Pequeños Platones Diógenes Web
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EL FILÓSOFO-PERRO
FRENTE AL
SABIO PLATÓN
Nuestra historia comienza en Grecia, hace casi 2.500 años;
en Egina, una pequeña isla situada frente a Atenas.
Onesícrito, un rico ciudadano de la isla, le dice a Andróstenes,
su hijo pequeño:
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Atenas. El aire es dulce y la ciudad deslumbrante, llena de vida.
Los habitantes llevan ropas magníficas. En el mercado, los puestos
se hunden por el peso de las mercancías. Hay templos maravillosos
construidos en honor de los dioses. En cada esquina hay una
acogedora fonda en la que degustar los mejores vinos
de Grecia. Andróstenes presiente que le va a gustar la ciudad.
Pero antes ha de encontrar la escuela de Platón… Cuando está
preguntándole el camino a un ateniense, algo lo detiene:
en la plaza del mercado, un mendigo se pasea portando
un farol encendido. ¡Pero si el sol está ya en lo alto
del cielo! El pobre loco grita en medio de la multitud:
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Platón ya había retomado su discurso desde hacía más de media
hora cuando el mendigo vuelve con un gallo que ha desplumado
con sumo cuidado. Se acerca al filósofo y echa al animal al suelo:
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Andróstenes está encantado de abandonar el aula. ¡Incluso le daría
una moneda al mendigo para agradecerle su liberación!
Aprovecha la tarde para continuar el paseo por Atenas. Una brisa
marina hace temblar la cima de los árboles. Las mujeres y los
hombres acuden al mercado. Hay un grupo de gente reunida un
poco más allá. ¡Qué feliz coincidencia! ¡Anaxímenes está dando
un discurso! Tiene fama de ser uno de los hombres más sabios de
Grecia. Andróstenes no quiere perderse este acontecimiento. Pero
cuando se acerca al estrado, se le adelanta Diógenes.
—Pero ¡es muy difícil lavar la ropa que huele a pescado! A ti, por
supuesto, te da igual. Tu capa está en tal estado…
—Felicito a tus cabellos por haber abandonado una cabeza tan fea
—replica Diógenes antes de ir a molestar a otro, un poco más allá.
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Andróstenes, divertido, le pregunta al hombre calvo si Diógenes
siempre es así. Un día llevó tan lejos sus provocaciones que unos hombres le
pegaron. Para vengarse escribió sus nombres en una pancarta
—¡Siempre! No nos da tregua. No se puede hacer nada sin que que se colgó al cuello. De ese modo, todos los atenienses pudieron
venga a estropearlo. ¡Y no has visto nada, hijo mío! Una vez, en burlarse de la cobardía de aquellos nobles ciudadanos que, entre
mitad de una multitud subyugada por las palabras de un orador, se varios, le habían dado una paliza a un pobre mendigo.
apartó la capa y se agachó para vaciar sus entrañas. De ese modo
demostró lo que pensaba del discurso…
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—¡Ninguno! Esa uva ha crecido en un viñedo, los racimos han sido
recogidos, las uvas han sido pisadas, el licor depositado en jarras
torneadas por alfareros, jarras que han sido transportadas
en carretas, las cuales, a su vez, han sido construidas por un
artesano. ¡Ese vino ha atravesado el mar! Ha padecido tormentas
y ataques de piratas. Y todos esos hombres han sudado: artesanos,
marineros y campesinos; han expuesto su piel al sol abrasador;
se han hecho daño con sus herramientas y aperos; se han
destrozado la espalda; algunos han muerto ahogados o han sido
vendidos como esclavos… y todo eso ¿por qué? ¡Por una copa
de vino! Entonces, dime, ¿a quién le hace feliz ese vino?
—Pues, pues… a mí —farfulla Demóstenes.
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—¿A ti? ¡Piensa en cuántos días de trabajo te cuesta ese pequeño
capricho! Y ahora que te has bebido esa copa, seguro que tienes
ganas de beber un vino más caro, ¡un vino de la isla de Lesbos!
Y, una vez que hayas bebido el vino de Lesbos, ¿qué otra bebida
querrás? ¿La de los inmortales? ¿Ese famoso néctar del que dicen
que una sola gota permite vivir ebrio y joven para siempre?
¿Y cuántos días más tendrás que trabajar para pagarte ese néctar?
¿A cuántos príncipes tendrás que adular para acumular el dinero
que te servirá para pagar esa bebida? ¿A cuántos amigos tendrás
que traicionar para hacer fortuna? ¡Ves como tu paladar se ha
vuelto exigente! El más pequeño de tus placeres exige
un esfuerzo inmenso.
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—Diógenes, ¡estás perdiendo la razón! ¡Esos caprichos de los que Diógenes mira a todos los hombres presentes en la sala:
hablas no tienen importancia! Sólo estoy bebiendo una copa,
eso es todo. —Yo, cuando tengo sed, bebo agua. ¡Es mucho más placentera que
—Hace un instante me decías que ese capricho te hacía feliz, todos vuestros vinos! ¿Qué es más simple, más fácil, que mojar
y ahora me dices que ese capricho no tiene importancia. Ya no los labios en una fuente? No hace falta trabajar, ni hacer trabajar
entiendo nada. ¿Quieres decir que ser feliz no tiene importancia? a los demás, ni poseer una enorme fortuna, ni temblar al pensar
—Me cansas, Diógenes. ¡Lo que dices no tiene sentido! en perderla. No hace falta codearse con los tiranos, ni con nadie.
—Me parece que, más que nada, ese vino empieza Cuando bebo agua, sé que podré beber tanta como quiera, durante
a saberte amargo. toda mi vida. ¡Es absurdo querer un vino cuyas gotas
están mezcladas con mares de lágrimas!
Los clientes de la fonda intercambian sonrisitas. Demóstenes,
vencido y avergonzado, se marcha sin siquiera tocar su copa. La multitud se queda muda.
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—¡Pero nadie puede vivir con tan poco! —se atreve a contestarle el
joven—. Ni siquiera los dioses rechazan algún placer.
—¡Pero yo no pretendo imitar a los dioses! Yo quiero imitar a
los perros. En eso quiero convertirme: en un animal inmortal,
capaz de soportar todas las privaciones y de alegrarse por una
Diógenes se acerca a Andróstenes: pequeñez. Mi néctar es un poco de agua cuando tengo sed. Mi
ambrosía es una miga o una piel de verdura cuando tengo hambre.
—¡A ti te he visto en la escuela de Platón! Tienes que ser ¡Ése es mi placer! Y cuando veo a hombres como vosotros que
inteligente, si sigues las clases del gran maestro. Contéstame, pues, se repanchingan en una fonda para atiborrarse de vino, que no
a esto: ¿prefieres beber agua de tus manos o hacer venir el vino piensan más que en placeres ridículos, ¡me entran ganas
desde la isla de Quíos, trabajar, maquinar, comprometerte, hacer la de ladrar y morderos!
guerra con el único objetivo de depositar una gota sobre tu lengua?
—Sin duda, tienes razón —murmura Andróstenes, bajando los Los hombres no se atreven a responder.
ojos—. Lo más simple es beber agua con las manos.
—¡Y lo que podemos hacer tantas veces como queramos, es decir, —El perro —continúa Diógenes— sólo quiere lo que necesita para
sin tener que pedírselo a nadie, es mucho más agradable! ¿O acaso vivir. Agua. Aire. El calor del sol. El azúcar de una fruta. Quiere
me equivoco? Los otros sabores, mezclados con sudor, peligros y lo que es fácilmente accesible, y nunca le falta de nada. Para él, la
mentiras son venenos en realidad. tierra es una mesa abundante y el mundo entero es su casa.
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Con estas palabras, Diógenes abandona la fonda.
Los bebedores, aliviados al verlo marchar, se ponen a silbar.
A Andróstenes, fascinado por lo que acaba de oír, ya no le
quedan ganas de vino. Se queda pensando en la vida descrita por
el mendigo: simple, pura, libre de toda preocupación. Murmura
para sí mismo: «¿Y si tiene razón?». Mira su túnica. ¿De qué valen
los bordados? Mira sus manos. ¿Para qué los anillos? ¿Qué sentido
tiene llevar las mejillas bien afeitadas, los cabellos bien peinados,
beber en una copa de plata? ¿Acaso la vida es más feliz por ir bien
vestido, arreglado, perfumado? ¿Somos más felices por tener una
casa bonita, muebles y esclavos que sirvan la mesa?
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La noche está iluminada por una luna serena. Andróstenes
recorre las calles de Atenas. Todo está tranquilo, hasta que
un grito le hace sobresaltarse:
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—Entonces… ¿no tienes nada? —pregunta Andróstenes.
Sin mediar palabra, Diógenes coge las manos del joven para —¡Sí, a mí mismo! Me tengo a mí. Y esta capa… no logro
quitarle todos sus anillos. deshacerme de ella. Me sirve en todas las estaciones. Puedo
desplegarla para arrebujarme en su interior cuando hace frío o
—Tira todo lo que es superfluo —dice—. Conserva tan sólo volver a doblarla cuando hace mucho calor. Pero me gustaría
aquello que puedes sustituir inmediatamente y sin esfuerzo. tirarla también. Y un día, lo sé, viviré desnudo y soportaré
Al comienzo de mi aprendizaje, tenía algunas piezas de una cualquier clima. Me entreno todos los días para conseguirlo.
vajilla de madera. Pero incluso así era demasiado rico: al ver a un En invierno camino descalzo por la nieve y abrazo las estatuas
niño beber agua del hueco de sus dos manos, tiré mi vaso. Al día heladas para acostumbrarme al hielo. En verano, doy vueltas
siguiente me crucé con otro niño que había puesto sus lentejas desnudo sobre la arena ardiendo, para aprender a aguantar la
sobre un pedazo de pan. ¡Y tiré mi cuenco! canícula. Eso es todo. No tengo nada más que enseñarte.
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Andróstenes mira sus anillos, esparcidos por el suelo. Se pregunta
si recuperarlos, volver a la fonda y seguir las clases
de Platón. Pero hay otra cuestión que le reconcome:
Andróstenes, que tiene curiosidad por ver el antro del Perro, acepta
la invitación. Los dos hombres atraviesan el Ágora dormida y se
dirigen por el oeste hasta el Metroón, un lugar en lo alto de Atenas
en el que están todos los archivos de la ciudad.
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Ya en su albergue, se da cuenta de que ha dejado sus anillos en el
polvo. «¿Soy más infeliz con las manos desnudas?», murmura.
Al día siguiente, abandona los bancos de la Academia. Tiene
muchas preguntas en la cabeza: ¿tiene que buscar la riqueza,
el honor, la gloria, como le ha dicho su padre a menudo? Es más,
su familia es rica, poderosa, pero ¿son felices? ¿Acaso ha visto a su
padre y a su madre reírse juntos? No. Sus frentes están siempre
marcadas por la preocupación. Nunca se sabe qué nube ha
oscurecido sus pensamientos. ¿Ha llegado el momento
de dar el gran salto?
—Acabas de pasar del gineceo al mundo de los hombres —dice. —Yo creo —dijo el Perro— que el lujo, la grasa, la molicie, la
inquietud, la servidumbre… son enfermedades mucho más graves
Luego, para subirle un poco la moral, le cuenta cómo le ha que mi delgadez y mis varices. Creo que la gran enfermedad es
salvado la vida un ratón. hacer lo que haga falta para enriquecerse.
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Sin embargo, algo inquieta a Andróstenes: la soledad. Pregunta si el
Perro todavía tiene amigos.
Diógenes exclama:
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Pero a Andróstenes le preocupa una cosa más. Siempre le han —¡Te equivocas! —exclama Diógenes—: ¡tendrás miles! El Perro da
gustado las mujeres y se pregunta qué hay que hacer para no caer la mejor educación posible a cada niño, ya sea hembra o varón, y
en los tormentos de la vida amorosa. no sólo a sus hijos. Yo creo que los antiguos lacedemonios
tenían razón: ponían a todos sus retoños juntos y nunca revelaban
—Sientes el deseo del amor: ¡eso es formidable, hijo mío! Deja a los padres quién era su hijo o hija. Así cada uno se convertía en el
sólo que te diga que la pareja es un invento complejo que siempre padre o madre de todos los niños, y los niños se convertían
hace sufrir a los amantes. ¡Cuántos esfuerzos son necesarios en los hijos e hijas de todos. ¡Imagínate una ciudad en la que todo
para seducir, para entenderse! ¡Cuántas negociaciones para el mundo fuera tu padre, tu madre o tus hijos! ¡Qué grande y
conseguir vivir en pareja! Si la naturaleza hubiese querido que nos bonita familia! El Perro no se conforma con tener uno, dos o tres
fundiésemos en una pareja, nos habría soldado por la cintura. hijos: ¡quiere miles, millones! A ti mismo, te lo digo, te quiero
Esto es, por tanto, lo que te aconsejo: haz como los peces, que como a un hijo; y cada hombre de mi edad es mi hermano; cada
se frotan contra las piedras cuando necesitan a las hembras… viejo, mi padre; y cada vieja, mi madre. Si sólo dependiese de mí,
—Pero entonces —se lamenta Andróstenes— el Perro no puede celebraría un gran matrimonio entre todos los hombres y todas las
tener hijos… mujeres, y haría que los hijos fuesen comunes.
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Convencido por todas estas recomendaciones, Andróstenes está En efecto, había cambiado sus bonitas ropas por una capa de
decidido: vivirá como un Perro. Tras haberse entrenado para mendigo. Llevaba los pies descalzos y negros de la suciedad.
soportar el frío, el calor y el hambre, se siente más libre. Cada cosa, Su cabello, en otros tiempos rizado y perfumado, se había vuelto
por pequeña que sea, empieza a procurarle un inmenso placer. una pelambrera desagradable que sólo podría gustarle a un piojo.
¿Qué puede ser mejor que una gota de agua cuando se tiene mucha La espada, fabricada por el mejor herrero de Egina, había sido
sed? ¿Qué hay tan sutil como una fruta en un estómago que, remplazada por un bastón tallado bastamente en una rama.
durante largo tiempo, se ha visto privado de alimento?
Pasan algunos meses. El joven olvida que tiene un pasado, en otro —¿Qué te ocurre? ¡Por Zeus! ¡Te has convertido en un mendigo!
lugar, en Egina. Pero un día, mientras vagabundea por la plaza —exclama Filisco.
del mercado, se encuentra cara a cara con su hermano mayor, —Te equivocas —responde Andróstenes, riéndose.
Filisco, que se echa en sus brazos: —Entonces… ¿te han vendido como esclavo?
—Muy al contrario —dice Andróstenes en un tono muy
—¡Hermano! ¡Estás vivo! Estaba loco de inquietud… ya no tranquilo—, me he convertido en el hombre más libre de Atenas.
sabemos nada de ti. ¡Te he buscado por todas partes! Pero…
¡mira qué aspecto tan terrible tienes! Filisco da un paso atrás. Cree que su hermano se ha vuelto loco.
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Andróstenes se niega a volver a Egina. Cuenta cómo se
ha convertido en un Perro. Su hermano mayor le escucha
atentamente.
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—¡Por Zeus! ¿Un perro se ha convertido en tu maestro? —se
sorprende el padre.
—No cualquier perro. Ése del que te hablo tiene cuerpo de
hombre.
Platón ha muerto. Por la noche se da una gran fiesta en honor del —¡Cuerpo de hombre! Pero ¿qué mujer ha podido engendrar un
difunto. Diógenes, que disfrutaba mucho peleándose con él, está monstruo así?
un poco triste. Se mantiene apartado. Sin embargo, Andróstenes y —Esa mujer se llama Filosofía. En cuanto al monstruo, se llama
Filisco aprovechan la ocasión para reprochar a los atenienses Diógenes.
que se entreguen al exceso. De repente, escuchan: —¡Diógenes! —exclama el padre—. Todo el mundo me habla de él
desde que llegué. ¡Todos dicen que está loco!
—¡Por Zeus: mis hijos, mis hijos! ¡Por fin os encuentro!
Los dos jóvenes Perros se miran y empiezan a reír: ¡les encanta
Los dos hermanos reconocen a su padre. Onesícrito de Egina está escandalizar a su padre!
allí. El viejo está a punto de estallar de alegría; a pesar de su edad,
brinca como un cervatillo. —Ahora vais a volver a Egina conmigo: ¡se acabaron las tonterías!
Me he arruinado para que vosotros tuvieseis la mejor educación y
—Pero ¿qué os ha pasado? —dice mirando la terrible ropa mirad el resultado: ¡mendigos! ¡En eso os habéis convertido!
de sus dos hijos.
El viejo coge a sus hijos por las muñecas, como si fuesen niños
—He escuchado tus consejos —responde Andróstenes—. He pequeños a los que se arrastra de vuelta a casa. Andróstenes
buscado la sabiduría. Fui a la Academia de Platón para escuchar le atiza un bastonazo.
sus clases. He visto incluso a Demóstenes. Pero he decidido seguir
las enseñanzas de un Perro. —¡Asesinato! —grita Onesícrito—. ¡Mis hijos me matan!
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Diógenes, que ha observado la disputa de lejos, se acerca.
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Los piratas venden a todos sus esclavos, salvo a los tres Perros y Pasan diez años. Onesícrito camina pobre, pero libre, en compañía
a Onesícrito, que es demasiado viejo. Ya no saben qué hacer con de sus hijos. Pero ya no dice: «Mis hijos». Y los hijos ya no dicen:
ellos, cuando Diógenes interpela a un rico ciudadano de Corinto: «Mi padre».
—¡Eh! ¡El aristócrata! ¡Cómprame: yo dirigiré tu casa! En cuanto a Diógenes, se hace amigo y consejero de Xeniades. El
rico hogar se transforma en un lugar sencillo. Ya no hay mullidas
Seducido por su insolencia, Xeniades —pues así se llama el alfombras, ni vestidos generosamente bordados. Los niños
hombre— decide comprar a la pandilla. Los piratas le hacen aprenden a beber agua en lugar de vino, a comer lechuga
un buen precio porque tienen ganas de desembarazarse en lugar de buey, a reír en lugar de a conspirar y traicionar.
de esa jauría de perros rabiosos.
La historia de la casa de Xeniades recorre Grecia. Llega incluso
Onesícrito, conquistado por la libertad que ofrece la vida del Perro, a oídos de un tal Alejandro, entonces rey de Macedonia
hace mil preguntas a sus hijos y a Diógenes. Durante todo el viaje y de toda Grecia.
que les lleva hasta Corinto, reflexiona sobre su vida, piensa en los
años que ha perdido, en su amor al poder y al dinero. Se encuentra
ridículo. Una vez llegado a buen puerto, tira sus sandalias al mar.
Sus hijos le cogen por el cuello para abrazarle.
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—Entonces eres un buen rey. Y ¿un buen rey es un bien?
—Por supuesto.
—¿Y por qué iba a tener miedo de un «bien»?
—He matado a hombres por menos que eso; pero, ¡por Atenas,
tienes ingenio, amigo mío! Si no fuese Alejandro, me gustaría ser
como tú.
—Soy Alejandro. Pregunta qué puede hacer un rey por ti, mendigo.
—¡Me estás dando sombra! —replica el Perro, barriendo el aire con
la mano como si persiguiese una mosca.
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Nadie sabe si Xeniades se atrevió a poner la nariz de Diógenes
contra el fondo de la fosa, pero, en honor de ese hombre
convertido en animal, en honor de ese animal convertido
en dios, en honor de ese hombre convertido en hombre, los
ciudadanos construyeron una inmensa tumba cuya cima preside
magníficamente… un perro de mármol.
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El filósofo-perro frente al sabio Platón se
terminó de imprimir en los talleres
de Kadmos en marzo de 2012.