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RESUMEN
Este texto es una aportación breve y concreta a la reflexión de algunos conceptos manejados en la Arqueo-
logía del Género. En concreto, se intentan precisar los conceptos de sexo, género y poder, claves en la dis-
cusión. Estos términos nunca fueron incluídos en la tradición positivista de la Arqueología, que proyecta-
ba al pasado el pretendido orden neutral –aunque en realidad patriarcal– de la sociedad moderna. Dado
que son términos ajenos a nuestra tradición disciplinar, exigen introducir desarrollos y análisis realizados
desde otros campos. Sólo de esta manera será posible comprender la compleja y dinámica construcción
de la identidad humana, y a través de ella, la de la identidad de género.
ABSTRACT
This text wants to discuss some concepts implied in Archaeology of Gender, such as sex, gender or power.
These terms were never included in the positivist tradition of Archaeology, which projected a pretended
neutral –but in reality patriarchal– order of the modern society to the past. Therefore, their use obliges to
introduce studies and analysis coming from different disciplines. In the author opinion, only doing this, it
will be possible to understand the complex and dynamic construction of human identity and of gender iden-
tity.
SUMARIO 1. Introducción. 2. Sexo y Género. 3. Poder. 4. Deseo amoroso y deseo hostil. 5. Conclusión.
ney, a mitad de los años ’50, que tiene una determi- culina o femenina, dependiendo de si se trata de un
nación multivariada. Money era un psiquiatra del hombre o una mujer, a través de las interrelaciones
Departamento de Psiquiatría y Pediatría del Hospi- que establece con el entorno social durante los pri-
tal de la John Hopkins University que, al enfrentar- meros dos o tres años de vida. El hallazgo funda-
se a la definición del sexo de bebés hermafroditas, mental de Money es que “los padres, a través de
descubrió que el sexo de cada persona es el resul- sus fantasmas, de sus creencias y de sus conviccio-
tado de la combinación de cinco componentes bio- nes, eran capaces de generar una identidad contra-
lógicos (Money 1965 en Katchadourian 1979: 10): ria a la anatómica, pero que se revelaba con igual o
1) Sexo genético: determinado por los cromoso- mayor poder que la misma” (Ibidem:77). Este he-
mas X e Y. cho le llevó a aislar un nivel de identidad comple-
2) Sexo hormonal: el balance estrógenos-andró- tamente diferenciable del propio sexo y determina-
genos. do por la sociedad, al que llamó “papel de género”
3) Sexo gonadal: presencia de testículos u ovarios. (gender role), y en el que se incluía el conjunto de
4) Morfología de los órganos reproductivos in- conductas atribuídas a los varones y a las mujeres.
ternos. Posteriormente, Robert Stoller desarrolló el concep-
5) Morfología de los órganos reproductivos ex- to de “identidad de género” y lo importó al psicoa-
ternos. nálisis, a partir de sus discusiones con Ralph Green-
La mayor parte de las personas presentamos co- son, presentándolo por primera vez en el XXIII
herencia en la orientación de los cinco componen- Congreso Internacional de Psicoanálisis, publicado
tes anteriores, así que nacemos con sexo de hombre en 1964 (Dío Bleichmar 1998: 79). A su juicio:
o de mujer. Pero en el caso de los hermafroditas, la “the word sexual will have connotations of anatomy
combinación puede ser muy variada, de forma que and physicology. This obviously leaves tremendous
Money tenía que decidir qué rasgos eran dominan- areas of behavior, feelings, thoughts and fantasies
tes para potenciarlos y conseguir una persona de that are related to the sexes and yet do not have pri-
sexo definido que pudiera incluirse con éxito en la marily biological connotations. It is for some of these
sociedad. Money descubrió que si él se equivocaba psychological phenomena that the term gender will
y comenzaba un tratamiento para potenciar una be used: one can speak of the male sex or the female
identidad sexual de mujer, por ejemplo, pero al pa- sex, but one can also talk about masculinity and femi-
ninity and not necessarily be implying anything about
sar el tiempo la evolución física del bebé demostra-
anatomy or physiology” (Stoller 1968: vii-ix en Kat-
ba que de forma natural se desarrollaban más los chadourian 1979: 21)
rasgos de hombre, era imposible recuperar la iden-
tidad biológica natural dominante de hombre, por- De esta manera quedó establecido un concepto
que esa persona y todo el contexto familiar y social que sólo posteriormente sería importado a las Cien-
en el que se incluía lo consideraba ya una mujer, y cias Sociales, y que permite diferenciar “sexo” de
esta convicción de serlo determinaba completamen- “género”. El primero se refiere al hecho biológico
te que lo fuera, mucho más que las características y a las características físicas de los cuerpos, mien-
genéticas o biológicas con las que había nacido. tras que el segundo se refiere a los significados que
Esta experiencia condujo a Money “a reflexio- cada sociedad atribuye a esa diferenciación (Burín
nar sobre el poder modelador, creador de sentido, 1996: 63). La cuestión es que las diferencias en las
de identidad que la experiencia humana temprana “creencias, rasgos de personalidad, actitudes, sen-
postnatal tiene sobre los montantes biológicos” timientos, valores, conductas y actividades que di-
(Dío Bleichmar 1998: 77), y a comprobar cómo la ferencian a mujeres y varones” (Burín 1996: 64) y
sociedad identifica completamente el cuerpo de un que definen lo que es el género describen el modo
hombre con determinadas actitudes, creencias o en que se organizan los sexos en su relación social,
potencialidades, y el cuerpo de una mujer con otras por lo que el concepto implica siempre una rela-
distintas. Money tomó entonces de la gramática el ción, que es además una relación de poder (Scott
término “género” y lo utilizó por primera vez en el 1993; Molina 2000: 281). En efecto, tradicional-
año 1955 “para remarcar el valor del lenguaje y la mente el sentimiento íntimo de saberse hombre (y
denominación en la constitución de la identidad se- todas sus actitudes, valores o conductas) iba aso-
xual humana” (Ibidem: 78), ya que el psiquismo de ciado a la sensación de que se tenía (o se podía te-
un nuevo ser adquiere una orientación distinta, mas- ner) poder, mientras que el de saberse mujer iba
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do, pero no es así, porque éste controla la capacidad tidad, en lugar de la persona aislada. Si están muy
de sentirse segura la persona sobre la que se ejerce. individualizados, entonces el deseo hostil domina
La sensación de control que es tan grande que, en sobre el amoroso, prevaleciendo la conciencia de
mi opinión, ha compensado en muchas mujeres (de la diferencia sobre el vínculo que conecta con los
mentalidad patriarcal) la ausencia del otro tipo de demás. La creatividad, la capacidad de abstracción,
poder, el racional o político, hasta la Modernidad, la conciencia de los deseos propios, el poder, van
al tiempo que ha hecho y hace que muchos hom- asociados al deseo hostil, ya que exigen “el recor-
bres con esa misma mentalidad atribuyan a las mu- tamiento subjetivo” o definición de uno mismo que
jeres un inmenso poder que les hace inexplicable su ese deseo implica (Burín 2003: 57).
queja de que no lo tienen. La cuestión es que, aún El proceso de individualización que va produ-
siendo sin ninguna duda una manera de ejercer po- ciéndose como contraparte identitaria al aumento
der, este modo no puede movilizar cambios públi- de la complejidad socio-económica se define por-
cos, ni imaginar futuros deseables, porque es un que las personas van sintiéndose progresivamente
poder que, al contrario que el público, se ejerce so- distintas entre sí, es decir, por un aumento del de-
bre la base de la no-individualización. Y esto signi- seo hostil frente al amoroso en las relaciones inter-
fica la impotencia en cualquier otro aspecto de la personales dentro del grupo social. Esta transforma-
vida que no sea el terreno emocional, la ausencia ción es estructuralmente coherente con el aumento
de deseos de cambio y de la sensación de control de las posiciones de poder, de las artesanías espe-
de las circunstancias o las personas que se desco- cializadas, del pensamiento abstracto, etc. Debe
noce. Por eso las mujeres no han tenido en sus ma- entenderse que no estoy hablando de una determi-
nos el destino del grupo, aunque hayan podido tener nación idealista de la transformación social, es
sensación de poder sobre sus seres más cercanos. decir, no estoy diciendo que aparezca la división de
Ahora bien, ¿qué condiciones psíquicas deben dar- funciones porque se potencia el deseo hostil, sino
se para que una persona se sitúe en condiciones de que estoy diciendo que si vemos que ha aumenta-
sentir y ejercer ambos tipos de poder? do la división de funciones, podemos decir que las
personas que protagonizan el proceso están organi-
zando y proyectando su deseo hostil de modo dis-
4. Deseo amoroso y deseo hostil tinto a como lo hacen las personas de grupos sin di-
ferenciación interna.
Desde la Psicología se han definido dos deseos Pues bien, dado que a lo largo de la Historia los
básicos en el establecimiento de las relaciones hu- hombres fueron diversificando sus posiciones y
manas: el deseo amoroso y el deseo hostil (Burín desarrollando su capacidad de poder público, mien-
1996, 2003). Ambos son completamente impres- tras que las mujeres no, podemos asumir que hom-
cindibles para la supervivencia. El primero, que no bres y mujeres fueron desarrollando el deseo amo-
tiene nada que ver con el amor romántico, sino con roso y el deseo hostil en medidas distintas: al co-
el deseo de vínculo, nos conecta con los demás. El mienzo de la trayectoria, el deseo amoroso preva-
segundo, que no tiene que ver directa ni necesaria- lece sobre el hostil dentro en las relaciones intra-
mente con la agresividad, establece distancia con grupales, tanto en hombres como en mujeres, pues
las otras personas, permitiendo que nos sintamos no perciben diferencia ni distancia entre ellos, de-
como algo distinto de lo que nos rodea, limitado y bido a que no hay división de funciones ni conse-
caracterizado a través de rasgos en los que deposi- cuente diferencia de trayectorias, pero también a
tamos la idea de que somos algo definido que exis- que necesitan vincularse al grupo para sentirse más
te con características propias. El deseo hostil se ha fuertes frente al mundo, dada su escasa capacidad
definido (Burín 2003: 51) como “un tipo de deseo de control tecnológico o material sobre él. Por eso,
que opera como diferenciador Yo-No Yo”. Ambos en ellos el deseo hostil no se manifiesta en el inte-
deseos no se asocian a valores morales, sino al gra- rior del grupo, entre las personas, sino entre grupos
do de individualidad de las personas que integran distintos. Cada grupo visibiliza una identidad co-
un grupo social. Si están poco individualizadas po- mún a través de las mismas ornamentaciones o de-
demos decir que prevalece el deseo amoroso sobre coraciones corporales, localizando la figura del
el hostil, el vínculo sobre la diferenciación, la per- “otro”, necesario para definirse a sí mismo, en otro
cepción del grupo como núcleo último de la iden- grupo, en el exterior. De hecho, algunos autores
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entienden que esta necesidad de definir a un “otro” sen 1991: 125-7; 2000: 138; Wels-Weyrauch 1994),
para saber quién es uno mismo podría jugar un mientras los hombres parecen representar una cate-
papel importante en la existencia de guerras en al- goría única y auto-sustentada, las mujeres parecen,
gunas de estas sociedades de escasa complejidad de forma repetida en todos los casos, representar
socio-económica -“yo tengo enemigo, y por eso yo dos categorías. Es decir, mientras existe un solo tipo
soy”. “Yo soy el enemigo de mi enemigo” (Vivei- de vestimenta para los hombres, la de las mujeres
ros de Castro 2002: 290-3). de cada zona aparece siguiendo dos pautas distin-
Pero a medida que avanzó la complejidad socio- tas –falda corta o falda larga; ornamentos en el pe-
económica, los hombres comenzaron a ocupar po- cho o la cadera, etc.– Dado que esta diferencia no
siciones diferentes y a desarrollar el poder, lo cual tiene que ver con la edad ni con la estación en que
quiere decir que comenzaban a desvincularse de murieron las mujeres (Sorensen 2000: 137), se ha
los demás miembros de su grupo, a proyectar su supuesto que tiene que ver con su estado marital,
deseo hostil también dentro de su propio grupo. es decir, con su relación respecto a los hombres (So-
Recuérdese, por ejemplo, la cerámica de lujo cam- rensen 1991: 127). Parece que mientras los hombres
paniforme y todos los elementos que se le asocian iban volcando el deseo hostil hacia los de su propio
en el conocido como “ajuar campaniforme”, depo- grupo, diferenciándose entre sí, las mujeres iban
sitado en las primeras tumbas individuales que concentrando el deseo amoroso en el grupo familiar
rompen la colectividad previa del megalitismo en el que comenzaba a residir la idea del “nosotros”,
(Rojo et al. 2005). Estos objetos de lujo y prestigio definiéndose por tanto, en relación a él. Y esta diferen-
incluyen adornos de vestimentas masculinas, como cia se fue acentuando hasta llegar a la Modernidad.
botones o adornos, lo que parece demostrar que
van apareciendo hombres que, lejos de seguir iden-
tificándose en su apariencia con el resto del grupo, 5. Conclusión
comienzan a diferenciarse de él, pero a identificar-
se con el conjunto de los hombres que, en un am- En mi opinión, no existe el género como algo ce-
plio territorio, comienzan a tener poder. Parece cla- rrado, definido y dado. No creo que la discusión esté
ro que empiezan a establecer alguna distancia emo- entre si hay dos géneros o si hay más, porque no
cional con los demás de su propio grupo, con aque- creo que exista un paquete de rasgos, actitudes,
llos sobre los que ejercen ese poder que indican sus creencias, que se asocie necesariamente al sexo de
ajuares privilegiados. los hombres y otro distinto que se asocie al de las
Esa diferencia se profundiza en la Edad del mujeres (u otros que se asocien a cuerpos andrógi-
Bronce, cuando los cuerpos flexionados del campa- nos). Creo que lo que existe es una diferencia en el
niforme se transforman en cuerpos completamente “porcentaje” en que cada persona desarrolla el de-
extendidos en las tumbas, exhibiendo adornos y ri- seo hostil y el deseo amoroso, y que llamamos “fe-
quezas que identifican a los hombres que ya trans- meninas” a aquellas actitudes, creencias, valores,
miten hereditariamente sus posiciones de poder. etc. en que el deseo amoroso prevalece y llamamos
Aparecen asociados a los llamados objetos de toi- “masculinas” a aquellas en que lo hace el hostil,
let, objetos masculinos para la higiene y el cuidado porque esto es lo que ha caracterizado las identida-
personal –pinzas de depilar, navajas, espejos, etc.–, des de hombres y mujeres desde que comenzó la
de metal o materia prima prestigiosa, que demues- división de funciones en la trayectoria histórica, y
tran la preocupación de los hombres con cierto po- hasta la modernidad.
der en cuidar un cuerpo que se concibe como algo Como ya he escrito en muchos lugares (Her-
separado del grupo social, importante como defini- nando 2005), el ser humano es básicamente insufi-
dor de una identidad que comienza a ser personali- ciente frente al universo en el que vive: insuficien-
zada, y que tiene rasgos diferentes a la de los que te para hacerse cargo de toda su inmensidad, para
carecen de poder (Treherne 1995:110; Kristiansen manejar sus dinámicas, para sobrevivir a sus catás-
1984). trofes. Sólo vinculándose a otros seres humanos, en
Nada de esto parece suceder con las mujeres. A una medida mucho mayor de la que quiere recono-
juzgar por los datos que existen sobre la vestimen- cer el creciente individualismo de nuestra sociedad,
ta desde la Edad del Bronce en Inglaterra (Sofaer puede permitirse el engaño de pensar que tiene fuer-
Derevenski 2002), Alemania o Dinamarca (Soren- za frente al mundo. Por eso el vínculo amoroso es
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Sexo, Género y Poder Almudena Hernando Gonzalo
esencial para su supervivencia, porque sólo sin- nimiento del grupo como dinámica global, ocupán-
tiéndose parte de una unidad mayor que él mismo, dose de sostener los vínculos que impiden su dis-
genera la sensación de que puede sobrevivir, base gregación. Ahora bien, comprender esto, y recono-
de partida para tener la posibilidad de hacerlo. La cer la vital importancia de las mujeres en nuestra
cuestión es que la individualidad, la conciencia de “supervivencia” histórica ¿implica negar la domi-
ser alguien distinto y separado de lo demás, se aso- nación patriarcal? De ninguna manera.
cia a la idea de potencia, de control, de compren- Como digo, el deseo amoroso es tan importante
sión racional de los fenómenos del mundo, así que para la supervivencia como el deseo hostil. El de-
le damos todo el peso en la reflexión consciente y sarrollo intra-grupal del segundo es la condición de
explícita sobre quiénes somos. Por la misma razón, la individualidad, pero, sea como sea que se desa-
le quitamos este peso al argumento contrario, a la rrolle, nunca se puede prescindir del primero para
evidencia de que si cada uno de nosotros estuviera sentirse seguro y conseguir sobrevivir. Lo que ha
solo y aislado no sería fuerte, no tendría ningún sucedido en la historia es que se ha producido una
control sobre nada –porque en todo caso el grado “especialización” (a través de la dinámica subjeti-
de control que hemos logrado es el resultado de la va, por un lado, y de la dominación objetiva, por
interrelación e interactuación de muchas esferas otro) de los hombres en el deseo hostil y de las mu-
sociales–, y a la obviedad de que el empleo de la jeres en el amoroso. Ellos tenían el poder político
pura razón –instrumento de la individualidad– para y ellas el poder sobre las emociones de ellos, pues
situarnos en el mundo sólo nos llevaría a compren- el mundo emocional se iba convirtiendo en un ám-
der que nada tiene sentido ni dirección, que ningún bito completamente desconocido (y por tanto in-
esfuerzo para sentirnos fuertes tiene verdadera controlado) para ellos a medida que desarrollaban
compensación, porque en realidad, nunca lo somos. la distancia racionalizadora con el mundo, base de
Como esta evidencia contradice nuestra necesidad su individualidad.
básica de crear argumentos que nos permitan creer A mi juicio, la sociedad sólo será igualitaria y
que podemos sobrevivir para seguir haciéndolo, la justa cuando desaparezca esta asociación entre se-
negamos. Así que hemos construído un discurso de xo mujer-especialización en deseo amoroso-poder
legitimación de lo que somos, que es la Historia, sobre las emociones, y sexo hombre-especialización
que está centrada en el primer mecanismo exclusi- en deseo hostil-poder político, que es en lo que con-
vamente. La Historia niega la importancia del vín- siste el género. Creo que la sociedad sólo dejará de
culo y de la cohesión del grupo para la superviven- ser una sociedad patriarcal cuando desaparezcan los
cia, e ignora el hecho de que si no hubieran existi- géneros y sólo se hable de sexos: cuerpos distintos
do fuerzas centrípetas contrarias a las centrífugas que combinen en proporciones equilibradas el de-
de la individualización, nuestro grupo nunca hu- seo hostil y el deseo amoroso. En mi opinión, esto
biera llegado a existir tal y como lo conocemos. es lo que está sucediendo con las mujeres de la
El caso es que las mujeres han encarnado a esas Modernidad, quienes no niegan la importancia del
fuerzas centrípetas, han sido las responsables de deseo amoroso –su “especialidad” histórica–, aun-
mantener los vínculos del grupo a lo largo de la que estén desarrollando el deseo hostil correspon-
historia, a través de su “especialización” en el de- diente a su individualización –y en consecuencia
seo amoroso, lo que ha hecho que se haya negado su creatividad, abstracción o deseo de poder–. Por
la importancia de su función, o simplemente, que eso, en mi opinión, la identidad de las mujeres in-
se haya negado que desarrollaran esa función. En- dividualizadas de la modernidad es distinta a la de
tiéndase: se ha aceptado que han sido las reproduc- los hombres, más completa, menos negadora y más
toras del grupo, la importancia de su papel mater- coherente con las necesidades de nuestra supervi-
nal, de su función doméstica. Se ha aceptado esto vencia. Y por eso también comienza a desvelarse
en tanto en cuanto eran términos comparables a lo como más eficaz.
que hacían los hombres, representaban funciones Una sociedad justa y no-patriarcal no exige que
que no ponían en cuestión las suyas, su especiali- las mujeres “se masculinicen”, ni que los hombres
zación, su conocimiento racional del mundo, su “se feminicen”, sino que ambos asuman la necesi-
control de la tecnología. Pero no se ha aceptado, dad de encarnar de forma equilibrada y consciente
porque la sociedad individualista y especializada el deseo amoroso y el deseo hostil. Sólo entonces
no lo reconoce, su aportación fundamental al soste- dejará de existir la relación de poder más universal
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de todas cuantas existen, al tiempo que se conse- la importancia esencial de la contribución que han
guirá reconocer lo que hasta ahora ha sido negado: hecho las mujeres a nuestra historia.
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RESUMEN
La investigación histórica ha supuesto generalmente que las formas de actividad humana relacionadas
con la vida cotidiana tienden a ser similares y sin grandes cambios, en todo tiempo y lugar. En la línea de
la historia se presenta el ámbito doméstico como una constante y, por tanto, ajeno a las transformaciones
sociales, económicas, ideológicas y políticas que confieren dinamismo y creatividad a los cambios en las
sociedades humanas. Sin embargo, se revisarán dos casos arqueológicos del área mediterránea en los que
la cotidianeidad y su expresión material en la organización del hábitat o en la innovación y gestión del
conocimiento tecnológico han experimentado importantes transformaciones creando nuevas formas de
convivencia diaria.
PALABRAS CLAVE: Historia de la vida cotidiana. Aactividades de mantenimiento. Aarqueología del género.
ABSTRACT
Historical research has implied mostly that the ways of human activity related to everyday life tend always
and everywhere to be similar and without any change. In this path of history, domestic activities are pre-
sented as a constant factor and, therefore, distant from social, economic, ideological and political trans-
formations that confer dynamism and creativity to changes in human societies. However, two archaeolo-
gical case studies will be presented in which quotidianity and its material expression, as it can be obser-
ved in the organization of habitat and in the innovation and management of technological knowledge, show
significant transformations creating new ways of daily living.
procesos de producción y consumo y, por tanto, se mente, por poner un ejemplo que nos ha llamado la
hacían más poderosas. En definitiva, pensamos que atención, hemos leído críticas procedentes de dife-
en cualquier caso de transición entre formas de or- rentes ámbitos relacionadas con planes de desarro-
ganización socio-política el ritmo y las consecuen- llo que se están llevando a cabo en el llamado Ter-
cias de las transformaciones macroeconómicas y de cer Mundo. Parece ser que el diseño de muchos de
las estructuras sociales sólo pueden entenderse his- estos planes no ha considerado a las actividades de
tóricamente si se consideran de forma prioritaria mantenimiento ni a la gestión que existe en torno a
los cambios que afectaron a las prácticas cotidianas ellas. Ello no sólo ha producido el fracaso de algu-
de los grupos humanos. nos de estos planes sino la aceleración de unos pro-
cesos contrarios a los pretendidos (mayor declive
de los ecosistemas, de los recursos, incremento de
2. Las actividades de mantenimiento la pobreza, sobre todo entre las mujeres) (Ferguson
en tiempos de cambio 1994).
Y es que creemos que la investigación histórica
Para la historia, como disciplina científica, la or- ha confundido inmovilidad con resiliencia social y
denación de los acontecimientos del pasado en un ubicuidad. Porque es algo diferente tener la cuali-
orden temporal lineal resulta fundamental. Necesi- dad de necesario a la de inmóvil. A las actividades
tamos un mapa del tiempo para empezar a entender de mantenimiento se les ha supuesto la última cuan-
algo que descubrimos por primera vez (sea un ya- do en realidad lo que ocurre es que resultan impres-
cimiento arqueológico, una nueva cultura, un suce- cindibles para la vida de una comunidad, hasta el
so histórico, etc). De ahí la importancia de las fasi- punto de proporcionar la capacidad de sobrevivir a
ficaciones, las cronologías y de los fósiles directo- cambios sociales traumáticos y facilitar, así, la re-
res en arqueología; ordenamos la realidad del pasa- siliencia de las sociedades humanas.
do (igual que la nuestra) a través del tiempo. Nosotras pensamos que existe suficiente evi-
Y el tiempo histórico resulta impensable sin el dencia de que las actividades de mantenimiento
cambio. Como nos comenta el protagonista de The han experimentado en todos los periodos históricos
curious incident of the dog in the night-time: “el cambios importantes, sobre todo en las fases lla-
tiempo no es más que la relación entre el modo en madas de transición, cuando se produce un cambio
que cambian las diferentes cosas” (Haddon 2004). histórico abrupto. Es verdad que en el caso concre-
En nuestra cultura, donde el cambio se valora en to de la arqueología a veces resulta más difícil esta-
positivo, “dada la experiencia que tenemos de que blecer cadenas de causalidad del tipo que comentá-
el cambio social del pasado nos ha conducido cada bamos anteriormente al referirnos a los planes de
vez a tener mayor control material sobre la realidad” desarrollo en el Tercer Mundo. Pero lo que sí ve-
(Hernando 2002: 75), parece lógico que la historia mos, cuando nos fijamos, es que los cambios en el
narrada se haya detenido con especial interés en la registro arqueológico se producen a varios niveles,
explicación de los momentos de cambio social. Es incluido el de las actividades de mantenimiento, y
más, la historia, como el tiempo, sólo es concebible que lo hacen en un conjunto de posibles interrela-
si hay cambio. Por propia supervivencia, por tanto, ciones que son las que queremos interpretar.
nuestra disciplina debe explicar el cambio y enfati- En los casos particulares que analizaremos en
zar su significación. este artículo, a modo de ejemplos históricos y me-
Las actividades de mantenimiento han configura- todológicos, proponemos observar concretamente
do tradicionalmente un ámbito de escaso para el aná- qué cambios se producen en las formas de gestión
lisis histórico. De hecho, se las concibe como ahis- de la alimentación durante la transición del Neolí-
tóricas, que equivale a decir que no tienen tiempo. tico Medio al Neolítico Final en Cataluña y cómo
Sí, se reconoce a veces su presencia, pero no apor- se modifican las formas de residencia y conviven-
tan significación a la dinámica histórica. Y es que cia dentro de las comunidades griegas desde la
al considerarse actividades sin tiempo y sin cambio, época arcaica a la clásica. En el primer caso nos
¿qué falta va a hacer explicarlas…? Y lo que ni se centraremos en el yacimiento de la Bóbila Madu-
explica ni se nombra se convierte en invisible. rell (San Quirze del Vallés, Barcelona) y, en el se-
Y no es solamente nuestra disciplina la que ig- gundo, en el de Olinto (Calcídica, Grecia).
nora a las actividades de mantenimiento. Reciente-
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Paloma González, Sandra Montón y Marina Picazo Continuidad y cambio en la cultura material...
Figura 4.- 1. Planta de los edificios absidales de la fase I de Assiros en la Macedonia central (750-650 a.C.). (Fuente:
http://artsweb.bham.ac.uk/aha/kaw/Assiros/assirosindex.htm [Actualizada el mes de junio de 2005] Acceso el 10/1/
2006).
2. Planta de la casa A VII4 de Olinto en la Calcídica (432 a.C.-348 a.C.). (Fuente: Robinson, D.M. y Graham, J.W.
(1938): The Hellenic house: a study of the houses found at Olynthus with a detailed account of those excavated in
1931 and 1934 Excavations at Olynthus, Part VIII, Johns Hopkins Press, Baltimore: fig. 5).
Las diferencias entre las viviendas de época clá- las casas más grandes, el espacio presenta pocas
sica y las de la Edad del Hierro son muy significa- subdivisiones. Además, aunque en ocasiones el pa-
tivas (Figura 4). Aunque no hay un patrón definido tio se cierra por uno o más de sus lados, parece dar-
para la Edad de Hierro, podemos afirmar que antes se poca importancia a la privacidad y a la limita-
del 750 a.C. la mayor parte de las casas, de planta ción de la visibilidad desde el exterior, a diferencia
absidal u oval, disponían de una sola habitación y, de lo que ocurre en el periodo clásico. A partir de
en algunas ocasiones, de un patio abierto frente al entonces, existe una separación entre el espacio
edificio. Al contrario que los patios del período clá- interior y el exterior, una clara intención de crear
sico, éste no estaba resguardado del paso de tran- una mayor privacidad en el entorno doméstico, y el
seúntes frente a la casa. aumento de tamaño de la vivienda se traduce en
Durante la Edad Oscura parece que la estructu- una consiguiente segmentación y relativa especia-
ración de la vida en los asentamientos y su espacio lización del espacio interior para propósitos dife-
social estaba en gran parte controlada por los rit- rentes. Con estos datos en la mano, podemos afir-
mos y las necesidades de las actividades de mante- mar que la mayor diferencia entre las casas de la
nimiento que representaban probablemente la ma- Edad del Hierro y las del período clásico parece
yor parte de las prácticas sociales, incluyendo las haber sido la intención de sus constructores de crear
relacionadas con la producción básica de subsis- una nueva privacidad en el entorno doméstico y de
tencia, es decir, la producción agrícola. En los po- separar físicamente a los ocupantes de la casa y a
blados egeos del siglo VIII y VII a.C. todavía re- sus actividades del mundo exterior.
sulta difícil reconocer habitaciones especializadas Sin duda, la habitación mejor conocida en la ca-
e incluso, en ocasiones, parece que las actividades sa clásica es el andron. El andron constituye tam-
de mantenimiento no estaban totalmente individua- bién la habitación más destacada, la mejor ilumina-
lizadas en unidades domésticas específicas. da, la que presenta unas características más elabo-
Hacia el 650 a.C. asistimos a una primera rede- radas (suelos, paredes, decoración, etc.) y el único
finición del espacio doméstico al aumentarse el gra- espacio abierto al exterior. Socialmente, el andron
do de su compartimentación interna. Con todo, el representa un área que proporciona una zona de ocio
interior sigue siendo reducido y el pequeño núme- y comensalidad a los huéspedes del cabeza de fa-
ro de habitaciones ofrece poca oportunidad para la milia a través de la celebración del simposio, al
separación de actividades o personas. Incluso en que no podían asistir las mujeres de la familia. Es-
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Paloma González, Sandra Montón y Marina Picazo Continuidad y cambio en la cultura material...
tas ocasiones sociales habían de mantenerse sepa- en una parte considerable de las casas de Olinto se
radas del resto de las actividades domésticas, lo halló evidencia de la producción de bienes para el
que implicaba un cuidadoso control de la comuni- consumo exterior a la casa.
cación en el contexto doméstico. Hasta aquí hemos relatado los principales cambios
Aún así, la evidencia textual y artística sugiere que se producen en la concepción y construcción de
que, dentro de la casa y de una misma familia, las las casas griegas desde la Edad del Hierro hasta épo-
mujeres y los hombres estaban en estrecho contac- ca clásica. Podemos preguntarnos, por tanto, a qué
to entre sí en diferentes momentos de la vida coti- responde la introducción de estos cambios en la pla-
diana. Es posible que algunas habitaciones se ocu- nificación de las casas y qué representan para las
paran más por hombres o por mujeres, pero las pau- relaciones que se establecen entre la casa, sus habi-
tas de actividad probablemente debían cambiar en tantes y los habitantes del resto de la comunidad.
los diferentes momentos del día o en las diferentes Sabemos que todos estos cambios en las casas
estaciones del año. La separación tan solo era es- griegas se están produciendo en un periodo muy
tricta en el espacio y el tiempo del simposio, cuando significativo de la historia de Grecia. Morris sitúa
huéspedes ajenos a la familia se mantenían lejos en este momento la aparición de una clase ‘media’,
del contacto con las mujeres de la misma. formada por ciudadanos hombres que viven del
Por otra parte, en muchas de las casas de Olinto trabajo de sus tierras, son hoplitas y participan en
se ha identificado la existencia de un conjunto de alguna forma de actividad pública (Morris 1998:
habitaciones relacionadas con el cocinado de ali- 26). Este sector fue, probablemente, el creador del
mentos, formado por una habitación grande (como ethos igualitario que dará lugar en algunas ciuda-
media, de 4,6 x 5,6 m.), a veces con un hogar de des a la idea de la isonomia política que conoce-
piedra, y una o dos habitaciones más pequeñas en mos como democracia griega. Emerge, al menos
uno de los lados cortos de la primera. Una de las entre algunos autores, la idea de que la buena co-
habitaciones pequeñas normalmente se pavimenta munidad es la que está formada por este tipo de
con losas de piedra y presenta una puerta al patio o hombres y que como tal comunidad, no puede ha-
al pastas. También encontramos zonas destinadas ber una fuente de autoridad superior a la de este
al almacenamiento de diferentes productos desti- grupo. Paradójicamente, esta idea de la isonomía
nados a la alimentación que, en ocasiones ocupan se basaba en una ideología asimétrica de las fun-
el mismo espacio físico que el de las actividades ciones e identidades sexuales, ya que la isonomía
relacionadas con el procesado culinario y, en otras, estaba diseñada para referirse únicamente al mun-
habitaciones específicas. do de los hombres.
No podemos olvidar que las ciudades griegas te- También se gestan durante este periodo los ar-
nían, básicamente, una economía agrícola. La ma- quetipos principales de mujer que conocemos tan
yor parte de las familias que habitaban en las casas bien en la Grecia clásica, entre los que se encuen-
urbanas poseían tierras en el campo y vivían de los tra el de la mujer respetable (en sus acepciones de
productos agrícolas obtenidos. Como parte de las madre, hija o esposa), que describe a una mujer
estrategias del campesinado griego para minimizar sometida durante toda su vida a la autoridad de un
los riesgos de la agricultura mediterránea, en las hombre, cuya principal función en la vida es casar-
casas se almacenaban alimentos suficientes para se y proporcionar herederos. Esta es la información
un año, lo que implicaría, para seis personas, unos que extraemos de las fuentes, pero la arqueología
1500 kg. Esas cantidades requerían mucho espacio añade más: una parte importante de la economía
y facilidades específicas para mantener el grano familiar, como hemos visto, descansa sobre las ac-
seco y libre de plagas. Se guardaban básicamente tividades de mantenimiento, realizadas por las mu-
cereales, y, en menor cantidad, aceitunas, aceite, jeres de acuerdo a los textos.
vino, miel, etc... Nosotras creemos que la reorganización del es-
Además, algunas de las actividades de manteni- pacio doméstico a lo largo del siglo VI a.C. está re-
miento (principalmente las relacionadas con el pro- lacionada con profundos cambios en la ideología
cesado alimenticio y el tejido) superaban el umbral de género dominante. La asociación simbólica entre
de la propia casa, pues sus productos se destinaban exterior/público/masculinidad e interior/privado/
a un consumo externo. Estas industrias domésticas feminidad, tan fundamental en el pensamiento ate-
no eran una actividad marginal o secundaria pues niense clásico sobre el género, aparece directamen-
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Continuidad y cambio en la cultura material... Paloma González, Sandra Montón y Marina Picazo
te relacionada con la emergencia de las casas de las actividades de mantenimiento han atraído esca-
habitaciones múltiples y patio que se conoce en al- sa atención de la investigación histórica y arqueo-
gunos lugares desde comienzos del siglo VII a.C. lógica. Creemos, sin embargo, que existe suficien-
A partir de ahora, el espacio doméstico representará te evidencia de que han experimentado en todos los
para la mujer, al mismo tiempo, su propio espacio períodos históricos importantes cambios, sobre to-
y la restricción de su autonomía. do en las fases llamadas de transición. En el caso
Las clases ‘medias’ sostuvieron una política de del mundo griego, una de esas fases se dio durante
individualismo agresivo y de competición donde la los siglos arcaicos, cuando el urbanismo griego
familia nuclear era una necesidad de la vida y la empezó a sufrir una importante transformación que
esposa tenía que formar parte del esfuerzo corpora- se plasmaría con toda su rotundidad en las ciuda-
tivo. Su función más importante tenía que ser pro- des de época clásica.
porcionar un heredero, algo crucial para la supervi- Lo que resulta especialmente significativo es que
vencia y continuidad de la familia, pero también este cambio evidente en la concepción del espacio
era esencial su función como guardianas del ámbi- del urbano y el paralelo incremento en la produc-
to doméstico y organizadoras de las importantes ción agraria se relaciona no solo con la necesidad
actividades económicas que tenían lugar en las ca- de controlar a las mujeres, sino con cambios funda-
sas griegas. Desde el punto de vista de esa clase, la mentales en la organización de las actividades de
excesiva autonomía de las mujeres podía significar mantenimiento y del trabajo artesanal. La casa era
una amenaza al delicado equilibrio de factores que la principal unidad económica de la poleis donde
permitían el sostenimiento de los grupos familiares se llevaban a cabo las tareas de transformación de
y sus propiedades. De ahí que, a partir de las anti- la producción agrícola tanto para consumo interno
guas tradiciones sobre la amenaza que representa- como para el externo y eso se logró a partir de una
ba la sexualidad femenina, emergiese la necesidad importante reorganización de la vida cotidiana, de
de regular, limitar y delimitar el trabajo y la persona las actividades de mantenimiento y de quienes las
de la mujer. Como opinan Cohen (1989) y Nevett realizaban y controlaban.
(1994) la casa con patio con entrada controlable y En este caso, por tanto, igual que para el perio-
líneas de visión restringidas maximizaba las opor- do de transición neolítico que hemos comentado
tunidades para los hombres griegos de crear una ima- como primer ejemplo y que para otros casos de
gen de espacio sexuado, que se convirtió en una po- transición entre formas de organización socio-polí-
derosa metáfora de la estructura de la comunidad. tica, el ritmo y las consecuencias de las transfor-
maciones macroeconómicas y de las estructuras
sociales sólo pueden entenderse históricamente si
5. Conclusiones se consideran de forma prioritaria los cambios que
afectaron a las prácticas cotidianas de los grupos
Comentábamos al principio de este artículo que humanos.
las formas de actividad humana relacionadas con
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RESUMEN
En las siguientes páginas analizaremos las actividades de mantenimiento relacionadas con el cuidado y
la socialización de individuos infantiles durante la Edad del Bronce del sur peninsular. Nuestro objetivo
es, por un lado, acercarnos al trabajo y las experiencias derivadas de la realización de estas prácticas y
por otro una aproximación al estudio de los individuos infantiles no sólo como objetos sino como sujetos
de acciones relativas a la organización social y a la creación de identidades dentro de estas sociedades.
PALABRAS CLAVE: Individuos infantiles. Socialización. Cuidados. Actividades de mantenimiento. Edad del Bronce.
Península Ibérica.
ABSTRACT
In this paper we will analyse maintenance activities related to care and socialization of children during
Bronze Age in the South of Iberian Peninsula. Our aim is in one hand to consider works and experiences
derived from these practices and in the other hand an approach to children not only as objects but as actors
in activities related to social organisation in these societies.
KEY WORDS: Children. Socialization. Childcare. Maintenance activities. Bronze Age. Iberian Peninsula.
1. Introducción 2. La socialización y
el aprendizaje de los individuos infantiles
Dentro de lo que han sido definidas como activi-
dades de mantenimiento, relativas al sostenimiento Las estrategias más coherentes para intentar
y cuidado de cada uno de los miembros de una co- aproximarnos a la relación entre objetos materiales
munidad (Picazo 1997; Montón 2000) hay un as- que encontramos en el registro arqueológico y los
pecto que no ha sido explorado en toda su amplitud individuos infantiles de las sociedades prehistóri-
como es el reemplazo generacional y todos aquellos cas deben establecerse en base al contexto de apa-
elementos relacionados con el cuidado, especial- rición de los mismos. La aparición de juguetes en
mente de individuos infantiles. Las razones para es- el registro arqueológico ha sido relegada a la simple
te escaso interés son, por una parte, el hecho de que curiosidad sin ninguna importancia o significado
son prácticas normalmente relacionadas con el tra- social. Sin embargo tanto el uso de juguetes como
bajo femenino y por otra que se refieren a los indi- la interacción de los niños con el resto de objetos
viduos infantiles. El desinterés por los niños en las que les rodean forman parte del aprendizaje y de la
sociedades prehistóricas se debe a varios factores, socialización de estos miembros de la comunidad
en primer lugar en la escasa relevancia otorgada al (Sofaer 2000: 7). Al igual que los otros elementos
estudio de los individuos infantiles, sobre todo por de cultural material los juguetes están también in-
el concepto de niñez de las sociedades occidentales fluenciados por el estatus o el género ya que la so-
actuales y la no consideración de sus capacidades cialización de los niños y niñas implica su inclusión
económicas y sociales (Chapa 2003: 116). El otro como miembros de una comunidad en la que las ca-
factor a considerar es metodológico y se refiere a tegorías sociales deben ser reproducidas (Sánchez
la dificultad de interpretación del registro arqueoló- Romero 2002, 2004). Los juegos son mediadores
gico relacionado con los individuos infantiles, no entre el mundo de los individuos infantiles y el de
obstante a esta deficiencia ha contribuido fuertemen- los adultos. Imitan el mundo de los adultos repro-
te la inexistencia de estrategias de investigación es- duciendo roles biológicos y sociales que reflejan los
pecíficas para el conocimiento de este grupo social. roles que los adultos tienen en la sociedad (Lille-
El estudio de este segmento de edad, el de los in- hammer 1989: 94). Los juguetes y los juegos son el
dividuos infantiles, ofrece la posibilidad de explo- medio que utilizan los adultos para definir y refor-
rar no sólo las posibles relaciones que se establecen zar las enseñanzas de los comportamientos propios
entre los individuos de un grupo social, sino tam- de la edad, del género o de la clase social y como
bién valorar de una manera distinta los espacios y mecanismos para delegar determinados trabajos,
las actividades relacionados con la infancia. La ca- responsabilidades y actitudes, en definitiva para
tegoría de edad, al igual que la de género, está so- transmitir mensajes culturales (Baxter 2004: 42).
cialmente construida y es igualmente importante en Existe una amplia diversidad de elementos que
la organización social. Como los adultos, los niños han podido ser utilizados por los individuos infan-
han jugado y juegan un importante papel económico tiles, por ejemplo, entre los posibles juguetes encon-
y social y es, por tanto, necesario tener en cuenta la tramos objetos fabricados por adultos para que sir-
aportación de los niños, de sus actividades y actitu- van como tales, objetos procedentes del mundo
des a través de los datos arqueológicos, viéndolos adulto que por desecho o rotura son utilizados por
no sólo como reflejo de lo que ocurre en el mundo los individuos infantiles y por último, objetos sin
adulto sino como agentes activos en las mismas. transformar (Politis 1998: 10). A este conjunto ha-
Nuestra aproximación se realiza a través de la bría que añadir además los objetos manufacturados
consideración de las prácticas de cuidado y sociali- por los propios individuos infantiles dentro de sus
zación que pudieron desarrollarse en las sociedades procesos de aprendizaje y socialización (Kamp et
prehistóricas, veremos estos elementos en dos aspec- al. 1999). No es fácil el reconocimiento de los ju-
tos distintos, por un lado, las formas de aprendizaje guetes en el registro arqueológico, uno de los pri-
y socialización y por otro una propuesta de aproxi- meros obstáculos que se nos presentan es la identi-
mación a la cobertura de las necesidades biológicas ficación que en muchas ocasiones se realiza entre
y afectivas de los individuos infantiles; para ello, objetos en miniatura e individuos infantiles, esta ti-
utilizaremos el registro arqueológico de varios yaci- pificación puede ser engañosa ya que encontramos
mientos de la Edad del Bronce de la península ibérica. multitud de objetos de pequeño tamaño que tienen
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Actividades de mantenimiento en la Edad del Bronce del sur peninsular Margarita Sánchez Romero
jera et al. 2006), lo cierto es que la explicación de (Kunter 2000: 270); en otros poblados como El Ar-
su significado tiene relación directa con la vida de gar, Gatas, Peñalosa o Cerro de la Encina los por-
estos niños y sólo se entienden en este marco inter- centajes varían entre el 25% y el 50% aproximada-
pretativo. mente (Sánchez Romero 2004).
Pero la socialización de estos individuos no sólo En los ajuares funerarios infantiles de época ar-
se produce a través de las esferas productivas, sino gárica encontramos el rango completo de enseres
que están incluidos en un ritual perfectamente nor- que se documentan para los individuos adultos, des-
malizado dentro de las sociedades adultas y para el de sepulturas sin ofrendas hasta tumbas que contie-
que se articulan características propias que definen nen objetos metálicos, recipientes cerámicos o úti-
a un grupo social con escasa visibilidad arqueoló- les y ornamentos realizados en piedra, hueso, con-
gica pero de gran relevancia durante la Edad del cha o metal que demuestran claras diferencias so-
Bronce, ya que a través de ellos tenemos la cons- ciales en las que los niños participan. Para el aná-
tancia de que se empiezan a articular diferencias lisis que nos ocupa se dividieron las categorías de
sociales claras en las dinámicas políticas y sociales edad en cuatro grupos. Una primera categoría for-
de las poblaciones de este periodo. Es precisamen- mada por los neonatos (hasta un mes de vida), un
te en este ámbito en donde, a través de los ajuares segundo conjunto en el que aparecerían los niños
funerarios, los individuos infantiles se encuentran entre 0 y 3 años, ya que esta es una edad crítica por
inmersos en la jerarquización social; la presencia los cambios en la alimentación producidos en el
de diferentes ajuares en tumbas de niños están mar- proceso de destete. La tercera categoría incluye a
cándonos unas diferencias que con toda seguridad los niños entre los 3 y los 7 años y la cuarta reuni-
también se estaban reflejando en la vida diaria de ría los individuos entre 7 y 15 años, el hecho de
estos niños, desde muy pequeños reconocen su es- considerar una edad tan avanzada para esta catego-
tatus y lo que los diferencia de otros individuos de ría se debe a la intención de comprobar si podemos
su misma edad. establecer la adultez a través de cambios en el con-
Para ello hemos analizado el registro funerario texto funerario. Sólo se han tenido en cuenta para
procedente de las necrópolis de los poblados de El el análisis estadístico las sepulturas infantiles indi-
Argar (Antas, Almería) (Siret y Siret 1890; Kunter viduales.
1990, 2000), Gatas (Turre, Almería) (Castro et al. El análisis de los ajuares aparecidos nos permi-
1999), Cerro de la Encina (Monachil, Granada) tió clasificarlos en cinco categorías diferentes, una
(Aranda y Molina 2006), Cuesta del Negro (Puru- primera (1) dedicada a los individuos sin ajuar y
llena, Granada) (Molina y Pareja 1975) y Peñalosa cuatro más que estarían formadas por: (2) ajuares
(Baños de la Encina, Jaén) (Contreras et al. 2000). con objetos de adorno en piedra, concha o hueso,
Desde el punto de vista descriptivo, en las socieda- que en alguna ocasión aparece acompañado de va-
des de la Edad del Bronce encontramos diversos ti- sijas cerámicas (3) ajuares caracterizados funda-
pos de enterramiento para los individuos infantiles, mentalmente por objetos de adorno en metal en al-
muchos de estos individuos aparecen enterrados en gunos casos en oro y plata y en los que pueden apa-
vasijas cerámicas, sobre todo en el área nuclear de recer adornos en otros materiales, (4) ajuares com-
la Cultura del Argar, donde el porcentaje de niños puestos por útiles metálicos (punzones, cuchillos o
enterrados mediante este ritual puede alcanzar has- dagas) y en los que pueden aparecer objetos de
ta el 80%. Para otras zonas son comunes los ente- adorno en todo tipo de materiales y/o vasijas cerá-
rramientos en covachas, fosas e incluso cistas (Sán- micas, y por último (5) una categoría formada por
chez Romero 2004). elementos que aparecen de forma aislada y en es-
Incluso en un contexto cultural en el que no to- casas ocasiones como son las piezas cerámicas y
do el mundo se entierra, los niños mantienen una las ofrendas cárnicas. El análisis realizado pone de
proporción bastante elevada con respecto a los manifiesto que los objetos que mejor definen los
adultos; por ejemplo, las investigaciones de Fuente ajuares de los individuos infantiles durante época
Álamo han determinado que teniendo en cuenta el argárica son los objetos de adorno (brazaletes,
conjunto de sepulturas sin restos óseos y mante- cuentas de collar, aretes), que aparecen en el 80%
niendo la ratio de distribución determinada para el de los ajuares estudiados.
resto de las tumbas, los individuos infantiles supo- Los resultados (Gráficos 1 y 2)1 expresan que el
nen el 52.47% del total de la población enterrada grupo calificado como neonato es el que mayor por-
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Actividades de mantenimiento en la Edad del Bronce del sur peninsular Margarita Sánchez Romero
3. Las prácticas de cuidado y alimentación Como señala Inés Fregeiro (e.p.), la enfermedad
o la necesidad de cuidados no deben ser considera-
Ya hemos mencionado en alguna ocasión que lo das exclusivamente desde un punto de vista bioló-
que hace importante a una actividad es la dimensión gico sino que supone un problema social; cualquier
social que alcanza dentro del grupo (Sánchez Ro- síntoma de dolencia o necesidad de protección po-
mero e.p. a), es decir, cómo afecta a los miembros ne en movimiento de manera automática, una serie
de una sociedad el trabajo que realizan los demás de conocimientos, trabajos, actitudes y experiencias
componentes del grupo. Hay trabajos que no tienen por parte de los grupos sociales. La mayoría de es-
por qué dejar necesariamente huella en la persona tas actuaciones pueden ser observadas en el registro
que las está realizando y sí que las dejan en la per- arqueológico a través de los restos óseos. Para esta
sona sobre las que se realizan, por ejemplo, las ac- investigadora, por ejemplo, “los huesos sanos en in-
tividades relacionadas con el cuidado y la alimen- dividuos infantiles y juveniles [documentados en
tación. sepulturas], lejos de señalar un estado saludable,
El estudio de las prácticas de cuidados en las so- nos hablan de una enfermedad aguda que no llegó
ciedades prehistóricas puede indicarnos no solo las a involucrar otras partes del organismo como el es-
condiciones sociales y económicas que provocaron queleto. Esto indica que no existió superación de la
la enfermedad (crisis nutricionales, ejercicio de la enfermedad, ya sea por falta de conocimientos tera-
violencia…) sino las condiciones sociales que po- péuticos para curarla o porque hubo una decisión
sibilitaron el desarrollo de esas prácticas de cuidado social para que no se dedicara tiempo de trabajo en
que garantizaran la supervivencia del grupo social. el mantenimiento de su vida. Los huesos con seña-
Sin embargo, la poca atención prestada a estas acti- les patológicas y evidencias de regeneración, en
vidades viene dada por su atribución prácticamen- cambio, señalan trabajos de cuidados que hicieron
te exclusiva a las mujeres que hace que queden posible la prolongación de la vida” (Fregeiro e.p.).
marcadas por las dos características fundamenta- Receptores claros de estos cuidados son los in-
les, la invisibilidad y la escasez de valoración de dividuos infantiles que necesitan constante atención
estas actividades devenida por la no consideración durante los primeros años de vida o los miembros
precisamente de estas actividades como trabajos del grupo que son cuidados durante un largo perio-
(Sánchez Romero e.p. a). do de tiempo por causa de una lesión o enfermedad
Sin embargo, hemos de considerar que las rela- y que sobrevive a la misma (Sánchez Romero e.p.
ciones que se establecen entre los individuos adul- a). En lo que se refiere al cuidado de los individuos
tos y los infantiles son especialmente críticas y fun- infantiles, el éxito de la realización de esa actividad
damentales para la supervivencia de las sociedades. de cuidados se refleja, obviamente, en la supervi-
Hace unos 2.5 millones de años, el periodo de vida vencia de los individuos que superan esa etapa de
fetal de las crías de Homo paso a ser de veintiún sus vidas. Hemos de tener en cuenta que la realiza-
meses, de los cuales sólo se desarrollan nueve en el ción de las prácticas de cuidado y alimentación su-
útero materno, este hecho convirtió a las crías en pone no sólo una ingente cantidad de trabajo en la
dependientes ya que durante todo el primer año de mayoría de las ocasiones no reconocido (Sánchez
vida el organismo está dedicado a permitir que el Romero e.p. a), sino también una serie de conoci-
cerebro alcance la mitad del tamaño que tendrá en mientos y avances tecnológicos que faciliten el de-
la vida adulta. De esta manera el género homo tie- sarrollo de las mismas (Sánchez Romero e.p. c).
ne las crías más inteligentes, pero también más frá- El análisis de los restos óseos de los individuos
giles y más dependientes y por tanto la necesidad de infantiles de la mayor parte de las sociedades pre-
atención y cuidado se convierten en acciones esen- históricas muestra que los niños murieron por dos
ciales para las poblaciones humanas (Hernando conjuntos de factores, causas endógenas, influen-
2005; Sánchez Romero e.p. b). Por tanto que esos ciadas por las condiciones antes o durante el parto
primeros años de vida se superen con éxito es cru- y causas exógenas, originadas por la calidad del
cial para la supervivencia y desarrollo de todos los medioambiente postnatal (Herring et al. 1998: 426).
grupos sociales, aunque nunca se han analizado en Entre las causas exógenas, el momento más crítico
profundidad las actividades, los avances tecnológi- para los individuos infantiles se produce con el fin
cos, los conocimientos o las estrategias elaboradas de la lactancia; el paso que realizan los individuos
para llevar adelante este proceso. infantiles desde la seguridad de la leche materna a
Complutum, 2007, Vol. 18: **-** 30
Actividades de mantenimiento en la Edad del Bronce del sur peninsular Margarita Sánchez Romero
otro mundo de alimentos a través de la ingesta de cas maternales (ya sean sociales o biológicas) están
leche de aportación animal en los grupos prehistó- llenas de este tipo de estrategias (Sánchez Romero
ricas debió ser un proceso crítico debido sobre todo e.p. c) que prácticamente nunca dejan huellas en el
a las situaciones medioambientales e higiénico sa- registro arqueológico. Por otra parte, en ningún caso
nitarias de estas poblaciones (1998: 425). En deter- se ha considerado la importancia que han podido te-
minadas sociedades con condiciones de salubridad ner todas estas prácticas y actividades para un ele-
insuficientes, la retirada temprana de la leche ma- mento tan fundamental y definitorio de estas socie-
terna a un bebé puede provocarle, diarreas y aler- dades como es el mantenimiento de la cohesión so-
gias a otros alimentos, debido a que sus sistemas cial, que se ha visto siempre mantenida a través de
digestivos e inmunológicos no están totalmente for- la fuerza física o mediante la violencia estructural,
mados (Katzenberg et al. 1996: 178). Actividades y no mediante el desarrollo de relaciones afectivas.
como la lactancia y procesos como el destete son A pesar de un cierto carácter universal en los
factores culturales que suelen variar entre poblacio- comportamientos que relacionan a las mujeres con
nes pero no lo hacen dentro de un mismo grupo los individuos infantiles y que vienen dados por el
(García 2005), su constatación arqueológica a tra- hecho de que los mecanismos reproductivos cierta-
vés del estudio de los isótopos estables de carbono mente necesitan de los cuerpos de las mujeres para
y nitrógeno en los restos óseos está proporcionan- que se pueda producir el embarazo y el parto, lo
do información no sólo acerca de estos procesos que le sucede al niño o la niña una vez deja el útero
alimentarios y de cómo se articulan socialmente, materno conlleva múltiples posibilidades. Incluso
sino también de otras cuestiones paralelas como es distinta la forma en la que las mujeres experi-
pueden ser las ratio de fertilidad de estas poblacio- mentan la maternidad, precisamente porque es una
nes (Katzenberg et al. 1996; Richards et al. 2002; construcción cultural (Sánchez Romero e.p. c). Am-
Williams et al. 2005; Sánchez Romero e.p. c). bos hechos están influidos de significados sociales,
Por otra parte, el registro osteológico nos propor- económicos, culturales, políticos, psicológicos y
ciona también evidencias relativas al modo de vida personales (DiQuinzio 1999). De modo que las in-
de estos individuos infantiles y a como articularon terpretaciones, experiencias y expresiones que se
sus relaciones con el mundo adulto; el análisis rea- ofrecen por parte de los distintos grupos humanos
lizado sobre las lesiones de 77 individuos infantiles se articulan en el marco de desarrollos culturales
pertenecientes a distintos yacimientos de la Edad distintos. Para el caso que estamos analizando, el de
del Bronce de la provincia de Granada, apunta a los rituales funerarios de individuos infantiles, es
que la mayoría de los traumatismos corresponden a interesante el estudio de Roberta Gilchcrist sobre el
caídas casuales generalmente durante el desarrollo potencial del registro arqueológico funerario para
de juegos, en este tipo de accidentes los niños tien- entender el papel de la maternidad en los ritos fu-
den a caer de cabeza intentando frenar el golpe con nerarios, con mujeres que extienden sus prácticas
los miembros superiores. En el caso de las socieda- de cuidados al ámbito de la muerte y por las que el
des argáricas examinadas, el tamaño de las vivien- cuerpo se prepara, se adorna o se le vinculan obje-
das y el clima templado que implican mucho tiem- tos en forma de ajuar; considerando además la rela-
po al aire libre y el urbanismo escarpado ayudan a ción recurrente y señalada por un buen número de
explicar este tipo de accidentes. Las claras diferen- antropólogos de las mujeres con rituales que impli-
cias que se establecen entre las lesiones en indivi- quen manifestaciones de duelo (Gilchrist 2005).
duos infantiles y adultos parecen indicar que los ni- Si bien es cierto, como hemos señalado, que no
ños no estuvieron especialmente expuestos a ries- podemos hacer generalizaciones universales sobre
gos como maltrato o violencia intergrupal (Jiménez comportamientos, hay algunos estudios antropoló-
et al. 2004). gicos influenciados por Carl Jung, realizados sobre
No me gustaría terminar sin hacer referencia a 78 culturas del mundo que muestran la exisenten-
otro elemento dentro de las actividades relaciona- cia de modelos de experiencias humanas, lo que en
das con el cuidado que no debemos olvidar y es el la psicología junguiana se denomina arquetipos y
que se refiere a las necesidades subjetivas que in- que en el caso de la muerte se expresa en el senti-
cluiría los afectos, el cuidado o la seguridad psico- miento de duelo reflejado en una amplia gama de
lógica elementos básicos para el desarrollo de la expresiones materiales (Savage 1992). No sabemos
vida humana (Carrasco et al. 2003: 41). Las prácti- si en las sociedades prehistóricas la preparación del
31 Complutum, 2007, Vol. 18: **-**
Margarita Sánchez Romero Actividades de mantenimiento en la Edad del Bronce del sur peninsular
4. Comentarios finales
NOTA
1. En el gráfico 1 aparecen únicamente las sepulturas con ajuares de los tipos descritos con anterioridad, se han eliminado de
la serie estadística las tumbas sin ajuar para facilitar la relación visual entre los distintos tipos. La relación entre las sepultu-
ras con o sin ajuar están reflejadas en el gráfico 2.
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Recibido: **-**-****
Aceptado: **-**-****
RESUMEN
ABSTRACT
In this paper the definition of weapon is analysed, not only because ethnographic and contemporary vi-
sions have been used in order to classify them, but because the social interpretation we can infer about
these artefacts are quite different, taking into account the explanation as a tool or as a weapon. The only
way to progress is in one hand, the use of functional analysis on metal objects in order to know their tech-
nological conditions and their social and economic implications; in other hand, we must consider several
data (artefacts, human bones, settlement) in a geographic area in order to confirm the existence of violent
confrontations or war. As an example, copper and bronze tools from the Argar Culture will be analysed.
SUMARIO 1. Introducción. 2.
En Prehistoria, lo que se denomina armas se ha dos como armas. Define las armas como objetos
asociado casi siempre a los hombres, incluso sin realizados con la finalidad principal de agredir a
conocer el sexo de los cadáveres asociados a las otro individuo, hecho que indica la existencia de
mismas. El mero hecho de aparecer un instrumen- enfrentamientos lo suficientemente sistemáticos
to bélico permitía considerar masculino al acompa- para producir piezas con la única función de causar
ñante del ajuar. Ciertamente los hombres estuvie- daño. Por su parte, los artefactos empleados como
ron vinculados a las armas en muchas ocasiones, armas no son más que objetos con diversas funcio-
pero es preciso contar con evidencias sólidas, ya nes, una de las cuales puede ser la de agredir. Al
que en algunos casos las mujeres también fueron mismo tiempo, Soriano utiliza tres variables, que
protagonistas de episodios de lucha. Podemos citar deben darse a la vez y en la misma área geográfica
como ejemplo los grupos nómadas pastores de las estudiada, para afirmar la existencia de conflictos
estepas euroasiáticas (Davis-Kimball 1997; Davis- armados: armas, estructuras defensivas y presencia
Kimball y Yablonky 1995; Davis-Kimball, Bashi- de muertes violentas.
lov y Yablonky 1995), cuyos vestigios arqueológi- En segundo lugar, sería conveniente distinguir
cos más representativos son los cementerios kurga- entre guerras y episodios más o menos sistemáticos
nes. En las excavaciones de la necrópolis de Po- de violencia. La guerra sólo tiene lugar en aquellas
krovka, al sur de los Urales, en Kazakhstan, me- sociedades que disponen de un cuerpo institucio-
diante análisis de correlación y significación, fueron nalizado para ello, un grupo armado de carácter es-
establecidas tres categorías sociales: mujeres del pecializado, un ejército. En la guerra, la violencia
hogar, guerreros/as y sacerdotisas. El 94% de los tiene un objetivo bien definido –la imposición del
hombres pertenecían a la categoría de guerreros. poder económico y político–, la agresividad está
Aquellos varones que poseían un único artefacto previamente implantada, existen artefactos con la
bélico o ninguno constituía únicamente el 3%, el única función de matar o defenderse y constituye
mismo porcentaje que el de hombres enterrados con una forma de regular los conflictos que no pasa por
una criatura (cabe destacar que no están documen- el diálogo ni otras medidas mediadoras. La institu-
tadas mujeres inhumadas con niños/as). En cuanto cionalización de la violencia siempre va acompa-
a las mujeres, el 75% pertenecen a la categoría de ñada de una coerción psíquica, alienadora de la gran
mujeres del hogar, el 7% a la de sacerdotisas y el mayoría de los individuos. Al mismo tiempo, la
15% a la de guerreras, con la misma cantidad y el guerra implica tener en cuenta las armas necesarias
mismo tipo de armamento que los hombres. A ve- para vencer a todo tipo de enemigos, así como la
ces, las mujeres guerreras estaban asociadas (3%) organización de quiénes deben usar armas grandes
a objetos de culto, lo que parece indicar la presen- y pesadas o armas más pequeñas, y la distribución
cia de una cuarta categoría formada por sacerdoti- en el terreno de los/las que van a luchar, es decir, las
sas-guerreras. Davis-Kimball insiste en que, entre estrategias de combate.
estos grupos nómadas, los roles sexuales debieron Los enfrentamientos, en cambio, pueden ser de
ser más fluidos y que un buen número de mujeres distinto tipo, desde episodios de violencia entre un
pertenecieron a una élite militar y religiosa de alto número reducido de personas, agresiones entre co-
poder social. lectivos de una misma comunidad o luchas entre
Ante todo deberíamos definir qué es un arma, ya diferentes comunidades o grupos arqueológicos.
que siempre se ha acudido a comparaciones etno- Los motivos pueden ser variados, venganza, celos,
gráficas o actualistas para su clasificación y, en es- envidia, hambre, ansia de poder, consecución de
pecial, porque las interpretaciones sociales que botines, rapto de mujeres, competencia por los re-
pueden inferirse en el caso de clasificar un artefac- cursos del territorio… Es curioso que en los últimos
to como arma o herramienta distan mucho de ser años ha empezado a prestarse un gran interés en la
parecidas. Si definimos un arma como un instru- guerra y su origen en los albores de la Prehistoria
mento destinado exclusivamente al ataque o la de- (Guilaine y Zammit 2002). Como ocurre con otras
fensa, convendremos que ciertas herramientas que cuestiones, se parte de los modelos del presente pa-
pueden tener una función productiva, tales como ra buscar su origen en el pasado, de manera que la
hachas, hoces o cuchillos, no tienen por qué ser con- actualidad determina lo que se cree saber de la Pre-
sideradas armas automáticamente. Soriano (2004: historia. La búsqueda de los orígenes sirve para na-
147-152) distingue entre armas y artefactos emplea- turalizar estereotipos o instituciones vigentes, de
Complutum, 2007, Vol. 18: **-** 36
¿Armas o herramientas prehistóricas? Mª Encarnación Sanahuja Yll
manera que cuanto más remota es su formación, un ajuar funerario formado por armas, herramientas
mas “natural” y positiva parece su expresión actual y adornos que varían según la categoría social a la
y menos aceptables otras formas de organización, que se pertenece (sexo, clase y edad).
que se consideran “antinaturales”, “atrasadas” o Poco se sabe sobre las herramientas argáricas de
“perversas” (Sanahuja Yll 2002). Se refuerza la idea cobre o bronce. El análisis funcional de instrumen-
de que los fenómenos analizados son inevitables, tos líticos tallados procedentes de lugares de habi-
que tienen una gran antigüedad y, por tanto, un ca- tación de los yacimientos de Gatas y Fuente Álamo
rácter conveniente o imposible de evitar. Flota la (Clemente et alii 1999; Gibaja 2002), ambos de
idea de que las cosas han sido siempre así y que la época argárica, indican que la gran mayoría de di-
naturaleza humana es universal, olvidando que chos útiles estuvo destinada exclusivamente a la
pudieron haberse desarrollado vías y estrategias siega y la trilla de restos vegetales no leñosos,
distintas a las que hoy conocemos. El fruto de esta mientras que apenas se documenta el procesado
práctica es una falsificación del pasado, un pasado sobre otros productos. Estos resultados, unidos a la
que se convierte en un espejo del presente y en el presencia de huellas de cortado en otros materiales,
que predomina una visión androcéntrica. implican que, al contrario de lo planteado repetidas
A pesar de que el análisis funcional se ha con- veces en diferentes modelos explicativos, el metal,
vertido en una metodología firmemente estableci- además de ser un elemento de elevado valor social,
da en la investigación arqueológica, especialmente desempeñaba una función de primer orden en la
en el estudio de huellas de uso sobre artefactos líti- fabricación de instrumentos de trabajo en el Sudes-
cos tallados, su aplicación a otros materiales, tales te de la Península Ibérica desde finales del III mile-
como los artefactos tallados de cuarcita, las herra- nio cal ANE. (Clemente et alii 2002).
mientas y adornos macrolíticos, los recipientes ce- Si se ha profundizado poco sobre las herramien-
rámicos, los objetos de hueso y metal o los restos tas, las alabardas, las espadas cortas y largas y las
paleoantropológicos, resulta todavía muy escasa, a hachas del ámbito argárico, vinculadas siempre al
pesar de que las “huellas” de producción y de uso sector masculino, han sido consideradas armas sin
permiten comprender mejor las condiciones técni- lugar a dudas. Analizaremos cada uno de estos obje-
cas y sus implicaciones económicas y sociales. En tos, así como los puñales, presentes en tumbas mas-
lo que respecta a la investigación de los objetos de culinas y femeninas, y los punzones, asociados de
metal, dichas analíticas permitirían distinguir si un manera sistemática a las mujeres.
artefacto fue usado sistemáticamente como una Lull y Estévez (1986) plantearon cinco catego-
herramienta, ya que, hoy por hoy, se tienden a uti- rías sociales para el grupo argárico a partir de un
lizar asunciones apriorísticas o paralelos etnográfi- análisis estadístico global de los ajuares de las tum-
cos y rara vez se realizan verificaciones empíricas bas. La categoría 1 representa a la clase dominante
(Kristiansen 1984; Kienlin y Ottaway 1998). Ade- argárica, con más hombres que mujeres. Los items
más, tal como señalan Clemente et alii (2002), la asociados son la alabarda, la espada, objetos de oro
posibilidad de refundición convierte a los objetos de y plata, la diadema y el vaso cerámico bicónico. La
metal artefactos muy escasos en los contextos de categoría 2, vinculada a objetos de plata y cobre,
hábitat, característica que ha ayudado a enfatizar pendientes, brazaletes, anillos, cerámica (sobre to-
su carácter votivo y funerario y a considerarlos, en do copas), punzones y cuchillos/puñales no asocia-
muchas ocasiones, items de “prestigio” y/o bélicos dos significativamente, corresponde también a la
más que útiles de trabajo. clase dominante argárica, formada, según los cita-
Como ya es sabido, el grupo argárico ocupa las dos investigadores, por mujeres, adolescentes y ni-
provincias de Almería, Murcia, gran parte de Gra- ños/as vinculados a los hombres de la categoría 1.
nada, Jaén y Alicante. Se clasifica dentro de la Edad La categoría 3 representa a los miembros de pleno
del Bronce peninsular (2250 a 1550 cal a. A.C.) y derecho de la comunidad. Las mujeres se asocian
se caracteriza por la existencia de clases sociales y al binomio punzón/cuchillo con o sin cerámica y
Estado, un urbanismo complejo, un desarrollo con- los hombres al de puñal/hacha también con o sin
siderable de la metalurgia del cobre y la presencia cerámica. La categoría 4, posiblemente el grupo de
de enterramientos, generalmente individuales, en servidores/as, incluye hombres y mujeres con un
urnas cerámicas, cistas de piedra, fosas o covachas, ítem de metal de la segunda categoría o vasos cerá-
siempre debajo o entre las casas y acompañados de micos (normalmente cuencos o bien recipientes ca-
37 Complutum, 2007, Vol. 18: **-**
Mª Encarnación Sanahuja Yll ¿Armas o herramientas prehistóricas?
renados). La categoría 5 comprende hombres y mu- a necesitar el uso de las dos manos para su manejo.
jeres sin ajuar, quizás extranjeros/as, cautivas/os o Las espadas de corte solían llevarse como arma de-
esclavos/as. fensiva en el cinto o como arma secundaria, mien-
Gracias a dataciones de radiocarbono realizadas tras que las de golpe, más grandes, eran llevadas en
posteriormente pudieron matizarse las tres prime- el caballo principalmente, aunque también en el
ras categorías sociales (Castro et alii 1993-94), te- cinto (con no pocos problemas de movilidad).
niendo tuvo en cuenta también el sexo y la edad de El hacha, en cambio, es una herramienta cortante
los individuos a los que estaban asociados los ajua- o un arma. Según su enmangamiento y tamaño,
res. Las alabardas y las espadas cortas fechadas se puede emplearse para cortar o trabajar la madera.
concentran, por ahora, en un arco cronológico del Su función de arma en el periodo argárico podría
2100 al 1800 cal A.C., mientras que las dataciones ser sustituida por la de un útil eficaz para talar ár-
de las hachas y las espadas largas son posteriores bo les, precisamente en un momento en el que la
(Castro et alii 1993-94). explotación de los recursos forestales llega al má-
El hacha argárica es vista como un arma asociada ximo nivel de aprovechamiento de las materias le-
a hombres que no ocuparon el vértice de la pirámi- ñosas, coinciendo con el episodio de mayor de-
de social, ya que los varones de la categoría supe- manda de tierras agrícolas. Además conviene re-
rior estarían vinculados a las alabardas, sustituidas cordar que el final de la época argárica supuso un
más tarde, hacia el 1800, por espadas largas (Cas- aumento en la búsqueda de combustible y madera
tro et alii 1993-94: 91-97). Las alabardas se adscri- para la producción de artefactos muebles e inmue-
ben siempre a hombres de más de 35 años, mientras bles (Castro et alii 1999: 270).
que los escasos individuos que se asocian a la espa- El hecho de que el hacha no corresponda a un
da larga, se vinculan a adultos y subadultos. Las grupo de edad específico ha sido explicado como
hachas, más abundantes, se distribuyen en sepultu- una aparente democratización de segmentos más
ras de adultos, subadultos y niños desde un año de importantes de la población a expensas de un poder
edad a partir del 1800 (Castro et alii 1995: 94-96). económico restringido en su cúpula (Castro et alii
Sin embargo, así como alabardas y espadas pa- 1993-94: 97). De todas maneras, si las hachas fue-
recen tener un objetivo bélico claro, en el caso de ron armas ofensivas, la presencia de espadas largas
las hachas su función de arma no es tan evidente. para la primera categoría superior y de hachas para
Tanto la alabarda como la espada son consideradas la intermedia a partir del 1800 indicaría una clara
exclusivamente armas, puesto que se desconoce otra jerarquización social con una respectiva especiali-
posible función. La alabarda es definida como un zación entre la población masculina armada, jerar-
arma ofensiva, que consta de una cuchilla transver- quización no detectada en el periodo anterior. En el
sal, aguda de un lado y de figura de media luna por caso de que el hacha no fuera un arma, postura que
el otro, puesta al extremo de un asta larga. La for- yo defiendo, podría relacionarse con una función
ma y la medida son variadas, oscilando su altura económica que cobra importancia, desde la pers-
entre 200-225 cm. Durante muchos años fue el ar- pectiva real y la simbólica, a partir del 1800, mo-
ma principal de la infantería, aunque a partir del si- mento en que, como ya he mencionado, existe una
glo XV se substituyó por la pica y después por la enorme exigencia de tierras agrícolas.
bayoneta. A finales del siglo XVIII pasó a ser ex- El hecho de que las mujeres no tuvieran acceso
clusivamente un arma ceremonial. La alabarda per- a las armas especializadas (alabardas y espadas lar-
mite efectuar un combate preferentemente defensi- gas o cortas) las convierte en un colectivo que no
vo, al mantener al rival a una prudencial distancia puede o no quiere manejar los medios más eficaces
del usuario, pudiendo emplearse como arma empa- para la coerción fisica y/o psíquica. Sin embargo,
lante o incluso cortante. Por su parte, la espada se cabe resaltar la bisexualidad de los puñales/cuchi-
define como un arma blanca, larga, recta, aguda, y llos (Lull y Estévez 1986; Castro et alii 1993-94),
cortante, con guarnición y empuñadura. Es el arma que ocupan un arco cronológico amplio, entre el
por excelencia de la Edad Media, aunque sus orí- 2100 y 1640 cal. A.C. Los puñales de las primeras
genes se remontan probablemente a la Edad del fases suelen acompañar las alabardas en las tumbas
Bronce. Las espadas pueden diferenciarse en dos de hombres adultos y a los punzones en las feme-
grandes grupos: de corte y de golpe. Las de corte ninas. A partir del 1800, los puñales pueden apare-
son más cortas que las de golpe, que podían llegar cer solos, asociarse a las hachas en las tumbas mas-
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¿Armas o herramientas prehistóricas? Mª Encarnación Sanahuja Yll
culinas de cualquier edad o bien vincularse a pun- ser iguales o distintas, pero hombres y mujeres em-
zones en los enterramientos femeninos desde los 3 plearían un mismo medio de producción.
años hasta la vejez. Llegados a este punto, caemos Sin embargo, no debemos olvidar que la inmensa
en una paradoja. Si el puñal es un arma, algunas mayoría de las tumbas del mundo argárico carecen
mujeres, al menos las de las clases superior e inter- de ajuar. Con ello quiero señalar que las categorías
media, no están exentas de ella, en consecuencia, de ajuares y la jerarquización que aparece en ellos
ciertas mujeres estaban armadas. Si no lo es, debe- a partir del 1800 afecta únicamente a la organiza-
mos dejar de denominarlo arma en el caso de estar ción de la aristocracia propietaria, a los señores y
asociado a enterramientos masculinos y cuchillo señoras de los probables “oikos”, pero no a la in-
en los femeninos. mensa base social, que, en la mayoría de los casos,
Los punzones, al igual que los puñales, se cons- ni tan sólo recibiría sepultura. Las alabardas sólo
tatan a lo largo de toda la diacronía del mundo ar- están presentes, más o menos, en un 4% de las tum-
gárico y se asignan a las tumbas femeninas (Castro bas argáricas hasta hoy registradas, al igual que el
et alii 1993-94: 99-101). El punzón constituye un sumatorio de las espadas largas y cortas. Las ha-
elemento común que traspasa diferentes categorías chas representan aproximadamente el 10%, los pun-
sociales Por un lado, la estabilidad del punzón con- zones el 16%, los cuchillos/puñales el 32% y las
trasta con la sucesión masculina de alabarda prime- diademas el 1%. Si pudieran precisarse las cronolo-
ro y espada larga o hacha posteriormente. Por otra gías de las tumbas argáricas, sería posible estable-
parte, por encima de las disimetrías de riqueza, apa- cer el porcentaje de población armada antes del
rece una herramienta común en buena parte del co- 1800 (presencia de alabarda) o de espadas largas y
lectivo femenino argárico, probablemente una he- hachas (en el caso de que éstas hubiesen sido ar-
rramienta de trabajo vinculada a la producción de mas) después del 1800.
tejidos, lo que debería corroborarse también me- Además, también sería conveniente evidenciar
diante análisis de funcionalidad. En muchas socie- muertes causadas por la guerra, en especial entre
dades, el tejido y los textiles adquirieron una rele- los hombres argáricos, porque, de no ser así, ¿Siem-
vancia especial y resultaron piezas fundamentales pre vencían? ¿No eran nunca heridos? ¿Nadie mo-
de la economía y las relaciones sociales, al servir ría en el combate? ¿Sus poblados no eran saquea-
como productos de intercambio o indicadores de dos? ¿Qué ocurría con las mujeres y las criaturas?
categorías sociales, ya fueran de sexo, edad o ri- ¿Dónde se manifestaba la violencia muda del beli-
queza (Wright 1996). Posiblemente en el mundo cismo? ¿El mero hecho de portar armas investía a
argárico jugaron un papel importante, pero, por el ciertos hombres de poder coercitivo?¿Estaba el po-
momento, se ha trabajado poco sobre este tema. La der coercitivo tan desarrollado y tan sustentado por
dicotomía hacha/hombres y punzón/mujeres de la la ideología del terror que no resultaba necesario
categoría social intermedia podría indicar, en el ca- utilizar las armas? ¿Bajo qué premisas se instauró
so de que las hachas se utilizaran para la tala o el el terror? Son preguntas sencillas, que incluso da
trabajo de la madera, una división sexual del traba- reparo exponerlas, pero que están en la mente de
jo institucionalizada, no pragmática, mientras que muchos/as y que entre todos y todas deberíamos
las labores efectuadas con el cuchillo/puñal podrían empezar a responder.
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Recibido: **-**-****
Aceptado: **-**-****
RESUMEN
Se propone una reflexión crítica sobre algunas aportaciones realizadas desde diferentes perspectivas femi-
nistas en el marco de la Arqueología. Igualmente revisamos diversos conceptos utilizados tales como:
Patriarcado, Identidad y “Desigualdad”. Finalmente, intentamos aportar argumentos para una sociolo-
gía histórica desde la arqueología que contemple las condiciones objetivas de la vida social.
ABSTRACT
A critical reflection on some contributions carried out from different feminism perspectives relating to the
archaeology is proposed. Likewise we revise diverse concepts utilized such as: Patriarchy, Identity, and
Social Inequality. Finally, we contribute arguments for a historical sociology since the archaeology, in
relation to the objective conditions of the social life.
y postulan como inmutables conceptos como el de píria del registro arqueológico lo sustente. Contra-
Patriarcado a lo largo del tiempo (Castro Martinez riamente se esboza un discurso acerca de la existen-
et al. 2005). Evitar esta circunstancia significa aten- cia de “pactos” entre mujeres y hombres, poniéndo-
der a las condiciones materiales de los diferentes los en relación con el reparto de las actividades eco-
colectivos sociales y sexuales. Es decir, abordar las nómicas a realizar en clave de complementariedad;
condiciones reales de la producción y de la repro- a pesar de que sea el colectivo femenino, el que rea-
ducción social, y éstas son siempre particulares y lice el mayor número de trabajos y sufra el consi-
están sujetas a contingencias históricas específicas. guiente deterioro físico, del que acaba beneficián-
De ahí que, cuanto menos, nos sorprendamos ante dose el colectivo masculino. De ahí que afirmemos
afirmaciones tales como que analizar las condicio- que existe una mirada “ideológica”, no realista, de
nes materiales de los grupos sociales del pasado ciertas actividades y del tiempo y circunstancias en
puede llevarnos a un lugar sin retorno ¿Qué anali- el que se realizan éstas, que suele ir en detrimento
zamos entonces? de las mujeres. Además, con este tipo de propues-
tas, se pretende emular un ideal de mundo feliz y sin
tensiones para determinados grupos sociales del pa-
4. Trabajo Femenino sado, algo de lo que carecemos en la actualidad, y
que puede incluso generar una cierta “añoranza” ha-
Pretendemos realizar una sociología histórica cia un pasado pretendidamente igualitario. No olvi-
desde la arqueología que contemple las condiciones demos que en las Ciencias Sociales, se han denomi-
objetivas de la vida social. De ahí que consideremos nado “igualitarias” aquellas sociedades en las que
la producción y el trabajo social como el punto de cualquier hombre adulto es capaz de conseguir un
partida imprescindible para valorar la realidad de determinado liderazgo gracias a sus capacidades
las mujeres y los hombres. Esta circunstancia supo- personales (Fried 1960), aunque también hace ya
ne avanzar hacia la construcción de una Arqueolo- tiempo que se ha apuntado que en muchas de ellas
gía Social cuyo objetivo prioritario es conocer en existía explotación en función del sexo (Meillas-
cada situación histórica, si los colectivos sexuales soux 1975).
y sociales mantienen relaciones simétricas o disi- Estamos ante perspectivas basadas en una visión
métricas, si prima la reciprocidad o si se impone la lineal de la historia y en las que se sigue planteando
explotación del trabajo (Castro Martínez et al. 2003; la errónea ecuación: “sociedades sin complejidad
Castro Martínez y Escoriza Mateu 2005). Insistir social/limitada división de funciones/ausencia de
además en otra cuestión, los sujetos sociales, las explotación económica”, y donde consecuentemen-
mujeres y los hombres, trabajamos en la medida en te el cambio no tiene sentido. Mujeres y hombres
que socializamos la materia y generamos vida so- parecen estar inmersos en un proceso de identifica-
cial en los objetos y en otros sujetos con los que nos ción y empatía mutua al tiempo que vinculados/as
relacionamos, en prácticas económicas o político- por una “unidad psíquica” que sustenta “las diferen-
ideológicas. Así, el trabajo en tanto que gasto de cias” que puedan surgir (explotación económica).
tiempo y energía en la producción material y en la Con este tipo de propuestas, no solo se niega la po-
reproducción social constituye la aportación que to- sibilidad de elección, sino que también se coarta la
do sujeto, toda mujer y todo hombre, realiza para la libertad de los individuos. Al final nos encontramos
continuidad de cualquier realidad social; pues sin el con un retrato demasiado conocido: mujeres con-
trabajo no existe la sociedad (Castro Martínez et al. tentas y felices porque se sienten útiles y seguras.
2003). Si olvidamos la fundamentación material del De todo ello se desprende una reflexión más: ha-
trabajo, la trivialización de la vida social solo puede blar de igualdad social e incluso de “identidad igua-
conducir a la frivolidad o al desencanto nihilista, si litaria” en relación a todo un colectivo social y/o
es que no se juega en el terreno de la, aún vigente, sexual resulta, cuanto menos, engañoso si no se
visión androcéntrica de la “lucha de sexos”. cuenta con un sólido anclaje en lo empírico.
En consecuencia, no deja de provocar perpleji- Otro tema, que vamos a abordar seguidamente,
dad el rechazo que entre algunos sectores de la Ar- está en relación con lo que en los últimos años con-
queología hecha por mujeres provoca plantear la figura una nueva línea de investigación centrada en
existencia de mecanismos de explotación económi- torno al concepto de “cotidianeidad”. Nace así la
ca hacia el colectivo femenino, aun cuando la em- denominada “Arqueología de la vida cotidiana” co-
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Desde una propuesta arqueológica feminista y materialista Trinidad Escoriza Mateu
de la existencia de una mayor o menor especializa- han olvidado lo más obvio: que solo mediante el
ción del trabajo, como a veces se afirma. análisis de las condiciones objetivas de los colecti-
Debería quedar claro, que la existencia de una di- vos sociales y sexuales es factible un acercamiento
ferencia biológica entre sexos y el reconocimiento a las sociedades del pasado. Contrariamente pare-
de la diferencia sexual, no tiene porque desembocar ce que ciertas propuestas necesitan de la muerte de
en situaciones de coerción, subordinación y explo- la razón al hallarse inmersas en una especie de “co-
tación entre mujeres y hombres, como generalmen- queteo empático”, que les lleva a reivindicar la in-
te sucede en nuestra sociedad actual. Mas bien tuición como método de conocimiento; de ahí que
habría que sugerir que es el Patriarcado quien legi- vean factible acceder a las vivencias, sentimientos
tima e institucionaliza una relación de dominación, y deseos de las mujeres y hombres del pasado. Es-
inscribiéndola en una supuesta naturaleza biológica tamos ante una de las características más destacadas
(Bourdieu 2000). Por lo tanto, la diferencia feme- de la postmodernidad, la vinculación incluyente.
nina en las sociedades patriarcales está política- En el caso de la arqueología se trata de generar un
mente construida, desde la óptica de la dominación proceso de autorreflexión a través de uno/a mismo/
masculina. Sólo desde la mirada del más burdo a en relación al pasado. De esta manera se fomenta
esencialismo puede admitirse el hecho de atribuir y, así se explicita, una investigación distinta que
las diferencias sociales y sexuales (históricamente debe ir más allá de los límites cronológicos e inclu-
construidas) a una causalidad universalista, como so epistemológicos. Sin lugar a dudas, estamos an-
en algunas ocasiones se sostiene. te aproximaciones que obvian la dinámica histórica
Finalmente insistir en que la diferencia femeni- de los fenómenos sociales globales. De ahí que los
na se imbrica en la esfera reproductora, puesto que sujetos sociales fragmentados, individualizados y
las mujeres producen los futuros sujetos sociales distanciados, aun abordados en el contexto de las
destinatarios del trabajo humano. Ahora bien, el prácticas sociales en las que se ven inmersos, no den
hecho de dar vida, esta primera división del trabajo cuenta del entramado social que aconteció. Así,
en función del sexo, no implica la explotación de problemáticas como la posible opresión y explota-
un colectivo sobre otro, ya que esta circunstancia ción del colectivo femenino son substituidas por
puede paliarse evitando la existencia de disimetrías narrativas parciales y sin ningún anclaje en lo em-
en el reparto de trabajos. Ha sido el patriarcado pírico que responden a la idea que el/la investiga-
quien ha procurado insistentemente ocultar la exis- dor/a tiene en su cabeza. En definitiva, hologramas
tencia de la diferencia sexual, tanto en lo material de supuestas “identidades” construidas en escena-
como en lo simbólico. Además, sabemos que la rios ficticios.
anulación de las diferencias conduce al modelo úni- Incluso en algunas ocasiones se llega a afirmar
co, al pensamiento único, a la economía global y a que los objetos pueden acercarnos a, las manos,
un sistema que afianza y profundiza en las disime- gestos y pensamientos de las mujeres y hombres del
trías sociales (Sedón 2002). pasado, y además se insiste en la necesidad de in-
centivar una arqueología que narre las vivencias hu-
manas concretas. De esta manera se olvida una pre-
7. Idealismo y Arqueología Feminista misa fundamental, y es que a través de los objetos
recuperados solo podemos acceder al contexto re-
Estamos de acuerdo con Rosa Cobo cuando lacional que los contiene y del que forman parte co-
afirma que, “ la postmodernidad no es una alianza mo materialidad social. Contrariamente nunca po-
beneficiosa para el feminismo porque no es un pen- dremos abordar su significado, pues este radica en
samiento crítico” (Cobo, 2002). Este discurso es el pensamiento, a todas luces, inaccesible desde cien-
aplicable a algunas de las aportaciones realizadas cias como la arqueología (Escoriza Mateu 2002).
desde nuestra disciplina, y en las que si bien se par- De lo contrario la arqueología corre el riesgo de
te del reconocimiento de la existencia de la diferen- quedar reducida a lo que pudo ser el viejo deseo
cia femenina, lamentablemente la propia lógica de postmoderno de “contar cuentos”. Y si es así, que
la postmodernidad las hace caer en una marcada se escriba literatura, algo nada condenable, si no es
ahistoicidad. con el engaño del ropaje académico y científico que
A mi juicio, las aproximaciones feministas en otorga una autoridad muy distinta a la que se conce-
arqueología, influenciadas por la postmodernidad, de a quienes se dedican a la creación de ficciones.
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Trinidad Escoriza Mateu Desde una propuesta arqueológica feminista y materialista
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RESUMEN
Las figurillas femeninas halladas en yacimientos paleolíticos y neolíticos europeos han sido la base para
muchas hipótesis sobre la condición de la mujer en la prehistoria. En un ensayo dirigido a avanzar más
allá de las propuestas existentes, el análisis de las figuritas desde un punto de vista femenino, en el que se
analiza especialmente el contexto doméstico y las relaciones espaciales de las figuritas con los demás res-
tos arqueológicos hallados, proporciona el fundamento para nuevos argumentos sobre las mujeres en la
prehistoria y sus relaciones sociales. En este caso, además, se van a proponer dos modelos claramente
diferenciados: el Paleolítico Superior Antiguo, representado por las figuritas gravetienses, y el Neolítico
de Grecia y los Balcanes, que en ambos casos rechazan la uniformidad de la interpretación de las figuri-
tas como representación de una diosa.
PALABRAS CLAVE: Figuras femeninas. Paleolítico Superior de Europa. Neolítico de Grecia y los Balcanes.
ABSTRACT
The feminine figurines found in Palaeolithic and Neolithic European sites have been the base for multiple
propositions about women’s condition in prehistory. In this essay I want to go further in this issue analy-
zing this group of figurines from a feminine point of view. I pay special attention to the domestic context
and to the spatial relationships of figurines with the others archaeological remains that will provide new
arguments about prehistoric women and their social relations. I propose two clearly differentiated models
- the Palaeolithic one, represented by the figurines of Gravetian and Magdalenian cultural periods, and
another one for the Neolithic groups in Greece and the Balkans - which stand against the uniformitarian
argument of interpreting the figurines as representations of a goddess.
KEY WORDS: Feminine figurines. European Palaeolithic. Greek and Balkanic Neolithic.
SUMARIO 1. Introducción. 2. La figura femenina del Paleolítico Superior. 3. Las figuras femeninas
del Neolítico de Grecia y los Balcanes.
bien ornamentales y en algunos casos se ha detec- y esquemáticas, de manera que se ha propuesto una
tado la presencia de ocre; los tocados y peinados tendencia general en el desarrollo del arte figurativo
están poco representados. Son pequeñas estatuillas que se traduce en la esquematización de las repre-
fabricadas con diferentes criterios: hay variaciones sentaciones femeninas.
en el tamaño, en la materia prima usada para su rea- Se conocen estatuillas sobre piedras diversas,
lización (marfil, hueso, piedra, loess), en las formas dientes de animales, asta de reno y marfil de ma-
de obtención de esa materia prima, en las técnicas mut. Además, aparecen ahora muchas representa-
de elaboración y, en algunos casos, en la elección ciones grabadas sobre hueso o sobre placas de pie-
de la materia prima según su uso posterior. Sin em- dra e incluso altos y bajorrelieves. Las representa-
bargo, es cierto que parece existir un canon de elabo- ciones femeninas rupestres grabadas o pintadas son
ración, tal como demostró Leroi-Gourhan (1965). mucho más abundantes.
Aunque existen verdaderos problemas para el Algunas figuritas tienen detalles de los rasgos fa-
análisis del contexto de la figuras, debido a que pro- ciales, cabellos y vestidos en el caso de las más rea-
ceden de excavaciones antiguas y poco rigurosas, listas. Sin embargo, para las representaciones más
hay algunos yacimientos bien documentados, so- estilizadas es difícil decir si las líneas de relleno
bretodo en Europa central y oriental. En general, con las que se adornan son, a su vez, representacio-
podemos afirmar que la mayoría de las figuraciones nes de vestimentas, tatuajes o simplemente son un
fueron halladas dentro de las viviendas o en zonas recurso estético.
de habitación dentro de cuevas o abrigos o, como Los datos son aun más escasos para el período
mínimo, en niveles de frecuentación, y jamás apa- magdaleniense por lo que se refiere al contexto de
recen en enterramientos. las figuritas, pero parece que continúa la vincula-
En los hábitats, se ubican casi siempre en zonas
periféricas del ámbito doméstico. Además, suelen
estar dispuestas en condiciones particulares: sobre
suelos pigmentados con ocre o escondidas en pe-
queños nichos o en fosas-depósitos cubiertas de
huesos animales. Nunca están alejadas de las zonas
de los hogares y, a veces, están dispuestas con una
clara orientación hacia ellos, o bien se hallaron
acompañadas de carbones o en medio de cenizas
(Figura 1). En Europa Oriental las figuritas halla-
das en hoyos pueden estar acompañadas de otras
figuritas y, sobre todo, de otros objetos de carácter
simbólico o de utensilios: medallones, agujas y es-
pátulas de hueso, láminas de hueso o de marfil de-
coradas, dientes perforados de zorro polar, huesos
de mamut en conexión anatómica, utensilios de sí-
lex, estatuillas de animales, etc.
En Dolní V*stonice se hallaron evidencias de que
las roturas observadas de algunas figuritas eran in-
tencionadas. En uno de los hornos del yacimiento
se hallaron centenares de fragmentos de figuritas,
resultado de hacerlas estallar por medio del fuego.
Lo mismo cabe decir para algunas figuritas calcá-
reas rusas, donde además en algunos casos fueron
colocadas intencionadamente cabeza abajo.
En la segunda fase del Paleolítico Superior, en
general dejan de ser representaciones de mujeres Figura 1.- Planta y secciones de un fondo de cabaña de
obesas o con los rasgos sexuales muy marcados pa- Gagarino. La posición de las figuritas está indicada me-
ra dar paso, al principio, a una imagen más realista, diante letras: A, B, C, D, E, F, G, H, I. (Fuente: Tarassov,
y más adelante a representaciones muy estilizadas 1979, fig. 27. En Abramova 1995: 80, fig. III.IV).
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Cristina Masvidal Fernández Bases para una nueva interpretación sobre las mujeres en la Prehistoria
ción con el hábitat, con el ámbito doméstico, pero embarazos, partos y amamantamiento. No son re-
de forma diferente al período antiguo. presentaciones estáticas y están en diversas postu-
Las interpretaciones sobre las figuritas paleolíti- ras. El tamaño es variable: 5-15 cm. La arcilla co-
cas han sido muy variadas (Gvozdover 1989; Mar- cida es el material más usado, pero se conocen
shack 1991; McDermott 1996) y en general tienden ejemplares de piedra, hueso y concha, y algunas
a la globalización de los datos, sin prestar atención combinan varios materiales. Pueden tener trata-
al hecho de que se da una evolución a lo largo del miento superficial: bruñido, incisión, engobe, relie-
Paleolítico tanto desde un punto de vista estilístico ves, perforaciones, pintura, grabado, incrustacio-
como contextual, desde las primeras figuritas del nes. Originalmente estaban vestidas y adornadas.
gravetiense hasta las del magdaleniense final. C. Desde los inicios del Neolítico, hacia el VII mi-
Gamble (2001) y H. Delporte (1993) vieron esta lenio a.C., en las islas y regiones litorales del Me-
diferencia, sin embargo no tuvieron en cuenta el diterráneo central y occidental las estatuillas fueron
contexto de las figuritas. numerosas en los asentamientos. Los poblados de
A pesar de todo, pues, hay suficientes datos como Grecia y los Balcanes se erigieron prioritariamente
para exponer unas tendencias en referencia a la fun- en las zonas más fértiles para la agricultura. Exis-
ción y el significado de las figuritas. La primera y tieron asentamientos de tipo tell y asentamientos
no por repetitiva debe darse por sentada es que la en llano. A partir del V y IV milenios a.C. se pro-
imagen humana predominante durante todo el duce una consolidación e intensificación del núme-
Paleolítico Superior es la femenina, pero esta ima- ro de asentamientos en muchas áreas del sudeste
gen no es homogénea. En segundo lugar, se da una europeo, así como una expansión del poblamiento
tendencia hacia la diversificación de soportes a lo hacia zonas secundarias y periféricas. Aparecieron
largo del Paleolítico Superior, desde las estatuillas en este momento los primeros poblados fortificados
en bulto redondo mayoritarias en el período antiguo en Grecia, a la vez que aumentó el tamaño de las
hasta la mayor diversificación al final de período. casas, su complejidad interna y los asentamientos
Esta diversificación de soportes va pareja a la di- se volvían cada vez más especializados.
versificación contextual y a la regionalización de Las comunidades neolíticas no eran autosufi-
las culturas del magdaleniense. Finalmente, el con- cientes en un sentido estricto. Los poblados no es-
texto de las figuritas tampoco es constante, sin em- taban aislados y una muestra de ello son los mate-
bargo nunca aparecen en contextos funerarios. En riales alógenos encontrados en el interior de las ca-
la fase antigua es en el contexto doméstico donde sas y enterramientos. Los intercambios están ates-
debe buscarse su significado: su vinculación con los tiguados por la circulación de productos y objetos
hogares, carbones y cenizas las asocia fuertemente de prestigio.
a las actividades de mantenimiento y quizás a ritua- El mundo de los muertos muestra una gran di-
les que acompañaban estas actividades, a juzgar por versidad en los primeros siglos, aunque cabe desta-
la presencia de ocre y roturas intencionadas. Parece car la no diferenciación espacial del mundo de los
que lo femenino era entendido de forma integrado- vivos y la pobreza de los ajuares: los cadáveres se
ra y ocupaba el espacio cotidiano por completo. En encuentran dentro de los asentamientos y, en al-
la fase reciente, este contexto se desdibuja aunque gunos poblados, debajo de los suelos de las casas,
su asociación con lo doméstico sigue estando pre- enterrados en fosas o en silos reaprovechados,
sente aunque menos visible y más codificado. algunas veces acompañados de algún objeto. Se
conocen, además, sepulturas secundarias y prácti-
cas de incineración. En el Neolítico Reciente (a
3. Las figuras femeninas del Neolítico de finales del VI milenio a.C.) hay constancia de dos
Grecia y los Balcanes necrópolis en Tesalia situadas de alguna manera
fuera del asentamiento, ambas con ritual cremato-
Durante el Neolítico muchas culturas mediterrá- rio. En la última fase del Neolítico se generalizan
neas fabricaron figuraciones femeninas. En el área las necrópolis, separándose espacialmente el ámbi-
griega y balcánica aparecen dos tipos de figuritas: to funerario del doméstico, a la vez que se diversi-
las naturalistas y las esquemáticas. Con el paso del fica el tratamiento de los cadáveres y los ajuares
tiempo la variedad incrementa. Algunos ejemplares adquirieren un papel importante para la distinción
están claramente relacionados con la reproducción: social.
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Bases para una nueva interpretación sobre las mujeres en la Prehistoria Cristina Masvidal Fernández
Sin embargo, durante la mayor parte del perío- bólicos (figuritas, miniaturas), de tejidos, lugar de
do, tanto los enterramientos como las casas no re- transformación, preparación e ingestión de alimen-
flejan, en general, un tratamiento social diferencia- tos y almacenaje, etc.
do. Es probable que los grupos neolíticos se repar- Las figuritas femeninas neolíticas se han halla-
tieran el trabajo en base a los criterios de sexo y a do fundamentalmente dentro de las casas, junto a
la edad. En cambio, a finales del Neolítico, en el V los hogares, o muy cerca de éstos, y también en fo-
milenio a.C., la variabilidad en los ajuares que sas de deposición, junto con otros restos desecha-
acompañaban a los enterramientos indican que dos, es decir, en ámbitos domésticos o zonas estre-
existían diferencias en el acceso a los recursos y chamente relacionadas con él. Las figuritas feme-
que éstas se manifiestan a través de la riqueza de ninas halladas dentro de las casas estaban acompa-
las ofrendas funerarias. ñadas, en la mayor parte de los casos, por otros ob-
El estilo de vida característico del Neolítico fue jetos en miniatura: vasos de cerámica, modelos de
progresivamente imponiéndose durante un período casas con o sin techo y suelo, de hornos y de mobi-
de unos tres mil años, al tiempo que se incrementa- liario (taburetes, mesas...).
ba poco a poco la complejidad social de las comu- Estos objetos se distribuyen dentro de las casas
nidades campesinas del sudeste europeo hasta que, de una manera concreta: las figuritas femeninas
a finales del período, con la introducción de los suelen estar relacionadas con las actividades que se
metales, florecieron sociedades jerarquizadas. hacían en torno a los hornos como, por ejemplo, el
El Neolítico representa la centralización de la moldeado de vasijas cerámicas, la talla de instru-
sociedad en torno al ámbito doméstico, cuyo punto mentos o la fabricación de molinos. Todo ello, jun-
de referencia física y simbólica fueron, sin lugar a to con los restos culinarios que también suelen es-
dudas, las casas. En la región que nos interesa, eran tar presentes, indican que en esta zona de la casa,
construcciones sencillas, generalmente de planta casi siempre en el fondo de la misma, era el foco
cuadrada o rectangular, agrupadas en poblados. de la actividad y la producción doméstica.
Eran edificios independientes, de unos seis metros Los datos de que se dispone indican que la pro-
de ancho y de seis a veinte metros de largo. A par- ducción de las propias figuritas también era de tipo
tir del V milenio a.C. las casas se hacen más com- doméstico: se han hallado ejemplares de arcilla a
plejas: aumenta su tamaño y su diferenciación in- medio hacer dentro de algunas de las casas de cier-
terna. Los materiales de construcción eran funda- tos asentamientos. En un caso excepcional se pudo
mentalmente la arcilla y los elementos vegetales. determinar la existencia de un taller de figuritas y
En algunos lugares de Grecia se usó el ladrillo cru- de cerámica decorada en una casa. Además, el ha-
do o adobe para los alzados, siguiendo el modelo llazgo de granos de cereales en la composición de
de Oriente Próximo. Los suelos estaban hechos con algunas figuritas de mujeres indica que su produc-
una fina capa de arcilla. Los modelos de casas su- ción quizá estuviera asociada con las áreas de pre-
gieren que tenían puertas, ventanas, agujeros para paración de los alimentos o las zonas de almacén
el humo y decoración plástica en los muros. Podían de grano, y con las personas asociadas a estas acti-
tener dos pisos. Esas maquetas también confirman vidades.
lo que se ha visto mediante la arqueología: las ca- Existen además otras evidencias que relacionan
sas se pintaban por dentro y por fuera. entre sí a este conjunto de objetos que suelen en-
La tierra, tanto cruda como cocida, se usaba ade- contrarse en contextos domésticos. Se trata, en pri-
más para fabricar todo tipo de objetos domésticos: mer lugar, de signos o marcas, que parecen corres-
vasos de cocina y de almacenamiento, pesas para ponder a un corpus regularizado, que se imprimían
telares, fusayolas y medidores, etc.; y, también, pa- en los objetos de arcilla previamente a su cocción
ra estructuras de mantenimiento y mobiliario como (se han hallado en figurillas, fusayolas, miniaturas
silos, hornos, banquetas, taburetes, cajas, tabiques y vasos de cerámica). Y, en segundo lugar, la serie
y mesas. Este hecho ha llevado a la investigadora de motivos decorativos documentados en la región
serbia Stevanovic (1997) a bautizar acertadamente vincula claramente los vasos de cerámica y las ca-
este período como la edad de la arcilla. sas. Se refuerza, de este modo, la asociación espa-
La casa, pues, era el centro de la actividad hu- cial y simbólica de los vasos y las figurillas con el
mana y su funcionalidad era múltiple: cobijo, taller ámbito doméstico y, en concreto, con la zona en
de manufactura de instrumentos y de objetos sim- torno al horno. En cambio, hay que destacar la au-
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Cristina Masvidal Fernández Bases para una nueva interpretación sobre las mujeres en la Prehistoria
sencia de elementos de decoración en las figuritas decir que la tierra fue fértil y les favoreció. Por
masculinas. tanto, su presencia, además de legitimar el derecho
A partir del IV milenio a.C. las figuritas dejan al usufructo de la tierra podría estar favoreciendo a
de estar presentes en las casas y aparecen, en cam- la continuidad de la fertilidad de la tierra, a través
bio, en los enterramientos. Se registra, pues, un de rituales de invocación donde intervinieran las
cambio trascendental de contexto, del ámbito do- figuritas. Por otro lado, habiendo más figuritas fe-
méstico al funerario. meninas que masculinas es posible argumentar que
Igual como en el caso de las figuras paleolíticas, los derechos sobre esas tierras se transmitían por
las interpretaciones sobre el significado y la fun- vía materna.
ción de las figuritas femeninas neolíticas son varia- Durante gran parte del Neolítico las sepulturas
das, siendo las más destacables las de Ucko (1968), estuvieron vinculadas a los asentamientos y poco a
Gimbutas (1996), Hodder (1990), Biehl (1996), poco se fueron separando de ellos. Es decir, al prin-
Marangou (1996), Bailey (1996), Tringham y Con- cipio existía la clara voluntad de que los ancestros
key (1998) y Parker Pearson (2000). estuvieran muy cerca de los descendientes vivos.
Creo importante partir de la consideración que La presencia pues de los detentores primigenios
tuvo la tierra durante el Neolítico. Con la introduc- del usufructo de la tierra en el mismo lugar duran-
ción del sistema económico productivo segura- te generaciones refuerza claramente la voluntad de
mente fue parejo el sentido de posesión de la tierra, legitimación del derecho.
el sustento básico de las comunidades neolíticas. Si El uso constante de la tierra, la arcilla, para la
fue importante tener la posesión de la tierra para elaboración de todo tipo de objetos, tanto funcio-
asegurar la subsistencia había que encontrar la for- nales como simbólicos, incluidas las casas, con-
ma de legitimar ese derecho y hacerlo público ante vierte a este material en omnipresente, contenedor
la tentativa de establecimiento por parte de otras y contenido de vida en el mundo Neolítico. Para-
comunidades. Esa necesidad de legitimación po- fraseando a Parker Pearson la arcilla podría repre-
dría haberse canalizado a través de diversas estra- sentar una rica metáfora del ciclo de la vida y la
tegias: las figuritas, los enterramientos, el uso de la muerte.
tierra como materia prima para todo tipo de obje- Por último, el conjunto de casas que formaban
tos y la quema intencionada de casas registrada en los poblados tendría una función similar a la suge-
algunos poblados balcánicos. rida para los megalitos: su presencia se haría visual-
Las figuritas actuarían como símbolos de esa es- mente ineludible y por tanto reforzaría la justifica-
trategia a dos niveles: primero, como metáfora de ción de los derechos sobre la tierra. En este senti-
la fertilidad y, por tanto, se asociarían a la fecundi- do, la quema intencionada de las casas, documen-
dad de la tierra. Segundo, si aceptamos que son re- tada en varios yacimientos, probablemente después
presentaciones de ancestros, estarían haciendo de la muerte de alguno de los miembros de la unidad
“presentes” a los legítimos poseedores de la tierra doméstica convertiría en indestructible la presencia
puesto que fueron los que llegaron primero, se asen- de aquella unidad, de aquel linaje, en el poblado y,
taron y trabajaron la tierra. Si sobrevivieron, y lo por tanto, consolidaría el derecho de usufructo de
hicieron puesto que tuvieron descendencia, quiere la tierra de los descendientes que quedaran.
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NOTA
1. La bibliografía existente sobre las figuritas femeninas paleolíticas y neolíticas es muy abundante. Aquí se anotan solamen-
te algunas referencias. Para más detalle ver Masvidal y Picazo (2005).
Recibido: **-**-****
Aceptado: **-**-****
RESUMEN
Desde el campo de la religiosidad de época ibérica y partiendo del concepto de arqueología del género,
intento una aproximación al espacio de la mujer y al papel que pudo desempeñar en las diferentes cere-
monias religiosas. Me centro en el caso de los santuarios para plantear si es posible hacer visible a la
mujer en estos lugares sagrados.
PALABRAS CLAVE: Arqueología del género. Mujer .Religión. Santuarios. Arqueología Ibérica. Iconografía.
ABSTRACT
Woman and sacred space. Making women visible in sacred sanctuaries in Iberian Culture. From the gen-
der archaeology and religious and ritual focus during the Iberian Culture (6th-1st Centuries BC), I present
an approach to the woman’s role and its meaning in the different ritual ceremonies. I propose several stu-
dies cases on Iberian sanctuaries where it would be possible to analyze the woman’s role.
KEY WORDS: Gender Archaeology. Woman. Religion. Sanctuaries. Iberian Archaeology. Iconography.
Desde el campo de la religiosidad ibérica, por aunque también puede tratarse de una divinidad
tanto, voy a intentar una aproximación al espacio masculina o incluso una pareja. La única certeza
de la mujer y al papel que pudo desempeñar en las clara sería la aparición de imágenes de culto, dedi-
diferentes ceremonias rituales. Pero antes de seguir catorias, etc. Los aspectos relacionados con la fer-
adelante, hay que dejar claro, que cuando habla- tilidad abarcan un amplio campo, dado que la ne-
mos de la mujer en la prehistoria o el mundo anti- cesidad de solicitar ese aspecto de la divinidad no
guo, en general, tenemos que especificar de qué es exclusivo, como es evidente, del ámbito femeni-
mujer estamos hablando, ya que al entender el gé- no, puede ser masculino o femenino, animal, agra-
nero como una construcción histórica y cultural, rio, etc. En ese sentido es lógico que, junto a otro
las relaciones de género variarán según los grupos tipo de rituales y celebraciones, contemplemos la
sociales, de edad, etc. En el caso concreto del mun- posibilidad de que se llevaran a cabo determinados
do ibérico, es evidente que las imágenes, en gene- ritos de iniciación vinculados al matrimonio y a la
ral, están al servicio de los grupos aristocráticos procreación, en los que se representarían ambos
que establecen una relación de dominio a través del géneros, pero también otros más específicos de mu-
territorio. De este modo, y de manera no uniforme jeres, como la gestación, la presentación de niños
a lo largo de los siglos, se expresa y manifiesta ese recién nacidos, las representaciones de órganos se-
poder a través del paisaje funerario (Pozo Moro y xuales femeninos, las figuraciones curotróficas, etc.
Los Villares, Albacete); o mediante monumentos 2- También podríamos hablar de santuarios fre-
de fuerte contenido simbólico (Porcuna, El Pajari- cuentados por mujeres, cuando las ofrendas sean
llo, Jaén), o incluso a través de la representación exclusivas, o casi exclusivas del ámbito femenino.
ciudadana (cerámica de S. Miquel de Lliria). Por Por ejemplo, si analizamos el total de ofrendas de
consiguiente, la mayoría de las imágenes en la cul- un santuario y llegamos a la conclusión que en la
tura ibérica, tanto de hombres como de mujeres, re- mayoría de los exvotos se representan mujeres, o
presenta a los grupos aristocráticos. Sin embargo, los objetos que encontramos suelen vincularse al
en los santuarios ibéricos, nos encontramos con que mundo femenino, como por ejemplo, ciertos reci-
junto a estas representaciones, el registro arqueoló- pientes cerámicos, contenedores de perfumes, caji-
gico permite también hacer visibles a grupos mu- tas, joyas, adornos, —tan bien estudiados en el
cho más amplios de la sociedad y entre ellos desta- mundo griego— o agujas, fusayolas y otros ele-
ca de una manera cada vez más clara, la presencia mentos relacionados con labores del hilado y el
y participación en el culto, en los rituales, y en la tejido…
deposición de ofrendas, de mujeres de diversa con- 3- Por último, cuando existan indicios de la po-
dición social. sible participación de mujeres en la organización
del ritual, ya sea a través de un sacerdocio femeni-
no, o cuando el tipo de ritual sea claramente feme-
2. La participación de las mujeres nino.
en los santuarios
2.1. Divinidades femeninas
Desde el ámbito de la religiosidad ibérica, voy a
intentar, por tanto, una aproximación al espacio de Si empezamos por indagar las posibles imáge-
la mujer y al papel que pudo desempeñar en las di- nes de divinidades, nos encontraríamos con que re-
ferentes ceremonias religiosas. Voy a centrarme en sulta muy difícil plantear incluso la posibilidad de
el caso de los santuarios para plantear si es posible su existencia en los santuarios. Contamos con la
hacer visible a la mujer en estos espacios sagrados. imagen más expresiva de una divinidad en La Se-
De forma genérica, podríamos preguntarnos rreta de Alcoy, donde vemos a una diosa nutricia, a
¿Cuándo podemos hablar de santuarios frecuenta- la que le falta la cabeza, amamantando a dos bebés,
dos por mujeres? acompañada de músicos, niños y aves, símbolo ca-
1- En primer lugar, cuando pueda deducirse que racterístico de la divinidad femenina vinculada a la
la Divinidad adorada era una divinidad con atribu- fertilidad. No conocemos su procedencia exacta,
ciones o prerrogativas relacionadas con aspectos aunque posiblemente apareció en una capilla do-
vinculados a la fortuna y fertilidad y que suele méstica o edificio singular (Moltó 2000: 21; Pérez
coincidir, en general, con una divinidad femenina, Ballester y Gómez-Bellard 2005).
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Lourdes Prados Torreira Mujer y espacio sagrado
También contamos con una dedicatoria ya tardía ma de Baza que lleva un pequeño pájaro en la ma-
a la Dea Caelestis en un exvoto procedente del no, quizá como símbolo de inmortalidad, o la ya
santuario de Torreparedones (Córdoba), y que con- mencionada divinidad de La Serreta de Alcoy. En-
tribuye a entender la divinidad a la que estaría de- tre los exvotos en bronce encontramos tanto ofe-
dicado este santuario, de raíces claramente púnicas, rentes desnudas como vestidas con un ave en la
y donde todos los exvotos ofrecidos en el mismo mano (Prados 1992). Del mismo modo, hallamos
representan mujeres (Cunliffe y Fernández-Castro vasos plásticos en forma de ave depositados en las
1999: 100-106; Fernández-Castro y Cunliffe 2002). tumbas, posiblemente como símbolo de esa divini-
Por último, no quería dejar de mencionar, aunque dad femenina.
procedente de un monumento funerario como Pozo Hemos mencionado la existencia de santuarios
Moro, la representación de la unión sexual entre un donde la presencia de exvotos femeninos es mayo-
mortal y una diosa en un templo, según la interpre- ritaria, como en el caso de Castellar, pero también
tación de Ricardo Olmos (Olmos 1996). cabe destacar otros santuarios, como el de Torrepa-
Vemos que, en definitiva, las tres imágenes ex- redones (Córdoba), donde el total de los exvotos
presan una idea muy próxima de esa divinidad fe- ofrecidos, representa mujeres. En este último caso,
menina y sus atribuciones. No podemos entrar, por tenemos alguna figura que claramente indica una
la amplitud del tema, en el campo de las represen- mujer gestante. Otros exvotos que conectan direc-
taciones de las divinidades femeninas en la cerámi- tamente con esta idea de petición de maternidad
ca de Levante, con atribuciones y advocación pró- saludable, son las representaciones de niños recién
ximas a Tanit, y en cuya interpretación ha trabajado nacidos localizados en el santuario de Collado de
en los últimos años Trinidad Tortosa (1996, 2004). los Jardines, en Despeñaperros. Esta tradición en-
tronca con la que encontramos también en los san-
2.2. Ofrendas relacionadas tuarios suritálicos, donde hallamos este tipo de ex-
con la presencia femenina votos realizados, sobre todo, en terracota. Y esto
nos lleva a plantear la posibilidad de que, al igual
En publicaciones anteriores comentamos la po- que constatamos en otros santuarios mediterráneos,
sible existencia de ritos de iniciación relacionados también en los ibéricos pudieran existir exvotos
con el matrimonio y la procreación y la pertenen- que representen órganos típicamente femeninos,
cia a un grupo aristocrático. En el caso de los hom- como úteros. ¿Existe este tipo de ofrendas en los
bres se mostraría a través de la presentación de sus santuarios peninsulares?
armas y en el de las mujeres mediante la ostenta-
ción pública de la dote con la representación de jo- 2.2.1. Los exvotos anatómicos y su significación
yas, ricos vestidos y mantos, que nos evocaría a las Quiero extenderme en este punto, porque hace
novias o jóvenes casaderas, en distintas culturas, años estudié los exvotos anatómicos que aparecían
destacando la importancia económica de la misma principalmente en el santuario de Collado de los
(Prados 1996, 1997). Jardines, pero también en otros santuarios ibéricos
A través de las imágenes de las oferentes podría- como Torreparedones y llegaba a la conclusión que
mos intentar resaltar si existen ofrendas específica- estos lugares de culto tenían que ver con la difu-
mente femeninas o más utilizadas por éstas. Sabe- sión de los santuarios salutíferos, vinculados sobre
mos que en el Cerro de los Santos, la ofrenda más todo a Asklepios, a partir del s. IV a.C. en el Medi-
frecuente es el vaso en forma de cáliz, que ofrecen terráneo y con la llegada también a la Península, de
tanto hombres como mujeres, y también ambos co- este culto específico en un momento más tardío
mo pareja (Izquierdo 2003). En otros santuarios (Prados 1991). Entre los exvotos anatómicos, junto
existen ofertas más diversas, como panes o frutos a piernas, brazos, ojos y dentaduras, había algunas
que también pueden ofrecer los hombres, aunque representaciones de falos y otros, que en su mo-
es mucho más frecuente que sean las mujeres las mento no me atreví a interpretar. Hoy, sin embar-
oferentes. Tenemos, en cambio, un tipo de ofrenda go, pienso que al igual que ocurre en los santuarios
que sólo la realizan las mujeres: las aves, posible- griegos y sobre todo itálicos, la presencia de exvo-
mente por su relación con el símbolo de la divini- tos que representan órganos femeninos, como los
dad femenina (Prados e.p.). Podemos mencionar el úteros, es también una realidad en la religiosidad
timaterio de la Quéjola (Albacete); o la propia Da- ibérica.
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Mujer y espacio sagrado Lourdes Prados Torreira
Si establecemos una comparación con el mundo mente costosas y, por tanto, tendríamos un ejemplo
suritálico, veremos que entre los exvotos más fre- de visibilidad de un segmento de la población que
cuentes en estos santuarios, se encuentran las re- no se refleja a través de la escultura en piedra ni, en
presentaciones de pechos, las vaginas, y, sobre to- general, a través de sus enterramientos.
do, la enorme representación de úteros. En el caso
de los órganos reproductores, se plantea la posibi- 2.2.2. Indagar las atribuciones de la divinidad
lidad de que puedan ofrecerse también debido a Si en el santuario de La Cueva de La Lobera, en
una patología, como podría deducirse de algunos Castellar (Jaén), por ejemplo, encontramos un nú-
pechos, como por ejemplo aquellos en que un seno mero tan elevado de representaciones femeninas,
se representa de un tamaño mucho mayor que el es indudable que debemos considerar que este lu-
otro, o como el caso de algunos de los órganos gar de culto tendría una advocación que lo relacio-
masculinos que podrían representar miembros con naba de una forma importante con el ámbito feme-
fimosis (Pensabene 2001). En la mayoría de los ca- nino. Sin embargo, no creo que el santuario en sí
sos, sin embargo, la ofrenda de este tipo de exvotos estuviera vinculado sólo a las mujeres, de hecho
hay que vincularla más directamente con aspectos existen también figuras masculinas, pero sí que és-
relacionados con la fertilidad. tas se verían más representadas y protegidas enco-
La ofrenda de numerosísimos úteros sería una mendándose a una divinidad que les era particular-
forma de solicitar una futura maternidad, una ges- mente favorable. Nicolini en su publicación sobre
tación saludable, un buen parto. Lo mismo que los este yacimiento, destaca otro elemento importante
pechos serían una imploración de buena lactancia. de este santuario para abundar en la idea de una es-
Por tanto, salvo casos concretos en los que pudiera pecialización femenina del lugar sagrado: la gran
representarse una enfermedad, nos moveríamos en presencia de alfileres y agujas así como pesas de
la ambigüedad del valor de estas ofrendas, tanto telares y fusayolas (Nicolini et al. 2004). Las fusa-
para rogar que la maternidad no se haga esperar, yolas, como sabemos, suelen considerarse un ele-
como para implorar que se desarrolle de una forma mento de carácter femenino y su presencia, por
sana y saludable. ejemplo en las necrópolis, coincide en un porcen-
Considero que también en el mundo ibérico se taje altísimo con enterramientos femeninos.
ofrecerían estos exvotos y, en concreto, contamos Esto nos lleva a plantear de nuevo paralelos con
con diversas representaciones de úteros en bronce, otros santuarios mediterráneos frecuentados por
más o menos esquemáticos (Prados e.p.). Lo mis- mujeres. Quiero recoger un ejemplo, para mí muy
mo que diferentes estudiosos de las terracotas de sugerente, porque se trata de un santuario dedicado
los santuarios suritálicos y griegos reconocen que a Hera en el sur de la P. Itálica, el Heraion de Foce
los artesanos no tenían por qué tener conocimiento del Sele. En este lugar, aparecieron, junto a ofren-
directo de los órganos que representaban, de igual das de vasos cerámicos tradicionalmente relacio-
modo les ocurriría a los iberos. Puede que los reali- nados con las novias (como grandes ánforas de fi-
zaran a partir del diseño de algún cirujano, o de la guras rojas; hidrias y pélikes; lébetes nupciales; le-
representación incluso del órgano de un animal, y kánides; lécitos; ungüentarios, etc.), todos ellos con
después simplemente se repitieran, hasta que la es- diferentes funciones y ligados al universo femeni-
quematización ni siquiera recordara el original. no, como demuestra asímismo, la elección de sus
Ese mismo proceso se observa, con los llamados escenas figuradas, una concentración excepcional
exvotos poliviscerales del mundo griego e itálico de pesos de telar, de diferentes tamaños, que suge-
(Pensabene 2001: 276 y s.s.). Por otra parte, como riría la presencia de una importante actividad tex-
se desprende de los exvotos esquemáticos, lo que til. Su estudiosa, Giovanna Greco, se muestra par-
importa no es el objeto en sí que se ofrece, sino la tidaria de hablar de la existencia de, al menos, tres
idea que representa. Sería un proceso de abstrac- telares de tipo vertical. Su hipótesis, en definitiva,
ción similar a los fenómenos de miniaturización, plantea que se trataba de un lugar donde se des-
tan frecuentes también en nuestros santuarios. arrollaba una importante actividad textil, vinculada
Asimismo, me interesa destacar cómo muchas a un ritual específico, muy conocido en los santua-
de estas ofrendas no implicarían un coste excesiva- rios de Hera: la ofrenda de peplos por parte de jó-
mente alto, por lo que los exvotos podrían indicar venes doncellas (Greco 1997).
la existencia de ofrendas femeninas no excesiva- En nuestra península, el tema de los telares y la
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Lourdes Prados Torreira Mujer y espacio sagrado
producción textil en relación con los santuarios, ha la misma se representa una columna con fuste aca-
sido puesto de manifiesto en Cancho Roano con un nalado acabado en un capitel en forma de león. Es-
área dedicada íntegramente a este fin (Celestino to ha hecho pensar, a distintos autores, que pudiera
1997, 2001) Asimismo, en los llamados recintos ser una representación de la fachada del propio tem-
singulares es muy frecuente su presencia (Prados plo, o incluso una tumba, o también una escena de
e.p. a). La perduración del culto a esta posible divi- culto betílico (Seco 1999: 147).
nidad femenina de raíces claramente orientales, se También contamos con las representaciones de
perpetuaría a través de La cueva del Valle, donde ciertas figuras de bronce procedentes de los santua-
se depositaron cientos de terracotas, actualmente rios de Jaén, identificadas como sacerdotisas (Ni-
en curso de estudio por el equipo del Instituto de colini 1998; Prados 1992); o incluso determinados
Arqueología de Mérida. enterramientos que han sido interpretados como
De igual modo, quería destacar otro interesante pertenecientes a personajes femeninos con funcio-
santuario peninsular. Nos referimos al Santuario de nes sacerdotales, como la ya mencionada tumba
La Algaida, en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). 155 de Baza (Chapa y Madrigal 1997) o la de Ga-
También en este caso su excavador, Corzo, ha des- lera (Pereira 1999). Por tanto, vemos que también
tacado su vinculación con las mujeres, por la enor- este es un campo, en el que se abren aspectos muy
me presencia de fíbulas, que él relaciona con los sugerentes para la investigación.
mantos, junto con anillos, muchos de ellos con re-
presentaciones de aves, así como pendientes, etc.
(Corzo 2000; Ferrer 2002). 3. Reflexiones finales
También parece que el ya mencionado santuario
de Torreparedones, en Castro del Río, Córdoba, se A través de estas páginas hemos tratado de mos-
trata de un santuario donde el elemento femenino trar cómo desde el campo de la religiosidad ibérica
se manifiesta de una forma muy clara. En primer se puede hacer visibles a las mujeres, como paso
lugar, a partir de análisis de los exvotos exclusiva- previo para establecer cuáles fueron las relaciones
mente femeninos, podemos pensar que son las mu- de género en la cultura ibérica. Lógicamente tene-
jeres quienes se representan y, por tanto, quienes lo mos que pensar que habría muchas más ofrendas
frecuentan y depositan sus ofrendas. Sabemos, por que no han dejado restos, como los alimentos: fru-
la inscripción a la que hemos aludido anteriormen- tos, panes, dulces, leche, etc. Lo mismo que ofren-
te, que en una época tardía se dedicó un exvoto a la das de pequeños animales, entre ellos seguramente
Dea Caelestis, identificada, posiblemente con Ta- palomas, ya que no se han estudiado los restos
nit (Marín Ceballos 1994; Marín Ceballos y Belén óseos de estos santuarios. Asimismo, se deposita-
2002-2003). En este santuario podemos plantear rían mantos, velos, vestidos, o incluso, pequeños
asimismo, la participación activa de las mujeres en juguetes de madera, que no podemos rastrear.
los rituales. Un aspecto también importante es que muchos
de estos santuarios no estarían frecuentados sólo
2.3. Participación en la organización del ritual por aristócratas, como parece ser el caso mayorita-
rio del Cerro de los Santos, o las primeras etapas
Mencionábamos al principio de estas páginas, de Collado de los Jardines, sino que nos aproximan
que también resultaría de enorme interés poder es- a una devoción de carácter rural popular, donde a
tablecer la posible participación de las mujeres en través de pequeñas ofrendas, como las que acaba-
determinados aspectos de la organización del culto, mos de mencionar, podría participar un amplio es-
ya sea de manera permanente o temporal. No pode- pectro de la población femenina.
mos extendernos, por falta de espacio, en este pun- Por último, señalar cómo se ponen de manifies-
to, pero sí señalar que contamos con diversas evi- to también tradiciones anteriores entre las que des-
dencias en este sentido, como la placa con una es- tacan claramente algunas de origen oriental, feni-
cena de libación, procedente del santuario de Torre- cio-púnico, a través de una divinidad femenina que
paredones, aunque sin un contexto claro, esculpida se manifiesta en santuarios de distintas zonas geo-
en un sillar de esquina, en el que dos mujeres pare- gráficas y a partir también de distintos soportes y
cen verter el líquido contenido en un vaso calici- cuyas raíces debieron ser tan profundas que perdu-
forme que sostienen entre ambas. A la derecha de ra a lo largo de los siglos, incluso cristianizándose,
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Mujer y espacio sagrado Lourdes Prados Torreira
como sin duda podemos observar hoy en muchas tos relacionados con la fecundidad, presentación
vírgenes, como la de El Rocío, ermita situada fren- de niños o en La Candelaria siguen estando presen-
te al antiguo santuario de La Algaida, donde los ri- tes a través de la devoción popular.
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Santonja (1985 y 1986) ??????????????????
SÁNCHEZ LIRANZO, O. (2001): La arqueología del género en la Prehistoria. Algunas cuestiones para reflexionar y deba-
Recibido: **-**-****
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RESUMEN
El estudio de los santuarios iberos y más particularmente de los exvotos de bronce es un campo funda-
mental para el análisis de las mujeres iberas. No debemos olvidar que por encima de la escultura, la pin-
tura u otras manifestaciones iconográficas los exvotos de bronce iberos componen la más amplia gama de
imágenes de la sociedad ibera. Aportamos algunos ejemplos de lectura de género en diversos tipos ritua-
les de exvotos.
PALABRAS CLAVE: Cultura Ibera. Exvotos de bronce. Santuarios. Estudios de género. Tipos rituales.
ABSTRACT
The study of the Iberian sanctuaries and of the bronze exvotes is a fundamental area for the analysis of
Iberian women. Along with the sculpture, paintings and other art works, the bronze exvotes are the widest
range of images of the Iberian society. This paper shows several gender interpretations of exvotes clasi-
fied by ritual criteria.
KEY WORDS: Iberian Culture. Bronze exvotes. Sanctuaries. Gender studies. Ritual types.
“En Bastetania las mujeres bailan tablecimiento de tipos rituales, esto es, de categorías
también mezcladas con los hombres, que ayuden a aproximarnos a prácticas concretas
unidos unos y otros por las manos.” con unas características determinadas (Rueda e. p.).
Estrabón, III, 3,7. Como se ha dicho dicho, la lectura de los exvo-
tos debe configurarse como un análisis en conjun-
1. Iconografía y mujer ibérica: to de vestido, tocado, ofrenda y gesto representado.
la construcción de la imagen femenina El lenguaje corporal en estos materiales encierra
en los santuarios1 todo un universo de significados al que poco a po-
co nos aproximamos y en el que juega un papel
El punto de partida debería ser la definición de fundamental el empleo de recursos de expresión
exvoto como una imagen proyectada del oferente (Izquierdo e.p.). Es el caso de la utilización de la
–eikón–, una semejanza, testigo de un momento, hipertrofia de determinadas partes anatómicas o
de un sentimiento religioso; es la memoria del indi- atributos, como llamada de atención, un intento de
viduo que permanece en el santuario (Olmos e.p.). que la mirada fije su objetivo en un instante, a la
Contextualmente es un vehículo en una estructura vez que un recurso de ostentación sobredimensio-
ideológica que conecta la realidad de la sociedad nado relacionado con un posible carácter protector.
(estructura social) ibérica con el imaginario reli- De esta forma la representación de los exvotos con
gioso de la misma. Su carácter es fundamental- las manos abiertas o los pies desnudos como ele-
mente individual, es decir, el exvoto tiene una rela- mentos de un lenguaje homologado y comprensi-
ción directa con la persona a la que se asemeja, ble, compartido por hombres y mujeres de distintas
aunque siempre regido bajo parámetros y códigos condiciones sociales, debió de ser un recurso im-
aceptados socialmente. De esta forma, debe ser ex- portante. En el caso de los pies, que con abrumado-
puesto públicamente ateniéndose a determinadas ra claridad se representan en su mayoría desnudos,
normas no sólo referentes a su representación, sino se han interpretado como un nexo de unión con el
también en relación a su deposición (Cobos y Lu- terreno sagrado y, por tanto, como una primera for-
que-Romero 1990). La dualidad está presente en ma de contacto con la divinidad, con su entorno y
él: es una ofrenda a la divinidad, la vía para el con- como una forma correcta de presentación (Nicolini
tacto directo con el dios o los dioses, una promesa 1968). La interpretación del significado de las ma-
o un agradecimiento por los favores concedidos y, nos abiertas y del pulgar individualizado es algo
a la vez, es una ofrenda pública y, por consiguien- más compleja, aunque probablemente está relacio-
te, una afirmación social. Estas características son nada con el propio acto de súplica (Olmos e.p.) y
reflejo de un culto organizado que tendría su mate- con una presentación protocolaria ante la divinidad.
rialización, entre otros aspectos, en el estableci- Además de la condición social, también la edad
miento de normas en el vestir, así como en el com- es un aspecto importante a tener en cuenta, ya que
portamiento y en la utilización de un lenguaje ges- se han definido rituales concretos relacionados con
tual y corporal homologado. Este complejo univer- jóvenes (Izquierdo 1998-1999; Chapa y Olmos
so de gestos puede ser leído en los exvotos de bron- 2004); igualmente el género debe ser contemplado.
ce, constituyéndose así en un material fundamental La diferencia de sexo en los exvotos de bronce es
para la comprensión de determinadas prácticas re- una variable importante, aunque no determinante
ligiosas y para entender la estructura social ibérica. ya que la disgregación apriorística entre el univer-
Si se atiende a aspectos de tipo metodológico, a so ritual masculino y femenino, tradicional en las
la hora de realizar un acercamiento a estos materia- clasificaciones tipológicas, puede llevar a errores
les es necesario el análisis formal, es decir, del ves- en la lectura de determinadas piezas. Dicha separa-
tido, del tocado, de los atributos, etc. como base a ción además puede conducir a la no comparación o
partir de la cual comenzar a proponer hipótesis de combinación de elementos, gestos, atributos, etc.
interpretación. No obstante, se trataría de un análi- que hombres y mujeres comparten en un mismo
sis parcial, meramente descriptivo, si no se aporta contexto cultual (Aranegui et al. 1997) y que son
a la lectura la gran variedad gestual característica indicios de determinadas prácticas rituales que
de estas ofrendas. El objetivo a plantear parte de la igualmente pudieron compartir. Esta es la hipótesis
definición de tipos formales, basados –insistimos– de la que se parte y éste ha sido y es el método de
en un análisis descriptivo-formal para llegar al es- trabajo, es decir, un análisis en conjunto, sin una
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La mujer sacralizada Carmen Rueda Galán
categorización inicial por géneros, que pueda con- Lám. XIX; Álvarez-Ossorio 1941: Lám. CIII, nº.
dicionar desde un primer momento su lectura e in- 1382), collares (Nicolini 1969: Lam. XXXI, 1-3),
terpretación. Del estudio de los exvotos femeninos cinturones, etc. (Rueda e. p.) (Fig. 1.a). También las
se puede obtener toda una serie de información es- ofrendas acompañan a las imágenes de desnudos
clarecedora referente al papel de la mujer en estos femeninos, como es el caso del ave vinculada en el
santuarios, este es el objetivo principal de este tra- imaginario ibero a la divinidad (como la terracota
bajo: mostrar algunas de las prácticas rituales desa- de la Serreta de Alcoi) y asociada a la fecundidad
rrolladas por mujeres en estos espacios de culto. femenina. En la broncística ibérica son exclusivos
Por un lado, interesa valorar el papel desempe- los ejemplos de mujeres desnudas portando este ti-
ñado por las mujeres en determinados rituales rela- po de elementos –algo más común en exvotos fe-
cionados con su condición de procreadoras, prácti- meninos vestidos (Álvarez-Ossorio 1941: Lám. I,
cas éstas vinculadas a la fecundidad, en algunos n.2/Lám. XV, n. 90; Moreno e.p.: n. 2, 103 y 110),
casos compartidas con los hombres, que se mate- pero cabría al menos señalar una pieza procedente
rializan en recursos de expresión semejantes2. Por de Collado de los Jardines (Prados 1992, n. 532).
otro lado, también interesa analizar prácticas ex- Asociados a esta clase de rituales de fertilidad
clusivas del universo femenino que adquieren for- existe un amplio espectro de tipos vestidos, donde
mas de representación muy diferentes a las mascu- la insinuación anatómica a través del atuendo apa-
linas3. rece unida a actitudes centradas en la promulga-
Un primer rasgo que podríamos apuntar es la ción de determinadas zonas de la anatomía femeni-
menor presencia, en los santuarios de Collado de na relacionadas con la maternidad como son pecho,
los Jardines y de Los Altos del Sotillo, de exvotos vientre y sexo. Perteneciente a esta categoría ca-
femeninos desnudos en relación a los masculinos bría citar un gesto de gran tradición en la plástica
(Prados 1992). La utilización del desnudo femeni- oriental del Mediterráneo asociado a representa-
no4 en menor medida y con tipología menos varia- ciones de la diosa de la fecundidad (LIMC 1998:
da que el masculino, siempre es asociado a actitu- Vol. I, fig. 363), que se ejemplifica en la colocación
des de oración o adoración (Nicolini 1968), aunque de la mano derecha sobre el vientre y la izquierda
en ocasiones acompaña a gestos y atributos, tales sobre el pecho. Este gesto acompaña a multitud de
como cuchillos, collares, etc., que pueden ser rela- variantes de exvotos femeninos vestidos y se man-
cionados con ritos con un significado más amplio tendrá con las denominadas ‘Afroditas Púdicas’
y no restringido a la casuística de la fertilidad. como algunas de las documentadas en terracota en
En ocasiones estas imágenes se representan casi el santuario de Los Altos del Sotillo (Lantier 1917:
inexpresivas con los brazos separados del cuerpo, Lám. XXX, 1) (Fig.1.c).
en un acto de presentación de sí mismo y con el im- También habría que destacar un tipo muy carac-
perativo religioso de la frontalidad (Nicolini 1968). terístico de ambos santuarios que presenta una ac-
En otros acompañan al desnudo toda una serie de titud ritual exclusivamente femenina5; éste repre-
gestos variados que potencian simbólicamente la senta a mujeres completamente veladas, que dejan
petición de fecundidad: las manos apoyadas en las al descubierto el rostro y la zona en la que abren el
caderas adelantando el cuerpo (Nicolini 1969: Lám. velo intencionalmente: el pecho, el vientre o el sexo
XXXIII, nº. 1-2); las manos a modo de ofrecimien- (Fig.1.d). Este gesto ritual nos recuerda al mito
to (Álvarez-Ossorio 1941: Lám. XXVIII, nº. 182), eleusino de Baubo, mujer de Disaules, quien aco-
los brazos doblados hacia arriba (Prados 1992: nº. gió a la entristecida diosa Démeter y a la que quiso
527), etc. De forma paralela estos materiales repro- alegrar levantándose sin pudor sus ropajes (Grimal
ducen gestos con gran tradición en el Mediterráneo 1981; Moreno e.p.). Este mito se encuentra repre-
Oriental en diferentes soportes materiales (Bisi sentado, por ejemplo, en numerosas terracotas vo-
1990; Moscati 1980), tal sería el caso de las manos tivas como las documentadas procedentes del Tem-
apoyadas en el pecho (Nicolini 1969: Lám.XXX, plo de Démetra en Priene (Masseria 2003).
nº. 1 a 4) (Fig. 1.b). Por último, en relación a rituales de fecundidad
Al gesto y a la expresividad manifestada en al- (Prados 1991), pero también de paso –en el más
gunas imágenes de mujeres se le unen determinados amplio sentido de la palabra– o de curación relacio-
atributos que adquieren mayor valor simbólico en nados con mujeres, habría que señalar la presencia
este contexto de la imagen: tocados (Lantier 1917: de exvotos anatómicos que representan pechos o
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Carmen Rueda Galán La mujer sacralizada
Figura 1.- a. Exvoto femenino desnudo perteneciente a la Colección Gómez-Moreno (Granada). Alt.: 8.5 cm. b. Ex-
voto femenino desnudo de la Colección Bresset (Paris) Alt.: 7.7 cm. (Nicolini 1969: Lám. XXX). c. Exvoto femeni-
no vestido del Museo Arqueológico Nacional. Alt.: 8 cm. (Álvarez-Ossorio 1941: Lám. XXIV, n.159 ). d. Exvoto fe-
menino vestido perteneciente a la Colección Gómez-Moreno (Granada). Alt.: 4.9 cm.
Figura 4.- a. Exvoto masculino con trenzas del Museo Figura 5.- a. Exvoto masculino desnudo del Museo Ar-
Arqueológico Nacional. Alt.: 9.4 cm. (Álvarez-Ossorio queológico Nacional. Alt.: 12.8 cm. (Álvarez-Ossorio
1941: Lám. CLIV, n. 2360.) b. Exvoto femenino con 1941: Lám. LXVIII, n. 522). b. Exvoto femenino desnu-
trenzas del Museo Arqueológico Nacional. Alt.: 9 cm. do del Museo de Barcelona. Alt.: 12.8 cm. (Nicolini
(Álvarez-Ossorio 1941: Lám. CII, n. 1374). 1969: Lám. XXXII, n.3).
po: los tirantes cruzados a la espalda y, en ocasio- didas como deposiciones en pareja (Fig. 5 a y b).
nes, unidos en el pecho, atributo que ha sido vincu- El imaginario ibero podría apoyar esta propuesta,
lado a un uso ritual (Lantier 1917; Nicolini 1969; puesto que cuenta con numerosos ejemplos de re-
Aranegui 1996). El gesto y la ofrenda es el mismo presentaciones de las mismas; tal es el caso de los
en hombres y mujeres, se sintetiza en los brazos al oferentes del Cerro de los Santos (Ruiz Bremon
frente con las manos abiertas ofreciendo unos ele- 1989), el ‘beso’ de Osuna (Olmos 1992b) o algunas
mentos circulares planos identificados con panes, imágenes de la cerámica de Liria (Aranegui et al.
tortas o frutos. Una característica fundamental que 1997: fig. II.64). También se conoce, aunque en un
ha hecho relacionar a estas imágenes con represen- contexto sacro algo más tardío, la deposición de dos
taciones de jóvenes es la utilización de un peinado exvotos de hierro que representan a un hombre y
a modo de dos trenzas que caen hasta el pecho y una mujer realizados bajo un mismo esquema téc-
que acaban en bolas o aros. En la plástica ibérica nico e iconográfico (Rueda et al. 2005), una razón
en otros soportes existen representaciones que pare- más para plantear la posibilidad de la existencia de
cen mostrar este rasgo del ideal de juventud, como exvotos entendidos en pareja, depositados para de-
en las ‘damitas de Moixent’ (Izquierdo 1998-99) o jar constancia conjunta donde quedan excluidos los
un fragmento de torso masculino perteneciente al elementos característicos de cada sexo.
conjunto escultórico de Cerrillo Blanco (Chapa y Como conclusión, tal y como se planteaba al
Olmos 2004). Estos rasgos unidos a la ausencia de principio, se puede decir que el mundo iconográfi-
elementos propios de las ‘damas’ como los tocados co y ritual de los exvotos es un mundo compartido
en mitra y rodetes podrían indicar que estamos, de por hombres y mujeres, mujeres a las que la inves-
nuevo, ante imágenes de jóvenes en una actitud ri- tigación tradicional reducía al ámbito doméstico y
tual compartida. al de la procreación o la fertilidad. Sin embargo,
Por último, se está analizando el caso de otro ti- existen suficientes ejemplos expuestos que de-
po ritual consistente en parejas de exvotos con idén- muestran la presencia de esferas compartidas en la
ticos atributos icónicos11. Se plantea como hipótesis sacralidad y en la ritualidad de los santuarios, esfe-
la posibilidad de encontrarnos ante imágenes enten- ras que no son excluyentes, sino que muestran la
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La mujer sacralizada Carmen Rueda Galán
fuerte correlación e interrelación entre ambos géne- De momento se cuenta con los ejemplos expuestos,
ros. La mujer se convierte en protagonista de un pero la variedad cuantitativa y cualitativa de exvo-
gran espectro de actividades relacionadas con el tos ayudará sin duda a ampliar el conocimiento so-
culto, no sólo restringidas al mundo de la fertilidad. bre las mujeres ibéricas.
NOTAS
1. Este trabajo se centra en el estudio de los exvotos procedentes de los santuarios de Collado de los Jardines (Santa Elena)
y Los Altos del Sotillo (Castellar). La homogeneización de algunos de los tipos documentados en ambos espacios de culto,
así como su relación espacial y contextual creada por su participación en un modelo político común (Ruiz et al. 2001; Rueda
et al. 2003), se configura como el marco idóneo para proponer hipótesis relativas al culto desarrollado en estos espacios de
culto (Rueda e.p.).
2. El lenguaje ibero en los exvotos de bronce en ocasiones utiliza recursos representativos de la desnudez compartidos por
hombres y mujeres. Es el caso del ombligo o el pecho muy presentes en muchas de las imágenes en bronce con el objetivo
intencional del mostrar a ambos géneros anatómicamente semejantes. La representación del pecho y el ombligo en hombre
no es exclusiva de la broncística peninsular, sino que es constatado en otras zonas del Mediterráneo Oriental como en la
Cerdeña Nurágica (Lilliu 1966).
3. Por ejemplo, determinadas representaciones femeninas relacionadas con peticiones de fecundidad. Más exclusivas son las
imágenes de mujeres en avanzado estado de gestación, tipo del que únicamente se ha documentado una pieza en bronce que
parece representar a una mujer embarazada perteneciente al Instituto Conde de Valencia de Don Juan (Izquierdo 1997, e.p.).
4. La utilización del desnudo en los exvotos se constituye como una forma correcta de presentarse a la divinidad (Prados
1996) en contraposición con el pudor como norma social, por tanto el santuario se configura como un espacio con una nor-
mativa propia sujeta a la estructura del lenguaje religioso.
5. Algunos ejemplos de este tipo, con las diferentes variantes, son: MAN 29226, B-12-11, B-11-16, B-1-4-13, B-14-13, B-
11-17, B-14-7, B-14-5, todas procedentes de Collado de los Jardines (Álvarez-Ossorio 1941: Lám, XV; Prados 1992: 351 y
354). Procedente de Los Altos del Sotillo encontramos ejemplos del mismo tipo ritual (Lantier 1935: Lám. XIX, n.º 248 y
249). Añadir una pieza perteneciente a la Colección del Instituto Gómez-Moreno de Granada (Nº. de Catálogo 97AX), que
abre su velo y muestra el sexo, que en este caso aparece rayado, acentuando aún más el carácter simbólico de la pieza (Rueda
e. p.).
6. Este tipo de exvotos se documentan en depósitos etruscos-lacios y campanos desde finales del siglo IV a.n.e. y, fundamen-
talmente, durante los siglos III-II a.n.e. Se asocian a cultos de curación relacionados con Asclepio en la religiosidad medio-
itálica, aunque también se asocian a la divinidad protectora de la fecundidad y la infancia (Reggiani 1988; Comella 1981-
1982; Torelli 2000).
7. En el Museo Provincial de Jaén hay depositado una pieza anatómica de un útero que tipológicamente se puede asemejar
a los hallados en Etruria en terracota (Reggiani 1988). Se trata de una pieza de forma alargada en la que se señalan una serie
de pliegues en relieve.
8. En su variante femenina ver: MAN 28643 y 28660, ambas procedentes de Collado de los Jardines (Álvarez-Ossorio 1941:
Lám. XVIII; Prados 1992: 346, n.º 630 y 631; Nicolini 1977: 79). Procedente de Los Altos del Sotillo ver: Lantier 1917: Lám.
XXIII, nº. 2.
10. La variante femenina es mucho más numerosa que la masculina: MAN 28630; 28626; 28634; 28646; 29188; 31893 (Ál-
varez-Ossorio 1941: Lám. I-I-CII; Nicolini 1977: 46-47; Prados 1992: 342, n.º 550-555). Otra pieza que responde al mismo
esquema es la perteneciente al Museo Valencia de Don Juan (Nicolini 1969: Lám. XXI, 1-4; Moreno e.p.). De los Altos del
Sotillo hallamos algún ejemplo femenino (Lantier 1935: Lám. XVI, n.º 213 y 214).
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Recibido: **-**-****
Aceptado: **-**-****
RESUMEN
ABSTRACT
Goddess - women? Under this binomial swings the traditional interpretation of feminine iconography of
Iberic pottery, especially in south-east Spain: Murcia and Alicante. In this paper we present some of the
few examples we have conserved and emphasize the presence of “feminine” that becomes a category
whose semantic sense traditionally has been linked to aspects of feminine psychology.
SUMARIO 1. Introducción.
Nos acercaremos a través de ciertos documentos Pero, volviendo al contexto ibérico que nos
materiales, entendidos estos como parte y elemen- ocupa, diremos que la iconografía vascular del área
to de visibilidad de los procesos sociales que co- contestana nos aporta, en general, una escasa infor-
bran un rol fundamental a la hora de plantear el mación social y un escaso o inexistente contexto
discurso de las identidades sociales en relación con arqueológico lo que dificulta más si cabe su lectu-
la arqueología de género. Se trata de recipientes y ra. Así, veremos algunos ejemplos con la presencia
fragmentos con decoración pintada procedentes de de personajes femeninos y singulares que proceden
diversos yacimientos en los que intentaremos ras- de contextos de hábitat, de lugares sacros o de con-
trear la relevancia de la imagen femenina y de la textos indefinidos localizados en las áreas alicanti-
que observaremos, sobre todo, su lectura sacra. Sin na y murciana.
embargo, cuando el personaje femenino aparece El código iconográfico al que pertenecen los sig-
representado, la lectura ambigua bascula, en oca- nos vegetales y las escenas ilicitanas que veremos
siones, entre la posibilidad de interpretación de di- poseen un marcado carácter femenino; un carácter
vinidad o personaje mortal, una lectura que adquie- femenino abocado al terreno de alguna divinidad o
re dificultades, en primer lugar, por la presencia de divinidades que se esconde tras la simbología de
una serie de concomitancias similares a ambas in- esa pintura sobre cerámica; de la que no conoce-
terpretaciones (el gesto, el vestido…) y, en segun- mos el nombre pero que acoge y envuelve todas las
do lugar, por la ausencia de determinados rasgos representaciones que encontramos en las áreas ali-
–como las alas, por ejemplo– que nos permitiría re- cantina y murciana, principalmente. El atributo ala-
lacionar al personaje concreto con un ámbito an- do aparece por doquier, en las rosetas que se con-
tropomorfo. A nivel metodológico, quizás, la ma- vierten en aladas, en los rostros femeninos; apare-
yor dificultad de esta relación entre representación cen incluso de manera exenta. Pero, lo que nos in-
e interpretación estriba en poder leer el tránsito del teresa: la imagen de la mujer explícitamente no se
elemento iconográfico a la interpretación del ámbi- representa, como veremos, salvo en algún caso ais-
to social femenino, sin el riesgo de caer en plantea- lado que no supone una norma establecida y reite-
mientos presentistas. Estamos abocados, además, rativa dentro de este código de representación vas-
al discurso general de las influencias de una divini- cular. Sin embargo, el hilo subliminal que teje esa
dad femenina que todo lo envuelve a través de su estructura de representación sí nos muestra que lo
simbología, premisa ésta de la que partimos y que que se oculta detrás de las representaciones, sobre
retomaremos al final de estas páginas. todo, de signos vegetales que aluden a ‘lo femeni-
Contamos, también, con referencias que de ma- no’ y de los signos zoomorfos, es una divinidad fe-
nera reiterada se han mantenido en estos encuen- menina que se manifiesta a través de la simbología;
tros, como es el rasgo de invisibilidad de la mujer una simbología que nos transmite unas connotacio-
en la historia; pero, sin embargo, paradójicamente nes femeninas –lo femenino– a través de una termi-
parece que lo femenino, entendido el término como nología, usada en la descripción de las imágenes
una serie de valores, de dimensiones vinculados di- repleta de exuberancia, fecundidad, ánodos, epifa-
rectamente a la construcción social femenina, se nía, etc. que son elementos –no exclusivos– pero sí
encuentra, se intuye y se puede leer habitualmente parlantes de las divinidades femeninas y, por tanto,
en los textos e imágenes de la antigüedad. Algo si- son elementos de ese lenguaje iconográfico-simbó-
milar ocurre también en el código iconográfico que lico que se utiliza en un territorio específico.
parece estructurar el imaginario de los recipientes En este ambiente ilicitano, La Alcudia (Elche,
del área contestana que hemos analizado (Tortosa Alicante), lugar conocido por estas espléndidas pin-
2004, 2006). En este sentido, el contexto medite- turas sobre recipientes cerámicos y de la que hemos
rráneo nos ofrece ejemplos en los que la condición hablado en diversas ocasiones (Tortosa 2004), sólo
masculina se apropia de rasgos psicológicos, vin- queremos destacar que sus representaciones feme-
culados tradicionalmente al ámbito femenino, de ninas (de cuerpo entero-vinculada formalmente con
manera que el otro masculino complementa su una Tanit púnica, (cf. vaso 11, fig. 91 o los rostros
condición1. Otras veces, es el matiz de cualidad de como los del vaso 22, fig. 96 del gran cálato o de
algún rasgo como el de la belleza femenina el que las tacitas imitación de paredes finas, vasos 121 y
pondera y enfatiza la diferencia entre la cualidad 125, figs. 125 y 126 [Tortosa 2004]) se vinculan con
de la belleza ‘divina’ o ‘humana’ en un personaje2 personajes divinos; en ocasiones, con una formali-
Complutum, 2007, Vol. 18: **-** 78
¿Mujer/divinidad? Trinidad Tortosa Rocamora
zación más híbrida (cf. vaso 22 en Tortosa 2004), esa manera en un acontecimiento relevante: festi-
en otras de manera más antropomorfizada (cf. vaso vo, de lucha, etc. El personaje viste túnica que le
74 y 125 en Tortosa 2004), dependiendo de que el llega prácticamente hasta los pies y que se ciñe por
tipo de composición pictórica del recipiente co- debajo del pecho, a la manera helenística. La figu-
rresponda al estilo I o II ilicitanos. Sin embargo, en ra, además, indica movimiento tal como se intuye,
todas las composiciones vegetales de estos vasos no sólo porque presenta los pies de puntillas, sino
es donde exuberancia, fecundidad aparecen como también por la desigualdad que ofrecen los plie-
cualidades de la composición pictórica vinculadas gues de la falda y la parte central del vestido.
al cuadro de referencia femenino. Otro rasgo original de esta figura son los arrebo-
Nos detendremos en una escena de la Alcudia les de la cara y el mentón que se pinta, como en los
en la que encontramos un personaje femenino que ejemplos que veíamos en los rostros divinos que
se muestra de puntillas, con el rostro y el cuerpo surgen de la tierra (cf. vaso 22 en Tortosa 2004),
representados frontalmente y los pies de perfil (Fig. bajo las asas del recipiente. Alrededor de nuestra
1). Su brazo izquierdo se encuentra pegado al cuer- figura, los animales –aves y peces– participan en
po por lo que, es muy probable, que se trate de la esta representación siempre presidida por rosetas
última figura de un grupo que realiza, quizás, algu- –dispuestas en este caso junto al brazo derecho del
na danza ritual. El resto de participantes quedaría personaje– como símbolo de la divinidad femeni-
representado a la izquierda de la escena desafortu- na. Quizás, hace referencia a una mujer en una es-
nadamente hoy desaparecida, aunque se observa cena de danza representada en la Alcudia. Pero, se
restos de una mano. La figura con vestido decora- trate de una mujer o de una divinidad –según opi-
do con trazos paralelos, al estilo ilicitano, (cf. vaso nión de diferentes autores– lo relevante es que la
5, fig. 88 en Tortosa 2004) en los que este tejido escena presenta, nos ofrece siempre unos matices
aparece tanto en figuras femeninas como masculi- de ritualización, de simbología muy marcados.
nas hace referencia, en nuestra opinión, a unos per- Podríamos pensar ante esta escasez de represen-
sonajes de la comunidad que participan vestidos de taciones ‘sociales’ que, quizás, el ‘otro’, el elemento
masculino pudiese tener más relevancia iconográ-
fica. Pero, tampoco es así; la iconografía conserva-
da no evidencia un especial interés por el elemen-
to masculino, ese ‘otro’ iconográfico. El verdadero
elemento aglutinador y de referencia es el compo-
nente vegetal, un elemento fitomorfo de connota-
ciones femeninas, que se dispone de forma ordena-
da y sistemática en todos los recipientes grandes,
medianos y pequeños analizados. Los rasgos, los
adjetivos que utilizamos para calificar las peculia-
ridades de estos elementos nos devuelven al géne-
ro femenino y a su manera de mostrar esa construc-
ción social femenina a través de la imagen, ya que
esas imágenes representan una parte, mínima qui-
zás, de su mundo ideológico pero una parte con la
que contamos para descifrar algo de ese pasado. Es,
por tanto, el elemento vegetal el verdadero agluti-
nador de estas manifestaciones, un elemento fito-
morfo de vinculaciones y rasgos femeninos que se
dispone de forma ordenada y sistemática en todos
los recipientes grandes o pequeños en el estilo I ili-
citano y, donde la carga simbólica y la reiteración
de fórmulas iconográficas repetidas continuamen-
Figura 1.- Detalle de tinaja con representación de per- te, pasan al estilo II en el que las influencias y mo-
sonaje femenino rodeada de elementos zoomorfos y das romanas se manifiestan en una reducción de ta-
vegetales (La Alcudia, Elche). maño y mayor variedad en los tipos vasculares
79 Complutum, 2007, Vol. 18: **-**
Trinidad Tortosa Rocamora ¿Mujer/divinidad?
El personaje, volviendo a uno de los temas que de Sant Miquel de Llíria (Valencia) cuyo código
apuntamos al principio de estas páginas, se ha in- iconográfico parece apuntar otro tipo de matices.
terpretado como una divinidad, tipo diosa-madre Encontramos, por tanto, espacios vegetales vincu-
(Lillo 1983) ó como iniciada que desea adquirir los lados a la lectura de una divinidad femenina, con
rasgos de los lobos en los que terminan sus brazos su presencia simbólica vegetal que todo lo impreg-
(González y Chapa 1993). Apoya la primera pro- na y que se reitera una y otra vez llegando a perdu-
puesta dos atribuciones que, a veces, indican atri- rar hasta el s. I d.C. en la Alcudia, conservando en
butos de divinidad en el caso ilicitano y que aquí, nuestra opinión, hasta entonces ese mismo sentido
tal vez, nos podrían aproximar a ese significado: la semántico que indicamos (Tortosa 2004).
representación frontal del rostro4, la roseta en su Aunque, de cualquier manera y para entender la
cuerpo y las alas surgiendo de los hombros. presencia del elemento femenino, es fundamental
Entre las diversas lecturas que se han realizado hacer referencia al sentido que los diferentes códi-
de este personaje, tanto como divinidad o como gos iconográficos vasculares adquieren en el área
iniciada no acabamos de definirnos por ninguna; sí que estamos tratando. En las Figs. 3 y 4 ofrecemos
nos gustaría destacar el carácter de terror, de feal- una representación gráfica de dos códigos iconográ-
dad que intuitivamente nos llevarían a vincular es- ficos diversos y estructurados a partir de los ejem-
te tipo de escenas con un espacio infraterrenal, des- plos analizados en la Alcudia (Elche, Alicante) y
de luego, poco definido en el ámbito ibérico pero en los casos algo anteriores de Sant Miquel de Llí-
que, pensamos que debía estar presente en la ima- ria (Valencia) y que presentamos para aproximarnos
ginería ibérica. al carácter de la lectura social en ambos sistemas.
No parece, por tanto, existir un deseo de autore- Debemos enfatizar, además, que desde la pers-
presentación ni de manera individual ni de forma pectiva social, el apogeo de estas manifestaciones
social, en forma de grupo algo que sí parece latente pictóricas deben responder, como comentamos en
en los personajes de las composiciones vasculares otras ocasiones (Tortosa 2004a, 2006), a manifestar
Divinidades
S eres in term ed io s
Elites
N atu raleza
ANODOI E P IF A N ÍA
Figura 3.- Representación gráfica del código iconográfico de la Alcudia (Elche, Alicante).
algunos exponentes de identidad de una comuni- y humano. El tercer elemento de esa jerarquía se
dad concreta; desarrollada en un espacio social con refiere a las elites; de género masculino y femeni-
rasgos urbanos. La Alcudia, en el área alicantina, o no, con escasa representación en el repertorio y que
San Miquel de Llíria en Valencia, configuran con tiene que ver, en los personaje masculinos, con es-
sus propios matices dos códigos iconográficos. cenas de lucha de infante con lobo (cf. vaso 5, fig.
Bien es verdad que el material de la Alcudia nos 88 en Tortosa 2004) o las femeninas como las que
ofrece una diacronía, una evolución hasta un mo- comentamos supra. El cuarto y último nivel, aloja-
mento más tardío que podemos llevar en nuestra do en la base de la pirámide, está formado por ese
opinión hasta el s. I d.C. Sin embargo, las pinturas gran y amplio concepto de la Naturaleza con repre-
de Sant Miquel, nos llevan a un período de tiempo sentaciones fitomorfas, sobre todo, y zoomorfas
más limitado (segunda mitad s. III-II a.C.). que expresan mayoritariamente dos rasgos funda-
En la Alcudia esas imágenes se pueden desgra- mentales de este código: el ánodos y la epifanía; dos
nar sintéticamente en tres niveles: una cúspide que aspectos que componen toda la estructura compo-
estaría presidida por signos como los rostros fron- sitiva de las representaciones y que se vincularía
tales con arreboles o las figuras femeninas aladas directamente con la cúspide de la pirámide que veía-
que, representadas de manera individual, marcarían mos y con este concepto representado de Naturale-
o influirían de alguna manera en el resto de los ni- za cíclica. La esencia de este código basado sobre
veles que componen la imagen y definirían el espa- todo en las representaciones de una Naturaleza se-
cio divino de este código iconográfico. El segundo rá el núcleo iconográfico del resto de representa-
nivel marcado corresponde a un grupo de seres in- ciones que veremos en el área murciana y alicanti-
termedios cuya función, atendiendo sobre todo al na y el este de la zona albacetense.
aspecto de ‘ser alado’ de algunos personajes, se si- La confrontación de este código iconográfico con
tuaría en la franja intermedia entre el ámbito divino otro (Fig. 4), ejemplificado como decíamos por los
Figura 4 a-b.- Representación gráfica de algunos elementos del código iconográfico de Sant Miquel de Llíria (Valen-
cia). Basado en los dibujos de H. Bonet (1995).
ejemplos de Sant Miquel realizado sobre una se- reglas generales, su iconografía vascular presenta
lección de recipientes publicados por H. Bonet en una serie de connotaciones similares a algunas ca-
1995, nos ofrece como resultado una configuración racterísticas que prosperan en los ejemplos ilicita-
del código iconográfico diferente a la que veíamos nos, como es el aire cíclico de las representaciones
para el código anterior; plasmada a partir de dos vegetales. Pero, por otro lado, ofrece también algu-
grandes ámbitos: el tema de la representación de la nas peculiaridades que lo vinculan con el código
Naturaleza y el de la representación de las elites. que emerge de los tipos de representación que veía-
Una imagen de la Naturaleza zoomorfa que parte mos en Sant Miquel de Lliria (Valencia) sobre todo
en su representación de una dualidad; la naturaleza en aquéllas relacionadas con las representaciones
salvaje, podríamos decir, formada en su mayoría antropomorfas. Queremos destacar dos escenas que
por ciervos en manada que se contraponen, gene- nos parecen muy relevantes: un pequeño fragmen-
ralmente en el mismo recipiente, a la imagen de to conocido como ‘la mujer del telar’ (Fig. 5a). Se
caza que el hombre efectúa, o bien, ayudándose de trata de una figura femenina con las piernas flexio-
trampas; o bien, cazando esos animales, directa- nadas, tal vez indicando su posición de ‘sentada’.
mente. Realizando esta contraposición se represen- Posición que se relacionaría con los instrumentos
ta al hombre en su lucha por el control de la natu- que aparecen junto al personaje, propios de la labor
raleza animal que se le ofrece. Por tanto, tenemos femenina del hilado: la rueca, instrumento donde
la dualidad naturaleza salvaje/frente a la naturaleza se coloca el copo de tejido y debajo el huso –el ob-
sobre la que actúa el hombre. Encontramos así una jeto que recoge el hilo en forma de ovillo–. Ambos,
gran diferencia con el sentido de Naturaleza repre- rueca y huso, se encuentran unidos por el hilo que
sentada en los ejemplos del código del área alican- va configurando el copo. Rueca que presenta dos
tina y murciana en un concepto de Naturaleza cícli- partes: por un lado, la zona redondeada que indica-
ca y reiterativa impregnada de elementos vegetales
y animales –aves y lobos, mayoritariamente– que
se muestran en epifanía y que aparecen unidos unos
a otros.
Mientras que en los ejemplos de Llíria los sig-
nos antropomorfos: hombre y mujer son evidentes
y forman parte principal de su estructura, para los
ejemplos ilicitanos la respuesta sería una Naturale-
za vegetal, sobre todo, actuando como símbolos de
una divinidad. Existe en las imágenes edetanas un
interés, una prevalencia por reflejar el ámbito de la
comunidad, de las elites que, en mostrar de mane-
ra reiterativa, como veíamos en la Alcudia, los sím-
bolos de fecundidad, de abundancia, de metamor-
fosis, de surgimiento y todo ese ambiente ideal de
anodoi y epifanía que nos mostraban los ejemplos
ilicitanos. El otro –el elemento masculino– aparece
en escenas de desfile o en actividades como la lu-
cha o la caza; ellas, tocan algún instrumento o se re-
presentan también en escenas de danza. Es decir, la
visibilidad de la mujer se hace más evidente en es-
tos ejemplos que en los signos aislados y singulares
de los rostros o las divinidades femeninas que he-
mos apreciado en el código anterior. La mujer forma
parte de la representación social de la comunidad.
Figura 5.- a.- Fragmento con representación de un per-
Veamos, para terminar dos ejemplos procedentes sonaje femenino con útiles del telar procedente de la Se-
del ecléctico –hablando desde la perspectiva ico- rreta (Alcoi, Alicante). b.- Fragmento con representación
nográfica–, enclave de la Serreta (Alcoi, Alicante), de un personaje femenino sedente procedente de la Se-
situado en el norte de la provincia de Alicante. En rreta (Alcoi, Alicante).
ría el lugar donde se ubica el copo, de donde sale en andas, como de una imagen estática, que se
el hilo; y, por otro, la parte superior que acaba, se- muestra a la comunidad. Sin embargo, es cierto que
gún parece, en un motivo decorativo. Justo enfren- en esta cerámica alcoyana, más próxima al concep-
te de este objeto observamos, lo que parece, un ras- to pictórico edetano, como se ha repetido tradicio-
trillo con púas. Sus manos permanecen abiertas, en nalmente en la bibliografía –formado por escenas
la de la izquierda se dibujan los cinco dedos y en la que representan rituales, danzas, fiestas...– podría
derecha se representa junto a un instrumento en tener cabida esta representación de un acto que
forma de ‘L’ que, tal vez, pudiera ser una gramilla presentase a una mujer de la elite mostrándose a la
utilizada para majar y espadar el tejido. comunidad.
Parece ser que este fragmento nos indica una ac- Ambas escenas, que acabamos de describir, re-
tividad femenina: la labor del hilado, con los útiles flejan y muestran dos imágenes muy entroncadas
propios de esta ocupación. Esta escena, sin embar- con el ámbito femenino y, en ambos casos, nos in-
go, no representa un momento determinado y con- clinamos a pensar en su alusión a representaciones
creto del proceso que conlleva el hilado sino que, de mujeres, entre otras razones, por el carácter so-
en nuestra opinión, y a pesar de la fragmentación cial que alcanzan algunas de las imágenes de este
de la escena, nos muestra de forma analítica aque- enclave alicantino. En el primer caso, el personaje
llos instrumentos pertinentes que se utilizan para teje, tal vez, resaltando esa virtus femenina, ejem-
tejer y elaborar tejidos. plo para las ‘damas’ de la comunidad. En el segun-
El personaje femenino representado en este frag- do ejemplo, el prestigio social de la representada,
mento, viste una larga túnica posiblemente de un de la que sólo se conserva la parte inferior, se hace
tejido grueso, que es ajustado y sobre el que se co- evidente por la riqueza y adornos de los vestidos;
loca otro más ligero con manga que le cubre los bra- por su posición de ‘mujer sedente’ y, con valor aña-
zos. El tocado de cabeza, que se pinta interiormen- dido, pero imprescindible en la composición de la
te, no sabemos muy bien a qué corresponde. Un escena, la disposición elevada del personaje feme-
velo enlaza con el vestido cuando llega al cuello5. nino con respecto a la cabeza masculina del porta-
Tal vez se trate de una imagen idealizada represen- dor de lanza que la flanquea. En ambos casos, sin
tada de forma analítica, quizás, pudiésemos leer embargo, en la lectura de personaje representado-
aquí una forma de representar la virtud femenina divinidad quedaría plasmada su relación con una
(Olmos et alii 1992: 130; Tortosa 2006). divinidad femenina con rasgos habituales en la ico-
Un segundo fragmento de la Serreta nos condu- nografía y en los textos del Mediterráneo: recorde-
ce a otro prototipo habitual en el Mediterráneo: el mos las relaciones de diversas divinidades femeni-
caso de las figuras sedentes (Fig. 5b). En esta esce- nas –de tipo oriental/clásico– con el tejido y todo
na, a pesar de la fragmentación que presenta, se lo relacionado con el ámbito de su elaboración.
distinguen sus pies y sus vestidos, túnica y manto,
decorados rica y profusamente con una especie de Así, como aspectos finales apuntaríamos:
ondas. El personaje se sienta en una silla con res- – Que en la pintura vascular no encontramos in-
paldo, decorado con puntos y rombos. Flanquean- dicios de los que podamos deducir un discurso acer-
do a la figura, vemos dos cabezas masculinas en ca de las relaciones de género a través de aspectos
actitud de protección. El personaje, que se encuen- como el de la visibilidad que proporcionan las acti-
tra delante de este pequeño cortejo, mantiene su vidades que la mujer desempeñaría en los espacios
cabeza erguida y con casco. La figura de atrás, con domésticos ni a través de las llamadas actividades
la mano abierta, roza un elemento –¿una lanza en de mantenimiento que están relacionadas con el
posición de parada?–. Llama la atención, en este ti- ámbito de la mujer (Gonzalez Marcén 2000). Escasa
po de manifestación pictórica en la que no es habi- información, por tanto, sobre la inserción de la mu-
tual que los personajes expresen emociones a través jer en el contexto social y religioso si atendemos a
de los gestos, la posición de su cabeza agachada, este código iconográfico vascular y contestano.
tal vez mostrando un gesto de sumisión? Algunos – Los ejemplos vasculares que giran en torno al
autores plantean, en este caso, la hipótesis de que código iconográfico de la Alcudia y su territorio cer-
se trate de una escena de procesión de una diosa cano, muestran cierta ausencia de la representación
llevada en andas. (De Griñó 1992: 197, fig.1). En femenina. Sin embargo, ‘lo femenino’ se convierte
nuestra opinión, no se trata tanto de una procesión en una categoría de género con aspectos que han
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¿Mujer/divinidad? Trinidad Tortosa Rocamora
NOTAS
1. Entre los ejemplos que podríamos apuntar haciendo referencia a estos aspectos femeninos que, en ocasiones, se intercam-
bian al comportamiento o al ritual masculino, retomamos las palabras de N. Loraux acerca de las virtudes femeninas presen-
tes en Grecia Antigua. La autora indica cómo una vertiente no oficial recoge el momento en que un guerrero de La Ilíada
tiembla, llora, tiene miedo y es tildado de mujer aunque sin perder, por ello, un ápice de virilidad y consistencia en su figu-
ra, según sus palabras (Loraux 2004: 16-17).
2. También N. Loraux (2004) recoge muy bien esta paradoja cuando escribe a propósito del personaje de Helena; personaje
que carece de cuerpo y que emerge bajo la imagen de la diosa Afrodita. Helena, como afirman los ancianos de Troya “cuan-
do se la tiene delante, se parece a las diosas” y no ofrece un esbozo de femme fatale, sino el reconocimiento como mujer
‘absolutamente divina’ que tan sólo adquiere sentido fuera de sí misma. Así, el factor extraordinario de la belleza de Helena
se muestra como espejo de la diosa alejado del ámbito mortal.
4. Aunque no siempre una divinidad se representa de frente, como en el ejemplar del vaso nº 1069 de representación formal
de Tanit en la Alcudia (Elche, Alicante), cf. Tortosa 2004.
5. Podríamos encontrarnos con algún ejemplo citado en las fuentes, citadas tantas veces en la bibliografía. Recordemos las
palabras de Estrabón (III, 4, 17): “...En otras regiones se pone sobre la cabeza, encajada hasta las orejas, una pequeña pan-
dereta circular que se ensancha progresivamente hacia arriba...Pero también hay las que ponen en su cabeza una columnita
de un pie de altura en torno a la cual trenzan el pelo para cubrirlo después con un velo”.
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RESUMEN
Este trabajo apunta distintas líneas de investigación en torno a los espacios funerarios de la Cultura
Ibérica, desde una perspectiva de estudio social y de género. Partimos de la hipótesis según la cual la
reconstrucción e interpretación del proceso de la muerte, como hecho cultural, con sus limitaciones, pro-
porciona desde la arqueología, preciosos datos sobre las características organizativas, y al mismo tiem-
po, las creencias, percepciones y valores de las sociedades del pasado. En esta línea, valoramos las lec-
turas del espacio funerario, recurso físico con funciones en la construcción de la identidad, entendido tam-
bién en Iberia como espacio religioso y social; presentamos sus pautas de ordenación, escalas de monu-
mentalización, enterramientos de grupos familiares o parejas. Nos detenemos igualmente en los rituales
funerarios, reveladores de etnias, grupos sociales, de linaje, género o edad. Finalmente, señalamos el
valor de los programas iconográficos en los monumentos funerarios; la riqueza, diversidad, y prevalen-
cia de la imagen femenina en el Ibérico Pleno, con distinción de categorías de edad y género.
PALABRAS CLAVE: Arqueología. Cultura Ibérica. Muerte. Género. Sociedad. Necrópolis. Ritual. Monumento.
Imagen.
ABSTRACT
This paper aims to present different lines of research concerning the funerary spaces in the Iberian Culture
from a social and gender perspective. We start out the hypothesis according to the reconstruction and
interpretation of the process of death as a cultural fact with its archaeological limits. The study of death
offers precious dates about the organisation characteristics, and at the same time, the beliefs, perceptions
and values of the past societies. In this line, we value the lecture of the funerary space in Iberia, as a physi-
cal mean with functions in the construction of the identity; with a religious and social dimension; we con-
sider order guide lines, scales of monuments, burials of familiar groups and couples. We stopped in the
funerary rituals that reveal characteristics of ethnic, social, family, gender and age groups. Finally, we
point out the values of the iconography programmes in the funerary monuments; and the richness, diver-
sity and prevalence of the feminine image in the Middle Iberian period that shows different categories of
age and gender.
KEY WORDS: Archaeology. Iberian Culture. Death. Gender. Society. Necropolis. Ritual. Monument. Image.
SUMARIO 1. El estudio social y de género de las necrópolis. 2. Las lecturas del espacio funerario ibé-
rico. 3. Tumbas, ritos y ajuares funerarios. 4. Antropología física y paleodemografía ibérica. 5.El valor de
las imágenes de los monumentos funerarios. 6. Valoraciones finales.
1. El estudio social y de género de las necrópolis polis, desde una perspectiva diacrónica y en terri-
torios amplios (Blánquez y Antona 1992; Chapa et
Los conceptos de muerte y género constituyen al. 1995; Izquierdo e.p a). Desde este marco ma-
el punto de partida de este trabajo en torno a las croespacial, la comprensión del fenómeno funera-
necrópolis ibéricas, desde una perspectiva de aná- rio, en sus múltiples dimensiones, va ligada a su
lisis social. La muerte, en primer lugar, representa tiempo y a su espacio; no puede abstraerse de la
una esfera de la realidad no controlada totalmente historia y dinámica del territorio.
y temida por el ser humano. El enterramiento refle- Partiremos de la hipótesis según la cual la re-
ja la expresión material del fenómeno, pero no es construcción e interpretación de este proceso cul-
más que una parte dentro de todo el proceso ideo- tural, con sus limitaciones, proporciona preciosos
lógico y sociológico, que según autores, va desde datos sobre las características organizativas, y al
esa agonía previa a la defunción, y culmina con el mismo tiempo, las creencias, percepciones y valo-
diseño de la tumba, la deposición de ofrendas, res de las sociedades del pasado. No hemos de
invocaciones, visitas y ceremonias posteriores, olvidar que el ritual funerario puede impulsar, ade-
etc., toda una compleja cadena de emociones y más, transiciones sociales a determinados miem-
proyecciones de pensamiento con huella en el bros de la comunidad; genera nuevas dinámicas y
registro material. Como señalaba Morris (1987) el relaciones. Los estudios de las últimas décadas han
análisis de los enterramientos es el análisis de la enfatizado la naturaleza histórica y, somática de las
acción simbólica, al observarlos desde el punto de prácticas funerarias, centrándose en su función de
vista social, religioso, económico o cultural. Como construcción y reproducción de la memoria social
fenómeno antropológico, la muerte representa uno y las estrategias de duelo. Hoy parece imponerse
de los grandes temas que afrontó la arqueología una tercera vía que evite ver dichas prácticas fune-
desde sus orígenes, desde planteamientos diversos. rarias como un espejo o un espejismo, según los
En la Península ibérica, los primeros estudios paradigmas de la arqueología de la muerte tradi-
que incorporaron nuevos presupuestos de acuerdo cional o postprocesuales. El estudio arqueológico
con las líneas metodológicas de la arqueología de de la materialización de acciones que giran en
la muerte se inician en la década de los setenta den- torno al hecho de la muerte, ha incorporado al tra-
tro del campo, fundamentalmente, de la arqueolo- dicional análisis de la estructura social, la repre-
gía ibérica, genéricamente materialista y procesual sentación de los esquemas de pensamiento. Se
(Ruiz 1978), desde otros parámetros, historicistas enriquecen así las iniciales perspectivas de la
y difusionistas (Almagro Gorbea 1978) y poste- arqueología de la muerte y reenfocan este campo
riormente, Quesada (1989), Chapa (1991) e Izquier- de estudio hacia una visión mucho más antropoló-
do (2000) entre otros muchos. Hemos de citar la gica y propicia, por tanto, al estudio del género.
incorporación, en las dos últimas décadas, de estu- Dicho de otro modo, entendemos hoy el registro
dios sobre escultura monumental y diseño espacial, funerario como un producto de visiones individua-
así como los datos antropológicos y de reconstruc- les y colectivas, así como un espacio con inversio-
ción paleoambiental (antracológicos, palinológicos, nes distintas de esfuerzos, creencias y emociones.
carpológicos o zooarqueológicos). Topamos en Lo que Uriarte (2002), en la línea de la llamada
numerosas ocasiones con obstáculos, sobre todo en arqueología de la mente o cognitiva, ha reivindica-
antiguas colecciones, cuando se carece de los datos do como la intervención de los discursos en el
que proporciona una campaña de excavación con registro funerario, y el reflejo de las emociones,
los parámetros contemporáneos. Paulatinamente, ligado al gasto de energía, mucho más difícil de
junto a la evolución de los trabajos de campo, se aprehender y valorar. El escenario de la muerte en
han incorporado, análisis sociales o modelos espa- la antigüedad, en definitiva, sigue siendo un atrac-
ciales, geográficos, matemáticos, antropológicos, tivo foco de estudio, como arena de proyección
etc. Se aboga hoy por un planteamiento de estudio social, en sus distintas facetas, y también de géne-
interdisciplinar. En esta línea, el conocimiento los ro (Cuozzo 2000, Arnold y Wicker 2001).
territorios, la comprensión de los lugares centrales, En segundo lugar, el debate teórico en torno al
las funciones de los asentamientos, los modelos de género en arqueología remite a distintos planos de
ocupación y su dinámica histórica constituyen pre- análisis, desde la concepción de la propia discipli-
misas esenciales para el estudio social de las necró- na científica, el posicionamiento intelectual e ideo-
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Arqueología de la muerte y el estudio de la sociedad Isabel Izquierdo Peraile
lógico del investigador o investigadora, la concep- tre teoría y práctica. Interesa resaltar este aspecto
tualización de los objetivos de investigación, hasta porque, más allá de la visibilidad de la historia de
el desarrollo de los métodos de trabajo (Conkey y las mujeres, y en este caso, su presencia, ausencia
Spector 1984; Gilchrist 1999). El análisis del géne- o protagonismo en los rituales funerarios, desde el
ro traslada a una elemental cuestión de fondo en el registro arqueológico, se impone hoy una mayor
análisis y la interpretación arqueológica: la natura- riqueza de lecturas y miradas, en la línea expresa-
leza de la acción humana, la valoración e influen- da. Las particularidades del registro arqueológico
cias de su construcción y la importancia del con- condicionan obviamente los trabajos, ya que el
texto histórico (Figura 1). El concepto género se género no es visible inmediatamente. De ahí el én-
entiende, efectivamente, en su contexto cultural y fasis en los métodos de medición e interpretación
valora la interacción entre individuos dentro de del dato empírico. Este carácter positivista de la
cada sociedad. No es una identidad esencial, está- disciplina arqueológica ha relegado a un segundo
tica, sino una estructura activa, en palabras de Stig plano la reflexión sobre cuestiones como el género
Sørensen (2000), una categoría de análisis multidi- que implica, a su vez, una aproximación social y
mensional que conlleva un diseño, una negocia- metodológica. La perspectiva de género conlleva,
ción de diferencias socio-culturales; y marca esfe- en definitiva, una visión de los individuos, grupos
ras de relación y dinámicas dentro de las comuni- sociales, sus funciones, identidades, relaciones,
dades del pasado. Al margen de estas consideracio- comportamientos, etc. Hoy, en paralelo al desarro-
nes lo que parece decisivo resaltar es que la apor- llo de sus estrategias y códigos, se concibe la
tación del género a la arqueología, y en concreto a investigación del género en la antigüedad como
la arqueología funeraria, como han insistido una parte necesaria de cualquier teoría de las rela-
Milledge Nelson y Rosen-Ayalon (2002) enfatiza ciones sociales. Presentaremos con estas premisas
una mayor atención a los matices; implica una a continuación algunas aportaciones, desde el re-
sofisticación del análisis de los datos arqueológi- gistro funerario, para el conocimiento de la socie-
cos; un diálogo y no a la negativa polarización en- dad ibérica.
Figura 1.- Perspectiva de género en arqueología. Detalle de la escultura femenina ibérica hallada en la necrópolis del
Cabezo Lucero (Guardamar del Segura, Alicante).
2. Las lecturas del espacio funerario ibérico un escenario variopinto con claves sociales, donde
la valoración y codificación del género está presente.
Uno de los ámbitos de estudio básicos de la
arqueología funeraria, según estos planteamientos, 2.2. Necrópolis y ordenación espacial
es la dimensión espacial, un recurso físico con fun-
ciones en la construcción de la identidad. El espa- Algunas necrópolis de la Protohistoria ibérica
cio es diseñado y creado por relaciones sociales, revelan estrategias de alineación y orientación de
objetos naturales y culturales. Stig Sørensen (2000) sus tumbas como en las necrópolis de Les Casetes,
consideró el espacio y su organización como un parte de las extraordinarias necrópolis reciente-
recurso para la representación del género, con mente excavadas en Vilajoyosa (Alicante) (García
manifestaciones individuales y colectivas. La Gandía 2003), del último cuarto del siglo VII y la
información que aporta el espacio se sitúa en dos primera mitad del VI1, donde se constata la orien-
amplios niveles, según el trabajo de Goldstein tación de las tumbas en dirección este-oeste y la
(1981), por una parte, el grado de estructura, sepa- presencia de posibles deambulatorios, accesos y
ración espacial y orden del área y, por otra parte, calles que ordenan el recinto funerario. En El Mo-
las relaciones espaciales dentro del área, con dife- lar de San Fulgenci (Alicante), Lafuente (1933)
renciación de estatus, de grupos familiares, des- distinguió dos áreas, con rituales diferenciados y
cendentes o clases especiales, dependientes de la alineación de tumbas en dirección noroeste-sures-
correlación de estas relaciones espaciales con otras te, ¿poblaciones o linajes distintos...?; así como
dimensiones de estudio. una ancha vía cubierta por un llamativo encachado
de conchas. Fuera de nuestro ámbito cultural ibéri-
2.1. Espacio funerario, religioso y social co, en el territorio de la Meseta Oriental, los traba-
jos de J. Cabré sobre las necrópolis del Hierro
Los espacios funerarios ibéricos se definen tam- -Huerta Vieja o Garbajosa, entre otras-, como reco-
bién como escenarios religiosos y sociales donde ge la reciente revisión de Cerdeño y García Huerta
se llevan a cabo prácticas rituales que ligan la (2004), también demostraron la existencia de seña-
comunidad a su pasado. Muestra esa faceta ritual lización de tumbas con estelas y alineaciones como
su uso prolongado en el tiempo, las reparaciones pauta de ordenación del espacio, que, sin embargo,
antiguas que documentan algunas tumbas, la reuti- no es regular en todas las necrópolis.
lización de elementos monumentales anteriores -de
esta forma un monumento representa un palimses- 2.3. Necrópolis, espacio, sociedad y género
to de usos primarios y secundarios, susceptible de
estudios biográficos, del pasado en el pasado-, la Del estudio espacial de las necrópolis se han
referencia visual, topográfica de las necrópolis con planteado claves sociales y de género. Un modéli-
los poblados y de sus monumentos en los caminos co caso de estudio se aplicó a los túmulos orienta-
o el desarrollo de ritos diversos con presencia de lizantes de Setefilla (Aubet et alii 1996), donde se
fuego, perfume, celebraciones colectivas o familia- dedujo una idea de espacio y género, en la que las
res con libaciones y banquetes (Izquierdo 2000, tumbas femeninas ocupan predominantemente lu-
e.p. b). Este uso ritual y social del recinto funera- gares periféricos. Y avanzando en el tiempo, para los
rio lleva a plantear el tema de la transmisión de la siglos VI y V, A. Ruiz, M. Molinos y C. Rísquez
cultura a través de la memoria y tal vez del culto a han defendido la emergencia de la aristocracia a
los ancestros, documentado en territorios de otras través del estudio de espacios funerarios como
culturas como la Céltica o mediterráneos como Porcuna (cf. en este mismo volumen, Rísquez y
Grecia. No cabe duda que para Iberia habrá que García Luque). Tumbas aisladas en algunos casos,
buscar una especificidad, y en ese sentido, la seña- como la de Hornos de Péal (Jaén), con parejas ente-
lización de las tumbas mediante tipos y escalas rradas, anuncian novedades (Ruiz y Molinos e.p.).
diversas, la ordenación espacial de las necrópolis, En el Ibérico pleno, la reafirmación de las castas
la ubicación de algunos monumentos que podrían ciudadanas permite vislumbrar en los espacios
centralizar determinados actos ceremoniales, re- funerarios pautas de centralidad de las tumbas.
dundando en la legitimación del poder de las élites, Muy interesante, en esta línea, es el trabajo desa-
entre otros aspectos que iremos apuntando, dibujan rrollado por el equipo de la Universidad de Jaén
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Arqueología de la muerte y el estudio de la sociedad Isabel Izquierdo Peraile
sobre la necrópolis ibérica de Baza (Ruiz y Rís- rramientos, tal vez al modo de monumentos colec-
quez 1992), donde se plasma la jerarquización de tivos. La fase II de la necrópolis muestra una simi-
un espacio funerario. La rica cámara número 155, lar tendencia a la agregación (cf. tumbas 85 y 91,
metáfora del mundo subterráneo, muestra la adosadas al encachado de la tumba 112, entre otros
importancia otorgada al enterramiento de una ejemplos). Más de un siglo después, la excavación
mujer. Recientemente, Rísquez y Hornos (2005: de Cabezo Lucero, en Guardamar del Segura
309) han propuesto que la mujer allí enterrada esta- (Alicante), muestra la estrategia de implantación
ría emparentada -sería tal vez la madre- del aristó- de un grupo humano que vigiló más de un siglo la
crata local, cuyos restos son cremados y deposita- desembocadura del Segura (Aranegui et al. 1993).
dos un tiempo después en la cercana tumba núm. Las plataformas monumentales, rematadas, al
176, que ordena a partir de ese momento el espa- menos en cinco casos, por esculturas de toros, con
cio. Exista o no ese vínculo familiar, interesa des- predominio de la simbólica orientación este-oeste,
tacar cómo en la tumba más extraordinaria de la se erigen en la necrópolis, proyectando pública-
necrópolis, que manifiesta poca atención al espacio mente imágenes y conceptos. Se cuestiona su aso-
exterior, colectivo, es enterrada una mujer con un ciación con tumbas individuales y plantea su posi-
ajuar excepcional. Otro ejemplo más modesto lo ble uso como lugares de culto, tal vez colectivo,
proporciona el registro de la necrópolis del Corral como podría suceder en la cercana necrópolis del
de Saus (Valencia) (Izquierdo 2000), de los siglos Molar. La organización del espacio, su señaliza-
III y II, con 26 cremaciones. La mayor y más des- ción y monumentalización son cuestiones todavía
tacada tumba de la necrópolis, “la tumba de las abiertas al análisis (cf. Rísquez y García Luque en
sirenas”, un empedrado tumular que reutiliza ele- este volumen). Los puntos de enterramiento en
mentos monumentales correspondientes a un pai- torno a estas plataformas se adscriben mayoritaria-
saje anterior -dotado de escritura e iconografía fi- mente al siglo IV, salvo el conocido punto 75, junto
gurada zoomorfa y antropomorfa-, donde se entie- a la plataforma N, al sur de la necrópolis, que se
rra una pareja de individuos adultos, uno masculi- data entre el 500 y 450. La necrópolis se extende-
no y otro femenino, articula un espacio reducido rá hacia el norte, donde se sitúa el poblado. Des-
con tumbas alrededor, en hoyo y cista. El área en tacaremos la presencia de puntos de enterramiento
torno a las dos grandes tumbas concentra los múltiple en el sector más antiguo, -puntos 75, con
mayores porcentajes de cerámicas importadas, sus una pareja de adultos, y 77, con adulto y individuo
imitaciones en cerámica ibérica y los escasos vasos infantil-, ambos cerca de las plataformas N-R-S-P,
figurados. Una pequeña necrópolis, en definitiva, donde destaca la P, que además de restos de toro
ubicada en un antiguo espacio con esculturas, presenta distintivamente la mayor concentración
organizada en torno a dos grandes tumbas tardías, de fragmentos de león o mejor, esfinge. En el sec-
donde se entierra una pareja y un varón adulto. tor central, datado en torno al 325, sobresale el
punto 47 con adulto, individuo infantil y perinatal;
2.4. Necrópolis, espacio y agregación: así como los puntos 52-55-56 con adulto, indivi-
¿grupos familiares? duo infantil y varón. Se localizan en el túmulo K,
cerca de las estructuras L e I. El punto 26, con
Otro de los puntos a considerar es la existencia varón, mujer y dos individuos infantiles se halla
de enterramientos múltiples y tumbas que se agre- frente a un gran complejo monumental conforma-
gan en el espacio, de significación familiar o lina- do por las plataformas G-H-M, y un área de crema-
je compartido. Como antecedente al horizonte ibé- ción (F). Finalmente, en el sector norte, más
rico, en la necrópolis de cremación correspondien- reciente, destacan los puntos 2-3, con dos adultos
te al asentamiento de Peña Negra (Alicante), en la cremados sucesivamente, un varón y otro de rasgos
fase I de Moreres, González Prats (2002) ha reco- más gráciles, indeterminado, del siglo IV, en una
nocido la concentración del grupo de tumbas con estructura tumular, la D, cerca del conjunto de
superestructuras medias y complejas, alineadas en estructuras A-B-C, donde destaca la A, la mayor
un eje de dirección noreste-suroeste. La cualidad del recinto, según sus dimensiones conservadas. Se
monumental parece ser la clave que marca la dis- podría plantear, en resumen, una estrategia de or-
tancia social. Tumbas como la 94C desarrollan en denación espacial y temporal ligada a enterramien-
su entorno un sistema de agregación de otros ente- tos múltiples, con presencia de ambos géneros y
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Isabel Izquierdo Peraile Arqueología de la muerte y el estudio de la sociedad
clases de edad, incluyendo niños, tal vez familias, Si hablamos de espacio, monumentos y orden,
ligadas a estructuras monumentales de significa- no podemos dejar de mencionar finalmente en este
ción en el paisaje, como los túmulos D y K, o la punto, la percepción humana del espacio funerario
cercanía a las plataformas decoradas con escultu- y sus monumentos. Se han aplicado modelos de
ras, como la P, con toros y esfinge. Sin olvidar, en análisis arquitectónico de accesos y de visibilidad,
el sector norte, más moderno, la aparición de la como en los trabajos de Sánchez (2004) en la
única escultura antropomorfa de la necrópolis, necrópolis de la antigua Tútugi (Galera, Granada).
femenina (Llobregat y Jodin 1990). En necrópolis Partiendo del emplazamiento elevado y la visibili-
como Castellones de Ceál (Hinojares, Jaén) tam- dad desde el poblado de la necrópolis, se planteó a
bién imágenes de toro dominaron el espacio desde escala semi-micro el análisis en planta de las cáma-
la altura de una de las plataformas más grandes, en ras, la mayoría con dos espacios y un único acceso
su extremo oriental, entre los siglos V/IV (Chapa et que se haría en fila y ordenado hacia la cámara, un
al 2002-3). espacio oculto, más profundo, visible en un 50%
En ocasiones, una agrupación de tumbas en el desde el acceso y con un orden de circulación esta-
espacio viene marcada por una determinada fór- blecido. El estudio, en definitiva, de estas cámaras,
mula de enterramiento, una pauta constructiva y/o posiblemente familiares, como la núm. 82, muestra
un mismo ritual funerario, como las cámaras fune- un modelo similar de corredor -como creador de un
rarias de Castellones (tumbas A-D-E-F y G) o las espacio privado- y cámara, que proporciona datos
tumbas 5, 8, XXVI, 11/145 y los ustrina XIII y sobre la percepción humana, visión y uso del espa-
XVI, en el área central, con una rica labor cons- cio en estas arquitecturas de la muerte.
tructiva, suelos de adobe, techos de madera, alza-
dos encalados y pintados de rojo (Chapa et al.
1998). En la cultura celtibérica, por otra parte, 3. Tumbas, ritos y ajuares funerarios
como en la necrópolis de Herrería, Cerdeño et al.
(2004), han detectado agrupaciones de tumbas, tal 3.1. Ritual funerario y etnia
vez familiares, en las estructuras tumulares exca-
vadas, que además se alinean astronómicamente. El rito puede revelar aspectos de identidad en
relación con etnias, grupos sociales, familiares, de
2.5. Necrópolis, espacio y monumentalización linaje, género o edad. No conocemos, por el mo-
mento, tumbas birrituales en la cultura ibérica,
Los trabajos en torno a la señalización diferen- como sucede en algunas necrópolis europeas de la
cial de las tumbas y sus monumentos han sido Edad del Hierro. El ritual mayoritario implica la
abundantes en las últimas décadas (Almagro Gor- acción del fuego sobre el cadáver, reservándose la
bea 1978, 1983; Blánquez y Antona 1992; Castelo inhumación para la población infantil en espacios
1995; Izquierdo 2000, e.p. a, e.p. b). Los amonto- domésticos, con excepciones. Algunas necrópolis
namientos de piedras, estelas, empedrados tumula- como El Molar, en su sector oriental, plantean la
res, hasta los programas iconográficos proyectados asociación del espacio y el ritual como posibles
en monumentos de escala diversa, constituyen una indicadores de grupos culturales o étnicos. En
diversidad de fórmulas de enterramientos que obe- dicha necrópolis se excavaron dos tumbas de inhu-
decen a factores socio-económicos, tal vez, religio- mación, posibles cista y cámara, que se asocian a
sos o de gusto personal. En todo caso, en estos últi- población oriental (Peña 2003). El proceso de
mos ejemplos con programas iconográficos (v. construcción de la identidad étnica es un tema muy
infra), una manifestación aristocrática. Grandes debatido en arqueología, que depende, en primer
monumentos pueden dar origen, en algunos casos, lugar, de la posibilidad de leer polisémicamente los
a espacios funerarios. Así para el Llano de la Con- contextos. Además del ritual no crematorio, los
solación (Albacete) (Valenciano 2000), se ha plan- elementos de ajuar pueden ser considerados mar-
teado el surgimiento y extensión de la necrópolis cadores culturales y/o étnicos. En el caso de la
en su fase antigua a partir de un monumento turri- necrópolis de Moreres, las tumbas con urnas a
forme, evocando la configuración espacial de la torno pertenecerían, según la hipótesis de Gonzá-
necrópolis de Pozo Moro (Albacete), en torno a su lez Prats (2002), a fenicios, sus descendientes, o
torre (Almagro Gorbea 1978). población autóctona conocedora de “modas”
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Arqueología de la muerte y el estudio de la sociedad Isabel Izquierdo Peraile
Figura 2.- Tumba femenina, núm. 17, de la necrópolis de Les Casetes (Villajoyosa, Alicante) (García Guinea 2003).
orientales. También en este horizonte del Hierro dos y, desde la interpretación, los bienes que se
antiguo, en la necrópolis de Les Casetes se docu- entierran en la tumba comunican mensajes diferen-
mentan tumbas elaboradas y usos funerarios distin- tes a los distintos participantes en el ritual. En cual-
tivos, por la inclusión de elementos exóticos en su quier caso, como tantas veces se ha planteado, se
ajuar y el tipo de tumba, que denotan posibles ente- impone la necesidad de estudios antropológicos en
rramientos de población no autóctona, o más pru- la identificación de las tumbas y, a su vez, y el
dentemente, población local con fuertes influen- rechazo definitivo al paradigma de los ajuares-tipo,
cias orientalizantes (Figura 2). Una de estas tum- que presuponen tumbas masculinas o femeninas en
bas destacadas, núm. 17, corresponde justamente a función de la presencia/ausencia de determinados
una mujer joven (García Gandía 2003). objetos, aunque se pueden determinar tendencias a
partir de las muestras conocidas. Esa relación entre
3.2. Ritual funerario, grupos sociales ajuar y género debe ser investigada y no asumida.
y de género Hoy se refutan las atribuciones mecánicas de ele-
mentos supuestamente distintivos de género como
La distinción en el rito, por una parte, puede el armamento, mayoritariamente vinculado a tum-
marcar distancias sociales, como en el túmulo A de bas masculinas, aunque el extraordinario ajuar de
Setefilla, cuya cámara central interior acoge dos la tumba femenina de Baza cuestionó esta asun-
inhumaciones (Aubet et al. 1996). Pero, por otra ción- o las plaquitas perforadas de hueso, punzones
parte, la gente construye su identidad a través de o alfileres decorados que se asocian en general,
relaciones de objetos y el ajuar funerario es un rico aunque no de manera exclusiva, a enterramientos
banco de datos para aproximarnos a la sociedad y de mujeres. Como ejemplos que cuestionan estos
sus percepciones. Se han diseñado distintos méto- paradigmas podemos citar la rica tumba núm. 22b
dos basados en el número o tipo de objetos, fre- de Los Villares (Blánquez 1990), que contenía res-
cuencia, establecimiento de “unidades de riqueza”, tos cremados de una mujer de entre 20 y 30 años,
que asignan valores a materiales signos de presti- con presencia de armamento; la citada tumba
gio, autoridad, o mayor rareza, con el apoyo de 11/145 de Castellones de Ceal, que albergaba los
tests estadísticos. No podemos olvidar que desde el restos de un varón de más de 40 años, sin armas y
análisis arqueológico, comidas, libaciones, vesti- con un rico ajuar metálico y cerámico (Chapa et al.
dos y otros materiales orgánicos no son preserva- 1991); o la “tumba de las damitas” del Corral de
Saus, de un sujeto masculino adulto, con cerámica hay presencia de armas en cremaciones infantiles;
importada, fusayolas; anilla y pinzas, una placa en la necrópolis albaceteña de Los Villares la pre-
perforada de hueso y una cabeza de alfiler decora- sencia de campanitas de bronce señala tumbas
do en este mismo material (Izquierdo 2000). infantiles, como aparece en algunas inhumaciones
Las variables biológicas, cuya atribución -no en poblados (Blánquez 1990). En las tumbas con
podemos obviarlo- es también cultural (Laqueur asociación de niños y adultos -en el Cabezo Lucero,
1994), son correlacionadas con el contexto arqueo- núms. 91, 47 y 26- es común la presencia de cerá-
lógico y sus artefactos. A modo de ejemplo, mica ibérica -urna, pequeño vaso de ofrendas-,
Strömberg (1998), en su estudio sobre ajuares áti- cerámica de importación griega del servicio de me-
cos de la Edad del Hierro, aplicó un principio de sa, armas como el soliferreum y algún elemento de
exclusión, a partir de un grupo de referencia con adorno como anillo o pendiente. En la necrópolis
estudio osteológico y discriminó tipos de objetos del Poblado de Coimbra del Barranco Ancho tam-
como indicadores de tumbas masculinas o femeni- bién aparece esta asociación de niños e individuos
nas o items de alta frecuencia exclusivamente liga- adultos con cerámica ibérica, armamento, elemen-
dos a tumbas de mujeres o varones. Siguiendo este tos de adorno -tumba 55-; igualmente en la tumba
principio, en Cabezo Lucero (Aranegui et al. 1993), 24 de La Senda se documentan estas asociaciones
de nuevo, las tumbas identificadas con seguridad (García Cano 1999).
como masculinas ofrecen un repertorio de tipos y Los criterios de exclusión no funcionan en toda
un número de objetos superior a las femeninas, que el área ibérica. Hay dinámicas ligadas a los territo-
no presentan tipos exclusivos; las tumbas de adul- rios y contextos específicos, y en este sentido queda
tos varones cuentan con armamento (lanza, puñal, mucho camino por recorrer para perfilar geografí-
soliferreum, falcata o escudo), clavos, astrágalos, as y tradiciones. A modo de ejemplo, hay necrópo-
pinzas de bronce o algún vaso de cerámica de im- lis como el Llano de la Consolación con un 8% de
portación como ofrenda exclusivamente masculi- tumbas con armas y otras como Cabezo Lucero,
na. La asociación con armas -cuchillo afalcatado- con cerca del 60% de tumbas con armas, con varia-
en tumbas de varones adultos ya se reconoce en dos tipos. Por otro lado, dentro del ritual tras la cre-
épocas anteriores, como en los túmulos de Setefi- mación, algunas necrópolis han mostrado pautas
lla, mientras que las tumbas femeninas se asocian asociadas al género y la edad. Así, en Cabezo Lu-
a urnas a torno (Aubet et al. 1996). Otra asociación cero los restos cremados de mujeres y niños siem-
exclusiva a varones es la presencia de pendientes pre se depositan en el interior de urnas, mientras
amorcillados de oro, como se documenta en Caste- que los restos de los varones pueden ser cremados
llones de Ceal (Chapa et al. 1998); confirmada en y depositados in situ, además de en urnas o en
la plástica masculina de las necrópolis como Llano otros orificios en el solar del recinto. En otras ne-
de la Consolación, entre otras. En tumbas femeni- crópolis de idéntica cronología, sin embargo, estas
nas y en necrópolis de cronología posterior como distinciones no aparecen. Son aspectos que recla-
El Poblado -tumba 65- o La Senda de Coimbra del man un estudio en profundidad.
Barranco Ancho (Jumilla) -tumba 32- se observan
elementos comunes como la ausencia de armas o la 3.3. Destacadas tumbas de mujeres, parejas
presencia de cerámica ibérica y punzones de hueso o familias
(García Cano 1999).
Si observamos la edad, tampoco se detectan ti- Desde el descubrimiento de la tumba de Baza se
pos exclusivos en población infantil, aunque en puso de manifiesto la existencia de ricos enterra-
algunas necrópolis como Cabezo Lucero se produ- mientos con mujeres, por su ajuar o tumba en tér-
ce una reducción drástica de los tipos, quedando minos de inversión de trabajo y calidad, singulari-
limitados, en relación con la población adulta, a la dad o exotismo de sus elementos de ajuar. Tumbas
urna ibérica, elementos de adorno (cuenta de collar femeninas individuales, parejas en importantes
y anillo) y vestido (fíbula). En la necrópolis de enterramientos, o mujeres junto a niños en tumbas
Moreres (González Prats 2002) ya se reconoce esta múltiples de hasta 7 individuos, han sido presenta-
asociación de elementos de adorno con tumbas das recientemente, como la ya citada tumba 17 de
infantiles (anillos y cuentas de vidrio). En el Puntal cámara de Les Casetes, un enterramiento de presti-
de Salinas por ejemplo (Sala y Hernández 1998) si gio (García Guinea 2003). En el País Valenciano,
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Arqueología de la muerte y el estudio de la sociedad Isabel Izquierdo Peraile
Figura 3.- Tumba múltiple de “Hacienda Botella” (Elche, Alicante) (AAVV 2001).
como ejemplos recientemente publicados, citare- ibéricas, armas, elementos de vestido y fusayolas,
mos la asociación mujer-individuo infantil en el elementos comunes en el siglo IV, como en las
Torrelló del Boverot en Almassora (Clausell 1999) tumbas 125 y 204, en el área del empedrado núm.
o la tumba de “Hacienda Botella” de Elche, un 200, el más rico de la necrópolis, que reutiliza blo-
ustrinum del siglo II, con cremaciones sucesivas en ques de escultura y que también contenía los restos
el tiempo de un varón y dos mujeres adultas, ade- de una pareja, en opinión de Cuadrado (1987).
más de un niño de en torno a 4 años, con rico depó-
sito votivo (Figura 3) (AAVV 2001; de Miguel et
al. 2003). 4. Antropología física y paleodemografía ibérica
Fuera de nuestro marco de estudio, el oppidum
vacceo de Pintia, entre los términos de Padilla de Los análisis antropológicos, paleopatológicos y
Duero de Peñafiel y Pesquera (Valladolid), ha do- paleodemográficos de las necrópolis ibéricas se
cumentado una importante necrópolis de la que se afianzan en la investigación a partir de la década de
conocen algunas tumbas como la núm. 30, un ente- los ochenta fundamentalmente. Estos análisis no
rramiento doble en cuyo loculus una pequeña laja están exentos de dificultades y se hallan limitados
de piedra enhiesta separaba sendas urnas y ofren- en muchos casos por el estado de conservación de
das (Sanz y Velasco 2003). El diagnóstico antropo- los huesos tras la combustión y su alto grado de
lógico determinó la presencia de dos adultos, uno fragmentación (Figura 4). Estas limitaciones afec-
masculino de entre 40 y 50 años, con ofrendas tan en mayor medida a la identificación de muje-
metálicas, valiosas en este territorio, y otro indivi- res. En este ámbito de estudio se analizan grupos
duo femenino en torno a 20 años de edad. El fenó- de edad, sexo y aspectos derivados de la calidad de
meno de las parejas es interesante (v. infra). Una la cremación y su recogida, representación del
cámara destacada en su territorio es la del Hipogeo esqueleto -indicativa de una posible selección en la
de Hornos de Peal, en Jaén (Ruiz y Molinos e.p.), recogida, posibles trituraciones o tratamientos-,
donde una pareja de adultos, un varón y una mujer, grado de combustión de las incineraciones aten-
son enterrados con un ajuar modesto. Se trata de diendo a las coloraciones, etc. Estas analíticas hoy
una tradición el enterramiento en cámara de una son imprescindibles en el estudio de las tumbas,
pareja que puede rastrearse en Setefilla, Cerrillo aunque la asignación de categorías, masculinas,
Blanco y otras necrópolis que acogen linajes de femeninas, no deja de responder a criterios cultura-
poder (Rísquez y García Luque, en este volumen). les (Laqueur 1994; Keegan 2002). En este sentido,
Avanzando en el tiempo, en la necrópolis del Ci- los antropólogos trabajan con pautas de clasifica-
garralejo, se documentan tumbas dobles con ricos ción próximas, pero diferentes a la hora de valorar
ajuares que comprenden cerámicas de importación, los restos, sobre todo femeninos, como muestra el
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Isabel Izquierdo Peraile Arqueología de la muerte y el estudio de la sociedad
dentes, un tipo femenino casi exclusivo, con los de juegos funerarios. Finalmente un sillar de El Ci-
conocidos ejemplos de Baza, el túmulo doble 452 garralejo muestra una posible caja, ilustración tal
de la necrópolis de El Cigarralejo, o el Llano de la vez del mundo del tocador, femenino. Se trata de
Consolación, frente alguna tal vez masculina, elementos con identidad iconográfica propia que
como la asociada a la tumba 114 del Cabecico del entremezclan rituales funerarios con signos de
Tesoro; esculturas estantes, de pequeño formato, estatus y género. Un ejemplo de esta perduración
en actitud de ofrenda, como la de la tumba 404 de de temas y símbolos puede ser observado en las
El Cigarralejo; placas de pequeñas dimensiones figuraciones femeninas con instrumentos musica-
donde se representan parejas como la de la tumba les del monumento de Horta Major de Alcoi (Ali-
100 de La Albufereta; bustos o estatuas-urna re- cante), posiblemente de fábrica romana.
ceptores de cenizas, que pueden ser femeninos -el Frente a la figuración masculina en piedra se re-
ejemplo de la Dama de Elche sería sin duda el más conoce en las tumbas aristocráticas una diversidad
destacado desde el punto de vista de la calidad de tipos femeninos estantes, sedentes -con gestos
plástica, sin olvidar, tal vez la dama del Cabezo estáticos, en actitudes de presentación individual,
Lucero- o masculinos -como el de Baza-, visibles o asociados a mujeres adultas, cubiertas por pesados
no en el paisaje de la necrópolis; estelas antropo- mantos, veladas, enjoyadas-; y gestos dinámicos,
morfas, como la de La Serrada (Ares del Maestre) asociados a jóvenes -con una actitud más participa-
en el territorio castellonense que recrea de manera tiva, en composiciones colectivas, tales como co-
esquemática los convencionalismos de la serie de ros, apoyados en signos de adorno, vestido, peina-
representaciones femeninas del sureste; pilares- do y tocado-, con elementos comunes en algún
estela, donde se juega además con la perspectiva y caso, joyas, como los tres collares, que aparecen
la postura adaptada al sillar, con la diferenciación significativamente en bustos, damas sedentes o
explícita de una categoría o grupo de edad, como estelas como elemento de prestigio, mágico, tal
las jóvenes, llamadas “damitas” del Corral de vez. Se expresan diferencias según clase de edad
Saus, El Prado de Jumilla o, de manera más frag- en la indumentaria -el vestido, en este sentido es un
mentaria, sobre el empedrado 217 de El Cigarrale- artefacto social que transmite valores-, con ropajes
jo con brazo de figura adornado y ave; la tumba que cubren totalmente el cuerpo de las damas adul-
130 de la misma necrópolis, con brazo extendido y tas y finas túnicas en las jóvenes con cintura mar-
mano con un atributo indeterminado o en el sillar cada por simbólicos cinturones decorados, distin-
decorado de la necrópolis del Cabecico del Tesoro, ción que se aprecia en determinados exvotos feme-
de la tumba 119, con friso de ovas, sobre el que ninos, también peinados con trenzas. En resumen,
descansa una figura con ave. Podríamos citar otros una serie de tipos, gestos y atributos que conectan
monumentos, como el de Osuna, con representa- la identidad del universo femenino con rasgos dis-
ción de jóvenes, masculinos y femeninos, que par- tintivos de género, edad o grupo social con posible
ticipan en rituales posiblemente funerarios con función ritual (Izquierdo e.p. c).
exhibición de combates, procesiones y libaciones,
al son de la música, donde la perspectiva esquina-
da se incorpora al mensaje. 6. Valoraciones finales
Los elementos asociados a estas imágenes son
ricos tronos labrados y pintados, indicio de estatus, La lectura arqueológica de los espacios funera-
más propios, aunque no exclusivos de mujeres; rios implica hoy la participación de estudios inter-
pequeñas aves, símbolo de la divinidad femenina, disciplinares desde ópticas históricas, sociales e
presente en ritos de tránsito; husos de hilandera indudablemente de género, con el apoyo de mode-
que remiten al tema del hilado y el tejido, tradicio- los espaciales, matemáticos y antropológicos. La
nalmente femenino, exponente de género y estatus perspectiva social y de género en arqueología y su
femenino; frutos como posibles granadas o cápsu- aplicación a la Protohistoria Ibérica, revela un
las florales como las adormideras, como ejemplos camino todavía por recorrer, con múltiples posibi-
de la flora ibérica más allá de la muerte. Otros atri- lidades, que parte, pero no concluye con la recupe-
butos asociados son copas e instrumentos musica- ración de segmentos sociales poco visibles -muje-
les en las figuras femeninas de Osuna que transpor- res, juventud, infancia...-, su historia, relaciones,
tan al espectador a un ambiente ritual, de tránsito, mentalidades e identidades, en definitiva. Desde el
Complutum, 2007, Vol. 18: **-** 98
Arqueología de la muerte y el estudio de la sociedad Isabel Izquierdo Peraile
contexto funerario, la exhaustiva lectura de los es- nan individuos preeminentes -también mujeres- a
pacios, los monumentos, enterramientos, la “inver- través de distintos recursos expresivos como la
sión en el más allá”, puede ofrecer claves sociales, escala o la acumulación -hablamos de gasto de
rituales, e ideológicas, de una muestra significativa energía, en su doble vertiente, en términos de la ar-
de la sociedad. queología cognitiva, de dimensión material y acon-
Las necrópolis ibéricas constituyen un campo tecimiento emocional-, la voluntad de visibilidad o
extraordinario de lectura de los espacios funera- centralidad y la exclusividad, el recurso a lo exóti-
rios, con reconocimiento de pautas de ordenación y co, extraordinario o no familiar. En este sentido,
alineaciones, centralidad y monumentalización; así merece la pena impulsar, desde estas premisas, la
como de estudio de los elementos de ajuar y los relectura de yacimientos ya publicados, de anti-
restos antropológicos, que está permitiendo la guas campañas de excavación. Al margen del esbo-
determinación de tumbas de ambos géneros, de zo de ideas que hemos planteado brevemente en
parejas, enterramientos múltiples, posibles grupos este texto, que pretendía ilustrar algunos temas y
familiares... proyecciones de la sociedad ibérica. líneas de investigación, y más allá de los contextos
En el discurso de algunas necrópolis, se vislumbran y análisis, concluimos con una llamada de atención
ejes de diferenciación simbólica como el género, la a los matices en arqueología, en la formulación de
edad, el grupo social, familiar o étnico. Algunos nuestras preguntas, el lenguaje empleado, el análi-
enterramientos, como estrategia social, discrimi- sis de los datos, su presentación e interpretación.
NOTA
1. Todas las fechas indicadas en este texto son a.C.
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Recibido: **-**-****
Aceptado: **-**-****
RESUMEN
Este artículo se centrará en el análisis del diálogo establecido entre el espacio funerario y la sociedad
aristocrática ibera, valorando el papel desempeñado por las mujeres en el origen y consolidación de esos
nuevos modelos aristocráticos.
ABSTRACT
This paper examines the relationship between the funeral spaces and the aristocratic society and it studies
the roll played by the women in the origin and consolidation of this aristocratic model.
frente a un 28,57% de hombres, destacando que to- emergentes, rapto entendido como apropiación de
dos los individuos infantiles en los que se ha podi- la legitimidad del tiempo del paisaje funerario
do determinar el sexo eran femeninos, no habién- (Ruiz, Rísquez y Molinos e.p.; Ruiz y Molinos
dose documentado ningún varón en la población 2005), que se hace a través de la pareja.
de 0 a 20 años. La alta mortalidad de mujeres en El proceso lo podemos continuar en la periferia
edad juvenil (20%) indica, según el estudio, que las tartésica, donde la emergencia de la aristocracia ha
mujeres de esta comunidad contraen matrimonio y sido más tardía. De nuevo aquí nos encontramos
tienen el primer parto a edades muy tempranas con la presencia de una pareja hombre – mujer que
(Aubet 1995; Aubet, Barceló y Delgado 1996). Al ordena el espacio funerario y nos muestra el papel
mismo tiempo, el estudio de los ajuares con rela- que cobra el linaje en el seno de la nueva sociedad
ción al género y la edad de ambos túmulos aportan que se está construyendo. Este es el caso de Cerri-
elementos claves para reconocer el modelo de so- llo Blanco, en Porcuna, entre mediados y final del
ciedad que se vincula a estas primeras estructuras siglo VII a.n.e., donde los estudios antropológicos
funerarias. La ausencia de materiales en las tumbas señalaban la práctica de la exogamia entre el grupo
de mujeres adultas que podrían caracterizar al gru- allí enterrado (Roos 1997). La distribución de los
po en términos de comunidad local, como los reci- enterramientos según el género muestra la disposi-
pientes cerámicos con decoración de retícula bru- ción periférica preferentemente de las mujeres, al
ñida o los broches de cinturón, y al contrario, su tiempo que los hombres son los más cercanos a la
presencia en las jóvenes, podría denotar el carácter pareja, a excepción de una mujer de edad avanza-
patrilocal del grupo y el carácter exógeno de las da que ocupa una posición igualmente próxima a
mujeres. La relación de los broches de cinturón de ésta. A diferencia de Setefilla, la cámara aquí for-
tipología tartésica con las sepulturas femeninas ma parte del proyecto constructivo inicial, delimi-
también ha sido señalado por Mancebo, al compro- tando una zona de respeto en torno a ella y orde-
bar este hecho tanto en la necrópolis de Cerrillo nando el espacio. La aparición en los ajuares de las
Blanco como en algunas tumbas inéditas de las tumbas femeninas de los broches de cinturón
campañas llevadas a cabo en Medellín (Mancebo corrobora la importancia que este elemento tiene
1996: 67; Torres 2002: 211). como claro símbolo de poder. En este caso, y si nos
Hacia la mitad del siglo VII a.n.e. se construyó atenemos a la lectura antropológica de Anna Mª
en el Tumulo A una cámara funeraria que se super- Roos, que opone en términos físicos el grupo mas-
pone y destruye deliberadamente las incineracio- culino al femenino (1997), este último sería el lo-
nes de base, y que se asocia a un ritual funerario cal, pues con la posesión de los broches de cinturón
–la inhumación- que pretende expresar ritualmente se constituiría en guarda de la legitimidad del lina-
la separación entre quien se entierra y el resto de la je, esto nos llevaría a proponer para este grupo
población y, a su vez, la vinculación de la cámara unas relaciones de filiación matrilocales y, aten-
con la necrópolis de base traduce las fuertes rela- diendo a la residencia, tendríamos que hablar me-
ciones de este personaje central y el linaje del que jor de uxorilocalidad (ya que los hombres pasan a
procede y del que forma parte. vivir en el grupo local de las mujeres).
Es interesante que del grupo de túmulos selec- Es este el inicio de lo que hemos denominado
cionados por su rango como principescos, tres cu- segundo rapto (Ruiz, Rísquez y Molinos e.p.; Ruiz
bran cámaras funerarias (Setefilla A y H y Acebu- y Molinos 2005), el del espacio, es decir, la apro-
chal G) y al menos dos de ellos contenían una pare- piación del túmulo que se va a consumar cuando el
ja de inhumados, un hombre y una mujer en el caso segundo modelo de legitimación, cámara-pareja,
del túmulo G de Acebuchal y dos individuos de los se imponga definitivamente a la fórmula colectiva.
que no se indica el sexo en el túmulo H de Setefilla Este es el caso del túmulo funerario de Hornos de
(Aubet, Barceló y Delgado1996) En el caso del Tú- Peal, (Peal de Becerro, Jaén) donde una pareja
mulo A, aunque no se ha podido documentar, la pa- compuesta por un hombre de unos 30 años y una
reja hombre - mujer podría estar también presente. mujer de unos 20 años eran los únicos integrantes
Entre el túmulo secundario de las Cumbres y la de un túmulo aislado, visible desde todo el valle
construcción de la cámara de Setefilla se había del río Toya, con una cronología de finales del
consumado lo que hemos denominado el primer siglo VI inicios del V a.n.e. (Molinos y Ruiz, e.p.;
rapto, llevado a cabo por grupos aristocráticos Ruiz y Molinos 2005). Este proceso lo podemos
Complutum, 2007, Vol. 18: **-** 106
Mujeres en el origen de la aristocracia ibera Carmen Rísquez Cuenca y Mª Antonia García Luque
seguir en los enterramientos dobles y triples que se armas, que ha hecho que sea interpretada como un
documentan a lo largo del siglo VI y V a.n.e. (Pe- ejemplo de necrópolis de un núcleo de población
reira, Madrigal y Chapa 1998) y vienen a demos- especializado vinculado al control comercial de la
trar la imposición del nuevo modelo a la fórmula zona. Su espacio ha sido definido desde un primer
colectiva. momento, como atestiguan los restos constructivos
más antiguos, que no cubren enterramientos y son
cronológicamente homogéneos. Éstos van a ocupar
4. Los linajes clientelares el espacio de la necrópolis de Sur a Norte, donde se
irán sucediendo los enterramientos en el tiempo,
El desarrollo de los modelos de poder de tipo sin que se produzcan superposiciones salvo de ma-
heroico, la estructura político parental de la clien- nera excepcional. La fase más antigua de los ente-
tela y las redes de vecindad creadas en el oppidum rramientos se documenta únicamente en la zona
terminaron por dar la forma al paisaje funerario, Sur, es aquí donde aparece el enterramiento doble
pero para ello hizo falta un último rapto: el de la de pareja hombre-mujer (punto 75), realizado en
sociedad (Ruiz, Rísquez y Molinos e.p.), ya que dos urnas diferentes de tipo orientalizante, una ur-
una vez que se han apropiado del tiempo primero y na globular de borde exvasado para el hombre, y
después del espacio, se hizo necesario incorporar a para la mujer una urna tipo Cruz del Negro casi ex-
éste al grupo, es decir a la clientela, a quienes
harán partícipes de su posición. Esta lectura podre-
mos hacerla a finales del siglo V e inicios del IV
a.n.e., momento en que se consolidará el sistema
aristocrático clientelar y se empiezan a desarrollar
las auténticas necrópolis. La legitimidad del grupo
gentilicio la tiene en su primer escalón el linaje y
éste viene definido por estas parejas que van a
organizar el espacio funerario, ya que se hace nece-
saria la presencia física permanente de los antepa-
sados difuntos.
Uno de los primeros trabajos que llevamos a cabo
en este sentido fue sobre la necrópolis de Baza
(Ruiz, Rísquez y Hornos 1992), cuya estructura
reflejaba, sin duda, la de un grupo gentilicio clien-
telar. Pudimos constatar que, mientras que los en-
terramientos de los clientes eran individuales, y en
caso de ser dobles correspondía a mujer e hijo/a,
las tumbas aristocráticas de los dos primeros sub-
grupos eran dobles (nº 176) o triples (nº 43 y 130),
salvo la tumba excepcional que contenía la escul-
tura de la Dama de Baza, con lo que se reafirmaba
el papel de la pareja, o quizás ya de la familia nu-
clear, para detentar en la estructura espacial la legi-
timidad del linaje gentilicio clientelar.
Partiendo de este hecho, hemos querido aproxi-
marnos a otras necrópolis que nos permitan cons-
trastar y valorar como se produce la articulación
del espacio funerario, y como éste se va estructu-
rando en distintos niveles que van a reflejar al gru-
po gentilicio y sus clientes. Trataremos en este artí-
culo tan sólo Cabezo Lucero y El Cigarralejo1. Figura 2.- Croquis de las fases cronológicas de la necró-
Cabezo Lucero (siglos V-IV a.n.e.), es una ne- polis ibera de Cabezo Lucero con la ubicación de pareja
crópolis un tanto singular dada la alta frecuencia de (punto 75) marcando el recorrido (Elaboración propia).
Figura 3.- Plano de la necrópolis ibera de El Cigarralero (425-350 a.n.e.) con la distribución de las tumbas de pareja
y la articulación en torno a ellas.
clusiva en esta necrópolis (sólo se vuelve a repetir de circulación preestablecido, que arrancaría de es-
en el punto 64 del momento siguiente) en torno a te punto, a partir del cual se puede trazar una dia-
la cual se localizó un loculus circular de piedras. gonal sureste-noroeste (Fig.2), que forma una es-
Las armas de su ajuar lo sitúan a un nivel superior pecie de pasillo o calle deambulante que se va a
dentro de estos puntos más antiguos, de hecho la mantener intacto en las fases posteriores, esto es,
panoplia defensiva en bronce no se vuelve a utili- sin la superposición de ningún enterramiento, y que
zar en ningún otro punto, así como es destacable el desembocaría en la entrada del poblado (Norte), lo
lécito ático cuyo uso es anómalo en el ritual de cual podría indicar un circuito de recorrido N-S
incineración. desde el mismo.
Pero lo que queremos resaltar es el tipo de con- La otra necrópolis sobre la que hemos iniciado
tenedor funerario, las dos piezas orientalizantes nuestros trabajos, es la de El Cigarralejo, (siglo
vienen a marcar la utilización de elementos anti- V–II a.n.e)3. De nuevo aquí recuperamos la lectura
guos, es decir, que tienen una genealogía y que por de un espacio ordenado en principio por dos tum-
tanto ayudan a conferir un pasado a sus portadores, bas aristocráticas dispuestas excéntricamente, la
hecho aún más destacable en el caso de la mujer, 200 y 277, con una pareja de distinto sexo (según
donde la presencia de la urna tipo Cruz del negro Cuadrado) y situadas al Norte, en la parte más pro-
podría indicarnos su carácter exógeno2. La utiliza- minente y destacada del espacio funerario. Ambas
ción de objetos exóticos y auténticas antigüedades se van a diferenciar claramente del resto, tanto por
depositadas en los enterramientos es un hecho cons- su monumentalidad como por su ajuar, estable-
tatado en sepulturas principescas del Mediterráneo ciendo además una zona de respeto delimitada por
(Ruiz-Gálvez 2005). un muro, que permanecerá sin ocupación en el
Esta pareja se convierte así en el origen de este tiempo y que podemos traducir en el reconoci-
linaje, ya que la organización de los enterramientos miento de las generaciones posteriores a pesar de
de esta primera fase parece corresponder a un tipo la larga ocupación y de los avatares (como la des-
trucción de esculturas y posterior reutilización) rramientos de pareja 204 y 452. Para el primero de
que sufrirá en estos casi tres siglos. ellos, hay que destacar las dos urnas cinerarias
El espacio lo iniciaría la 277, la primera en el diferenciadas tipológicamente, y en éste no se
tiempo a la que en un breve espacio cronológico muestra tan claro el espacio de respeto ya que in-
(ya que ambas se fechan entre el 425 al 375 a.n.e.) mediatamente en el tiempo se le superponen un
se le une la 200, que se monta ligeramente sobre número importante de tumbas, cosa que no sucede
ella, reflejo de la vinculación que tendrían en el se- en la 452, cuyo espacio de respeto no es alterado
no de un mismo linaje. Si bien no son los únicos hasta un momento muy avanzado (Fig.3). Este ente-
enterramientos dobles de la necrópolis, nos parece rramiento, podría configurar casi con toda probabi-
interesante destacar que son las dos únicas, entre lidad, un segundo nivel aristocrático ya que parece
éstas, en las que aparece constatada la presencia articular en torno a ella, un grupo de enterramien-
del cinturón, simbolizando la continuidad del lina- tos. Sobre esta sepultura, no disponemos de tanta
je (si en esta zona se mantuviera la simbología que información, tan sólo los datos facilitados por Que-
le hemos otorgado en los apartados anteriores). sada donde la sitúa como la cuarta en cuanto a va-
Este hecho cobra importancia, al valorar la única lor de su ajuar (1998).
tumba femenina identificada osteológicamente, la Se van así incorporando nuevos grupos, repre-
239 (325-300 a.n.e.), que cuenta con el cinturón en sentados por esas tumbas de pareja, que simbolizan
su ajuar, y que tiene según los índices de riqueza la reproducción del sistema, que se siguen recono-
establecidos por Quesada (1998) el valor más ele- ciendo en unos antepasados comunes iniciadores
vado con elementos de importación, junto con oro del linaje representados en las parejas de las tum-
y plata, lo que nos muestra el elevado rango social bas 200 y 277, y que van a ir haciendo partícipes
de esta mujer. La ausencia de este elemento en otros de su posición a sus clientes, haciendo más com-
enterramientos femeninos nos volvería a plantear plejas las relaciones sociales que se van a estable-
las prácticas de exogamia dentro del grupo. cer. Tendríamos pues al igual que en el caso de Ba-
A esta primera fase, pero con una cronología za, la lectura de un grupo gentilicio clientelar.
algo posterior (400-375 a.n.e.) pertenecen los ente-
NOTAS
1. Se han seleccionado, atendiendo igualmente a la inclusión en las mismas del estudio de los restos osteológicos de las cre-
maciones, aunque las determinaciones finales, no hayan sido muy numerosas.
2. Para Carmen Aranegui este enterramiento sería el de un jefe que se entierra con su esposa fuera de su comunidad natal,
probablemente del área turdetana oriental (Aranegui, 1992).
3. Si bien se han estimado un total de 517 sepulturas según los últimos trabajos de Quesada (1998), tan solo se han publica-
do de manera más pormenorizada unas 370 (Cuadrado 1987). Es sobre estas últimas básicamente sobre las que hemos cen-
trado el trabajo, si bien queremos agradecer a Fernando Quesada y a Javier Baena, el que nos hayan facilitado el GIS que
realizaron sobre esta necrópolis y que esperamos retomar para la continuación de nuestro trabajo en esta línea.Pies de las
figuras.
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RESUMEN
En este artículo se analizan los trabajos de las mujeres en las unidades domésticas de la Grecia clásica.
Dado que la mayor parte de la actividad económica se realizaba en el seno del oikos, éste se constituía en
unidad básica de producción, en la que participaban mujeres y hombres teniendo en consideración la divi-
sión sexual del trabajo y la diferente asignación de espacios según el género. Como espacio productivo,
el oikos permitía la subsistencia de los miembros de la familia, asegurando la reproducción de éstos y, por
tanto, la transmisión a su vez de los espacios productivos a sucesivas generaciones, aunando producción
y reproducción. En este contexto, los trabajos productivos de las mujeres son tanto un elemento esencial
para la subsistencia de la unidad doméstica como una fuente de riqueza, constituyendo un factor clave de
la economía griega.
ABSTRACT
In this article women’s work inside the domestic unit of Classical Greece is analyzed. Most of economic
activities were carried out inside the oikos; the basic unit of production, with the participation of both
women and men, taking into account the sexual division of work and the gender spaces. As a productive
space, the oikos allowed the subsistence of the family, guaranteed its reproduction and thus the transmis-
sion of productive spaces to successive generations, joining production and reproduction. In this context,
productive women’s works are an essential element for the subsistence of the domestic unit and a source
of wealth. Thus, it was a key factor in Greek economy.
La comunidad social básica en el mundo grie- Los trabajos de las mujeres en el interior de la
go, fundamento de la ciudad (polis), recibía el casa abarcaban tanto tareas reproductivas como
nombre de oikos, un concepto complejo que hacía productivas, incluso en el sentido con que común-
referencia al conjunto de casa, familia y propieda- mente es empleado hoy en día. En el espacio de la
des, constituye la célula que permitía cubrir tanto vivienda las mujeres realizaban una serie de traba-
las necesidades de alimento y vivienda como las jos de producción de objetos esenciales para la
de reproducción (cfr. Foxhall 1989; Karabelias economía griega.
1984; Lacey 1968: 15-32; MacDowell 1989;
Mirón 2004: 62-64; Pomeroy 1997: 17-66). Así 2.1. El trabajo textil
pues, era un ente constituido para la producción/
reproducción de descendientes, así como de los Dentro de las tareas específicas que las mujeres
soportes materiales e inmateriales que garantiza- realizaban se hallaba en un lugar económica e ide-
ran el sustento de esta regeneración. El oikos es, ológicamente esencial la producción textil, una
por tanto, una entidad económica, que supone la labor propia de “dentro” y, por tanto, asignada a las
base la economía griega. En este sentido, es la uni- mujeres. En el origen de la sociedad griega, todos
dad principal de producción y consumo (cfr. los vestidos, tapices, ropas de cama, etc. del oikos
Pomeroy 1994: 41). eran realizados de principio a fin por las mujeres.
En este trabajo analizaré la aportación de las Era la labor femenina por excelencia, y la que tenía
mujeres griegas de época clásica a la economía, un valor económico más visible.
centrándome en sus tareas productivas o, si se pre- El material principal era la lana. El proceso de
fiere, de producción de objetos, pero sin perder de elaboración de un vestido era largo y tedioso
vista el carácter económico de los trabajos de (Barber 1992: 106-112; Gullberg y Åstrom 1970;
mantenimiento y de reproducción, entendida Losfeld 1991: 45-81). En un oikos ideal, toda la
como producción de cuerpos, siguiendo la termi- materia prima debía proceder de los ovejas de su
nología propuesta por Encarnación Sanahuja propiedad, siendo estos animales criados expresa-
(2002). De este modo, contemplaremos la Econo- mente para producir lana (Demóstenes, 47,52).
mía como algo mucho más amplio y complejo del Una vez esquiladas las ovejas por los hombres, la
concepto que hoy en día se maneja, retornando a lana era lavada con agua caliente y otros productos
los orígenes de la misma palabra, inventada en el y puesta a secar al sol, una labor ya femenina
mundo griego. (Aristófanes, Asamblea, 215-216; Lisístrata, 574-
Para ello hemos de partir de la división esen- 578). Aunque requería ser realizado bajo la luz del
cial en el mundo griego entre papeles y espacios sol, ello era posible tanto en los patios de las casas
según el género, que conlleva la división sexual ciudadanas como en los recintos vallados de las
del trabajo. Mientras que a los hombres les co- casas de campo.
rrespondía el mundo exterior (la polis, la política, El resto del trabajo continuaba en manos feme-
la economía, la guerra, los trabajos al aire libre), ninas. La primera labor era el cardado de la lana.
a las mujeres les era asignado lo interior (el oikos, Ésta era estirada y peinada sobre la pierna desnuda
la administración doméstica, la crianza de hijos, (ARV 435.95; 827.7; 815.3) o sobre la rodilla (CAT
los trabajos bajo techo). El mismo oikos estaba 2.650), utilizándose a veces en este caso un protec-
compuesto de elementos externos e internos. En tor o epínetron, del que subsisten algunos ejempla-
una economía basada sobre todo en la agricultura, res cerámicos (ABV 480.2; 508.11; 508.118; 703;
las fuentes primarias de riqueza asociadas al ARV 1250.34; Atenas, Museo Arqueológico Nacio-
oikos se hallaban “fuera”, pero había otras activi- nal, 2179; cfr. Robinson 1945). Las fibras eran
dades que necesariamente habían de realizarse depositadas en una cesta o cálatos de esparto
“dentro”. Así, el trabajo interior en la casa era (Houston, Museum of Fine Arts, col. A. Finnigan,
esencialmente femenino, mientras que el de fuera 34-131; Payne 1962:88-89).
era ocupación de los hombres (cfr. Mirón 2004: Para el hilado, se usaban rueca y huso, que con-
71-74). sistía en un bastón rematado en su extremo supe-
rior por un gancho y en el inferior por una tortera. En las familias acomodadas, la señora de la casa
La arqueología ha proporcionado numerosos ejem- (despoina) era la directora de la labor textil, encar-
plares de elementos de la rueca y el huso, en parti- gándose de instruir a las esclavas y de distribuir la
cular los realizados en materiales no perecederos, lana y el trabajo (Erina, 1,22-23; Jenofonte, Eco-
como fusayolas, torteras y ganchos (Davidson y nómico, 7,36; 7,41); pero era una tarea en la que
Thompson 1975: 94-96; Payne 1962: 130-131; participaban mujeres de todas las condiciones y
Robinson, 1941: 374-377). Apenas quedan, sin clases sociales. Además, al tratarse de un trabajo
embargo, ejemplares de huso completos, en metal monótono y que requería gran cantidad de horas,
(Robinson 1941: 375-376), ya que seguramente los era el que más tiempo ocupaba a las mujeres
bastones eran realizados en su mayoría en madera. (Mirón 2001: 18-20). La elaboración de principio a
La lana cardada era enrollada en la rueca, que la fin de un vestido más o menos sencillo podía ocu-
hilandera tomaba en su mano izquierda, mientras par a una sola mujer un mes (Platón, Leyes, 12,
que con la derecha, tiraba de la hebra humedecida, 956a). Por la ligereza y sencillez de los instrumen-
la sujetaba en el gancho y la retorcía con los dedos tos usados en el cardado y el hilado, la poca con-
haciendo girar el huso, al que enrollaba la fibra ya centración requerida y la facilidad para abandonar
hilada. Se trata de una acción muy representada en y retomar la tarea, la labor podía ser llevado a
la cerámica (p.e. ARV 258.18; 655.11; 696.2; 815. todas partes, permitiendo al mismo tiempo cuidar
3; 955.1; Perachora 1956) y, en menor medida, en de los niños, vigilar a las esclavas, charlar y aten-
las estelas funerarias (CAT 268, 1.176; 1.190; der otros trabajos. De este modo, no es de extrañar
1.216; 1.220; 1.309, 1.352, 1.381, 1.691, 1.894, que la imagen más común de una mujer sea la de
5.650). la que está ocupada en el trabajo de la lana. La pre-
El telar griego era muy simple, aunque su fun- sencia de este tema tanto en la literatura como en
cionamiento y construcción exactas son objeto de la cerámica es extraordinaria. En esta última es uno
especulación (Crowfoot 1936-37; Hoffman 1964: de los temas predominantes del universo femenino,
297-389). La arqueología sólo ha proporcionado con la frecuente aparición de mujeres solas o en
algunos restos de elementos no perecederos, las grupo, implicadas en este trabajo. Las mujeres, li-
representaciones cerámicas tienden a la simplifica- bres y esclavas, se reunían en el cuarto del telar,
ción (ABV 154.57; ARV 1250.34; 1300.2; CVA donde pasaban largas horas, trabajando la lana,
USA 1, l. 5,1-2; CVA USA 2, l. 43,1; Oxford, Ash- charlando en confidencia y recibiendo a las amigas
moleon Museum, G.249), y las fuentes literarias (Mirón 2005: 349-351).
son poco explícitas. En líneas generales, consistía Por tanto, no es de extrañar que la ideología
en dos postes verticales, con un travesaño superior, griega vinculara estrechamente, hasta el punto de
que podía ser rotatorio para enrollar lo ya tejido, al asimilarlas, mujeres y labor textil. Ésta servía para
que se ataban los hilos de la urdimbre, a cuyo definir y representar la philergia o amor al trabajo,
extremo inferior, en grupos, se enganchaban pesas considerada una de las virtudes esenciales de la
de telar, proporcionando tensión al hilo. Un trave- mujer (Mirón 2001: 6-16). El trabajo de la lana no
saño en el centro del telar servía para que los hilos sólo se creía intrínseco a la naturaleza femenina,
de urdimbre estuviesen separados con regularidad. sino que definía al sexo femenino.
Por encima de este travesaño, el contralizo servía Según todos los indicios, los instrumentos em-
para separar alternativamente los estambres, facili- pleados eran propiedad de las mujeres. Como pro-
tando el paso de la trama. Este trabajo se realizaba piedad de la esposa, era un bien no enajenable
de pie, empleando las tejedoras para ello lanzade- cuando se producía una confiscación de los bienes
ras o bobinas. La trama era entonces apretada con- del marido, y de ahí que ningún instrumento del
tra lo ya tejido, empujándola hacia arriba con bas- trabajo de la lana apareciese en las largas listas de
tones planos en forma de espada. La proliferación objetos confiscados a ciudadanos que incurrían en
de pesas de telar o bovinas de hilo en las excava- delitos (cfr. Amyx 1958). Probablemente estos ins-
ciones arqueológicas da una idea de su cotidiani- trumentos eran aportados por la esposa al matrimo-
dad en el mundo griego (Ault 1997: 242-244; 2000: nio y, como la dote, de la que podían formar parte,
489; Mirón 2005: 349-350; Nevett 1995: 379; Pay- no fue nunca propiedad del marido. No obstante,
ne 1962: 129-131). Ello hace suponer que había un este trabajo era dependiente de lo que aportaban
telar al menos en cada casa. los varones desde fuera. La lana, tanto si procedía
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Mª Dolores Mirón Pérez Los trabajos de las mujeres y la economía de las unidades domésticas...
jeres seguramente de extracción libre que vendían Sin embargo, existían labores agrícolas que se
sus productos en el mercado, y que incluso podían podían realizar dentro de un recinto cerrado, como
tener sus propios hornos y tiendas públicos (Aris- ocurría con el cultivo de legumbres y árboles fru-
tófanes, Avispas, 238; Lisístrata, 458; Ranas, 858; tales, que podía tener lugar dentro de un huerto
Hermipo, Vendedoras de pan; cfr. Brock 1994: vallado, tal como se ha constatado arqueológica-
338-339). mente en algunas casas de campo de época clásica
En casas ricas autoabastecidas, la molienda y la (Mirón 2005: 357-358). De ahí que no sea infre-
fabricación del pan eran realizadas por las mujeres cuente la representación en la cerámica de mujeres
del oikos (Arístides, 45,55 [ed. Dindorf]; Jenofon- recolectando frutas de los árboles (ABV 334.6;
te, Económico, 7,21; 9,7). Era el ama de casa quien 604.68; ARV 523.1; 763.1; 806.90; Madrid, MAN,
se encargaba de cuidar por la buena conservación 10.973; cfr. Killet 1994: Sf. 5.16-24).
del grano (Jenofonte, Económico, 7,36). Pero la Una información indirecta la ofrecen las refe-
elaboración del pan era, sobre todo, un trabajo de rencias a los mercados de abastos, cuyos puestos
las esclavas (Jenofonte, Económico, 9,9. Cfr. Eurí- solían estar regentados por mujeres. Además de
pides, Hécuba, 362; Troyanas, 492; Ferécrates, productos manufacturados por las mujeres en casa,
Salvajes, 10). En casa de Iscómaco existía una como la harina o el pan, se ofrecían otros que pue-
panadera especializada, seguramente esclava de la den proceder perfectamente de huertos: granadas,
casa, a la que la señora debía vigilar muy especial- altramuces, nueces, puerros, puré, legumbres, ajos,
mente (Jenofonte, Económico, 10,10; ver también higos secos, etc. También la venta de miel hace
Teofrasto, Caracteres, 4,10). Sin embargo, Jeno- pensar que la apicultura, constatada arqueológica-
fonte, reivindicando los valores tradicionales, con- mente (Mirón 2005: 257), era asunto femenino, al
sidera una labor apropiada para el ama de casa “hu- menos en su parte final. Da la impresión de que la
medecer y amasar la harina” (Económico, 10,11). venta de alimentos al por menor estaba fundamen-
En hogares de pescadores, y singularmente en talmente en manos de mujeres. Al menos de los ali-
las islas, la conservación del pescado aportado por mentos de origen vegetal. Del mismo modo que las
los hombres era también tarea eminentemente fe- panaderas y las vendedoras de hilaturas y tejidos se
menina (Eurípides, Melanipa Cautiva, frag. 13). relacionan con las funciones domésticas femeni-
La poetisa Erina (1,24) describe cómo, en la isla de nas, esta venta de fruta y verdura podía reflejar una
Telos, las niñas ayudaban a la madre en la salazón realidad en que, si no el cultivo, sí la recolección y
del pescado. administración, de los productos hortofrutícolas, se
Apenas hay información sobre otros productos. hallaba sobre todo en manos de mujeres.
La elaboración del aceite y el vino tal vez era asun- En cambio, las mujeres no se relacionan con la
to de hombres. No obstante, el mantenimiento en venta de carne. La ganadería era labor mayoritaria-
las casas de estos alimentos era, como todo lo de la mente masculina. Hay, no obstante, una excepción:
despensa, en principio función del ama de casa. Sí la avicultura. Una de las funciones del patio inte-
pudo ser femenina la conservación de alimentos. rior de las casas fue servir de corral, donde se cria-
Por ejemplo, la existencia de vendedoras de aceitu- ban aves, de cuyo cuidado se encargaban las muje-
nas y de higos secos puede indicar que estos pro- res. En la misma Atenas clásica se guardaban galli-
ductos eran habitualmente transformados por nas dentro de las casas urbanas (Aristófanes, Lisís-
mujeres, como hoy en día en muchas casas de trata, 896). Una terracota beocia del siglo V a.C.
campo mediterráneas. muestra a una mujer dando de comer a una gallina
y sus polluelos (Malibu, The J. Paul Getty Museum,
2.3. Trabajos agrícola/ganaderos 86.AE.265; ver también Mollard B 101). La ven-
dedora de una escultura helenística acarrea pollos
Los trabajos agrícolas y ganaderos se realizaban y tal vez huevos, sin duda procedentes de su corral
fundamentalmente en el campo y, al ser tareas de (Nueva York, Museo Metropolitano, 09.39).
fuera, correspondían en teoría a los hombres. Aun-
que en la práctica muchas mujeres, en especial de
extracción pobre, pudieron colaborar en las labores 3. Trabajos de reproducción y de mantenimiento
del campo (Demóstenes, 57,40-45; Lacey 1968:
fig. 45). Me referiré, aunque sea brevemente, a los otros
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Mª Dolores Mirón Pérez Los trabajos de las mujeres y la economía de las unidades domésticas...
trabajos que las mujeres realizaban dentro de la mantenimiento, tanto de objetos como de cuerpos.
casa, y que eran tan importantes como los de pro- En primer lugar, las mujeres se consagraban es-
ducción de objetos. Trabajos que en el mundo grie- pecialmente a la crianza de sus hijos, asegurando
go también se consideraban parte de la Economía. su supervivencia y crecimiento, y educándoles en
los primeros años de vida. De entre estos trabajos
3.1. Trabajos de reproducción destaca, por sus implicaciones económicas, la lac-
tancia, que era la nutrición básica los primeros
La función principal de una esposa griega era meses y un elemento importante de la dieta de los
procurar hijos legítimos a su marido. La produc- primeros años. Aunque lo ideal era que fuese la
ción de hijos era la primera y básica aportación madre quien amamantara, no era infrecuente que
común de marido y mujer al oikos (Jenofonte, se recurriese a una nodriza, que podía ser una es-
Económico, 7, 10-13; Pseudo-Aristóteles, Econó- clava de la casa o una nodriza de alquiler. Durante
micos, 1343b; 3,1; 3,2). Pero la pareja humana, que la guerra del Peloponeso y los años posteriores,
constituía el núcleo de las personas y propiedades muchas ciudadanas atenienses pobres ejercieron de
del oikos, necesitaba continuarse legítimamente, es nodrizas por un salario (Demóstenes, 57,35, 40-45).
decir, procurarse herederos además de que la des- Los cuidados se extendían a todos los habitantes
cendencia garantizaba la subsistencia del padre y de la casa, incluidos los esclavos. Por ejemplo, era
la madre ancianos. La fórmula de ateniense de la función de la señora instruir a las esclavas en los
entrega de la novia por su padre al marido es muy trabajos domésticos. En la casa del rico Iscómaco,
explícita: “Te la entrego ante testigos para la siem- la esposa se encargaba de enseñar a las esclavas
bra de hijos legítimos” (Menandro, Samia, 727- que no supieran hilar, doblando, de este modo, su
728; cfr. Plutarco, Moralia, 144b). Con esta simple valor, o convertir en criada capaz, leal, eficiente y
frase se aludía no sólo a la reproducción biológica valiosa a una que no supiera administrar ni servir
de la familia, sino a la material del oikos. En una (Jenofonte, Económico, 7,41).
sociedad básicamente agrícola como la griega, la La cocina, la alimentación cotidiana, era tarea
equiparación de siembra de hijos con siembra de también propia de mujeres (Eurípides, Electra,
grano, manifiesta claramente cómo el oikos aunaba 418-422; Heródoto, 8, 137,2-3; Platón, República,
fertilidad humana y fertilidad de la naturaleza, pro- 455c; Teofrasto, Caracteres, 28,4). Sin embargo,
ducción de cuerpos y producción de objetos (Mi- una mayor cualificación fue repercutiendo en una
rón 2000). Si el fin de esta última era garantizar la cierta masculinización del trabajo; a partir del siglo
supervivencia a partir de una tierra adscrita priva- IV aparece la figura del cocinero profesional, al
damente, la primera permitía que esta propiedad que se recurría sobre todo en celebraciones (Me-
privada fuese transmitida, y permitiese a su vez la nandro, Díscolo, 943; Samia, 287-292; Teofrasto,
subsistencia de la descendencia. Caracteres, 20,9).
Esta reproducción de hijos constituía, dentro de La higiene y el aseo de los miembros de la fami-
los papeles de género, la función básica de las mu- lia se hallaba en manos de las mujeres (p.e. Esqui-
jeres. Asimismo, era la contribución fundamental lo, Agamenón, 1107-1109; Pausanias, 10, 10,7), así
de las mujeres a la polis, pues ésta también había como la salud básica de la familia (Demóstenes,
de reproducirse, lo que se lograba a partir de los 59,55-56; Jenofonte, Económico, 7,37). En casos
diferentes oikoi. En la ciudad, los varones contri- graves, se recurría a un médico, dedicándose las
buyen mediante su servicio en la dirección y fun- mujeres de la casa a tareas de cuidado y enfermería.
cionamiento de los asuntos públicos, es decir, la Además del aseo personal, las mujeres también
guerra, la política y la economía externa. Las muje- se ocupaban de la limpieza de la casa y de las cosas
res, reproduciéndola. “Yo también pago mi contri- que ésta contenía. Esta labor, la más humilde, era
bución al Estado, dándole hombres”, dice Lisístra- propia de las esclavas, si las había (Aristófanes,
ta (Aristófanes, Lisístrata, 650). Asamblea, 846-847; Eurípides, Alcestis, 946-947;
Mollard B 302).
3.2. Trabajos de mantenimiento En general, la organización de la casa, el alma-
cenamiento y la distribución de alimentos, utensi-
Ligados estrechamente a estos trabajos de pro- lios y vestidos era función de la señora de la casa
ducción de objetos y de cuerpos, se hallaban los de (Jenofonte, Económico, 8; 9,6-10). Como encarga-
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Los trabajos de las mujeres y la economía de las unidades domésticas... Mª Dolores Mirón Pérez
da de la custodia de los bienes que dentro se guar- ticamente todo el mantenimiento del oikos descan-
daban, vigilaba especialmente los víveres, inclui- saba tanto en los bienes procedentes del campo
dos el aceite y el vino, y sobre todo el grano y la como en la transformación y conservación de éstos
harina, que debían permanecer en perfectas condi- mediante el trabajo femenino, éste era tan vital
ciones (Jenofonte, Económico, 7,36; Demóstenes, como el masculino, considerando Jenofonte que
55,24; Teofrasto, Caracteres, 10,13). En las casas ambos tenían el mismo valor (7,13-18). Es el mis-
grandes, la distribución de alimentos, controlada mo tipo de economía que puede funcionar entre las
por la señora de la casa, podía ser delegada en la familias campesinas, aunque aquí la producción
despensera, esclava de confianza, en cuyas manos agrícola funcionase a un nivel prácticamente de
se ponían las llaves de la despensa (Jenofonte, subsistencia. En cambio, en casas como la de Peri-
Económico, 10,10). cles, como en muchas del Ática, donde funcionaba
Pese a que teóricamente la vida de las mujeres una economía de compraventa (Plutarco, Pericles,
se desarrollaba en el interior de la casa, existían 16; Pseudo-Aristóteles, Económicos, 1344b27-34),
tareas que habían de realizarse en el exterior, como en la que los productos del campo eran inmediata-
el abastecimiento de agua para uso doméstico (cfr. mente vendidos y se adquirían los ya elaborados en
Mirón 2003). Una de las imágenes plásticas más el mercado, el valor del trabajo femenino, excepto
populares en Grecia es la mujer acarreando agua en su faceta reproductora, sería apreciado como
desde la fuente pública, tanto en terracotas (Mo- mínimo, por más que las labores de manteni-
llard C 64, 119; TK I 156-158) como en la cerámi- miento procurasen el correcto funcionamiento del
ca ática de figuras negras de finales del siglo VI oikos.
a.C. Sin embargo, en la cerámica del siglo V a.C. La producción textil se consideró un bien eco-
el tema está poco presente, lo que es posible rela- nómico, a menudo de alto valor, e incluso utiliza-
cionar con la implantación más extensa de la escla- do como objeto de intercambio a modo de dinero
vitud doméstica, que se ocuparía de este trabajo (cfr. Pomeroy 1994: 61-68). La ley de la ciudad de
externo y, por tanto, “peligroso” para la virtud de Gortina, en Creta, establece que, en caso de divor-
una ciudadana, aunque las campesinas y mujeres cio, la mujer recupera su dote y en general todos
de las clases más humildes se seguirían ocupando los bienes que había aportado al matrimonio, ade-
de este trabajo. Incluso podía convertirse en un tra- más de la mitad de las rentas de éstos, y la mitad de
bajo retribuido: en Atenas las mujeres metecas (re- las telas que haya tejido. Igual ocurre con las viu-
sidentes extranjeras) solían acarrear agua para ga- das. E igual legado reciben los herederos de una
nar dinero (Pólux, Onomástico, 3,55). Aunque al- difunta (Ley de Gortina, 3 [Doreste]). La habilidad
gunas casas contaban con pozos o depósitos (kylix en el trabajo textil, por otro lado, aumentaba el
ática, Milán, 266; Menandro, Díscolo, 574-581, valor particular de una mujer, libre o esclava. Entre
188-206; Teofrasto, Caracteres, 20,9; Ault 2000: las posesiones del ateniense Timarco destacaba
480), la mayoría de las familias se abastecían en una esclava especializada en hilado de lino fino,
las fuentes públicas. que producía importantes beneficios en el mercado
(Esquines, 1,97). Igualmente el hecho de que se
utilizase el trabajo textil femenino para sostener
4. Valor del trabajo de las mujeres económicamente a familias no privilegiadas, me-
diante su venta en el mercado, es un indicio por sí
Es difícil calcular el valor económico exacto del mismo de su rentabilidad económica. La manufac-
trabajo doméstico de las mujeres, ya que no exis- tura textil creada con las mujeres de la casa de
ten informaciones directas al respecto. De la im- Aristarco produjo un importante beneficio econó-
portancia vital que Jenofonte da a la economía in- mico (Jenofonte, Memorabilia, 2,7). La misma
terna de la casa, decisiva para la prosperidad o la creación de manufacturas, con obreros de ambos
ruina de un oikos (Económico, 3,15), cabe entender sexos, a partir del siglo IV, supone un reconoci-
que este trabajo era económicamente muy produc- miento de su alto valor económico, traducido en
tivo. No obstante, la situación podía variar de una grandes beneficios para los propietarios.
ciudad a otra, del campo a la vida urbana, de una Asimismo, en las casas donde la transformación
clase social a otra, e incluso de una casa a otra. En de alimentos particularmente la elaboración de pan
una casa grande como la de Iscómaco, donde prác- se realizaba en el interior, su importancia económi-
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Mª Dolores Mirón Pérez Los trabajos de las mujeres y la economía de las unidades domésticas...
funcionamiento. Y se refería tanto a lo que estaba griego, las mujeres reproducen los seres, los me-
dentro de la casa como a lo que estaba fuera. Es de- dios y los mismos materiales. No es posible, por
cir, la oikonomía trataba del oikos y, por tanto, de tanto, ni una separación de producción y reproduc-
los elementos humanos y materiales que lo compo- ción, ni son aplicables los conceptos de la econo-
nían. Es, por tanto, una unidad de producción y re- mía doméstica. Mientras que en el mundo actual se
producción. ha establecido una separación clara entre esfera
La mayoría de los historiadores de la Economía productiva (fuera, pública, mercantil) y reproducti-
coinciden señalar que no hubo auténtico pensa- va (dentro, privada, no mercantil), por más que
miento económico en la Antigüedad (entre otros, esta diferenciación desvirtúe el análisis global de
Austin y Vidal-Naquet 1986: 23-26; Descat 1988; la economía, antes del capitalismo producción y
Finley 1974: 18; Tozzi 1961: 10). No es de extra- reproducción se realizaban en el mismo espacio.
ñar, si tenemos en cuenta que las categorías de aná- En la sociedad griega, la unidad básica de pro-
lisis empleadas en Economía están adaptadas al ducción es el oikos, que coincide con la célula de
estudio del capitalismo, es decir, un sistema econó- reproducción. De ahí el interés de los economistas
mico que pone al mercado como su centro (Narotz- griegos por las relaciones sociales correctas dentro
ky 1995: 31; Nicholson 1990). De este modo, la de la casa y su recurso al moralismo. Un buen fun-
Economía entendida fundamentalmente como es- cionamiento de los agentes de la reproducción bio-
tudio del mercado ha dejado fuera a otros factores lógica y social es garantía de un buen funciona-
económicos esenciales, incluido lo que los autores miento económico en el amplio sentido de la pala-
griegos consideraban como la Economía (Pomeroy bra. Por otro lado, en un principio, salvo excepcio-
1994: 43). En este sentido, los Estudios de Género nes, toda la actividad económica se realizaba en su
están llevando a cabo una importante revisión de la seno. De ahí que la economía fuese por antonoma-
Economía (cfr. Dey 1985), propugnando un análi- sia economía del oikos. La diversificación de acti-
sis económico de la producción y la reproducción, vidades, el crecimiento del comercio y la forma-
en el ámbito privado, para lo que ha acuñado los ción de entes económicos más amplios no incidie-
términos de “economía doméstica” y “reproducción ron en una adaptación del significado de oikono-
social”, y han revalorizado el trabajo doméstico de mia, quizá porque la Economía no habría sido para
las mujeres (Carrasco 1991; Narotzky 1995). ellos más que el conjunto de las economías de cada
Sin embargo, estas nuevas teorías económicas oikos, y de la polis entendida como un gran oikos
actuales no terminan de ser plenamente apropiadas común.
al estudio de la economía antigua. En el mundo
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