Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Categorías Fundamentales Del Paradigma Feminista

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 5

Rosa Cobo Bedia

1.-

Categorías Fundamentales
del Paradigma Feminista

El concepto de género
La teoría feminista, en sus tres siglos de historia, se ha configurado como un marco de inter-
pretación de la realidad que visibiliza el género como una estructura de poder. Celia Amorós lo
explica así: “En este sentido, puede decirse que la teoría feminista constituye un paradigma, un
marco interpretativo que determina la visibilidad y la constitución como hechos relevantes de
fenómenos que no son pertinentes ni significativos desde otras orientaciones de la atención”1.

8 1 AMORÓS, CELIA, “El punto de vista feminista como crítica”, en Carmen Bernabé (Dir.), Cambio de paradigma, género y eclesiología,
Verbo Divino, Navarra, 1998; p. 22.
Aproximaciones a la Teoría Crítica Feminista

Dicho en otros términos, los paradigmas y marcos de interpretación son modelos conceptuales
que aplican una mirada intelectual específica sobre la sociedad y utilizan ciertos conceptos a
fin de iluminar algunas dimensiones de la sociedad que no se pueden identificar desde otros
marcos interpretativos de la realidad social.

Así, la teoría feminista pone al descubierto todas aquellas estructuras y mecanismos ideológi-
cos que reproducen la discriminación o exclusión de las mujeres de los diferentes ámbitos de
la sociedad. Al igual que el marxismo puso de manifiesto la existencia de clases sociales con in-
tereses divergentes e identificó analíticamente algunas estructuras económicas y entramados
institucionales inherentes al capitalismo, realidades que después tradujo a conceptos -clase
social o plusvalía-, el feminismo ha desarrollado una mirada intelectual y política sobre ciertas
dimensiones de la realidad que otras teorías no habían sido capaces de conceptualizar. En este
sentido, los conceptos de violencia de género, acoso sexual, feminicidio, género, patriarcado
o androcentrismo, entre otros, han sido acuñados por el feminismo. En definitiva, lo que este
marco de interpretación de la realidad pone de manifiesto es la existencia de un sistema social
en el que los varones ocupan una posición social hegemónica y las mujeres una posición su-
bordinada.

La categoría de género, así como otras nociones acuñadas para dar cuenta de la desventajosa
posición social de las mujeres a lo largo de la historia, forma parte de un corpus conceptual,
de carácter transdisciplinar, y de un conjunto de argumentos construidos desde hace ya tres
siglos, cuyo objetivo ha sido poner de manifiesto los mecanismos y dispositivos que crean y
reproducen los espacios de subordinación, discriminación y opresión de las mujeres en cada
sociedad.

En este contexto es en el que la categoría de género adquiere sentido. En efecto, este concepto
es acuñado en el año 1975 por la antropóloga feminista Gayle Rubin y desde ese momento se
convertirá en una de las categorías centrales de la teoría feminista.

Desde entonces hasta ahora, esta categoría se ha desarrollado en varias direcciones y de al-
gunas de ellas hablaremos en este texto. En primer lugar, el uso más generalizado del concep-
to de género se refiere a la existencia de una normatividad femenina edificada sobre el sexo
como hecho anatómico. El significado de esta categoría alude a las prescripciones que tienen
las mujeres en las sociedades patriarcales. Ser mujer significa asumir un modo de estar en el
mundo en el que la maternidad, los cuidados, el trabajo doméstico, la heterosexualidad y la
ausencia de poder son características constitutivas del género femenino. Estas asignaciones
prácticas van acompañadas de estructuras simbólicas acordes con esas prácticas, de tal modo
que cada sociedad produce un modo específico de ser mujer que persuade coactivamente a
las mujeres a que acepten ese modelo normativo.

En segundo lugar, esta normatividad femenina reposa sobre un sistema social en el que el
género es un principio de jerarquización que asigna espacios y distribuye recursos a varones
y mujeres. Dicho de otra forma, las normatividades masculina y femenina se inscriben en es- 9
Rosa Cobo Bedia

pacios sociales marcados por la división sexual del trabajo. El espacio público-político ha sido
diseñado por los varones y para los varones, mientras que el espacio privado-doméstico ha
sido creado por los varones para las mujeres. El conjunto de entrados institucionales y sim-
bólicos sobre los que se asientan las normatividades de género es a lo que la teoría feminista
denomina patriarcado.

El género opera como una estructura de poder, de igual forma que la clase, la raza o la cultura.
Las sociedades están organizadas a partir de determinadas lógicas sociales de dominio. Pues
bien, el género es una categoría que da cuenta de una forma de organizar jerárquicamente las
relaciones entre hombres y mujeres en cada sociedad. El concepto de género identifica los es-
pacios materiales y simbólicos en los que las mujeres tienen una posición de desventaja social.

Ahora bien, tal y como señala Lidia Cirillo2, el género no es un concepto estático, sino dinámico.
La desigualdad de género y sus mecanismos de reproducción no son estáticos ni inmutables,
se modifican históricamente en función de distintos procesos sociales, entre ellos, la capacidad
de las mujeres para articularse como un sujeto colectivo y para persuadir a la sociedad de la
justicia de sus vindicaciones políticas. De la misma forma, hay que señalar que las diferencias
de género no son sólo históricas, si no también culturales. La religión, la raza, la pertenencia
étnico-cultural y otras variables influyen notablemente en la organización social de las relacio-
nes de género.

En tercer lugar, el género se ha convertido en un parámetro científico necesario en las ciencias


sociales. En efecto, el feminismo ha utilizado el concepto de género en estos últimos treinta
años como una variable de análisis que ensancha los límites de la objetividad científica. La
irrupción de esta variable en las ciencias sociales ha provocado cambios que ya parecen irre-
versibles. La introducción del enfoque feminista en las ciencias sociales ha tenido como conse-
cuencia la crisis de sus paradigmas y la redefinición de muchas de sus categorías. Seyla Benha-
bib explica que cuando las mujeres entran a formar parte de las ciencias sociales, ya sea como
objeto de investigación o como investigadoras, se tambalean los paradigmas establecidos y se
cuestiona la definición del ámbito de objetos del paradigma de investigación, sus unidades de
medida, sus métodos de verificación, la supuesta neutralidad de su terminología teórica o las
pretensiones de universalidad de sus modelos y metáforas3. Por ello, y tal y como señala Amo-
rós, hay que hacer del feminismo un referente necesario si no se quiere tener una visión distor-
sionada del mundo ni una conciencia sesgada de nuestra especie. En este sentido, el género
es una categoría de análisis necesaria, pues ensancha los límites de la objetividad científica al
mostrar espacios que son ciegos para otros paradigmas teóricos.

2 CIRILLO, Lidia (2005), “Virtualidades pedagógicas del feminismo para la izquierda”, en Revista Internacional de Filosofía Política
(UNED-Madrid/UAM-México), nº 25, 2005; p. 42 y ss.

3 BENHABIB, Seyla, ”Una revisión del debate sobre las mujeres y la teoría moral”, en Isegoría. Revista de Filosofía Moral y Política
10 (CSIC), nº 6, 1992; p. 38.
Aproximaciones a la Teoría Crítica Feminista

El concepto de patriarcado
En el año 1969, en el contexto del feminismo radical, una de sus feministas más célebres, Kate
Millett, escribió un libro que se ha convertido por mérito propio en un clásico de la teoría fe-
minista: Política sexual. En este famoso texto, Millett acuñará el término de patriarcado con un
significado feminista. En efecto, definirá el patriarcado como un sistema de dominio masculino
que utiliza un conjunto de estratagemas para mantener subordinadas a las mujeres4 y, además,
señalará su carácter global: “Si bien la institución del patriarcado es una constante social tan
hondamente arraigada que se manifiesta en todas las formas políticas, sociales y económicas,
ya se trate de las castas y clases o del feudalismo y la burocracia, y también en las principales
religiones, muestra, no obstante, una notable diversidad, tanto histórica como geográfica”5.
Hay que señalar que la propia Millett confiere a este concepto un significado sociológico e
histórico, muy lejos, por tanto, de cualquier contenido esencialista.

El patriarcado, por tanto, no es una unidad ontológica6 ni una invariante ajena a la historia
sino una antigua y longeva construcción social, cuyo rasgo más significativo es su universali-
dad. También hay que destacar su carácter adaptativo, al extremo de constituirse en estructura
central de todo tipo de sociedades, sean tradicionales o modernas, del norte o del sur, ricas o
pobres. Ni las distintas religiones, ni las diferentes formas de Estado, ni los distintos tipos de
economía, ni las diversas culturas, organizaciones sociales, formas raciales u otro tipo de es-
tructuras, son un obstáculo en la formación de las sociedades patriarcales. Al revés, en algunos
casos, como es el de las religiones, se convierten en fuentes inagotables de sexismo.

Y es que en todas las sociedades y comunidades-desde las más próximas hasta las más lejanas-
el control de los recursos económicos, políticos, culturales, de autoridad o de autonomía perso-
nal, entre otros, están en manos masculinas. Sin embargo, el patriarcado no es una estructura
inmutable y fija que se inscrusta de la misma forma en todas las sociedades. Al contrario, su
inmensa capacidad de adaptación adquiere dimensiones casi fusionales en cada sociedad; en
efecto, no pueden analizarse las estructuras sociales o las instituciones de cada sociedad sin
tener en consideración que en todas ellas los rasgos patriarcales tienen un carácter estructural.
De ahí la naturaleza androcéntrica de toda construcción social, sea ésta simbólica o material.
Y es que los varones, como genérico hegemónico, han definido ideológicamente y han fa-
bricado materialmente todas las formas sociales a la medida de sus intereses como genérico
dominante. El patriarcado, en cada sociedad, como el capitalismo, es un sistema que articula y
organiza las relaciones de género a partir de diversas variables, como la religión, la cultura, la
raza, el desarrollo económico o la organización política, entre otras.

El patriarcado se asienta en un sistema de pactos entre los varones a partir de los cuales se
aseguran la hegemonía sobre las mujeres. Es un sistema de prácticas simbólicas y materiales

4 MILLETT, KATE, Política sexual, Cátedra, Madrid, 1995; p. 67.


5 Op. cit.; p. 71.
6 AMORÓS, CELIA, La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias… para las luchas de las mujeres. Véase Capítulo 3: Para una 11
teoría nominalista del patriarcado, Madrid, 2005; pp. 111-135.
Rosa Cobo Bedia

que establece jerarquías y, como señala Celia Amorós, implanta espacios.7 Y no sólo eso, pues
también clasifica las prácticas en anómicas y normales y señala y distribuye el alcance y la fuer-
za de las voces que se han de oír. Todo sistema de dominación para serlo y para reproducir su
hegemonía debe tener la fuerza y el poder suficiente para producir las definiciones sociales. En
otros términos, los sistemas de dominación lo son porque los dominadores poseen el poder
de la heterodesignación sobre los dominados, el de la autodesignación sobre sí mismos y el de
la designación sobre las realidades prácticas y simbólicas sobre las que se asienta su dominio.

Dicho en otras palabras, el patriarcado es un sistema de dominio de los varones sobre las mu-
jeres, cuya trama está organizada en torno a ese objetivo. Las sociedades patriarcales están
articuladas de forma tal que su entramado simbólico y todas sus estructuras sociales tienen
como finalidad reproducir ese sistema social. Durkheim explicó con mucha claridad que en la
‘naturaleza’ de las sociedades está la posibilidad permanente de su disolución. Para evitar la
fragmentación y la ruptura social hay que construir estructuras y mecanismos institucionales,
económicos, religiosos, culturales y socializadores-entre otros- que reproduzcan con la máxima
cohesión social esa urdimbre social patriarcal tan pacientemente construida. Pues bien, las so-
ciedades patriarcales poseen mecanismos y dispositivos para evitar su disolución y reproducir
las instancias de dominio. El poder socializador que emana del imaginario simbólico patriarcal
es necesario para que esta estructura de dominio se reproduzca ‘consensuadamente’. Cuando
el consenso se rompe entran en escena diversas modalidades de violencia.

12
7 AMORÓS, CELIA, op.cit. Véase el Capítulo 3.

También podría gustarte