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ARQUEOLOGÍA DE LAS MUJERES Y

DE LAS RELACIONES DE GÉNERO


Este dossier de Complutum contiene algunas de las conferencias presentadas en el marco de la segunda edición del
curso Arqueología y Género: Vida cotidiana, relaciones e identidad que se celebró del 7 al 11 de Marzo de 2005 en la
facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada. Fue organizado por el Departamento de Prehistoria y
Arqueología y el Instituto Universitario de Estudios de la Mujer ambos pertenecientes a la Universidad de Granada y
dirigido por Margarita Sánchez Romero y Francisco Contreras Cortés. Pudo realizarse gracias a las subvenciones con-
cedidas por el Instituto Andaluz de la Mujer de la Consejería para la Igualdad y el Bienestar Social de la Junta de
Andalucía, el Instituto de la Mujer del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, la Facultad de Filosofía y Letras de
la Universidad de Granada y la Fundación Caja Granada.
El espíritu que movió la organización del curso fue el mismo que inspira esta publicación, los estudios acerca de
las mujeres y las relaciones de género en arqueología son cada vez más frecuentes en nuestra literatura, y este inten-
so y activo debate está demandando que se cubran las nuevas necesidades que esta perspectiva supone. En mi opinión,
y de forma muy general, podemos afirmar que son tres las exigencias principales. En primer lugar, es necesario con-
tinuar con la articulación y el desarrollo de propuestas teóricas y metodológicas que sirvan de una manera eficaz para
nuestro análisis, la redefinición y/o creación de conceptos, la reconsideración de elementos tales como el tiempo o el
espacio y la articulación de herramientas metodológicas que sirvan para abordar estos estudios desde el registro
arqueológico son parte de estas demandas. De hecho, y como demuestra esta publicación, en pocos ámbitos de la
investigación arqueológica se está produciendo un debate tan enriquecedor para la investigación arqueológica en gene-
ral como en el marco de los estudios de las mujeres y de las relaciones de género. En segundo lugar, la tímida inclu-
sión de estas materias en los planes de estudio tanto de licenciatura como de tercer ciclo hace necesario que se articu-
len los mecanismos para que estas nuevas perspectivas y debates lleguen al alumnado de una manera directa y com-
prensible; pero además, y como tercera demanda, este tipo de reuniones y sus correspondientes publicaciones deben
tratar de ser no solo un marco de encuentro y discusión entre las investigadoras interesadas en el debate feminista en
arqueología, sino también el ámbito en el que se muestre al resto de la comunidad científica las perspectivas y posi-
bilidades que supone el estudio de las mujeres y de las relaciones de género no sólo como herramienta de conocimien-
to de las sociedades estudiadas a través de la arqueología, sino también como medio de construcción de un conoci-
miento histórico más justo.
El título del dossier “Arqueología de las mujeres y de las relaciones de género” intenta transmitir la importancia
de las mujeres como sujeto de estudio pero también la necesidad del análisis de las relaciones que establecen con otros
miembros de su grupo social y que forman parte indisoluble de su identidad. Los vínculos que han mantenido a lo
largo de la Historia mujeres y hombres han sido definidos por la desigualdad y por el desigual ejercicio del poder. Las
mujeres han sido minusvaloradas en su aportación económica y productiva, negadas en sus conocimientos y experien-
cias y relegadas a posiciones secundarias en la organización social; todo ello dentro de una estructura patriarcal que
ha naturalizado estos comportamientos convirtiéndolos en legítimos e irremediables, justificando conductas que han
mantenido y reproducido estas desigualdades.
Por tanto, hay que dejar claro que nuestro máximo interés se centra en el estudio tanto de las mujeres, sus expe-
riencias, sus trabajos, sus actitudes o su identidad como de las relaciones de género que se han establecido desde esta
estructura patriarcal y que han provocado su invisibilidad y su escasa consideración a lo largo de la Historia. Es el des-
enmascaramiento y la puesta en primer plano de estas relaciones de género desiguales lo que nos permitirá poder esta-
blecer nuevas formas de construir nuestra convivencia en igualdad. El éxito que ha tenido la categoría de género en
determinados ambientes académicos y políticos ha dado lugar a que se ponga en duda la pertinencia del mismo, sin
embargo creo que es precisamente en esa categoría donde podemos visibilizar las injusticias y el absurdo de nuestra
manera de construir las relaciones.
Son varios los elementos que forman parte de este análisis y que quedan reflejados en los textos que aquí presen-
tamos, en primer lugar es fundamental la reflexión sobre determinados conceptos que utilizamos en nuestra investi-
gación; en este marco es donde Almudena Hernando observa y reflexiona sobre conceptos vitales en nuestro análisis

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como son los de sexo, poder y género y como esas nociones intervienen en la creación de la identidad humana y espa-
cialmente de la de las mujeres, intentando explorar los orígenes y la raíz de la construcción de las desigualdades de
género. En esta misma línea de revisión y crítica de conceptos se encuadra el capítulo de Paloma González Marcén,
Sandra Montón y Marina Picazo que aborda el concepto de actividades de mantenimiento, es decir, de las actividades
relacionadas con la gestión de la vida cotidiana y de las redes de relaciones sociales que se establecen a partir de ella.
El aspecto que exploran las investigadoras se refiere, en esta ocasión, a la consideración universal de estas activida-
des de mantenimiento como ajenas a las transformaciones sociales, económicas, ideológicas y políticas que confieren
dinamismo y creatividad a los cambios en las sociedades humanas y que las marginan a la hora de analizar el cambio
social. En mi opinión, el análisis de las denominadas actividades de mantenimiento ha supuesto una nueva mirada en
el modo de entender el trabajo y las mujeres en las sociedades no solo del pasado sino también del presente, su estu-
dio en relación a la vida cotidiana de esas poblaciones permite situarlas en el lugar donde se establecen las relaciones
primarias y fundamentales entre los miembros del grupo social y donde se cubren las necesidades básicas de la vida,
y es precisamente en este ámbito donde históricamente se ha situado a las mujeres. Hemos de comprender que la vin-
culación de las mujeres a estos espacios ha supuesto y, lo que es más grave, aún supone para ellas consideraciones lle-
nas de connotaciones negativas, que se refieren a las actividades realizadas en el ámbito doméstico como alejadas del
estatus de trabajo y consintiendo que no se aprecien los avances tecnológicos, los conocimientos y la experiencia deri-
vada de su práctica, a pesar de que son sostenedoras fundamentales de las sociedades.
Precisamente son las actividades de mantenimiento relacionadas con el cuidado y la socialización de los individuos
infantiles en las sociedades prehistóricas las que trata el siguiente capítulo, a través del mismo intento una aproxima-
ción al trabajo, al conocimiento, a las relaciones afectivas que supone la realización de estas actividades y a la impor-
tancia que realmente tienen en la reproducción no sólo biológica sino también social de las poblaciones prehistóricas,
considerando en este estudio la categoría de edad que tan ligada está a la de género. Vinculado a este deseo de inter-
pretación de las sociedades prehistóricas desde un punto de vista alejado del androcentrismo encontramos el capítulo
de Encarna Sanahuja que propone una nueva revisión de la funcionalidad y la definición de determinados objetos que
se han ligado a la masculinidad y a la importancia social de los hombres de manera que han servido para definir cul-
turas; la autora analiza el caso de algunos artefactos metálicos de la Cultura del Argar y la implicación ideológica que
supone definirlos como armas o como herramientas. Trinidad Escoriza nos propone, por su parte, una interesante refle-
xión crítica desde la arqueología feminista y materialista acerca de los conceptos y las aportaciones desarrolladas
desde distintas perspectivas feministas en el marco de la arqueología.
En los siguientes capítulos, se analiza un aspecto que ha sido fundamental para la creación de estereotipos de las
mujeres a lo largo de la Historia, las representaciones femeninas y sobre todo, la interpretación que se ha realizado
acerca de lo que significa, lo que encarna, lo que simboliza esa imagen femenina desde el presente. Cristina Masvidal
propone una revisión crítica de la imagen de las mujeres en dos momentos muy determinados, el Paleolítico Superior
Antiguo y el Neolítico en el área de Grecia y los Balcanes, esta investigadora nos demuestra que tras la representa-
ción mostrada como universal de siluetas de mujeres, hallamos la diversidad y complejidad de sus cuerpos que, en
algunas ocasiones, están completamente unidas al sistema de creencias y al ritual. Precisamente estos aspectos, la ico-
nografía femenina y la participación de las mujeres en los ámbitos religiosos de época ibérica son los que analizan los
siguientes capítulos que trabajan además, con otras de las categorías que se enlazan con la identidad de género como
es el estatus o la etnicidad. El realizado por Lourdes Prados intenta vislumbrar, a través del estudio de los santuarios
ibéricos, esas otras mujeres que no forman parte de los grupos aristocráticos que aparecen frecuentemente represen-
tadas en los contextos funerarios y monumentales. La autora se centra en el estudio de exvotos relacionados con la
sexualidad femenina y con los santuarios dedicados a divinidades con atribuciones relacionadas con el ámbito feme-
nino. Carmen Rueda, por su parte, presta espacial atención a los exvotos que representan a mujeres y hombres, anali-
zando su carácter fundamentalmente individual y la relación directa con la persona a la que se asemeja. A través del
estudio no sólo de la vestimenta y el peinado de los distintos exvotos sino también su expresividad y su gestualidad,
la autora observa a mujeres de distintos segmentos sociales participando en ámbitos rituales y religiosos relacionados
con ámbitos que no sólo se refieren a la fertilidad. Para terminar con la revisión iconográfica, Trinidad Tortosa anali-
za las pinturas sobre recipientes cerámicos iberos en el área alicantina y murciana e introduce el análisis de las rela-
ciones de poder y de creación de identidades por parte de las mujeres, en el centro de un debate que aún continua abier-
to en la investigación de la mujer en el mundo ibero, pero que puede ser visto en el estudio de cualquier representa-
ción femenina, la consideración de estas figuraciones como divinidades o mujeres reales.
El estudio de las mujeres y de las relaciones de género en época ibérica presenta uno de sus desarrollos más inte-
resantes en el análisis de los espacios funerarios. Isabel Izquierdo analiza el contexto funerario ibero como forma de
construcción y expresión de identidad, en las que las relaciones de género se muestran de manera evidente en la depo-
sición de parejas o grupos familiares. Carmen Risquez y Antonia García Luque estudian a través del registro funera-
rio el papel desempeñado por las mujeres en el origen y la consolidación del modelo aristocrático ibero que tiene como

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eje vertebrador las relaciones de género expresadas a través de las uniones matrimoniales y en la transformación de
las estructuras de parentesco.
Para terminar, volvemos a ocuparnos de los trabajos de las mujeres y de su importancia dentro de las esferas pro-
ductivas y económicas de las sociedades. Mª Dolores Mirón analiza en su texto los trabajos de las mujeres en las uni-
dades domésticas de la Grecia clásica, destacando la importancia de la actividad económica que se desarrolla en el
oikos. A través del registro arqueológico y las fuentes literarias analiza este ámbito como la unidad básica de produc-
ción, que muestra una división sexual del trabajo y una diferente asignación de espacios según el género y constatan-
do como los trabajos productivos de las mujeres constituyen un factor clave de la economía griega.
Identidad, trabajo, relaciones, rituales, representaciones, poder, a través de las páginas de este dossier pretendemos
hacer ver los distintos ámbitos de trabajo en los que podemos construir el conocimiento acerca de las mujeres y de las
relaciones de género. Una investigación que puede y debe ser plural porque son numerosas y distintas las miradas que
se proyectan sobre ella. En este marco de pluralidad no se deben monopolizar los objetivos ni apropiarse de la legiti-
midad para hacer esta investigación, diferentes mujeres construyen un conocimiento que nace de las experiencias pro-
pias y de sus trayectorias vitales pero el objetivo común es el estudio de otras mujeres, de las relaciones que mantie-
nen con los distintos miembros de su grupo social y de la importancia fundamental del trabajo que realizan, y esto sólo
puede hacerse a través del debate abierto y la solidaridad.
Para terminar me gustaría dedicar un espacio a las personas que han hecho posible que este proyecto salga adelan-
te. En primer lugar al codirector del curso Francisco Contreras Cortés y a los directores tanto del Departamento de
Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Granada, Fernando Molina González, como del Instituto Universitario
de Estudios de la Mujer de esta misma universidad, Pilar Ballarín Domingo. Ambas instituciones promovieron y aco-
gieron el desarrollo del curso y siempre han apoyado cualquier iniciativa relacionada con esta investigación. Este agra-
decimiento debe hacerse extensivo a las compañeras y compañeros de ambas instituciones que desde un plano perso-
nal y profesional reconocen la validez e importancia de estos estudios, no sólo en el marco de un conocimiento más
completo de las sociedades del pasado sino también por su valor como forma de construir un presente más equitati-
vo entre mujeres y hombres, especialmente mi reconocimiento a Gonzalo Aranda Jiménez.
Mi agradecimiento más profundo al profesorado que formó parte de este curso, la mayoría aparece reflejado en los
textos de este dossier, pero hay otras personas que participaron en el mismo y que por unas circunstancias u otras no
están aquí representadas, vaya mi agradecimiento a Teresa Chapa Brunet, Carmen Aranegui Gascó, Manuel
Domínguez Rodrigo, Teresa Orozco Köhler y Cristina Fernández Laso. Por su parte Eva Alarcón y Maribel Mancilla
apoyaron la gestión y la organización del mismo Sin la generosidad, el apoyo incondicional y la entrega de estas muje-
res y hombres no hubiese sido posible nada de esto. Por último me gustaría agradecer al Departamento de Prehistoria
de la Universidad Complutense de Madrid al que pertenece Complutum y muy especialmente a Alfredo Jimeno, su
director, el que hayan ofrecido un espacio para que estos textos vieran la luz, por su infinita paciencia y por haber esta-
do presentes para resolver cualquier tipo de problema que se ha presentado durante la elaboración del mismo.

Para todos y todas mi más profundo agradecimiento.

Margarita Sánchez Romero

Granada, 8 de Marzo de 2006


Día Internacional de la Mujer

5 Complutum, 2007, Vol. 18: **-**


Sexo, Género y Poder.
Breve reflexión sobre algunos conceptos
manejados en la Arqueología del Género
Title
Subtitle

Almudena HERNANDO GONZALO


Departamento de Prehistoria. Universidad Complutense. 28040 Madrid
email@email.es

Recibido: **-**-****
Aceptado: **-**-****

RESUMEN

Este texto es una aportación breve y concreta a la reflexión de algunos conceptos manejados en la Arqueo-
logía del Género. En concreto, se intentan precisar los conceptos de sexo, género y poder, claves en la dis-
cusión. Estos términos nunca fueron incluídos en la tradición positivista de la Arqueología, que proyecta-
ba al pasado el pretendido orden neutral –aunque en realidad patriarcal– de la sociedad moderna. Dado
que son términos ajenos a nuestra tradición disciplinar, exigen introducir desarrollos y análisis realizados
desde otros campos. Sólo de esta manera será posible comprender la compleja y dinámica construcción
de la identidad humana, y a través de ella, la de la identidad de género.

PALABRAS CLAVE: Arqueología del Género. Género. Poder. Identidad.

ABSTRACT

This text wants to discuss some concepts implied in Archaeology of Gender, such as sex, gender or power.
These terms were never included in the positivist tradition of Archaeology, which projected a pretended
neutral –but in reality patriarchal– order of the modern society to the past. Therefore, their use obliges to
introduce studies and analysis coming from different disciplines. In the author opinion, only doing this, it
will be possible to understand the complex and dynamic construction of human identity and of gender iden-
tity.

KEY WORDS: Archaeology of Gender. Gender. Power. Identity.

SUMARIO 1. Introducción. 2. Sexo y Género. 3. Poder. 4. Deseo amoroso y deseo hostil. 5. Conclusión.

Complutum, 2007, Vol. 18: **-** 7 ISSN: 1131-6993


Almudena Hernando Gonzalo Sexo, Género y Poder

1. Introducción Este concepto ha sido utilizado de formas distintas,


implicando más o menos contenido ideológico (cfr.
Desde que en los años ’80 y ’90 la Arqueología Fernández Martínez 2006: 141-2), aunque su gene-
post-procesual comenzara a cuestionar el positivis- ralización parece apuntar hacia una pérdida progre-
mo de la Arqueología procesual, se fue abriendo la siva de significado, equiparando su uso al del térmi-
puerta al interés por comprender otros modos de no “mujer”, es decir confundiéndolo con el sexo de
entender el mundo que pueden haber estado pre- las personas a quienes se estudia. De esta forma,
sentes en los grupos humanos. Se comenzaba a cuando se habla de Arqueología del Género se está
hacer obvio que la Arqueología procesual conside- hablando en realidad muchas veces de Arqueología
raba un hecho dado, que por tanto no era sometido de las Mujeres, y de un intento de desvelar la pre-
siquiera a reflexión, que los grupos del pasado sencia de las mujeres en el pasado, sin más preten-
habían interpretado la realidad en la que vivían al siones ideológicas ni teóricas. En este sentido, este
igual que hace con el presente el arqueólogo que tipo de Arqueología del Género se puede equiparar
los estudia (Hodder 1988). Es decir, se iba hacien- a la llamada la Arqueología de la Infancia (cfr., por
do evidente que habíamos construído una Arqueo- ejemplo, Politis 1999), sector social nunca atendido
logía en la que los únicos rasgos que se destacaban por la Arqueología tradicional, pero cuyo estudio
eran los que tenían que ver con lo que ahora es im- no implica ningún posicionamiento ideológico dis-
portante en la cultura: el cambio cultural, el aumen- tinto del que representaba aquella, aunque sí una
to de la especialización del trabajo, del control tec- mayor dosis de lo que podríamos llamar “honradez”
nológico, del conflicto inter- e intra-grupal, etc. La científica y social, al llamar la atención sobre la
Arqueología desvelaba así su principal función: existencia de un sector social sistemáticamente ig-
construir un discurso de legitimación de nuestra norado por la Arqueología tradicional.
sociedad, representada por una Modernidad que Es decir, el concepto de género se utiliza como
pretendía haberse diferenciado y superado a cual- un conjunto cerrado de rasgos, de forma que algu-
quier otro grupo humano, precisamente por haber nas autoras (Gilchrist 1999: 58-64; Herdt 1994) en-
desarrollado esos rasgos (Hernando 2006). tienden que habría que hablar de “géneros” distin-
El problema es que ese proceso que se constituía tos a los tradicionales “masculino” y “femenino” en
en la clave de nuestra superioridad había estado aquellos casos en que personas cuyo sexo no está
protagonizado sólo por los hombres, que eran quie- bien definido adoptan identidades no convenciona-
nes habían ido ocupando los trabajos especializados, les en sociedades pre-modernas; o cuando, teniendo
habían inventado y manipulado las novedades tec- el sexo bien definido, sin embargo visten y actúan
nológicas o habían liderado y disputado las guerras. –de forma voluntaria o impuesta– siguiendo pautas
Así que la proyección positivista que la Arqueología contrarias a las que se esperaría, con las lógicas va-
hacía desde el presente al pasado no sólo legitimaba riaciones en el resultado (cfr. Fernández Martínez
la sociedad del presente, sino que legitimaba la so- 2006: 155-6). Por otro lado, muchas veces se utili-
ciedad patriarcal del presente. Como digo, la Ar- za “género” de una forma puramente descriptiva,
queología post-procesual empezó a darse cuenta de sin hacer alusión a las relaciones que existen entre
que nuestro trabajo no había contemplado las voces ellos ni a la desigualdad de poder inherente a esas
de quienes no habían protagonizado ese proceso, relaciones, cuestión indisociablemente unida a la
tales como las de las poblaciones colonizadas, o las mera construcción del concepto de “género” (Scott
de las mujeres (Fernández Martínez 2006). Así que 1993; Burín 1996: 64). En el breve espacio del que
comenzó una etapa en la que la Arqueología comen- dispongo, intentaré aclarar el origen y significado
zó a nutrirse de aportaciones realizadas en otras del concepto de género, para ofrecer, a continuación,
disciplinas, desde la literatura postcolonial hasta la mi propia reflexión al respecto.
filosofía feminista, para intentar enriquecer nuestra
lectura del pasado, haciendo justicia, en lo posible,
con todos los que lo habían habitado. 2. Sexo y Género
Uno de los conceptos que empezó a calar dentro
de algún sector, siempre muy minoritario y de nin- Aunque el “sexo” nos parezca un concepto asép-
guna manera respetado en pié de igualdad por la tico, biológico, cerrado y sin posibilidad de matiza-
Arqueología positivista oficial, fue el de “género”. ción, sabemos, a partir de los estudios de John Mo-
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Sexo, Género y Poder Almudena Hernando Gonzalo

ney, a mitad de los años ’50, que tiene una determi- culina o femenina, dependiendo de si se trata de un
nación multivariada. Money era un psiquiatra del hombre o una mujer, a través de las interrelaciones
Departamento de Psiquiatría y Pediatría del Hospi- que establece con el entorno social durante los pri-
tal de la John Hopkins University que, al enfrentar- meros dos o tres años de vida. El hallazgo funda-
se a la definición del sexo de bebés hermafroditas, mental de Money es que “los padres, a través de
descubrió que el sexo de cada persona es el resul- sus fantasmas, de sus creencias y de sus conviccio-
tado de la combinación de cinco componentes bio- nes, eran capaces de generar una identidad contra-
lógicos (Money 1965 en Katchadourian 1979: 10): ria a la anatómica, pero que se revelaba con igual o
1) Sexo genético: determinado por los cromoso- mayor poder que la misma” (Ibidem:77). Este he-
mas X e Y. cho le llevó a aislar un nivel de identidad comple-
2) Sexo hormonal: el balance estrógenos-andró- tamente diferenciable del propio sexo y determina-
genos. do por la sociedad, al que llamó “papel de género”
3) Sexo gonadal: presencia de testículos u ovarios. (gender role), y en el que se incluía el conjunto de
4) Morfología de los órganos reproductivos in- conductas atribuídas a los varones y a las mujeres.
ternos. Posteriormente, Robert Stoller desarrolló el concep-
5) Morfología de los órganos reproductivos ex- to de “identidad de género” y lo importó al psicoa-
ternos. nálisis, a partir de sus discusiones con Ralph Green-
La mayor parte de las personas presentamos co- son, presentándolo por primera vez en el XXIII
herencia en la orientación de los cinco componen- Congreso Internacional de Psicoanálisis, publicado
tes anteriores, así que nacemos con sexo de hombre en 1964 (Dío Bleichmar 1998: 79). A su juicio:
o de mujer. Pero en el caso de los hermafroditas, la “the word sexual will have connotations of anatomy
combinación puede ser muy variada, de forma que and physicology. This obviously leaves tremendous
Money tenía que decidir qué rasgos eran dominan- areas of behavior, feelings, thoughts and fantasies
tes para potenciarlos y conseguir una persona de that are related to the sexes and yet do not have pri-
sexo definido que pudiera incluirse con éxito en la marily biological connotations. It is for some of these
sociedad. Money descubrió que si él se equivocaba psychological phenomena that the term gender will
y comenzaba un tratamiento para potenciar una be used: one can speak of the male sex or the female
identidad sexual de mujer, por ejemplo, pero al pa- sex, but one can also talk about masculinity and femi-
ninity and not necessarily be implying anything about
sar el tiempo la evolución física del bebé demostra-
anatomy or physiology” (Stoller 1968: vii-ix en Kat-
ba que de forma natural se desarrollaban más los chadourian 1979: 21)
rasgos de hombre, era imposible recuperar la iden-
tidad biológica natural dominante de hombre, por- De esta manera quedó establecido un concepto
que esa persona y todo el contexto familiar y social que sólo posteriormente sería importado a las Cien-
en el que se incluía lo consideraba ya una mujer, y cias Sociales, y que permite diferenciar “sexo” de
esta convicción de serlo determinaba completamen- “género”. El primero se refiere al hecho biológico
te que lo fuera, mucho más que las características y a las características físicas de los cuerpos, mien-
genéticas o biológicas con las que había nacido. tras que el segundo se refiere a los significados que
Esta experiencia condujo a Money “a reflexio- cada sociedad atribuye a esa diferenciación (Burín
nar sobre el poder modelador, creador de sentido, 1996: 63). La cuestión es que las diferencias en las
de identidad que la experiencia humana temprana “creencias, rasgos de personalidad, actitudes, sen-
postnatal tiene sobre los montantes biológicos” timientos, valores, conductas y actividades que di-
(Dío Bleichmar 1998: 77), y a comprobar cómo la ferencian a mujeres y varones” (Burín 1996: 64) y
sociedad identifica completamente el cuerpo de un que definen lo que es el género describen el modo
hombre con determinadas actitudes, creencias o en que se organizan los sexos en su relación social,
potencialidades, y el cuerpo de una mujer con otras por lo que el concepto implica siempre una rela-
distintas. Money tomó entonces de la gramática el ción, que es además una relación de poder (Scott
término “género” y lo utilizó por primera vez en el 1993; Molina 2000: 281). En efecto, tradicional-
año 1955 “para remarcar el valor del lenguaje y la mente el sentimiento íntimo de saberse hombre (y
denominación en la constitución de la identidad se- todas sus actitudes, valores o conductas) iba aso-
xual humana” (Ibidem: 78), ya que el psiquismo de ciado a la sensación de que se tenía (o se podía te-
un nuevo ser adquiere una orientación distinta, mas- ner) poder, mientras que el de saberse mujer iba
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Almudena Hernando Gonzalo Sexo, Género y Poder

asociado a la sensación de que se necesitaba ser esto no se entienda en toda la profundidad de lo


protegida, porque no se tenía poder frente al mundo. que implica, seguiremos haciendo disciplinas posi-
De hecho, se ha definido la identidad masculina tivistas y, en consecuencia, incapaces de compren-
como una identidad cuyo narcisismo está centrado der la complejidad y variedad de los fenómenos que
en el “yo”, en la satisfacción de unos deseos de los estudiamos.
que se es consciente, en la obtención de metas (Bu-
rín 1987). Carol Gilligan (1985) definió este mode-
lo masculino a partir del concepto de “la ética del 3. Poder
logro”, mientras que la identidad de género feme-
nina se caracterizaría por una “ética del cuidado”, Norbert Elías (1990:72) definió el poder como
que centraría el narcisismo no en la conciencia y la “expresión de una posibilidad particularmente
satisfacción de los deseos personales sino en el grande de influir sobre la autodirección de otras
sostenimiento de las relaciones y en el cuidado y personas y de participar en la determinación de su
satisfacción del deseo de quienes las encarnan. Pa- destino”, lo que significa que para poder ejercerse
rece obvio, dadas estas características, que la iden- es necesario, por un lado, tener claro los objetivos
tidad de género femenina implica condiciones poco que se quieren alcanzar (la “ética del logro”) y la
favorables para el ejercicio del poder público, ya capacidad psíquica de dar más importancia a los
que, en la mayor parte de los casos, se ejercerá sa- propios deseos que a los deseos de los demás. Es
tisfactoriamente sólo cuando implique relaciones decir, el poder exige que quien lo ejerce tenga cla-
satisfactorias, lo que limita significativamente el ros sus propios deseos y objetivos, lo que significa
alcance del propio concepto de poder (Levinton que tenga cierto grado de individualización, por un
2003). De hecho, el poder ejercido por mujeres se lado; y por otro, que en cierta manera objetive a los
caracteriza por una búsqueda mayor de consenso y demás, que considere que los deseos de los otros no
acuerdos, y cuando se ejerce sin contar con ellos son tan importantes como los propios, que quien lo
suele provocar una herida narcisista que frena su ejerce se considere el sujeto de una relación en la
desarrollo, lo que no sucede en casos semejantes que el “otro” no es tan importante, no es el sujeto,
protagonizados por hombres (Burín 2003: 56-7). sino el objeto. En resumen, el ejercicio del poder
Mi interés en estas páginas consiste en profun- exige cierto grado de individualización (Lykes
dizar en la relación que existe entre esas dos cate- 1985), o lo que es lo mismo, de objetivación del
gorías que han definido la identidad de hombres y mundo, de racionalización, de distancia emocional.
mujeres hasta llegar a la Modernidad: género y Debe precisarse, antes de seguir, que lo que la
poder. No voy a referirme, en esta ocasión (puede sociedad entiende generalmente por “poder” es só-
verse al respecto Hernando 2005) a las causas que, lo una de las maneras en que ése se desarrolla: el
a mi juicio, la determinaron, ni al análisis socio- poder público o político, el que encarnan las figu-
económico de las posteriores condiciones del desa- ras de líder, el que ha decidido los destinos de los
rrollo histórico, ni tan siquiera a los mecanismos grupos humanos. Obviamente, existe otro tipo de
en los que se basó la dominación patriarcal. Mi as- poder, que ha sido y es encarnado por las mujeres,
piración es sólo reflexionar un poco más sobre el y que no tiene menor intensidad que aquel, aunque
innegable hecho de que la subjetividad humana es discurre por otros cauces diferentes: el poder sobre
resultado de la inter-subjetividad; esto es: que el ser las relaciones, el que se ejerce no a través de la dis-
humano se crea en relación con los demás, y que tancia emocional, sino a través de la intensidad de
aunque la Historia, la Arqueología, la Economía, la los vínculos emocionales, el que controla al “otro”
Sociología o cualquier otra ciencia humana o so- a través de la emoción, y no de la razón.
cial han tenido muy claro que el ser humano se ha Ambos tipos de poder tienen mecanismos con-
definido por relaciones diversas (denominadas “eco- trarios y resultados diferentes: mientras el poder
nomía”, “relación social”, “ideologías”, etc.), en político o público exige individualización, el poder
general (hay excepciones como Moore 1994: 134) sobre las emociones exige vinculación y depen-
eso no se ha traducido en la convicción de que esas dencia. Mientras el primero se basa en la objetiva-
relaciones son sólo la expresión de la modelación ción del otro, el segundo se basa en el conocimien-
distinta de la subjetividad de los seres humanos to, explícito o intuído, de su subjetividad. Podría
que las protagonizaban. En mi opinión, hasta que parecer que el primero es más potente que el segun-
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Sexo, Género y Poder Almudena Hernando Gonzalo

do, pero no es así, porque éste controla la capacidad tidad, en lugar de la persona aislada. Si están muy
de sentirse segura la persona sobre la que se ejerce. individualizados, entonces el deseo hostil domina
La sensación de control que es tan grande que, en sobre el amoroso, prevaleciendo la conciencia de
mi opinión, ha compensado en muchas mujeres (de la diferencia sobre el vínculo que conecta con los
mentalidad patriarcal) la ausencia del otro tipo de demás. La creatividad, la capacidad de abstracción,
poder, el racional o político, hasta la Modernidad, la conciencia de los deseos propios, el poder, van
al tiempo que ha hecho y hace que muchos hom- asociados al deseo hostil, ya que exigen “el recor-
bres con esa misma mentalidad atribuyan a las mu- tamiento subjetivo” o definición de uno mismo que
jeres un inmenso poder que les hace inexplicable su ese deseo implica (Burín 2003: 57).
queja de que no lo tienen. La cuestión es que, aún El proceso de individualización que va produ-
siendo sin ninguna duda una manera de ejercer po- ciéndose como contraparte identitaria al aumento
der, este modo no puede movilizar cambios públi- de la complejidad socio-económica se define por-
cos, ni imaginar futuros deseables, porque es un que las personas van sintiéndose progresivamente
poder que, al contrario que el público, se ejerce so- distintas entre sí, es decir, por un aumento del de-
bre la base de la no-individualización. Y esto signi- seo hostil frente al amoroso en las relaciones inter-
fica la impotencia en cualquier otro aspecto de la personales dentro del grupo social. Esta transforma-
vida que no sea el terreno emocional, la ausencia ción es estructuralmente coherente con el aumento
de deseos de cambio y de la sensación de control de las posiciones de poder, de las artesanías espe-
de las circunstancias o las personas que se desco- cializadas, del pensamiento abstracto, etc. Debe
noce. Por eso las mujeres no han tenido en sus ma- entenderse que no estoy hablando de una determi-
nos el destino del grupo, aunque hayan podido tener nación idealista de la transformación social, es
sensación de poder sobre sus seres más cercanos. decir, no estoy diciendo que aparezca la división de
Ahora bien, ¿qué condiciones psíquicas deben dar- funciones porque se potencia el deseo hostil, sino
se para que una persona se sitúe en condiciones de que estoy diciendo que si vemos que ha aumenta-
sentir y ejercer ambos tipos de poder? do la división de funciones, podemos decir que las
personas que protagonizan el proceso están organi-
zando y proyectando su deseo hostil de modo dis-
4. Deseo amoroso y deseo hostil tinto a como lo hacen las personas de grupos sin di-
ferenciación interna.
Desde la Psicología se han definido dos deseos Pues bien, dado que a lo largo de la Historia los
básicos en el establecimiento de las relaciones hu- hombres fueron diversificando sus posiciones y
manas: el deseo amoroso y el deseo hostil (Burín desarrollando su capacidad de poder público, mien-
1996, 2003). Ambos son completamente impres- tras que las mujeres no, podemos asumir que hom-
cindibles para la supervivencia. El primero, que no bres y mujeres fueron desarrollando el deseo amo-
tiene nada que ver con el amor romántico, sino con roso y el deseo hostil en medidas distintas: al co-
el deseo de vínculo, nos conecta con los demás. El mienzo de la trayectoria, el deseo amoroso preva-
segundo, que no tiene que ver directa ni necesaria- lece sobre el hostil dentro en las relaciones intra-
mente con la agresividad, establece distancia con grupales, tanto en hombres como en mujeres, pues
las otras personas, permitiendo que nos sintamos no perciben diferencia ni distancia entre ellos, de-
como algo distinto de lo que nos rodea, limitado y bido a que no hay división de funciones ni conse-
caracterizado a través de rasgos en los que deposi- cuente diferencia de trayectorias, pero también a
tamos la idea de que somos algo definido que exis- que necesitan vincularse al grupo para sentirse más
te con características propias. El deseo hostil se ha fuertes frente al mundo, dada su escasa capacidad
definido (Burín 2003: 51) como “un tipo de deseo de control tecnológico o material sobre él. Por eso,
que opera como diferenciador Yo-No Yo”. Ambos en ellos el deseo hostil no se manifiesta en el inte-
deseos no se asocian a valores morales, sino al gra- rior del grupo, entre las personas, sino entre grupos
do de individualidad de las personas que integran distintos. Cada grupo visibiliza una identidad co-
un grupo social. Si están poco individualizadas po- mún a través de las mismas ornamentaciones o de-
demos decir que prevalece el deseo amoroso sobre coraciones corporales, localizando la figura del
el hostil, el vínculo sobre la diferenciación, la per- “otro”, necesario para definirse a sí mismo, en otro
cepción del grupo como núcleo último de la iden- grupo, en el exterior. De hecho, algunos autores
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Almudena Hernando Gonzalo Sexo, Género y Poder

entienden que esta necesidad de definir a un “otro” sen 1991: 125-7; 2000: 138; Wels-Weyrauch 1994),
para saber quién es uno mismo podría jugar un mientras los hombres parecen representar una cate-
papel importante en la existencia de guerras en al- goría única y auto-sustentada, las mujeres parecen,
gunas de estas sociedades de escasa complejidad de forma repetida en todos los casos, representar
socio-económica -“yo tengo enemigo, y por eso yo dos categorías. Es decir, mientras existe un solo tipo
soy”. “Yo soy el enemigo de mi enemigo” (Vivei- de vestimenta para los hombres, la de las mujeres
ros de Castro 2002: 290-3). de cada zona aparece siguiendo dos pautas distin-
Pero a medida que avanzó la complejidad socio- tas –falda corta o falda larga; ornamentos en el pe-
económica, los hombres comenzaron a ocupar po- cho o la cadera, etc.– Dado que esta diferencia no
siciones diferentes y a desarrollar el poder, lo cual tiene que ver con la edad ni con la estación en que
quiere decir que comenzaban a desvincularse de murieron las mujeres (Sorensen 2000: 137), se ha
los demás miembros de su grupo, a proyectar su supuesto que tiene que ver con su estado marital,
deseo hostil también dentro de su propio grupo. es decir, con su relación respecto a los hombres (So-
Recuérdese, por ejemplo, la cerámica de lujo cam- rensen 1991: 127). Parece que mientras los hombres
paniforme y todos los elementos que se le asocian iban volcando el deseo hostil hacia los de su propio
en el conocido como “ajuar campaniforme”, depo- grupo, diferenciándose entre sí, las mujeres iban
sitado en las primeras tumbas individuales que concentrando el deseo amoroso en el grupo familiar
rompen la colectividad previa del megalitismo en el que comenzaba a residir la idea del “nosotros”,
(Rojo et al. 2005). Estos objetos de lujo y prestigio definiéndose por tanto, en relación a él. Y esta diferen-
incluyen adornos de vestimentas masculinas, como cia se fue acentuando hasta llegar a la Modernidad.
botones o adornos, lo que parece demostrar que
van apareciendo hombres que, lejos de seguir iden-
tificándose en su apariencia con el resto del grupo, 5. Conclusión
comienzan a diferenciarse de él, pero a identificar-
se con el conjunto de los hombres que, en un am- En mi opinión, no existe el género como algo ce-
plio territorio, comienzan a tener poder. Parece cla- rrado, definido y dado. No creo que la discusión esté
ro que empiezan a establecer alguna distancia emo- entre si hay dos géneros o si hay más, porque no
cional con los demás de su propio grupo, con aque- creo que exista un paquete de rasgos, actitudes,
llos sobre los que ejercen ese poder que indican sus creencias, que se asocie necesariamente al sexo de
ajuares privilegiados. los hombres y otro distinto que se asocie al de las
Esa diferencia se profundiza en la Edad del mujeres (u otros que se asocien a cuerpos andrógi-
Bronce, cuando los cuerpos flexionados del campa- nos). Creo que lo que existe es una diferencia en el
niforme se transforman en cuerpos completamente “porcentaje” en que cada persona desarrolla el de-
extendidos en las tumbas, exhibiendo adornos y ri- seo hostil y el deseo amoroso, y que llamamos “fe-
quezas que identifican a los hombres que ya trans- meninas” a aquellas actitudes, creencias, valores,
miten hereditariamente sus posiciones de poder. etc. en que el deseo amoroso prevalece y llamamos
Aparecen asociados a los llamados objetos de toi- “masculinas” a aquellas en que lo hace el hostil,
let, objetos masculinos para la higiene y el cuidado porque esto es lo que ha caracterizado las identida-
personal –pinzas de depilar, navajas, espejos, etc.–, des de hombres y mujeres desde que comenzó la
de metal o materia prima prestigiosa, que demues- división de funciones en la trayectoria histórica, y
tran la preocupación de los hombres con cierto po- hasta la modernidad.
der en cuidar un cuerpo que se concibe como algo Como ya he escrito en muchos lugares (Her-
separado del grupo social, importante como defini- nando 2005), el ser humano es básicamente insufi-
dor de una identidad que comienza a ser personali- ciente frente al universo en el que vive: insuficien-
zada, y que tiene rasgos diferentes a la de los que te para hacerse cargo de toda su inmensidad, para
carecen de poder (Treherne 1995:110; Kristiansen manejar sus dinámicas, para sobrevivir a sus catás-
1984). trofes. Sólo vinculándose a otros seres humanos, en
Nada de esto parece suceder con las mujeres. A una medida mucho mayor de la que quiere recono-
juzgar por los datos que existen sobre la vestimen- cer el creciente individualismo de nuestra sociedad,
ta desde la Edad del Bronce en Inglaterra (Sofaer puede permitirse el engaño de pensar que tiene fuer-
Derevenski 2002), Alemania o Dinamarca (Soren- za frente al mundo. Por eso el vínculo amoroso es
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Sexo, Género y Poder Almudena Hernando Gonzalo

esencial para su supervivencia, porque sólo sin- nimiento del grupo como dinámica global, ocupán-
tiéndose parte de una unidad mayor que él mismo, dose de sostener los vínculos que impiden su dis-
genera la sensación de que puede sobrevivir, base gregación. Ahora bien, comprender esto, y recono-
de partida para tener la posibilidad de hacerlo. La cer la vital importancia de las mujeres en nuestra
cuestión es que la individualidad, la conciencia de “supervivencia” histórica ¿implica negar la domi-
ser alguien distinto y separado de lo demás, se aso- nación patriarcal? De ninguna manera.
cia a la idea de potencia, de control, de compren- Como digo, el deseo amoroso es tan importante
sión racional de los fenómenos del mundo, así que para la supervivencia como el deseo hostil. El de-
le damos todo el peso en la reflexión consciente y sarrollo intra-grupal del segundo es la condición de
explícita sobre quiénes somos. Por la misma razón, la individualidad, pero, sea como sea que se desa-
le quitamos este peso al argumento contrario, a la rrolle, nunca se puede prescindir del primero para
evidencia de que si cada uno de nosotros estuviera sentirse seguro y conseguir sobrevivir. Lo que ha
solo y aislado no sería fuerte, no tendría ningún sucedido en la historia es que se ha producido una
control sobre nada –porque en todo caso el grado “especialización” (a través de la dinámica subjeti-
de control que hemos logrado es el resultado de la va, por un lado, y de la dominación objetiva, por
interrelación e interactuación de muchas esferas otro) de los hombres en el deseo hostil y de las mu-
sociales–, y a la obviedad de que el empleo de la jeres en el amoroso. Ellos tenían el poder político
pura razón –instrumento de la individualidad– para y ellas el poder sobre las emociones de ellos, pues
situarnos en el mundo sólo nos llevaría a compren- el mundo emocional se iba convirtiendo en un ám-
der que nada tiene sentido ni dirección, que ningún bito completamente desconocido (y por tanto in-
esfuerzo para sentirnos fuertes tiene verdadera controlado) para ellos a medida que desarrollaban
compensación, porque en realidad, nunca lo somos. la distancia racionalizadora con el mundo, base de
Como esta evidencia contradice nuestra necesidad su individualidad.
básica de crear argumentos que nos permitan creer A mi juicio, la sociedad sólo será igualitaria y
que podemos sobrevivir para seguir haciéndolo, la justa cuando desaparezca esta asociación entre se-
negamos. Así que hemos construído un discurso de xo mujer-especialización en deseo amoroso-poder
legitimación de lo que somos, que es la Historia, sobre las emociones, y sexo hombre-especialización
que está centrada en el primer mecanismo exclusi- en deseo hostil-poder político, que es en lo que con-
vamente. La Historia niega la importancia del vín- siste el género. Creo que la sociedad sólo dejará de
culo y de la cohesión del grupo para la superviven- ser una sociedad patriarcal cuando desaparezcan los
cia, e ignora el hecho de que si no hubieran existi- géneros y sólo se hable de sexos: cuerpos distintos
do fuerzas centrípetas contrarias a las centrífugas que combinen en proporciones equilibradas el de-
de la individualización, nuestro grupo nunca hu- seo hostil y el deseo amoroso. En mi opinión, esto
biera llegado a existir tal y como lo conocemos. es lo que está sucediendo con las mujeres de la
El caso es que las mujeres han encarnado a esas Modernidad, quienes no niegan la importancia del
fuerzas centrípetas, han sido las responsables de deseo amoroso –su “especialidad” histórica–, aun-
mantener los vínculos del grupo a lo largo de la que estén desarrollando el deseo hostil correspon-
historia, a través de su “especialización” en el de- diente a su individualización –y en consecuencia
seo amoroso, lo que ha hecho que se haya negado su creatividad, abstracción o deseo de poder–. Por
la importancia de su función, o simplemente, que eso, en mi opinión, la identidad de las mujeres in-
se haya negado que desarrollaran esa función. En- dividualizadas de la modernidad es distinta a la de
tiéndase: se ha aceptado que han sido las reproduc- los hombres, más completa, menos negadora y más
toras del grupo, la importancia de su papel mater- coherente con las necesidades de nuestra supervi-
nal, de su función doméstica. Se ha aceptado esto vencia. Y por eso también comienza a desvelarse
en tanto en cuanto eran términos comparables a lo como más eficaz.
que hacían los hombres, representaban funciones Una sociedad justa y no-patriarcal no exige que
que no ponían en cuestión las suyas, su especiali- las mujeres “se masculinicen”, ni que los hombres
zación, su conocimiento racional del mundo, su “se feminicen”, sino que ambos asuman la necesi-
control de la tecnología. Pero no se ha aceptado, dad de encarnar de forma equilibrada y consciente
porque la sociedad individualista y especializada el deseo amoroso y el deseo hostil. Sólo entonces
no lo reconoce, su aportación fundamental al soste- dejará de existir la relación de poder más universal
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Almudena Hernando Gonzalo Sexo, Género y Poder

de todas cuantas existen, al tiempo que se conse- la importancia esencial de la contribución que han
guirá reconocer lo que hasta ahora ha sido negado: hecho las mujeres a nuestra historia.

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Complutum, 2007, Vol. 18: **-** 14


Continuidad y cambio social
en la cultura material de la vida cotidiana
Title
Subtitle

Paloma GONZÁLEZ MARCÉN*, Sandra MONTÓN SUBÍAS* y Marina PICAZO GURINA**


* Centro de Estudios del Patrimonio Arqueológico de la Prehistoria-CEPAP. Patronat Flor de Maig,
Avda. Flor de Maig s/n. 08290 Cerdanyola del Vallés.
** Departament d’Humanitats. Ramon Trias Fargas 25-27. 08005 Barcelona.
paloma.gonzalez@uab.es, sandra.monton@uab.es y marina.picazo@upf.edu

Recibido: **-**-****
Aceptado: **-**-****

RESUMEN

La investigación histórica ha supuesto generalmente que las formas de actividad humana relacionadas
con la vida cotidiana tienden a ser similares y sin grandes cambios, en todo tiempo y lugar. En la línea de
la historia se presenta el ámbito doméstico como una constante y, por tanto, ajeno a las transformaciones
sociales, económicas, ideológicas y políticas que confieren dinamismo y creatividad a los cambios en las
sociedades humanas. Sin embargo, se revisarán dos casos arqueológicos del área mediterránea en los que
la cotidianeidad y su expresión material en la organización del hábitat o en la innovación y gestión del
conocimiento tecnológico han experimentado importantes transformaciones creando nuevas formas de
convivencia diaria.

PALABRAS CLAVE: Historia de la vida cotidiana. Aactividades de mantenimiento. Aarqueología del género.

ABSTRACT

Historical research has implied mostly that the ways of human activity related to everyday life tend always
and everywhere to be similar and without any change. In this path of history, domestic activities are pre-
sented as a constant factor and, therefore, distant from social, economic, ideological and political trans-
formations that confer dynamism and creativity to changes in human societies. However, two archaeolo-
gical case studies will be presented in which quotidianity and its material expression, as it can be obser-
ved in the organization of habitat and in the innovation and management of technological knowledge, show
significant transformations creating new ways of daily living.

KEY WORDS: History of everyday life. Maintenance activities. Gender archaeology.

SUMARIO 1. Introducción. 2. Las actividades de mantenimiento en tiempos de cambio. 3. El yacimien-


to arqueológico de la Bòbila Madurell y la transición del Neolítico Medio al Neolítico Final en Cataluña.
4. Grecia y la transición de la Época Arcaica a la Época Clásica. 5. Conclusiones.

Complutum, 2007, Vol. 18: **-** 15 ISSN: 1131-6993


Paloma González, Sandra Montón y Marina Picazo Continuidad y cambio en la cultura material...

1. Introducción empiezan a aparecer en lugares que, por su situa-


ción o su forma de construcción, están asociados a
En este artículo queremos proponer una interpre- otras esferas de la acción social, como la política,
tación de las transformaciones observadas en dos la religiosa o la del intercambio a escala no local.
casos arqueológicos, muy alejados en el espacio y Se encuentran además en grandes cantidades, lo que
en el tiempo, de las prácticas de creación y mante- puede interpretarse como una intensificación de las
nimiento de la vida, tal como se expresan en el re- actividades productivas asociadas (sobre todo, el
gistro arqueológico. Con ello, queremos incidir en tejido y la preparación de alimentos). Parece que
la idea de que el análisis de las actividades relacio- una parte de las transformaciones relacionadas con
nadas con la gestión de la vida cotidiana y de las la emergencia de la desigualdad política se canali-
redes de relación social que entorno a ella se gene- zó a través de formas de trabajo y prácticas de rela-
ran alrededor resulta imprescindible para entender ción social preexistentes y que, probablemente,
la dinámica de la vida en cualquier comunidad exigió nuevas formas de presión sobre quienes, tra-
humana a lo largo de la historia. dicionalmente, realizaban estas actividades: bási-
En otras publicaciones (Colomer et al. 1998; camente, sobre las mujeres.
González Marcén y Picazo 2005; Montón 2000), Este es uno de los puntos que nos interesa enfa-
hemos llamado la atención sobre el hecho de que la tizar en este trabajo: cualquier cambio dirigido a la
investigación histórica haya mantenido a estas ac- intensificación en las formas de producción relacio-
tividades, que nosotras denominamos de manteni- nadas con las actividades de mantenimiento, inclu-
miento (Figura 1) fuera de su mirada al suponer que yendo las relacionadas con la creación de la vida, ha
tienden a ser similares y sin grandes cambios en implicado un cambio y presión directos sobre las
todo tiempo y lugar. El ámbito de las actividades mujeres que las realizaban. Por ejemplo, el aumento
de mantenimiento se ha considerado como una demográfico significa en las sociedades tradiciona-
constante, ajeno, por tanto, a las transformaciones les que las mujeres tienen más hijos, la centraliza-
sociales, económicas, ideológicas y políticas que ción de la producción de tejidos o alimentos, más
confieren dinamismo y creatividad a los cambios mujeres trabajando o mujeres trabajando mucho
en las sociedades humanas. más. Y esas formas de trabajo podían ser utilizadas
Nosotras tenemos una visión diferente de cómo por otros, por ejemplo, por las élites, quiénes, al ob-
transcurre la vida y ocurren las cosas (y de cómo tener control sobre el trabajo doméstico, aumenta-
debieron transcurrir y ocurrir). Por eso, en este artí- ban su posibilidad de tomar decisiones sobre los
culo, veremos qué sucede con algunas de estas for-
mas de actividad precisamente en esos momentos
que la historiografía conceptualiza como de transi-
ción. Lo haremos a partir del estudio de diferentes
aspectos de la cultura material de dos sociedades
situadas en diferentes tiempos y lugares de la his-
toria del Mediterráneo: las comunidades neolíticas
de Cataluña en la transición del Neolítico Medio al
Neolítico Final y las comunidades griegas en la de
la época arcaica a la clásica, durante el periodo for-
mativo de la poleis.
En diversos trabajos recientes (Brumfiel 1991;
Hastorf 1991; Wright 1996; Curià et al. 2000; Me-
yers 2003) se ha mostrado como la emergencia de
élites en los grupos humanos implica, con frecuen-
cia, la apropiación de parte de la producción rela-
cionada con las actividades de mantenimiento,
apropiación que se usa para asentar las bases de la
jerarquización social. Materiales arqueológicos
normalmente ligados al ámbito doméstico, como Figura 1.- Ámbitos englobados en las actividades de
fusayolas, pesas de telar, molinos de mano, etc., mantenimiento.

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Continuidad y cambio en la cultura material... Paloma González, Sandra Montón y Marina Picazo

procesos de producción y consumo y, por tanto, se mente, por poner un ejemplo que nos ha llamado la
hacían más poderosas. En definitiva, pensamos que atención, hemos leído críticas procedentes de dife-
en cualquier caso de transición entre formas de or- rentes ámbitos relacionadas con planes de desarro-
ganización socio-política el ritmo y las consecuen- llo que se están llevando a cabo en el llamado Ter-
cias de las transformaciones macroeconómicas y de cer Mundo. Parece ser que el diseño de muchos de
las estructuras sociales sólo pueden entenderse his- estos planes no ha considerado a las actividades de
tóricamente si se consideran de forma prioritaria mantenimiento ni a la gestión que existe en torno a
los cambios que afectaron a las prácticas cotidianas ellas. Ello no sólo ha producido el fracaso de algu-
de los grupos humanos. nos de estos planes sino la aceleración de unos pro-
cesos contrarios a los pretendidos (mayor declive
de los ecosistemas, de los recursos, incremento de
2. Las actividades de mantenimiento la pobreza, sobre todo entre las mujeres) (Ferguson
en tiempos de cambio 1994).
Y es que creemos que la investigación histórica
Para la historia, como disciplina científica, la or- ha confundido inmovilidad con resiliencia social y
denación de los acontecimientos del pasado en un ubicuidad. Porque es algo diferente tener la cuali-
orden temporal lineal resulta fundamental. Necesi- dad de necesario a la de inmóvil. A las actividades
tamos un mapa del tiempo para empezar a entender de mantenimiento se les ha supuesto la última cuan-
algo que descubrimos por primera vez (sea un ya- do en realidad lo que ocurre es que resultan impres-
cimiento arqueológico, una nueva cultura, un suce- cindibles para la vida de una comunidad, hasta el
so histórico, etc). De ahí la importancia de las fasi- punto de proporcionar la capacidad de sobrevivir a
ficaciones, las cronologías y de los fósiles directo- cambios sociales traumáticos y facilitar, así, la re-
res en arqueología; ordenamos la realidad del pasa- siliencia de las sociedades humanas.
do (igual que la nuestra) a través del tiempo. Nosotras pensamos que existe suficiente evi-
Y el tiempo histórico resulta impensable sin el dencia de que las actividades de mantenimiento
cambio. Como nos comenta el protagonista de The han experimentado en todos los periodos históricos
curious incident of the dog in the night-time: “el cambios importantes, sobre todo en las fases lla-
tiempo no es más que la relación entre el modo en madas de transición, cuando se produce un cambio
que cambian las diferentes cosas” (Haddon 2004). histórico abrupto. Es verdad que en el caso concre-
En nuestra cultura, donde el cambio se valora en to de la arqueología a veces resulta más difícil esta-
positivo, “dada la experiencia que tenemos de que blecer cadenas de causalidad del tipo que comentá-
el cambio social del pasado nos ha conducido cada bamos anteriormente al referirnos a los planes de
vez a tener mayor control material sobre la realidad” desarrollo en el Tercer Mundo. Pero lo que sí ve-
(Hernando 2002: 75), parece lógico que la historia mos, cuando nos fijamos, es que los cambios en el
narrada se haya detenido con especial interés en la registro arqueológico se producen a varios niveles,
explicación de los momentos de cambio social. Es incluido el de las actividades de mantenimiento, y
más, la historia, como el tiempo, sólo es concebible que lo hacen en un conjunto de posibles interrela-
si hay cambio. Por propia supervivencia, por tanto, ciones que son las que queremos interpretar.
nuestra disciplina debe explicar el cambio y enfati- En los casos particulares que analizaremos en
zar su significación. este artículo, a modo de ejemplos históricos y me-
Las actividades de mantenimiento han configura- todológicos, proponemos observar concretamente
do tradicionalmente un ámbito de escaso para el aná- qué cambios se producen en las formas de gestión
lisis histórico. De hecho, se las concibe como ahis- de la alimentación durante la transición del Neolí-
tóricas, que equivale a decir que no tienen tiempo. tico Medio al Neolítico Final en Cataluña y cómo
Sí, se reconoce a veces su presencia, pero no apor- se modifican las formas de residencia y conviven-
tan significación a la dinámica histórica. Y es que cia dentro de las comunidades griegas desde la
al considerarse actividades sin tiempo y sin cambio, época arcaica a la clásica. En el primer caso nos
¿qué falta va a hacer explicarlas…? Y lo que ni se centraremos en el yacimiento de la Bóbila Madu-
explica ni se nombra se convierte en invisible. rell (San Quirze del Vallés, Barcelona) y, en el se-
Y no es solamente nuestra disciplina la que ig- gundo, en el de Olinto (Calcídica, Grecia).
nora a las actividades de mantenimiento. Reciente-
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Paloma González, Sandra Montón y Marina Picazo Continuidad y cambio en la cultura material...

3. El yacimiento arqueológico de la Bòbila rarios, de jerarquización y complejidad social ex-


Madurell y la transición del Neolítico Medio traordinaria. No se han documentado estructuras
al Neolítico Final en Cataluña de hábitat aunque sí fosas repletas de desechos do-
mésticos entremezcladas con las sepulturas, relacio-
La Bóbila Madurell constituye uno de los yaci- nados, sin duda, con el almacenamiento de cereal
mientos neolíticos más importantes del nordeste en un primer momento y su posterior amortización
peninsular, tanto por la cantidad de vestigios regis- como basureros.
trados como por su variedad cronológica y contex- El Neolítico Final configura una etapa menos
tual (Canals et al. 1988; Marín et al. 1988; Bordas conocida. Como ocurre para otros muchos perio-
et al. 1993). Aunque la cronología del yacimiento dos conceptualizados como de crisis, al Neolítico
es más amplia (incluyendo niveles de la Edad del Final se le caracteriza sobre todo por la ausencia de
Bronce, Primera Edad del Hierro, ibéricos y roma- los elementos que definían el periodo anterior. Dis-
nos) únicamente nos detendremos en la transición minuyen los yacimientos registrados, los enterra-
del Neolítico Medio al Neolítico Final (lo que nos mientos pasan a ser colectivos sin ajuares o con
sitúa en torno al 3.000 cal a.C.). ajuares muy escasos, desaparecen del registro los
Desde el punto de vista de las estructuras, se han ornamentos de calaíta y las láminas de sílex mela-
documentado fondos de habitación, estructuras de do y disminuye la variabilidad de las formas cerá-
desecho y estructuras funerarias. La determinación micas. Como característica relevante aparecen en
del número total de estructuras prehistóricas docu- la Bóbila Madurell grandes cabañas semienterra-
mentadas en el yacimiento a lo largo de casi un si- das con dispositivos interiores como fosas de al-
glo de intervenciones arqueológicas resulta difícil macenamiento u hogares que también parecen dar-
de establecer con exactitud ya que la información se en otros yacimientos menos conocidos de este
referente a las primeras excavaciones en la zona es mismo momento, como el yacimiento de El Coll o
poco explícita. Sin embargo, el número podría apro- Can Vinyals en la misma comarca (Martín et al.
ximarse al siguiente: 154 estructuras del Neolítico 1996). Todo ello incide en que el Neolítico Final se
Medio, de las que 124 corresponden a sepulcros de describa como un periodo de recesión, con una me-
fosa y 30 a fosas de desecho; 19 estructuras para el nor complejidad social y organizativa.
Neolítico Final, de las cuales 16 son fosas de dese- Desde nuestra perspectiva, nos interesaba, sobre
cho y 3, fondos de cabaña. todo, ver de qué manera se concretaban los cam-
El Neolítico Medio en Cataluña, conocido tam- bios definidos por esta transición en la dinámica
bién como la Cultura de los Sepulcros de Fosa, social cotidiana. Para ello se inició, en otro trabajo
constituye uno de los conjuntos más espectaculares (González Marcén et al. 2005), una línea de análi-
del Neolítico en la Península Ibérica. Su elemento sis no exclusivamente centrada en la evidencia fu-
más característico son precisamente las estructuras neraria y las relaciones intergrupales, sino en aque-
funerarias que, en ocasiones, configuran auténticas llas evidencias materiales que pudieran informar-
necrópolis (Pou et al. 1994). Se trata de fosas exca- nos sobre la dinámica interna de funcionamiento
vadas en el suelo, generalmente individuales y de las comunidades que habían vivido en la Bóbila
acompañadas de ajuar. La investigación arqueoló- Madurell en estos dos períodos. Así, podríamos
gica ha destacado el diferente tratamiento que reci- evaluar la relación de los cambios defendidos co-
bían los inhumados en cuanto a la calidad y la can- mo estructurales con los cambios que podríamos
tidad de ofrendas funerarias y las características tildar de vivenciales.
excepcionales de muchos de los componentes de Este análisis se inició con el estudio del conjun-
los ajuares, tanto por la procedencia de las materias to cerámico ya que consideramos que mostraba el
primas (calaíta de las minas de Gavá, sílex melado soporte básico de los procesos de la organización
del sur de Francia) como por el nivel técnico que subsistencial y la gestión alimentaria de estos gru-
mostraba su manufactura (tal como muestran los pos neolíticos. Lo primero que hicimos fue un aná-
collares de calaíta, las láminas de sílex melado, las lisis de componentes principales (utilizando varia-
hachas pulidas o los largos punzones de hueso). bles métricas y morfológicas), pues este tipo de
Estos aspectos han permitido suponer la existencia análisis era el más adecuado para averiguar las pre-
de complejas redes de intercambio y manufactura ferencias en la elaboración y uso de los contenedo-
y, dada su plasmación desigual en los ajuares fune- res cerámicos, para poder documentar o no cambios
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Continuidad y cambio en la cultura material... Paloma González, Sandra Montón y Marina Picazo

(fosas domésticas amortizadas) y los contextos de


uso/abandono (fondos de cabaña). Sin embargo,
las comparaciones entre el Neolítico Medio y el
Neolítico Final se establecieron únicamente a par-
tir de los contextos de desecho (fosas domésticas),
los únicos comunes a ambos periodos.
En esta comparación aparecían diferencias sig-
nificativas en el conjunto de vasos grandes (grupos
A y B), altamente representados en el Neolítico
Final, y el conjunto de vasos pequeños (grupos C y
D) que, por el contrario, estaba infrarrepresentado
en la última fase neolítica (Figura 3). En menor me-
dida, también los grandes contenedores (grupo E)
aparecían en mayor número durante el Neolítico
Final. Como elemento innovador, además, en el
Neolítico Final se registran por primera vez las de-
nominadas placas de cocción.
En suma, entre estas dos fases, parece perfilarse
Figura 2.- ACP de vasos con perfiles completos de va- un cambio en la gestión de la alimentación, a través
sos neolíticos del yacimiento de la Bóbila Madurell.
de la expresión en el registro de los grupos funcio-
en esta práctica y para ver cómo se relacionaban nales de vasos cerámicos caracterizado por el des-
estos cambios con la gestión culinaria de la comu- plazamiento hacia la elaboración, uso y descarte de
nidad. contenedores de mayor tamaño (tanto para el alma-
Una vez definidos los tipos cerámicos mediante cenaje como para la preparación alimentaria) en el
el análisis ACP se efectuó una primera aproxima- Neolítico Final que, sin embargo, no viene acom-
ción funcional al conjunto (Figura 2). A partir de pañado de un incremento proporcional de vasos
diferentes estudios arqueológicos y etnoarqueológi- pequeños, destinados al consumo o a la preparación
cos (Martínez 1993; Juhl 1995) sabemos que cier- o trasvase de pequeñas cantidades de sólidos o lí-
tos parámetros morfológicos y métricos observables quidos. Tal vez podamos deducir de ello la prefe-
en los conjuntos cerámicos arqueológicos pueden rencia por un consumo de alimentos más individua-
relacionarse con funciones básicas de los vasos re- lizado en el Neolítico Medio y más comunitario en
feridas, a su vez, al proceso de obtención, procesado el Neolítico Final. Por otro lado, el dato cualitativo
y almacenamiento de alimentos y productos rela- de la presencia de placas de cocción únicamente en
cionados. contextos del Neolítico Final parece indicar, al me-
En esta primera aproximación funcional se tomó
como primer parámetro de clasificación el volumen
de los tipos morfométricos, lo que nos permitió es-
tablecer hipótesis sobre la naturaleza del contenido
al que iban destinados, la variable temporal de uso
(largo, medio y corto plazo), los sistemas de proce-
sado de los contenidos y la manejabilidad y movi-
lidad potencial de los recipientes (Shott 1996).
Afortunadamente, el contar con un volumen con-
siderable de material cerámico procedente de dife-
rentes contextos arqueológicos y momentos crono-
lógicos también permitió realizar un trabajo en el
que se proponía un modelo de organización y fun-
cionamiento de los diferentes asentamientos del ya- Figura 3.- Grupos representativos de las transformacio-
cimiento. El estudio se realizó, por lo tanto, a partir nes de los ajuares cerámicos de los asentamientos neolí-
de la caracterización de los contextos rituales (fo- ticos del yacimiento de la Bóbila Madurell. (Fotografías:
sas de enterramiento), los contextos de desecho Jorge Martínez Moreno).

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nos, la introducción de nuevas formas de cocinado, griega. En la transición de la época arcaica a la


ya que estas formas se relacionan con la elabora- época clásica se sitúa la emergencia de la democra-
ción de tortas de pan. cia como forma política de algunas poleis griegas.
Estas tendencias que vemos marcadas por la dis- Tras la larga etapa que siguió el hundimiento de
tribución de los tipos funcionales cerámicos pare- los palacios de la Edad del Bronce, las comunida-
cen coincidir con la tendencia que muestra el trata- des griegas iniciaron una fase de grandes cambios
miento funerario, que es individual en el Neolítico desde finales del s.IX a.C., marcada por un aumen-
Medio y colectivo en el Neolítico Final, con la to de asentamientos relacionado con un crecimiento
práctica ausencia de materiales de ajuar individua- demográfico generalizado, un rápido desarrollo de
lizantes. los intercambio comerciales, la intensificación de
Los indicadores arqueológicos, tanto en el ám- la producción agrícola y la evolución de los siste-
bito del procesado y consumo alimentario, como mas políticos, muy ligada a los conflictos sociales
en el tratamiento funerario, nos estarían mostrando entre grandes propietarios y pequeño campesinado.
que, más allá de los cambios de estrategias econó- Estos factores han sido analizados reiteradamen-
micas y de la interrupción de las redes de intercam- te por la investigación académica. En cambio, se ha
bio y de excelencia técnica que habían caracteriza- dado escasa importancia al estudio de la vida coti-
do el Neolítico Medio, el Neolítico Final muestra diana en la Grecia arcaica y, todavía menos, a los
un cambio profundo de las relaciones intragrupales cambios que experimentó el ámbito doméstico en
con, probablemente, grupos corresidenciales mayo- las comunidades griegas en la época formativa de
res y prácticas de convivencia (en tanto que el pro- la polis. No obstante, trabajos recientes sobre la ar-
cesado, distribución y consumo de alimento puede quitectura doméstica de algunos yacimientos grie-
definirse sin lugar a dudas como una variable fun- gos permiten una aproximación a esta temática
damental de estas prácticas) con una tendencia co- (Morrsis 1999; Nevett 1999). En este sentido, re-
lectivizante. Además, quizás podamos también re- sulta muy ilustrativa la información procedente del
lacionar la presencia de nuevos alimentos, como yacimiento de Olinto, un yacimiento de época clá-
las tortas de pan, con determinados tipos de estra- sica (432 a.C.-348 a.C.) situado en la península de
tegias económicas que requieren un tipo de alimen- la Calcídica. Una gran parte del yacimiento se ex-
to más móvil. En este sentido, podemos citar el su- cavó entre 1928 y 1938 por David M. Robinson,
puesto aumento de la importancia de la ganadería quien publicó los restos de más de 100 casas, que
para la última fase neolítica. todavía hoy constituyen el mejor conjunto de datos
Ciertamente, como planteábamos al principio, arqueológicos para el estudio de la casa y de la or-
podemos afirmar que las actividades de manteni- ganización urbana de la Grecia Clásica (Robinson
miento no son una variable constante sino que y Mylonas 1946).
muestran cambios de la misma profundidad y alcan- Una de las casas más extendidas en la poleis
ce que los denotados por la evidencia funeraria y griega clásica es la que se denomina de tipo pastas,
los patrones de asentamiento o las redes de inter- por un elemento que funciona a modo de pasillo
cambio. ¿Quién nos dice que los cambios en la ges- (aunque sin techo) y que, junto con un patio, comu-
tión de la alimentación no es un mejor indicador de nica todas las estancias internas. Se trata de una
las transformaciones socio-económicas que la ges- casa cerrada al exterior, con una única entrada, sin
tión del intercambio intercomunitario o que las pau- ventanas o con ventanas pequeñas y altas, para evi-
tas funerarias? ¿Y qué nuevas cuestiones se plante- tar que se pueda ver desde el exterior. Los dos es-
an cuando el registro material sugiere un cambio pacios abiertos, el patio y el pastas, conectan físi-
tan marcado de las pautas de convivencia y de coti- camente las diferentes partes de la casa e iluminan
dianeidad? las habitaciones. Socialmente definen las zonas de
mediación entre las diferentes actividades y grupos
de la vida doméstica.
4. Grecia en la transición de la Época Arcaica Este tipo de casa parece haber emergido a lo lar-
a la Época Clásica go del siglo VI a.C. en los diversos lugares de la
cuenca egea donde se forman las poleis, a partir de
El período arcaico de la historia de Grecia se con- las formas de vivienda que se habían desarrollado
sidera, generalmente, el de la formación de la poleis a lo largo de la Edad del Hierro.
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Continuidad y cambio en la cultura material... Paloma González, Sandra Montón y Marina Picazo

Figura 4.- 1. Planta de los edificios absidales de la fase I de Assiros en la Macedonia central (750-650 a.C.). (Fuente:
http://artsweb.bham.ac.uk/aha/kaw/Assiros/assirosindex.htm [Actualizada el mes de junio de 2005] Acceso el 10/1/
2006).
2. Planta de la casa A VII4 de Olinto en la Calcídica (432 a.C.-348 a.C.). (Fuente: Robinson, D.M. y Graham, J.W.
(1938): The Hellenic house: a study of the houses found at Olynthus with a detailed account of those excavated in
1931 and 1934 Excavations at Olynthus, Part VIII, Johns Hopkins Press, Baltimore: fig. 5).
Las diferencias entre las viviendas de época clá- las casas más grandes, el espacio presenta pocas
sica y las de la Edad del Hierro son muy significa- subdivisiones. Además, aunque en ocasiones el pa-
tivas (Figura 4). Aunque no hay un patrón definido tio se cierra por uno o más de sus lados, parece dar-
para la Edad de Hierro, podemos afirmar que antes se poca importancia a la privacidad y a la limita-
del 750 a.C. la mayor parte de las casas, de planta ción de la visibilidad desde el exterior, a diferencia
absidal u oval, disponían de una sola habitación y, de lo que ocurre en el periodo clásico. A partir de
en algunas ocasiones, de un patio abierto frente al entonces, existe una separación entre el espacio
edificio. Al contrario que los patios del período clá- interior y el exterior, una clara intención de crear
sico, éste no estaba resguardado del paso de tran- una mayor privacidad en el entorno doméstico, y el
seúntes frente a la casa. aumento de tamaño de la vivienda se traduce en
Durante la Edad Oscura parece que la estructu- una consiguiente segmentación y relativa especia-
ración de la vida en los asentamientos y su espacio lización del espacio interior para propósitos dife-
social estaba en gran parte controlada por los rit- rentes. Con estos datos en la mano, podemos afir-
mos y las necesidades de las actividades de mante- mar que la mayor diferencia entre las casas de la
nimiento que representaban probablemente la ma- Edad del Hierro y las del período clásico parece
yor parte de las prácticas sociales, incluyendo las haber sido la intención de sus constructores de crear
relacionadas con la producción básica de subsis- una nueva privacidad en el entorno doméstico y de
tencia, es decir, la producción agrícola. En los po- separar físicamente a los ocupantes de la casa y a
blados egeos del siglo VIII y VII a.C. todavía re- sus actividades del mundo exterior.
sulta difícil reconocer habitaciones especializadas Sin duda, la habitación mejor conocida en la ca-
e incluso, en ocasiones, parece que las actividades sa clásica es el andron. El andron constituye tam-
de mantenimiento no estaban totalmente individua- bién la habitación más destacada, la mejor ilumina-
lizadas en unidades domésticas específicas. da, la que presenta unas características más elabo-
Hacia el 650 a.C. asistimos a una primera rede- radas (suelos, paredes, decoración, etc.) y el único
finición del espacio doméstico al aumentarse el gra- espacio abierto al exterior. Socialmente, el andron
do de su compartimentación interna. Con todo, el representa un área que proporciona una zona de ocio
interior sigue siendo reducido y el pequeño núme- y comensalidad a los huéspedes del cabeza de fa-
ro de habitaciones ofrece poca oportunidad para la milia a través de la celebración del simposio, al
separación de actividades o personas. Incluso en que no podían asistir las mujeres de la familia. Es-
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Paloma González, Sandra Montón y Marina Picazo Continuidad y cambio en la cultura material...

tas ocasiones sociales habían de mantenerse sepa- en una parte considerable de las casas de Olinto se
radas del resto de las actividades domésticas, lo halló evidencia de la producción de bienes para el
que implicaba un cuidadoso control de la comuni- consumo exterior a la casa.
cación en el contexto doméstico. Hasta aquí hemos relatado los principales cambios
Aún así, la evidencia textual y artística sugiere que se producen en la concepción y construcción de
que, dentro de la casa y de una misma familia, las las casas griegas desde la Edad del Hierro hasta épo-
mujeres y los hombres estaban en estrecho contac- ca clásica. Podemos preguntarnos, por tanto, a qué
to entre sí en diferentes momentos de la vida coti- responde la introducción de estos cambios en la pla-
diana. Es posible que algunas habitaciones se ocu- nificación de las casas y qué representan para las
paran más por hombres o por mujeres, pero las pau- relaciones que se establecen entre la casa, sus habi-
tas de actividad probablemente debían cambiar en tantes y los habitantes del resto de la comunidad.
los diferentes momentos del día o en las diferentes Sabemos que todos estos cambios en las casas
estaciones del año. La separación tan solo era es- griegas se están produciendo en un periodo muy
tricta en el espacio y el tiempo del simposio, cuando significativo de la historia de Grecia. Morris sitúa
huéspedes ajenos a la familia se mantenían lejos en este momento la aparición de una clase ‘media’,
del contacto con las mujeres de la misma. formada por ciudadanos hombres que viven del
Por otra parte, en muchas de las casas de Olinto trabajo de sus tierras, son hoplitas y participan en
se ha identificado la existencia de un conjunto de alguna forma de actividad pública (Morris 1998:
habitaciones relacionadas con el cocinado de ali- 26). Este sector fue, probablemente, el creador del
mentos, formado por una habitación grande (como ethos igualitario que dará lugar en algunas ciuda-
media, de 4,6 x 5,6 m.), a veces con un hogar de des a la idea de la isonomia política que conoce-
piedra, y una o dos habitaciones más pequeñas en mos como democracia griega. Emerge, al menos
uno de los lados cortos de la primera. Una de las entre algunos autores, la idea de que la buena co-
habitaciones pequeñas normalmente se pavimenta munidad es la que está formada por este tipo de
con losas de piedra y presenta una puerta al patio o hombres y que como tal comunidad, no puede ha-
al pastas. También encontramos zonas destinadas ber una fuente de autoridad superior a la de este
al almacenamiento de diferentes productos desti- grupo. Paradójicamente, esta idea de la isonomía
nados a la alimentación que, en ocasiones ocupan se basaba en una ideología asimétrica de las fun-
el mismo espacio físico que el de las actividades ciones e identidades sexuales, ya que la isonomía
relacionadas con el procesado culinario y, en otras, estaba diseñada para referirse únicamente al mun-
habitaciones específicas. do de los hombres.
No podemos olvidar que las ciudades griegas te- También se gestan durante este periodo los ar-
nían, básicamente, una economía agrícola. La ma- quetipos principales de mujer que conocemos tan
yor parte de las familias que habitaban en las casas bien en la Grecia clásica, entre los que se encuen-
urbanas poseían tierras en el campo y vivían de los tra el de la mujer respetable (en sus acepciones de
productos agrícolas obtenidos. Como parte de las madre, hija o esposa), que describe a una mujer
estrategias del campesinado griego para minimizar sometida durante toda su vida a la autoridad de un
los riesgos de la agricultura mediterránea, en las hombre, cuya principal función en la vida es casar-
casas se almacenaban alimentos suficientes para se y proporcionar herederos. Esta es la información
un año, lo que implicaría, para seis personas, unos que extraemos de las fuentes, pero la arqueología
1500 kg. Esas cantidades requerían mucho espacio añade más: una parte importante de la economía
y facilidades específicas para mantener el grano familiar, como hemos visto, descansa sobre las ac-
seco y libre de plagas. Se guardaban básicamente tividades de mantenimiento, realizadas por las mu-
cereales, y, en menor cantidad, aceitunas, aceite, jeres de acuerdo a los textos.
vino, miel, etc... Nosotras creemos que la reorganización del es-
Además, algunas de las actividades de manteni- pacio doméstico a lo largo del siglo VI a.C. está re-
miento (principalmente las relacionadas con el pro- lacionada con profundos cambios en la ideología
cesado alimenticio y el tejido) superaban el umbral de género dominante. La asociación simbólica entre
de la propia casa, pues sus productos se destinaban exterior/público/masculinidad e interior/privado/
a un consumo externo. Estas industrias domésticas feminidad, tan fundamental en el pensamiento ate-
no eran una actividad marginal o secundaria pues niense clásico sobre el género, aparece directamen-
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Continuidad y cambio en la cultura material... Paloma González, Sandra Montón y Marina Picazo

te relacionada con la emergencia de las casas de las actividades de mantenimiento han atraído esca-
habitaciones múltiples y patio que se conoce en al- sa atención de la investigación histórica y arqueo-
gunos lugares desde comienzos del siglo VII a.C. lógica. Creemos, sin embargo, que existe suficien-
A partir de ahora, el espacio doméstico representará te evidencia de que han experimentado en todos los
para la mujer, al mismo tiempo, su propio espacio períodos históricos importantes cambios, sobre to-
y la restricción de su autonomía. do en las fases llamadas de transición. En el caso
Las clases ‘medias’ sostuvieron una política de del mundo griego, una de esas fases se dio durante
individualismo agresivo y de competición donde la los siglos arcaicos, cuando el urbanismo griego
familia nuclear era una necesidad de la vida y la empezó a sufrir una importante transformación que
esposa tenía que formar parte del esfuerzo corpora- se plasmaría con toda su rotundidad en las ciuda-
tivo. Su función más importante tenía que ser pro- des de época clásica.
porcionar un heredero, algo crucial para la supervi- Lo que resulta especialmente significativo es que
vencia y continuidad de la familia, pero también este cambio evidente en la concepción del espacio
era esencial su función como guardianas del ámbi- del urbano y el paralelo incremento en la produc-
to doméstico y organizadoras de las importantes ción agraria se relaciona no solo con la necesidad
actividades económicas que tenían lugar en las ca- de controlar a las mujeres, sino con cambios funda-
sas griegas. Desde el punto de vista de esa clase, la mentales en la organización de las actividades de
excesiva autonomía de las mujeres podía significar mantenimiento y del trabajo artesanal. La casa era
una amenaza al delicado equilibrio de factores que la principal unidad económica de la poleis donde
permitían el sostenimiento de los grupos familiares se llevaban a cabo las tareas de transformación de
y sus propiedades. De ahí que, a partir de las anti- la producción agrícola tanto para consumo interno
guas tradiciones sobre la amenaza que representa- como para el externo y eso se logró a partir de una
ba la sexualidad femenina, emergiese la necesidad importante reorganización de la vida cotidiana, de
de regular, limitar y delimitar el trabajo y la persona las actividades de mantenimiento y de quienes las
de la mujer. Como opinan Cohen (1989) y Nevett realizaban y controlaban.
(1994) la casa con patio con entrada controlable y En este caso, por tanto, igual que para el perio-
líneas de visión restringidas maximizaba las opor- do de transición neolítico que hemos comentado
tunidades para los hombres griegos de crear una ima- como primer ejemplo y que para otros casos de
gen de espacio sexuado, que se convirtió en una po- transición entre formas de organización socio-polí-
derosa metáfora de la estructura de la comunidad. tica, el ritmo y las consecuencias de las transfor-
maciones macroeconómicas y de las estructuras
sociales sólo pueden entenderse históricamente si
5. Conclusiones se consideran de forma prioritaria los cambios que
afectaron a las prácticas cotidianas de los grupos
Comentábamos al principio de este artículo que humanos.
las formas de actividad humana relacionadas con

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Paloma González, Sandra Montón y Marina Picazo Continuidad y cambio en la cultura material...

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Actividades de mantenimiento
en la Edad del Bronce del sur peninsular:
El cuidado y la socialización de individuos infantiles
Title
Subtitle
Margarita SÁNCHEZ ROMERO
Dpto de Prehistoria y Arqueología. Universidad de Granada. Campus Universitario de Cartuja. 18071 Granada
marsanch@ugr.es

Recibido: **-**-****
Aceptado: **-**-****

RESUMEN

En las siguientes páginas analizaremos las actividades de mantenimiento relacionadas con el cuidado y
la socialización de individuos infantiles durante la Edad del Bronce del sur peninsular. Nuestro objetivo
es, por un lado, acercarnos al trabajo y las experiencias derivadas de la realización de estas prácticas y
por otro una aproximación al estudio de los individuos infantiles no sólo como objetos sino como sujetos
de acciones relativas a la organización social y a la creación de identidades dentro de estas sociedades.

PALABRAS CLAVE: Individuos infantiles. Socialización. Cuidados. Actividades de mantenimiento. Edad del Bronce.
Península Ibérica.

ABSTRACT

In this paper we will analyse maintenance activities related to care and socialization of children during
Bronze Age in the South of Iberian Peninsula. Our aim is in one hand to consider works and experiences
derived from these practices and in the other hand an approach to children not only as objects but as actors
in activities related to social organisation in these societies.

KEY WORDS: Children. Socialization. Childcare. Maintenance activities. Bronze Age. Iberian Peninsula.

SUMARIO 1. Introducción. 2. La socialización y el aprendizaje de los individuos infantiles. 3. Las


prácticas de cuidado y alimentación. 4. Comentarios finales.

Complutum, 2007, Vol. 18: **-** 25 ISSN: 1131-6993


Margarita Sánchez Romero Actividades de mantenimiento en la Edad del Bronce del sur peninsular

1. Introducción 2. La socialización y
el aprendizaje de los individuos infantiles
Dentro de lo que han sido definidas como activi-
dades de mantenimiento, relativas al sostenimiento Las estrategias más coherentes para intentar
y cuidado de cada uno de los miembros de una co- aproximarnos a la relación entre objetos materiales
munidad (Picazo 1997; Montón 2000) hay un as- que encontramos en el registro arqueológico y los
pecto que no ha sido explorado en toda su amplitud individuos infantiles de las sociedades prehistóri-
como es el reemplazo generacional y todos aquellos cas deben establecerse en base al contexto de apa-
elementos relacionados con el cuidado, especial- rición de los mismos. La aparición de juguetes en
mente de individuos infantiles. Las razones para es- el registro arqueológico ha sido relegada a la simple
te escaso interés son, por una parte, el hecho de que curiosidad sin ninguna importancia o significado
son prácticas normalmente relacionadas con el tra- social. Sin embargo tanto el uso de juguetes como
bajo femenino y por otra que se refieren a los indi- la interacción de los niños con el resto de objetos
viduos infantiles. El desinterés por los niños en las que les rodean forman parte del aprendizaje y de la
sociedades prehistóricas se debe a varios factores, socialización de estos miembros de la comunidad
en primer lugar en la escasa relevancia otorgada al (Sofaer 2000: 7). Al igual que los otros elementos
estudio de los individuos infantiles, sobre todo por de cultural material los juguetes están también in-
el concepto de niñez de las sociedades occidentales fluenciados por el estatus o el género ya que la so-
actuales y la no consideración de sus capacidades cialización de los niños y niñas implica su inclusión
económicas y sociales (Chapa 2003: 116). El otro como miembros de una comunidad en la que las ca-
factor a considerar es metodológico y se refiere a tegorías sociales deben ser reproducidas (Sánchez
la dificultad de interpretación del registro arqueoló- Romero 2002, 2004). Los juegos son mediadores
gico relacionado con los individuos infantiles, no entre el mundo de los individuos infantiles y el de
obstante a esta deficiencia ha contribuido fuertemen- los adultos. Imitan el mundo de los adultos repro-
te la inexistencia de estrategias de investigación es- duciendo roles biológicos y sociales que reflejan los
pecíficas para el conocimiento de este grupo social. roles que los adultos tienen en la sociedad (Lille-
El estudio de este segmento de edad, el de los in- hammer 1989: 94). Los juguetes y los juegos son el
dividuos infantiles, ofrece la posibilidad de explo- medio que utilizan los adultos para definir y refor-
rar no sólo las posibles relaciones que se establecen zar las enseñanzas de los comportamientos propios
entre los individuos de un grupo social, sino tam- de la edad, del género o de la clase social y como
bién valorar de una manera distinta los espacios y mecanismos para delegar determinados trabajos,
las actividades relacionados con la infancia. La ca- responsabilidades y actitudes, en definitiva para
tegoría de edad, al igual que la de género, está so- transmitir mensajes culturales (Baxter 2004: 42).
cialmente construida y es igualmente importante en Existe una amplia diversidad de elementos que
la organización social. Como los adultos, los niños han podido ser utilizados por los individuos infan-
han jugado y juegan un importante papel económico tiles, por ejemplo, entre los posibles juguetes encon-
y social y es, por tanto, necesario tener en cuenta la tramos objetos fabricados por adultos para que sir-
aportación de los niños, de sus actividades y actitu- van como tales, objetos procedentes del mundo
des a través de los datos arqueológicos, viéndolos adulto que por desecho o rotura son utilizados por
no sólo como reflejo de lo que ocurre en el mundo los individuos infantiles y por último, objetos sin
adulto sino como agentes activos en las mismas. transformar (Politis 1998: 10). A este conjunto ha-
Nuestra aproximación se realiza a través de la bría que añadir además los objetos manufacturados
consideración de las prácticas de cuidado y sociali- por los propios individuos infantiles dentro de sus
zación que pudieron desarrollarse en las sociedades procesos de aprendizaje y socialización (Kamp et
prehistóricas, veremos estos elementos en dos aspec- al. 1999). No es fácil el reconocimiento de los ju-
tos distintos, por un lado, las formas de aprendizaje guetes en el registro arqueológico, uno de los pri-
y socialización y por otro una propuesta de aproxi- meros obstáculos que se nos presentan es la identi-
mación a la cobertura de las necesidades biológicas ficación que en muchas ocasiones se realiza entre
y afectivas de los individuos infantiles; para ello, objetos en miniatura e individuos infantiles, esta ti-
utilizaremos el registro arqueológico de varios yaci- pificación puede ser engañosa ya que encontramos
mientos de la Edad del Bronce de la península ibérica. multitud de objetos de pequeño tamaño que tienen
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nachil, Granada) consistente en una doble inhuma-


ción infantil con un ajuar compuesto por un cuenco
parabólico, un collar perfectamente articulado de
pequeñas cuentas de piedra y uno de estos peque-
ños vasitos de tosca factura demostraría esta asocia-
ción (Aranda y Molina 2006) (Figura 1).
En esta misma línea destaca muy especialmente
la documentación de una sepultura en el yacimiento
de la Edad del Bronce de la Motilla del Azuer (Mo-
lina et al. 2005). En este caso consistente en la inhu-
mación de un individuo infantil con un ajuar de ex-
cepcional interés tanto por el número de sus compo-
nentes como por las características de los mismos.
El ajuar incluía la reproducción en miniatura de tres
vasos cerámicos, un carrete y dos fichas de arcilla,
una de ellas con perforación central, un pequeño
canto esférico de piedra y un vaso cerámico care-
nado de pequeñas dimensiones, de factura muy si-
milar al documentado en el Cerro de la Encina. (Ná-
jera et al. 2006) (Figura 2). Todos los elementos
cerámicos tenían un grado de cocción a muy baja
temperatura.
Figura 1.- Vista general de la sepultura 39 del yacimien- La documentación de estos hallazgos confirma-
to de la Edad del Bronce de la Motilla del Azuer (Dai- ría la relación entre individuos infantiles y repro-
mel, Ciudad Real).
ducciones a pequeña escala, ya que su aparición en
que ver con elementos rituales o simbólicos (peque- un contexto funerario nos muestra la utilización de
ños vasos cerámicos, figurillas que representan ani- objetos característicos de la vida cotidiana, como
males o personas…). Para la identificación de ju- son las cerámicas, carretes o fichas de arcilla, en
guetes debemos utilizar no sólo elementos etnográ- los procesos de socialización y aprendizaje, y más
ficos y documentación histórica, sino el elemento aún los liga a una determinada clase de individuos.
fundamental que es la asociación contextual de ob- Ya sea porque estos niños utilizaron los objetos co-
jetos y personas que nos ofrece el registro funerario mo juego, mediante el cual imitaban los comporta-
(Baxter 2004). mientos del mundo adulto y aprendían ciertas nor-
Entre estos contextos relacionados con los obje- mas o porque eran elementos enmarcados en el pro-
tos utilizados por los individuos infantiles nos gus- ceso de aprendizaje de la producción cerámica (Ná-
taría destacar dos ejemplos que nos han proporcio-
nado el registro arqueológico de los últimos años,
por un lado el caso de los vasos cerámicos extre-
madamente pequeños interpretados como juguetes
o elementos integrados en los procesos de aprendi-
zaje debido a sus características técnicas y formales
(Aranda 2001: 84). Estos vasos imitan diferentes
formas cerámicas pertenecientes a la Edad del
Bronce pero con formas asimétricas, sin evidencias
de tratamiento de las superficies y usando degrasan-
tes muy gruesos, en contraste con la alta calidad de
la cerámica argárica (Aranda 2004). Estas formas
cerámicas habían aparecido en contextos domésti-
cos, con lo que su asociación con los niños era difí- Figura 2.- Vista general de la sepultura 22 del yacimien-
cil de asegurar, sin embargo la reciente documen- to de la Edad del Bronce del Cerro de la Encina (Mona-
tación de una sepultura el Cerro de la Encina (Mo- chil, Granada).
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jera et al. 2006), lo cierto es que la explicación de (Kunter 2000: 270); en otros poblados como El Ar-
su significado tiene relación directa con la vida de gar, Gatas, Peñalosa o Cerro de la Encina los por-
estos niños y sólo se entienden en este marco inter- centajes varían entre el 25% y el 50% aproximada-
pretativo. mente (Sánchez Romero 2004).
Pero la socialización de estos individuos no sólo En los ajuares funerarios infantiles de época ar-
se produce a través de las esferas productivas, sino gárica encontramos el rango completo de enseres
que están incluidos en un ritual perfectamente nor- que se documentan para los individuos adultos, des-
malizado dentro de las sociedades adultas y para el de sepulturas sin ofrendas hasta tumbas que contie-
que se articulan características propias que definen nen objetos metálicos, recipientes cerámicos o úti-
a un grupo social con escasa visibilidad arqueoló- les y ornamentos realizados en piedra, hueso, con-
gica pero de gran relevancia durante la Edad del cha o metal que demuestran claras diferencias so-
Bronce, ya que a través de ellos tenemos la cons- ciales en las que los niños participan. Para el aná-
tancia de que se empiezan a articular diferencias lisis que nos ocupa se dividieron las categorías de
sociales claras en las dinámicas políticas y sociales edad en cuatro grupos. Una primera categoría for-
de las poblaciones de este periodo. Es precisamen- mada por los neonatos (hasta un mes de vida), un
te en este ámbito en donde, a través de los ajuares segundo conjunto en el que aparecerían los niños
funerarios, los individuos infantiles se encuentran entre 0 y 3 años, ya que esta es una edad crítica por
inmersos en la jerarquización social; la presencia los cambios en la alimentación producidos en el
de diferentes ajuares en tumbas de niños están mar- proceso de destete. La tercera categoría incluye a
cándonos unas diferencias que con toda seguridad los niños entre los 3 y los 7 años y la cuarta reuni-
también se estaban reflejando en la vida diaria de ría los individuos entre 7 y 15 años, el hecho de
estos niños, desde muy pequeños reconocen su es- considerar una edad tan avanzada para esta catego-
tatus y lo que los diferencia de otros individuos de ría se debe a la intención de comprobar si podemos
su misma edad. establecer la adultez a través de cambios en el con-
Para ello hemos analizado el registro funerario texto funerario. Sólo se han tenido en cuenta para
procedente de las necrópolis de los poblados de El el análisis estadístico las sepulturas infantiles indi-
Argar (Antas, Almería) (Siret y Siret 1890; Kunter viduales.
1990, 2000), Gatas (Turre, Almería) (Castro et al. El análisis de los ajuares aparecidos nos permi-
1999), Cerro de la Encina (Monachil, Granada) tió clasificarlos en cinco categorías diferentes, una
(Aranda y Molina 2006), Cuesta del Negro (Puru- primera (1) dedicada a los individuos sin ajuar y
llena, Granada) (Molina y Pareja 1975) y Peñalosa cuatro más que estarían formadas por: (2) ajuares
(Baños de la Encina, Jaén) (Contreras et al. 2000). con objetos de adorno en piedra, concha o hueso,
Desde el punto de vista descriptivo, en las socieda- que en alguna ocasión aparece acompañado de va-
des de la Edad del Bronce encontramos diversos ti- sijas cerámicas (3) ajuares caracterizados funda-
pos de enterramiento para los individuos infantiles, mentalmente por objetos de adorno en metal en al-
muchos de estos individuos aparecen enterrados en gunos casos en oro y plata y en los que pueden apa-
vasijas cerámicas, sobre todo en el área nuclear de recer adornos en otros materiales, (4) ajuares com-
la Cultura del Argar, donde el porcentaje de niños puestos por útiles metálicos (punzones, cuchillos o
enterrados mediante este ritual puede alcanzar has- dagas) y en los que pueden aparecer objetos de
ta el 80%. Para otras zonas son comunes los ente- adorno en todo tipo de materiales y/o vasijas cerá-
rramientos en covachas, fosas e incluso cistas (Sán- micas, y por último (5) una categoría formada por
chez Romero 2004). elementos que aparecen de forma aislada y en es-
Incluso en un contexto cultural en el que no to- casas ocasiones como son las piezas cerámicas y
do el mundo se entierra, los niños mantienen una las ofrendas cárnicas. El análisis realizado pone de
proporción bastante elevada con respecto a los manifiesto que los objetos que mejor definen los
adultos; por ejemplo, las investigaciones de Fuente ajuares de los individuos infantiles durante época
Álamo han determinado que teniendo en cuenta el argárica son los objetos de adorno (brazaletes,
conjunto de sepulturas sin restos óseos y mante- cuentas de collar, aretes), que aparecen en el 80%
niendo la ratio de distribución determinada para el de los ajuares estudiados.
resto de las tumbas, los individuos infantiles supo- Los resultados (Gráficos 1 y 2)1 expresan que el
nen el 52.47% del total de la población enterrada grupo calificado como neonato es el que mayor por-
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Actividades de mantenimiento en la Edad del Bronce del sur peninsular Margarita Sánchez Romero

poseen como ajuar objetos de adorno en hueso, pie-


dra o concha y los adornos realizados en metal su-
ponen el 20,31%; el número de tumbas infantiles
en las que aparecen útiles metálicos alcanza el
6,25%. Dentro de este grupo merece la pena desta-
car el ajuar más rico encontrado para un niño en
época argárica hasta la fecha que es el documenta-
do en la sepultura 8 del Cerro de la Encina, en la
que el individuo infantil apareció enterrado junto a
un brazalete de oro, un puñal largo y estrecho con
dos escotaduras para el enmangue, varios rema-
Gráfico 1.- Gráfica comparativa de la distribución de ches de cobre, cuatro clavos de plata con cabeza
las distintas categorías de ajuar respecto a los distintos semiesférica y un vaso carenado (Aranda y Molina
grupos de edad. 2006). Por último, en el grupo comprendido entre
centaje de tumbas sin ajuar posee, un 85,71% del los siete y los quince años, encontramos un porcen-
total, este dato puede ser muy interesante a la hora taje del 60% de individuos sin ajuar, el hecho más
de considerar que los individuos recién nacidos o significativo es el crecimiento del grupo de ajuares
los que no alcancen determinado número de sema- compuesto por útiles metálicos, que llega esta vez
nas no son considerados como miembros del grupo al 14% de los individuos enterrados señalando cla-
social; en las ocasiones en que aparece ajuar este ramente un cambio en la consideración social de
está compuesto o bien por elementos de adorno en estos individuos (Sánchez Romero 2004).
hueso, piedra o concha (10,71%) o compuesto por Por tanto, observamos que los individuos infan-
una vasija cerámica (3,57%). Dentro del grupo de tiles definen su identidad a través de los objetos de
edad que transcurre entre los primeros meses de vi- adorno que aparecen en los ajuares de sus tumbas,
da y hasta los tres años, encontramos que los casos los porcentajes de elementos de adorno en materias
de individuos sin ajuar disminuyen hasta el 64,28%; primas tales como las cochas, el hueso o la piedra
un 8,57% del total de individuos enterrados, poseen van descendiendo con la edad, mientras que los
ajuares compuestos por objetos de adorno en hue- adornos en metal se mantienen relativamente cons-
so, piedra o concha lo que supone un descenso res- tantes en torno al 20% a partir del grupo de edad
pecto a los neonatos y la tendencia más fuerte la entre 0-3 años sin que se documenten en neonatos.
marcan los ajuares compuestos por adornos realiza- Dentro de esta categoría, la de los elementos orna-
dos sobre metal que aparecen por primera vez con mentales, el estatus diferencial de estos individuos
un 22,85% del total de las sepulturas; comienzan a infantiles vendría marcado por la utilización de de-
aparecer ajuares con útiles metálicos (1,42%). terminados metales como plata y sobre todo oro, en
En el caso de los individuos entre tres y siete la elaboración de los mismos. Uno de los hechos
años, estas tendencias siguen apareciendo con una más significativo es la importancia que adquieren
disminución del número de individuos sin ajuar los útiles metálicos a medida que se avanza en edad.
(57,81%); el 6,25% de los individuos enterrados Frente a los neonatos que no poseen ningún útil me-
tálico los porcentajes se van duplicando cada vez
que pasamos de categoría hasta alcanzar el 14% en
el grupo de 7-15 años. Por otro lado, no parecen
muy significativas en los primeros años de vida las
diferencias de género, ya que aunque es aún muy
complicado establecer el sexo de los individuos in-
fantiles la profusión de elementos de adornos nos
hace pensar en una clasificación más ligada a la
edad que al género, tendencia que empezará a cam-
biar a partir probablemente de los cambios en los
Gráfico 2.- Gráfica con el porcentaje de individuos ciclos reproductivos tanto de mujeres como de
infantiles con ajuar y sin ajuar en el total de necrópolis hombres, y que aparecerán asociadas al tipo de tra-
estudiadas. bajo que desarrolle cada individuo.
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3. Las prácticas de cuidado y alimentación Como señala Inés Fregeiro (e.p.), la enfermedad
o la necesidad de cuidados no deben ser considera-
Ya hemos mencionado en alguna ocasión que lo das exclusivamente desde un punto de vista bioló-
que hace importante a una actividad es la dimensión gico sino que supone un problema social; cualquier
social que alcanza dentro del grupo (Sánchez Ro- síntoma de dolencia o necesidad de protección po-
mero e.p. a), es decir, cómo afecta a los miembros ne en movimiento de manera automática, una serie
de una sociedad el trabajo que realizan los demás de conocimientos, trabajos, actitudes y experiencias
componentes del grupo. Hay trabajos que no tienen por parte de los grupos sociales. La mayoría de es-
por qué dejar necesariamente huella en la persona tas actuaciones pueden ser observadas en el registro
que las está realizando y sí que las dejan en la per- arqueológico a través de los restos óseos. Para esta
sona sobre las que se realizan, por ejemplo, las ac- investigadora, por ejemplo, “los huesos sanos en in-
tividades relacionadas con el cuidado y la alimen- dividuos infantiles y juveniles [documentados en
tación. sepulturas], lejos de señalar un estado saludable,
El estudio de las prácticas de cuidados en las so- nos hablan de una enfermedad aguda que no llegó
ciedades prehistóricas puede indicarnos no solo las a involucrar otras partes del organismo como el es-
condiciones sociales y económicas que provocaron queleto. Esto indica que no existió superación de la
la enfermedad (crisis nutricionales, ejercicio de la enfermedad, ya sea por falta de conocimientos tera-
violencia…) sino las condiciones sociales que po- péuticos para curarla o porque hubo una decisión
sibilitaron el desarrollo de esas prácticas de cuidado social para que no se dedicara tiempo de trabajo en
que garantizaran la supervivencia del grupo social. el mantenimiento de su vida. Los huesos con seña-
Sin embargo, la poca atención prestada a estas acti- les patológicas y evidencias de regeneración, en
vidades viene dada por su atribución prácticamen- cambio, señalan trabajos de cuidados que hicieron
te exclusiva a las mujeres que hace que queden posible la prolongación de la vida” (Fregeiro e.p.).
marcadas por las dos características fundamenta- Receptores claros de estos cuidados son los in-
les, la invisibilidad y la escasez de valoración de dividuos infantiles que necesitan constante atención
estas actividades devenida por la no consideración durante los primeros años de vida o los miembros
precisamente de estas actividades como trabajos del grupo que son cuidados durante un largo perio-
(Sánchez Romero e.p. a). do de tiempo por causa de una lesión o enfermedad
Sin embargo, hemos de considerar que las rela- y que sobrevive a la misma (Sánchez Romero e.p.
ciones que se establecen entre los individuos adul- a). En lo que se refiere al cuidado de los individuos
tos y los infantiles son especialmente críticas y fun- infantiles, el éxito de la realización de esa actividad
damentales para la supervivencia de las sociedades. de cuidados se refleja, obviamente, en la supervi-
Hace unos 2.5 millones de años, el periodo de vida vencia de los individuos que superan esa etapa de
fetal de las crías de Homo paso a ser de veintiún sus vidas. Hemos de tener en cuenta que la realiza-
meses, de los cuales sólo se desarrollan nueve en el ción de las prácticas de cuidado y alimentación su-
útero materno, este hecho convirtió a las crías en pone no sólo una ingente cantidad de trabajo en la
dependientes ya que durante todo el primer año de mayoría de las ocasiones no reconocido (Sánchez
vida el organismo está dedicado a permitir que el Romero e.p. a), sino también una serie de conoci-
cerebro alcance la mitad del tamaño que tendrá en mientos y avances tecnológicos que faciliten el de-
la vida adulta. De esta manera el género homo tie- sarrollo de las mismas (Sánchez Romero e.p. c).
ne las crías más inteligentes, pero también más frá- El análisis de los restos óseos de los individuos
giles y más dependientes y por tanto la necesidad de infantiles de la mayor parte de las sociedades pre-
atención y cuidado se convierten en acciones esen- históricas muestra que los niños murieron por dos
ciales para las poblaciones humanas (Hernando conjuntos de factores, causas endógenas, influen-
2005; Sánchez Romero e.p. b). Por tanto que esos ciadas por las condiciones antes o durante el parto
primeros años de vida se superen con éxito es cru- y causas exógenas, originadas por la calidad del
cial para la supervivencia y desarrollo de todos los medioambiente postnatal (Herring et al. 1998: 426).
grupos sociales, aunque nunca se han analizado en Entre las causas exógenas, el momento más crítico
profundidad las actividades, los avances tecnológi- para los individuos infantiles se produce con el fin
cos, los conocimientos o las estrategias elaboradas de la lactancia; el paso que realizan los individuos
para llevar adelante este proceso. infantiles desde la seguridad de la leche materna a
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Actividades de mantenimiento en la Edad del Bronce del sur peninsular Margarita Sánchez Romero

otro mundo de alimentos a través de la ingesta de cas maternales (ya sean sociales o biológicas) están
leche de aportación animal en los grupos prehistó- llenas de este tipo de estrategias (Sánchez Romero
ricas debió ser un proceso crítico debido sobre todo e.p. c) que prácticamente nunca dejan huellas en el
a las situaciones medioambientales e higiénico sa- registro arqueológico. Por otra parte, en ningún caso
nitarias de estas poblaciones (1998: 425). En deter- se ha considerado la importancia que han podido te-
minadas sociedades con condiciones de salubridad ner todas estas prácticas y actividades para un ele-
insuficientes, la retirada temprana de la leche ma- mento tan fundamental y definitorio de estas socie-
terna a un bebé puede provocarle, diarreas y aler- dades como es el mantenimiento de la cohesión so-
gias a otros alimentos, debido a que sus sistemas cial, que se ha visto siempre mantenida a través de
digestivos e inmunológicos no están totalmente for- la fuerza física o mediante la violencia estructural,
mados (Katzenberg et al. 1996: 178). Actividades y no mediante el desarrollo de relaciones afectivas.
como la lactancia y procesos como el destete son A pesar de un cierto carácter universal en los
factores culturales que suelen variar entre poblacio- comportamientos que relacionan a las mujeres con
nes pero no lo hacen dentro de un mismo grupo los individuos infantiles y que vienen dados por el
(García 2005), su constatación arqueológica a tra- hecho de que los mecanismos reproductivos cierta-
vés del estudio de los isótopos estables de carbono mente necesitan de los cuerpos de las mujeres para
y nitrógeno en los restos óseos está proporcionan- que se pueda producir el embarazo y el parto, lo
do información no sólo acerca de estos procesos que le sucede al niño o la niña una vez deja el útero
alimentarios y de cómo se articulan socialmente, materno conlleva múltiples posibilidades. Incluso
sino también de otras cuestiones paralelas como es distinta la forma en la que las mujeres experi-
pueden ser las ratio de fertilidad de estas poblacio- mentan la maternidad, precisamente porque es una
nes (Katzenberg et al. 1996; Richards et al. 2002; construcción cultural (Sánchez Romero e.p. c). Am-
Williams et al. 2005; Sánchez Romero e.p. c). bos hechos están influidos de significados sociales,
Por otra parte, el registro osteológico nos propor- económicos, culturales, políticos, psicológicos y
ciona también evidencias relativas al modo de vida personales (DiQuinzio 1999). De modo que las in-
de estos individuos infantiles y a como articularon terpretaciones, experiencias y expresiones que se
sus relaciones con el mundo adulto; el análisis rea- ofrecen por parte de los distintos grupos humanos
lizado sobre las lesiones de 77 individuos infantiles se articulan en el marco de desarrollos culturales
pertenecientes a distintos yacimientos de la Edad distintos. Para el caso que estamos analizando, el de
del Bronce de la provincia de Granada, apunta a los rituales funerarios de individuos infantiles, es
que la mayoría de los traumatismos corresponden a interesante el estudio de Roberta Gilchcrist sobre el
caídas casuales generalmente durante el desarrollo potencial del registro arqueológico funerario para
de juegos, en este tipo de accidentes los niños tien- entender el papel de la maternidad en los ritos fu-
den a caer de cabeza intentando frenar el golpe con nerarios, con mujeres que extienden sus prácticas
los miembros superiores. En el caso de las socieda- de cuidados al ámbito de la muerte y por las que el
des argáricas examinadas, el tamaño de las vivien- cuerpo se prepara, se adorna o se le vinculan obje-
das y el clima templado que implican mucho tiem- tos en forma de ajuar; considerando además la rela-
po al aire libre y el urbanismo escarpado ayudan a ción recurrente y señalada por un buen número de
explicar este tipo de accidentes. Las claras diferen- antropólogos de las mujeres con rituales que impli-
cias que se establecen entre las lesiones en indivi- quen manifestaciones de duelo (Gilchrist 2005).
duos infantiles y adultos parecen indicar que los ni- Si bien es cierto, como hemos señalado, que no
ños no estuvieron especialmente expuestos a ries- podemos hacer generalizaciones universales sobre
gos como maltrato o violencia intergrupal (Jiménez comportamientos, hay algunos estudios antropoló-
et al. 2004). gicos influenciados por Carl Jung, realizados sobre
No me gustaría terminar sin hacer referencia a 78 culturas del mundo que muestran la exisenten-
otro elemento dentro de las actividades relaciona- cia de modelos de experiencias humanas, lo que en
das con el cuidado que no debemos olvidar y es el la psicología junguiana se denomina arquetipos y
que se refiere a las necesidades subjetivas que in- que en el caso de la muerte se expresa en el senti-
cluiría los afectos, el cuidado o la seguridad psico- miento de duelo reflejado en una amplia gama de
lógica elementos básicos para el desarrollo de la expresiones materiales (Savage 1992). No sabemos
vida humana (Carrasco et al. 2003: 41). Las prácti- si en las sociedades prehistóricas la preparación del
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Margarita Sánchez Romero Actividades de mantenimiento en la Edad del Bronce del sur peninsular

enterramiento social (Wileman 2005); también es


destacable la sepultura de una mujer con un niño de
cinco años en sus brazos perteneciente al yacimien-
to neolítico y calcolítico de la Grotte de Gazel (Au-
de, Francia) (Molas y Guerra 2002: 17); un caso
muy parecido lo encontramos en la sepultura nú-
mero 6 del Cerro de la Encina (Monachil, Granada)
en las que aparece una mujer adulta de mediana
edad en posición de decúbito lateral derecho con
las piernas flexionadas entre cuyos brazos figura
un sujeto infantil, en decúbito lateral izquierdo con
las piernas también flexionadas y las cabezas están
situadas cara a cara (Figura.3) (De la Torre y Saéz
1975). Las actitudes en las que fueron enterrados
los individuos significan mucho más que una sim-
ple deposición de los cuerpos.

4. Comentarios finales

El estudio de las prácticas de cuidado y alimen-


tación de los individuos infantiles y de cómo estos
componentes de las sociedades prehistóricas entran
a formar parte del grupo social nos proporciona una
muy interesante información acerca de cuestiones
relativas a las prácticas sociales, económicas e ideo-
lógicas de estos grupos. Su invisibilidad se ha de-
bido a su asociación por un lado con las experien-
cias y trabajos de las mujeres y por otra parte por
Figura 3.- Planta de la sepultura 6 del yacimiento de la la consideración de los individuos infantiles como
Edad del Bronce del Cerro de la Encina (Monachil, Gra- miembros sin importancia de estas sociedades. Sin
nada). embargo, la importancia tanto de estas actividades
difunto es un acto que implique a ambos sexos o so- y de su desarrollo exitoso como de sus protagonis-
lo a las mujeres, lo que si podemos, mediante ejem- tas es crucial para la reproducción no sólo biológica
plos puestos de manifiesto en investigaciones re- sino también social de estas poblaciones. Observar
cientes, es vincular el enterramiento de individuos a los individuos infantiles como receptores de cui-
infantiles más pequeños a las prácticas maternales dados y de prácticas de socialización, verlos como
(Colomer 2005). actores dentro de los procesos productivos y de
En este contexto deben ser interpretadas también creación del registro arqueológico o como protago-
determinadas sepulturas dobles como la aparecida nistas de estrategias sociales de jerarquización y
en el yacimiento de Vedbaek al norte de Copenha- analizar como se han desarrollado estas practicas
gue perteneciente a la cultura de Eterbølle en la que de cuidado, alimentación y socialización en los dis-
una mujer fue inhumada junto al cadáver de un re- tintos grupos culturales de la prehistoria nos brin-
cién nacido, tanto el tratamiento de los cuerpos co- dará nuevas perspectivas y oportunidades que has-
mo el cuidado delicado con el que fueron inhuma- ta ahora no han sido exploradas.
dos indican unos afecto que van más allá del mero

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Actividades de mantenimiento en la Edad del Bronce del sur peninsular Margarita Sánchez Romero

NOTA
1. En el gráfico 1 aparecen únicamente las sepulturas con ajuares de los tipos descritos con anterioridad, se han eliminado de
la serie estadística las tumbas sin ajuar para facilitar la relación visual entre los distintos tipos. La relación entre las sepultu-
ras con o sin ajuar están reflejadas en el gráfico 2.

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¿Armas o herramientas prehistóricas?
El ejemplo del mundo argárico
Title
Subtitle

Mª Encarnación SANAHUJA YLL


Departamento de Prehistoria. Universidad Autónoma de Barcelona. 08193 Bellaterra
sana@ibernet.com

Recibido: **-**-****
Aceptado: **-**-****

RESUMEN

En el siguiente artículo se analiza la necesidad de la definición de arma, no sólo porque siempre se ha


acudido a comparaciones etnográficas o actualistas para su clasificación, sino también porque las inter-
pretaciones sociales que pueden inferirse en el caso de clasificar un artefacto como arma o herramienta
distan mucho de ser parecidas. La única manera de cerrar el debate, es por una parte la ampliación del
análisis funcional a los artefactos de metal, que resultan muy escasos a pesar de que las “huellas” de pro-
ducción y de uso han permitido comprender mejor las condiciones técnicas y sus implicaciones económi-
cas y sociales, y por otra la utilización de más de una variable (artefactos, restos humanos, asentamien-
tos) en una misma área geográfica para poder afirmar la existencia de la guerra o de enfrentamientos.
Como ejemplo, me referiré a las armas y/o herramientas de cobre y bronce del mundo argárico.

PALABRAS CLAVE: Armas. Cultura del Argar. Conflictos. Género.

ABSTRACT

In this paper the definition of weapon is analysed, not only because ethnographic and contemporary vi-
sions have been used in order to classify them, but because the social interpretation we can infer about
these artefacts are quite different, taking into account the explanation as a tool or as a weapon. The only
way to progress is in one hand, the use of functional analysis on metal objects in order to know their tech-
nological conditions and their social and economic implications; in other hand, we must consider several
data (artefacts, human bones, settlement) in a geographic area in order to confirm the existence of violent
confrontations or war. As an example, copper and bronze tools from the Argar Culture will be analysed.

KEY WORDS: Weapons. Argar Culture. Conflict. Gender.

SUMARIO 1. Introducción. 2.

Complutum, 2007, Vol. 18: **-** 35 ISSN: 1131-6993


Mª Encarnación Sanahuja Yll ¿Armas o herramientas prehistóricas?

En Prehistoria, lo que se denomina armas se ha dos como armas. Define las armas como objetos
asociado casi siempre a los hombres, incluso sin realizados con la finalidad principal de agredir a
conocer el sexo de los cadáveres asociados a las otro individuo, hecho que indica la existencia de
mismas. El mero hecho de aparecer un instrumen- enfrentamientos lo suficientemente sistemáticos
to bélico permitía considerar masculino al acompa- para producir piezas con la única función de causar
ñante del ajuar. Ciertamente los hombres estuvie- daño. Por su parte, los artefactos empleados como
ron vinculados a las armas en muchas ocasiones, armas no son más que objetos con diversas funcio-
pero es preciso contar con evidencias sólidas, ya nes, una de las cuales puede ser la de agredir. Al
que en algunos casos las mujeres también fueron mismo tiempo, Soriano utiliza tres variables, que
protagonistas de episodios de lucha. Podemos citar deben darse a la vez y en la misma área geográfica
como ejemplo los grupos nómadas pastores de las estudiada, para afirmar la existencia de conflictos
estepas euroasiáticas (Davis-Kimball 1997; Davis- armados: armas, estructuras defensivas y presencia
Kimball y Yablonky 1995; Davis-Kimball, Bashi- de muertes violentas.
lov y Yablonky 1995), cuyos vestigios arqueológi- En segundo lugar, sería conveniente distinguir
cos más representativos son los cementerios kurga- entre guerras y episodios más o menos sistemáticos
nes. En las excavaciones de la necrópolis de Po- de violencia. La guerra sólo tiene lugar en aquellas
krovka, al sur de los Urales, en Kazakhstan, me- sociedades que disponen de un cuerpo institucio-
diante análisis de correlación y significación, fueron nalizado para ello, un grupo armado de carácter es-
establecidas tres categorías sociales: mujeres del pecializado, un ejército. En la guerra, la violencia
hogar, guerreros/as y sacerdotisas. El 94% de los tiene un objetivo bien definido –la imposición del
hombres pertenecían a la categoría de guerreros. poder económico y político–, la agresividad está
Aquellos varones que poseían un único artefacto previamente implantada, existen artefactos con la
bélico o ninguno constituía únicamente el 3%, el única función de matar o defenderse y constituye
mismo porcentaje que el de hombres enterrados con una forma de regular los conflictos que no pasa por
una criatura (cabe destacar que no están documen- el diálogo ni otras medidas mediadoras. La institu-
tadas mujeres inhumadas con niños/as). En cuanto cionalización de la violencia siempre va acompa-
a las mujeres, el 75% pertenecen a la categoría de ñada de una coerción psíquica, alienadora de la gran
mujeres del hogar, el 7% a la de sacerdotisas y el mayoría de los individuos. Al mismo tiempo, la
15% a la de guerreras, con la misma cantidad y el guerra implica tener en cuenta las armas necesarias
mismo tipo de armamento que los hombres. A ve- para vencer a todo tipo de enemigos, así como la
ces, las mujeres guerreras estaban asociadas (3%) organización de quiénes deben usar armas grandes
a objetos de culto, lo que parece indicar la presen- y pesadas o armas más pequeñas, y la distribución
cia de una cuarta categoría formada por sacerdoti- en el terreno de los/las que van a luchar, es decir, las
sas-guerreras. Davis-Kimball insiste en que, entre estrategias de combate.
estos grupos nómadas, los roles sexuales debieron Los enfrentamientos, en cambio, pueden ser de
ser más fluidos y que un buen número de mujeres distinto tipo, desde episodios de violencia entre un
pertenecieron a una élite militar y religiosa de alto número reducido de personas, agresiones entre co-
poder social. lectivos de una misma comunidad o luchas entre
Ante todo deberíamos definir qué es un arma, ya diferentes comunidades o grupos arqueológicos.
que siempre se ha acudido a comparaciones etno- Los motivos pueden ser variados, venganza, celos,
gráficas o actualistas para su clasificación y, en es- envidia, hambre, ansia de poder, consecución de
pecial, porque las interpretaciones sociales que botines, rapto de mujeres, competencia por los re-
pueden inferirse en el caso de clasificar un artefac- cursos del territorio… Es curioso que en los últimos
to como arma o herramienta distan mucho de ser años ha empezado a prestarse un gran interés en la
parecidas. Si definimos un arma como un instru- guerra y su origen en los albores de la Prehistoria
mento destinado exclusivamente al ataque o la de- (Guilaine y Zammit 2002). Como ocurre con otras
fensa, convendremos que ciertas herramientas que cuestiones, se parte de los modelos del presente pa-
pueden tener una función productiva, tales como ra buscar su origen en el pasado, de manera que la
hachas, hoces o cuchillos, no tienen por qué ser con- actualidad determina lo que se cree saber de la Pre-
sideradas armas automáticamente. Soriano (2004: historia. La búsqueda de los orígenes sirve para na-
147-152) distingue entre armas y artefactos emplea- turalizar estereotipos o instituciones vigentes, de
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¿Armas o herramientas prehistóricas? Mª Encarnación Sanahuja Yll

manera que cuanto más remota es su formación, un ajuar funerario formado por armas, herramientas
mas “natural” y positiva parece su expresión actual y adornos que varían según la categoría social a la
y menos aceptables otras formas de organización, que se pertenece (sexo, clase y edad).
que se consideran “antinaturales”, “atrasadas” o Poco se sabe sobre las herramientas argáricas de
“perversas” (Sanahuja Yll 2002). Se refuerza la idea cobre o bronce. El análisis funcional de instrumen-
de que los fenómenos analizados son inevitables, tos líticos tallados procedentes de lugares de habi-
que tienen una gran antigüedad y, por tanto, un ca- tación de los yacimientos de Gatas y Fuente Álamo
rácter conveniente o imposible de evitar. Flota la (Clemente et alii 1999; Gibaja 2002), ambos de
idea de que las cosas han sido siempre así y que la época argárica, indican que la gran mayoría de di-
naturaleza humana es universal, olvidando que chos útiles estuvo destinada exclusivamente a la
pudieron haberse desarrollado vías y estrategias siega y la trilla de restos vegetales no leñosos,
distintas a las que hoy conocemos. El fruto de esta mientras que apenas se documenta el procesado
práctica es una falsificación del pasado, un pasado sobre otros productos. Estos resultados, unidos a la
que se convierte en un espejo del presente y en el presencia de huellas de cortado en otros materiales,
que predomina una visión androcéntrica. implican que, al contrario de lo planteado repetidas
A pesar de que el análisis funcional se ha con- veces en diferentes modelos explicativos, el metal,
vertido en una metodología firmemente estableci- además de ser un elemento de elevado valor social,
da en la investigación arqueológica, especialmente desempeñaba una función de primer orden en la
en el estudio de huellas de uso sobre artefactos líti- fabricación de instrumentos de trabajo en el Sudes-
cos tallados, su aplicación a otros materiales, tales te de la Península Ibérica desde finales del III mile-
como los artefactos tallados de cuarcita, las herra- nio cal ANE. (Clemente et alii 2002).
mientas y adornos macrolíticos, los recipientes ce- Si se ha profundizado poco sobre las herramien-
rámicos, los objetos de hueso y metal o los restos tas, las alabardas, las espadas cortas y largas y las
paleoantropológicos, resulta todavía muy escasa, a hachas del ámbito argárico, vinculadas siempre al
pesar de que las “huellas” de producción y de uso sector masculino, han sido consideradas armas sin
permiten comprender mejor las condiciones técni- lugar a dudas. Analizaremos cada uno de estos obje-
cas y sus implicaciones económicas y sociales. En tos, así como los puñales, presentes en tumbas mas-
lo que respecta a la investigación de los objetos de culinas y femeninas, y los punzones, asociados de
metal, dichas analíticas permitirían distinguir si un manera sistemática a las mujeres.
artefacto fue usado sistemáticamente como una Lull y Estévez (1986) plantearon cinco catego-
herramienta, ya que, hoy por hoy, se tienden a uti- rías sociales para el grupo argárico a partir de un
lizar asunciones apriorísticas o paralelos etnográfi- análisis estadístico global de los ajuares de las tum-
cos y rara vez se realizan verificaciones empíricas bas. La categoría 1 representa a la clase dominante
(Kristiansen 1984; Kienlin y Ottaway 1998). Ade- argárica, con más hombres que mujeres. Los items
más, tal como señalan Clemente et alii (2002), la asociados son la alabarda, la espada, objetos de oro
posibilidad de refundición convierte a los objetos de y plata, la diadema y el vaso cerámico bicónico. La
metal artefactos muy escasos en los contextos de categoría 2, vinculada a objetos de plata y cobre,
hábitat, característica que ha ayudado a enfatizar pendientes, brazaletes, anillos, cerámica (sobre to-
su carácter votivo y funerario y a considerarlos, en do copas), punzones y cuchillos/puñales no asocia-
muchas ocasiones, items de “prestigio” y/o bélicos dos significativamente, corresponde también a la
más que útiles de trabajo. clase dominante argárica, formada, según los cita-
Como ya es sabido, el grupo argárico ocupa las dos investigadores, por mujeres, adolescentes y ni-
provincias de Almería, Murcia, gran parte de Gra- ños/as vinculados a los hombres de la categoría 1.
nada, Jaén y Alicante. Se clasifica dentro de la Edad La categoría 3 representa a los miembros de pleno
del Bronce peninsular (2250 a 1550 cal a. A.C.) y derecho de la comunidad. Las mujeres se asocian
se caracteriza por la existencia de clases sociales y al binomio punzón/cuchillo con o sin cerámica y
Estado, un urbanismo complejo, un desarrollo con- los hombres al de puñal/hacha también con o sin
siderable de la metalurgia del cobre y la presencia cerámica. La categoría 4, posiblemente el grupo de
de enterramientos, generalmente individuales, en servidores/as, incluye hombres y mujeres con un
urnas cerámicas, cistas de piedra, fosas o covachas, ítem de metal de la segunda categoría o vasos cerá-
siempre debajo o entre las casas y acompañados de micos (normalmente cuencos o bien recipientes ca-
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Mª Encarnación Sanahuja Yll ¿Armas o herramientas prehistóricas?

renados). La categoría 5 comprende hombres y mu- a necesitar el uso de las dos manos para su manejo.
jeres sin ajuar, quizás extranjeros/as, cautivas/os o Las espadas de corte solían llevarse como arma de-
esclavos/as. fensiva en el cinto o como arma secundaria, mien-
Gracias a dataciones de radiocarbono realizadas tras que las de golpe, más grandes, eran llevadas en
posteriormente pudieron matizarse las tres prime- el caballo principalmente, aunque también en el
ras categorías sociales (Castro et alii 1993-94), te- cinto (con no pocos problemas de movilidad).
niendo tuvo en cuenta también el sexo y la edad de El hacha, en cambio, es una herramienta cortante
los individuos a los que estaban asociados los ajua- o un arma. Según su enmangamiento y tamaño,
res. Las alabardas y las espadas cortas fechadas se puede emplearse para cortar o trabajar la madera.
concentran, por ahora, en un arco cronológico del Su función de arma en el periodo argárico podría
2100 al 1800 cal A.C., mientras que las dataciones ser sustituida por la de un útil eficaz para talar ár-
de las hachas y las espadas largas son posteriores bo les, precisamente en un momento en el que la
(Castro et alii 1993-94). explotación de los recursos forestales llega al má-
El hacha argárica es vista como un arma asociada ximo nivel de aprovechamiento de las materias le-
a hombres que no ocuparon el vértice de la pirámi- ñosas, coinciendo con el episodio de mayor de-
de social, ya que los varones de la categoría supe- manda de tierras agrícolas. Además conviene re-
rior estarían vinculados a las alabardas, sustituidas cordar que el final de la época argárica supuso un
más tarde, hacia el 1800, por espadas largas (Cas- aumento en la búsqueda de combustible y madera
tro et alii 1993-94: 91-97). Las alabardas se adscri- para la producción de artefactos muebles e inmue-
ben siempre a hombres de más de 35 años, mientras bles (Castro et alii 1999: 270).
que los escasos individuos que se asocian a la espa- El hecho de que el hacha no corresponda a un
da larga, se vinculan a adultos y subadultos. Las grupo de edad específico ha sido explicado como
hachas, más abundantes, se distribuyen en sepultu- una aparente democratización de segmentos más
ras de adultos, subadultos y niños desde un año de importantes de la población a expensas de un poder
edad a partir del 1800 (Castro et alii 1995: 94-96). económico restringido en su cúpula (Castro et alii
Sin embargo, así como alabardas y espadas pa- 1993-94: 97). De todas maneras, si las hachas fue-
recen tener un objetivo bélico claro, en el caso de ron armas ofensivas, la presencia de espadas largas
las hachas su función de arma no es tan evidente. para la primera categoría superior y de hachas para
Tanto la alabarda como la espada son consideradas la intermedia a partir del 1800 indicaría una clara
exclusivamente armas, puesto que se desconoce otra jerarquización social con una respectiva especiali-
posible función. La alabarda es definida como un zación entre la población masculina armada, jerar-
arma ofensiva, que consta de una cuchilla transver- quización no detectada en el periodo anterior. En el
sal, aguda de un lado y de figura de media luna por caso de que el hacha no fuera un arma, postura que
el otro, puesta al extremo de un asta larga. La for- yo defiendo, podría relacionarse con una función
ma y la medida son variadas, oscilando su altura económica que cobra importancia, desde la pers-
entre 200-225 cm. Durante muchos años fue el ar- pectiva real y la simbólica, a partir del 1800, mo-
ma principal de la infantería, aunque a partir del si- mento en que, como ya he mencionado, existe una
glo XV se substituyó por la pica y después por la enorme exigencia de tierras agrícolas.
bayoneta. A finales del siglo XVIII pasó a ser ex- El hecho de que las mujeres no tuvieran acceso
clusivamente un arma ceremonial. La alabarda per- a las armas especializadas (alabardas y espadas lar-
mite efectuar un combate preferentemente defensi- gas o cortas) las convierte en un colectivo que no
vo, al mantener al rival a una prudencial distancia puede o no quiere manejar los medios más eficaces
del usuario, pudiendo emplearse como arma empa- para la coerción fisica y/o psíquica. Sin embargo,
lante o incluso cortante. Por su parte, la espada se cabe resaltar la bisexualidad de los puñales/cuchi-
define como un arma blanca, larga, recta, aguda, y llos (Lull y Estévez 1986; Castro et alii 1993-94),
cortante, con guarnición y empuñadura. Es el arma que ocupan un arco cronológico amplio, entre el
por excelencia de la Edad Media, aunque sus orí- 2100 y 1640 cal. A.C. Los puñales de las primeras
genes se remontan probablemente a la Edad del fases suelen acompañar las alabardas en las tumbas
Bronce. Las espadas pueden diferenciarse en dos de hombres adultos y a los punzones en las feme-
grandes grupos: de corte y de golpe. Las de corte ninas. A partir del 1800, los puñales pueden apare-
son más cortas que las de golpe, que podían llegar cer solos, asociarse a las hachas en las tumbas mas-
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¿Armas o herramientas prehistóricas? Mª Encarnación Sanahuja Yll

culinas de cualquier edad o bien vincularse a pun- ser iguales o distintas, pero hombres y mujeres em-
zones en los enterramientos femeninos desde los 3 plearían un mismo medio de producción.
años hasta la vejez. Llegados a este punto, caemos Sin embargo, no debemos olvidar que la inmensa
en una paradoja. Si el puñal es un arma, algunas mayoría de las tumbas del mundo argárico carecen
mujeres, al menos las de las clases superior e inter- de ajuar. Con ello quiero señalar que las categorías
media, no están exentas de ella, en consecuencia, de ajuares y la jerarquización que aparece en ellos
ciertas mujeres estaban armadas. Si no lo es, debe- a partir del 1800 afecta únicamente a la organiza-
mos dejar de denominarlo arma en el caso de estar ción de la aristocracia propietaria, a los señores y
asociado a enterramientos masculinos y cuchillo señoras de los probables “oikos”, pero no a la in-
en los femeninos. mensa base social, que, en la mayoría de los casos,
Los punzones, al igual que los puñales, se cons- ni tan sólo recibiría sepultura. Las alabardas sólo
tatan a lo largo de toda la diacronía del mundo ar- están presentes, más o menos, en un 4% de las tum-
gárico y se asignan a las tumbas femeninas (Castro bas argáricas hasta hoy registradas, al igual que el
et alii 1993-94: 99-101). El punzón constituye un sumatorio de las espadas largas y cortas. Las ha-
elemento común que traspasa diferentes categorías chas representan aproximadamente el 10%, los pun-
sociales Por un lado, la estabilidad del punzón con- zones el 16%, los cuchillos/puñales el 32% y las
trasta con la sucesión masculina de alabarda prime- diademas el 1%. Si pudieran precisarse las cronolo-
ro y espada larga o hacha posteriormente. Por otra gías de las tumbas argáricas, sería posible estable-
parte, por encima de las disimetrías de riqueza, apa- cer el porcentaje de población armada antes del
rece una herramienta común en buena parte del co- 1800 (presencia de alabarda) o de espadas largas y
lectivo femenino argárico, probablemente una he- hachas (en el caso de que éstas hubiesen sido ar-
rramienta de trabajo vinculada a la producción de mas) después del 1800.
tejidos, lo que debería corroborarse también me- Además, también sería conveniente evidenciar
diante análisis de funcionalidad. En muchas socie- muertes causadas por la guerra, en especial entre
dades, el tejido y los textiles adquirieron una rele- los hombres argáricos, porque, de no ser así, ¿Siem-
vancia especial y resultaron piezas fundamentales pre vencían? ¿No eran nunca heridos? ¿Nadie mo-
de la economía y las relaciones sociales, al servir ría en el combate? ¿Sus poblados no eran saquea-
como productos de intercambio o indicadores de dos? ¿Qué ocurría con las mujeres y las criaturas?
categorías sociales, ya fueran de sexo, edad o ri- ¿Dónde se manifestaba la violencia muda del beli-
queza (Wright 1996). Posiblemente en el mundo cismo? ¿El mero hecho de portar armas investía a
argárico jugaron un papel importante, pero, por el ciertos hombres de poder coercitivo?¿Estaba el po-
momento, se ha trabajado poco sobre este tema. La der coercitivo tan desarrollado y tan sustentado por
dicotomía hacha/hombres y punzón/mujeres de la la ideología del terror que no resultaba necesario
categoría social intermedia podría indicar, en el ca- utilizar las armas? ¿Bajo qué premisas se instauró
so de que las hachas se utilizaran para la tala o el el terror? Son preguntas sencillas, que incluso da
trabajo de la madera, una división sexual del traba- reparo exponerlas, pero que están en la mente de
jo institucionalizada, no pragmática, mientras que muchos/as y que entre todos y todas deberíamos
las labores efectuadas con el cuchillo/puñal podrían empezar a responder.

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Mª Encarnación Sanahuja Yll ¿Armas o herramientas prehistóricas?

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Complutum, 2007, Vol. 18: **-** 40


Desde una propuesta arqueológica
feminista y materialista
Title
Subtitle

Trinidad ESCORIZA MATEU


Departamento de Historia, Geografía e Historia del Arte. Universidad de Almería.
Ctra. Sacramento, s/n. La Cañada de San Urbano. 04120 Almería
tescoriz@ual.es

Recibido: **-**-****
Aceptado: **-**-****

RESUMEN

Se propone una reflexión crítica sobre algunas aportaciones realizadas desde diferentes perspectivas femi-
nistas en el marco de la Arqueología. Igualmente revisamos diversos conceptos utilizados tales como:
Patriarcado, Identidad y “Desigualdad”. Finalmente, intentamos aportar argumentos para una sociolo-
gía histórica desde la arqueología que contemple las condiciones objetivas de la vida social.

PALABRAS CLAVE: Arqueología Feminista. Materialismo Histórico. Arqueología Social.

ABSTRACT

A critical reflection on some contributions carried out from different feminism perspectives relating to the
archaeology is proposed. Likewise we revise diverse concepts utilized such as: Patriarchy, Identity, and
Social Inequality. Finally, we contribute arguments for a historical sociology since the archaeology, in
relation to the objective conditions of the social life.

KEY WORDS: Feminist Archaeology. Historical Materialist. Social Archaeology.

SUMARIO 1. Introducción. 2. Las Arqueologías Feministas. 3. Patriarcado y Mujeres. 4. Trabajo feme-


nino. 5. Las identidades. 6. Desigualdad y diferencia femenina. 7. Idealismo y Arqueología Feminista.

Complutum, 2007, Vol. 18: **-** 41 ISSN: 1131-6993


Trinidad Escoriza Mateu Desde una propuesta arqueológica feminista y materialista

1. Introducción riza Mateu y Sanahuja Yll 2002, 2005; Escoriza


Mateu 2005a).
En este trabajo se pretenden abordar, desde una En otras ocasiones el esfuerzo se ha centrado en
reflexión crítica, algunos de los presupuestos esgri- reflexionar y reinterpretar, partiendo de perspecti-
midos en distintas aportaciones feministas en ar- vas muy diferentes, las distintas categorías y con-
queología, realizadas actualmente en el estado es- ceptos utilizados por la Arqueología Patriarcal. La
pañol. Dicha reflexión debe contemplarse en rela- fractura existente entre feminismo de la diferencia
ción a, y desde, nuestra propia propuesta de estudio, y feminismo de la igualdad también tiene sus ver-
arraigada tanto en las diversas aproximaciones fe- siones “arqueológicas” (Sanahuja Yll 2002; Esco-
ministas realizadas desde el Materialismo Históri- riza Mateu 2002a). Es decir, hemos intentado recu-
co, como desde perspectivas afines a la Teoría de perar y visivilizar al colectivo femenino, al tiempo
la Diferencia Sexual. Pensamos que solo con plan- que se ha insistido en la necesaria construcción de
teamientos de esta índole será posible realizar una nuevos enfoques para un estudio no sexista del pa-
verdadera Arqueología Social cuyo objetivo priori- sado; y, además, se han realizado diversos trabajos
tario debería ser acceder al conocimiento de las empíricos para ejemplificarlo. En definitiva, se han
condiciones objetivas de todos los colectivos so- investigado temas fundamentales en relación al co-
ciales y sexuales implicados en la producción y el lectivo femenino, aspectos generalmente eludidos
mantenimiento de la vida (Castro Martínez y Esco- y/o silenciados. Problemáticas no pensadas, ni sen-
riza Mateu 2005; 2006). tidas como propias, algunas de ellas incluso evita-
das por ser consideradas no prioritarias en el marco
de una disciplina que, aun hoy, sigue construyéndo-
2. Las Arqueologías Feministas se mayoritariamente con presupuestos procedentes
del pensamiento patriarcal dominante (Vila Mitja
Es innegable, que no quiere decir aceptable por 2002). También se ha hecho historiografia, quizás
la Arqueología Patriarcal, el camino andado en demasiada a estas alturas, sobre “lo dicho” y “he-
cuanto a los conocimientos y saberes adquiridos en cho” en relación a las mujeres del pasado y que pue-
relación a las mujeres del pasado. Esta situación es de conducir a engendrar un victimismo que la ma-
fruto de la insistente presencia, desde diferentes yoría de nosotras no sentimos en estos momentos.
frentes ideológicos y acciones políticas diversas, Sin embargo, no todas las perspectivas feminis-
de las corrientes feministas en el marco de la Ar- tas en arqueología comparten y parten de un mis-
queología. Así se ha afirmado, no solo que muchas mo lugar, ni tienen los mismos objetivos e intereses
de las interpretaciones generadas sobre el colectivo políticos, académicos y sociales. Esta circunstancia
femenino en las sociedades pasadas son ficticias, queda reflejada en la proliferación en los últimos
sino también que éstas ficciones apenas han nece- años de jornadas, cursos, reuniones y publicacio-
sitado de contrastación para su arraigo, a pesar de nes en relación, no solo a cuestiones de diversa ín-
la violencia y atropello que han supuesto para la dole, sino también con objetivos que claramente
mitad de la humanidad (Escoriza Mateu 2005b). las distancian entre si (Colomer et al. 1999; Gon-
También se ha manifestado la necesidad de de- zález Marcén 2000; Escoriza Mateu 2002b; Sevi-
sechar el presentismo en torno a unos supuestos llano San Jose et al. 2005; Sánchez Romero 2005).
“orígenes únicos”, sin retornos, no cambiantes, y Ahora bien, habría que señalar que algunas “inicia-
atender en cada situación histórica a las condicio- tivas” no deberían calificarse como surgidas desde
nes reales y a las trayectorias que cada grupo social el pensamiento feminista, sea cual sea su postura
y sexual ha seguido (Castro Martínez y Escoriza político-ideológica. Con esto último quiero indicar
Mateu 2005, 2006). De igual forma, algunas ar- la existencia de aportaciones que siguen retroali-
queólogas hemos hecho hincapié en que la sexua- mentándose desde presupuestos claramente pa-
ción del pasado es una cuestión crucial, y que exis- triarcales, aunque manifiesten una constante preo-
ten vías distintas y complementarias para poder rea- cupación, por “el tema” de las mujeres. De ahí que
lizarlo. Y, sobretodo, hemos insistido en que una pensemos que esta diversidad de aproximaciones,
propuesta materialista repensada desde el feminis- que en ocasiones resulta enriquecedora, en otras
mo de la diferencia no puede prescindir de la se- necesita de cierta reflexión.
xuación de los sujetos que pretende analizar (Esco-
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Desde una propuesta arqueológica feminista y materialista Trinidad Escoriza Mateu

3. Patriarcado y Mujeres mujeres pueden llegar a alcanzar (Escoriza Mateu


2005b). Pero, es más, este tipo de discursos se tor-
Los orígenes del Patriarcado, de la subordinación nan altamente peligrosos, pues tienden a anular
y explotación femenina, es un tema relativamente toda responsabilidad por parte de los opresores
abordado en nuestra disciplina desde distintos pre- (Bourdieu 2002). Así, el interés de la investigación
supuestos teóricos, metodológicos y empíricos He- se desplaza hacia el “descubrimiento” de los meca-
mos definido qué entendemos por Patriarcado, he- nismos psico-sociales que pudieron conducir a las
mos debatido sobre el “poder” masculino, sobre el mujeres a aceptar dicha situación, incentivando el
cómo y cuando de sus inicios y continuidad y, tam- acercamiento a los aspectos “cognitivos” de las so-
bién, nos hemos preguntado acerca del papel del ciedades del pasado. Consecuentemente, al alejarse
colectivo femenino en relación a estas circunstan- de la calidad material de la vida de las mujeres y de
cias (Argelés et al. 1991; Sanahuja Yll 2002; Esco- las condiciones de su trabajo, no es de extrañar,
riza Mateu 2002a; Querol 2004; Hernando 2005). que al final se termine por hacer valoraciones de
Sin embargo, creo necesario detenerme sobre algu- tipo moralista, obviando lo fundamental: solo un
nas cuestiones que no han sido tratadas de forma acercamiento a las condiciones materiales a través
adecuada. de la empírica del registro arqueológico nos con-
En primer lugar, señalar la existencia de una ten- ducirá en alguna dirección que permita explicarnos
dencia abiertamente manifestada, que tienden a cul- la historia del Patriarcado.
pabilizar y hacer responsables a las mujeres de la En segundo lugar, otro tema a señalar es la exis-
propia opresión padecida. Así se llega a afirmar, tencia de una “mala lectura” en relación a algunas
que el inicio del Patriarcado solo puede explicarse de las aportaciones realizadas desde presupuestos
gracias a la existencia de un mutuo acuerdo entre feministas y materialistas. Así, contrariamente a lo
mujeres y hombres; una especie de “comunión” en afirmado en ciertos lugares, fuimos algunas arqueó-
la que fueron las mujeres quienes contribuyeron a logas feministas y materialistas las que insistimos
establecerlo y a sustentarlo, manifestando de esta en la no universalización del Patriarcado como ins-
manera una “complicidad” con sus opresores, pues titución que subordina, explota y ejerce violencia
de alguna manera debió implicarles (a ellas) algún contra las mujeres (Sanahuja Yll 2002; Escoriza
beneficio. Ahora bien, esta especie de pacto, según Mateu 2002). De ahí que sugiriéramos la necesidad
algunas autoras, se llevaría a cabo en unas condi- de revisar y reelaborar bajo que premisas se ha
ciones en las que las mujeres eran libres de toda construido la historia de los grupos sociales del pa-
coerción y sin padecer ningún tipo de violencia, sado, así cómo las relaciones que supuestamente
represión y ni tan siquiera alienación. Desde esta acontecieron entre los sexos; proponiendo además
perspectiva simplista y “generalizadora” todas las varias vías complementarias para poder sexuar el
mujeres del pasado pasan a ser vistas como las pasado. De igual forma se reflexionó, no solo acer-
grandes “sostenedoras” y “transmisoras” de la ins- ca de lo que supone caer en la trampa de utilizar
titución del Patriarcado. modelos universales, sino también de a donde con-
Ante este tipo de propuesta, creo imprescindible duce barajar conceptos sin ningún anclaje material
señalar que una de las mayores muestras de insoli- en situaciones históricas concretas.
daridad femenina es no reconocer que, al margen Sin embargo, como ya se manifestó en otro lugar
del mayor o menor grado de participación/implica- nos resulta difícil aceptar que nada ha cambiado, a
ción en la consolidación y reproducción del Patriar- no ser desde la mirada que solo ve factible para el
cado, la mayoría de las mujeres no han contado con pasado la actual dinámica de relación existente en-
las herramientas suficientes para hacer frente al po- tre los sexos (Escoriza Mateu y Sanahuja Yll 2005).
der masculino. Fundamentalmente, porque no com- No queremos cerrarnos a la pretensión de que pu-
parten las mismas condiciones objetivas (en el tra- dieron existir formas de relación alternativas a las
bajo y en la participación en los beneficios de la actuales, aunque sabemos que tenemos que hallar
producción social), ni están inmersas en el mismo la materialidad a través de la cual poder explicitarlo
proceso de socialización (conocimientos, formación, de forma adecuada (Escoriza Mateu y Sanahuja Yll
cuidados recibidos, padecimientos sufridos…). De 2005). Además, tenemos el convencimiento de que
esta forma se olvida que la dominación es, en sí debemos evitar discursos de carácter esencialista
misma, un acto de conocimiento que no todas las que asumen la invariabilidad del devenir histórico
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y postulan como inmutables conceptos como el de píria del registro arqueológico lo sustente. Contra-
Patriarcado a lo largo del tiempo (Castro Martinez riamente se esboza un discurso acerca de la existen-
et al. 2005). Evitar esta circunstancia significa aten- cia de “pactos” entre mujeres y hombres, poniéndo-
der a las condiciones materiales de los diferentes los en relación con el reparto de las actividades eco-
colectivos sociales y sexuales. Es decir, abordar las nómicas a realizar en clave de complementariedad;
condiciones reales de la producción y de la repro- a pesar de que sea el colectivo femenino, el que rea-
ducción social, y éstas son siempre particulares y lice el mayor número de trabajos y sufra el consi-
están sujetas a contingencias históricas específicas. guiente deterioro físico, del que acaba beneficián-
De ahí que, cuanto menos, nos sorprendamos ante dose el colectivo masculino. De ahí que afirmemos
afirmaciones tales como que analizar las condicio- que existe una mirada “ideológica”, no realista, de
nes materiales de los grupos sociales del pasado ciertas actividades y del tiempo y circunstancias en
puede llevarnos a un lugar sin retorno ¿Qué anali- el que se realizan éstas, que suele ir en detrimento
zamos entonces? de las mujeres. Además, con este tipo de propues-
tas, se pretende emular un ideal de mundo feliz y sin
tensiones para determinados grupos sociales del pa-
4. Trabajo Femenino sado, algo de lo que carecemos en la actualidad, y
que puede incluso generar una cierta “añoranza” ha-
Pretendemos realizar una sociología histórica cia un pasado pretendidamente igualitario. No olvi-
desde la arqueología que contemple las condiciones demos que en las Ciencias Sociales, se han denomi-
objetivas de la vida social. De ahí que consideremos nado “igualitarias” aquellas sociedades en las que
la producción y el trabajo social como el punto de cualquier hombre adulto es capaz de conseguir un
partida imprescindible para valorar la realidad de determinado liderazgo gracias a sus capacidades
las mujeres y los hombres. Esta circunstancia supo- personales (Fried 1960), aunque también hace ya
ne avanzar hacia la construcción de una Arqueolo- tiempo que se ha apuntado que en muchas de ellas
gía Social cuyo objetivo prioritario es conocer en existía explotación en función del sexo (Meillas-
cada situación histórica, si los colectivos sexuales soux 1975).
y sociales mantienen relaciones simétricas o disi- Estamos ante perspectivas basadas en una visión
métricas, si prima la reciprocidad o si se impone la lineal de la historia y en las que se sigue planteando
explotación del trabajo (Castro Martínez et al. 2003; la errónea ecuación: “sociedades sin complejidad
Castro Martínez y Escoriza Mateu 2005). Insistir social/limitada división de funciones/ausencia de
además en otra cuestión, los sujetos sociales, las explotación económica”, y donde consecuentemen-
mujeres y los hombres, trabajamos en la medida en te el cambio no tiene sentido. Mujeres y hombres
que socializamos la materia y generamos vida so- parecen estar inmersos en un proceso de identifica-
cial en los objetos y en otros sujetos con los que nos ción y empatía mutua al tiempo que vinculados/as
relacionamos, en prácticas económicas o político- por una “unidad psíquica” que sustenta “las diferen-
ideológicas. Así, el trabajo en tanto que gasto de cias” que puedan surgir (explotación económica).
tiempo y energía en la producción material y en la Con este tipo de propuestas, no solo se niega la po-
reproducción social constituye la aportación que to- sibilidad de elección, sino que también se coarta la
do sujeto, toda mujer y todo hombre, realiza para la libertad de los individuos. Al final nos encontramos
continuidad de cualquier realidad social; pues sin el con un retrato demasiado conocido: mujeres con-
trabajo no existe la sociedad (Castro Martínez et al. tentas y felices porque se sienten útiles y seguras.
2003). Si olvidamos la fundamentación material del De todo ello se desprende una reflexión más: ha-
trabajo, la trivialización de la vida social solo puede blar de igualdad social e incluso de “identidad igua-
conducir a la frivolidad o al desencanto nihilista, si litaria” en relación a todo un colectivo social y/o
es que no se juega en el terreno de la, aún vigente, sexual resulta, cuanto menos, engañoso si no se
visión androcéntrica de la “lucha de sexos”. cuenta con un sólido anclaje en lo empírico.
En consecuencia, no deja de provocar perpleji- Otro tema, que vamos a abordar seguidamente,
dad el rechazo que entre algunos sectores de la Ar- está en relación con lo que en los últimos años con-
queología hecha por mujeres provoca plantear la figura una nueva línea de investigación centrada en
existencia de mecanismos de explotación económi- torno al concepto de “cotidianeidad”. Nace así la
ca hacia el colectivo femenino, aun cuando la em- denominada “Arqueología de la vida cotidiana” co-
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Desde una propuesta arqueológica feminista y materialista Trinidad Escoriza Mateu

mo un posible marco de acercamiento a las expe- se le socialice de forma adecuada.


riencias femeninas y a sus ámbitos de relación (fun- Creemos que un error fundamental de estos enfo-
damentalmente el doméstico). Además, a ese mundo ques radica en establecer una identificación casi ex-
“cotidiano-doméstico” se le asocia el “mantenimien- clusiva entre cotidiano y doméstico. Estamos de
to”, como actividad propia de un mundo esencial- acuerdo en que “lo cotidiano” por extensión signi-
mente femenino. El objetivo es evidente, visibilizar fica diario, frecuente, pero en cualquier lugar social,
algunas de las actividades realizadas por las muje- no solo en los espacios domésticos. Además, se sue-
res y que han pasado desapercibidas. Sin embargo, len contemplar los lugares de trabajo y consumo co-
al margen de la necesaria valoración social del tra- mo domésticos, y por extensión toda “vida cotidiana”
bajo femenino en las diferentes producciones de la se ve solo doméstica. A pesar de que es obvio que
vida social y en los distintos ámbitos sociales, en- “lo privado” en relación al trabajo femenino es ficti-
contramos serios problemas en esta aproximación cio, desde el momento en que la contribución a la
(Castro Martínez y Escoriza Mateu 2005). producción y mantenimiento de la vida por parte
En primer lugar, actividades de mantenimiento de las mujeres ha estado presente y está en las todos
y actividades domésticas no dan cuenta de una mis- los trabajos de producción de la vida social y en ám-
ma realidad. En segundo lugar, lo “cotidiano” no bitos sociales muy distintos. Así una consecuencia
solo lo constituyen las actividades de mantenimien- no real de estas propuestas es generar el siguiente
to, ya sean de sujetos o de objetos, sino toda aquella constructo encadenado: “espacio doméstico/activi-
actividad rutinaria, asociada a la reiteración de ta- dades de mantenimiento/vida cotidiana/mujeres”.
reas, en cualquier ámbito de trabajo o de consumo. Por último mencionar una realidad incuestiona-
Y por último, cocinar, procesar alimentos, tejer y/o ble, la mayoría de las mujeres trabajan tanto dentro
almacenar alimento no son actividades de manteni- de las unidades domésticas como fuera de ellas. La
miento, sino actividades económicas que pueden creencia de que las mujeres solo se encuentran in-
ser realizadas en ámbitos diferentes, domésticos o volucradas en los trabajos domésticos y, por exten-
no, y no necesariamente siempre por mujeres. Como sión de índole “familiar”, es una visión burguesa
ya se mencionó en otro lugar, la existencia de una que no se corresponde con la realidad material de
Producción de Mantenimiento de Objetos y de Su- las mujeres como colectivo. Significativamente, con
jetos puede dar cuenta de trabajos rutinarios a cargo este tipo de perspectiva se generan segmentaciones
de colectivos sociales sometidos y explotados, o no ficticias, que tienden a reproducir de nuevo el “tan
(Castro Martínez et al. 2003; Escoriza Mateu 2002). traído y llevado” debate público/privado. Estamos
E igualmente, puede afectar al ámbito doméstico y ante uno de los recursos más frecuentemente utili-
al trabajo femenino, tanto como a cualquier ámbito zados por las corrientes liberales: su práctica del
donde sean requeridas atenciones para mujeres y “arte de la separación”. No olvidemos que fue en
hombres, agentes de la vida social, o para la mate- los inicios de la modernidad cuando se profundizó
rialidad producida. en la separación entre el ámbito público y el privado,
Por otra parte, existe la presunción de que todas pues la nueva estructura político-económica mun-
la unidades domésticas del pasado son iguales a las dial fomentó la especialización de las actividades,
actuales, ya sea por la comparación que se establece de las instituciones y de los sexos (Hernández 1999).
con nuestro mundo capitalista, o bien con diferen- Finalmente mencionar un problema añadido, me
tes estudios etnográficos. Sin embargo, no todas las refiero a las formas de sexuación empleadas en re-
áreas de procesado de alimentos y cocina deben ser lación a las actividades económicas recuperadas, y
interpretadas necesariamente como espacios do- que generalmente presenta una muy frágil atadura.
mésticos o como espacios de relación de mujeres, Así un recurso muy extendido es apelar a algún caso
pues estaríamos haciendo una proyección presentis- etnográfico para afirmar, por ejemplo, que toda la
ta, o sea, simplemente mirándonos en el espejo. Con producción alfarera era de ámbito doméstico o que
esto queremos indicar que no hay formas de trabajo el trabajo alfarero era exclusivamente un trabajo fe-
universales, salvo la producción de nuevos indivi- menino (aunque siempre se olvida que otro ejemplo
duos, y solo en razón de los condicionamientos bio- etnográfico hubiera podido demostrar lo contrario).
lógicos de las mujeres. Por lo tanto, excepto la re- Este tipo de afirmaciones supone un alejamiento de
producción biológica, toda mujer o todo hombre la evidencia empírica y una presunción de univer-
puede realizar cualquier tipo de trabajo, siempre que sales en la división del trabajo social, cuya única
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Trinidad Escoriza Mateu Desde una propuesta arqueológica feminista y materialista

consecuencia es la reproducción de estereotipos na- contradictorias. Esto es debido a que, en la “cons-


turalizados sobre la realidad histórica del trabajo de trucción de las identidades”, ya se parte de un gru-
las mujeres. Aunque también existe la fórmula de po de individuos que se identifican y reafirman
“la no sexuación”, pero no por imperativos arqueo- constantemente en sus propias prácticas sociales y
lógicos, sino porque se proclama que no es priori- no en las de los/as otros/as. Posiblemente las iden-
tario “saber quien trabaja”. Otra modalidad es la que tidades constituyan una de las formas más explici-
insiste en que no es necesario “demostrar” que las tas de marginalización, puesto que llevan implícitas
mujeres realizaban ciertas actividades (pongamos el requisito de ser gestionables casi desde el mismo
por caso el cocinado de alimentos), puesto que to- momento de ser pensadas. Nombrar una identidad
dos y todas lo imaginamos. Sobran comentarios. es una declaración política.
La búsqueda de identidades en el marco de la ar-
queología prehistórica suele ir de la mano de pers-
5. Las Identidades pectivas afines a las corrientes postmodernistas.
Así, como sucede en el resto de las ciencias socia-
Podríamos decir que hay cierto consenso en les, esta irrupción ha supuesto desplazar el eje de las
cuanto a la consideración de la no existencia de una investigaciones sobre los movimientos sociales y
identidad femenina universal, trans-histórica y de la lucha de clases por estudios focalizados en cues-
tipo esencialísta. De ahí que se declare la no conve- tiones como la preocupación ecológica, los diferen-
niencia de interpretar a las mujeres del pasado a tra- tes estilos de vida, o el citado concepto de identidad
vés del prisma de las identidades del colectivo fe- (Anthias 1998). De esta manera la inquietud por las
menino en la actualidad. No obstante, algunos tra- cuestiones sociales globales desaparece y se centra
bajos han propuesto la viabilidad de un acercamien- en intereses particulares y, por lo tanto, parciales.
to a las diferentes formas de identidad de los grupos De ahí que algunas autoras manifiesten cierta pre-
sociales del pasado utilizando para ello presupues- ocupación al afirmar que: “la celebración indiscri-
tos de tipo reducciónista. De esta manera, tomando minada de las identidades y el baile de las diferen-
como marco de referencia, nuevamente, casos etno- cias corren el peligro de diluir el proyecto feminis-
gráficos actuales, se definen determinados modos ta” (Cobo 2002).
de identidad en el pasado. Así se propone la exis-
tencia de una identidad no propiciatoria del cambio
social y asimilable a grupos “escasamente especia- 6. Desigualdad y Diferencia Femenina
lizados” en el trabajo (cazadores-recolectores). Aun-
que también se habla de otro tipo de identidad, en Los orígenes de la desigualdad social y sexual
este caso, relacionada con grupos con una mayor han sido temas relativamente abordados desde las
especialización del trabajo, y receptores al cambio diferentes aproximaciones feministas. Sin embargo,
(agrícolas-ganaderos). pensamos que el concepto de desigualdad en sí mis-
Ante ello, en primer lugar, me gustaría señalar lo mo es calificable de ambiguo y puede enmascarar
complicado de abordar la identidad de los colecti- otras situaciones sociales muy distintas, a veces,
vos sociales y sexuales del pasado. Seguidamente no valoradas. Es decir, su utilización necesita de un
indicar que el mismo proceso de “construcción de anclaje material que le de sentido y lo haga expli-
identidades” (pasadas y/o presentes) se suele gene- cativo en relación a la vida social que aconteció.
rar desde una lógica particularista que niega y re- De ahí que creamos conveniente insistir en dos
prime la diferencia e incluso la propia experiencia. cuestiones fundamentales. En primer lugar, des-
La arqueología prehistórica está plena de ejemplos igualdad social y diferencia sexual no dan cuenta
al respecto de este modo de hacer, a partir de marca- de lo mismo (Castro Martínez, Escoriza Mateu y
dores que codifican y generan conjuntos de atribu- Sanahuja Yll 2003). En segundo lugar, la desigual-
tos que funcionan como un peligroso mecanismo dad social no tiene que ser leída exclusivamente en
de asimilación y/o exclusión en una idea constante clave de explotación entre mujeres y hombres, a no
de progreso-proceso como hemos visto con anterio- ser que se implementen mecanismos encaminados
ridad (Escoriza Mateu 2005a). Uno de los proble- a tal fin (Castro Martínez y Escoriza Mateu 2005).
mas principales radica en que “las identidades” no Finalmente señalar que la desigualdad entre muje-
son contempladas como múltiples e incluso como res y hombres no se da en función exclusivamente
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Desde una propuesta arqueológica feminista y materialista Trinidad Escoriza Mateu

de la existencia de una mayor o menor especializa- han olvidado lo más obvio: que solo mediante el
ción del trabajo, como a veces se afirma. análisis de las condiciones objetivas de los colecti-
Debería quedar claro, que la existencia de una di- vos sociales y sexuales es factible un acercamiento
ferencia biológica entre sexos y el reconocimiento a las sociedades del pasado. Contrariamente pare-
de la diferencia sexual, no tiene porque desembocar ce que ciertas propuestas necesitan de la muerte de
en situaciones de coerción, subordinación y explo- la razón al hallarse inmersas en una especie de “co-
tación entre mujeres y hombres, como generalmen- queteo empático”, que les lleva a reivindicar la in-
te sucede en nuestra sociedad actual. Mas bien tuición como método de conocimiento; de ahí que
habría que sugerir que es el Patriarcado quien legi- vean factible acceder a las vivencias, sentimientos
tima e institucionaliza una relación de dominación, y deseos de las mujeres y hombres del pasado. Es-
inscribiéndola en una supuesta naturaleza biológica tamos ante una de las características más destacadas
(Bourdieu 2000). Por lo tanto, la diferencia feme- de la postmodernidad, la vinculación incluyente.
nina en las sociedades patriarcales está política- En el caso de la arqueología se trata de generar un
mente construida, desde la óptica de la dominación proceso de autorreflexión a través de uno/a mismo/
masculina. Sólo desde la mirada del más burdo a en relación al pasado. De esta manera se fomenta
esencialismo puede admitirse el hecho de atribuir y, así se explicita, una investigación distinta que
las diferencias sociales y sexuales (históricamente debe ir más allá de los límites cronológicos e inclu-
construidas) a una causalidad universalista, como so epistemológicos. Sin lugar a dudas, estamos an-
en algunas ocasiones se sostiene. te aproximaciones que obvian la dinámica histórica
Finalmente insistir en que la diferencia femeni- de los fenómenos sociales globales. De ahí que los
na se imbrica en la esfera reproductora, puesto que sujetos sociales fragmentados, individualizados y
las mujeres producen los futuros sujetos sociales distanciados, aun abordados en el contexto de las
destinatarios del trabajo humano. Ahora bien, el prácticas sociales en las que se ven inmersos, no den
hecho de dar vida, esta primera división del trabajo cuenta del entramado social que aconteció. Así,
en función del sexo, no implica la explotación de problemáticas como la posible opresión y explota-
un colectivo sobre otro, ya que esta circunstancia ción del colectivo femenino son substituidas por
puede paliarse evitando la existencia de disimetrías narrativas parciales y sin ningún anclaje en lo em-
en el reparto de trabajos. Ha sido el patriarcado pírico que responden a la idea que el/la investiga-
quien ha procurado insistentemente ocultar la exis- dor/a tiene en su cabeza. En definitiva, hologramas
tencia de la diferencia sexual, tanto en lo material de supuestas “identidades” construidas en escena-
como en lo simbólico. Además, sabemos que la rios ficticios.
anulación de las diferencias conduce al modelo úni- Incluso en algunas ocasiones se llega a afirmar
co, al pensamiento único, a la economía global y a que los objetos pueden acercarnos a, las manos,
un sistema que afianza y profundiza en las disime- gestos y pensamientos de las mujeres y hombres del
trías sociales (Sedón 2002). pasado, y además se insiste en la necesidad de in-
centivar una arqueología que narre las vivencias hu-
manas concretas. De esta manera se olvida una pre-
7. Idealismo y Arqueología Feminista misa fundamental, y es que a través de los objetos
recuperados solo podemos acceder al contexto re-
Estamos de acuerdo con Rosa Cobo cuando lacional que los contiene y del que forman parte co-
afirma que, “ la postmodernidad no es una alianza mo materialidad social. Contrariamente nunca po-
beneficiosa para el feminismo porque no es un pen- dremos abordar su significado, pues este radica en
samiento crítico” (Cobo, 2002). Este discurso es el pensamiento, a todas luces, inaccesible desde cien-
aplicable a algunas de las aportaciones realizadas cias como la arqueología (Escoriza Mateu 2002).
desde nuestra disciplina, y en las que si bien se par- De lo contrario la arqueología corre el riesgo de
te del reconocimiento de la existencia de la diferen- quedar reducida a lo que pudo ser el viejo deseo
cia femenina, lamentablemente la propia lógica de postmoderno de “contar cuentos”. Y si es así, que
la postmodernidad las hace caer en una marcada se escriba literatura, algo nada condenable, si no es
ahistoicidad. con el engaño del ropaje académico y científico que
A mi juicio, las aproximaciones feministas en otorga una autoridad muy distinta a la que se conce-
arqueología, influenciadas por la postmodernidad, de a quienes se dedican a la creación de ficciones.
47 Complutum, 2007, Vol. 18: **-**
Trinidad Escoriza Mateu Desde una propuesta arqueológica feminista y materialista

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Complutum, 2007, Vol. 18: **-** 48


Bases para una nueva interpretación
sobre las mujeres en la Prehistoria
Title
Subtitle

Cristina MASVIDAL FERNÁNDEZ


Centro de Estudios del Patrimonio Arqueológico de la Prehistoria. Patronat Flor de Maig. Avda. Flor de Maig,
s/n. 08290 Cerdanyola del Vallés
Cristina.Masvidal@campus.uab.es

Recibido: **-**-****
Aceptado: **-**-****

RESUMEN

Las figurillas femeninas halladas en yacimientos paleolíticos y neolíticos europeos han sido la base para
muchas hipótesis sobre la condición de la mujer en la prehistoria. En un ensayo dirigido a avanzar más
allá de las propuestas existentes, el análisis de las figuritas desde un punto de vista femenino, en el que se
analiza especialmente el contexto doméstico y las relaciones espaciales de las figuritas con los demás res-
tos arqueológicos hallados, proporciona el fundamento para nuevos argumentos sobre las mujeres en la
prehistoria y sus relaciones sociales. En este caso, además, se van a proponer dos modelos claramente
diferenciados: el Paleolítico Superior Antiguo, representado por las figuritas gravetienses, y el Neolítico
de Grecia y los Balcanes, que en ambos casos rechazan la uniformidad de la interpretación de las figuri-
tas como representación de una diosa.

PALABRAS CLAVE: Figuras femeninas. Paleolítico Superior de Europa. Neolítico de Grecia y los Balcanes.

ABSTRACT

The feminine figurines found in Palaeolithic and Neolithic European sites have been the base for multiple
propositions about women’s condition in prehistory. In this essay I want to go further in this issue analy-
zing this group of figurines from a feminine point of view. I pay special attention to the domestic context
and to the spatial relationships of figurines with the others archaeological remains that will provide new
arguments about prehistoric women and their social relations. I propose two clearly differentiated models
- the Palaeolithic one, represented by the figurines of Gravetian and Magdalenian cultural periods, and
another one for the Neolithic groups in Greece and the Balkans - which stand against the uniformitarian
argument of interpreting the figurines as representations of a goddess.

KEY WORDS: Feminine figurines. European Palaeolithic. Greek and Balkanic Neolithic.

SUMARIO 1. Introducción. 2. La figura femenina del Paleolítico Superior. 3. Las figuras femeninas
del Neolítico de Grecia y los Balcanes.

Complutum, 2007, Vol. 18: **-** 49 ISSN: 1131-6993


Cristina Masvidal Fernández Bases para una nueva interpretación sobre las mujeres en la Prehistoria

1. Introducción a favor del cambio de perspectiva de análisis, iden-


tificando cómo y en qué contextos las mujeres fue-
Desde que empecé a estudiar la prehistoria, hace ron participantes activas en la sociedad. En el caso
muchos años, me llamaron la atención las figurillas de las representaciones femeninas esta tendencia
femeninas antiguas, cosa que le ocurre a mucha implica determinar en qué espacios, de qué forma
gente, pero mi oportunidad para dedicarles un tiem- y por quienes fueron hechas, usadas y depositadas
po llegó hace cinco años. Entonces pude participar las figuritas y cuales eran las preocupaciones y las
como asesora científica, junto a Marina Picazo y relaciones humanas que estaban tras su modelado
Elisenda Curiá, en una exposición del Museo de y su uso. Los estudios realizados hasta hoy mues-
Historia de la Ciudad de Barcelona titulada Diosas, tran como incluso en el caso de culturas relaciona-
Imágenes femeninas del Mediterráneo de la pre- das entre sí, se pueden obtener evidencias que la
historia al mundo romano, donde se exponían 129 presencia de figuritas femeninas en ningún caso
figuras femeninas. Las más antiguas, paleolíticas, permite proponer una pauta universal repetida, si-
eran ejemplares procedentes de Grimaldi; las más no un cuadro de gran diversidad cultural.
recientes, imágenes de diosas romanas. Nuestro tra- Además, aunque se haya dicho que no existen
bajo consistió en redactar los textos de la exposición suficientes datos para interpretar las figuritas en los
y del catálogo y supervisar y completar la informa- propios contextos, es posible marcar unas tenden-
ción de las figuras. Cuando estuvo terminado creo cias generales si se atiende al contexto doméstico
que las tres coincidimos en que nuestro trabajo ha- en el que muchas de ellas se hallan. Estas dos ideas
bía sido productivo por cuanto pudimos trabajar con son las que pretendemos resaltar en este artículo: el
las figuras pero en cierta medida frustrante ya que rechazo a la interpretación homogénea de las re-
no pudimos expresar todo aquello que nos sugerían, presentaciones femeninas y la importancia del con-
sino que tuvimos que atenernos a las ideas, digamos texto doméstico para su interpretación.
“tradicionales”, del comisario de la exposición. De
ahí surgió la idea de plasmar la información que te-
níamos acumulada y que no habíamos podido ex- 2. La figura femenina del Paleolítico Superior
poner ni en la exposición ni en el catálogo en un li-
bro que ha visto la luz recientemente. Las sociedades del Paleolítico Superior elabora-
Pero aun así, hay algunas ideas que, de momen- ron desde su aparición en Eurasia hasta práctica-
to, no me he visto capaz de reflejar ni en el libro ni mente su desaparición figuraciones humanas, antro-
tampoco en este artículo. Sin embargo, aquéllos y pomorfas y animales. Entre las figuraciones huma-
aquéllas que se interesan y escriben sobre este nas las femeninas son la mayoría. Sin embargo, du-
tema desde fuera del corsé universitario o científi- rante esos milenios cambiaron tanto la forma de re-
co, tienen muchos menos reparos en expresar y presentación como su contexto de uso y deposición.
afirmar ciertas hipótesis con las que podría estar, Actualmente se conocen más de un centenar de
en un momento determinado, de acuerdo (Posadas figuritas de la fase antigua del Paleolítico Superior.
y Corgeon 2004). La literatura podría ser una alter- La mayoría de ellas se fechan entre los 29.000 y los
nativa hasta tanto no nos atrevamos a romper defi- 23.000 años y se han hallado en una vasta zona que
nitivamente los esquemas a los que la ciencia ar- abarca desde el Pirineo hasta las planicies rusas.
queológica nos tiene sujetas o no sepamos crear el En general la figuración femenina más antigua
lenguaje adecuado para expresar las ideas que con- es exenta y de pequeño tamaño, pero existen altos
ciernen al pasado exclusivamente de mujeres. y bajorrelieves, grabados y pinturas; su estilo es na-
Me ahorraré aquí la explicación de cómo se ha turalista, aunque el grado de naturalismo es variable
tratado la figura femenina prehistórica desde la His- y hay algunas figuraciones abstractas. Son imáge-
toria y la Arqueología, así como las críticas femi- nes pasivas, el rostro y las extremidades apenas se
nistas contra el uso de universales, esencialismos, esbozan o acaban en punta o incluso pueden tener
arquetipos y estereotipos y a favor de la diversidad pedúnculos. Representan cuerpos de mujeres des-
cultural, y entraremos directamente a exponer cues- nudos, a menudo obesos, con ciertas partes anató-
tiones relativas a las figuras femeninas prehistóri- micas realzadas (senos, caderas, abdomen y mus-
cas, para acabar con una declaración de intenciones los). Los brazos y las manos se sitúan encima o de-
en la que fundamentalmente se intenta argumentar bajo de los senos. Las prendas que lucen son más
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Bases para una nueva interpretación sobre las mujeres en la Prehistoria Cristina Masvidal Fernández

bien ornamentales y en algunos casos se ha detec- y esquemáticas, de manera que se ha propuesto una
tado la presencia de ocre; los tocados y peinados tendencia general en el desarrollo del arte figurativo
están poco representados. Son pequeñas estatuillas que se traduce en la esquematización de las repre-
fabricadas con diferentes criterios: hay variaciones sentaciones femeninas.
en el tamaño, en la materia prima usada para su rea- Se conocen estatuillas sobre piedras diversas,
lización (marfil, hueso, piedra, loess), en las formas dientes de animales, asta de reno y marfil de ma-
de obtención de esa materia prima, en las técnicas mut. Además, aparecen ahora muchas representa-
de elaboración y, en algunos casos, en la elección ciones grabadas sobre hueso o sobre placas de pie-
de la materia prima según su uso posterior. Sin em- dra e incluso altos y bajorrelieves. Las representa-
bargo, es cierto que parece existir un canon de elabo- ciones femeninas rupestres grabadas o pintadas son
ración, tal como demostró Leroi-Gourhan (1965). mucho más abundantes.
Aunque existen verdaderos problemas para el Algunas figuritas tienen detalles de los rasgos fa-
análisis del contexto de la figuras, debido a que pro- ciales, cabellos y vestidos en el caso de las más rea-
ceden de excavaciones antiguas y poco rigurosas, listas. Sin embargo, para las representaciones más
hay algunos yacimientos bien documentados, so- estilizadas es difícil decir si las líneas de relleno
bretodo en Europa central y oriental. En general, con las que se adornan son, a su vez, representacio-
podemos afirmar que la mayoría de las figuraciones nes de vestimentas, tatuajes o simplemente son un
fueron halladas dentro de las viviendas o en zonas recurso estético.
de habitación dentro de cuevas o abrigos o, como Los datos son aun más escasos para el período
mínimo, en niveles de frecuentación, y jamás apa- magdaleniense por lo que se refiere al contexto de
recen en enterramientos. las figuritas, pero parece que continúa la vincula-
En los hábitats, se ubican casi siempre en zonas
periféricas del ámbito doméstico. Además, suelen
estar dispuestas en condiciones particulares: sobre
suelos pigmentados con ocre o escondidas en pe-
queños nichos o en fosas-depósitos cubiertas de
huesos animales. Nunca están alejadas de las zonas
de los hogares y, a veces, están dispuestas con una
clara orientación hacia ellos, o bien se hallaron
acompañadas de carbones o en medio de cenizas
(Figura 1). En Europa Oriental las figuritas halla-
das en hoyos pueden estar acompañadas de otras
figuritas y, sobre todo, de otros objetos de carácter
simbólico o de utensilios: medallones, agujas y es-
pátulas de hueso, láminas de hueso o de marfil de-
coradas, dientes perforados de zorro polar, huesos
de mamut en conexión anatómica, utensilios de sí-
lex, estatuillas de animales, etc.
En Dolní V*stonice se hallaron evidencias de que
las roturas observadas de algunas figuritas eran in-
tencionadas. En uno de los hornos del yacimiento
se hallaron centenares de fragmentos de figuritas,
resultado de hacerlas estallar por medio del fuego.
Lo mismo cabe decir para algunas figuritas calcá-
reas rusas, donde además en algunos casos fueron
colocadas intencionadamente cabeza abajo.
En la segunda fase del Paleolítico Superior, en
general dejan de ser representaciones de mujeres Figura 1.- Planta y secciones de un fondo de cabaña de
obesas o con los rasgos sexuales muy marcados pa- Gagarino. La posición de las figuritas está indicada me-
ra dar paso, al principio, a una imagen más realista, diante letras: A, B, C, D, E, F, G, H, I. (Fuente: Tarassov,
y más adelante a representaciones muy estilizadas 1979, fig. 27. En Abramova 1995: 80, fig. III.IV).
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Cristina Masvidal Fernández Bases para una nueva interpretación sobre las mujeres en la Prehistoria

ción con el hábitat, con el ámbito doméstico, pero embarazos, partos y amamantamiento. No son re-
de forma diferente al período antiguo. presentaciones estáticas y están en diversas postu-
Las interpretaciones sobre las figuritas paleolíti- ras. El tamaño es variable: 5-15 cm. La arcilla co-
cas han sido muy variadas (Gvozdover 1989; Mar- cida es el material más usado, pero se conocen
shack 1991; McDermott 1996) y en general tienden ejemplares de piedra, hueso y concha, y algunas
a la globalización de los datos, sin prestar atención combinan varios materiales. Pueden tener trata-
al hecho de que se da una evolución a lo largo del miento superficial: bruñido, incisión, engobe, relie-
Paleolítico tanto desde un punto de vista estilístico ves, perforaciones, pintura, grabado, incrustacio-
como contextual, desde las primeras figuritas del nes. Originalmente estaban vestidas y adornadas.
gravetiense hasta las del magdaleniense final. C. Desde los inicios del Neolítico, hacia el VII mi-
Gamble (2001) y H. Delporte (1993) vieron esta lenio a.C., en las islas y regiones litorales del Me-
diferencia, sin embargo no tuvieron en cuenta el diterráneo central y occidental las estatuillas fueron
contexto de las figuritas. numerosas en los asentamientos. Los poblados de
A pesar de todo, pues, hay suficientes datos como Grecia y los Balcanes se erigieron prioritariamente
para exponer unas tendencias en referencia a la fun- en las zonas más fértiles para la agricultura. Exis-
ción y el significado de las figuritas. La primera y tieron asentamientos de tipo tell y asentamientos
no por repetitiva debe darse por sentada es que la en llano. A partir del V y IV milenios a.C. se pro-
imagen humana predominante durante todo el duce una consolidación e intensificación del núme-
Paleolítico Superior es la femenina, pero esta ima- ro de asentamientos en muchas áreas del sudeste
gen no es homogénea. En segundo lugar, se da una europeo, así como una expansión del poblamiento
tendencia hacia la diversificación de soportes a lo hacia zonas secundarias y periféricas. Aparecieron
largo del Paleolítico Superior, desde las estatuillas en este momento los primeros poblados fortificados
en bulto redondo mayoritarias en el período antiguo en Grecia, a la vez que aumentó el tamaño de las
hasta la mayor diversificación al final de período. casas, su complejidad interna y los asentamientos
Esta diversificación de soportes va pareja a la di- se volvían cada vez más especializados.
versificación contextual y a la regionalización de Las comunidades neolíticas no eran autosufi-
las culturas del magdaleniense. Finalmente, el con- cientes en un sentido estricto. Los poblados no es-
texto de las figuritas tampoco es constante, sin em- taban aislados y una muestra de ello son los mate-
bargo nunca aparecen en contextos funerarios. En riales alógenos encontrados en el interior de las ca-
la fase antigua es en el contexto doméstico donde sas y enterramientos. Los intercambios están ates-
debe buscarse su significado: su vinculación con los tiguados por la circulación de productos y objetos
hogares, carbones y cenizas las asocia fuertemente de prestigio.
a las actividades de mantenimiento y quizás a ritua- El mundo de los muertos muestra una gran di-
les que acompañaban estas actividades, a juzgar por versidad en los primeros siglos, aunque cabe desta-
la presencia de ocre y roturas intencionadas. Parece car la no diferenciación espacial del mundo de los
que lo femenino era entendido de forma integrado- vivos y la pobreza de los ajuares: los cadáveres se
ra y ocupaba el espacio cotidiano por completo. En encuentran dentro de los asentamientos y, en al-
la fase reciente, este contexto se desdibuja aunque gunos poblados, debajo de los suelos de las casas,
su asociación con lo doméstico sigue estando pre- enterrados en fosas o en silos reaprovechados,
sente aunque menos visible y más codificado. algunas veces acompañados de algún objeto. Se
conocen, además, sepulturas secundarias y prácti-
cas de incineración. En el Neolítico Reciente (a
3. Las figuras femeninas del Neolítico de finales del VI milenio a.C.) hay constancia de dos
Grecia y los Balcanes necrópolis en Tesalia situadas de alguna manera
fuera del asentamiento, ambas con ritual cremato-
Durante el Neolítico muchas culturas mediterrá- rio. En la última fase del Neolítico se generalizan
neas fabricaron figuraciones femeninas. En el área las necrópolis, separándose espacialmente el ámbi-
griega y balcánica aparecen dos tipos de figuritas: to funerario del doméstico, a la vez que se diversi-
las naturalistas y las esquemáticas. Con el paso del fica el tratamiento de los cadáveres y los ajuares
tiempo la variedad incrementa. Algunos ejemplares adquirieren un papel importante para la distinción
están claramente relacionados con la reproducción: social.
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Bases para una nueva interpretación sobre las mujeres en la Prehistoria Cristina Masvidal Fernández

Sin embargo, durante la mayor parte del perío- bólicos (figuritas, miniaturas), de tejidos, lugar de
do, tanto los enterramientos como las casas no re- transformación, preparación e ingestión de alimen-
flejan, en general, un tratamiento social diferencia- tos y almacenaje, etc.
do. Es probable que los grupos neolíticos se repar- Las figuritas femeninas neolíticas se han halla-
tieran el trabajo en base a los criterios de sexo y a do fundamentalmente dentro de las casas, junto a
la edad. En cambio, a finales del Neolítico, en el V los hogares, o muy cerca de éstos, y también en fo-
milenio a.C., la variabilidad en los ajuares que sas de deposición, junto con otros restos desecha-
acompañaban a los enterramientos indican que dos, es decir, en ámbitos domésticos o zonas estre-
existían diferencias en el acceso a los recursos y chamente relacionadas con él. Las figuritas feme-
que éstas se manifiestan a través de la riqueza de ninas halladas dentro de las casas estaban acompa-
las ofrendas funerarias. ñadas, en la mayor parte de los casos, por otros ob-
El estilo de vida característico del Neolítico fue jetos en miniatura: vasos de cerámica, modelos de
progresivamente imponiéndose durante un período casas con o sin techo y suelo, de hornos y de mobi-
de unos tres mil años, al tiempo que se incrementa- liario (taburetes, mesas...).
ba poco a poco la complejidad social de las comu- Estos objetos se distribuyen dentro de las casas
nidades campesinas del sudeste europeo hasta que, de una manera concreta: las figuritas femeninas
a finales del período, con la introducción de los suelen estar relacionadas con las actividades que se
metales, florecieron sociedades jerarquizadas. hacían en torno a los hornos como, por ejemplo, el
El Neolítico representa la centralización de la moldeado de vasijas cerámicas, la talla de instru-
sociedad en torno al ámbito doméstico, cuyo punto mentos o la fabricación de molinos. Todo ello, jun-
de referencia física y simbólica fueron, sin lugar a to con los restos culinarios que también suelen es-
dudas, las casas. En la región que nos interesa, eran tar presentes, indican que en esta zona de la casa,
construcciones sencillas, generalmente de planta casi siempre en el fondo de la misma, era el foco
cuadrada o rectangular, agrupadas en poblados. de la actividad y la producción doméstica.
Eran edificios independientes, de unos seis metros Los datos de que se dispone indican que la pro-
de ancho y de seis a veinte metros de largo. A par- ducción de las propias figuritas también era de tipo
tir del V milenio a.C. las casas se hacen más com- doméstico: se han hallado ejemplares de arcilla a
plejas: aumenta su tamaño y su diferenciación in- medio hacer dentro de algunas de las casas de cier-
terna. Los materiales de construcción eran funda- tos asentamientos. En un caso excepcional se pudo
mentalmente la arcilla y los elementos vegetales. determinar la existencia de un taller de figuritas y
En algunos lugares de Grecia se usó el ladrillo cru- de cerámica decorada en una casa. Además, el ha-
do o adobe para los alzados, siguiendo el modelo llazgo de granos de cereales en la composición de
de Oriente Próximo. Los suelos estaban hechos con algunas figuritas de mujeres indica que su produc-
una fina capa de arcilla. Los modelos de casas su- ción quizá estuviera asociada con las áreas de pre-
gieren que tenían puertas, ventanas, agujeros para paración de los alimentos o las zonas de almacén
el humo y decoración plástica en los muros. Podían de grano, y con las personas asociadas a estas acti-
tener dos pisos. Esas maquetas también confirman vidades.
lo que se ha visto mediante la arqueología: las ca- Existen además otras evidencias que relacionan
sas se pintaban por dentro y por fuera. entre sí a este conjunto de objetos que suelen en-
La tierra, tanto cruda como cocida, se usaba ade- contrarse en contextos domésticos. Se trata, en pri-
más para fabricar todo tipo de objetos domésticos: mer lugar, de signos o marcas, que parecen corres-
vasos de cocina y de almacenamiento, pesas para ponder a un corpus regularizado, que se imprimían
telares, fusayolas y medidores, etc.; y, también, pa- en los objetos de arcilla previamente a su cocción
ra estructuras de mantenimiento y mobiliario como (se han hallado en figurillas, fusayolas, miniaturas
silos, hornos, banquetas, taburetes, cajas, tabiques y vasos de cerámica). Y, en segundo lugar, la serie
y mesas. Este hecho ha llevado a la investigadora de motivos decorativos documentados en la región
serbia Stevanovic (1997) a bautizar acertadamente vincula claramente los vasos de cerámica y las ca-
este período como la edad de la arcilla. sas. Se refuerza, de este modo, la asociación espa-
La casa, pues, era el centro de la actividad hu- cial y simbólica de los vasos y las figurillas con el
mana y su funcionalidad era múltiple: cobijo, taller ámbito doméstico y, en concreto, con la zona en
de manufactura de instrumentos y de objetos sim- torno al horno. En cambio, hay que destacar la au-
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Cristina Masvidal Fernández Bases para una nueva interpretación sobre las mujeres en la Prehistoria

sencia de elementos de decoración en las figuritas decir que la tierra fue fértil y les favoreció. Por
masculinas. tanto, su presencia, además de legitimar el derecho
A partir del IV milenio a.C. las figuritas dejan al usufructo de la tierra podría estar favoreciendo a
de estar presentes en las casas y aparecen, en cam- la continuidad de la fertilidad de la tierra, a través
bio, en los enterramientos. Se registra, pues, un de rituales de invocación donde intervinieran las
cambio trascendental de contexto, del ámbito do- figuritas. Por otro lado, habiendo más figuritas fe-
méstico al funerario. meninas que masculinas es posible argumentar que
Igual como en el caso de las figuras paleolíticas, los derechos sobre esas tierras se transmitían por
las interpretaciones sobre el significado y la fun- vía materna.
ción de las figuritas femeninas neolíticas son varia- Durante gran parte del Neolítico las sepulturas
das, siendo las más destacables las de Ucko (1968), estuvieron vinculadas a los asentamientos y poco a
Gimbutas (1996), Hodder (1990), Biehl (1996), poco se fueron separando de ellos. Es decir, al prin-
Marangou (1996), Bailey (1996), Tringham y Con- cipio existía la clara voluntad de que los ancestros
key (1998) y Parker Pearson (2000). estuvieran muy cerca de los descendientes vivos.
Creo importante partir de la consideración que La presencia pues de los detentores primigenios
tuvo la tierra durante el Neolítico. Con la introduc- del usufructo de la tierra en el mismo lugar duran-
ción del sistema económico productivo segura- te generaciones refuerza claramente la voluntad de
mente fue parejo el sentido de posesión de la tierra, legitimación del derecho.
el sustento básico de las comunidades neolíticas. Si El uso constante de la tierra, la arcilla, para la
fue importante tener la posesión de la tierra para elaboración de todo tipo de objetos, tanto funcio-
asegurar la subsistencia había que encontrar la for- nales como simbólicos, incluidas las casas, con-
ma de legitimar ese derecho y hacerlo público ante vierte a este material en omnipresente, contenedor
la tentativa de establecimiento por parte de otras y contenido de vida en el mundo Neolítico. Para-
comunidades. Esa necesidad de legitimación po- fraseando a Parker Pearson la arcilla podría repre-
dría haberse canalizado a través de diversas estra- sentar una rica metáfora del ciclo de la vida y la
tegias: las figuritas, los enterramientos, el uso de la muerte.
tierra como materia prima para todo tipo de obje- Por último, el conjunto de casas que formaban
tos y la quema intencionada de casas registrada en los poblados tendría una función similar a la suge-
algunos poblados balcánicos. rida para los megalitos: su presencia se haría visual-
Las figuritas actuarían como símbolos de esa es- mente ineludible y por tanto reforzaría la justifica-
trategia a dos niveles: primero, como metáfora de ción de los derechos sobre la tierra. En este senti-
la fertilidad y, por tanto, se asociarían a la fecundi- do, la quema intencionada de las casas, documen-
dad de la tierra. Segundo, si aceptamos que son re- tada en varios yacimientos, probablemente después
presentaciones de ancestros, estarían haciendo de la muerte de alguno de los miembros de la unidad
“presentes” a los legítimos poseedores de la tierra doméstica convertiría en indestructible la presencia
puesto que fueron los que llegaron primero, se asen- de aquella unidad, de aquel linaje, en el poblado y,
taron y trabajaron la tierra. Si sobrevivieron, y lo por tanto, consolidaría el derecho de usufructo de
hicieron puesto que tuvieron descendencia, quiere la tierra de los descendientes que quedaran.

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Bases para una nueva interpretación sobre las mujeres en la Prehistoria Cristina Masvidal Fernández

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NOTA
1. La bibliografía existente sobre las figuritas femeninas paleolíticas y neolíticas es muy abundante. Aquí se anotan solamen-
te algunas referencias. Para más detalle ver Masvidal y Picazo (2005).

55 Complutum, 2007, Vol. 18: **-**


Mujer y espacio sagrado:
Haciendo visibles a las mujeres en los lugares de
culto de época ibérica
Title
Subtitle

Lourdes PRADOS TORREIRA


Departamento de Prehistoria y Arqueología. Universidad Autónoma de Madrid.
Lourdes.prados@uam.es

Recibido: **-**-****
Aceptado: **-**-****

RESUMEN

Desde el campo de la religiosidad de época ibérica y partiendo del concepto de arqueología del género,
intento una aproximación al espacio de la mujer y al papel que pudo desempeñar en las diferentes cere-
monias religiosas. Me centro en el caso de los santuarios para plantear si es posible hacer visible a la
mujer en estos lugares sagrados.

PALABRAS CLAVE: Arqueología del género. Mujer .Religión. Santuarios. Arqueología Ibérica. Iconografía.

ABSTRACT

Woman and sacred space. Making women visible in sacred sanctuaries in Iberian Culture. From the gen-
der archaeology and religious and ritual focus during the Iberian Culture (6th-1st Centuries BC), I present
an approach to the woman’s role and its meaning in the different ritual ceremonies. I propose several stu-
dies cases on Iberian sanctuaries where it would be possible to analyze the woman’s role.

KEY WORDS: Gender Archaeology. Woman. Religion. Sanctuaries. Iberian Archaeology. Iconography.

SUMARIO 1. Introducción: Declaración de intenciones. 2. La participación de las mujeres en los san-


tuarios. 3. Reflexiones finales.

Complutum, 2007, Vol. 18: **-** 57 ISSN: 1131-6993


Lourdes Prados Torreira Mujer y espacio sagrado

1. Introducción: Declaración de intenciones tura de un grupo gentilicio clientelar, y que la mu-


jer allí enterrada estaría emparentada con el aristó-
Si uno de los tres objetivos fundamentales de la crata local, cuyos restos son cremados y deposita-
arqueología del género es el estudio de las relacio- dos un tiempo después en la cercana tumba 176,
nes de género en el pasado, resulta obligado para que ordena a partir de ese momento el espacio de
su análisis, que las mujeres se conviertan en obje- la necrópolis. Por esta razón plantean que la mujer
to de conocimiento de la etapa histórica que se de- de la cámara 155 podría ser la madre del varón de
sea estudiar y, en definitiva, que seamos capaces de la tumba núm. 176 (Ruiz, Rísquez y Hornos 1992;
hacer visibles también a las mujeres a través de la Rísquez y Hornos 2005). Otras teorías apuntan a la
arqueología (Gilchrist 1994; 1999; Moore y Scout posibilidad de que se tratase de un personaje de
1997; Sørensen 2000). enorme importancia para su comunidad, con atri-
Como es sabido, existen diversas aproximacio- buciones, por ejemplo, religiosas (Chapa y Madri-
nes teóricas relacionadas tanto con la cuestión de gal 1997). Otra posibilidad sería considerar que el
cómo podemos aproximarnos a las relaciones de personaje femenino allí enterrado, dentro de la es-
género a partir únicamente del registro arqueológi- tructura gentilicia, tuvo un peso ideológico impor-
co, como también la cuestión de ¿qué género o tante y que, por ello, su escultura-retrato se divini-
relaciones de género estamos buscando?. Pero en za, como indica el trono alado o el pichón en la ma-
principio, podemos considerar que todos los datos no (Izquierdo y Prados 2005). Es probable, como
arqueológicos en su conjunto nos permiten directa se ha señalado en otras ocasiones, que no todos los
o indirectamente vislumbrar algunos aspectos de enterramientos con ajuar de armas, sean masculi-
las relaciones de género (Sánchez Liranzo 2001), nos, ya que el armamento también, puede indicar
otra cuestión es que sepamos interpretarlos. Exis- otro tipo de pertenencia, linajes, etnias, etc. (Ar-
ten, por tanto, diversos campos de interés para el nold 1991; Lucy 1997; Díaz-Andreu 2005). Como
desarrollo de la arqueología del género: los contex- vemos, son muchos los aspectos, que desde el re-
tos funerarios, los espacios de hábitat y vida coti- gistro funerario, permiten una aproximación al es-
diana, los religiosos… tudio de las relaciones de género (Arnold y Wicker
En general, desde los planteamientos de la ar- 2001; Wicker y Arnold 1999).
queología tradicional se ha mostrado un interés en En cuanto al campo del registro arqueológico de
sexuar los restos funerarios excavados. En primer los espacios de la vida cotidiana, a él pertenecen la
lugar, a través de los estudios osteológicos y pale- mayor parte de los objetos que hallamos en las ex-
opatológicos, campo en el que en los últimos años cavaciones. El estudio de estos espacios, como nos
se está dando un gran avance en la prehistoria y ar- recuerda Sánchez Romero (e. p.), es aún difícil de
queología peninsular. No obstante, en la mayoría acometer en términos de investigación de género,
de los casos el sexo de los individuos sigue deter- aunque en los últimos años se han desarrollado di-
minándose, exclusivamente, en función de los ferentes estudios referidos a este campo (Picazo
ajuares. En el caso concreto de la Cultura Ibérica, 1997; Victor 1999; Escoriza y Sanahuja 2005; Gon-
es sorprendente señalar qué ocurre cuando los res- zález y Picazo 2005; Hernando 2001, 2005; Curiá
tos paleoantropológicos, no encajan con la idea y Masvidal 1998; Tringham 1999; Sánchez Rome-
preconcebida. Contamos con un ejemplo muy co- ro 2002; Castro et al. 2002; Montón 2005). En con-
nocido, nos referimos a la interesante tumba de La creto, resultan muy interesantes los trabajos centra-
Dama de Baza (Presedo 1982). En ella encontramos dos en las tareas de mantenimiento, entendiendo
una imagen femenina convertida en urna funeraria, por tales el conjunto de actividades relativas al
que contiene los restos de cremación de un indivi- mantenimiento y cuidado de cada uno de los miem-
duo cuyos análisis han determinado —no sin cier- bros de una comunidad, así como las prácticas re-
ta polémica— que se trata de una mujer. Además lacionadas con el reemplazo generacional, que in-
de otras ofrendas funerarias, presentaba conjuntos cluyen elementos de producción y de relación (Pi-
completos de armas. El sentido jerárquico y distin- cazo 1997; Montón 2000).
tivo de la rica tumba de Baza muestra la importan- Otra de las posibles vías de análisis para el esta-
cia otorgada al enterramiento de esta mujer. El equi- blecimiento de las relaciones de género, se centra
po de la Universidad de Jaén ha propuesto que este en el estudio de los contextos religiosos, que es la
enterramiento debe entenderse dentro de la estruc- que vamos a tratar de reflejar en este artículo.
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Mujer y espacio sagrado Lourdes Prados Torreira

Desde el campo de la religiosidad ibérica, por aunque también puede tratarse de una divinidad
tanto, voy a intentar una aproximación al espacio masculina o incluso una pareja. La única certeza
de la mujer y al papel que pudo desempeñar en las clara sería la aparición de imágenes de culto, dedi-
diferentes ceremonias rituales. Pero antes de seguir catorias, etc. Los aspectos relacionados con la fer-
adelante, hay que dejar claro, que cuando habla- tilidad abarcan un amplio campo, dado que la ne-
mos de la mujer en la prehistoria o el mundo anti- cesidad de solicitar ese aspecto de la divinidad no
guo, en general, tenemos que especificar de qué es exclusivo, como es evidente, del ámbito femeni-
mujer estamos hablando, ya que al entender el gé- no, puede ser masculino o femenino, animal, agra-
nero como una construcción histórica y cultural, rio, etc. En ese sentido es lógico que, junto a otro
las relaciones de género variarán según los grupos tipo de rituales y celebraciones, contemplemos la
sociales, de edad, etc. En el caso concreto del mun- posibilidad de que se llevaran a cabo determinados
do ibérico, es evidente que las imágenes, en gene- ritos de iniciación vinculados al matrimonio y a la
ral, están al servicio de los grupos aristocráticos procreación, en los que se representarían ambos
que establecen una relación de dominio a través del géneros, pero también otros más específicos de mu-
territorio. De este modo, y de manera no uniforme jeres, como la gestación, la presentación de niños
a lo largo de los siglos, se expresa y manifiesta ese recién nacidos, las representaciones de órganos se-
poder a través del paisaje funerario (Pozo Moro y xuales femeninos, las figuraciones curotróficas, etc.
Los Villares, Albacete); o mediante monumentos 2- También podríamos hablar de santuarios fre-
de fuerte contenido simbólico (Porcuna, El Pajari- cuentados por mujeres, cuando las ofrendas sean
llo, Jaén), o incluso a través de la representación exclusivas, o casi exclusivas del ámbito femenino.
ciudadana (cerámica de S. Miquel de Lliria). Por Por ejemplo, si analizamos el total de ofrendas de
consiguiente, la mayoría de las imágenes en la cul- un santuario y llegamos a la conclusión que en la
tura ibérica, tanto de hombres como de mujeres, re- mayoría de los exvotos se representan mujeres, o
presenta a los grupos aristocráticos. Sin embargo, los objetos que encontramos suelen vincularse al
en los santuarios ibéricos, nos encontramos con que mundo femenino, como por ejemplo, ciertos reci-
junto a estas representaciones, el registro arqueoló- pientes cerámicos, contenedores de perfumes, caji-
gico permite también hacer visibles a grupos mu- tas, joyas, adornos, —tan bien estudiados en el
cho más amplios de la sociedad y entre ellos desta- mundo griego— o agujas, fusayolas y otros ele-
ca de una manera cada vez más clara, la presencia mentos relacionados con labores del hilado y el
y participación en el culto, en los rituales, y en la tejido…
deposición de ofrendas, de mujeres de diversa con- 3- Por último, cuando existan indicios de la po-
dición social. sible participación de mujeres en la organización
del ritual, ya sea a través de un sacerdocio femeni-
no, o cuando el tipo de ritual sea claramente feme-
2. La participación de las mujeres nino.
en los santuarios
2.1. Divinidades femeninas
Desde el ámbito de la religiosidad ibérica, voy a
intentar, por tanto, una aproximación al espacio de Si empezamos por indagar las posibles imáge-
la mujer y al papel que pudo desempeñar en las di- nes de divinidades, nos encontraríamos con que re-
ferentes ceremonias religiosas. Voy a centrarme en sulta muy difícil plantear incluso la posibilidad de
el caso de los santuarios para plantear si es posible su existencia en los santuarios. Contamos con la
hacer visible a la mujer en estos espacios sagrados. imagen más expresiva de una divinidad en La Se-
De forma genérica, podríamos preguntarnos rreta de Alcoy, donde vemos a una diosa nutricia, a
¿Cuándo podemos hablar de santuarios frecuenta- la que le falta la cabeza, amamantando a dos bebés,
dos por mujeres? acompañada de músicos, niños y aves, símbolo ca-
1- En primer lugar, cuando pueda deducirse que racterístico de la divinidad femenina vinculada a la
la Divinidad adorada era una divinidad con atribu- fertilidad. No conocemos su procedencia exacta,
ciones o prerrogativas relacionadas con aspectos aunque posiblemente apareció en una capilla do-
vinculados a la fortuna y fertilidad y que suele méstica o edificio singular (Moltó 2000: 21; Pérez
coincidir, en general, con una divinidad femenina, Ballester y Gómez-Bellard 2005).
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Lourdes Prados Torreira Mujer y espacio sagrado

También contamos con una dedicatoria ya tardía ma de Baza que lleva un pequeño pájaro en la ma-
a la Dea Caelestis en un exvoto procedente del no, quizá como símbolo de inmortalidad, o la ya
santuario de Torreparedones (Córdoba), y que con- mencionada divinidad de La Serreta de Alcoy. En-
tribuye a entender la divinidad a la que estaría de- tre los exvotos en bronce encontramos tanto ofe-
dicado este santuario, de raíces claramente púnicas, rentes desnudas como vestidas con un ave en la
y donde todos los exvotos ofrecidos en el mismo mano (Prados 1992). Del mismo modo, hallamos
representan mujeres (Cunliffe y Fernández-Castro vasos plásticos en forma de ave depositados en las
1999: 100-106; Fernández-Castro y Cunliffe 2002). tumbas, posiblemente como símbolo de esa divini-
Por último, no quería dejar de mencionar, aunque dad femenina.
procedente de un monumento funerario como Pozo Hemos mencionado la existencia de santuarios
Moro, la representación de la unión sexual entre un donde la presencia de exvotos femeninos es mayo-
mortal y una diosa en un templo, según la interpre- ritaria, como en el caso de Castellar, pero también
tación de Ricardo Olmos (Olmos 1996). cabe destacar otros santuarios, como el de Torrepa-
Vemos que, en definitiva, las tres imágenes ex- redones (Córdoba), donde el total de los exvotos
presan una idea muy próxima de esa divinidad fe- ofrecidos, representa mujeres. En este último caso,
menina y sus atribuciones. No podemos entrar, por tenemos alguna figura que claramente indica una
la amplitud del tema, en el campo de las represen- mujer gestante. Otros exvotos que conectan direc-
taciones de las divinidades femeninas en la cerámi- tamente con esta idea de petición de maternidad
ca de Levante, con atribuciones y advocación pró- saludable, son las representaciones de niños recién
ximas a Tanit, y en cuya interpretación ha trabajado nacidos localizados en el santuario de Collado de
en los últimos años Trinidad Tortosa (1996, 2004). los Jardines, en Despeñaperros. Esta tradición en-
tronca con la que encontramos también en los san-
2.2. Ofrendas relacionadas tuarios suritálicos, donde hallamos este tipo de ex-
con la presencia femenina votos realizados, sobre todo, en terracota. Y esto
nos lleva a plantear la posibilidad de que, al igual
En publicaciones anteriores comentamos la po- que constatamos en otros santuarios mediterráneos,
sible existencia de ritos de iniciación relacionados también en los ibéricos pudieran existir exvotos
con el matrimonio y la procreación y la pertenen- que representen órganos típicamente femeninos,
cia a un grupo aristocrático. En el caso de los hom- como úteros. ¿Existe este tipo de ofrendas en los
bres se mostraría a través de la presentación de sus santuarios peninsulares?
armas y en el de las mujeres mediante la ostenta-
ción pública de la dote con la representación de jo- 2.2.1. Los exvotos anatómicos y su significación
yas, ricos vestidos y mantos, que nos evocaría a las Quiero extenderme en este punto, porque hace
novias o jóvenes casaderas, en distintas culturas, años estudié los exvotos anatómicos que aparecían
destacando la importancia económica de la misma principalmente en el santuario de Collado de los
(Prados 1996, 1997). Jardines, pero también en otros santuarios ibéricos
A través de las imágenes de las oferentes podría- como Torreparedones y llegaba a la conclusión que
mos intentar resaltar si existen ofrendas específica- estos lugares de culto tenían que ver con la difu-
mente femeninas o más utilizadas por éstas. Sabe- sión de los santuarios salutíferos, vinculados sobre
mos que en el Cerro de los Santos, la ofrenda más todo a Asklepios, a partir del s. IV a.C. en el Medi-
frecuente es el vaso en forma de cáliz, que ofrecen terráneo y con la llegada también a la Península, de
tanto hombres como mujeres, y también ambos co- este culto específico en un momento más tardío
mo pareja (Izquierdo 2003). En otros santuarios (Prados 1991). Entre los exvotos anatómicos, junto
existen ofertas más diversas, como panes o frutos a piernas, brazos, ojos y dentaduras, había algunas
que también pueden ofrecer los hombres, aunque representaciones de falos y otros, que en su mo-
es mucho más frecuente que sean las mujeres las mento no me atreví a interpretar. Hoy, sin embar-
oferentes. Tenemos, en cambio, un tipo de ofrenda go, pienso que al igual que ocurre en los santuarios
que sólo la realizan las mujeres: las aves, posible- griegos y sobre todo itálicos, la presencia de exvo-
mente por su relación con el símbolo de la divini- tos que representan órganos femeninos, como los
dad femenina (Prados e.p.). Podemos mencionar el úteros, es también una realidad en la religiosidad
timaterio de la Quéjola (Albacete); o la propia Da- ibérica.
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Mujer y espacio sagrado Lourdes Prados Torreira

Si establecemos una comparación con el mundo mente costosas y, por tanto, tendríamos un ejemplo
suritálico, veremos que entre los exvotos más fre- de visibilidad de un segmento de la población que
cuentes en estos santuarios, se encuentran las re- no se refleja a través de la escultura en piedra ni, en
presentaciones de pechos, las vaginas, y, sobre to- general, a través de sus enterramientos.
do, la enorme representación de úteros. En el caso
de los órganos reproductores, se plantea la posibi- 2.2.2. Indagar las atribuciones de la divinidad
lidad de que puedan ofrecerse también debido a Si en el santuario de La Cueva de La Lobera, en
una patología, como podría deducirse de algunos Castellar (Jaén), por ejemplo, encontramos un nú-
pechos, como por ejemplo aquellos en que un seno mero tan elevado de representaciones femeninas,
se representa de un tamaño mucho mayor que el es indudable que debemos considerar que este lu-
otro, o como el caso de algunos de los órganos gar de culto tendría una advocación que lo relacio-
masculinos que podrían representar miembros con naba de una forma importante con el ámbito feme-
fimosis (Pensabene 2001). En la mayoría de los ca- nino. Sin embargo, no creo que el santuario en sí
sos, sin embargo, la ofrenda de este tipo de exvotos estuviera vinculado sólo a las mujeres, de hecho
hay que vincularla más directamente con aspectos existen también figuras masculinas, pero sí que és-
relacionados con la fertilidad. tas se verían más representadas y protegidas enco-
La ofrenda de numerosísimos úteros sería una mendándose a una divinidad que les era particular-
forma de solicitar una futura maternidad, una ges- mente favorable. Nicolini en su publicación sobre
tación saludable, un buen parto. Lo mismo que los este yacimiento, destaca otro elemento importante
pechos serían una imploración de buena lactancia. de este santuario para abundar en la idea de una es-
Por tanto, salvo casos concretos en los que pudiera pecialización femenina del lugar sagrado: la gran
representarse una enfermedad, nos moveríamos en presencia de alfileres y agujas así como pesas de
la ambigüedad del valor de estas ofrendas, tanto telares y fusayolas (Nicolini et al. 2004). Las fusa-
para rogar que la maternidad no se haga esperar, yolas, como sabemos, suelen considerarse un ele-
como para implorar que se desarrolle de una forma mento de carácter femenino y su presencia, por
sana y saludable. ejemplo en las necrópolis, coincide en un porcen-
Considero que también en el mundo ibérico se taje altísimo con enterramientos femeninos.
ofrecerían estos exvotos y, en concreto, contamos Esto nos lleva a plantear de nuevo paralelos con
con diversas representaciones de úteros en bronce, otros santuarios mediterráneos frecuentados por
más o menos esquemáticos (Prados e.p.). Lo mis- mujeres. Quiero recoger un ejemplo, para mí muy
mo que diferentes estudiosos de las terracotas de sugerente, porque se trata de un santuario dedicado
los santuarios suritálicos y griegos reconocen que a Hera en el sur de la P. Itálica, el Heraion de Foce
los artesanos no tenían por qué tener conocimiento del Sele. En este lugar, aparecieron, junto a ofren-
directo de los órganos que representaban, de igual das de vasos cerámicos tradicionalmente relacio-
modo les ocurriría a los iberos. Puede que los reali- nados con las novias (como grandes ánforas de fi-
zaran a partir del diseño de algún cirujano, o de la guras rojas; hidrias y pélikes; lébetes nupciales; le-
representación incluso del órgano de un animal, y kánides; lécitos; ungüentarios, etc.), todos ellos con
después simplemente se repitieran, hasta que la es- diferentes funciones y ligados al universo femeni-
quematización ni siquiera recordara el original. no, como demuestra asímismo, la elección de sus
Ese mismo proceso se observa, con los llamados escenas figuradas, una concentración excepcional
exvotos poliviscerales del mundo griego e itálico de pesos de telar, de diferentes tamaños, que suge-
(Pensabene 2001: 276 y s.s.). Por otra parte, como riría la presencia de una importante actividad tex-
se desprende de los exvotos esquemáticos, lo que til. Su estudiosa, Giovanna Greco, se muestra par-
importa no es el objeto en sí que se ofrece, sino la tidaria de hablar de la existencia de, al menos, tres
idea que representa. Sería un proceso de abstrac- telares de tipo vertical. Su hipótesis, en definitiva,
ción similar a los fenómenos de miniaturización, plantea que se trataba de un lugar donde se des-
tan frecuentes también en nuestros santuarios. arrollaba una importante actividad textil, vinculada
Asimismo, me interesa destacar cómo muchas a un ritual específico, muy conocido en los santua-
de estas ofrendas no implicarían un coste excesiva- rios de Hera: la ofrenda de peplos por parte de jó-
mente alto, por lo que los exvotos podrían indicar venes doncellas (Greco 1997).
la existencia de ofrendas femeninas no excesiva- En nuestra península, el tema de los telares y la
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Lourdes Prados Torreira Mujer y espacio sagrado

producción textil en relación con los santuarios, ha la misma se representa una columna con fuste aca-
sido puesto de manifiesto en Cancho Roano con un nalado acabado en un capitel en forma de león. Es-
área dedicada íntegramente a este fin (Celestino to ha hecho pensar, a distintos autores, que pudiera
1997, 2001) Asimismo, en los llamados recintos ser una representación de la fachada del propio tem-
singulares es muy frecuente su presencia (Prados plo, o incluso una tumba, o también una escena de
e.p. a). La perduración del culto a esta posible divi- culto betílico (Seco 1999: 147).
nidad femenina de raíces claramente orientales, se También contamos con las representaciones de
perpetuaría a través de La cueva del Valle, donde ciertas figuras de bronce procedentes de los santua-
se depositaron cientos de terracotas, actualmente rios de Jaén, identificadas como sacerdotisas (Ni-
en curso de estudio por el equipo del Instituto de colini 1998; Prados 1992); o incluso determinados
Arqueología de Mérida. enterramientos que han sido interpretados como
De igual modo, quería destacar otro interesante pertenecientes a personajes femeninos con funcio-
santuario peninsular. Nos referimos al Santuario de nes sacerdotales, como la ya mencionada tumba
La Algaida, en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). 155 de Baza (Chapa y Madrigal 1997) o la de Ga-
También en este caso su excavador, Corzo, ha des- lera (Pereira 1999). Por tanto, vemos que también
tacado su vinculación con las mujeres, por la enor- este es un campo, en el que se abren aspectos muy
me presencia de fíbulas, que él relaciona con los sugerentes para la investigación.
mantos, junto con anillos, muchos de ellos con re-
presentaciones de aves, así como pendientes, etc.
(Corzo 2000; Ferrer 2002). 3. Reflexiones finales
También parece que el ya mencionado santuario
de Torreparedones, en Castro del Río, Córdoba, se A través de estas páginas hemos tratado de mos-
trata de un santuario donde el elemento femenino trar cómo desde el campo de la religiosidad ibérica
se manifiesta de una forma muy clara. En primer se puede hacer visibles a las mujeres, como paso
lugar, a partir de análisis de los exvotos exclusiva- previo para establecer cuáles fueron las relaciones
mente femeninos, podemos pensar que son las mu- de género en la cultura ibérica. Lógicamente tene-
jeres quienes se representan y, por tanto, quienes lo mos que pensar que habría muchas más ofrendas
frecuentan y depositan sus ofrendas. Sabemos, por que no han dejado restos, como los alimentos: fru-
la inscripción a la que hemos aludido anteriormen- tos, panes, dulces, leche, etc. Lo mismo que ofren-
te, que en una época tardía se dedicó un exvoto a la das de pequeños animales, entre ellos seguramente
Dea Caelestis, identificada, posiblemente con Ta- palomas, ya que no se han estudiado los restos
nit (Marín Ceballos 1994; Marín Ceballos y Belén óseos de estos santuarios. Asimismo, se deposita-
2002-2003). En este santuario podemos plantear rían mantos, velos, vestidos, o incluso, pequeños
asimismo, la participación activa de las mujeres en juguetes de madera, que no podemos rastrear.
los rituales. Un aspecto también importante es que muchos
de estos santuarios no estarían frecuentados sólo
2.3. Participación en la organización del ritual por aristócratas, como parece ser el caso mayorita-
rio del Cerro de los Santos, o las primeras etapas
Mencionábamos al principio de estas páginas, de Collado de los Jardines, sino que nos aproximan
que también resultaría de enorme interés poder es- a una devoción de carácter rural popular, donde a
tablecer la posible participación de las mujeres en través de pequeñas ofrendas, como las que acaba-
determinados aspectos de la organización del culto, mos de mencionar, podría participar un amplio es-
ya sea de manera permanente o temporal. No pode- pectro de la población femenina.
mos extendernos, por falta de espacio, en este pun- Por último, señalar cómo se ponen de manifies-
to, pero sí señalar que contamos con diversas evi- to también tradiciones anteriores entre las que des-
dencias en este sentido, como la placa con una es- tacan claramente algunas de origen oriental, feni-
cena de libación, procedente del santuario de Torre- cio-púnico, a través de una divinidad femenina que
paredones, aunque sin un contexto claro, esculpida se manifiesta en santuarios de distintas zonas geo-
en un sillar de esquina, en el que dos mujeres pare- gráficas y a partir también de distintos soportes y
cen verter el líquido contenido en un vaso calici- cuyas raíces debieron ser tan profundas que perdu-
forme que sostienen entre ambas. A la derecha de ra a lo largo de los siglos, incluso cristianizándose,
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Mujer y espacio sagrado Lourdes Prados Torreira

como sin duda podemos observar hoy en muchas tos relacionados con la fecundidad, presentación
vírgenes, como la de El Rocío, ermita situada fren- de niños o en La Candelaria siguen estando presen-
te al antiguo santuario de La Algaida, donde los ri- tes a través de la devoción popular.

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65 Complutum, 2007, Vol. 18: **-**


La mujer sacralizada:
La presencia de las mujeres en los santuarios
(lectura desde los exvotos de bronce iberos)
Title
Subtitle

Carmen RUEDA GALÁN


Centro Andaluz de Arqueología Ibérica. Universidad de Jaén.
caruegal@ujaen.es

Recibido: **-**-****
Aceptado: **-**-****

RESUMEN

El estudio de los santuarios iberos y más particularmente de los exvotos de bronce es un campo funda-
mental para el análisis de las mujeres iberas. No debemos olvidar que por encima de la escultura, la pin-
tura u otras manifestaciones iconográficas los exvotos de bronce iberos componen la más amplia gama de
imágenes de la sociedad ibera. Aportamos algunos ejemplos de lectura de género en diversos tipos ritua-
les de exvotos.

PALABRAS CLAVE: Cultura Ibera. Exvotos de bronce. Santuarios. Estudios de género. Tipos rituales.

ABSTRACT

The study of the Iberian sanctuaries and of the bronze exvotes is a fundamental area for the analysis of
Iberian women. Along with the sculpture, paintings and other art works, the bronze exvotes are the widest
range of images of the Iberian society. This paper shows several gender interpretations of exvotes clasi-
fied by ritual criteria.

KEY WORDS: Iberian Culture. Bronze exvotes. Sanctuaries. Gender studies. Ritual types.

SUMARIO 1. Iconografía y mujer ibérica: la construcción de la imagen femenina en los santuarios.

Complutum, 2007, Vol. 18: **-** 67 ISSN: 1131-6993


Carmen Rueda Galán La mujer sacralizada

“En Bastetania las mujeres bailan tablecimiento de tipos rituales, esto es, de categorías
también mezcladas con los hombres, que ayuden a aproximarnos a prácticas concretas
unidos unos y otros por las manos.” con unas características determinadas (Rueda e. p.).
Estrabón, III, 3,7. Como se ha dicho dicho, la lectura de los exvo-
tos debe configurarse como un análisis en conjun-
1. Iconografía y mujer ibérica: to de vestido, tocado, ofrenda y gesto representado.
la construcción de la imagen femenina El lenguaje corporal en estos materiales encierra
en los santuarios1 todo un universo de significados al que poco a po-
co nos aproximamos y en el que juega un papel
El punto de partida debería ser la definición de fundamental el empleo de recursos de expresión
exvoto como una imagen proyectada del oferente (Izquierdo e.p.). Es el caso de la utilización de la
–eikón–, una semejanza, testigo de un momento, hipertrofia de determinadas partes anatómicas o
de un sentimiento religioso; es la memoria del indi- atributos, como llamada de atención, un intento de
viduo que permanece en el santuario (Olmos e.p.). que la mirada fije su objetivo en un instante, a la
Contextualmente es un vehículo en una estructura vez que un recurso de ostentación sobredimensio-
ideológica que conecta la realidad de la sociedad nado relacionado con un posible carácter protector.
(estructura social) ibérica con el imaginario reli- De esta forma la representación de los exvotos con
gioso de la misma. Su carácter es fundamental- las manos abiertas o los pies desnudos como ele-
mente individual, es decir, el exvoto tiene una rela- mentos de un lenguaje homologado y comprensi-
ción directa con la persona a la que se asemeja, ble, compartido por hombres y mujeres de distintas
aunque siempre regido bajo parámetros y códigos condiciones sociales, debió de ser un recurso im-
aceptados socialmente. De esta forma, debe ser ex- portante. En el caso de los pies, que con abrumado-
puesto públicamente ateniéndose a determinadas ra claridad se representan en su mayoría desnudos,
normas no sólo referentes a su representación, sino se han interpretado como un nexo de unión con el
también en relación a su deposición (Cobos y Lu- terreno sagrado y, por tanto, como una primera for-
que-Romero 1990). La dualidad está presente en ma de contacto con la divinidad, con su entorno y
él: es una ofrenda a la divinidad, la vía para el con- como una forma correcta de presentación (Nicolini
tacto directo con el dios o los dioses, una promesa 1968). La interpretación del significado de las ma-
o un agradecimiento por los favores concedidos y, nos abiertas y del pulgar individualizado es algo
a la vez, es una ofrenda pública y, por consiguien- más compleja, aunque probablemente está relacio-
te, una afirmación social. Estas características son nada con el propio acto de súplica (Olmos e.p.) y
reflejo de un culto organizado que tendría su mate- con una presentación protocolaria ante la divinidad.
rialización, entre otros aspectos, en el estableci- Además de la condición social, también la edad
miento de normas en el vestir, así como en el com- es un aspecto importante a tener en cuenta, ya que
portamiento y en la utilización de un lenguaje ges- se han definido rituales concretos relacionados con
tual y corporal homologado. Este complejo univer- jóvenes (Izquierdo 1998-1999; Chapa y Olmos
so de gestos puede ser leído en los exvotos de bron- 2004); igualmente el género debe ser contemplado.
ce, constituyéndose así en un material fundamental La diferencia de sexo en los exvotos de bronce es
para la comprensión de determinadas prácticas re- una variable importante, aunque no determinante
ligiosas y para entender la estructura social ibérica. ya que la disgregación apriorística entre el univer-
Si se atiende a aspectos de tipo metodológico, a so ritual masculino y femenino, tradicional en las
la hora de realizar un acercamiento a estos materia- clasificaciones tipológicas, puede llevar a errores
les es necesario el análisis formal, es decir, del ves- en la lectura de determinadas piezas. Dicha separa-
tido, del tocado, de los atributos, etc. como base a ción además puede conducir a la no comparación o
partir de la cual comenzar a proponer hipótesis de combinación de elementos, gestos, atributos, etc.
interpretación. No obstante, se trataría de un análi- que hombres y mujeres comparten en un mismo
sis parcial, meramente descriptivo, si no se aporta contexto cultual (Aranegui et al. 1997) y que son
a la lectura la gran variedad gestual característica indicios de determinadas prácticas rituales que
de estas ofrendas. El objetivo a plantear parte de la igualmente pudieron compartir. Esta es la hipótesis
definición de tipos formales, basados –insistimos– de la que se parte y éste ha sido y es el método de
en un análisis descriptivo-formal para llegar al es- trabajo, es decir, un análisis en conjunto, sin una
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La mujer sacralizada Carmen Rueda Galán

categorización inicial por géneros, que pueda con- Lám. XIX; Álvarez-Ossorio 1941: Lám. CIII, nº.
dicionar desde un primer momento su lectura e in- 1382), collares (Nicolini 1969: Lam. XXXI, 1-3),
terpretación. Del estudio de los exvotos femeninos cinturones, etc. (Rueda e. p.) (Fig. 1.a). También las
se puede obtener toda una serie de información es- ofrendas acompañan a las imágenes de desnudos
clarecedora referente al papel de la mujer en estos femeninos, como es el caso del ave vinculada en el
santuarios, este es el objetivo principal de este tra- imaginario ibero a la divinidad (como la terracota
bajo: mostrar algunas de las prácticas rituales desa- de la Serreta de Alcoi) y asociada a la fecundidad
rrolladas por mujeres en estos espacios de culto. femenina. En la broncística ibérica son exclusivos
Por un lado, interesa valorar el papel desempe- los ejemplos de mujeres desnudas portando este ti-
ñado por las mujeres en determinados rituales rela- po de elementos –algo más común en exvotos fe-
cionados con su condición de procreadoras, prácti- meninos vestidos (Álvarez-Ossorio 1941: Lám. I,
cas éstas vinculadas a la fecundidad, en algunos n.2/Lám. XV, n. 90; Moreno e.p.: n. 2, 103 y 110),
casos compartidas con los hombres, que se mate- pero cabría al menos señalar una pieza procedente
rializan en recursos de expresión semejantes2. Por de Collado de los Jardines (Prados 1992, n. 532).
otro lado, también interesa analizar prácticas ex- Asociados a esta clase de rituales de fertilidad
clusivas del universo femenino que adquieren for- existe un amplio espectro de tipos vestidos, donde
mas de representación muy diferentes a las mascu- la insinuación anatómica a través del atuendo apa-
linas3. rece unida a actitudes centradas en la promulga-
Un primer rasgo que podríamos apuntar es la ción de determinadas zonas de la anatomía femeni-
menor presencia, en los santuarios de Collado de na relacionadas con la maternidad como son pecho,
los Jardines y de Los Altos del Sotillo, de exvotos vientre y sexo. Perteneciente a esta categoría ca-
femeninos desnudos en relación a los masculinos bría citar un gesto de gran tradición en la plástica
(Prados 1992). La utilización del desnudo femeni- oriental del Mediterráneo asociado a representa-
no4 en menor medida y con tipología menos varia- ciones de la diosa de la fecundidad (LIMC 1998:
da que el masculino, siempre es asociado a actitu- Vol. I, fig. 363), que se ejemplifica en la colocación
des de oración o adoración (Nicolini 1968), aunque de la mano derecha sobre el vientre y la izquierda
en ocasiones acompaña a gestos y atributos, tales sobre el pecho. Este gesto acompaña a multitud de
como cuchillos, collares, etc., que pueden ser rela- variantes de exvotos femeninos vestidos y se man-
cionados con ritos con un significado más amplio tendrá con las denominadas ‘Afroditas Púdicas’
y no restringido a la casuística de la fertilidad. como algunas de las documentadas en terracota en
En ocasiones estas imágenes se representan casi el santuario de Los Altos del Sotillo (Lantier 1917:
inexpresivas con los brazos separados del cuerpo, Lám. XXX, 1) (Fig.1.c).
en un acto de presentación de sí mismo y con el im- También habría que destacar un tipo muy carac-
perativo religioso de la frontalidad (Nicolini 1968). terístico de ambos santuarios que presenta una ac-
En otros acompañan al desnudo toda una serie de titud ritual exclusivamente femenina5; éste repre-
gestos variados que potencian simbólicamente la senta a mujeres completamente veladas, que dejan
petición de fecundidad: las manos apoyadas en las al descubierto el rostro y la zona en la que abren el
caderas adelantando el cuerpo (Nicolini 1969: Lám. velo intencionalmente: el pecho, el vientre o el sexo
XXXIII, nº. 1-2); las manos a modo de ofrecimien- (Fig.1.d). Este gesto ritual nos recuerda al mito
to (Álvarez-Ossorio 1941: Lám. XXVIII, nº. 182), eleusino de Baubo, mujer de Disaules, quien aco-
los brazos doblados hacia arriba (Prados 1992: nº. gió a la entristecida diosa Démeter y a la que quiso
527), etc. De forma paralela estos materiales repro- alegrar levantándose sin pudor sus ropajes (Grimal
ducen gestos con gran tradición en el Mediterráneo 1981; Moreno e.p.). Este mito se encuentra repre-
Oriental en diferentes soportes materiales (Bisi sentado, por ejemplo, en numerosas terracotas vo-
1990; Moscati 1980), tal sería el caso de las manos tivas como las documentadas procedentes del Tem-
apoyadas en el pecho (Nicolini 1969: Lám.XXX, plo de Démetra en Priene (Masseria 2003).
nº. 1 a 4) (Fig. 1.b). Por último, en relación a rituales de fecundidad
Al gesto y a la expresividad manifestada en al- (Prados 1991), pero también de paso –en el más
gunas imágenes de mujeres se le unen determinados amplio sentido de la palabra– o de curación relacio-
atributos que adquieren mayor valor simbólico en nados con mujeres, habría que señalar la presencia
este contexto de la imagen: tocados (Lantier 1917: de exvotos anatómicos que representan pechos o
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Carmen Rueda Galán La mujer sacralizada

Figura 1.- a. Exvoto femenino desnudo perteneciente a la Colección Gómez-Moreno (Granada). Alt.: 8.5 cm. b. Ex-
voto femenino desnudo de la Colección Bresset (Paris) Alt.: 7.7 cm. (Nicolini 1969: Lám. XXX). c. Exvoto femeni-
no vestido del Museo Arqueológico Nacional. Alt.: 8 cm. (Álvarez-Ossorio 1941: Lám. XXIV, n.159 ). d. Exvoto fe-
menino vestido perteneciente a la Colección Gómez-Moreno (Granada). Alt.: 4.9 cm.

úteros6 (Álvarez-Ossorio 1941: Lám. CXLVII7). dicionalmente como ‘sacerdotes/isas’, atendiendo


Dejando a un lado las prácticas exclusivas de la a la presencia de determinados elementos como la
esfera cultual femenina, habría que apuntar algunas tonsura en las imágenes masculinas (Cabré 1922;
características de tipos rituales que muestran cultos Nicolini 1969; Prados 1996) o de un rico vestido
compartidos con los hombres. En este apartado se exclusivo caracterizado por la presencia de los vo-
va a analizar algunos de los tipos que Nicolini iden- lantes en el manto y/o velo (Nicolini 1967) y atri-
tificó como ‘mixtos’ (Nicolini 1977), cuya caracte- butos como los brazaletes o los collares (Fig. 2.a y
rística principal es que comparten casi la totalidad b). Este tipo de atributos los hallamos en diversos
de sus rasgos formales, atributivos y gestuales. Ex- ejemplos de la plástica en piedra; así en el conjunto
votos de hombres y mujeres que son representados de Cerrillo Blanco de Porcuna (Negueruela 1990;
de igual forma ante la divinidad, hasta el punto de Olmos 2002) o en el cipo de Jumilla (Murcia), don-
que en algunos tipos desnudos la anatomía femeni- de aparece de nuevo la tonsura como elemento aso-
na y masculina es idéntica. En estos casos es el se- ciado a cierto tipo de representaciones, probable-
xo el único elemento de distinción. La hipótesis de mente comparables (Chapa y Madrigal 1997). El
la que partimos es que estamos ante representacio- gesto frontal e hierático acompaña, en los exvotos,
nes de personas –hombres y mujeres– partícipes en a estos atributos simbólicos. Más complejas son la
la celebración de determinados rituales comparti- determinación de la edad a la que podría adscribir-
dos. Dentro de este grupo habría que comenzar se- se la posible función religiosa en la mujer y la exis-
ñalando un tipo bastante conocido8: el definido tra- tencia de un sacerdocio permanente o temporal en

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La mujer sacralizada Carmen Rueda Galán

jetan un atributo redondo de pequeño tamaño que


ha sido interpretado como una caetra en miniatura
(Nicolini 1969; Prados 1992). No existen dudas res-
pecto a la interpretación de los atributos asociados
al hombre (caetra y cuchillo), sin embargo, en el
caso de las mujeres aparecen complicaciones, ya
que en ocasiones se identifican como bastones u ob-
jetos cilíndricos (Álvarez-Ossorio 1941), posibles
husos (Nicolini 1977), varillas o puñales (Prados
1992). Parece clara la presencia de puñales en al-
guna pieza del Museo Arqueológico Nacional (Ál-
varez-Ossorio 1941: Lám. XCII, nº.1306), aunque
más aparente parece la representación de cuchillos
en la imagen del Archivo del Instituto Gómez Mo-
reno (Fig. 3.b) , hecho que avalaría la hipótesis de
que nos encontrásemos ante un tipo ritual que re-
presentara a hombres y mujeres con cuchillos, po-
siblemente sacrificiales, prácticas que están recogi-
das en el imaginario ibero; así ‘el sacrificador’ de
Bujalamé (Olmos 2001-2002), una de las escenas
de la pátera de Tivisa (Olmos 1992b: 146) o la pie-
za de bronce, perteneciente a la Colección del Insti-
tuto Valencia de Don Juan, que representa una pro-
cesión ritual de sacrificio (Armada y García 2003).
Figura 2.- a. Exvoto masculino del tipo ‘sacerdote’ de la Otro tipo corresponde a representaciones de ri-
Colección Gómez-Moreno (Granada). Alt.: 8.4 cm. b. tos de paso asociados a jóvenes10 (Izquierdo e.p.;
Exvoto femenino del tipo ‘sacerdotisa’ de la Colección
Rueda e.p.) (Fig. 4.a y b). Una característica atri-
Gómez-Moreno (Granada). Alt.: 8.5 cm.
butiva a destacar es que el vestido, de túnica larga
estos santuarios (Chapa y Madrigal 1997). Sin em- en mujer y corta en hombre, se acompaña de un
bargo, cabe pensar en la relación directa de éste con elemento muy particular, casi exclusivo de este ti-
las clases sociales dirigentes, aún más si se tiene en
cuenta la propia configuración de estos espacios de
culto y su relación con la construcción del territo-
rio político del Pago de Cástulo (Ruiz et al. 2001;
Rueda et al. 2003).
Otro caso es el grupo denominado como ‘oferen-
te desnudo/a’9 (Nicolini 1977), que representa a
hombres y mujeres desnudos, que comparten ras-
gos anatómicos como el pecho y el ombligo (Fig.
3.a y b). A la desnudez acompaña sólo un elemen-
to de vestido: un velo que cierra, enmarcando el
rostro, y apoyado sobre la cabeza –en hombres– o
sobre la mitra –en mujeres– y cuya característica
fundamental es la perforación lateral por medio de
dos orificios que dejan asomar las orejas, una ca-
racterística más simbólica que funcional (Nicolini
1969: 85, Fig. 9). El gesto es igualmente interesan- Figura 3.- a. Exvoto masculino desnudo del Museo
te: los brazos se abren y arquean y en cada una de Arqueológico Nacional. Alt.: 9.3 cm. (Álvarez-Ossorio
las manos portan un elemento cilíndrico en el caso 1941: Lám. XXXIV, n. 212). b. Exvoto femenino desnu-
de las mujeres, mientras que los hombres portan en do (Imagen del Archivo del Insituto Gómez-Moreno de
la mano derecha este elemento y en la izquierda su- Granada. Fundación Rodríguez Acosta).
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Carmen Rueda Galán La mujer sacralizada

Figura 4.- a. Exvoto masculino con trenzas del Museo Figura 5.- a. Exvoto masculino desnudo del Museo Ar-
Arqueológico Nacional. Alt.: 9.4 cm. (Álvarez-Ossorio queológico Nacional. Alt.: 12.8 cm. (Álvarez-Ossorio
1941: Lám. CLIV, n. 2360.) b. Exvoto femenino con 1941: Lám. LXVIII, n. 522). b. Exvoto femenino desnu-
trenzas del Museo Arqueológico Nacional. Alt.: 9 cm. do del Museo de Barcelona. Alt.: 12.8 cm. (Nicolini
(Álvarez-Ossorio 1941: Lám. CII, n. 1374). 1969: Lám. XXXII, n.3).

po: los tirantes cruzados a la espalda y, en ocasio- didas como deposiciones en pareja (Fig. 5 a y b).
nes, unidos en el pecho, atributo que ha sido vincu- El imaginario ibero podría apoyar esta propuesta,
lado a un uso ritual (Lantier 1917; Nicolini 1969; puesto que cuenta con numerosos ejemplos de re-
Aranegui 1996). El gesto y la ofrenda es el mismo presentaciones de las mismas; tal es el caso de los
en hombres y mujeres, se sintetiza en los brazos al oferentes del Cerro de los Santos (Ruiz Bremon
frente con las manos abiertas ofreciendo unos ele- 1989), el ‘beso’ de Osuna (Olmos 1992b) o algunas
mentos circulares planos identificados con panes, imágenes de la cerámica de Liria (Aranegui et al.
tortas o frutos. Una característica fundamental que 1997: fig. II.64). También se conoce, aunque en un
ha hecho relacionar a estas imágenes con represen- contexto sacro algo más tardío, la deposición de dos
taciones de jóvenes es la utilización de un peinado exvotos de hierro que representan a un hombre y
a modo de dos trenzas que caen hasta el pecho y una mujer realizados bajo un mismo esquema téc-
que acaban en bolas o aros. En la plástica ibérica nico e iconográfico (Rueda et al. 2005), una razón
en otros soportes existen representaciones que pare- más para plantear la posibilidad de la existencia de
cen mostrar este rasgo del ideal de juventud, como exvotos entendidos en pareja, depositados para de-
en las ‘damitas de Moixent’ (Izquierdo 1998-99) o jar constancia conjunta donde quedan excluidos los
un fragmento de torso masculino perteneciente al elementos característicos de cada sexo.
conjunto escultórico de Cerrillo Blanco (Chapa y Como conclusión, tal y como se planteaba al
Olmos 2004). Estos rasgos unidos a la ausencia de principio, se puede decir que el mundo iconográfi-
elementos propios de las ‘damas’ como los tocados co y ritual de los exvotos es un mundo compartido
en mitra y rodetes podrían indicar que estamos, de por hombres y mujeres, mujeres a las que la inves-
nuevo, ante imágenes de jóvenes en una actitud ri- tigación tradicional reducía al ámbito doméstico y
tual compartida. al de la procreación o la fertilidad. Sin embargo,
Por último, se está analizando el caso de otro ti- existen suficientes ejemplos expuestos que de-
po ritual consistente en parejas de exvotos con idén- muestran la presencia de esferas compartidas en la
ticos atributos icónicos11. Se plantea como hipótesis sacralidad y en la ritualidad de los santuarios, esfe-
la posibilidad de encontrarnos ante imágenes enten- ras que no son excluyentes, sino que muestran la
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La mujer sacralizada Carmen Rueda Galán

fuerte correlación e interrelación entre ambos géne- De momento se cuenta con los ejemplos expuestos,
ros. La mujer se convierte en protagonista de un pero la variedad cuantitativa y cualitativa de exvo-
gran espectro de actividades relacionadas con el tos ayudará sin duda a ampliar el conocimiento so-
culto, no sólo restringidas al mundo de la fertilidad. bre las mujeres ibéricas.

NOTAS
1. Este trabajo se centra en el estudio de los exvotos procedentes de los santuarios de Collado de los Jardines (Santa Elena)
y Los Altos del Sotillo (Castellar). La homogeneización de algunos de los tipos documentados en ambos espacios de culto,
así como su relación espacial y contextual creada por su participación en un modelo político común (Ruiz et al. 2001; Rueda
et al. 2003), se configura como el marco idóneo para proponer hipótesis relativas al culto desarrollado en estos espacios de
culto (Rueda e.p.).

2. El lenguaje ibero en los exvotos de bronce en ocasiones utiliza recursos representativos de la desnudez compartidos por
hombres y mujeres. Es el caso del ombligo o el pecho muy presentes en muchas de las imágenes en bronce con el objetivo
intencional del mostrar a ambos géneros anatómicamente semejantes. La representación del pecho y el ombligo en hombre
no es exclusiva de la broncística peninsular, sino que es constatado en otras zonas del Mediterráneo Oriental como en la
Cerdeña Nurágica (Lilliu 1966).

3. Por ejemplo, determinadas representaciones femeninas relacionadas con peticiones de fecundidad. Más exclusivas son las
imágenes de mujeres en avanzado estado de gestación, tipo del que únicamente se ha documentado una pieza en bronce que
parece representar a una mujer embarazada perteneciente al Instituto Conde de Valencia de Don Juan (Izquierdo 1997, e.p.).

4. La utilización del desnudo en los exvotos se constituye como una forma correcta de presentarse a la divinidad (Prados
1996) en contraposición con el pudor como norma social, por tanto el santuario se configura como un espacio con una nor-
mativa propia sujeta a la estructura del lenguaje religioso.

5. Algunos ejemplos de este tipo, con las diferentes variantes, son: MAN 29226, B-12-11, B-11-16, B-1-4-13, B-14-13, B-
11-17, B-14-7, B-14-5, todas procedentes de Collado de los Jardines (Álvarez-Ossorio 1941: Lám, XV; Prados 1992: 351 y
354). Procedente de Los Altos del Sotillo encontramos ejemplos del mismo tipo ritual (Lantier 1935: Lám. XIX, n.º 248 y
249). Añadir una pieza perteneciente a la Colección del Instituto Gómez-Moreno de Granada (Nº. de Catálogo 97AX), que
abre su velo y muestra el sexo, que en este caso aparece rayado, acentuando aún más el carácter simbólico de la pieza (Rueda
e. p.).

6. Este tipo de exvotos se documentan en depósitos etruscos-lacios y campanos desde finales del siglo IV a.n.e. y, fundamen-
talmente, durante los siglos III-II a.n.e. Se asocian a cultos de curación relacionados con Asclepio en la religiosidad medio-
itálica, aunque también se asocian a la divinidad protectora de la fecundidad y la infancia (Reggiani 1988; Comella 1981-
1982; Torelli 2000).

7. En el Museo Provincial de Jaén hay depositado una pieza anatómica de un útero que tipológicamente se puede asemejar
a los hallados en Etruria en terracota (Reggiani 1988). Se trata de una pieza de forma alargada en la que se señalan una serie
de pliegues en relieve.

8. En su variante femenina ver: MAN 28643 y 28660, ambas procedentes de Collado de los Jardines (Álvarez-Ossorio 1941:
Lám. XVIII; Prados 1992: 346, n.º 630 y 631; Nicolini 1977: 79). Procedente de Los Altos del Sotillo ver: Lantier 1917: Lám.
XXIII, nº. 2.

9. Álvarez-Ossorio 1941: Lámina XXVI, nº. 170, 171, 172 y 174.

10. La variante femenina es mucho más numerosa que la masculina: MAN 28630; 28626; 28634; 28646; 29188; 31893 (Ál-
varez-Ossorio 1941: Lám. I-I-CII; Nicolini 1977: 46-47; Prados 1992: 342, n.º 550-555). Otra pieza que responde al mismo
esquema es la perteneciente al Museo Valencia de Don Juan (Nicolini 1969: Lám. XXI, 1-4; Moreno e.p.). De los Altos del
Sotillo hallamos algún ejemplo femenino (Lantier 1935: Lám. XVI, n.º 213 y 214).

11. Ver Nicolini 1969: Lám. XXXI, nº 1 a 3 y Lám. XXXII, nº. 1 a 4.

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Carmen Rueda Galán La mujer sacralizada

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75 Complutum, 2007, Vol. 18: **-**


¿Mujer/divinidad?:
‘Lo femenino’ en la iconografía ibérica de época
helenística
Title
Subtitle

Trinidad TORTOSA ROCAMORA


Instituto de Arqueología (CSIC). Plaza de España, 15. 06800 Mérida.
tortosa@iam.csic.es

Recibido: **-**-****
Aceptado: **-**-****

RESUMEN

¿Mujer-divinidad? Bajo este binomio bascula la interpretación tradicional de la iconografía femenina de


la cerámica ibérica, sobre todo, en el área alicantina y murciana. En esta intervención presentamos algu-
nos de los escasos ejemplos que conservamos y subrayamos la presencia de ‘lo femenino’ que se convier-
te en una categoría cuyo campo semántico son determinados aspectos que han estado vinculados tradi-
cionalmente a la psicología femenina.

PALABRAS CLAVE: Femenino. Código. Identidad. Mujer. Divinidad.

ABSTRACT

Goddess - women? Under this binomial swings the traditional interpretation of feminine iconography of
Iberic pottery, especially in south-east Spain: Murcia and Alicante. In this paper we present some of the
few examples we have conserved and emphasize the presence of “feminine” that becomes a category
whose semantic sense traditionally has been linked to aspects of feminine psychology.

KEY WORDS: Feminine. Code. Identity. Women. Goddess.

SUMARIO 1. Introducción.

Complutum, 2007, Vol. 18: **-** 77 ISSN: 1131-6993


Trinidad Tortosa Rocamora ¿Mujer/divinidad?

Nos acercaremos a través de ciertos documentos Pero, volviendo al contexto ibérico que nos
materiales, entendidos estos como parte y elemen- ocupa, diremos que la iconografía vascular del área
to de visibilidad de los procesos sociales que co- contestana nos aporta, en general, una escasa infor-
bran un rol fundamental a la hora de plantear el mación social y un escaso o inexistente contexto
discurso de las identidades sociales en relación con arqueológico lo que dificulta más si cabe su lectu-
la arqueología de género. Se trata de recipientes y ra. Así, veremos algunos ejemplos con la presencia
fragmentos con decoración pintada procedentes de de personajes femeninos y singulares que proceden
diversos yacimientos en los que intentaremos ras- de contextos de hábitat, de lugares sacros o de con-
trear la relevancia de la imagen femenina y de la textos indefinidos localizados en las áreas alicanti-
que observaremos, sobre todo, su lectura sacra. Sin na y murciana.
embargo, cuando el personaje femenino aparece El código iconográfico al que pertenecen los sig-
representado, la lectura ambigua bascula, en oca- nos vegetales y las escenas ilicitanas que veremos
siones, entre la posibilidad de interpretación de di- poseen un marcado carácter femenino; un carácter
vinidad o personaje mortal, una lectura que adquie- femenino abocado al terreno de alguna divinidad o
re dificultades, en primer lugar, por la presencia de divinidades que se esconde tras la simbología de
una serie de concomitancias similares a ambas in- esa pintura sobre cerámica; de la que no conoce-
terpretaciones (el gesto, el vestido…) y, en segun- mos el nombre pero que acoge y envuelve todas las
do lugar, por la ausencia de determinados rasgos representaciones que encontramos en las áreas ali-
–como las alas, por ejemplo– que nos permitiría re- cantina y murciana, principalmente. El atributo ala-
lacionar al personaje concreto con un ámbito an- do aparece por doquier, en las rosetas que se con-
tropomorfo. A nivel metodológico, quizás, la ma- vierten en aladas, en los rostros femeninos; apare-
yor dificultad de esta relación entre representación cen incluso de manera exenta. Pero, lo que nos in-
e interpretación estriba en poder leer el tránsito del teresa: la imagen de la mujer explícitamente no se
elemento iconográfico a la interpretación del ámbi- representa, como veremos, salvo en algún caso ais-
to social femenino, sin el riesgo de caer en plantea- lado que no supone una norma establecida y reite-
mientos presentistas. Estamos abocados, además, rativa dentro de este código de representación vas-
al discurso general de las influencias de una divini- cular. Sin embargo, el hilo subliminal que teje esa
dad femenina que todo lo envuelve a través de su estructura de representación sí nos muestra que lo
simbología, premisa ésta de la que partimos y que que se oculta detrás de las representaciones, sobre
retomaremos al final de estas páginas. todo, de signos vegetales que aluden a ‘lo femeni-
Contamos, también, con referencias que de ma- no’ y de los signos zoomorfos, es una divinidad fe-
nera reiterada se han mantenido en estos encuen- menina que se manifiesta a través de la simbología;
tros, como es el rasgo de invisibilidad de la mujer una simbología que nos transmite unas connotacio-
en la historia; pero, sin embargo, paradójicamente nes femeninas –lo femenino– a través de una termi-
parece que lo femenino, entendido el término como nología, usada en la descripción de las imágenes
una serie de valores, de dimensiones vinculados di- repleta de exuberancia, fecundidad, ánodos, epifa-
rectamente a la construcción social femenina, se nía, etc. que son elementos –no exclusivos– pero sí
encuentra, se intuye y se puede leer habitualmente parlantes de las divinidades femeninas y, por tanto,
en los textos e imágenes de la antigüedad. Algo si- son elementos de ese lenguaje iconográfico-simbó-
milar ocurre también en el código iconográfico que lico que se utiliza en un territorio específico.
parece estructurar el imaginario de los recipientes En este ambiente ilicitano, La Alcudia (Elche,
del área contestana que hemos analizado (Tortosa Alicante), lugar conocido por estas espléndidas pin-
2004, 2006). En este sentido, el contexto medite- turas sobre recipientes cerámicos y de la que hemos
rráneo nos ofrece ejemplos en los que la condición hablado en diversas ocasiones (Tortosa 2004), sólo
masculina se apropia de rasgos psicológicos, vin- queremos destacar que sus representaciones feme-
culados tradicionalmente al ámbito femenino, de ninas (de cuerpo entero-vinculada formalmente con
manera que el otro masculino complementa su una Tanit púnica, (cf. vaso 11, fig. 91 o los rostros
condición1. Otras veces, es el matiz de cualidad de como los del vaso 22, fig. 96 del gran cálato o de
algún rasgo como el de la belleza femenina el que las tacitas imitación de paredes finas, vasos 121 y
pondera y enfatiza la diferencia entre la cualidad 125, figs. 125 y 126 [Tortosa 2004]) se vinculan con
de la belleza ‘divina’ o ‘humana’ en un personaje2 personajes divinos; en ocasiones, con una formali-
Complutum, 2007, Vol. 18: **-** 78
¿Mujer/divinidad? Trinidad Tortosa Rocamora

zación más híbrida (cf. vaso 22 en Tortosa 2004), esa manera en un acontecimiento relevante: festi-
en otras de manera más antropomorfizada (cf. vaso vo, de lucha, etc. El personaje viste túnica que le
74 y 125 en Tortosa 2004), dependiendo de que el llega prácticamente hasta los pies y que se ciñe por
tipo de composición pictórica del recipiente co- debajo del pecho, a la manera helenística. La figu-
rresponda al estilo I o II ilicitanos. Sin embargo, en ra, además, indica movimiento tal como se intuye,
todas las composiciones vegetales de estos vasos no sólo porque presenta los pies de puntillas, sino
es donde exuberancia, fecundidad aparecen como también por la desigualdad que ofrecen los plie-
cualidades de la composición pictórica vinculadas gues de la falda y la parte central del vestido.
al cuadro de referencia femenino. Otro rasgo original de esta figura son los arrebo-
Nos detendremos en una escena de la Alcudia les de la cara y el mentón que se pinta, como en los
en la que encontramos un personaje femenino que ejemplos que veíamos en los rostros divinos que
se muestra de puntillas, con el rostro y el cuerpo surgen de la tierra (cf. vaso 22 en Tortosa 2004),
representados frontalmente y los pies de perfil (Fig. bajo las asas del recipiente. Alrededor de nuestra
1). Su brazo izquierdo se encuentra pegado al cuer- figura, los animales –aves y peces– participan en
po por lo que, es muy probable, que se trate de la esta representación siempre presidida por rosetas
última figura de un grupo que realiza, quizás, algu- –dispuestas en este caso junto al brazo derecho del
na danza ritual. El resto de participantes quedaría personaje– como símbolo de la divinidad femeni-
representado a la izquierda de la escena desafortu- na. Quizás, hace referencia a una mujer en una es-
nadamente hoy desaparecida, aunque se observa cena de danza representada en la Alcudia. Pero, se
restos de una mano. La figura con vestido decora- trate de una mujer o de una divinidad –según opi-
do con trazos paralelos, al estilo ilicitano, (cf. vaso nión de diferentes autores– lo relevante es que la
5, fig. 88 en Tortosa 2004) en los que este tejido escena presenta, nos ofrece siempre unos matices
aparece tanto en figuras femeninas como masculi- de ritualización, de simbología muy marcados.
nas hace referencia, en nuestra opinión, a unos per- Podríamos pensar ante esta escasez de represen-
sonajes de la comunidad que participan vestidos de taciones ‘sociales’ que, quizás, el ‘otro’, el elemento
masculino pudiese tener más relevancia iconográ-
fica. Pero, tampoco es así; la iconografía conserva-
da no evidencia un especial interés por el elemen-
to masculino, ese ‘otro’ iconográfico. El verdadero
elemento aglutinador y de referencia es el compo-
nente vegetal, un elemento fitomorfo de connota-
ciones femeninas, que se dispone de forma ordena-
da y sistemática en todos los recipientes grandes,
medianos y pequeños analizados. Los rasgos, los
adjetivos que utilizamos para calificar las peculia-
ridades de estos elementos nos devuelven al géne-
ro femenino y a su manera de mostrar esa construc-
ción social femenina a través de la imagen, ya que
esas imágenes representan una parte, mínima qui-
zás, de su mundo ideológico pero una parte con la
que contamos para descifrar algo de ese pasado. Es,
por tanto, el elemento vegetal el verdadero agluti-
nador de estas manifestaciones, un elemento fito-
morfo de vinculaciones y rasgos femeninos que se
dispone de forma ordenada y sistemática en todos
los recipientes grandes o pequeños en el estilo I ili-
citano y, donde la carga simbólica y la reiteración
de fórmulas iconográficas repetidas continuamen-
Figura 1.- Detalle de tinaja con representación de per- te, pasan al estilo II en el que las influencias y mo-
sonaje femenino rodeada de elementos zoomorfos y das romanas se manifiestan en una reducción de ta-
vegetales (La Alcudia, Elche). maño y mayor variedad en los tipos vasculares
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Trinidad Tortosa Rocamora ¿Mujer/divinidad?

parece surgir de un elemento vegetal y de él se in-


dican las orejas y, de manera muy tosca, los zarci-
llos vegetales que, en los rostros ilicitanos, vemos
pintados a ambos lados de la cara. Pero, como
siempre, el personaje divino, en este caso, no surge
en soledad, sino que aparece con toda su cohorte
de rosetas, zarcillos y animales, y donde a pesar de
la tosca representación de algunas de sus formas,
podemos identificar uno o dos conejos junto a la
cabeza. Este fragmento se ha asociado habitual-
mente a las imágenes de las epifanías de divinida-
des femeninas ilicitanas relacionadas con un am-
biente zoomorfo y vegetal (Olmos 1987: 22-23),
en una cronología, de fines del s. II o, quizás, me-
jor del s. I a.C.
A continuación presentamos este singular ejem-
plo de la Cueva de la Nariz en Moratalla (Murcia)
–Fig. 2b–, documentado como apuntó Lillo (1983)
junto a fragmentos de cerámica campaniense A y B
y otros de ánforas Dressel I (s. II-I a.C.). En el con-
texto de la cerámica ibérica no podemos entender
esta escena como una superposición de planos, si-
no que debemos acercarnos a ella de manera analí-
tica: dos lobos se disponen en metopas, a la izquier-
Figura 2.- a.- Fragmento de cerámica procedente de las da de la imagen mientras que un pequeño y esque-
Puertas de San José (Cartagena, Murcia). b.- Fragmento mático árbol se representa junto a un personaje fe-
de cerámica con representación femenina procedente de
menino, principal en esta imagen con las caderas
la Cueva de la Nariz (Moratalla, Murcia).
desarrolladas, bien indicadas. El personaje con el
mientras que en el terreno iconográfico asistimos a rostro de frente está siluetado: los ojos, los dientes,
un proceso de esquematismo en las composiciones la nariz son pequeños espacios sin pintar, al igual
y en los signos pero que conserva, en nuestra opi- que la indicación de la diadema de la frente. A la
nión, el mensaje del estilo I ilicitano y, en el que se altura de la cadera hay una zona estrecha en resal-
continúa transmitiendo los valores de la presencia te, simulando, quizás, el cinturón. A la altura del
de la divinidad femenina. pecho, encontramos el signo estrellado de seis pun-
Pero, además de estas representaciones hallamos tas que debe responder a la esquematización de la
unos ejemplos particulares, singulares que corres- flor que vemos representada en algunas terracotas
ponden a una temática específica y única en cada ibicencas o en la divinidad Tanit del conjunto es-
uno de los ejemplos que veremos a continuación. cultórico del Parque Infantil de Tráfico o en el vaso
En el fragmento descontextualizado (Fig. 2a) de que veíamos al principio (Olmos et al. 1992: 148,
las Puertas de San José (Cartagena, Murcia), encon- p. 88,1 y 2; Tortosa 1996). Los pies de la figura es-
tramos el busto de un personaje con el rostro fron- tán de puntillas sobre un elemento rectangular, in-
tal y con el brazo, que se conserva extendido, do- terpretado como un brasero por González y Chapa
blado a la altura del codo y con la palma de la ma- (1993) con unas llamas en la parte superior; aunque
no abierta. Viste también un traje decorado con lí- otros autores (Lillo 1983: 774) lo leyeron hace ya
neas que discurren en vertical por todo el tejido y algunos años como escabel. La figura presenta los
también ceñido por debajo del pecho al estilo hele- brazos levantados y abiertos. Sus manos acaban en
nístico. Este tipo de atuendo lo veíamos claramen- cabezas de lobo con las patas delanteras3 que cuel-
te representado en los personajes masculinos y fe- gan de sus brazos, al igual que las imágenes que
meninos ilicitanos (cf.vasos nº 2 y 5 en Tortosa vemos en tres fragmentos ilicitanos. Dos pequeñas
2004) aunque allí la delicadeza y regularidad del y alargadas alas surgen de sus hombros. A su dere-
trazo producían una distinta sensación. El personaje cha, observamos parte de unas aves.
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El personaje, volviendo a uno de los temas que de Sant Miquel de Llíria (Valencia) cuyo código
apuntamos al principio de estas páginas, se ha in- iconográfico parece apuntar otro tipo de matices.
terpretado como una divinidad, tipo diosa-madre Encontramos, por tanto, espacios vegetales vincu-
(Lillo 1983) ó como iniciada que desea adquirir los lados a la lectura de una divinidad femenina, con
rasgos de los lobos en los que terminan sus brazos su presencia simbólica vegetal que todo lo impreg-
(González y Chapa 1993). Apoya la primera pro- na y que se reitera una y otra vez llegando a perdu-
puesta dos atribuciones que, a veces, indican atri- rar hasta el s. I d.C. en la Alcudia, conservando en
butos de divinidad en el caso ilicitano y que aquí, nuestra opinión, hasta entonces ese mismo sentido
tal vez, nos podrían aproximar a ese significado: la semántico que indicamos (Tortosa 2004).
representación frontal del rostro4, la roseta en su Aunque, de cualquier manera y para entender la
cuerpo y las alas surgiendo de los hombros. presencia del elemento femenino, es fundamental
Entre las diversas lecturas que se han realizado hacer referencia al sentido que los diferentes códi-
de este personaje, tanto como divinidad o como gos iconográficos vasculares adquieren en el área
iniciada no acabamos de definirnos por ninguna; sí que estamos tratando. En las Figs. 3 y 4 ofrecemos
nos gustaría destacar el carácter de terror, de feal- una representación gráfica de dos códigos iconográ-
dad que intuitivamente nos llevarían a vincular es- ficos diversos y estructurados a partir de los ejem-
te tipo de escenas con un espacio infraterrenal, des- plos analizados en la Alcudia (Elche, Alicante) y
de luego, poco definido en el ámbito ibérico pero en los casos algo anteriores de Sant Miquel de Llí-
que, pensamos que debía estar presente en la ima- ria (Valencia) y que presentamos para aproximarnos
ginería ibérica. al carácter de la lectura social en ambos sistemas.
No parece, por tanto, existir un deseo de autore- Debemos enfatizar, además, que desde la pers-
presentación ni de manera individual ni de forma pectiva social, el apogeo de estas manifestaciones
social, en forma de grupo algo que sí parece latente pictóricas deben responder, como comentamos en
en los personajes de las composiciones vasculares otras ocasiones (Tortosa 2004a, 2006), a manifestar

Divinidades

S eres in term ed io s

Elites

N atu raleza

ANODOI E P IF A N ÍA

Figura 3.- Representación gráfica del código iconográfico de la Alcudia (Elche, Alicante).

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algunos exponentes de identidad de una comuni- y humano. El tercer elemento de esa jerarquía se
dad concreta; desarrollada en un espacio social con refiere a las elites; de género masculino y femeni-
rasgos urbanos. La Alcudia, en el área alicantina, o no, con escasa representación en el repertorio y que
San Miquel de Llíria en Valencia, configuran con tiene que ver, en los personaje masculinos, con es-
sus propios matices dos códigos iconográficos. cenas de lucha de infante con lobo (cf. vaso 5, fig.
Bien es verdad que el material de la Alcudia nos 88 en Tortosa 2004) o las femeninas como las que
ofrece una diacronía, una evolución hasta un mo- comentamos supra. El cuarto y último nivel, aloja-
mento más tardío que podemos llevar en nuestra do en la base de la pirámide, está formado por ese
opinión hasta el s. I d.C. Sin embargo, las pinturas gran y amplio concepto de la Naturaleza con repre-
de Sant Miquel, nos llevan a un período de tiempo sentaciones fitomorfas, sobre todo, y zoomorfas
más limitado (segunda mitad s. III-II a.C.). que expresan mayoritariamente dos rasgos funda-
En la Alcudia esas imágenes se pueden desgra- mentales de este código: el ánodos y la epifanía; dos
nar sintéticamente en tres niveles: una cúspide que aspectos que componen toda la estructura compo-
estaría presidida por signos como los rostros fron- sitiva de las representaciones y que se vincularía
tales con arreboles o las figuras femeninas aladas directamente con la cúspide de la pirámide que veía-
que, representadas de manera individual, marcarían mos y con este concepto representado de Naturale-
o influirían de alguna manera en el resto de los ni- za cíclica. La esencia de este código basado sobre
veles que componen la imagen y definirían el espa- todo en las representaciones de una Naturaleza se-
cio divino de este código iconográfico. El segundo rá el núcleo iconográfico del resto de representa-
nivel marcado corresponde a un grupo de seres in- ciones que veremos en el área murciana y alicanti-
termedios cuya función, atendiendo sobre todo al na y el este de la zona albacetense.
aspecto de ‘ser alado’ de algunos personajes, se si- La confrontación de este código iconográfico con
tuaría en la franja intermedia entre el ámbito divino otro (Fig. 4), ejemplificado como decíamos por los

Figura 4 a-b.- Representación gráfica de algunos elementos del código iconográfico de Sant Miquel de Llíria (Valen-
cia). Basado en los dibujos de H. Bonet (1995).

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ejemplos de Sant Miquel realizado sobre una se- reglas generales, su iconografía vascular presenta
lección de recipientes publicados por H. Bonet en una serie de connotaciones similares a algunas ca-
1995, nos ofrece como resultado una configuración racterísticas que prosperan en los ejemplos ilicita-
del código iconográfico diferente a la que veíamos nos, como es el aire cíclico de las representaciones
para el código anterior; plasmada a partir de dos vegetales. Pero, por otro lado, ofrece también algu-
grandes ámbitos: el tema de la representación de la nas peculiaridades que lo vinculan con el código
Naturaleza y el de la representación de las elites. que emerge de los tipos de representación que veía-
Una imagen de la Naturaleza zoomorfa que parte mos en Sant Miquel de Lliria (Valencia) sobre todo
en su representación de una dualidad; la naturaleza en aquéllas relacionadas con las representaciones
salvaje, podríamos decir, formada en su mayoría antropomorfas. Queremos destacar dos escenas que
por ciervos en manada que se contraponen, gene- nos parecen muy relevantes: un pequeño fragmen-
ralmente en el mismo recipiente, a la imagen de to conocido como ‘la mujer del telar’ (Fig. 5a). Se
caza que el hombre efectúa, o bien, ayudándose de trata de una figura femenina con las piernas flexio-
trampas; o bien, cazando esos animales, directa- nadas, tal vez indicando su posición de ‘sentada’.
mente. Realizando esta contraposición se represen- Posición que se relacionaría con los instrumentos
ta al hombre en su lucha por el control de la natu- que aparecen junto al personaje, propios de la labor
raleza animal que se le ofrece. Por tanto, tenemos femenina del hilado: la rueca, instrumento donde
la dualidad naturaleza salvaje/frente a la naturaleza se coloca el copo de tejido y debajo el huso –el ob-
sobre la que actúa el hombre. Encontramos así una jeto que recoge el hilo en forma de ovillo–. Ambos,
gran diferencia con el sentido de Naturaleza repre- rueca y huso, se encuentran unidos por el hilo que
sentada en los ejemplos del código del área alican- va configurando el copo. Rueca que presenta dos
tina y murciana en un concepto de Naturaleza cícli- partes: por un lado, la zona redondeada que indica-
ca y reiterativa impregnada de elementos vegetales
y animales –aves y lobos, mayoritariamente– que
se muestran en epifanía y que aparecen unidos unos
a otros.
Mientras que en los ejemplos de Llíria los sig-
nos antropomorfos: hombre y mujer son evidentes
y forman parte principal de su estructura, para los
ejemplos ilicitanos la respuesta sería una Naturale-
za vegetal, sobre todo, actuando como símbolos de
una divinidad. Existe en las imágenes edetanas un
interés, una prevalencia por reflejar el ámbito de la
comunidad, de las elites que, en mostrar de mane-
ra reiterativa, como veíamos en la Alcudia, los sím-
bolos de fecundidad, de abundancia, de metamor-
fosis, de surgimiento y todo ese ambiente ideal de
anodoi y epifanía que nos mostraban los ejemplos
ilicitanos. El otro –el elemento masculino– aparece
en escenas de desfile o en actividades como la lu-
cha o la caza; ellas, tocan algún instrumento o se re-
presentan también en escenas de danza. Es decir, la
visibilidad de la mujer se hace más evidente en es-
tos ejemplos que en los signos aislados y singulares
de los rostros o las divinidades femeninas que he-
mos apreciado en el código anterior. La mujer forma
parte de la representación social de la comunidad.
Figura 5.- a.- Fragmento con representación de un per-
Veamos, para terminar dos ejemplos procedentes sonaje femenino con útiles del telar procedente de la Se-
del ecléctico –hablando desde la perspectiva ico- rreta (Alcoi, Alicante). b.- Fragmento con representación
nográfica–, enclave de la Serreta (Alcoi, Alicante), de un personaje femenino sedente procedente de la Se-
situado en el norte de la provincia de Alicante. En rreta (Alcoi, Alicante).

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ría el lugar donde se ubica el copo, de donde sale en andas, como de una imagen estática, que se
el hilo; y, por otro, la parte superior que acaba, se- muestra a la comunidad. Sin embargo, es cierto que
gún parece, en un motivo decorativo. Justo enfren- en esta cerámica alcoyana, más próxima al concep-
te de este objeto observamos, lo que parece, un ras- to pictórico edetano, como se ha repetido tradicio-
trillo con púas. Sus manos permanecen abiertas, en nalmente en la bibliografía –formado por escenas
la de la izquierda se dibujan los cinco dedos y en la que representan rituales, danzas, fiestas...– podría
derecha se representa junto a un instrumento en tener cabida esta representación de un acto que
forma de ‘L’ que, tal vez, pudiera ser una gramilla presentase a una mujer de la elite mostrándose a la
utilizada para majar y espadar el tejido. comunidad.
Parece ser que este fragmento nos indica una ac- Ambas escenas, que acabamos de describir, re-
tividad femenina: la labor del hilado, con los útiles flejan y muestran dos imágenes muy entroncadas
propios de esta ocupación. Esta escena, sin embar- con el ámbito femenino y, en ambos casos, nos in-
go, no representa un momento determinado y con- clinamos a pensar en su alusión a representaciones
creto del proceso que conlleva el hilado sino que, de mujeres, entre otras razones, por el carácter so-
en nuestra opinión, y a pesar de la fragmentación cial que alcanzan algunas de las imágenes de este
de la escena, nos muestra de forma analítica aque- enclave alicantino. En el primer caso, el personaje
llos instrumentos pertinentes que se utilizan para teje, tal vez, resaltando esa virtus femenina, ejem-
tejer y elaborar tejidos. plo para las ‘damas’ de la comunidad. En el segun-
El personaje femenino representado en este frag- do ejemplo, el prestigio social de la representada,
mento, viste una larga túnica posiblemente de un de la que sólo se conserva la parte inferior, se hace
tejido grueso, que es ajustado y sobre el que se co- evidente por la riqueza y adornos de los vestidos;
loca otro más ligero con manga que le cubre los bra- por su posición de ‘mujer sedente’ y, con valor aña-
zos. El tocado de cabeza, que se pinta interiormen- dido, pero imprescindible en la composición de la
te, no sabemos muy bien a qué corresponde. Un escena, la disposición elevada del personaje feme-
velo enlaza con el vestido cuando llega al cuello5. nino con respecto a la cabeza masculina del porta-
Tal vez se trate de una imagen idealizada represen- dor de lanza que la flanquea. En ambos casos, sin
tada de forma analítica, quizás, pudiésemos leer embargo, en la lectura de personaje representado-
aquí una forma de representar la virtud femenina divinidad quedaría plasmada su relación con una
(Olmos et alii 1992: 130; Tortosa 2006). divinidad femenina con rasgos habituales en la ico-
Un segundo fragmento de la Serreta nos condu- nografía y en los textos del Mediterráneo: recorde-
ce a otro prototipo habitual en el Mediterráneo: el mos las relaciones de diversas divinidades femeni-
caso de las figuras sedentes (Fig. 5b). En esta esce- nas –de tipo oriental/clásico– con el tejido y todo
na, a pesar de la fragmentación que presenta, se lo relacionado con el ámbito de su elaboración.
distinguen sus pies y sus vestidos, túnica y manto,
decorados rica y profusamente con una especie de Así, como aspectos finales apuntaríamos:
ondas. El personaje se sienta en una silla con res- – Que en la pintura vascular no encontramos in-
paldo, decorado con puntos y rombos. Flanquean- dicios de los que podamos deducir un discurso acer-
do a la figura, vemos dos cabezas masculinas en ca de las relaciones de género a través de aspectos
actitud de protección. El personaje, que se encuen- como el de la visibilidad que proporcionan las acti-
tra delante de este pequeño cortejo, mantiene su vidades que la mujer desempeñaría en los espacios
cabeza erguida y con casco. La figura de atrás, con domésticos ni a través de las llamadas actividades
la mano abierta, roza un elemento –¿una lanza en de mantenimiento que están relacionadas con el
posición de parada?–. Llama la atención, en este ti- ámbito de la mujer (Gonzalez Marcén 2000). Escasa
po de manifestación pictórica en la que no es habi- información, por tanto, sobre la inserción de la mu-
tual que los personajes expresen emociones a través jer en el contexto social y religioso si atendemos a
de los gestos, la posición de su cabeza agachada, este código iconográfico vascular y contestano.
tal vez mostrando un gesto de sumisión? Algunos – Los ejemplos vasculares que giran en torno al
autores plantean, en este caso, la hipótesis de que código iconográfico de la Alcudia y su territorio cer-
se trate de una escena de procesión de una diosa cano, muestran cierta ausencia de la representación
llevada en andas. (De Griñó 1992: 197, fig.1). En femenina. Sin embargo, ‘lo femenino’ se convierte
nuestra opinión, no se trata tanto de una procesión en una categoría de género con aspectos que han
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¿Mujer/divinidad? Trinidad Tortosa Rocamora

estado vinculados tradicionalmente a la psicología A. Hernando (2000): “‘ser mujer’ ha significado en


femenina. Este término se encuentra presente a tra- términos históricos no tener el poder, pero sobre
vés de representaciones vegetales que inundan el todo, no generar deseos de conseguirlo, lo que sólo
ámbito de las composiciones pictóricas vasculares. se consigue potenciando una identidad altamente
– Las consecuencias sociales de la iconografía relacional que, a su vez, sólo puede entenderse des-
vascular que hemos visto; las manifestaciones de de la atribución de potentes significados al espacio”.
esos procesos de construcción social (de identidad- Esta falta de deseo femenino por conseguir el po-
de género) sólo podemos intuirlo a partir de los sím- der y de no ser visibles, sobre todo, políticamente,
bolos sacros-vegetales, vinculados a una divinidad que ha sido tradicional hasta fechas recientes, ha
de carácter femenino. En el segundo código icono- sido fundamental para que esa relación entre la lec-
gráfico de Sant Miquel de Llíria, del que hemos tura directa de representación femenina-divinidad
hablado brevemente, el elemento femenino apare- haya sido un hecho confirmado.
ce en rituales de participación social de la comuni- Además, para que se produzca el paso del deseo
dad, no individual. Mientras que en los dos frag- –de poder en este caso– a la acción es necesario
mentos de la Serreta, las dos imágenes nos introdu- contar con unos modelos que se hayan establecido
cen en la iconografía tradicional que la historia y la (Marina 2004). Ese proceso no parece recogerse a
iconografía nos vinculan con la mujer mediterrá- través de la iconografía vascular que vemos en los
nea: la escena del personaje femenino vinculado al recipientes del sureste peninsular. Aunque, tal vez
mundo de la elaboración del tejido, como la virtus sea mejor decir que esa ausencia forma parte del
de la mujer; y la mujer como ‘dama sedente’: diosa proceso de configuración posterior de los procesos
o mortal? de identidad femenina. Este es, precisamente, uno
de los puntos que se ha reivindicado desde la ar-
Por otra parte, nos gustaría apuntar como ele- queología de género: la necesidad de superar la
mento de reflexión que, el juego de las estrategias vinculación mujer-ámbito doméstico y de indagar;
de género, donde la iconografía femenina se mues- de buscarla también en el ámbito de lo público. En
tra como parte del espejo social, la propuesta de este sentido, la iconografía vascular, sobre la que
personaje femenino-divinidad ha sido una inciden- aquí hemos hablado, no proporciona información
cia recurrente en la historiografía mientras que, en sobre este particular. No buscamos en las imágenes
el caso de las representaciones masculinas, en las tanto los rasgos culturales como los mecanismos
que se habla tradicionalmente de elite masculina del proceso que nos pudiesen aportar información.
no existe tal necesidad de lectura y, de forma habi- Acabamos estas páginas reivindicando lo feme-
tual, el personaje masculino de la elite se asocia con nino que indicábamos al principio de nuestro capí-
un elemento activo de poder sin necesidad, excep- tulo, sobre todo, para esos ejemplos vasculares: la
to cuando algún rasgo lo evidencia de forma evi- mujer no estará representada de manera tan evi-
dente, de su vinculación directa con una divinidad. dente en la historia pero su presencia, sus rasgos
En este sentido, en esta relación de la representa- definen y comportan muchos aspectos sociales que
ción y su identidad –femenina en el caso que nos se encuentran presentes en la psicología de estas
ocupa–, nos parece interesante recoger una frase de comunidades protohistóricas.

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NOTAS
1. Entre los ejemplos que podríamos apuntar haciendo referencia a estos aspectos femeninos que, en ocasiones, se intercam-
bian al comportamiento o al ritual masculino, retomamos las palabras de N. Loraux acerca de las virtudes femeninas presen-
tes en Grecia Antigua. La autora indica cómo una vertiente no oficial recoge el momento en que un guerrero de La Ilíada
tiembla, llora, tiene miedo y es tildado de mujer aunque sin perder, por ello, un ápice de virilidad y consistencia en su figu-
ra, según sus palabras (Loraux 2004: 16-17).

2. También N. Loraux (2004) recoge muy bien esta paradoja cuando escribe a propósito del personaje de Helena; personaje
que carece de cuerpo y que emerge bajo la imagen de la diosa Afrodita. Helena, como afirman los ancianos de Troya “cuan-
do se la tiene delante, se parece a las diosas” y no ofrece un esbozo de femme fatale, sino el reconocimiento como mujer
‘absolutamente divina’ que tan sólo adquiere sentido fuera de sí misma. Así, el factor extraordinario de la belleza de Helena
se muestra como espejo de la diosa alejado del ámbito mortal.

3. Lillo (1983: 773) habla de un canino o zorro para esta representación.

4. Aunque no siempre una divinidad se representa de frente, como en el ejemplar del vaso nº 1069 de representación formal
de Tanit en la Alcudia (Elche, Alicante), cf. Tortosa 2004.

5. Podríamos encontrarnos con algún ejemplo citado en las fuentes, citadas tantas veces en la bibliografía. Recordemos las
palabras de Estrabón (III, 4, 17): “...En otras regiones se pone sobre la cabeza, encajada hasta las orejas, una pequeña pan-
dereta circular que se ensancha progresivamente hacia arriba...Pero también hay las que ponen en su cabeza una columnita
de un pie de altura en torno a la cual trenzan el pelo para cubrirlo después con un velo”.

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Complutum, 2007, Vol. 18: **-** 86


Arqueología de la muerte y el estudio de la
sociedad: Una visión desde el género en la
Cultura Ibérica

Isabel IZQUIERDO PERAILE


Subdirección General de Museos Estatales. Ministerio de Cultura. Plaza del Rey, 1. 28014 Madrid
isabel.izquierdo@dgba.mcu.es
Recibido: **-**-****
Aceptado: **-**-****

RESUMEN

Este trabajo apunta distintas líneas de investigación en torno a los espacios funerarios de la Cultura
Ibérica, desde una perspectiva de estudio social y de género. Partimos de la hipótesis según la cual la
reconstrucción e interpretación del proceso de la muerte, como hecho cultural, con sus limitaciones, pro-
porciona desde la arqueología, preciosos datos sobre las características organizativas, y al mismo tiem-
po, las creencias, percepciones y valores de las sociedades del pasado. En esta línea, valoramos las lec-
turas del espacio funerario, recurso físico con funciones en la construcción de la identidad, entendido tam-
bién en Iberia como espacio religioso y social; presentamos sus pautas de ordenación, escalas de monu-
mentalización, enterramientos de grupos familiares o parejas. Nos detenemos igualmente en los rituales
funerarios, reveladores de etnias, grupos sociales, de linaje, género o edad. Finalmente, señalamos el
valor de los programas iconográficos en los monumentos funerarios; la riqueza, diversidad, y prevalen-
cia de la imagen femenina en el Ibérico Pleno, con distinción de categorías de edad y género.

PALABRAS CLAVE: Arqueología. Cultura Ibérica. Muerte. Género. Sociedad. Necrópolis. Ritual. Monumento.
Imagen.

ABSTRACT

This paper aims to present different lines of research concerning the funerary spaces in the Iberian Culture
from a social and gender perspective. We start out the hypothesis according to the reconstruction and
interpretation of the process of death as a cultural fact with its archaeological limits. The study of death
offers precious dates about the organisation characteristics, and at the same time, the beliefs, perceptions
and values of the past societies. In this line, we value the lecture of the funerary space in Iberia, as a physi-
cal mean with functions in the construction of the identity; with a religious and social dimension; we con-
sider order guide lines, scales of monuments, burials of familiar groups and couples. We stopped in the
funerary rituals that reveal characteristics of ethnic, social, family, gender and age groups. Finally, we
point out the values of the iconography programmes in the funerary monuments; and the richness, diver-
sity and prevalence of the feminine image in the Middle Iberian period that shows different categories of
age and gender.

KEY WORDS: Archaeology. Iberian Culture. Death. Gender. Society. Necropolis. Ritual. Monument. Image.

SUMARIO 1. El estudio social y de género de las necrópolis. 2. Las lecturas del espacio funerario ibé-
rico. 3. Tumbas, ritos y ajuares funerarios. 4. Antropología física y paleodemografía ibérica. 5.El valor de
las imágenes de los monumentos funerarios. 6. Valoraciones finales.

Complutum, 2007, Vol. 18: **-** 87 ISSN: 1131-6993


Isabel Izquierdo Peraile Arqueología de la muerte y el estudio de la sociedad

1. El estudio social y de género de las necrópolis polis, desde una perspectiva diacrónica y en terri-
torios amplios (Blánquez y Antona 1992; Chapa et
Los conceptos de muerte y género constituyen al. 1995; Izquierdo e.p a). Desde este marco ma-
el punto de partida de este trabajo en torno a las croespacial, la comprensión del fenómeno funera-
necrópolis ibéricas, desde una perspectiva de aná- rio, en sus múltiples dimensiones, va ligada a su
lisis social. La muerte, en primer lugar, representa tiempo y a su espacio; no puede abstraerse de la
una esfera de la realidad no controlada totalmente historia y dinámica del territorio.
y temida por el ser humano. El enterramiento refle- Partiremos de la hipótesis según la cual la re-
ja la expresión material del fenómeno, pero no es construcción e interpretación de este proceso cul-
más que una parte dentro de todo el proceso ideo- tural, con sus limitaciones, proporciona preciosos
lógico y sociológico, que según autores, va desde datos sobre las características organizativas, y al
esa agonía previa a la defunción, y culmina con el mismo tiempo, las creencias, percepciones y valo-
diseño de la tumba, la deposición de ofrendas, res de las sociedades del pasado. No hemos de
invocaciones, visitas y ceremonias posteriores, olvidar que el ritual funerario puede impulsar, ade-
etc., toda una compleja cadena de emociones y más, transiciones sociales a determinados miem-
proyecciones de pensamiento con huella en el bros de la comunidad; genera nuevas dinámicas y
registro material. Como señalaba Morris (1987) el relaciones. Los estudios de las últimas décadas han
análisis de los enterramientos es el análisis de la enfatizado la naturaleza histórica y, somática de las
acción simbólica, al observarlos desde el punto de prácticas funerarias, centrándose en su función de
vista social, religioso, económico o cultural. Como construcción y reproducción de la memoria social
fenómeno antropológico, la muerte representa uno y las estrategias de duelo. Hoy parece imponerse
de los grandes temas que afrontó la arqueología una tercera vía que evite ver dichas prácticas fune-
desde sus orígenes, desde planteamientos diversos. rarias como un espejo o un espejismo, según los
En la Península ibérica, los primeros estudios paradigmas de la arqueología de la muerte tradi-
que incorporaron nuevos presupuestos de acuerdo cional o postprocesuales. El estudio arqueológico
con las líneas metodológicas de la arqueología de de la materialización de acciones que giran en
la muerte se inician en la década de los setenta den- torno al hecho de la muerte, ha incorporado al tra-
tro del campo, fundamentalmente, de la arqueolo- dicional análisis de la estructura social, la repre-
gía ibérica, genéricamente materialista y procesual sentación de los esquemas de pensamiento. Se
(Ruiz 1978), desde otros parámetros, historicistas enriquecen así las iniciales perspectivas de la
y difusionistas (Almagro Gorbea 1978) y poste- arqueología de la muerte y reenfocan este campo
riormente, Quesada (1989), Chapa (1991) e Izquier- de estudio hacia una visión mucho más antropoló-
do (2000) entre otros muchos. Hemos de citar la gica y propicia, por tanto, al estudio del género.
incorporación, en las dos últimas décadas, de estu- Dicho de otro modo, entendemos hoy el registro
dios sobre escultura monumental y diseño espacial, funerario como un producto de visiones individua-
así como los datos antropológicos y de reconstruc- les y colectivas, así como un espacio con inversio-
ción paleoambiental (antracológicos, palinológicos, nes distintas de esfuerzos, creencias y emociones.
carpológicos o zooarqueológicos). Topamos en Lo que Uriarte (2002), en la línea de la llamada
numerosas ocasiones con obstáculos, sobre todo en arqueología de la mente o cognitiva, ha reivindica-
antiguas colecciones, cuando se carece de los datos do como la intervención de los discursos en el
que proporciona una campaña de excavación con registro funerario, y el reflejo de las emociones,
los parámetros contemporáneos. Paulatinamente, ligado al gasto de energía, mucho más difícil de
junto a la evolución de los trabajos de campo, se aprehender y valorar. El escenario de la muerte en
han incorporado, análisis sociales o modelos espa- la antigüedad, en definitiva, sigue siendo un atrac-
ciales, geográficos, matemáticos, antropológicos, tivo foco de estudio, como arena de proyección
etc. Se aboga hoy por un planteamiento de estudio social, en sus distintas facetas, y también de géne-
interdisciplinar. En esta línea, el conocimiento los ro (Cuozzo 2000, Arnold y Wicker 2001).
territorios, la comprensión de los lugares centrales, En segundo lugar, el debate teórico en torno al
las funciones de los asentamientos, los modelos de género en arqueología remite a distintos planos de
ocupación y su dinámica histórica constituyen pre- análisis, desde la concepción de la propia discipli-
misas esenciales para el estudio social de las necró- na científica, el posicionamiento intelectual e ideo-
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Arqueología de la muerte y el estudio de la sociedad Isabel Izquierdo Peraile

lógico del investigador o investigadora, la concep- tre teoría y práctica. Interesa resaltar este aspecto
tualización de los objetivos de investigación, hasta porque, más allá de la visibilidad de la historia de
el desarrollo de los métodos de trabajo (Conkey y las mujeres, y en este caso, su presencia, ausencia
Spector 1984; Gilchrist 1999). El análisis del géne- o protagonismo en los rituales funerarios, desde el
ro traslada a una elemental cuestión de fondo en el registro arqueológico, se impone hoy una mayor
análisis y la interpretación arqueológica: la natura- riqueza de lecturas y miradas, en la línea expresa-
leza de la acción humana, la valoración e influen- da. Las particularidades del registro arqueológico
cias de su construcción y la importancia del con- condicionan obviamente los trabajos, ya que el
texto histórico (Figura 1). El concepto género se género no es visible inmediatamente. De ahí el én-
entiende, efectivamente, en su contexto cultural y fasis en los métodos de medición e interpretación
valora la interacción entre individuos dentro de del dato empírico. Este carácter positivista de la
cada sociedad. No es una identidad esencial, está- disciplina arqueológica ha relegado a un segundo
tica, sino una estructura activa, en palabras de Stig plano la reflexión sobre cuestiones como el género
Sørensen (2000), una categoría de análisis multidi- que implica, a su vez, una aproximación social y
mensional que conlleva un diseño, una negocia- metodológica. La perspectiva de género conlleva,
ción de diferencias socio-culturales; y marca esfe- en definitiva, una visión de los individuos, grupos
ras de relación y dinámicas dentro de las comuni- sociales, sus funciones, identidades, relaciones,
dades del pasado. Al margen de estas consideracio- comportamientos, etc. Hoy, en paralelo al desarro-
nes lo que parece decisivo resaltar es que la apor- llo de sus estrategias y códigos, se concibe la
tación del género a la arqueología, y en concreto a investigación del género en la antigüedad como
la arqueología funeraria, como han insistido una parte necesaria de cualquier teoría de las rela-
Milledge Nelson y Rosen-Ayalon (2002) enfatiza ciones sociales. Presentaremos con estas premisas
una mayor atención a los matices; implica una a continuación algunas aportaciones, desde el re-
sofisticación del análisis de los datos arqueológi- gistro funerario, para el conocimiento de la socie-
cos; un diálogo y no a la negativa polarización en- dad ibérica.

Figura 1.- Perspectiva de género en arqueología. Detalle de la escultura femenina ibérica hallada en la necrópolis del
Cabezo Lucero (Guardamar del Segura, Alicante).

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Isabel Izquierdo Peraile Arqueología de la muerte y el estudio de la sociedad

2. Las lecturas del espacio funerario ibérico un escenario variopinto con claves sociales, donde
la valoración y codificación del género está presente.
Uno de los ámbitos de estudio básicos de la
arqueología funeraria, según estos planteamientos, 2.2. Necrópolis y ordenación espacial
es la dimensión espacial, un recurso físico con fun-
ciones en la construcción de la identidad. El espa- Algunas necrópolis de la Protohistoria ibérica
cio es diseñado y creado por relaciones sociales, revelan estrategias de alineación y orientación de
objetos naturales y culturales. Stig Sørensen (2000) sus tumbas como en las necrópolis de Les Casetes,
consideró el espacio y su organización como un parte de las extraordinarias necrópolis reciente-
recurso para la representación del género, con mente excavadas en Vilajoyosa (Alicante) (García
manifestaciones individuales y colectivas. La Gandía 2003), del último cuarto del siglo VII y la
información que aporta el espacio se sitúa en dos primera mitad del VI1, donde se constata la orien-
amplios niveles, según el trabajo de Goldstein tación de las tumbas en dirección este-oeste y la
(1981), por una parte, el grado de estructura, sepa- presencia de posibles deambulatorios, accesos y
ración espacial y orden del área y, por otra parte, calles que ordenan el recinto funerario. En El Mo-
las relaciones espaciales dentro del área, con dife- lar de San Fulgenci (Alicante), Lafuente (1933)
renciación de estatus, de grupos familiares, des- distinguió dos áreas, con rituales diferenciados y
cendentes o clases especiales, dependientes de la alineación de tumbas en dirección noroeste-sures-
correlación de estas relaciones espaciales con otras te, ¿poblaciones o linajes distintos...?; así como
dimensiones de estudio. una ancha vía cubierta por un llamativo encachado
de conchas. Fuera de nuestro ámbito cultural ibéri-
2.1. Espacio funerario, religioso y social co, en el territorio de la Meseta Oriental, los traba-
jos de J. Cabré sobre las necrópolis del Hierro
Los espacios funerarios ibéricos se definen tam- -Huerta Vieja o Garbajosa, entre otras-, como reco-
bién como escenarios religiosos y sociales donde ge la reciente revisión de Cerdeño y García Huerta
se llevan a cabo prácticas rituales que ligan la (2004), también demostraron la existencia de seña-
comunidad a su pasado. Muestra esa faceta ritual lización de tumbas con estelas y alineaciones como
su uso prolongado en el tiempo, las reparaciones pauta de ordenación del espacio, que, sin embargo,
antiguas que documentan algunas tumbas, la reuti- no es regular en todas las necrópolis.
lización de elementos monumentales anteriores -de
esta forma un monumento representa un palimses- 2.3. Necrópolis, espacio, sociedad y género
to de usos primarios y secundarios, susceptible de
estudios biográficos, del pasado en el pasado-, la Del estudio espacial de las necrópolis se han
referencia visual, topográfica de las necrópolis con planteado claves sociales y de género. Un modéli-
los poblados y de sus monumentos en los caminos co caso de estudio se aplicó a los túmulos orienta-
o el desarrollo de ritos diversos con presencia de lizantes de Setefilla (Aubet et alii 1996), donde se
fuego, perfume, celebraciones colectivas o familia- dedujo una idea de espacio y género, en la que las
res con libaciones y banquetes (Izquierdo 2000, tumbas femeninas ocupan predominantemente lu-
e.p. b). Este uso ritual y social del recinto funera- gares periféricos. Y avanzando en el tiempo, para los
rio lleva a plantear el tema de la transmisión de la siglos VI y V, A. Ruiz, M. Molinos y C. Rísquez
cultura a través de la memoria y tal vez del culto a han defendido la emergencia de la aristocracia a
los ancestros, documentado en territorios de otras través del estudio de espacios funerarios como
culturas como la Céltica o mediterráneos como Porcuna (cf. en este mismo volumen, Rísquez y
Grecia. No cabe duda que para Iberia habrá que García Luque). Tumbas aisladas en algunos casos,
buscar una especificidad, y en ese sentido, la seña- como la de Hornos de Péal (Jaén), con parejas ente-
lización de las tumbas mediante tipos y escalas rradas, anuncian novedades (Ruiz y Molinos e.p.).
diversas, la ordenación espacial de las necrópolis, En el Ibérico pleno, la reafirmación de las castas
la ubicación de algunos monumentos que podrían ciudadanas permite vislumbrar en los espacios
centralizar determinados actos ceremoniales, re- funerarios pautas de centralidad de las tumbas.
dundando en la legitimación del poder de las élites, Muy interesante, en esta línea, es el trabajo desa-
entre otros aspectos que iremos apuntando, dibujan rrollado por el equipo de la Universidad de Jaén
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Arqueología de la muerte y el estudio de la sociedad Isabel Izquierdo Peraile

sobre la necrópolis ibérica de Baza (Ruiz y Rís- rramientos, tal vez al modo de monumentos colec-
quez 1992), donde se plasma la jerarquización de tivos. La fase II de la necrópolis muestra una simi-
un espacio funerario. La rica cámara número 155, lar tendencia a la agregación (cf. tumbas 85 y 91,
metáfora del mundo subterráneo, muestra la adosadas al encachado de la tumba 112, entre otros
importancia otorgada al enterramiento de una ejemplos). Más de un siglo después, la excavación
mujer. Recientemente, Rísquez y Hornos (2005: de Cabezo Lucero, en Guardamar del Segura
309) han propuesto que la mujer allí enterrada esta- (Alicante), muestra la estrategia de implantación
ría emparentada -sería tal vez la madre- del aristó- de un grupo humano que vigiló más de un siglo la
crata local, cuyos restos son cremados y deposita- desembocadura del Segura (Aranegui et al. 1993).
dos un tiempo después en la cercana tumba núm. Las plataformas monumentales, rematadas, al
176, que ordena a partir de ese momento el espa- menos en cinco casos, por esculturas de toros, con
cio. Exista o no ese vínculo familiar, interesa des- predominio de la simbólica orientación este-oeste,
tacar cómo en la tumba más extraordinaria de la se erigen en la necrópolis, proyectando pública-
necrópolis, que manifiesta poca atención al espacio mente imágenes y conceptos. Se cuestiona su aso-
exterior, colectivo, es enterrada una mujer con un ciación con tumbas individuales y plantea su posi-
ajuar excepcional. Otro ejemplo más modesto lo ble uso como lugares de culto, tal vez colectivo,
proporciona el registro de la necrópolis del Corral como podría suceder en la cercana necrópolis del
de Saus (Valencia) (Izquierdo 2000), de los siglos Molar. La organización del espacio, su señaliza-
III y II, con 26 cremaciones. La mayor y más des- ción y monumentalización son cuestiones todavía
tacada tumba de la necrópolis, “la tumba de las abiertas al análisis (cf. Rísquez y García Luque en
sirenas”, un empedrado tumular que reutiliza ele- este volumen). Los puntos de enterramiento en
mentos monumentales correspondientes a un pai- torno a estas plataformas se adscriben mayoritaria-
saje anterior -dotado de escritura e iconografía fi- mente al siglo IV, salvo el conocido punto 75, junto
gurada zoomorfa y antropomorfa-, donde se entie- a la plataforma N, al sur de la necrópolis, que se
rra una pareja de individuos adultos, uno masculi- data entre el 500 y 450. La necrópolis se extende-
no y otro femenino, articula un espacio reducido rá hacia el norte, donde se sitúa el poblado. Des-
con tumbas alrededor, en hoyo y cista. El área en tacaremos la presencia de puntos de enterramiento
torno a las dos grandes tumbas concentra los múltiple en el sector más antiguo, -puntos 75, con
mayores porcentajes de cerámicas importadas, sus una pareja de adultos, y 77, con adulto y individuo
imitaciones en cerámica ibérica y los escasos vasos infantil-, ambos cerca de las plataformas N-R-S-P,
figurados. Una pequeña necrópolis, en definitiva, donde destaca la P, que además de restos de toro
ubicada en un antiguo espacio con esculturas, presenta distintivamente la mayor concentración
organizada en torno a dos grandes tumbas tardías, de fragmentos de león o mejor, esfinge. En el sec-
donde se entierra una pareja y un varón adulto. tor central, datado en torno al 325, sobresale el
punto 47 con adulto, individuo infantil y perinatal;
2.4. Necrópolis, espacio y agregación: así como los puntos 52-55-56 con adulto, indivi-
¿grupos familiares? duo infantil y varón. Se localizan en el túmulo K,
cerca de las estructuras L e I. El punto 26, con
Otro de los puntos a considerar es la existencia varón, mujer y dos individuos infantiles se halla
de enterramientos múltiples y tumbas que se agre- frente a un gran complejo monumental conforma-
gan en el espacio, de significación familiar o lina- do por las plataformas G-H-M, y un área de crema-
je compartido. Como antecedente al horizonte ibé- ción (F). Finalmente, en el sector norte, más
rico, en la necrópolis de cremación correspondien- reciente, destacan los puntos 2-3, con dos adultos
te al asentamiento de Peña Negra (Alicante), en la cremados sucesivamente, un varón y otro de rasgos
fase I de Moreres, González Prats (2002) ha reco- más gráciles, indeterminado, del siglo IV, en una
nocido la concentración del grupo de tumbas con estructura tumular, la D, cerca del conjunto de
superestructuras medias y complejas, alineadas en estructuras A-B-C, donde destaca la A, la mayor
un eje de dirección noreste-suroeste. La cualidad del recinto, según sus dimensiones conservadas. Se
monumental parece ser la clave que marca la dis- podría plantear, en resumen, una estrategia de or-
tancia social. Tumbas como la 94C desarrollan en denación espacial y temporal ligada a enterramien-
su entorno un sistema de agregación de otros ente- tos múltiples, con presencia de ambos géneros y
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Isabel Izquierdo Peraile Arqueología de la muerte y el estudio de la sociedad

clases de edad, incluyendo niños, tal vez familias, Si hablamos de espacio, monumentos y orden,
ligadas a estructuras monumentales de significa- no podemos dejar de mencionar finalmente en este
ción en el paisaje, como los túmulos D y K, o la punto, la percepción humana del espacio funerario
cercanía a las plataformas decoradas con escultu- y sus monumentos. Se han aplicado modelos de
ras, como la P, con toros y esfinge. Sin olvidar, en análisis arquitectónico de accesos y de visibilidad,
el sector norte, más moderno, la aparición de la como en los trabajos de Sánchez (2004) en la
única escultura antropomorfa de la necrópolis, necrópolis de la antigua Tútugi (Galera, Granada).
femenina (Llobregat y Jodin 1990). En necrópolis Partiendo del emplazamiento elevado y la visibili-
como Castellones de Ceál (Hinojares, Jaén) tam- dad desde el poblado de la necrópolis, se planteó a
bién imágenes de toro dominaron el espacio desde escala semi-micro el análisis en planta de las cáma-
la altura de una de las plataformas más grandes, en ras, la mayoría con dos espacios y un único acceso
su extremo oriental, entre los siglos V/IV (Chapa et que se haría en fila y ordenado hacia la cámara, un
al 2002-3). espacio oculto, más profundo, visible en un 50%
En ocasiones, una agrupación de tumbas en el desde el acceso y con un orden de circulación esta-
espacio viene marcada por una determinada fór- blecido. El estudio, en definitiva, de estas cámaras,
mula de enterramiento, una pauta constructiva y/o posiblemente familiares, como la núm. 82, muestra
un mismo ritual funerario, como las cámaras fune- un modelo similar de corredor -como creador de un
rarias de Castellones (tumbas A-D-E-F y G) o las espacio privado- y cámara, que proporciona datos
tumbas 5, 8, XXVI, 11/145 y los ustrina XIII y sobre la percepción humana, visión y uso del espa-
XVI, en el área central, con una rica labor cons- cio en estas arquitecturas de la muerte.
tructiva, suelos de adobe, techos de madera, alza-
dos encalados y pintados de rojo (Chapa et al.
1998). En la cultura celtibérica, por otra parte, 3. Tumbas, ritos y ajuares funerarios
como en la necrópolis de Herrería, Cerdeño et al.
(2004), han detectado agrupaciones de tumbas, tal 3.1. Ritual funerario y etnia
vez familiares, en las estructuras tumulares exca-
vadas, que además se alinean astronómicamente. El rito puede revelar aspectos de identidad en
relación con etnias, grupos sociales, familiares, de
2.5. Necrópolis, espacio y monumentalización linaje, género o edad. No conocemos, por el mo-
mento, tumbas birrituales en la cultura ibérica,
Los trabajos en torno a la señalización diferen- como sucede en algunas necrópolis europeas de la
cial de las tumbas y sus monumentos han sido Edad del Hierro. El ritual mayoritario implica la
abundantes en las últimas décadas (Almagro Gor- acción del fuego sobre el cadáver, reservándose la
bea 1978, 1983; Blánquez y Antona 1992; Castelo inhumación para la población infantil en espacios
1995; Izquierdo 2000, e.p. a, e.p. b). Los amonto- domésticos, con excepciones. Algunas necrópolis
namientos de piedras, estelas, empedrados tumula- como El Molar, en su sector oriental, plantean la
res, hasta los programas iconográficos proyectados asociación del espacio y el ritual como posibles
en monumentos de escala diversa, constituyen una indicadores de grupos culturales o étnicos. En
diversidad de fórmulas de enterramientos que obe- dicha necrópolis se excavaron dos tumbas de inhu-
decen a factores socio-económicos, tal vez, religio- mación, posibles cista y cámara, que se asocian a
sos o de gusto personal. En todo caso, en estos últi- población oriental (Peña 2003). El proceso de
mos ejemplos con programas iconográficos (v. construcción de la identidad étnica es un tema muy
infra), una manifestación aristocrática. Grandes debatido en arqueología, que depende, en primer
monumentos pueden dar origen, en algunos casos, lugar, de la posibilidad de leer polisémicamente los
a espacios funerarios. Así para el Llano de la Con- contextos. Además del ritual no crematorio, los
solación (Albacete) (Valenciano 2000), se ha plan- elementos de ajuar pueden ser considerados mar-
teado el surgimiento y extensión de la necrópolis cadores culturales y/o étnicos. En el caso de la
en su fase antigua a partir de un monumento turri- necrópolis de Moreres, las tumbas con urnas a
forme, evocando la configuración espacial de la torno pertenecerían, según la hipótesis de Gonzá-
necrópolis de Pozo Moro (Albacete), en torno a su lez Prats (2002), a fenicios, sus descendientes, o
torre (Almagro Gorbea 1978). población autóctona conocedora de “modas”
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Arqueología de la muerte y el estudio de la sociedad Isabel Izquierdo Peraile

Figura 2.- Tumba femenina, núm. 17, de la necrópolis de Les Casetes (Villajoyosa, Alicante) (García Guinea 2003).

orientales. También en este horizonte del Hierro dos y, desde la interpretación, los bienes que se
antiguo, en la necrópolis de Les Casetes se docu- entierran en la tumba comunican mensajes diferen-
mentan tumbas elaboradas y usos funerarios distin- tes a los distintos participantes en el ritual. En cual-
tivos, por la inclusión de elementos exóticos en su quier caso, como tantas veces se ha planteado, se
ajuar y el tipo de tumba, que denotan posibles ente- impone la necesidad de estudios antropológicos en
rramientos de población no autóctona, o más pru- la identificación de las tumbas y, a su vez, y el
dentemente, población local con fuertes influen- rechazo definitivo al paradigma de los ajuares-tipo,
cias orientalizantes (Figura 2). Una de estas tum- que presuponen tumbas masculinas o femeninas en
bas destacadas, núm. 17, corresponde justamente a función de la presencia/ausencia de determinados
una mujer joven (García Gandía 2003). objetos, aunque se pueden determinar tendencias a
partir de las muestras conocidas. Esa relación entre
3.2. Ritual funerario, grupos sociales ajuar y género debe ser investigada y no asumida.
y de género Hoy se refutan las atribuciones mecánicas de ele-
mentos supuestamente distintivos de género como
La distinción en el rito, por una parte, puede el armamento, mayoritariamente vinculado a tum-
marcar distancias sociales, como en el túmulo A de bas masculinas, aunque el extraordinario ajuar de
Setefilla, cuya cámara central interior acoge dos la tumba femenina de Baza cuestionó esta asun-
inhumaciones (Aubet et al. 1996). Pero, por otra ción- o las plaquitas perforadas de hueso, punzones
parte, la gente construye su identidad a través de o alfileres decorados que se asocian en general,
relaciones de objetos y el ajuar funerario es un rico aunque no de manera exclusiva, a enterramientos
banco de datos para aproximarnos a la sociedad y de mujeres. Como ejemplos que cuestionan estos
sus percepciones. Se han diseñado distintos méto- paradigmas podemos citar la rica tumba núm. 22b
dos basados en el número o tipo de objetos, fre- de Los Villares (Blánquez 1990), que contenía res-
cuencia, establecimiento de “unidades de riqueza”, tos cremados de una mujer de entre 20 y 30 años,
que asignan valores a materiales signos de presti- con presencia de armamento; la citada tumba
gio, autoridad, o mayor rareza, con el apoyo de 11/145 de Castellones de Ceal, que albergaba los
tests estadísticos. No podemos olvidar que desde el restos de un varón de más de 40 años, sin armas y
análisis arqueológico, comidas, libaciones, vesti- con un rico ajuar metálico y cerámico (Chapa et al.
dos y otros materiales orgánicos no son preserva- 1991); o la “tumba de las damitas” del Corral de

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Isabel Izquierdo Peraile Arqueología de la muerte y el estudio de la sociedad

Saus, de un sujeto masculino adulto, con cerámica hay presencia de armas en cremaciones infantiles;
importada, fusayolas; anilla y pinzas, una placa en la necrópolis albaceteña de Los Villares la pre-
perforada de hueso y una cabeza de alfiler decora- sencia de campanitas de bronce señala tumbas
do en este mismo material (Izquierdo 2000). infantiles, como aparece en algunas inhumaciones
Las variables biológicas, cuya atribución -no en poblados (Blánquez 1990). En las tumbas con
podemos obviarlo- es también cultural (Laqueur asociación de niños y adultos -en el Cabezo Lucero,
1994), son correlacionadas con el contexto arqueo- núms. 91, 47 y 26- es común la presencia de cerá-
lógico y sus artefactos. A modo de ejemplo, mica ibérica -urna, pequeño vaso de ofrendas-,
Strömberg (1998), en su estudio sobre ajuares áti- cerámica de importación griega del servicio de me-
cos de la Edad del Hierro, aplicó un principio de sa, armas como el soliferreum y algún elemento de
exclusión, a partir de un grupo de referencia con adorno como anillo o pendiente. En la necrópolis
estudio osteológico y discriminó tipos de objetos del Poblado de Coimbra del Barranco Ancho tam-
como indicadores de tumbas masculinas o femeni- bién aparece esta asociación de niños e individuos
nas o items de alta frecuencia exclusivamente liga- adultos con cerámica ibérica, armamento, elemen-
dos a tumbas de mujeres o varones. Siguiendo este tos de adorno -tumba 55-; igualmente en la tumba
principio, en Cabezo Lucero (Aranegui et al. 1993), 24 de La Senda se documentan estas asociaciones
de nuevo, las tumbas identificadas con seguridad (García Cano 1999).
como masculinas ofrecen un repertorio de tipos y Los criterios de exclusión no funcionan en toda
un número de objetos superior a las femeninas, que el área ibérica. Hay dinámicas ligadas a los territo-
no presentan tipos exclusivos; las tumbas de adul- rios y contextos específicos, y en este sentido queda
tos varones cuentan con armamento (lanza, puñal, mucho camino por recorrer para perfilar geografí-
soliferreum, falcata o escudo), clavos, astrágalos, as y tradiciones. A modo de ejemplo, hay necrópo-
pinzas de bronce o algún vaso de cerámica de im- lis como el Llano de la Consolación con un 8% de
portación como ofrenda exclusivamente masculi- tumbas con armas y otras como Cabezo Lucero,
na. La asociación con armas -cuchillo afalcatado- con cerca del 60% de tumbas con armas, con varia-
en tumbas de varones adultos ya se reconoce en dos tipos. Por otro lado, dentro del ritual tras la cre-
épocas anteriores, como en los túmulos de Setefi- mación, algunas necrópolis han mostrado pautas
lla, mientras que las tumbas femeninas se asocian asociadas al género y la edad. Así, en Cabezo Lu-
a urnas a torno (Aubet et al. 1996). Otra asociación cero los restos cremados de mujeres y niños siem-
exclusiva a varones es la presencia de pendientes pre se depositan en el interior de urnas, mientras
amorcillados de oro, como se documenta en Caste- que los restos de los varones pueden ser cremados
llones de Ceal (Chapa et al. 1998); confirmada en y depositados in situ, además de en urnas o en
la plástica masculina de las necrópolis como Llano otros orificios en el solar del recinto. En otras ne-
de la Consolación, entre otras. En tumbas femeni- crópolis de idéntica cronología, sin embargo, estas
nas y en necrópolis de cronología posterior como distinciones no aparecen. Son aspectos que recla-
El Poblado -tumba 65- o La Senda de Coimbra del man un estudio en profundidad.
Barranco Ancho (Jumilla) -tumba 32- se observan
elementos comunes como la ausencia de armas o la 3.3. Destacadas tumbas de mujeres, parejas
presencia de cerámica ibérica y punzones de hueso o familias
(García Cano 1999).
Si observamos la edad, tampoco se detectan ti- Desde el descubrimiento de la tumba de Baza se
pos exclusivos en población infantil, aunque en puso de manifiesto la existencia de ricos enterra-
algunas necrópolis como Cabezo Lucero se produ- mientos con mujeres, por su ajuar o tumba en tér-
ce una reducción drástica de los tipos, quedando minos de inversión de trabajo y calidad, singulari-
limitados, en relación con la población adulta, a la dad o exotismo de sus elementos de ajuar. Tumbas
urna ibérica, elementos de adorno (cuenta de collar femeninas individuales, parejas en importantes
y anillo) y vestido (fíbula). En la necrópolis de enterramientos, o mujeres junto a niños en tumbas
Moreres (González Prats 2002) ya se reconoce esta múltiples de hasta 7 individuos, han sido presenta-
asociación de elementos de adorno con tumbas das recientemente, como la ya citada tumba 17 de
infantiles (anillos y cuentas de vidrio). En el Puntal cámara de Les Casetes, un enterramiento de presti-
de Salinas por ejemplo (Sala y Hernández 1998) si gio (García Guinea 2003). En el País Valenciano,
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Arqueología de la muerte y el estudio de la sociedad Isabel Izquierdo Peraile

Figura 3.- Tumba múltiple de “Hacienda Botella” (Elche, Alicante) (AAVV 2001).

como ejemplos recientemente publicados, citare- ibéricas, armas, elementos de vestido y fusayolas,
mos la asociación mujer-individuo infantil en el elementos comunes en el siglo IV, como en las
Torrelló del Boverot en Almassora (Clausell 1999) tumbas 125 y 204, en el área del empedrado núm.
o la tumba de “Hacienda Botella” de Elche, un 200, el más rico de la necrópolis, que reutiliza blo-
ustrinum del siglo II, con cremaciones sucesivas en ques de escultura y que también contenía los restos
el tiempo de un varón y dos mujeres adultas, ade- de una pareja, en opinión de Cuadrado (1987).
más de un niño de en torno a 4 años, con rico depó-
sito votivo (Figura 3) (AAVV 2001; de Miguel et
al. 2003). 4. Antropología física y paleodemografía ibérica
Fuera de nuestro marco de estudio, el oppidum
vacceo de Pintia, entre los términos de Padilla de Los análisis antropológicos, paleopatológicos y
Duero de Peñafiel y Pesquera (Valladolid), ha do- paleodemográficos de las necrópolis ibéricas se
cumentado una importante necrópolis de la que se afianzan en la investigación a partir de la década de
conocen algunas tumbas como la núm. 30, un ente- los ochenta fundamentalmente. Estos análisis no
rramiento doble en cuyo loculus una pequeña laja están exentos de dificultades y se hallan limitados
de piedra enhiesta separaba sendas urnas y ofren- en muchos casos por el estado de conservación de
das (Sanz y Velasco 2003). El diagnóstico antropo- los huesos tras la combustión y su alto grado de
lógico determinó la presencia de dos adultos, uno fragmentación (Figura 4). Estas limitaciones afec-
masculino de entre 40 y 50 años, con ofrendas tan en mayor medida a la identificación de muje-
metálicas, valiosas en este territorio, y otro indivi- res. En este ámbito de estudio se analizan grupos
duo femenino en torno a 20 años de edad. El fenó- de edad, sexo y aspectos derivados de la calidad de
meno de las parejas es interesante (v. infra). Una la cremación y su recogida, representación del
cámara destacada en su territorio es la del Hipogeo esqueleto -indicativa de una posible selección en la
de Hornos de Peal, en Jaén (Ruiz y Molinos e.p.), recogida, posibles trituraciones o tratamientos-,
donde una pareja de adultos, un varón y una mujer, grado de combustión de las incineraciones aten-
son enterrados con un ajuar modesto. Se trata de diendo a las coloraciones, etc. Estas analíticas hoy
una tradición el enterramiento en cámara de una son imprescindibles en el estudio de las tumbas,
pareja que puede rastrearse en Setefilla, Cerrillo aunque la asignación de categorías, masculinas,
Blanco y otras necrópolis que acogen linajes de femeninas, no deja de responder a criterios cultura-
poder (Rísquez y García Luque, en este volumen). les (Laqueur 1994; Keegan 2002). En este sentido,
Avanzando en el tiempo, en la necrópolis del Ci- los antropólogos trabajan con pautas de clasifica-
garralejo, se documentan tumbas dobles con ricos ción próximas, pero diferentes a la hora de valorar
ajuares que comprenden cerámicas de importación, los restos, sobre todo femeninos, como muestra el
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Isabel Izquierdo Peraile Arqueología de la muerte y el estudio de la sociedad

Teniendo en cuenta los datos que arroja una mues-


tra de necrópolis ibéricas (Risques y Hornos 2005),
podemos plantear algunos datos como la edad me-
dia de muerte -masculina de 30-40 años, frente a la
femenina de 21-30 años- o el perfil de mortalidad
por edad de muerte, que sitúa al parto como mo-
mento crítico. Se constata que hay una mortalidad
diferencial, superior en las mujeres, corroborada
en momentos anteriores a la cultura ibérica, como
en los túmulos de Setefilla, donde los índices mas-
culinos se sitúan en torno a los 30 años y los feme-
ninos en torno a los 22 (Aubet et al. 1996).

4.2. Grupos de edad:


Población infantil, juvenil y ancianos

Los estudios sobre segmentos sociales invisi-


bles o poco visibles han aumentado en los últimos
años (Moore y Scott 1997). En el País Valenciano,
frente al alto número de inhumaciones infantiles
Figura 4.- Urna cineraria ibérica con restos cremados de del área edetana, en una muestra las necrópolis
la necrópolis de Corral de Saus (Mogente, Valencia) contestanas (Cabezo Lucero, Puntal de Salinas y
(Archivo S.I.P., Valencia). Corral de Saus) el 13% de la población enterrada
corresponde a individuos infantiles. Conocemos
diágnóstico comparado de los estudios de Reverte algunos datos de necrópolis como Pozo Moro -don-
o Gómez Bellard para la necrópolis de Castellones de ésta representa un 23,2%, con cuatro ejemplos
de Ceál (Chapa et al. 1998: 204). de asociación con adulto- (Reverte 1985), Los Vi-
llares de Hoya Gonzalo -con cinco casos que cons-
4.1. Grupos de sexo e índices de mortalidad tituyen un 10% del total de individuos enterrados-
(Blánquez 1990), Coimbra del Barranco Ancho -con
La tradicional distribución entre grupos de sexo 8,2%, de individuos entre 1 y 12 años, de la pobla-
ha reconocido la superioridad numérica de los ción total- (García Cano 1999) o Cabezo Lucero,
enterramientos diagnosticados como masculinos donde representa un 9,5% -con ocho individuos
frente a las tumbas de mujeres. Algunos ejemplos identificados como niños y dos jóvenes, de los cua-
los muestran las necrópolis albaceteñas de Pozo les tres (puntos 26b, 47 y 91) se acompañan con
Moro -donde el porcentaje de tumbas masculinas adultos en la tumba (Aranegui et al. 1999). Tam-
(21) dobla a las de mujeres (11)- (Reverte 1985) y bién hay casos de inhumación infantil en necrópo-
Los Villares -donde hay una proporción de 6 a 4 lis como en Castellones de Céal: la tumba 11/149
favorable a los hombres- (Blánquez 1990), valen- (Chapa et al. 1998), sin ajuar, tal vez relacionable
cianas, en Corral de Saus, donde la población mas- con el ustrinum 9 que contenía los restos de una
culina alcanza el 58,3% frente al 8,3% de mujeres, joven mujer, ¿un parto prematuro quizás? En
según Calvo en Izquierdo (2000); también en Ca- Castellet de Bernabé (Guérin 2003), se excavaron
bezo Lucero las tumbas identificadas como mascu- más de 20 tumbas infantiles dispersas, un colecti-
linas superan las femeninas (Grévin en Aranegui et vo de “excluidos” donde destacan dos inhumacio-
al. 1993). En el Turó dels Dos Pins el 59% corres- nes de más de 6 meses con ajuar. Se ha propuesto
ponde a enterramientos masculinos, frente al un posible límite de edad para el acceso al univer-
13,6% de femeninos, además de un único caso de so funerario adulto, dotado ya de bienes para el
asociación de posible madre e hijo (García Roselló más allá. Ello plantea interrogantes sobre la identi-
1993). En Murcia, en Coimbra del Barranco An- dad social, la percepción de la persona a una deter-
cho, de los 9 individuos sexualmente definidos, 7 minada edad y en distintos territorios. Son líneas
son masculinos y 2 femeninos (García Cano 1999). de investigación a desarrollar. En algunos ejemplos
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Arqueología de la muerte y el estudio de la sociedad Isabel Izquierdo Peraile

de inhumación de lactantes de menos de un año y interpretación de lo real. Como señalaba Hernando


neonatos se habla en ocasiones de sacrificios que (2002) desde la llamada arqueología de la identi-
coinciden con momentos asociados a refacciones dad, la conexión que se establece entre la mente
en la arquitectura doméstica. En cualquier caso, humana y el mundo es a través de la representación
hay una limitada representatividad funeraria infan- que de él se hace. En este sentido, la percepción y
til (AAVV 1989; Chapa 2003). Ello se explica por asimilación del fenómeno de la muerte y su adap-
una alta mortalidad, lo que unido a una baja espe- tación a la vida colectiva constituyen la labor del
ranza de vida de la población define como frecuen- imaginario social, en palabras de Vernant (1982),
te la experiencia de la muerte en la familia. Esta que propuso para la antigüedad la existencia de
convivencia con la muerte determina su confronta- ideologías o políticas de la muerte, dentro de un
ción y estrategias. A este hecho se añaden los cono- enfoque socio-antropológico del mundo antiguo y
cidos fenómenos, por la antropología, de “muerte la psicología de la historia.
oculta” en espacios domésticos, o los posibles Frente a los parámetros arqueológicos más tra-
infanticidios o sacrificios rituales y la ausencia de dicionales, que tienden en ocasiones a enmascarar
un reconocimiento o sanción social a esta pobla- u ocultar la identidad femenina en estos espacios
ción. Se ha planteado igualmente la posibilidad de públicos que son las necrópolis, desde la iconogra-
asociar enterramientos perinatales múltiples a espa- fía de algunas tumbas ibéricas es posible inferir as-
cios de producción y comercialización de bienes, pectos complementarios (Prados e Izquierdo 2002-
como en Olérdola. 3; Izquierdo y Prados e.p.). El análisis e interpreta-
Por lo que respecta a la población de mayor ción de las imágenes del pasado constituye una
edad, salvo dos ejemplos femeninos en la necrópo- destacada estrategia de investigación del género en
lis de Los Villares, de entre 50 y 60 años (Blánquez la cultura ibérica. Pero esta lectura de lo imagina-
1990), contamos con documentación de población rio se circunscribe a segmentos sociales destacados
anciana para varones, como el personaje que se en los monumentos en piedra de las necrópolis.
entierra significativamente bajo la torre de Pozo Algunos enterramientos, muy selectivamente, se
Moro (Almagro Gorbea 1978), en la tumba citada dotan de estructuras donde se labran imágenes, un
de Castellones de Céal (Chapa et al. 1998), o en la fenómeno aristocrático. Monumentos funerarios
rica tumba núm. 34 de la necrópolis layetana de de formas muy diversas como cámaras subterráne-
Turó de Dos Pins, junto con una mujer y un niño as con esculturas, pilares, estelas o pequeñas pla-
(García Roselló 1993). Estas tumbas dobles con cas muestran figuras de mujeres en actitudes y ges-
mujer y varón donde se acusa una diferencia de tos rituales distintivos (Izquierdo 1998, 1998-9). El
edad destacada entre ellos, como en este último estudio de esta iconografía debe enmarcarse en su
caso o la rica tumba vaccea de Pintia (v. supra) o contexto histórico y en esta línea, la investigación
un estado muy distinto de los restos óseos, muy ha constatado, fundamentalmente a partir de co-
deteriorados en el caso del varón y saludables en el mienzos del siglo IV, el protagonismo de la imagen
caso de la mujer, como en el túmulo de Hornos de femenina en el repertorio de la plástica funeraria.
Péal (v. supra), podrían plantear casos de sacrificio La integración de mujeres no es indiscriminada ni
femenino. autónoma sino que se inserta en un determinado
sistema de autorrepresentación de la sociedad. La
integración de distintas clases de edad y género,
5. El valor de las imágenes de los monumentos adultos, a veces por parejas, jóvenes y niños, pro-
funerarios tagonistas en los rituales, indican la participación
del grupo familiar y de la comunidad.
5.1. Imagen funeraria y género
5.2. Un universo femenino de imágenes
Desde el enterramiento, su ajuar o el diseño de
la tumba, pasamos a otro campo de análisis de la Frente al mundo de héroes, jinetes, guerreros
identidad social y de género, con gran desarrollo armados y divinidades, desde finales del siglo V,
en las últimas dos décadas en la cultura ibérica: la las necrópolis ibéricas muestran una prevalencia
iconografía. Lo simbólico y lo imaginario propor- de imágenes femeninas en distintos soportes, tipos
cionan a través de las imágenes claves para la y gestos (Izquierdo 2000), como las esculturas se-
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dentes, un tipo femenino casi exclusivo, con los de juegos funerarios. Finalmente un sillar de El Ci-
conocidos ejemplos de Baza, el túmulo doble 452 garralejo muestra una posible caja, ilustración tal
de la necrópolis de El Cigarralejo, o el Llano de la vez del mundo del tocador, femenino. Se trata de
Consolación, frente alguna tal vez masculina, elementos con identidad iconográfica propia que
como la asociada a la tumba 114 del Cabecico del entremezclan rituales funerarios con signos de
Tesoro; esculturas estantes, de pequeño formato, estatus y género. Un ejemplo de esta perduración
en actitud de ofrenda, como la de la tumba 404 de de temas y símbolos puede ser observado en las
El Cigarralejo; placas de pequeñas dimensiones figuraciones femeninas con instrumentos musica-
donde se representan parejas como la de la tumba les del monumento de Horta Major de Alcoi (Ali-
100 de La Albufereta; bustos o estatuas-urna re- cante), posiblemente de fábrica romana.
ceptores de cenizas, que pueden ser femeninos -el Frente a la figuración masculina en piedra se re-
ejemplo de la Dama de Elche sería sin duda el más conoce en las tumbas aristocráticas una diversidad
destacado desde el punto de vista de la calidad de tipos femeninos estantes, sedentes -con gestos
plástica, sin olvidar, tal vez la dama del Cabezo estáticos, en actitudes de presentación individual,
Lucero- o masculinos -como el de Baza-, visibles o asociados a mujeres adultas, cubiertas por pesados
no en el paisaje de la necrópolis; estelas antropo- mantos, veladas, enjoyadas-; y gestos dinámicos,
morfas, como la de La Serrada (Ares del Maestre) asociados a jóvenes -con una actitud más participa-
en el territorio castellonense que recrea de manera tiva, en composiciones colectivas, tales como co-
esquemática los convencionalismos de la serie de ros, apoyados en signos de adorno, vestido, peina-
representaciones femeninas del sureste; pilares- do y tocado-, con elementos comunes en algún
estela, donde se juega además con la perspectiva y caso, joyas, como los tres collares, que aparecen
la postura adaptada al sillar, con la diferenciación significativamente en bustos, damas sedentes o
explícita de una categoría o grupo de edad, como estelas como elemento de prestigio, mágico, tal
las jóvenes, llamadas “damitas” del Corral de vez. Se expresan diferencias según clase de edad
Saus, El Prado de Jumilla o, de manera más frag- en la indumentaria -el vestido, en este sentido es un
mentaria, sobre el empedrado 217 de El Cigarrale- artefacto social que transmite valores-, con ropajes
jo con brazo de figura adornado y ave; la tumba que cubren totalmente el cuerpo de las damas adul-
130 de la misma necrópolis, con brazo extendido y tas y finas túnicas en las jóvenes con cintura mar-
mano con un atributo indeterminado o en el sillar cada por simbólicos cinturones decorados, distin-
decorado de la necrópolis del Cabecico del Tesoro, ción que se aprecia en determinados exvotos feme-
de la tumba 119, con friso de ovas, sobre el que ninos, también peinados con trenzas. En resumen,
descansa una figura con ave. Podríamos citar otros una serie de tipos, gestos y atributos que conectan
monumentos, como el de Osuna, con representa- la identidad del universo femenino con rasgos dis-
ción de jóvenes, masculinos y femeninos, que par- tintivos de género, edad o grupo social con posible
ticipan en rituales posiblemente funerarios con función ritual (Izquierdo e.p. c).
exhibición de combates, procesiones y libaciones,
al son de la música, donde la perspectiva esquina-
da se incorpora al mensaje. 6. Valoraciones finales
Los elementos asociados a estas imágenes son
ricos tronos labrados y pintados, indicio de estatus, La lectura arqueológica de los espacios funera-
más propios, aunque no exclusivos de mujeres; rios implica hoy la participación de estudios inter-
pequeñas aves, símbolo de la divinidad femenina, disciplinares desde ópticas históricas, sociales e
presente en ritos de tránsito; husos de hilandera indudablemente de género, con el apoyo de mode-
que remiten al tema del hilado y el tejido, tradicio- los espaciales, matemáticos y antropológicos. La
nalmente femenino, exponente de género y estatus perspectiva social y de género en arqueología y su
femenino; frutos como posibles granadas o cápsu- aplicación a la Protohistoria Ibérica, revela un
las florales como las adormideras, como ejemplos camino todavía por recorrer, con múltiples posibi-
de la flora ibérica más allá de la muerte. Otros atri- lidades, que parte, pero no concluye con la recupe-
butos asociados son copas e instrumentos musica- ración de segmentos sociales poco visibles -muje-
les en las figuras femeninas de Osuna que transpor- res, juventud, infancia...-, su historia, relaciones,
tan al espectador a un ambiente ritual, de tránsito, mentalidades e identidades, en definitiva. Desde el
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Arqueología de la muerte y el estudio de la sociedad Isabel Izquierdo Peraile

contexto funerario, la exhaustiva lectura de los es- nan individuos preeminentes -también mujeres- a
pacios, los monumentos, enterramientos, la “inver- través de distintos recursos expresivos como la
sión en el más allá”, puede ofrecer claves sociales, escala o la acumulación -hablamos de gasto de
rituales, e ideológicas, de una muestra significativa energía, en su doble vertiente, en términos de la ar-
de la sociedad. queología cognitiva, de dimensión material y acon-
Las necrópolis ibéricas constituyen un campo tecimiento emocional-, la voluntad de visibilidad o
extraordinario de lectura de los espacios funera- centralidad y la exclusividad, el recurso a lo exóti-
rios, con reconocimiento de pautas de ordenación y co, extraordinario o no familiar. En este sentido,
alineaciones, centralidad y monumentalización; así merece la pena impulsar, desde estas premisas, la
como de estudio de los elementos de ajuar y los relectura de yacimientos ya publicados, de anti-
restos antropológicos, que está permitiendo la guas campañas de excavación. Al margen del esbo-
determinación de tumbas de ambos géneros, de zo de ideas que hemos planteado brevemente en
parejas, enterramientos múltiples, posibles grupos este texto, que pretendía ilustrar algunos temas y
familiares... proyecciones de la sociedad ibérica. líneas de investigación, y más allá de los contextos
En el discurso de algunas necrópolis, se vislumbran y análisis, concluimos con una llamada de atención
ejes de diferenciación simbólica como el género, la a los matices en arqueología, en la formulación de
edad, el grupo social, familiar o étnico. Algunos nuestras preguntas, el lenguaje empleado, el análi-
enterramientos, como estrategia social, discrimi- sis de los datos, su presentación e interpretación.

NOTA
1. Todas las fechas indicadas en este texto son a.C.

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101 Complutum, 2007, Vol. 18: **-**


Mujeres en el origen de la aristocracia ibera.
Una lectura desde la muerte
Title
Subtitle

Carmen RÍSQUEZ CUENCA y Mª Antonia GARCÍA LUQUE


Centro Andaluz de Arqueología Ibérica. Universidad de Jaén. Paraje Las Lagunillas, s/n. 23071 Jaén
email@email.es

Recibido: **-**-****
Aceptado: **-**-****

RESUMEN

Este artículo se centrará en el análisis del diálogo establecido entre el espacio funerario y la sociedad
aristocrática ibera, valorando el papel desempeñado por las mujeres en el origen y consolidación de esos
nuevos modelos aristocráticos.

PALABRAS CLAVE: Cultura Ibera. Mujeres. Aristocracia. Espacios funerarios.

ABSTRACT

This paper examines the relationship between the funeral spaces and the aristocratic society and it studies
the roll played by the women in the origin and consolidation of this aristocratic model.

KEY WORDS: Iberian Culture. Women. Aristocracy. Funeral spaces.

SUMARIO 1. Introducción. 2. Mujeres, herencias y matrimonios. 3. Perdurar en la memoria. Los con-


textos funerarios. 4. Los linajes clientelares.

Complutum, 2007, Vol. 18: **-** 103 ISSN: 1131-6993


Carmen Rísquez Cuenca y Mª Antonia García Luque Mujeres en el origen de la aristocracia ibera

1. Introducción social de los sexos en distintas culturas (2005: 97),


y nos permitirá redescubrir al colectivo femenino
Una de las líneas de investigación que venimos dentro de la estructura familiar. Si las mujeres po-
desarrollando desde el Centro Andaluz de Arqueo- dían transmitir derechos, tendremos que reconocer
logía Ibérica hace ya algunos años, trata de estu- que tendrían una cierta influencia social, por ello,
diar el diálogo que se establece entre el espacio de las uniones matrimoniales incidirán no solo en la
la muerte y la sociedad aristocrática ibera. Este ar- acumulación de poder económico sino también
tículo valorará el papel desempeñado por las muje- político, de ahí la importancia de la pareja hombre
res en el origen y la consolidación de este modelo – mujer en la construcción de los linajes que van a
aristocrático, a través del análisis de un largo proce- crear la identidad del grupo gentilicio.
so en el que parecen configurarse fórmulas diversas En las estelas decoradas del Suroeste encontra-
partiendo del Bronce Final, momento en el que em- mos las primeras representaciones con personajes
pezarán a mostrarse los cambios que conducirán al masculinos y femeninos que se hacen acompañar
desarrollo de la Cultura Ibera, y con ella, a la con- de una serie de objetos de prestigio que conllevan
solidación de esos nuevos modelos aristocráticos. connotaciones aristocráticas y constituyen la sim-
Nos interesa reconocer los hábitos sociales ele- bología transmitida por el poder dominante.
mentales que organizan las relaciones entre los El papel desempeñado por estas mujeres debió
sexos y las edades, y entre grupos que son capaces ser importante, a juzgar por las propias manifesta-
de movilizar más o menos espacio, más o menos ciones y su cantidad, marcándose como atributos,
bienes y lo haremos correlacionando las prácticas la diadema, collares o torques y en algunas de ellas
funerarias con la organización social, valorando aparece muy destacado un cinturón, caso de La
para ello la presencia de la pareja hombre – mujer, Lantejuela y Torrejón el Rubio (Celestino 2001)
que parece ordenar el espacio funerario, y el signi- (Fig. 1). En este sentido queremos destacar que el
ficado que este hecho cobra en la construcción de cinturón es un elemento cargado de simbología de
la identidad de los grupos familiares. poder, que ya aparece como tal cuando Heracles
roba el cinturón a la reina de las amazonas, Hipó-
lita (Bader 1985). Será éste un elemento que va a
2. Mujeres, herencias y matrimonios adquirir una especial importancia en nuestro dis-
curso, como veremos más adelante.
Durante la transición del Bronce Final a la edad Por otra parte, en la estela del Viso III (Celesti-
del Hierro, se experimentará una importante reor- no 2001) (Fig.1) aparecen grabados dos personajes
ganización de la actividad agraria que conllevará, a
partir de esos momentos, a que el papel de cada
individuo en su sociedad se defina en relación con
la tierra (Ruiz-Gálvez 1992: 240). Pensamos, como
ya hemos expuesto en otros trabajos (Rísquez,
García Luque y Rueda e.p.), que con el acceso a la
propiedad de la tierra y a los medios de producción
se crearon las circunstancias adecuadas para la
transmisión hereditaria, lo que dio más valor a la
descendencia y a la separación entre los distintos
grupos sociales. De ahí la importancia que cobra-
rán las estrategias matrimoniales, ya que el matri-
monio será uno de los caminos legítimos de la
transferencia de riqueza, que proporciona al hijo/
hija un padre y una madre socialmente reconoci-
dos. Se hace por tanto necesario profundizar en as-
pectos como filiación o formas matrimoniales, nor-
mas de residencia, propiedad, transmisión de bien-
es etc. ya que, como señala Yolanda Aixelà, éstos Figura 1.- 1) Estela del Viso III. 2) Estela de Torrejón
son determinantes para analizar la construcción del Rubio (Celestino 2001).

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Mujeres en el origen de la aristocracia ibera Carmen Rísquez Cuenca y Mª Antonia García Luque

armados de escudo y espada que flanquean a un biando en el seno de la estructura de parentesco


personaje diademado con los pechos señalados, una que rige estas unidades, la encontramos en los mo-
de las pocas representaciones en que hombres y mu- mentos finales de la ocupación del Túmulo 1 de la
jeres aparecen en una misma estela, y que vendría necrópolis de las Cumbres, en la Torre Doña Blan-
a evidenciar una equidad social de los personajes ca, a finales del siglo VIII a.n.e. En esos momen-
representados pertenecientes a las élites, que mues- tos un personaje, que se sitúa en la periferia de la
tran así el interés por querer ser reconocidos como estructura tumular (tumba 24) con un enterramien-
tales. to de mayores dimensiones que el resto y un im-
Estas representaciones femeninas cobran rele- portante ajuar, se convierte en el centro de un nue-
vancia en el seno de las alianzas matrimoniales co- vo túmulo que articulará a su alrededor hasta 13
mo una de las formas de expansión hacia nuevos te- cremaciones (Ruiz Mata y Pérez 1989: 291-292).
rritorios, de manera que las élites dominantes, que En esa tumba 24, sobre un lecho de arena de playa,
buscan crecer en sus privilegios de consumo y en- se había depositado una urna tipo Cruz del Negro
riquecimiento mediante la concentración de un ma- que contenía los restos cremados de un adulto y un
yor volumen de excedentes y tributos, necesitaban individuo infantil (María Belén 2001), junto con
extenderse territorialmente y el matrimonio sería una un importante ajuar con la presencia de cuentas de
de las fórmulas hábiles para conseguirlo (Roos 1997). collar de oro y de alabastro y un broche de cintu-
Estas políticas tienen su reflejo en los ajuares fu- rón entre otros objetos. Pese a no disponer de aná-
nerarios interpretados como femeninos en el perio- lisis osteológicos este enterramiento nos permite
do orientalizante, como el de la presunta tumba de constatar la importancia que va a ir alcanzando la
La Aliseda, (Almagro-Gorbea 1977: 204; Ruiz-Gál- transmisión hereditaria y el papel de las mujeres en
vez 1992: 235), cuyos elementos, una vez abando- la creación de los nuevos grupos genealógicos. No
nada su expresión en las estelas decoradas, parecen es este un caso aislado, en el túmulo A de Setefilla
pervivir. Éstos seguirán siendo símbolos de poder también se documentó un rico enterramiento infan-
con el paso del tiempo, como ponen de manifiesto til (Aubet 1995: 405), y en este sentido cabe desta-
los depósitos o escondrijos de Mairena del Alcor y car la tumba de la Casa del Carpio, en Belvís de la
de la Puebla de los Infantes, que contenían de nue- Jara, Toledo (fines del siglo VIII inicios del VII
vo esos mismos objetos (diademas, torques, fíbulas a.n.e.), con una doble inhumación de una mujer y
y otras joyas) que han sido interpretados como dotes un recién nacido que presentan materiales orienta-
de mujeres de alto rango social (Perea 2000: 155). lizantes en su ajuar, y que ha sido interpretada co-
La escasa frecuencia de grandes cantidades de mo la tumba de una mujer tartésica de alto estatus
oro y joyas en contextos funerarios se debe a que casada con un aristócrata de la periferia (Ruiz-
su acumulación puede ser utilizada como valor de Gálvez 1992: 238). Se pone así de manifiesto la
cambio, de ahí que no se suelan depositar en las práctica de la exogamia atendiendo al territorio, lo
tumbas, salvo un pequeño porcentaje de las joyas que nos lleva también a hablar de patrones de resi-
que con seguridad pertenecían a la persona allí ente- dencia que podrán ser patrilocales o matrilocales
rrada (Chapa y Pereira 1991), aunque sí las encontra- en función de donde establezca su residencia el
remos representadas, por ejemplo, en las Damas ibe- nuevo matrimonio.
ras en un momento posterior, ya en el siglo IV a.n.e. A lo largo del siglo VII a.n.e., con la presencia
Todo ello viene a evidenciar que estas joyas que de las denominadas estructuras principescas, asis-
mostraban las mujeres como símbolo de riqueza y tiremos a la emergencia de los primeros grupos
estatus, no hay que verlas como elementos perso- aristocráticos. El caso más claro puede ser el túmu-
nales que pudieran llevarse a sus tumbas, sino lo A de Setefilla, que muestra un proceso inequívo-
como una riqueza familiar fruto del regalo de dotes co de jerarquización del espacio funerario en su in-
que serian traspasada heredables (Chapa 2005). terior donde los hombres ocupan posiciones cen-
trales y las mujeres periféricas. En este caso si se
cuenta con análisis osteológicos que aportan una
3. Perdurar en la memoria. valiosa información paleodemográfica; la media
Los contextos funerarios de edad de muerte de las mujeres era de 22 años en
tanto que la de los hombres era de 33 años, sólo
La primera manifestación de que algo está cam- superan los cuarenta años un 6,67 % de mujeres
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frente a un 28,57% de hombres, destacando que to- emergentes, rapto entendido como apropiación de
dos los individuos infantiles en los que se ha podi- la legitimidad del tiempo del paisaje funerario
do determinar el sexo eran femeninos, no habién- (Ruiz, Rísquez y Molinos e.p.; Ruiz y Molinos
dose documentado ningún varón en la población 2005), que se hace a través de la pareja.
de 0 a 20 años. La alta mortalidad de mujeres en El proceso lo podemos continuar en la periferia
edad juvenil (20%) indica, según el estudio, que las tartésica, donde la emergencia de la aristocracia ha
mujeres de esta comunidad contraen matrimonio y sido más tardía. De nuevo aquí nos encontramos
tienen el primer parto a edades muy tempranas con la presencia de una pareja hombre – mujer que
(Aubet 1995; Aubet, Barceló y Delgado 1996). Al ordena el espacio funerario y nos muestra el papel
mismo tiempo, el estudio de los ajuares con rela- que cobra el linaje en el seno de la nueva sociedad
ción al género y la edad de ambos túmulos aportan que se está construyendo. Este es el caso de Cerri-
elementos claves para reconocer el modelo de so- llo Blanco, en Porcuna, entre mediados y final del
ciedad que se vincula a estas primeras estructuras siglo VII a.n.e., donde los estudios antropológicos
funerarias. La ausencia de materiales en las tumbas señalaban la práctica de la exogamia entre el grupo
de mujeres adultas que podrían caracterizar al gru- allí enterrado (Roos 1997). La distribución de los
po en términos de comunidad local, como los reci- enterramientos según el género muestra la disposi-
pientes cerámicos con decoración de retícula bru- ción periférica preferentemente de las mujeres, al
ñida o los broches de cinturón, y al contrario, su tiempo que los hombres son los más cercanos a la
presencia en las jóvenes, podría denotar el carácter pareja, a excepción de una mujer de edad avanza-
patrilocal del grupo y el carácter exógeno de las da que ocupa una posición igualmente próxima a
mujeres. La relación de los broches de cinturón de ésta. A diferencia de Setefilla, la cámara aquí for-
tipología tartésica con las sepulturas femeninas ma parte del proyecto constructivo inicial, delimi-
también ha sido señalado por Mancebo, al compro- tando una zona de respeto en torno a ella y orde-
bar este hecho tanto en la necrópolis de Cerrillo nando el espacio. La aparición en los ajuares de las
Blanco como en algunas tumbas inéditas de las tumbas femeninas de los broches de cinturón
campañas llevadas a cabo en Medellín (Mancebo corrobora la importancia que este elemento tiene
1996: 67; Torres 2002: 211). como claro símbolo de poder. En este caso, y si nos
Hacia la mitad del siglo VII a.n.e. se construyó atenemos a la lectura antropológica de Anna Mª
en el Tumulo A una cámara funeraria que se super- Roos, que opone en términos físicos el grupo mas-
pone y destruye deliberadamente las incineracio- culino al femenino (1997), este último sería el lo-
nes de base, y que se asocia a un ritual funerario cal, pues con la posesión de los broches de cinturón
–la inhumación- que pretende expresar ritualmente se constituiría en guarda de la legitimidad del lina-
la separación entre quien se entierra y el resto de la je, esto nos llevaría a proponer para este grupo
población y, a su vez, la vinculación de la cámara unas relaciones de filiación matrilocales y, aten-
con la necrópolis de base traduce las fuertes rela- diendo a la residencia, tendríamos que hablar me-
ciones de este personaje central y el linaje del que jor de uxorilocalidad (ya que los hombres pasan a
procede y del que forma parte. vivir en el grupo local de las mujeres).
Es interesante que del grupo de túmulos selec- Es este el inicio de lo que hemos denominado
cionados por su rango como principescos, tres cu- segundo rapto (Ruiz, Rísquez y Molinos e.p.; Ruiz
bran cámaras funerarias (Setefilla A y H y Acebu- y Molinos 2005), el del espacio, es decir, la apro-
chal G) y al menos dos de ellos contenían una pare- piación del túmulo que se va a consumar cuando el
ja de inhumados, un hombre y una mujer en el caso segundo modelo de legitimación, cámara-pareja,
del túmulo G de Acebuchal y dos individuos de los se imponga definitivamente a la fórmula colectiva.
que no se indica el sexo en el túmulo H de Setefilla Este es el caso del túmulo funerario de Hornos de
(Aubet, Barceló y Delgado1996) En el caso del Tú- Peal, (Peal de Becerro, Jaén) donde una pareja
mulo A, aunque no se ha podido documentar, la pa- compuesta por un hombre de unos 30 años y una
reja hombre - mujer podría estar también presente. mujer de unos 20 años eran los únicos integrantes
Entre el túmulo secundario de las Cumbres y la de un túmulo aislado, visible desde todo el valle
construcción de la cámara de Setefilla se había del río Toya, con una cronología de finales del
consumado lo que hemos denominado el primer siglo VI inicios del V a.n.e. (Molinos y Ruiz, e.p.;
rapto, llevado a cabo por grupos aristocráticos Ruiz y Molinos 2005). Este proceso lo podemos
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seguir en los enterramientos dobles y triples que se armas, que ha hecho que sea interpretada como un
documentan a lo largo del siglo VI y V a.n.e. (Pe- ejemplo de necrópolis de un núcleo de población
reira, Madrigal y Chapa 1998) y vienen a demos- especializado vinculado al control comercial de la
trar la imposición del nuevo modelo a la fórmula zona. Su espacio ha sido definido desde un primer
colectiva. momento, como atestiguan los restos constructivos
más antiguos, que no cubren enterramientos y son
cronológicamente homogéneos. Éstos van a ocupar
4. Los linajes clientelares el espacio de la necrópolis de Sur a Norte, donde se
irán sucediendo los enterramientos en el tiempo,
El desarrollo de los modelos de poder de tipo sin que se produzcan superposiciones salvo de ma-
heroico, la estructura político parental de la clien- nera excepcional. La fase más antigua de los ente-
tela y las redes de vecindad creadas en el oppidum rramientos se documenta únicamente en la zona
terminaron por dar la forma al paisaje funerario, Sur, es aquí donde aparece el enterramiento doble
pero para ello hizo falta un último rapto: el de la de pareja hombre-mujer (punto 75), realizado en
sociedad (Ruiz, Rísquez y Molinos e.p.), ya que dos urnas diferentes de tipo orientalizante, una ur-
una vez que se han apropiado del tiempo primero y na globular de borde exvasado para el hombre, y
después del espacio, se hizo necesario incorporar a para la mujer una urna tipo Cruz del Negro casi ex-
éste al grupo, es decir a la clientela, a quienes
harán partícipes de su posición. Esta lectura podre-
mos hacerla a finales del siglo V e inicios del IV
a.n.e., momento en que se consolidará el sistema
aristocrático clientelar y se empiezan a desarrollar
las auténticas necrópolis. La legitimidad del grupo
gentilicio la tiene en su primer escalón el linaje y
éste viene definido por estas parejas que van a
organizar el espacio funerario, ya que se hace nece-
saria la presencia física permanente de los antepa-
sados difuntos.
Uno de los primeros trabajos que llevamos a cabo
en este sentido fue sobre la necrópolis de Baza
(Ruiz, Rísquez y Hornos 1992), cuya estructura
reflejaba, sin duda, la de un grupo gentilicio clien-
telar. Pudimos constatar que, mientras que los en-
terramientos de los clientes eran individuales, y en
caso de ser dobles correspondía a mujer e hijo/a,
las tumbas aristocráticas de los dos primeros sub-
grupos eran dobles (nº 176) o triples (nº 43 y 130),
salvo la tumba excepcional que contenía la escul-
tura de la Dama de Baza, con lo que se reafirmaba
el papel de la pareja, o quizás ya de la familia nu-
clear, para detentar en la estructura espacial la legi-
timidad del linaje gentilicio clientelar.
Partiendo de este hecho, hemos querido aproxi-
marnos a otras necrópolis que nos permitan cons-
trastar y valorar como se produce la articulación
del espacio funerario, y como éste se va estructu-
rando en distintos niveles que van a reflejar al gru-
po gentilicio y sus clientes. Trataremos en este artí-
culo tan sólo Cabezo Lucero y El Cigarralejo1. Figura 2.- Croquis de las fases cronológicas de la necró-
Cabezo Lucero (siglos V-IV a.n.e.), es una ne- polis ibera de Cabezo Lucero con la ubicación de pareja
crópolis un tanto singular dada la alta frecuencia de (punto 75) marcando el recorrido (Elaboración propia).

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Figura 3.- Plano de la necrópolis ibera de El Cigarralero (425-350 a.n.e.) con la distribución de las tumbas de pareja
y la articulación en torno a ellas.

clusiva en esta necrópolis (sólo se vuelve a repetir de circulación preestablecido, que arrancaría de es-
en el punto 64 del momento siguiente) en torno a te punto, a partir del cual se puede trazar una dia-
la cual se localizó un loculus circular de piedras. gonal sureste-noroeste (Fig.2), que forma una es-
Las armas de su ajuar lo sitúan a un nivel superior pecie de pasillo o calle deambulante que se va a
dentro de estos puntos más antiguos, de hecho la mantener intacto en las fases posteriores, esto es,
panoplia defensiva en bronce no se vuelve a utili- sin la superposición de ningún enterramiento, y que
zar en ningún otro punto, así como es destacable el desembocaría en la entrada del poblado (Norte), lo
lécito ático cuyo uso es anómalo en el ritual de cual podría indicar un circuito de recorrido N-S
incineración. desde el mismo.
Pero lo que queremos resaltar es el tipo de con- La otra necrópolis sobre la que hemos iniciado
tenedor funerario, las dos piezas orientalizantes nuestros trabajos, es la de El Cigarralejo, (siglo
vienen a marcar la utilización de elementos anti- V–II a.n.e)3. De nuevo aquí recuperamos la lectura
guos, es decir, que tienen una genealogía y que por de un espacio ordenado en principio por dos tum-
tanto ayudan a conferir un pasado a sus portadores, bas aristocráticas dispuestas excéntricamente, la
hecho aún más destacable en el caso de la mujer, 200 y 277, con una pareja de distinto sexo (según
donde la presencia de la urna tipo Cruz del negro Cuadrado) y situadas al Norte, en la parte más pro-
podría indicarnos su carácter exógeno2. La utiliza- minente y destacada del espacio funerario. Ambas
ción de objetos exóticos y auténticas antigüedades se van a diferenciar claramente del resto, tanto por
depositadas en los enterramientos es un hecho cons- su monumentalidad como por su ajuar, estable-
tatado en sepulturas principescas del Mediterráneo ciendo además una zona de respeto delimitada por
(Ruiz-Gálvez 2005). un muro, que permanecerá sin ocupación en el
Esta pareja se convierte así en el origen de este tiempo y que podemos traducir en el reconoci-
linaje, ya que la organización de los enterramientos miento de las generaciones posteriores a pesar de
de esta primera fase parece corresponder a un tipo la larga ocupación y de los avatares (como la des-

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trucción de esculturas y posterior reutilización) rramientos de pareja 204 y 452. Para el primero de
que sufrirá en estos casi tres siglos. ellos, hay que destacar las dos urnas cinerarias
El espacio lo iniciaría la 277, la primera en el diferenciadas tipológicamente, y en éste no se
tiempo a la que en un breve espacio cronológico muestra tan claro el espacio de respeto ya que in-
(ya que ambas se fechan entre el 425 al 375 a.n.e.) mediatamente en el tiempo se le superponen un
se le une la 200, que se monta ligeramente sobre número importante de tumbas, cosa que no sucede
ella, reflejo de la vinculación que tendrían en el se- en la 452, cuyo espacio de respeto no es alterado
no de un mismo linaje. Si bien no son los únicos hasta un momento muy avanzado (Fig.3). Este ente-
enterramientos dobles de la necrópolis, nos parece rramiento, podría configurar casi con toda probabi-
interesante destacar que son las dos únicas, entre lidad, un segundo nivel aristocrático ya que parece
éstas, en las que aparece constatada la presencia articular en torno a ella, un grupo de enterramien-
del cinturón, simbolizando la continuidad del lina- tos. Sobre esta sepultura, no disponemos de tanta
je (si en esta zona se mantuviera la simbología que información, tan sólo los datos facilitados por Que-
le hemos otorgado en los apartados anteriores). sada donde la sitúa como la cuarta en cuanto a va-
Este hecho cobra importancia, al valorar la única lor de su ajuar (1998).
tumba femenina identificada osteológicamente, la Se van así incorporando nuevos grupos, repre-
239 (325-300 a.n.e.), que cuenta con el cinturón en sentados por esas tumbas de pareja, que simbolizan
su ajuar, y que tiene según los índices de riqueza la reproducción del sistema, que se siguen recono-
establecidos por Quesada (1998) el valor más ele- ciendo en unos antepasados comunes iniciadores
vado con elementos de importación, junto con oro del linaje representados en las parejas de las tum-
y plata, lo que nos muestra el elevado rango social bas 200 y 277, y que van a ir haciendo partícipes
de esta mujer. La ausencia de este elemento en otros de su posición a sus clientes, haciendo más com-
enterramientos femeninos nos volvería a plantear plejas las relaciones sociales que se van a estable-
las prácticas de exogamia dentro del grupo. cer. Tendríamos pues al igual que en el caso de Ba-
A esta primera fase, pero con una cronología za, la lectura de un grupo gentilicio clientelar.
algo posterior (400-375 a.n.e.) pertenecen los ente-

NOTAS
1. Se han seleccionado, atendiendo igualmente a la inclusión en las mismas del estudio de los restos osteológicos de las cre-
maciones, aunque las determinaciones finales, no hayan sido muy numerosas.

2. Para Carmen Aranegui este enterramiento sería el de un jefe que se entierra con su esposa fuera de su comunidad natal,
probablemente del área turdetana oriental (Aranegui, 1992).

3. Si bien se han estimado un total de 517 sepulturas según los últimos trabajos de Quesada (1998), tan solo se han publica-
do de manera más pormenorizada unas 370 (Cuadrado 1987). Es sobre estas últimas básicamente sobre las que hemos cen-
trado el trabajo, si bien queremos agradecer a Fernando Quesada y a Javier Baena, el que nos hayan facilitado el GIS que
realizaron sobre esta necrópolis y que esperamos retomar para la continuación de nuestro trabajo en esta línea.Pies de las
figuras.

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Complutum, 2007, Vol. 18: **-** 110


Los trabajos de las mujeres y la economía de las
unidades domésticas en la Grecia Clásica
Title
Subtitle

Mª Dolores MIRÓN PÉREZ


Instituto de Estudios de la Mujer Centro de Documentación Científica. Universidad de Granada.
C/Rector López Argüeta, s/n. 18071 Granada
dmironp@ugr.es

Recibido: **-**-****
Aceptado: **-**-****

RESUMEN

En este artículo se analizan los trabajos de las mujeres en las unidades domésticas de la Grecia clásica.
Dado que la mayor parte de la actividad económica se realizaba en el seno del oikos, éste se constituía en
unidad básica de producción, en la que participaban mujeres y hombres teniendo en consideración la divi-
sión sexual del trabajo y la diferente asignación de espacios según el género. Como espacio productivo,
el oikos permitía la subsistencia de los miembros de la familia, asegurando la reproducción de éstos y, por
tanto, la transmisión a su vez de los espacios productivos a sucesivas generaciones, aunando producción
y reproducción. En este contexto, los trabajos productivos de las mujeres son tanto un elemento esencial
para la subsistencia de la unidad doméstica como una fuente de riqueza, constituyendo un factor clave de
la economía griega.

PALABRAS CLAVE: Género, mujeres. Trabajo. Economía. Grecia clásica.

ABSTRACT

In this article women’s work inside the domestic unit of Classical Greece is analyzed. Most of economic
activities were carried out inside the oikos; the basic unit of production, with the participation of both
women and men, taking into account the sexual division of work and the gender spaces. As a productive
space, the oikos allowed the subsistence of the family, guaranteed its reproduction and thus the transmis-
sion of productive spaces to successive generations, joining production and reproduction. In this context,
productive women’s works are an essential element for the subsistence of the domestic unit and a source
of wealth. Thus, it was a key factor in Greek economy.

KEY WORDS: Gender. Women. Work. Economy. Classical Greece.

SUMARIO 1. Introducción. 2. Trabajos productivos. 3. Trabajos de reproducción y de mantenimiento.


4. Valor del trabajo de las mujeres. 5. Economía y oikonomia.

Complutum, 2007, Vol. 18: **-** 111 ISSN: 1131-6993


Mª Dolores Mirón Pérez Los trabajos de las mujeres y la economía de las unidades domésticas...

1. Introducción 2. Trabajos productivos

La comunidad social básica en el mundo grie- Los trabajos de las mujeres en el interior de la
go, fundamento de la ciudad (polis), recibía el casa abarcaban tanto tareas reproductivas como
nombre de oikos, un concepto complejo que hacía productivas, incluso en el sentido con que común-
referencia al conjunto de casa, familia y propieda- mente es empleado hoy en día. En el espacio de la
des, constituye la célula que permitía cubrir tanto vivienda las mujeres realizaban una serie de traba-
las necesidades de alimento y vivienda como las jos de producción de objetos esenciales para la
de reproducción (cfr. Foxhall 1989; Karabelias economía griega.
1984; Lacey 1968: 15-32; MacDowell 1989;
Mirón 2004: 62-64; Pomeroy 1997: 17-66). Así 2.1. El trabajo textil
pues, era un ente constituido para la producción/
reproducción de descendientes, así como de los Dentro de las tareas específicas que las mujeres
soportes materiales e inmateriales que garantiza- realizaban se hallaba en un lugar económica e ide-
ran el sustento de esta regeneración. El oikos es, ológicamente esencial la producción textil, una
por tanto, una entidad económica, que supone la labor propia de “dentro” y, por tanto, asignada a las
base la economía griega. En este sentido, es la uni- mujeres. En el origen de la sociedad griega, todos
dad principal de producción y consumo (cfr. los vestidos, tapices, ropas de cama, etc. del oikos
Pomeroy 1994: 41). eran realizados de principio a fin por las mujeres.
En este trabajo analizaré la aportación de las Era la labor femenina por excelencia, y la que tenía
mujeres griegas de época clásica a la economía, un valor económico más visible.
centrándome en sus tareas productivas o, si se pre- El material principal era la lana. El proceso de
fiere, de producción de objetos, pero sin perder de elaboración de un vestido era largo y tedioso
vista el carácter económico de los trabajos de (Barber 1992: 106-112; Gullberg y Åstrom 1970;
mantenimiento y de reproducción, entendida Losfeld 1991: 45-81). En un oikos ideal, toda la
como producción de cuerpos, siguiendo la termi- materia prima debía proceder de los ovejas de su
nología propuesta por Encarnación Sanahuja propiedad, siendo estos animales criados expresa-
(2002). De este modo, contemplaremos la Econo- mente para producir lana (Demóstenes, 47,52).
mía como algo mucho más amplio y complejo del Una vez esquiladas las ovejas por los hombres, la
concepto que hoy en día se maneja, retornando a lana era lavada con agua caliente y otros productos
los orígenes de la misma palabra, inventada en el y puesta a secar al sol, una labor ya femenina
mundo griego. (Aristófanes, Asamblea, 215-216; Lisístrata, 574-
Para ello hemos de partir de la división esen- 578). Aunque requería ser realizado bajo la luz del
cial en el mundo griego entre papeles y espacios sol, ello era posible tanto en los patios de las casas
según el género, que conlleva la división sexual ciudadanas como en los recintos vallados de las
del trabajo. Mientras que a los hombres les co- casas de campo.
rrespondía el mundo exterior (la polis, la política, El resto del trabajo continuaba en manos feme-
la economía, la guerra, los trabajos al aire libre), ninas. La primera labor era el cardado de la lana.
a las mujeres les era asignado lo interior (el oikos, Ésta era estirada y peinada sobre la pierna desnuda
la administración doméstica, la crianza de hijos, (ARV 435.95; 827.7; 815.3) o sobre la rodilla (CAT
los trabajos bajo techo). El mismo oikos estaba 2.650), utilizándose a veces en este caso un protec-
compuesto de elementos externos e internos. En tor o epínetron, del que subsisten algunos ejempla-
una economía basada sobre todo en la agricultura, res cerámicos (ABV 480.2; 508.11; 508.118; 703;
las fuentes primarias de riqueza asociadas al ARV 1250.34; Atenas, Museo Arqueológico Nacio-
oikos se hallaban “fuera”, pero había otras activi- nal, 2179; cfr. Robinson 1945). Las fibras eran
dades que necesariamente habían de realizarse depositadas en una cesta o cálatos de esparto
“dentro”. Así, el trabajo interior en la casa era (Houston, Museum of Fine Arts, col. A. Finnigan,
esencialmente femenino, mientras que el de fuera 34-131; Payne 1962:88-89).
era ocupación de los hombres (cfr. Mirón 2004: Para el hilado, se usaban rueca y huso, que con-
71-74). sistía en un bastón rematado en su extremo supe-

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Los trabajos de las mujeres y la economía de las unidades domésticas... Mª Dolores Mirón Pérez

rior por un gancho y en el inferior por una tortera. En las familias acomodadas, la señora de la casa
La arqueología ha proporcionado numerosos ejem- (despoina) era la directora de la labor textil, encar-
plares de elementos de la rueca y el huso, en parti- gándose de instruir a las esclavas y de distribuir la
cular los realizados en materiales no perecederos, lana y el trabajo (Erina, 1,22-23; Jenofonte, Eco-
como fusayolas, torteras y ganchos (Davidson y nómico, 7,36; 7,41); pero era una tarea en la que
Thompson 1975: 94-96; Payne 1962: 130-131; participaban mujeres de todas las condiciones y
Robinson, 1941: 374-377). Apenas quedan, sin clases sociales. Además, al tratarse de un trabajo
embargo, ejemplares de huso completos, en metal monótono y que requería gran cantidad de horas,
(Robinson 1941: 375-376), ya que seguramente los era el que más tiempo ocupaba a las mujeres
bastones eran realizados en su mayoría en madera. (Mirón 2001: 18-20). La elaboración de principio a
La lana cardada era enrollada en la rueca, que la fin de un vestido más o menos sencillo podía ocu-
hilandera tomaba en su mano izquierda, mientras par a una sola mujer un mes (Platón, Leyes, 12,
que con la derecha, tiraba de la hebra humedecida, 956a). Por la ligereza y sencillez de los instrumen-
la sujetaba en el gancho y la retorcía con los dedos tos usados en el cardado y el hilado, la poca con-
haciendo girar el huso, al que enrollaba la fibra ya centración requerida y la facilidad para abandonar
hilada. Se trata de una acción muy representada en y retomar la tarea, la labor podía ser llevado a
la cerámica (p.e. ARV 258.18; 655.11; 696.2; 815. todas partes, permitiendo al mismo tiempo cuidar
3; 955.1; Perachora 1956) y, en menor medida, en de los niños, vigilar a las esclavas, charlar y aten-
las estelas funerarias (CAT 268, 1.176; 1.190; der otros trabajos. De este modo, no es de extrañar
1.216; 1.220; 1.309, 1.352, 1.381, 1.691, 1.894, que la imagen más común de una mujer sea la de
5.650). la que está ocupada en el trabajo de la lana. La pre-
El telar griego era muy simple, aunque su fun- sencia de este tema tanto en la literatura como en
cionamiento y construcción exactas son objeto de la cerámica es extraordinaria. En esta última es uno
especulación (Crowfoot 1936-37; Hoffman 1964: de los temas predominantes del universo femenino,
297-389). La arqueología sólo ha proporcionado con la frecuente aparición de mujeres solas o en
algunos restos de elementos no perecederos, las grupo, implicadas en este trabajo. Las mujeres, li-
representaciones cerámicas tienden a la simplifica- bres y esclavas, se reunían en el cuarto del telar,
ción (ABV 154.57; ARV 1250.34; 1300.2; CVA donde pasaban largas horas, trabajando la lana,
USA 1, l. 5,1-2; CVA USA 2, l. 43,1; Oxford, Ash- charlando en confidencia y recibiendo a las amigas
moleon Museum, G.249), y las fuentes literarias (Mirón 2005: 349-351).
son poco explícitas. En líneas generales, consistía Por tanto, no es de extrañar que la ideología
en dos postes verticales, con un travesaño superior, griega vinculara estrechamente, hasta el punto de
que podía ser rotatorio para enrollar lo ya tejido, al asimilarlas, mujeres y labor textil. Ésta servía para
que se ataban los hilos de la urdimbre, a cuyo definir y representar la philergia o amor al trabajo,
extremo inferior, en grupos, se enganchaban pesas considerada una de las virtudes esenciales de la
de telar, proporcionando tensión al hilo. Un trave- mujer (Mirón 2001: 6-16). El trabajo de la lana no
saño en el centro del telar servía para que los hilos sólo se creía intrínseco a la naturaleza femenina,
de urdimbre estuviesen separados con regularidad. sino que definía al sexo femenino.
Por encima de este travesaño, el contralizo servía Según todos los indicios, los instrumentos em-
para separar alternativamente los estambres, facili- pleados eran propiedad de las mujeres. Como pro-
tando el paso de la trama. Este trabajo se realizaba piedad de la esposa, era un bien no enajenable
de pie, empleando las tejedoras para ello lanzade- cuando se producía una confiscación de los bienes
ras o bobinas. La trama era entonces apretada con- del marido, y de ahí que ningún instrumento del
tra lo ya tejido, empujándola hacia arriba con bas- trabajo de la lana apareciese en las largas listas de
tones planos en forma de espada. La proliferación objetos confiscados a ciudadanos que incurrían en
de pesas de telar o bovinas de hilo en las excava- delitos (cfr. Amyx 1958). Probablemente estos ins-
ciones arqueológicas da una idea de su cotidiani- trumentos eran aportados por la esposa al matrimo-
dad en el mundo griego (Ault 1997: 242-244; 2000: nio y, como la dote, de la que podían formar parte,
489; Mirón 2005: 349-350; Nevett 1995: 379; Pay- no fue nunca propiedad del marido. No obstante,
ne 1962: 129-131). Ello hace suponer que había un este trabajo era dependiente de lo que aportaban
telar al menos en cada casa. los varones desde fuera. La lana, tanto si procedía
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Mª Dolores Mirón Pérez Los trabajos de las mujeres y la economía de las unidades domésticas...

de las ovejas de la hacienda como si era adqui- 2.2. Transformación de alimentos


rida en bruto en el mercado, era traída por los hom-
bres. Es la simbología que encierran los vasos en Otra de las tareas esenciales del interior era la
que un hombre ofrece un cesto de lana a la mujer, transformación de los productos alimenticios que
indicando la división de papeles: los hombres apor- los hombres aportaban desde el campo, y que era
tan los bienes de fuera, que las mujeres trabajan una función mayoritariamente, y a veces de forma
dentro. casi exclusiva, femenina.
La situación fue cambiando en época clásica y Por las características de la agricultura medite-
se fue imponiendo la compra en el mercado de pro- rránea, basada en el cultivo del trigo, los productos
ductos textiles elaborados o semielaborados. de él derivados, y singularmente el pan, constitu-
Comenzaron a proliferar las manufacturas textiles. yen la alimentación básica de todas las familias. El
Durante la crisis del siglo IV en Atenas, muchas proceso completo de elaboración del pan estuvo en
mujeres hubieron de vender en el mercado sus hila- manos de las mujeres, según se desprende de los
dos o sus tejidos, o emplearse como asalariadas en textos antiguos y de las imágenes, sobre todo las
manufacturas (Aristófanes, Ranas, 1346-51; De- figuras de terracota (Sparkes 1962: 125-128).
móstenes, 57,30-36, 45). Aristarco, que mantenía En primer lugar, el grano traído desde el campo
en su casa a una serie de hermanas, sobrinas y pri- por los hombres era molido en casa por las muje-
mas, creó con ellas una manufactura textil familiar res, empleando sobre todo el molino de mano, pero
(Jenofonte, Memorabilia, 2, 7). Quizá a este tipo también el mortero, según se muestra en las repre-
de industria pertenezca la casa A viii 7 de Olinto, sentaciones figurativas (ARV 309.95; Mollard B
llamada “Casa de las Pesas de Telar” por la abun- 120, 121, 304; TK I 33,9; 34,3), que servía asimis-
dancia de este elemento, del que se encontraron mo para triturar semillas o frutos secos. Las repre-
297 ejemplares. Esta vivienda, que parece depen- sentaciones del molino de mano, muy frecuente en
diente de la adyacente, es posible identificarla con los restos arqueológicos de las casas griegas, son a
un lugar dedicado a la producción textil y, por menudo ambiguas, pues es difícil distinguir si las
tanto, femenino (Cahill 2000:504-505; Robinson y mujeres están moliendo harina o amasando pan
Graham 1938: 34-40). Era probable que la mayoría (Sparkes 1962: 128). Una vez molido el grano, la
fuesen pequeñas manufacturas no separadas del harina era colada mediante un cedazo o un harnero
espacio doméstico (cfr. Bettalli 1982). (TK I 34, 2-3), para separar el polvo fino de frag-
Al mismo tiempo, esta “industrialización” de un mentos más gruesos. La harina era amasada con las
trabajo tradicionalmente doméstico trajo consigo manos en una artesa, circular o cuadrada (TK I 34,
la aparición de hombres, esclavos sobre todo pero 1-5, 7-8; 35,6-7; 39,4), y luego se cocía el pan en
también libres, ocupados en estas labores (Thomp- un horno de leña. De acuerdo con las representa-
son 1981-82). No obstante la participación de ciones en terracota, su forma solía ser semicilíndri-
hombres en este trabajo y de que la propiedad se ca o absidal, sobre una base rectangular, que aloja-
hallaría en manos masculinas, la mayor parte de la ba el fuego (TK I 34,3; 35,10, 12).
mano de obra sería femenina. Como en el trabajo textil, asistimos a una evolu-
En cuanto a otros materiales, como el lino o la ción. La mayoría de las terracotas, sobre todo las
seda, la participación masculina podía ser mayor, que representan la molienda, son procedentes de
pero seguía estando sobre todo en manos de las Beocia y datables hacia finales del siglo VI y pri-
mujeres (Bettalli 1982: 265-267). Las de la ciudad mera mitad del V a.C. La cerámica ática tan sólo
de Patras, en el Peloponeso, vivían del byssos, una representa escasísimos ejemplos de mujeres mo-
especie de lino fino que crecía en la Élide, con el liendo grano, a finales del siglo VI a.C. (ARV 309.
que tejían redecillas para el cabello y otros tipos de 95). La cerámica del siglo V apenas ha dejado imá-
vestidos (Pausanias, 7, 21,14). Algunas mujeres en genes de mujeres amasando y son ambiguas (ARV
Atenas vivían de vender lino que ellas mismas 251.86; 345.95). La transformación del trigo en
hilaban en el mercado (Aristófanes, Ranas, 1346- harina en las casas de la Atenas clásica es un hecho
51; Esquines, 1,97). Aunque no tendría la presen- constatado en la literatura. Sin embargo, la harina
cia de la lana, la necesidad de tener ropa fina podía podía adquirirse en el mercado (Brock 1994: 339).
hacer del trabajo del lino otra labor doméstica coti- Además, a partir del siglo V, en Atenas y otras ciu-
diana (Aristófanes, Lisístrata, 735-740). dades, se constata la existencia de panaderas, mu-
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Los trabajos de las mujeres y la economía de las unidades domésticas... Mª Dolores Mirón Pérez

jeres seguramente de extracción libre que vendían Sin embargo, existían labores agrícolas que se
sus productos en el mercado, y que incluso podían podían realizar dentro de un recinto cerrado, como
tener sus propios hornos y tiendas públicos (Aris- ocurría con el cultivo de legumbres y árboles fru-
tófanes, Avispas, 238; Lisístrata, 458; Ranas, 858; tales, que podía tener lugar dentro de un huerto
Hermipo, Vendedoras de pan; cfr. Brock 1994: vallado, tal como se ha constatado arqueológica-
338-339). mente en algunas casas de campo de época clásica
En casas ricas autoabastecidas, la molienda y la (Mirón 2005: 357-358). De ahí que no sea infre-
fabricación del pan eran realizadas por las mujeres cuente la representación en la cerámica de mujeres
del oikos (Arístides, 45,55 [ed. Dindorf]; Jenofon- recolectando frutas de los árboles (ABV 334.6;
te, Económico, 7,21; 9,7). Era el ama de casa quien 604.68; ARV 523.1; 763.1; 806.90; Madrid, MAN,
se encargaba de cuidar por la buena conservación 10.973; cfr. Killet 1994: Sf. 5.16-24).
del grano (Jenofonte, Económico, 7,36). Pero la Una información indirecta la ofrecen las refe-
elaboración del pan era, sobre todo, un trabajo de rencias a los mercados de abastos, cuyos puestos
las esclavas (Jenofonte, Económico, 9,9. Cfr. Eurí- solían estar regentados por mujeres. Además de
pides, Hécuba, 362; Troyanas, 492; Ferécrates, productos manufacturados por las mujeres en casa,
Salvajes, 10). En casa de Iscómaco existía una como la harina o el pan, se ofrecían otros que pue-
panadera especializada, seguramente esclava de la den proceder perfectamente de huertos: granadas,
casa, a la que la señora debía vigilar muy especial- altramuces, nueces, puerros, puré, legumbres, ajos,
mente (Jenofonte, Económico, 10,10; ver también higos secos, etc. También la venta de miel hace
Teofrasto, Caracteres, 4,10). Sin embargo, Jeno- pensar que la apicultura, constatada arqueológica-
fonte, reivindicando los valores tradicionales, con- mente (Mirón 2005: 257), era asunto femenino, al
sidera una labor apropiada para el ama de casa “hu- menos en su parte final. Da la impresión de que la
medecer y amasar la harina” (Económico, 10,11). venta de alimentos al por menor estaba fundamen-
En hogares de pescadores, y singularmente en talmente en manos de mujeres. Al menos de los ali-
las islas, la conservación del pescado aportado por mentos de origen vegetal. Del mismo modo que las
los hombres era también tarea eminentemente fe- panaderas y las vendedoras de hilaturas y tejidos se
menina (Eurípides, Melanipa Cautiva, frag. 13). relacionan con las funciones domésticas femeni-
La poetisa Erina (1,24) describe cómo, en la isla de nas, esta venta de fruta y verdura podía reflejar una
Telos, las niñas ayudaban a la madre en la salazón realidad en que, si no el cultivo, sí la recolección y
del pescado. administración, de los productos hortofrutícolas, se
Apenas hay información sobre otros productos. hallaba sobre todo en manos de mujeres.
La elaboración del aceite y el vino tal vez era asun- En cambio, las mujeres no se relacionan con la
to de hombres. No obstante, el mantenimiento en venta de carne. La ganadería era labor mayoritaria-
las casas de estos alimentos era, como todo lo de la mente masculina. Hay, no obstante, una excepción:
despensa, en principio función del ama de casa. Sí la avicultura. Una de las funciones del patio inte-
pudo ser femenina la conservación de alimentos. rior de las casas fue servir de corral, donde se cria-
Por ejemplo, la existencia de vendedoras de aceitu- ban aves, de cuyo cuidado se encargaban las muje-
nas y de higos secos puede indicar que estos pro- res. En la misma Atenas clásica se guardaban galli-
ductos eran habitualmente transformados por nas dentro de las casas urbanas (Aristófanes, Lisís-
mujeres, como hoy en día en muchas casas de trata, 896). Una terracota beocia del siglo V a.C.
campo mediterráneas. muestra a una mujer dando de comer a una gallina
y sus polluelos (Malibu, The J. Paul Getty Museum,
2.3. Trabajos agrícola/ganaderos 86.AE.265; ver también Mollard B 101). La ven-
dedora de una escultura helenística acarrea pollos
Los trabajos agrícolas y ganaderos se realizaban y tal vez huevos, sin duda procedentes de su corral
fundamentalmente en el campo y, al ser tareas de (Nueva York, Museo Metropolitano, 09.39).
fuera, correspondían en teoría a los hombres. Aun-
que en la práctica muchas mujeres, en especial de
extracción pobre, pudieron colaborar en las labores 3. Trabajos de reproducción y de mantenimiento
del campo (Demóstenes, 57,40-45; Lacey 1968:
fig. 45). Me referiré, aunque sea brevemente, a los otros
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Mª Dolores Mirón Pérez Los trabajos de las mujeres y la economía de las unidades domésticas...

trabajos que las mujeres realizaban dentro de la mantenimiento, tanto de objetos como de cuerpos.
casa, y que eran tan importantes como los de pro- En primer lugar, las mujeres se consagraban es-
ducción de objetos. Trabajos que en el mundo grie- pecialmente a la crianza de sus hijos, asegurando
go también se consideraban parte de la Economía. su supervivencia y crecimiento, y educándoles en
los primeros años de vida. De entre estos trabajos
3.1. Trabajos de reproducción destaca, por sus implicaciones económicas, la lac-
tancia, que era la nutrición básica los primeros
La función principal de una esposa griega era meses y un elemento importante de la dieta de los
procurar hijos legítimos a su marido. La produc- primeros años. Aunque lo ideal era que fuese la
ción de hijos era la primera y básica aportación madre quien amamantara, no era infrecuente que
común de marido y mujer al oikos (Jenofonte, se recurriese a una nodriza, que podía ser una es-
Económico, 7, 10-13; Pseudo-Aristóteles, Econó- clava de la casa o una nodriza de alquiler. Durante
micos, 1343b; 3,1; 3,2). Pero la pareja humana, que la guerra del Peloponeso y los años posteriores,
constituía el núcleo de las personas y propiedades muchas ciudadanas atenienses pobres ejercieron de
del oikos, necesitaba continuarse legítimamente, es nodrizas por un salario (Demóstenes, 57,35, 40-45).
decir, procurarse herederos además de que la des- Los cuidados se extendían a todos los habitantes
cendencia garantizaba la subsistencia del padre y de la casa, incluidos los esclavos. Por ejemplo, era
la madre ancianos. La fórmula de ateniense de la función de la señora instruir a las esclavas en los
entrega de la novia por su padre al marido es muy trabajos domésticos. En la casa del rico Iscómaco,
explícita: “Te la entrego ante testigos para la siem- la esposa se encargaba de enseñar a las esclavas
bra de hijos legítimos” (Menandro, Samia, 727- que no supieran hilar, doblando, de este modo, su
728; cfr. Plutarco, Moralia, 144b). Con esta simple valor, o convertir en criada capaz, leal, eficiente y
frase se aludía no sólo a la reproducción biológica valiosa a una que no supiera administrar ni servir
de la familia, sino a la material del oikos. En una (Jenofonte, Económico, 7,41).
sociedad básicamente agrícola como la griega, la La cocina, la alimentación cotidiana, era tarea
equiparación de siembra de hijos con siembra de también propia de mujeres (Eurípides, Electra,
grano, manifiesta claramente cómo el oikos aunaba 418-422; Heródoto, 8, 137,2-3; Platón, República,
fertilidad humana y fertilidad de la naturaleza, pro- 455c; Teofrasto, Caracteres, 28,4). Sin embargo,
ducción de cuerpos y producción de objetos (Mi- una mayor cualificación fue repercutiendo en una
rón 2000). Si el fin de esta última era garantizar la cierta masculinización del trabajo; a partir del siglo
supervivencia a partir de una tierra adscrita priva- IV aparece la figura del cocinero profesional, al
damente, la primera permitía que esta propiedad que se recurría sobre todo en celebraciones (Me-
privada fuese transmitida, y permitiese a su vez la nandro, Díscolo, 943; Samia, 287-292; Teofrasto,
subsistencia de la descendencia. Caracteres, 20,9).
Esta reproducción de hijos constituía, dentro de La higiene y el aseo de los miembros de la fami-
los papeles de género, la función básica de las mu- lia se hallaba en manos de las mujeres (p.e. Esqui-
jeres. Asimismo, era la contribución fundamental lo, Agamenón, 1107-1109; Pausanias, 10, 10,7), así
de las mujeres a la polis, pues ésta también había como la salud básica de la familia (Demóstenes,
de reproducirse, lo que se lograba a partir de los 59,55-56; Jenofonte, Económico, 7,37). En casos
diferentes oikoi. En la ciudad, los varones contri- graves, se recurría a un médico, dedicándose las
buyen mediante su servicio en la dirección y fun- mujeres de la casa a tareas de cuidado y enfermería.
cionamiento de los asuntos públicos, es decir, la Además del aseo personal, las mujeres también
guerra, la política y la economía externa. Las muje- se ocupaban de la limpieza de la casa y de las cosas
res, reproduciéndola. “Yo también pago mi contri- que ésta contenía. Esta labor, la más humilde, era
bución al Estado, dándole hombres”, dice Lisístra- propia de las esclavas, si las había (Aristófanes,
ta (Aristófanes, Lisístrata, 650). Asamblea, 846-847; Eurípides, Alcestis, 946-947;
Mollard B 302).
3.2. Trabajos de mantenimiento En general, la organización de la casa, el alma-
cenamiento y la distribución de alimentos, utensi-
Ligados estrechamente a estos trabajos de pro- lios y vestidos era función de la señora de la casa
ducción de objetos y de cuerpos, se hallaban los de (Jenofonte, Económico, 8; 9,6-10). Como encarga-
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Los trabajos de las mujeres y la economía de las unidades domésticas... Mª Dolores Mirón Pérez

da de la custodia de los bienes que dentro se guar- ticamente todo el mantenimiento del oikos descan-
daban, vigilaba especialmente los víveres, inclui- saba tanto en los bienes procedentes del campo
dos el aceite y el vino, y sobre todo el grano y la como en la transformación y conservación de éstos
harina, que debían permanecer en perfectas condi- mediante el trabajo femenino, éste era tan vital
ciones (Jenofonte, Económico, 7,36; Demóstenes, como el masculino, considerando Jenofonte que
55,24; Teofrasto, Caracteres, 10,13). En las casas ambos tenían el mismo valor (7,13-18). Es el mis-
grandes, la distribución de alimentos, controlada mo tipo de economía que puede funcionar entre las
por la señora de la casa, podía ser delegada en la familias campesinas, aunque aquí la producción
despensera, esclava de confianza, en cuyas manos agrícola funcionase a un nivel prácticamente de
se ponían las llaves de la despensa (Jenofonte, subsistencia. En cambio, en casas como la de Peri-
Económico, 10,10). cles, como en muchas del Ática, donde funcionaba
Pese a que teóricamente la vida de las mujeres una economía de compraventa (Plutarco, Pericles,
se desarrollaba en el interior de la casa, existían 16; Pseudo-Aristóteles, Económicos, 1344b27-34),
tareas que habían de realizarse en el exterior, como en la que los productos del campo eran inmediata-
el abastecimiento de agua para uso doméstico (cfr. mente vendidos y se adquirían los ya elaborados en
Mirón 2003). Una de las imágenes plásticas más el mercado, el valor del trabajo femenino, excepto
populares en Grecia es la mujer acarreando agua en su faceta reproductora, sería apreciado como
desde la fuente pública, tanto en terracotas (Mo- mínimo, por más que las labores de manteni-
llard C 64, 119; TK I 156-158) como en la cerámi- miento procurasen el correcto funcionamiento del
ca ática de figuras negras de finales del siglo VI oikos.
a.C. Sin embargo, en la cerámica del siglo V a.C. La producción textil se consideró un bien eco-
el tema está poco presente, lo que es posible rela- nómico, a menudo de alto valor, e incluso utiliza-
cionar con la implantación más extensa de la escla- do como objeto de intercambio a modo de dinero
vitud doméstica, que se ocuparía de este trabajo (cfr. Pomeroy 1994: 61-68). La ley de la ciudad de
externo y, por tanto, “peligroso” para la virtud de Gortina, en Creta, establece que, en caso de divor-
una ciudadana, aunque las campesinas y mujeres cio, la mujer recupera su dote y en general todos
de las clases más humildes se seguirían ocupando los bienes que había aportado al matrimonio, ade-
de este trabajo. Incluso podía convertirse en un tra- más de la mitad de las rentas de éstos, y la mitad de
bajo retribuido: en Atenas las mujeres metecas (re- las telas que haya tejido. Igual ocurre con las viu-
sidentes extranjeras) solían acarrear agua para ga- das. E igual legado reciben los herederos de una
nar dinero (Pólux, Onomástico, 3,55). Aunque al- difunta (Ley de Gortina, 3 [Doreste]). La habilidad
gunas casas contaban con pozos o depósitos (kylix en el trabajo textil, por otro lado, aumentaba el
ática, Milán, 266; Menandro, Díscolo, 574-581, valor particular de una mujer, libre o esclava. Entre
188-206; Teofrasto, Caracteres, 20,9; Ault 2000: las posesiones del ateniense Timarco destacaba
480), la mayoría de las familias se abastecían en una esclava especializada en hilado de lino fino,
las fuentes públicas. que producía importantes beneficios en el mercado
(Esquines, 1,97). Igualmente el hecho de que se
utilizase el trabajo textil femenino para sostener
4. Valor del trabajo de las mujeres económicamente a familias no privilegiadas, me-
diante su venta en el mercado, es un indicio por sí
Es difícil calcular el valor económico exacto del mismo de su rentabilidad económica. La manufac-
trabajo doméstico de las mujeres, ya que no exis- tura textil creada con las mujeres de la casa de
ten informaciones directas al respecto. De la im- Aristarco produjo un importante beneficio econó-
portancia vital que Jenofonte da a la economía in- mico (Jenofonte, Memorabilia, 2,7). La misma
terna de la casa, decisiva para la prosperidad o la creación de manufacturas, con obreros de ambos
ruina de un oikos (Económico, 3,15), cabe entender sexos, a partir del siglo IV, supone un reconoci-
que este trabajo era económicamente muy produc- miento de su alto valor económico, traducido en
tivo. No obstante, la situación podía variar de una grandes beneficios para los propietarios.
ciudad a otra, del campo a la vida urbana, de una Asimismo, en las casas donde la transformación
clase social a otra, e incluso de una casa a otra. En de alimentos particularmente la elaboración de pan
una casa grande como la de Iscómaco, donde prác- se realizaba en el interior, su importancia económi-
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Mª Dolores Mirón Pérez Los trabajos de las mujeres y la economía de las unidades domésticas...

ca era evidente; además de poder constituir un pro- 4. Economía y oikonomia


ducto para el mercado.
No obstante, este trabajo interno no aparece La oikonomia era el saber que trataba sobre la
considerado por los escritores antiguos como una administración de esta célula social básica (cfr. Mi-
de las fuentes de riqueza, sin duda porque éstas se rón 2004). Sobre ella se conservan dos tratados
refieren al exterior visible (Jenofonte, Económico, completos de época clásica (ambos de título Oiko-
3,15; Pseudo-Aristóteles, Económicos, 1343a25- nomikos), aunque se conoce la existencia de algu-
30). En este sentido, suelen considerar económica- nos más. El de Jenofonte, escrito en la primera mi-
mente más relevantes los trabajos masculinos en el tad del siglo IV a.C., define la oikonomia como la
exterior del oikos. Esta diferente consideración ciencia “que hace que los hombres puedan acre-
queda patente en el mismo Jenofonte, que consagra centar su oikos”. En él trata tanto de la administra-
a los trabajos internos cuatro capítulos de su trata- ción de la casa propiamente dicha y de los bienes
do sobre economía y once a las labores del campo; que incluye, como de las propiedades agrícolas y
mientras la despensera es merecedora de apenas un su correcta administración, así como de las actitu-
párrafo, al capataz, su paralelo en el campo, se le des y cualidades del cabeza de familia, la esposa, y
dedican tres capítulos enteros. Pero sí se estimaba los esclavos.
una tarea vital, al menos en un principio, para el El otro tratado conservado es un conjunto de
mantenimiento del oikos y, por tanto, de la cultura tres libros, seguramente escritos por miembros de
de la polis que descansaba sobre él. Tenía así un la escuela aristotélica, hacia el año 300 a.C., en el
valor político fundamental, que adquiría el carácter que se define la oikonomia como la técnica que
de ético. “tiene por objeto la adquisición y uso del oikos”. El
En particular la aptitud para realizar bellos tra- libro I da una serie de breves indicaciones sobre la
bajos textiles aumentaba el prestigio de la mujer procreación de hijos y la función social y moral del
libre. No sólo por el valor económico del producto matrimonio, los esclavos y la administración de la
en sí mismo sino por lo que implicaba de horas de hacienda propiamente dicha; mientras que el libro
trabajo doméstico dedicadas por la mujer en esta III se centra en los valores morales que han de
labor, y que suponían un reflejo de sus virtudes do- tener marido y mujer para el conveniente funciona-
mésticas (Mirón 2001: 6-16). Sin embargo, esta miento del oikos y la correcta educación de los
valoración, pese a estar muy generalizada, no era hijos. Sin aparente conexión, el libro II es una rela-
unánime, no sólo entre las mujeres espartanas, que ción de ejemplos de recaudación de riqueza por
consideraban más valioso producir hijos sanos y diferentes tiranos. Su inclusión en un libro con el
fuertes (Plutarco, Moralia, 241), sino en la misma título Oikonomikos señala hasta qué punto la admi-
Atenas, donde Platón, que clamaba por la casi nistración de un Estado se equiparaba a la adminis-
igualdad de aptitudes entre hombres y mujeres, se- tración de un oikos.
ñala que en las labores en las que las que estas últi- La economía, como ciencia del oikos, sería an-
mas destacan, el tejido y la cocina, “el ser supera- terior a la política, o ciencia de la ciudad (polis), ya
do sería lo más ridículo de todo” (República, 5, que el primero es anterior a ésta, por ser la ciudad
455cd), lo que muestra el poco mérito que les atri- un conjunto de casas. Precisamente el libro I de la
buía. No obstante, la ideología dominante en toda Política de Aristóteles está dedicado a la adminis-
Grecia otorgaba un especial valor social al trabajo tración del oikos como paso previo para conocer
femenino. las conjuntos humanos superiores, ya que la fami-
Éste tenía también un valor erótico. Había una lia y la economía (del oikos) constituyen las bases
relación entre belleza y trabajo (Jenofonte, Econó- de la vida política (cfr. Moreno 1988: 35-81).
mico, 10,10-13). Mucha de la simbología de las Por tanto, la oikonomia es en principio un con-
mujeres hacendosas de la cerámica ática une amor cepto bastante diferente de lo que se considera aho-
al trabajo a belleza, y ambas al sexo y el matrimo- ra economía, ya que no se limita al ámbito de la
nio (Keuls 1983, 1985: 229-266; Mirón 2001: 6- economía doméstica. Abarca no sólo la adquisición
16). La mujer trabajadora era sexualmente más de bienes y las fuentes de riqueza del oikos, por lo
atractiva y, por tanto, más adecuada para la repro- que se relaciona con la economía en sentido actual,
ducción. Producción de objetos y producción de sino también los valores morales de todos sus com-
cuerpos se ligan estrechamente. ponentes humanos, necesarios para su correcto
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funcionamiento. Y se refería tanto a lo que estaba griego, las mujeres reproducen los seres, los me-
dentro de la casa como a lo que estaba fuera. Es de- dios y los mismos materiales. No es posible, por
cir, la oikonomía trataba del oikos y, por tanto, de tanto, ni una separación de producción y reproduc-
los elementos humanos y materiales que lo compo- ción, ni son aplicables los conceptos de la econo-
nían. Es, por tanto, una unidad de producción y re- mía doméstica. Mientras que en el mundo actual se
producción. ha establecido una separación clara entre esfera
La mayoría de los historiadores de la Economía productiva (fuera, pública, mercantil) y reproducti-
coinciden señalar que no hubo auténtico pensa- va (dentro, privada, no mercantil), por más que
miento económico en la Antigüedad (entre otros, esta diferenciación desvirtúe el análisis global de
Austin y Vidal-Naquet 1986: 23-26; Descat 1988; la economía, antes del capitalismo producción y
Finley 1974: 18; Tozzi 1961: 10). No es de extra- reproducción se realizaban en el mismo espacio.
ñar, si tenemos en cuenta que las categorías de aná- En la sociedad griega, la unidad básica de pro-
lisis empleadas en Economía están adaptadas al ducción es el oikos, que coincide con la célula de
estudio del capitalismo, es decir, un sistema econó- reproducción. De ahí el interés de los economistas
mico que pone al mercado como su centro (Narotz- griegos por las relaciones sociales correctas dentro
ky 1995: 31; Nicholson 1990). De este modo, la de la casa y su recurso al moralismo. Un buen fun-
Economía entendida fundamentalmente como es- cionamiento de los agentes de la reproducción bio-
tudio del mercado ha dejado fuera a otros factores lógica y social es garantía de un buen funciona-
económicos esenciales, incluido lo que los autores miento económico en el amplio sentido de la pala-
griegos consideraban como la Economía (Pomeroy bra. Por otro lado, en un principio, salvo excepcio-
1994: 43). En este sentido, los Estudios de Género nes, toda la actividad económica se realizaba en su
están llevando a cabo una importante revisión de la seno. De ahí que la economía fuese por antonoma-
Economía (cfr. Dey 1985), propugnando un análi- sia economía del oikos. La diversificación de acti-
sis económico de la producción y la reproducción, vidades, el crecimiento del comercio y la forma-
en el ámbito privado, para lo que ha acuñado los ción de entes económicos más amplios no incidie-
términos de “economía doméstica” y “reproducción ron en una adaptación del significado de oikono-
social”, y han revalorizado el trabajo doméstico de mia, quizá porque la Economía no habría sido para
las mujeres (Carrasco 1991; Narotzky 1995). ellos más que el conjunto de las economías de cada
Sin embargo, estas nuevas teorías económicas oikos, y de la polis entendida como un gran oikos
actuales no terminan de ser plenamente apropiadas común.
al estudio de la economía antigua. En el mundo

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