La Doctrina Monroe
La Doctrina Monroe
La Doctrina Monroe
Esta doctrina se ha venido exagerando por los Estados Unidos. Primero se vio
en ella la afirmación de la absoluta independencia de los Estados americanos
en todo asunto a ellos concerniente; después, se invocó para rechazar toda
acción de los Estados europeos, aun en asuntos en que el Derecho
internacional la admite; y desde hace mucho tiempo que los Estados Unidos
han, como escribe el ruso F. de Martens, modificado la regla «América para los
americanos» sustituyéndola por esta otra: «América para los americanos del
Norte», es decir, los yanquis (Martens, Tratado de Derecho
Internacional, traducción española de Fernández Prida, Madrid, La España
Moderna, t. I, pág. 376).
Yendo todavía más lejos, se han negado los Estados Unidos a reconocer el
derecho de los Estados europeos para celebrar entre sí tratados relativos a las
grandes vías de comunicación abiertas en América al comercio y a la
comunicación universal, a pesar del interés que en ello pueden tener aquellas
potencias europeas que tienen posesiones o colonias en América. En este
particular es en extremo interesante lo ocurrido con el canal de Panamá, sobre
el cual (y en contra de lo convenido en el Tratado Clayton-Bullwer, celebrado
entre los mismos Estados Unidos e Inglaterra en 1850) pretendió la República
norteamericana desde 1881 ejercer una inspección exclusiva, y lo ha logrado
(V. Panamá). La supremacía que los Estados Unidos pretenden ejercer en toda
América, aun contradiciendo los principios de Monroe o mal interpretándolos,
ha quedado patente en múltiples ocasiones, de las cuales bastará recordar su
acción en 1881 con motivo de la guerra entre Chile y el Perú (en la cual quedó
victorioso el primero, después de dos años de lucha, impidiéndole formalmente
los Estados Unidos aprovecharse de su victoria para anexionarse la más
pequeña parte de territorio peruano) y la recientísima con motivo de las
discordias interiores de Méjico.
Además, esa doctrina, sobre todo en la forma que los Estados Unidos
pretenden aplicarla en la práctica, es inadmisible. Interpretar el principio de la
no intervención de los Estados europeos en los asuntos americanos de una
manera absoluta «conduciría, escribe Fiore, a que un Estado americano
pudiera conculcar los principios de la justicia en sus relaciones con los
individuos extranjeros, violar la ley moral, negarse a tomar en consideración las
justas reclamaciones de los extranjeros perjudicados, crear de este modo un
estado de cosas anormal e ilícito según los principios de Derecho común y de
la Moral internacional, y rechazar después cualquier forma de ingerencia para
hacer cesar tales manifiestas violaciones de los principios de la justicia,
atrincherándose en el principio de su independencia y en la doctrina de
Monroe» (Il Diritto internazionales codificato, 4ª ed., pág. 175, Turín 1909). Y es
mucho más inadmisible todavía la hegemonía que los Estados Unidos
pretenden ejercer sobre todos los otros Estados americanos, con detrimento de
la soberanía de éstos. Como dice el citado Martes, el Derecho internacional
europeo, que han adoptado formalmente los Estados Unidos, no admite que
una sola nación, con exclusión de toda otra, sea la señora de todo un
continente. El Gobierno norteamericano no puede excluir de América a los
Estados europeos que en ella poseen territorios o colonias y que, por ello,
pueden en cierto modo considerarse como Estados americanos, ni la
comunidad internacional puede tolerarlo.
Pero los mismos Estados Unidos han violado más de una vez los principios
de la declaración del presidente Monroe. Según este, los Estados Unidos no
intervendrían en favor de las colonias a la sazón existentes bajo la
dependencia de las potencias europeas, y sabida es la conducta que
observaron en las últimas guerras coloniales sostenidas por España en Cuba.
Además, si los Estados europeos no podían intervenir en América por tratarse
de continente distinto, la misma razón habría para que en igual grado se
abstuviesen los Estados Unidos de intervenir en Europa: si «América es de los
americanos», no menos debe admitirse que «Europa es de los europeos»; a
pesar de lo cual vemos a los Estados Unidos intervenir en la actual
conflagración y mandar su flota y sus ejércitos a Europa (Junio de 1917).
La doctrina del Destino manifiesto (en inglés, Manifest Destiny) es una frase
e idea que expresa la creencia en que los Estados Unidos de América (EE.UU.)
está destinado a expandirse desde las costas del Atlántico al Pacífico, también
usado por los partidarios, o para justificar, otras adquisiciones territoriales.
Yendo todavía más lejos, se han negado los Estados Unidos a reconocer el
derecho de los Estados europeos para celebrar entre sí tratados relativos a las
grandes vías de comunicación abiertas en América al comercio y a la
comunicación universal, a pesar del interés que en ello pueden tener aquellas
potencias europeas que tienen posesiones o colonias en América. En este
particular es en extremo interesante lo ocurrido con el canal de Panamá, sobre
el cual (y en contra de lo convenido en el Tratado Clayton-Bullwer, celebrado
entre los mismos Estados Unidos e Inglaterra en 1850) pretendió la República
norteamericana desde 1881 ejercer una inspección exclusiva, y lo ha logrado
(V. Panamá). La supremacía que los Estados Unidos pretenden ejercer en toda
América, aun contradiciendo los principios de Monroe o mal interpretándolos,
ha quedado patente en múltiples ocasiones, de las cuales bastará recordar su
acción en 1881 con motivo de la guerra entre Chile y el Perú (en la cual quedó
victorioso el primero, después de dos años de lucha, impidiéndole formalmente
los Estados Unidos aprovecharse de su victoria para anexionarse la más
pequeña parte de territorio peruano) y la recientísima con motivo de las
discordias interiores de Méjico.
Todavía pretendieron los Estados Unidos ir más allá, y en el mensaje que el
presidente Wilson envió al Senado norteamericano a principios de 1917, al
tratar de la guerra europea y de las bases para la paz, propuso «que las
diversas naciones adoptasen, de acuerdo, la doctrina del presidente Monroe
como doctrina del mundo: que ninguna nación trate de imponer su política a
ningún otro país, sino que cada pueblo tenga la libertad de fijar por sí mismo su
política propia, de elegir el camino de su progreso, y esto sin que nada le
estorbe, ni le moleste, ni le asuste, de tal modo que se vea a los pequeños
marchar parejos con los grandes y poderosos»; pero al aplicar Wilson estos
principios propone soluciones en que ni soñó Monroe, como son el no hacer
alianzas (con lo cual ciertamente no se sabe cómo los pequeños podrían
resistir a una gran potencia, v. gr., a los mismos Estados Unidos), el que los
Gobiernos se establezcan con el consentimiento de los gobernados, la libertad
de los mares y la limitación de los armamentos de mar y tierra.
Inicios
Durante los primeros años, el discurso de Monroe no fue tomado como una
doctrina porque Estados Unidos no tenía la capacidad de cumplirla.
Este país norteamericano no era una potencia y su armamento era limitado, por
eso era imposible que pudiera defender la independencia de los demás países.
Según él, ha sido una justificación para acciones como la anexión de Texas, la
independencia de Panamá y otras intervenciones sobre los países de la región.