino que alcanza la plenitud, queda liberado
del fanatismo porque entra en comunión con la Verdad y el Amor.
3.- Características de la fe
3.1.- Certeza y libertad de la fe
La fe es obediencia y decisión, pero es una decisión por la verdad, por la verdad divina
de aquel Dios que es amor (1 Jn 4, 8) y, que por tanto, solo puede ser entendida de una manera
connatural desde el amor, pero aprehendido por una actividad cognoscitiva. Tanto la Sagrada
Escritura como el Magisterio eclesiástico afirman con idéntica fuerza la certeza y la libertad
de la fe, lo cual parece contradictorio. De hecho, el conocimiento científico es de tal índole
que en él certeza y libertad se excluyen mutuamente, porque en la medida en que una cuestión
es cierta, en esa misma medida deja de ser de libre opinión para el entendimiento y viceversa.
Pero la certeza de la fe no se fundamenta en la evidencia del contenido a creer, sino en la
adhesión a Dios, en apoyarme en el mismo testimonio divino que me atrae interiormente para
aceptar lo que me propone. El conocimiento científico y el personal son dos tipos de
conocimiento cualitativamente distintos. En el conocimiento personal conozco a la persona
en una inter comunión y acepto su palabra. La certeza de la fe, por tanto, no se fundamenta
en la evidencia del contenido a creer, sino en la adhesión a Dios que se manifiesta en Cristo,
en el apoyarme en el mismo testimonio divino que me atrae interiormente. Por eso la certeza
de la fe se da en el interior y en el clima de la donación, de la entrega en el amor. Cuando se
acepta la duda en la fe, se sustituye la entrega como donación por el ansia de evidencia o por
el dominio del contenido a creer: todo lo cual es exactamente lo contrario de la donación
obediente propia de la fe.
Siempre es posible la duda de la fe -no la aceptación de la duda- y, por ello, hemos
de decir como aquel evangelio: «Creo, Señor, pero aumenta mi fe». A veces la dificultad
para creer proviene de las propuestas de las ciencias, pero, como dice el concilio Vaticano I,
«a pesar de que la fe esté por encima de la razón, jamás puede haber desacuerdo entre ellas.
Puesto que el mismo Dios que revela los misterios y comunica la fe ha hecho descender en
el espíritu humano la luz de la razón, Dios no podría negarse a sí mismo ni lo verdadero
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contradecir jamás a lo verdadero» (DH 3017). La raíz de los aparentes problemas entre
ciencia y fe surgieron (y surgen), porque se consideró como contenido de fe lo que no era y
como ciencia lo que tampoco era. La revelación nada dice acerca del curso de los astros o
sobre la evolución del mundo, y la ciencia nada tiene que decir sobre lo más profundo de
nuestra vida sobrenatural ni sobre la procedencia última del mundo. Si cada una permanece
en us propio campo, no tiene porqué suscitarse conflictos.
3.2.- La oscuridad de la fe
Es claro que se plantean dificultades o pruebas de la fe en el Antiguo testamento y,
sobre todo, en el Nuevo, donde aparece con radicalidad el problema de la aceptación de la
preexistencia de Cristo, de su muerte (Mt 16, 21-23), de su abajamiento a pesar de ser Hijo
de Dios (Flp 2, 6-8). La oscuridad de la fe proviene tanto del contenido como del modo de
conocer. Del contenido, porque es misterio, y del motivo o fundamento de la fe, porque ese
conocimiento no es fruto de la evidencia, sino que se apoya en «la autoridad de Dios que se
revela» (DH 3008; D 1789). Sin embargo, esta oscuridad no es falta de luz sino abundancia
de ella, y ese exceso es el que deslumbra a nuestros ojos, acostumbrados a verlo todo dentro
de los límites de nuestra capacidad intelectual y de acuerdo con sus parámetros. El contenido
de la fe es Cristo, es decir, el misterio trinitario revelado como salvación en Jesucristo, obra
del Amor absoluto. Nada en el mundo justifica ese amor, esa entrega. Ese horizonte del amor
de Dios libremente comunicado está siempre por encima de nosotros, deja siempre un abismo
que no puede ser salvado en esta vida. De todo lo dicho anteriormente se deduce que podemos
hablar de un claro-oscuro de la fe. Es oscuridad, porque Dios sigue siendo misterio, y sin
embargo es luz, porque sus signos comienzan a tener sentido para el creyente y los
acontecimientos ofrecen al hombre un nuevo valor, una nueva y maravillosa dimensión.
en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros,
y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros (CEC 166).