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Forma Típica de Las Exequias

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FORMA TÍPICA DE LAS EXEQUIAS

FORMULARIO COMÚN I

1. Estación en casa del difunto

El ministro saluda a los presentes, diciendo:

El Señor esté con vosotros.


R. Y con tu espíritu.

Luego, inicia la celebración con las siguientes palabras u otras parecidas:

Hermanos: La muerte de nuestro querido hermano (nuestra querida


hermana) N. nos entristece y nos recuerda, una vez más, hasta qué punto
es frágil y breve la vida del hombre. Pero, en este momento triste, nuestra
fe nos conforta y nos asegura que Cristo vive eternamente y que el amor
que él nos tiene es más fuerte que la misma muerte. Por ello, nuestra
esperanza no debe vacilar. Que el Padre de la misericordia y Dios de
todo consuelo os conforte en esta tribulación.
Después de la salutación inicial, se recita el salmo 113, en el que se puede ir intercalando la
antífona Dichosos los que mueren en el Señor.

Ant. Dichosos los que mueren en el Señor. Sal 113,1-8. 25-26


Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó;


el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,


y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor, estremécete, tierra,


en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Los muertos ya no alaban al Señor,


ni los que bajan al silencio.
Nosotros, los que vivimos,
bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Ant. Dichosos los que mueren en el Señor.


Después, se añade la siguiente oración:

Oremos.
Oh, Dios, justo y clemente,
mira con amor a tu siervo (sierva) N.,
que, por medio del agua del bautismo,
participó ya de la Pascua liberadora de Cristo,
y concédele entrar en la verdadera tierra de promisión
y gustar los bienes de la vida divina
en eterna comunión con su Redentor,
nuestro Dios y Señor Jesucristo,
Hijo tuyo y Señor nuestro.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.

2. Procesión hacia la iglesia

A continuación, se organiza la procesión hacia la iglesia. Durante esta procesión, el pueblo ora
por el difunto, o se entona algún canto popular apropiado. Para la oración por el difunto puede
usarse oportunamente la siguiente letanía:

Tú, que liberaste a tu pueblo de la esclavitud de Egipto:


R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que abriste el mar Rojo ante los israelitas
que caminaban hacia la libertad prometida:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que fuiste santuario y dominio de Israel
durante su peregrinación por el desierto:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que transformaste las peñas del desierto
en manantiales de agua viva:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.

Tú, que diste a tu pueblo


posesión de una tierra que manaba leche y miel:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.

Tú, que quisiste que tu Hijo


llevara a realidad la antigua Pascua de Israel:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que por la muerte de Jesús
iluminas las tinieblas de nuestra muerte:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.

Tú, que en la resurrección de Jesucristo


has inaugurado la vida nueva de los que han muerto:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.

Tú, que en la ascensión de Jesucristo


has querido que tu pueblo vislumbrara su entrada
en la tierra de promisión definitiva:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.

Tú, que eres auxilio y escudo de cuantos confían en ti:


R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.

Tú, que no quieres que alaben tu nombre


los muertos ni los que bajan al silencio,
sino los que viven para ti:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.

3. Estación en la iglesia

Al llegar a la iglesia, se coloca el cadáver delante del altar y, si es posible, se pone junto a él el
cirio pascual.

El que preside puede encender en este momento el cirio pascual, diciendo la siguiente
fórmula:

Junto al cuerpo, ahora sin vida,


de nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
encendemos, oh, Cristo Jesús, esta llama,
símbolo de tu cuerpo glorioso y resucitado;
que el resplandor de esta luz ilumine nuestras tinieblas
y alumbre nuestro camino de esperanza,
hasta que lleguemos a ti, oh, claridad eterna,
que vives y reinas, inmortal y glorioso,
por los siglos de los siglos.
R. Amén.

4. Misa exequial o liturgia de la Palabra

Terminados estos ritos iniciales y, si se celebra la Misa, omitido el acto penitencial y el Señor, ten
piedad, se dice la oración colecta:

Oremos.
Te encomendamos, Señor,
a nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
a quien en esta vida mortal
rodeaste con tu amor infinito;
concédele ahora que, libre de todos los males,
participe en el descanso eterno.
Y, ya que este primer mundo acabó para él (ella),
admítelo (admítela) en tu paraíso,
donde no hay ni llanto ni luto ni dolor,
sino paz y alegría eternas.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.

O bien:

Oremos.
Escucha, Señor, nuestras súplicas
y haz que tu siervo (sierva) N.,
que acaba de salir de este mundo,
perdonado (perdonada) de sus pecados
y libre de toda pena,
goce junto a ti de la vida inmortal;
y, cuando llegue el gran día
de la resurrección y del premio,
colócalo (colócala) entre tus santos y elegidos.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
La celebración prosigue, como habitualmente, con la liturgia de la Palabra.

Después de la homilía, se hace la oración universal con el siguiente formulario u otro parecido:

Oremos a Dios, Padre de todos, por nuestro hermano difunto (nuestra


hermana difunta) y pidámosle que escuche nuestra oración.
— Para que el Señor, que se compadece de toda criatura, purifique con
su misericordia y conceda los gozos del paraíso a nuestro
hermano (nuestra hermana) N. Roguemos al Señor.
— Para que el Señor, que lo (la) creó de la nada y lo (la) honró
haciéndolo (haciéndola) imagen de su Hijo, le devuelva en el reino
eterno la primitiva hermosura del hombre. Roguemos al Señor.
— Para que le conceda el descanso eterno y lo (la) haga gozar en la
asamblea de los santos. Roguemos al Señor.
— Para que el Señor, consuelo de los que lloran y fuerza de los que se
sienten abatidos, alivie la tristeza de los que lo (la) lloran y les conceda
encontrarlo (encontrarla) nuevamente en el reino de Dios. Roguemos al
Señor.
Si en las exequias se celebra la Misa, la oración universal concluye con la siguiente colecta:

Señor,que nuestra oración suplicante


sirva de provecho a tu hijo (hija) N.,
para que, libre de todo pecado,
participe ya de tu redención.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
La misa prosigue como habitualmente, hasta la oración después de la comunión.

Dicha esta oración, omitida la bendición y el Podéis ir en paz, se organiza la procesión hacia
el cementerio.

Si las exequias se celebran sin misa, la oración universal concluye con la siguiente fórmula:

Terminemos nuestra oración con la plegaria que nos enseñó el mismo


Jesucristo, pidiendo que se haga siempre la voluntad del Señor: Padre
nuestro.

Terminada la oración de los fieles se hace inmediatamente la procesión al cementerio.

5. Procesión al cementerio

Mientras se saca el cuerpo de la iglesia, el que preside dice la siguiente antífona:

Al paraíso te lleven los ángeles,


a tu llegada te reciban los mártires
y te introduzcan en la ciudad santa de Jerusalén.

A continuación, se organiza la procesión hacia el cementerio. Durante esta procesión, el


pueblo ora por el difunto, o se entona algún canto popular apropiado.
Para la oración por el difunto puede usarse oportunamente la siguiente letanía.

El que preside puede introducir la letanía, diciendo:

Unidos en una misma oración, mientras acompañamos al cuerpo de


nuestro hermano (nuestra hermana) al lugar de su reposo, invoquemos
a los santos, que en la gloria gozan de la comunión celestial, para que
acojan a nuestro hermano (nuestra hermana) en el gozo eterno.
Cristo, óyenos. Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos. Cristo, escúchanos.
Santa María, Madre de Dios, ruega por él (ella).
Santos ángeles de Dios, rogad por él (ella).
San José, ruega por él (ella).
San Juan Bautista, ruega por él (ella).
Santos Pedro y Pablo, rogad por él (ella).
San Esteban, ruega por él (ella).
San Agustín, ruega por él (ella).
San Gregorio, ruega por él (ella).
San Benito, ruega por él (ella).
San Francisco, ruega por él (ella).
Santo Domingo, ruega por él (ella).
San Francisco Javier, ruega por él (ella).
Santa Teresa de Jesús, ruega por él (ella).
Santa Mónica, ruega por él (ella).
Aquí se puede añadir la invocación del santo patrono del difunto y de otros santos.
Santos y santas de Dios, rogad por él (ella).

Invoquemos ahora a Cristo, vencedor del sepulcro, y hagamos memoria


de sus misterios salvadores, con los que arrancó a los hombres del poder
de la muerte:

Cristo, Hijo de Dios vivo.


R. Acógelo (acógela) en tu reino.
Tú, que aceptaste la muerte por nosotros.
R. Acógelo (acógela) en tu reino.
Tú, que resucitaste de entre los muertos.
R. Acógelo (acógela) en tu reino.
Tú, que has de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.
R. Acógelo (acógela) en tu reino.
A este hermano nuestro (esta hermana nuestra),
que recibió de ti la simiente de la inmortalidad.
R. Acógelo (acógela) en tu reino.
A este hermano nuestro (esta hermana nuestra),
de quien ahora nos despedimos.
R. Acógelo (acógela) en tu reino.
A este hermano nuestro (esta hermana nuestra),
con quien esperamos encontrarnos en la gloria del cielo.
R. Acógelo (acógela) en tu reino.
6. Último adiós al cuerpo del difunto

Llegada la procesión al cementerio, el cuerpo se coloca, a ser posible, cerca de la tumba, y se


procede al rito del último adiós. En primer lugar, se recita el salmo 117, en el que se puede ir
intercalando la antífona Abridme las puertas de la salvación.

Ant. Abridme las puertas de la salvación,


y entraré para dar gracias al Señor. Sal 117, 1-20

Dad gracias al Señor porque es bueno,


porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.

Diga la casa de Aarón:


eterna es su misericordia.
Digan los que temen al Señor:
eterna es su misericordia.

En el peligro grité al Señor,


y el Señor me escuchó, poniéndome a salvo.
El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
El Señor está conmigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios.

Mejor es refugiarse en el Señor


que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes.

Todos los pueblos me rodeaban,


en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban cerrando el cerco,
en el nombre del Señor los rechacé;

me rodeaban como avispas,


ardiendo como fuego en las zarzas;
en el nombre del Señor los rechacé.

Empujaban y empujaban para derribarme,


pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.

Escuchad: hay cantos de victoria


en las tiendas de los justos:
«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa».

No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.

Abridme las puertas de la salvación,


y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.

Ant. Abridme las puertas de la salvación,


y entraré para dar gracias al Señor.

A continuación, el que preside dice la siguiente oración sobre el sepulcro. Si el sepulcro está
ya bendecido se omite el texto entre corchetes.

Oremos.
Señor Jesucristo,
que al descansar tres días en el sepulcro
santificaste la tumba de los que creen en ti,
de tal forma que la sepultura
no solo sirviera para enterrar el cuerpo,
sino también para acrecentar
nuestra esperanza en la resurrección,
[dígnate ben+decir esta tumba y]
concede a nuestro hermano (nuestra hermana) N.
descansar aquí de sus fatigas,
durmiendo en la paz de este sepulcro,
hasta el día en que tú,
que eres la Resurrección y la Vida,
lo (la) resucites y lo (la) ilumines
con la contemplación de tu rostro glorioso.
Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Si el sepulcro no está bendecido, se rocía con agua bendita y se inciensa.

A continuación, el que preside se dirige a los fieles con las siguientes palabras u otras
parecidas:

Vamos ahora a cumplir con nuestro deber de dar sepultura al cuerpo de


nuestro hermano (nuestra hermana); y, fieles a la costumbre cristiana, lo
haremos pidiendo con fe a Dios, para quien toda criatura vive, que
admita su alma entre sus santos y que, a este su cuerpo que hoy
enterramos en debilidad, lo resucite un día lleno de vida y de gloria. Que,
en el momento del juicio, use de misericordia para con nuestro
hermano (nuestra hermana), para que, libre de la muerte,
absuelto (absuelta) de sus culpas, reconciliado (reconciliada) con el
Padre, llevado (llevada) sobre los hombros del Buen Pastor y
agregado (agregada) al séquito del Rey eterno, disfrute para siempre de
la gloria eterna y de la compañía de los santos.
Todos oran unos momentos en silencio.

Luego, el que preside continúa, diciendo:

No temas, hermano (hermana), Cristo murió por ti y en su resurrección


fuiste salvado (salvada). El Señor te protegió durante tu vida; por ello,
esperamos que también te librará, en el último día, de la muerte que
acabas de sufrir. Por el bautismo, fuiste hecho (hecha) miembro de
Cristo resucitado: el agua que ahora derramaremos sobre tu cuerpo nos
lo recordará. [Dios te dio su Espíritu Santo, que consagró tu cuerpo
como templo suyo; el incienso con que lo perfumaremos será símbolo
de tu dignidad de templo de Dios y acrecentará en nosotros la esperanza
de que este mismo cuerpo, llamado a ser piedra viva del templo eterno
de Dios, resucitará gloriosamente como el de Jesucristo.]
Después, el que preside da una vuelta alrededor del féretro asperjándolo con agua bendita.
Luego, pone incienso, lo bendice y da una segunda vuelta perfumando el cadáver con incienso.
Mientras tanto, uno de los presentes puede recitar las siguientes invocaciones, a las que el pueblo
responde: Señor, ten piedad, o bien: Kyrie, eléison.

Que el Padre, que te invitó


a comer la carne inmaculada de su Hijo,
te admita ahora en la mesa de su reino.
R. Señor, ten piedad (Kyrie, eléison).
Que Cristo, vid verdadera,
en quien fuiste injertado (injertada) por el bautismo,
te haga participar ahora de su vida gloriosa.
R. Señor, ten piedad (Kyrie, eléison).
Que el Espíritu de Dios,
con cuyo fuego ardiente fuiste madurado (madurada),
revista tu cuerpo de inmortalidad.
R. Señor, ten piedad (Kyrie, eléison).
Después, se coloca el cuerpo en el sepulcro y el que preside añade la siguiente oración. Si se
han hecho las invocaciones se omite la invitación Oremos.

[Oremos.]
tus manos, Padre de bondad,
encomendamos el alma
de nuestro hermano (nuestra hermana),
con la firme esperanza
de que resucitará en el último día,
con todos los que han muerto en Cristo.
Te damos gracias
por todos los dones con que lo (la) enriqueciste
a lo largo de su vida;
en ellos reconocemos un signo de tu amor
y de la comunión de los santos.
Dios de misericordia,
acoge las oraciones que te presentamos
por este hermano nuestro (esta hermana nuestra)
que acaba de dejarnos
y ábrele las puertas de tu mansión.
Y a sus familiares y amigos,
y a todos nosotros,
los que hemos quedado en este mundo,
concédenos saber consolarnos con palabras de fe,
hasta que también nos llegue el momento
de volver a reunirnos con él (ella),
junto a ti, en el gozo de tu reino eterno.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

En este momento, uno de los familiares o amigos puede hacer una breve biografía del difunto
y agradecer a los presentes su participación en las exequias.

Después, el que preside termina la celebración con una de las siguientes fórmulas:
El Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu.
Dios, fuente de todo consuelo,
que con amor inefable creó al hombre
y en la resurrección de su Hijo
ha dado a los creyentes la esperanza de resucitar,
derrame sobre vosotros su bendición.
R. Amén.

Él conceda el perdón de toda culpa


a los que aún vivimos en el mundo,
y otorgue a los que han muerto
el lugar de la luz y de la paz.
R. Amén.
Y a todos nos conceda
vivir eternamente felices con Cristo,
al que proclamamos resucitado de entre los muertos.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo +, y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
R. Amén.

O bien:

Señor, + dale el descanso eterno.


R. Y brille sobre él (ella) la luz eterna.

Descanse en paz.
R. Amén.
Su alma y las almas de todos los fieles difuntos,
por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
Se concluye el rito con la fórmula habitual de despedida.

Podéis ir en paz.
R. Demos gracias a Dios.

FORMULARIO COMÚN II

1. Estación en casa del difunto

El ministro saluda a los presentes, diciendo:

El Señor esté con vosotros.


R. Y con tu espíritu.
Luego, inicia la celebración con las siguientes palabras u otras parecidas:

Amados hermanos: El Señor, en su amorosa e inescrutable providencia,


acaba de llamar de este mundo a nuestro hermano (nuestra hermana)
N. Su partida os ha llenado a todos de dolor y de consternación. Pero,
en este momento triste, conviene que reafirmemos nuestra fe, que nos
asegura que Dios no abandona nunca a sus hijos. Jesús nos invita a esta
confianza cuando dice: «Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados, y yo os aliviaré». Con esta certeza, pidamos al Señor, durante
esta celebración, que a nuestro hermano (nuestra hermana) le perdone
sus faltas y le conceda una mansión de paz y bienestar entre sus santos.
Y que a nosotros nos dé la firme esperanza de encon-
trarlo (encontrarla)nuevamente en su reino.
Después de la salutación inicial, se recita el salmo 113, en el que se puede ir intercalando la
antífona Que Cristo te reciba en su paraíso.

Ant. Que Cristo te reciba en su paraíso. Sal 113,1-8. 25-26


Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó;


el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa; mar, que huyes,


y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor, estremécete, tierra,


en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Los muertos ya no alaban al Señor,


ni los que bajan al silencio.
Nosotros, los que vivimos,
bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Ant. Que Cristo te reciba en su paraíso.


Después, se añade la siguiente oración:

Oremos.
Recibe,Señor, a tu siervo (sierva) N.,
que, salido del Egipto de este mundo,
llega ahora a tu presencia;
que los santos ángeles salgan a su encuentro
y lo (la) introduzcan
en la verdadera tierra de promisión;
reconócelo (reconócela), Señor, como criatura tuya,
llena de alegría su alma
y no te acuerdes más de sus culpas pasadas,
pues, aunque haya pecado,
jamás negó ni al Padre ni al Hijo ni al Espíritu Santo,
antes bien creyó [fue celoso (celosa) de tu honra]
y te adoró fielmente a ti,
Creador del cielo y de la tierra.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

2. Procesión hacia la iglesia

A continuación, se organiza la procesión hacia la iglesia. Durante esta procesión, el pueblo ora
por el difunto, o se entona algún canto popular apropiado. Para la oración por el difunto puede
usarse oportunamente la siguiente letanía:

Tú, que liberaste a tu pueblo de la esclavitud de Egipto:


R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que abriste el mar Rojo ante los israelitas
que caminaban hacia la libertad prometida:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que fuiste santuario y dominio de Israel
durante su peregrinación por el desierto:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que transformaste las peñas del desierto
en manantiales de agua viva:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que diste a tu pueblo
posesión de una tierra que manaba leche y miel:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que quisiste que tu Hijo
llevara a realidad la antigua Pascua de Israel:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que por la muerte de Jesús
iluminas las tinieblas de nuestra muerte:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que en la resurrección de Jesucristo
has inaugurado la vida nueva de los que han muerto:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que en la ascensión de Jesucristo
has querido que tu pueblo vislumbrara su entrada
en la tierra de promisión definitiva:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que eres auxilio y escudo de cuantos confían en ti:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
Tú, que no quieres que alaben tu nombre
los muertos ni los que bajan al silencio,
sino los que viven para ti:
R. Recibe a tu siervo (sierva) en el paraíso.
3. Estación en la iglesia

Al llegar a la iglesia, se coloca el cadáver delante del altar y, si es posible, se pone junto a él el
cirio pascual.

El que preside puede encender en este momento el cirio pascual, diciendo la siguiente
fórmula:

Junto al cuerpo, ahora sin vida,


de nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
encendemos, oh, Cristo Jesús, esta llama,
símbolo de tu cuerpo glorioso y resucitado;
que el resplandor de esta luz ilumine nuestras tinieblas
y alumbre nuestro camino de esperanza,
hasta que lleguemos a ti, oh, Claridad eterna,
que vives y reinas, inmortal y glorioso,
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
4. Misa exequial o liturgia de la Palabra

Terminados estos ritos iniciales y, si se celebra la misa, omitido el acto penitencial y el Señor, ten
piedad, se dice la oración colecta:

Oremos.
Señor Dios, Padre omnipotente,
tú que nos has dado la certeza
de que en los fieles difuntos
se realizará el misterio de tu Hijo muerto y resucitado,
por esta fe que profesamos,
concede a nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
que acaba de participar de la muerte de Cristo,
resucitar también con él en la luz de la vida eterna.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
O bien:

Oremos.
Oh, Dios,
misericordia de los pecadores
y felicidad de tus santos,
al cumplir hoy el deber humano
de dar sepultura al cuerpo de tu siervo (sierva) N.,
te pedimos le des parte
en el gozo de tus elegidos
y que, libre de las ataduras de la muerte,
pueda presentarse ante ti
el día de la resurrección.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
La celebración prosigue, como habitualmente, con la liturgia de la Palabra.

Después de la homilía, se hace la oración universal con el siguiente formulario u otro parecido:

Pidamos al Señor que escuche nuestra oración y atienda nuestras


súplicas por nuestro hermano (nuestra hermana) N., que acaba de dejar
este mundo, y digámosle:
R. Señor ten piedad.
— Señor Jesús, haz que nuestro hermano (nuestra hermana) N., que ha
dejado ya este mundo, se alegre con júbilo eterno en tu presencia y se
vea inundado(inundada) de gozo en la asamblea de los santos.
Roguemos al Señor. R.
— Libra su alma del abismo y sálvalo (sálvala) con tu misericordia,
porque en el reino de la muerte nadie te alaba. Roguemos al Señor. R.
— Que tu bondad y tu misericordia lo (la) acompañen eternamente y
habite en tu casa por años sin término. Roguemos al Señor. R.
— Concédele gozar en las fuentes tranquilas de tu paraíso y
hazlo (hazla) recostar en las verdes praderas de tu reino. Roguemos al
Señor. R.
— Y a nosotros, que caminamos aún por las cañadas oscuras de este
mundo, guíanos por el sendero justo y haz que en tu vara y en tu cayado
de pastor encontremos siempre nuestro sosiego. Reguemos al Señor.
Si en las exequias se celebra la misa, la oración universal concluye con la siguiente colecta:

Oh, Dios, que en la Pascua de tu Hijo


has hecho resplandecer para todos
la gloria de una salvación nueva,
escucha nuestras oraciones
y concede a nuestro hermano (nuestra hermana) N.
gozar de la luz eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
La misa prosigue como habitualmente, hasta la oración después de la comunión.
Dicha esta oración y omitida la bendición y el Podéis ir en paz, se organiza la procesión hacia
el cementerio.

Si las exequias se celebran sin misa, la oración universal concluye con la siguiente fórmula:

Terminemos nuestra oración con la plegaria que nos enseñó el mismo


Jesucristo, pidiendo que se haga siempre la voluntad del Señor: Padre
nuestro.

Terminada la oración de los fieles se hace inmediatamente la procesión al cementerio.

5. Procesión al cementerio

Mientras se saca el cuerpo de la iglesia, el que preside dice la siguiente antífona:

El coro de los ángeles te reciba,


y junto con Lázaro, pobre en esta vida,
tengas descanso eterno.

A continuación, se organiza la procesión hacia el cementerio. Durante esta procesión, el


pueblo ora por el difunto, o se entona algún canto popular apropiado.

Para la oración por el difunto puede usarse oportunamente la siguiente letanía.

El que preside puede introducir la letanía, diciendo:

Unidos en una misma oración, mientras acompañamos al cuerpo de


nuestro hermano (nuestra hermana) al lugar de su reposo, invoquemos
a los santos, que en la gloria gozan de la comunión celestial, para que
acojan a nuestro hermano (nuestra hermana) en el gozo eterno.
Cristo, óyenos. Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos. Cristo, escúchanos.
Santa María, Madre de Dios, ruega por él (ella).
Santos ángeles de Dios, rogad por él (ella).
San José, ruega por él (ella).
San Juan Bautista, ruega por él (ella).
Santos Pedro y Pablo, rogad por él (ella).
San Esteban, ruega por él (ella).
San Agustín, ruega por él (ella).
San Gregorio, ruega por él (ella).
San Benito, ruega por él (ella).
San Francisco, ruega por él (ella).
Santo Domingo, ruega por él (ella).
San Francisco Javier, ruega por él (ella).
Santa Teresa de Jesús, ruega por él (ella).
Santa Mónica, ruega por él (ella).
Aquí se puede añadir la invocación del santo patrono del difunto y de otros santos.
Santos y santas de Dios, rogad por él (ella).

Continuemos nuestras plegarias pidiendo al Señor que escuche nuestras


súplicas y repitamos: R. Escúchanos, Señor.
Que el Padre, que lo (la) invitó
a comer la carne inmaculada de su Hijo,
lo (la) admita ahora en la mesa de su reino.
R. Escúchanos, Señor.
Que Cristo, vid verdadera,
en quien fue injertado (injertada) por el bautismo,
lo (la) haga participar ahora de su vida gloriosa.
R. Escúchanos, Señor.
Que el Espíritu de Dios,
con cuyo fuego ardiente fue madurado (madurada),
revista su cuerpo de inmortalidad.
R. Escúchanos, Señor.

Que lo (la) recomiende ante su Hijo


la clementísima Virgen María
y, acompañado (acompañada) de ella,
llegue a la mansión deseada del cielo.
R. Escúchanos, Señor.

Que lo (la) acojan los santos apóstoles,


que recibieron del Señor el poder de atar y desatar.
R. Escúchanos, Señor.
Que intercedan por él (ella)
todos los santos y elegidos de Dios,
que en este mundo soportaron tormentos
por el nombre de Cristo.
R. Escúchanos, Señor.
Que el Señor se acuerde de él (ella)
en el esplendor de su gloria.
R. Escúchanos, Señor.

6. Último adiós al cuerpo del difunto

Llegada la procesión al cementerio, el cuerpo se coloca, a ser posible, cerca de la tumba, y se


procede al rito del último adiós. En primer lugar, se recita el salmo 117, en el que se puede ir
intercalando la antífona Si morimos con Cristo.

Ant. Si morimos con Cristo, viviremos con él. Sal 117, 1-20
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.

Diga la casa de Aarón:


eterna es su misericordia.
Digan los que temen al Señor:
eterna es su misericordia.

En el peligro grité al Señor,


y el Señor me escuchó, poniéndome a salvo.
El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
El Señor está conmigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios.

Mejor es refugiarse en el Señor


que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes.

Todos los pueblos me rodeaban,


en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban cerrando el cerco,
en el nombre del Señor los rechacé;

me rodeaban como avispas,


ardiendo como fuego en las zarzas;
en el nombre del Señor los rechacé.

Empujaban y empujaban para derribarme,


pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.

Escuchad: hay cantos de victoria


en las tiendas de los justos:
«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa».

No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.

Abridme las puertas de la salvación,


y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.

Ant. Si morimos con Cristo, viviremos con él.


A continuación, el que preside dice la siguiente oración sobre el sepulcro. Si el sepulcro está
ya bendecido se omite el texto entre corchetes.
Oremos.
Oh, Dios, en cuya misericordia
encuentran su descanso las almas de los fieles,
[dígnate ben+decir este sepulcro y]
manda a tus santos ángeles que custodien esta tumba;
que nuestro hermano (nuestra hermana),
que va a ser enterrado (enterrada) en ella,
obtenga el perdón de todos sus pecados,
a fin de que resucite glorioso (gloriosa)
al final de los tiempos con todos los santos
y pueda alegrarse en ti por los siglos de los siglos.
R. Amén.

Si el sepulcro no está bendecido, se rocía con agua bendita y se inciensa.

A continuación, el que preside se dirige a los fieles con las siguientes palabras u otras
parecidas:

Ha llegado el momento de dar el último adiós a nuestro


hermano (nuestra hermana), el momento en que sus cuerpo
desaparecerá para siempre de nuestra mirada, el momento de separarnos
definitivamente de él (ella). Se trata, pues, de un momento de intensa
tristeza. Pero debe ser también un momento de firme esperanza, pues
confiamos que este rostro amado, que ahora va a desaparecer para
siempre de nuestros ojos, lo volveremos a contemplar, transformado,
cuando Dios, al fin de los tiempos, nos reúna de nuevo en su reino. Con
esta esperanza, oremos, pues, ahora unos momentos en silencio,
recordando lo que con él (ella) vivimos en este mundo, lo que
él (ella) representó para nosotros, lo que él (ella) fue y es ante Dios.
Todos oran unos momentos en silencio. Luego, el que preside continúa, diciendo:

Vamos ahora a rociar el cadáver de nuestro hermano (nuestra


hermana) con agua bendita. Así, en este momento en que nos
disponemos a sepultar su cuerpo, evocaremos el bautismo, por el que,
al inicio de su vida, se incorporó ya simbólicamente a la muerte y a la
resurrección de Cristo. Porque, de la misma forma que Cristo no quedó
definitivamente en el sepulcro, así creemos que nuestro
hermano (nuestra hermana), a semejanza de Jesús, resucitará a la vida.
Que al rociar, pues, este cadáver con agua, semejante a la del bautismo,
se acreciente nuestra esperanza de que la resurrección, simbolizada
cuando este cuerpo salió del agua bautismal, se convertirá un día en
realidad visible en este cuerpo hoy sin vida.
Después, el que preside da una vuelta alrededor del féretro aspergiéndolo con agua bendita.
Luego, pone incienso, lo bendice y da una segunda vuelta perfumando el cadáver con incienso.
Mientras tanto, uno de los presentes puede recitar las siguientes invocaciones, a las que el pueblo
responde: Señor, ten piedad, o bien: Kyrie, eléison.

Que nuestro hermano (nuestra hermana)


viva eternamente en la paz junto a ti.
R. Señor, ten piedad (Kyrie, eléison).
Que participe contigo
de la felicidad eterna de los santos.
R. Señor, ten piedad (Kyrie, eléison).
Que contemple tu rostro glorioso
y tenga parte en la alegría sin fin.
R. Señor, ten piedad (Kyrie, eléison).
Oh, Cristo, acógelo (acógela) junto a ti
con todos los que nos han precedido.
R. Señor, ten piedad (Kyrie, eléison).
Después, se coloca el cuerpo en el sepulcro, y el que preside añade la siguiente oración. Si se
han hecho las invocaciones se omite la invitación Oremos.

[Oremos.]
Dueño de la vida y Señor de los que han muerto,
acuérdate de nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
que, mientras vivió en este mundo,
fue bautizado (bautizada) en tu muerte
y asociado (asociada) a tu resurrección
y que ahora, confiando en ti,
ha salido ya de este mundo;
cuando vuelvas en el último día,
acompañado de tus ángeles,
concédele resucitar del sepulcro;
sácalo (sácala) del polvo de la muerte,
revístelo (revístela) de honor
y colócalo (colócala) a tu derecha,
para que, junto a ti, tenga su morada
entre los santos y elegidos
y con ellos alabe tu bondad
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
En este momento, uno de los familiares o amigos puede hacer una breve biografía del difunto
y agradecer a los presentes su participación en las exequias.

Después, el que preside termina la celebración con una de las siguientes fórmulas:

El Señor esté con vosotros.


R. Y con tu espíritu.
Dios, fuente de todo consuelo,
que con amor inefable creó al hombre
y en la resurrección de su Hijo
ha dado a los creyentes la esperanza de resucitar,
derrame sobre vosotros su bendición.
R. Amén.
Él conceda el perdón de toda culpa
a los que aún vivimos en el mundo,
y otorgue a los que han muerto
el lugar de la luz y de la paz.
R. Amén.
Y a todos nos conceda
vivir eternamente felices con Cristo,
al que proclamamos resucitado de entre los muertos.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo +, y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
R. Amén.
O bien:

Señor, + dale el descanso eterno.


R. Y brille sobre él (ella) la luz eterna.

Descanse en paz.
R. Amén.

Su alma y las almas de todos los fieles difuntos,


por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
Se concluye el rito con la fórmula habitual de despedida.

Podéis ir en paz.
R. Demos gracias a Dios.

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