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La Doctrina Monroe

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La Doctrina Monroe es el principio de la política exterior

de Estados Unidos de no permitir la intervención de las


potencias europeas en los asuntos internos de los países
del hemisferio americano. Derivado de un mensaje al
Congreso por el presidente James Monroe el 2 de
diciembre de 1823, (párrafos 7, 48 y 49).
Monroe afirmó en dos de sus discursos más relevantes
que las potencias europeas no podían colonizar por más
tiempo América, y señaló que éstas no deberían
intervenir en los asuntos de las recientemente
emancipadas repúblicas latinoamericanas. Previno a los estados europeos
contra cualquier intento de imponer monarquías en las naciones americanas
independientes, pero añadió que Estados Unidos no emprendería ninguna
acción en las colonias europeas existentes ni en la propia Europa. Este último
punto confirmaba las ideas expuestas por George Washington en su discurso
de despedida presidencial de 1796, en el que recomendaba encarecidamente
que Estados Unidos no entablara complicadas alianzas en política exterior.
Al marcar de este modo la diferencia entre Europa y América, Monroe
subrayaba la existencia de unos intereses americanos y, más concretamente,
estadounidenses. Rechazaba las monarquías europeas como sistema político,
consideraba que ninguna nueva nación americana lo adoptaría y que su
presencia en el continente americano pondría en peligro la paz y seguridad de
su propia nación. Asimismo, exponía que únicamente Estados Unidos estaba
destinado a completar la colonización de los territorios vírgenes de
Norteamérica.
La doctrina Monroe se resume en la frase «América para los americanos».
Monroe, se dice, entendía por americanos los americanos del norte, es decir
blancos, sajones y protestantes. Estos eran los llegados de Europa en busca
de la libertad y habían establecido el mejor de los regímenes posibles, habían
encontrado el paraíso prometido y, por lo tanto, tenían el derecho y la
obligación de establecer y ampliar cada vez más su frontera, sus principios, su
organización y sus valores. Esta mística, entre religiosa y liberal, justificó el
exterminio de los indios norteamericanos, la conquista del oeste, la guerra
invasora contra México, y la intervención en el proceso de independencia de la
América española y portuguesa.

La Doctrina Monroe, sintetizada en la frase «América para los


americanos», fue elaborada por John Quincy Adams y atribuida al
presidente James Monroe en 1823.

En este discurso, Monroe promovió la idea de que el continente americano


debería mantenerse independiente de Europa. Por lo tanto proclamó su apoyo
hacia los países latinoamericanos, asegurando que cualquier intento de
colonización europea sería entendido como un acto hostil contra Estados
Unidos.
En aquella época, estos países habían conseguido su independencia pocos
años antes y sus democracias eran débiles. Por eso el gobierno
norteamericano temía que las potencias europeas buscaran retomar el control
sobre ellos.

De la declaración resultan los tres principios siguientes, que forman la


genuina doctrina de Monroe:
1. las potencias europeas no tienen derecho de intervenir en los asuntos
interiores de los Estados americanos
2. toda intervención de esta clase será considerada como una amenaza
hostil y un peligro para los Estados Unidos
3. la fundación de colonias en América es inadmisible, por hallarse ya
repartido todo el Continente americano entre Estados civilizados.
Todos ellos se han resumido en el célebre aforismo «América para los
americanos».

Esta doctrina se ha venido exagerando por los Estados Unidos. Primero se vio
en ella la afirmación de la absoluta independencia de los Estados americanos
en todo asunto a ellos concerniente; después, se invocó para rechazar toda
acción de los Estados europeos, aun en asuntos en que el Derecho
internacional la admite; y desde hace mucho tiempo que los Estados Unidos
han, como escribe el ruso F. de Martens, modificado la regla «América para los
americanos» sustituyéndola por esta otra: «América para los americanos del
Norte», es decir, los yanquis (Martens, Tratado de Derecho
Internacional, traducción española de Fernández Prida, Madrid, La España
Moderna, t. I, pág. 376).

En América el equilibrio de poder continúa siendo el borbónico, una


Administración funcionarial con los cargos en venta, la Iglesia y el dominio de
las oligarquías que compran y venden oficios. Cada vez más, se veía a España
como un obstáculo que impedía el crecimiento económico, particularmente por
la prohibición del comercio interregional.
Durante el siglo XIX se suceden los ataques británicos a las colonias y a las
flotas españolas. Se atacan los puertos de Buenos Aires y La Habana, y las
islas como Jamaica. La metrópoli no está en condiciones de prestar mucha
ayuda, pues está en guerra, por lo que América tiene la impresión de estar
abandonada. Proliferan, también, los conflictos sociales por el control
económico y de los cargos públicos, con las oligarquías españolas. Las quejas
políticas son continuas. Aparece el movimiento comunero en Colombia, y se
extiende por toda Suramérica. Además, también proliferan las revueltas indias.
En Cuba estas rebeliones serán el germen del nacionalismo.

Yendo todavía más lejos, se han negado los Estados Unidos a reconocer el
derecho de los Estados europeos para celebrar entre sí tratados relativos a las
grandes vías de comunicación abiertas en América al comercio y a la
comunicación universal, a pesar del interés que en ello pueden tener aquellas
potencias europeas que tienen posesiones o colonias en América. En este
particular es en extremo interesante lo ocurrido con el canal de Panamá, sobre
el cual (y en contra de lo convenido en el Tratado Clayton-Bullwer, celebrado
entre los mismos Estados Unidos e Inglaterra en 1850) pretendió la República
norteamericana desde 1881 ejercer una inspección exclusiva, y lo ha logrado
(V. Panamá). La supremacía que los Estados Unidos pretenden ejercer en toda
América, aun contradiciendo los principios de Monroe o mal interpretándolos,
ha quedado patente en múltiples ocasiones, de las cuales bastará recordar su
acción en 1881 con motivo de la guerra entre Chile y el Perú (en la cual quedó
victorioso el primero, después de dos años de lucha, impidiéndole formalmente
los Estados Unidos aprovecharse de su victoria para anexionarse la más
pequeña parte de territorio peruano) y la recientísima con motivo de las
discordias interiores de Méjico.

Todavía pretendieron los Estados Unidos ir más allá, y en el mensaje que el


presidente Wilson envió al Senado norteamericano a principios de 1917, al
tratar de la guerra europea y de las bases para la paz, propuso «que las
diversas naciones adoptasen, de acuerdo, la doctrina del presidente Monroe
como doctrina del mundo: que ninguna nación trate de imponer su política a
ningún otro país, sino que cada pueblo tenga la libertad de fijar por sí mismo su
política propia, de elegir el camino de su progreso, y esto sin que nada le
estorbe, ni le moleste, ni le asuste, de tal modo que se vea a los pequeños
marchar parejos con los grandes y poderosos»; pero al aplicar Wilson estos
principios propone soluciones en que ni soñó Monroe, como son el no hacer
alianzas (con lo cual ciertamente no se sabe cómo los pequeños podrían
resistir a una gran potencia, v. gr., a los mismos Estados Unidos), el que los
Gobiernos se establezcan con el consentimiento de los gobernados, la libertad
de los mares y la limitación de los armamentos de mar y tierra.

En el artículo Intervención se exponen los casos de ésta y las opiniones de


los autores acerca de ella en general. Limitándonos ahora a la doctrina de
Monroe, notaremos en primer término, con Wheaton y Martens, que no
constituye sino la opinión personal del jefe del poder ejecutivo de los Estados
Unidos en 1823, que si han aceptado los norteamericanos por convenirles, no
ha tenido ni tiene el valor de una ley internacional aplicada a los Estados
civilizados de Europa.

Además, esa doctrina, sobre todo en la forma que los Estados Unidos
pretenden aplicarla en la práctica, es inadmisible. Interpretar el principio de la
no intervención de los Estados europeos en los asuntos americanos de una
manera absoluta «conduciría, escribe Fiore, a que un Estado americano
pudiera conculcar los principios de la justicia en sus relaciones con los
individuos extranjeros, violar la ley moral, negarse a tomar en consideración las
justas reclamaciones de los extranjeros perjudicados, crear de este modo un
estado de cosas anormal e ilícito según los principios de Derecho común y de
la Moral internacional, y rechazar después cualquier forma de ingerencia para
hacer cesar tales manifiestas violaciones de los principios de la justicia,
atrincherándose en el principio de su independencia y en la doctrina de
Monroe» (Il Diritto internazionales codificato, 4ª ed., pág. 175, Turín 1909). Y es
mucho más inadmisible todavía la hegemonía que los Estados Unidos
pretenden ejercer sobre todos los otros Estados americanos, con detrimento de
la soberanía de éstos. Como dice el citado Martes, el Derecho internacional
europeo, que han adoptado formalmente los Estados Unidos, no admite que
una sola nación, con exclusión de toda otra, sea la señora de todo un
continente. El Gobierno norteamericano no puede excluir de América a los
Estados europeos que en ella poseen territorios o colonias y que, por ello,
pueden en cierto modo considerarse como Estados americanos, ni la
comunidad internacional puede tolerarlo.

Pero los mismos Estados Unidos han violado más de una vez los principios
de la declaración del presidente Monroe. Según este, los Estados Unidos no
intervendrían en favor de las colonias a la sazón existentes bajo la
dependencia de las potencias europeas, y sabida es la conducta que
observaron en las últimas guerras coloniales sostenidas por España en Cuba.
Además, si los Estados europeos no podían intervenir en América por tratarse
de continente distinto, la misma razón habría para que en igual grado se
abstuviesen los Estados Unidos de intervenir en Europa: si «América es de los
americanos», no menos debe admitirse que «Europa es de los europeos»; a
pesar de lo cual vemos a los Estados Unidos intervenir en la actual
conflagración y mandar su flota y sus ejércitos a Europa (Junio de 1917).

Frase América para los americanos. "América para los americanos" es


una frase que expresa lo que hoy se conoce como Doctrina Monroe, la
cual define la política exterior de los Estados Unidos en el
hemisferio americano.

Establecía que cualquier intervención de los europeos en América sería vista


como un acto de agresión que requeriría la intervención de Estados Unidos de
América. La doctrina fue presentada por el presidente Monroe durante su
sexto discurso al Congreso sobre el Estado de la Unión.

La doctrina del Destino manifiesto (en inglés, Manifest Destiny) es una frase
e idea que expresa la creencia en que los Estados Unidos de América (EE.UU.)
está destinado a expandirse desde las costas del Atlántico al Pacífico, también
usado por los partidarios, o para justificar, otras adquisiciones territoriales.

Extracto del mensaje al congreso del presidente James Monroe


Párrafo 7. ... El principio con el que están ligados los derechos e intereses de
los Estados Unidos es que el continente americano, debido a las condiciones
de la libertad y la independencia que conquistó y mantiene, no puede ya ser
considerado como terreno de una futura colonialización por parte de ninguna
de las potencias europeas.
Párrafo 48. ... En la guerra de potencias europeas por asuntos que les
concernían nunca hemos tomado parte, ni sería propio de nuestra política el
hacerlo. Sólo cuando nuestros derechos son pisoteados o amenazados
seriamente tenemos en cuenta las injurias o nos preparamos para nuestra
defensa. Con los movimientos de este hemisferio estamos por necesidad
relacionados en forma más inmediata, y por causas que deberían ser obvias
para todos los observadores esclarecidos e imparciales. El sistema político de
las potencias aliadas es esencialmente distinto, en este sentido, del de
Norteamérica. Esta diferencia se deriva de la que existe entre sus respectivos
Gobiernos; y a la defensa de nuestro propio sistema, que ha sido llevada a
cabo mediante la pérdida de tanta sangre y riquezas y madurado por la
sabiduría de nuestros ciudadanos más ilustres y bajo el cual hemos disfrutado
una felicidad sin par, está consagrada toda la nación. Por consiguiente, para
mantener la pureza y las amistosas relaciones existentes entre Estados Unidos
y aquellas potencias debemos declarar que estamos obligados considerar todo
intento de su parte para extender su sistema a cualquier nación de este
hemisferio, como peligroso para nuestra paz y seguridad. Pero no interferimos
ni interferiremos en las colonias o las dependencias existentes de cualquier
potencia europea. Pero en lo que concierne a los Gobiernos que han declarado
su independencia y la han mantenido, independencia que después de gran
consideración y sobre justos principios, hemos reconocido, no podríamos
contemplar ninguna intervención con el propósito de oprimirlas o controlar de
alguna manera su destino por parte de cualquier potencia europea, sino como
la manifestación de una disposición hostil hacia Estados Unidos...
Párrafo 49. Nuestra política respecto de Europa que fue adoptada en la
primera época de las guerras que durante tanto tiempo agitaron a ese sector
del globo... sigue siendo la misma; es decir, no interferir en los intereses
internos de ninguna de sus potencias; considerar al Gobierno de tacto como el
Gobierno legítimo para nosotros; cultivar relaciones amistosas con él y
mantenerlas mediante una política franca, firme y humana, respondiendo en
todos los casos a las justas solicitudes de todas las potencias y no aceptando
injurias de ninguna. Pero con referencia a esos continentes las circunstancias
son clara y eminentemente distintas. Es imposible que las potencias aliadas
extiendan su sistema político a cualquier parte de uno y otro continente sin
amenazar nuestra paz y seguridad; nadie puede creer que nuestros hermanos
sureños, si son abandonados a si mismos, puedan adoptar ese sistema por
propia voluntad. Es igualmente imposible, por consiguiente, que nosotros
admitamos con indiferencia una intervención de cualquier clase. Si
comparamos la fuerza y los recursos de España y los nuevos Gobiernos, y la
distancia que los separa, resulta obvio que ella nunca podrá someterlos.
Estados Unidos aún considera como su verdadera política dejar actuar por sí
mismas a las partes, con la esperanza de que las demás potencias adoptarán
la misma actitud...
Independencia de América

Causas y situaciones de la independencia americana


El Estado español está en crisis desde 1808 a causa de la invasión
napoleónica y la descomposición de la corona. En el siglo XIX se pretende que
las posesiones españolas de ultramar funcionen con un concepto sajón, y
pasan de ser posesiones a ser colonias, y a explotarse económicamente en
favor de la metrópoli. La dependencia política y económica de España
aumenta, y América se convierte en proveedora de materias primas y
mercados. También aumenta la presión fiscal sobre las tierras americanas. Sin
embargo, la guerra y el liberalismo que se impone tras la derrota de Napoleón,
hacen caer las barreras proteccionistas, y la confianza en el Estado español se
tambalea.
Esta es la época en la que triunfan las ideas románticas y la ideología liberal,
que se imponen tras el éxito de la Revolución estadounidense y la Revolución
francesa. Nacen en esta fecha los nacionalismos americanos que mitifican y
manipulan la historia, principalmente a través de la literatura. Los criollos se
sienten descendientes o de los indios americanos, o de los primeros
descubridores que hicieron el viaje con Colón.
La revolución industrial aún no se había desarrollado en España, y sí
en Inglaterra, Francia y los Países Bajos, que dominan desde 1713 (tras
el Tratado de Utrecht) el comercio con América. Inglaterra, particularmente,
tiene un intenso comercio con América. Sobre todo tras la batalla de Trafalgar,
en la que España pierde las rutas de navegación a América, y por el bloqueo
napoleónico de Europa, que dificulta el comercio americano con España.
En América el equilibrio de poder continúa siendo el borbónico, una
Administración funcionarial con los cargos en venta, la Iglesia y el dominio de
las oligarquías que compran y venden oficios. Cada vez más, se veía a España
como un obstáculo que impedía el crecimiento económico, particularmente por
la prohibición del comercio interregional.
Durante el siglo XIX se suceden los ataques británicos a las colonias y a las
flotas españolas. Se atacan los puertos de Buenos Aires y La Habana, y las
islas como Jamaica. La metrópoli no está en condiciones de prestar mucha
ayuda, pues está en guerra, por lo que América tiene la impresión de estar
abandonada. Proliferan, también, los conflictos sociales por el control
económico y de los cargos públicos, con las oligarquías españolas. Las quejas
políticas son continuas. Aparece el movimiento comunero en Colombia, y se
extiende por toda Suramérica. Además, también proliferan las revueltas indias.
En Cuba estas rebeliones serán el germen del nacionalismo.

Yendo todavía más lejos, se han negado los Estados Unidos a reconocer el
derecho de los Estados europeos para celebrar entre sí tratados relativos a las
grandes vías de comunicación abiertas en América al comercio y a la
comunicación universal, a pesar del interés que en ello pueden tener aquellas
potencias europeas que tienen posesiones o colonias en América. En este
particular es en extremo interesante lo ocurrido con el canal de Panamá, sobre
el cual (y en contra de lo convenido en el Tratado Clayton-Bullwer, celebrado
entre los mismos Estados Unidos e Inglaterra en 1850) pretendió la República
norteamericana desde 1881 ejercer una inspección exclusiva, y lo ha logrado
(V. Panamá). La supremacía que los Estados Unidos pretenden ejercer en toda
América, aun contradiciendo los principios de Monroe o mal interpretándolos,
ha quedado patente en múltiples ocasiones, de las cuales bastará recordar su
acción en 1881 con motivo de la guerra entre Chile y el Perú (en la cual quedó
victorioso el primero, después de dos años de lucha, impidiéndole formalmente
los Estados Unidos aprovecharse de su victoria para anexionarse la más
pequeña parte de territorio peruano) y la recientísima con motivo de las
discordias interiores de Méjico.
Todavía pretendieron los Estados Unidos ir más allá, y en el mensaje que el
presidente Wilson envió al Senado norteamericano a principios de 1917, al
tratar de la guerra europea y de las bases para la paz, propuso «que las
diversas naciones adoptasen, de acuerdo, la doctrina del presidente Monroe
como doctrina del mundo: que ninguna nación trate de imponer su política a
ningún otro país, sino que cada pueblo tenga la libertad de fijar por sí mismo su
política propia, de elegir el camino de su progreso, y esto sin que nada le
estorbe, ni le moleste, ni le asuste, de tal modo que se vea a los pequeños
marchar parejos con los grandes y poderosos»; pero al aplicar Wilson estos
principios propone soluciones en que ni soñó Monroe, como son el no hacer
alianzas (con lo cual ciertamente no se sabe cómo los pequeños podrían
resistir a una gran potencia, v. gr., a los mismos Estados Unidos), el que los
Gobiernos se establezcan con el consentimiento de los gobernados, la libertad
de los mares y la limitación de los armamentos de mar y tierra.

En el artículo Intervención se exponen los casos de ésta y las opiniones de


los autores acerca de ella en general. Limitándonos ahora a la doctrina de
Monroe, notaremos en primer término, con Wheaton y Martens, que no
constituye sino la opinión personal del jefe del poder ejecutivo de los Estados
Unidos en 1823, que si han aceptado los norteamericanos por convenirles, no
ha tenido ni tiene el valor de una ley internacional aplicada a los Estados
civilizados de Europa.

Inicios

Durante los primeros años, el discurso de Monroe no fue tomado como una
doctrina porque Estados Unidos no tenía la capacidad de cumplirla.

Este país norteamericano no era una potencia y su armamento era limitado, por
eso era imposible que pudiera defender la independencia de los demás países.

Por ejemplo, en 1833 se produjo la ocupación británica de las islas Malvinas en


Argentina sin que Estados Unidos presentara resistencia alguna. Habían
pasado 10 años de la declaración de Monroe y sin embargo, este país aún no
estaba capacitado para ponerla en práctica.

Fue más adelante, en 1845, cuando el presidente James Polk retomó el


discurso de Monroe y comenzó a convertirlo en una doctrina de aplicación real.
Fue durante su gobierno que se firmó la anexión de Texas y se intentó comprar
la isla de Cuba a la corona Española.
Intervenciones militares

Los principios políticos declarados en la Doctrina Monroe se pusieron en


práctica en diferentes intervenciones militares que se dieron en los siglos XIX y
XX. Algunas de ellas fueron:

 La anexión de Texas en 1845. Estados Unidos apoyó la


independencia y luego entró en guerra con México. Gracias a este
enfrentamiento capturó aún más territorio, incluyendo Arizona, Nuevo
México, California, Nevada, Utah y parte de Wyoming.

 La independencia cubana en 1898. Estados Unidos ayudó a la


lucha de la independencia contra España y posteriormente mantuvo
un gran control sobre este país.

 La primera ocupación de República Dominicana entre 1916 y


1924. Argumentando inestabilidad política en este país, Estados
Unidos tomó el control a través de un gobierno militar.

 La separación de Panamá en 1903. Estados Unidos participó en la


separación de Panamá del territorio de Colombia. A partir de
entonces sería una república independiente pero mantuvo presencia
militar estadounidense hasta 1999.

Críticas a la Doctrina Monroe

La Doctrina Monroe ha recibido fuertes críticas provenientes de toda


Latinoamérica. Estos cuestionamientos denuncian la intervención extranjera en
el destino de los países, pero sobre todo los estragos causados por su
naturaleza violenta.

Sin embargo, los países afectados no fueron los únicos en oponerse:


pensadores norteamericanos como Noam Chomsky también han presentado
serios desacuerdos.
Según Chomsky, la doctrina Monroe es en realidad una declaración del poder
de Estados Unidos sobre el resto de naciones del continente.

Según él, ha sido una justificación para acciones como la anexión de Texas, la
independencia de Panamá y otras intervenciones sobre los países de la región.

Los críticos de la doctrina también observaron cierta ambigüedad en su


aplicación. Según estas observaciones, Estados Unidos sólo ha intervenido en
aquellas situaciones que le convenían a sus intereses.

En otros casos, como la Guerra de las Malvinas, ha dado la espalda a los


países latinoamericanos. En aquella ocasión el presidente Reagan manifestó
su apoyo al gobierno de Margaret Tatcher a través de su secretario de estado.

Es por eso que en numerosas ocasiones se ha afirmado que el concepto de


“América para los americanos”, realmente significa “todo el continente para los
norteamericanos”.

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