Sostener La Inquietud
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PERSPECTIVA DE ESCRITURA
Esta perspectiva asume la dualidad del problema ya que estamos frente a un “en relación con”
de la relación teatral propia del convivio, de manera que las preguntas a formular tendrán en
cuenta la permanente vinculación del discurso composicional en tiempo y espacio del agente
escénico con su eventual recepción.
Incluimos la actuación y la puesta en escena en una retórica escénica, habida cuenta del hecho
de que lo que las vuelve prácticas convergentes es la imperiosa necesidad de la construcción y
el mantenimiento de alteridad –y empatía por medio de la conmoción, el deleite, la
manipulación y la persuasión- seducción de índole pre y paracognitiva. La preeminencia del
factor del factor estético por sobre el logos, de lo afectivo por sobre la comprensión.
LOS MOTIVOS
Asistimos a ver lo divergente, lo extraño, lo que sale de lo esperable, lo que se corre de los
“normal”. El riesgo de “no ser” es el que mantiene latente el interés por la vida escénica.
Hay que dar respuesta a esos desajustes que residen en la discontinuidad del discurso, en la
ruptura del fluido entre los cuerpos dramáticos (acción-reacción, presupuesto gestáltico) y que
provocan displacer en el público.
En la interacción el componente fónico debe adquirir entidad, para ello hay que considerar los
enunciados con su fuerza de impacto sobre el interlocutor más allá del significado y la
referencia de lo dicho. La índole comprensiva no está en juego sino la relación de fuerzas entre
los dialogantes y la influencia persuasiva de uno sobre la voluntad del otro.
Representar o volver a hacer presente supone una condición vicaria (de sustitución) dado que
algo representa otra cosa, es decir, está en lugar de lo que, por ser una idea o algo impalpable,
necesita de un vehículo que lo haga perceptible. En este sentido, habría una pureza o verdad
(depositada en las entidades denominadas “personaje”, o en un texto de base) que un actor
expresa por medio de una conducta considerada espuria (falsa). Desde esta noción, se evalúa
una degradación, en cuanto el actuante no es él mismo sino el signo viviente de otro carácter
ideal. Si la representación significa una reconstrucción referencial de una realidad externa a la
escena, las tendencias estéticas no tradicionales desde el siglo pasado vienen reclamando una
nueva realidad de naturaleza escénica, “ser” frente al espectador en lugar de interpretar. La
actuación deviene un “estar ahí”, lo que sucede entre actor y espectador, un “teatro cero”
según Tadeuz Kantor. Para nosotros, resulta ineludible la fijación de preliminares u
ordenamientos de la performance, lo que vuelve toda actuación una conducta restaurada, no
espontánea, planificada. Denominarla “representación” no es crucial ni relevante.
La alteridad fundante parte del presupuesto de que toda actuación se funda en la condición de
otros mirantes. El espectador que, como alteridad, instala la solidaridad de la teatralidad, en
tanto uno “actúa” mientras el receptor –en otra dimensión aunque compartiendo tiempo y
espacio- cede su percepción y legitima a los sujetos escénicos.
IDENTIFICAR UN PROBLEMA
DE QUÉ ES EL TEATRO
EL TEATRO NO ES NATURAL
Hay que fabricar la necesidad, de eso se trata actuar, de cautivar con la mera presencia. Si el
otro no es convocado por nuestra presencia el acto teatral no sucede puesto que no surge la
expectación imperiosa fundante de la teatralidad. Una de las condiciones básicas de la
teatralidad consiste en la generación de expectación, esperar que algo suceda en escena.
DIFERENCIAL
Es la experiencia estética propia del convivio que consiste en la atracción somática sobre
otro/s. Es el fenómeno constituyente de teatralidad.
LA ACTUACIÓN NO ES UN MEDIO
Doxa: opinión.
Entimema: silogismo que suprime una premisa por ser obvia o estar implícita en el enunciado.
RELACIÓN RETÓRICA-TEATRO
Qué hago, cómo lo hago, dónde lo hago, por qué y para qué lo hago (si mágico).
Subtexto: modos de denominar aquellas intenciones que la represión social obliga a no decir
en la textualidad pero que impregnan la manera de ese decir.
Si la hipótesis de que las tendencias, los hábitos y las leyes de la percepción regulan la
composición de la vida escénica resulta considerable, se impone la necesidad de formular
paradigmas o matrices de observación y estudio del objeto actuación y el fenómeno
concomitante puesta en escena.
Para llegar a la formulación se realiza una partición abstracta de fases, momentos o instancias
de la actuación frente a destinatarios, atendiendo a las circunstancias de su sintaxis, su
estructuración, su semántica y su pragmática:
1 - El dominio vincular, referido a todos los procesos de interacción entre sujetos y entre
sujetos y objetos, que incluye los procesos de desinhibición, socialización y sensorialización.
Configura el lugar de la empatía entre los participantes del hecho teatral y su relación con las
estructuras lúdicas. Responde a la cuestión del “por qué” y el “para qué”, a la justificación de la
ficción. Como soporte de la fábula es el conjunto de consideraciones acerca de la lógica de
acciones y reacciones que el sujeto actuante toma para sí de manera tal que ocupa su
pensamiento en la realidad alternativa del juego. Conocimiento de las causas, objetivos y
pretensiones. Subjetivación de las circunstancias de los roles de ficción. Acción-reacción y
adecuación.
3 - El dominio morfológico que comprende los aspectos semióticos de una exhibición frente a
un público, la forma del dar a ver. En esta instancia se toman las decisiones discursivas frente
a la composición de la escena y es el espacio de los lenguajes; los sistemas significantes de la
puesta en escena y el contrato de estilo que se pacta con los espectadores. Responde a la
cuestión del cómo. Puede homologarse a la cuestión retórica. Vestuario, escenografía,
maquillaje, música, maquinaria y modo de actuación componen elementos de este dominio.
Más allá de las preocupaciones por la homogeneidad del sistema de signos que adopta una
actuación y/o una puesta en escena, el discurso escénico sufre en su consumo espectatorial
una adecuación dominada por los principios gestálticos. Aunque lo fragmentario y lo híbrido se
multipliquen, la tendencia perceptual conduce a la búsqueda de alguna cuota de regularidad.
Dos polos organizadores de la mostración: morfologías realistas y no realistas, según los grados
de aproximación que una conducta ficcional y su contexto presentan conforme a la mímesis. La
analogía y la mímesis comportan el primer escalón para una producción discursiva más
entretejida en torno de asociaciones metafóricas y metonímicas que, incluso, deconstruyan el
punto de partida.
Qué hay entre acción y acción –pedigra para Meyerhold; sats para Barba; amago para Pricco-,
un momento de acumulación de tensión que precede a la modificación y que sustenta la
atención del público y justifica la espera, la demora. El erotismo estético alcanza en este
concepto su máxima altura, es decir, la presentación del detalle –procedimiento metonímico-
para crear la necesidad del todo.
En el de dramaticidad, porque resulta difícil que el receptor pueda escapar de los procesos
biológicos y culturales que modelan la psicología de su percepción y sus inevitables tendencias
estéticas: las hipótesis de las teorías gestálticas abonan este proceso de no ver y no oír lo que
se quiere sino lo que se puede a partir de determinaciones biológicas –neuronas-espejo y su
operatoria en la percepción de la alteridad y de la sensación de empatía-, y de influencias de
instancias psicológicas –tendencia al orden y a la restauración del equilibrio de los entes
observados y oídos-.
La relación entre intereses retóricos y los actorales en cuanto a la provocación del interés del
destinatario por la utilización de pausas en la acción o acopio de fuerzas destinadas a un
movimiento posterior. El fluir de los acontecimientos necesita de acumulaciones de tensiones,
de cargas de acciones no resueltas, para poder alterar la pasividad eventual del aparato
perceptor del destinatario.
El equilibrio precario o extracotidiano exige del acto un esfuerzo físico mayor que el de la
cotidianeidad y provoca que las tensiones musculares del cuerpo se dilaten y atraigan, a causa
de la inestabilidad gravitatoria y la irresolución de una postura respecto de un eje ortogonal, la
curiosidad espectatorial. La presencia del cuerpo escénico presenta, así, un drama elemental,
un conflicto de fuerzas que se desprende de la ausencia de reposo muscular: una tensión que
necesariamente deberá resolverse, una inminencia de acontecimiento.
Si bien esta serie de tensiones a punto de resolverse del eje adecuación-inminencia participa
también del relato tradicional en general, es el discurso dramático el que transita más
asiduamente esa convención técnica, dado que su inscripción en el aquí y ahora del presente
teatral obliga a la constante captación perceptiva: al modo de un seductor continuo, el actor
debe desplegar una técnica al servicio del consumo de su propia presencia. El embrión de un
acto consistiría en un acopio de tensión capaz de provocar expectativas.
Se llega así a la formalización que Barba llama sats. Es el momento previo al salto de acción de
un cuerpo escénico. También abarca el pasaje de la intención a la acción y como tal supone
impulso y contraimpulso. Es la actitud del felino preparado para atacar, retroceder o volver a la
posición de reposo.