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La Enseñanza Como Mediación

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La Enseñanza como Mediación1


Dr. José Contreras Domingo

Universidad de Barcelona

Reconocerse como educador/a es reconocerse como mediador/a. Que no


es lo mismo que intermediario, que es quien traspasa de un lado a otro, pero
no pone nada propio; cuando digo mediador, en realidad es mediar entre los
alumnos y alumnas y lo que uno lleva incorporado como experiencia y valor de
este mundo y que quiere acercar y compartir con ellos y ellas. Y la libertad es
un movimiento de autenticidad en los interrogantes y descubrimientos que nos
plantea nuestra labor de estar en medio, uniendo, o cosiendo, o restaurando, o
buscando acuerdos entre ambos. Poniéndose en juego a sí mismo, pero sin
traicionarse, esto es, sin verse renunciando a un sentido importante de lo que
uno quiere representar para sus estudiantes. Preguntarnos por la libertad es
preguntarse por todo lo que se despliega a partir de aquí. Es preguntarse por lo
que uno pone de propio en esa mediación. Es fijarse en la existencia de esta
mediación, en sus formas de realización, en sus cualidades, en su necesidad y
en lo que requiere como apertura simbólica en esa dirección y como
condiciones para el trabajo; y es fijarse también en las formas en que las
experiencias prácticas de quienes muestran esa sabiduría de la práctica nos
enseñan un camino, una dirección… y normalmente también, una expresión,
una manera de decir que permite ver…

… desde una reflexión cultural y epistemológica genuina, a un preguntarse


por el sentido del saber que enseña, en diálogo con esas necesidades,
expresiones y sentimientos. ¿Qué es lo que queremos enseñar, qué
pretendemos transmitir, qué quisiéramos hacer experimentar, probar, o que se
interroguen?

En cuanto que mediadores, quienes nos dedicamos a la educación


necesariamente estamos en medio de los dos extremos de la pregunta: esas
inquietudes o necesidades que manifiestan o descubro, ¿qué significan para la
cultura, para la sociedad, etc.? Pero también, el saber que quiero poner a su
disposición, o las experiencias que quiero facilitarles, ¿qué significan para ellos
o para sus preguntas e inquietudes básicas, esenciales, por las que necesitan
pasar para que pueda venir después todo lo demás?

Y también tenemos que preguntarnos ¿quién soy yo en todo eso? ¿Quién


soy yo en relación a ellos y ellas? ¿Quién soy yo en relación a ese saber o esas
experiencias de las que quiero hacerles partícipes? Y es que entiendo que

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Extracto de la Conferencia “La libertad que tenemos y la que necesitamos. Pensar de nuevo la práctica
docente”. Barcelona 2006.
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escuchar y actuar en libertad, en primera persona, como quien uno o una es, es
liberar al saber o a los recursos culturales que queremos compartir, de sus
dependencias respecto de programas y estructuras de obligación, para poder
mantener con ese saber una relación propia y auténtica, personal, porque es la
relación personal con el saber lo que sostiene la posibilidad de una relación
propia, auténtica, con nuestros estudiantes.

Y reconozco que es esta faceta la que muchas veces me coloca en una


posición que no siempre sé resolver: es en ocasiones mi dependencia de un
programa, de una estructura de saber, o de unas conclusiones respecto a lo
que es saber, qué hay que saber y cómo hay que saber, lo que me dificulta el
elemento esencial de la práctica educativa: la escucha del otro, del saber del
otro, o de su propia y personal ignorancia, respetar el tiempo y la necesidad, el
proceso de pérdida y encuentro que quien está en el camino del aprendizaje
tiene que pasar. Y como maestro, en ocasiones vivo la tentación de querer que
su proceso responda a los parámetros que yo ya me he fijado; es como querer
garantizar el éxito, simulando su apariencia, anticipando tú las preguntas y las
respuestas.

Al fin y al cabo, lo que enseñamos, lo que mostramos y nuestros alumnos


ven, es nuestra relación con el saber, lo que es saber para nosotros: si es algo
encarnado o despersonalizado, si es fijo e inmutable o cuestionable, si nos
permite disfrutar y crear o sólo sufrir y aceptar, etc. Y lo que aprenden siempre
es también lo que el saber significa para ellos y para la vida. Enseñar en
primera persona es por tanto, también enseñar la relación con el saber, el uso,
y la creación de nuevo saber en la forma de interrogarse e inquirir. Porque
siempre se aprende a confiar en un saber, a partir de la confianza que tenemos
en quien nos lo hace accesible.

Lo que enseñamos no es sólo el mundo, sino una manera de mirar al


mundo, y lo que aprenden nuestros estudiantes no es sólo una manera de
mirar al mundo, sino lo que les mostramos, lo que les enseñamos: alguien que
mira al mundo, alguien que, si se ha sentido autorizado/a y se ha atrevido a
interrogarse libremente sobre las cosas, muestra el camino, autorizándolo, en el
uso y en la creación y recreación del saber. Siempre nos enseñamos, porque lo
que en el fondo enseñamos es nuestra experiencia de saber. Y lo que
enseñamos (y entiendo que aquí se dirime la esencia de la práctica educativa)
es en qué consiste ser uno mismo en la relación con el saber y en la
representación de una cultura, a la vez que la forma en que el ser propio se
abre paso (o no) a través de esa cultura, mostrándose a sí (u ocultándose, o
negándose) en su relación con las cosas.

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